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Dos milagros de conquista o la construcción por la imagen
el señorío universal del Tahuantinsuyo y no una corona individual. Este nuevo sentido debió ser lo suficientemente importante para que se inventara, como si fuese una verdad histórica, que la borla roja era el símbolo reservado exclusivamente para el monarca de la totalidad del imperio peruano.Así lo hizo Gómara quien, reconociendo a "Guaxcar señor soberano de todos los reinos del Perú", pretende que Atahualpa "nunca se puso la borla [roja] hasta que lo tuvo preso" 39 cuando se sabe que en realidad la usaba ya antes de su prisión en Caja marca 40• La lectura de los arcos supone una identificación tal que los incas son plenamente la imagen de los españoles. Es cierto que la decapitación apunta también a un cuestionamiento de la legitimidad indígena pero este es ambivalente. Con ella la sucesión cuzqueña y la de Vilcabamba quedaban descartadas pero ese vacío hacía emerger las élites étnicas regionales. Esta primera representación de un inca con la cabeza cortada es también el inicio de una perdurable leyenda. Para estudiarla no hay que perder de vista en ningún caso quiénes inventaron esa imagen y, más aún, que lo hicieron en defensa de los intereses metropolitanos. Si una tendencia da cohesión a las imágenes que se fijan en torno a la autoridad imperial de Carlos V, desde el descubrimiento hasta la pacificación final en 1557, es que todo el peso político del Tahuantinsuyo se va concentrando en la figura de Atahualpa y que, implícita o explícitamente, es el requerimiento, cristalizado en su captura, el punto de flexión que transmite la soberanía simbolizada en su mascapaycha-corona a la cabeza del emperador. Frente a ello, se fue descartando el reconocimiento de cualquier otra autoridad: tanto de una posible sucesión incaica, simbólicamente decapitada, como de los encomenderos rebeldes cuyas cabezas sangrantes decoraron la orla del escudo de Potosí (fig.17).A los conquistadores como tales, la mayor visibilidad que se les había concedido en reconocimiento a su labor era cederles, en sus escudos, la sujeción de los atributos del poder incaico. Por todo ello la imagen del inca será central en los conflictos simbólicos en el Perú entre indios, caciques, encomenderos, funcionarios de la corona e Iglesia. Esa centralidad no tiene en ningún caso su origen en la cristalización de una identidad indígena, muy por el contrario, es el poder metropolitano y sus representantes quienes eligen los elementos más importantes del repertorio visual que entrará en disputa.
Terminada la pacificación, Carlos V cedió a su hijo sus posesiones americanas. El virreinato juró fidelidad a Felipe II en 1557 pero, hasta 1568, este no definió las políticas que darían un perfil definitivo a la nueva sociedad. Durante esa larga década de transición 41 fue posible influir sobre ese destino final. Los encomenderos vuelven a la carga, esta vez por la vía de la negociación, tratando de obtener el mantenimiento de sus antiguos privilegios. Mientras tanto, el cuestionamiento del poder incaico había acrecentado el protagonismo y la legitimidad de las élites de los antiguos señoríos prehispánicos. Con la ayuda de los frailes del partido de los indios, pudieron contraofertar en pro de la abolición total de las encomiendas 42• Pero, a fin de cuentas, fueron los funcionarios reales quienes construyeron lentamente lo que será el proyecto colonial definitivo. Mientras Felipe II perpetúa el prestigio de autoridad de la imagen de su padre, en el Perú son tiempos de diálogo. La ampliación del repertorio visual se hará ahora en un terreno religioso, con la anuencia obligada de los indígenas y, en buena parte, en detrimento de los conquistadores.
.A Fig. 18. Milagro de Santa María, en el Cuzco. Felipe Guarnan Poma de Ayala. Nueva coránica y buen gobierno. 1615. Folio [404] del manuscrito en la Biblioteca Real de Copenhague,
Dinamarca.
Fig. 19. Descensión de la Virgen sobre el Sunturhuasi. Cuzco, fines del siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 282,5 x 231 ,2 cm. Complejo Museográfico "Enrique Udaondo" de Luján, Argentina.
Fig. 20. Santiago Mataindios. Primera mitad del siglo XVIII. Lienzo en la Iglesia de Pujiura, Cuzco.
Toda imagen debe partir de una apariencia consensual para poder ser políticamente eficaz y ejercer una real presión ideológica, más aún para imponer una hegemonía.
