PASIÓN O RAZÓN

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PASIÓN O

RAZÓN


Portada Severi / Luis Alfonso MartĂ­n


PASIÓN 0 RAZÓN


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CONSIGNA DEL DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015 Tema

PASIÓN O RAZÓN

Ponente

DANIEL DIONISI

Queridos lipeños: la consigna de esta semana es corta en su enunciado pero amplia en las posibilidades: PASIÓN O RAZÓN ¡Buena semana y a escribir!

Daniela Acher

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Isabel Delvalle

¿RAZÓN O PASIÓN? ¿PASIÓN O RAZÓN?

¿Es una elección de vida o un dilema de la condición humana? Hay un supuesto cultural condenatorio para la pasión (“no dejarse llevar por la pasión”, “las grandes pasiones mal terminan”) y una mirada que privilegia la razón. La pasión se asimila al desorden, al arrebato, al descontrol, a la insensatez… El lenguaje popular habla de un “dejarse llevar por la pasión”, expresión que deja a la persona en un lugar pasivo, como si hubiera sido empujado por el desborde de un río o sepultado bajo la lava asesina que vomita un volcán descontrolado y también apasionado. Hasta la naturaleza pareciera alinearse a ese discurso social… Es que ni de la naturaleza descontrolada puede esperarse nada bueno. Entonces, ¿qué nos queda sino refugiarnos en las certezas de la razón, bendita auditora de los sentires, dedo interior que amordaza los impulsos y maniata cualquier arrebato, sea éste del signo que sea? La mujer siempre ha estado asociada a la pasión. Eva pecadora. Pandora y su caja de males. Es un ser ingobernable, víctima de una fisiología caprichosa que marca su respuesta intelectual y emocional, respuesta destinada a perturbar ese orden racional del mundo que el hombre y sólo el hombre-varón representa. De ahí que los filósofos vieran en la mujer un agente perturbador de su pensamiento fértil. Pero a la mujer también sabe cruzarse de vereda a la hora de abrir su caja. Y ahí hasta los deportistas deben ser alejados de esos seres que aniquilan las energías masculinas. Tumulto - disciplina. Arbitrariedad - lógica. Sentir - producir. Caosorden. Los cultores de escritorio han perforado los vidrios de sus gafas sin resolver el dilema revoleando por el aire litros de tinta seca. Usted elige. Si puede.

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Cristian del Rosario

I

NO

“No, sabés que no. Sabés que no me sos indiferente, pero estoy con él, así que olvidate. Sé razonable, te dije cien veces que no. Beso. No me escribas ni me llames más". Ella terminó de escribir las frases en su teléfono y apretó enviar. Se quedó mirando el mismo unos segundos, sonrió y movió la cabeza de un lado al otro como negando admitir la respuesta que acababa de recibir: "Ok. Te estoy llamando"... Y el celular comenzó a vibrar en sus manos.

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II

MIL RAZONES

“¿Sabés que sos una pelotuda? ¿Que te banco porque te casaste con mi hijo y me diste dos nietos? ¿Que al enviudar, como fuiste una inútil toda tu vida, la única forma de darles de comer era colgarte de mis tetas y que te ponga a laburar en la empresa? Vos, que tu bohemia de escultora fracasada no te llevó en tu puta vida a agarrar una olla o una sartén, a laburar de verdad... ¿venís ahora a cuestionarme lo mucho o poco que te pago? Si te parece poco, vende una de esas mierdas que hacés, a ver cuánto te dan." Gea escuchaba, otra vez, los insultos de su suegra, quien a los gritos, en el bar, le vomitaba toda la mierda que tenía adentro. En el fondo, la seguía haciendo responsable del cáncer que fulminó a Pablo en tres meses. Gea, para adentro, se decía, como siempre, que no debía responder, porque su suegra pagaba el sueldo, el colegio de los chicos, la casa en que vivía era de ella... en fin, había mil razones lógicas entendibles para no agarrarla de los pelos y tirarla de la silla al grito de ¡¡Vieja hija de mil putas!!, como finalmente hizo. Sólo con la ayuda de un tipo de la mesa de al lado lograron que la suelte sin evitar que se quedara con mechones del cabello en sus manos. A propósito, el tipo justo acababa hacer un llamado, llamado que había anunciado antes por un sms: "Ok, te estoy llamando". Pero el teléfono, debido a la gresca de Gea con su suegra, quedó olvidado sobre la mesa. Si alguien le hubiera prestado atención, hubiera podido apenas escuchar una voz de mujer que decia: "Hola… Hola... ¡HOLA…! OK, ¿para boludearme así me llamás? ¡¡Please, no me llames más!!".

