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La mascapaycha y la corona
Tras la captura de Atahualpa seguirán el rescate y su muerte el 26 de julio de 1533 que el emperador reprochará a Pizarra, probablemente por la dificultad de asumir límpidamente el reino sin un pronunciamiento explícito de cesión. Esta muerte injusta y políticamente prematura, hacía aún más necesario asimilarlo a un rey, identificar sus atributos de monarca y definir el ámbito de su dominio. Los intentos por verter su soberanía al emperador, nombrando a un sucesor dócil a los españoles pero que los indios pudieran · reconocer, se verán sucesivamente frustrados. Esta dificultad en lograr la translación llevará a pensar otras soluciones. La sujeción arguyendo una guerra justa,aunque más autoritaria, requerirá _ una inversión simbólica capaz de transformar a Atahualpa en el soberano, que nunca fue, de todo el Tahuantinsuyo.
Se puede tomar como antecedente del trabajo de sometimiento por la imagen, el escudo con que, desde 1529, se premió a Francisco Pizarra como descubridor [fig. 9).
En él aparece, en una primera apropiación visual del territorio, Tumbes, pero se trata de una vista totalmente fantasiosa que la transforma en una urbe occidental. Las descripciones de las armas otorgadas en los años inmediatos a la toma de Cajamarca , dejan suponer que se podía partir de un deseo expresado por los beneficiarios, pero con modificaciones, agregados y adaptaciones que, o ilustran sus hojas de méritos y servicios, o introducen los símbolos del emperador para recordar su autoridad tutelar y, seguramente, atemperan pretensiones desmedidas. Esa concertación parece fijar la forma definitiva. Ciertos escudos presentan serpientes o cabezas de ellas, un árbol de coco, un león rojo con manchas negras que parece designar un puma o un otorongo.
No siempre se puede tener la certidumbre de que sean signos utilizados localmente y asimilados por los españoles como equivalentes a una heráldica indígena, fácilmente traducibles a las convenciones europeas. El que se encuentren más tarde en escudos concedidos a nobles indígenas no es prueba suficiente. Es al sevillano Juan de Porras, alcalde mayor de la expedición conquistadora 9, antes que a ningún miembro de la élite indígena, a quien correspondió el primer escudo que ostenta con certidumbre un motivo incaico [fig. 10). El 23 de agosto de 1535 se le concedía en nombre de la reina uno que tenía 11 por orla del dicho seudo quatro cabezas de leones y quatro borlas como las que traia el cacique atabaliba por corona alumbradas de colorado" 10•
El león corresponde tradicionalmente a la figura del rey, su cabeza [que en heráldica, si no se precisa lo contrario, se entiende está cortada 11 ) indicaría la de un monarca y, verbalmente, la mascapaycha está explícitamente asimilada como corona de Atahualpa en el texto. La repetición de los símbolos podría corresponder a las cuatro provincias del imperio. Estas armas debían ilustrar los servicios rendidos durante la conquista del
Perú en la que tuvo cierto protagonismo y acompañó a Atahualpa hasta el lugar de su ejecución 12• Es interesante que la insignia de mando está correctamente identificada como la borla roja, así lo había hecho también Francisco de Xerez en su crónica 13, pese a la falta de analogía formal: a diferencia de una corona europea, no podía ceñirse sola a la cabeza 14•
Fig. 8. La mascapaycha del inca. Grabado por Federico Craus a partir de un original perdido del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo para ilustrar su Historia general y natural de las Indias [1549]. Madrid, 1855.
Fig. 9. Primer escudo de Francisco Pizarra con la vista de la ciudad de Tumbes (1529) que figura en el Cedulario del Perú. Archivo General de Indias, Sevilla.
Fig. 10. Escudo de Juan de Porras (1535). Cromolitografía. Copia por P. Carcedo, litografiado por M. Díaz. En Nobiliario de conquistadores de Indias. Madrid, 1892.
Fig. 11. Segundo escudo de Francisco Pizarra ( 1537). Cromolitografía. Copia por P. Carcedo, litografiado por M. Díaz. En Nobiliario de conquistadores de Indias. Madrid, 1892.