La construcción de la nueva sociedad necesitaba de una representación en que se pudieran reconocer conquistadores, vencidos y la corona. Al cuestionar el requerimiento, sólo una voluntad divina, ausente de los hechos de Caja marca pese a que se tuviera por extraordinaria la captura del inca, podía generar ese elemento de confluencia. El año 1535, Manco Inca sitiando el Cuzco puso en jaque a los españoles al punto que pareció posible revertir la conquista. El desenlace final fue, sin embargo, favorable a los invasores. Los relatos estrictamente contemporáneos a los hechos son sin duda entusiastas sin que haya en ellos vestigio de aparición ni de milagro 43, aunque pueden ver la victoria obtenida in extremis como uri signo providencial.
Pero ello era un tópico de autojustificación perfectamente establecido. Toda victoria lograba así su plena legitimidad: Dios como juez supremo no hubiese tolerado una injusticia, su intervención por lo tanto, presentida en lo imprevisible, estaba señalando que la causa del vencedor era justa. De otro lado, el triunfo atribuido a Dios, aun cuando diluyera el heroísmo del vencedor, permitía encontrar un terreno de entendimiento para establecer, y hacer aceptar con la menor resistencia posible, términos durables de paz futura al vencido, como si éstos viniesen ofrecidos por una voluntad exterior al conflicto y no por su enemigo. Y, efectivamente, el milagro llegó cuando llegó la paz, veintitrés años después de la batalla.
El milagro se fue modelando con la memoria indígena. La prueba de una victoria justa no podía imponerse como un gesto más del poder del vencedor. La diferencia fundamental con la reconquista, cuyos ficticios milagros sirvieron de modelo, es que, aquí, el milagro no podía agotarse en confirmar la militancia de una guerra santa para la expulsión de los infieles. Ese discurso identitario era una construcción de enfrentamiento y polémica pero, ante todo, era unilateral. El milagro colonial por el contrario, para ser · aceptable y eficaz, debía ser enunciado y reconocido por el vencido.
Los milagros fundadores de la conquista del Perú aparecen ante la dificultad de resolver definitivamente un principio único para la transmisión de la legitimidad política, cuestión que tardará todavía en estabilizarse. La necesidad de construir un consenso permitirá desligarlos de los hechos de Cajamarca y dirigirlos más bien a cuestionar la resistencia. Son un pronunciamiento a favor de una sociedad cristiana indígena bajo la corona castellana. El milagro fundacional, que confirma que esta sociedad no sólo es posible sino ineluctable, lo constituye la doble aparición de Santiago Apóstol y la Virgen combatiendo contra los indios rebeldes. El momento en que el milagro se enuncia por primera vez y cristaliza, entre 1558 y 1560, es más que elocuente. Tras la muerte de
Manco Inca en 1545, la resistencia militar de Vilcabamba estaba temporalmente extinguida y, por la vía diplomática, se había intentado llegar a un acuerdo. Sayri Túpac, hijo del antiguo inca rebelde, saldrá de su reducto, llegará a Lima en enero de 1558 para entrevistarse con el virrey Hurtado de Mendoza y, renunciando a sus derechos, se instalará finalmente en la antigua capital del Tahuantinsuyo. Con esta nueva paz, el sitio del Cuzco era un recuerdo que ponía en una posición doblemente incómoda a las élites indígenas: políticamente, evidenciaba un antecedente de ruptura del pacto monárquico análogo al que se acababa de concluir, y, desde el punto de vista religioso, parecía difícil disimular que en esa ocasión se había atacado símbolos cristianos y espacios sagrados. Este episodio, de connotaciones apóstatas y sacrílegas, podría serles recordado. Antes que tratar de eludirlo, debían resignificarlo y lo harán al punto de poder redefinir el acto fundador de la conquista, excentrado hasta entonces de la esfera de poder cuzqueña, poniendo de lado a Atahualpa, Cajamarca y el requerimiento.
