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La cuestión de la continuidad espacial: por un abordaje regional enfocado en la dis-continuidad de las regiones

perspectiva aquí propuesta es que ellas incorporan en el análisis regional la dimensión que abarca las llamadas cuestiones ambientales (aunque, en este caso, probablemente más por el lado de la desarticulación que de la efectiva articulación regional, ya que son espacios ubicados prácticamente al margen del efectivo usufructo social).

Procesos como los de precarización, contención y exclusión territorial, enfocados aquí de forma sintética por haber sido ya expuestos en trabajos recientes, quedan así como un indicativo para que sean realizados/valorados en trabajos futuros relativos a propuestas más concretas de regionalización.

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2.3. LA CUESTIÓN DE LA CONTINUIDAD ESPACIAL: POR UN ABORDAJE REGIONAL ENFOCADO EN LA DIS-CONTINUIDAD DE LAS REGIONES Frente a las posiciones posestructuralistas que privilegian el hibridismo, la yuxtaposición y la fluidez, es fácil imaginar la intensidad del debate trabado con relación a la cuestión de la discontinuidad espacial. Para muchos autores, como ya evidenciamos, la misma condición de un mundo susceptible de ser regionalizado (por lo menos en sus modelos más tradicionales) estaría ahora puesto en jaque. Se trata, sin duda, de discutir de forma más elaborada lo que entendemos por discontinuidad, no en el sentido de secciones desconectadas y más claramente diferenciadas, sino, y sobre todo, de parcelas relacional y diferencialmente articuladas.

Tradicionalmente, bien sabemos, la región es vista como un espacio dotado de relativa estabilidad. Aun cuando, a través del concepto de región funcional o polarizada, pasó a enfatizar la lógica de los flujos y a admitir de forma más clara superposición y, así, a relativizar límites, era posible delinear, en cada momento histórico, un determinado espacio o área continua de influencia de las ciudades. La gran cuestión, hoy, para mantenernos en este énfasis, en las relaciones entre ciudad y región, es que ellas se tornaron mucho más complejas y sin jerarquías claras, donde el hecho de que un centro urbano ejerza influencia más allá de un área continua a partir de su área “core” es una realidad (o, como mínimo, una posibilidad) cada vez más presente.

Una de las investigaciones que realizamos en este sentido abordó el espacio y la red urbana recientemente formados a partir de la intensa migración brasileña en territorio del este paraguayo (Haesbaert, 1999a). Muchos núcleos urbanos en esa área manifestaban vinculaciones directas mucho más intensas con ciudades en territorio brasileño del otro lado de la frontera –no solo en cuanto a relaciones económicas sino también culturales– y menos con aquellos centros que, “naturalmente”, por cuestión de relevancia y mayor proximidad, tenderían a ejercer su influencia mayoritaria: Ciudad del Este, segundo

centro urbano paraguayo, y Asunción, capital del país. Las migraciones, en un sentido más amplio, son responsables hoy de un gran complicador en términos de articulaciones regionales, principalmente cuando se refieren a las grandes redes de diásporas de migrantes.

En la historia del pensamiento geográfico la efectiva continuidad como marca de la región prácticamente solo estuvo ausente en la región como clase de área (Grigg, 1974) –que muchos, por eso mismo, no reconocían efectivamente como una región, sobre todo porque esta discontinuidad estaba mucho más ligada a principios de método que a evidencias empíricas–. Más que la simple dis-continuidad “formal”, por tanto, interesa saber con relación a qué procesos, a qué “contenido” social se define.

Algunos autores, de un modo más general, refiriéndose al espacio geográfico como un todo, consideran la discontinuidad una de sus características fundamentales. En una obra específica sobre el tema (Carroué et al., 2002), se enfatiza, de forma un tanto polémica, que rupturas bruscas y no “graduales” son la norma. Aunque los autores en general insistan mucho más en la discontinuidad interregional, o sea, la discontinuidad como condición para la existencia de regiones y para la posibilidad de la regionalización, si “el espacio geográfico es ‘fundamentalmente discontinuo’” (Di Méo e Veyret, 2002: 8, citando a Brunet y otros autores), podemos afirmar que estas discontinuidades también deben ser destacadas en el mismo contexto intrarregional. De una u otra forma, hoy, el debate sobre la discontinuidad o la “fragmentación” interna de las mismas regiones está a la orden del día.

