Para Violeta y para su hermano Coordinación editorial: M.a Carmen Díaz-Villarejo Diseño de colección: Gerardo Domínguez Diseño de cubierta: Silvia Pasteris Maquetación: Gráficas Auropal, S. L. © Del texto: Xosé A. Neira Cruz, 2009 © De las ilustraciones: Judit Morales, 2009 © Macmillan Iberia, S. A., 2009 c/ Príncipe de Vergara, 36 - 6.° dcha. 28001 Madrid (ESPAÑA) Teléfono: (+34) 91 524 94 20 www.macmillan-lij.es ISBN 978-84-7942-396-4 Impreso en España / Printed in Spain Depósito legal:
Xosé A. Neira Cruz
VIOLETA NO ES VIOLETA
GRUPO MACMILLAN: www.grupomacmillan.com
Ilustración de Judit Morales
ESTE LIBRO PERTENECE A:
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1. Violeta
Violeta no es violeta. Pero lo fue una vez. O eso le han contado. Fue violeta la primera hora de su vida, apenas después de nacer. Claro está, ella no se acuerda de eso. Pero hay cosas que no tenemos que recordar por haberlas vivido nosotros. Basta que hayan sido vividas intensamente por alguien cercano que nos lo pueda contar después, para que ese recuerdo ajeno pase a convertirse en un recuerdo propio. Violeta no recordaba haber sido violeta. Pero su padre, sí. La había visto desde el primer segundo en que había decidido asomar la nariz 6
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al mundo. Porque lo primero de Violeta que salió del cuerpo de su madre fue precisamente eso, su nariz. Una nariz violeta. Después de la nariz, con algún que otro esfuerzo, salió el resto de su cara, el resto de su cabeza, el cuello, los hombros y, finalmente, todo su cuerpo. Entonces el cuerpo de Violeta era mucho más pequeño de lo que lo es ahora, y se escurrió para fuera como se escurre un pez sobre la cubierta de un barco. Los peces recién pescados son izados del mar en una red y depositados en la cubierta. Algunos tienen tanta prisa por liberarse de esa red que se escurren. En lugar de a un barco, Violeta fue a parar a las manos de una doctora, que también la izó, cogida de los pies, para ayudarla a respirar. Después le dio un cachete, no porque Violeta se hubiera portado mal. Aquel cachete era, en realidad, como una palmadita cariñosa en el culete chiquito para animarla a respirar. Fue en ese momento cuando el padre de Violeta dijo en alto algo que después resultó más importante de lo que él pudiera imaginar. 8
—¡Mira! –exclamó el papá de Violeta–, ¡es violeta! Lo decía refiriéndose al color medio morado, medio escarlata, medio rojizo con el que Violeta había salido al mundo tras el esfuerzo inicial de nacer, que es como una primera tarea que nos toca llevar a cabo para empezar a entender que las cosas no son porque sí. —Es violeta –repitió el papá de Violeta, casi sin creérselo. Le hablaba a la madre de Violeta, que en ese momento descansaba, sudando e intentando recuperar el aliento, con los ojos cerrados y la cabeza recostada sobre una almohada. Ser mamá también da mucho trabajo. Y da dolor. Un dolor que las madres temen cuando tienen la barriga como un globo aerostático, pero que olvidan de inmediato un segundo después de ver al habitante de ese globo entre sus brazos. La mamá de Violeta ni siquiera había tenido tiempo de abrir los ojos para ver a Violeta, cuando su padre dijo: 9
—Es violeta. Ella se limitó a sonreír, con esa felicidad redonda que las mamás que acaban de ser mamás saben dibujar a la perfección sin necesidad de usar compás. Y dijo, todavía con los ojos cerrados: —¡Claro! Violeta. Su sonrisa, de pronto, se había convertido en un gesto gracioso de sorpresa. Vas a saber por qué.
Hasta ese momento, no había un nombre elegido para Violeta. Había muchos nombres seleccionados, una lista muy larga, que empezaba en la a y llegaba a la eme. Habría podido haber más nombres en aquella lista, más letras iniciales hasta llegar a la zeta, si no fuera porque Violeta nació unas semanas antes de lo esperado, con lo cual su madre se vio obligada a dejar la lista incompleta. El último nombre de aquella lista era Marta, que es un nombre simpático que a los padres de Violeta les había gustado bastante. Incluso a Violeta no le habría importado llamarse Marta. Y quizá así se habría llamado, pues Violeta era un nombre que quedaba muy lejos en el abecedario, casi hacia el final. La mamá de Violeta ni siquiera habría llegado a pensar en ese nombre iniciado por uve si no fuera porque el papá de Violeta dijo de pronto eso que ya sabes: “¡Mira!, ¡es violeta!” Y que a la mamá de Violeta le sonó perfecto, mil veces mejor que si el papá de Violeta hubiera dicho: 11
“Es Marta.” No, ya no era Marta. Nunca lo había sido y nunca lo sería. Violeta siempre había sido Violeta; y solo faltaba ver asomar su nariz para comprender que así, y de ningún otro modo, había de llamarse. Fue así como Violeta empezó a ser Violeta. Ella no lo recuerda. Es imposible para ella recordar aquel momento. Pero esa historia, a pesar de todo, forma parte de sus recuerdos, y de vez en cuando le gusta que se la vuelvan a contar. —Papá, ¿por qué me llamo Violeta? —Porque eras violeta –responde él siempre que le hace esa pregunta. —¿De verdad que era violeta, mamá? –insiste Violeta. —Sí, claro. Eras violeta. Y Violeta sonríe porque también a ella le gusta ser quien es.
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2. Mario y Fernando
Ya conoces a Violeta. Ahora Violeta tiene siete años. Pero debes tener presente algo importante antes de continuar: Violeta no es violeta. En realidad, no lo volvió a ser nunca más después de la primera hora de vida. Después de esa hora inicial, ya empezó a ser del mismo color que su padre y su madre. Pero eso ya no era demasiado importante. Porque, a pesar de haber llegado a ser violeta, o de haberlo sido durante tan breve tiempo, ella ya era Violeta. Y lo iba a ser para siempre. —¿Para siempre? 13
—Sí, para siempre. La palabra “siempre” le parece enorme a Violeta. Le parece que tiene cientos de es, cuando, en realidad, “siempre” solo tiene dos es. Una en el medio y otra en el final. “Siempre” es una palabra que Violeta nunca utiliza. Pero “nunca” es otra palabra que tampoco le gusta demasiado. Jamás le pondría “nunca” como nombre a nadie. Aunque fuera la primera palabra que un papá pronunciase en el primer instante de vida de alguien. Bien pensado, tampoco le gusta la palabra “jamás”. “Nunca” y “jamás” son palabras que solo podrían dar nombre al tiempo. Y el tiempo ya se llama “tiempo”. Que se sepa, el tiempo no parece interesado en cambiar de nombre. Violeta piensa en nombres hoy, porque su madre ha empezado a preguntarle por nombres que puedan gustarle. 14
—¿Nombres? ¿Nombres de qué? –pregunta Violeta. Violeta podría decir mil nombres. O al menos cien. O veintinueve nombres, cada uno iniciado por una letra distinta del abecedario. Pero los nombres siempre se eligen teniendo en cuenta qué o a quién queremos nombrar. Uno sabe que un pedazo de pan no puede llamarse igual que un trozo de chocolate. El pan y el chocolate son cosas diferentes. A nadie se le podría ocurrir llamar chocolate al pan, ni pan al chocolate. Ni siquiera a la primera persona que se le ocurrió llamar al pan, pan, y al chocolate, chocolate, se le habría ocurrido hacerlo. —Tenemos que empezar a hacer una lista de nombres –añadió la mamá de Violeta–. Nombres de niño. —¿De niño? –preguntó Violeta. Aquella propuesta de mamá le parecía un poco tonta. Todos los niños que Violeta conoce ya tienen un nombre. Alfonso se llama 15
Alfonso. Y Rubén se llama Rubén. Mon se llama Mon. Y Juan es, y siempre ha sido, Juan. ¿Para qué querían buscar un nombre de niño si todos los niños que conocen ya tienen un nombre? —Sí, tenemos que buscar un nombre que nos guste para un niño –intervino Mario entonces.