.&. Fig. 21. Santiago Mata,'ndios. Cuzco, siglo XVI 11. Pintura sobre tabla. Cated:a, del Cuzco,
Página siguiente: Fig. 22. Aparición de Santiago Matamoros durame el cerco de,' Cuzco. Anónimo. Óleo sobre I·cnzo. Lima, colección p~ivada. El cronista Juan de Betanzos, casado con una noble inca, fue el intermediario entre Sayri Túpac y el virrey por cuyo encargo redactó su SumJ y nJrración de los incas, compatibilizando ambos inten~ses. Allí se menciona por primera vez que "decían los indios" cómo, cu.indo habían intentado incendiar la capilla instalada en el antiguo Suntur Huasi, apenas "se encendía esta paja que una señora de ústilla vestida toda de blanco la veían estar sentada sobre la iglesia y que esta mataba este fuego [ ... ] y que todo el tiempo que [duró] el cerco [que] tuvieron puesto sobre el Cuzco, siempre la vieron a esta señora encima desta iglesia asentada". Además, habrían identificado a "un hombre en un caballo blanco todo armado y una barba blanca y larga y que tenía en los pechos una cruz colorada como el hábito de Santiago que tenía el Marqués en los pechos y a este decían que era el espíritu del Marqués [Francisco Pizarro] que andaba delante de los suyos [ ... ] y que ansi los desbarataban los cristianos" '-4' Si bien las dos apariciones están establecidas, la primera no ha sido reconocida como la Virgen aunque sus atributos estén muy próximos 45. La aparición prodigiosa del caballero español no es atribuida a un ser celestial sino al espectro de Francisco Pizarm. Ausente de !J escena de los hechos y muerto desde hacía más de tres lustros no parecía causar problemJ y, por lo visto, las élites loc,les estabJn dispuestas a ceder el triunfo del cerco como una colosal hazaña de los conquistadores para palear su pasada rebeldía y encontrar un espacio de entendimiento. Con la complicidad del autor, que escribe a cuenta del virrey, pareciera que las elites indígenas están ofreciendo como un obsequio la posibilidad de transformar la victoria del cerco en un milagro.
Pero, sí la idea del milagro resultaba atractiva; ni la autoridad civil, ni menos aún la Iglesia, iban a desperdiciar la posibilidad de sellar simbólicamente el nuevo pacto cediéndoselo a los encomenderos (el argumento esencial para defender sus privilegios era haber ganado la tierra para el rey y Pizarra era el conquistador por antonomasia) cuyo estatus definitivo había quedado en suspenso y contra los cuales los eclesiásticos seguían luchando, por la vía de la presión moral, tratando de obligarlos a la restitución. El desafío, asumido por el clero secular, era, partiendo de la nan·ativa indígena, inducir a u na nueva interpretación. Pasar de la dama de blanco a la Virgen era sencillo. El aspecto del viejo caballero [barba, caballo blanco, cruz roja) permitía dar un vuelco a su identificación. Para reelaborar la visión y convertirla en milagro, sometiéndose al imperativo del testimonio indígena, se utilizó la imagen. El Inca Garcilaso cuenta cómo los españoles, "en el hastial de aquel templo [catedral del Cuzco] que sale a la plaza pintaron al señor Santiago encima de un caballo con su adarga embrazada y la espada en la mano, y la espada era culebreada; tenía muchos indios derribados a sus pies, muertos y heridos".Así
surgió en el Perú el célebre motivo de Santiago Mataindios, retomando el Matamoros de la reconquista y, probablemente también, los retratos y celebraciones triunfales de Carlos V. Lo más importante es el valor heurístico asignado a la imagen. Como indica claramente el cronista, "los indios viendo esta pintura" -posterior a 1558 (fecha límite para la Suma de Betanzos) y anterior a 1560 (partida del cronista mestizo)- rectificaron la lectura de su recuerdo exclamando:"Un viracocha como este era el que nos destruía en esta plaza" 46• Si la interpretación permanecía en manos indígenas, la invención iconográfica conducía del fantasma de Pizarro a la presencia del apóstol. La pintura histórica, produciendo la ilusión de tener como referente la verdad de lo vivido, hace su aparición en el Perú para ayudar a transfigurar el recuerdo y fijar su sentido. La identificación tardará todavía en cuajar definitivamente; sólo la publicación de las crónicas de José de Acosta (1590) y del propio Garcilaso (1617) proporcionará la versión canónica de ambos milagros. Sin embargo, en 1567 cuando entre algunos indios el reconocimiento de Santiago era todavía objeto de duda, el licenciado Matienzo se servía ya abiertamente de ellos para ilustrar "cómo entraron los españoles