Sólo después que a Porras, se le otorgó un segundo escudo a Pizarra (fig.11) pero ya no como descubridor sino como· conquistador. Esta diferencia llevaba a tener, por primera vez, que sintetizar y definir el Perú como entidad geopolítica (con una capital),a Atahualpa como su rey (con una corona) y la conquista misma como la sujeción de dicho territorio gracias a la captura de su soberano 15• En la parte superior debía figurar "la dicha ciudad del Cuzco en memoria de haverla vos poblado y conquistado con una corona de Reí de oro sobre la qua! esté asida una borla colorada que el dicho atabalipa cacique traia"y"en la otra tercera parte de abaxo que es la parte principal de dicho seudo un leon pardo que tenga en la cabec;a una corona de oro que esté preso por la garganta con una cadena de oro en señal de aver preso al cacique atabaliba" ,e Entre otros elementos y adornos, llevaba el escudo una orla con siete grifos atados igualmente por la garganta. Mascapaycha y corona están ahora unidas, fusionadas en un solo signo que las hace equivalentes y señalan al Cuzco como capital, como cabeza del reino. Es una paradoja que el atributo de Atahualpa marque como centro del imperio la ciudad a la que oponía Quito como rival, pero ello muestra bien el objetivo y la necesidad a la que responde la representación: hacer confluir los signos del poder en un solo objeto, una sola persona y un solo lugar capaces de representar la totalidad. Esta economía de la imagen no sólo calla la realidad de la guerra interna, al hacerlo concede a Atahualpa y a su rechazo del requerimiento lá representatividad universal suficiente para justificar el sometimiento que el león cautivo simboliza sin ambigüedad. La eficacia de esta fórmula, elaborada desde la metrópoli y ofrecida por ella como insignia al conquistador del Perú,explica el éxito de la mascapaycha como el ícono por antonomasia de la soberanía peruana, indiscutido a lo largo de la historia colonial y que todos los que quieran reclamar o evocar utilizarán. Esta elección explica también que Atahualpa prisionero se convierta en una figura emblemática como último monarca peruano o americano, denominación que quedará en los escritos e imágenes europeas como su epíteto convencional del siglo XVI al XVIII ,r Un tercer y último escudo le será otorgado a Pizarra a fines de 1537 en premio a haber vencido el cerco del Cuzco (fig. 1). El no haber estado presente en los hechos parece irrelevante frente a la significación otorgada a ese momento.Tras la muerte de Atahualpa y de Huascar, es con la coronación en noviembre de 1533 de un sucesor cuzqueño, Manco Inca Yupanqui,que se intentó dar una cabeza visible y reconocida al Tahuantinsuyo
para que transfiriese, como había hecho Moctezuma ante los señores de su imperio, la soberanía al emperador. Pero, el mismo inca que se había hecho vasallo se rebeló y sitió la antigua capital durante ocho meses, poniendo en real peligro la presencia española en el Perú. El fin del asedio afianzó definitivamente la conquista pero no resolvió el conflicto con un pacto preciso. Incluso si pudo presentarse como una guerra capaz de justificar, ahora sí, el sometimiento, no hubo una victoria en sentido pleno que definiera el reconocimiento de los vínculos entre ambas partes y el inca se refugió en Vilcabamba que, más que una amenaza real al poder español, será durante treinta y cinco años una suerte de asunto diplomático pendiente. Frente a esta situación, Atahualpa, claramente vencido y capturado, era una carta más segura. Por ello el escudo correspondiente al cerco reiterará la imagen del 11dicho cacique atabalipa abiertos los brac;os y puestas las manos en dos cofres de oro y una borla colorada en la frente que es la que el dicho cacique traia con una argolla de oro a la garganta asida con dos cadenas de oro" 18• Se introduce por primera vez la representación del rescate, elemento convencional en los triunfos clásicos, usado para significar el trofeo de una victoria justa. Este tipo de entrega se transformará en un tópico pero, más que como hecho histórico preciso, como uno de los gestos rituales