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2.1. La singularidad regional y la cuestión de la diferencia: por un abordaje regional que enfoque los procesos de diferenciación espacial con base en diferencias tanto de grado como de naturaleza

No es difícil percibir, sin embargo, que mucho más que la superación de una lógica por otra se trata de la convivencia entre distintas formas de manifestación del fenómeno regional y, en consecuencia, de su propia conceptuación.

Como ya vimos, en muchos casos, regionalismos e identidades regionales aún se pueden relacionar, de algún modo, con la forma intraestatal clásica, zonal, o sea, se pueden construir teniendo como referencia nítidos recortes político-administrativos dentro del juego de poder del Estado-nación y sus disputas por mantener una hegemonía. Allí, pueden surgir “regiones” de dinámicas sociales complejas que, de alguna forma, buscan articular múltiples dimensiones de la sociedad, un poco lejos, sin embargo, de realizar la genérica conjugación totalizadora propuesta por Ann Markusen.

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En resumen, mientras componentes de la visión llamada clásica de región en geografía –que en modo alguno habrían simplemente desaparecido–, las características elementales descritas pueden servir de parámetro para una evaluación de la “crisis regional” y de la re-emergencia de la región como concepto capaz de responder a muchas cuestiones referentes al des-ordenamiento territorial contemporáneo. Veamos en mayor detalle, entonces, una re-evaluación de estas propiedades y, aún con carácter embrionario, la proposición de nuevos caminos.

2.1. LA SINGULARIDAD REGIONAL Y LA CUESTIÓN DE LA DIFERENCIA: POR UN ABORDAJE REGIONAL QUE ENFOQUE LOS PROCESOS DE DIFERENCIACIÓN ESPACIAL CON BASE EN DIFERENCIAS TANTO DE GRADO COMO DE NATURALEZA La región, en cuanto especie de unidad espacial definida a partir de una determinada articulación de relaciones socioespaciales, dotada de similitudes (“homogeneidad relativa”) y/o de cohesión (funcional y/o simbólica), evidentemente, siempre es definida desde su especificidad, su diferenciación o su contraste –en aquello que muchos geógrafos en una perspectiva más tradicional identificaron como el foco central de la disciplina, la diferenciación espacial o de áreas–.

Según Hartshorne (1978 [1959]), la expresión “diferenciación de áreas” fue propuesta por Sauer en 1925, parafraseando una propuesta de Hettner sobre la concepción de geografía, pero deriva de la síntesis hecha por Richthofen, a partir, a su vez, de las posiciones de Humboldt y Ritter. Hettner, en su obra de 1898, afirmó que “la materia específica de la Geografía, desde los tiempos más remotos hasta los días de hoy, consiste en el conocimiento de las áreas de la tierra en la medida en que difieren unas de otras” (Hettner citado en Hartshorne, 1978: 14), o, sintéticamente, inspirándose en Richthofen,

“la Geografía es el estudio de la superficie de la Tierra conforme a sus diferencias” (Hettner, citado en Hartshorne, 1978: 182).

Combatiendo las críticas que sufrió al proponer la expresión en The Nature of Geography (Hartshorne, 1939), especialmente las que lo acusaban de sobrevalorar las formas, las distinciones y la mera descripción de áreas, Hartshorne plantea que la idea de “diferencia” es inherente a todo cuerpo científico y que “las variaciones de características estáticas o formas, y las variaciones de características de movimiento o funciones, ya en la misma área, ya entre ella y otra área, se incluyen ambas en el concepto de variación espacial o diferencias entre áreas” (1978 [1959]: 20).

De esta forma, Hartshorne alega que los críticos se engancharon más al término diferencia que al contenido y sentido del concepto. Buscando evitar “incomprensiones”, propone entonces, en su reevaluación de algunos puntos de “A Natureza da Geografia” (en la obra de 1959, Perspectives on the Nature of Geography, traducida al portugués por el ipgh como Questoes sobre a Natureza da Geografia): 5 “[...] la geografía tiene por objeto proporcionar la descripción y la interpretación de manera precisa, ordenada y racional, del carácter variable de la superficie de la Tierra” (Hartshorne, 1978: 22). La “variación espacial” (término que Hartshorne parece, al final, preferir en vez de “diferencia”), fue un elemento fundamental en el trabajo del geógrafo y, así, la razón de ser de la disciplina –solo si las diferencias espaciales llegaran a desaparecer, las regiones también desaparecerían–. Como ya reiteramos, en sentido amplio, esta diferenciación (que incluye la propia exacerbación de las desigualdades, 6 o sea, tanto las diferencias de naturaleza o de género como las diferencias de grado, como veremos) no solo no disminuyó sino que, en muchos casos, hasta aumentó, sin ser prerrogativa de la globalización neoliberal la simple estandarización y/u homogeneización de las relaciones socioespaciales, por el solo hecho de que la reproducción ampliada del capital exige también, constantemente, el rehacer de la diferenciación social y geográfica.

