FESTIVAL DE CANES LIPE

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Ilustración de portada L.A. MARTÍN / C.M. SCHULZ (Sugerencia de Paula Ancery)


(CON CON OJOS DE PERRO)


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CONSIGNA DEL DOMINGO 6 / ABR / 2014

CON OJOS DE PERRO De canes viene la cosa. Podés ser, haber sido, tener o haber tenido. Podes encarnar la correa, el plato, la comida, el veterinario, el garrapaticida o el entrenador. Tal vez la vecina que lo/te ve pasar o el niño con el que jugaste. Perro histórico o barrial; de competición o de bolso. Tu ficción o tu realidad; fábula quizás. Vos elegÍs. Una historia de perros / con perros. Esa es la condición. Descripción, narración, argumentación, cualquier cosa que tenga que ver con cuatro patas, un rabo y lo que vos quieras agregarle. Buen fin de semana!

Silvina Scheiner 3


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Horacio Tort

¡¡¡Ahooooraaaaa, Rinti!!! Ay, noooo, pooooor favooooooor, otra vez esa corneta a las 6 de la mañana. Me tiene harto. Después se quejan que la gente dice: “como los militares, al pedo pero temprano”. ¿No podríamos arrancar el día a las 9 de la mañana aunque sea los fines de semana? Pero bueno, la culpa es mía. No soporté el rechazo de Lassie y para no morirme de tristeza me enlisté y terminé en este cuartel a las órdenes de un pibe que es apenas más alto que yo. ¡¡¡Qué perrotudo que soy!!! Lassie… ay, Lassie… qué rubiecita divina, con ese cabello largo, lacio, esa colita que revolotea al caminar, las patas largas, pero… como toda rubia que se sabe linda, bien histérica y pretensiosa. Sí, no se crean que es una mosquita muerta. Eso que dicen por ahí que tal persona es “más buena que Lassie embarazada e inválida” es un verso grande como una casa. Para embarazar a esa tenés que tener un piso en Fifth Av. y una cucha con tres dormitorios y vista a Central Park. Por menos de eso pone el culo en tierra y tira unos tarascones que ni te cuento. Yo sé las cosas que hizo para llegar a tener su serie de TV. Y me da vergüenza contarlas. Y por ella estoy acá, para olvidarla, así que cambiemos de tema. Qué les puedo decir de la vida en el cuartel. Me levanto temprano, la comida es una porquería… y claro, es mi destino, yo vengo acá para olvidarla y como comida de cuartel, mientras ella come comida casera en la granja de los Miller. Sí, ya sé, no tendría que haber estado pendiente ni ver la serie, pero me cuesta. ¿Vieron la gracia con que salta la cerca al principio de su serie? Bueno, bueno, sigamos. Es tema superado, ya fue. Rusty es buen pibe y me trata bien. Y todos en el cuartel me quieren. Rip Master y el Sgto. O’Hara me tina algún hueso adicional cada tanto... Claro que no tuve la misma suerte que Lassie que está con Jeff que es un buen chico también, y está su madre, su abuelo, y ella es parte de esa vida familiar. Y además se volvió famosa. Yo en cambio soy un perro de cuartel, acá tengo andar mordiendo a los indios de Jerónimo a cada rato, jugándome la vida en cada misión. Es distinto. ¿Qué? ¿Que me decís? ¿Que lo mío también sale por televisión? Naaa… ¿Cómo se llama la serie, Rin-Tin-Tin? ¿Y eso qué es? ¿MI nombreeee? No jodas, si suena a sonido de alarma. ¿En serio tengo mi propia serie como la turra esa? ¿Y por qué no me dijeron nada? ¡¡¡Uy Dios!!! Seguro me está cagando mi agente. ¡¡¡No ves que soy un perrotudo!!! Eso me pasa por confiado. Si me acuerdo que fue él quien me dijo que no me conseguía laburo y me incitó a enrolarme para olvidarla. En cuanto lo agarre le voy a morder las pelotas. Y decime una cosa. ¿Anda bien la serie? ¿Sí? ¿En serio? Naaa, ¿mejor que la de Lassie? ¿En serio me lo decís? Entonces… por ahí cuando la vea me da bola. ¿Que no? ¿Que tiene novio? ¿Con quién anda? ¿Con el de Mask? ¡¡¡Perra madre…!!!

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Jorge Pailhé

Me tomo la licencia de aportar a la consigna desde un testimonio de un amigo, que publicó en el face lo siguiente: Extraño a Homero, ese amigo fiel que traje a casa una mañana de domingo y que apenas entraba en las manos. Fuimos a buscarlo con Juli, que les tenía miedo a los perros porque uno lo había mordido, y él cumplió su misión. El sábado se espantó con una bomba de estruendo, cruzó la calle espantado y una camioneta lo atropelló. Se me hace raro que no me venga a saludar cuando llego a casa, o a empujarme con el hocico cuando remoloneo en la cama. Ya nadie avisa cuando algún miembro de la familia está por llegar ni me viene a buscar con cara de "quiero mear" para que grite "ché, a ver si sacan a este perro de una vez". Extraño hasta los pedos que se tiraba para avisarme que dejara de leer el diario y lo sacara. Ayer estaba guardando una compra y de pronto me no supe dónde guardar la bolsa de nylon. Ya no tenía sentido ponerla junto a su correa, para levantar la caca durante los paseos. Ya no me lleva a la rastra hasta el próximo árbol. Ya no hace nada de eso, pero está presente en esa tristeza mansa de todos los de la casa y en las condolencias casi humanas de los amigos y vecinos.

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Mercedes Antón Cortés

Hoy nuevamente vuelvo a verlo, Antonina cree que ello me inquieta…, y no es para menos. Pero esta agitación que me posee no es por el temor, sino por la emoción… Sí, también tenemos un alma. Ya hemos llegado y mi corazón va al galope, él mismo lo ha detectado y se lo ha hecho saber a Antonina, le dice que es normal… Puede ser. Me ha cogido en brazos con todo mimo mientras musita mi nombre dulcemente a la vez que acaricia mi lomo. Luego, me ha dado una de esas chucherías asquerosas que guarda en un estante, me la he comido por venir de él, no estoy segura de si es una atención exclusiva para mí o hace lo mismo con las demás, pero soy incapaz de hacerle ningún feo. Mientras me pincha con esa jeringa gigante, me miro en sus ojos enormes tras las gafas, hoy más lacrimosos que otras veces… Me encanta, lo mismo que me encanta su cabello espeso y oscuro como el mío. Me gusta su nariz larga y aristocrática, las largas extremidades, las hermosas orejas, el brillo de sus dientes… Hasta la falta de rabo, en él, cobra valor, le otorga belleza. Me he despertado en brazos de Antonina… No sé si ha sido un sueño o realidad, pero he visto al veterinario saliendo a cuatro patas, raudo y veloz, desde su clínica. Dice Antonina que pronto se me pasará el efecto de la anestesia. Espero que no sea así.

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Pablo Miguel

Mi mundo es chiquito y de cemento, limita a un lado con una reja y al otro con una puerta que me está vedada. Detrás de esa puerta vive una familia humana: macho, hembra y cachorro. Al cachorrito le encantaría jugar conmigo, como a mí con él, pero los padres no lo dejan; dicen que eso me haría bueno y yo debo ser malo, lo más malo posible. Nunca me preguntaron cómo quiero ser. Del otro lado de la reja hay una calle y suelen pasar por ahí otros perros con sus familias. Son distintas: se tocan, se hablan, se miran. Creo que ayer pasó por la vereda de enfrente uno de mis hermanos (fuimos una camada de cinco), estoy casi seguro de que era él. Le habían soltado la correa y corría loco de alegría de una esquina hasta la otra, deteniéndose a saltar alrededor de sus cachorros humanos en cada ida y vuelta. Me deprimí mucho, pasé la noche echado en el cemento y buscando una respuesta. Cuando nos separaron no habíamos tenido tiempo de hacer nada que justificara esa diferencia, yo no hice nada distinto a él, él no hizo nada distinto a mí. ¿Tengo que creer que el destino de cada uno lo define el puro azar? Debe haber algo que yo pueda hacer, y voy a intentarlo mientras viva... aunque resulta difícil en aislamiento y sin un mísero gesto de empatía.

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Diana Levinton

Una vez más quiero darte las gracias. Gracias por haberme acompañado durante 15 años de cambios, de ausencias, de aprendizajes. Te pusimos el nombre que portaste durante esos 15 años "just in case" de que tu árbol genealógico intentara interferir con nuestra decisión de que fueses tan nuestro que hasta tus orígenes se desdibujaran. Fue amor a primera vista, ¿Te acordás? Tan amor que hasta me permitió superar mi sentido del ridículo cuando tuve que ir al consulado a que te dieran una visa. Durante todo el vuelo evité pensar que estabas solito en la bodega del avión y hasta me enojé con el piloto que sólo cumplía los reglamentos de American Airlines. Nunca antes había tenido un perro y mi ignorancia dio sus frutos: jamás dejaste de hacer pis cuando tenías ganas, jamás esperaste a que te lleváramos a la calle, arruinaste puertas y luego de retapizar los sillones te prohibí la entrada al living. Trepabas a mi cama, te acostabas a mi lado y roncabas. Si alguno de mis hijos osaba inclinarse para darme un beso antes de irse a dormir, te parabas sobre tus patas cortas y sacabas pecho como para que no quedaran dudas de que yo era tu propiedad. Y en cierto modo lo era. Pasé algunas Navidades y Años nuevos sin compañía humana para no dejarte solo porque el ruido de los cohetes te asustaba. A cambio de eso, cuando volvía de algún viaje saltabas con algo que yo consideraba (y considero), alegría por mi regreso. Te anticipabas a mi tristeza y lo que leía en tu mirada (no sé si estaba allí pero alcanza con que lo crea) era el más profundo e incondicional de los amores. Suelo decir -y así lo siento- que ningún ser vivo me ha amado nunca de ese modo. Estabas presente para acompañarme, para exigirme que saliera a caminar aún sin ganas, para esperar pacientemente mi regreso y percibir la inminencia de algún viaje. Preparaba las valijas a escondidas para que no lo pasaras mal... La semana próxima van a hacer dos años de tu partida. Te extraño. También me siento liberada del peso de acomodar mi vida a la tuya -vos sabés que fue así- y cada vez que hay tormenta y los truenos sacuden el silencio, miro hacia abajo, hacia el lugar donde solías acurrucarte con las patas cruzadas y digo en voz alta "No se asuste Potorocho (sobrenombre estúpido para un Pomerania que se llama Zoilo), que estamos juntos". Y cada vez que vuelvo de un viaje, dejo las valijas en el hall,voy hasta mi dormitorio y digo, también en voz alta, como si tus cenizas en la mesa de luz pudieran oirme "Hola, Zoilo, estoy de vuelta. Te extraño".

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Cecilia Gómez Nale

El grandote dijo: “tenemos compañía”. Iba a paso lento por ese tramo en que el campo se transforma en playa, por los pastos altos y por la arena que se convierte en acantilado de a ratos, siguiéndolos a una distancia prudencial, aunque me inspiraran confianza. Fue en esa época del año en que hay poca gente y el frío empieza a anunciarse; pero ese día el sol estaba calentito y alentaba a los que frecuentaban la zona y, a los que no tanto, a dar un paseo. Ésos dos iban de la mano, aparentemente concentrados en su mundo, pero él, por alguna razón me percibió. O yo quise que así fuera. Se detuvieron y la mujer se volvió a mirarme sin miedo. Bastó que sus ojos hicieran contacto con los míos y me dijera un “hooolaa...” de manera amigable y en un tono un poco más agudo: ése en el que se les suele hablar a los bebés y a los que son como yo, cuando no los importunamos o, simplemente, les caemos bien. Otros reaccionan con un “¡Rajá de acá, cuzco de mierda!”, o si son más sintéticos me gritan un “¡Salí”!, cuando no recogen la piedra más cercana y tratan de hacer puntería en mi cuerpo para que me aleje. “Vení...”, insistió ella. Y como es inevitable para todos los de mi especie, me le acerqué, un poco agazapado, las orejas hacia atrás y esa cola rebelde que pareciera tener vida propia y se sacude para todos lados cuando estoy contento. Me acarició la cabeza a la vez que decía: “qué lindo que sos... ¿estás perdido?” Acto seguido, reemprendieron su marcha conmigo a la par de ellos. Escuché que él decía: “¿te estará siguiendo a vos o a mí?” y se bifurcaron para el experimento. Me detuve un poco desorientado y me les quedé mirándolos. No entendí. Siguieron caminando, ya juntos otra vez y yo, a su lado. Cada tanto me adelantaba, como conociendo el destino y los esperaba; otras, me rezagaba y él silbaba para que me apurara. Bajamos a la playa y mientras se acomodaban sobre la arena tibia fui a husmear a unos pescadores aislados; a una familia; caminé por la orilla para mojarme las patas, para ya enseguida volver con ellos. Se estaban besando, recostados cerca de una piedra y debo confesar que la situación un poco me incomodó. Así que me eché cerca de ella, aprovechando un pedacito del buzo que había extendido como almohada, pero dándoles el lomo para respetar su intimidad. Se decían esas cosas que suelen decirse los humanos cuando están enamorados; interrumpiendo las frases con besos y miradas que dicen más que las palabras. Por momentos, él se incorporaba un poco para acomodarle el

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pelo que a ella le alborotaba el viento y le cubría la cara, para despejarle así la boca y besarla; más tarde, ella recostaba la cabeza sobre su pecho, mientras con una mano le dibujaba caricias y le hurgaba el cuello con la nariz para olfatearlo como acostumbramos a hacer los perros. Y así estuvimos los tres un buen rato, hasta que el grandote se sentó y dijo: “¿Vamos?” “Bueno”, respondió ella y desandamos el camino. Cada tanto se detenían para abrazarse o para esperarme si me distraía con algún pájaro o me quería hacer el valiente con otro perro. Nos fuimos acercando a la casa grande de la esquina, sobre la playa, y que parecía cerrada e inaccesible, pero que por algún motivo, estaba habilitada para que ellos entraran. Llegué hasta la tranquera, sintiéndome invitado a pasar, pero unos señores gordos sentados en sus motos que estaban en la calle comiendo papas fritas, me invitaron con un par del paquete grande amarillo y acepté el convite. Cuando terminé, me di la vuelta, pero la pareja ya no estaba y la tranquera estaba cerrada. Esperé un rato, sentadito en la vereda, pero al no verlos aparecer, partí con otro rumbo. A lo largo de ese otoño que promediaba y durante el invierno volví a la casa grande y vagué varias veces por el sendero que habíamos compartido. En primavera, en dos oportunidades creo haber sentido cierto movimiento por allí cerca. Llegó el verano y el lugar se pobló, como es costumbre. La casa grande estaba abierta, ruidosa y con mucha gente. Al grandote lo he visto entrar y salir de la casa: hacia la playa de día y subiéndose a un murito que está en la esquina a hablar por teléfono, tarde en la noche. A ella no volví a verla.

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María Guerra Alves

Mi nombre es Alex. Agustín decidió llamarme así por un personaje de una exitosa película animada. Lo único que tengo en común con ese gracioso león es el color. Soy una de las mascotas de la familia. Me salvaron la vida, cuando mis dueños anteriores me abandonaron junto a mis cuatro hermanos, a pocas horas de nacer. Me preparaban mamaderas, con una exquisita leche tibia, no tan rica como la de mi mamá, pero sabrosa, al fin… A partir de ese momento, nunca me faltó alimento, cuidados, cariño y diversión. Hace un tiempo Michel llegó a casa. Es un bebé de mi misma especie. Somos grandes amigos. Juego con él y lo protejo. Pero los adultos de esta casa me están dejando de lado. Por momentos siento que no se acuerdan que existo. ¿Tendrán amnesia? A mí no me afecta demasiado, porque Agustín no hace diferencia. Nos da todo el amor del mundo, a los dos. Lo que me preocupa es el futuro del pequeño. Tiene cinco años y para un humano es muy poca edad, como para arreglárselas solo. La mamá está embarazada. Mi temor es que cuando nazca su hermanito, o hermanita (todavía no se sabe el sexo), a Agustín le pase lo mismo que a mí. ¿Se acordarán en unos meses que su hijo mayor también los necesita?

