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de una nueva propuesta para el análisis regional

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Bibliografía

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En sentido amplio, podemos afirmar entonces que toda regionalización implica, para utilizar la expresión de Smith (1988), un “compromiso geográfico” entre:

- des-ecualización y diferenciación en sentido más estricto (o más bien, entre diferencias de grado y diferencias de naturaleza); - homogeneización (siempre relativa) y cohesión (funcional y/o simbólica) y, en términos espaciales, entre una lógica zonal y una reticular; - articulación y desarticulación, esto es, entre espacios más “lógicamente” ordenados/articulados y espacios sin una lógica clara de ordenamiento (los “aglomerados”), pautados por algún tipo de proceso social excluyente.

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2. DE LAS CARACTERÍSTICAS ELEMENTALES DE LA REGIONALIZACIÓN AL ESBOZO DE UNA NUEVA PROPUESTA PARA EL ANÁLISIS REGIONAL Es importante que retomemos ahora, de una forma sintética, y también propositiva, los elementos que dieron consistencia y, así, de cierta forma, “sobrevida” al concepto de región a lo largo del tiempo hacia un posterior cuestionamiento de hasta qué punto estos aún se mantienen y cómo se podrían retrabajar frente la maraña de nuevas interpretaciones sobre la cuestión regional, especialmente frente a la complejidad de los procesos de globalización-fragmentación en curso. En el abordaje de algunos autores fundamentales de la geografía regional (más específicamente Vidal de la Blache, Carl Sauer y Richard Hartshorne), en el subcapítulo: “Región: de los orígenes al período hegemónico” (sobre todo en las páginas 34-35), identificamos puntos comunes en el tratamiento que ellos daban al concepto de región y que cabe constantemente re-evaluar, pues, a fin de cuentas, por tratarse de estudios clásicos ellos pueden pautar el debate más general sobre región y regionalización y servir de referencia a nuestro cuestionamiento acerca de la relevancia para, aún hoy, continuar recurriendo a la región como instrumento conceptual consistente.

En síntesis, estos elementos comunes se identificaron como:

a) La especificidad o singularidad regional, que implica la cuestión más amplia de la “diferencia”, de la regionalización como proceso de diferenciación espacial. b) El carácter regional integrador –que preferimos ahora denominar como “articulador”–, que percibe la región mucho más

que a partir de criterios de homogeneidad y continuidad, por criterios de cohesión o, para ser más precisos, de articulación y dis-continuidad promovida por dinámicas/sujetos sociales en el entrelazamiento diferenciado de múltiples dimensiones del espacio geográfico. c) El juego entre la relativa estabilidad o solidez y la movilidad o fluidez de la región. d) La correspondencia entre región y mesoescala, en especial aquella inmediatamente colocada frente al Estado-nación (infranacional y supralocal).

Es interesante observar que incluso las concepciones más tradicionales de región, las cuales, de alguna forma, incorporan el conjunto de esas propiedades, como la famosa región llamada “lablacheana” o de las relaciones entre el hombre y el medio, no desaparecieron por completo. Vimos que conceptos como el de biorregión, aun con toda su especificidad, retoman como base de la articulación de los contextos regionales la relación sociedad-naturaleza –enfoque este que, aunque no profundizado aquí, reconocemos como uno de los de mayor potencial para debates futuros–.

En una perspectiva un poco más lejana que se remonta a los años 1980, entre todos los autores el caso más sorprendente con un resurgimiento de una conceptuación más tradicional de región, expresada mediante sus ires y venires conceptuales, tal vez sea el de Ann Markusen. Inicialmente, se rehúsa a utilizar el concepto, como ya vimos (reconociendo, en una óptica marxista, solo la pertinencia de “regionalismo”); luego propone entender la región como un espacio contiguo, producto histórico dotado de una base físico-natural, un ambiente socioeconómico, político y cultural diferenciado, en relación con otras “unidades territoriales básicas” en la escala de lo urbano y de lo nacional. En sus propias palabras, la región se definiría como: “una sociedad territorial contigua, históricamente producida, que posee un ambiente físico, un milieu socioeconómico, político y cultural distinto de otras regiones y en relación a otras sociedades territoriales básicas, la ciudad y la nación” (Markusen, 1987: 16-17; traducción libre).

Lo más sorprendente es que la autora, marxista, traduce en esta conceptuación una de las propuestas más tradicionales de región, corroborando prácticamente todos aquellos elementos considerados como más apropiados en una lectura de la geografía regional clásica. Aparece claramente aquí la idea de contigüidad, la idea de que la región es un producto histórico (único punto en que se podría alegar una influencia materialista histórica más explícita), síntesis de múltiples

dimensiones del espacio (físico-natural, socioeconómica, política y cultural), y dotada de cierta singularidad (“milieu” distinto) en una mesoescala (entre la ciudad y el Estado-nación).

La famosa “síntesis” regional estaba vinculada al reconocimiento de una singularidad coherente (que implicaba, más que la uniformidad, la unidad regional), capaz de demarcar una parcela del espacio geográfico preferencialmente continua y relativamente estable, bien delimitada. En la práctica, si Vidal de la Blache, por lo menos en una determinada fase de su obra, habría sido el autor de mayor éxito en esta empresa “integradora”, variable conforme el contexto geográfico en causa, la mayoría de los geógrafos terminó destacando, de forma genérica y a priori, una dimensión del espacio: sea la dimensión natural a partir de la geología, en buena parte de las regionalizaciones del siglo xix; la económico-urbana, en las regiones funcionales; o la política, a través del vínculo más recientemente enfatizado entre región y regionalismo.

En la búsqueda del (los) elemento(s) integrador(es), principal(es) responsable(s) por la “síntesis” o, de forma más coherente, por la integración, unidad y/o cohesión –o aun, como preferimos aquí, articulación regional– los geógrafos, en especial “discípulos” altamente simplificadores de Vidal de la Blache, muchas veces cayeron en la esquematización generalista de un método pretendidamente complejo, que convirtió el análisis (sin alcanzar nunca, efectivamente, la “síntesis”) regional en un mero cúmulo de “cajones” donde se sucedían elementos como relieve, clima, población, economía, etcétera.

En la mayoría de las veces en que fue reelaborado el concepto de región, en particular en perspectivas estructuralistas, al contrario de una amalgama de dimensiones, singular para cada espacio regional, se buscó priorizar una de esas dimensiones o conjunto de relaciones (económicas, por ejemplo, en el caso de la región funcional y de la región como producto de la división territorial del trabajo). Esta dimensión o sus constituyentes se entendieron como “estructurantes” universales por responder mejor a la organización espacial de la región, o sea, como los principales responsables de los fundamentos, sea de la relativa homogeneidad (en la concepción de región homogénea), sea de la cohesión regional (en el caso de la región funcional).

Regresando a la propuesta de Ann Markusen, se trata también de un concepto aún moldeado de forma que se priorizara la integración o síntesis de las múltiples dimensiones del espacio a través de una lógica zonal de constitución de regiones, en plenos años 1980, cuando los procesos de globalización ya daban claros indicios de que la lógica reticular o de flujos y redes y las discontinuidades o la fragmentación de los espacios se estaban imponiendo con mucha fuerza.

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