Mario no es papá. No es el padre de Violeta, al menos. El papá de Violeta se llama Fernando. Fernando es un nombre que a Violeta le gusta mucho. Pero también le gusta el nombre de Mario. Mario es el novio que ahora tiene mamá. El papá de Violeta y su mamá ya no viven juntos. Hace algún tiempo de eso. Violeta ve a su papá todos los días y se queda a dormir en su casa cuando le apetece. Pero en casa ahora vive Mario. Mario podría ser papá, porque a veces se le parece. Hace cosas como las que hace papá. Por las mañanas se pinta la cara con una nube blanca, y después, delante del espejo del baño, va haciendo que esa nube desaparezca poco a poco escurrida 17
a trozos por el desagüe. Papá también hace eso por las mañanas. Mario sabe hacer leche con cacao, y la leche con cacao que hace Mario sabe casi igual que la que hace el papá de Violeta. Está rica esa leche con cacao. La de papá y la de Mario. Aunque a veces a Violeta le lleva mucho tiempo acabarla. Si eso sucede, no llegan a tiempo a la parada del bus y el bus se va sin Violeta. Entonces Mario coge el coche y lleva a Violeta al colegio. Como hacía papá. A veces Violeta quiere que Mario sea su papá. Pero al mismo tiempo, quiere que su papá siga siendo Fernando. Violeta piensa que le gustaría tener dos papás, y se lo dice a Mario. —Oye, quiero que tú también seas mi papá. Mario sonríe. Mario sonríe mucho y a Violeta le gusta la sonrisa de Mario. Es casi tan bonita como la de su papá. Pero Mario, después de sonreír, dice que no. —Eso no es posible, Violeta. Tú ya tienes papá. 18
—Sí, mi papá es Fernando –confirma Violeta–. ¿Entonces, tú quién eres? —Yo soy Mario. Y Mario pone esa sonrisa de Mario que a Violeta tanto le gusta. —Pero ¿tú no eres papá? A esa pregunta de Violeta, Mario y su mamá siempre responden que no. Siempre salvo hoy. Hoy Violeta ha hecho esa pregunta, y Mario y mamá se han mirado antes de responder. Entonces mamá se ha acercado a Violeta y ha puesto una de sus manos sobre su barriga en forma de globo aerostático. —Mario va a ser papá, Violeta. —¿Papá de quién? –pregunta Violeta. Ella ya ha oído muchas veces que Mario no es su papá, y sabe perfectamente que su papá es Fernando. Por eso no entiende a qué viene a cuento que ahora le digan que Mario también es papá. 19
—Mario es el papá de tu hermano –responde mamá al fin. —¿Mi hermano? –pregunta Violeta–. Pero si yo no tengo hermanos. Porque es verdad que Violeta todavía no tiene ningún hermano. Entonces vuelve a fijarse en el globo aerostático que mamá tiene en la barriga desde hace semanas, y de pronto recuerda que esos globos que las mamás llevan en la barriga siempre quieren decir algo. Quieren decir que las mamás van a ser de nuevo mamás. —¿Aquí está mi hermano? –pregunta Violeta señalando a la barriga de mamá. Es como si Violeta tuviera temor de tocar ese globo. Los globos pueden pincharse. Si uno los coge mal, se pinchan, hacen un ruido enorme, de globo que estalla, y adiós globo. Mamá coge la mano de Violeta y la pone sobre su barriga redondeada. Aunque las barrigas de las mamás que van a ser mamás parecen globos, esos globos no se pinchan tan fácilmente si uno los toca. 20
Violeta toca la barriga de mamá, y entonces está casi segura de que va a tener un hermano. —¿Y cómo se llama mi hermano? –pregunta de repente Violeta. Llamarle “hermano” a un hermano está bien, pero es mejor que los hermanos también tengan nombre. Un hermano sin nombre sería como si el chocolate se llamase comida. Todos sabemos que el chocolate es comida. Pero, además de comida, es chocolate. Pues algo parecido sucede con su hermano. —¿Cómo se va a llamar? –pregunta de nuevo Violeta. De pronto le parece muy importante encontrar un nombre para su hermano. Así que Violeta, su mamá y Mario empiezan a hacer una lista de nombres. Deciden empezar por la zeta e ir hacia atrás. Porque la zeta también tiene derecho a estar de primera alguna vez. Esta tarde la casa de Violeta se ha llenado de letras. 21
Al lado de cada letra van a ir escribiendo un nombre. Así hasta que lleguen al nombre que más les guste. El nombre del hermano de Violeta. Por el momento, el hermano de Violeta vive dentro del globo aerostático que mamá lleva en la barriga. Violeta toca la barriga de mamá de vez en cuando y le gusta sentirla tan inflada. Ya no tiene miedo de pinchar el globo.
3. Mo
Violeta tiene sueños violeta con frecuencia. En realidad, no es que sus sueños sean realmente de ese color. Es que el color violeta, a veces, también quiere participar en los sueños de Violeta. Cuando el color violeta se adueña de sus sueños, Violeta está casi segura de que se lo va a pasar muy bien. Cada tipo de sueño tiene su color. Todo depende de quien los habite. Los sueños de Violeta deben de ser bastante conocidos para los habitantes de mundos que ella nunca ha visitado. Son esos personajes los que visitan a Violeta, o más exactamente, son los que visitan sus sueños. 25
Por causa de los sueños, las noches de Violeta no son siempre el momento del día que más le gusta. Depende del sueño que la visite. O de los habitantes que se cuelen en ese sueño. Hay sueños que llegan cargados de nubes negras. En esas noches estallan tormentas sobre la cama de Violeta. Y ella tiene que refugiarse bajo el edredón de estrellas, y tapar los ojos con la almohada. Los relámpagos le dan miedo a Violeta. Pero más miedo le daban las brujas. Las brujas eran lo peor que podía hacer acto de presencia en los sueños de Violeta. Solían llegar sobre sus escobas justo después de que estallase la tormenta sobre su cama. Y no acostumbraban a traer cara de buenas amigas. Por eso Violeta las temía. Pero eso era antes. Desde que conoce a Mo, Violeta ya no teme a las brujas. Ahora son las brujas las que temen a Violeta. 26
Mo es una brujita. No una bruja, una brujita. Cuando era pequeña, todavía más pequeña de lo pequeña que sigue siendo, Mo se quedó dormida por un descuido en el fondo de una taza de té. Era una taza de té antigua, blanca y verde, que la tía Federica había llevado a casa como regalo de cumpleaños para la mamá de Violeta, cuando la mamá de Violeta tenía la edad que ahora tiene Violeta. Mo se había metido dentro de la taza, porque aquel lugar le parecía tan agradable como cualquier otro lugar agradable para echar una cabezadita. Pero alguien puso el platillo que acompañaba a la taza de té sobre la boca de esta, y corrió a guardarla sin más en una alacena del desván que nadie frecuentaba. Sin darse cuenta de que, con la taza, estaba guardando a una brujita dormida. Sin poder evitarlo, Mo se pasó todo el tiempo que vino después metida en aquella 27
alacena olvidada, empujando al principio con todas sus fuerzas. Pretendía mover así el platillo que tapaba a la taza que se había convertido en su prisión. Primero la empujaba con la cabeza, porque quería conseguir moverla para poder salir. Con haberla movido un solo centímetro, Mo ya habría podido escapar por la rendija libre. Pero aunque lo intentó cientos de veces, aquel platillo no se movió nunca ni un centímetro. Ni medio centímetro siquiera. Así que el sueño de libertad de Mo no pudo ser. Era una misión imposible. Cuando se convenció de que con sus fuerzas sería imposible cambiar aquella angustiosa situación, Mo decidió relajarse. Relajarse quiere decir poner el cuerpo cómodo. Y dejar también que la cabeza empiece a disfrutar. Afortunadamente, había quedado atrapada en una taza de té decorada por dentro con un precioso paisaje que, mirado de cerca, permitía entender 28
y seguir la vida de los animales, personas y cosas allí retratados. De ese modo, contemplando aquella interesante escena, Mo se pasó gran parte de su cautiverio. Hasta que su cabeza, un día, volvió a tropezar con el platillo que cerraba la entrada de la taza. En este caso no se trataba de que Mo quisiera huir. La brujita ya había renunciado a esa posibilidad y aceptado que quizá aquella taza de té perdida en una alacena olvidada sería su pequeño mundo para siempre. Pero Mo era por aquel entonces una bruja joven. Todavía su cuerpo tenía ganas de crecer. Crecer dentro de una taza de té también es posible. Al menos es posible hasta que uno toca con la cabeza en el techo, que en este caso era un platillo dado la vuelta. En el momento en que la cabeza de Mo tropezó con el límite de su mundo de porcelana, comprendió que allí iba a pasar algo. 29
Esperó, esperó y esperó, pero nada parecía cambiar. “Bueno –pensó Mo–, al final la cosa no va a ser tan grave.” Mo aún no se había dado cuenta de que, en aquel tiempo de espera, ella estaba empezando a dejar de ser una bruja para convertirse en una brujita. Una brujita de exactamente siete centímetros de altura, que era lo que medía en vertical la taza de té en la que Mo vivía. De esa manera, Mo, la brujita, se hizo adulta y, de adulta, pasó a convertirse en anciana, pues es destino de las brujas envejecer cuanto antes. Y cuando su taza de té ya había dejado de ser para ella una cárcel para convertirse en un espacio aceptado, cuando Mo ya formaba parte del paisaje pintado en el interior de su taza de té, en ese momento, sí, llegó Violeta a la vida de Mo. O a Mo le tocó entrar en la vida de Violeta. Como en tantas otras amistades, no se sabe con certeza quién había llegado primero. 30
Ambas solo se acordaban de haber quedado frente a frente un día, cuando Violeta y su mamá recibieron la visita de la tía Federica, una tarde antes de Navidad. Cuando la tía Federica estaba a punto de llegar, aquella tarde de chocolate con churros a las seis, la madre de Violeta recordó que a la tía lo que realmente le gustaba era tomar el té. Y al pensar en el té, le vino a la cabeza la taza de la tía que dormía olvidada en una alacena del desván. “Le gustará volver a ver esa taza”, pensó la mamá de Violeta. De ahí que mandase a Violeta al desván para buscar la taza blanca y verde que tenía un paisaje pintado en el interior, para traerla a la cocina. Violeta fue, encontró la taza sin dificultad y la recogió con bastante cuidado. Pero a pesar de cogerla con bastante cuidado, el platillo de la taza se movió un milímetro, el espacio justo para que la brujita Mo pudiera asomar la cabeza. 31
Fue así como Violeta y Mo se miraron por primera vez cara a cara. Mo podría haber dicho muchas cosas en ese momento. Podría haber dicho: “Soy la bruja de la taza de té. Te concedo tres deseos.” Pero no lo hizo. En su lugar, dijo simplemente: —Hola, soy la bruja Mo. ¿Quién eres tú?
