LA BANDA

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LA BANDA


Ilustraci贸n de portada THE JETS (De West Side Story) Silvina Scheiner / L. Alfonso Mart铆n


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CONSIGNA DEL DOMINGO 13 / ABR / 2014

LA BANDA Para estudiar, para tocar, para trabajar, para salir a levantar minas, para aparentar que no estabas solo, para entrenar... muchos tuvimos una banda de amigos, de gente que fue con vos por la vida: un año, tres meses, un verano, desde el jardín de infantes... Realidad o ficción, te invito a que escribas sobre una banda (la tuya, la que no integraste, la que tu cabeza imaginó tener) sus personalidades, la dinámica que había entre sus integrantes, quién dominaba, quién seguía, para qué se reunía o por qué desapareció. Puede ser una pintura de sus integrantes o la narración de una anécdota. Recordá, a fuerza de ser repetitiva, que no tiene que ser realidad. ¡Buen fin de semana!

Silvina Scheiner 3


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Caro Barba

SU BAN-DADA Había tenido distintas bandas: la de la escuela primaria, la de la secundaria, la de la facultad y las de la vida, que fueron más que las anteriores mencionadas. Todas ocupaban un lugar en su alma: con música, llantos y cambios de todas las especies. Pasaron los años y sus bandas fueron diluyéndose con el paso del tiempo, que sin voz y con voto le anunció que ya no tocarían más todas juntas. Pero las bandas eran su esencia, no se imaginaba la vejez sin ellas... esa vejez con la que no había dejado de soñar ni un solo instante y que había llegado sin lugar a dudas, sólo le bastaba tocar sus arrugas que guardaban restos de tangos pasados para sentir su presencia. Una mañana de viernes (le encantaban los viernes porque decía que olían a feliz), fue caminando cuesta arriba por aquellas barrancas iluminadas por el pasto más verde de toda la capital y se sentó en el banco más próximo que encontró para que su espalda no se quejara. Esperó y esperó... allí formaría su nueva banda, lejos de la mirada de la gente joven que no entiende de quejas ni dolores, lejos de enfermeras que te bautizan con el nombre de "abuelita" sin preguntarte si lo sos, lejos de las decisiones de los otros, porque quién más que uno puede decidir sobre uno... Y ahí comenzó a ocurrir... aquél fue el primero de la futura banda, era moreno azabache y casi no se le veían los ojos. Se acercó a ella sin decir nada, y sólo aleteó. Más tarde llegó una fulana amarilla y atrevida que luego de rozarle la nariz, se posó en su cabeza. Pasadas las siete de la tarde, cuando el frío anunciaba una cruda noche, ya eran doce los integrantes de su nueva banda que bajo el leve rocío comenzaban a cantar la canción menos pensada.

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Roberta Garibotti

LA BANDA DE LOS 13 Son trece hombres, se reúnen los días 13 de cada mes. Evitan el encuentro, cuando el trece cae un martes. Dicen que lo de ellos no es un ritual, pero hay gente que vio cosas raras, al espiar por la ventana, un martes de otoño a la noche, la casa del flaco Larguía. Se sospecha que esta banda tiene la costumbre de tomar sustancias ilegales. Cuentan que ninguno de los trece muchachos de aproximadamente 30 años, tiene pareja estable, ni salen los sábados por la noche. Parece que en las reuniones hay un pacto de honor en el que juran no enamorarse jamás, ni mucho menos contraer matrimonio. Volviendo a lo ocurrido en la casa de Larguía. Era, por supuesto, martes. El fin de la jornada se presentaba hostil, esas noches otoñales que quieren disfrazarse de invierno oscuro, y lo logran. Nadie, en todo Burzaco, se animaba a tocar esa puerta, de esa casa, pero todos hablaban de las risas, de los gritos, los estruendos de las fichas de Metegol pegando con ruidos metálicos contra las paredes del juego. Larguía no era flaco, pero había sido un niño de esos que crecen antes de tiempo y alargan sus extremidades mostrándose defectuosos. De ahí el apodo. Todos querían saber por qué los martes, por qué trece, por qué hombres, por qué risas. El único que se animó a espiar fue el mosquito Chávez. Él, como mosquito que contagia peste, fue transmitiendo la historia que terminó siendo leyenda en Burzaco. La frágil memoria de Chávez, que jamás recordaba dónde dejaba el auto estacionado, ni la hora de retirar a su hijo del colegio, fue lo que no daba validez total a los hechos. Además, Mosquito Chávez era muy molesto, mentiroso y fabulador; pero buen tipo al fin; razón por la cual, esta historia cobró, por otro lado, cierta veracidad. “Alguien tan bueno como Mosquito no puede inventar algo semejante”, decían los vecinos. Jura haber contado 14, Chávez asegura que lo vio con sus propios ojos. Sumó uno a uno, a través del pedacito de cortina que había quedado abierta. Dice que pudo hacerlo con tranquilidad, ya que estaban todos borrachos, con el torso desnudo, bailando, y gritando algo así como el himno de Banfield. Tenían las espaldas tatuadas con la misma insignia, eso sí no pude leer Chávez, lo que decía la leyenda de la espalda, con letras góticas. Pero parece que era un “nunca más”.

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Después de mirar un buen rato, cuando el frío le quemaba las manos apoyadas en los zócalos para estar más cómodo, Mosquito observó a uno de los participantes de la banda, rubio, petiso, de rasgos bonachones, que hacía ademanes, se tomaba la cabeza con las manos, pedía perdón de rodillas, lloraba con gritos que atravesaban los vidrios de las ventanas empañadas de tanta alegría calurosa. No sabemos qué imploraba. Sin hacer caso a sus súplicas, lo echaron a empujones, así como estaba, sin camisa ni abrigo. Chávez lo vio salir, con la mirada fija en las manos, sosteniendo un papel, que se ve, iba leyendo mientras caminaba. El pobre hombre había mentido, nunca confesó que estaba profundamente enamorado de la hermana de Larguía. Además había concretado una salida, el sábado anterior a ese martes, con la hermosa Marcela Larguía, y lo habían visto. ¡Imperdonable había sido su actitud!, habiendo sido infiel al pacto de nunca más dejarse seducir por los encantos de una dama de enormes ojos. El principal lema de la banda era “nunca jamás saldrás un sábado con una mujer de ojos grandes”. Actualmente, los 13 siguen compartiendo partidos de Metegol, risas, cerveza y marihuana. El número 14, echado de la logia, se casó con Marcela Larguía, que se puso muy gorda después de los tres niños que tuvieron, pero sigue teniendo ojos grandes que lo persiguen todo el tiempo. Los martes 13, es el único día que la hermana de Larguía deja salir al número 14.

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María Gabriela Failletaz

LA BANDA − Ché... El Morsa dijo que vayamos a la casa, que la vieja nos hizo una torta. − Perá... No podemos dejar al Vizco. Está esperando a la Rubia. − Dale, hacele la gamba vos y después nos vemos allá. − Listo. Pasamos a buscar al Negro y al Potro y de paso le digo al Mania que lleve la viola. Vos traete unas birras. − ¡No tengo un mango, Mono! − Bueno, tomá, pero después pedile a tu viejo y mañana me lo das. − Hecho.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

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− VAMOS A CONTAR MENTIRAS... TRALARA − Están en feria − ¡Es verdad, LA FERIA DE ABRIL DE SEVILLA!... ¡de aquí sale algo importante! − Yo soy el muñequillo de abajo, vestida de piloto sin avión, pero que igualmente echa a volar por estos días de feria. ¡YO ME PIRO COMO LOS VAMPIROS! − Este es denso, va a dar para mucho tema, pero ahora no tengo tiempo... − ¡Pues a mí me apetece bailar! − ¡Genial! Sin duda es una fiesta de primavera de la edad media. El de abajo, el mejor... que ni tonto ni perezoso a cogido su paraguas y lo está utilizando para apartar a toda la gente y llegar hasta su amada. Su amada es la de arriba del todo, la que saluda. La de derecha del hombrecillo del paraguas es una viejecita, a la pobre se le ha olvidado ponerse los zapatos y la de atrás se lo está intentando decir. − ¡¡Andá!! ¡Si está la duquesa de Alba! − Jajajaja siii, es verdaddd.. − La duquesa de Alba es la que está repasando el taconeo de la tercera sevillana, no le sale bien porque se pisa los pies, y con el rebujito, le sale todo al revés. − ¡¡¡Creo que hay un exhibicionista!!! − ¡¡¡Esto se está calentando!!!! − Menos mal que esta de cara a la pared... ¡lo he castigado! ¡¡EN MI CUADRO NO SE HACEN COSAS FEAS!! − Qué feo está eso ¡Qué le corten la cabeza! − A ver, a ver, a mí este desmadre me recuerda la gloriosa peli “El Guateque”

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Recopilación de comentarios de una ilustración contada que subí al facebook hace un tiempo. Ilustración contada por Almudena Muñoz, Carmen Navajas, Nuria Navajas, Rocío Martín. Nota: leer el texto con la ilustración abierta para que se pueda hacer un seguimiento de esta pandilla tan peculiar.

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− El hombre de la izquierda está entrando ya en tu cuadro borracho, viene de otra feria, je,je. − ¿No encontráis a la mujer de la esquina superior derecha un tanto extraña...? Todos con sus mejores galas... y ella... − A ella le han cortao las piernas por regañona. − ¡Ooooh, pobreee! − Sí, el borracho tiene un pedal gordo y ha entrado a lo grande, haciéndose sitio a patada limpia, aunque él cree que está bailando; del que tiene debajo mejor no hablar, que parece que está haciendo una guarrerida española, así que vamos a dejarlo; el que parece que vuela en realidad sufre un ataque agudo de gases y ha salido volando como un globo que se escapa justo cuando vas a hacerle el nudo; luego están las masajistas quiroprácticas, que igual hacen un masaje en la espalda con las manos que con los pies; delante de la del podomasaje está la profesora de aerobic, que está muy enfadada porque nadie le hace caso, sólo las dos de arriba que están en mallas; y en el centro tenemos a la diva, que es modelo de alta costura y está vacilando a las dos cotillas que admiran su modelito parisino... El del paraguas es el vigilante que, cuando se desmadra mucho la cosa, se lía a pegar paraguazos. − A la niña de arriba le ha tocado un pepón en la tómbola, ¡no puede con él! − Sí, y por eso se ha hartao y lo ha tirao al suelo sin contemplaciones. − jajajaja GENIAL. − La de la esquina superior derecha es que está amargada, la pobre, se ve gorda y se pega unas palizas de aerobic que no veas, aunque no lo soporta y así está. − La cara de gustito que tiene la que recibe el masaje cervical. También está contentilla la que recibe el masaje podal. − A mí la diva me recuerda a una bailarina de can-can y la cotilla del sombrero parece salida de un cuento de Dickens. Del mismo cuento sale el niño de los bombachos, ha perdido a sus amigos del orfanato. − ¿Y el chino mandalín? − El chino mandalín está agustín con el masajín. − El chino mandalín lo está flipando, le están aplicando una técnica de masaje oriental (lo digo por el sombrero de la masajista).