en este reino, y cómo fue justamente ganado y tiene su Magestad justo título a él". Por esta vía, uno de los constructores del nuevo proyecto colonial, usa el milagro, antes incluso de que haya terminado de cristalizar, para devolver a la dominación española bases históricas, providenciales y jurídicas de una legitimidad que estaba en entredicho. Impone así su voz por encima de la de los indios afirmando que el desconocido "debió de ser el Apóstol Santiago, abogado de nuestra España, inviado por Dios para que los indios fuesen vencidos, y para que no fuesen para se hacer mal a si mismos, recebiendo el bien que Nuestro Señor les tenía aparexado, y que ellos mesmos agora reconocen" 4r Pero si el milagro prospera es porque todos pueden encontrar gracias a él su lugar. El conquistador ve su labor guerrera, tan ·cuestionada, transformarse en una tarea secundada por la Virgen y su santo patrono; los indios pueden alegar que la conquista no ha tenido lugar y que se rindieron a la divinidad 48; la Iglesia se convierte en garante del pacto colonial que el milagro hace irreversible, y la corona encuentra una legitimidad perdida agregando a la razón divina la tarea paternalista de protección del indio. La Virgen del Suntur Huasi se convirtió en una advocación independiente bajo el nombre de la Virgen de la Descensión; el emplazamiento de su aparición, catedral hasta 1664, en un espacio privilegiado que le devolvió cierta centralidad religiosa a la antigua capital del imperio; Santiago Mataindios, en un motivo iconográfico per se. Ciertas imágenes son probablemente el eco de las que sirvieron para fijar la leyenda. El dibujo de Guarnan Poma muestra ya diferencias con la descripción de Garcilaso de la pintura del hastial pero también más de una afinidad con el retrato de Carlos V por Vermeyen, entre ellas, la víctima única empuñando el cetro a sus pies (figs. 13, 14). Los dos milagros de conquista tienen algunas características nuevas respecto de las imágenes fijadas anteriormente. No están focalizadas en un único individuo históricamente identificable sino en una colectividad homogénea que permite más fácilmente una identificación del indígena con la escena. Es un primer desvío frente a la imagen central de Atahualpa pero la ausencia de un monarca diluye la visibilidad de los indígenas (como las mujeres desnudas de la carta de Colón) puesto que ya no representan ni un reino, ni una soberanía, sino una indianidad. Desaparece el inca y aparecen los indios, un cambio político importante cuyo proyecto se está gestando en esa década de 1560. A cambio de ello, más que celebrar una victoria y una transferencia política, estas imágenes conmemoran una
rendición. Si los indios aparecen dispersos en el primer plano, los españoles en cambio están totalmente fuera del campo visual 49 (figs. 13, 18, 19, 20, 21 y 23), extremadamente distantes (lo que los reduce a testigos de la escena en vez que verdaderos actuantes) 50 o, en el caso de las representaciones de la Descensión, restringidos a un espacio circunscrito y opaco 51 y, casi nunca, en actitud abiertamente beligerante (una excepción es el relieve de Santa Clara del Cuzco en el cual apuntan desde el interior del templo 52 (fig. 24 ). Estas representaciones, por más violencia que puedan expresar, muestran en ello otra clave de su éxito: el milagro se construye en una relación exclusiva y directa, sin intermediarios, entre los indios y las entidades religiosas católicas. De hecho, uno de los dibujos de Guarnan Poma representa el intento de quema de la capilla del Suntur Huasi (fig. 25), repleta supuestamente de españoles, como un espacio totalmente vacío, ocupado exclusivamente por la cruz 53• En otro lienzo (fig. 22), Santiago Matamoros descarga toda su violencia exclusivamente contra los moros, al igual que el ejército de los cristianos que en el plano siguiente persigue a un musulmán; sólo el paisaje del fondo permite reconocer que la escena sucede en el Cuzco ante la presencia del inca en su litera. El único vínculo entre ambos grupos es el oro que ofrecen unos
Fig. 24. Milagro de Sunturhuasi. Anónimo. Siglo XVIII. Relieve con pasta policromada. Convento de Santa Clara, Cuzco.
Fig. 25. Mango inga pega fuego al Cuis Mango, a la santa cruz. Hizo milagro Dios y no se quemó. Felipe Guarnan Poma de Aya/a. Nueva coránica y buen gobierno. í615. Folio [402] del manuscrito en la Biblioteca Real de Copenhague, Dinamarca.
Fig. 23. Santiago Mataindios. Cuzco, siglo XVI II. Óleo sobre lienzo. Paradero desconocido.