ENSAYOS SOBRE EL MUNDIAL

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ENSAYOS SOBRE EL MUNDIAL


Ilustraci贸n de portada L. Alfonso Mart铆n Delgado


ENSAYOS SOBRE EL MUNDIAL


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CONSIGNA DEL DOMINGO 1 / JUN / 2014

ENSAYO MUNDIALISTA

Leí esta semana una nota donde supuestamente reconocidos publicistas locales decían que los spots mundialistas de este año - hablo de Argentina - no tenían el glamour de otros. Invocaban diversos argumentos que no mencionaré para no influenciar sus escritos. Los invito escribir un ensayo - corto, por supuesto - que deberÍa abordar la relación de los argentinos - los españoles deberán adaptarlo - con el fútbol, los mundiales, y la nacionalidad, nacionalismo, identidad nacional o whatever. Según Wikipedia, el ensayo es un tipo de texto que brevemente analiza, interpreta o evalúa un tema de manera oficial o libre. Se lo considera un género literario, al igual que la poesía, la ficción y el drama. Las características que debe tener un ensayo son las siguientes: a- Es un escrito serio y fundamentado que sintetiza un tema significativo. b- Posee un carácter preliminar, introductorio. c- Se expresa en un estilo denso y no se acostumbra la aplicación detallada. Buen fin de semana, lipeños y que hiervan las neuronas!

Silvina Scheiner

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Caro Barba

CON LOS OJOS DE MI MUNDIAL

Se abre una puerta y todos comienzan a correr para el mismo lado mirando hacia adelante como los caballos cuando salen de los boxes. La meta parece ser celeste y blanca y por momentos de muchos equipos… por otros, ganar para olvidar. El tiempo se detiene al comenzar cada partido, colgando en el mientras tanto lo que queda por resolver. Los periodistas pasan a ser todos deportivos y la importancia del pronóstico del tiempo es reemplazada por el fixture extendido de la semana. Encuentros programados para hacer una ronda delante de la pantalla: muchos convocados por el mismo tema y algunos pocos, preguntándose si ése es el sillón en el que quieren estar. El sonido de las vuvuzelas, irritante en la primera nota, advierte la llegada del mes de la alegría. Todos pasan a ser protagonistas de una larga jornada que comienza con la esperanza triunfadora de la propia bandera.

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Pablo Miguel

MUNDIALES PARALELOS

Dentro de pocos días comienza el Mundial FIFA. En Brasil treinta y dos equipos de fútbol competirán en pie de igualdad y es razonable, ya que, salvo escasas excepciones, están conformados por profesionales que se desempeñan en las ligas más importantes y son compañeros o rivales habituales; una pequeña élite en la que poco importa el origen de cada uno. Sin embargo es muy otra la connotación que se pretende dar al torneo: se supone que cada equipo representa a un país y por lo tanto sonarán himnos y flamearán banderas... Lejos de compartir ese enfoque pero en la misma línea, y como durante un mes las estadísticas relativas a esta competencia eclipsarán a todas las demás, me parece oportuno apuntar las ubicaciones que las naciones participantes mantienen en otros mundiales, menos mediáticos, que seguirán desarrollándose mientras tanto.

Mundial Esperanza de Vida al nacer (2012) 1º)

Francia, Italia, Japón y Suiza:

32º) Costa de Marfil: Fuente:

83 años 50 años

Banco Mundial

Mundial Anti-Mortandad Infantil antes del año (2012) 1º)

Japón:

2,2 c/1.000 nacimientos

32º) Nigeria: Fuente:

77,8 c/1.000 nacimientos

UNESCO

Mundial PBI per cápita (2012) 1º)

Suiza:

32º) Camerún: Fuente:

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u$s 78.928 u$s 1.167

Banco Mundial


Mundial Calorías per cápita (2009) 1º)

Grecia:

32º) Ecuador:

3.737 kcal/día 2.191 kcal/día

Fuente: FAO (este dato me sorprendió: el griego medio consume más calorías que el yanqui, que queda segundo con 3.666)

Otro más, Mundial Anti-Homicidios Intencionales 1º)

Japón:

0,4 c/100.000 habitantes (2009)

32º) Honduras: 91,6 c/100.000 habitantes (2011) Fuente:

UN

Son sólo datos crudos, hay mucha tela para cortar y mucha costura que hilvanar, pero a la hora de agitar trapos y vociferar guasadas recordemos que esos pibes, adentro de un rectángulo marcado con cal, no van a cambiar el rumbo de absolutamente nada.

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Cristian del Rosario

LA SUBLIMACIÓN DE LA TILINGUERÍA COMO CAUSA EFICIENTE DE NUESTRA PASIÓN POR EL FÚTBOL

El presente trabajo tratará de explicar el origen de nuestra pasión por el fútbol. Hecho. Ningún argentino es indiferente ante el fútbol. Así, cualquier nacido en estas tierras fija su posición frente a este deporte, “de qué jugás” (no hay que aclarar deporte) y “de qué cuadro sos”, son respuestas que uno sabe antes que el DNI y la dirección de su casa. Es más, aún aquéllos que no les gusta o no le interesa el fútbol, deben aclarar rápidamente tal postura – como quien es celíaco en una cena – y adviértase que nadie, pero nadie, en ningún encuentro social, debe aclarar – prematuramente – que no le gusta el básquet, el remo o el ski noruego - sí, es un deporte olímpico -; pero sí lo hace con respecto al fútbol. Es más, me atrevo afirmar que estas épocas de las grandes inclusiones sociales, de todas las minorías – gays, lesbianas, transexuales, musulmanes, y hasta seguidores del gauchito gil –, la de los “No me gusta el fútbol” es la minoría menos integrada y comprendida, siendo parias seriales en las reuniones y en estas épocas mundialistas, verdaderos Kelpers deportivos. Ahora, ¿de dónde viene esta pasión? 1. Falsa teoría evolucionista: se dice que está en nuestra ADN. Pero, pregunto como respuesta, ¿cuál fue el primer ácido desoxirribonucleico argentino que contenía la instrucción genética que si el wing desborda hasta el fondo debe tirar el centro pasado? o ¿quién aisló la secuencia de nucleótidos que indica dos cabezazos en el área es gol? No, señores, no le echen la culpa a la teoría evolucionista, a la genética, a la lluvia de meteoritos, a la noche o a la playa. Esa no es la respuesta. 2. Falsa teoría histórica: es un juego que trajeron los ferroviarios ingleses y su difusión entre los criollos hizo…. Noooo, señores, soy un honorable miembro de un club fundador de fundadores 1 de origen británico. Los ingleses trajeron con igual o más pasión el rugby, el golf y las bowls… deportes que – todos sumados -

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Lomas A.C. Primer campeón de fútbol argentino, primer campeón de rugby, fundador de las asociaciones de fútbol, rugby, tenis, hockey, golf y bowls.

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tiene menos adeptos que la hinchada de Tristán Suárez. No, la razón no es histórica aunque se acerca. 3. La auténtica respuesta: la teoría psicológica. Para justificar mi postura hay otro hecho que debemos admitir – y sé que nos cuesta -: fuimos, somos y seremos tilingos. Y la base principal de nuestra tilinguería es que siempre tratamos de imitar a los súbditos de vuestra majestad y - nuestras copias, a diferencia de los chinos - fueron malísimas. Valga como atenuante que esa costumbre de imitar (y mal) viene heredada de nuestros orígenes españoles. Siempre España quería conquistar las islas por la envidia de ese glamour que tiene su corona liberal protestante y divertida, en vez de la chupacirio castellana (señores que me abuchean con acento madrileño: la tienda más famosa de España se llama… El Corte Inglés. Sin palabras. La defensa descansa). Así, hijos de nuestros padres, replicamos con envidia sus tradiciones (defectuosamente). Ellos tienen la tradición del té… a nosotros nos salió el mate; ellos tiene sus salsas Hot Chill & Curry… nosotros el chimichurri; ellos tienen a Beckham… nosotros a Tinelli; y, siguiendo a otros autores,2 hasta nuestra tan argenta Moria no sería tal sin sus Divaine, sus novios Sex Toy y otros giros tan propios del idioma de Willy S. (no chicos, no es un rapero de Liverpool). Sé que la “Agrupación Patria o Muerte: Teniente Aldo Rico” ofrece recompensa por mí, vivo o muerto (recientemente aclaró – luego de ver mis últimas fotos – que no pagará por kilo, que con mi cabeza despegada de mi cuerpo basta para negociar un precio razonable)… pero es así: amamos al british style, su glam, queremos ser como ellos y los imitamos mal, tenemos un idioma con más giros anglo parlantes que los escoceses - y en aumento -; seguimos esperando que vuelva a abrir Harrod’s en Florida y lo top de la educación es mandar a nuestros chicos a los College ingleses. Encima, cuando por periodos de meses pertenecimos al futuro Commonwealth… ¿qué hicimos? Por esa relación odio / amor - propia de la envida - y para demostrar nuestro amor, nos pasamos de rosca con la temperatura del aceite y nunca más volvieron. (Eso sí, se quedaron lo más cerca y seguro que pudieron: Malvinas). Pero, entonces, ¿en qué es lo único que los superamos a esos devotos del León de San Jorge y la Rosa? Sí, señores: el fútbol (no foot ball)