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Paula Ancery

HABLA SEMPRONIO (Sempi, para los amigos)

Me tenían en una jaula inmunda en un pet shop, o sea en un local que vende perros para después venderles a los humanos: comida para perros, remedios para perros, collares para perros y juguetes para perros. Me tenían con cuatro salchichas más que eran mis hermanos. Contra una vidriera estábamos. Y entra un humano y se lleva a un hermano mío, entra otro y se lleva a otro hermano mío, y así hasta que me quedé yo solo en la jaula, todo el mismo sábado a la mañana. Por un lado mejor, porque los otros me molestaban, la jaula era chiquita para tantos perros aunque fuéramos cachorros, y a mí no me gusta que me rompan las pelotas. Pero por otro lado, ¿qué es eso de que eligen a todos menos a mí? Estaba indignado y me puse a aullar: “¡sáquenme de acá! ¡me quiero ir!” Pero la gente pasaba por la calle, se paraba un ratito y decía qué lindo perrito, pobrecito, y sonreía y se iba. Hasta que pasó ella y me leyó los labios. Porque después me contó que, desde la vereda, a pesar de que yo aullaba con toda mi alma, no se me escuchaba. Pero ella entendió que yo me quería borrar de ese pet shop y esa jaula inmunda. Entró y preguntó cuánto valía el rescate. Y el empleado del pet shop, en vez de contestarle, me sacó de la jaula y me puso en sus brazos. Me enredé todas las uñas en su pullover, pero la miré a los ojos y vi que los tenía iguales a los míos. Y ella también se dio cuenta, pagó y nos fuimos, justo cuando entraba otra familia que también me quería llevar, porque ya tenían una perra salchicha y también querían tener un macho. Mejor que me fui con mi humana, porque no me gusta que me roben protagonismo. Lo que más me gusta de mi humana es que 1) duermo en su cama con ella y 2) me entiende todo lo que yo digo, como desde el primer día, y tenemos unos diálogos bárbaros, en especial cuando la hago renegar a propósito. Lo que no me gusta es que 1) pase tan poco tiempo conmigo 2) me critique mis iniciativas personales, como por ejemplo haber montado un exitoso negocio de quiniela clandestina para los perros callejeros del barrio y haber creado con ellos la rama canina del Vatayón Militante y 3) que me haga pasar papelones adelante de los perros vecinos, por ejemplo diciéndome “tesorito” cuando estamos en el jardín y ellos escuchan y después se ríen a las risotadas. Tampoco me gusta que me lleve a la veterinaria, pero eso es por mi bien.

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Las cosas de la vida que me gustan son: dormir tirado al solcito, que me den pedacitos de queso fresco, jugar a luchar (yo gruño y muerdo en broma cuando estamos jugando con mi humana o con mis abuelos), pararme abajo de la mesa para agarrarme los pedacitos de comida o las miguitas que se vayan cayendo, hacer pozos en el jardín y chuparle el brazo a mi humana como si estuviera jugando con un hueso de goma. Tengo un hueso de goma y otros juguetes, pero es más divertido sentarme en la falda de mi humana y hacerle chup-chup-chup en el antebrazo, como Maggie de los Simpsons con el chupete, y nosotros así somos felices mientras miramos la tele. A veces yo la ayudo a mi humana a trabajar. Me quedo con ella al lado de la computadora a pesar de que me molesta el ruido de las teclas y, si es tarde de noche, también me molesta que no apague la luz a pesar de que tengo sueño. Pero me quedo igual para darle ánimos. O por ejemplo, si ella tiene que mandar un laburo por mail y se pasó un poquito de la fecha de entrega y tiene miedo de que su jefe se enoje, agarro y el laburo se lo mando yo con una pequeña nota explicativa, tipo "mi humana estuvo muy ocupada y no pudo entregar este trabajo antes". Así el jefe nunca se enoja y además es mi amigo. Otra de mis habilidades es que sé taparme solo. Como tengo el hocico largo, levanto la frazada o la sábana con la punta del hocico y me voy arrastrando abajo hasta que quedo totalmente tapado y nadie me ve. También con el hocico sé abrir puertas entornadas. Y por supuesto soy un perro muy guardián, no se me escapa ningún ruido sospechoso y me pongo a gruñir o a ladrar como loco -según-, para avisar. Las cosas de la vida que me enferman son: los pájaros (porque pueden volar y yo no, y además porque hacen escándalo a la mañana y me despiertan), todo lo otro que vuele (especialmente los mosquitos, que también hacen ruido), las tormentas (me dan miedo, y me tengo que meter abajo de una cama sí o sí hasta que se pasan) y mi primo de la especie canina, un Jack Russell Terrier que es de mi prima de la especie humana y que cuando viene de visita rompe mucho las pelotas. En el balance, diría que mi humana y yo nos amamos y somos muy felices juntos y qué suerte que no me fui con la otra familia que justo llegaba a buscarme aquel sábado al pet shop, porque ellos ya tenían otra perra de mi misma raza, y tres cachorros humanos, así que con ellos yo no habría tenido el mismo protagonismo. En cambio, en mi hogar mi humana dice que soy la luz de sus ojos y la felicidad de su vida, y mis abuelos no me tratan nada mal.

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Roxana Conti

Pequeña, inquieta, enloquecida. Jorja corre y corre siguiendo a su dueña, una niña que grita su nombre a cada paso, provocando los brincos de su cuadrúpeda amiga a su alrededor. Mañana de domingo en los alrededores del río, grandes extensiones verdes para correr, el acantilado delimita el borde del río con sus piedras, el río manso serpentea allá abajo. La niña cruza el puente de madera y llama desde el otro lado del río a su amiga que ya estaba dando giros sobre si misma buscando, olfateando. Oye su nombre. Entonces Jorja corre y corre. Corre hacia donde la llaman sin saber que en el acantilado se termina el terreno y que ese límite da paso al vacío. El río corre entre las piedras, tres metros más abajo. El envión desplaza a Jorja una distancia considerable en el aire y pataleando planea cayendo al río. No hay piedras justo ahí debajo. Todos corren a ver qué pasó. La niña grita. Todos gritan: ¡Jorja! Mientras corren y se asoman tratando de no caerse. En un lugar de la barranca, menos vertical, donde las piedras hacen un terraplén, un hombre intenta bajar al río para salvar a Jorja que ya va con la corriente río abajo. Finalmente la agarra, empapándose, y Jorja, desesperada de miedo, le da un tarascón en la mano, el hombre logra sacarla del agua con la mano ensangrentada, Jorja corre despavorida a juntarse con la niña que la seca, la abraza, la alza. Todo es confusión y susto después de ver volar a la perrita por el aire cayendo en picada al río. El pobre hombre, solidario, quedó herido. Varias personas lo socorrieron, mientras decía, me encantan los perritos, crié muchos, no se preocupen, no es nada, si no la sacaba se la llevaba la corriente. Mientras la niña y Jorja corrían en un desparpajo de gritos y pelos. Sin importarles mucho lo ocurrido.

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Guillermina Silva D’Herbil

OJOS DE PERRO I Mmmmm... oigo el ruido del agua que sale de la canillla llenando la bañadera. La escucho protestando: "soy la única que se ocupaaaaaaaaaaaaaaaa". Ella grita: "¿alguien vio la toalla de los 101 dálmatas?". Hace varios días que escucho: "qué baranda de mierda tiene este perro". Mejor me escondo abajo de la cama.

OJOS DE PERROS II Podría haberme llevado cualquiera... una familia con muchos chicos, una chica linda que lleve al rio, una abuela con un lindo jardín. Pero me llevo él. Me puso un nombre difícil de pronunciar, y como vive solo y trabaja mucho, son largas las horas y es muy solitaria mi vida. Somos muy parecidos, y no solo físicamente... los dos somos un "lonely heart”... La casa es mía casi todo el día, y a veces, también las noches me pertenecen. Soy el dueño del sofá, creo que lo uso mucho más que él... Me aguanto las ganas de hacer pis, lo más que puedo, pero cuando no doy más pillo un rinconcito de la cocina, ¡¡a mí también me gusta que mi casa esté bien!! ¡¡La alegría es total cuando escucho la llave en la puerta!! Sé que vamos a salir. Me encanta cuando estamos juntos, sé que me ama tanto como yo lo amo a él. Podría decir que somos casi felices... sólo me preocupa una cosa. Me dan ganas de llorar cada vez que pienso en su tristeza el día que me muera.

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Cecilia Gómez Nale

HOY RESCATÉ A UN HUMANO.1 Sus ojos se encontraron con los míos mientras iba por el corredor escudriñando con cierta aprehensión los caniles. Sentí su necesidad instantáneamente y supe que tenía que ayudarla. Moví la cola, pero no de manera exagerada para no asustarla. Cuando se detuvo frente a mi canil, tapé su vista de un pequeño “accidente” que había tenido en el fondo de mi jaula. No quería que supiera que ese día no me habían sacado a hacer mis necesidades. Muchas veces, los encargados del refugio están sobrepasados de trabajo y no quise que sintiera pena por ellos. Mientras miraba la tarjeta con mi información deseé que no se sintiera triste respecto de mi pasado. Yo sólo tengo el futuro para mirar hacia adelante y quiero poder cambiar algo en la vida de otro. Ella se arrodilló y me hizo unos ruiditos con su boca. Empujé mi hombro y parte de mi cabeza contra los barrotes para confortarla. Con la punta de sus suaves dedos me acarició el cuello. Estaba desesperada por compañía. Una lágrima rodó por su mejilla y yo levanté mi pata para asegurarle que todo estaría bien. Poco después se abrió la puerta de mi canil y su sonrisa era tan brillante que instantáneamente salté a sus brazos. Le prometí cuidarla siempre. Le prometí estar siempre a su lado. Le prometí hacer todo lo que fuera posible para ver esa sonrisa radiante y ese brillo en sus ojos. Fui tan afortunado de que ella pasara por mi corredor. Hay tanta gente afuera que no ha venido por acá. Tantos por salvar. Al menos pude rescatar a uno. Hoy rescaté a un humano.

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Escrito por Janine Allen. Supongo que aplica para la consigna, porque si bien no lo escribí yo, sí lo traduje.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

CON OJOS DE PERRO Es miércoles y vamos a ver a Lunes. ¡¡Uuuyyy... qué cosquilleo en la barriga!! Siento esa sensación de excitación, alegría con ansiedad. Mi respiración se agita, me pica todo el cuerpo, están cayendo los copos de vulanos y la alameda del colegio está alfombrada con un manto de algodón. Pasamos junto a su tumba; una montaña de tierra, en su superficie grabado, a modo de mosaico, con piedrecitas de colores y pipas de calabaza una inscripción que dice: Aquí yace Lunes. Siento miedo al recordar sus ladridos cuando jugábamos a ver quien se acercaba más cerca de su casa de perro. Nunca me gustó ese juego. Lunes era grande y de color canela, ojos negros y hocico sucio y ese olor a gallinero. No me gustaba Lunes. Acababa de cumplir siete años. Era verano, mi hermano me llevaba de la mano a la playa; me iba a enseñar su secreto. Escondidos entre las rocas, pegaditos unos a otros en forma de abanico, allí estaban. Eran preciosos; los había blancos y negros, castaños, con lunares.... A mi me gustó el de color caramelo y lunar en un ojo. Lo cogimos y lo llevamos a casa, era como un peluche. Pasó con nosotros todo el verano. No recuerdo más. Llegó a casa cuando yo tenía trece años. Era un pastor alemán educado en el ejército. Se lo regalaron a mi hermano. Su nombre: Malthus. Grande y fuerte, nos mordía los zapatos cuando entrábamos a la casa. No me gustaba su olor. Cuando llegué al barrio donde vivo, hace ya veinticinco años, me llamaba la atención que la gente que allí habitaba, no paseaba. En la actualidad, se ven pandillas de perros con sus amos y de personas en grupo con sus perros. Es agradable oír sus conversaciones. Me gusta. Ellos han fomentado la unión entre los vecinos de mi barrio. Hay mañanas que oigo hablar a los amos sobre sus hijos-perros, son sus pequeñines. Les oigo decir !Ay, qué bonito es mi niño!... ¡Ay, mi chiquitín, cuanto te quiere tu mami(o tu papi)!. Sus nombres: Pepe, Clara, Felipe, Hugo, Santi, Lolita. Mis nuevos vecinos-perro han creado un ambiente fraternal. Hoy mismo, cuando salía a mi paseo, me las he encontrado. Una pandilla de seis vecinas que volvían de su caminata perruna, todas charlando y disfrutando, con unos doce perros. Una de ellas tiene en su casa un hotelito para perros y a veces pasea un manojo de ellos, cada uno de una raza. Me he sentido sola. No sé qué hacer... quizás he de plantearme tener un hijo-perro y llamarle Guss (de Gustavo); y si es perra Filomena, creo que suena bien.

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Estoy convencida de que los perros entran en el alma de su amo, conectan con él y curan la soledad. Alcanzan cierto grado de empatía con sus dueños, penetran en su interior, hay sintonía vital entre ellos. Crean lazos con otros dueños de perros. Una vía muy saludable para comunicarse con los demás. Aunque, a veces, he presenciado alguna que otra pelea entre perros y entre amos, pero son las menos. Es lo que tiene el tener perro.

Conversaciones y perros

Carmen Navajas

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Viviana Goldman

VECINOS PERROS Y si digo que no me gustan, ¿seré excomulgada? Vivo en un PH de seis unidades. La única familia que no tiene mascota es la mía. En una de ellas, una que está pasando mi puerta en el pasillo hacia el fondo, hubo un tiempo en que vivía una perra y una familia. Y lo digo en este orden porque todo parecía rondar alrededor de las necesidades del animal. La sacaban a la calle entre 15 y 18 veces al día. Para ello pasaban ida y vuelta todas esas veces por la puerta de mi casa. Más de una vez, qué digo, más de muchas veces, alguna de nosotras abría la puerta para salir y ahí estaba el mastodonte peludo, que asustaba por lo grande, y encima ladraba. Lo mismo sucedía en la puerta de calle. Poníamos la llave para entrar y temblábamos de susto por las dudas. La mayoría de las veces, allí estaba. Por lo general, con su paseador/dueño, un hombre mayor, que se movía como el animal, con todo el tiempo del mundo y ocupando todo el espacio. Más bronca me daba cuando te decía “no hace nada, no hace nada” mientras la sostenía con una evidente endeblez, que al mínimo real deseo del perro se habría soltado sin más; y mi hija saltaba de la silla de ruedas ante cada alarido y me miraba con cara de espanto, e incredulidad. Yo tampoco podía creer que les resultara obvio que nosotras debiéramos aceptar sus arbitrariedades. Y ni que hablar de mis hijas más pequeñas (que además de la edad, eran minúsculas en tamaño), que al volver de la escuela, y sin haber nadie en casa para recibirlas, deseaban no coincidir con otro de los paseos de Fanny. Respeto profundamente a quienes quieren convivir con perros. Pero me apena que no me respeten a mí por no querer hacerlo. De todos modos, una noche vi cómo la sacaron, enferma y vieja, en su último viaje a la veterinaria. A los pocos días, toqué el timbre y ofrecí mi sentido pésame.

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M Pilar López O

La niña es pequeñita, muy morena de piel, y cuando corre agita un poco las manos, flip, flop, jugando con el viento. A veces canta muy fuerte, un poco desafinada su voz estridente, y entonces su perro se acerca y aúlla con ella, haciendo dúo. Todas las tardes del verano se les ve en el puente viejo, saltando ella, tabla sí, tabla no, persiguiendo mariposas y abejorros él. A veces la niña arroja un palo lejos y el perro se dispara en su busca y lo trae con la cabeza muy alta. Entonces la niña le acaricia el lomo y le cuenta algo en secreto, abrazándole un poco. Cuando empieza a hacer frío pasean por la alameda y la niña salta, baldosa sí, baldosa no, con su abriguito verde de ribetes negros. Y luego los dos vuelven a casa despacito para merendar.