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Antonio Lendínez Milla

PASIÓN O RAZÓN

Su pasión era el respeto, la libertad y el amor. Aquella sal de la tierra que gobernaba su razón de ser. Se comprometía con la vida, con la necesidad y la injusticia. Sabía que cambiar todo aquello resultaría difícil, poco menos que una utopía. Era cuestión de educar y de ser coherente con uno mismo. No engañarse ni engañar, amar lo bueno y lo malo. La luz y las sombras, que definen al ser humano, eran esencias de lo que la vida traía. Confiaba en el que amaba y en el amar se comprometía. Sabía que la verdad era la esencia, la fuerza que construía. La pasión de su razón. La nueva filosofía. El orden que mantenía al Universo, lo que el corazón sentía. Era un amor apasionado en cada cosa que hacía. La que la mantenía atenta. Se comprometía. Su alma puesta en atender lo que veía, sin miedo y con coraje. Su verdad la defendía con fuerza y aplomo, serena y con valentía. Sin ningún miedo, con respeto hacia el otro. Porque del otro veía el lugar en donde estaba, y lo que aún no entendía. Comprendía sus razones y respetaba su posición. Sabía que todo camino era bueno y cada cual tenía sus razones. Sabía que lo oculto manejaba la vida, en quienes no sabían poner luz en sus vidas. No se conocían. Su falta de consciencia les impedía verse. No menospreciaba a nadie. “Todos los caminos llevan a Roma”, se decía. Había que romper yugos, cadenas y servidumbres que dominaban la vida. Serían tiempos difíciles y duros, de luchas, dolor y sufrimientos, demolerían las almas de muchas vidas. Todo necesitaba un cambio, un orden de respeto y libertad. De atención y mejora de cada vida. De uno en uno, se iría transformando el mundo; aquel que tan injusto existía. Sería el equilibrio, el que mostraba la naturaleza en su día a día, la razón de su existir. La paz dominaría el pensar, el sosiego conduciría a un nuevo despertar, el que la vida, ya a gritos, exigía. Un nuevo trampolín para acceder a un Universo abierto, a las estrellas. Todo un mundo, que expandiéndose a lo infinitamente distante daría lugar a viajes espaciales interestelares. La ciencia comenzaba a apuntar

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ese destino. Al tiempo que el descubrimiento de los más recónditos confines de lo minúsculo, nos harían profundizar en el conocimiento de nuestros seres creativos, para dejar atrás todos los lastres que nos habían impedido, -a causa del miedo y sometimiento al poder dominante- avanzar en nuestro progreso y particular desarrollo. La fuerza de la mente oculta al desarrollo del pensamiento, abierto a nuevas pasiones, que el orden, el corazón y la razón ya exigían… Se quedó leyendo aquel poema que había caído en sus manos. Le estaba haciendo pensar. ¿Es la razón la pasión, o es la pasión la razón de la vida? ¿Puede ser la pasión razón, o ha de ser la razón la pasión de esta vida? ¿Qué razón o qué pasión? ¿Cuál de las dos merece ser vivida? ¿Son imprescindibles las dos? ¿Qué nos dice el corazón? ¿Qué siente de cada una la vida? Que sea la pasión la razón que en ti se encuentra, la razón del amor, esa anhelada esencia. Esa razón, en sí misma meta, la que colma ese vacío que te inquieta, esa agua cristalina y transparente, ese amor puro y consecuente puede unirse a la razón, puede colmar la sed de la pasión, esa razón tan pura y exigente, para que surja la pasión más consecuente. Te dará la paz, en el tiempo mansamente, se tornará el amor, razón y pasión, silente. El sentido de esa dicha. Un palpitar. Amor y mente.