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

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Antonio Lendínez Milla

LA BANDA (LA PANDILLA) Habían dejado atrás el pueblo. Hacía un rato se puso el sol. El camino comenzaba a ascender, serpenteaba la montaña, era ya de noche, cuando de entre las montañas apareció la luna llena y radiante. Iluminaba la noche, el bosque de pinos, los algarrobos y encinas, los olivos viejos ya, retorcidos como atlantes corpulentos. Bancales de piedra contenían el terreno, formaban paredes escalonadas en el conformado encaje de los parajes del campo de aquella isla. Cargados con las mochilas los cuatro en fila, en el silencio de la noche, caminaban sintiendo el relente de la falta de nubes y el sudor en su cuerpo bajo los anoraks. De vez en cuando, encontraban en las veredas de tierra y grava, portones que separaban las fincas. Los abrían y cerraban; a lo lejos se oían algunos cencerros de las ovejas que comenzaban a acudir a sus refugios. Alguna lechuza se escucha, en el silencio de la noche, comenzaba su caza nocturna. El ruido del agua al correr, saltando por los surcos de entre las piedras, rompía de vez en cuando aquel monótono silencio, el la vereda que se estrechaba poco a poco y subía. Pasaron por un pequeño valle de alta montaña, todo cubierto de encinas. El camino era más amplio y llano. Pararon, se quitaron las mochilas, descansaron del peso. Paco y Luis se echaron un cigarro. Bebieron agua de las cantimploras, antes de continuar el camino que llevaba hasta la cima. El bosque se quedó atrás. Algunos pinos solitarios y arbustos de matorral, se pegaban a las rocas agrietadas, los líquenes adheridos a los surcos de la roca, se distinguían a la luz brillante de la luna. En silencio caminaban, no querían decir nada, callaban y contemplaban, para no romper el sigilo de aquella noche tras aquella luna estrellada. Tras una hora caminando, el frío ya se notaba, y a un paso más paulatino llegaron a su destino. El refugio a poca distancia de la cima, estaba limpio y ordenado, una chimenea para hacer fuego, unos camastros de tablas. Lo suficiente para pasar la noche. Juan y Andrés salieron a buscar leña. Encendieron el fuego, se calentaron, sacaron la comida, cenaron, era ya tarde. Hicieron un cremadillo de orujo con granos de café y cáscara de limón. Comenzaron a charlar. Paco sacó la guitarra, y toco alguna canción de Atahualpa Yupanqui, de Víctor Jara, de Mercedes Sosa y acabaron con los Beatles. Recordaron cuando, con once y doce años, se hicieron el campo de fútbol, lo allanaron, quitaron las piedras, hierbas, hicieron las porterías con dos palos de madera. y señalaron el terreno con polvo de cal. Qué hermoso les quedó el campo. Hablaron de la cabaña de piedras y maderas que hicieron después. De cómo Paco compraba el tabaco, el Bisonte, los Camel y los Records a escondidas de sus padres, y lo guardaba en un agujero en la cabaña.

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Aprendieron a dar sus primeras caladas al pitillo, y a tragarse el humo sin toser. Recordaron los primeros guateques, los discos de Serrat, Miguel Ríos, Paco Ibáñez, Beatles, Bob Dylan, The Mammas & the Papas, Joan Baez, Simon and Garfunkel… Paco acababa de comprarse el último disco de Led Zeppelin, el IV, donde aparecía “Stairway to Heaven”. Comenzó a pespuntearla. Corrían rumores de que la banda de los Beatles se separaba. Aquel octubre Paco había comenzado Magisterio en la Escuela Normal. Para los demás aquel curso era el último en el Instituto; habían estrenado el COU (Curso de Orientación Universitaria), era el primer año de su implantación; el PREU (Preuniversitario), había cambiado sus siglas. Antes de acostarse y meterse en el saco de dormir, Paco y Andrés salieron un momento a ver la luna y la vista del paisaje nocturno, que se divisaba desde la cima. No estuvieron mucho rato, comenzaba a helar. A la mañana siguiente, querían levantarse temprano, a la salida del sol, para hacer algunas fotos. En el fondo, no lo hablaron, sabían que comenzaba otra etapa. Se irían acabando aquellas salidas sus acampadas, el hacer rappel, la escalada, la espeleología. La distancia iría poniendo a cada uno de ellos en senderos que ya no convergían.

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Claudia Castañeda

SON MIS AMIGOS (MAYO DE 1982) Hace tres semanas que no sabemos nada del Colo. Hoy quise llamar a la Ro, pero se ve que Entel, todavía, no le solucionó el tema con su fono. Entel anda cada vez peor y esta lluvia de mayo no me deja asomar la nariz. El Colo no anda en nada raro, eh! Es mi amigo que me lleva como tres años. Es el amigo que de buenas a primeras metieron en un despelote terrible. El Colo es un pibe como yo y le gusta tocar la guitarra en la puerta de mi casa cada tarde con Ro, que lo mira con ojitos de “me muero por vos”, con la Gorda que no para de cantar y con el Pancho que toca la armónica. Se complementan muy bien y yo suelo hacer los coritos entre pucho y pucho. El Colo decidió quedarse en unas islas muy al sur. El Colo no decidió nada. Decidieron por él. Seguramente, quiere crisantemos lilas, una guitarra, una armónica y los ojitos enamorados de la Ro que no dejan de llenarse de lágrimas cada vez que recuerda lo injusta que fue su partida sin retorno.

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Guillermina Silva D’Herbil

¿QUIÉN LAS LLEVA? La mentira: el papá de Inés. Qué raro que semejante pavada sea una de las noches más felices que recuerdo. No nos llevaba el papá de Inés. Nos fuimos solas, o mejor dicho... con los chicos. Mis amigos, los primeros hombres de mi vida, los que nunca jamás olvidé, ni olvidaré, Los que me mostraron que había un mundo detrás del muro. Esa noche tan feliz, caminábamos por las vías en medio de la noche, para acortar camino rumbo a la fiesta del LawnTennis. Mezcla de miedo, excitación, risas y nervios. Mis amigos a los que amé y siempre amaré, los que vuelven siempre a mi recuerdo, flacuchos y desgarbados como eran esa noche. Qué noche tan feliz, me dan ganas de llorar.

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Julio Fernando Affif

I Tal no exista nada mejor que deslizarse sobre una banda magnética. Esa inexplicable contundencia de viajar en la energía del universo, de recorrer nuestro cuerpo y nuestros sentidos con vibraciones que estremecen nuestras fibras más íntimas y de estallar en colores intensos que opacan las más exquisitas figuras. Visión irreal en varias dimensiones, tal vez más que tres, superponiendo cuadros físicos y metafísicos en tremendos agujeros que devoran toda la materia cósmica y regeneran la duda eterna del querer saber. Los sonidos son parte del combustible que nos permite el deslizar nuestras inquietudes como en un snowboard cristalino y veloz, hacia esa fantasmagórica y lujuriosa percepción de intentar comprender que la nada es todo. Y nos sumergimos indolentemente en el paraíso de las sensaciones astrales, de perfumes, de sabores y sonidos, creyendo que valió la pena haber vivido, aunque sólo sea una fracción de segundo, la magia de la Creación.

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II La desesperación me llevó a aferrarme a la etérea línea incandescente que serpenteaba velozmente en ese espacio incoloro mezcla de transparencia y oscuridad que me envolvía. Por momentos sentía las manos de una hilandera retorciendo las hebras que conformarían el manto celeste en la bóveda extrauterina de una cosmografía serena y violenta al mismo tiempo. Y de golpe... toda la luz. Un infinito aletear de mariposas estelares confundían los sentidos direccionales sin la más mínima posibilidad de evitar el desconcierto. ¿Dónde estoy? fue la primera pregunta. Luego de recapacitar una milésima de segundo, la segunda ¿cómo estoy? y la tercera y definitiva ¿estoy.....? Y la banda repentinamente, me arrastró al paisaje oscuro e indefinido, todavía incomprensible para el ser humano en este breve espacio de tiempo en el que nos toca vivir. Julius Khalil

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Daniel Goldenberg

LAS VANDAS DE AMIGOS SON LAS MOLÉCULAS DE LA IGNORANCIA, rezaba el grafitti en la pared del baño de la Estación Liniers. Mientras sonreía y negaba con la cabeza, el tipo sacó del portafolios un marcador Pelikan y dibujó una prolija H delante de la palabra ignorancia. - Ahora sí.

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Javier Cárdenas

Éramos una banda. 222 para ser exactos. Siempre juntos, aunque con el tiempo, algunos se fueron marchando. Por estar hechos de la misma madera, las ausencias se suplían con rapidez. Mis compañeros más cercanos eran los más recios y cultivamos una amistad fraternal. Juramos resistir hasta el final y recurrimos a nuestra fuerza para empujar a los más débiles al sacrificio. Acomodados en el fondo, postergamos nuestro destino hasta que fue inevitable. Muy pocos fuimos los que quedamos, y en un momento, mi turno llegó. Unos dedos me aferraron con firmeza, separándome de mis iguales. El trato fue brutal y, luego del ardor en mi cabeza, comprendí que mi propósito se cumplía. La combustión me consumió y brillé de manera efímera, hasta que la hornilla de la cocina encendió. Luego, desechado en un rincón, se extinguió mi plenitud en una lenta agonía.

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De Raedemaeker Sanchu

Tiempo que ajustas a la razón, bendiciendo ríos que fueron, tránsito del alma. Esos remos que son la sonrisa, que fortalecen los hombros, el agua de los afectos, los óleos del futuro el canto de los ancestros. Aunque vuele muy alto, cada caída enseña, se convierten alas en alegría aunque a veces no convenza. Emigrar como una gansa, que escapa del frío del invierno hasta llegar a juntar muchas ansias. La dificultad de volar sola valora al otro que acompaña, compartir es un recurso, que el aleteo de los años, en esta dulce formación llega ser banda-da.