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Mariangeles Soules

A lo largo de mi vida he tenido muchas mascotas; perros, gatos, un loro, un hamster, varios pájaros, peces, bueno como decía mi madre cualquier bicho me venía bien. Pero hay uno en especial que siempre recuerdo, yo tenía apenas seis años cuando tuvo cría por tercera vez, la perra Fox terrier de mis abuelos maternos. A pesar que ya había visto en las camada anteriores a los pequeños cachorritos, hubo uno que atrajo mi atención, era el más gordito de todos, casi totalmente blanco con apenas dos manchitas oscuras. Miré a mi abuelo y dije yo quiero ése, ese blanquito abuelo, el que parece un pompón; pero mi madre que estaba presente me explicó que no me lo podían regalar porque los abuelos los iban a vender, a lo que mi abuelo respondió “no, si la nena lo quiere es para ella”. Mi corazón se aceleró de la emoción, no cabía dentro de mi pecho parecía que iba a explotar y dije “Abuelo al mío que no le corten la cola” y así fue que cuando cumplió los cuarenta y cinco días mi abuelo lo trajo en una cajita. A mamá nunca le gustaron mucho los animales que no sirvieran para comer, así que hizo que mi papá le construyera una cucha en el patio al lado de la puerta de la cocina. Pompón, porque así yo lo llamé sabía que me pertenecía, tenía conmigo una cierta comunicación como no la tenía con ningún otro miembro del grupo familiar. Era super mimoso, juguetón pero a la vez el más guardián de todos los perros que tuve. Cualquier persona podía entrar al jardín de casa que Pompón le hacía una fiesta, jugaba le saltaba alrededor, pero ojo, que no intentase salir del jardín sin ser acompañado por alguno de nosotros, porque se le prendía con todos sus dientes del tobillo, solamente respetaba la entrada y salida de los nenes del barrio, sí, porque a los chicos jamás mordió. En casa entre la cocina y el patio abierto había un espacio techado pero con una arcada abierta en la cual yo todas las noches después de cenar me sentaba a comer fruta con mi perro, si aunque parezca mentira a él le gustaba la fruta, y mientras comíamos conversábamos, yo era una nena tímida que no hablaba mucho con mi familia, pero con Pompón era otra cosa, podía pasar horas y horas hablando y él me escuchaba sentadito a mis pies, y cuando yo tomaba un descanso en la charla, era él quien tomaba el ritmo de la conversación, ladraba y aullaba como si me estuviese contando algo. Así fue durante once años que tuve a mi mejor amigo viviendo a mi lado, hasta que un día lo encontré agonizando, alguien lo había envenenado como a muchos otros perros del barrio,

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llorĂŠ como si se hubiese muerto un hermano, y siempre, siempre recuerdo los gratos momentos que pasĂŠ a su lado durante parte de mi niĂąez y mi adolescencia.

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Federico Cahn Costa

Nunca tuve mascotas salvo un canario que había en mi casa de la infancia. Cuando el perro, al nacer yo, volcó el moisés conmigo adentro se fue y no hubo más perros. Los peces se morían a los pocos días.Hubo un gatito bebé rescatado de la lluvia por mi viejo que huyó cuando mi hermano, en esa época de dos o tres años de edad, lo llevaba de un lado al otro arrastrándolo de la cola a modo de manija. Santo gato. Y el canario sobrevivió porque cantaba y a mis viejos eso les simpatizaba. Pero una cajita de música hubiera sido más o menos lo mismo. Hoy yo no tengo perro, ni gato, ni cotorras. Pero en mi casa viven dos cotorras, un gato que duerme sobre la jaula y dos perras que a veces duermen con el gato. Yo, antes de que mi señora los trajera avisé que no me ocupaba ni del veterinario, ni de las vacunas, ni de limpiar nada de lo que ensuciaran, ni de pasearlos ni nada de nada de nada porque no tengo bichos ni quiero tenerlos. Creo que en 8 años saqué a los perros una docena de veces, pero el que avisa no traiciona. A lo que no me negué, por pura ignorancia, es a ser el financista de la manada. Y es así como este equipo de básquet zoológico me cuesta entre pipetas, vacunas, comidas especiales para la obesidad o la alergia y lo uno, lo otro y no sé cuántas cosas más mucho más de lo que gasto en comer y médico yo mismo. Y para colmo no sé disfrutar de sus compañías Me molesta tenerlos cerca. Soy “antibichos”. Me reconozco en esto limitado y antipático. Pero creo que todas las noches Lola, Sacha, Felipe, Pluma y Plumita rezan por mis hijos, mi señora y por mí. Creo escuchar en sus oraciones “que Dios les dé salud a la señora que nos da de comer y nos pasea y nos lleva al veterinario, al jovencito que nos saca a correr o nos lava la jaula, al niño que juega con nosotros y al gil que paga todo esto”. En esta vida ya tengo la cuota de mascotas más que cumplida pero en la próxima quiero ser mascota en una casa como la mía.

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Claudia Castañeda

DOS PARTES DE TERNURA Las dos perras que nos han acompañado en mi casa tienen o han tenido nombres “raros”: la primera se llamaba “Ponga”. Maru, mi hija que hoy tiene 20 años, la encontró a sus cuatro añitos, cuando la había pisado una de esas estancieras reviejas. La trajo a upa y me dijo: ma, quiero a esta perra “descapacetada” y le curamos la patita. Ella- mi hija- estaba copadísima con el “Pongo” de la película “Ciento un dálmatas”. Se me ocurrió preguntarle si estaba segura con ese nombre tan bizarro y me miró con sus ojazos de cielo y no pude resistirme. Ponga nos acompañó en alegrías y me acompañó, muy especialmente, cuando salía a mirar la luna y me sentía una infeliz con mi matrimonio. Tenía la intuición de sentarse a mi lado, mirarme y acompañarme en silencio. Me tiraba sus patitas para que las agarre, mientras yo miraba un cielo estrellado en mi jardín sin saber qué hacer. Nuestra Ponga se murió de viejita a principios de diciembre del año 2010. Unos días antes de separarnos con el padre de mis hijas. Cuando ella se fue al cielo al que van los perros, le escribí: "TOD@S LOS PERR@S VAN AL CIELO" El día que Maru te trajo y con sus tres añitos me preguntó si podía tener a una perrita "descapacitada", no lo dudé. Fuiste parte de esta familia durante 14 años... fuiste a quien en noches de verano acariciaba mirando las estrellas, fuiste la que cuando nos vio tristes se ponía al ladito para darnos ese calor que sólo cada miembro de esta familia sabe cómo se siente... ¡te hablamos tanto estos últimos días! Cada miembro de esta familia que tal vez, no es la que vos conociste hoy te llora. Seguramente, estás en una estrella, en la más brillante, en esa llena de"brishor" como suelo decir... ¡¡porque sé que a pesar de tantas lágrimas estás allá!! ¡Cada ser tan puro y vos mi PONGA por ser tan parte nuestra siempre, va al cielo! ¡Adiós, y hasta cada ratito en que te imaginemos al lado nuestro y acariciándote! Hoy nos acompaña “Tuca” -sin connotaciones, ¡eh!-. Se llama así por un personaje de una novela que miraban mis hijas (“Graduados”). En junio, van a hacer dos años que llegó como regalo de cumpleaños de una de mis hijas. Van a hacer dos años que, otra vez, volvieron a ser “moneda corriente” las miradas tiernas, los sillones rotos, los recibimientos efusivos -cada vez que llego de trabajar-. Mientras escribo esto, ella está justo sobre mis pies y me mira como si supiera que le estoy devolviendo un uno por ciento de toda la ternura que nos da a diario.

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Roberta Garibotti

UNA VIDA DE PERROS Cuando miro a mi perra Renata echada al sol, justo cuando entro al auto para salir a trabajar, con esa modorra dulzona que me pide quietud, y que no puedo dársela, sea donde sea, quiero ser perra. Esa vida de perros, tan menospreciada en el hablar popular, ¡esa misma vida es la que quiero! ¿No ha deseado nunca, usted, ser perro, aquí en esta vida? Imagínese el poder lamerse sus propios genitales, y además, hacerlo en plena vía pública. Tomar agua de una zanja, sin pescar infección, y gozándolo de a lengüetazos. ¿Nunca pensó en levantarse un lunes sin ver diferencia alguna con el domingo? Sin cuenta corriente para saldar, sin chicos caprichosos que llevar a la escuela, sin que nada ni nadie dependa de usted. Corriendo detrás de un auto sin motivo, sin novia que se escape, ni marido que cumpla la amenaza de abandonarlo todo. Vivir desnudo. Sin complejos. No saber de tiempos, horas, ni proyectos. La vida mirada por un can, que no sabe de snobismos, ni de paladares negros… aun portándolos. El celo desenfrenado, gesticulado con movimientos corporales rítmicos a plena luz del día. Dígame si nunca fantaseó con esto. ¿No ha querido, alguna vez, ser acariciado por muchas manos tibias y pegajosas de niños? Chupar la parte más rica del cuerito del asado, y en pleno banquete y ceremonia. Dormir en el pasto. No saber de la muerte. No mentirle a nadie. No prometer, no ilusionar ni ilusionarse. Caminar mirando bajito y para adelante, saber poco del cambio del tiempo, defecar donde se le cante y seguir nomás, estornudar infinidad de veces moviendo el rostro en forma desarticulada. Tener un amigo de ruta y no extrañarlo si no está… Estar exento del dentista, del podólogo, del siquiatra, no necesitar un electro, no ser adicto a los somníferos. Vivir sin tecnología, sin mensajes de texto, sin aspirinas en el bolsillo. No esperar cartas de amor, no deberle plata a nadie, no verse obligado a compartir, comer como enajenado, no temerle a la balanza, no estar exigido a entrar en un traje apretado. ¡Qué vida la del perro! ¿Cree usted en el amor a primera vista? ¿Cree usted en el amor? Pues si fuera perro o perra no tendría ese conflicto. Jamás dudaría, no sería presa de los celos. El control remoto no sería problema. Los platos para lavar: tampoco. Los canes no usan trastos. Eximido del baño estaría usted. Jamás pretendería más nada que pasar el momento. No tendrá certezas, tampoco dudas.

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Y no me venga con cuentos. Que la vida es para trascender, que la conciencia es lo que nos engrandece, que lo de tener ideales, valores, que la herencia, el intelecto, ser y saberlo, que el espíritu… Sin tanto argumento, sin objetivos, sin cheques, sin escuela, sin estudios, sin muerte, la vida es de perros; pero ¡qué maravilla!

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Javier Russo

Hace más o menos nueve años mis hijos y su madre se fueron unos días a Concordia (Entre Ríos) para visitar a unos tíos. Así fue que quedamos solos en la casa Keleb (un Beagle de un año) y yo. Recuerdo que era sábado cuando se me antojó comer una porción de vacío y un chorizo. Llamé a la parrilla e hice el pedido relamiéndome. Para que el cachorro no jorobara le di de comer antes de que llegara mi manjar. Recibí al delivery de la parrilla con mucha alegría gastronómica. Me serví la porción de vacío y el chorizo en el plato y me senté a disfrutar de mi almuerzo tan esperado mientras, el perro estaba haciendo de las suyas en el jardín. Sonó el teléfono y como por aquel entonces no teníamos inalámbrico me levanté de la mesa y fui al teléfono (dos metros de distancia) pensando que en una de esas era mi familia. Levanté el tubo - Hola ¿Oscar?- se oyó decir. - No señor, aquí no vive ningún Oscar, debe estar equivocado- respondí. - Ahh, disculpe. - No es nada- y colgué. Cuando me acerqué a la mesa noté que ni el vacío ni el chorizo estaban en el plato. Incrédulo de que el perro se haya comido todo mi almuerzo en tan poco tiempo salí al patio y me encontré a Keleb quieto como una estatua, sentado y solemne como "nunca" se puede ver a un Beagle. Se delató porque miraba insistentemente (pero de reojo) hacia un lugar en el patio en donde quedaba un pedacito de vacío que no había podido tragar. Después de retarlo mientras él permanecía inmutable sin siquiera bajar las orejas, llamé la parrilla para hacer otro pedido pero se había hecho tarde y ya no quedaba vacío. Terminé tomando mate con criollitas mientras luchaba con el perro para que no me afane las galletitas.

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María Gabriela Failletaz

"BENITO" CANICHE TOY Algunos dicen que soy un perro medio "al pedo". Cusco inservible también escuché por ahí. No comparto... porque yo siempre que tocan el timbre, hago flor de quilombo y cuando hay ruidos extraños también. Así que no creo ser tan inútil. Es cierto que soy de talla chica y no asusto a nadie, pero a los gatos sí los asusto un poco. Porque los corro hasta que se trepan al árbol y también les gruño y emito unos ladridos agudos que yo creo que los dejo medio sordos. Antes de que llegaran los dos gatos, yo era mascota exclusiva. Me compraron por 600 mangos hace unos años sin papeles. ¡Qué ratas! Eso fue después de fallecida la Fox Terrier pelo duro, descanse en paz, que parece que fue una monada de perrita. Haberla conocido… ¡Encima que aún no le vi al cara a dios! Después vino un degenerado que se masticaba los pantalones que descolgaba de la soga de un salto... Un beagle ... ¡qué se puede esperar! Son buenos mozos pero histéricos e hiperquinéticos. A ese lo rajaron. El hijo menor de la casa jamás perdonó a sus padres por el hecho. Creo que eso lo alejó de mí. No me da ni cinco de bola. No me gusta hacer diferencias pero a mí la nena me puede. ¡Ahh, es mi debilidad! Tiene trece, ya no es tan nena. Lo que pasa es que yo siempre dormí en su pieza, en una toallita o almohadón que me van cambiando, pero debo confesar que a ella muchas veces se le cae el acolchado al piso cuando duerme... Y cuando me dejan solo también es tentador el sillón... Les contaba que ahora viven los dos gatos en la casa; la gata (la reina) es blanca de ojos celestes, bastante antipática, la pobre. Se cree con linaje. Tiene algo, en realidad. A ella me la banco más porque espera a que yo termine de comer antes de acercarse a mi platito. Es buena onda. Pero el gato de mierda ése (que es hijo de ella) es un prepotente. Se piensa que porque es gris y más grande y alto que yo va a competir conmigo. Me tira arañazos y tarascones simbólicos cuando pasa sigiloso por al lado mío. Yo me desquito comiéndome su alimento balanceado y como ya me pudrí que se haga el compadrito, cuando está tranquilo echado en las baldosas del patio voy y le huelo las partes y me pongo re

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denso. Aunque no sé si le molesta tanto porque el otro día me pareció que me hizo un mimo. A mi mamá la adoro francamente porque ella fue la que me eligió .Me gusta porque me habla como bebé y me dice que soy bonito. Ella me baña, me cuida y me compra "sobrecito“ de vez en cuando. Como yo tengo un problema crónico en la piel por un hongo que se me viene por alergia a las pulgas, ella recuerda tener al día la pipeta. Asi que bue… como verán soy buen perro, pero mejor trátenme bien... porque tengo pocas pulgas!

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Sanchu De Raedemaeker

Seré agradecido con esta nueva familia, que entre discusión y discusión me recibió en su casa. La verdad que el amo es medio gruñón, se la pasa ladrando , oliendo, revisando refunfuñando la rutina, no me quiere mucho capaz tenga celos de que soy el centro de atención. La mujeres de la casa, no hacen más que acariciarme, alimentarme, pasearme, y me gusta entrar a esa pileta y subirme al barrenador, me gusta subirme al auto en la falda de ella, mi ama y señora, y poner mis patas en el volante. Es que nadie me entiende como ella, y yo adivino sus pensamientos y frustraciones. Sé cuando ella quiere algo de mí, entiendo perfectamente sus mensajes y la respeto, no tengo raza más que mi pasado callejero y cuando puedo me escapo a la libertad. Y ella corre y me busca y se altera porque ya le pusieron tantas multas por mi culpa, pero ella entiende que las perras de la zona, mueren por mi pelaje, se deleitan con mi olor a macho latino. Salto barreras y les doy lo que ellas necesitan, y me quedo tan bien después, después del apareamiento. Vuelvo lleno de grasa, de tierra, de yuyos, vuelvo lleno de hombría y de sexo. Lo cierto es que me bautizaron con un nombre que no sé si me identifica, me llaman Puppy Zanetti. Capaz sea en homenaje a un campeón enano callejero y viril como yo lo soy, será porque hago piruetas en el aire y tomo la rama que me tiran con velocidad, puedo correr cuando siento el motor que arranca y trepar por la ventana y mirarla y decirle con los ojos, no te olvides que soy parte de tu vida. Una tarde ella me llevaba como siempre en su falda y yo con mi cabeza asomada por la ventana y ella charlaba con su amiga Teresa, al poner en movimiento el bólido, subió la ventanilla desde un botón y me ahorcaba y yo me retorcía, su amiga en un grito – ¡¡lo estás matando!! repetía a carcajadas, esas cosas de mi ama, que también le perdoné. Le perdoné que el señor de la casa le pusiera el ultimatum ya que parece estaba trayendo demasiados problemas en ese campo de concentración de lujo y fue un lujo estar en ese hogar. Donde fui llorado, ya que ella andaba buscando un hogar nuevo para mí, donde tuviera el amor y libertad que yo necesitaba. Nunca olvidaré cuando por última vez me cargó en el auto y yo ya sospechaba desde la humedad de sus ojos que era el último paseo.