Fundir en nuestra lectura de la regionalización la construcción jerárquico-sistémica (y funcional) de las desigualdades, principalmente aquella(s) promovida(s) por el des-orden económico capitalista con la producción de las singularidades, de la vivencia del espacio y

5 Es importante recordar que estamos utilizando aquí otra edición, la revista publicada por las editoras Hucitec y Edusp, en 1978, bajo el título Propósitos e Natureza da Geografia. 6 Johnston, Hauer y Hoekveld llegan también a asociar (con un signo de igualdad) desarrollo desigual = diferenciación de área = geografía (1990: 4).

de nuestra identificación territorial (aunque con territorios cada vez más móviles e híbridos) se torna, al mismo tiempo, una necesidad y un desafío. Algunos autores, sin embargo, prefieren reconocer una distinción clara entre abordajes regionales donde el reconocimiento de la diferenciación; al final, terminan siempre convergiendo hacia algún tipo de generalización y abordajes que, efectivamente, enfatizan las singularidades. Corrêa (1995), por ejemplo, propone distinguir el énfasis de las “particularidades” relativas al concepto de región (que presuponen siempre un ámbito general o un “todo” al que estas particularidades estarían asociadas –o del que serían derivadas–), y el énfasis de las “singularidades”, que él prefiere relacionar con el concepto de lugar. 7 En una nueva concepción de lo singular o de lo específico, Massey (2000) parece vincular estas dos lecturas, la de la particularidad y la de la “unicidad” –o más bien, del carácter único de los lugares–. Propone, así, que lo que hoy da singularidad a los lugares (y, por extensión, podríamos decir también, al espacio geográfico en sentido amplio), no son propiamente los fenómenos “únicos” o la completa especificidad de los eventos que allí ocurren. En un mundo globalizado como el nuestro, lo específico no se refiere tanto a los eventos en sí sino, en especial, a sus distintas combinaciones. En síntesis, es sobre todo la especificidad de la combinación lo que hace la diferencia. Podríamos agregar que esta combinación se da tanto en el sentido de las diferencias de grado, discretas, como de las diferencias de naturaleza, continuas. En la sobrevaloración de la movilidad y de la continuidad tenemos que cuidarnos hoy, sin embargo, para no olvidar el peso, aún evidente, de las fijaciones (aunque relativas) y de las discontinuidades.

En la lectura de la diferenciación geográfica, sobre la cual se emprenden las dinámicas de regionalización, nos inspiramos en la lectura bergsoniana de diferencia (Bergson, 1993 [1927]), aunque no en los estrechos límites de la “duración” (ligada a la intuición) y de la sobrevaloración de la dimensión temporal efectuadas por el autor. El filósofo francés Henri Bergson reconoce la existencia de dos “especies de multiplicidad” y, consecuentemente, de diferencia: una de carácter cualitativo, intensivo, continuo, que no admite medida (asociada por él a la efectiva temporalidad en cuanto “duración”), y otra cuantitativa,

7 Para el autor, la “diferenciación de áreas” no se encuentra “asociada a la noción de unicidad hartshorniana (uniqueness)”. Inspirado en Lukacs, él defiende que la diferenciación de áreas “no se asocia a la idea de singularidad que entendemos vinculada al concepto de lugar, pero sí a la idea de particularidad, esto es, una mediación entre lo universal (procesos generales advenidos de la globalización) y lo singular (la especificación máxima de lo universal)” (Corrêa, 1995: 24, énfasis original).

extensiva/discreta, mensurable (él dirá también “espacial”, en una concepción bastante estrecha y cuestionable de espacialidad). 8 Tenemos allí una diferencia “de lo otro” y una diferencia “de lo mismo”. Deleuze afirma que el más general de los engaños de nuestro pensamiento consiste en “concebir todo en términos de más y menos, y de ver solo diferencias de grado o diferencias de intensidad allí donde, más profundamente, hay diferencias de naturaleza” (1999 [1966]: 13). En este caso, podemos afirmar, cuando se traspasan estas diferencias de naturaleza hacia el campo de las diferencias de grado (o de las desigualdades), surgen la segregación y el racismo, que implica siempre una condición de superioridad o de inferioridad con relación al Otro.