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Paula Ancery

DEJARSE LLEVAR

“Podrán convencerme por la fuerza, pero jamás por la razón”, dicen que decía Niní Marshall. Pero es que a algunas, ni siquiera por la fuerza. En cuanto a la razón, no gozaba de mucho prestigio en la casa de la calle 24 de Agosto, no exactamente porque las chicas fueran tontas, sino porque habían sido demasiado permeables a la cultura. Oportunamente, cada una de ellas, y luego ellas mismas entre sí, habían sido aleccionadas por psicólogos, escritores más o menos best sellers, maestros de diversas disciplinas físico-esotérico-espirituales, la massmedia, amigos y hasta algunos familiares para desconfiar de sus intelectos. Sin darse cuenta, habían ido expulsado de su república a todo aquel que tendiera a racionalizarlo todo, reprimiendo así sus sentimientos, desperdiciando sus intuiciones y sustrayéndose al mundo de experiencias que las esperaba allí afuera. Incluidos los riesgos, cuando cualquier primate sabe que el que no arriesga, no gana. El hemisferio izquierdo era, para decirlo en una palabra, individualista y burgués. Acaso imperialista. Y ciertamente, masculino en el mal sentido. El raciocinio también tenía el inconveniente de que dejaba afuera la espiritualidad. Natalia, Denise y Julia todavía arrastraban de sus años de formación demasiados rasgos filo-psicobolches como para hablar en términos de religión, ni siquiera de fe. Pero le habían abierto la puerta a cierto impreciso algo más al que recibían con reverencia. Técnicas de respiración y meditación. Las enseñanzas de don Juan. Los mandalas de Jung y sus conversaciones con los muertos. La ley de atracción. El pensamiento, si servía para algo, era para crear nuevas realidades para sí mismas, visualizándolas primero. Guiadas por esta cosmovisión, a veces se les creaban efectos paradojales que ni siquiera identificaban. Como la vez que Natalia salió de la casa con el dinero justo para pagar la cuenta del teléfono y los viajes de ida y vuelta en colectivo hasta la oficina de Telefónica, sin llevar ni siquiera una cartera, sólo el monedero, las llaves y la factura en la mano. Hacia allí había partido a las dos de la tarde. A las once de la noche no había vuelto. Hasta las siete, más o menos, Denise y Julia no se preocuparon. Supusieron que Natalia se habría ido a tomar unos mates a la casa de

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alguna amiga, o, en fin, le había salido al paso alguna actividad no prevista o sí, prevista, pero que no les había comunicado a ellas. Era un poco tiro al aire, Natalia. Así que a las ocho empezaron a preparar la cena porque siempre cenaban a las nueve, porque todas madrugaban mucho. A las nueve menos cuarto intentaron averiguar el paradero de Natalia llamando a tres o cuatro amigas que tenían en común o que le conocían: ni noticias. La madre tampoco sabía nada. Denise y Julia se sentaron a cenar y para cuando terminaron de limpiar la cocina, se les habían acabado las hipótesis tranquilizadoras. Revisaron el cuarto de Natalia y comprobaron que su campera estaba colgada en el ropero, pese a que hacía mucho frío: es que la tarde había sido cálida y otoñal. Ya era casi medianoche cuando por fin oyeron chirriar los goznes del portón. Le abrieron la puerta de entrada a la casa antes de que Natalia tuviera tiempo de poner la llave en la cerradura. Ella temblaba, pero sonreía. No lograba que su sonrisa le restara importancia a lo que fuera que le hubiera pasado o que hubiera hecho. Se le notaba que había llorado, y la sonrisa era de pudor.

− ¿Qué te pasó, estás bien, estás bien, qué te pasó, estábamos muy preocupadas, estás bien, qué te pasó…?

− Al final…−, empezó Natalia, y no tuvo valor para seguir. − Al final, ¿qué? ¿Qué te pasó, estás bien? Comé algo, hablá, tenés que llamar a tu mamá, que se habrá quedado preocupada…

− Esperen, tengo mucho frío −, dijo Natalia y se puso a llorar. Le echaron encima un acolchado que arrancaron de una de las camas, para que Natalia se envolviera en él. Y entonces, mientras de vez en cuando le daba un bocado a la comida que Denise le había dejado servida en un plato cubierto con la tapa de una cacerola, contó: Había pagado el teléfono y, una vez de nuevo en la vereda, un hombre de traje que por allí pasaba le había dicho un piropo. Ella le había sonreído y le había dicho gracias. El hombre la invitó a tomar un café. ¿Cuántos años? ¿Estaba bueno? Tenía treinta y tantos años y no estaba ni bueno ni malo. Físicamente no tenía nada de especial, pero era simpático, no baboso; y ella pensó que un café no era un delito, que conocer a alguien nuevo no era un delito, que a lo mejor era alguien interesante y si no era interesante mala suerte, se iba sin darle su teléfono; además, ¿cómo saber que NO ERA el hombre de su vida, por lo menos el hombre de su vida sexual? Hay tantas grandes pasiones que empiezan así, casualmente… El matrimonio de mi abuela no es que