Violeta no estaba acostumbrada a encontrar brujitas en las tazas de té. Ella solo conocía a las brujas que a veces se colaban en sus sueños. Y no le gustaban. Violeta podría haber echado a correr en ese momento. O podría haber devuelto la taza a su lugar en la alacena del desván, asegurándose de que el platillo quedase bien puesto en su sitio, cerrando definitivamente la boca de la taza de té. Pero no lo hizo. En vez de todo eso, respondió tranquilamente: —Soy Violeta. —¿Violeta? –preguntó a su vez Mo–. ¿Eres violeta? —Sí, soy Violeta –repitió Violeta. Mo se quedó un rato en silencio, mirando detenidamente cada centímetro de la cara de aquella niña que también la miraba con curiosidad. Al final, la brujita dijo: 34
—Pues no pareces violeta. Yo diría que tienes un color bastante habitual. Violeta ya sabía que no era violeta, que solo lo había sido en la primera hora de su vida. Pero no quiso repetir aquella historia en ese momento. Así que se limitó a responder: —Tampoco tú pareces una bruja. Y en el preciso instante en que pronunció la palabra “bruja”, Violeta recordó que, en realidad, ella tenía un miedo atroz a las brujas. A las brujas de sus sueños, al menos. A aquella brujita de siete centímetros de altura, no. Y no sabía por qué. —¿Cómo crees que debería ser una bruja? –preguntó Mo, que llevaba tanto tiempo encerrada en aquella taza de té que ya ni siquiera ella recordaba bien cómo eran las brujas realmente. —No lo sé –respondió Violeta–. Pero a mí las brujas me asustan. —¿Yo te asusto? –preguntó Mo preocupada. Aquella niña era la primera niña que veía en su vida. Tampoco ella sabía bien 35
cómo se supone que son las niñas. Pero lo cierto es que aquella le estaba cayendo bien. Y no le apetecía en absoluta asustarla. —No –respondió finalmente Violeta–. Tú no me asustas. Se volvieron a mirar en silencio, y una sonrisa empezó a construir un puente de simpatía entre ellas. Era esa clase de puentes que conducen a las personas a la amistad. Desde aquel día, Violeta y Mo son amigas. Mo vigila los sueños de Violeta, y las brujas, por el momento, no han vuelto a aparecer en su habitación. Ni siquiera cuando llegan las nubes negras y estallan las tormentas. Porque, entre otras cosas, las nubes negras y las tormentas cada vez son menos frecuentes en las noches de Violeta. Desde que Mo vive bajo el colchón de Violeta, las noches de su habitación son tranquilos momentos para soñar sueños de color violeta.
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4. El hermano de Violeta
Esta noche, después de que mamá apagase la luz tras leer el cuento de las buenas noches, Violeta ha encendido su linterna de leer bajo las sábanas. —Mo, ¿estás ahí? Después de un rato, Mo bosteza y abre los ojos. La brujita de siete centímetros de altura se pasa todo el día durmiendo bajo el colchón de Violeta, metida en su taza de té de color blanco y verde. La taza ya no tiene un platillo que la cierre por arriba. El platillo ahora está situado debajo de la taza, en donde todos los platillos de taza de té suelen estar. A Mo su taza le sigue gustando. Por nada del mundo 39
podría renunciar ya a su paisaje de porcelana. Pero está encantada de que ese paisaje no tenga ahora una puerta cerrada. —Mo, ¿duermes? –vuelve a preguntar Violeta, colgando del colchón cabeza abajo y escrutando con la linterna en la oscuridad que inunda la parte inferior de su cama. Antes, Violeta tenía miedo de aquel espacio oscuro repleto de amenazas sin cara. Por nada del mundo se habría colgado del colchón cabeza abajo para echar un vistazo allí. Pero desde que ese espacio está habitado por Mo, todo ha cambiado. —Mo, ¿dónde estás? –pregunta de nuevo Violeta, levantando la voz. —Estoy aquí –responde al final Mo–. No grites tanto, por favor. Aquí abajo tu voz resuena como un trueno.
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—¿Sabes una cosa, Mo? –sigue Violeta en voz más baja, recogiendo a la brujita en la palma de su mano derecha y depositándola con suavidad sobre la almohada–. Voy a tener un hermano. —¿Un hermano? –repite Mo ya completamente despierta. Sentada sobre la almohada de Violeta, Mo mira a la niña arrugando repetidas veces su nariz de brujita de siete centímetros de altura. Cuando Mo arruga la nariz es porque algo huele mal, porque va a estornudar o porque algo le extraña. Como allí nada huele mal, Violeta espera a que Mo estornude. Pero tampoco es la llegada de un estornudo lo que le hace arrugar la nariz. Entonces es porque eso de tener un hermano le ha extrañado. Seis arrugas a cada lado de su nariz diminuta indican, además, que no solo le ha extrañado un poco, sino que eso le ha extrañado muchísimo. 42
—Así que un hermano –dice después de un rato de silencio. —Sí, un hermano –confirma Violeta. —Oye... ¿Y eso qué es? —¿El qué? —Eso. Un hermano. En el mundo de porcelana que había habitado, Mo no había encontrado nunca hermanos pintados en las paredes de su taza de té. Por eso no tenía muy claro qué quería decir aquella palabra. —Un hermano es... es... es... –Violeta intenta darle una explicación, pero, de pronto, se da cuenta de que ella tampoco sabe muy bien lo que significa tener un hermano. Cree conocer el significado de esa palabra, pero no está nada segura. Algunas palabras hay que vivirlas para entenderlas. Ambas se quedan un poco preocupadas. Ni mucho ni poco. Lo justo para arrugar la nariz y quedarse pensando más tiempo del habitual. 43
—Yo creo que tiene que ser algo bueno –concluye Violeta al final, no demasiado convencida. Mo no dice nada. Tras haber pronunciado esas palabras, Violeta ha cerrado los ojos. Mo sabe que Violeta tiene que dormir. La deja descansar. Coge la linterna de leer bajo las sábanas y la usa como si fuera la luz de un faro. A Mo le encanta ser centinela del sueño de Violeta. Desde fuera de la ventana del cuarto, las brujas acechan en la oscuridad de la noche. Pero ninguna osa siquiera asomarse al cristal. Aquellas ráfagas intermitentes de luz las tienen totalmente desconcertadas. Las brujas adoran la oscuridad y odian la luz. Porque con la luz, los niños no suelen tener miedo a sus caras de uva pasa. Y lo que más les gusta a las brujas es que los niños las teman. Al día siguiente, Violeta tiene ganas de llegar al cole para hablar con algunos de sus compañeros de clase. Ella sabe que algunos 44
tienen hermanos. Les ha oído hablar de ellos. Por eso está casi segura de que sabrán explicarle con todo lujo de detalles qué es eso de un hermano. A la primera que se lo pregunta es a su amiga Clara. Clara se sienta al lado de Violeta, y suele dejarle la goma de borrar o un rotulador fluorescente cuya tinta se puede ver con la luz apagada. Otras veces es Violeta la que le presta a Clara su cajita de ceras; y con la caja, si lo tiene, suele pasarle un caramelo de limón. Clara tiene muchas pecas en la cara. También tiene dos trenzas. Y dos hermanos mayores que se llaman Damián y Daniel. Los hermanos de Clara se parecen como dos gotas de agua, porque son gemelos. Violeta los ha visto alguna vez, pero nunca ha hablado con ellos. —Oye, Clara, ¿qué es tener un hermano? Clara mira para Violeta y pone cara de asco. 45
—Tener un hermano es que te tiren de las trenzas, que te escondan los juguetes y que no te dejen en paz. A Clara no parecen hacerle demasiada gracia sus dos hermanos mayores. —Son dos tontos que se creen muy listos –continúa explicando Clara–. Y como son tan iguales que nadie puede reconocerlos, siempre están haciéndome rabiar pasándose el uno por el otro. No me gusta nada ese par de mandones. Ante ese panorama tan terrible, Violeta ni siquiera se atreve a contarle a Clara que ella también va a tener un hermano. Se pasa el resto del tiempo coloreando un dibujo que la profe les ha pedido que hagan. Pero su cabeza no deja de darle vueltas a la idea de tener un hermano. Cuando sale al recreo, se acerca a Fran y a Susana. Fran tiene los ojos tan grandes que parece verlo todo a través de ellos. 46
Susana es la más bajita de clase, pero también es la que sabe dar los saltos más altos en educación física. Fran tiene una hermana. Se llama Ana y este año ha empezado a ir al cole. Pero casi no la ven porque los enanos tienen un horario diferente.
