HISTORIAS DE OTRAS ÉPOCAS

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HISTORIAS DE OTRAS ÉPOCAS


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


HISTORIAS DE OTRAS ÉPOCAS


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CONSIGNA DEL DOMINGO 1 DE FEBRERO DE 2015 Tema

HISTORIAS DE OTRAS ÉPOCAS

Ponente

CECILIA MOSTO

Elegí una época y escribí una historia. ¿Cuántas veces nos preguntamos en qué época nos hubiera gustado vivir? Si no te lo preguntaste, hacelo ahora. No vale la actual. Por ejemplo, una historia del siglo XIX, etapa fructífera si las hay. Darwin, Marx, Nietzsche, Freud, la Revolución Industrial, Bonaparte, la Restauración, inventos miles. Bueno, propongo que te imagines un cuento que transcurra en un escenario pasado. ¡Buena semana para todos!

Cecilia Mosto

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M. Pilar López O.

LOS AÑOS DE LA PESTE

Sale el sol otra vez. Pedro el rengo mira sus pies calzados con abarcas y sale fuera. No mira atrás, un saco pardo con algo de carne seca, pan duro y tres nabos rescatados de la finca del fondo. Ya no hay señores cerca, la peste se llevó al abate y nadie se atreve a irse; no obstante, los pocos supervivientes se aferran a lo conocido y rezan al Señor en la oscura iglesia del monasterio. Sólo Pedro el rengo no reza. Murióse su mujer, los chicos, la nena pequeña, los dos abuelos. Pensó en dejarse ir también. Luego recordó su sueño. No va a morir sin ver la gran Iglesia del Apóstol. Dicen que es tan alta como el cielo, que brilla como el oro y te ciegan las velas, que podrías morirte allí oyendo la música de los órganos y de los coros sagrados. Así que simplemente sale y se va. No piensa en que se escapa, que le perseguirán por siervo huido, no piensa más que en la enorme iglesia soñada. ¿Cuánto caminó? Después de un mes ya perdió la cuenta. Al norte, sin rumbo, delgado y renegrido, comiendo lo que rapiña de los campos abandonados. Poca gente, y nadie sabe decirle la ruta, Pedro el rengo ya no tiene miedo, llegará a Santiago, seguro. Y un día se cruzó con alguien que seguía la ruta como él, y supo que la encontró. A veces en compañía, a veces solo, ya sabe que está cerca, sólo seguir. Iglesias hermosas, monasterios muchísimo más grandes que el que conoció toda su vida, las tierras donde trabajaron sus padres, sus abuelos, y todos sus ancestros hasta que le llega la memoria ¿Es posible que Santiago pueda ser más grande que estos enormes edificios? Nadie le para, ningún merino le pide su filiación, tiene suerte Pedro, pero no lo sabe, sigue su ruta. Come ahora lo que le dan a veces de

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limosna, alguien le dejó un bastón de peregrino y una hermosa vieira. No es preciso pensar, simplemente sigue caminando. Una tarde de abril llega a los arrabales, sigue andando, la ciudad enorme, la gente, al fondo la imponente iglesia con algunos andamios aún. Pedro el rengo se acuesta en una esquina, espera sin dormir hasta que el sol alumbra las piedras. Sí que es como el cielo, huele a incienso y el sonido de los rezos cantados le deja allí quieto de rodillas en las frías losas, apoyado en la columna. Duele de tan hermoso que suena, araña dentro y le saca lágrimas que nunca supo que tuviera. Los ojos cegados de tanta luz y el dolor dulce como una espada de las voces clavándose en su pecho. Pedro el rengo se levanta y flota arriba, sin angustia, sin hambre, hacia el dorado ojo de la bóveda. Tiene una sensación rara en la cara, no sabe que sonríe. Su sueño cumplido, su sitio, toda la música como una ola, como un viento que le arrastrase. Lo encontraron al cerrar los frailes. Otro más que no aguantó las privaciones y el hambre, pero otro más que murió feliz bajo la sombra del apóstol. Bendecido, Pedro el rengo sonreía.

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Jorge Pailhé

UNA HISTORIA DE OTRA ÉPOCA

En los últimos dos días había comido apenas algunas legumbres y un choclo a medio morder que encontré en los desperdicios en la zona aledaña a la Plaza de la Victoria. Ya había pasado la mitad de mayo y el frío era cada vez mayor, así que hubiera dado lo que no tenía por una carbonada bien caliente y un pastelito recién frito en grasa. Convencido ya que si no robaba me iba a morir de hambre o de frío, crucé la calle Victoria hacia la zona del Puerto dispuesto a quedarme con la bolsa de algún navegante que tal vez se hubiera quedado dormido en la calle, borracho. Si me hacía de algunos pesos, podría comprar una gallina y un poco de maíz para llevar al rancho en el que Rosalina ayudaba a la señora a hacer la limpieza. La señora de Rosalina era muy buena y siempre me dejaba entrar y hasta nos hacía chistes sobre si nos íbamos a casar y todo eso. ¡Hasta era capaz de darles un buen colchón a los dos negros que le trabajaban en la hacienda familiar, si sería buena esa mujer! Iba caminando por Victoria hacia el Puerto cuando de pronto se escuchó un griterío y muchísima gente empezó a rodearme y caminar a mi alrededor. Iban para acá y para allá, y gritaban, hacían gestos... Fue tanto el descontrol que abandoné por un momento -no sin dolor en la panza- mis planes de robar para comer y me dejé arrastrar de nuevo hacia la Plaza de la Victoria. Allí el griterío era tremendo. Pude ver muchos sombreros que subían y bajaban, como si sus dueños los revoleaban al aire en señal de algún festejo (esto me desconcertó porque no era día de fiesta de guardar). Me moví entre el gentío tratando de extraer algo de algún bolsillo, cosa que me resultó imposible, pero al menos pude adelantar algunos metros y enterarme qué pasaba: en el balcón del edificio del Cabildo, donde jamás había podido entrar a robar porque siempre estaba custodiado por los soldados del rey, había un montón de hombres con galera y bastón (y también había uno vestido de cura) que gritaban algo sobre la patria y la revolución y no sé cuántas cosas más. En cuanto el que más gritaba del balcón terminó, la muchedumbre gritó "¡Viva la patria!", mientras los que estaban bien vestidos se saludan entre sí, cuidándose muy bien de no trenzarse con algún harapiento