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Paula Ancery

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Once contra once en pantalones cortitos y botines, con la redonda en el medio (ahí no te salvan ni todos los tatuajes de Beckham y las Spice Girls juntos). Así, en esa pasión sublimizamos nuestra envidia – como tal que se precie, oculta – y ese monstruo de ojos verdes que anida en nuestro corazón desde siempre, empezó a corporizarse en 1966 cuando, de local, tuvieron que echar a Rattin, para pararnos y clasificar (y aún te duele vernos sentados en la red carpet de su majestad) para adquirir la mayoría de edad ese “Golem futbolero” 20 años después en 1986 (y cedo aquí la narración a un grande) porque “esa tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va ese tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y, aunque sea, les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio. Hasta ahí, eso sólo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeás porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga “bueno, es suficiente, me doy por hecho”, hay más. Porque el tipo, además de piola es un artista. Es mucho más que los otros. Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero van sintiendo un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante. Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar luego los ojos hacia el cielo. Y hace bien en mirar al cielo, porque no sé si sabe, pero ahí están todos, todos los que no pueden mirarlo por la tele ni comerse los codos. Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre en cada

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rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable”. 3 Y así, como nuestros envidiados fueron alguna vez amos del mundo, una vez nosotros también lo fuimos ese año (¿dos veces? no, la primera no cuenta para mí). Así que, señores… hay teorías economicistas que dicen que la envidia es el motor de los mercados competitivos… no sé… puede ser…; sí sé que en un equipo campeón tenés que tener un alemán para defender, un brasilero para atacar y… un argentino para ganar. Y el que no salta es un inglés.

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Eduardo Sacheri

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Jorge Pailhé

Los argentinos ya estamos en estado de Mundial. El estado de Mundial no es estado de gracia, ni de diversión, ni de ansiedad... Es estado de Mundial. Por ejemplo, es aquella situación en que, sea lunes o martes, habrá sí o sí posibilidades de ver a los mejores del planeta en la añorada cita que cada cuatro años detiene corazones, acelera pulsos y origina interminables discusiones de amigos. Por no hablar, claro, de los debates maritales y casi seguros divorcios que se acelerarán -y sincerarán- al compás de corners, rabonas y voleas. Los argentinos en general somos más hinchas de nuestro equipo que de la selección, es verdad. Pero cuando avancen las fechas y el destino ponga a Messi, Agüero y compañía frente a los alemanes, que nos mandaron de vuelta a casa en los dos últimos mundiales, ¿qué ocurrirá? Pues que hasta los - y las - menos pasionales celebraremos un golazo al grandote y huraño guardavalla teutón y gritaremos enajenados "¡oleeeeeeeeeee!" cada vez que el antipático de Schweinsteiger se coma un caño. Para nosotros, los argentinos, el Mundial es una causa nacional. Agitamos en su transcurso más banderas que las que utilizamos en todos los actos escolares, sociales y políticos en los cuatro años precedentes y cantamos el Himno con más sentimiento que a la hora de recordar héroes de verdad - no Mascherano ni Higuaín - sino San Martín o Belgrano. En estado de Mundial todo vale: nos abrazamos como el primer borracho que comparte la visión del partido en el bar; gritamos insultos inciertos y hasta inexistentes a la hora de festejar un gol y somos capaces de rezar tres padrenuestros entre penal y penal si se llega al desempate por esa vía. Claro, todas estas sensaciones necesitan respuestas de ellos, los que salen a la cancha, los que visten la celeste y blanca y al menos en la primera etapa deberán enfrentar a los bravos bosnios, los impasibles iraníes y los temibles nigerianos. Ellos, los once: - Romero: un arquero salidor. Sobre todo los miércoles a la noche, porque el cine es más barato y los restaurantes no están tan llenos. - Zabaleta y Rojo: recios laterales, son mejores cuando atacan que cuando defienden. El problema es que están ahí para defender. - Garay y Fernández: el primero es un morocho capaz de ganar las pelotas divididas por feo nomás. Fernández es tan poco conocido que suele hacer la cola en la panadería de su barrio para comprar medialunas recién horneadas. El otro día un cliente pareció reconocerlo, pero se había confundido con un estudiante de medicina que vive en la zona. - Gago: mediocampista de gran talento que busca siempre los espacios vacíos. Cuando los encuentra no sabe qué hacer, porque no sale a la cancha con nada para llenarlos.

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- Mascherano: es la rueda de auxilio del equipo. Hace un tiempo era una Firestone, ahora parece un flotador con cabeza de patito. - Di María: rápido y furioso. No es tan así pero queda bien ¿no? - Agüero: si no se lesiona es carta de triunfo; de lo contrario es carta de truco... y ahí no pasa de una sota. - Messi: zurdito mágico y misterioso, ¿de qué estrella bajaste? De nada, Víctor Hugo. - Higuaín: a su padre -que era un recio back central- le decían Pipa. A él, delantero y goleador, le baten Pipita: una demostración más de que el tamaño no importa...

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Antonio Lendínez Milla

UN MUNDIAL DE FÚTBOL

Este año tenemos Mundial de Fútbol. Un evento global que pondrá en comunicación a todo el mundo. El deporte, y en este caso el fútbol se ha convertido en el gran elemento relacional de la Humanidad. Millones de personas en el mundo entero atenderán frente al televisor las evoluciones de las selecciones nacionales clasificadas. Brasil será por unos meses el centro de la atención mundial. Miles de personas visitarán el país. Ese acontecimiento ya ha dinamizado y dinamizará la economía del país sede. Los derechos de retransmisión y publicidad que generan la potencialidad de los espectadores representarán el ingreso de miles de millones de dólares, entre televisión, comunicación, prensa, radio y turismo. Se hará un gran negocio. Los gobiernos tendrán al pueblo entretenido con el circo por un tiempo. No se hablará de otra cosa. ¡Fútbol!, como olvido de otros problemas perentorios. Nos distraerán y nos distraeremos. Así juega el poder y los trileros. En Roma también había circo. La ilusión es la vida y el olvido para la cotidianidad monótona del individuo. Por unas semanas los problemas acuciantes, se postergarán, se escamotearán a la conciencia individual. Serán distraídos por ese deporte de masas. Como individuos formamos parte de ella. Es humano distraerse, y necesario también. Abstraerse de esa ilusión requiere poner distancia observante, y no dejarse llevar por las emociones desatadas, donde las energías del ser humano se ponen en juego. Quien domina esa energía se domina a si mismo. Es el simple arte de pararse y poner distancia, silencio y espacio. Presencia. Observar y no perder el rumbo, manejado por esa emoción, que nos quita el equilibrio. Es humana esa emoción, y, difícil es sustraerse a ese principio. Es un goce experimentarla, quién lo niega. El poder, los gobiernos, los psicólogos a su servicio, conocen ese principio. Si uno no la controla otro la controlará por nosotros mismos. Así se manejan, se dice con educación, se gobiernan las naciones, manipulando los sentimientos legítimos. Viviremos en una ilusión, estaremos en una burbuja, sentiremos; hasta habrá quienes sufran y lloren, porque todo se perdió o porque perdió su equipo. Nos identificamos todos. Se desencadenarán dramas, batallas campales, por defender un color, el que del arcoíris representa a su equipo. Una nación, un grupo, un dominio. Pero lamentablemente, se defiende excluyendo y apartando. Creando una consciencia selectiva y tribal, el más primitivo de los principios. El de la mera subsistencia. ¿Es así el ser humano, o estamos educados por el poder, por el grupo, en nuestras creencias, para pronunciarnos identificándonos con el mismo? Y así: excluir, defender, combatir, derrotar y aniquilar al otro. Primitivismo. Todo un léxico bélico para definir la estrategia de ese juego. No lo olvidemos, el fútbol. Se entenderá que es tan sólo un juego, que el juego limpio es el principio; o se despertarán los atávicos sentimientos de exclusión y dominio. Ganar es triunfar. Es esta vida un

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juego o un triunfo. A veces el cerebro no distingue o confunde el juego con la realidad, he ahí el peligro. El verdadero aficionado, quien disfruta de la belleza del fútbol, reconoce el buen pase, la buena jugada, el trabajo, el sacrificio, la genialidad donde quede: en el equipo del otro, o en tu querido equipo. Es muy fácil saber ganar más es de nota saber reconocer el triunfo del adversario, que no enemigo. Los medios de información tienen en su poder la palabra. La imagen y sus contenidos. ¿Cómo ese observador relatará lo vivido? ¿En qué color se fijará, qué equilibro tendrá para describir lo que ha visto? Su punto de observación definirá lo descrito; el locutor el periodista, su respeto por lo que ve y describe, de un lado y de otro lado. Esa gran labor de transmisión y docencia, de mostrar unos principios, se pondrán de manifiesto por su información. La información es lo que está “enformación” (Rupert Sheldrake), he ahí su poder. Lo que alimentará nuestro criterio. Lo que quedará fijo en nuestra mente. Como ahora mismo cuando en mi ordenador lo escribo. Lo que recibirá el espectador, su influencia en nosotros mismos. Si en un principio fue el verbo: y, el verbo es la palabra, lo que percibimos y sentimos, queda impreso por escrito; de todo lo que se hace queda un registro. Nos conforma lo que aceptamos como verdad aún no teniendo ese principio. Disfrutemos del Mundial, y observemos la importancia de lo escrito.

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Mariangeles Soules

Se acerca el Mundial de Brasil 2014 y los hinchas argentinos ya palpitan la máxima competencia a deportiva del planeta, no hay otro deporte que los entusiasme y encienda de igual manera. En Argentina, la pasión por el fútbol es innegable y se vive como un fenómeno social y si hay una tierra que ha sido fértil para la cábalas y las supersticiones ha sido en el ámbito futbolístico, como si los resultados de un partido dependieran tanto de la destreza de los jugadores como del acatamiento de ciertos rituales, no solamente el hincha es cabulero ya que muy frecuentemente hemos escuchado a los jugadores o a los propios técnicos seguir ciertos ritos antes de un partido. Lo cierto es que hay cábalas para todos los gustos: religiosas (rezar o hacer promesas), de indumentaria (ponerse la camiseta argentina, usar ropa interior de cierto color, entre otras), de lugar (ver los partidos en el mismo lugar o sentarse de la misma manera), gestuales o conductuales (respetar cierta rutina previa al partido) y hasta combinadas, ahora será hora de poner en práctica los rituales, sacar las banderas y preparar el viejo sillón para mantener vivas las tradiciones y seguir a la Selección en su paso por Brasil. El fútbol es un deporte con enorme influencia del azar y al mismo tiempo, el más cabalero, el hincha se aferra a una serie de ritos como si realmente creyera que si respeta las cábalas nuestro equipo va a ganar. Aunque la evidencia de los últimos mundiales nos demuestra que sólo con las cábalas no alcanza. Ahora... ¿cómo se explica su persistencia en el tiempo a pesar de que no siempre resultan eficaces? Persisten, sencillamente, porque el problema no son las cábalas, sino que el hincha cree haberlas elegido mal y dice “No es la cábala la que falla, soy yo. Tragedia nacional." La razón es muy simple: en momentos de crisis, un triunfo en el deporte se convierte en una especie de placebo para aliviar la supuesta mala suerte individual. Que el país triunfe deportivamente en el mundo es algo que, al derramarse en el deporte, termina derramándose sobre toda la sociedad

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Horacio Tort

Para explicar la trascendencia que cobra un Mundial de Fútbol entre los argentinos, primero hay que entender lo que el futbol significa para nosotros, y para poder hacer esto hay que comenzar entendiendo el carácter apasionado de este pueblo tan singular del cual formamos parte. El argentino es un ser apasionado por naturaleza y así se expresa. Un argentino no besa, te parte la boca. Un argentino no imagina, flashea. Y el fútbol, como nuestro deporte verdaderamente nacional (no jodamos, el Pato lo juegan 30 personas y los seguidores no llenan una bandeja del estadio de Excursionistas), no es ajeno a esto. Las hinchadas reciben a sus equipos domingo por medio como si volvieran de librar y ganar una guerra. Con los papelitos inmortalizados por Clemente, banderas, bombos y cánticos, en la gran mayoría de los casos, sin importar la desproporción de este recibimiento con los logros deportivos o la campaña del equipo. El verdadero hincha alienta cuando su equipo va ganando, y redobla la apuesta y alienta aun más cuando va perdiendo. Lo sigue cuando juega de local y lo acompaña y apoya cuando lo hace de visitante. Y lo hace a pesar de que no gane un título en muchos años (ejemplo, los 35 años de Racing sin ganar un título entre 1966 y el apertura 2001). En la cancha, todos somos iguales, no hay diferencias, pese a que el fútbol sea un deporte que alcanza a todo el abanico social. Un argentino, sea rico o pobre, puede cambiar de barrio, de provincia, de novia, de auto, de peinado, de color de pelo y hasta de sexo, pero no el cuadro de fútbol (Florencia de la V es hoy del mismo equipo que lo era cuando hombre). Es en la niñez que se adopta un equipo de fútbol, bajo la lógica influencia de la familia, y esos son los colores que alentará aun en su lecho de muerte. El argentino que cambia de equipo de fútbol es un veleta que no siente la pasión. Un desamorado, desinteresado en el deporte que dice gustar (salvo que se haga hincha de Boca en cuyo caso se debe a que finalmente vio la luz). Habiendo explicado de manera sucinta la pasión, es necesario entender que representa el fútbol para los argentinos. Habitantes de un país que sabemos maravilloso y lleno de potencial, pero en caída libre desde hace varias generaciones, perdiendo terreno en el mapa geopolítico mundial, que solo es noticia de primera plana a nivel internacional cuando ocurre algo vergonzoso (embargo de una fragata), difícil de explicar (hiperinflación, presos que se fugan de cárceles, comisarías y juzgados, no sé cuantos presidentes en una semana, etc.) o azaroso (Máxima, Francisco I), encontramos en el fútbol aquello que nos distingue en el mundo entero, aquello en que somos admirados por ser cuna de excelsos jugadores que han sido venerados en las mejores ligas del mundo. Di Stefano, Maradona y Messi son solo los casos paradigmáticos, pero hay infinidad de otros que han estado apenas unos peldaños por debajo de estos. Y nos gusta sentirnos así, importantes, ser potencia en algo, en algo masivo (ser potencia en Polo es muy lindo pero Cacho no escuchó en su vida hablar de los Harriot, Dorignac, Pieres o tantos otros). Entonces lo jugamos en cada potrero, en cada club, en cada recreo, con la esperanza de llegar a ser como el Kun, o Pipita, o Lio. Si no vamos a la cancha nos devoramos los 18


partidos frente al televisor, a veces hasta nos vestimos de cancha para sentarnos frente a la TV, y sufrimos el partido como si lo estuviéramos jugando. Y criticamos, porque todos los argentinos tenemos un DT interior que sabe de cambios de punta, de tirar el offside, de relevos, de pases entre líneas, de amagues y gambetas. Hasta somos cabuleros y nos agarramos el izquierdo en cada posibilidad de gol del rival. Estemos donde estemos y frente a quien sea. Porque el triunfo de nuestro equipo bien vale que tu futura suegra se espante al verte indisimuladamente pararte y llevar tu mano izquierda al bolsillo y hacer movimientos extraños en cada tiro libre o corner en contra. Y el triunfo de nuestro equipo y la derrota de nuestro archi rival se festejan a la par porque así es folclore futbolístico de nuestro país. Si empezamos de a poquito a entender la pasión de los argentinos y su amor por el fútbol, cae de maduro que un Mundial jugado cada 4 años es el equivalente a alcanzar el paraíso. Es estar entre los mejores y ser temido y respetado por estos. Argentina siempre, en todo mundial, tiene posibilidades de estar entre los mejores. Que se concrete o no depende en gran parte de nosotros mismos y ahí radica parte del problema. Y esta vez hasta tenemos al as de espadas, como lo tuvimos antes. Antes cuando ganamos un Mundial. Entonces cobra toda lógica que el país se paralice durante este mes. Y si así sucede en casi todo el mundo como va a ser distinto acá. Sí, nosotros, los argentinos, no vamos al mundial, nosotros… nosotros vamos por la copa.

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Federico Cahn Costa

Me resulta muy complicado escribir un ensayo sobre algo que desconozco. No sé apreciar el fútbol y no me gustan los valores culturales que transmite. Los veo más como disvalores, si se me permite la palabrota. Me aburre como espectáculo y para ver a un grupo de millonarios corriendo tras una pelota prefiero el polo de alto hándicap que tiene algo más de vértigo. Si bien como escritor soy un aprendiz, me considero un par de Borges cuando preguntaba si no era más fácil resolver estos asuntos dándole una pelota a cada uno de los participantes. Tanto no me importa el fútbol que hace dos mundiales atrás me había comprado un auto nuevo y tenía que terminar un trámite en el registro de la propiedad automotor. Mientras se jugaba el primer tiempo de Argentina con Bosnia - Herzegovina fui hasta el centro solo por la calle como si hubiera caído una bomba neutrónica, hice el trámite en tiempo récord en el descanso (claro, los empleados debían sacarse de encima al marciano loco – yo - antes de que recomenzara el encuentro) y en el segundo tiempo fui hasta la escuela de mis hijos a la que llegué un rato antes del final del match. En el gimnasio del colegio habían instalado una pantalla gigante y todo el primario, unos 1.000 chicos, celebraban el triunfo argentino como si ellos hubieran hecho los goles. Eso fue lo más grato que me dejó el mundial de 2006, ver la algarabía de los chicos. Por lo demás, los valores nacionales que parecen depender de una pelota me llevan a razonar que Bosnia - Herzegovina no existe más como país. O sea que no sé a quién le ganamos. Y si me preguntan dónde se jugó ese mundial debería googlearlo. Es verdad, aunque usted no lo crea.

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Nerio Tello

ENSAYO MUNDIALISTA o SÓLO SIRVE GANAR

En un mundial sólo sirve ganar. Al menos, eso pensamos los argentinos. No todos, muchos. Porque desde hace décadas venimos pensando que somos los mejores jugadores del mundo, pero por alguna razón, la copa se nos niega hace más de 20 años. Entonces, cuando los muchachos cumplen un papel “decoroso” (la selección de Maradona terminó quinta en Sudáfrica, en Alemania fuimos subcampeones), no lo reconocemos, y sentimos el fracaso, porque en fútbol, piensan muchos, sólo sirve ganar. Quizás deberíamos pensarnos en un justo medio. No somos los mejores, tampoco los peores, son nuestras expectativas las que nos frustran. Tenemos un buen equipo, pero no somos los favoritos. Alemania, Brasil, Italia… ¿España? Hay favoritos más “favoritos”. Si fuéramos con esa idea quizás disfrutaríamos más los triunfos uno a uno, y si nos tocara volver antes de tiempo, diríamos: “hicimos lo posible, lo mejor, dimos todo”. Pero, en la copa del mundo sólo sirve ganar. Cada cuatro años esperamos – espero – con ansiedad que se mueva la pelota del primer partido, y pautamos – pauto – los encuentros con amigos o familiares para ver los partidos de la blanquiceleste. Algunos coleccionan cábalas. Por un instante volvemos a la caverna y depositamos en un amuleto el destino. Y disfrutamos un triunfo pero inmediatamente nos ponemos a ver cómo sigue la historia. Y a la primera alegría le sucede una ansiedad por lo que viene y no llega. Una especie de histeria masculina que no nos permite gozar plenamente. Porque, lo dije, en la copa del mundo sólo vale ganar. Y esto es, como pueden ver, una verdadera desgracia, una sinrazón que nos deja desvalidos y tristes después de la eliminación. Por eso debemos “cambiar el chip” como Messi, y pensar que es una disputa deportiva y en esa disputa se gana o se pierde, con alegría y con tristeza, pero sin dramatismo. Es así. Sin embargo, ¡yo sigo pensando que en la Copa del Mundo sólo sirve ganar! Soy histérico, ¿y qué?

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Cecilia Mosto

CONSIGNA MUNDIALISTA

Qué bueno patear la pelota. Correr y patear… Ah, me olvidaba… también se puede cabecear. Ufff, ¡qué conmoción! Y pasársela a otro, ni que decir de eso. Muy interesante y apasionante. Después te la sacan y tenés que buscarla… ¡guau! También le podés decir “balón” que queda más fino. O “esférico” más científico. Qué importante es todo esto. Me produce una excitación indescriptible. De tan indescriptible se me agotaron las palabras.

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Guillermina Silva D’Herbil

Resulta que siento una gran envidia por toda esa felicidad indescriptible, por toda esa emoción desbordada, por todas esas ilusiones generadoras de endorfinas que la mayorií de los hombres siente por algo tan simple y tan básico como el balón pie, por el fútbol en general y especialmente por el mundial. Quisiera poder ser feliz con tan poco, como ellos. Quisiera cada fin de semana poder renovar mis esperanzas y sentirme agradecida a la vida cada vez que mi equipo emboca la pelotita. Por eso siento envidia, porque quiero pero no puedo... Igual... un poco me contagio, y muchas veces me hace feliz la felicidad de todos los hombres que amo. Creo que de ensayo, esto tiene poco.

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Betina Lubochiner

Estuve varias semanas ensayando: Para saber cómo aguantar las propagandas previas al mundial que rebalsan "felicidad y emoción exagerada". Para escuchar en el consultorio, cómo todos los conflictos personales se van articulando alrededor de una fecha, un hogar donde se reunirán para ver los partidos o la inquietud de cambiar la tele por una nueva y en cuantas cuotas. Para ver cómo me acomodo internamente a esto que nos pasa a todos cuando nos acercamos a un evento tan importante como éste. De repente, todos nos amamos, nos convertimos en super solidarios, amorosos y con una increíble capacidad de hacer un paréntesis en la vida real y vivir un sueño, un sueño, ¡¡un sueño!! También estuve varias semanas recordando: Que pasé los dos últimos mundiales fuera de mi país, y que intento con mucho esfuerzo, no olvidar dónde me encontraba en esos dos momentos tan importantes festejando y tristeando por estar tan lejos y no poder compartirlos junto a los míos. Que la camiseta de la selección argentina, que me tocó en la repartija, en una casa de Valencia ( España), me quedaba super apretada, y me lo aguanté porque estaba preparada para hacer cualquier cosas con tal de festejar, de festejar, ¡de festejar! Decía, al principio, que estuve ensayando, y recordando. Pero lo que me doy cuenta es que los verbos cambian cuando estás acercándote a la fecha, cuando todas las fechas de partidos están repartidas por horarios de almuerzos, meriendas y cenas en las casas de las personas que gritarán, llorarán y reirán al lado tuyo. Y eso, me gusta. Soy capaz de pasar por toda ésta previa y cerrar los ojos, como aquella vez en los dos mundiales, si al abrirlos sigo estando en éste país que me agobia, que me cansa, me irrita, me enamora....

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Roberta Garibotti

El mundial es ilusión de los que no quieren aceptar que nunca embocaron una. Vayamos al grano: La bandera flamea más en el Mundial que el 25 de Mayo. El que nunca tiró un centro, espera todo de los delanteros... o de cualquiera. El Mundial es esperanza vana, gloria de unos pocos, pasión de multitudes, que como todo apasionamiento: empieza y termina en forma efímera. En la Copa del Mundo, los cracks se pueden volver perdedores en un abrir y cerrar de ojos. Todos saben mucho, nadie pisa la cancha. La pelota no dobla, la mano de Dios se perdió en el olvido, los ligamentos no ligan, siempre la culpa es del referí, el que defiende es bonachón, el que la mete es un Grande, el que entra en los diez min finales un salvador. Todos nos queremos; el Mundial es encuentro de almas, pintura de rostros, aperitivos, bocina, pito, guirnalda, merchandising, aplauso, sentencia, puteada válida, posición adelantada siempre que el otro hace un punto. Los hombres hablan de fútbol como si se tratase de la vacuna contra el cáncer de colon, todos son especialistas, los periodistas deportivos dejan ver lo mal que se expresan, abusan del "dequeismo", rotulan, inventan palabras raras y dejan claro que hay una materia que falta en la TEA es expresión oral. Los pobres siguen siéndolo, siguen con hambre y sin trabajo. Con el mundial no se come, no se educa, no se cura...al igual que con la democracia. No es ensayo pero es bien real. Roberta, la mala onda (¡¡¡con humor!!!).

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Cecilia Gómez Nale

31 de octubre. No acaba de morir Halloween, que ya todo amanece decorado de Navidad. En los supermercados, el espacio que ocupaban las góndolas con caramelos, calabazas de plástico y arañas de mentirita ya está todo abarrotado de arbolitos, bolas de colores, guirnaldas, lucecitas que se prenden y apagan o quedan fijas, muérdago artificial y velas rojas. Empiezan las grandes vicisitudes: “¿Con quién y en dónde lo pasás?” “¿Vitel toné or not vitel toné?” “¿Regalos sólo para chicos o también, amigo invisible para los grandes?” El día de Nochebuena para algunos termina siendo angustiante desde la salida del sol hasta que llegamos a sentarnos – agotados - a la mesa para comer a los rajes antes de que se hagan las 12 y llegue Papá Noel (aunque ya no quede ni uno que crea que existe); la gente como loca, comprando a último momento el regalo y el pollo al spiedo que les faltaba; puteadas varias en el trayecto - todos manejan a lo bestia - a lo de la tía abuela Tota (“este año tocó ahí y está muy viejita, ¿vistesss…?”) que suele quedar como a 100 km de nuestra anhelada casa, mesa y cama donde SÍ pasamos noches mejores. Esto mismo sucede hacia mayo y principios de junio, solo que cada cuatro años en lugar de cada santo diciembre. Y en vez de arbolitos, las TVs son las vedettes. Toda la parafernalia y merchandising existentes, trocan los navideños colores rojo y verde por los albicelestes en estas latitudes y meridianos. Si por casualidad aterrizamos en el sillón de la casa de un amigo el día del debut de Argentina y el resultado nos es favorable, el ateo se convierte en practicante y hasta el más escéptico exige que para el próximo partido seamos los mismos y nos ubiquemos en las mismas pole positions, para que la cábala surta efecto. Porque que las hay, las hay. Como las brujas. Y otra vez, puteando en medio del tránsito para llegar a tiempo, antes de que el árbitro marque el inicio del partido, y ¿vos tenías puesta esa camiseta? no me digas que te olvidaste el gorrito… Y todos, disfrazados de payasos color cielo y nubes festejamos el gol y nos abrazamos el de Boca con el de River y el de Independiente con el de Racing, porque está en juego la bandera de la patria y no la del club de los amores. Petardeamos sin la piedad navideña por nuestras mascotas y el silencio ya no es salud, porque nos urge tocar las bocinas. No importa si se gana contra Ghana (que en este caso, no gana…) cuyos jugadores miden 2 metros e ignoramos si tienen 17 años o 40. O si se trata del rival más difícil. Toda ocasión vale para el festejo, que nos hace falta. Taquicardia y adrenalina previas a cada encuentro; o la mayor de las indiferencias. Cada Mundial es una fiesta y una buena ocasión para juntarnos.

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A todo esto, ¿ya está definido dónde vamos a ver el primer partido de Argentina? OK ¿Llevamos algo para picar y chupar?

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Horacio Petre

MULTITUD DE PASIONES

Es por demás evidente que cada mundial de fútbol es fuente de atracción para todo tipo de agentes por la sencilla razón de que MOVILIZA MULTITUDES. Como decía un publicista, la tele no vende productos o servicios en sus publicidades, sino que le vende gente a quienes necesitan dar a conocer lo que hacen. En este sentido el mundial es actualmente el punto culminante (en cuanto a eventos organizados) de la atracción mediática. Podemos analizar las cualidades intrínsecas del espectáculo, del deporte, de su historia y los valores que supuestamente moviliza… Pero me parece que lo único que lo vuelve tan hipermasivo y presa de una ansiedad multimediática es su capacidad para, sea lo que sea que pase en esos veintitantos días, tener a la mayor porción de la población del planeta pendientes de unos muy pocos sucesos y en el día de la final de uno solo. Dudo que en la historia de la humanidad haya existido algún evento generador en simultáneo de una atracción tan fuerte y tan masiva. El mundial es visto como agua para su molino por todo tipo de empresas. Algunas ligadas directamente (televisores, deliverys de comida y bebidas, camisetas y souvenirs de los equipos, libros, DVDs y revistas con material ad hoc, hotelería y transporte, etc.) y muchísimas más de manera muy indirecta (lavarropas, autos, pegatodo, instrumentos musicales, computadoras, botas de lluvia… lo que sea con el aditamento “del mundial”). También es muy usufructuado por todo tipo de poderes, ya sean conservadores o progresistas, y aún las religiones. En todos los casos se las ingenian para acomodar la mística deportiva a sus respectivos relatos. Todo sea por no quedar fuera de lo que genera tanta empatía en las masas. Y aún los movimientos antisistémicos giran en torno al mundial usando al “monstruo” como fetiche sobre el cual arrojar sus dardos refractarios, que en estos casos se vuelven más notorios. En el medio de todo este maremagnum está cada uno de nosotros, que a su vez le dará su percepción peculiar. El nacionalista que quiere ver a los ingleses o los brasucas mordiendo el polvo de la derrota, el técnico deportivo que analiza las cualidades de jugadores y detés, el que aprovecha el vacío de la ciudad durante los partidos para pasear a sus anchas, las mujeres y gays que se solazan con los cuerpos de los jugadores, los ladrones que aprovechan para hacerse su agosto, los que le buscan el lado cultural para aprender sobre las distintas formas de vida de los países que participan, los que se suben al bondi porque cualquier cosa que sea joda los deja bien…

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Yo tengo una sensación ambivalente con los mundiales. Mucho más luego de lo que vivimos los argentinos en el 78… Como yo tenía once años e ignoraba todo lo que ocurría, nunca tuve culpa después, pero sí vergüenza como miembro de una nación que salió en su mayoría a festejar los goles mientras se torturaba y asesinaba a metros del monumental. Así y todo disfruto mucho de los partidos, me encanta el fútbol aunque lo juegue muy mediocremente y sepa menos de su historia y su presente. No tengo cable en mi casa, el aire se ve muy mal, por lo que nuevamente iniciaré mi rito de buscar bares cerca de casa para ir a ver los partidos de la selección. Y sé que la voy a pasar muy bien, me voy a apasionar, divertir y hasta entristecer si hay alguna derrota. Y sé que también me voy a agarrar la cabeza cuando vea la cantidad de gente que sin ir a jugar a Brasil, pone todo ahí… como si de veras se jugara algo más que ver quien hace más goles en 90 minutos o quien gana más partidos en esas cuatro semanas.

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Sanchu De Raedemaeker

Mundial es la mirada que pretendemos tengan hacia nosotros a través de las piernas de once jugadores. Los queremos cuando nos representan en goles, los descartamos cuando no brillan en la alfombra verde. No somos fieles a nuestras convicciones, cuando se defiende un equipo es en las buenas y malas, y en lo malo, somos maestros internacionales. Las cosas no cambian pero a mí me marcó la música de batalla del mundial ’78. Ese año fue el mundial de la mentira. Detrás de una copa elevada al cielo, había sangre en la tierra. Después vino una trampa llamada gol a los ingleses, que lo ponen en videos cebolleros, para tapar la ignorancia. Somos campeones en volver al ridículo. Este odio-amor que me otorga lo que se festeja, se está tornando indiferencia. Este año, como pocos he visto la espuma hacia el mundial en un aparato, pero no en las personas. No hay alma de festejos ni siquiera en los brasileros, y si no son ellos el referente de la alegría ¿quiénes? No reconozco el celeste y blanco, más que en un colegio primario. Ahí es donde la pureza se eleva, y las ilusiones de la patria juegan. Lamento ser tan mala onda en lo que se refiere a festejos universales. Hasta el mismo Papa es un plan de turismo, cuando lo tuvimos tan cerca, en el mismo colectivo sin saber quién era. Siento frío con nuestros conceptos, no me abriga nada. Mañana será otro día y todo habrá terminado, el nido será siendo el mismo y lo peor, nosotros que miramos siempre otras latitudes, creyendo que eso nos hace más cultos, cuando tenemos que usar un GPS, para saber dónde estamos parados en nuestro suelo. No hay mundial para mí, hay una argentina que no discute a menos que se le pregunte. Este país necesita más sonrisas de gentes solas y miedosas. Necesita gobiernos que nos abracen más y nos saquen este frío que produce la indiferencia hacia el prójimo.

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Diego Pascual

ENSAYO MUNDIALISTA

Cuando pienso en el Mundial me invaden momentos, imágenes, sensaciones. "El barrilete cósmico de nuestros corazones del 86...","el ahora o nunca Cani del 90...", "El Siamo fouri della copa, de la mano del Goyco..." Hechos inolvidables e históricos que forman parte de la épica del pueblo futbolero. Momentos que se guardan, se atesoran como logros propios en los corazones del hincha común, el legítimo. El que nunca abandona la pasión por la pelota. El surgido del potrero, ya sea de tierra, de barro o de mosaicos. El que se quemó la piel con la temible pelota de goma. El que jugó siempre, ya sea con pelota de goma, de medias, de cuero, de plástico, y hasta botellas... El que jugó hasta las doce de la noche. El que se embarró y mojó hasta los huesos jugando en la lluvia. El que rompió las zapatillas nuevas, y hasta los zapatos en la escuela. El que jugá al 25. El que jugó al loco. El que jugó a Cocacola con la cabeza. El que jugó a los penales. El que jugó a hacer jueguito más veces... El que hizo alguna vez una chilena, un gol olímpico, una rabona, un sombrero, un caño, una pisada, una pared, un autopase, una volea, un tres dedos, un putín, un centro atrás, una palomita... El que jugó siempre por el placer y por el honor en cualquier parte, el que lloró por su equipo de niño y también de grande. El que nunca faltó a un partido ni a un entrenamiento. El que jugó con botines prestados y hasta dos números más grandes. El que jugó con zapatillas. El que sólo podía jugar descalzo... El que se emocionó cuando le regalaron su primera pelota. El que se emocionó cuando se ganó en el club el honor de ponerse la camiseta de titular. El que se emocionó cuando hizo el carnet en la liga. El que se emocionó con su primer botín (Juvenal, Sportlandia, Diadora, con mucha suerte Adidas), el que se emocionó cuando escuchó ese ruido único que hace la red cuando se hace un gol... El hincha argentino se moviliza, se reactiva cada cuatro años. Porque en él conviven sus momentos épicos personales, sus sueños de jugador aún vivos. ¿Ilógico? ¿Incomprensible? No. Sólo pasión por el fútbol, pasión argentina.

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Aitor Arjol

FÚTBOL DE "ADEVERAS"

Muchos piensan que ya no es la música la que amansa a las fieras, sino ese aliteración en forma de pelota de fútbol, cuero, esférico o como quiera que cada cual le llamen. Pero no solo a las fieras. Sino también a los gritos, los enredos, las animaladas, los jarrones, las guerras y hasta la hipocresía. A todos ellos amansa el deporte del césped. Es la anestesia del mundo postmoderno, ante la cual cualquiera se alegra de que le duerma frente a la pantalla, una vez perdido el encanto mediático de estar en plena euforia, con olor a sobaco ajeno, imprecando al árbitro o deseándole que pase buena noche con el vecino una vez se haga el respectivo cambio de pareja y su mujer se quede con la respectiva aguantando al par de jamelgos que gritan con una cerveza frente a la pantalla del televisor. Todo eso lo diría un pesimista redomado. Por el contrario, el fútbol es el de los abecedarios. El asfalto de los carros. El paraíso de las banderas. La pirotecnia de los que ganan la liga. El último eructo de los dioses. El maquillaje de las reinas. El espejo que todo lo sabe. Es capaz de generar las más heroicas gestas después de Ulises, Calisto, Melibea y don Quijote de la Mancha. E incluso sobrellevar mejor que el resto de héroes la carga de responsabilidad que supone ser el mártir que desciende o el segundón en las finales. Todo se detiene para adorar al gran balón o dios del balompié. Todo es euforia y, al parecer, el tercer lugar donde todos, grandes y chicos, flacos y gordos, bizcos y miopes, territoriales y pacíficos, somos iguales. Porque, finalmente, hay tres sitios donde vamos a parar en igualdad de condiciones: el ataúd, allí donde cagamos y un estadio con gradas. Es allí donde la guerra queda en un segundo plano y los fusiles se dejan apoyados en la pared, como en aquellos viejos tiempos de la Edad Media, no se si baja o alta, en que los jueves, viernes y fiestas de guardar, estaba prohibido guerrear o tal vez ejercer el derecho de pernada, ya saben, eso de acostarte con la casadera antes de que lo haga el casadero con ella. Para mí, sin embargo, no sé lo que es el fútbol exactamente. En primer lugar, porque no me da comer, así lo afirmara mi padre constantemente. Además, está claro que no lo persigo ni me atañe, salvo algunos días en que el equipo preferido de mi ciudad juega allende al mar y siento una identificación postrera. Pero poco más. Luego me uno a la sempiterna rivalidad entre blancos y blaugranas, pero tampoco me dan de comer. Más bien me encamino por la simpleza, lo llano, lo sencillo, lo cordial y lo "poca cosa", por eso de que el ratón con poco queso está más contento que el que tiene a su disposición toda una estantería de manchego hasta el punto de no saber por dónde empezar. Después, por que he leído el fútbol a sol, sombra, media sombra y oscuridad que escribió Eduardo Galeano y me dejó un enorme resabio

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positivo acerca del fenómeno planetario de este deporte, el fútbol, donde en todo caso, antaño todo eran hazañas y heroicidades sin demasiada retribución y hoy es cosa de los intereses de unas pocas multinacionales y de salarios que elevan al jugador a la categoría de farsantes que deben cumplir con una imagen, aún así se conviertan en el referente de las juventudes grandes y chicas y los mismos protagonistas encumbrados al Olimpo futbolístico deban cuidar la imagen porque como hagan alguna pendejada fuera de tono, les caen los medios de comunicación y la opinión pública encima. Otrosí, tampoco he de negar lo que me fascina, que es la capacidad para aglutinar masas, panaderos, albañiles, taxistas, alguaciles, jueces de Primera Instancia, docentes, funcionarios públicos, asistentes administrativos, duques, condes, pastores sin rebaño, sacerdotes, actores, pícaros, huevones, intelectuales, poetas, carreteros, mecánicos, ingenieros, economistas, guías turísticos, vagabundos, choros, ladronzuelos, motoristas, chóferes, mensajeros, carteros, barrenderos, pelucones, pijos, camareros, andinistas, pelotudos, pasotas, desempleados, abnegados trabajadores, concejales, estudiantes de Secundaria, universitarios, catedráticos, jubilados, mis padres, los tuyos, tu tío, mi prima y los familiares de todos ustedes, por citar una larga y heterogénea lista de circunscritos al hábito de emocionarse. En definitiva, y pese a que nos joda o nos alegre en mayor medida, el fútbol es como la pelota vasca en la América de principios del siglo XX, una verdadera odisea. Es decir, hay que reconocer su mérito: es capaz de detener lo que ni siquiera el más avispado e inteligente político será capaz de conseguir a lo largo de su descuidada vida plagada de peculados, comisiones ilegales, retórica vacía y cabeza hueca. Es capaz de llenar el vacío de las almas. Y eso señores, en estos tiempos que corren, es como que dé peras el olmo. Casi un milagro. Me haría ilusión que lo publicárais en algún medio de comunicación de allí. Tenéis mi permiso y creo que no hace falta ningún tipo de corrección de estilo.

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Mercedes Antón Cortés

EL FÚTBOL

Un mito. Algo a lo que adscribirse y por tanto algo por lo que afanarse. Motivo de admiraciones varias. La sensación de pertenencia y por ende, la justificación de vocear, brindar, celebrar. Sucedáneo de la patria, sustituto de la bandera, a veces de las ideologías y en algunos casos, hasta de la familia.

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David Haskel

Está escrito en uno de los tantos evangelios apócrifos: todos somos dioses caídos de los cielos. Algunos hablan de un gran trueno que sacudió las nubes como jamás se habían sacudido. Otros de un volcán que escupió tanta lava y tan alto que incendió la atmósfera por cuatro siglos. Y otros dicen que fue una guerra cruel entre dioses en la que los vencidos fueron arrojados sin piedad a la Tierra. Sobre eso no hay consensos. Lo que sí es seguro es lo de la caída. Al principio, todos lo recordábamos y luchábamos día a día por recuperar nuestro sitio junto a los otros dioses que seguían y siguen enseñoreándose en los cielos. Claro que antes era más fácil recordarlo: nos poníamos a prueba ante cada mamut o tigre diente de sable que cazábamos y ante cada pueblo que conquistábamos. Escalando montañas, cruzando mares, atravesando desiertos, adueñándonos del fuego y de los ríos y las tierras gritábamos “¡Acá estoy! ¡Soy poderoso! ¡Quiero volver allá arriba con los otros dioses!” Con el paso de los milenios fueron desapareciendo los mamuts y casi todas las bestias salvajes. Y todo lo demás, como trepar montañas, y surcar los mares y hasta los cielos se convirtió en algo al alcance de cualquiera. Basta con subirse a una máquina y abrocharse los cinturones. Por eso muchos han olvidado su destino. Pero otros no. Otros lo tenemos muy presente. Sabemos bien sabido que la guerra hoy es más sutil pero sigue siendo guerra. Que la bestia ya no tiene grandes colmillos ni pesa toneladas, pero sigue allí, apenas disimulada. Que el enemigo ya no trae lanzas ni flechas pero continúa siendo tanto o más brutal de lo que era. Hoy los tigres dientes de sable, el combate, los dragones y los monstruos marinos están agazapados, ocultos en un puesto de trabajo, en un libro que hay que estudiar, o en un “inofensivo” estadio de fútbol. Los que tenemos memoria sabemos que cada conquista es un peldaño que nos pone un poco más cerca de nuestro verdadero destino, ese del que nos arrancó una tormenta, un volcán o unos dioses impíos. ¡¡¡Vamos, Argentina, carajo!!! ¡¡¡Vamos, que ganamos!!! ¡¡¡Hasta el cielo no paramos!!!

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Raúl Bareño

Breve ensayo de protesta a uno (SS) y de realismo a otro (DH). El primero, parece que por desconocimiento - adopto aquí la presunción de inocencia - no se ha tenido en cuenta mi origen, con el agravante de que éste me tiene como connacional de equipos que "apenas" lograron dos campeonatos mundiales, 1930 y 1950, el último precisamente frente al local donde se disputa el próximo. Se hace alusión a España y no a Uruguay (mi origen) ni a Mozambique (mi residencia). El segundo, lamento que no lleguen al cielo, Uruguay os detendrá en el purgatorio para enseñar el camino que marca el pasado rumbo al futuro. Por lo expuesto, mi ensayo queda stand by.

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Julio Fernando Affif

UNA SORPRESA EN BEIRUT CITY

Caminaba sin destino fijo por el centro de Beirut, esa misteriosa ciudad que llamaban indistintamente La Suiza o La París del Medio Oriente o la Perla del Mediterráneo. La primavera despertaba con todo su encanto en la ribera oriental del Mediterráneo y Líbano, una tierra tocada por la mano de Al’lah, acercaba a la ciudad el aire perfumado de las montañas; desde la antigüedad se conocía a la región como “El País de los Perfumes”. Sólo hacía dos días que había llegado y ya mi posicionamiento mental acerca de este país y su gente había pegado un giro de 180 grados. Cuántas fantasías me había generado la ignorancia, cuántos preconceptos injustificados tuve que apartar repentinamente para ubicarme en la realidad de un país árabe parlante que no tenía camellos, que no tenía desiertos, con gente que en su enorme mayoría se vestía igual (o mejor) que yo, que dominaban el francés y el inglés casi a la perfección y algunos el español y el italiano. Una ciudad moderna me abría sus puertas para que, a través de ellas, tomara contacto con todo el mundo. Ése era el Líbano, no la figura estereotipada que Hollywood había formado de los árabes del desierto. No sé si para bien o para mal, pero ésta era la verdad, lo real, lo tangible… más allá de toda fantasía. Yo llegué al Medio Oriente creyendo que Al’lah era el Dios de los musulmanes y descubrí que era el vocablo árabe utilizado por todas las religiones para nominar a Dios. Lo contrario sería como pensar que God es el Dios de los ingleses. La redacción me había enviado, en una recoger impresiones relacionadas con el por estos lares se tenía del deporte que, importante de la vida social, en una argentinos.

especie de raro periplo, para fútbol y el conocimiento que para nosotros, era una parte región algo ignota para los

En el avión rezongaba por lo bajo, recriminándoles que no me hubieran enviado a cubrir alguna nota a Brasil. Me habían anticipado en la embajada, cuando fui a solicitar la visa, que el deporte para ellos era el básquet y que en Líbano eran admiradores de Ginóbili. Me c… en Manu. ¡¡¡Qué aburrimiento, Dios!!! Imaginaba a las mujeres con esas largas túnicas que deforman el cuerpo, con la cabeza tapada y un velo que no sé si les permitía mostrar los ojos. ¡¡¡Qué error!!! ¡¡¡Qué mujeres, por Dios (o por Al’lah)!!! El primer día, caminando por Hamra Street hacia el mar, extasiado por los edificios modernos y los coquetos bares, no podía dejar de asombrarme por la belleza de sus mujeres, la cordialidad de los hombres y las construcciones modernas que contrastaban con la arquitectura de fachadas antiguas, pero reconstruida como edificios inteligentes.

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Sentado en uno de las mesitas en la calle me animé a pedir un café. - Mexican? me preguntó el mozo en un excelente inglés. El cónsul me había avisado: - No pregunte Do you speak english? Hable directamente en inglés. - No, contesté, Argentine. - Aryantini?... Messi! Casi me caigo de la silla. ¿Qué sabían estos tipos de Messi? Y sabían, vaya si sabían. Luego recordé algunas anécdotas de Humberto y de sus ocho viajes a este maravilloso país y extraje de mi memoria aquélla de su enfrentamiento del guía con un piquete de las tropas sirias - cuando todavía no habían abandonado el país - que no los quería dejar avanzar. Humberto bajó del automóvil diciendo que venía de Argentina. Aryantín? Maradona, ial’la, y los dejaron pasar. Algo me había contado también mi amiga la corresponsal de guerra en Irak, cuando cubría el primer genocidio del siglo XXI. Allí el nombre de Maradona era mágico. Son muchas las sorpresas que recibo desde que estoy aquí y estoy rogando que no me llamen para que vuelva. Pero la más linda impresión me la llevé ayer, cuando, colgando de un modernizado edificio se me apareció el cartel. Digamos que muy futbolero no soy; tampoco un xenófobo que hace gala de un patriotismo insuflado. Pero realmente, repentinamente, tuve ganas de llorar.

Julius Khalil

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Mauricio Castello

La Pulpería del Cotorro, un sentimiento más argentino que la selección.

Respecto a tácticas, hay una que se cae de madura...

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Dicky Schefer

¿Cuánto pagarían en distintos países por salir campeones?