Susana tiene también una hermana, Bea, pero es todavía tan pequeña que ni siquiera puede andar sola. Todo el día está en brazos de sus padres o metida en un cochecito desde el que tira al suelo todo lo que le dan. —Yo creo que lo hace aposta. Tira las cosas y mientras tú las recoges ella se parte de risa –comenta Susana–. Pero aún era peor cuando se pasaba el día y la noche llorando. Ahora al menos se ríe. —Pero tu hermana no puede ir detrás de ti a todas partes –indica Fran con cara de fastidio–. La mía siempre quiere andar pegada a mis talones. Y si me canso de ella y le digo que no venga, mis padres se enfadan conmigo. Ya me tiene harto. No parece que eso de tener hermanos sea lo más divertido. Esa es la conclusión que saca Violeta tras escuchar a sus compañeros. Aun así, piensa que tiene que haber algo bueno en eso de los hermanos. Si no fuera así, la gente no los tendría. 48
Por eso, decide que va a preguntarle a todos los niños de su clase cuántos hermanos tienen y qué tal es eso de tener hermanos. Al final de la tarde, Violeta ya tiene una hoja de cuaderno repleta de nombres. Ha comprobado que de sus diecisiete compañeros, diez tienen hermanos. Los otros siete, no. Estos siete son Suevia, Sandra, Natalia, Edu, Víctor, Luna y Gabriel. Ninguno de los siete parece sentirse mal por no tener hermanos. Aunque esta es solo una impresión de Violeta, ya que no se lo ha preguntado. Los otros diez sí que tienen como mínimo un hermano. Lara tiene dos hermanos mayores, pero son tan mayores que ella tiene dudas de que realmente sean sus hermanos. —Los verdaderos hermanos nunca son tan mayores –ha dicho Lara. María tiene también dos hermanos. Una es un año mayor que ella, y María piensa que está enfadada por algo. 49
—Siempre me grita por todo. Yo no sé qué mosca le habrá picado. La otra hermana de María es más pequeña y acaba de llegar a casa. Ha venido de la India y no habla mucho porque, según dice María, todavía tiene que aprender el idioma. Pero sonríe y a María le cae simpática. Lorenzo tiene un hermano. Se llama Lucas y es un poco mayor que Lorenzo. Pero Lucas no habla ni sonríe. Tampoco va al mismo cole que Lorenzo. Lucas aún está aprendiendo a leer, y Lorenzo no sabe por qué tarda tanto, porque aprender a leer no es tan difícil. Paula tiene dos hermanos mayores. Uno se pasa el día jugando al fútbol, y como a Paula el fútbol no le gusta, no tiene nada que decir sobre él. De la otra hermana, en cambio, dice muchas cosas. Dice que cuando se mete en el baño no sale, que hay que aporrear la puerta para poder entrar a hacer pis, y que, cuando abre, tiene la cara 50
repleta de colores, como si fuera un muñeco o una señora mayor. La hermana de Paula tiene novio, pero a Paula le parece muy feo. —Tiene la cara llena de granos y fuma sin parar –concluye Paula, poniendo cara de verdadero repelús. Tarik tiene cuatro hermanos. Y su mamá lleva de nuevo un globo en la barriga, así que pronto serán seis. Tarik dice que le cuesta hacer los deberes porque sus hermanos berrean demasiado, pero Violeta piensa que a Tarik tampoco le gusta demasiado hacer los deberes. A los otros cinco compañeros con hermanos, Violeta no ha podido preguntarles nada. Ricardo tiene gripe y no ha ido al cole hoy, y Sheila nunca habla con Violeta. Es una tonta. Ringo y Patricia son novios, así que casi siempre andan a su bola. Y “Pelos” (se llama Alberto, pero todos le llaman “Pelos”) estuvo castigado y, cuando Violeta se dio cuenta, ya se alejaba corriendo por el pasillo. 51
Así que Violeta está hecha un lío. Eso de tener un hermano empieza a parecerle un rollo.
Cuando Violeta sale del cole, su padre la está esperando en el coche, con dos ruedas subidas sobre la acera y las luces intermitentes puestas. Papá la va a llevar a merendar y después van a ir al cine. Violeta se ha tomado un zumo de naranja y un sándwich de tortilla de jamón york. Su papá se ha tomado una caña. Mientras mastica los últimos pedazos del sándwich, Violeta decide hacerle una pregunta a su papá, pues acaba de recordar que su papá también tiene un hermano. Se llama Pablo. Su tío Pablo. —Papá, ¿qué es eso de tener hermanos? El padre de Violeta toma un sorbo de la caña y, después de pasarse la servilleta por el bigote, responde: —Tener un hermano es cuando los padres deciden tener otro hijo, Violeta. —¿Y eso es bueno, papá? —Es precioso –responde su padre sonriendo–. Tener hermanos es una de las cosas más bonitas del mundo. 53
—¿Por qué? —Porque un hermano es alguien muy especial. Poca gente puede entenderte tan bien como tu hermano o tu hermana. —¿Por qué? —Porque han vivido siempre contigo. No hay que explicarles demasiadas cosas para que te entiendan. —Mis compañeros que tienen hermanos dicen que tener hermanos es un rollo. Papá vuelve a sonreír. —Sí, a veces los hermanos también se pelean, pero suele ser pasajero –dice. —¿Por qué? —Por muchas razones, Violeta. Entre otras cosas, si no tienes hermanos nunca sabrás realmente lo que significa tener un hermano. Violeta piensa en esa respuesta y le parece bastante interesante. Puede que su padre tenga razón. Ella nunca se preguntaría cómo es eso de tener un hermano si no fuera porque va a tener un hermano. Finalmente, 54
decide decirle a su padre lo que no se ha atrevido a decirle todavía a ningún niño de su clase. —¿Sabes, papá? Voy a tener un hermano. —Lo sé, Violeta –dice su padre poniéndose un poco serio–. Mamá me lo ha dicho.
—¿Y qué te parece? –pregunta Violeta. —Me parece muy bien. Tienes que estár muy contenta. Violeta no sabe si está muy contenta. Todavía no lo sabe. Triste no está. Pero tampoco contenta o supercontenta. Además, hay algo que se le acaba de ocurrir. —Oye, papá. ¿Y tú también vas a ser papá de mi hermano? –el padre de Violeta vuelve a tomar un sorbo del vaso. Y vuelve a limpiarse los bigotes con una servilleta. —No, Violeta. El papá de tu hermano es Mario. —Sí, eso ya lo sé. Pero tú también podrías ser su papá. —Eso no es posible. —¿Por qué no? Tú eres mi padre y él es mi hermano... entonces... entonces... pues... mi hermano podría tener también dos papás –Violeta no sabe cómo continuar. —No siempre los hermanos tienen los mismos papás o mamás. —¿Ah, no? 56
—No. Pero eso no es importante, Violeta. Ya te darás cuenta cuando tu hermano nazca. Violeta se queda en silencio y entonces su padre se levanta y se va a pagar la merienda. Después salen y se van al cine, que está cerca. Por el camino, a Violeta se le ocurre una nueva pregunta. —¿Sabes, papá? —Dime. —No sé si me va a gustar eso de tener un hermano. —Te gustará –responde su padre muy seguro–. Pero ahora es normal que te sientas rara. Sí. Definitivamente, esa es la palabra. Violeta se siente rara. Muy rara. Pero ya han llegado al cine y, de pronto, se le olvida que se siente rara y que va a tener un hermano. Piensa en pedir palomitas, pero sabe que su padre no se las va a comprar. 57
—En el cine no se deben comer palomitas. Eso piensa el padre de Violeta. —Se hace mucho ruido al comerlas y molestan al de delante –opina él. Además, ya han merendado. Violeta se da cuenta de que en realidad no tiene ni pizca de ganas de comer palomitas.