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como yo o algún negro que por casualidad no estuviera limpiando las caballerizas, sacando agua de los pozos o cargando los muebles recién comprados por sus patrones de la feria que estaba ahí nomás, al costado del puerto. No recuerdo cuánto duró todo eso, pero a mí me pareció que fue todo el día. Y la panza me seguía haciendo ruido, hasta que en un momento pasó un negrito vendiendo empanadas y ahí no pude más. Aprovechando el movimiento, lo empujé, él perdió un poco el paso y de la canasta se le cayeron cuatro empanadas que atrapé en el aire. Todos dicen que éste fue un día histórico. Y debe serlo, porque yo creo nunca más voy a volver a comer cuatro empanadas bien calentitas y jugosas como aquéllas...

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Horacio Petre

MANTECA AL TECHO Y FLOR DE QUILOMBO

Paris, 10 de mayo Querido diario: El viaje en barco me hizo mariar un poco, pero el tío me acomodó lindo y viajé bien bacán en primera. Un duque. La mina del restorán hasta me dio pelota y todo, nos encamotamos de lo lindo hasta un poco antes de llegar a El Havre. Del puerto hasta la ciudad me trajeron en un coche de esos nuevos que andan con un motor encima. El petit otel que se alquiló el carcaman para toda la familia, es una lindura. Por suerte el tío los trajo a Modesto y Dominga para que manejen la cocina, que si no, si hay que comer las cosas que hacen los franchutes estos me voy a quedar como cinco de queso... Al día siguiente de la llegada, el tío me presentó a la vieja para las clases de francés. Madám Moníc. ¡Qué lío que es para chamuyar este idioma! ¡Andá comprar pan! Esa misma noche vino a cenar un pintor español, muy famoso... Divertido el hombre, le daba al escabio, hablaba mucho de minas también. Nos comentó de un balét que está por estrenarse y nos quiere invitar. Después le pregunté al tío que era eso del balét, al tío le gusta toda la cosa esta de lo artístico, los pintores, la gente de los tiátros y todo eso.

Paris, 20 de mayo Mon cher diarió: Ya le voy sacando la ficha al franchute, aunque es dificilísimo para un criollo de ley como uno... Hablan todo el tiempo haciendo las erres como si fueran con ge... parecen todos maricas, parecen. Estoy también con las clases de esgrima, y lo más importante, para lo que vine, a tomar el curso de mecánica y manejo de automóviles, el tío se

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lleva como cincuenta para Buenos Aires, va a poner un negocio, dice que en el futuro nadie más va andar a caballo, que todos van a ir en las cosas esas. La otra noche volvió el pintor español, con un músico ruso, uno narigón de lentes... Mi francés no me alcanzó para entenderle. Del idioma ruso ni hablar. Con el pintor nos divertimos, flor de atorrante el gallego y prometió llevarme de farra a Montparnasse. Le trajo de regalo un cuadrito al tío. Casi me caigo cuando veo el mamarracho lleno de cuadrados y triángulos... En el medio se veía como una cara de una mina toda desarmada, como si le hubiera pasado el arado por arriba. ¿Esas cosas pinta el quía? ¡Qué adefesio! Y al tío le gustan. El músico ruso, después de cenar se sentó al piano, tocó algo que me explicaron que era sobre un pájaro de fuego o algo así. Cuando se fueron terminaron de arreglar para ir a ver el estreno del balét este la semana que viene.

Paris, 30 de mayo ¡Mamma mía!!! ¡Que trifulca que se armó!! Ayer en el Tiátro de los Campos Elíseos... Fuimos a ver el balet, no sé que cuestión de la Primavera o algo así. Estaba lleno de gente, no cabía un alma. Empezó la función con el telón cerrado y una corneta (¡Es el fagot! me dijo después el tío) que hacía una canción muy aguda, y ahí nomás a los parroquianos ya no les gustó. Después levantaron el telón, y la gente que bailaba estaba medio en pelotas como los indios, y sonaban unos ruidos de estruendo, con cornetas que parecían de cacería o el ejército. El público se puso rechiflar ahí nomás. La música seguía y la gente se aburría. Los que bailaban hacían como que se llevaban a unas minas y después las entregaban como si fuera un sacrificio... ¿Serán los malones rusos? ¿Habrá cautivas secuestradas allá donde el diablo perdió el poncho? La música se empezó a poner peliaguda y le daban duro y parejo a los tambores y las cornetas En los palcos algunos estaban meta roscazo... El tío se agarraba la cabeza y lloraba, gritaba que eran unos animales... No sé todavía si se refería a los músicos y los bailarines o hablaba del público.