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Cecilia Mosto

LA BANDA DEL RIO PIPO Luchi estaba totalmente atascada con su vida. Tenía 20 años y no sabía cuánto romper de su historia ni hasta dónde. Confundida se encontró en un bondi rumbo a Puerto Madryn con Ana, una amiga “de la vida”. No era amiga de la facu, ni del colegio, ni del barrio, ni de la familia. Había conocido a Ana un verano a los 14 años, y luego volvió a encontrársela durante otro. Amiga de amigas, era la tercera hija que la madre echaba de la casa. A pesar de haber visto las expulsiones anteriores no estaba preparada y no sabía muy bien adónde ir. Se fueron juntas. Luchi ya había echado a su casa de su vida hacía mucho tiempo. Sin elegirse, sólo arremolinadas por un profundo deseo de evasión se salieron del camino para ir a otra parte. Ese fue el último bondi que tomó Luchi en casi dos meses que duró su travesía por territorio araucano argentino- chileno. Después de una semana de un inesperado jolgorio y delirio en Puerto Madryn quisieron no olvidarse que debían llegar más lejos y salieron a la ruta a hacerles dedo a esos gladiadores del camino y en menos de dos días, porque eran dos mujeres y el dedo funcionaba a la perfección, dejaron caer sus bolsos, triunfantes, desde un enorme Scania al suelo de Ushuaia. Ahí en la vereda, sin necesitar moverse, Luchi supo distinguir rápidamente, como siempre, a sus salvadores ya que ni ella ni su amiga tenían carpa, ni plata por supuesto, pues sin planearlo, habían llegado demasiado lejos, demasiado rápido con el único e inconducente motivo de fugarse. Y así junto a italianos, bahienses (de Bahía Blanca), chilenos y marplatenses, recién llegados al fin del mundo de diferentes “dedos”, por enormes motivos, emprendieron una caminata hacia la colina que caía detrás de la ciudad. Sobre ese verde mojado, en una atmósfera fría y pura, habiéndose encontrado hacía solo minutos, ya se reían y miraban reconociéndose como parte de una misma tribu. Medio sucios sabían que iban a estarlo completamente en unos días. Hicieron fuego. Armaron las carpas con las luces de la ciudad del otro lado de la colina. Prepararon un lugar para Luchi y Ana. Tomaron grapa caliente hasta tarde muy tarde. Después de unos días, explorados todos los bares frente al canal de Beagle, decidieron emprender una larga caminata hacia el Río Pipo, al sur de Ushuaia. Ya eran familia y cada uno empezaba a sentir que su propio destino estaba atado a ese extraño grupo. Levantaron con cuidado las cosas más elementales y se fueron después del mediodía. Tomaron el camino boscoso y exuberante que los introducía en un espacio absolutamente húmedo y mágico lleno de conejos saltando 22


alrededor. (Por primera vez Luchi supo que ese animalito tan tierno podía ser plaga, calificativo que hasta entonces solo le cabía a las langostas. Muy pronto, y entonces sin culpa, algunos de ellos, después de intensas persecuciones darían su saltito final dentro de una cacerola marplatense, chilena o italiana, regado por algún vino de la zona). Todos siguieron juntos más de un mes. Sin rumbo. Sin querer llegar a ningún lado. Cruzando de Chile a Argentina y de Argentina a Chile. Hasta que un día y para poder darle un fin, se pusieron una meta épica a la altura de la historia que estaban viviendo: brindar con vino chileno, que “tomaron prestado” de algún autoservicio, autoservicio, con hielo del glaciar Perito Moreno. Se cumplió. Esa noche, la de la meta épica, la de la despedida, con vino chileno y hielo de esa mole… la borrachera de la vida. Una noche oscura, cerrada en Lago Argentino. Sin nadie alrededor solo se escuchaban sus s risas, algún temblor de un desprendimiento del glaciar y el crujir de las leñas. Al fin, ese grupo tan particular, que no podía separarse, integrado por personajes zigzagueantes, evasivos, que habían logrado establecer una profunda conexión, se despidió. despidió Decidió llamarse “La banda del Rio Pipo”. Y Luchi volvió a Buenos Aires, desde un lugar sobre el cual no podía hablar porque no tenía palabras para describirlo ni oídos que pudieran escucharlas. Llegó sin el menor ánimo de romper nada porque ya era otra. otra

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Jorge Pailhé

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El Ruso siempre decía que lo mejor era vivir cosas nuevas. Yo era un poco más quedado, como quien dice, y Pepe y el Hueso más o menos igual. Pero el Ruso y Tito estaban siempre rompiendo las pelotas que vamos a hacer esto, que viajamos a esto otro, que nos invitan aquí... Hubo una época en que nos colamos en varios cumpleaños de 15 y hasta un casamiento. También nos metimos en tribunas de programas de TV de estudiantes, robamos frutas en las ferias del barrio, tocamos la guitarra y el cajón peruano en el subte, recorrimos las alcantarillas que son tal cual las muestran las películas: enormes e inmundas - y nos metimos en las marchas de la Franja y la Fede, aunque en este caso con la clara intención de levantarnos minitas progres. En esos casos, después nos juntábamos para hablar acerca de nuestras conquistas, pero como todos mentíamos, la cosa terminó perdiendo la gracia. Una tarde de otoño habíamos estado aspirando una nuez moscada recién rallada, sin mucho más que hacer, y de pronto el Ruso dijo: "vamos". Nuestras miradas escrutadoras evitaron la obvia pregunta, y completó: "a la sala de velorios de acá cerca". Salimos caminando en fila india las cuatro o cinco cuadras que nos separaban de nuestro destino, y podría jurar -si tuviera fe en algo- que ya en el camino nos íbamos transformando un poco: llegamos a las puertas del lugar con una mezcla de excitación y dolor en el alma que jamás habíamos experimentado. La sala era bastante grande y estaba llena de gente. Recién acabábamos de entrar y se nos apareció una mujerota enorme y gorda que lloraba a moco tendido. Se nos acercó, nos abarcó en un abrazo y nos empapó a los cinco juntos en una prodigiosa demostración de amplitud de brazos y energía hídrica. Cuando logramos deshacernos de quien luego recordaríamos como "Zárate Brazos Largos", nos diseminamos un poco por el lugar para intentar acercarnos a ver quién era el o la protagonista de la tarde. El Ruso y el Hueso iban adelante, pero de pronto les salió al cruce una piba muy bonita, pecosa y con los larguísimos pelos atados en dos colitas. - Vos debés ser Abelardo, ¿no?- le preguntó al Ruso, que asintió rápidamente. - ¿Y vos sos... la prima de...?- arriesgó el turro.

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Con la "inspiración" de Los asesinos de los días de fiesta, de Marco Denevi.

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- No, la prima es una boluda; no vino porque dice que no le gustan los muertos- respondió ella. - Y, la verdad que un velorio sin muertos es como que no tiene nada que ver- intervino el Hueso, ante lo cual la pecosa miró alternativamente al Ruso y al Hueso, puso cara de desaprobación y se fue como había llegado. Yo intenté llegar al cajón, pero tampoco lo logré porque se me apareció una mujer que gritaba como mi mamá, agitaba los brazos como mi mamá, respiraba agitada como mi mamá y me palmeó con una mano de hierro como mi mamá, pero no era mi mamá. La pobre mujer me abrazó y sollozó: - Qué pérdida tan grande... No era mucho lo que podía yo agregar, así que me limité a responder: - Usté lo ha dicho... - Un ser humano tan...- se emocionó mi falsa madre, pero a mitad del razonamiento se quedó sin ideas. - Un ser humano... ¡tan humano! - la ayudé. Ella sonrió aprobando mi exquisita reflexión y me preguntó; -¿Y vos quién sos?, o sea, digo, qué sos de... quiero decir, ¿cómo te llamás? - No, a mí no me conocen -le dije. Busqué con la mirada al Ruso y cuando lo descubrí robando un cafecito y un masa de una mesa grande que estaba por ahí completé: - Yo soy amigo de Abelardo; vine con él. Ella miró al Ruso un poco extrañada. - ¡Abelardo! ¡Lo hacía más grande! - No, es así nomás -le respondí. - ¿Y cómo está? ¿cómo tomó... lo que pasó? - Y… está bastante golpeado. -respondí y mi tono de franqueza ya me estaba convenciendo a mí mismo - Espere que ahora se lo traigo. Dejé a mi frustrada madre al borde un lloriqueo y me fui a buscarlo al Ruso. Barrí con la mirada al resto de la barra, y todos nos juntamos en cuestión de segundos. - Ruso, hay que pirar - le dije, y los demás asintieron. - Sí -confirmó él-. Salimos a la calle y el ruso gritó: "¡Estuvo buenísimo!" Tuvimos que acordar realmente habíamos pasado un gran momento. - Che, ¿mañana qué vamos a hacer? -preguntó Pepe. - Algo ya se nos va a ocurrir -cerró el Ruso. 25


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Andreina Foco

Somos una banda de pueblo, del interior del interior. De maíz, soja y trigo. Visito a veces al pueblo, al resonar del cereal por los tubos metálicos y al aserrín en el aire. Con muchos intervalos necesito corroborar eso de atardeceres anchos y silenciosos, y amaneceres helados. De escarcha en los yuyos, de una sola escuela para todos. De un motor de camión encendiéndose y su vibración en las tripas. A pesar de que nada es igual. Muchos apodos tuvieron la suerte de representarnos, y hasta algunos eran en inglés. No pudo en tres décadas el destino olvidarnos, ni va a poder. Ni la vorágine, ni el madurar de ciertas cosas. Ni la ciudad, los títulos, la buena o mala racha. El recuerdo del sabor que aromatizaba sus hogares está en mí y evoca secretamente de vez en cuando, robándome un orgullo que es también un poco humilde –en el sentido de la simpleza- de poder todavía confiar en ese don. Que me venden los ojos y hagan la prueba, me verán capaz de reconocer en cuál de sus casas entro por el vapor del ambiente. Lo corroboro cuando las visito, ya de grande. Lo mismo si toco sus manos, o sus pelos. A veces sueño con ellas. Tienen, como representación, terreno ganado en mi inconsciente. Un campo enorme de grandes siembras con generosos rindes. Una vez me encontraba muerta. Fue ahí cuando soñé con delfines rosados en un brindis con todas ellas.

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Andy Pecas

SIGUIENDO CONSIGNAS... Nunca pudo pertenecer. Sabía que pertenecer tenía sus privilegios y nunca podía acceder a ella. Su madre no entendía cuál era el empeño tal en ingresar a esa banda de dementes que solo pasaban las tardes meta guitarrita y meta cigarrito en esa esquina de fama dudosa. O certera, más bien. Él pasaba los días queriendo ser, queriendo ver, queriendo entrar. Y nada. No había caso: las mejores chicas del barrio paraban allí : la morochita esa que siempre le había gustado y sus amigas del Normal. Los veía beber cerveza de litro del pico de la botella. Y compartir esos paquetes de 43/70. O los Achalay, si arreciaba la malaria. Nunca se fijaban en él. En esa figura desgarbadita e insignificante que los observaba desde la vereda de enfrente de Belgrano y Virrey Liniers. Su mayor ídolo era el Conejo porque manejaba una Honda MB100 y usaba las botitas Topper todo el año. Pero ninguno nunca lo invitó a esa esquina. Ni el Uruguayo que andaba siempre con los ojos rojos, ni el gordo Christian que era más bueno que el pan, ni Leo el eléctrico ni el Gallego que andaba siempre en yunta con Fabián. Con el tiempo se les unieron otros personajes menos deseables: el Chiquito, que era una mole que arrastraba siempre con él a dos chicas ojerosas que trabajaban la noche (de noche y de día) : la Tana y Teresa. Y la esquina dejó de ser una fiesta para convertirse en un antro de drogas y robo de pasacassettes. Él contempló toda esa mutación en silencio, desapercibido. Su madre no entendía qué podía atraerle de ese submundo peligroso. Hasta que un día cumplió, al fin los dieciséis. Y se unió a la barra. Eso sí. A la de Agrelo y Loria, que las chicas estaban aún más buenas.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

LA BANDA Y llegó el verano y se creó la banda. Se reunían en las aburridas horas de la siesta. Quedaban en la antigua fábrica abandonada. Lo próximo; ir a robar almendras. Esperaban a que el guardián de la finca, saliera a tomar su vino de costumbre, al bar de la plaza. Todos recogían, partían y comían hasta empacharse; menos él. Siempre llevaba una especie de talega de cuadritos azules, él se dedicaba a guardarlas, hasta conseguir llenarla. Cuando se ocultó el sol, entre risas y chistes, bajaban del monte a todo correr para que no les sorprendiera la noche. Ese día les sorprendió la dueña del cortijo, y preguntó; ¿Qué llevas en la talega? A lo que él respondió, Piedras. No se quedó convencida y le hizo abrir la bolsa. Las almendras se quedaron en el cortijo y la banda no volvió a ese lugar. Él abandonó al grupo por decisión propia. Otro día la banda decidió ir de excursión. Las bicicletas estaban en el trastero, apiladas unas encima de otras, oxidadas y rotas. Aprendieron a poner parches en las gomas pinchadas, algunos pintaron el manillar oxidado en color rojo antióxido. A más de una le faltaba el sillín, cogieron algunos trapos del polvo enrollados y los metieron en una especie de pelota hinchable de playa y de ahí al tubo, donde se enroscaba con una cuerda, quedando un sillín muy original. Pasaron una semana de viaje en bici, la banda necesitaba volar, ir de un sitio a otro sin rumbo, conocer nuevas tierras, disfrutando en cada momento el paisaje que iba apareciendo y practicando la amistad. No se preocupaban del espacio recorrido, ni del tiempo invertido. Todo instante, todo momento, todo aquí y ahora. Se sentían libres. Habían empezado a comprender lo que de verdad eran y habían empezado a ponerlo en práctica.