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haya sido una cosa muy romántica. ¿Pero qué corchos tiene que ver tu abuela? Que se casó virgen a los 18 años y mi abuelo fue el único tipo al que conoció, y no era, qué sé yo, Mel Gibson precisamente. Osvaldo Laport. Ni Lorenzo Lamas. Ni Bono. Julia y Denise intercambiaron con las miradas un pedido mutuo de auxilio ante la incoherencia de lo que estaban escuchando, y con esa mirada les bastó para ponerse de acuerdo en dejar que Natalia siguiera su relato como si fuera tonta o no estuviera en sus cabales o fuera una nenita chiquitita. El tipo le dijo que tenía el auto ahí, estacionado a dos cuadras, y que podían ir a buscar un lugar lindo para tomar un café o un té y de paso, pasear un poco. Y hacía tanto que ella no tenía una verdadera salida ni conocía un lugar verdaderamente nuevo ni tampoco una persona verdaderamente nueva, que se acordó de su abuela y de su madre, que cuando era chica le decían “nunca hables con desconocidos” y estaba bien, ella también les decía lo mismo a sus alumnos, pero era un consejo para la infancia, no para una mujer de 24 años, que no quería repetir la misma vida que había tenido su abuela, menos que menos la de la madre. Y que entonces se subió al auto, un auto grande, no se acordaba la marca, no entendía de esas cosas pero seguramente era un buen auto, y estaba limpito, el auto y el tipo. Y el tipo manejaba y estaba muy simpático y se pusieron a charlar, le preguntó a qué se dedicaba ella y le contó que él era abogado o contador, Natalia tampoco se acordaba, trabajaba en una empresa en la Capital, le daba la sensación de que la empresa era importante. Y así charlando se dio cuenta cuando ya era demasiado tarde de que el tipo había metido el auto en el garage de un hotel. ¿Cómo un hotel? Un telo. ¿Cómo no te diste cuenta? No me di cuenta, ni siquiera vi que pasábamos adelante de un telo, cuando me di cuenta ya estábamos adentro de un garaje y era un telo, y yo le dije que sacara el auto de ahí, que yo ahí no entraba. Y el tipo me empezó a gritar para qué viniste y yo le dije viniste vos, yo no quería, y el tipo no te hagas la, y la puerta estaba trabada entonces yo le grité más fuerte que si no me abría la puerta me bajaba por la ventana. Pero ahí me di cuenta de que no podía bajar la ventanilla, porque era de ésas que no se bajan con la manija sino con un botoncito, pero con el botoncito tampoco se bajaba porque la tenía trabada él. Y él me gritaba y yo pensaba en cualquier momento me pega o saca un revólver y empecé a golpear la ventana y a gritar y a pedir socorro y le dije me abrís o te rompo toda la ventana, te pateo el parabrisas y lo rompo, y se asomó el tipo ése que está como en una garita, el cuartito ahí donde te dan los turnos, las habitaciones; entonces éste se ve que se asustó y me abrió la puerta y me bajé, me reputeó y se fue y me dejó ahí.

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Pero no sabía cómo volver. ¿Dónde estabas? Ahí, por donde está la facultad de Lomas. ¿Qué facultad de Lomas? ¿La de Adrogué? No, la de Lomas, ahí por la ruta. ¡La ruta! Pero es recontradescampado ese lugar, ¿cómo estuviste tanto tiempo viajando, no te diste cuenta…? ¿Y qué hiciste? Le pregunté al tipo del hotel y me dijo que pasaba un colectivo y por dónde, pero no me explicó mucho porque quería que me fuera, porque sola no se puede estar ahí adentro. Así que me fui y seguí preguntando y estaba tan nerviosa que no entendía lo que me decían, caminé un montón y nada, al final me puse en la primera parada que encontré y era del 86, que va a la Capital. Yo quería volver para LomasLomas, pero con tal de salir de ahí me subí igual. No me alcanzaba la plata y el colectivero no tenía mucha buena onda, pero al final me dejó pasar porque yo me puse a llorar y se notaba que estaba histérica. Y me fui hasta la Capital, y después hasta Constitución. Me colé en el tren y vine en el tren sin pagar, y después caminé. ¿Desde la estación hasta acá te viniste caminando a esta hora? No quise pedir otra vez que me dejaran subir al colectivo sin nada de plata, hoy no quería hablar más con ningún tipo, nadie desconocido. Tampoco quiero hablar con mi mamá, llámenla ustedes, invéntenle algo, o mejor no la llamen, ella seguro que no se quedó preocupada. Y entonces sí, Natalia se terminó el revuelto de zapallitos frío y pidió un café caliente y, mientras, seguía llorando, pero ya tranquila, ya solamente para aliviarse de ese remanente de lágrimas contenidas, murmuró una vez más “al final, mi abuela siempre tenía razón”.