Con cierta libertad para apropiarnos de forma particular de sus nociones de diferencia o de multiplicidad, proponemos asociar lo que Bergson denominó diferencias de grado a procesos de des-igualación, a la producción, fundamental, de las desigualdades socioespaciales y, en términos más materiales, del espacio mensurable, como una especie de composición de discontinuidades. Por otro lado, sus “diferencias de naturaleza”, de una manera más simplificada, se pueden vincular a las diferencias en sentido estricto, aquellas que son irreductibles a procesos de estandarización buscando jerarquizaciones y/o clasificaciones como, en un sentido amplio, a las identidades regionales vinculadas a grupos étnicos, religiosos o lingüísticos.

A partir de una visión bergsoniana, diferencia de naturaleza o diferencia en sentido estricto se definiría como aquella que está siendo continuamente construida y rehecha y que, por ser continua, no admite fronteras o límites rígidos. Proponemos hablar aquí no exactamente de “diferencia”, sino de diferenciación en sentido estricto –como aquella que ocurre en la lectura contemporánea de identidad social, que implica siempre la presencia, indisociable, del Otro; alteridad que, al mismo tiempo que contrasta con ella, la define–. En una aparente paradoja es esta misma diferenciación, en su carácter continuo, mutante, la que no permite hablar en parámetros comunes

8 Sobre la diferencia de grado, “[...] se trata de una multiplicidad de términos que son contados o que concebimos como susceptibles de ser contados; pero, pensamos entonces en la posibilidad de exteriorizarlos unos en relación a los otros; los desarrollamos en el espacio” (Bergson, 1993: 90). Tendemos siempre a sustituir la multiplicidad o la diferencia continua de la “duración” o “heterogeneidad pura” por la “representación simbólica, sacada de la extensión” (Bergson, 2006: 5), esto es, del espacio. Para una crítica geográfica fundamentada en esta interpretación del espacio como dominio de la multiplicidad cuantitativa en Bergson véase Massey, 2008 (especialmente la parte 2).

de comparabilidad. Así, cuando nos referimos a características regionales ligadas a etnias, grupos lingüísticos, religiosos, estamos hablando de diferencias cualitativas “incomensurables” y, en cierto sentido, incomparables.

Diferencias discretas o de grado, por otro lado, serían antes que nada discontinuas, porque son “contables” y, así, separables cuantitativamente, pero no dejarían de tener el carácter subliminal de una especie de continuidad en la disociación, por cuanto tienen siempre un patrón referencial frente al cual se construyen –en este sentido, se tornan mucho más gradaciones o particularidades dentro de un mismo género que géneros distintos– como, de algún modo, termina ocurriendo en las diferencias de naturaleza. Sin olvidar que el cambio cuantitativo también puede indicar, con el tiempo, un cambio cualitativo, “de naturaleza” (el famoso principio de la transformación de la cantidad en cualidad, sin que esta se confunda, obligatoriamente, con la intensificación del movimiento de aquella). La continuidad, de hecho, marca los procesos del movimiento real, efectivo, mientras que la discontinuidad acostumbra ser una prerrogativa de nuestros instrumentos analíticos y/o dirigidos hacia las prácticas/políticas de reordenamiento del espacio.

Al referirnos a Bergson es interesante recordar que, contrariamente a un alegado “empirismo” bergsoniano (denominación con la cual él quizás no concordaría), debemos trabajar siempre la regionalización dentro de este amplio espectro entre diferencias de grado y diferencias de naturaleza. Es importante resaltar, sin embargo, que al contrario del autor, no estamos aquí, de antemano y genéricamente, priorizando las diferencias de naturaleza sobre las de grado. Ellas adquieren para nosotros, cada una y dependiendo del contexto, su propia relevancia, porque en nuestra concepción ambas –y no solo, como en Bergson, las diferencias de grado– se encuentran referidas al espacio que, en ninguna hipótesis, es solo un espacio homogéneo y discreto como muchas veces su pensamiento sobreentiende.

Así, perspectivas de regionalización como la que enfatiza la división territorial (interregional) del trabajo, vinculada a la reproducción desigual y combinada de los circuitos de acumulación capitalista, se pueden expresar como diferencias de grado (aunque, evidentemente, no se reduzcan a ellas), mientras aquellas que destacan manifestaciones culturales como la formación de identidades regionales se pueden asociar, prioritariamente, a diferencias de naturaleza (sin desconocer la controversia que el término naturaleza implica). Obviamente, aunque es difícil que lleguen a coincidir en términos de sus manifestaciones espaciales, una no puede prescindir de la otra.

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