LA MUERTE

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LA MUERTE


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


LA MUERTE


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CONSIGNA DEL DOMINGO 7 DE DICIEMBRE DE 2014 Tema

LA MUERTE

Ponente

NURIA NAVAJAS

Todos tenemos que encontrarnos con ella en algún momento de nuestra vida. Hablemos de ella sin temor, sin miedo, sin tristeza. Miedo a los vivos, no a la muerte. Os propongo que hablemos de la muerte. El que quiera puede hacerlo con humor, si así lo desea. Cómo describir la muerte para darle la dignidad que merece, ¿acaso no es un momento más de la vida, aunque sea el último? Ánimo, no es tan tétrico como parece, simplemente es única. Buena semana para todos.

Nuria Navajas

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Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando; cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor. Jorge Manrique (Recordado por Andy Pecas)

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Julio Fernando Affif

CATORCE GRAMOS

¿Quién puede hablar de frente contigo, Muerte, sin quebrar la Ley del Universo? Sin embargo, yo he podido, displicente, después de haber besado tus cabellos. Fulgurante estallido entre las risas, liviandad y el llevar el todo hacia la nada, sentir que el peso de la brisa no incomoda y flotar. Aventurero del espacio y las estrellas, gravedad que no existe en tus entrañas, sonidos roncos, placidez extrema, amalgama del tiempo y de las almas. Espíritus serenos que me llaman convocando a la eterna alegoría que no espanta, resbalando en mis brazos me desprendo, llega la luz, regresa el alma ocupando furtiva mis sentidos, aliviando a mis amigos de tu saña. Pude besarte, Muerte, y no me parecías tan extraña.

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María Gabriela Failletaz

LA MUERTE

No me es ajena la muerte. Ni absurda. Ni distante. Pero eso sí, me resulta definitivamente antipática. Imprevistas o presagiadas muertes empuñan sus armas diariamente. Soberbias, miserables y crueles se abalanzan sobre mi punto más débil o como larvas van horadando sus bocas, la herida abierta. Son los abandonos, los yerros, los fracasos, las tristezas y el dolor enajenado, la consecuencia. Me someto y sucumbo a su tiranía, pues es ley natural que existan las pequeñas y detestables muertes. Son lógicas, casi siempre productivas. ¿Cómo habría de fulgurar el retoño del inmenso sauce si no derramara los rizos de sus tortuosas ramas en el invierno? ¿Qué fruto jugoso puede engendrar la flor que no ha perecido? Intento no dejarme seducir mucho tiempo por su lenguaje delirante, por sus confortables calmas aparentes o sus rígidas posturas que paralizan. Muertes diminutas como insectos molestos, muertes en vida, contra ésas luchamos para sobrevivir.

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Gaby y la muerte vistas por Mauricio Castello

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Paula Ancery

TAL VEZ SOÑAR

Cuando se murió Perón, yo sólo tenía cuatro años; pero todavía hoy, cuando en algún documental, en algún aniversario, veo su féretro llevado a pasear y escoltado por uniformados en moto, me sorprende lo fidedigno de mi recuerdo de aquellos días en que la tele no tenía otro tema. El acontecimiento en sí mismo era histórico y, además, yo estaba en una edad en que era lógico que me impresionara. Pero no me atemorizó, no me hizo proyectarme al día en que me tocara a mí también –cosa que ya sabía que iba a suceder-, no fue una impresión negativa. Tampoco alegre. Lo que quiero decir es que me hizo pensar. Perón había sido embalsamado y no sólo en la tele, sino también en los diarios y revistas de aquellos días –en mi hogar se consumía mucho periodismo, y además mi papá era peronista-, abundaban las fotos del tipo en el cajón. Y yo no me ponía deliberadamente a mirar, pero lo veía y aunque no dudaba que Perón estaba muerto, me preguntaba ¿y si estuviera dormido, que después de todo es lo primero que uno piensa de un tipo acostado y con los ojos cerrados? A esa edad no había escuchado nunca aquello de “morir es dormir, tal vez soñar”; pero convengamos que la frase tampoco es un hallazgo único, una ocurrencia original. Se habla del sueño eterno, de descansar en paz, de que la tumba es el lugar donde los muertos reposan. En casa ya teníamos desde antes el libro de Pedro Ara, el médico español que había embalsamado a Evita. Yo, que todavía no sabía leer, solía hojear ese libro porque me gustaban las fotos. Y el doctor Ara había creído necesario mostrar un montón de fotos de Evita en diferentes etapas de su vida, para mostrar al final como el trabajo de él con ese cuerpo había preservado fielmente el aspecto que ella había tenido en vida. A mí siempre me habían gustado las imágenes de mujeres lindas y elegantes; y el libro de Ara mostraba a Evita en el esplendor de su belleza –con esos vestidos y esos peinados tan femeninos que se usaban en la época de ella-; y luego cada vez más flaquita y consumida –pero todavía linda, porque era muy joven y porque para la década del ’70, que era cuando yo veía esas imágenes, la delgadez extrema y cierto hálito de languidez se habían vuelto un estereotipo apreciado de mujer atractiva-; y luego, ella también, embalsamada y en su féretro. Todavía seguía estando linda. Y también me parecía que muy bien podía haber estado dormida.

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Entonces se me ocurrió que a lo mejor la muerte tenía de verdad algo que ver con estar dormido. Un sueño del que nadie despertaría más, eso lo tenía claro porque en mi hogar no existía la religión y nadie me había hablado nunca ni del cielo, ni del infierno ni de ninguna clase de trascendencia. Pero a lo mejor había otra similitud entre estar muerto y estar dormido. A lo mejor, muerto también se podía soñar. Uno no se despertaba más y por eso mismo, seguía soñando indefinidamente. Así se me ocurrió algo que me interesó mucho. Si Perón soñaba con Evita y Evita soñaba con Perón, era como si siguieran estando vivos y, lo que era mejor, juntos; porque uno, cuando duerme, no sabe que está soñando, cree que sus sueños son la realidad. Si esto fuera así como yo estaba conjeturándolo, sería muy lindo, porque quedaba abolida una de las peores consecuencias de la muerte: la separación de los seres amados. Así que, sin decirle nada de todo esto, le pregunté a mi papá a boca de jarro: “cuando la gente se muere, ¿puede soñar?” Todavía recuerdo el gesto que hizo con la mano mientras me contestaba: “No. Cuando uno se muere, se termina todo.” Extendió la palma con los dedos juntos, y con el antebrazo dibujó un arco en el aire, como si estuviera borrando un pizarrón: el pizarrón donde los crédulos inscribían sus fantasías sin sustento. Papá no podía saber todo el encadenamiento mío de suposiciones que estaba borrando con ese gesto y con esas palabras. Y yo tampoco puse en duda las suyas hasta después de muchos años.

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Claudia Castañeda

UN MONÓLOGO INTERIOR

No sé muy bien por qué tengo temor a la muerte. La verdad, es que debo querer trascender. Porque si no trasciendo, ¿para qué carajo viví? También me pasa que desearía cuidar eternamente a mis hijas. También me pasa que tengo miedo de que se muera la gente a la que amo. La muerte es un tema: dejás de existir, pero te quedás en la memoria de quienes te amaron en vida- igual la memoria falla-. Terminás siendo el olvido, la trascendencia… y después… ¿qué carajo viene? No sé, no suelo ser muy optimista hablando o escribiendo del tema. Suelo pensar en una puta hipertensión heredada, suelo pensar en eso de muerte lenta, suelo pensar en que puedo no despertarme al otro día. Es diciembre, cumplo años y se me da por pensar estas boludeces. Igual, creo que mis muertos reviven cada vez que los recuerdo.

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Maribel Martínez

UN RITO CEREMONIAL ÚNICO

Dicen que había que decidirlo en unos instantes. Caminar todo el camposanto, en medio de una llovizna, para cumplir con ese día otorgado para el retiro de los restos de los huesos de esa mujer magnífica y fuerte como el algarrobo. O coordinar con los encargados y la administración, otra mañana temprana. Pero esa joven tuvo las agallas suficientes y lo hizo como estaba organizado. Recorrió con su paraguas violeta, su estilo neogótico y sus mil trencitas tipo rasta, ese espacio nebuloso, húmedo y sin nadie de visita. El sepulturero la esperaba en el lugar indicado, a la espera de su presencia para el traslado correspondiente de tierra al nicho asignado. No existió en esa chica ecléctica, en su ser mágico, ni una gota de miedo fantasmal ni nada. Sólo el bello y merecido compromiso de hacer ese camino a las 7:30 a.m. Lo valía. El coraje estaba en su ADN. Igual que el alma de su MADRE.

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Pablo Miguel

LAS MUERTES 1

Hay una vieja discusión sobre qué costos pagar por extender la vida artificialmente. Se plantea mediante la dicotomía entre cantidad y calidad de vida. Con la muerte, tal vez porque sabemos de antemano su cantidad (salvo esporádicas resurrecciones), no se plantea eso, pero hoy quiero hablar sobre la calidad de muerte. Me referiré, para el caso, a mis dos abuelos. Uno de ellos, con menos de treinta años, decidió pegarse un balazo en la sien poco antes de que naciera mi madre. No sé mucho sobre sus motivos porque siempre fue un tabú familiar. Lo que sé es que en aquel entones se consideraba una muerte honorable, parece que incluso en el caso de dejar una esposa a punto de parir y hacerla salir a trabajar (en el mercado laboral de los años 20) dejando a la beba al cuidado de familiares. Lo sé porque nunca escuché un reproche al respecto por parte de mi abuela ni de mi madre, al punto que esta última no sólo lleva orgullosamente su apellido hace casi noventa y dos años sino que le puso a su primogénito el nombre de pila del suicida (algo que mi hermano, recién ahora cincuentón, me confesó que todavía no digiere). A pesar de lo que yo considero una imperdonable falta de compromiso, él eligió cuándo, cómo y dónde. Mi otro abuelo la yugó toda su vida. Pasó penurias y seguramente hambre para que no le faltara la comida a su hijo, mi futuro padre. Sin ninguna educación formal hizo de todo, supongo que el puesto en el que más a gusto se sintió fue el de capataz de parque en una estancia bonaerense. Cuando mi viejo se casó acogió en la casa que sus innumerables trabajos le habían permitido comprar a su nuera, su consuegra viuda y al nieto con nombre polémico; al poco tiempo nací yo y ahí me crié. Allí él tenía una habitación, un galpón con sus herramientas, la mayoría de fabricación artesanal propia, pero ante y sobre todo tenía su jardín. Una buena cantidad de metros cuadrados presidida por un cedro centenario anterior a la casa, con frutales, plantas aromáticas y ornamentales organizadas con esmerado arte. Esa era su obra y su orgullo. Llegado a cierta edad en la que eso no resulta extraordinario contrajo cáncer. Él conocía muy bien esa enfermedad porque había acompañado a su mujer, la abuela que no conocí, en una larguísima agonía domiciliaria; pero corrían otros tiempos y estaba de moda la internación, el lugar elegido fue por supuesto la clínica del barrio, a sólo un par de cuadras. Recuerdo llevarle ahí los dibujos que le hacía, recompensados, atravesando el dolor (que ahora imagino pero 1

En plural, porque hay una para cada uno y nunca dos iguales.

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entonces no concebía), con caricias y un "gracias, Paulito". Mientras tanto, el jardín delataba su ausencia para quien quisiera mirar. En muy poco tiempo estaba desahuciado. Ahora sé que todos sabían, los médicos y los enfermeros que lo atendían, también la familia, que era cuestión de días. Ahora creo saber que también lo sabía yo, con mis escasos seis añitos, y que no hubiera costado nada ponerle una reposera bajo el cedro, mirando hacia su ciruelo y el camino de entrada que anualmente se cubría de azahares. Pero los paradigmas se imponen y son difíciles de romper: en nombre de saberes médicos que no merecen ese nombre lo obligamos a morir a apenas doscientos metros de su lugar en el mundo, de su paraíso del cual era demiurgo, pero en una habitación blanca e impersonal, con luz eléctrica y sin una reputísima maceta. Qué sé yo, supongo que uno muere como puede y jodidamente lo dejan. En cuanto a mí, mi familia tiene bien claro (espero que cumplan sus promesas) que cuando me llegue la hora, porque hay que tener muy poca conexión con uno mismo para no reconocer ese momento, me dejen morir en paz y a mi manera.

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Antonio Lendínez Milla

LA MUERTE

Vivir es la gran experiencia, la muerte es la cosa cierta. Morir es desaparecer, no estar presente. También, es morir un no abrazar la vida como viene y se presenta, sin dar nuestra propia respuesta. Se tiene miedo a relacionarse con lo que es, ese miedo envenena la vida, es de la muerte su tufo. Entre el nacimiento y la muerte, la vida se nos presenta. Gozarla es nuestro deber, relacionarnos con ella, jugar ese juego que propone. Si no aprendes a relacionarte vas muriendo poco a poco. Si no aprendes a relacionarte estás muerto. Existimos en un breve espacio de tiempo. La vida quiere nuestro gozo, y si no gozamos… de vivir nos priva. Aparece la muerte entonces, que es la ausencia de la vida. En este mundo de sombras y luces, de gozos y de desdichas, de las caídas se aprende, del día y de la noche misma. En el sueño, muy consciente uno, todo se vive y se recuerda. Despierto se está vivo, es evidente. Mas si estás despierto y sueñas, durmiendo estás; muerto estás, que de la vida no te enteras. Se puede ser un muerto viviente, hay muchos así en esta vida, inconscientes sin saber lo que se hacen, ni lo que le están pidiendo a la vida. Despertar atento a lo que hay aquí, a la vida, a lo que en este instante sucede, cuando aquí pasa la vida. La muerte es un no prestar atención, sereno y observante, a lo que nos trae el día a día. No vivir este instante que pasa, este eterno presente, es perderse la vida. Cuanto más conscientes seamos más amplio será este momento. Todo es en este instante, en este estar presente, completo. No hay nada que sobre ni falte; simplemente es, como cada uno es: siendo uno mismo. Desaparecer es la muerte de este instante dónde estamos. Si no estás aquí, ¿dónde estás? Muerto estás a lo que hay. Has dejado de vivir, te has perdido este momento, te distrajiste, no viviste. Por un instante. ¿Dónde estabas? Estuviste muerto a esa ocasión. El movimiento es vivir cuando sucede la vida. Quien no responde a ese compás está muerto. Respirar profundamente es asentarse en el sitio, tomar consciencia de uno y disfrutar del entorno. Del que tienes a tu lado, de atender a lo que sucede. Hay quien quiere morirse, no le gusta lo que ve. Mueres cuando no respondes, mueres cuando con miedo te escondes, mueres cuando no das la cara, mueres cuando huyes y no te enfrentas a lo que hay, cuando sostienes lo insostenible, cuando tú no te respetas, cuando tú no te cuidas, cuando no sabes quererte, cuando no sabes apreciarte. Mueres cuando te evades, cuando aguantas lo que no debes. La peor muerte de este mundo es estar muerto en vida, cuando suceden las cosas y no estás atento a tu vida.

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Hay quien muere y ha vivido y hay quien pasó por acá sin vivir. Cuando dejas algo aquí, los que se quedan no olvidan. Por su buen fruto se aprecian ciertas semillas. La muerte es desaparición, puerta que se abre para transitar, esa que no se ha de volver a abrir, miedo no me ha de dar, si estoy en paz conmigo mismo, y a los demás dejo en paz. Nunca llora quien se va, que le despiden llorando cuando alguien bueno parte. Se entra naciendo al contrario, llorando se viene acá, y te reciben con gozo los que te quieren, sin más. La aventura es avanzar, un movimiento continuo en esta vida es transitar. Y, un tránsito es la muerte de un estado a otro estado, que al nacer ya transitamos, es un círculo completo que con la muerte concluye. En esta dicotomía en que estamos, entre la vida y la muerte, separar una de otra es difícil, sin una la otra no se entiende. La ausencia de una define a la otra. Quien no teme a la vida, tampoco teme a la muerte. Vivir es un aprender, un avanzar eternamente, algo que comenzó bien y ha de concluir igualmente.

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Eduardo Mizrahi

YO GANÉ LA PARTIDA DE MI VIDA

El rival era duro, complicado. (Tal vez inaccesible...) Jugaba con precisión asombrosa. (Anticipaba mis movimientos...) Un témpano frente al tablero. (Y yo sudando y sin aliento...)

A punto de dominarme estuvo, ya nada me sostenía... me desplomé en una silla, con gran torniquete en la pierna que escupía sangre que mansa fluía... mientras me desvanecía y no sabía si se estaba acabando la partida...

Decidí que ése era el día, el último o el primer día de una nueva vida... Hoy puedo decir con orgullo, como algunos, como pocos, como ya sentirán todos alguna vez en su día, yo gané la partida de mi vida.

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Caro Barba

LA MUERTE

Ella estaba llegando, me lo decía la brisa fresquita de esa mañana, el silencio que sorpresivamente hacían los pájaros que conocían mi jardín, Y la luna que continuaba ahí, como si nunca hubiese tenido ganas de ir a dormir. Las hojas del jazmín revoloteaban dejando caer al rocío, quien jamás les pedía permiso para tocarlas. Debajo del árbol que hacía tiempo era mío, las hojas formaban una ronda de esas que a mí tanto me gustaban: las rondas convocan, atraen almas dispersas y cuentan algo aunque no haya mucho que contar... No sentía miedo... ¿Miedo? Cómo podía temerle, si ya la conocía, si alguna vez al menos la había visto pasar. Eso sí, ya había preparado un sin fin de preguntas que hasta esa mañana no tenían respuesta... El aroma a mermelada de durazno invadía la cocina y llegaba hasta el jardín... Cada tanto entraba para revolverla con la cuchara de madera... le faltaba poco y los panes esperaban quietecitos para ser untados. La pava no dejaba de silbar y a mí me gustaba ese sonido, tal vez era el único de la mañana que no me molestaba escuchar. Había elegido una taza especial, rota en una parte ancha de su boca y teñida con el color de tés añejos que nunca había querido blanquear. Apagué el fuego y eché el agua en la taza, coloqué el saquito y dos cucharadas de azúcar negra que lo hacían oler mucho mejor. Por un momento creí que ella se habría arrepentido, porque mi cuerpo había dejado de tener esa particular sensación. La taza se cayó de mi mano en el más inesperado de los instantes, mi pelo tapó mi cara y la mermelada comenzó hacer burbujas en el aire porque su fuego seguía prendido. Caí al piso muy lentamente, como la infinidad de veces que lo había hecho jugando a ser actriz y ella me acompañó hasta verme dormida en sus brazos y con el sonido de ningún pájaro, comencé a soñar.

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David Haskel

LA MUERTE

Nunca pude entender por qué a la Parca la visten de negro. Yo personalmente a todo lo que tiene que ver con la muerte lo visualizo de fulminante blanco. Blanco de una sobreiluminada y gélida sala con sábanas blancas, con barbijos blancos que niegan rostros y con guantes de látex blancos que te escatiman el contacto suave y tibio de una mano. Allí se cancelan los colores, se neutralizan los olores, se borran las sonrisas, se acalla el bullicio, y se te priva de ese cosquilleo vital que despierta el más leve roce con la piel de una mujer. Sólo queda el silente, clínico y solitario blanco. Aunque bien puede haber algún toque aquí y allá de gris perla, como ese aparato infernal que dibuja en su pantalla anodinas ondas de sube y baja. Total qué le importa, si es puro plástico y estaño. Pero en cualquier momento, porque sí, porque puede, porque es un maldito aparato y su software lo permite, se le antoja hacer una línea horizontal. Entonces ahí sí se da el lujo de emitir un tenue chillido, un blip-blip-blip que le avisará a alguien y a algo que ya fuiste. De inmediato se desata una breve y frenética charla en la aparatosa y neutra lengua binaria. Largas series de impersonales ceros y unos narran aquí la ausencia de latidos, relatan por aquel lado la disminución de la presión, y dos metros más allá, viajando por ese cable, dan cuenta del descenso de temperatura corporal. Pero sólo por un rato. Luego sus memorias se vuelven a poner en blanco viperino. Recién allí llega la Parca. O a lo mejor ya estaba por ahí y no la detectabas, hasta que mecánicamente te quita la sábana, se la coloca de capa, se calza barbijo y guantes de látex y cobra hueca presencia. No te mira, ni te habla ni te escucha: no tiene ojos ni boca ni oídos: no tiene rostro: no lo necesita. Y así, sin siquiera una sábana que te cobije, te morís de hielo.

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Silvina Scheiner

LA MUERTE

No es tan mala la Muerte. Le viene fallando el agente de prensa. A veces cae como una visita inesperada. Te toca el timbre onda 23 y te encuentra con el pijama viejo y sin make up.

− ¿Vos la llamaste? − ¿Yo? No. − ¿Y para qué vino? − ¿Qué se yo? Atendela. − No, atendela vos. − Oíme, no es tan mala. Una vez que te visita, te transforma. Por un tiempo te hace otro.

− ¿Cuánto tiempo? − Y depende. − ¿Depende de qué? − Y no se sabe…. − ¿Y en qué otro te convierte? − En otro. Pero ojo, después volvés…. − ¿Volvés a donde? − A ser vos. − ¿En serio? ¿Y quedás igual? − Y en realidad, maso… medio que parece que te pasó un tractor.

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La muerte te hace filósofo. Después de pasar por tu vida, te deja lleno de preguntas. Cuando pensabas que eras una persona inteligente, racional con todas las respuestas, te hace dar cuenta que eras un reverendo pelotudo y que en realidad, creías que sabías. Era como lo de la caverna, ¿viste? O sea, que gracias, muerte... gracias por mostrarme la realidad y no las sombras. La muerte te pone en forma. Si comías mucho, ya vas a ver que no tenés más ganas. La comida no te pasa. Así, como te lo digo, ni un bocado… y flaquito, flaquito te deja. Susana debería probarla. La muerte te hace ahorrar. No salís, no gastás. Primero, cuando podés, dormís mucho. Cuando podés, porque al principio no podés. Luego, por uno o dos meses, tus amigos te invitan a todos lados, en especial a sus casas. Cuando ya pasó ese periodo, no tenés más invitaciones, pero no importa, porque te metés en la cama, en diagonal, ¿viste? y ponés la tele, el canal que querés, y podés mirar la pantalla por horas. ¿Que la tele es mala? ¿Las pelis repetidas? No importa… si ves sin ver. Hasta el cable te resulta mejor. La muerte evita que te hagas mala sangre. Es tan efectivo su paso por tu vida que todos los enormes problemas de la humanidad, los de tu barrio, de tu laburo o de tu familia se convierten en “quizás”, “puede ser”, “y sí, dale, pero no sé”, “no es para tanto”, “déjalo, pobre”, “y uno qué sabe, ¿no?”. La muerte te hace bajar un cambio. Es mejor que el yoga. Si eras un ansioso, un tipo que no paraba, uno de esos que saltaba de una idea a otra, que siempre estaba dándole forma a algún proyecto… ella viene y te deja tranqui, tranqui… Te seda, te deja como una manteca… derretida. ¿La motivación? Al reverendo carajo se va, pero bien ¿eh? con onda… ¿Planes, proyectos, movidas que te apasionaban? Nooooo, relax total. Cero ganas, garantizadas. La muerte te entrena. Sacás músculo, garra, instinto, fibra. Estás calentito para darle al que se te ponga delante. No sólo perdés el miedo. También la sensibilidad. Vacío y solo, como dice León. Gracias por pasar, Muerte. Ahora sí que sé lo que es vida.

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Cecilia Pérez Hillar

Y empezó a ser fea todo el tiempo. Ensayaba y probaba recetas ingenuinamente pero sabía, no era ingenua de jugar con la probabilidad matemática de que retrasando el proceso el mientras tanto alterara el producto. No hubo caso, las luces seguían apagándose de a una solo que… más despacio. ¿Qué hice? Se fue el azul, primero. ¿Qué no hice? Se fue el naranja. ¿Cuándo? El verde. ¿Dónde? El rojo. ¿Por qué? TODOS. Cuando a sus espaldas se cerró la puerta preguntó cuál era el secreto. Te lo dijimos clarito, ¡¡martes trece, no te cases ni te embarques!!