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Me recibieron en un barrio, libre de ser yo, donde dejé decenas de Puppis y donde también algún vecino, al ver que era el Casanovas, se encargó de la manera más inhumana de darme el último ladrido, me quemó la piel y la sangre, pero jamás el recuerdo esos momentos que un perro de la calle, ese que camina con mirada al frente como un guerrero, protector incansable de una familia que lo hizo sentir parte. “A este perro le falta hablar”, decían los que me conocieron, y en cierta forma las palabras están demás, pensaba yo. Apareció la gorda de Cata en un tiempo y siempre le dejaron la puerta abierta como no haciéndose cargo de ella, y ella volvía, Cata también adoraba subirse al volante de la vida con ella, Cata hubiera sido mi mejor amante. Ahora sé que hay una Niña, en esa casa, una gata que también habla a su manera y a su manera pide y da y vuelve a pedir y rompe los picaportes y todas las cerraduras de la casa, y masajea la zona afectada de esas mujeres, y huele bien y no es traicionera como dicen por ahí. La casa de ella, tiene sin querer un lugar para cachorros que anden sueltos por la vida, y aprendieron ellas también con el tiempo, que las puertas sin llaves es una manera de no sufrir ausencias. ¡¡Guau!!

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Gustavo Pedace

Con ojos de perro. (No se imaginan con qué nostalgia escribo esto, tanta que a pesar de ir siempre para la ficción, es un relato casi literal de los hechos que narro). Las primeras semanas fueron bravas. A los nuevos espacios, yo que estaba acostumbrado a los paisajes, se sumó el malestar que me provocaba cuando equivocaban mi nombre. Y ni hablar de las comparaciones. El que me trajo, el alto, me puso Brando. Está bueno. Es corto, fácil, no tengo idea qué o a quién evoca, pero por algo lo habrán hecho. Parece que el alto es el que toma estas decisiones en la casa. Y también la de haberme traído, así que por ahora, al menos en los papeles, es mi amo. Algo andaba mal y un día me enteré. Antes hubo un setter puro. Espigado, pulcro, ágil. Dorado. Se llamaba Travis (supe tiempo después que por el personaje central de la película París Texas de un tal Win Wenders, el alto era amante del cine) y no hubo caso, durante los primeros dos meses tuve que soportar que se equivocaran, que me compararan, que dudaran de mi origen y mis habilidades. El flaco murió joven. Llegó a la casa regalado y era un regalo taimado. Sufría convulsiones y eso es feo. No se lo deseo ni a los gatos. Y a los pocos días, como para reparar la pérdida y el dolor, me trajeron a mí. Que casi venía de la calle. Soy setter, o pongamos 80% setter, el resto no tengo idea. No conocí a mis padres, quiero decir. Ojo, no es que haya influido en mi personalidad, hecha a los tumbos y en varios domicilios. Simplemente que al no haberlos conocido no puedo dar precisiones. Pero tengo que admitir que eso que me incomodaba duró solo unas pocas semanas. Que las cosas se pusieron gris clarito muy rápido, y me sentí a gusto. Eran 4 en la casa. El alto, el canoso, una rubia y la petisa. 4 los básicos, porque era una casa muy animada. Siempre venía gente. Y la verdad es que como me tenían muy integrado (y adentro) todos me saludaban apenas pasaban la puerta. Y ligaba mimos.

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Eran épocas mejores. Las historias que escuchaba no eran para nada buenas con relación al pasado. Se nota que aprendieron con los años. Las historias que contaban de una tal Frida, una ovejero alemán que estaba siempre atada. No tengo mucho tiempo de wifi, acá es limitado, pero quisiera contar tres pequeñas historias para que comprendan por qué lo hice: Historia Uno: “La cama misteriosa” Resulta que no sospechaban qué pasaba con la cama grande, la del canoso y la petisa, hasta que un día se quedaron espiando y me dieron la cana. Se iban a sus obligaciones, dejaban todo impecable, y a la noche, cuando volvían, encontraban la cama grande con la almohada descubierta, prolijamente en triangulito, casi sin arrugas. Se recriminaban quién se había tirado a dormir, y a mí me divertía, hasta que un día, la petisa hizo silencio y me siguió. Era yo. Que con el hocico corría prolijamente las mantas para acostarme en ese colchón fabuloso y apoyar mi cabeza en la almohada, como Dios manda. Historia Dos: “La maceta contenedora” La casa no tenía parque, tenía patio con macetas, pero yo salía tres o cuatro veces al día para ir al baño. Estaba todo bien, bancaba perfecto, ya estaba regularizado con los horarios, y a veces hasta me aguantaba con tal de no mojarme. Pero un día comiendo, un domingo, algo me cayó mal. Muy mal, y no daba más. Empecé a rascar una ventana de esas altas, que sirven para dividir el patio cerrado del abierto, y dale que te dale y no me daban bola. Hasta que el canoso se apiadó y reflexionando “¿qué le pasa a Brando?” me dejó salir. Se quedaron todos helados cuando me vieron ir a vomitar a la maceta. Si tenían todo tan bien cuidado y les costaba tanto mantener la casa así, ¿cómo no iba a dar una mano? Historia Tres: “La despedida” Un día triste y de sorpresa se murió el canoso. A esta altura, a fuerza de estar más tiempo en la casa, de caminar conmigo, de darme de comer, era mi amo. Al alto casi ni lo veía en la semana. Tengo fotos con el canoso. Fotos buenísimas. Éramos compinches. Estaba medio triste, las cosas no le estaban saliendo y se sentía lejos de todo. Y en eso charlaba conmigo. Me trató como un hijo. Ese día fue raro, la petisa estaba de viaje y hubo que localizarla y esperarla para darle la noticia. Todo fue muy de sorpresa y muy rápido. Llegó al otro día, y la metieron derecho

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en la pieza grande, en donde la esperaban el alto y la rubia. Cerraron la puerta dejando a todos afuera. Yo no aguanté y salté con todas mis fuerzas y abrí la puerta (sabía cómo hacerlo) y me metí entre los tres. A llorarlo. Y ellos me aceptaron como uno más. El canoso se había ido y yo necesitaba llorarlo como ellos. A las tres semanas me enfermé y me vine para acá, se ve que no aguanté El cielo de los perros no existe.

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Diego Pascual

CON OJOS DE PERRO Hoy desperté otra vez con este sueño maravilloso. Una vez despierto me quede por un largo rato con los ojos cerrados como esperando a que vuelva. Era tan real, tan maravillosamente real. Aún tengo la sensación aquí en mi pecho. Una sensación tan especial de amor, de alegría, paz y libertad. Mi nombre es Auxul que significa “El que vuela con palabras”, soy un Ángel. Vine al mundo para cuidar de un “Parado”. Este ser se llama Frida, es una niña y vive con su familia en Argentina, se hacen llamar humanos. Ellos me llaman Bobby, y dicen que soy un perro. No me gusta pero digamos que ya me acostumbre, gajes del oficio supongo. Desde que vine al mundo ha pasado ya mucho tiempo, exactamente 10 años, un mes, dos días y tres horas. Para Los Parados (los humanos), tengo ya setenta años. No puedo imaginar cómo lo calculan. Hay muchas cosas que no entiendo de ellos. Cuando cumpla doce en el mundo habré cumplido mi misión y podré volver a mi hogar, junto a los demás de mi familia. Espero llegar sin problemas. Si no realizamos los años asignados, es decir si algo nos pasa antes, por ejemplo si nos expulsan de la casa. Nunca volveremos al hogar porque es allí donde se encuentra la puerta para volver. Tengo asignado muchos años porque soy un Ángel experimentado, ésta es mi última misión. El Parado que me toco es especial, tiene que un futuro brillante por delante. Será un día una persona importante y de ella dependerán muchos. Es por eso que estoy aquí para cuidarla y asegurarme de que aprenda su más importante lección: aprender a amar y dejarse amar. Al principio resultó difícil, nunca antes me sacudieron de tantas formas, nunca antes me disfrazaron de tantas cosas. Nunca antes me habían sacado tantas fotografías y filmado en videos. También tuve dificultades, como por ejemplo ¡¡¡esperar hasta 18 horas para ir al baño!!! Es que viven en un lugar que no tiene espacio ¡¡¡y no tiene patio!!! ¡¡¡No tiene patio, tierra, plantas, agua!!! Viven como en un lugar artificial. Y no voy a hablar de la comida. Y lo peor, casi todo el tiempo estuve solo. Ya que me dejaban encerrado como en una prisión y todos salían. No puedo entender, con tantas actividades, cuando se hablan o se aman entre ellos. Casi no se ven. Eso me pone triste y me dio muchas dificultades.

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Gracias a Dios, como le dije, Frida es de verdad especial. En general los niños de los humanos lo son. Pero esta niña es un ser de luz y le dio sentido a mi estadía. A veces hablamos horas, ella me habla y yo busco sus ojos para hacerme entender. Estoy seguro que lo hace, porque me abraza y me responde justamente lo que estoy pensando. Ella me dice cosas muy bellas, me canta, me confiesa sus alegrías y sus pesares, sus miedos. A veces tengo tantas ganas de romper el silencio y hablarle en su idioma y contarle tantas cosas. Recuerdo un día que apareció con un Ángel (un perro para lo humanos), estaba mal herido y terriblemente desesperado. Lo había encontrado perdido en la calle. Con tan solo ocho años hizo comprender a sus padres que era correcto brindarle ayuda. Nunca supieron su historia ni su final. Para ellos solo fue un historia triste de un perro perdido que no resisto los daños y se fue al cielo. Yo en cambio hablé con el y me confesó que su misión resultó mal porque no pudo logar contacto con su Parado y lo abandonó un día en un bosque lejano. Yo hice todo bien repetía llorando, lo quise lo respeté, lo salvé varias veces de que lo dañaran, nunca le di problemas. Se fue en mis brazos susurrando lo mismo repetidas veces. El debió irse a lo profundo y nunca volver a su hogar, pero algo sucedió y tuvo buena suerte. Con el tiempo me enteré que el amor, la ternura y la lección de solidaridad aprendida y brindada por Frida lo habían salvado. Qué niña especial esta Frida, a veces pienso que en otra vida fue un Ángel como nosotros. Ahí viene ella, cuando la veo tan grande y llena luz me siento orgulloso. Hasta me emociono. Ella me mira cómplice y sonríe cada vez que pasa cerca. - Hoy estás tan lindo, pareces feliz, me dice. Me tiene alzado en sus brazos, me está diciendo cosas al oído. Esto me gusta, porque en segundos voy a dormirme. Ya estoy de nuevo en mi sueño: ¡¡¡Qué hermoso!!! Frida y yo corremos por un campo verde y gigante, lleno de Ángeles. Bajo un tibio sol. ¡¡Allá está el agua Frida!! Aquí puede entenderme. Corremos tanto que pareciera que volamos. ¡¡Qué bella aventura!! ¡¡¡Frida, Frida!!!

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Cecilia Gómez Nale

LOS PERROS NOS CUIDAN Mi hija mayor se esguinzó el dedo meñique de la mano izquierda jugando al voley hace un par de semanas. Hoy le tocaba el segundo cambio de vendas e higienización de la férula. El consultorio del traumatólogo estaba que ardía. No íbamos a esperar. Y le dije a mi hija: "Clara, compro vendas y tira adhesiva en la farmacia, lavo la férula en la cocina y te vendo en casa." Llegamos, le saqué la venda y tiras viejas (hediondas de una semana, vale aclarar) y las tiré a la basura. Al rato, se iba a una cena, así que partimos con mi otra hija a bordo y nos fuimos. Volví con la menor y me llamó la atención que la puerta de la alacena donde está el tacho de basura estuviera abierto... A los pocos segundos, veo venir a Juanita (mi perra) con la inequívoca actitud de "abrime la puerta que da al jardín". Cuando voy a abrirle la miro, porque me dio la sensación de que era el Quico de El Chavo del 8 versión perro: los cachetes inflados. "Juani... ¿qué tenés en la boca...?" No sé de cuántos kilos es la mordida de un braco, pero en cuanto le levanto los mofletes veo un centímetro de gasa del que empiezo a tirar; y ella, terca, bien terca, apretaba los dientes. Intenté por todos los medios despegar su mandíbula, pero la fuerza con la que apretaba me superó. "Ya sé, cómo se la saco", pensé y fui a buscar un puñado de alimento balanceado. En ese momento, aflojó la boca y soltó lo que quedaba de la venda. Claramente, su intención no era engullirse la venda, porque lo habría logrado en el tiempo en que tardé en ir y volver. Seguramente, su intención era enterrarla en el jardín, a "salvo de depredadores" que atacaran a su "jauría humana", oliendo el rastro de olores con que mi hija había impregnado las vendas y que denotaban, vaya uno a saber en qué parte de su genoma canino, que eso había que ocultarlo. No es la primera vez que Juanita hace algo por el estilo. Mi casa es de dos plantas. Si bien nuestras perras comparten el hogar adentro y afuera, la planta alta les está vedada.

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Juanita cumple 8 años en julio, y cuando tenía apenas uno, se encontró una tarde con que a su "amita" Clara le habían inmovilizado un pie con un yeso. Fue viva. Esperó a que esa noche estuviéramos todos en la cama, a oscuras y en silencio y subió todo lo sigilosa que pudo, se acomodó a los pies de la cama de Clara y la "protegió" toda la noche. "¡Maaaaa...! Juani durmió en mi cuarto..." lanzó mi hija al día siguiente. No es novedoso que un perro decida no moverse de al lado de quienes ellos consideran su familia cuando detectan algo que los hace vulnerables. Solo que acaba de pasar y me pareció oportuno contarlo, tratándose de la Semana Canina Lipeña.

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Cristian del Rosario

Amelie nos confiesa: "El tamaño no importa". "Dicen que somos uná modá pasajegá... pego lo mismo dijegon del talliur de la gran Cocó, mi compatgiota, y regardé, Señog Pegiodista, tout le fem lo siguen usando...” desafía Amelie, la bulldog francesa que nos recibe en su gran casona de Temperley en el sur del Gran Buenos Aires; maneja bien el castellano pero no puede evitar su lengua natal y las erres se resbalan en letras g... P: ¿Qué les dice a los que consideran que los perros bajos no sirven para nada? A: A esos les contesto con dos nombres: Tolouse Lautrec y Napoleón ¡Mon dieu! ¿Quién dijo que ser grandote es sinonimo de la… de la… comme se dit... perggitud? Los petit perrgos, somos una excelente compañia pagga los que más nos nesesitan, los chicos y los abuelos. Mon cheri... pense que sabía, en algunas cuestiones, el tamaño no impoggta. P: ¿Y los que se burlan de Uds. por sus orejas, se dice que parecen murciélagos con patas? A: ¡Merde! Escuche esas pavadas... puga envidiá. Si esos ven una sigena seguro se quejan que tiene olor a pescado... je lui dei mais... a muchos, les gustan mis orejas, dicen que soy una especie de Bati-pegga... P: A propósito de eso, hablemos de los que gustan de Ud... de la lista de sus conquistas... es interminable... el pastor alemán de al lado, el afgano de enfrente, los dos gemelos salchichas de la otra cuadra -los dos la misma tarde-, el perro del diariero... ¡¡hasta una gran danesa que ocasionalmente compartió un veraneo con Ud!! ¿Todo eso es cierto? A: ¡¡Oh-lalalala!! ...faltan nombres… P: ¿Falta? Pero eso es imposible... A: Señog Pegiodista, le mot… la palabga... imposible no está en el diccionagio fgancés... En fin... no desmiento nada, pego... ¿qué puedo decig?... l’amour es así en mi cogasón vagabundó... P: ¿Qué dice de sus amos? A: ¿Los delggo?... Ils sont tres bons e tres amuses... divertidós, eso divertidós; amo a mis amos... Mateó... le petit enfant, es un excelente compañego de juegos y nos encanta dogmig la siesta ensemble... juntós... pego, no nos dejan; pog eso, cuando escucho que vienen por el pasillo, me

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bajo gápido de la cama y me siento en el piso, como que lo cuido; Agus, es coqueta, como yo... le encanta y me encanta dagme de comeg en fogma disimulada cuando cenan... Mam... es la más sevega... pego la más buena... y es la que se ocupa que tenga mi comida, mi colchon limpio... y Cgistian... ahhhh… esé... me costó seduciglo... él ega de los que no le gustaban los peggos chicos... pego como soy una excelente depogtista… lo seduje con mis atgapadas... en especial de la petite pelota de gugby... je le comprends... extraña a "Moro"... P: ¿Moro?... ¿Quién es Moro? A: ¿Moro? Un bull mastiff trop grand... mis amos lo adoraban... noble, guardian, cagiñoso, dicen que cuando iban caminando y le petit, Mateo, se fgenaba, él también y se quedaba quieto al lado… y sólo seguía caminando si le enfant lo hasía… ahhh... Y con Cgis... cuando leia en su hamaca, él se sentaba abajo y lo escuchaba leegle en voz alta... excuseme... me emosiono... está entegado pres… donde tomaba soleil... y cuando yo lo imito ¿se dice así?... y me siento abajo de la hamaca... sé que a mi amo le gusta... y se le llenan los ojos de lággimas mientgas me acagisia.... cambiemos de tema mon cheri... ¿c’est posible? P: La noto emocionada... A propósito… ¿y la maternidad? A: ¿Mere je? jaaa... Ne, je sui jene meme... pardon… me olvido que no habla francés… En castellano entonces. ¿Madre yo? Nooo... Soy joven aún... pero yo conocí a Carozo… un simpático bulldog francés... hijo de campeones como yo... y que nos entendemos de maravilla... Y ahora disculpe....debo salir a pasear con un Beagle que me anda moviendo la cola desde hace unos días y... es tan lindo... a pesar de ser inglés... Nous nouns vayons mon amur...