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5. Nudos en la garganta
—¿Ya has pensado en algún posible nombre para tu hermano? Mamá está haciendo un tapiz en el telar y habla con Violeta sin mirarla a la cara. Cuando hace así, Violeta piensa que está hablando con alguien invisible. Pero hoy sabe que está hablando con ella. Es ella la que va a tener un hermano, no alguien invisible. Violeta está en pijama, dibujando, y no responde. —¿Me has oído, Violeta? Violeta sigue dibujando, tumbada en la alfombra, y hace como que no va con ella. En esos casos, es la madre de Violeta 59
la que piensa que está hablando con alguien invisible. Mamá deja la labor en el telar y se acerca a Violeta. Como su globo aerostático ya está muy hinchado, tiene muchas dificultades para tumbarse en la alfombra. Pero al final lo consigue y se queda sentada a su lado. —Violeta, te he hecho una pregunta. Violeta sabe que su mamá le ha hecho una pregunta. No está sorda. Pero no es esa la pregunta a la que quiere responder. Le gustaría más que su madre le hubiera preguntado: “Oye, Violeta, ¿a ti te apetece tener un hermano?” Tampoco sabe qué le respondería. Es una pregunta difícil. Pero el caso es que no tiene que responder esa pregunta. —¿Te pasa algo, hija? La mamá de Violeta se ha acercado a ella y la ha abrazado. Cuando su madre le dice “hija”, es porque se ha puesto seria 60
o está preocupada. Le dice “hija”, por ejemplo, cuando el termómetro marca más de la cuenta. O cuando no se come toda la verdura del plato. Violeta siente un beso de su madre haciéndole una cosquilla cerca de una oreja, y su voz muy suave susurrando: —¿Que te pasa, Vio? Cuando su mamá le dice “Vio”, Violeta sabe que su mamá está especialmente cariñosa con ella. Por eso decide dejar el dibujo y devolverle el abrazo. —No sé si me va a gustar tener un hermano, mamá. Al final, ha sido capaz de soltarlo. Su madre la abraza un poco más fuerte y le pasa la mano por el pelo varias veces. El pelo de Violeta no es violeta. Es negro, muy negro. Y cuando su madre pasa su mano por él parece más negro todavía. Su madre le da otro beso y entonces le dice: 61
—¿De qué tienes miedo? Cuéntamelo todo. Cuando mamá dice “cuéntamelo todo”, se pone a recoger los cojines del sofá y los va esparciendo sobre la alfombra. Violeta piensa que lo hace para darle tiempo a pensar. Pero hoy Violeta no sabe qué pensar. En realidad, no sabe por qué ha dicho eso ni por qué lo siente. Tampoco sabe por qué se siente rara. O sí lo sabe, pero no acaba de saber expresarlo. —Ven aquí, anda –dice su madre. Violeta se acerca a ella y se tumba sobre sus piernas, poniendo la cabeza muy cerca de su enorme tripa.
Violeta piensa si, acaso, su hermano estará oyendo todo esto. A lo mejor su hermano también quiere preguntar algo. Lo imagina dentro de aquel globo, y no sabe si estará cómodo. Aquel lugar no parece demasiado grande. Claro que el hermano de Violeta debe de ser aún muy pequeño. —¿No te apetece tener un hermano? –pregunta su madre de pronto. La pregunta difícil ha salido. Y Violeta no sabe qué responder. Mamá está metiendo los dedos por su pelo y Violeta siente unas cosquillitas que le gustan, como si un viento cálido acariciase su cabeza. —¿Qué es lo que te preocupa de tener un hermano? Mamá suele soltar varias preguntas cuando no hay respuestas, como quien echa el hilo de una caña de pescar al río y espera. De pronto, una de esas veces, aparece un pez. —No sé si lo vas a querer más a él que a mí –responde al fin Violeta. 64
El pez ha aparecido y mamá lo saca del agua y lo coge con ternura entre los dedos. Lo acaricia. Le da un beso antes de devolverlo al río. Violeta siente los besos de mamá y comprende que algunas preguntas no necesitan respuestas de oír. Las respuestas de sentir a veces responden mejor a algún tipo de preguntas. De todas formas, después de los besos, mamá decide responder con palabras. —Yo a ti te voy a querer siempre, Violeta. —¿Siempre siempre? —Siempre. —¿Y a mi hermano? —También. —Pero ¿a quién vas a querer más de los dos? —No podría querer más a uno que a otro. —¿Por qué no? —Porque las mamás sabemos querer a todos los hijos por igual. 65
—¿A todos? —A todos. Violeta se siente un poco más tranquila. Las preguntas ya no son nudos en su garganta. —Pero Mario va querer más a mi hermano que a mí –añade. —¿Por qué? —Porque él es su hijo. Yo no. —¿Eso te preocupa? Violeta dice que sí con la cabeza. Su madre sigue acariciando su pelo. Con cada caricia, los miedos se van quedando más y más lejos. Como olas en el mar. El pelo de Violeta parece ahora un mar de azabache. —Mario te quiere mucho, Violeta –vuelve a decir mamá. Violeta ya sabe que Mario la quiere mucho. Mario sabe decírselo, y no solo con palabras. —Pero yo no soy su hija. Mi hermano sí –susurra. —Los papás no solo quieren a sus hijos. Puedes preguntárselo a Mario. 66
Ha llegado la hora de irse a la cama y Mario todavía no ha llegado de trabajar. Hoy tiene función. Mario es actor. A través de su voz y sus manos, cientos de títeres cobran vida. Después del cuento de las buenas noches, como cada noche, mamá sale de la habitación cuando cree que Violeta se queda dormida, y Violeta busca a Mo cuando la puerta se ha cerrado. —Mo, ¿estás ahí? Mo no responde. —¿No me oyes, Mo? Silencio. —Mo, te estoy llamando... –grita de nuevo Violeta. —Ya te he oído –dice al fin Mo–. No hace falta que grites. —¿Qué te pasa, Mo? Mo no sabe qué responder. También las brujitas de siete centímetros de altura tienen a veces serios problemas para encontrar respuestas a ciertas preguntas. Y para tragar nudos instalados en la garganta. 67
Violeta coge a Mo en la palma de su mano y la sube a su almohada. Como cada noche. Mo tiene hoy la cara llena de arrugas. No solo en la nariz. Todo alrededor de la boca y de los ojos, también. —¿Qué te pasa, Mo? Esa es otra de las preguntas a las que Mo no sabe responder. —¿Estás triste? –insiste Mo. Mo dice que sí con la cabeza, —¿Por qué? Mo sabe que antes o después va a tener que responder, así que decide hacerlo ya. —No sé si me gusta que vayas a tener un hermano. Ya lo ha dicho. Un nudo parece desatarse en su diminuta garganta. —¿Por qué? —Porque a lo peor dejas de quererme. 68
—¿Dejar de quererte? ¿Yo a ti? Violeta pone los ojos como relojes de bolsillo. Como los ojos de Fran. Así de grandes. Pero a pesar de ponerlos tan grandes, no es capaz de ver mejor la razón de aquella tristeza de Mo. —Yo nunca voy a dejar de quererte, Mo –susurra al fin, muy cerca de las diminutas orejas de la brujita de siete centímetros de altura. —¿Nunca? Mo está mirándola a los ojos como si aquella respuesta fuera la más importante del mundo. —Nunca –responde Violeta absolutamente convencida. —¿Ni siquiera cuando nazca tu hermano vas a dejar de quererme? Violeta se queda asombrada. Aquella pregunta no se la esperaba. —¿Por qué habría de dejar de quererte? —Porque ya tendrás a alguien mejor a quien querer. 70
—Eres mi amiga, Mo. —Pero no soy tu hermana. Violeta se queda un instante en silencio. Hay una respuesta que va naciendo en su interior y que está a punto de salir de su boca. Es una respuesta que suena a palabras de mamá, y por eso, a medida que las oye, Violeta comprende que su mamá tiene razón. —Las hermanas no solo quieren a sus hermanos. También habría podido decir que los verdaderos amigos son los hermanos que elegimos. Pero Violeta aún no sabe expresarlo así. Aquella noche, mientras Violeta duerme y Mo vigila sus sueños con la linterna encendida, la puerta de la habitación se abre y entra alguien. Es Mario. Mo lo ve entrar y no hace nada. Sabe perfectamente que Mario no es una bruja. Mario se acerca a la cama y se va inclinando hasta que sus labios quedan muy cerca de un oído de Violeta. 71
—Te quiero mucho, Vio. Lo dice tan bajito que Violeta no se despierta. Ni siquiera cuando a continuación le da un beso. A pesar de no darse cuenta, Violeta sonríe dormida.
6. Un nombre
Esta tarde Mario no tiene función. Está en casa, construyendo piernas de marionetas y pintando sonrisas en caras de cartón sin labios. Cuando no tiene función, Mario prepara nuevas funciones. Piensa en nuevos personajes. Llena la sala de casa de sonrisas tiradas por el suelo. Después las va recogiendo para pegarlas en las caras de esas marionetas que acaban de nacer. A veces, Violeta y su mamá asisten a esos primeros momentos de las nuevas funciones de Mario. No tienen que comprar entrada para hacerlo. Y pueden hablar en medio de las funciones, porque, en realidad, esas funciones en casa no suelen tener ni principio ni final. 72
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—Quiero que hagas una función sobre nosotros –propone Violeta de pronto. Mario y mamá se miran y no parecen saber a qué se está refiriendo. Pero Mario reacciona enseguida, pone un montón de lana negra sobre la cabeza de un muñeco todavía calvo, pega una sonrisa rápidamente en su cara y empieza a mover su boca con los dedos. Los dedos de Mario son capaces de hacer hablar a los títeres que él fabrica.
—Hola, Violeta –dice Mario, poniendo voz de niña–. Soy Violeta. Aquella marioneta no es violeta. Más bien es de color amarillo. Parece un limón que se ríe a carcajadas. Las carcajadas de aquel limón que habla resultan contagiosas. Enseguida, todos están riendo alrededor del limón. Pero Mario ya ha cogido a otro muñeco, en cuyo interior ha colocado una bola de papel. De pronto, aquella marioneta parece estar pegada a un globo aerostático. —Mira, mamá, ¡eres tú! –grita Violeta, entusiasmada. —Sí, yo soy tú –dice la marioneta de inmediato dirigiéndose también ella a la madre de Violeta. —¿Yo? –pregunta mamá poniendo cara de falso enfado–. Pero ¿qué decís? Yo soy muchísimo más guapa que esa alcachofa. Porque es verdad que aquel muñeco parece una alcachofa. Una alcachofa de color verde intenso. 76
Todos vuelven a reírse. Entre carcajadas, van apareciendo todos los demás. Aparece un muñeco que se llama Mario. Y un muñeco que se llama Fernando. Y un muñeco pequeñito, de poco más de siete centímetros de altura, al cual Violeta llama Mo. Mamá y Mario se ríen porque no saben cómo es Mo. Aún no la conocen. Solo saben de Mo lo que Violeta les ha contado. Y no les ha contado demasiado. Lo justo para que sepan que tiene una amiga especial que impide que las brujas entren en su habitación de noche. Por la puerta entreabierta de su habitación, Mo protesta porque no le gusta nada el muñeco con el que Violeta la está representando. —Parece un tapón de botella de champán –grita desde debajo del colchón de Violeta. Desde ese lugar, la voz de Mo apenas se oye. 77
De pronto, Mario saca de su bolsillo un títere todavía más pequeño que el que está representando a Mo. —¿Quién es ese? –pregunta Violeta llena de curiosidad. —¿No me reconoces? –pregunta a su vez el nuevo títere, adquiriendo una nueva voz que Mario le acaba de prestar. —No, no sé quién eres –responde Violeta. —Soy tu hermano –dice el títere. —¿Mi hermano? –Violeta mira y remira aquella cabeza diminuta sin siquiera un pelo, que se parece a una pelota de gomaespuma–. ¿Y cómo te llamas? —Eso me pregunto yo –responde la bola de gomaespuma–. ¿Cómo me llamo? Su pregunta queda suspendida en el aire. En realidad, hace semanas que la casa de Violeta está repleta de posibles nombres para el hermano que va a nacer. Ya van por la ele, caminando hacia atrás en el abecedario. Pero ninguno de los nombres que ha salido parece gustarles del todo. 78
—Tenemos que encontrar ese nombre cuanto antes –dice la mamá de Violeta abarcando con sus brazos su gran barriga–. Tu hermano ya está a punto de nacer. Violeta no sabe bien cómo es eso de nacer. Solo sabe que, en ese momento, su hermano saldrá del globo aerostático. Como lo hizo ella hace siete años, aquel día en que empezó a ser violeta. También sabe que su madre tendrá que ir al médico para que el globo aerostático se abra. Y que vendrá la abuela para quedarse unos días ayudando a mamá. Y que la tía Federica volverá a visitarlos. —Hay que darse prisa –sugiere la mamá de Violeta–. Ya falta muy poco. En el corcho de la cocina hay un calendario en el que mamá va tachando los días que faltan para que nazca el hermano de Violeta. El calendario ya está repleto de cruces. Es verdad que casi no queda nada por tachar. 79
Al lado del calendario, hay una lista doblada en tres partes. En realidad, son tres listas unidas entre sí con una chincheta. Violeta coge su parte de la lista y se va con ella a su habitación. También lleva un rotulador rojo. —Mo, tenemos que encontrar el nombre para mi hermano.
Mo sigue un poco enfadada, porque no le ha gustado que Violeta la haya representado con forma de tapón de botella de champán. Por eso ni siquiera asoma la cabeza por debajo del colchón. Permanece cómodamente instalada en su taza de té verde y blanca.
—Mo, dime un nombre –pide Violeta. —Gusano –responde Mo. Violeta anota la palabra Gusano en su lista. No le gusta demasiado como nombre para su hermano. Aunque diciendo Gus le parecería más bonito. Tacha Gusano y escribe simplemente Gus. Sí, Gus podría ser el nombre de su hermano. De todas formas, tiene que haber algo mejor. —Dime otro nombre, Mo. —Rabo de lagartija –suelta Mo. Cuando Mo está enfadada, dice cosas que ella piensa que son terribles y que, sin embargo, resultan graciosas. Violeta se ríe al imaginarse a alguien que se llame así, Rabo de lagartija. Sabe que ese nombre no es el más adecuado para su hermano. Pero lo anota igualmente. Sin que nadie se lo pida, ahora Mo suelta una lista interminable de nombres. —Grumo de piojo. Grano de araña. Pis de renacuajo. Caca de la vaca... 82
Violeta va anotando cada uno de esos nombres entre carcajadas, pero no le da tiempo a escribirlos todos, porque Mo va demasiado rápido. —... Cetrino azul. Trozo de bobo. Puzle de imbecilidad... Violeta se queda maravillada con este último nombre. No sabe realmente lo que quiere decir, pero no le importa. La palabra “imbecilidad” es una de las más largas que ha oído pronunciar nunca. Le cuesta escribirla. Le faltan letras. Mo la repite incansablemente para ella. Parece encantarle. La lista ha quedado casi repleta. Casi no queda ni un solo espacio para escribir más. Pero Violeta sabe que el nombre más importante aún está por aparecer. Esa noche, Violeta sueña que su hermano va a nacer. Sueña que su mamá se despierta y que despierta a Mario. Que los dos se levantan y que meten cuatro cosas en un bolso para salir rápidamente hacia el hospital. Mientras todo eso sucede, 83
su hermano le habla con su cara de pelota de gomaespuma. —No me gustan nada los nombres que hay para mí en la lista –dice–. Tienes que arreglar eso, Violeta. —¿Cómo quieres llamarte? –pregunta Violeta. Ella sabe que todo eso es un sueño, pero en los sueños una también puede hacer preguntas. Es decisión del sueño si va a haber respuesta o no. En este sueño de Violeta, su hermano decide responder. Acerca la cabeza de pelota de gomaespuma a su oído y le susurra algo. —¡Claro! ¡Cómo no se me había ocurrido antes! –exclama Violeta–. ¡Me encanta! ¡Es un nombre genial! Violeta está deseando decirle a mamá, a Mario y a Mo el nombre de su hermano, pero ahora está demasiado dormida para hacerlo. Todavía tiene ganas de dormir un poco más. En cuanto se despierte, lo hará.