− ¿Pero vos te das cuenta del peligro que corriste? − la increpó Julia. − ¡Y de la suerte que tuviste! − añadió Denise. − Sí, pero no se lo digan a mi vieja, si llama atiendan ustedes e inventen cualquier cosa, digan que estoy durmiendo. Además, ya pasó y es experiencia. Se fueron a dormir a la una de la mañana. A Natalia se le apareció su abuela, que le decía alternativamente “tenés que hacerte de respetar” – porque su abuela lo decía así, hacerse de respetar - y “tengo 73 años y llegué entera, ojalá que vos llegues a los 73 años, ojalá que llegues como yo”. Pero Natalia se la sacudió de su fase REM todas las veces que la vieja reapareció, porque, pensaba –y no se daba cuenta de que estaba haciendo eso: pensar, y pensar para el demonio- puede que su abuela siempre tuviera razón, pero ella no quería tener la vida de su abuela. Y ya había pasado, y era experiencia, y ella no era de las que intelectualizaban todo para sustraerse al riesgo, al descubrimiento, a los caminos impensados por los cuales llega la pasión. Porque por algún lado tiene que llegar.

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María Gabriela Failletaz

PASIÓN O RAZÓN

Y cuando ella llega, antorcha viva, vehemente, voraz, bestial forma divina, es jueza sin bien y sin mal, ángel alado, que agónico de amor, sobre un altar de jazmines y nardos, a la razón sacrifica. Hefesto, con frenesí, forja la red. Ares asedia con táctica y estrategia. Hilos y gotas oro y filigrana envainan el doble filo de la espada. Siempre opuestos, enfrentados razonamiento apaga?

¿la

pasión

enardecida

el

frío

Alcanzar el universo busca hambriento el hombre. Abrazar toda esa sabiduría. Ofrezca el omnisciente tan sólo un argumento que revele el hondo misterio de la emoción y el sentimiento.

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

PASIÓN O RAZÓN

La joven amapola llego rápidamente a la casa del señor gris. Subió las escaleras. Una vez en el porche, se quedó quieta; resoplaba y el corazón no dejaba de palpitar. Pensó “¿qué hago yo aquí con la ropa de la señora azul? ¿Cómo he podido venderme de esta manera? Devolveré la entrada del concierto de rock y abandonaré mi cometido”. Sintió los pies húmedos y fríos, se calzó los zapatos que llevaba en la mano y se acomodó en un viejo columpio de tres plazas que había en el porche del señor gris. Se quitó la ropa que llevaba y de un tirón arrancó de su cara una fina capa de piel artificial teñida en color maquillaje, se quitó las horquillas del moño y con las manos se alisó el cabello. El señor gris se había quedado dormido con la cabeza descansada en el tablero de la mesa. Había estado trabajando todo el día en su nuevo proyecto. Le despertó el chirrido del metal oxidado del viejo columpio y salió al porche para ver qué pasaba. Vio una joven de gran tamaño y formas desgarbadas de aspecto caballuno. Todo en su rostro era grande, su piel estaba rosada y cuarteada por el aire frío y húmedo que soplaba. Lucía un mechón de pelo teñido de azul fosforescente. Vestía una falda corta de una tela transparente estampada con motivos en tonos azul verdoso. Su cabello era largo y abundante, con ondas ahuecadas y mechas en amarillo cobrizo. Llevaba un corpiño celeste con encaje antiguo que dejaba ver su ropa interior. Sus ojos eran enormes y su boca apretaba el tallo de una amapola artificial. La joven amapola quedó extasiada al ver el rostro del señor gis. Se incorporó y lo miró fijamente a los ojos. Tuvo por un momento el tiempo en sus manos. Su cuerpo vibraba por dentro, un estado parecido al enamoramiento corría por sus venas. Se quedó sin palabras cuando el señor gris le preguntó qué hacía allí... Era como si el tiempo se alargara eternamente, despertó de su instante de sueño y le preguntó: “¿Quién eres? Necesito saberlo porque te voy a querer toda la vida.” Su cuerpo emanaba un resplandor fugaz que irradiaba un ansia de entrega y desprendimiento. El señor gris tenía sesenta y ocho años. