TÚ.

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Ilustraci贸n de portada L. Alfonso Mart铆n Delgado


CIELOS, TÚ…


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CONSIGNA DEL DOMINGO 4 / MAY / 2014

CONTADO EN SEGUNDA

La mayor parte de los relatos y narraciones son en tercera y primera persona. Algunos, los menos, están en segunda y es ahí a donde quiero llevarlos esta semana. A que intenten lo menos obvio. En El vuelo de la Reina, una novela del ya fallecido TEM, además de la 3a persona, hay una 2ª persona gramatical en la que Camargo, el protagonista, se desdobla para verse como otro personaje a quien se dirige siendo en realidad él mismo (ejemplo, pág. 156): “Por un momento la idea te horroriza […] ¿O yerras otra vez en tus cálculos? ¿O tal vez ambos, tu madre y vos, nacieron al mismo tiempo?”. Esta 2ª persona sirve para introducir el monólogo interior y penetrar en la profundidad más recóndita del personaje narrador, que en este caso no es otro que el propio Camargo. En Diario de invierno, Paul Auster también usa la segunda: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”. Recuerden que es ficción. Por supuesto, si te es más sencillo hablar de algo que te pasó, intentalo por ahí.

Silvina Scheiner 3


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Silvia Stella

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En un rincón de mi guarida se cuelga la angustia de no conocer mi existencia, que hoy se me hace lejana. Tú deseas que descifre el borde de la luna, pero debes comprender, que tan solo oigo este silencio que grita por dejar de ser, el reflejo de mi mente. ¿Cómo me dices que no entiendes? Pero si siempre te explico que, no es falta de deseo ni exceso de llanto, son solo mis ojos inquietos, mis manos de niña sin huella, y que no sé de dónde sacar aliento para contarte de qué se trata. No me digas ahora que no conoces la malicia que contiene la angustia cuando te reclama, que te impide conocer la realidad más cercana. Si pudiera alejar la desesperación se disiparían mis dudas, callaría mi grito y no me ahogaría dentro de mis vallas. Nada es lo que parece; el incierto me agobia; no logras decirme los que sientes y bien me serviría en éste momento que el calor me angustia, la luz encandila, las sombras se agrandan mientras te estoy suplicando, que cuides que no se abran las puertas del infierno en las noches, y que agonicen las voces, que inundan mi almohada. Cuando las malditas cancelas se abren y asoman los fantasmas, las lágrimas me saludan sarcásticamente y a la oscuridad insulto, mientras me cobijo en tu mirada. Hoy puedo contarte algo de lo que se siente: es una pesadilla que parece eterna, que no da tregua, que me gritan los de afuera, que me aturde el silencio, y creo que moriré intentando abrir las ventanas que se cierran. En ésta guerra entre la angustia y el sosiego, yo te puedo amar y sé que tú me acompañarás, porque por muy callado que estés ahora, y me miras con ojos llorosos pues sabes bien que volar sola, ya no puedo.

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Basada en “El Grito” de Edvard Munch.

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Julio Fernando Affif

ARREBOLES DE LA TARDE

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Estaba tu mirada suspendida en un destello de deseos y fatigas. Y las voces sin palabras de los signos enredadas en los ciclos de mi vida. Y yo te amé… lujuria intensa rueda gigante en la que el mundo gira. Gozando de tu gozo fui cometa encendiendo las fogatas vespertinas. Y quedaste así. Inmóvil. Sin fragor, pero emanando vida. Como la vieja estampa que nos trae arreboles de serigrafía. Tal vez soñaste ahí que no podrías igualar los devaneos de esta tarde. Ya verás cómo, limpio de neblinas, volverás a sentir cálido el aire. Julius Khalil

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Puse la segunda y rebajé a primera. En realidad sólo existe una primera persona que es la que emite el discurso.

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Maribel Martinez

DE ESA SOLEDAD...

Pero sí, tú sabes de esas angustias, de esas noches oscuras, que te duele, te duelen... tanto. Yo no conozco ese sentimiento y me da miedo. Juan me susurra que lo ha vivido. Pero tú sabes que te rompe en trizas las aristas de la sonrisa, el dintorno del corazón. Lo sabes mi vida... conoces ese estado como un rito in memorial. De otras vidas. Tu vida, ¿de ese siglo?, JUAN ME HA EXPLICADO ESE TIEMPO VIVIDO POR TI. Y a mí me paraliza el ojo derecho... y aun así, me lo niegas, lo ocultas... no lo dices... Él ya lo sabe. De ti no espero que me introduzcas en ese mundo único. Tú lo sabes. Juan me grita como sacudiéndome, que no quieres verte sufrir.

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Guillermina Silva D’Herbil

Vos lo amaste, con el amor desmedido con el que aman los chicos. Con el amor que perdona todo, que no sabe de rencores ni de resentimientos, amor desmedido que desborda, Más tarde lo odiaste, cuando la vida te alejó de los juguetes y la adolescencia, con toda su crudeza te mostró lo que la infancia no dejaba que vieras. Lo odiaste, pero te dolía toda esa imperfección amontonada, ese abandono, ese desdén. Te lastimaba su indiferencia y su inmadurez, no podías entender... ¿no veía la inmensidad que dejaba sobre tus hombros, todavía incapaces de cargar tanto? Pero el tiempo pasó y tus propios hijos te mostraron el camino que te llevaba nuevamente a amarlo. Si alguna vez él había sentido eso por vos, no quedaba más que el perdón. Y hoy, vos ya sos casi vieja y él ya casi no es. Te dio una hoja y un lápiz y dijo "escribime aquí esa lista enorme de cosas que tenés para decirme" -

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No, papá, no tengo nada que decir.


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Claudia Castañeda

Ustedes y vos me creían mansita. Ustedes creyeron que lo mío no iba en serio. Pensaron que mi carácter jocoso iba a ser perpetuo, tan perpetuo como los votos que hacen esas monjas de clausura que se encierran para no ver miserias, que se arrodillan sobre maíz y se autoflagelan a latigazos para redimirse de esa idea que les ronda en sus conciencias de que no es verdad eso de que “todo les chupa un huevo”. Ustedes, ingenuos y crédulos, creyeron que mis planetas iban a estar siempre alineados: jamás una luna que me alune, una estrella que me estrelle, ni un sol que me haga arder de impotencia y de rabia al escucharlo. La primera vez que te escuché, fue casi sin querer, no prestaba demasiada atención a tus palabras, que me sonaban rimadas, algo así como una especie de “chingui chingui” algo melodioso, un tanto monótono, pero melodioso al fin. Una tarde lluviosa, en el bar de Joaquín, irrumpiste de golpe, sonoro, potente, insoportablemente machista. Interrumpí lo que estaba escribiendo y salí disparada a continuar con mi ensayo en el silencio de mi cuarto. Fue justo allí, cuando a través de las paredes de mi vecina una señora cincuentona, que, aparentemente, se conservaba en un frasquito de formol - me comenzaste, nuevamente, a zumbar en los oídos. No sé cómo comenzó mi brote psicótico: tu voz me enloquecía, sentía que se empezaban a desparramar los planetas y cuando escuché algo así como “Permítame descubrir qué hay detrás de esos hilos de plata y esa grasa abdominal que los aeróbicos no saben quitar”, te pateé la puerta para putearte, Ricardo. Pero salió la vecina cincuentona - esa que se conserva en un frasco de formol - con los ojos desorbitados (más que la desalineación de mis planetas).

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

TÚ MISMO

Paseabas por las nubes, te vi. Eras como un velo de color transparente, no te dejabas ver, ni tocar. Tu fluidez te hacía libre. Te colocaste en sentido horizontal y la brisa te aplastaba contra la arena. Tu transparencia se iba emborronando, te convertiste en un instante en una maraña de algodón. El polvo que traía el vendaval se había fijado en tu trama y te había transformado en áspero y duro. Tu ligereza y suavidad se habían perdido en un instante. Eras un ser abstracto, tu forma inicial se había perdido. Ahora te sentía. Solo con mirarte te toco. Te habías convertido en un juego de luces y sombras, algo simbólico compuesto por partes conexionadas entre sí. Tenías un magnetismo especial; habías pasado de la levedad a ser materia. Olías y sabías a mar. Emitías un sonido agudo y veloz que me torturaba. Te sentías vencedor. Eras capaz de acumular sobre ti, capas y capas de poder y eso me abrumaba. Escondías tu esencia... yo necesitaba un toque de gracia para poder descubrirla. Tu mente y tu cuerpo empezaron a trabajar juntos y se integraron en una mente universal y fue entonces cuando deje de verte con los dos ojos de ego, para hacerlo con EL OJO DEL SER.

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M Pilar López O

DE PASEO EN MAYO

Te inclinas muy despacio, y el viento te habla en secreto haciendo cosquillear la risa dentro de tus ojos, y, ¡plaf!, tumbada en la hierba bajo las nubes, riendo porque la mañana florece y el sol te ciega y oyes alzarse al verde que te lleva en volandas. Ríe conmigo, pequeña flor amarilla, tan hermoso color que nunca te pondrías, tan cegador, tan fascinante amarillo. El viento te habla, te atrapa por el pelo, te levanta, marioneta de trapo que ríe.... Vuelve a correr, salta conmigo a la comba, ponte las coletas altas y tirantes, príngate los dedos de chocolate... Te inclinas muy despacio, y el viento se burla un poquito, "tonta, juega un poco conmigo, nadie mira tus trenzas deshechas, vuela un poco conmigo. "

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Cristian del Rosario

No creías en los fantasmas, tampoco que tu hermano fuera un asesino y, mucho menos, que alguna vez perderías el vuelo a Londres, pero la vida te da sorpresas, ese es tu cadáver.

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Andrea Daudau

"...Estabas tan preocupada por la cicatriz de tu rostro, que habĂ­as olvidado que las Ăşnicas marcas que no se cierran son las de tu alma..."

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Caro Barba

DE COLECCIÓN

Estabas aburrida, claro, todavía no te habías encontrado con tu propia teoría de que aburrirse es una buena idea para crear nuevas ideas. Qué lindo ese paisaje que te rodeaba cada fin de semana. Esa tarde fue distinta, estabas más acompañada, había venido a visitarte tu hermano desde Argentina y entonces Nachito y vos ya no estarían tan solitos a la hora de mirar el partido de polo. Ese día se jugaba un torneo y tu marido era uno de los cuatro integrantes de ese equipo que se destacaba en esa cancha árida e imponente de aquel invierno chileno. Tan aburrida estabas que en el medio del partido, le pediste a tu hermano que cuidara de Nachito y montaste la yegua que más a mano tenías para saciar esa sed de aburrimiento. Todavía no sabías... no tenías idea de lo que pasaría los próximos cinco minutos... Como tu ansiedad siempre le ganó a la madre de las virtudes, como la llaman a la paciencia, montaste a la yegua y directamente la hiciste galopar. La pobrecita no te entendía y del galope pasó rápidamente a la carrera, pero el costado de la cancha le había quedado chico y decidió meterse a jugar el partido que estaba jugando tu marido, sin invitación ni previo aviso. Creíste que nadie lo había notado, que eran sólo vos y ella y también la velocidad que el animal había alcanzado. Vos inclinada sobre la yegua cada vez más hacia adelante intuyendo el horrible final de la carrera. La yegua no respondía ni a tus manos que intentaban controlar las riendas ni a tus palabras religiosas que por esos tiempos tenían un peso muy fuerte. Pero de repente escuchaste la voz de él, tu marido, a quien no se le entendía bien lo que te decía. Creíste que era una palabra de aliento para ayudarte a detener aquel bello animal que por ese entonces ya no corría... volaba. Marcelo te gritaba en contra del viento que frenaras a la yegua al mismo tiempo que te preguntaba qué hacías en su partido. Pero él solo no pudo ayudarte y tuviste tanta suerte que los de su mismo equipo y los del contrario comenzaron a perseguirte con sus caballos y yeguas intentando calmar y detener a la tuya. Por más esfuerzos que hiciste después de tantos años, no pudiste recordar cómo terminó el cuento, seguramente con vos abajo de la yegua, con tu hermano y Nachito contemplando el espectáculo del Cirque du soleil y Marcelo y vos reconciliados milagrosamente después de tu inesperada intervención.

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Jorge Pailhé

Caminás a ciegas por calles que arden y escupen miseria. Vos mismo te sentís miserable y vacío; estúpido y ausente. Las gentes pasan a tu lado como bólidos agresivos: creés que te van a golpear o a insultar, pero nadie repara en vos. Volvés a casa otra vez derrotado. Ninguna puerta se te ha abierto, y cuando trasponés la tuya sentís que todo está en paz de nuevo, que todo vuelve a estar en su lugar: el viejo en su silla de ruedas, los pibes mirando la tele, la Pocha esperándote para que la saques a pasear... Esta noche les vas a hacer un guisito porque no tenés muchas opciones y porque querés reencontrarte con esos aromas de antaño, con ese humito que te hacía sentir abrigado y querido, y hasta vas a poder compartir con el viejo media botella de vino que te queda. Pero mañana vas a volver a salir, y ya no quedan muchas chances para volver derrotado...

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Mariangeles Soules

ÉL Y SOLAMENTE ÉL

Dejaste tu familia, a tus amigos de siempre, te mudaste de casa y todo por él, nada más que su compañía te importaba, no hacías caso a los consejos de nadie a pesar de que todos te hablábamos por tu bien, pero no, el amor incondicional y loco que sentías hacia él te hizo volver irracional y ¿qué conseguiste con eso? Hoy estás solo, internado en un hospital y nadie te va a visitar después que ÉL, tu maldito perro, te mordió hasta destrozarte la mano.

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Antonio Lendínez Milla

TÚ TE OBSERVAS, TE CUENTAS TODO ESTE CUENTO.

Todas las mañanas te miro, te reflejas en el espejo. ¿Quién está observando eso? Eres tú el observador, ¿quién está detrás del espejo? Tú y yo, yo y tú. ¿Quién soy yo y quién eres tú? ¿Quién está pensando eso? Eres tú el que transforma los hechos. Tú le pones el color, tu ánimo determina eso. Todo pasa por ese filtro, el de tu pensamiento. Quien construye la realidad. Existe unívoca para todos igual. Tú la estás enjuiciando, te describes unos hechos. Pintas el cuadro, te estás recreando sin darte ni siquiera cuenta de ello. Eres consciente, de que tu forma de pensar va a interferir en la interpretación de cualquier hecho. ¿Qué es la realidad? Es igual para cada uno de los que observan. Lo que estás viendo, ¿qué es? Se proyecta en tu cerebro. Cierras los ojos, y no está. ¿Dónde queda, se esfumó, o, reside en tu pensamiento? El punto de vista del observador va a describir el suceso. Tu estado de ánimo va colorear lo que estás viendo. Eres un simple receptor, transmisor. Un transistor. Reproduces unos hechos. Esta música que estás escuchando, te repercute por dentro, te está calmando, te da paz, te alegra el corazón, es tan sutil todo eso. ¿Quién lo está dirigiendo? ¿Cómo reproduces eso? ¿Dónde está la realidad? ¿Eres tú al enjuiciar, o te dejas llevar por tus sentimientos? ¿En dónde estás residiendo? ¿Por quién te dejas llevar? ¿Quién dirige, la razón, o es el corazón que está sintiendo todo esto? Es ese ritmo cardíaco, el que va alterando tu comportamiento. Estás nervioso, ¿qué te produce eso, lo que no sabes controlar, lo que no tienes resuelto? ¿Qué sutilezas te afectan, que no controla tu cerebro? Quieres organizarlo todo, pero no puedes hacerlo, se te escapa, te domina. Quieres a través del intelecto, que todo se calme, se aquiete. Es un conflicto no resuelto. De pronto, salta, no lo controlas, te sientes inseguro, quisieras saber por qué es eso. Tendrás que mirar por ahí fuera. O, como a través del espejo, darte cuenta de que todo lo que hay fuera, no es sino una realidad que muestra lo que llevas dentro. “Alicia a través del espejo”, “Alicia en el País de las Maravillas”, Lewis Carol. Da qué pensar ese cuento. Todo lo que puedas imaginar, es posible, nada puede imaginarse, que no pueda ser realidad. La ficción crea la realidad. ¿No será la vida sólo un sueño? ¿Se está soñando despierto, o se está despierto en el sueño? Lo consciente y ese inconsciente, ese programa que llevamos dentro. Cada cual responde a uno, dentro de unos patrones generales; tú, querido, desarrollaste el tuyo. Es propio, particular, es el que estás creando y recreando, a veces inconsciente de eso. ¿A qué estás diciendo sí, a qué das tu consentimiento? Eres responsable de tus acciones, no proyectes

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en los demás tus defectos. No intentes enjuiciar a nadie. Te vas a equivocar. Es una parte la que tú ves, la que percibes. No es el todo, tienes que alejarte y contemplar desde fuera, de qué va todo esto. El árbol te impide ver el bosque. Si no atiendes a eso, si no eres consciente de que con tu atención modificas todo esto, no puedes estar ecuánime, equilibrar cualquier suceso. El ruido continuo de tu pensar te impide recrearte en el silencio. Lo que te calma, lo que te aquieta; donde con tu atención puedes apreciar los silencios. Esos que el piano armoniza, atempera, resalta, da musicalidad a los silencios. La música son sus silencios. La cadencia de los mismos, su ritmo. Puedes cultivar tu atención, a conocer se empieza por eso. Escuchando. Hay más en esos vacíos, en esa vacuidad, que en los más estridentes truenos. Escúchate en tus silencios. Comienzas a entender ahí cómo podría funcionar todo esto. ¿Dónde está tu felicidad? nadie la tiene. Epicteto ya lo formuló: no está fuera, que está en ti, la llevas dentro. No la dejes en manos de nadie. No te inquietes pues ya más. Lo tienes claro, ¿no es así? Nadie podrá calmar tu ansiedad, nadie podrá salvarte. Te salvas tú. Tú eres el dueño, nadie de ti es dueño, no te hagas más esclavo de dominantes pensamientos. “No pongas tu felicidad en manos de nadie”. Tu felicidad fíjate bien - está en ti, de nadie depende. Eres libre, confía en ti. Sé capaz de soltarte, nadie te está sujetando, anda solo. Nunca estás solo estás con el otro o contigo mismo. Créelo, comienza a sentir eso. Saca fuera a ese ser que está en ti, ese que tú llevas dentro. Ese ser único, creativo, sutil, tierno… (ningún adjetivo te es ajeno). No te peleas con nadie, sólo contigo, lo estás haciendo. Sosiega, siente el silencio. Calla, escúchate ahí, lo que te estás diciendo.

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Sanchu De Raedemaeker

TODO ERA ORDEN

Jamás en esos años indagaste en su billetera ni en sus bolsillos: tu confianza era brutal. Viajaba, y tus hijas lo nombraban señalando al cielo, él estaba en un vuelo seguro. Todo era orden. Los asados de los domingos, el café de sobremesa, risas y bailes garantizados. Gozabas de un humor que te sostenía la familia, el cariño y las relaciones. Lo mirabas a los ojos y llegabas un poco al alma; para él, eso era atractivo. ¿Y las cualidades de él? Hacerte sentir libre hasta la amenaza, jugaba al billar y vos eras la bola blanca, y cuando empezabas a rodar, te apuntaba con la fina madera, te buscaba el ángulo. Sin embargo, lo seguías admirando, lo seguías, sin objeciones. Llegó la noche de enero, el cielo como techo y al lado del río, sentada en su regazo sentiste que era la última vez que sus manos te rozaban. En medio de un beso, el más largo de los veinte años juntos, percibiendo como caían, uno a uno, los atributos que habías creado en tu mente y corazón, y junto a ustedes el Amor. Algo cayó.

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Horacio Petre

CONTADO EN SEGUNDA

Eso. Tomás la periferia dejándote derivar, buscás salir a toda costa, romper el oleaje de procrastinación para navegar en aguas alejadas. Ahora te distrae una frase que recordás, te lleva a otro lado, perdés el hilo unos instantes, pero enseguida ponés en foco lo que te propusiste. Bueno, pensás… es una manera de decir eso de “lo que te propusiste” porque en realidad la misión viene de afuera, y ahora tenés que ponerte a escribir sobre eso, dejar en palabras lo sustancial… “Lo importante por escrito”… como quien dijera: “Nada personal”. El rito del té ya cumplido, leidas buena parte de las otras colaboraciones, el cuaderno al costado del teclado para mamarrachear y bajar a tierra cualquier cosa que distraiga… Estás colocado, vas trazando surcos, arrojando semillas, dejando que salgan los primeros brotes. Ya no sos el que eras hace un rato, ahí sale, por un rato, de paseo, entre otras tantas... esa segunda persona.

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Dicky Schefer

DE BALDE EN SEGUNDA

Te lo advertí, una y otra vez. Quisiste creer, y te lo creíste. De nuevo, una vez más. Cuando eras muy joven te entendí, porque sí sabías que te habían regado poco. Pero después te regaron y pensaste que así todo iba a estar bien. Y aprendiste que no todo era el riego. Te sorprendiste: eran como vos, con lastimaduras, carencias, miedos. Pero satisfechos, o al menos así parece que viven. Pero ¿por qué mierda no hacés como los demás? ¿No viste que se ríen más que vos, que duermen mejor, se depiertan más alegres ¿o te crees superior y capaz de alcanzar lo que no alcanzan? ¿Nunca vas a dejar de darte cuerda? Quedate ahí tranqui. Ayudá si te crees tan superior. Hacelo desde tu confort, y así no te duele. ¿Ah, que no te alcanza? ¿Tanto exigís y te crees? Y bueno, andá y no te conformes. Adelante y suerte. Sabés lo que te espera. Después de reflexionar esto ¿me vas a decir que te lanzás de nuevo de balde? Te conozco: vas ¿no? Viví, entonces. Después no me vengas con cuentos.

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Roxana Conti

Y ahí estabas. Mirando inquisidor con la furia que salía como rayos de tus ojos. Y dije, sí. Dije muchas cosas. Hable por fin. Admití lo inadmisible. Expliqué. Lloré. Y murió lo que teníamos para siempre. Y sentí alivio. Y no me arrepiento. Aunque te sigo amando.

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David Haskel

Namasté. Ho’oponopono. Yo os amo. Vosotros también sois seres de luz. Todos lo somos. Estáis aquí con un propósito en la vida, y porque el universo así lo ha querido. Nada es porque sí, todo es por un motivo, superior, sabio y magnífico. Los grandes Maestros nos han revelado que la infinitud va hacia ambos lados. Que lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño son sólo dos aspectos de la misma infinitud, la cual a su vez no es más que otra expresión de la Unidad: todos somos uno con el todo. Es a esa gran conciencia universal a la que apelo para formular un ruego. Es un pedido que no cuestiona ni vuestros motivos ni vuestros deseos. Y sin embargo, tengo mis serias razones para hacerlo: ¿Podríais cambiar de hábitat? ¿Buscar nuevos horizontes? ¿Hallar nuevo aposento? Es que vuestra inconvenientes.

presencia

en

me

está

causando

algunos

Quiero trabajar, quiero ir a pasear, quiero ir a bailar, quiero visitar a mis seres queridos. Y no puedo. Es que me la paso estornudando, con dolor de cabeza y los oídos tapados. Lo dicho: No soy yo quien para cuestionar vuestros motivos. No soy yo quien para disputar vuestros deseos. Lo mío es tan sólo un humilde y respetuoso ruego. Que podáis hallar otro huésped que os albergue.

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Que los caminos de la vida os lleven por nuevos senderos. Que se bifurque la senda de nuestros destinos: vos por allí, yo por allá. Tal vez alguna vez volvamos, o no, a coincidir en el espacio-tiempo. Mientras tanto, id, id, seres de luz, que grande es el universo. Namasté. Ho’oponopono. Achís.

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Daniel Goldenberg

Sabías muy bien que esa anciana era una completa desconocida para vos, pero detrás de las arrugas, la vieja te devolvía una sonrisa inconfundiblemente familiar. La mirada apagada, aunque inquietante, se te hacía menos extraña si la adornabas con un par de chispas de la juventud. -¿A quién te recuerda esta vieja? - pensás vos sin estar segura de si lo hiciste en voz alta - ¿a quién te recuerda? La señora te mira fijo, y mientras asiente con la cabeza, frunce la boca arrugada y levanta las cejas, como si estuviera tratando de hacer un esfuerzo por recordar algo ya casi olvidado: otro gesto absolutamente familiar. -¿Quién es? ¿Me conocerá ella a mí? - te preguntás al mismo tiempo que la saludas con un movimiento cortés de tu cabeza y levantando apenas una mano. La mujer te devuelve el saludo del mismo modo y se queda impasible, mirándote en silencio, como a la espera de que vos le digas algo primero. Estás a punto de comentarle alguna pavada sobre el clima, como para romper el hielo, pero antes de articular palabra, una mujer joven, vestida con ropa de enfermera, se aparece por detrás de la vieja y se la lleva fuera del campo de visión de tu ventana. Casi al mismo tiempo, alguien mueve tu silla de ruedas y te pone de frente hacia la puerta, con rumbo al pasillo que da al comedor. -Vamos hermosa, venga que la espera una comidita bien rica, como para que se coma todo, así después no nos anda protestando que todavía no le dimos de comer - te dice la voz cariñosa con acento de provincia. -¿Quién era esa señora vieja en silla de ruedas que me miraba por la ventana como si me conociera? - preguntás vos. -Eso no es una ventana, mamita, es el espejo de su cuarto. Apure que se le enfría el guisito de lentejas y los otros abuelitos se lo van a comer todo.

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Cecilia Gómez Nale

UN ASUNTO PENDIENTE

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Voy a tu casa. Toco el timbre del portero eléctrico. “¿Quién es?”, preguntás. “Soy yo”, respondo. Reconozco que a mí me tiemblan un poco las piernas. Silencio. A vos, el corazón se te detiene por un segundo y empieza a galopar a lo loco. Balbuceás mi nombre con un poco de desconcierto y un signo de interrogación gigante. “Sí, soy yo…”, insisto. “Ahí bajo…”, decís. Te pasás la mano por la boca y mirás para todos lados absolutamente desorientado. La cabeza te da vueltas. Fantaseaste con esta situación infinidad de veces: yo, apareciéndome intempestivamente en tu casa; vos, como si el asunto te sorprendiera, o como si me estuvieras esperando, sabiendo que vendría en estas circunstancias. Te la imaginaste en todas las estaciones del año, con lluvia, con sol, de noche, de día; bajaste a abrirme o había alguien abajo que gentilmente me hizo pasar; nos besamos en la entrada del edificio, o en el ascensor, o en el pasillo que da a la puerta de tu casa, o ya dentro de tu departamento, contra la puerta, o me empujaste a la cama; tomaste vos la iniciativa o lo hice yo; un día tenía pantalones, otro día, llevaba puesta una pollera… Pero en el fondo, nunca estuviste preparado, o no me creías capaz de hacerlo. Sin embargo, aquí estoy. Estoy algo nerviosa, pero respiro hondo, exhalo despacio y misteriosamente, súbitamente, me siento muy tranquila. Aunque me da la sensación de que te estás demorando demasiado. ¿Y si estás con gente? No. Presiento que estás solo. Estás solo. Estoy segura de eso y me siento segura de estar acá, ahora. Miro mi reflejo en el vidrio de la entrada de tu edificio. Siempre lo hice y lo estoy haciendo ahora. Me acomodo el pelo y le doy la espalda a la entrada, hasta que escuche el ruido del ascensor. Caminás raudo hacia la puerta, la abrís, “¿dónde mierda dejé las llaves, carajo?…ah, están puestas, qué boludo.” Te das vuelta, mirás el departamento: hay bastante desorden, no esperabas visitas y menos, la mía. Te acordás de que visité tu casa en condiciones peores y decidís

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Este cuentito lo escribí por el 2007 o 2008. recordé que lo tenía y me pareció que calzaba para esta consigna.

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que seguramente no me importe. Vas hacia el balcón y abrís la ventana, no sea cosa que haya olor a encierro; pensás en prender un incienso, como la primera vez que fui, pero sabés que me voy a dar cuenta de que lo hiciste justo antes de bajar a abrirme y no querés que piense eso; cortar el incienso, como para que parezca consumido te parece estúpido “ma, sí… así soy yo y ella me conoce”. Justo antes de salir al pasillo que da al ascensor, levantás un brazo y te olés la axila; lo mismo, con el otro; te sacás la remera, la hacés un bollo y la tirás en una bolsa donde ponés la ropa para lavar. Te ponés una remera limpia. Salís al pasillo, apretás el botón y esperás. Resoplás. La cabeza te sigue dando vueltas. Entrás al ascensor. Bajás. Querés creer que sabés cuál es la intención de mi visita, pero tenés tus dudas, o por lo menos, querés que la intención de mi visita coincida con tu fantasía. Pero tenés miedo. Aunque tampoco querés dejarme escapar esta vez. No estás preparado para volver a verme, ¿o sí? Llegás a la planta baja. Escucho que abrís la puerta del ascensor y me doy vuelta. Sigo sorprendida por mi serenidad. Sonrío levemente mientras te acercás a abrirme. Me mirás como si fuera una aparición y sonreís pero tenés el entrecejo fruncido. “Hola.” “Hola.” No hay beso en la mejilla, no hay abrazo, nada. Nos medimos por unos, digamos, tres segundos. Siempre tengo la sensación de que nunca te vi igual a la última vez que lo hice y tampoco a la próxima que te veré. “Qué sorpresa… ¿pasás?” “Bueno”. Estás solo. Y asustado. Yo también estoy sola. Y asustada. Pero hasta el momento mi ritmo cardiaco se mantiene estable. Vas delante de mí hasta el ascensor, me cedés el paso caballerosamente, entro, y vos me seguís. Cerrás, apretás el botón del sexto piso. Miro hacia arriba, las luces del ascensor. Sabés que nunca me gustaron. Sonreís y te relajás un poco. Yo también sonrío. “¿Andabas por la zona?” “No”, contesto, levantando las cejas y en un tono un poco más agudo que el habitual. Desviás la mirada. Llegamos. Salimos del ascensor y mientras buscás en el llavero la llave que corresponde, preguntás: “¿Tus cosas, bien?” “Sí, ¿las tuyas?” “Bien, bien…” Entramos. Paso yo primero, avanzo unos pasos, cerrás la puerta y te apoyás en ella, como buscando un respaldo. Giro y quedamos frente a frente. Estamos a un metro y medio de distancia. Te miro. Me mirás y entreabrís la boca, no como para decir algo, sino más bien como para que te entre el aire. Noto el ruido de tu respiración. Sentís mi mirada como un desafío. “Es ahora o nunca”, estás pensando, a la vez que se te agolpan todos los momentos en que estuvimos juntos y la vez, no estuvimos. Me paso la lengua por los labios y me muerdo el labio inferior. Sigo mirándote a los ojos y recorro con la vista toda tu cara: estás apretando las mandíbulas. Tragás saliva. El asalto es inminente.

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Despegás tu espalda de la puerta, ya decidido a dar el zarpazo. Y es entonces, cuando bajo la mirada y busco algo en mi cartera: “Te devuelvo tu CD de Lennon; ¿tenés a mano mi libro de Desmond Morris?”

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Diana Levinton

Describirte es contarme. Lo único que puedo decir en segunda persona es que acabas de levantarte de la silla, recorrido la distancia que te separaba de la puerta que has abierto y vuelto a cerrar luego de cruzar el umbral. Te has ido. Decir que te marchaste contenta, con una sonrisa que – como hubiera dicho mi padre - no daba toda la vuelta alrededor de tu cabeza porque afortunadamente estaban las orejas para interrumpir el desborde, sería hablar de mi mirada y no de tus ojos. ¿Cómo puedo saber qué te pasa si ni siquiera vos lo sabés? Sabés que se espera de vos que estés contenta, que te inunden una serie de recién estrenadas emociones que se supone que es casi obligatorio que sientas, que alegría, ternura, ansiosa placidez, son los lugares comunes que supuestamente debes transitar. No puedo escribir en segunda persona. Cuento lo que veo, lo que me pasa, lo que siento. A mí, sólo que lo pongo en vos o en otro. No tengo idea acerca de qué te pasa. Vos tampoco… acabas de confirmar que estás embarazada por primera vez.

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Daniela Acher

CONTADO EN SEGUNDA

Me lo advertiste desde el principio: que eras un actor de raza. Que el teatro era tu amor, tu dolor, tu vida. Que nada te hacía vibrar más que el escenario, que los aplausos te alimentaban. Que eras frágil, que eras único, que eras solo, totalmente loco, absolutamente brillante. Lo que no me dijiste entonces, tal vez porque aún no lo sabías, es que ese mundo alguna vez se te caería. Y que ya no te quedarían fuerzas ni siquiera para entregarme la posibilidad de una mentira.

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Federico Cahn Costa

Sé que me estás esperando. Como siempre. Y ansío encontrarte. Como siempre. Cada tarde al volver a casa saber que estás ahí me da el sosiego necesario luego de la dura rutina. Sin vos mi vida no sería lo que es. Tu entrega completa e incondicional no deja de asombrarme día a día. Lo mejor de mi vida fue encontrarte. Y como todos los encuentros que son para siempre, sucedió de casualidad. Yo había ido por otra cosa pero te vi y quedé prendado como nunca. Recuerdo que en el centro comercial estaba buscando un celular nuevo cuando te cruzaste ante mis ojos. Ya no pude separarme de vos. Sos única. Imprescindible. No podría vivir sin vos. Pensar que llego a casa cada día y luego de sacarme la ropa, con apenas con un roce, un sutil toque estés dispuesta para mí en mi cuarto es algo que jamás había imaginado como posible. No hay como tener una mini heladera el dormitorio.

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Andy Pecas

CUMPLIENDO CONSIGNAS...

Lo mirás y no podés creerlo. Está todo estropeado. Todo el trabajo de la noche arruinado por una sola mano torpe que derramó el vino sobre el proyecto manuscrito que tenés que presentar mañana a primera hora. Dos segundos de distracción. Y todo se derrumbó para siempre. Sabés que ya no hay tiempo de rehacerlo. Que se acabó la oportunidad. Que no vas a ser elegido para el ascenso. Y necesitas el dinero. Todos lo necesitan en casa. Marisa, para sus estudios. Ana Laura, para sus aparatos de los dientes. Mirás desolado las páginas mojadas, aromáticas de Malbec y pensás que si pudieras, lo matarías. Pero no vas a matarlo. Porque tiene solo cuatro años y se había encaramado a la mesa de papá para dejarte un dibujo.

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Andrea Goldberg

Durante el próximo mes sabes por experiencia que no vas a hacer otra cosa que intentar, desbaratar rutinas, no sentirte la looser del año, distraerte con cualquier cosa para no sentir en carne propia su suavidad probada. Vas a repetir que no hay justificativo posible, te vas a enojar y resignar alternativamente varias veces por día. Qué pena lo que pudo haber sido y no fue. Las interpelaciones te perseguirán punzantes: ¿Realmente éramos el uno para el otro? ¿Cuánto hubiese durado? ¿Es esto lo que quiero para mí? Emprenderás recorridos forzados para encontrarlo casualmente con el mismo tesón con el que evitarás por todos los medios cruzarte con él. Hay que pasar la primera semana. Estupidizarte con la tele, traer trabajo a casa, minimizar la pena. Conectarte con la causa de las suricatas en extinción, al fin y al cabo esas son las cosas importantes de la vida, eso es un proyecto. El domingo en soledad, disponiendo de todo el tiempo del mundo vas a leer hasta los avisos fúnebres, una serie. Nada de salidas, un desinterés forzado por lo exterior. No estarás preparada para salir porque el olvido lleva más de un domingo. Así vas jerarquizando y sentís que vas para adelante prescindiendo de lo que no tiene tanto valor como el que le otorgan. Tenés que ocupar la mente, armar un listado de razones que apenas te creerás para convencerte de que vas a resistir. Para la segunda semana ya vas a empezar a encontrarle inconvenientes, defectos. Estos descubrimientos emergentes de la fuerza de voluntad que creías inexistente te adentran en el terreno de la normalidad. En la tercera semana te sentís ajena ya a toda obsesión. Estarás más tranquila, no completamente en eje pero te sostenés de alguna manera. Ya casi lograste disimular la desilusión, la fantasía de que esté con otra nada parecida a vos, más bella, más merecedora de su calidez. Alguna que realce su brillo. Entonces un sms derrumbará la torre de naipes. Un aguijón perverso, fatal. “El viernes es la fiesta de fulana, contamos con vos”.

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Respondés el mensaje con un ok contenido. Todo lo contenido desbordará dos horas más tarde mientras le das a la cajera la tarjeta de crédito. Saldrás bolsa en mano extasiada. Es tuyo para siempre, el blazer te queda pintado, te reencontraste con la suavidad intacta que sentiste al probártelo ese día en que saliste espantada por el precio. Te lo merecés, te prometés vestirlo en la fiesta y toda la temporada, decís que combina con casi todo. Acariciando la tela ya prolijamente colgada en la percha, recomenzarás el periplo. ¿Y con qué zapatos los vas a combinar?

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Elena Herrero Navamuel

Sé que ya no eres el mismo. Sé que tus pensamientos, sensaciones y emociones son diferentes cada día. Sé que ya no significo lo mismo para ti que hace apenas unos meses. Sé que tus intereses son otros, que te aburre lo de siempre y te hastían mis comentarios. Sé que ya no te resulto atractiva y que hay otras mucho más divertidas y más jóvenes que yo... ...Pero también sé que soy Y que ese compromiso es por dentro porque veo que que en algún momento angustias...

la que más te quiere, aunque ahora lo dudes. eterno. Y que cuando te miro algo se rompe te escapas, que te equivocas, una y otra vez y recogeré tus lágrimas, tus tristezas, tus

Por eso... No. Por ningún motivo. Por nada en el mundo volverás a jugar fútbol hasta que no recuperes los cinco suspensos. Aunque seas el mejor delantero zurdo de tu categoría y tú y todo el equipo me odiéis hasta la eternidad...

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Horacio Tort

No, no y no. No insistas. No pienso sentarme a conversar con vos de igual a igual porque no somos pares. No soy tu amigo, ni ti compañero de trabajo, ni tu primo. Soy tu padre, ¿entendés? Y como tal mi deber es decirte como son las cosas, aunque te duela lo que tengo para decirte. Y de ser posible ser un ejemplo para vos, algo que he intentado siempre. Te acepto que he estado algo ausente y que mis constantes viajes al exterior no ayudaron en la relación. Pero entendé que lo hice para mostrarte que se pueden alcanzar grandes cosas, que no hay que conformarse con el chiquitaje. Pero no sirvió, no ayudó, porque mis muchos logros en el extranjero, el reconocimiento que alcancé, en lugar de generar algo positivo en vos, no hizo más que despertar una gran envidia. Te reconozco que fui yo quien te enseñó a ser competitivo, pero jamás pensé que eso se iba a volver algo en contra de nuestra relación. No pensé que ibas a obsesionarte por ser como yo, por alcanzar todo lo que yo logré y que la frustración al no poder ni acercarte siquiera a tu objetivo, iba a despertar esos sentimientos tan feos que te hacen hablar mal de mí, inventar tonterías para desacreditarme. Y todo lo haces a mis espaldas lo que lo hace peor. Porque sabes que frente a frente te quedas sin argumentos, sabes que es una discusión perdida de antemano. Porque de lo único que podes vanagloriarte, lo único que vos has alcanzado y yo no, es a la vez tu mayor vergüenza. Porque esa mancha no te la quita nadie, hijo mío. Mi querido RiBer, si querés que te felicite, lo hago encantado. Bien por vos, saliste campeón en la B. Pero te fuiste al descenso y eso no se olvida. Con cariño Boca Juniors El único grande

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Gustavo Pedace

El salón estaba repleto y era de los grandes, de esos con techos altos y luces y alfombra de alto tránsito. Rebalsaba de gente importante, de teléfonos, de relojes, de carpetas, de folletos, de blocs de papel rayado amarillo para hacer anotaciones de esas que nunca sabremos quién lee, pero que el flaco que está sentado justo al lado mío se esmera en emprolijar, en darle un orden preciso, como si en cualquier momento una de esas carillas fuera a ser proyectada en la pantalla gigante que el pelado que habla tiene detrás. Estoy en Lima, que es la nueva estrella del continente, la economía de los países andinos florece y Lima lidera el movimiento. Se hacen negocios, se abren dos o tres empresas todas las semanas, se encareció la comida, los taxis se modernizaron, los hoteles agotan sus reservas y los centros de convenciones no paran de cerrar eventos con meses de anticipación. En uno de esos estoy ahora. El dinero fluye, dinero grande, y los abogados especialistas en acuerdos (y en desacuerdos) tenemos que estar ahí. Es a lo que me dedico. Y soy bastante bueno. Pero tengo que admitir que me aburren estas maratones de gente que se desespera por mostrar lo buenos que son, lo atractivos que pueden ser sus negocios, lo dinámicos y emprendedores que pueden ser los empresarios peruanos y eso. Habla uno ahora, americano, que se parece al hermano de un amigo mío, que como es un tremendo pelotudo no puedo menos que endilgar al pobre que se esfuerza en pronunciar algunas frases en un español pésimo, el mismo rótulo categórico y definitivo. Me aburro desde que llegué. Me salvó mirar con atención al petiso que está enfrente de mi silla, que no le saca os ojos de las tetas a la escribana que tengo al lado mío. Y esas sonrisas que le tira a repetición, y la manera estruendosa con que festeja cada participación de la notaria.

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Cuantos pantallitas reflejando luces de teléfonos y aparatos encendidos! en todas las mesas casi todos chatean, buscan datos, se meten en twitter, ponen cara seria, como que están transmitiendo en vivo lo que se dice, pero los adivino preguntando cómo les fue a sus hijos en el colegio, o como salió el partido de su equipo anoche. -"¡Vámonos doctor! ¿qué esperamos? ¡rajemos de acá a la pileta del hotel!" No puedo irme, no el primer día. Y menos cuando en unos minutos nada más, ni bien termine de hablar el pelotudo, viene a darnos una charla Álvaro Uribe, el ex presidente de Colombia. Pagaron mucho por esa charla los organizadores, no me puedo ir justo en ese momento. El aire acondicionado está funcionando mal, o se quejaron las mujeres, porque estaba bueno hace un rato y ahora me empieza a correr un hilito de sudor, finito, imperceptible, por la frente. -"¡A la pileta doctor!" Encima el salón es medio vidriado, y el sol limeño hizo ya lo suyo dejándolos a temperatura para freír huevos. Me desconcentran los ruidos de los caramelos que se pelan. Una orquesta rudimentaria de crashes crashes en La menor. -"¿Qué te pasa doctor? ¿Estás nervioso por algo?" Se me secó la boca. Y la mesa con las botellas de agua está como a 30 metros. -"Doc, ese flaco de bigotes, ese, el colorado que esta tan atildado, ¿no es el que vimos anoche entrar al hotel con la morocha esa de tacos de dos metros? Siiiii, es el mismo, ¡Qué putañero! y vos que te fuiste a dormir ni bien entraste al cuarto". Me estalla la cabeza. Qué histérico el flaco de azul que no deja de mirarse los zapatos. Son lindos mocasines, pero no entiendo porque los mira a cada segundo. ¿Cómo se dice mocasín en inglés? Preguntar, anoto yo. -"¡Dale gordo vamos! ¡mandá todo al carajo si faltan dos días!" No me puedo concentrar, pienso, mientras hago un movimiento asintiendo con la cabeza como para que me vea el pelotudo que habla.

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"¡Mirá qué ojazos la morocha esa nena! ¡Me parece que te está buscando la mirada!" Al fin aplausos. 15 minutos para ir al baño y volvemos que viene Uribe. Ya termina. Voy al baño picando en punta, se llena y la verdad es que aunque no tenga ganas necesito mojarme un poco la cara. Despabilarme. Sonrío un poco más. Justo se lava las manos al lado mío el que acaba de hablarnos desde el escenario. "Great speech", le digo, y me sonríe con la sonrisa idéntica al pelotudo del hermano de mi amigo. -"Sos un hijo de puta, ¡si ni lo escuchaste!" "Andá a buscar a la morocha, te debe estar buscando en el salón¨. Me hizo bien despejarme, voy rápido a la puerta para que me pegue el aire fresco, pero no hay aire fresco posible en Lima en Marzo, me resigno - “Señoras y señores, es un privilegio para nosotros presentar al ex presidente de Colombia, Alvaro Uribe, que nos hablará de cuestiones vinculadas a la seguridad y las inversiones”. Aplausos de todos, de pie. -"Es un facho este che, vamos". Se hace un silencio de esos que despiertan expectativas. Un carraspeo del gordo que durante la charla anterior durmió de manera magistral, sin que se notase, casi con los ojos abiertos, una profunda siesta de 20 minutos. Uribe habla, con ese arrastre de erres tan colombiano. Y todos escuchan. -"No lo hagas". Me estalla la cabeza.

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-"No lo hagas, te van a meter preso". No soporto este calor que hace, qué pasa con el aire acondicionado… -"Ya está, llegamos hasta acá, aguantá un poco y nos vamos, pero callado". La boca seca, no me da ni para tragar saliva. -"Noooooo". Me paro, camino hasta el medio del salón ante la mirada de todos. Hay poca luz, pero es notable que estoy rumbo al centro del salón. -"Espera". Espero que me vea, que me mire a los ojos, y le grito "Uribe y la remil puta madre que te parió. Puto". -"Qué boludo sos doctor, y vos Tourette”. Me sacan por la fuerza del salón. Al aire fresco.

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Mauricio Castello

Diste el último mandoble con la precisión y fuerza necesarias para decapitar a tu adversario, lo habías estado desgastando sistemáticamente. Mañana se te coronará como Rey, disputaste el trono entre los mejores quince caballeros. Harán falta dos generaciones para recuperar guerreros con esa exquisitez, es tu responsabilidad que no se pierda ese legado de las Tierras Altas. A la noche compartiste la gloria con los viejos sabios y consejeros, hubo derroche de comida, mujeres y vino. Esa borrachera feroz, esa resaca que no se te pasa es simplemente una pócima que el druida Clutos puso en tu jarro y hace que estés enteramente a su merced. El es el verdadero Rey hoy día, también lo había sido antes, lo viene siendo desde tiempos inmemoriales. Eres la prueba viviente de su máxima, hay que cambiar algunas cosas para que todo siga igual.

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Diego Albé

La ves respirar lo que cae de las piñas debajo del pino enorme de la plaza. Decís conocerla, pero en el fondo no es más que recordar cómo mueve las piernas de costado al estar sentada dos horas leyendo. Kafka, decís. Depende el día. A veces creés que es Auster y si está muy nublado, te jugás por Arlt. Sabés que no te sabe, sabés que no te ve. Creés entonces que no oye más allá de sus conciertos interiores y sus recuerdos de un amor. Vas al botiquín hambriento como todas las mañanas y ahorcás el dentífrico prometiendo acordarte. Y volvés al balcón, como todos los días. Y ella sigue con sus hermosos ojos, aunque sólo los conocés cerrados. Esa sonrisa que decís giocondina hace que le hayas puesto nombre y la saludes en un azul silencio cobarde desde tu trinchera de vidrio antes de partir hacia la oficina. Al pisar la vereda con timidez roedora, bajás la cabeza para no tentarte a cruzar. Y antes de llegar para doblar la esquina, la ves con su libro inexplicable y se te inunda el alma de promesas. Y volvés a tener quince años. Y no querés volver a sufrir. Y mordiendo todas las hojas del otoño, te aturdís en ese crujir hasta la mañana siguiente. Que termine este otoño de mierda.

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María Guerra Alves

¿Cómo pudiste pensar semejante atrocidad de tu hermana? ¿Cómo la pudiste acusar de traidora? ¿Cómo pudiste pensar que ella y tu marido huyeron juntos? ¿Por qué motivo no quisiste ver que Mauricio solo quería lograr su objetivo: estafar a tu padre? ¡Escuchame, por favor, Marina! ¡Soy tu mamá! Sí, ya sé. Me vas a hacer una lista de todas las situaciones en las que sufriste por Soledad. Cuando quedó como una heroína, al salvar al pobre gato del fuego, cuando hacía una travesura y la culpable terminabas siendo vos, cuando sentías la diferencia que hacían tus abuelos… Son cosas de un pasado muy lejano. Ahora son adultas. Compórtense. Te pido perdón por mis errores. Dios ya lo hizo. Por eso estoy aquí. No quieras imaginarte lo que estoy sufriendo. Sí, aunque esté muerta, sigo teniendo sentimientos. Ahora, la impotencia me saca de mí. Y estoy tratando de que Soledad no venga hacia nosotros. Tu padre y yo ya le mandamos varias señales suplicándole que se quede en la Tierra, diciéndole que vos la necesitás. Te pido que me ayudes en esto. Tenés que hablar con ella. No queda tiempo. Perdón si no fui clara. Te lo digo directamente: tu hermana está agonizando. Sí. Tu esposo fue el autor intelectual. Intentaron matarla. Soledad había viajado a Uruguay, huyendo de él. Pensaba esconderse en casa de Micaela, pero no llegó a destino. Mauricio la estuvo torturando con amenazas hacia su persona y hacia vos, porque ella había descubierto la verdad. Es un asesino. Lo tuyo no fue una intoxicación por medicamentos. No fue un antigripal lo que te dio aquella noche. Gracias a Dios le salió mal. Sos una mujer muy sana, por eso resististe. Su intención era matar a ambas. Ahora está prófugo. ¡Búsquenlo! Tenemos que hacer justicia. Te quiero, hija y te extraño. Ya volveremos a estar juntos los cuatro. Sólo pido que eso suceda dentro de muchos años. Cuidate.

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Sergio Daniel López

¡Qué crocante placer aquel otoño bajo tu pie! Hoy no es más que tu dolor de esqueleto, querida hoja.

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Omar Báez

SESENTA SEGUNDOS

Otra vez ese escozor en el pecho, otra vez la angustia de una decisión. Sos el que las ejecuta, pero no sabés quién las escribe. Siempre te atormenta esa necesidad de conocer cuándo llega tu hora de goce, de dolor, de amor, de morir, de ganarle al tiempo. …………………………………………………………………………………………… Otra vez estás parado bajo el dintel de la puerta de tu habitación, esperando la señal que te muestre el camino. Está desnuda sobre la cama, te gusta su desnudez, las redondeces de su cuerpo te convocan. No pensás en nada. Cincuenta segundos. Sólo querés que se cierre el círculo de ese tiempo diminuto y, liberado, decirle el resultado del albur. ¿Será o no? estás pensando. Ahora no pensás en nada, sólo deseas que el tiempo se deshaga y que la luz del alba entre por la ventana. Cincuenta segundos. Te preguntas el por qué de esta angustia que se repitió minuciosamente con cada una de las mujeres que ingresaron en tu vida; ¿por qué el destino se manifiesta así, caprichoso, interesado, dueño de verdades, de razones, de razones incomprensible? Y estás ahí, como siempre, parado bajo el dintel. Cuarenta segundos. Su respiración tranquila es una invitación a recorrerla. ¿Por qué resistís si tus vísceras te ordenan introducirte en ella? Recordás todas las veces que estuviste parado bajo el dintel, en las que te equivocaste y en todas las veces que celebraste la vida pensando en un futuro diferente a este presente bamboleante. Y pensás por qué si algunas veces la suerte gritó ¡¡¡suerte!!! hoy estás bajo el dintel repitiendo el rito como un misal pos coito. Pensás que tus aciertos también fueron tus yerros. Treinta segundos. Los olores de su cuerpo te invaden, querés estar en ella hurgando en sus vísceras. No podés evaluar si fueron aciertos o errores porque es una comparación contrafáctica. Sólo importa si fuiste feliz. ¿Fuiste feliz? Qué importa si fuiste o no, total ya fue. Lo único que te importa es el futuro después de los sesenta segundos y pensás que el instinto puede torcer a un destino mal escrito: ¿Será cierto o solamente una forma de encontrar los argumentos para seguir buscando y enderezando lo que viene torcido? Veinte segundos. La sábana cubre una de sus piernas y la mitad de la otra sumando sensualidad a su belleza. Suspira, es una invitación para que salgas de la puerta, para que te eches a su lado. No vas, imaginas que en la vida les gustan cosas diferentes. Lo sabés: a ella le fastidiarán tus amigos. Su boca, sus dientes, Filloy ingresa a tu mente No diré que tu frente es de diamante,

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ni tus labios dos límpidos rubíes. Ni los dientes que muestras cuando ríes, dos hileras de perlas de Levante… Pensás en el dolor de su ausencia y en la fiesta de su presencia. Diez segundos. No soy yo el que decide. ¿Dónde está el hacedor, dónde se escribe el destino? ¿Es el o yo el que decide? Cinco segundos. No importa ya está, ya termina, ya decidió, ya decidí. TE VAS

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Eduardo Mizrahi

PELOTUDO

Llegaste a la estación de Once a las siete de la mañana. Cruzaste el hall rumbo a la boletería. Aguardaste con impaciencia que te llegara el turno en la fila. En voz baja dijiste: - Moreno, ida y vuelta. Recogiste el boleto y las monedas, caminaste unos pasos. Giraste en redondo buscando orientarte. Llevabas una pequeña valija con rueditas. Emprendiste la marcha rumbo al andén. Te detuviste frente a un cafetero. En voz baja dijiste: - Café y una de manteca. Guardaste la medialuna en el bolsillo de la campera. Llegaste a los molinetes. Metiste el boleto en la ranura. Pasaste. Un perro sucio y abandonado dormía hecho un ovillo contra la pared. Tenía cicatrices en las piernas. En voz baja dijiste: - Pero qué perro de mierda. Apuraste el paso. El tren arribaba al andén. Tosiste un poco mientras corrías. Te preparaste a entrar. Al abrirse las puertas se produjo la estampida de todos los días. En voz baja dijiste: - Cagamos. Te llevaron por delante cinco o seis obreros con bolsito. Te fuiste de bruces. Tu café salió volando y aterrizó en el piso del andén pintando una mancha de contornos interesantes. El tipo que vende panchos preguntó si te habías lastimado. No le contestaste. Te incorporaste con lentitud y buscaste la valija con rueditas. No estaba. El andén bullía de movimiento y de frenéticos pasos. No sé por qué me miraste a los ojos. Te respondí con mi mejor cara de circunstancias. Volteaste la mirada. La dirigiste hacia ese vagón que te había rechazado y ahora se hallaba repleto de gente. En voz baja dijiste: - Este gordo de mierda es un pelotudo.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 11 DE MAYO DE 2014



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