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M Pilar López O.

La muerte duele, y me da igual que todos vayamos a morir, no estamos preparados en esta sociedad nuestra, en nuestra prevista esperanza de larga vida, de saludable vida, de plena y disfrutable vida. Llega y se te echa encima y no importa que tu querida amiga del alma tenga 28 años y el cáncer se cure ahora (eso dicen), y de paso se lleva a tu madre en sus mejores años... después de rondarla casi tres lustros con admirable persistencia. Se lleva a tu abuela viejecita y ves tan tristes a tus padres..."a mí si me pasa me desenchufáis, así jamás, ¿eh?", y sueñas, con cinco años, pesadillas extrañas donde la muerte incomprensible se abalanza y te puede. Dicen que para los niños no existe... dicen, pero creo yo que depende, depende. Imágenes de animales muertos, los caballos congelados de Curzio Malaparte que aterraban desde mis fantasías en la primera infancia. Ahí te viene, ahí te llega y no la entiendes, y seguramente la mía será distinta, o no, y marcharé a otro sitio más feliz... o no, y volveré convertida en viento o en pájaro... o no. Y lo peor es que te chafa ya todas esas fiestas familiares donde se sienta tan contenta entre los invitados... y no la llamó nadie pero está, inevitable... ¿Prefieres cerrar los ojos? Vale, ya no me ves, hasta pronto, queridos amigos, nos vemos...

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Daniela Acher

LA MUERTE

Ese domingo a la noche, ella tuvo una gran certeza: al día siguiente moriría. No era un presagio ni un pálpito, ni un deseo, sino un convencimiento. No estaba deprimida, ni enferma, ni angustiada. Simplemente, sabía que así sería. No sabía en qué momento del día, pero tampoco le preocupaba. Antes de dormir, se preparó un té en hebras, tomó su agenda, repasó las obligaciones del lunes y en un espacio horizontal que abarcaba todo el día escribió MUERTE. Después, tachó con una diagonal cada uno de los restantes días del año. Durmió envuelta en sábanas de seda y sueños de nubes frescas. A las 8 de la mañana, apagó los primeros acordes del Lullaby de Brahms que sonaban en su despertador. Se levantó con parsimonia, se despejó con la intermitencia de las gotas de la ducha, se secó el cabello y se puso el traje verde oscuro que solía llevar a las entrevistas importantes. A las 12 había terminado la reunión. Había logrado convencer a su cliente de que el proyecto era viable y se había comprometido a hacer el presupuesto para esa semana. Llamó a su madre y a su novio, intercambiaron novedades y tequieros, y almorzó con una amiga en un bar de Palermo, a cinco cuadras de su oficina. En su estudio, avanzó con el trabajo. Su secretaria le llevó el café de las 18 hs y se despidió hasta el día siguiente. A las 20 hs apagó la computadora. Unos minutos después recibió un llamado de su novio, diciéndole que el evento se había prolongado y no llegaba a cenar con ella pero que podían encontrarse después. Cuando a las 22 hs, luego de una cena liviana en el bar de la esquina, su cuerpo se envolvió en el de su novio, supo exactamente cómo moriría. Besó lamió disfrutó miró dio tomó gimió gritó bebió arañó sintió pidió tembló y desfalleció. Junto al placer extremo, sintió la muerte apoderarse de cada milímetro de su cuerpo. Antes del silencio y la oscuridad, se oyó decir “me muero” al tiempo que vislumbraba el 23:59 fosforescente en el reloj de la mesa de luz.

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– ¡Qué te vas a morir si estás más viva que nunca!– La voz de su novio extasiado la sacó del trance. Recostada sobre el pecho de él en la madrugada del martes, pensó que lo primero que haría al levantarse sería comprar una agenda nueva.

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Aitor Arjol

LA MUERTE DEL PACO

Se sabe cómo entramos pero también ignoramos cómo sale y aún qué queda más allá. Eso dice Humberto muy cariacontecido. Con el cigarrillo aún pendiente en los labios, hasta el último respiro que le dé la colilla. Y basta. Lo que pudiera ser el titular de un reportaje pornográfico. Se entra y se sale. Se sale y se entra. Nada que ver con miembros viriles ni con predicadores del sexo. Asume Humberto. Que para eso fue el cura del pueblo y ahora se metió a ejemplar padre de lo provisorio con la Bernardilla. La de los ojos claros. La que heredó más tierras que el guarda del coto. La del braguetazo parroquial, como la llaman con sorna. Es que la Bernardilla es la última y más joven generación de los Bernardo, le sacó de su casi recién y bien merecido voto de castidad y servicio a diosito lindo, una mañana de domingo, el primero de diciembre de aquel año, en que la iglesia le recibió en cuerpo entero, con la casi totalidad de los vecinos al frente unos, y de costado otros, y con esa mujer, tan entera y con el porte escopetado hacia el infinito. Ahí es donde Humberto debió ver con claridad la gloria de dios y se olvidó del que colgaba de los crucifijos y se dijo que a ver por qué tenía que buscar en el cielo lo que finalmente había hallado en las pudientes lontananzas de esa mujer con mantilla negra y un solicitado escote para los ojos. El caso es que sabe cómo entró con la Bernardilla y cómo aún saldrá, después de tantos años de casados y cuatro hijos, dos de los cuáles se hicieron tractoristas y manejan las cosechadoras como si fueran rayos en manos de ese dios griego que mandaba tanto a sus subordinados desde un alejado Olimpo. Nada que ver con el teleclub del pueblo. Entró así, desde aquella misa de hace tantas décadas y, ahora, sale tal que así, echando una partida al dominó, al tiempo que mira de reojo a su compañero de mesa y a la pareja de contrincantes. En total, el Humberto juega con Eduardo, el cartero que todos los fines de semana baja del pueblo vecino y se queda con ellos en el pajar del cabrero. Y los situados en la perpendicularidad de la mesa, que no en una trinchera, Matías y Olegario. Cuatro para el mismo juego. Vino de la última cosecha. Tinto y nada de otras vainas. Palabrejas de telenovela, pues ahora a los asuntos triviales lo llaman vaina. Y si se salió esta cuestión de entrar y salir es porque esta tarde les falta el dueño del teleclub y solo se atienden los cuatro. Una semana sin él. Al alcalde hay que hacerle acuerdo. Que no se olvide de Paco. Le encontraron en las afueras del pueblo, tendido en uno de los lados de la carretera, y con el perro ladrando como si hubiera vaticinado la muerte dos días atrás, hasta que el primer grupo

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de labriegos hubo regresado de las tierras. Dicen que un infarto. Eso cuentan. Pues llegó el médico a primera hora del día siguiente. De tan lejos y después de ensillar la mula. Y así nos dejó. El muy cabrón. Muy zorro pero tempranero con el corazón. Siempre bromeaba. Que cuando estirara la pata nos escribiría del otro lado, avisándonos de cuánto tinto quedaba y si era mencía o garnacha el que servían al otro lado. Mira que vi cómo se metía en la vida. Coño, si mi abuela fue la que atendió a su madre. Un par de cachetazos. Crecimos juntos. Siempre advirtió mis pendejadas con Dios. Que terminaría de cura. Así de sencillo. Un par de años de seminario y a servir con diligencia. Pero él creía que lo de ser cura era asunto de borrachos. A una copa por misa, a varias por días y a varias ermitas, que fuera contando. Hasta que la Bernardilla se cruzó por el camino y dios descendió por la exuberancia castellana de su mujer. Fe más terrenal y corpórea. Espíritu santo de los colchones. Casi con una sonrisa pero más con tristeza Humberto añade: de ésta, el Paco no sale.

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

LA MUERTE 2

Era verano. Estaba en el porche sentado en su butaca de anea de estilo sevillano. Le gustaba disfrutar de ese lugar a altas horas de la noche. Me levanté, tenía insomnio y salí al jardín, sabía que él estaría ahí. Le pregunté; no te aburres; y me respondió la frase mágica; yo me divierto aburriéndome. Nos quedamos allí los dos, observando el cielo, sintiendo el sonido del silencio y ese olor a verano. Me sentía feliz, un estado de paz inundaba mi ser, sentí vivir plenamente. Me confesó, ¿sabes?... este verano estoy disfrutando mucho. A él no le gustaba el verano, lo pasaba muy mal en esa estación. Sentí mucha alegría, le di un abrazo y lo colmé de besos. Fue en ese preciso instante de felicidad cuando él me dijo: éste es mi último verano, me siento sereno y tranquilo, estoy disfrutando todo instante. No digas eso, le respondí, molesta por su comentario. Él me dijo; no le temo a la muerte, he hecho las paces con ella, siento la vida con más intensidad. Llego el verano siguiente, su cuerpo había cambiado. No era él. Su ser andaba preparando su viaje y se estaba despidiendo de su morada. Cuando lo vi deseé que se fuera, él no pertenecía a ese cuerpo. A los pocos días se fue. Desde ese día lo llevo en mí, soy parte de él, él habita en mi y me acompaña viviendo. Pasaron veinticinco años. Era verano. Hacía ya un par de años que ella no se sentaba en la butaca de anea de aquel porche de estilo sevillano. Prefería no veranear, le apetecía más quedarse en su dormitorio, su pequeño apartamento como ella le llamaba. Cuando terminó la hora de la sobremesa, me fui a su dormitorio y me metí con ella en la cama, me encantaba pasar un gran rato y contarnos cosas. La encontré desfigurada, cara afilada y dormida profundamente. Le di la mano y ella me la apretaba muy fuerte, su respiración estaba ralentizada, sentí que le faltaba vida. Me asusté, tenía miedo de perderla. Intenté despertarla, me seguía apretando fuertemente la mano y fue entonces cuando le dije: ¡¡estoy aburrida... despierta!!. Se despertó en un duermevela y le comenté: me has asustado creí que te estabas muriendo. Fui a prepararle un té para que le subiera la tensión y conseguí reanimarla. Aquel otoño e invierno lo pasó muy bien, cantaba canciones y contaba historias pasadas con gran lucidez. Y llegó la primavera. Pasábamos las vacaciones de semana santa en la playa. Estábamos reunidos la familia preparando nuestro viaje. Todos estaban 2

Empecé sin saber qué escribir y mi sentir fue dirigiendo el texto.

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entusiasmados, yo notaba algo en mi interior. Un desasosiego me invadía, un nudo en la garganta no me dejaba respirar. Presentía algo, no lo veía claro. Quise correr un tupido velo y pensé: esto es mi alergia primaveral, respiro mal, mi mente no se oxigena y aparecen los fantasmas. A la semana siguiente ella estaba en el hospital. A los quince días nos dejó. Desde el día en que partió la siento dentro de mí, sus gestos, sus formas, siento su cuerpo cuando decía que estaba enferma. Su cuerpo se fue, pero el recuerdo vive en mí lleno de vida. Gracias, me disteis tanta VIDA.

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Profe Ballán

FANTASMAS

Ricardo, un niño de ocho años, murió en su casa. Pero no se fue. Permaneció en su casa viviendo como espectador desde un lugar nuevo. El clima del hogar no era de tristeza, su familia seguía con la vida cotidiana como si nada. A veces hablaban de él, conservaban su lugar en la mesa, y hasta le servían la comida ocasionalmente; al darse cuenta, sus hermanas y su madre se miraban y sonreían por el fallido, y retiraban el plato con la comida. Siempre estaba en su casa, nunca salía de allí. Posiblemente no podía hacerlo; lo cierto es que nunca lo intentaba. Pasaba las horas mirando por la ventana, escuchando el viento que no podía sentir en la cara, los pájaros que habitaban el árbol del vecino, los ruidos de la pequeña ciudad: autos, motos, gritos, chiflidos, y perros. Perros a toda hora, ladridos que sonaban más fuerte de madrugada. Una mañana, estando sentado en el primer escalón de la escalera de madera que llevaba a los dormitorios, escuchó los pasos firmes y pesados de su madre que cargaba con ambas manos un fuentón lleno de ropa para lavar, y al acercarse le dijo: - Permiso, Ricardito, correte de la escalera que tengo que pasar.