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María Ester Arnejo

Admito que no me interesa el fútbol, y tengo mis reservas en cuanto a los mundiales. Son opiniones de una analfabeta en materia deportiva. Por eso y dado que la consigna trataba de escribir un ensayo, me puse a leer sobre los mundiales de fútbol y la tecnología y qué más atinado que observar cómo fue la evolución de las grandes protagonistas, las que todos disputan, las que todos desean tenerla entre sus piernas y sólo uno las puede tocar con la mano, ¿cómo se llaman? Comparto con ustedes las pelotas de los mundiales.

http://youtu.be/x_XsvFMOOzw

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Roxana Conti

EL SER NACIONAL

El ser nacional, el gusto por lo propio, la casa de uno, el lugar donde se nace, se aprende casi desde la panza. Se transmite en cada gesto familiar. Cada frase que nos es dicha desde niños lo lleva impregnado y también cada deseo que se nos impone desde que nacemos. Esa fuerza telúrica que nos hace sentir orgullo por el suelo que pisamos, el lugar al que pertenecemos. Eso nos fue quitado. Lo hemos perdido en alguna parte. Más allá de los vaivenes de alguna moda pasajera, del auge del turismo rural, el folklore en nueva versión, la publicidad que pone a la Patagonia como destino codiciado por los viajeros del mundo y cosas por el estilo, el nacionalismo se nos esfuma cuando miramos embobados lo extranjero como algo maravilloso. Cuando los brillos de la etiqueta made in certifican calidad indiscutible. Lo foráneo, lo de afuera, siempre es mejor, pareciera. Y no es un fenómeno autóctono, es un sentimiento que se ha esparcido por el territorio americano como un virus, destruyendo casi hasta la extinción lo poco que queda de la esencia latinoamericana. Dar vuelta la cara y no apreciar la belleza de lo autóctono. Es mejor mimetizarse con lo extranjero a saberse parte de esa cultura ancestral, que supo vivir con los frutos de la tierra, en armonía con el universo, aceptando los ciclos naturales sin interferir y sin destruir lo que los rodeaba. Todo eso no sirve o no vale. Nada tiene que hacer frente al plástico y los brillos. No cotiza. En mi país es peor nacer wichi que cualquier otro infortunio en este mundo. Sentimos el nacionalismo al compás de un mundial de fútbol. Y aparece la primera persona del plural. Y nos ponemos la camiseta. Y en pocos días no se hablará de otra cosa. La bandera argentina en estos días sirve para vender desde calzones hasta alimentos para bebés. Esas publicidades que apelan a la lágrima y al falso sentimiento de pertenencia a este territorio. En alguna parte perdimos el rumbo. Aunque nos harán creer por unos pocos días que no es así y que el pueblo palpita con la celeste y blanca.

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Eduardo Mizrahi

MUNDIAL

Vivimos ansiosos los días previos. Miramos los fixtures hasta que los aprendemos de memoria. Discutimos el plantel porque todos somos técnicos. El que está a cargo siempre sabe menos que nosotros, que somos todos técnicos. Vamos a salir campeones y a ser eliminados en la primera fase. Está el mejor del mundo, y el peor también está convocado. Desempolvamos la camiseta albiceleste del mundial pasado. Nos queda chica. ¿Adelgazó ella o engordamos nosotros? Igual nos encorsetamos en nuestra enseña patria. Preparamos la picada y le ponemos un bozal al perro. La cuestión es preservar los salamines y además escuchar el relato. O era escuchar a los salamines y además preservar el relato? Nos acomodamos en nuestro sillón favorito. Hacemos callar a las mujeres, que comentan lo lindos que son algunos jugadores. Se enojan y se van, corremos atrás de ellas para que vuelvan. Hecha la paz comienza el partido. Cruzamos los dedos. Alentamos, sufrimos, gozamos. Puteamos al árbitro, a los otros, a los nuestros. Gritamos nuestros goles, montamos en cólera con los ajenos. Ganamos, empatamos, perdemos. Y después somos los mismos, el mundo nos es ancho y ajeno.

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Andrea Goldberg

EL FUTBOL / EL MUNDIAL

Habiendo concluido la semana y no habiendo cumplido en tiempo y forma con la consigna es que me presento humildemente ante mis cofrades, ya no solo contertulios, lipenses para decir: Considerando: − que el mundial es un negocio consumado, − que dicho negocio es traccionado, conducido, generado y protagonizado por varones, − que el referido negocio involucra los intereses económicos políticos sociales y libidinales de la mayor corporación de la historia de la humanidad que son los varones, − que durante el transcurso del mundial la mayoría de la audiencia concentra sus mayores atenciones en el evento de referencia, − que entre la audiencia se encuentran actores clave para la toma de decisiones sobre nuestro futuro y el de la humanidad toda (alguno debe haber, ponele: un diputado no te da quorum hasta septiembre si llegamos a la final), y − que el referido mundial constituye una ventana de oportunidad para que las minorías, o sea las mujeres, hagamos por lo menos algo útil y necesario en este país, aprovechemos junio-julio para, al menos, votar en favor de la ley del aborto en Argentina. O vamos a tener que esperar 4 años más hasta el próximo mundial.

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Andy Pecas

ENSAYO

Para mí, un ensayo es esa cosa previa a la obra bien terminada. Si me dicen “escribí un ensayo” entiendo que me dicen que han escrito algo así nomás, a las apuradas para revisarlo algún día y hacer algo con esas hojas garabateadas. Y si alguien me dice a mí: “escribite un ensayo”, sé positivamente que lo que me dice es que no me creen capaz de escribir algo bueno de entrada. No los juzgo, ojo. De hecho, lo comparto. Pero, ¿por qué me piden a mí un ensayo sobre fútbol? Muy curioso: no les parece que pueda escribir bien, que sepa poner cosas sensatas y me sientan a escribir “ensayos”. Que ensaye hasta que aprenda, supongo. Y de fútbol. Claro, porque suponen que tengo un amplio conocimiento sobre ese deporte. Tal vez por eso de que soy de la Academia, no sé. Insisto: ¿qué opinión puedo dar yo sobre el Mundial? Bueno, pues como dar... puedo dar varias. Puedo dar una opinión social: o sea, veintidós tipos obscenamente ricos por patear bien una pelota mientras millones de otros con igualdad en número de piernas no consiguen un trabajo decente para mantener su casa. Muy socialista esto del fútbol, sí. Ah, bueno. Esto les deprime. Esta opinión no le gusta a su Señoría, el rey de Espadas. Entonces, daré mi opinión cultural: Un gran espectáculo por el cual la gente paga fortunas, saca préstamos y viaja hasta el confín de los infiernos para llenar un estadio. Esa misma gente que no paga cien mangos miserables para ver una obra de Shakespeare interpretada por actores que terminan suicidándose por ver sus salas vacías. Por sus expresiones variopintas, veo que tampoco esta opinión es de su agrado. Este ensayo les parece una soberana porquería. No se sulfaten. Luego les escribo otro. Total, ensayar me encanta. Ahora bien, he de reconocer que hay cosas más allá de lo socio-cultural en esto del fútbol. Porque esa sensación indescriptible de ver a once muchachos vistiendo la albiceleste, esos 90 minutos (con alargue y penales si el mierda del árbitro así lo dispone), la gloria de ver esa tribuna alentando al unísono con el mismo amor en la voz, saltando o mordiéndose las uñas según vaya sucediendo la cosa, el calvario de no

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saber para donde va a entrar esa pelota, con esos jugadores que se niegan a escuchar nuestras miles de contrarias indicaciones. El Sabella que no deja de pasearse por el banco de suplentes, nuestros pulmones sabiendo, presintiendo, palpitando y saboreando el grito que pronto estallará en el aire mundialista:

¡¡¡¡¡GOOOOOOOOOOOOL!!!!!

Y el abrazo con el desconocido de al lado. Y el júbilo. Y el grito de

¡Dale, Campeón! ¡Dale, Campeón! ¡Volveremos, volveremos, volveremos otra vez... volveremos a ser campeones como en el 86!

¡VAMOS, ARGENTINA, CARAJO!

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EDICIONES LIPE DOMINGO 8 DE JUNIO DE 2014



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