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Horacio Petre

MI PERRO Y YO Siempre lo saco de su cucha para que vea el sol, que vea el mundo. Lo saco y salimos para que de paso haga lo suyo, junto a las botellas de agua mineral llenas de agua de canilla estancada que dejan los vecinos... Mi perro caga y yo silbo como si nada una canción de silbar mientras él da todo de sí. En eso miro los carteles de propaganda en las vallas de la obra y pienso en mis manos, mis pobres manos. No puedo contenerme y estallo en llanto… Mi amor en llanta me delata, y mi perro me soporta moviendo la cola. Mi corazón... su huesito predilecto. Mi perro es valiente y juguetón, olfatea a las perritas de la plaza y hace gestos de miriñaque como queriéndoselas pisar. Yo no logro pensar si no es con mi perro… No concibo existir sino es junto a él. Cada primero de mes lo despulgo a conciencia mientras miro a Biassatti por la tele. Sé que no sabe leer y lo animo en sus quehaceres, él es un perro fiel, me quiere y me protege, juntos somos mucho más fuertes, disfrutamos mutuamente y estamos bien. El veterinario es un tema polémico como pocos. Yo lo llevo a veces y él no se siente bien. El doctor usa un peluquín y chaleco verde que disgusta a mi mascota, que llora como un perro cuando siente el olor del consultorio. Yo soy desocupado y mi perro no. Me observa buscar trabajo en internet y también me acompaña hasta las oficinas de los avisos que me resultan interesantes. No consigo trabajo pese a mi perro. A mi perro yo lo llevo a la peluquería a que le hagan el brushing. Después jugamos a Los Angeles de Charlie y él por supuesto es Farrah Fawcett. Si alguien que pasa por la vereda me dice algo cuando mi perro lo está haciendo, yo enseguida los increpo esgrimiendo todo tipo de argucias dialécticas citando autores. Por lo general en estas ocasiones mi interlocutor se retira espantado y yo tomo esto como una victoria personal, aunque compartida con mi perro. Entonces tomo alguna de

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las botellas de agua mineral llenas de agua estancada y me las llevo a mi casa como trofeo. En el fondo del patio de casa tenemos el Altar de las Cacas lleno de botellas, mi perro y yo nos pasamos las horas de la siesta mirándolas y recordando glorias pasadas y por venir. A la noche miramos el canal de cable, mi perro come alimento para perros y yo también aunque no le doy de mi cerveza. A él le gustan las pelis de Lassie y también los musicales con Frank Sinatra o Dean Martin. Mi perro sabe cambiar los canales con el control remoto. Yo se lo tiro lejos y él lo corre a buscar. Todos los viernes vamos al psicólogo de perros. Él se deprime un poco pero después está mejor. A la salida nos vamos a caminar por la rambla principal y en las mesitas de las veredas tomamos vermouth con papitas. José, el mozo que ya nos conoce, trae para mi perro una porción de comida especialmente preparada para él, y yo juguetón le saco un poquito. A mi perro le gusta el rock. Pero yo… yo ya no escucho más rock. Mi perro es esplendoroso. Yo lo quiero y lo protejo. Sueño con él en sueños de colores. ¿Soñará mi perro? A los sueños de mi perro yo no los registro, pero cuando duerme algo en sus ojos y hocico me conmueve. ¿Soñará conmigo mi perro?

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Maribel Martinez

ESE ALTIVO PERRO NEGRO CON OJO PIRATA BLANCO QUE CAMINA POR LOS BARRIOS Lo veo a las mañanas, al partir hacia mi trabajo. Siempre va con otro perro guardaespaldas. El del ojo pirata adelante, prepotente, mandón y soberano. Y el otro laderito, aunque un poco enojado (con ojitos tristes por ser segundón), mas jamás superando a don pirata. Van juntos inspeccionado zonas, tachos... recorridos matinales. Anteayer me los crucé a casi tres cuadras de la casa, en plena acción de búsqueda. Y me preguntaba qué sincronía que tienen estos canes. Qué conexión única en la cacería de alguito para degustar y saborear, aun respetando jerarquías entre ellos. Qué lealtad. AMISTAD INSEPARABLE. ¿O SOLO DÚOS DE COMPLICIDAD para el bocado apetecido? No lo sabemos, pero saben trabajar en equipo.

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Ofelia Iungman

MIS AMIGOS Alto, grande, chiquito, mediano, corpulento, desgarbado, esmirriado, feo, simpático. Asumen roles increíble. Buscan personas, protegen y salvan vidas. Acompañan y otorgan seguridad a los niños. Lazarillos únicos, detectores de estados de pánico y aumento de la azúcar en sangre… acompañan a los oficiales en jornadas de doble turno, cambiando de compañero sin aviso ni formulario de orden, lo hacen con aceptación, conducta y forma…. Es el amigo que no falla, la mirada que acaricia, la compañía perfecta, el silencio necesario, el ejemplo vivo, la alegría espontanea, el agradecimiento permanente, la travesura que distrae, el motivo de enojo, la descarga emocional, la reacción justa, la lección aprendida, las lágrimas enjuagadas, el rescate, el alivio, la recompensa, el peluche, el abrazo, el consuelo, el ímpetu y la calma. La devolución perfecta, la gratitud ofrecida, el vacío completo, la especulación desvanecida, la ternura expresada. Aquí están Tatoo y Otto, padre e hijo, en preciosa convivencia ¡¡¡Son mucho más que mascotas!!!

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Antonio Lendínez Milla

CON OJOS DE PERRO Me destetaron de mi madre y me han dado a esta mujer. Que me trata con cariño, me da leche con un biberón. Dejé a mis hermanitos y ella me eligió a mí. - Elija usted señora, ¿cuál le gusta más? - Me voy a quedar con éste que no para de moverse. Es muy bonito. Qué vivaracho es. Les va a encantar a mis nietos. - Tiene que amantarlo y darle su biberón. - Descuide usted, buen hombre, que de eso ya sé yo. Escuché que le decía, a mi segunda madre Clara, cuando me llevó a su casa. Un patio andaluz, con muchas plantas, que tenía un limonero lunero, que siempre daba limones. Allí estuve dos meses. Luego, mi segunda mamá, me llevo a Málaga, en una canasta tapadito con mi manta. Era la casa de su hija. Llegué a una casa con jardín, en lo alto de una montaña. Dónde se divisaba el mar, y que de mayor yo guardaba. Mas eso fue más adelante cuando ya me hice robusto y fuerte. No había perro que se acercara ni gato que se arrimara a la tapia del jardín. Dos niños me recibieron, de ocho y seis años, con mucho deleite y gozo. Guille y Laura se llamaban. No paraban de llamarme. - ¡Ator! Sí, ese era mi nombre. Me lo pusieron en el criadero. Era un Pastor Alemán. Tuve unos padres hermosos, y yo me parecía ellos. Fuerte y grande crecí. - Abuela, mira cómo nos sigue. - Parece un osito de peluche. No paraba de seguirles. Todo el rato detrás de mi. Me cogían en brazos. Me daban besos y me acariciaban el pelo. - Pero, ¡qué bonito eres!

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Repetía Laura, acurrucándome en su pecho. - ¡Mamá! Mira como me sigue. Gritaba Guillermo - Pero, ¿no has visto? le cerramos la puerta y se cuela por los barrotes de la verja al salón. - Sí. Es que es tan pequeñito que se mete entre las rejas. Mi dueño me construyó una casa de madera, en el porche junto a la puerta. Para que aprendiera a guardar. Y la pintó de verde. La dueña de la casa me hizo un cojín. Tenía un bol para la comida, y otro para el agua. Era una casa junto a un bosque, que lindaba con mi jardín. Aquello lo descubrí más tarde. Ahora mi afición eran las plantas. Mi ama tenía muchas, en aquel hermoso jardín; pero a mí me deleitaba escarbar en las macetas. Esos olores tan profundos que sentía entre sus raíces me recordaban a intensos aromas que desprende esa tierra entre las raíces de las plantas. Buscaba de dónde surgían, no podía resistirlo, me era imposible contenerme. Me quitaron aquella obsesión. Todavía lo recuerdo. - Pero, mira lo que has hecho. ¡Ator! ¿Qué has hecho? Me gritaban, recriminándome el hecho. Cogían un rollo de periódico, pegando, golpes en el suelo; me cogían del pellejo del pescuezo, y me llevaban a que viera de nuevo aquello, según ellos estropicio. - ¡Ator! Eso no se hace. Repetían, tanto el amo como el ama. Me costó aprender eso. Hay que respetar a las plantas que del jardín son las dueñas. Me costó entender eso. Cuando ya tuve la edad, tendría ya unos tres o cuatro meses, me sacaron de paseo. Cuando la veterinaria dijo que ya podía hacerlo. Venían conmigo al principio los niños de la casa, me llevaban de la correa. Caminaba junto a mi amo. Que me acostumbro a seguirle al paso. Cuando llegábamos al bosque, y siempre que no hubiera perros. Mi dueño me dejaba libre para que corriera no muy lejos. Cuando me llamaba le obedecía. Él era el amo y yo un buen perro. Al avistar a algún perro, y, antes de que yo lo oliera, oía su llamada, dejaba de olisquear, o lo que estuviera haciendo, y veloz como rayo, acudía presto. Así me enseñaron a hacerlo.

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Lo reconozco, era muy pendenciero. Mi instinto de perro de guardián, no podía contenerlo. Me gustaba la greña. En la casa no hizo falta, que pusieran el letrero “Cuidado con el perro”. Antes de que se acercaran, ladraba hasta no parar. No sabía las intenciones de quien por la calle pasaba. Y muchísimo menos, si se trataba de algún otro animal de mi especie. Aquella era mi casa, y el jardín mi terreno. Me ponía de pie apoyado en la baranda de obra tupida que daba a la calle, iba de un lugar a otro, formaba un gran escándalo. El vecindario conocía que en aquella casa, había un Pastor Alemán, fuerte y valiente defendiendo. Cuando ya el amo o mi ama, abrían la puerta a los visitantes, entonces yo ya paraba de ladrar, ya no había perro, olisqueaba los zapatos. Y si eran conocidos, los recibía con besos. Quería también abrazarlos, me subía con mis patas delanteras para darle en la cara besos. - Basta, basta, Ator. Quédate quieto. Me decían. Yo me alegraba de verlos. Les daba unos lengüetazos en la cara como si fueran besos. Era mi forma de mostrarles mi cariño, lo hacía yo así, era un perro. Algunos, lo entendían muy bien. Me acariciaban el pelo. No es vanidad, era muy guapo, fuerte y noble. Todos me lo decían y yo conforme me sentía así, hacía gala de ello. Otros me miraban como a un perro. Así pasaron los años. Haciendo de perro guardián, en aquella casa, en el monte, desde dónde se veía el mar, con mis amos mis dos niños, que se hicieron grandes en un pispás. A mi amo lo operaron. Noté que se sentía mal. Hasta dos operaciones tuvo. Entre ellas vi como se adelgazó mucho, y, se le cayó el pelo. Me sacaba a pasear al bosque; le notaba yo en su lucha con aquel cáncer. Decían que le aquejaba eso. Muchos amigos le visitaron, conocí a muchos de ellos. Empecé también yo a ponerme triste. Quería mucho a aquel amo. A los dos años de aquello, también me sentí sin fuerzas. Yo que había sido una fiera temible, de los gatos, y los perros. Mis amos se dieron cuenta, de que su perro ya no era como aquel perro. Me llevaron a la veterinaria. Y como resultas de aquello, me operaron, me quitaron unos ganglios, cancerígenos junto al hígado. Me repuse, pensaba, que ya comenzaba a estar otra vez bueno. Me sentía otra vez fuerte. Tenía ganas de comer, de ladrar, y hasta de correr. Pensé que se había acabado aquello. Pero aquel mal se reprodujo, al cabo de los pocos meses. No tenía ganas de moverme, las fuerzas se me cayeron. Mis amos se preocuparon, los niños me acariciaban, me miraban, sentía su pena, y a mí me daba mucha lástima sentir todo aquello. Tenía ganas de llorar. No podía ya levantarme cuando a mí se me acercaban. Sentía allí sus

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caricias, y como mi vida se acababa. Llamaron a la veterinaria y me pincharon. SentĂ­a sus caricias dulces, de aquellos amos queridos, de sus manos el corazĂłn, y, sus latidos tan tiernos. Poco a poco, en un suave sueĂąo, me fui quedando dormido. Todo eso lo estoy ahora sintiendo

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Javier Russo

Solía vivir con dos perros, un macho y una hembra. Una hermosa pareja, cariñosos y buenos compañeros. Me gustaba mucho cuando paseábamos los tres. Hace un tiempo la hembra se nos fue. ¿Vieron que los perros de dos patas cuando están tristes les sale agua por los ojos y hacen ruiditos parecidos a los nuestros? Bueno, así estuvo el macho por muchos días. La extraña mucho aún y me cuesta consolarlo y levantarle al ánimo. Hace rato que no lo veo, no sé en qué andará voy a buscarlo, debe estar en el living. Acá esta, sentado y triste, otra vez con agüita en los ojos. Me voy a acercar despacito. A ver si te ofrezco mi patita… Dale perro de dos patas, sabes que cuando te toco con mi patita en la rodilla es para que me acaricies, dale que a vos te va a hacer bien y a mí también, dale . A ver de nuevo con la patita y tuerzo un poco la cabeza… ¡¡¡Ahhh, sí… qué linda caricia en el cuello…!!! Ahora en la cabeza… ¡¡¡Siiiii!!! Nos hacemos bien ¿viste? Yo también estoy triste y vos lo sabes y te das cuenta porque ustedes los perros de dos patas son seres muy sensibles. A ver ¿ya no te sale más agua por los ojos? Ahhh, y ya sé que te hice bien porque me mostrás los dientes y cuando los perros de dos patas muestran los dientes es señal de que están bien. ¿Qué vas a hacer ahora? Mmm, agarraste el control quiere decir que vas a mirar el aparato raro que miran los perros de dos patas y en un rato te dormís. Entonces voy a hacer algo que sé que te gusta; me hago un bollito en tus pies hasta que te duermas. Yo también extraño mucho a la hembra de dos patas era bien alfa y nos cuidaba a los dos. …//…

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Je, ya se durmió voy a salir al patio a ver si pasa algún amigo. Justo, mirá vos, el Polaco de la estación. - Hola Polaco. - Hola Colita, ¿Cómo está tu perro de dos patas? - Y viste como es, la vamos llevando, no es fácil. - Es el problema de adoptar perros de dos patas, te encariñás por eso yo… yo prefiero la calle. - ¡¡Andá Polaco, no te hagas el superado si en la estación de tren tenés un montón de perros de dos patas adoptados!! ¡¡ Tenés a los guardas, a los de maestranza, a los boleteros y hasta los pasajeros!! - Bueno, che, pero no es lo mismo, es una adopción más libre. - Está bien, está bien, como digas. ¿Vas a andar por acá el domingo? - Si no llueve me doy una vuelta. - Dale, así lo saco a mi perro de dos patas a pasear un rato. - Dale, chau. Qué Polaco éste, siempre haciéndose el rudo y es más bueno que Lassie. En fin, es lo que hay. Mejor entro para que mi perro de dos patas se despierte conmigo al lado.

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Pablo Miguel

EN MEMORIA DE CACHIVACHE

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El 30 de junio de 1990, casualmente el día en que se cumplía un año de que nos conociéramos con la futura madre de mis hijos, discutimos por alguna cosa sin demasiada importancia. Enojado, tomé un envase de cerveza y salí por el pasillo con intención de dirigirme al kiosco de la esquina. Cuando llegué a la vereda me encaró un perro callejero moviendo el rabo y ofreciéndome inequívocas señales de amistad. Lo saludé, lo acaricié y lo invité a pasar a la casa. Luego, ni mi mujer ni yo fuimos nunca capaces de recordar el motivo de aquella discusión y el nuevo miembro de la familia se quedó para siempre. Le puse ese nombre en plan estrictamente descriptivo: al comienzo creímos que era sordo pero sólo se debía a una terrible otitis, además tenía otras infecciones y estaba intoxicado a fuerza de comer basura. En poco tiempo se recuperó de todo eso y muy pronto se ganó la simpatía de la mayoría de los vecinos con su bonachona forma de ser. A pesar de vivir con nosotros nunca abandonó su vocación vagabunda. Solía visitar para cenar y dormir casas de diversos amigos, por aquí y por allá, muchas veces a bastante distancia de la nuestra. Era asombrosa la relación que tenía con Bartolo, un perro que se movía con la misma libertad que él: cuando uno de ellos salía a la calle pasaba a buscar al otro, llamaba a la puerta y se iban juntos a caminar por el barrio. Al tiempo nos mudamos y en el nuevo vecindario él se hizo conocer incluso antes que nosotros, al punto de que algunos nos llamaban "la familia del Cachivache". Puede haber influido en esa popularidad el hecho de que apenas mudados se cayó desde la terraza y por lo tanto empezó a recorrer la zona con una pata delantera totalmente enyesada. En ese estado todas las mañanas cruzaba una transitada avenida, esperando el semáforo con toda corrección, para saludar a su amigo el carnicero que lo esperaba con una carcasa de pollo reservada para él. La segunda mudanza lo encontró ya más maduro y sus recorridos se fueron reduciendo. Igualmente nunca renunció a la calle y en los últimos años pasaba horas y horas tirado al sol en los rectángulos de pasto de la cuadra. El 4 de marzo de 2004, casualmente el 11° cumpleaños de mi hijo mayor, volví del trabajo y lo encontré en uno de 2

Como la consigna parece flexible y lábil, déjenme copiar y pegar mi homenaje a uno de los mejores amigos que tuve en la vida.

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esos sitios en la misma postura en que solía tomar sol: había muerto de viejo y en su ley. Durante esos 14 años convivió, además de con dos bebés consecutivos, con algún otro perro, con gatos, conejos, un loro suelto en la casa (que jugaba a perseguirlo y morderle la punta de la cola) y hasta un hamster también suelto; con todos se llevó de maravilla y creo no mentir si afirmo que pasó por la vida sin ganarse un solo enemigo. Dicen que los perros se parecen a sus compañeros humanos... ojalá algún día alguien pueda afirmar eso mismo sobre mí.

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Oscar Boán

PERROS DE PLAYA

Solíamos caminar sobre la arena, olfatear el musgo de las piedras húmedas, lamer los caracoles de la playa. Ladrar, perseguirnos, jugar como sólo las bestias saben jugar. Entrar en la casa abandonada, de la playa, con paredes de piedra, tejados desteñidos, en parte huecos, balcones con la herrumbre del hierro próximo al mar. Subir la escalera de madera podrida, hasta la torre de la veleta con el gallo apuntando el pico al cielo quebrado. Aullar cómo lobos en celo. ¡¡¡Ay… si volviera a ser ese perro, amigo de perros vagabundos para lamer nuestras heridas!!!

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Perros de playa

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Mauricio Castello

Sólo ver, no es mucho. Romualdo sólo necesitaba ver para concretar sus planes criminales, en 2D, 3D o Cinerama, no importaba, sólo ver. La nueva generación de lazarillos sacrificables le acercó la solución. Con el transplante de ojos caninos recibió, como contraindicación, la mirada de un perro, esa inocencia que complotaba contra sus deseos más profundos. ¡Ya hubiese querido a un lobo como donante! Era insoportable, la pulseada interna lo debatía entre renunciar a su esencia y arrancarse los ojos. Decidirlo le tomó lo que le lleva a un cachorro hacerse adulto.

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Liliana Lewinski

PERROS CALLEJEROS EN ORURO3 Más de una noche volvieron muy tarde. Las calles cercanas al mercado, donde vivían Marta y Lucero, estaban silenciosas. En las esquinas, donde se amontonaban las basuras (desperdicios orgánicos, papeles sucios, envases de plástico) juntadas por la actividad comercial del día, las amigas veían a los perros callejeros que comenzaban su tarea cotidiana: separar lo comestible del plástico o el papel y lo vegetal de lo cárnico. Esos especialistas de la discriminación de los desperdicios separaban para comer y vivir. Hacían desaparecer las fibras orgánicas que tantas moscas y gusanos atraen. Esos comensales tenían la natural costumbre de orinar y defecar no tan lejos de la mesa pero en contrapartida su actividad y su presencia alejaban a los roedores. Ratas, ratones y lauchas a quienes no les quedaba más que buscar en las casas, depósitos y puestos de venta donde no se notara la presencia habitual de un gato. A cada uno su trabajo. El género canino y gatuno de costumbres nómadas continúan cumpliendo en Oruro las mismas funciones que en Egipto antiguo, en Roma imperial o en la Edad Media. Son los empleados públicos de los servicios sanitarios que nunca piden vacaciones ni hacen huelga de trabajo ni de hambre. Que no buscan reducción de trabajo, al contrario, piden su aumento para permitir la entrada a la función de su prole múltiple. ¿Qué otros funcionarios se autoorganizan? ¿Se autoconvocan? ¿Se autoadministran? No piden subsidios ni para la vivienda ni para el transporte. Y, un mal día de la vida, los Honorables del consejo municipal decidirán por todo pago, “por el bien y la seguridad de la población”, hacerles ingerir estricnina.

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Fragmento del libro de investigación - ficción que estoy escribiendo.

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Cecilia Mosto

Escucharte de noche. Solos. A lo lejos, sin saber desde dónde. Opacado por la inmensidad del campo. En algún lado. Avisando sobre quién sabe qué cosa a quién sabe quién. Sin duda… a la espera de recompensas rápidas y merecidas Distante, te escucho despierto, como yo, pero más vivo y atento a la oportunidad Único sonido junto al viento, las hojas golpeándose, grillos. Yo… en la tumbona, como siempre, probablemente con una frazada encima.

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Horacio Tort

ALECO

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Yo siempre había querido tener un perro pero vivíamos en un departamento, mis padres trabajaban y mi hermano y yo íbamos a colegio de doble escolaridad, por lo cual me decían, no sin cierta razón, que era cruel dejar a un perro solo casi todo el día. Yo lo acepté y me resigné, pese a que mi madre decía que, de chico, no podía caminar conmigo por el barrio porque no había perro, ya sea suelto o detrás de una cerca, al cual yo no acariciara y le hablara. Decía que por más que gruñeran, ladraran y mostraran los dientes detrás de la cerca, yo me les paraba en frente, les hablaba un ratito y terminaba acariciándolos. Al principio parece que ella se moría de miedo, pero de a poco se fue acostumbrando y solo se mantenía alerta hasta sentir ella también que el perro se había tranquilizado. Estimo que ella sentía que con eso compensaba un poquito el no poder satisfacer mi pedido de tener uno propio. Al casarme a los 25 años sucedía algo parecido. Yo trabajaba todo el día fuera de casa y por fin, luego de dos intentos fallidos, uno en Ingeniería en la UBA y otro de Administración en la UADE, había encontrado una carrera que me gustaba, y la cursaba de noche. Ante esta situación, mi ex mujer, que trabajaba medio día como maestra, no estaba dispuesta a hacerse cargo de un perro. Por otro lado ella había tenido uno y había sufrido mucho su muerte y no quería revivir ese momento. No hubo manera de convencerla ni aun con los hijos que fueron llegando como cómplices. Lo más que habíamos logrado fue incorporar un gato a la familia. Fue cuando Dominique, nuestra hija de 4 o 5 años por entonces, pidió permiso para tener un caracol de mascota. Si, un caracol. Ante ese pedido que nos pareció casi desesperado, Sigfrid, un siamés muy guapo e hiperactivo, hizo su aparición en el seno del hogar. En realidad en el seno y los genitales del hogar ya que rompía bastante los cataplines. Y estuvo tres años con nosotros, hasta que sus celos ante la llegada de nuestro último hijo lo pusieron demasiado nervioso e irascible y decidimos, no sin cierto dolor, mandarlo al campo donde tuvo infinidad de hijos. 4

Cuando leí esta consigna, no quise perder tiempo y decidí de inmediato escribir la parodia que publiqué (fui el primero) sobre la relación entre Rin-Tin-Tin y Lassie, ya que no quería meterme en el terreno de la nostalgia evocando momentos familiares que tuvieron a Aleco (un bóxer muy especial) como protagonista. Pero fracasé. Leyendo las historias de otros lipeños no pude evitar recordar esto que comparto ahora con ustedes.

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Por entonces mi ex mujer se mantenía inflexible, hijos en doble escolaridad, ambos padres trabajando fuera de casa, yo además viajaba mucho al exterior por trabajo, la historia que volvía a repetirse. Hasta que un día Melanie me confiesa en secreto que le habían regalado un cachorro de bóxer y que se lo darían en 45 días. Le dije que no era a mí a quien tenía que convencer sino a su madre, quien tenía argumentos más que entendibles para negarse. Y como era previsible, Melanie fracasó. Pero como tenia genes vascos en su sangre, su testarudez hizo que una tardecita se aparezca con un hermoso cachorrito. Mi ex mujer lo vio, puso cara de pocos amigos y dijo “sólo por hoy y porque es tarde para que vayas a llevarlo de vuelta a su dueño, pero mañana ese cachorro sale de acá”. El cachorro quedó en una caja grande en el living, cerca de la mesa donde cenábamos y al terminar la cena, Juanpi salió con unos amigos, Nacho y Dominique jugaron un poquito con él y se fueron a dormir y, luego de una sobremesa, Melanie y yo nos quedamos lavando los platos y conversando en la cocina. Cuando terminamos, fuimos al living y nos encontramos a mi ex mujer dormida en el sillón con el cachorro también dormido abrazado sobre su pecho. En ese momento ambos supimos que ya no se iría jamás. Melanie le puso Aleco no recuerdo en honor a qué. Es un bóxer estilizado color te con leche con el pecho blanco, de los que son algo más altos y más flacos, y al principio se convirtió en el centro de la familia. Todos querían cuidarlo, pasearlo, bañarlo, etc. Como suele ocurrir con los hijos y las mascotas, uno termina siendo quien los pasea, los baña, los alimenta, etc. Yo diría que llegó en un momento oportuno, ya que fue en los últimos años de nuestro matrimonio, cuando ya las cosas iban de mal en peor, así que fue por momento aglutinante, en otros motivos de risa y en otros la gran excusa para evitar o poner fin discusiones sin sentido. “Me voy a pasear a Aleco” decía yo, agarraba la correa que en realidad nunca usaba, y me iba a buscar algo de paz en la oscuridad de las calles de Vicente López. Aleco fue un compañero maravilloso para todos nosotros. Como yo soy noctámbulo, él terminaba dormido, tirado en el sillón a mi lado mientras yo veía alguna película casi sin sonido para no afectar su sueño. Se turnaba a dormir con todos mis hijos, pero tenía preferencias por Nacho, quien por ser el menor era quien más tiempo pasaba en la casa con él. Convivió por un tiempo con una gatita negra Reinha (para la familia solo Rei) que adoptó Dominique. Era muy divertido ver cómo Aleco la perseguía por todo el departamento para jugar con ella y ésta lo sacaba carpiendo cuando se hartaba. Pero era obvio que, a su manera, ambos se querían. El día que mi ex mujer y yo decidimos separarnos, tres de nuestros hijos ya estaban grandes (23, 21 y 19) y se la veían venir, por lo cual la charla con ellos no tuvo una excesiva carga de dramatismo. Los

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juntamos a los tres y les explicamos la situación y los tres lo tomaron como corresponde ante un hecho inevitable, con dolor pero con aceptación. El tema era cómo decírselo a Nacho que estaba por cumplir 12 en dos meses. Yo propuse llevarlo conmigo a pasear a Aleco al rio y decírselo, para que al volver termináramos la conversación ambos con él. Estaba ya anocheciendo y nos sentamos en unos juegos. No había nadie más que nosotros. Era un lugar que a Aleco le gustaba ya que correteaba por todos lados. Allí empecé a explicarle a Nacho lo que pasaba entre su madre y yo, y por más esfuerzos que hice por pintar la situación como algo no deseado que sucede a veces entre los seres humanos y que no iba a afectar nuestra relación con ellos, nuestros hijos, los ojos de Nacho se fueron llenando de lágrimas y también los míos. Aleco se percató de inmediato de la situación y se sentó frente a ambos, justo en el medio y bien cerca, de manera de poder lamernos las lágrimas a uno y otro, consolándonos y compartiendo nuestro dolor. Terminamos los tres abrazados y seguramente él también lloraba con lágrimas de perro. A la semana me fui de casa y a partir de entonces muchos de los programas que yo hacía, como padre separado con mis hijos, incluían a Aleco. El se ponía tan feliz de verme que tenía que aguardar unos minutos a que se tranquilice, minutos en los cuales saltaba y saltaba alrededor mío haciéndome sentir muy querido. Hoy Aleco es el único integrante de la familia que vive con mi ex mujer, que en nuestra historia familiar quiere decir más de lo que ustedes creen. Con esa mujer que no quería por ningún motivo tener un cachorro en casa.

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Cecilia Gómez Nale

REIVINDICÁNDOME Mucho se ha escrito de perros por acá en estos días. Lo sé, porque aunque no me crean, yo leo. Sí, señoras y señores: en estos días de escritura canina, apoyando mis manos sobre el regazo de Cecilia, me hice la tonta y aproveché para pispear lo que ella leía y comentaba en este espacio en el que ahora estoy escribiendo, porque sino de mí nadie dice nada. Mi nombre es Ámbar y soy la hija de Juanita y Goyo. Tengo los ojos de ese color y el pelo de un rubio pelirrojón, que se aclara más en verano según tome más o menos sol. En junio cumplo cuatro años y estoy esperando al galán que me prometieron y que se llama Flash. Hace poquito tocaron a la puerta de casa: era una vecina de la vuelta, que vive con Milo, un vizsla como yo; alguna vez nos cruzamos por la calle, pero tiene pinta de medio nerviosito y creo que por eso Cecilia no quiere que nos crucemos los genes. Dice que con mi madre, Juanita, para perros nerviosos ya tiene bastante. Hace unos días llamó otra señora: en la veterinaria le dieron el teléfono de casa y le dijeron que la perra de Cecilia era muy linda (refiriéndose a mí; no, a Cecilia, que ya creo que anda medio vieja para esos trotes). Parece que esa señora tenía un candidato para novio mío; pero Cecilia insistió en que Flash me espera y que si el señor con quien vive se entera de que tuve amores con otro, la mata. Y la verdad, es que vi a Flash en un video y está bueno; así que vale la pena la espera. Tal vez sea un poco grande para mí, porque tiene siete años; pero si a la hija de Cecilia que tiene catorce le gusta Brad Pitt de cincuenta, no veo el inconveniente. Y creo que Flash me es más accesible que Brad a Clara. Mi historia se remonta a Juanita y a Goyo, que son amigos desde chiquitos. Eso complicó un poco las cosas, porque además de no tener experiencia previa y más allá de la disponibilidad de mamá en esos días de celo, los dos preferían jugar y ni sabían de qué iba la cosa. Hasta que el instinto hizo lo suyo. Unos días después se confirmó el embarazo. Nací un domingo de fines de junio. Soy la segunda de tres hermanos y puedo afirmar que vine al mundo en el lugar y momento oportunos. Roque, mi hermano mayor nació en el descanso de la escalera a las cinco de la mañana. Un lugar un tanto incómodo para la bienvenida; pero creo que mamá se sintió rara, no tenía idea de qué le estaba pasando e intentó ir a buscar a Cecilia o incluso parirlo en su cuarto.

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Pero el tipo se le cayó en la escalera, Cecilia se despertó ante los gritos de mi hermano, saltó de la cama y fue corriendo para encontrarse con mi madre que la miraba desorbitada, sin saber qué hacer, con un cachorro que estaba a los alaridos, con el cordón colgando y en medio de un charco de líquido amniótico. Por suerte, Cecilia sí supo qué hacer: levantó al cachorro, insistió a mi madre para que fuera a la paridera, que era el lugar previsto para que naciéramos todos, le cortó el cordón a Roque, lo refregó con unos trapos para secarlo un poco y le metió el meñique en la boca para inducirle el reflejo de succión y prenderlo a la teta. Al rato, mamá comprendió la situación y nuevamente, primó el instinto: se puso a lamerlo mientras Roque, un poco más tranquilo, chupaba y chupaba a medida que entraba en calor. Yo la vi la luz a las nueve de la mañana, en la paridera, y según Cecilia, que estaba presente, nací rapidísimo. Ella no intervino esta vez; mamá hizo todo solita: rompió la bolsa, cortó el cordón y se comió velozmente los restos; me lamió el hocico y el cuerpito con fuerza para estimular la respiración y me empujó hasta la teta libre al lado de la que estaba Roque. Y empecé a mamar. Al rato, Cecilia se acercó, me tomó suavemente con una mano y me dio vuelta: suspiró aliviada al ver que yo era hembra y aunque todavía no podía saberlo, mi condición de mujer me aseguraba quedarme en esta casa. Pasaron las horas y Cecilia se inquietó: mamá no daba muestras de seguir pariendo y se sabía que había más cachorros. Llamó a la veterinaria, revisaron a mamá y le dieron una inyección. Ese domingo Argentina jugaba contra México en el Mundial de fútbol y la doctora se fue rápido, porque la cábala era ver el partido con su staff en la veterinaria, que cualquier cosa la llamara, pero a menos que fuera una urgencia, que esperara a que terminara el partido, por favor. Y así fue que Cecilia se perdió el primer gol de Tévez, porque Ramsés nació justo en ese instante. Y también se perdió la repetición, porque Ramsés era muy chiquitito y tuvieron que estimularlo bastante entre mi madre y ella para que se prendiera a la teta. Argentina ganó 3 a 0. Juanita tuvo tres hijos: los tres goles de Juanita. ¿Ven? La que menos trajo problemas, fui yo. A la tardecita nos trasladaron a mamá, a mí y a mis hermanos a la veterinaria. No le podían dar más inyecciones a mamá y no encontraban a nadie que un domingo a la noche hiciera una ecografía. Tampoco querían abrirla innecesariamente. Pero sí podían pasarle un suerito, a ver si eso le estimulaba a continuar el trabajo de parto. Tarde en la noche volvimos los cuatro a casa.

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A la madrugada, nació muerta una hermanita y mamá intentó por todos los medios reanimarla, mientras nosotros gritábamos como locos de frío y hambre. En algún momento que mamá se distrajo, Cecilia apartó la cachorra muerta y todos nos olvidamos del asunto. Pasaron los días y fuimos creciendo: empezamos a reptar, de a poco fuimos abriendo los ojos, nos paramos, dimos nuestros primeros pasos y empezamos a saltar de la paridera para descubrir un mundo. La primera salida al jardín fue gloriosa: ¡qué infinidad de formas, colores y olores nos ofrecía la naturaleza! Y no nos patinábamos en el césped como nos pasaba en la casa… Lo bueno de ser tres era que también siempre había brazos que nos tuvieran a upa: Roque, el más pesado, en los de Cecilia; Ramsés, el más chiquito, con la más chiquita, Julia; y yo, colgada de Clara. Mamá aprovechaba esos ratos de descanso agradecida. Éramos bastante revoltosos. Al tiempo, me quedé solita con mamá. Y reconozco que era un fastidio. La volvía loca. Es más creo que ahí pasó a ser Juana, la loca, como la reina de España. Solo que mi papá, Goyo, está bien vivito y a la vuelta de casa. Admito haber roído los peldaños de la escalera, haber comido parte del yeso de las paredes y cada tanto no aguantarme y seguir haciendo pis y caca de noche en el living. La mayoría de las macanas las hice de cachorra y durante la adolescencia. Pero también hay que reconocerme que cuando se abre la puerta de casa no me escapo, que sé andar en auto sin lloriquear, que nadie me enseñó a caminar con correa y sin embargo voy a la par de quien me lleve sin tironear, que espero sentadita al lado de mi plato a que me sirvan el alimento balanceado, que no robo comida ni de la mesada de la cocina ni de la parrilla, que solo salto de manera vertical cuando llegan a casa y no sobre las personas, que siempre les llevo de ofrenda mi cama o el trapito que encuentre a quienes nos visitan; pido para salir al jardín sin rayar la puerta ni romper picaportes. No tendré las habilidades natatorias de mamá en la pileta, porque me da un poco de miedo el agua; no siempre me doy cuenta de cuando alguien está enfermito en casa; no sé si soy tan guardiana como mamá cuando alguien se acerca. Sin embargo, soy una perrita muy buena y dulce, y me pareció justo que ustedes me conocieran. Espero algún día, conocerlos yo a ustedes.

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No sテゥ dar besos como los humanos, pero sテュ lengテシetazos. Les mando unos cuantos a todos. テ[bar.

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Graciela Ises

Hola a todos, primero que nada. Por dónde empezar… tengo tres perros, caniches, dos cachorros de 9 meses, Tommy y Kai, y Pompom de 12 años. Tengo una anécdota… bueno, ahora puedo llamarla así. A mediados de enero, Kai empezo a renguear, no sabía qué le había pasado a ciencia cierta, supuse que debió golpearse con el marco de una puerta o caído de la cama; me dije a mí misma que iba a dejar pasar unos días y ver qué sucedía. Al cabo de una semana el hermano, Tommy, empieza a renguear también y escuchen todos los comentarios que se suceden en casa: el mayor de mis hijos, Eze: llevalos al médico, tienen un problema de nacimiento; mi marido: seguro que es algo de la columna, están sufriendo mucho, mejor sacrificarlos. Yo sólo los escuchaba y les decía ¿se acuerdan cuando Pompis tuvo una lesión en los ligamentos cruzados en la rodilla? es cuestión de tiempo sólo; la lesión se va y todo vuelve a la normalidad. Pasado más de un mes y cansada de escucharlos, y porque una vecina me da la dirección de una clínica veterianaria donde todo el personal de verdad son médicos, desde el alma decido llamar y pedir una cita. El médico que los atiende, porque llevé a los dos, me dice lo siguiente: Kai seguro que tuvo un golpe, me mandó hacer unas placas por las dudas, pero sabía que ya estaba bien; y mi pregunta era ¿y Tommy, qué tenía? ¿Y saben qué me dijo? NUNCA CREAS EN LA COJERA DE UN PERRO. Me lo quedo mirando, no entendía bien lo que me decía. Estos perros son muy inteligentes, y como toda la atención era para Kai porque estaba mal él copió al hermano para recibir la misma atención. Para mí son como mis hijos y a mis hijos humanos les digo que son sus hermanos y ellos lo ven y sienten así.

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Dicky Schefer

CON OJOS DE PERRO Estoy caminando por la vereda conectada a mi ama con una correa. Ella va siempre delante y la sigo por donde le parece mejor ir. Siempre a la misma hora. Pienso que a veces podríamos variar, pero como no sé hablar no puedo pedirle. No crea que me divierte tanto esto de los paseos. Primero porque no veo casi nada con mi altura, solo pares de patas humanas cubiertas con calzado, cada vez más raro y con colorinches. Suerte que yo no necesito eso. Segundo porque me molestan mucho los ruidos de la calle. Eso es muy irritante. Los bípedos éstos parece que no los oyen o no les molesta. Pero me ofende porque ellos saben que tenemos oídos más sensibles, y no lo consideran. Otra: cada vez que quiero hacer mis cosas en un árbol me hacen sentir incómoda y culpable porque apenas termino recogen todo con un palita. ¿Acaso usted se sentiría cómoda haciendo sus cosas así con alguien pendiente a su lado? Eso en cuanto a los paseos. Pero reconozco que viviendo en el departamento no tengo necesidad de ir en jauría buscando alimento, como los perros de Oruro, y nunca paso hambre ni padezco sed. Aunque algo me gustaría comentar de los pellets esos marrones que dan con agua, pero lo dejo así. Admito que duermo como una reina en un almohadoncito, heredado y descolorido, excepto cuando hace calor que prefiero la baldosa fresquita de la cocina. Otra gran ventaja es que además me demuestran mucho afecto y me acarician. Resumiendo, tengo comida, casa y cariño. Muchos bípedos no tienen ni la mitad de eso. Pero todo tiene un precio, señora, como usted bien sabe. Nunca puedo correr por el pasto. El único lugar libre que vivo es cuando vamos a la playa llena de bípedos. Y ahí debo hacer el show del palito al agua, que es asquerosa y salada. De vuelta a casa, cuando vienen los nietos me tengo que quedar quieta mientras me tiran de las orejas, me manosean, y me molestan hasta que se distraen y entonces me escondo en el ropero con los zapatos olorientos. Otra cosa que me pone loca es que me hablen todo el tiempo en su idioma que, debieran saber, no entiendo ¿porque no usan el mío? Finalmente, cuando se enferme o muera mi ama, se asume que, para que alguien me adopte, me tengo que quedar a los pies de su cama por días y rehusarme a moverme de ahí. Eso les encanta.

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Mariasi Cañizal

DE PERROS Le preguntan a Borges en uno de sus cuentos, cómo anda de la memoria, y responde algo con lo que me sentí totalmente identificada: “Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan”. Así funciona LIPE para mí, con algunas de sus consignas, en gran parte, como un buscador en mi memoria. Está bueno y una vez que llega a ese anaquel del tema en cuestión, explora, saca y pone… Dalila, primera boxer blanca que recuerdo de mi infancia, se hacía mucho pis cada vez que llegábamos del cole, nos la regalaron unos amigos de mis padres. Simpática perrita. Freud, un dogo no puro, puro, me lo regalaron a mí, aún viviendo en casa de mi madre. Un perro que se hizo muy callejero, la tenía súper clara y el que más duró en casa. Un capo total, conocido y querido por todo el barrio. Pina y Gala, una doberman y una dálmata que regalé. Chuck, hermosísimo y uno de los primeros bullmastiff del país. Traído de Europa por decisión de mi ex, quien solía tener ese tipo de exentricidades. Chuck resultó padre de muchos y muchas ejemplares de la raza, entre ellos 2 más que después tuvimos: Yuca y Chopp. Tuve 2 veces cría en casa, con Yuca. Toda una experiencia. Bock, un ovejero alemán de tiernos ojitos, regalo del padre a mi hijo mayor. Se escapó muy temprano. No sirvo para hacerme cargo de los perros, me molestan los olores, las suciedades, el que sea un rollo cuando se quiere viajar, pero sobre todo, sobre todo, el reponerme emocionalmente cuando se van por algún motivo.

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Andrea Goldberg

Con ojos de humano les pido que me convenzan de adoptar legal o comercialmente un perro, se llamará Viernes. A buen entendedor, pocas palabras lo del nombre. Vivo en espacio reducido por lo que no puedo arriesgarme a un cusquito que me mate de amor desde un canil de refugio y se vuelva un elefante a los dos meses de alojado en casa. No tengo mayor experiencia que la de haber soportado un hamster de #hijo y un par de gatos "extra muros" más dados a las riñas en el tacho de basura vecinal que a las caricias. Se entiende que soy más del mastín napolitano que del caniche toy pero en esta coyuntura habitacional vamos a resignar ideologías político existenciales por falta de espacio y presupuesto (adolescente devorador de milanesas de a kg ya tenemos) Estaríamos en condiciones de ofrecer dos paseos callejeros diarios, un balcón desde el cual ladrarle al gato del piso de arriba a gusto y piacere, privacidad en horas escolares/laborales y, lo que no es poco, total y libre acceso a sillones, camas y similares. Se garantiza obra social y el amor que nos salga darle. Si pretende ropita de moda, escarpines y trato de bebé humano, abstenerse

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David Haskel

Miralo a ese infeliz. Cuando veo a idiotas como ese, te juro que me hierve la sangre. Tan pancho en ese jardín… Está preso y ni siquiera se da cuenta. A esas rejas altas y gruesas seguro ya ni las ve. Se cree muy importante, ¿viste? El señor es “perro de raza”. Tiene alcurnia. Pedigrí tiene. Pero seguro que bolas ya no tiene. Ah sí, mirá. Este tarado tiene suerte. A éste no se las cortaron. Igual, para lo que le sirven… Es una desgracia para la especie. Vendió su alma al diablo de dos patas y sin cola por un lugar para dormir y algo de comida. Bah, comida. ¿Viste lo que les dan? Unas galletas inmundas. Y todos los días las mismas. El pocacosa ése deja que los sin pelos decidan si puede o no puede tener cachorritos y con quién. Si lo sacan a pasear, lo llevan atado. Del encierro a la soga y de la soga al encierro. Los que los sueltan y vuelven a la cárcel de la gente son los peores: esos tienen el alma perruna enrejada. Si pudieran, caminarían en dos patas y usarían ropa.Eso es traición a la patria canina. Ser perro es otra cosa. Ser perro es un sentimiento. Es libertad. Es ser dueño de uno mismo. De ir a donde quieras, de buscarte la comida, de que nadie te de órdenes, de aparearte con una linda perrita, de perseguir a las motos, de asustar a los gatos, de mordisquear un hueso, de acercarte moviendo la cola y con una sonrisa en el hocico a la gente que es buena, esa que te hace un cariño o te tira algo de comida y que no te quiere arrancar el alma ni las bolas. Ser perro es juntarse con otros perros y correr con la lengua afuera y las orejas al viento en busca de aventuras. Porque sí, porque el mundo está ahí para olisquearlo y divertirse. Y cuando te cansás, te tirás a descansar. Si hace frío te tirás al sol. Si hace calor, a la sombra. Los mejores de los dos patas son los chicos. A ellos les gusta jugar todo el tiempo, como a nosotros. ¿Viste que a los grandes ya no les gusta jugar? Juegan un cachito y se cansan. El resto del tiempo hacen cosas que no sé qué son, pero no les gustan. Y a muchos se les nota en la cara: tienen caras feas, caras serias, caras de me duele algo, o de me duele todo. Miradas que dan miedo. Pero ¿sabés por qué dan miedo? Dan miedo porque ellos tienen miedo. ¿Viste qué feo huelen cada vez que se enojan o se asustan? Y se

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enojan y se asustan todo el tiempo. Porque tienen miedo. Miedo, miedo, miedo. ¿Miedo de qué, me querés explicar? ¿Miedo de qué, San Bernardo? Si tienen de todo lo que necesitan. Y siempre desconfían. Se piensan que si sos perro mordés. ¿Qué cosa, no? Porque nosotros no pensamos que si ellos tienen patas largas, es para patearnos. O por ahí les da cosa de que les vayas a pasar alguna pulga. ¡Cualquiera! Si las pulgas no los pueden ni ver: pican un sin cola y vomitan. Los usan de transporte nomás. Para ir de un lado a otro, o de un perro a otro. ¡Ojalá les gustaran los humanos! ¿Sabés la de pulgas que me agarré por acercarme a un dos patas? Ojo, no digo que son malos. Eso de diablo no iba en serio. Lo dije de pura rabia nomás. La rabia que me agarro cuando paso por esa cuadra y lo veo a ese idiota de marca, de colección, ese bicho que no merece el título de Perro y que cuando te ve, encima se hace el Rintintín. ¿Viste qué olor raro tiene? A flores, y plantas y porquerías. Huele como muchas de las mujeres gente. ¡Qué bien que le vendrían unos buenos revolcones en un charco bien mugriento a ese! No, malos no son los piel pelada. Son estúpidos nomás. El miedo los pone estúpidos y serios. ¿Habrán sido siempre así? ¿O será que de tanto encerrarse en esas casas grandes, el alma se les enfermó de miedo y de seriedad? ¡¡¡Moto!!! ¡¡¡¡Moto!!! ¡Moto, moto, moto! ¡¡¡Vamos, que se nos escapa!!! ¡Y cuidado con el agua, guau, guau, guau!

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Diego Albé

Hay momentos en los que uno se da cuenta que se va poniendo viejo. Son momentos brutales, a veces vienen sin aviso y nos encuentran mirando una baldosa durante un rato largo para no reconocer lo que está a la vista de todos. Estamos viejos. El viento se siente más violento, el frío se vuelve permanente y necesitamos del abrigo. Aunque sea de un pozo en la tierra. Y como una manera infantil (vaya paradoja) de vengarse del tiempo, recurrimos a las engañosas pero a la vez dulces caricias que nos dan los buenos recuerdos. Pelotas saltando y volando en todas las direcciones, órdenes cumplidas a la perfección, olor a almohadones. Ha sido una vida maravillosa, pensamos. Hemos sido testigos de la maravillosa transformación de aquellos que caminaban en cuatro patas como uno, luego nos asfixiaban entre abrazos y dulces… sus ojos se fueron alejando más del suelo y luego de nosotros. Y seguimos ocupando un lugar merecido, ganado, aunque comience a asaltarnos la duda de no ser más que una costumbre, un folklore, un vestigio de un pasado mejor. De cuando éramos perros, ladrábamos como tales y no resoplábamos con dificultad tratando de engañar a nadie. Yo fui un perro de verdad, fui tema de conversación. Cuando Víctor me llevó a su casa, incluso fui más, mucho más que un perro; era la confirmación de su independencia, la alegre batalla entre su pasado y su presente de joven madurez. Después llegaron los chicos. Los quise mucho. Mucho. He llorado por ellos con sus primeras fiebres, aunque Víctor y Juana no se dieran cuenta. Cuando llegaban del colegio era volver a ser cachorro una y otra vez, aunque ya me costara saltar la verja. Vivía para extrañarlos, escucharlos jugar era mejor que cualquier aullido lejano. Quise mucho a esos chicos. No tuve hijos, no me dejaron, pero con esos chicos pude entender algo de aquello. También recuerdo haberme acostado a los pies de Víctor en el fondo del parque, en noches en las que él lloraba sosteniendo unos papeles que nunca entendí. Había algo muy fuerte que me impulsaba a acompañarlo en esos momentos en los que después de secarse los ojos con sus mangas, se encerraba a hacer anotaciones en su escritorio. Al tiempo esos tiempos parecieron calmarse y con la calma y casi sin darnos cuenta, vino la indiferencia de todos. Sonreían, pero entre ellos. Es entendible, yo era un perro cada vez más quieto mirando baldosas, que cada tanto les daba sobresaltos que culminaban en una camilla de inoxidable y un doctor que me calmaba los dolores a fuerza de inyecciones. Los chicos ya casi no estaban en la casa, Víctor y Juana aprovechaban para salir solos y después del repiqueteo del alimento cayendo en el plato, tres palmadas me dejaban durmiendo en mi viejo y descolorido almohadón.