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Jorge Pailhé

INSPIRACIÓN FÚNEBRE

Uno se presenta aquí en el concurso de stand-up con todas las ganas de triunfar y lo primero que le dicen es: “a vos te toca hablar de la muerte”. ¿Me estás jodiendo? Le pregunté al oscuro sujeto de casi dos metros de altura que, en nombre de la organización, mientras me ignoraba, sacaba papelitos que vaya uno a saber quién carajo escribió y adjudicaba temas, como si repartiera caramelos: “vos: el cumple de 15 de la nena”; “a vos te tocan los fondos buitre”, etc. Y aquí estoy, derrotado, porque tengo que hacerlos reír hablando del tema del que nadie quiere hablar ni darle la bienvenida; total, va a venir sin que lo llamen... Bueno, derrotado me sentí al principio. Después me pregunté: ¿Y si hablo de los chistes en los velorios? No, me respondí muy rápido, porque si algo tengo de bueno es que no me hago esperar cuando me pregunto algo. No, dije, no hay nada más patético que los chistes de velorio. Después pensé en buscar cuatro o cinco definiciones humorísticas de la muerte, pero otra vez descarté la idea: ¿qué sentido tiene citar a Dolina, Fontanarrosa o a Alex de la Iglesia? Ahí volví a deprimirme y caí casi en intento de suicidio, cuando recordé que Charly García escribió “Canción para mi muerte” después de tener un ataque de pánico -que por entonces no se llamaba así- y en cambio yo cada vez que los sufría terminaba llorando transpirado en la cama... a veces meado, para qué vamos a negarlo... y alguna vez -algunas- también con diarrea y vómitos, hasta que cierta mañana se me apareció en casa El Oso, amigo del barrio que con su elemental sabiduría me dijo: “por más que llores, transpires, te cagues o vomites te vas a morir igual”. Y me curé. ¡Ah! ¡El suicidio!, seguí. ¡Ahí está la papa!, pensé. Contarles a ustedes, por ejemplo, casos de suicidio fallidos divertidos, como los que enumera Jardiel Poncela en “Espérame en Siberia, vida mía”... Y volví a sumirme en la más desconsolada de las frustraciones. ¡No se me ocurre un solo chiste de suicidios! Jardiel describió más de 50 suicidios fallidos y mejor ni hablemos de la brillantez con que Casona escribió “Prohibido suicidarse en primavera”, ¡y yo no puedo ni siquiera imaginar uno! No merezco suicidarme sólo por falta de creatividad.

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Calma, me dije entonces: podemos hablar de los asesinatos. Por ejemplo, de los crímenes por celos. En seguida vinieron a mi memoria un motón de titulares amarillentos: “La encuentra en la cama con el vecino y le mete seis corchazos”; “Infidelidad mortal”; “¡Cornudo y asesino!” y otras joyas... ¡Nooo!, pensé entonces (¡mierda, este tema me está haciendo pensar demasiado!): se me van a venir al humo con el tema de la violencia de género y toda esa onda. Que decir crimen pasional es una manera elíptica de justificar la agresión, que explicar el crimen por los celos es una forma de criminalizar a la víctima, que titular que lo cagaba al marido es meterse con la intimidad de la muertita y etc, etc, etc... No hay nada que hacerle, no tengo ni puta idea de qué decir de la muerte... ¡Ah! Habría que ver si me salvo con los accidentes... no de tránsito, claro, sino los casos más curiosos, casi patéticos... un viejito que se agacha para agarrar al gato, se cae y se parte la cabeza contra el piso... un basquetbolista que se arroja fuera de la cancha para no dejar caer la pelota y se incrusta un respaldo de butaca en el medio de los ojos... Esteeee… ¡Pero qué muertes de mierda, con esto no hago reír ni a una hiena! En fin… Si voy a robar humor de otros, lo voy a hacer citando la fuente y casi con sentido didáctico, porque muchos de ustedes son muy jóvenes. La comedia argentina tuvo una grande de verdad llamada Niní Marshall. En la piel de su personaje principal –entre otros notables-, Catita, dijo alguna vez hablando del lujo que había descubierto en varios panteones del cementerio de La Recoleta: “¡Hay que ver cómo viven algunos muertos!”… ¡Gracias por todo, me despido de ustedes no sin antes decirles que es verdad que últimamente se está muriendo gente que nunca se moría, pero también están naciendo otros que antes no nacían!

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Paula Ancery

Yo ya tenía tomada mi posición sobre las 50 sombras de Grey: para ser literatura erótica (o de cualquier clase) es demasiado grasa; y para ser pornografía es demasiado cobarde, se queda en un quiero pero no me animo. Ahora, además, esta escritora vasca –quien, por cierto, tiene muy buenos intermezzos eróticos en sus relatos sobre cualquier otro tema- me aclara de qué me estoy salvando por NO estar soltera en estos momentos. Tiene razón: hay que estar mal de la cabeza para asumir que lo más interesante que puede pasarle a tu vida sexual es perder la virginidad a manos (es un decir) de un perverso y, 2.500 páginas después, seguir siendo mujer de un sólo hombre. Esa especie de Cenicienta recargada que tantas mujeres aspiran a ser… es una inexperta, por decir lo mínimo. Chicas, si quieren leer erotismo de verdad, busquen a Colette, a Erica Jong, a la propia Lucía Etxebarría. O lean cualquier otro género literario, o no lean nada pero, por lo que más quieran, no le abran la puerta al señor Grey.

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Cristian del Rosario

LA MUERTE Expediente: HF 10654987

P: Buenas tardes, le agradezco la entrevista. E: No tiene por qué agradecer. Ud. solicitó el pedido, entregó los formularios y pagó el sellado... Pagó el sellado ¿no? P: Sí, dos veces, porque el primer formulario lo llené mal... Lo hice para la dirección de cementerios y en verdad lo correcto era dirigirlo a la dirección de planificación, de la que depende esta secretaría... Está bien ¿no? E: ¿Es su primera pregunta? Recuerde que el sellado le da derecho sólo a diez, si no tiene que pagar más... P: No, no.... era para asegurarme que es la Dirección de Finalización de vidas... E: Sí, en verdad es la Secretaria de Planeamientos de Aniquilación, Remoción y Ceses Atávicos; conocida como La P.A.R.C.A. P: OK. Va mi primera pregunta entonces: cuando comencé a investigar sobre Ud. o Uds... Perdón... ¿cómo los llamo?... La Muerte ¿no? E: La M.U.E.R.T.E. es la antigua denominación: Ministerio Universal de Extinciones, Remociones, y Terminaciones Existenciales. Pero en el 55, con la Libertadora nos bajaron al rango de Secretaría, pero quedó más o menos difundido el término. Así que llámenos como Ud. quiera la M.U.E.R.T.E.; la P.A.R.C.A. o la Entidad Administrativa… como quiera. ¿Su segunda pregunta? P: Pero… bueno, OK. Sigo... Cuando comencé a investigar sobre La P.A.R.C.A.... con sacerdotes, rabinos, espiritistas... ninguno, ninguno, me dijo que era una dependencia oficial... ¿Por qué? E: Y… tendría que preguntarles a ellos, sabemos que tampoco tenemos mucha difusión porque carecemos de presupuesto, cada vez la partida es menor, y por eso cada vez se muere menos gente, no damos abasto. Pero en fin, no es algo que yo le pueda responder. ¿La tercera?

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P: Pero la gente la mayoría cree que es una cuestión religiosa sobrenatural, no sabe que la finalización de sus días es sólo un expediente administrativo, ¿Ud. tomó conciencia de esa creencia? E: Con el sueldo que me pagan sólo tomo agua, estimado. A mí la gente me tiene sin cuidado, lo bueno, lo único bueno le diría, de esta dependencia es que casi no hay atención al público. Mire hace dos años vino el hijo de la directora, un paracaidista con el cargo de Jefe de Relaciones Institucionales con la Comunidad, puso un 0-800-PARCA y una página web (off the record: se la hicieron facturar a un pariente y se gastaron como doscientos mil pesos en esa boludez). Bueno, al 0-800, nunca entró un llamado, lo usamos nosotros para avisar que llegamos tarde para no gastar guita; y la página web se cayó al mes. Así que, si la gente sabe o no, no me preocupa porque no es algo que esté en mis funciones hacerme cargo. ¿La cuarta? P: ¿Me puede explicar cómo es que sucede la muerte de una persona? E: Cuando ésta nace, simultáneamente se inicia el expediente administrativo conforme al Decreto 13450/65 y se da paso a la secretaría legal para que dictamine respecto del nacimiento, con el dictamen de la misma, y si no es observado, por el plazo de 120 días hábiles, se gira a la secretaría de presupuesto del Ministerio de Economía, la que, luego de examinar el expediente, tiene un plazo para hacer saber si existen fondos para la existencia de esa persona; luego, con el OK de MECON, pasa al Registro Nacional de las Personas para que informen si los datos consignados originalmente son los correctos y éste, a su vez, lo gira a los organismos provinciales para que cada uno dictamine por sí o por no, si la tiene registrado. Cuando ello se expide, vuelve el expediente para acá, que pasa nuevamente a la Secretaría legal para revisar todo los pasos anteriores… y… se empiezan a pedir los registros médicos… P: ¿Espere me crea si le digo que no lo entiendo? E: No sólo le digo que le creo, sino que le digo además, que se gastó una pregunta en averiguarlo. ¿La sexta? P: ¿Pero no hay una forma más sencilla de explicarlo? E: Cuando nace, le dan un acta de nacimiento y cuando muere un certificado de defunción. Bueno en el medio está el procedimiento administrativo al que denominamos V.I.D.A. P. No me recurra a metáforas… E: No, ¿qué metáforas? La V.I.D.A., se llama así el trámite Verificación Interdepartamental de Defunciones Administrativas, está en la reglamentación del Decreto 14350, Anexo 4, sección 3, del Texto Ordenado del 98. ¿Nunca

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escuchó a algunos decir la vida es un trámite?… ¿A Nito y Charly decir “Dios es un empleado en un mostrador”…? Bueno, es la pura verdad… ¿Séptima? P: Pero ¿cuándo se termina la vida? E: Está en el Decreto, cuando la secretaría legal dictaminó por última vez que el contribuyente aprobó todos los pasos administrativos previos, incluso el pago del sellado... Bueno, ahora se cobra en verdad con el certificado de defunción, antes lo cobrábamos previo pero tuvimos problemas. ¿Octava? P: ¿Me puede mostrar un expediente? E: Sí, cómo no, acá tengo el próximo que esta está finalizado. ¿Novena? P: Pero, pero… ¡acá esta mi nombre! ¡¡Y mi certificado de nacimiento...!! ¡¡¡la libreta sanitaria, los exámenes pre ocupacionales que me hice cuando entré al diario!!! Hasta la ficha del dentista y el juicio del accidente de tránsito en que casi me mato, hasta el sellado que pagué hoy está acá… ¿Qué significa esto? E: Espere, tranquilo, tranquilo… Ud. es… déjeme leer… Horacio Forte… DNI 10.654.987… periodista, ¿sí? Pucha, significa que éste es su expediente, mire qué casualidad… Un segundo por favor… ¡¡¡GONZALEZ!!!, ¡¡¡GONZALEZ!!!... Avisa al móvil que el Expediente HF 10654987 esta acá, que lo saquen del reparto de hoy y que vayan a buscar el que sigue… el CDR 17898637… en Temperley... P: Pero, ahora… ¿qué pasa? E: Lo lamento, la anterior fue la décima, su última pregunta, salga a la sala de espera que ya lo van a llamar. Gracias.

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Mariano Durlach

LA MUERTE (O cómo las flechas van pegando más lejos o más cerca.) 3

Hasta los 16 años las flechas venían pegando a cierta distancia así que recién conocí el dolor de la muerte de un ser querido al fallecer mi tío Teo. Era chico todavía y un tío, por más querido y cercano no está dentro de lo que llamamos el primer círculo. A los 25, la dolorosa pérdida de mi amigo de la infancia que, aunque hacía unos años que no nos veíamos, uno está constituido por las vivencias que compartió con ellos. En especial con Andrés. Un amigo no está en el primer círculo familiar pero él estaba entre los afectos más cercanos. Nueva flecha que impacta muy cerca. A los 39 le dio a mi queridísimo primo Rafa con una histórica épica de esquives y gambetas. Al año siguiente, en el año 2000, ni Y2K, ni crisis de los 40 ni 8 cuartos... La flecha pegó en el centro mismo del blanco y se llevó a nuestra hija Pilar. ¿Por qué uso la metáfora de las flechas? No lo sé bien, pero siempre la recuerdo como la explicación que me di para entender y responder la pregunta del ¿por qué? Las flechas pasan más lejos o más cerca y un día una te da de lleno. Eso era lo que me decía y me servía. También me sirvió entender que la gente se muere, más tarde, como mis viejos, que lo hicieron pasados los 90, o más temprano, como Pilar; y que podés vivir 90 años de mierda (no es el caso de mis viejos, es la casualidad del número) o podés vivir 13 lindísimos años como los que vivió Pilar Durlach. Todas explicaciones que 14 años después me han servido para aceptar el hecho y vivir en paz y armonía.

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Advertencia: este relato está basado en hechos de la vida real y puede contener párrafos de alta sensibilidad para padres y madres.

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Guillermina Silva D’Herbil

Me desperté y vi la luz del día en la ventana de vidrios repartidos de la ventana de mi cuarto. Era una luz lechosa, de día recién amanecido, pero aunque ya era octubre estaba más claro que lo habitual. Volví a dormirme contenta, pensando −Qué suerte, Juana se quedó dormida y no nos despertó para ir al colegio. Cuando volví a despertarme, ya entraba el sol por la ventana y supe que algo malo pasaba, pero no sé por qué lo supe. Alguien, creo que fue mi papá, pero no estoy muy segura, nos dijo a mí y a mis hermanos −Se murió su mamá. Ese fue mi primer contacto con la muerte, brutal, porque mi mamá estaba enferma, pero nadie me había dicho que se iba a morir, porque nunca se me había ocurrido que podía pasar. No pude entrar a su cuarto, no pude despedirme, nunca más la vi.

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Roberta Garibotti

MUERTE

Facundo Manes clasificó los trastornos de la conciencia. Lo hizo en una columna de la revista Viva. Siempre pensé que la muerte cerebral era el peor de estos estados. Él dice que es un cese total de las funciones neurales y que se caracteriza por un electroencefalograma plano. Plano me suena a liso, llano, sin vueltas ni cambios. El plano de una casa es un dibujo estático, quieto, en blanco y negro. La idea básica de algo que podría llegar a ser. ¿Será así de fácil la muerte? ¿Por qué tanto temor entonces? El gran problema de la muerte y los muertos es cuando siguen vivos: en la taza que usaban, los zapatos que calzaban y que siguen ahí, a la espera de esos pies que los invadían y expandían su cuero un día de calor e hinchazón. Las fotos que recrean y evocan pedazos de fiestas o cumpleaños en los cuales el muerto estaba vivo, riendo, entero, relleno de aire y sangre. Lo que más me asustó del texto de este neurocientífico fue cuando describió lo que se llama síndrome de enclaustramiento; un cuadro en el cual la conciencia y las funciones cognitivas están preservadas, pero los movimientos corporales no son posibles debido a una parálisis del sistema motor voluntario –así lo explica Manes-. No me entra la menor duda: esto debe ser como estar encerrado en una casa mientras afuera hay sol y todos juegan o comen asado un día domingo. ¡¡Quedar atrapado en tu propio cuerpo!! Eso sí debe ser un castigo, como la penitencia que se les pone a los chicos, pero con la diferencia de que ellos pueden suplicar salir hasta lograrlo. Prefiero morir viva que vivir en mi propio claustro.

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Mercedes Antón Cortés

MUERTE 4

La forma de ese tránsito cobra protagonismo: •

Tener o no tener conciencia de la próxima muerte.

Con dolor o sin él.

Proceso largo o breve.

La causa.

Con o sin falsas ilusiones.

Con el deber cumplido o con todo por hacer..., o con flecos por cortar.

Seguramente uno se acoge a los detalles para no enfrentarse al abismo de un más allá inconcreto o a la sospecha de la absoluta disolución.

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Por mi trayectoria vital me surge un sentido práctico para esta reflexión que sobre la muerte nos propone Nuria Navajas.

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Gisela Krapf

DAMAS DE COMPAÑÍA 5

− Cambiando de tema, así que ella está cerca… Contame un poquito más de eso… − dijo Antonio, sentado en ese bar, extrañado. ¿Acaso era él quién se sentía extraño, o la situación le parecía un tanto rara? Estaba ahí hacía un rato ya, conversando con esa mujer, hermosa pero vieja, mucho más vieja que él. Sabía que no la conocía, pero hablar con ella le trasmitía cierta paz, no sabía bien por qué, ni qué hacía allí de todos modos, pero sí que no quería irse de esa silla en la cual estaba sentado. Nada importaba ahí, mientras él estuviera en ese bar, con esa mujer, sin cambiar nada, sin moverse, sin tratar de salir de ahí, nada importaba, nada podía perturbarlo, eran sensaciones bastante inexplicables; él no entendía muy bien qué era lo que le estaba pasando.

− Ay ¡sí que llama la atención! Me parece que voy a tener que decirle que trate de ocultarse un poquito, porque todos preguntan por ella... está bien, reconozco que es hermosa, pero realmente no hay nada que sepan en concreto de mi amiga.− Claro que era su amiga, hacía muchísimos años, tantos que no recordaba en realidad cuándo habían empezado a serlo. Eran distintas, pero cómplices, en realidad querían lo mismo, pero con diferentes fines. Claro, eso las hacía un poco enemigas. La admiraba mucho, igual que como ella se sabía admirada. Ésa era una de las bases más sólidas de su relación, un profundo respeto y admiración la una por la otra. Se querían tímidamente.

− ¿Qué puedo contarte? ¿Las has visto alguna vez? − No, jamás la vi, pero dicen que es perfecta, que si la veo, nunca voy a poder dejarla. − Parece que estás bien informado. Digamos que podría decirse que así es el asunto, si la ves, ahí termina tu libertad. Ella no estará a tu lado durante poco más que unos minutos, pero vos querrás estar a su lado por siempre. Es suave, es tranquila, es hermosa. Enigmática diría yo, no es una mujer fatal, pero sí es fatal su encanto. Cuando te encuentra, no podés escaparte. Ahora, si sos vos quien la busca, lo más probable es que se escape, o que sinceramente no quiera seducirte, sino hacerse odiar, hacer que no quieras volverla a ver, pero generalmente no podés volver atrás, una vez que la encontrás, no hay forma de volver atrás, por mucho que quieras olvidarte de ella. ¿Te estoy asustando? No, no es para tanto, es peligrosa, tiene fama de serlo también, pero 5

Aviso, es largo, y es un cuento que escribí hace algunos (varios) años.

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conocerla, en realidad más que nada, cuándo conocerla, en este caso, depende de vos. Es raro que te mantengan tan bien informado, porque quién alguna vez estuvo con ella, cara a cara, en su intimidad, no puede contar nada de eso, salvo que... − y se quedó pensando ¿Habría sido su amiga quien había mandado a alguien para que hablara? ¿Estaría ahora hablando con ese hombre, le estaría hablando a su inconsciente? ¿O sea que todo lo que estaba haciendo era en vano? ¿O sea que estaba ahí sentada en ese bar, en ese estúpido bar perdiendo el tiempo, su valiosísimo tiempo? Cada uno de sus movimientos inspiraba ternura. Tenía un cierta tendencia a mirar a los bebes, como si todos fueran de ella, se quedaba estudiando cada uno de los movimientos de las personas que estaban cerca, como si fueran fundamentales para mantenerse viva. Pronto se tranquilizó, ¿para qué iba a estar ahí sentada, enojada, si no iba a lograr nada? Mejor estar tranquila, sabía que podía alejar a ese hombre de su amiga, si quería lo podía hacer, sólo tenía que convencerlo de que no era la mejor opción.

− Pero Antonio, ¿para qué querés conocerla? Tenés hijos, esposa, una vida feliz, sos feliz, enormemente. ¿Por qué perderte en una mujer que sólo tiene amantes momentáneos, para dejarlos enamorados eternamente de ella, y nunca más volver a gozar de todo lo que da vivir con tu familia, con tus hijos? Te advierto, te va a alejar de tu casa, de tus raíces, no vas a ver más a tus amigos, a nadie, vas a estar solo, perdido, sin conocerte ni a vos mismo, no querés eso ¿No es cierto?

− ¿Cómo voy a perder a mi familia, hijos, amigos por una mujer? Eso no pasa en la realidad, lo tendrías que saber, ya que debes haber vivido muchos años más que yo, con respeto, claro está. − Sí, viví mucho más que vos. Pero justamente por eso puedo decirte que esas cosas pasan, y con ella pasan. Quizás no me expresé bien, si la conocés ya nada tendrá sentido, solamente ese momento con ella, y tu historia va a terminar, completamente. Yo no puedo contarte mucho acerca de ella, porque en realidad cuanto menos sepas, mejor. Te aseguro que si la conocés, te vas a arrepentir de haberlo hecho. Y vas a lastimar mucho a quien te quiera. Haceme caso, sinceramente esta conversación que estoy teniendo con vos, la he tenido unas cuantas veces antes, con otras personas; algunas me escucharon y otras no. También puedo decirte que todos la conocemos alguna vez. Ya la vas a conocer, pero dejá que ella te busque a vos, y si podés escaparte cuando sientas que está cerca, hacelo; claro que va a llegar el momento en que sea imposible alejarla. Creo que te estoy dando demasiada información. − Quiero aunque sea verla por un instante, sacarme las dudas ¿Vos podés ayudarme en eso? − Yo no puedo ayudarte a hacer algo que te va a hacer mal a vos y a mucha más gente que, en cierta forma, depende de vos, no sé si podes entenderme... yo no puedo hacer eso, mi naturaleza no me deja. Yo estoy para protegerte, para alentarte a seguir adelante dejando esas ideas atrás: ella no te va a hacer bien. Yo estoy para que toda esta conversación que estamos teniendo no sea muy trascendente, y te vayas de acá, vuelvas a tu casa, y sigas tu vida como si nunca nada hubieras sabido de esta mujer y que

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cuando llegue el momento, tranquilo, la conozcas y listo, para que apresurar lo inevitable. ¿Me vas entendiendo?

− Sinceramente no. No entiendo quién es, qué papel juega en la vida de las personas, y por qué se habla tanto acerca de ella. No entiendo por qué siento unas terribles ganas de conocerla, de estar cerca y tener algo así como un momento para calmar mis ansias. No entiendo por qué tratas de convencerme de que no tengo que conocerla, y por qué decís lo inevitable, por qué sabes que tarde o temprano la voy a conocer, y mi mayor duda es ¿por qué vos la conocés y no tenés el problema que decís que voy a tener yo cuando la conozca?

− ¡Cuántas preguntas! Te puedo decir que yo no tengo el problema que vos vas a tener primero, porque yo no tengo familia alguna, en realidad mi familia vendría ser la más numerosa que alguna vez conozcas, pero eso no es de lo que estamos hablando, y no tiene que ver ahora con el caso y segundo, porque tengo una fuerza insuperable por cualquier persona, ella, en cierta forma, es muy parecida a mí, no me puede vencer, ni yo la puedo vencer tampoco... − y calló, porque supo que estaba diciendo mucho y en la situación en la cual estaba Antonio no era propicio que supiera tanto, no era favorable que supiera ni quién era su amiga, ni quién era ella misma. Recordó que al principio, cuando se conocieron y estuvieron frente a frente por primera vez, se dieron cuenta de que jamás iban a poder ir de la mano, pero que una era inevitablemente la consecuencia de la otra. Que sin alguna de las dos, la otra no tendría razón de ser. Que en cierta forma, el mundo era como era por ellas.

− Me gustaría entender, me gustaría saber por qué intentas a toda costa alejarme de ella, además de mi familia, y de quedar enamorado de ella para siempre, no entiendo por qué te importa tanto que yo esté o no esté bien y no creo estar hablando con la persona más indicada, porque indefectiblemente no me vas a ayudar a conocerla ni a encontrarla, me parece que esta conversación ya no tiene sentido, y creo que deberías irte. Me hablás de ella como si fuera a matarme, y no creo que sea tan grave.

− Es que justamente eso es lo que te va a pasar si la conoces. Creo que estoy siendo realmente clara en este momento, que si no me entendés o no me querés creer, voy a tener que hacerte entender quién es realmente ella y sí, puede matarte, de hecho eso es lo que ella hace. Es este el punto en el cual tenés que elegir entre ella o todo lo que tenés en la vida que te hace feliz, entre ella o la vida. Antonio se quedó mirándola como si lo que escuchara fuera irreal, sin sentido.

− No te creo que esa mujer me vaya a matar, no puede hacerlo, no puede determinar qué va a pasar conmigo… y no quiero hablar más del asunto, me parece que ya no tenemos que hablar más. En ese momento la mujer se levantó de la mesa, triste, decepcionada, cansada de que le pasen este tipo de cosas, no era la primera vez que una persona no le creía, no la quería escuchar, siempre pensó que le tocaba el papel más difícil, y

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decidió dejar que ese hombre hiciera su elección, aunque no sin antes despedirse e intentar una vez más hacerle cambiar de parecer.

− Bueno, creo entonces que no tengo más que decir, tenés que tomar una decisión, elegir entre ella o yo, pero creo que la decisión ya la tomaste. Es una lástima, yo podría haberte ayudado a luchar contra ella cuando te encontrara... − Y se fue. En el momento en el cual la mujer cruzó la puerta, se apagó la luz, todas las luces se apagaron, y se escuchaba un intenso ruido lineal, agudo y constante. Antonio ya había decidido que quería, y justo cuando la vieja salió del bar, conoció a la enigmática amiga. Fue entonces en vano intentar buscar a quién, antes, había tratado de ayudarlo y justo ahí todas las luces se apagaron para él.

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Aitor Arjol

MONÓLOGO PARA UN MUERTO

Poco a poco te vas acostumbrando. Al principio el frío es gélido. Una sensación redundante de tierra húmeda y cáustico porvenir. El silencio es atroz. La oscuridad es penetrante. Después comienzan los sueños que de florecientes no ofrecen nada. Ruidosas imágenes de otros tiempos. Carabineros sin faz que te revisan los recuerdos sin sospecharlo. Funcionarios de largo invierno que me atosigan a que duerma como es debido. Que no levante la voz. Es decir, que no grite a pesar de carecer de boca. Un largo tedio. La esperanza de oler a muerto.

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Fer Iñarra Iraegui

Ay, por fin. Ahora sí puedo respirar, qué feo el ahogo. Ojalá pudiera avisarle a todos que ya no se preocupen por mí, que estoy bien. Cada vez que me invoquen ahí estaré. Cada vez que me sueñen ahí estaré, como estuve siempre, como estuvieron cada uno de ustedes para mí en esa vida alegre y colorida que tuvimos juntos, porque somos uno y así estaremos, entrelazados, unidos, aunados. Los amo… nos estamos viendo. Sigan haciendo, sigan cuidando, sigan jugando, bebiendo, aprendiendo, disfrutando; que la vida es bella y eterna .Hasta cada momento. Luz

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Daniel Goldenberg

EXTREMAUNCIÓN

«Per istam sanctan unctionem et suam piissimam misericordiam, indulgeat tibi Dominus quidquid per...» Las sagradas palabras del párroco se apagaron al tiempo en que la vida de la hija del mercader se desvanecía en un inaudible «ahora está con Dios». Las sombras de la tragedia se apoderaron de la estancia toda, y los rostros desencajados de los deudos se ocultaron en llanto sobre las pequeñas manos de la difunta. El sacerdote deslizó su imperceptible silueta sobre la alfombra persa hacia el umbral, en donde un sirviente calvo y contrahecho, aguardaba bajo el amparo espectral de un candelabro la misión de acompañarlo de regreso a su carruaje. —Gracias al cielo que llegó usted a tiempo... —masculló el sirviente, sin detenerse a enjugar las escasas lágrimas de viejo que manaban desde sus ojos secos y blanquecinos. —La pobre niña agonizó sin rendirse hasta el momento de su llegada, y así entregarse ungida y confesa a los brazos del Señor... lo esperó a usted para morir, Padre. Debajo de la capucha negra que ahora cubría por completo la tonsurada cabeza del párroco, el jorobado percibió el esbozo de una sonrisa atemporal que lo dejó sin más palabras que las que resonaron en su mente, desde alguna dirección profunda e incierta. Un tono rasgado y visceral rugió en silencio, mezclado con el aullido del vendaval que azotaba los goznes de los enormes ventanales: «Todos esperan... ellos siempre esperan. No importa el dolor ni el sufrimiento, no tienen más opción que rogar a Dios por mi llegada». —La niña ya está con Dios... —murmuró el cura, interrumpiendo la mirada inquieta del sirviente; que empuñaba, tembloroso, el pomo de la puerta principal. — Ahora, si me disculpa usted, debo continuar mi tarea y mi camino. Será esta una larga noche de peste y de lluvia.

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Nuria Navajas

LA MUERTE

Amiga solitaria que viaja eternamente buscando compañía que la consuele. Nos ronda desde que nacemos e intenta seducirnos atrayéndonos hacia ella pero su frialdad nos repele y escapamos de sus garras. Sólo se nace una vez y sólo se muere una vez ,pero mejor siempre morir cuando se haya vivido. La muerte se asemeja a la estación del otoño, ambas cierran un ciclo de vida vivido. Otoño bello de tardes con nubarrones que matizan los colores, colores cálidos, rojos entrelazados con naranjas y amarillos manchados de ocres. Sopla aire que arremolina tus colores dando destellos en tus bosques frondosos. Siento que todo es tan bello que pienso por qué el otoño da la mano a la muerte. En el otoño se secan las hojas, se acortan los días, el húmedo frío anquilosa las ramas de los árboles y crujen las hojas secas al ser pisadas por nuestros juegos como crujen las articulaciones en la última etapa de la vida, la vejez. Acaso el otoño, la vejez y la muerte no se asemejan. Pero no por eso el otoño es menos bello y no por eso la muerte es más triste. Muere lo que ha vivido, no muere lo que ya está muerto. Se seca lo que ha resplandecido y brillado. La muerte convive con la vida y no hay muerte sin vida y vida sin muerte. ¿Acaso la muerte no es el mejor homenaje a la vida?

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Aitor Arjol

LA MUERTE

EL CAMINO DE PASCUAL 6

Torregrosa. Alvado. Naranjas. Verduras. Navascués. Pero más Alvado que el camino. La costera del Tolo. Las piedrecillas que ruedan como un espanto. Lo reconozco como si fuera la inmensa palma de mi mano. Tantos años que ruedan sin simiente. Se dicen pronto. Es así mi camino. A las ocho de la mañana. Cuando aprieta el sol. Cuando imagino los antiguos sacos de harina. O los amaños con aquella moza que me calentaba el baile. La bicicleta del fraile, si es que lo hubiera. El pasamanos que había nada más entrar por la puerta falsa de los muros blancos. Pero de eso a que yo me entere de todas las circunstancias hay un mundo. Por el camino del Horta no empecé yo. A mí me parieron después. Tal que así. Fui el exabrupto más bello del mar. Nací unos pocos días después de desembarcar. Pero no les salí marinero sino más bien un ojo emocionado. El tercero en salir por la acequia de mi madre. Qué tan bello útero de olas. Como les digo, ese es mi camino. Que aunque no nací, siempre lo imagino. Pedregal valenciano. Huertas en las nunca clavé la azada. Una hermana que no tuve, se murió al caer el arroyo, según me cuentan. Entonces practicamos el arte de hacer mutis en escena. Desaparecimos del aquel escenario. Nos subimos a un inmenso mercante con chimenea y aguja de carbón. de Valencia a Buenos Aires en un solo suspiro. En ese otro camino, como también les dije, nací yo.

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Por qué no tratar la muerte desde el otro lado. Desde la vida. Veamos. Hoy hablé con un argentino de 88 años que nació en Altea (Valencia, España) a través de su hija. Conviene leerlo muy despacio. La imagen procede de las cercanías al camino del Horta, en Altea (Valencia) a partir del testimonio de Pascual Alvado Alvado, que en la actualidad cuenta con 88 años y vive en Argentina. Sus padres nacieron aquí. De eso se imaginarán cuántos años hace. Son sus recuerdos y ahora me pertenecen un poco. Para que vean que la literatura es tanto ficción, como el amparo del recuerdo de lo que los demás me hacen partícipe.

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Gustavo Pedace

18 AÑOS 7

Tu ausencia es mayor de edad. Hace unos días cumplió 18. No se la festejé, como aquel asado inolvidable que me hiciste para mi mayoría de edad. Rodeado de amigos, como te gustaba. Sacó registro, eso sí, no esperó lo que ninguno de mi generación esperaba y yo esperé sin apuros. Sacó registro de nostalgia. Cumplió 18, ya es grandecita la tristeza. En todos esos años me terminé de hornear como un hombre algo complicado. Transparente como una copa para algunas cosas, silencioso y desconcertante para otras. Y lo hice sin tu consejo ni tu espejo. Nos faltó eso, entre tantas cosas. Ahora que el vacío cumplió la mayoría, está en edad de escuchar lo que tengo para decirle, ya tiene con qué bancar algunas verdades. No puedo no decirle que me acuerdo de vos un rato casi todos los días, que hago esfuerzos para imaginarte jugando con Candela y Lara y poniéndote de su lado siempre, y que nunca fui tan fuerte y resuelto como esa noche, pero que hubiera preferido no enterarme nunca, que era capaz de lo hacer lo que hice.

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Fuerte la consigna, bien resuelta por varios de los textos que estoy leyendo. Voy con algo muy íntimo, personal como no suelo. El año pasado se cumplieron 18 años de la mudanza de mi viejo a otro barrio, y lo recordé así.

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También puedo decirle ahora que ya no hago esfuerzos en reconstruir tu historia, ando a los saltos entre lo que me acuerdo y me cuentan, pero entregado a solo concentrarme en lo que más quise, al tipo bueno de corazón, nocturno, amigo de sus amigos, generoso y liviano de equipaje. Ya es mayor la ausencia, un día de estos, la voy a llamar para cagarla a trompadas.

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Sanchu De Raedemaeker

LA MUERTE

− Ma, quiero hacerte algo. − Diga m'hija. − Te voy a lavar los pies, incorporate, yo te ayudo, ¿el agua está bien? − Tibia... ¡ay! me hace cosquillas, ¿qué hace? − Te saco las durezas de las plantas, relajate, los pies tienen que estar en contacto con la tierra, ma, para cuando estés sanita.

− Bueno m'hija, escuche como llueve, si se inunda la planta baja corte la electricidad y el gas ¿sabe?

− Ya... al menos sé remar, digo, por si la cama empieza a flotar. − M'hija… − Dime, viejita. − Quiero dormir. − Ma, ¿sabías que lavar los pies a quien querés es un acto de amor? − Sí querida, es un ritual humilde. − Dormí, viejita…. …

− Guauuuuu, ¡dormiste lindo, eh! − ¿Cuánto? − Más de dos horas. − Veo que tiene los pantalones arremangados y mojados, mi vida, y descalza ¡por Dios!, esa manía suya. − Poco faltó para buscar los remos, pero mirá el piso: acá, no ha pasado nada.

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−¿Vino su marido? − Probablemente llegó nadando. − Déjeme a solas con él mi vida. − Bué… …

− Grandote, llevala al Brasil, como habían planeado, ella cumplirá sus cuarenta y soñaba con festejarlo con sus amigos allá. − No corresponde, ella no quiere y usted sabe qué hija tiene. − Hacelo por mí y por tu familia. ¿Sabes qué? no te lo estoy preguntando, quiero que el 11 de enero esté allá. − Viejita, ganaste. Me voy ya, que de Buenos Aires tenemos dos días de auto a Cuatro Islas, sos tan metiche, caramba. Te ahorcaría, mirá. − Tome esto. − Pero es tu anillo, ni en pedo. − Mi amor, si tuviera una corona... deme su frente princesa que le doy la bendición. …

− Ma… − Dígame. − El 12 de febrero llego a Buenos Aires y el 14 estoy acá. − La esperaré como cuando la tuve en mi vientre, con todas las ansias. − No pierda el humor y disfrute de esas playas. − Ay. Esto parece una novela de Meryl Streep. Dame esas manos feas, el 14 me tendrás todita prá vocé.

− Hola, hermanita. No escuchaba el teléfono, perdón es que estoy agotada, llegamos re tarde. Ya extraño el solcito de la playa. Bueno, ansiosa por verla, en dos días viajo para Córdoba ¿sabés? Estaba regando las plantas y una paloma se plantó frente a mí, la mojé toda, tenía los ojitos como delineados y bueno… Decime, perdón, te interrumpí.

− Se fue. 57


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Luis Alfonso Martín Delgado

MORIR ES FÁCIL CON LOS OJOS CERRADOS

1 Qué desbarajuste, así no hay forma de trabajar. Te tienen de un lado para otro, todo el día corriendo, atendiendo todo lo que va surgiendo urgentemente… todo deprisa. Y para una vez que tenía tiempo para hacer una faena tranquila y limpiamente, a última hora se jode todo. Mira que llevaba días preparándolo todo. Había escogido un tipo perfecto: edad media, con una familia bien encarrilada, autónomo, cargadito de trabajo, bien estresado, siempre bajo presión, con obras en distintas ciudades y haciendo más kilómetros en coche que un viajante, en fin, un candidato bien adecuado para mi propósito. Ese día había movido bien los hilos para que surgieran problemas en todas las obras, de manera que tuviera la cabeza en cuatro sitios a la vez. Es una de las ventajas de ese invento que llaman teléfono móvil y que probablemente haya sido sugerido por mi jefe. El tipo no paraba quieto y el remate final de la llamada a última hora de la mañana reclamándolo a 60 kilómetros de donde estaba fue la guinda del pastel. Qué bien me estaba quedando todo. Pero todo lo que puede ir mal al final va mal. Lo tenía ya montado en el coche con una buena carga de agobio y conmigo en el asiento del acompañante, cuando me avisa el jefe de sección para que deje este asunto y acuda a recoger a otro tipo que se ha adelantado y se le ha descontrolado a un compañero. Joder, es que no están en lo que hay que estar. Al final, los que hacemos las cosas bien tenemos que ir solucionando los problemas que crean otros, que van por la muerte de tranquilos y despreocupados. En fin, qué le vamos a hacer… Lo siento porque al tipo este lo tenía ya bien preparadito; pero bueno, ya le tocará otra vez. Al menos no perderé los puntos que tan bien me había ganado. Mi compañero, que se joda, haber estado atento.

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2 Abrí los ojos al escuchar una voz que me hablaba como desde otro mundo.

− ¿Me oyes? ¿Puedes oírme? ¿Puedes hablar? ¿Notas algún dolor? Junto a mi cabeza vi la cara de un tipo con pinta de enfermero, que resultó ser un enfermero y que no paraba de preguntarme cosas. Molesto porque me hubiera despertado de un sueño tan dulce y profundo, miré al otro lado y vi la cara de un tipo como disfrazado de guardia de tráfico, que resultó ser un guardia de tráfico y me preguntaba:

− ¿Se encuentra usted bien? ¿Puede hablar? Había un montón más de gente alrededor del coche, no sabía muy bien qué puñetas hacían allí, así que se lo pregunté.

− ¿Qué pasa? ¿Qué hace aquí tanta gente? − Pues pasa que ha tenido usted un accidente con el coche y se ha salido de la carretera. − ¿Un accidente yo? Pero si me encuentro bien… − Tranquilo, no te muevas, que voy a ver si tienes algo roto… Inmediatamente te llevamos a urgencias. Dime a quién quieres que avisemos… En la ambulancia, camino del hospital, empecé a recordar algunos detalles de esa mañana cargada de problemas, las discusiones, los líos, la llamada de última hora, la urgencia de aprovechar el tiempo de la comida para desplazarme hasta otra obra, a 60 kilómetros de ésta, la carretera… y el vacío. La nada.

3 No pregunté nunca qué había pasado ni cómo pude salir sin daños importantes en el cuerpo ni en el coche. Sí quise volver a pasar por ese sitio lo antes posible en cuanto tuve el coche reparado. Había marcas en el asfalto y el guardarraíl. Deduje que debía haber cruzado tres carriles de la autovía antes de salirme de ella, pero no tenía conciencia de haberlo vivido. Mi último recuerdo quedaba un kilómetro más arriba. Una eternidad para que el coche fuera sin conductor. Pero no me enteré de nada. Simplemente perdí la consciencia. Pensé en lo difícil que es vivir y lo fácil que es morir.

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Cecilia Gómez Nale

LA MUERTE

Me temen porque me desconocen. Porque soy misterio. Porque nadie verdaderamente volvió para contarlo. Y lo que cuentan los que lo cuentan son engaños, patrañas, mentiras, falacias. Me pintan de mil colores: negro abismal, tenebroso; rojo infierno; azul celestial; blanco intenso. Me visten con capas con capuchas oscuras, me ponen de cuerpo un esqueleto; de cara, una calavera y me hacen llevar una guadaña. O me visten de ángel y luz. Para algunas culturas soy mujer y seductora; para otras, soy un hombre. O un demonio. Qué cosa, los humanos... La muerte no es un "alguien" ni un estado. La muerte es lo más seguro. Créanme. Si es que les hace mejor creer en algo. No se siente el frío. Ni el calor. No se sufre. Nada duele. Nadie es viejo, ni joven; ni idiota, ni genio; ni lindo, ni feo. Todo se equipara. No hay odio. No hay amor. No hay rencores ni resentimientos. No hay recuerdos. No hay futuro. No existe el tiempo como lo conocen. Hay un siempre placentero. Y es mentira que los que estuvieron enamorados se encuentren y vivan eternamente su amor edulcorado. Imagínense si alguien enviudó dos veces... O si se topa uno con un amor no correspondido. O no demostrado. Mienten. Meten miedo. Manipulan.

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Muy malo el marketing que me vienen haciendo desde que el hombre es hombre. Acรก, gente, les garantizo in eternum: todo es perfecto.

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Mauricio Castello

Bien, ya veo que están todos sentados y atentos, doy por comenzada esta improvisada rueda de prensa. Quiero que sepan que tienen total libertad de interrumpir para preguntar y que por ello no se tomarán ningún tipo de represalias. Para que se sientan más cómodos adoptaré la forma con la que habitualmente me asocian. Como primer punto quiero decirles que para mí es inaceptable que se me vincule con adjetivos del tipo “justa” o “injusta”, “rápida” o “lenta”, o tantísimos más, siempre contradictorios. ¡Yo soy! No me ajusto a sus mortales puntos de vista, tengo ante mí TODO el panorama. He sesgado vidas de a una, de a decenas, de a miles. Me he llevado reyes y plebeyos, amantes, conquistadores, granjeros, cobardes, creyentes, políticos, artistas, pescadores, ricos y pobres y toda clase de personas que puedan conocer o imaginar, me los he llevado a todos y me los llevaré a ustedes también, y a los que vendrán. Son todos iguales ante mí, y ante ustedes también, aunque no se den cuenta. No discrimino, tampoco hago juicios, sólo mi trabajo. No me detengo a cuestionar si es temprano o tarde para uno u otro, ni siquiera si ha dado mucho, poco o nada a la humanidad. ¿Que si están preparados o no? No es mi asunto, ¿se entiende? No, mi querido, yo no determino a dónde van las almas, que cada uno crea lo que más le convenga o reconforte. No me endilguen ajenas responsabilidades burocráticas. Hago un trabajo aséptico. Que aquél “fue y volvió”, que el otro “se salvó”… ¡no, no, ¡no! Cuando les llega el momento, les puedo asegurar que soy implacable, todo lo demás es puro cuento. ¿Quieren sentir que me burlaron? ¡OK! Si eso les sirve para algo, bienvenido sea, no será la primera vez que usan mi nombre para sacar mortales y, por lo tanto, efímeros provechos. Soy lo más seguro que pueden tener. Me piden un consejo, ¿acaso me ven cara de sabio? Cada uno que viva como pueda, como quiera, no soy quién para decirles qué hacer o cómo hacerlo, no me importa. Ésta es una buena oportunidad para que evalúen qué tal lo están haciendo, nadie los va a salvar de ustedes mismos. Aprovechen su cuarto de hora. Cuando me presenté sabía que la mayoría de las inquietudes rondarían el terreno personal, créanme cuando les digo que el sol no giraba alrededor de ninguno de los finados. ¡Cómo los mueve el chusmerío! ¡Dejen de tirar nombres! OK, ya que insisten, y al solo efecto de responder a la última pregunta, les diré que con el único que tengo cuentas pendientes es con Elvis.

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Paula Ancery

El tocadiscos estaba en el dormitorio de mis padres. Papá trabajaba de noche. Mamá me dejaba dormir en la cama con ella; mi hermana estaría en la cuna. Mamá ponía el disco de Serrat y apagaba la luz, para que nos durmiéramos escuchando algo lindo. Pero yo ya era insomne desde aquella época. Me quedaba mirando la lucecita naranja en forma de W. Escuchábamos, entre otras canciones, ésta. Y a ésta yo la entendía palabra por palabra. “Está pensando cómo va a seguir todo después de que él se muera”, pensaba yo por dentro. Supongo que el significado de, por ejemplo, “a rey muerto, rey puesto” lo aprendí así, porque la expresión estaba metida en esta canción que hablaba de esto. Y el asunto me desconcertaba tanto como el hecho de que él dijera piJama, con jota; o crisantemo, cuando yo durante mucho tiempo más creí que se llamaban crisanteLmos. Y me extrañaba que se preguntara “cuál de todos mis amores”, como si tuviera muchas esposas; y que estuviera tan seguro de que su mujer –como si varias se hubieran convertido en una sola- se iba a juntar con otro y a dormir con otro y en la misma cama. En aquella época en que teníamos pocos discos, así que cada uno lo escuchábamos muchas veces, con esta canción fui enterándome de qué era la muerte, y también de que las palabras comportaban la posibilidad de armar con ellas lo que mucho más tarde aprendería que se llamaban figuras retóricas. Y ese lado del disco, que había empezado con “Penélope” y después de esta canción seguía con “Cantares”, a continuación se ponía contento con “Tu nombre me sabe a hierba”. Cuando llegábamos a “Manuel”, mamá ya hacía rato que estaba dormida. Entonces yo la despertaba para que lo diera vuelta, lo que implicaba no sólo levantarse, sino también despabilarse lo bastante como para manipular el bracito del tocadiscos hasta que la púa quedara en el surco correcto. Ella lo hacía, bajo la advertencia de que era la única vez. La púa del Winco hacía ruido a galletita, y yo me ponía contenta, porque empezaba con “Señora” y terminaba con “Fiesta”. Entonces nos dormíamos juntas.

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Mariasi Cañizal

LA MUERTE

¡No me gustás para nada! No te banco, no me acostumbro, no me relajo, no me parece. Me refiero a la muerte de las personas, todo lo demás que muere o va muriendo está bien. Pero las personas… Y no es de necia, ni de infantil. Sé que llegás a todos por igual, por lo menos esa parte socialista no está mal, pero siempre me queda la sensación de que hay algo que no está del todo bien diseñado. Siempre me gustó ese resumen de la vida, que no recuerdo nunca de quién es, que dice que debería ser al revés y acabar naciendo. Ir de la vejez y arruine a lo infantil y nuevito. Sí, sí, entiendo todo, que la vida sea finita nos hace valorarla, que el deseo se mueve por esa fuerza poderosa del final, que sería un embole la vida eterna, que la renovación, que la evolución de todo, que la contraposición siempre es lo más interesante, que es mejor aprender y hacer para no temer, que lo lindo y lo feo, lo bueno y lo malo, la vida y la muerte. Pero no me parece… No me parece, sobre todo, cuando ocurre por ejemplo en la mitad de la vida y deja niños sin padres, menos aún en los primeros años considerando la franja que se quiera, y esas marcas indelebles que se hundirá en los que quedan llorando. Eso es lo que no me banco, la Antinaturalidad de la Muerte... Porque si viene a la vejez, cuando ya se espera, cuando ya se sabe, cuando ya se ha vivido y disfrutado e incluso sufrido, ahí sí, antes o después, no deja de ser doloroso, pero al menos ya sabíamos que jugábamos ese partido, pero en el momento que se te cante, eso simplemente no me parece…

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Horacio Petre

NOCIÓN DE LÍMITE

Probablemente, la idea abstracta más temprana que atisbé en mi niñez, es precisamente esa, la de la muerte, que muy concretamente arrebató a mi padre de mi vida dos semanas antes de mi segundo cumpleaños. No recuerdo nada de él. Y lo más lejano que tengo en mi vida respecto a la idea de su muerte es mi madre, abuelos y tíos explicándome metáforas celestiales sobre su paradero. Pero crecí con eso como una marca. Accedí al mundo de la razón, de la introspección sobre uno mismo y la vida; con plena conciencia de que en cualquier momento perdés por goleada mal. Arranqué de entrada con el tanteador abajo. Así y todo, mi infancia fue un divertimento, lleno de luz y felicidad. La idea de que no tenía papá, era eso, una idea... No recordaba nada de él, me armaba su imagen a partir de lo que me contaban y la reconstruía a piaccere. Cuando era chico, mi padre era un héroe de guerra que desbarataba nidos de ametralladoras japonesas en Iwo Jima, o hacía volar una fábrica de tanques nazis... Después podía ser el Che Guevara o John Lennon... ¡Pobre Jorge Horacio Petre! Lo tenía de comodín, servía para lo que deseara. Debo admitir que nunca sentí dolor por él, imposible... sería como si me mostraran fotos de un chico de 14 años, y me explicaran que es mi hermano mayor y murió cuando yo tenía 2... Un desconocido. Suena frío y distante, pero es la verdad. El dolor era el de no haberlo tenido, pero un dolor abstracto... como el de alguien que llega a la madurez sin haber tenido hijos y los añora. O si no de adulto, y una vez que fui padre, el dolor era pensar en un tipo que se murió jovencísimo, dejando dos chicos sin su padre, y al que sus amigos y hermanos poco honor le hicieron desinteresándose por completo de ellos. En mi niñez, mi abuelo pasó a ocupar el lugar del padre. El dolor por la ausencia de alguien muy cercano y querido recién lo sentí muchísimos años después, a mis 26, cuando él murió. Pero convengamos que ya venía curtidito, al dolor hay que salir a domarlo, y en todo caso aprovechar su motor para enfilar para donde uno quiere. En cuanto a la muerte en sí, y lo que hay más allá de esta vida... No tengo la menor idea, y desde este lado, verdaderamente, no me provoca mayor curiosidad.

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Javier Russo

LA MUERTE

Escucho los primeros acordes de un vals y de repente estoy tomando a una hermosa mujer de su cintura y comenzamos a bailar. Estoy confundido porque estoy bailando y yo soy un espantoso bailarín. Ella me sonríe y siento que su mano se entrelaza con la mía con cariño.

− ¡Qué espectáculo nos diste, qué bien que lo hiciste! No sé qué responder. Mis pies se mueven con facilidad y destreza, mi cuerpo se desenvuelve con alegría. No siento ninguna de mis viejas dolencias. Sigo confundido, pero de alguna manera con cada compás de la música voy cayendo en la cuenta.

− ¿Es así entonces? − le digo al entender mi situación. − ¡Es tu acto final, disfrutalo! Le hago caso, me entrego a la música, a su mano, a su rostro y a su cintura, que armoniza bajo mi mano con cada movimiento. Faltan solo un par de compases más para terminar y entonces ella me acerca su rostro. Nos besamos profunda y dulcemente. Nos apartamos un poco para poder vernos. Ella sonríe y yo también. Nos aplauden, muchos rostros me son familiares. Saludamos tomados de la mano. Las dudas se disipan junto con Javier.

− Fuiste un fabuloso Javier − me dice sonriente. − Fuiste una fabulosa compañera. Buena y dulce. Siempre estuviste ahí ¿no? − Sí, siempre. Ahora es tu momento de ser mi acompañante. ¿Vas a ser bueno conmigo?

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− Por supuesto − y quejoso agrego − ¿Qué pena no? − ¿Qué pena qué? − No recordar todo mientras estamos vivos. Se sonríe con picardía

− Si recordáramos no tendría gracia. Nos abrazamos y ella se desvanece en mis brazos como si nunca hubiera estado allí. Recibo apretones de mano de muchas personas, felicitaciones por doquier. Comienzo a extrañarla y entonces me percato de que no tengo cuerpo. De algún modo llego al momento de su concepción. Es su turno de vivir, ella va a interpretar a Victoria. Recuerdo su maravilloso Juan, o su cariñosa Perla y me emociono. Seguro lo va a hacer bien. Voy a estar allí, con ella, cada instante de su vida como ella estuvo conmigo cuando me tocó interpretar a Javier o como cuando fui Elizabeth o Augusto o Fabio. Recuerdo sus palabras y veo claramente tiene razón; si recordáramos no tendría gracia porque seríamos todos y no quien debemos ser. Cuando llegue su acto final la tomaré de la mano, bailaré con ella y los dos por un instante seremos iguales el uno para con el otro.

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Diego Albé

HERMANOS

Es la hora de la siesta en el barrio de casas bajas. La tarea está lista. Se escucha la voz de Arturo Puig acunando la siesta de mamá desde el blanco y negro de la telenovela. Sergio y Andrés abren con cuidado la puerta del pasillo que da a la calle. En la esquina esperan los pibes con sus bicicletas distintas. Están los melli, Jorgito y Leo con la Legnano asiento banana que le trajeron los Reyes; Sergio sabe que fueron los padres, pero le prometió a mamá que no le contaría la verdad a su hermano. Ya va a ser grande como vos y se va a dar cuenta. La vereda amarilla despide olor a jabón cuando el sol la toca y el viento que dejó la lluvia de la mañana los envuelve con sus dejos a malvón y sifones vacíos. Lo mejor de la cuneta es el verdín y hacer patinar la bici al frenar para dar media vuelta es una prueba de valor y destreza. Sergio es el mayor y le tiene prohibido a su hermano hacer eso. Ya vas a ser grande como yo y vas a poder, le dice. Andrés lo mira con respeto y desazón, al tiempo que traga saliva de masticar ruda, como una personal manera de ser más hombre que todos, sin inmutarse ante lo amargo. Está todo listo para comenzar las coleadas en bici. Andrés está nervioso mirándolo todo. Su hermano y sus amigos, todos mayores que él, comienzan a batirse a duelo con sus bicicletas, mientras sus uñas se van perdiendo entre la ruda y su ansiedad de crecer. Siempre espera, siempre. Hasta tiene que soportar el olor a desodorante que él todavía no usa, porque es chico. Las bicicletas zumban y dibujan el asfalto con huellas de verdín y caucho. Andrés no quiere esperar más, a sus siete años la paciencia es una palabra que sale de la boca de las tías o de los curas. Con sus ojos puestos en la bici de los melli que espera su turno semiacostada en el cordón de la vereda de enfrente, sale disparado a hacer la hazaña que lo haría crecer de golpe. Más que su hermano, más que Leo, más que su padre, al que nunca conoció. Cruza la calle con una sonrisa azul como el cielo cercano. Bocinazo y frenada del camión de reparto de soda. Mamá despierta como si le hubiesen arrojado un adoquín en el pecho y en el silencio de la siesta de barrio el grito de Sergio hiriendo los pinos de toda la cuadra. Pasaron más de treinta años de aquella tarde terrible y Sergio mira la cama que está al lado de la suya. Se acerca, acomoda la almohada custodiada por muñecos y antes de irse a trabajar, le reza a su hermano mayor.

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Roxana Conti

LA MUERTE 8

Alguien mira a través de la ventana de un bar. Una mujer bosteza. Una niña sostiene un helado mientras chorrea por su mano. Algunos aprueban un examen. Algunos hombres matan en algún país. Un hombre se arrepiente en un juicio. Muchos políticos haciendo promesas. Varias amigas riendo y brindando. Un niño dando sus primeros pasos. Varios miles matando a sus congéneres obedeciendo causas irracionales. Otros miles naciendo. Muchos saltando las olas en todos los mares del mundo. Cientos de miles mendigando en las calles. Muchos cientos de miles refugiados por alguna lejana e incomprensible lucha tribal. Muchos cientos de millones trabajando en fábricas, en minas, empresas, máquinas. Todo lo imaginable sucede simultáneamente, pero para él, nada más pasa, todo se detiene, el mundo se detiene, ya no habrá más ni hoy ni mañana, arriba o abajo, todo se congela en un dolor inimaginable, inconcebible. Todo se detiene de golpe cuando abraza a su niña, su pequeña, y la sostiene al morir en una cama de hospital.

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Recientemente leí algo acerca de la simultaneidad de los hechos, que inspiró este texto.

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Julio Fernando Affif

LA CULPA DE VIVIR

El abrazo me sorprendió fuertemente porque nuestra amistad no era tanta. Sólo el reconocimiento por formar parte de la misma corporación y el sabernos compañeros en una ruta que sólo los sanisidrenses sabemos transitar. En instantes sentí que una gran desesperanza lo invadía y sentí ese miedo lacerante de preguntar qué hacía ahí.

Cuando salí del ascensor en el segundo piso buscando a los familiares de mi amigo, atacado por una repentina leucemia pero con grandes posibilidades de recuperación, relativicé la presencia de un grupo angustiado y doliente cuchicheando entre ellos justo enfrente a la salida. Mi mente buscaba objetivamente a Juan, a Cecilia o a Carmen y la ansiedad por tener alguna noticia positiva, borraba el entorno.

Los informes tranquilizadores aflojaron mi tensión, me senté en una de las butacas frente a la familia de Antonio y entonces pude reconocerlo y observar su angustia. Prestamente me levanté y me acerqué para recibir ese abrazo cargado de resignación y desesperación sintiendo el peso y la opresión de lo inevitable y frente a lo cual, cualquier consideración parece estúpida. "Mi hija, me dijo, estamos esperando que nos informen los médicos". Instantes antes un joven facultativo había pasado velozmente hacia la sala, seguramente requerido por alguna urgencia.

Visité a César en su habitación y salí contento por su buen ánimo y mejor estado.

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Las amigas y hermanas de la hija de Antonio se juntaron en la capillita, como último refugio, rogando por el milagro que no llegaría. La sala de espera estaba convulsionada por la desesperación de los parientes de Antonio que recibirían el doloroso parte médico. Y llegó al fin la noticia desgarradora. “No hay más nada que hacer, la vamos a asistir hasta el último momento y a partir de ahora lo único que queda es la morfina”. Reconocí a uno de los dos médicos como el que hacía instantes había entrado a la sala corriendo, y pude percibir en él también la impotencia.

Cuarenta años, tres nenas, las ilusiones y las aspiraciones, barridas en cinco días por ese monstruo maligno que no le permitirá verlas crecer y recordar su infancia en las reuniones de familia, participar de sus logros e incertidumbres y guiarlas en el camino de la vida. ¿Y saben qué? Me sentí mal, estúpidamente mal, dolorosamente mal. Sentí la culpa de seguir vivo.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 14 DE DICIEMBRE DE 2014


LIPE

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