más repetidos en las fiestas hasta la independencia, el del Perú que ofrece sus tesoros a su rey. La insistencia, en las cuatro diferentes menciones a la borla, en hacer explícito que es la que llevaba Atahualpa muestra que la asimilación corona-mascapaycha se está construyendo probablemente sin que exista la certeza de que la mascapaycha sea el signo distintivo de una dinastía o de un estado preciso. De hecho, el nombre de inca no aparece todavía y, sin él, con sólo el de cacique, no era posible su asimilación como un signo de poder ligado a esa categoría. Hasta que no se logre ese salto de identificación del inca, la mascapaycha será un distintivo de poder individual. Por otro lado, es obvio que no forma parte del lenguaje heráldico y que tampoco se está utilizando para representarla un signo convencional indígena; por ello debe darse una pauta para su representación. Existía entonces un modelo y la mascapaycha de Atahualpa (real o presunta) se encontraba en la corte a disposición del funcionario encargado de pintar las armas en los cedularios. Efectivamente 19, un clérigo apellidado Morales fue encargado de enterrar a Atahualpa y, cuando las esposas de este aventaron a la tumba su borla,"la sacó e llevó a España" 20• Sólo sabemos que este sacerdote de personalidad esquiva 21 llegó con ella a la corte antes de agosto de 1535. Allí debió pronto integrar la vasta colección de vestidos y joyas peruanos. Hernán Cortés le había enviado a Carlos V un grupo de regalos que constituían la materialización de su dominio sobre el nuevo imperio. Si la historia de esos objetos aztecas ha sido profusamente estudiada 22, el origen del equivalente peruano (momento exacto y circunstancias del envío 23) permanece en la sombra aún cuando su significado político sea transparente: debía marcar la victoria y el sometimiento del Tahuantinsuyo a la corona imperial. El más antiguo inventario de estos objetos data de 1545. Se encontraban entonces cuidadosamente custodiados por el guardajoyas del emperador, en el mismo contexto que las pertenencias del rey de Túnez, arrebatadas cuando Carlos V tomó la ciudad en 1535, y que, más que un simple trofeo de guerra, tenían el valor de significar su posesión sobre ese espacio clave de la costa africana 24• Entre más de un centenar de piezas 11de la isla del Perú" se puede identificar varios atributos de poder inca. Además de numerosos uncus, camisetas y mantas de plumas de diferentes diseños y, muchos de ellos, con aplicaciones de oro, y otras tantas joyas con formas de plantas y animales, habría que destacar una vasija de oro y plata con unas figuras 11de hombre y de mujer de los que se dice son semejantes al señor soberano y su dama de la provincia del Perú" que debe haber sido una suerte de paccha metálica con figuras votivas del inca y la coya y, por
• Fig. 12. Triunfo del emperador, Dick
Volckertzs Coornhert (a partir de un dibujo de Maarteen van Heemskerck). Primer grabado en cobre de la serie Las victorias de Carlos V, de Hieronymus Cock.
Amberes, i 556.
supuesto,"una corona de lana verde tejida con un plumero de lana como de franjas rojas; la dicha corona estaba en el casco que tenía el señor soberano de la provincia [del Perú]" también descrita como "una corona de algodón verde con una manera de plumaje colorado" 25 {con esos mismos colores, verde para el 1/auto y rojo para la borla, aparece en el Manco Cápac de Murúa (véase figura de pág. 42)}. Los funcionarios que hacen el inventario saben cuál es la fama del objeto pero es evidente que no están tan informados como quienes otorgaron los escudos. Para ellos prima la semejanza formal, de modo que, el 1/auto verde, que se ceñía a la cabeza, se asimila propiamente a una corona que lleva por adorno una borla. Aunque no tuvieran en la memoria el nombre de Atahualpa, su función política y la identificación de quien la llevaba ya no como cacique sino como el "señor soberano", repetida en la descripción del motivo de la vasija, muestra que el salto político ya se ha dado y, aunque la palabra no esté en el vocabulario de los escribanos de Bruselas o Simancas, co-