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Cuestión que casi no pueden terminar la función, se lo tuvieron que llevar al músico ruso, que estaba en la parte de atras, a los gritos pelados, y también al director de orquesta. Un desbarajuste fenomenal. Mañana me encuentro con el gallego, que prometió llevarme a un piringundín fetén, fetén. Ahí seguro me voy a divertir mucho más... París, la primavera ¡como para consagrarse, che!

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Eduardo Mizrahi

CON USTEDES, SEÑORES... LINA

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Sara no habla castellano. Ha llegado de Rusia hace un año. El primero que ha pisado Buenos Aires es Abraham. Apenas ha sido posible, ha logrado embarcar a su esposa y a su hija...la pequeña Olga, con tres años, es la maravilla de la familia. De tez blanca como la leche, sus rulos rubios ensortijados serían la envidia de cualquier pintor renacentista. Sus ojos son claros... Pronto dejará de ser la única receptora de las caricias de su dulce madre. Abraham es sastre. Trabaja como dependiente en una prestigiosa casa de trajes a medida... Le pagan mucho menos que lo que genera. Delicias del capitalismo. Ha podido escapar del horror de Stalin. Abraham es trotskista... Sus camaradas revolucionarios han sido declarados traidores al proletariado. Algunos pocos han sido ejecutados. Los más, engrosan la plantilla de los campos de concentración en Siberia. ¡Dura combinación la de ser judío y trotskista en esa época nefasta que se conoce como estalinismo! No ha conseguido el permiso para emigrar a los Estados Unidos. Buenos Aires se ha transformado en el refugio alternativo... 1

Dedicado a Lina Ejchelbaum.

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El perfil de Sara no miente. Está por agrandarse la familia. El invierno de 1938 muerde los talones de Abraham rumbo a la parada del tranvía. Se dirige al centro, a la sastrería. (No hay nada que pueda hacer para morigerar la tragedia que se avecina.) Sara comienza a sentir contracciones... respira, respira. El ritmo de las contracciones se acelera... duele, grita. Le pide a una vecina solidaria que se haga cargo de su hija. La vecina asiente sin palabras y vuelve a ocuparse de los propios y los ajenos... Sara busca un taxi. (No abundan en los barrios pobres...) Camina, camina. Diez, veinte, treinta cuadras... llega al Hospital Zubizarreta. Está por desfallecer. La empleada del mostrador le pregunta qué desea. Señala su embarazo, hace gestos. La empleada le pide que complete una planilla con sus datos personales. Sara está desesperada pero obedece. La empleada analiza con detenimiento los datos. Con una sonrisa le dice, mientras rompe la planilla: - Judíos acá no atendemos. Sara no sabe si llorar o reír entre sollozos... Prefiere reír mientras camina tambaleante hasta la entrada del hospital. Las personas que se cruzan creen que desvaría.

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Nadie la detiene. Se sube a un taxi que aguarda en la parada... A duras penas le hace entender al chofer que necesita urgente un hospital, distinto a éste. El chofer arranca el taxi. Conduce a toda velocidad rumbo al hospital público más próximo... llueve. En una esquina se cruza con un carro tirado por caballos. El vuelco es inevitable, el impacto tremendo. Pasan varios minutos hasta que llega la ambulancia... Cuando los médicos arriban, Sara, magullada pero viva, ha dado a luz a una criatura que llora con todo derecho. Con ustedes, señores... Lina.

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Daniel Dionisi

ÁRBOL DE DICIEMBRE

Frente a vos hay una mujer desnuda apoyada contra la pared. Tiene la piel caliente. Te mira fijo. Te vuelve loco. Hay una cicatriz en su muslo. Vos ya conocés esa cicatriz. Sabés de donde viene. Te lo contó. La mujer desnuda apoyada contra la pared te mira fijo y te invita a visitar sus laberintos. Es halagador que lo haga. Nadie los conoce. Ella nunca abrió la puerta. Y ahora vos vas a entrar ahí. ¿Vas a salir? Seguro que no. La cicatriz está ahí. Viene de lejos. De aquel árbol de diciembre. Ella después hizo el camino. Amó, la amaron, tuvo hijos, sufrió, gozó, se arremangó, sintió el calor del sol sobre la piel, se metió al agua y tuvo frío. Disfrutó, salió y la abrigaron. Viajó. Pero después la volvieron a dejar sola, se volvió a cagar de frío. Como tantas, es una mujer que vivió. Tiene otras cicatrices pero la cicatriz que habita en el muslo, la que viene de aquel árbol que fue refugio, es su bandera. Es recuerdo, es dolor, es un tatuaje de dignidad. Y ahora está ahí, desnuda, apoyada contra la pared y mirándote fijo. Un atardecer de diciembre, después de vaciar el cargador, se subió al árbol. Y desde ahí vio todo, escuchó todo, olió todo. La lucha, el heroísmo, la cobardía, la traición, la muerte. La vida no. En ese caluroso crepúsculo de Monte Chingolo la vida se ausentó sin aviso previo. Oculta en el follaje, disfrazada de rama, muerta de miedo, siguió de cerca, como una espectadora privilegiada, a la muerte paseándose por el regimiento. Vio a los compañeros cayendo, a los milicos con sus frenéticos gritos de victoria, al terrorífico silencio que sucedió a las balas, al colimba que en el séptimo rastrillaje la encontró mezclada con las hojas y apiadándose de sus ojos aterrados la volvió a parir, le dio otra vida. "¡Rastrillaje sin novedad mi sargento!" gritó el ángel vestido de verde. Ella lo escuchó. Entonces decidió vivir. Con los brazos acalambrados se aferró más fuerte al tronco y las alimañas que se le metían entre la ropa dejaron de molestarla. Así pasó horas sabiendo que bajar del árbol era morir. Pero había decidido vivir, por eso cuando llegó el crepúsculo nuevo y la noche se adueño una vez mas del cuartel, se despidió del tronco amigo, soltó los brazos lastimados, cayó al pasto,

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corrió hacia el cerco y en el último salto hacia la calle el alambre de púa le rasgó la carne en la parte más suave de la pierna. La sangre le vistió la piel pero no le importó. Aspiró bien fuerte el aire de la navidad del 75 y lastimada, pero más humana que nunca, se abrazó a la vida. Ahora esa mujer desnuda apoyada contra la pared te habla con los ojos. Te incita. Es preciosa. Por la mirada, por la cicatriz, por los años, porque sabe. No hay mujeres más lindas que las que saben. Y ésta es tan sabia que supo expulsar el dolor de su mirada. Su dedo índice baja lento atravesando todo el mapa de su cuerpo. Se posa en la cicatriz del muslo, la recorre. Y te sigue mirando fijo. Es muy sexy. Muy vital aunque conoce a la muerte de cerca. Ya pasaron cuarenta años, pero vos te das cuenta que hay una parte de ella que sigue trepada al árbol con un montón de fantasmas arañándole las piernas. Te mira fijo y no te da opción. Supongo que ya sabés lo que tenés que hacer. Por las dudas te lo digo. Subite al árbol de diciembre, cagá a trompadas a los fantasmas, dale un beso muy suave en la mejilla a ella, susurrale que no se preocupe, que no está sola. Decile que se cuelgue de tu cuello, que ya no hace falta que se quede ahí. Bajá despacio, bien despacito para que se le vaya el miedo. Hacé que pise suelo firme, ayudala a que se sienta plena, a que se sienta mujer. Y cuando esté segura y mirándote fijo como te mira ahora, apretala bien fuerte contra la pared.

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Roxana Conti

UN RELATO DE ÉPOCA

− Usté, m’hijita, no puede morirse. Por sus hijos y por su papá que la quiere, tiene que vivir, m’hijita −. Le suplicaba su padre arrodillado a su lado.

Los sollozos llenaban la habitación. Las nanas desde un rincón acompañaban el llanto y también sus hermanos, desolados. Ella estaba tendida en el suelo, en un rincón. Los postigos cerrados, apenas unos pocos vestigios de sol entraban por las rendijas. Un aire enrarecido todo lo envolvía. Macacha cuidaba a los niños, cumpliendo su promesa, en otra estancia de la casa. Ellos ya no veían a su madre. Su cabeza volaba muy lejos de allí, ya no tenía fuerzas para moverse ni respirar. Apenas recordaba los días felices de su primera juventud. Aquel baile donde lo había conocido, cuando él ya era teniente coronel del Ejército Auxiliar del Norte y ella era la más bella de las niñas de abolengo. Él había sido proclamado gobernador luego de la victoria en el río Pasaje sobre los realistas, quienes tuvieron que retirarse hacia la Quebrada de Humahuaca. Esas tierras eran el escenario de las batallas entre realistas y criollos en la gesta libertadora. Yavi, Purmamarca, Río Seco, Uquía, Tilcara. Tierras de cielos azules, piedras y cardones. Recordaba también los tiempos difíciles en su corta vida juntos, su Martín siempre librando batallas, con los sueños acumulados a cuestas de su caballo y los de sus gauchos, sin apoyo de Buenos Aires, que impartía mezquinas ordenes sin sentido. Sin pertrechos, sólo sus fuerzas y tesón. Los realistas no les daban respiro. Mientras él y sus hombres acumulaban triunfos, San Martín cruzaba los Andes y ganaba en Chacabuco, y Belgrano era llamado con su ejército hacia el Litoral. Urgidos de todo, Güemes pedía ayuda a Córdoba y a los Cabildos de las Provincias Unidas, pero éstas estaban ocupadas en sus propios problemas. Era el pueblo de Salta y Jujuy quien sostenía ese ejército con sus contribuciones. Ella tuvo que huir a caballo, por expresa orden de su Martín, porque era sabido que lo traicionarían, y su familia sería el blanco. Junto a una criada y sus dos niños pequeños, huyó primero al Chamical y luego a la estancia de su padre en Rosario de la Frontera. Estaba embarazada de ocho meses, apenas podía recordarlo, ¡parecía tanto tiempo atrás! Buscaba en los recónditos rincones de su mente como había sobrevivido