Thrift, por ejemplo, afirmó que “la región está fragmentándose, tornándose tan desorganizada [...] en tanto desplazada en los términos en que acostumbramos considerar regiones como áreas continuas y demarcadas” (1996: 239). Esta fragmentación ocurre tanto por la enorme selectividad y “flexibilidad” económica promovida por la globalización capitalista como por la manifestación de múltiples y/o híbridas identidades culturales y sistemas políticos de gobernabilidad. Mostrando la desconexión entre “consumo” y “producción” de/en los espacios, Thrift afirma que, en este mundo “globalmente local”, los “contextos pueden ser consumidos localmente (aunque, hasta esto esté en cuestionamiento) pero son cada vez menos producidos localmente” (1996: 240). Se vincula a este punto, en un sentido también político, aquello que Santos (1996) destaca como la disociación entre los espacios de control y los de ejecución de la acción –o, en otras palabras, de su comando y de su realización–.

En un trabajo anterior (Haesbaert, 1999b) llegamos a sugerir una “regionalización global en red” que distinguiría “territorios-red de múltiples agentes, como los que envuelven las grandes diásporas

de migrantes [...]. Ellos funcionan integrados al sistema-mundo pero tienen importantes especificidades que permiten una lectura geográfica particular de sus actuaciones” (Haesbaert, 1999b: 31). Es posible imaginar, a partir de allí, una “regionalización global” en “rebanadas”, o más bien, en haces regionales de cohesión/articulación reticular que, dependiendo de los sujetos y de las actividades sociales en juego, componen espacios discontinuos pero sustancialmente articulados entre sí –esto, obviamente, no solo en la escala global–.

Una propuesta más profunda que hicimos en este sentido fue la de trabajar no propiamente con la “región”, sino con la concepción de “red regional”, en particular cuando los procesos priorizados en el fenómeno regional son los regionalismos y las identidades regionales de referente nacional. El ejemplo de los migrantes gauchos en el interior de Brasil reveló la pertinencia de este enfoque (véanse Haesbaert, 1997 y 1998b). Al mismo tiempo en que, de alguna forma, ellos “cargan consigo su región”, o más bien, sus referencias espaciales de carácter regional (en otros términos, su “regionalidad”), reproducen, sobre todo en el ámbito local (un barrio, un municipio –o también, más rara vez, en procesos de creación de nuevos estados–), territorialidades que, organizadas en red a lo largo de gran parte de la trayectoria construida por la migración, articulan una serie de dinámicas que deben su articulación a este perfil “regional” de los grupos migrantes. 10 En este caso, podemos decir, una importante parcela de lo que ocurre con las diásporas en el mundo ocurre también con las migraciones internas en el plano nacional, en especial cuando ellas cargan un fuerte diferencial étnico-cultural. Fundamentados en el término clave articulación para definir los procesos contemporáneos de regionalización, podemos tener la producción de articulaciones que resultan en cohesiones en el sentido más tradicional de región, definiendo una base zonal más clara (a partir de movimientos regionalistas por autonomía territorial frente al Estado, por ejemplo), y otras cuya base es mucho más nítida en el sentido reticular (como la aludida red “gaucha” en el interior de Brasil, u otras redes de diásporas migratorias alrededor del mundo) –que, si no configuran propiamente una región, como mínimo exigen la introducción de nuevas concepciones, como las de “región-red” 11 o “red regional”–.

10 Duarte (1988), por ejemplo, llegó también a utilizar el término voto étnico, con base en el origen regional de los votantes en áreas de migración sureña en el Mato Grosso. 11 Propusimos este término en un trabajo de 1994, donde afirmábamos: “La región, tal como ha sido vista a lo largo del tiempo por los geógrafos, pasó poco a poco, de una región-territorio, en el sentido más tradicional de territorio [precisando, diríamos hoy, región-zona], donde se define con claridad la frontera entre lo mismo y lo Otro, lo ‘mío de lo tuyo’, lo igual y lo diferente, hasta una región-red, moldeada más

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