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7. La habitación capicúa
Violeta ya ha dormido lo suficiente. Cuando ha dormido lo suficiente, los ojos de Violeta se abren por sí solos. No es necesario que nadie la despierte. Es ella la primera en querer levantarse. Curiosamente, eso solo sucede los sábados y los domingos o en vacaciones. Durante los días de cole, Violeta tiene siempre un sueño tremendo. —Venga, Vio, despierta. —Vio, hay que levantarse. —Vio, que se hace tarde... Por mucho que le digan, en esos días de cole los ojos de Violeta no consiguen despegarse. Y ella sigue durmiendo. 85
Hoy no es sábado ni domingo. Tampoco es día de vacaciones. Nadie ha tenido que ir a despertarla. Sus ojos se abren por sí solos porque ya ha dormido lo suficiente. Nada más abrir los ojos, Violeta escucha atentamente. Ya es de día. La luz se cuela por las rendijas de la persiana y Mo ronca suavecito debajo de su cama. Cuando Violeta se tiene que levantar, Mo apenas ha empezado a dormir. Pero todo eso no es lo que le parece extraño a Violeta. Lo que le parece extraño es que no haya ningún ruido en casa. Ni platos que chocan en la cocina. Ni grifos que se abren en el baño. Ni pasos que corren de una a otra habitación con prisa. Ningún ruido. Cuando tiene que haber ruidos, el silencio resuena más alto que cualquier otro sonido. El silencio que esa mañana hay en casa es lo que hace que Violeta piense que ha sucedido algo extraño. —Mamá –dice Violeta. 86
Nadie responde. —Mamá –vuelve a decir, esta vez un poco más alto. Alguien mueve una silla en ese momento, y unos pasos se acercan a la habitación de Violeta. —Buenos días, Violeta. Quien ha aparecido por la puerta de la habitación de Violeta no es su mamá. Ni tampoco Mario. Quien ha aparecido es su papá. Fernando. Su papá ya no vive en esa casa. Hace tiempo de eso. Ahora el papá de Violeta tiene otra casa que también es la casa de Violeta, aunque menos, porque allí Violeta no pasa tanto tiempo como en esta. A esta, papá casi nunca viene. Solo viene para buscarla o para traerla. Toma un café, habla un rato con mamá y con Mario, y se va. —¿Qué haces aquí? –pregunta Violeta. —He venido para estar contigo. —¿Y el cole? —Hoy no vas al cole, Violeta. —¿Y mamá? 87
—Mamá está en el hospital. Esta noche ha nacido tu hermano. De pronto, Violeta recuerda que tiene algo importante que decirle a su madre. Y a Mario. Se trata del nombre de su hermano. Se levanta de un salto y ya quiere vestirse. Pero su padre la hace pasar antes por el baño. Violeta se lava y se peina. Se pone una gota de colonia. Violeta se viste con la ropa que más le gusta: el pantalón pirata y el jersey de rayas. También se pone unas medias de rayas que se parecen a las rayas del jersey. Y unas bambas de color azul marino con los cordones blancos. —Tenemos que poner alguna ropa tuya en una bolsa –dice su padre. —¿Por qué? –pregunta Violeta–. ¿Nos vamos de viaje? —No. Te vienes a mi casa –responde su padre. —¿Por qué? ¿Ya no voy a vivir aquí? 88
Es como si una mano invisible le hubiera dado un pellizco a Violeta en el estómago. Violeta siente dolor y susto. Las dos cosas al mismo tiempo. Pero duran muy poco. Casi nada. Porque su padre responde: —No, Violeta. Solo es por unos días. Mientras mamá esté en el hospital. No querrás quedarte en casa sola, ¿verdad? Violeta va a decir que ella no está sola nunca, porque también está Mo con ella, pero no lo dice. Ir a casa de papá unos días también le gusta. Mientras ella desayuna, papá va haciendo su bolsa. Mete la ropa que Violeta quiere llevar. Deja un bolsillo de la bolsa desocupado, porque Violeta quiere meter en ese bolsillo a Mo. —¿Adónde vamos? –resopla Mo entre sueños cuando Violeta recoge de debajo de la cama su taza de té verde y blanca. —Vamos a casa de papá, Mo. Solo unos días. ¿Sabes una cosa, Mo? 89
—Déjame dormir –responde la brujita de siete centímetros de altura, dándose la vuelta dentro de su taza de té. —Mi hermano ya ha nacido –anuncia Violeta–. ¿Me has oído? —Gusano –resopla Mo, antes de volver a roncar bajito. Pero Violeta ya sabe que Gusano no es el nombre que va a tener su hermano. Ni siquiera Gus.
Cuando llegan a casa de su padre, Violeta coloca su ropa y a Mo en su habitación. Su otra habitación. Después se pone a dibujar. Papá ha dicho que irán esta tarde a ver a mamá al hospital, también a ver a su hermano. Pero antes, él tiene que trabajar un poco. Papá tiene una oficina en casa. Es una habitación repleta de cajas y libros y lápices de colores. También tiene un ordenador. El padre de Violeta es escritor. Escribe cuentos. Tiene un montón de cuentos metidos en su ordenador. Y cuando cree que ya están listos, los va mandando por correo electrónico. Unos para una editorial. Otros para un periódico.
—Podrías prepararle a tu hermano un regalo de bienvenida mientras yo termino de hacer unas cosas –dice papá. Por eso Violeta se pone a dibujar. Decide imaginarse sobre el papel a su hermano, metido dentro de una cuna. Ella sabe que las cunas son como jaulas con cama incluida. Lo ha visto en la tele. Cuando acaban de nacer, los hermanos parecen pájaros enjaulados metidos en ese tipo de camas para bebés.
A un lado del dibujo, Violeta escribe el nombre de su hermano. Y sobre ese nombre, pega con un trozo de cinta adhesiva un papelito de color rojo, porque esa va a ser la gran sorpresa del regalo que está haciendo para su hermano. No quiere que nadie lea la sorpresa antes de tiempo. Ese día, Violeta apenas tiene ganas de comer. Está muy nerviosa. Papá tiene que insistir para que coma dos o tres bocados más del plato de espaguetis con tomate. Después bajan a la calle y van a una floristería. Compran un ramo de flores muy bonito. Es el regalo para mamá. El regalo para su hermano lo lleva Violeta bien doblado en uno de los bolsillos de su pantalón pirata. Después se suben al coche y su padre conduce hasta el hospital. Los hospitales son como laberintos blancos. A Violeta el color blanco no le gusta. Es un color que le huele a medicamento. 94
Después de caminar por varios pasillos del laberinto, y de haber subido varios pisos en un ascensor, Violeta y su padre están delante de una puerta con cuatro números: 1441. —Mira, Violeta. Es capicúa. Violeta ya sabe que capicúa es un número que se lee de la misma forma de derecha a izquierda que de izquierda a derecha. Lo sabe porque su padre anda a la caza y captura de números capicúa. Dice que dan buena suerte. Toc, toc... Papá llama a la puerta de la habitación capicúa. —¿Se puede? –pregunta Violeta asomando la cabeza para dentro. Dentro, una señora que no se parece nada a su mamá sonríe al verla. La señora está metida en una cama. También parece una mamá. Pero no es su mamá. De eso Violeta está absolutamente convencida. Violeta da marcha atrás. Se quiere ir. 95
“Nos hemos equivocado”, va a decirle a su padre, pero ese pensamiento no llega a convertirse en palabras porque, de pronto, llega a sus oídos una voz que lo borra todo. —¡Violeta! Es la voz de su madre. Entonces Violeta comprende que las habitaciones de los hospitales no tienen nada que ver con las habitaciones de las casas. Las habitaciones de los hospitales también son como laberintos blancos. Por eso huelen a medicamento. Y están repletas de camas en las que varias mamás esperan a sus hijos. Violeta corre hacia su mamá. Su mamá está tan guapa como siempre, pero parece cansada. Sonríe. Ya no tiene un globo aerostático. O eso parece. Violeta le da un beso y las flores. Mario está con ella. Mario también parece cansado, pero no se ha metido en la cama como mamá. Las camas de los hospitales son para que se acuesten las mamás que han sido mamás. 96
Mario no ha sido mamá. Mario ha sido papá. Los papás no se acuestan en las camas de los hospitales. —¿Y mi hermano? –pregunta Violeta. En aquel momento, entra alguien en la habitación. Es una enfermera. Trae una cosa entre las manos. Esa cosa es el hermano de Violeta. Viene envuelto en una manta. Por eso parece una cosa. Pero no es una cosa. Es su hermano. —Mira, Violeta. Es tu hermano –dice su madre acercándole aquella cosa–. Dale un beso. Violeta no sabe cómo se dan besos a los hermanos. Nunca ha besado a ningún hermano. Decide probar y darle un beso normal. Acerca los labios a aquella cosa y la cosa se mueve. Es su hermano. Violeta lo mira. Es pequeño, pero no tan pequeño como Violeta pensaba. No parece una bola de goma-espuma. —¿Cómo se llama? –pregunta entonces papá. 97
El papá que ha hecho esa pregunta es Fernando, el papá de Violeta, no el papá de su hermano. El papá de su hermano es Mario. En ese momento, Violeta recuerda que tiene algo muy importante que decirle a su madre. Es el nombre de su hermano. El nombre que su hermano le ha dicho a Violeta en sueños. —Mamá, mi hermano se llama Bruno. Lo dice, y para que quede bien claro, saca su dibujo del bolsillo del pantalón pirata y se lo enseña. Mamá mira el dibujo y sonríe. Levanta el papelito de color rojo y comprueba que, efectivamente, el nombre de su hermano es Bruno. —Bruno –repite mamá–. Es un nombre precioso, Violeta. Violeta no sabe si Bruno es un nombre precioso. Pero sabe que Bruno es el nombre de su hermano. Así de sencillo. Así de corto. Bruno.