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a aquello. El caballo a paso corto bajo ese sol imposible, los pastos y matorrales rasgándole las ropas, cortándole la piel. Todo polvo y tierra. Se detenían unos días a tomar fuerzas. Martincito, el mayor, detrás de ella en su caballo, y el pequeño Luis, de un año de edad, en brazos de su nana en el otro caballo. Caminaban despacio, algunos días aceptaban la bendición de ser recibidas en la casa de alguna familia de pastores, esas tierras estaban bordadas por recuas de mulas, guanacos y llamas, donde recobraban fuerzas para continuar el camino. En esos mismos caminos se libraban las batallas con los realistas, ¿cómo habían podido sobrevivir? Poco tiempo después de llegar a Los Sauces, la estancia de su padre, dio a luz a Ignacio, que vivió sólo unos días dejándola abatida y débil. Los cascos de los caballos sobre los adoquines de esa noche fatídica, retumbaban en su cabeza. Los imaginaba en sueños desde hacía días, desde que supo la noticia. Su Martín había subestimado el odio de sus enemigos. Acudió a un llamado de su hermana, su querida Macacha. La emboscada fue planeada por un reducido grupo de aristócratas salteños y colaboradores de Córdoba, contrarios a las ideas de Patria Grande de los grandes de esta Patria. Para ellos el comercio de mulas entre el Rio de la Plata y el Alto Perú a través de las tierras del noroeste, significaba garantizar su riqueza y prosperidad. Mucho más, para sus mezquinos intereses, que la idea de anexar al Alto Perú al territorio Nacional. Traidores de la Patria que pactaron con los realistas una muerte vil. Lejos estaban, algunos, de los ideales de ese ejército mezclado con gauchos y pueblo, que Güemes representaba. Recibió una bala en la cadera, herido de muerte y custodiado por sus Infernales se dirigieron a la Quebrada de la Horqueta, donde murió luego de una larga agonía. En algunos momentos de lucidez, ella pensaba en las últimas palabras de su amado Martín, él había pedido que la cuiden, a ella y sus hijos, pero también sabía que ella se iría con él. Los murmullos en la habitación eran una letanía. Ella ya no podía soportarlo. Tendida sobre el piso, se cubrió con su velo y se dejó morir.

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Carmen Puch murió el 3 de Abril de 1822. Tenía veinticinco años. Sus restos descansan junto a los de Martín Miguel de Güemes en la Catedral de Salta.

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Cecilia Gómez Nale

SU NOMBRE ES JANE

Jane nació en el Londres de la posguerra, hija de padres profesionales con inclinaciones artísticas: papá escribe −además de ejercer la medicina−; mamá es profesora de música y concertista de oboe. Jane es pelirroja, muy delgada y alta. Un tupidísimo flequillo −casi su marca registrada− resalta sus ojos verdes profundamente delineados. Suele usar boinas y gorros; adora el jean y la minifalda con botas altas; los motivos escoceses en las polleras. Pocos saben que el novio de Jane despertó una mañana en el ático de la casa familiar de los Asher, en donde es tratado como uno más de los hijos junto con Peter, Clare y la misma Jane; y que utilizó el menú del desayuno como letra para entonar la melodía con la que había soñado, tratando de convencer a los oyentes de que esa música ya existía. Nada mejor que el cobijo de una familia para un chico venido de una ciudad industrial y puerto del interior para evitar marearse con los lujos y excesos que acompañan a la fama intempestiva. A Jane le gusta cocinar, y sobre todo, le fascina la repostería. Pese a ser actriz, se las ingenia para mantener un muy bajo perfil y pasar desapercibida frente a las masas que gritan histéricas ante cada aparición de su archiconocido novio. Muchos ignoran que es la musa de muchas de las baladas más dulces de la banda que está revolucionando la historia de la música del siglo XX. Su nombre es Jane Asher.

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Paula Ancery

EL RECIBIMIENTO

−¡Cómo! ¿Qué hacés acá? −Vine a recibirte, pánfila. Bienvenida. −No, no… ¡no me digas que te suicidaste! −Pero no, pejerta. Yo me morí de viejita. Pasá, que está hermoso. −¿Cómo de viejita? Si solamente tenías… −Las cosas no son como creíamos, je, je. Dale, saludá rápido así nos vamos a la fontana de Trevi.

No me decidía a elegir un momento del pasado porque, si bien hay muchos en los que me gustaría estar por un ratito, sería necesario no sólo viajar en el tiempo, sino también llegar en determinadas condiciones. Por ejemplo, para aprovechar la biblioteca de Alejandría tendría que empezar por no ser mujer, y por pertenecer a una determinada casta y tener determinada educación. Además, deberían permitirme llevar un Off. Entonces elegí la eternidad tal como la acaban de explicar hoy, que se cumplen cinco meses.

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Daniel Goldenberg

STEAMPUNK

El hombre giró con suavidad la pequeña manivela de su elegante cronoteléfono; un dorado Queen Victoria de última generación, encadenado al bolsillo de un chaleco de jacquard impecable. Un promiscuo ramillete de engranajes minúsculos, posicionó las agujas del labrado artilugio sobre la hora exacta de arribo del próximo aerobuque de la Imperial Steam Airways. El humo blanco inundó por completo el andén de la Amarra Central, y una interminable escala de madera y bronce se desplegó invitando a los pasajeros al abordaje del imponente Britannia, insignia y vanguardia del orgullo imperial; ingenio con el cual la tecnología a vapor había conquistado, de forma definitiva, los cielos del mundo entero. Acomodado en su magnífica butaca de cuero y metal, el hombre observó, tras el cristal blindado del pequeño ojo de buey, la estampa celestial de una ciudad que, a vista de pájaro, aún conservaba razones para llamarse Buenos Aires; resistiendo, a su particular manera, los embates de la Tercera Gran Invasión. A escasos minutos de vuelo, entre las nubes que amalgamaban su etérea inconsistencia con las decididas bocanadas de vapor, proveniente de las dos calderas de la enorme aeronave; los familiares contornos del Delta del Nuevo Támesis se hicieron reconocibles desde el aire. Los tímidos tributarios del gran río se delineaban como vasos capilares alrededor de aquella infinita arteria madre. La voz del autómata interrumpió los ensueños aéreos del hombre, anunciando el tiempo restante de vuelo hacia Río de Janeiro. Una intrincada maraña de ruedas dentadas e inquietos brazos basculantes, remataban, en una simpática chimenea humeante, el amable proceso de ofrecer un refrigerio a elección del pasajero. El hombre optó por un coñac y un ejemplar en papel de la edición matutina del Buenos Aires Telegraph. Despidiendo a su metálico sirviente con un leve gesto ascendente de su copa, desplegó el periódico sobre la limitada superficie de su mesa individual: la confusa muerte del delegado británico continuaba ocupando la primera plana del único diario del sur, desde hacía semanas. Bebió un trago y suspiró fastidiado por la intolerable política monotemática de la editorial; sin siquiera sospechar que la próxima edición vespertina se agotaría, anunciando en letras de portada, la extraña desaparición en vuelo del flamante aerobuque insignia de la Imperial Steam Airways.

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Chinchiya P. Arrakena

MIGRAÑA

Despierto otra vez con el mordisco del demonio del sol en mi ojo. Los otros aún duermen tranquilos. Mis cachorros también. ¡Oh, madre Tierra! ¡Ocúltame del sol y de su demonio! Salgo de la cueva y corro hacia el bosque, porque no quiero que mi gente sepa que el demonio ha venido de nuevo. Las dentelladas de la bestia invisible me recorren todo el lado de la cabeza, el costado del cuello y llegan hasta algunos de mis dedos. Ayer me dijeron que estaba maldita, que el sol no me quiere y que eso no es bueno. Muevo la mano, estiro el cuello, roto la cabeza. Corro para escapar del dolor. Pero el dolor sigue aferrado a mí. Y me canso de correr. ¿Qué me espera? Si el líder sabe que ha vuelto el dolor, ya no querrá aparearse conmigo y quizás mate a mis hijos o nos destierre. Debo encontrar la manera de sanar, de librarme del demonio del sol. Busco frutas para llevar a la cueva. Encontraré algo que hacer a la sombra, y sanaré. No puedo enfermar, o me dejarán sola y moriré. Vuelvo hacia mi gente. Todos comemos contentos la fruta… Al menos hoy, seguiré viva.

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

30 DE SEPTIEMBRE DE 1791

Era una persona fuera de lo normal, muy extrovertido y alegre. Se reía por todo y me miraba descubriendo su alma. Me entusiasmaba su conversación llena de un ingenio especial, deslumbraba mi atención. Estaba preparando su última obra; había creado, en un periodo de poco más de veinte años, una cantidad increíble de obras maestras. Rayaba lo sobrenatural. Mientras me iba contando el proceso creativo yo me entremezclaba en sus palabras como si ya hubiera visto el resultado. Me habló de su interés por dar a conocer aquello que todos llevamos dentro y que cuando lo descubrimos nos iluminamos más allá del saber. Era divertido ver como armaba su obra, yo me quedaba a su lado sintiendo cómo tanta belleza podía ser encauzada bellamente y crear más belleza. Mientras me leía el libreto yo sentía ser protagonista de el escenario; yo había estado allí, me había hecho amiga de los personajes, los amaba. Sentí vibrar al unísono con sus notas. Algo fascinante y difícil de expresar con palabras me estaba ocurriendo. Y llegó el día del estreno. Vi como estaba sentada entre las grandes personalidades de su ciudad natal. Me vi rodeada de personas de alta alcurnia, todas ellas vestidas de gala, un universo de esplendor atrapaba mi mirada. Se abrió el escenario y apareció el cuadro número uno: EN LAS TIERRAS ROCOSAS. Sentí cómo mi corazón palpitaba. Me sentí la autora del decorado; un paisaje rocoso, lejano, misterioso. Tres árboles dominaban el escenario, eran las tres damas representando la correspondencia entre la naturaleza y la bondad. Al escuchar la música, sentí ese estado de plenitud y sosiego asociado al silencio. La música cambió, aparecieron los solistas cantando en otro idioma que yo entendía perfectamente. El escenario era el cuadro número dos: EN LA HABITACIÓN DE LOS JEROGLÍFICOS DEL PALACIO DE SARASTRO. Respiré hondo... Allí estaba el príncipe Tamino intentando liberar a la princesa Pamina; para llegar a ella tiene que superar una serie de

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pruebas. Me acordé de algo que me dijo mi amigo: “la búsqueda del conocimiento que se encuentra oculto y al que se accede tras superar unas pruebas”. Fue en ese momento en el que pensé que todo era un sueño, tanto tiempo pintando con la música y leyendo sobre el autor, quedó grabado en mí como si lo hubiera vivido. Me daba igual, quería que mi sueño continuara, quería vivir esa experiencia. Fue entonces cuando desperté. Esa tarde inauguré mi exposición MOZART Y LA FLAUTA MÁGICA.