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Una noche de otoño, me sentí mal. Realmente muy mal. Pensé en los chicos que ya no eran chicos, en Víctor y Juana y sus cosas, en el sol de los asados… y me fue dando sueño a pesar del dolor. Me despertó, otra vez, el frío del acero inoxidable en la panza y el llanto de Víctor. Él también estaba más viejo, pero mucho menos que yo. Me puse a pensar que cuando lo conocí era un ser invencible y ahora me inspiraba la ternura que inspiran los jóvenes a quienes han crecido mucho. El médico le dijo algo y cerró la puerta. Nos quedamos solos, Víctor y yo. Él no podía hablar, lloraba mucho más de lo que había visto nunca, pero sin papeles en sus manos. No tenía fuerzas para moverme, por lo que solo atiné a mover la cola con mucho esfuerzo, para que entendiera que yo ya sabía todo. Nunca tuve tantos deseos de poder hablar como esa noche. Hubiese querido que entendiera que las cosas eran así, que yo era más viejo que él y por tanto, entendía mucho mejor lo que estaba sucediendo. Víctor me acunó como cuando era cachorro. Entonces acerqué mi cabeza debajo de su axila y envuelto en toda la paz que regalan las personas cuando quieren de verdad, me dejé ir.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

PERRETE OBSERVADOR Perrete era un perro triste. Pedro, el amo que le había tocado en suerte, no estaba por la labor de cuidarlo mucho, por lo que Perrete se consideraba como un objeto de consumo más. Pedro había comprado a Perrete como un remedio para curar la soledad de su alma. En un primer momento, no le pareció lo más adecuado, pero su médico de toda la vida se lo había prescrito con receta médica, por lo que no tuvo más remedio que comprar lo que el doctor le había recetado. Los primeros días de Perrete en su nueva casa los pasó observando todo lo que había en su alrededor. Perrete era un perro juguetón, había estado acostumbrado a saltar y brincar libremente en el campo. Cuando llegó a su nuevo hogar, un pequeño apartamento, se sintió agobiado. Empezó a moverse desordenadamente de un lado para otro. No sabía donde posarse, se sentía nervioso. Necesitaba brincar. Se subió en el sofá, estuvo un rato restregándose en él, pero su textura no se parecía a la hierba del campo. Cuando su amo no estaba, metía su hocico en el water para saciar su sed. Le encantaba restregarse en la la pared; ¡Ayyy...! qué gustito peinarse en la pared y masajear el pelo. Pasaba todo el día solo, su amo paraba poco en casa. Un día Pedro olvidó cerrar un ventanuco del semisótano que habitaba. Perrete se despertó con un chorro de luz. Feliz, consiguió trepar hacia el foco. Se quedó extasiado sintiendo el aire de la mañana y fue en ese estado de duermevela cuando consiguió transformar las partículas contaminantes del aire en flores. En la actualidad, Perrete es un alto cargo en una agencia de control medioambiental a nivel mundial. Su vida ha cambiado radicalmente, ya que se ha convertido en un Perrete observador floreado, lo que le ha llenado de color y aroma interior.

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Liliana Lewinski

Aprovecho que Liliana se fue a preparar un café para sentarme cómodamente en el teclado de su computadora y escribirles este texto. Aceptaran que no haya acentos porque me es bastante complicado apoyarme con una pata y utilizar las tres otras para hacer la combinación necesaria de teclas. El señor Microsoft nunca fue gato. Gato porque yo lo soy. Soy Clarence, el siamés de la familia. Sentado en el marco de la ventana de mi primer piso observo pasar los perros. Pobres amigos, ni un momento de respiro, siempre dependiendo de los hombres y mujeres. Qué suerte tenemos los gatos de casas y edificios bajos que podemos ir a pasear por los techos y terrazas. Que viento de libertad nos emborracha durante las horas de inspección de nuestros dominios propios y los compartidos. Los únicos perros que viven algo como nosotros son los llamados callejeros por los humanos que no comprenden los animales. Nos llaman mi gato o mi perro. No saben decir el gato o el perro. Necesitan demostrar la posesión y no poseen nada, solo los pelos y la silueta de sus animales. No llegan al alma ni al comportamiento de los mamíferos que llevan a sus casas. Ahora se les dio por llamarnos mascotas ya no somos animales aunque sea de compañía. Nos convertimos en otra cosa, en mascotas. Qué soledad la del hombre con animales en casa que no busca comprendernos tal como somos y no como él nos ve con sus ojos ciegos de humanidad. Qué alegría cuando cruzo un etólogo que me habla con mi lenguaje y que me mira a mí, no a la mascota que quiere modelar. Alguien sabio dijo “los animales perdieron sus vidas cuando entraron en las nuestras”. Liliana vuelve con su taza de café. Finjo dormir sobre el teclado y visto el pelaje de tonto.

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María Gabriela Failletaz

LORETA Y YO Como el Supremo me hizo XX y soy del 65, a los 23 años necesité huir de la dictadura familiar para alquilarme lo que para mí fue "Versailles palais". Se trataba de un minúsculo departamento en el centro de Banfield de 20 metros cuadrados. Era de ésos que tienen multifaz, o sea la ducha en un cuadrado enlozado que contiene su propio bidet. Dormitorio y cocina separados, aunque diminutos también. Lo que yo necesitaba concretamente era que nadie me "rompiera las pelotas". No cumplir inflexibles reglamentos ni horarios de llegada al hogar, por ejemplo. "Independizarse para crecer, cortar el cordón" formuló mi terapeuta con autoridad profesional, mientras yo aseveraba balanceando mi cabeza en un sí condescendiente, dando muestras de claro entendimiento. Mientras tanto, por dentro saboreaba el dulzor de la libertad imaginando la vida como una película de acción en 3D. No podía diferenciar bien si yo quería crecer (adquirir creciente autonomía) o disfrutar de interminables tertulias amigueras sin horarios, dejar entrar a mi casa a quien me diera la gana, guitarrear hasta la madrugada en las noches de verano, elegir con quién dormir y hasta qué hora. También estaba en mi plan de maduración no comer, o no comer más que el alimento básico de Maria Ester Arnejo (la sopa instantánea) o chupar hasta que no resistiera más el hígado. Me había enmancipado para no ser invadida ni controlada por nadie y sin embargo a los 4 años sentí la necesidad de vivir con alguien. No me decidía por una pareja. Así que me lancé a las calles en busca de un compañero de soledades. Yo necesitaba un perro. Y como soy obrera y me codeo con el pobre no podía ser de otra manera: mi perro favorito era el necesitado de afecto y cobijo: ¡el callejero! En una madrugada de sábado, en medio de la pista de un barcito bailantero, apareció una perrita tipo Fox Terrier pelo duro alegre y vivaracha a saltar conmigo al compás de la música. Éramos esos 4 o 5 solitarios que se resisten a ir a dormir por miedo a que la fiesta termine y tarde en volver.

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Metí a Loreta en un remis y me la llevé para casa. Le puse ese nombre por el personaje de Cher en Hechizo de Luna, una mujer que cambia su destino oponiéndose a las marcadas tradiciones familiares movida por la pasiones, el amor el lirismo. Esa perrita fue como una hija que adopté, se puede necesitar un hijo toda la vida. La llevaba a la casa de los abuelitos con la correa en los fines de semana, me acompañaba en las noches de estudio. Era fumadora pobre. Mis amigos la mimaban y decían que en algo se parecía a mí. Vino a mi fiesta de casamiento y llegó a jugar con mis otros hijos humanos. Un día, repentinamente, cambió su conducta. Se puso inquieta, insistente y tenía otra mirada. Parecía que me pedía algo, me apretaba con la almohadilla de sus patas - manos el muslo como diciéndome ayúdame. Dejé pasar dos días por no entender. Así conocí los tres síntomas de la diabetes cuando entra en crisis, “las tres P”: polidipsia, polifagia y poliuria. Murió de un paro cardíaco tras un coma diabético en la clínica.

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María Ester Arnejo

CON OJOS DE PERRO

Llegué a esa casa no sé cuando, porque no sé que existe algo que se llama tiempo. Sé que nací con otros cinco. Estuvimos unos días tomando de la teta de mi mamá y después nos pusieron a los seis en una caja y nos repartieron. Me bautizaron Ringo. Llevé alegría, mucha alegría lo sé. Hasta los padres de los chicos se pusieron contentos. Aunque a veces protestaban por los líos que yo hacía, en especial la madre que tenía que limpiar los pelos que dejaba en el piso, en los almohadones, en su laboratorio. Además me cuidaban bien, vacunas al día, comida segura, todos los días. Las mañanas mientras los chicos estaban en la escuela yo me aburría de tanto esperar. Entonces me escapaba y a vagar por el pueblo. Me sabía el camino para ir a de los primos de los chicos que tenían dos perritas: la “Pichi” y la “Soli”. Volver se me complicaba, imposible recordar cómo. Cuando me sentía que estaba perdido, en ese instante de miedo, allí la presencia de la mamá de los chicos en su Citroen. ¡¡¡Enojadísima!!! - ¡¡¡Ringo!!! perro de porquería, ¿dónde te habías metido? Todas las mañanas lo mismo. ¿Sabés lo que pasa si llegan los chicos de la escuela y vos no estás? ¡¡¡Se mueren!!! Como si tuviera tanto tiempo... estoy con la comida, el laboratorio, todo eso y encima salir a buscarte... bla, bla, bla… No le hacía caso yo sólo estaba feliz con el reencuentro. Con los chicos jugaba mucho a las escondidas, eso era tan divertido.... subía y bajaba las escaleras y siempre los encontraba. Las noches que los padres salían yo me llevaban a dormir debajo de la cama de alguno y al menor ruido de la puerta de entrada, ya sabía, eran ellos. Entonces bajaba y seguía durmiendo en mi lugar del lavadero. ¡¡¡Qué lindo era ir al campo!!! Allí aprendí a trabajar con la hacienda. Los perros del campo me enseñaron, pese a que me celaban por mis privilegios. A la tarde correr alrededor de la pileta y ladrar y ladrar mientras los chicos se zambullían era la atracción de los chicos y el estorbo de los grandes. También jugaba con ellos a la pelota, dos grupos que corrían y se la pasaban unos a otros y yo atrás y adelante ladrando sin parar; “la Pichi” y “la Soli” también jugaban. Llegar a la casa era tirarse a dormir hasta el día siguiente. Un día los padres de los chicos se fueron de viaje. Un viaje largo. Durante esos días los abuelos se instalaron en la casa para cuidar de los chicos. Yo, como siempre, uno de esos días me fui a dar mi paseo

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antes de la vuelta del colegio. Nadie me vio salir. Nadie salió a buscarme ni me encontró en ese instante de sensación de extravío y de alivio casi simultáneo que yo sentía al ver el Citroen. No me importaba el enojo ni los retos ni los insultos por mi escapada. Solo deseé que ella estuviera allí, aún con toda su bronca. Pasó ese tiempo que yo no sé que existe. Estoy triste, no sé donde estoy. No conozco a los que están conmigo. No sé si me mataron. Yo me siento en este espacio indefinido. Angustiado porque sé que me están buscando. Aviso por radio, avisos y fotos en los diarios, consultas a videntes y tantas cosas más sin resultados. Yo no dí señales de vida. Sé que ellos aún hoy me esperan y me ven en cada ovejero negro con una mancha blanca flanqueada por otra marrón en el hocico. Soy todos esos perros y no soy ninguno. Sólo soy el que está en el corazón, en el recuerdo, en la memoria de Cai, Malala, Tincho y Nico.

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Luis Alfonso Martín Delgado

EL CAN EN EL REFRÁN No tengo perro. Nunca he tenido y probablemente nunca tendré. Y no porque no me gusten, a mí me gustan mucho los perros. En realidad todos los animales, incluso los de la especie humana, a pesar de todo. A pesar de todos y de mí mismo. Siento una gran empatía con casi todos los animales, domésticos o no; incluso con algunos humanos, domésticos o no. Y siento que ellos lo notan y son recíprocos en el sentimiento. Me refiero a los animales. Entiendo que a los perros se les llame los mejores amigos del hombre. Entiendo sobre todo que se les considere mejor que a los propios hombres, cosa que puede comprobarse de continuo. Por eso no puedo entender por qué el refranero y los dichos populares tratan tan mal a los perros. Aunque quizás la explicación más elemental es que están dictados por humanos. Por ejemplo, se suele decir Hace una tarde (o día) de perros, cuando el tiempo está muy revuelto, con lluvia, viento, frío, etc. ¿Qué tendrán que ver los perros con la climatología? O bien, se exclama ¡Perra vida! cuando las cosas no le van a uno todo lo bien que quisiera. Como si tuvieran la culpa los perros de los errores que uno comete al organizar su vida. Más aún: para insultar a alguien sin que por alusiones se tenga que implicar a quien no tiene la culpa da nada, se suele imprecar ¡hijo de perra! independientemente de a lo que se dedique la madre del imprecado. Pero es en el refranero donde se encuentran las sentencias populares más taxativas. Aporto varios como ejemplo. Amor de mujer y halago de can, no duran si no les dan. Está claro que aquí se deja por los suelos la lealtad y sinceridad del cariño de los perros hacia sus amos, condicionándolos a la aportación alimenticia. También de la mujer, pero ése es otro asunto. El anterior está relacionado con el que dice De donde no hay pan hasta los perros se van. Pero es que parece que se les critica incluso por no ser tontos. Y es que lo primero es lo primero. Alimentarse antes que nada: Dame pan y llámame perro. No sabe uno si eso es bueno o malo. Aunque tal como van las cosas hasta ahora… Porque cuando se trata de comida, con eso no se juega: A perro con hueso en la boca, ni su amo le toca. Por eso se recomienda A quien no le sobre pan, no críe can, porque según se dice Menea la cola el can, no por ti sino por el pan. Por

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último, aunque hay más, este asunto alimenticio se cierra con Si quieres que te siga el can, dale pan. En realidad es que la rima de can con pan es muy facilona, por lo que no extrañan tantos refranes en ese sentido. También se dice Cojera de perro y lágrimas de mujer, no son de creer. Vaya. Aquí también aparece por medio la mujer. Y tampoco salen muy bien parados ni perro ni mujer. Se conoce que lo escribió un hombre. Seguramente el mismo que sentenció: El perro, mi amigo; la mujer, mi enemigo; el hijo mi señor. En otro orden de cosas, se dice que Más hace el lobo callando que el perro ladrando y que Perro ladrador, poco mordedor. Aunque en parte se compensa con Perro que mucho ladra poco muerde, pero bien guarda. Cosa que con la edad pasa a ser Perro viejo no ladra en vano. Pero el refranero es sabio porque tiene sentencias en ambos sentidos. Así dice Dios te guarde de hombre que no habla y de can que no calla. Y también Compañía de dos, mi perro y yo. Y al final resume sabiamente Cuanto más se conoce a los hombres, más se quiere a los perros.

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Eugenia Galán

Todos creen que por ser perro uno está contento, y no. Yo hubiera preferido mil veces ser un temible león y pasarme horas durmiendo, rodeado de hembras tiradas al sol, o un tigre blanco, una serpiente mala y hasta un sabio elefante hubiera querido ser. Soy fiel y está en mi naturaleza, soy el mejor amigo del hombre me guste o no. Tengo patas de pato para nadar, si mi dueña hubiera sido Alfonsina, sabría lo que es el mar. Pero siempre viví con Elva, una mujer pobre y buena que murió sentada en la plaza donde me llevaba a pasear. No tenía parientes ni amigos, nadie la vino a buscar. No sé si es que dios existe, nunca me lo puse a pensar pero de algo estoy muy seguro; si hay un ser superior que comanda lo que sucede, él nunca jamás en su vida, se puso a pensar en mí.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 6 DE ABRIL DE 2014



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