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8. Bruno
Bruno está en casa desde hace algunos días. La casa ha cambiado un poco desde que Bruno ha llegado. En primer lugar, hay una cuna en la habitación de mamá y Mario. Es como una jaula con cama dentro, pero más bonita. Le han puesto encima una estrella de mar que sube y baja. Es una estrella de color violeta. Pero la estrella no se llama Violeta. Se llama Ibiza. Al menos eso pone en la estrella. Es uno de los regalos que ha traído la abuela para la cuna de Bruno. La abuela estaba de vacaciones en Ibiza cuando nació Bruno. En realidad, la abuela está de vacaciones siempre. Ya no tiene que ir al cole, 99
ni a trabajar, ni a nada. Por eso está siempre de vacaciones. En Ibiza o en donde sea. El abuelo tampoco tiene que ir al cole, ni a trabajar. Pero él no está de vacaciones. El abuelo no está. Murió. Morirse debe de ser como irse de vacaciones, pero ya no vuelves. Al menos eso piensa Violeta. Para que la abuela pueda dormir, han sacado una cama del sofá del salón. Resulta que el sofá tiene una cama dentro. Es como la cuna de Bruno, pero sin jaula, y mucho más grande. También ha venido la tía Federica, pero ella no se queda. La tía Federica vive cerca, por eso no es necesario sacarle camas de los sofás. La tía Federica ha traído un regalo para Bruno y otro regalo para Violeta. A Bruno le ha dado una taza de té blanca y verde, con un paisaje pintado dentro. Y a Violeta le ha dado un chupete. Violeta se ha quedado un poco extrañada al principio. No sabría qué hacer con ese chupete. Ya se le ha olvidado. 100
Pero todo ha sido una confusión. El chupete es para Bruno y la taza de té para ella. Violeta iba a decirle a la tía Federica que ya tienen una taza de té exactamente igual a esa, pero su madre se ha apresurado a hablar para que no pudiera decir nada. Total, a Violeta la taza le gusta. Repetida y todo. Y sabe que a Mo le va a gustar todavía más. Como el salón está repleto de gente, Violeta se va a su cuarto llevando la nueva taza de té entre sus manos, metida en una cajita con tapa de celofán y con un lazo de quita y pon, que antes ha debido de estar en otro paquete, porque trae todavía restos de papel de regalo de otro color. —Mira, Mo. Otra taza de té. Mo se pone a dar saltos de alegría. Le encanta saber que, a partir de ahora, su casa de porcelana va tener dos habitaciones. De pronto, se queda en silencio. —Oye, ¿tendrá bruja dentro? 101
Mo y Violeta se miran con los ojos muy abiertos. Parecen los ojos de Fran. Sería maravilloso que allí dentro viniera otra brujita de siete centímetros de altura. Abren la caja de inmediato y sacan la taza. Dentro de la taza no hay bruja. Ni siquiera brujita. El interior de la nueva taza de té está completamente vacío. —¡Ohhhh! –exclamó Mo de repente. Mo se ha quedado pasmada mirando el paisaje que viene dibujado en el interior de la nueva taza de té. Es el mismo paisaje de su taza de té de siempre, pero en esta taza, si una se fija con atención, aparecen nuevos personajes, suceden cosas distintas. —Siempre he querido saber cómo continuaba la historia –dice Mo, encantada. A Violeta el interior de la nueva taza de té no le parece tan interesante. En realidad, le marearía un poco ponerse a mirar esa escena con la misma atención con la que la mira Mo. Prefiere ver los dibujos en la tele. 102
Así que decide dejar a la brujita de siete centímetros disfrutando tranquilamente de su nuevo pedazo de casa y se va a la cocina. En la cocina, está Mario con dos amigos, Jorge y Carmen, tomando café. Están hablando de una función. Mario y sus amigos casi siempre hablan de funciones. Los amigos de Mario son simpáticos. Saludan a Violeta y le preguntan por Bruno. Pero ella no sabe qué decirles. Todavía no conoce demasiado a Bruno. No sabe si le gustan las patatas fritas o los espaguetis con tomate. Si le gusta la Pantera Rosa o si prefiere ver a los Simpson. —Total, no dice nada. Solo llora de vez en cuando –dice Violeta. Los amigos de Mario se ríen, pero enseguida vuelven a hablar de funciones y se olvidan de ella. Está claro que en la cocina tampoco se lo va a pasar demasiado bien hoy. Finalmente, acaba en la habitación de mamá y Mario. Con Bruno. Bruno está metido en su jaula-cuna. Duerme. Bruno se pasa casi todo el día 103
durmiendo. Es un aburrimiento de hermano. Al menos por el momento. Violeta decide investigar cómo es Bruno. Todavía no ha podido verlo con calma. Levanta la manta con la que lo han tapado y descubre que Bruno hoy es de color naranja. Ayer era de color azul. Parecía un pitufo. Bruno no es de color violeta, nunca lo ha sido. Porque él no es Violeta. Él es Bruno. Tampoco tiene la cabeza como una bola de gomaespuma. En la cabeza de Bruno hay pelitos oscuros como los que Violeta tiene en la suya. Pero los de Violeta son muchos más y no son pelitos, son pelos. Los pelitos de Bruno no dan ni siquiera para hacerle una coleta. Pero aunque alcanzaran para hacerle una coleta, Violeta cree que le gusta más Bruno así, sin coleta, con la cabeza repleta de pelitos suaves que dejan ver el color de su piel morena. También le gusta la nariz de Bruno. Es una nariz como un botón. Violeta decide pulsar ese botón a ver qué pasa. Pulsa una vez 104
y no pasa nada. Pulsa dos veces, y Bruno abre los ojos. Pulsa tres veces, y Bruno empieza a mover las manos y a abrir la boca. Resulta que ese botón que Bruno tiene en la nariz debe de servir para que Bruno empiece a funcionar. Quizá pulsando algunas veces más, Bruno se ponga a hablar y le pueda contar, como hacía en el sueño en el que le dijo cuál era su nombre, en dónde ha estado metido todo este tiempo. Violeta sabe que Bruno ha estado metido en el globo aerostático que mamá tenía pegado a su barriga. Pero no sabe cómo es el globo por dentro, cómo se vive allí metido. Sabe que ella también estuvo metida durante un tiempo en un globo parecido, antes de nacer, cuando aún era violeta, pero de eso no recuerda nada. Quizá Bruno pueda ayudarla a recordar. En lugar de hablar, Bruno empieza a llorar al sentir que Violeta no deja de pulsar el botón de su nariz. Bruno llora y patalea, y Violeta no sabe en qué botón hay que pulsar para desconectarlo. 106
En ese momento llega mamá y coge a Bruno en sus brazos. Bruno sigue llorando un ratito más, pero rápidamente se calla, porque mamá lo ha acercado a su cuerpo y él parece sentirse muy bien así. Mamá busca entre los lazos que cierran su camisa, los desata y acerca a Bruno a uno de sus pechos. Los pechos de mamá también se llaman tetas y son más grandes que los que tiene Violeta. También son más grandes que los que tiene Mario. Los pechos de mamá son ahora más grandes que nunca. Bruno se queda pegado a uno de sus pechos y se lo mete en la boca. —Cuidado, mamá, te va a morder –grita Violeta sin saber por qué mamá deja que Bruno haga eso. —No, Violeta, no muerde –responde mamá–. Bruno todavía no tiene dientes. —¿Entonces, por qué hace eso? —Está comiendo. 107
—¿Comiendo? ¿Te está comiendo a ti, mamá? Violeta no tenía ni idea de que su mamá fuera comestible. Mamá le explica que las personas, cuando son bebés, solo se alimentan de leche.
La leche que toman los bebés está dentro de los pechos de las mamás. —¿Y cómo te has metido la leche ahí, mamá? Violeta no entiende nada. La leche llega en botellas a casa y se guarda en la nevera, no en los pechos de mamá. Mamá sonríe y le dice que se trata de una leche muy especial. Es una leche que las mamás producen para los bebés. —¿Le gusta más esa leche que los espaguetis con tomate? –pregunta Violeta. —Mucho más. —¿Más que un huevo con patatas fritas? —Sí, más. Violeta no acaba de creerse que Bruno prefiera la leche a esas cosas tan ricas. A ella la leche no le gusta nada. Solo se toma la leche con cacao porque puede mojar galletas, y así está mejor. Violeta no sabe si la leche que mamá le da a Bruno también tiene cacao. Le gustaría saberlo. Se lo piensa un rato y al final dice: 109
—Oye, mamá, ¿me dejas probar esa leche? —No, Violeta. Tú ya has tomado de esta leche. Ahora la necesita Bruno. Bruno va a beber esa leche hasta que pueda comer otra cosa. Espaguetis con tomate o patatas fritas con huevo. Cuando empiece a comer todo eso, mamá dice que Bruno también empezará a hablar. O incluso antes. Violeta tiene ganas de que Bruno empiece a hablar. Como lo hacía en el sueño en el que le dijo cuál era su nombre. Pero para que eso suceda aún va a tener que esperar. Así que tener un hermano, entre otras cosas, es aprender a esperar. Violeta empieza a comprender eso. También empieza a descubrir que tener un hermano es algo más complicado de lo que imaginaba. Un hermano es como un misterio. Llega repleto de cosas sin explicar. Por el momento no tiene más impresiones. Ya son bastantes para un día. 110
Mamá acaba de poner a Bruno en la cuna, y Bruno se duerme en un pispás. Se queda frito. Violeta sabe que en ese momento se pueden decir cosas importantes al oído de las personas. Que esas cosas se quedan almacenadas en los sueños. ¿Quién sabe? A lo mejor Bruno puede entenderla mejor a través de los sueños. Ya ha sucedido una vez. Bruno se llama Bruno por un sueño. Violeta se acerca a la cuna de Bruno y, muy despacito, se pone más cerca aún de uno de sus oídos. Ya no se le ocurre tocarle en el botón diminuto de la nariz. No. Solo pone los labios pegados a la oreja de Bruno y le dice: —Hola, Bruno. Soy Violeta, tu hermana. Te quiero mucho, Bruno. Entonces Violeta se va a su cuarto. En la cuna, Bruno sonríe. Es su primera sonrisa de bebé. Un sueño de color violeta está empezando a hacerle mucha gracia.
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