Aquí la tenéis, un sueño hecho realidad.

http://www.youtube.com/watch…

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Cristian del Rosario

Año 2014. Noviembre.

− ¿Segura, jefa? − No queda otra, se fueron al carajo. La casa no es confiable. Y ya no es cuestión de guita. − No sé, hagamos la plancha 7 meses más... pactemos. − Éstos están oferta y yo soy la última a la que van atender, me la tienen jurada desde que les cagué el kiosco con los de "La embajada."

− Va a salir mucha mierda, jefa. − ¿Más? Quedan todos pegados... ellos lo saben... − Algo van a hacer, no van a dejar que se vaya el calor sin hacer algo, ¿se acuerdo lo que nos decía el Jefe? "Pasa el verano, el Boludo de Alvaro no sabía anda, el invierno se maneja solo, pero en el verano te voltean los gobiernos... con un buen corte de luz, dos muertos y un poco de agite... te incendian el país...". − Estamos jugados, ya está, rajalo, poné a Parrilli... después avisale, que digo yo que acepte... este tobillo de mierda me está matando. − Ok. La llamo, cuídese.

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Año 2015. Hace semanas.

− Che... El ruso es más liviano de lo que creí... para que le doblo la mano en el gatillo... ya está... Remil ¿estás ahí? − Sí, boludo. ¿O de quién crees que es el zapato que está en la puerta? − Nada, como no me contestás... ¿Limpiaste el departamento? − Todo. − ¿Las cintas? ¿Tenés las cintas, las que nos pidió cuatro? − Sí, estaban ahí, donde nos dijo... Había guita pero la dejé... Qué boludo el ruso ¿no?

− No sé, no opino, cumplo órdenes, sabes cómo es esto. Deja de hablar y abrí la puerta despacio que ya lo acomodé de este lado, así paso. − Estás gordo, negro… ¿pasas? − Si, Remil, la putamadre... ¿seguro no olvidaste nada...? ¿Pusiste la nota de la camuca bien visible?

− Sí... hasta un boy scout la encuentra... − Ok. Vamos... − Quilombo, se va a armar... − No sé, Remil, no opino, cumplo órdenes... pero creo que esta vez empezaron ellos.

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Elena Herrero Navamuel

AZUL ZAFIRO

Londres, 1888. Victoria abrió con cuidado el cajón de su escritorio de caoba. Con sumo cuidado buscó el paquete envuelto con una tela blanca. Suave, amorosamente, deshizo el atado para desenrollarlo sobre la superficie pulida de la mesa. Descorrió las cortinas, dejando que la luz tímida de la mañana londinense iluminara el contenido. Como siempre que lo hacía, contuvo el aliento al ver las piedras desparramar sus brillos, sus colores, sus espectros… Deslizó con suavidad sus dedos por las superficies frías de los zafiros. Destellos azules, violetas, celestes, naranjas y amarillos bellísimos surgieron de sus interiores para calentar aristas, culatas y facetas. El calor, poco a poco fue llegándole también al corazón. Cerrando los ojos, sintió la suavidad de sus manos deslizarse por su nuca, mientras le colgaba el más bonito, el más oscuro de todos ellos. Su olor y el brillo del zafiro se hicieron uno y Victoria se dejó llevar por sus susurros. El calor que sentía a través de las piedras la transportó de nuevo a Ceylán. A sus olores a especias, a sus sonidos de lenguas extrañas, a sus colores brillantes y sobre todo a sus ojos rasgados y oscuros, como el mismo zafiro que él le colgara un día del cuello. Apartó con insistencia las luces rojas que interrumpían su baile azul. El rojo es sangre. La sangre que bañaba su cuerpo, sus manos, su rostro… La sangre vengadora con la que su padre quiso castigarla por enamorarse de un nativo, de un tamil sin futuro, de un imposible… Dejó que el azul fluyera de nuevo por sus venas, transportándola de nuevo a Ratnapura, a su calor acogedor y su sol brillante. Del otro extremo de la habitación, se oyó un gemido quedo, un maullido apenas. Victoria se levantó, con la piedra aún en su mano y se dirigió al lugar de donde salía el llanto sordo. Con la misma suavidad con la que había destapado las piedras, apartó las mantas de su gema más preciada. Y desde el fondo de la cuna, gorjeando al verla, su hijo la miró con los ojos de Vikrama…

