El sueño del laberinto propio - Revista 7 Días

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sociedad • Por María Florencia Pérez (Desde El Hoyo, Chubut) - Fotos: Thom Sánchez

El sueño del

Laberinto propio En su finca de la localidad del Hoyo (Chubut) una familia acaba de inaugurar el más grande de Sudamérica. La historia detrás un anhelo inusual.

L

a escena pinta una época y también ilustra la prepotencia de un sueño. Corrían los años 80 y Claudio Levi a sus veintitantos ya despuntaba una obsesión. Lápiz en mano ponía en pausa el VHS del filme “El resplandor” y apoyaba una hoja de calcar sobre la tele: la imagen del laberinto de setos pergeñado por Stanley Kubrick, lejos

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de asfixiarlo, lo inspiraba, merecía una reproducción. Casi treinta años más tarde este muchacho de Olivos que adoptó a la Patagonia como su lugar en el mundo concretó su particularísimo sueño: este verano inauguró en su finca chubutense el laberinto más grande de Sudamérica. “Los laberintos siempre me encantaron, de chico estuve en el de Córdoba, me acuerdo que me perdí de

mi papá y yo, alucinado. Siempre me gustaron en los cuentos, en los libros de Kafka, de Borges. Incluso tiene que ver con la vida de montaña: eso de salir y perderse, pasar una noche complicada en el bosque y al final encontrar la salida”, explica. Esa fascinación por las encrucijadas que se transmutan en desafíos se le imprimió en el espíritu, se le hizo un dogma que lo llevó a descubrir una localidad inhóspita, un


Made in Argentina Hasta ahora sólo había dos laberintos vegetales en el país. Uno de 3100 metros cuadrados en la localidad de Montecarlo, Misiones. Ubicado en el Parque Vortisch era, hasta la inauguración del laberinto patagónico, el más grande del país. Pero el más popular probablemente sea el laberinto de ligustros de Los Cocos en Córdoba.

A CLAUDIO Levi le llevó veinte años concretar su sueño. el y su mujer plantaron 2100 cipreses para construir el laberinto de 8500 metros cuadradoS

valle rural en plena cordillera, El Hoyo, donde vive hoy con su familia. “Fue una vorágine. Me vine solo en junio del 83, a los 22 años. En ese momento era difícil el acceso hasta este lugar. Los caminos que existen hoy no estaban, el terreno estaba invadido de mosquetales de tres metros de altura. Estuve años viviendo sin luz eléctrica y tomando agua del río. Me instalé en una cabaña que me hice con palos vie-

jos de ciprés”, relata. Resulta difícil imaginar ese panorama: hoy las tierras parquizadas donde Claudio Levi cultivó los cipreses que dieron forma al laberinto son una suerte de postal verde e idílica con marco de cerros y bosques nativos incluido. Este es el valle más bajo del Cordillera donde mejor se dan arándanos, frambuesas, zarzamoras, cerezas y grosellas, que le valieron a la localidad del Hoyo

el nombre de Capital Nacional de la Fruta Fina. “Yo hasta cultivé sandías y melones”, dice Levi orgulloso. Pero en esta historia fecunda de frutos y sueños hay otra protagonista, Doris, la mujer de Levi. Ella juega de local, nació en los años setenta en El Bolsón: “Soy la hija de la primera hippie que se vino a vivir acá”, dice divertida. De risa y entusiasmo fácil, a Doris nunca le pesó seguir y apoyar

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El más grande del mundo

CLAUDIO Y SU MUJER, DORIS, DICEN QUE EN GENERAL LLEVA COMO MÁXIMO UNA HORA SALIR DEL LABERINTO. SUS HIJOS LO HACEN EN TIEMPO RECORD.

Es un jardín amurallado por bardas de bambú que tiene una superficie de alrededor de 7 hectáreas y queda en Fontanellato, Italia. Es obra del fundador de una de las editoriales de libros de arte más famosas del mundo, el italiano Franco Maria Ricci. Este laberinto cuenta con un museo con sus colecciones de arte y una biblioteca, la Babel que le prometió a uno de sus amigos: el escritor Jorge Luis Borges.

DESDE ENERO EL LABERINTO ESTÁ ABIERTO AL PÚBLICO. “para un psicólogo esto es un experimento bárbaro”, ASEGURAN SUS DUEÑOS. a su pareja en cada paso que dio durante veinte años para concretar este proyecto. Juntos diseñaron, plantaron y cuidaron cada milímetro de este laberinto así como la huerta orgánica de la que hoy vive su familia. “Si hay algo en lo que creo son en las cosas a largo plazo”, argumenta ella. Los resultados están a la vista. El laberinto ocupa una superficie de 8500m2 entre pasillos, plazas internas y cami-

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nos serpenteantes. Está hecho de 2100 cipreses que forman un cerco vivo de 180 centímetros de alto y 80 de espesor. Hasta el año pasado no estaba abierto al público general sino que lo prestaban a colegios primarios y secundarios. Esta temporada se abrió al turismo que llega a la Comarca Andina del Paralelo 42. Con una entrada de sólo veinte pesos se impone como el plan perfecto para esa hora en que baja el sol.

“Acá la brújula es la intuición. Si embocás el camino justo, tardás 90 segundos, pero en general lleva entre 15 minutos y una hora. También están los que salen por donde entraron porque se rinden. Para un psicólogo esto es un experimento bárbaro. Ves al atolondrado, al intuitivo, al observador”, asegura el hombre que se permitió perderse y finalmente se encontró. Más info: www.laberintopatagonia.com


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