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Horacio Petre

LA BANDA (Fab 4) - ¿Hola, Paul? - Mmmm… ¿John…? Hola… ¿Sos vos, John...? ¿Qué ocurre? - Escuchá esto… tengo una nota que salió publicada, con comentarios de la fecha del sábado… - ¿Sip…? ¿Estuvimos muy mal…? ¿Menciona los pifies de Ringo y el desastre de George? - ¡No seas tonto…! Escuchá: titular, “IMPRESIONANTE SHOW DE LOS FAB FOUR” - ¡Ups! - Y mirá: “El zurdo bajista hizo un papel impecable, interpretando los temas que le competen con gracia y contundencia”… ¿No te dije que iba a funcionar? - Notable. ¿De George no dice nada? - Increíblemente no se dieron cuenta de nada… - ¿De veras? ¿Nadie se percató…? Estaba drogadísimo… - El look “nadie me quiere, los otros dos me rechazan mis temas”, su onda cabizbaja a lo shoegazer le vino bien… - ¡Pero si en el momento en que canté “Yesterday” en plan solista se fue a vomitar atrás del bombo de Ringo!!! Pude escucharlo claramente... - Lograste eclipsarlos, Paul… - Pobre George… ¿Supiste algo de Pamela? - Todo igual… sigue con el imbécil de Alan. Lo peor es que le manda mensajes a George, en donde le cuenta todo lo que le hace su nuevo novio… y con eso lo deprime terriblemente… Vino el otro día a pedirme que hagamos “For you Blue”, y le tuve que explicar que sería anacrónico con el show que estamos haciendo ahora… - Claro… presentando los temas de “Help” no da salir con eso… ¿La próxima fecha…? ¿Para cuando? - En dos semanas, en “Black Market”, espero que justo ese día no me toque cubrir extra de sábado… ¿y vos? ¿Cómo venís con lo tuyo? - ¡Muy bien! Dejé el reparto de la mañana y estoy haciendo uno por la tarde… Mucho menos duro, se acabó lo de levantarse a las cuatro de la mañana llueve o truene… Ahora arranco a las tres de la tarde y entre una cosa y otra a las ocho ya estoy en casa de nuevo, laburito piola. Se

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me complica un poco con mi novia que me reclama, se pone celosa imaginándose groupies y todo eso… - ¡Juá! ¿Te imaginás si hubiera groupies y la mar en coche…? Ayer en todo el recital contabilicé sólo cinco mujeres entre la concurrencia, la más joven podía ser mi tía… - No te quejes John… ¡Ya llegará! ¿Y dónde queda “Black Market”? - Aldo Bonzi. En Panamericana a la altura de Pacheco tenemos el 726 cartel verde que nos deja cerca… - La loma del orto… ¿Pero no vamos a ir en bondi? ¿Y el Fairlane de Ringo? - Se lo tuvo que dejar al Tito, no da más, modelo 64… están rastreando en internet a ver si consiguen los repuestos de algún lado… - ¿Y cómo vamos entonces? ¿Donde metemos los instrumentos? - Quedate tranca, Ringo habló con los pibes del frigorífico donde labura… Por entradas gratis cinco de ellos vienen en bondi con nosotros y cargan todo... - ¡Qué bajón, John! Encima así no la puedo llevar a Claudia… de Lanús hasta allá no se va a subir a tres bondis… ¡Y me va a empezar a inflar los gobelines con los celos de nuevo! Mujeres… ¡qué quilombo! Y vos… ¿Cómo venís con la minita esa que me venías contando? - ¿La coreana? Bien… Ahí estamos… la voy llevando, estamos transando… Cuando termina su turno en la caja del supermercadito, el padre la deja salir. No está muy buena… tiene mal aliento, no le interesa el rock… pero para la próxima convención beatle voy con ella del brazo y les rompo el orto a todos. Ya me conseguí el traje blanco para mí, onda “Wedding Album” de cuando se casó con Yoko en el 69 en Gibraltar… - ¿Traje blanco…? ¿De dónde lo sacaste turro…? - Se lo manguée a mi cuñado que es heladero. ¡Imaginate, Paul…! Con la coreana, los anteojitos redondos y traje blanco… ¡La descoso! Me quedo piola viendo como toda la gilada bate cualquiera…

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Cristian del Rosario3

PRIMER ACTO: LA BANDA DE BLANCO Personajes: Blanco, Rojo, Azul, Negro, Verde y Amarillo. Lugar: Trastienda de un bar. Es de noche, una luz de una lámpara apenas ilumina los contornos de una mesa. Varios personajes sentados a ella. Blanco (con una libreta): Vos sos Rojo, vos sos Negro, vos sos Azul… Rojo: ¿Por qué usamos colores? Blanco: Más seguro, si nos atrapa la cana no podes buchonear… apenas algunos se conocen entre sí. Rojo: ¡¡Yo nunca buchoneo…!! Blanco: Pero capaz si te dan “máquina” buchoneas… Azul: ¿Qué es “dar maquina”…? Rojo: ¿Este boludo quién es, que no sabe que es la máquina? Blanco: Es el sobrino de Marrón… Rojo: ¿Quien es Marrón…? Azul: El tata Juárez…. Blanco: ¡¡¡NO USEN NOMBRES!!! (Grita imperativo). Rojo: Ja… A este boludo lo hacen hablar con la máquina de escribir… ponele salame de color… Azul: Para de decirme boludo… aparte te informo: salame, no es ningún color… así que salame sos vos… (Silencio de todo los personajes que miran a Azul asombrados). Negro: ¿Seguro que este boludo de Azul está en el grupo que armó Violeta? Blanco: Si Negro… es un favor de Violeta a Marrón para saldar una guita que le debe, sólo lo vamos a usar de campana, sigo, vos sos ver… Azul: Blanco ¿Puedo ser Rojo, que soy de independiente? Rojo: Rojo el orto te voy a dejar sino dejas de decir boludeces, salame.

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Inspirada en perros de la calle y en muchas de W. Allen.

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Azul: Salame no es un color… Salame no es un color… (casi cantando las frases…). Blanco: ¡Diossss...! No, no se pueden cambiar los colores… Azul sos Azul…listo, ya está… La próxima, si hay próxima, le digo que te den el Rojo… ¿estás contento? Azul: Y Verde en vez de Azul… Blanco: No Azul: Ok. ¿Azul… marino?... ¿está bien…? Blanco: Siiii, Azul marino, Azul mondongo, Azul la concha de la lora Azul... ¡pero AZUL! (Silencio) Blanco (respira hondo): Sigo… vos sos Verde… y vos… para acá falta un color… Negro ¿ya lo dije? Azul: Si Negro es González… (Blanco lo mira fulminante a Azul). Negro: Blanco, puedo matarlo ahora y le doy yo la plata a Marrón de mi parte… seguro Rojo colabora. Blanco: Azul… ¡¡callate un poco!! La puta hermana de Marrón que te parió… deja de usar nombres… Azul: Bueno estoy nervioso es mi primera vez... Mi tio me dijo: Anda con el chino Suárez… ¡¡perdón!!... Chino Blanco…que te va a dar un laburo…y acá estoy… por eso dejo el trabajo en Burger… Rojo: Para... ¿Pasaste de un Burger a un banda de robar blindados?… ah bue, estamos jodidos… estamos muy jodidos… (Se apaga la luz lentamente y en la casi obscuridad se oye más bajo la voz de Azul decir “Ojo eh...en Burger me robé una bolsa de pines y nadie se dio cuenta y…”).

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SEGUNDO ACTO: DIAS DE RADIO Personajes: Rojo y Negro Lugar: Un segundo piso enfrente del garaje de la empresa de transporte de dinero de bancos... Rojo tiene un Handy en la mano. ROJO: Ya es hora, ya tiene que entrar ese, el rubio, en la garita y hacerse pasar por el guardia. ¿Cómo se llama... digo, qué color tiene? el rubio, muy rubio el de pecas, puta ¿a quién carajo se le ocurren estas boludeces...? NEGRO: A Violeta, es fanático de Tarantino… ROJO: ¿Del conejo...? ¿Y qué tiene que ver el conejo...? NEGRO: Deja Rojo, a veces me olvido que estuviste los últimos 20 años en Sierra Chica; no sé, no me acuerdo, el color, el boludo de Azul hizo tal quilombo que sólo me acuerdo del nombre de ese tarado, pero vos eras el que le avisabas por el handy.... y – encima - creo que es alemán el tipo, o hijo de alemanes, así que, olvídate, hasta que no des la orden correcta el tipo no se mueve. ROJO: (toma el handy): Prr. Verde ya podes entrar en la garita. VERDE: Prr. Eh… si yo estoy en el camioneta... ¿qué garita? ROJO: Prr. Perdona Verde, me confundí. NEGRO: El que sabe bien todos los colores es Blanco... pero recién entra en contacto en una hora... probá con otro color. ROJO: Prr. Celeste ya podés entrar en la garita… AZUL: Prr. No hay celeste... y me decías a mi salame… ROJO: Es Azul... ¿este pedazo de boludo a cuerda sabrá el color...? NEGRO: No sé, preguntale... ROJO: Prr. Azul ¿vos sabes quién tiene que entrar en la garita? AZUL. Prr. Azul… ¿qué...? ROJO: Prr. Si sabes quién tiene que entrar en la... AZUL: Prr. Sí, eso lo entendí… el color... soy AZUL... ¿qué más? (Se miran Rojo y Negro sorprendidos uno segundos.) NEGRO: Ahhh... Rojo decile AZUL MARINO a este idiota, que nos va a agarrar las fiestas robando este blindado... ROJO (agarrando el Handy con fuerza): Prr. Escuchame sorete AZUL MARINO, ¿me podés decir si sabés quién tiene que entrar en la garita? AZUL: Prr. Sí lo sé ¿querés que te lo diga...?

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ROJO: Prr. No pelotudo quiero que me pidas un Mobur con unas Frenys... NEGRO: Rojo, no te entiende la ironía, el pibe nació 15 años después que cerró el último Pumper. AZUL: Prr. ¿Que es un Mobur con Frenys…? NEGRO: Te dije… AZUL: Prr. Porque si es una clave a mí nadie me la dijo… ROJO: Prr. No, no es una clave es... AZUL: Prr. Porque a mi Blanco me dijo -y cito textual-: Vos sólo avisá si viene la policía y nada más... pero resulta que ahora me tengo que saber el color de los demás... y las claves, claro el salame... que no lo dejaron ser Rojo ahora tiene que saber de todo... ROJO: Negro prometeme una sola cosa: si me bajan o voy adentro... cortale los huevos a este tarado y cóseselos en los labios, así no habla más en su vida… NEGRO: Prometido, Rojo. ROJO: Con pelotudos así me dan ganas de entregarme... te juro... no entiendo para qué me escapé si en el mundo te cruzas con gente así... NEGRO: Dale, pregúntale... ROJO: Prr. Escucha bien AZUL solo te pido… NEGRO: ¡¡Rojo, decile Azul marino que si no no arrancamos más...!! ROJO: Prr. Azul marino... ¿podés decirme qué color tiene que entrar en la garita...? AZUL: Prr. Si, AMARILLO… ¿le digo? ROJO: Prr. No dejá, le aviso yo... AZUL MARINO, vos ahora mirá si viene la cana... AZUL: Prr. No me jode, está sentado acá al lado mío... (Rojo mira a Negro desconsolado). ROJO: Negro... ¿Se jode mucho el plan si me cruzo hasta la esquina mato a AZUL y vuelvo? NEGRO: Imposible, perdimos unos minutos con este boludo, pero te juro que si no te bancaba... ROJO: Prr. AMARILLO, podés entrar en la garita. AMARILLO: OK. Voy. (Se apagan de a poco las luces. Se escucha a AZUL: Prr...Rojo anduviste cerca porque creo que si mezclas el celeste con el Verde te sale un color parecido al Amarillo... o al Marrón… ja a mi tío...).

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TERCER ACTO.EL INFILTRADO PERSONAJES: Blanco, Negro, Rojo, Azul. LUGAR: Están en la trastienda del bar de la escena uno, los cuatro de pie. Cada uno con un arma en la mano: Blanco apunta a la cara de Negro, Negro a la de Rojo, Rojo a la de Azul, Azul a la de Blanco. BLANCO: ¡¡DEJATE DE JODER, NEGRO BAJA EL ARMA LA PUTA MADRE…!! NEGRO: OK. PERO NO ME ROMPAS LAS BOLAS VOS, YO NO SOY EL INFILTRADO. ROJO: ¡¡ENTONCES DEJA DE APUNTARME!! AZUL: ¡¡DEJA DE APUNTARME VOS A MI…!! BLANCO: AZUL ¿Y VOS POR QUÉ ME APUNTÁS? AZUL: ¡AZUL MARINO! ¡¡SOY AZUL MARINO!! ¡¡Y NO SÉ, ESTOY NERVIOSO!! HAGO LO QUE HACEN LOS DEMÁS, TENGO MIEDO DE NO APUNTARTE Y QUE ROJO ME MATE… ROJO: PASE LO QUE PASE TE MATO IGUAL…YA TE DIJE. AZUL: YA TE EXPLIQUÉ, ¿POR QUÉ NO ME ENTENDES? SÓLO HICE LO QUE ME DIJERON… QUE AVISE SI VIENE LA POLICÍA, ¡¡PERO BLANCO NO ME DIJO NADA DE LA GENDERMERÍA…!! BLANCO: Tranquilos, tranquilos… bajemos todos las armas… ROJO: NO PUEDO TRANQUILIZARME. DESDE QUECONOCI A ESTE BOLUDO QUE ESTOY NERVISO… HACE AÑOS, DESDE EL 94 QUE NO ESTOY NERVIOSO… HICE UN CURSO EN LA CÁRCEL DE CONTROL DE IRA Y NUNCA MÁS TUVE PROBLEMAS… BLANCO: Negro dice que no es, vos Rojo no sos, yo tampoco… Azul… marino… no le da la cabeza… acá no está el infiltrado… ROJO: MATÉMOSLO, BLANCO, IGUAL MAL NO VAMOS HACER… BLANCO: No, sigue siendo el sobrino de Marrón… bajemos las armas… así como hago yo… Azul baja el arma, bien… ¿Negro?… bien… Rojo… ¿Rojo…? Dale, Rojo dejá de apuntar al pibe… ya bajamos el arma todos… ROJO: (sin dejar de mirar a Azul) Ok… ok… déjenme que me calmo… tengo que hacer lo que me enseñaron en el curso de control de ira en Sierra chica… tengo que visualizar una cascada… AZUL: ¿Cascada o catarata? ROJO: Es lo mismo…

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AZUL: No es lo mismo… BLANCO: Azul marino… cortala, es lo mismo. AZUL: Este es el problema de este grupo… ¿cómo quieren que salgan las cosas bien? Cascada es lo mismo que catarata, policía que gendarmería, Azul que Azul marino… Asi, así se cometen los errores... no somos precisos. ROJO: (con los ojos cerrados). Una cascada… una cascada… una cascada… con conejos saltando y mucho Verde… AZUL: Verde murió y las cascadas son más chicas… como los brasileros que le dice cocheira… y uno cree que es una catarata… No, no es una catarata… es una cascada... BLANCO: Azul marino… basta, cállate un añito más o menos después hablas… AZUL: Ok… pero Policía no es lo mismo que Gendarmería… BLANCO: Verde palmó… ¿alguien sabe qué pasó con Amarillo? NEGRO: La última vez entró a la garita… estaba con Azul marino… BLANCO: Azul… ¿vos sabés? (AZUL no contesta). BLANCO: AZUL MARINO… ¿vos sabés…? (AZUL dice que sí con la cabeza pero no contesta). NEGRO: Creo, creo, que no habla porque le dijiste que no hable por un año… (Se apagan las luces despacio, se escucha la voz de ROJO… Los conejos son Blancos… suaves… saltan alrededor de la cascada…es una linda mañana en Lanus...)

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CUARTO ACTO: AZUL, COMO EL MAR AZUL PERSONAJES: Azul, Rojo, Blanco, Negro Y Violeta. LUGAR: Al lado de una pileta en all inclusive en alguna playa en el Caribe; todos (menos Violeta) en reposeras tomando sol; tienen lentes oscuros. Rojo: Azul Marino ¿me pasas el bronceador? Azul: Toma, te doy protección 40, el sol está muy fuerte… Blanco: Azul, mañana ¿qué hacemos? ¿Vamos a la excursión a las ruinas aztecas o no…? Hay que anotarse… Azul: Y… no viene mal un poco de historia… creo que deberíamos hacerlo… Negro: Ojalá que el trolo de Amarillo esté de guardia el resto de su vida en cuartel noveno… por eso era tan obediente ese, por yuta hijo de puta, no por alemán. Azul: Seee, qué buchón... y saltó todo gracias a mí... Blanco: Bueno… seeee… ayudó “esos detalles” que nos diste ese día, ese el que casi nos matamos entre todos, y que nos comentaste luego de convencerte… ¿cuánto tiempo fue, Rojo? Rojo: Una cascada, veo una cascada… Negro: Deja, contesto yo, a Rojo le hace mal recordar ese día… exactamente 3 horas 20 minutos… de… dígalo con mímica. Azul: Blanco, vos me habías dicho que no hable… Blanco: Jee (risa nerviosa) qué tipo, me acuerdo y no sé… jee (nuevamente la risa nerviosa) me dan ganas de torturarte poniéndote la cabeza en un balde lleno de arañas pollito… Rojo: Cascada con conejos Blancos… Azul: Peroooo… Blanco: Si… peroooo, así supimos… que conocías Amarillo, de antes, por tu trabajo anterior, que lo conocías de verlo… en una comisaría… de uniforme… sentado la oficina de operaciones especiales… jefe de operaciones especiales… Azul: Sí, le llevaba todos los días el mismo pedido, un X Burger sin cebolla con aros… Negro: Dato que no nos distes en la primera reunión… Azul: Nadie preguntó...

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Blanco: Bueno, sí, ese dato que nos diste ayudó… y que también... lo había escuchado decir que la plata “del mionca”… la guardaba él en su casa de Avellaneda… y después la mexicaneaba… Azul: Si, es verdad, de eso también me acordé… pensé que juntaban guita para comprar Tequila… Negro. Nos costó mucho la palabra “mionca”… nunca vi a nadie que, en el dígalo con mímica, respete el lunfardo y haga los gestos al revés… media hora estuvimos con “mionca” ¿no…? Rojo: (murmura) La cascada es super cristalina… llena de conejos blancos… Blanco: Bueno, nada… después lo que sabemos todos… fuimos a lo de Amarillo… no había nadie, nos encontramos con el doble de plata que pensábamos… nos repartimos entre 2 menos… viajamos a esta isla… Violeta blanqueó la guita y listo. Azul: Listo, no… ¿qué falta? Blanco: Andaaaa, agrandado… ahí viene… Violeta: Holaaa, chicos… ¿Cómo anda mi Blue Marine, vamos a dormir la siesta juntitos…? Azul: Siii… mi Beatrix Kiddo… gente, basta de sol para mí… Rojo cuidate, te estás poniendo ídem… (Se van Azul y Violeta de la mano…) Rojo: (Se levanta los lentes y los ve irse…) Negro… qué bueno que no me dejaste ir a matarlo… Azul (desde lejos se da vuelta y grita): Rojo, mira la pileta tiene una cascada… ¡¡NO UNA CATARATA, SALAME!! (señalando una cascada artificial que cae en un costado). Rojo: Negro, olvidate lo que te dije… FIN

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Dicky Schefer

LA BANDA Vamos corriendo agachados, bien pegados al cerco de ligustrina, que está cortado bajito. Por suerte la luna nos deja ver algo. El sereno se enojó y nos busca puteando fuerte pero no nos encuentra. Y encima hoy es el tuerto, que es el guacho. ¡Uuuf! Apenas si nos alcanza el aire. Hace una hora que estamos corriendo, entrando a cada jardín casa por casa. Daniel es el que lidera. Siempre tiene buenas ideas. Atrás en fila india voy yo y después viene mi primo Alec y cola Horacio. Ya está. Llegamos a lo de Horacio y estamos a salvo. Su vieja es brava así que nos mandamos a su cuarto calladitos, rascándonos porque los mosquitos y las ramas nos hicieron pelota las piernas. Nos dormimos en seguida. Al día siguiente aparecieron todos los jardines de las casas bien inundados por las canillas abiertas toda la noche. Los grandes reunidos todos hablando con cara de traste. Nos miran de reojo pero no nos dicen nada. No nos pudieron pescar. Qué orgullosos estamos. ¡Estuvo tan bueno!

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Mauricio Castello

LA BONITA PÁGINA I Cuando entré al baño, el Garca exprimía el sachecito de Brylcreem, ya tenía el pelo bien enchastrado pero quería más. Todos los implementos que transportaba encima eran principalmente “souvenirs” de telos, al peine lo llevaba siempre en el bolsillo superior externo del saco, porque también siempre usaba saco, y corbata. Se llamaba Emilio Tibaldi, un tipo que, sin ser particularmente gordo era mofletudo. Sus peores días eran esos cinco que pasaban entre que se decidía a usar barba candado y llegaba a tener la suficiente como para lucirla. Para nosotros ni Emilio, ni Tibaldi, Garca a secas. Garca: ¡Eh! ¿Qué hacés, pelandrún? Yo: Me echo un meo, ¿por? Garca: ¿No te lavás las manos? Yo: Si, después. Garca: ¡Uy, Nene, cuánto te falta! Yo: ¿Qué decís? Garca: ¿Acaso no tenés el más mínimo respeto por tu chota? Si la tenés guardada y limpia, ¿por qué la vas a agarrar con las manos mugrientas? Hay que lavárselas antes, ¡y después! Decí que en un rato tengo un tiroteo con una minusa que si no te daba unas clases. II Religiosamente al salir del frigorífico Marcial “Trucha” Santoro venía al café, a veces proveía salames para la picada, cosa que a Vicente no le hacía ninguna gracia pero toleraba por los lustros de parroquiano. Trucha: ¡Pará, Nene, de hablar de fóbal! ¡Como si fuera lo único que existe! José: Podemos hablar de minas y de burros también. Garca: Y de negocios… Trucha y José, al unísono: ¡Andá a engrupir a Serrucho! Seguido de pellizcos en esos cachetes tentadores, al mejor estilo de tía solterona sometiendo al inofensivo púber. Las cacheteaditas y

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pellizcones eran habituales de estos dos, con frecuencia le caían al Garca de improviso o lo emboscaban al llegar. Estaba todo permitido en la medida que no se estropee el peinado ni la pilcha. Abel Tolosa, incorregible fumador, mira la mesa y pregunta: ¿A nadie le gustan los palitos? Nos percatamos del único platito medio vacío y nos encargamos de terminarlo. Mientras el flaco interpela. Abel: ¿A vos te gustan? Trucha: Si. Abel: ¿Y a vos? José, con la boca llena: Si. Abel: ¿Y a vos, Nene? Yo: También. Vicente y el Garca acompañan asintiendo con la cabeza. Abel: ¿Y por qué carajos quedan siempre para el final? Trucha: ¡Qué sé yo! La costumbre de comer las papitas y los manises primero. Abel: Habiendo tantas cosas que nos gustan, ¿por qué elegimos siempre las mismas? Silencio. Pasado largamente un minuto, José interrumpe: Trucha, esta noche voy a elegir a tu señora. Trucha: ¡Andate a la puta que te parió! III Trucha: Che, José, el Nene aprendió rápido del Garca. José: ¡Linda Escuela! Yo: ¿Por qué no se van a cagar? ¡Si ustedes también se lavan las manos antes! José: Segurola, Nene, yo a la garcha la cuido, no me la saqué en una rifa. Yo: ¿Entonces por qué rompen las pelotas? Trucha: Porque me parece que le estás dando demasiada bola al Garca. A ver si estás despierto, ¿registraste lo que hacemos? José: Este pibe me parece que es medio pelotudo… Yo: ¡Chupame un huevo, infeliz! No siempre se lavan las manos después de mear.

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Trucha: ¡Bien, pibe! ¿Y sabés cuando no lo hacemos? Yo: ¿Cuándo? José: Cuando nos salpicamos las manos. Yo: ¡Los pelotudos resultaron ser ustedes! Trucha y José, cagándose de la risa se agarran los cachetes simulando un ataque al Garca. Yo: ¡Qué hijos de puta! José: Pasate bien la mano por las bolas y cuidá que no te quede ningún pendejo, ¡hoy va a ser tu bautismo de fuego, Nene! Trucha: ¡No nos defraudes! IV Yo: Trucha, ¿te fijaste? Trucha. ¿Qué cosa? Yo: Siempre a última hora, cuando el diario está desguazado, sin los deportes, los chistes borroneados por el manoseo, el crucigrama resuelto desde la mañana, con los datos de los pingos vencidos, va el Garca, lo arrolla y se lo lleva bajo el brazo. José: Se lleva la parte financiera porque acá nadie le da bola. Abel diría que tenés un detector de buitres. V Luis Alfonso Russa, de sobrenombre Vicente, alguien lo vió firmando con sus iniciales y apellido y no tuvo más que empujarla adentro, mozo desde tiempos inmemoriales, viene y dice: ¿Nene, qué hacés? Yo: Escribiendo un poco. Vicente: ¡No me jodas, qué vas a estar escribiendo si no sacaste la vista de la ventana en toda la tarde! Yo: Cierto, trataba de devolverle la mirada. Vicente: ¿Devolverle la mirada a quién? Yo: A mí mismo, cuando era un chiquilín.

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Pablo Miguel

A mí "banda" me suena a música, no a otra clase de grupos. Yo tenía 15 años, el Polaco 20 y Marcelo 25. Tres etapas distintas de la juventud, sin duda. Yo tenía un bajo Hagstrom de semicaja (una joya) que había comprado con mis primerísimos ahorros. El Polaco tenía una destartalada batería en el sótano-taller que había heredado de su padre cuando abandonó la casa de sus hijos, años después de que la madre de éstos hiciera lo propio. Marcelo era un virtuoso, con su Les Paul imitaba muy bien a Fripp y también se las arreglaba para sacarle sonidos agradables a un viejo violín. Durante un tiempo pasé en ese sótano todas las tardes, intentando no sonar tan mal. Iba después del colegio y regresaba a casa tarde, algunas veces borracho o fumado. Nunca lo logré, para pesar de los vecinos y especialmente de la hermana mayor y el cuñado del Polaco, que vivían arriba. Un día Marcelo, que cada vez concurría con menor asiduidad, nos informó que se casaba e iba a vender los instrumentos para comprar muebles. Seguí viendo al Polaco de tanto en tanto, para tomar cerveza y charlar, hasta que literalmente desapareció sin previo aviso. El chusmerío del barrio contó que la hermana y el cuñado habían tocado algunos contactos y logrado internarlo en el Borda, para declararlo inhábil y quedarse con la casa. Yo no soy psiquiatra pero puedo afirmar que el pibe no estaba loco: era sólo una persona simplona y muy limitada intelectualmente, como tanta gente que conozco y que lleva adelante su vida sin precisar demasiadas luces. El Hagstrom quedó en total desuso, como detalle decorativo en mi cuarto. Ya había entendido que la música no era mi medio de expresión. Unos años después se lo presté a alguien que suponía mi amigo y nunca hubo retorno. El mismo chusmerío cuenta que el fulano cayó preso por intento de robo y vendió el bajo para pagar un abogado. No me importó. A Marcelo no lo vi nunca más, al Polaco lo crucé una mañana una década después, cuando yo iba a trabajar. Compartimos un breve trayecto en colectivo que me resultó bastante incómodo. Parece que estaba en "tratamiento ambulatorio" pero evidentemente el entorno y la medicación habían dado sus frutos: ahora sí estaba loco. La mirada refractaria, la actitud obsesivamente enfocada en una única cosa. Pasó todo el viaje tocando una batería imaginaria y haciendo su sonido con la boca. Chin pum fsss chak chak tum shishik pambum. Ésta fue mi experiencia en una banda musical... ¡Chin pum!

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María Guerra Alves

Durante siglos, las bandas nacieron en un barrio, en una escuela, en una empresa, incluso en una familia. En la actualidad el origen puede ser otro. El equipo de adolescentes denominado “Algo en común” surgió en un grupo de Facebook, en agosto de 2013. Suena raro, pero es así. Alejandro, Cecilia, Facundo, Rocío, Nicolás y Melina se conocieron a través de una pantalla. Víctimas de la discriminación, decidieron unirse para afrontar esos problemas que les borraba su sonrisa. Alejandro, por demasiado inteligente y maduro; Cecilia por algunos kilos de más, Facundo por no tener padres; Rocío por ser albina; Nicolás por haber nacido en otro país y Melina por trabajar desde muy pequeña; habían pasado años sufriendo por ser diferentes a la mayoría. Entre todos, pudieron superarlo y darles una lección a aquellos seres indeseables que les habían hecho tanto daño.

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Horacio Tort

BANDA DEL GOLF Durante años jugué al golf todos los sábados con Danny, Hugo y Guille, con quienes somos amigos desde hace más de 20 años. Para darle mayor emoción a los partidos, establecimos un sistema de parejas anuales, las cuales se mantenían fijas durante todo el año calendario y se modificaban recién al año siguiente. La pareja perdedora tenía que ofrecer a la ganadora y sus respectivas esposas un asado a todo trapo, pero además tenían que servir la comida vestidos con pollerita corta y peluca, y, por supuesto, atender todos los requerimientos de los ganadores sin chistar. En el 2002 la cosa venía tan pareja que llegamos al último día iguales. Hugo y yo habíamos sacado alguna diferencia al principio, pero Dany y Guille empezaron a jugar bien al final del año, lo cual coincidió con una caída pronunciada en nuestro nivel de juego lo que había emparejado las cosas. Era todo a cara de perro, así que el partido fue muy conversado, mucho más de lo habitual. Todo valía. Por supuesto los temas eran muy variados, pero mayormente rondaban por las cosas que estarían haciendo nuestras mujeres mientras nosotros jugábamos al golf, o lo que alguno de nosotros había hecho con la mujer del otro mientras aquél trabajaba, lo inútil que era que Guille se deje la barba si total seguía teniendo cara de trolo, lo gordo culipanza que se estaba poniendo Hugo, que la razón de los frecuentes viajes de Dany a USA no eran por negocioso sino que allá había salido del closet y llevaba una doble vida con un novio portorriqueño, que si mi flacura era producto de alguna enfermedad venérea que me agarré yendo de levante a los muelles o de una recurrente masturbación. Como verán, charla de varones en estado puro. Con Hugo fuimos alternando buenas y malas pero nos las rebuscamos para complementarnos bien y llegamos a la salida del último hoyo, un par 3, llevándoles un hoyo de ventaja. Solo necesitábamos empatar ese hoyo y seríamos ganadores. Pegados los 4 tiros de salida en ese par tres solo Guille y yo pusimos la pelota en el green, yo a unos 7 metros de la bandera. El problema era que Guille la había dejado a poco más de dos metros. Erré mi pat por muy poco y completé el par. Por consiguiente, si Guille metía su tiro, íbamos a tener que seguir jugando hasta desempatar. Todo era tensión. Guille, mientras calculaba la caída y se acomodaba frente a la pelota, me mira y me dice “mirala bien… porque esta va adentro”. Lo dejé pararse ante la pelota y antes de que estuviera listo para golpear le contesté con voz muy pausada “justamente eso mismo le dije a tu mujer anoche”. La carcajada fue general, al punto que Guille

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demoró un buen rato en poder jugar su pat ya que cada vez que se acomodaba para jugarlo, Hugo me pedía detalles de la velada, que yo le daba con lujo de detalles pero con cuentagotas. En definitiva, para cuando le dejamos jugar su pat, éste ni tocó el hoyo. Hugo y yo nos fundimos en un abrazo y dimos la vuelta olímpica alrededor del green ante la atónita mirada del grupo que venía atrás nuestro y que estaba esperando para jugar ese mismo hoyo. Demás está decirles que el asado estuvo genial, las minifaldas y pelucas les quedaban muy monas, nos atendieron como reyes y todos lo pasamos genial. Hace unos años recopilamos estas y muchas otras anécdotas, fotos, mails, etc. en un libro que editamos y mandamos a imprimir, y que los cuatro atesoramos como testimonio de una gran amistad.

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Caro Barba

MINDI, JINDI Y LOLI: BANDA DE SÚPERAGENTES En algunas series no se revelaba la verdadera identidad de los superagentes y cuando lo hacían, a mi me fascinaba porque era la puerta directa a saber que yo también podía ser una de ellos. Una de mis series favoritas era SWAT, pero había muchos varones y ninguna mujer... por suerte para hacer realidad mi sueño existían Los ángeles de Charly, una banda de superagentes formada por tres mujeres... Lore y Mariana eran mis íntimas amigas de la escuela España y el momento que más nos gustaba compartir era el que llamaban postcomedor (palabra difícil para pronunciar en los primeros grados). Tenía el sabor de la aventura y la gran capacidad de guardar todas las ideas que se nos ocurrían. Una de esas ideas, un mediodía cobró vida: Lore se convirtió en Loli, Mariana en Mindi y yo en Jindi. Las tres amigas en la vida y en la ficción. Nuestras armas eran nuestras manos con olor al postre que habíamos comido ese día en el comedor. Nuestros delantales blancos, los mejores uniformes. Los peinados que nos hacían nuestras mamás estaban tan bien logrados que no había piojo que se nos animara: Lore-Loli con sus flamantes colitas iguales a las mías (aunque yo a veces lucía mis rodetes de trencitas). Mariana-Mindi con su inigualable trenza que aún hoy me pregunto cómo se la hacían. El mástil, los árboles de palta, la cancha multideportes y ese patio "sin fin" donde teníamos la fortuna de descubrir un tesoro cada día, era el set de filmación de nuestra propia serie. Así, todo estaba listo para enfrentar al "mal" que por esos días era tan bueno...

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Caro Barba

LA BANDA DEL SOMBRERO Ellas se reunían y cantaban distintas canciones al mismo tiempo...sin embargo se entendían. A veces las miradas eran errantes y otras coincidían. Las unía la tristeza pero las desbordaba la risa. Cuando las palabras ya no cabían en el espacio, un universo se abría y comenzaba el juego de "había una vez un sombrero".

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Paula Ancery

LA BANDA DE LAS 3 ¿Tres es muy poco para ser una banda? Seguramente, pero la banda al principio tenía más miembros, o miembras, como se dice ahora. Lo que pasó fue que empezó a desmembrarse a medida que la mayor parte de sus integrantes se pusieron a casarse y a parir con o sin papeles, entonces quedaron ellas tres. Vamos a decir que se llamaban Primavera, Flora y Fauna, como las tres hadas madrinas del cuento. Pero estas chicas, ay, no tenían poderes mágicos. Lo principal de lo que las mantenía unidas era que juntas se fortelecían frente a la discriminación por no haber formado una familia, que es algo que a los 30 años empieza a arreciar. Aprendieron mucho de los matrimonios “felices” que las rodeaban, por la vía de escuchar sentencias ya conmiserativas, ya francamente condenatorias, provenientes de cónyuges ajenos. “Vos no te querés comprometer”, “por qué será que nada te viene bien” y/o “por qué será que cada vez que te gusta alguien, da la casualidad de que es alguien imposible” y “tenés un montón de dinero y de tiempo para vos sola, claro: sólo te interesás en vos misma” fueron sólo algunas de las perlas de sabiduría que tuvieron que tragar durante al menos diez años largos, hasta que los matrimonios en las inmediaciones empezaron a deshacerse o no se deshacían, pero ya nadie se molestaba en ocultar que estaban llenos de telarañas. También aprendieron mucho del matrimonio a través de los hombres casados que querían tener sexo sin compromiso con ellas, pero eso ni hace falta mencionarlo: una soltera de más de 30 no es “para casarse”. Una mujer soltera es, por su mera presencia, una puesta en cuestión para los valores de occidente (en oriente parece que no les permiten permanecer solteras). Pero tres mujeres solteras, juntas, son una cooperativa. Así que, cumplidos los 30 e inapelablemente pasado el arroz, Primavera, Flora y Fauna seguían participando en busca de esa quimera: el hombre que las enamorara, que también se enamorara de ellas, y que no estuviera ya en otra relación. Así pasaron por muchas peripecias, y lo único bueno fue que las pasaron juntas. Primavera, por lo menos, tenía una hija; lo que pasa es que ya estaba separada del padre cuando la beba nació; y el padre, si bien pasaba tiempo con la niña y era adorado por ésta, jamás ponía un mango y es más: cada vez que la nena volvía a su casa después de un fin de semana con el papá, se había olvidado en el colectivo, en el McDonald’s o en la plaza alguna prenda o algún juguete que le había comprado, por supuesto, Primavera. Junto con Flora y con Fauna, despedazaban al padre olvidadizo cada vez que la hijita no estaba escuchando.

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Todas se enredaron alguna vez con un hombre casado. Cuando esto sucedía, las otras dos permanecían alertas, caminando por la afiladísima cornisa que media entre no pincharle el globo a la víctima (después de todo, hay parejas que empiezan así) pero tampoco azuzarle las fantasías locas (ninguna de las tres constituyó pareja ni con un hombre casado ni con ninguno). Cuando finalmente la así llamada relación cesaba, las no-damnificadas estaban ahí, firmes como rulo de estatua para reconfortar a la que acababa de aterrizar. El principal aliento que se daban era para resistir la tentación de llamar a los “candidatos” (?) por teléfono cuando éstos desaparecían sin haberse despedido; desaparición que fue refinándose hasta el martirio a medida que se popularizaba el uso de teléfonos móviles y, más tarde, de Internet. Como adictas en recuperación, se llamaban una a la otra para confesarse “tengo ganas de llamar a Fulano para decirle X cosa”, y la oyente le daba charla hasta que se calmaba. Esto no implica necesariamente que Fulano se salvara de recibir el llamado o el mail fatal; pero por lo menos pasaba más tiempo. Y en estas cosas, los minutos cuentan. Hubo situaciones límite, por los motivos exactamente opuestos. Flora empezó a salir – no llegaron a ponerse de novios, y ella se lo había dejado claro – con un sujeto con quien todo funcionó maravillosamente hasta que ella le dijo que no quería verlo más. La cosa habría durado dos meses y dos idas al telo, en ninguna de las cuales el tipo había logrado la erección. Quedaron en que quedaban amigos, pero el tipo mentía: esperaba algo más y cuando, después de una salida al cine, ella no quiso despedirse con un beso en la boca, él le mentó a la madre. Y empezó a llamarla a cualquier día y a cualquier hora para decirle que la amaba y luego, ante el rechazo de ella, mentarle a la madre. Flora se cambió los números de teléfono y el tipo, que trabajaba en informática, le hackeó la cuenta de mail y comenzó a mandarle mails en los que le declaraba su amor y le mentaba a la madre, mensajes que enviaba con copia a todos sus conocidos. Primavera y Fauna lograron encontrar otro técnico en informática que exorcizó la computadora y las cuentas de Flora, lo cual implicó perder absolutamente toda la información que tenía en ellas. Durante mucho tiempo, Flora no se atrevió a salir sola a la calle. La acompañaban Fauna o Primavera; por suerte, el tipo nunca más apareció. Hubo situaciones dramáticas. Fauna se hizo un aborto. A Primavera, un tipo la quiso ahorcar. En medio de una discusión en la casa de él, la arrinconó y la tomó del cuello y mientras se lo apretaba con una mano, le preguntaba “¿alguien sabe que estás acá?” y “¿me querés?”, interrogantes a los cuales ella contestó afirmativamente, por supuesto, con la poca voz que podía emitir. Después ella se fue y no le costó no verlo más, por suerte.

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Pero estoy enumerando sólo los más salientes de una serie de avatares que duraron años. En general, los estropicios que Primavera, Flora y Fauna se bancaban entre sí tenían que ver más con el ridículo y el lugar común. Cosas como no poder comentar descuidadamente en el trabajo “me duele la cabeza” porque, sobre todo si es lunes, los compañeros no se privarán de atribuirlo a una noche de excesos sexuales y etílicos, “vos, que no tenés responsabilidades”. Por cosas así, “patético” y “decadente” eran dos palabras muy usadas en sus conversaciones. Como por ejemplo, el día que Primavera salió con un tipo que le llevaba 18 años y éste le hizo notar, en tono acusatorio, que ella tenía una cana. -¿Vos saldrías con una mujer que tuviera 74 años? –le preguntó ella. Rápido se lo preguntó, porque ya venía estudiando la cuestión con Flora y Fauna. -Ni en pedo –le contestó el tipo sin dudarlo un segundo-, ¿por qué? -Porque eso es lo que estoy haciendo yo en este momento: tomar un café con un tipo que me lleva 18 años-, respondió ella. Pero él, en vez de meter violín en bolsa, le explicó con lujo de detalles que la edad es diferente en los hombres y en las mujeres. Todavía no habían cogido y, por supuesto, no cogieron (y hay que decir, en defensa del sujeto de 56 años, que por lo menos no la amenazó ni le mentó a la madre ni le hackeó los mails ni intentó ahorcarla); pero ustedes imaginarán que semejante input de indignación necesitaba un output urgente, y allí estuvieron Fauna y Flora. Y si es por hablar de la edad en la pareja, Flora, precisamente, salió con un sujeto que estaba tremendamente prendado de ella… y que le regaló una crema antiarrugas. Ella tenía 33 años y el tipo le llevaba sólo un par. Entre los dos, no juntaban diez arrugas. Pero él le regaló la crema orgullosísimo, porque era marca L‘Oréal. La había comprado en el Coto y se la había hecho envolver especialmente pero, para que no se estropeara el papel tan bonito, le había entregado el paquete adentro de la bolsa de supermercado. Hay que decir también, en favor de este caballero, que era un griego viviendo en Buenos Aires y que, aunque hablaba el español bastante bien, no se las arreglaba con la lectoescritura. Pero, por más que Primavera y Fauna intentaron que Flora valorase la buena intención –“en su mente, te estaba regalando un cosmético caro”- y, sobre todo, la belleza apolínea del regalador, Flora declaró que el incidente le parecía no sólo “patético” y “decadente”, sino también sórdido y penoso, y allí terminó la historia del “candidato” que no sabía el español suficiente. Ustedes se imaginarán que si estoy contando todo esto fue porque se pelearon. Pero no fue por un tipo, como ustedes estarán pensando. (Sí hubo un tipo que tuvo relaciones con Fauna y después, con Primavera: se las arregló para pasar de la una a la otra muy rápido, antes de que tuvieran tiempo de contárselo entre sí y con la especulación de que,

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cuando lo supieran, se iban a pelear por él. Pero ellas, cuando lo supieron, no se pelearon. Las tres mosqueteras creían firmemente que los hombres pasan, pero las amigas quedan; y, sobre todo, ni Primavera ni Fauna se habían quedado con ganas de repetir.) Se pelaron por el gobierno. Primavera era furiosamente kirchnerista; Flora era antikirchnerista furiosa; y Fauna llegó a la conclusión de que Primavera y Flora eran un par de pelotudas. Las rondas de mate, los conciliábulos en Tea Connection y las conferencias telefónicas fueron espaciándose hasta que terminaron abruptamente un día en que Primavera y Flora estaban tirándose con eslóganes como si fueran misiles y Fauna las mandó a las dos a cagar, declarando que consideraba un abuso que la obligaran a posar de “justo medio”. Casualidad o no, durante los meses en que no se hablaron, ninguna de las tres salió con ningún tipo. Esto no tiene nada de extraño; cada una de las tres podía pasarse bimestres, semestres y hasta bienios sin una cita. Pero lo menciono porque, de haberla tenido, ninguna de las tres habría sabido qué hacer sin consultarlo con las otras dos. Por suerte, no fue el caso. Lo que las juntó fue otra amiga, una amiga de cuando “la banda” eran muchas más que tres, una amiga que se casaba en segundas nupcias. Pues en efecto, habían llegado a la edad en que las personas normales no sólo ya se han casado y separado, sino que van por un segundo matrimonio. Ante la inminencia del desastre –sólo una mujer soltera sabe de verdad lo que es ir una y otra vez a fiestas de casamiento sin acompañante masculino-, ni a Primavera ni a Flora ni a Fauna se les cruzó por la cabeza pedirle a la novia que deshiciera lo que la lógica más elemental la había llevado a hacer: ubicarlas a las tres en la misma mesa. Al contrario, se sentaron juntas de buena gana. Y hasta puede que se hayan arreglado con entusiasmo para ir al casamiento. Juntas se bancaron, como siempre, el ser carne de cañón para que el animador de la fiesta las hiciera pasar al centro del salón para hacer el ridículo; se dejaron poner cada una una liga de la novia; se fueron al baño cuando fue el momento de cortar la torta y ver quién se sacaba el anillo; se quedaron sentadas charlando entre ellas cuando llegó el momento de los lentos; y, cuando la novia se iba, se pararon a un costado y se cruzaron de brazos para indicar que no tenían la más mínima intención de agarrar el ramo. Juntas, también, se pidieron el remís para irse y dividir el gasto entre las tres, no en partes iguales sino en función del poder adquisitivo de cada una en ese momento dado, como hacían siempre. Ni bien arrancó, el conductor las miró por el espejito como antes no las hubiera visto. Era un muchacho en sus 30, limpio, delgado y con pelo. Soltó una frase galante acerca de qué hacían solas tres “chicas” tan bonitas en una fiesta como aquélla, ¿ellas no eran de las que se

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casaban? Él tampoco, aunque tenía una novia que lo volvía loco pidiéndoselo. Pero él creía que la libertad, etc. -No le contesten. Cree que somos de esas veteranas que desbarrancan – murmuró por lo bajo Flora, que estaba sentada en el medio. -Debemos admitir que algunas se lo hacen creer –dijo Fauna, protegida por una canción de Roxette que estaban pasando por radio Pop. -Sí, pero de ahí a generalizar… -asintió Primavera. Se les estaba haciendo difícil retomar el hilo de la conversación interrumpida meses atrás, cuando esas cosas las daban por sentadas. Roxette seguía cantando la canción de “Mujer bonita” -¿cómo se llamaba?-, y las tres estaban pensando lo mismo, porque ya lo habían comentado muchas veces: “si vuelvo a escuchar a otra anoréxica diciendo “I want the fairy tale ending’, tiro el televisor por la ventana”. Fue Fauna la que espabiló. Levantó la cabeza y, señalando al conductor con el mentón, susurró apenas por encima de “it’s over now”: -Che, ¿no serán seres inferiores? Se quedaron todas en suspenso, mirando por las ventanillas lo que todavía era San Vicente mientras Marie Fredriksson gritaba y lloriqueaba alternativamente. Antes de que terminara “It must have been love”, habían asentido las tres. Las rondas de mate y los conciliábulos telefónicos y en locales de pizza y café se reanudaron en aquel mismo instante; pero, sin que se lo propusieran, hubo un tema que a partir de entonces estuvo ausente: los sujetos del sexo masculino. De vez en cuando, alguna de ellas comenta que está en tratativas con algún ejemplar y sólo aclara –y aún esto, si se lo preguntan- si el ejemplar tiene o no tiene “conversación”. Hablan de su trabajo, de sus familias de origen, de su salud, de las series que ven en el cable. Hasta volvieron a hablar de política. Pero el asunto masculino sólo aparece como una mención al pasar, y hasta esto es raro que suceda. Sin embargo, a veces, mientras Primavera, Flora y Fauna están en un bar planeando el viaje que van a hacer juntas a Brasil cuando las tres cumplan 50, no es raro que un observador, desde una mesa vecina, codee a su contertulio y le diga: -Mirá. Tres minas en banda.

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Diego Albé

LOS CINCO DEL MAR La mañana celestaba fresca los postigos de la casa de Atilio. Las primeras luces dibujaban cuchillos blancos en las paredes blanqueadas a la cal. Atilio ponía el agua a calentar para ablandar la barba. En una cafetera vieja y abollada, el agua para el café. Barría la arena como si aquello sirviera de algo y luego de un café bien negro y un beso a la foto de Dora, que lo había dejado solo hacía dieciocho años, salía a la playa. Buscaba las redes y caminaba lento hacia el bote, que bailaba fuerte con las primeras mareas. A toda carrera y chumbando venía Tijera, un cuzco blanco y negro que el viejo había salvado de morir ahogado en una escollera. Se iban sumando admiradores, los chicos de la zona, que le pedían borriquetas y alguno que otro soñador un calamar gigante. El viejo de bronce, de piernas delgadas como hilos y el mar en sus ojos, hablaba muy poco. Les sonreía y con un chiflido se llevaba a Tijera de grumete. Los chicos se quedaban esperando a ver cómo el bote se perdía detrás del espigón y volvían a sus cosas. En el verano los días eran más largos y divertidos, sobre todo por no tener que ir a la escuela. No eran más de cinco, que casi como un ritual iban a la playa cuando todo era naranja para recibir al viejo. Todos los días, todas las tardes. Si Tijera venía ladrando era porque la pesca había sido buena. Atilio amarraba y desplegaba sus redes para vender bien fresco. Pero primero, los encargues. El del calamar gigante se quedaba siempre esperando. Atilio le daba una palmada y le decía “casi casi lo agarro pero es my taimado el bicho”. Todos volvían a sus casas después de ver cómo el viejo vendía todo lo que había pescado. Las piernas de Atilio se fundían en la arena y verlo ir a colgar las redes para luego quedarse en su galería mirando el sol Rojo hundiéndose en el mar, era como releer a Hemingway. El tiempo fue pasando y los chicos le prestaban más atención a las sirenas que a la pesca del viejo. Hacían de la sangre un poema y la espuma rompiente de las playas era como un tributo a la efervescencia de su juventud. Todos atados con un mismo hilo a galgos hambrientos corrían en jauría detrás de lo que su creciente hombría les mandaba. Era como si las olas los echara cada tarde más lejos del mar y así fue que los cinco se aventuraron en sus propias tormentas. Atilio fue quedando solo. Tijera, fiel pero más viejo y más lento, lo seguía acompañando aunque necesitara que lo alzara para subir al bote. Una tarde ventosa, Atilio llegó a la playa con las redes vacías y el corazón lleno de tristeza. Tijera, vencido después de tantos años de capearle a las olas, se había quedado dormido. En el mar, donde durante tanto tiempo había hecho que el viejo no se sintiera solo.

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Amarró su bote como siempre y cargando al perro en brazos, miró al cielo y lo apoyó sobre unas algas que la marea traía a esa hora. Uno de los chicos que ya había dejado de ser chico hacía varios veranos, lo vio haciendo un montículo de conchillas y caracoles. Al rato, eran los mismo cinco de antes, esos que descubrieron su pasión lejos del viejo, esos que juntos vieron tantas tardes al bote casi volando sobre el mar. Esos cinco. Uno de ellos, con una orgullosa barba nueva, se acercó al viejo y tocándole respetuosamente el hombro y con una sonrisa tibia como las aguas playas le dijo… “los calamares gigantes no existen”. El viento de sal despeinaba sus cabellos y disimulaba sus lágrimas. El viejo los miró a todos y con voz quebrada les pidió que lo acompañaran esa tarde hasta que el sol se fuera.

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Gustavo Pedace

Ahora sé que hubiéramos sido amigos. Estoy seguro, con mi suegra, Sara, hubiéramos sido amigos de no ser por aquella desgraciada tarde de Sábado. Ese día fui al baño de su habitación. Iris, mi novia, estaba pintándose en el de abajo, y tuve que ir al de la suite de mis suegros. Me dijo Sara y todavía la escucho ”Esperá un minuto afuera que me estoy cambiando. Bueno, si estás muy apurado, entrá que me tapo”. Pasé sin mirar la puerta. Con la vista fija en los dibujos que los pasos habían dejado en la alfombra y con una repentina erudición en materia de zócalos y alturas para enchufes. Retomo, entré en la habitación tratando de no fijar la vista en ningún punto, resistí la tentación de ver sobre su mesa de luz el libro que estaba leyendo, o comprobar la marca de crema para las arrugas que intuía al lado del despertador. No reconocí esa cara que se parecía a la mía en el espejo del baño. Sin dejar de mirar fijo a esos ojos que reconocía vagamente, toda la adrenalina me hacía explotar el pecho y temblar las manos. Dije al comienzo que hubiéramos sido amigos con mi suegra Sara, hasta creo que hubiéramos sido buenos amigos si nuestros ojos no se hubieran cruzado precisos, milimétricos, cómplices, en el ojo de la cerradura. Los apreté fuerte fuerte. Contuve el aliento. Había percibido más de lo que había visto. Esa oscuridad duró segundos, que parecieron horas largas. Cuando volví a abrir los ojos algo cubría la ausencia de la llave. Esperé para salir. Cuando abrí la puerta ahí estaba, firme, cruzada y eficiente la curita tapándolo todo. BAND AID. Y una dirección de mail que no conocía escrita con trazo nervioso. “¡¡Apuráte, Aaron que no quiero llegar tarde otra vez!!” Con esa exclamación, que se me antojaba brechtiana, Iris me devolvió la humanidad.

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EPÍLOGO

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Liliana Lewinski

LA BANDA EN COLECTIVO Lipeños, me bajo aquí porque me equivoqué de colectivo. Creí que subía a uno donde iría una banda de locos de la escritura buscando esa frase, la frase... la que podría cambiar el rumbo de la lengua. Necesitaba seguir a ese grupo de locos porque perdí mi senda literaria, la caminada en mi infancia y adolescencia, en los meandros científicos que los claustros me obligaron a recorrer. La banda de los lipeños es acogedora y simpática, pero el micro va para otro lado. No es mi lado. Es con pena que me bajo aquí. Adiós.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 20 DE ABRIL DE 2014



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