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Julio Fernando Affif

RENDEZ-VOUS

El perfume fresco de los azahares me golpeó el rostro con la dureza del recuerdo, en un viaje de sueño hacia las plantaciones de cidros en Palestina. Exquisita sensación de placer que los bárbaros de la región están muy lejos de poder disfrutar con la plenitud sensorial que los emires de mi país sabemos hacer. Hace mucho ya que he dejado atrás los Pirineos. La campiña suavemente ondulada se me presenta diáfana y acogedora y el vuelo de las golondrinas que atraviesan la región desde occidente tiene la gracia de las danzarinas de Egipto y acompañan con elegancia el paso marcado y altivo de mi cabalgadura. Poco he aprendido de este país hostil y tosco en el que las gentes no saben aún de los beneficios del baño y de los perfumes, de las especies sabororizantes que realzan las comidas en las más humildes de nuestras cocinas y las delicias del amor romántico y apasionado plasmado en los poemas que exaltan los dones de la mujer y la belleza infinita que sueñan los hombres más aguerridos de nuestras tropas. Pero una expresión en este idioma tan rudo y metálico me conmueve profundamente y le da un sentido mágico al futuro, y yo lo adopto como sinónimo de todas las cosas buenas que están por suceder, el destino desde la visión de las cosas positivas. Con los ojos entrecerrados fantaseo con el rendez-vous que me atrapará en las pestañas resaltadas por el kohol de mi adorada Salime cuando, cargado de tesoros, experiencias guerreras y honores regrese al Mayyrit. Mi Comandante General Abdurrahman me ha confiado la guarda de los tesoros acumulados en la rapiña y voy alegre y ufano al campamento esta fatídica tarde del 10 de octubre de 732, orgulloso por la misión encomendada, sin sospechar la trampa que la vida puede tendernos, cuando la avaricia corroe el alma del ser humano.

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Oh ¡ Mi adorada Salime. Joya de los desiertos del Levante. Las almendras de tus ojos me acompañan en mi último viaje, en este instante, cuando el frío metal bebe sediento el purpurado vino de mi sangre.

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Maribel Martínez

En esa villa de Roma, con esos frescos al temple, estaba yo, Igino, pintor amante de la vida y del buen vino, proveniente de esos racimos y las semillas que habían plantado los jardineros. Era un romano feliz. El arte se pregonaba en cada perímetro de la ciudad y yo había aprendido esa técnica muralística que era mi oficio y el esplendor fulgurante de las habitaciones de las familias ricas. Mi hijo Marcus, me ayudaba en la preparación de los materiales. La más hermosa escena pintada fue la de los señores cenando en su casa. El uso de ocres y colores tierras, en esa época era lo más requerido.

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Mariángeles Soules

En el borde de la Ariege, próximo al centro de Toulouse, una bella ciudad francesa y cerca de las montañas del Pirineo y Andorra y los baños termales justo al sur de la ciudad de Lèzat, en la parroquia de St Ybars, está ubicado Chateau de Soules. Construido alrededor de los años 1840 para la Baronne de Nomazy, el castillo está situado lejos de la carretera principal hacia el sur a las montañas pirenaicas, rodeado de su propio bosque y zonas verdes. Tiene cinco grandes dormitorios maravillosamente cómodos todas con baño privado. El Chateau es amplio y cómodo, con mucho espacio para relajarse y descansar. En la planta baja hay salas de recepción, incluyendo un salón de descanso. Hay un comedor formal con una hermosa chimenea y espejo ornamentado. Una sala de estudio y sala de desayunos. La cocina está totalmente equipada con buen tamaño horno y nevera grande Fuera el castillo al otro lado de la cocina hay una gran terraza cubierta, para disfrutar y cenar con vistas a los jardines. Fue construido con su propio ladrillo barbacoa. Un hall de entrada y escalera conducen a un espacio grande, con cómodos sofás y una zona de comedor. Fui la primera en nacer en él, por lo tanto la más consentida de mis padres y todos los que allí trabajaban. Pasé toda mi infancia entre bosques y montañas siempre vigilada por mi institutriz. En los largos y fríos inviernos en los que no podía retozar por el prado, ni montar mi caballo, llenaba mi tiempo libre con diferentes maestros que me preparaban para mi futuro como Baronesa, aprendí música, arte, francés, español, italiano, danza y por supuesto que con los criados de mis padres algún que otro dialecto vasco, pues casi todos ellos habían nacido en la zona. Mi niñez fue muy placentera ya que no tenía ningún motivo de preocupación, me educaron para casarme con un noble, destinado desde mi nacimiento, al cual recién conocí unos días antes de mi boda. No puedo decir si soy feliz o no porque así crecí sabiendo ese era mi futuro, casarme, tener hijos y honrar el apellido de mis antepasados. Jamás supe lo que es enamorarse, así como hablan los libros, quizás sea porque no llegó la persona adecuada, solamente sé que respeto a mi esposo y lo aprecio mucho ya que él siempre ha sido muy considerado

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conmigo, tratándome dulcemente pues dice que soy su posesión más preciada. Hoy, en 1882, en el día de mi cumpleaños, mi esposo me ha dado una muy agradable sorpresa, me comunicó que mañana partimos de visita a mi antiguo hogar; sé que posiblemente no encuentre a ninguno de mis queridos amigos pero al menos podré recorrer sus alrededores como lo hacía en mi niñez y mi adolescencia, de sólo pensarlo se me llenan los ojos de lágrimas, no veo la hora de llegar y abrazar a mi madre, a quien no veo desde el día de mi boda, hace veintisiete años.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 15 DE FEBRERO DE 2015


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