Grupo AMANUENSE - THE PRESENT OF THE CAT

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El regalo del gato


Ahí, hace muchísimos años, vivía uno de nuestros abuelos, de los más antiguos abuelos. En alguna de nuestras montañas, nubosas, verdes; en un claro en medio del bosque, en uno de esos espacios luminosos donde las montañas salen a tomar el sol, ahí vivía.


Amaba vivir en la montaña este abuelo nuestro, en una casita muy sencilla que había construido con sus propias manos; sus manos que seguían siendo fuertes, ásperas como la tierra, pero llenas de energía. Con varios palos amarrados y hojas, construyó aquella guarida que apenas se notaba que era una casita, era como si la montaña le hubiera hecho un espacito al abuelo.


En su rincón, el abuelo era amigo de los árboles que lo rodeaban, amigo de los pájaros que vivían en las ramas de los árboles, y amigo era también de los animalitos que vivían ahí, casi con él. Salía a caminar el abuelo por la montaña, a recolectar comida, y le pedía permiso al bosque para hacerlo.


Un día que el abuelo venía de regreso de su caminata por la montaña, encontró unas huellas en el camino a su casa, unas huellas de un animal de cuatro patas, pequeñito. “Este es un gato de monte”, pensó. Sabía el abuelo que los gatos de monte hacen travesuras. Y no se equivocó.


Cuando llegó a su casa, encontró que el gato había registrado todo y se había comido la comida; bueno, casi. Algunas cosas solo las mordisqueó, otras se las devoró enteras. Estaba molesto el abuelo. Luego, a pocos pasos de la entrada de la casa, el abuelo sintió un olor raro. El gato de monte había terminado de hacer la digestión ahí mismo. —¡Excremento de gato! —gritó, enojado.


Pasaron un par de días hasta que otra vez que venía de regreso, el abuelo volvió a encontrar las huellas del gato de monte. Entonces pegó la carrera para encontrar al animal; y lo encontró. Estaba el gato oliéndolo todo y mordisqueando otra vez, tratando de llevarse la comida. Entonces lo espantó para que se fuera. El abuelo chifló, hizo ruidos, movió las manos.

Aún así, lo mismo se repitió una y otra vez, y cada vez más seguido. El gato le jugaba la vuelta al abuelo —cuando estaba durmiendo, cuando salía a la montaña, cuando iba a buscar agua—; y hacía estragos en la cocina. Y otra vez el abuelo a correrlo y a espantarlo, hasta que se cansó y decidió mejor dejarle comidita afuera de la casa.


Un día, ya avanzado el invierno, se dio cuenta el abuelo que cerquita de la entrada empezaba a crecer una planta que él no conocía: una caña grande, vertical, que daba unos frutos llenos de granos amarillos. El abuelo solo comprendió de dónde venía esa planta cuando vio al gato de monte comer los granos amarillos.

El gato le había traído el maíz y cuando dejaba el excremento cerca de su casa, en realidad estaba abonando la tierra y depositando semillas del maíz que había comido. Y decidió el abuelo sembrar él mismo los granos. Desde entonces, agradece al gato que le haya llevado el maíz, aunque a veces llegue a su casa a hacer averías.


El nacimiento del arcoĂ?RIS


Se cuenta que hace mucho tiempo, los abuelos de nuestros abuelos eran unos seres especiales, muy sabios, parecían profetas. A estos antiguos ancianos, a quienes hoy todavía llamamos Nawales, les gustaba salir a caminar por las montañas de Santiago Atitlán.


A los abuelos de nuestros abuelos les gustaba aprender mucho, eran sensibles e inteligentes. Aprendían de la montaña, aprendían del cielo, aprendían de la vida recorriendo los caminos de las montañas, viendo las señales de la naturaleza.

Un día los Nawales se fueron a la montaña movidos por la curiosidad que les provocaba un camino de colores que se miraba en el cielo; querían saber de dónde salía.


Se fueron a la montaña pues, los abuelos de nuestros abuelos, los Nawales. Se fueron a la montaña para averiguar cuál era el origen del arcoíris, cómo sube por el cielo. Querían escuchar a la montaña, saber qué les iba a decir sobre aquel camino de colores.


Caminaron todo el día mirando a todas partes, buscando de dónde nacía el arcoíris, pero no veían nada. Era verano, y cuando hay poca lluvia es más difícil seguir las huellas del arcoíris. Sin embargo, en su camino encontraron un tronco largo, muy extraño.

Siguieron caminando los Nawales junto al largo tronco, tan largo que parecía camino. No solo era largo el tronco, también tenía algo extraño: parecía que se movía. Los abuelos lo siguieron hasta que se dieron cuenta de que salía de una cueva.


Se asomaron los abuelos a ver la cueva donde se metía aquel tronco que de tan largo parecía camino. Pero la voz de la montaña les dijo: —¡No miren ahí! —y se los dijo con tanta autoridad que los Nawales dejaron de ver. Pero la montaña sintió el respeto de los abuelos y les dijo: —Vaya pues, les voy a contar.


Y entonces la montaña les contó a los Nawales que aquel tronco largo que vieron efectivamente se movía, porque era el cuerpo de una gran y antigua serpiente. La serpiente tenía la cabeza metida en la cueva donde los abuelos estaban parados. —De aquí, de la cueva, de la boca de la serpiente, nace el arcoíris —dijo la montaña—, y abre así la boca para tomar agua de las nubes, por eso hay arcoíris cuando llueve.


Y los abuelos de nuestros abuelos, los que llamamos Nawales, nos dejaron dicho así que el arcoíris nace de la cueva donde se esconde una serpiente, que de tan larga y vieja parece un camino. De la boca de la serpiente nace el arcoíris que nos recuerda la sabiduría de nuestros abuelos y que también es la señal de que por ahí viene la lluvia.


Publicado por: Grupo Amanuense, S.A. Mixco, Guatemala. editorial@grupo-amanuense.com www.grupo-amanuense.com ISBN: 978-9929-633-20-9 Primera edición 2014 © 2014 Grupo Amanuense, S.A. Desde los orígenes Adaptación: © 2014 Julio Serrano Echeverría Ilustraciones: © 2014 Marielle Che-Novak Impreso en Guatemala, Centroamérica. Todos los derechos reservados. Cualquier solicitud de derechos podrá hacerse a: literaria@grupo-amanuense.com


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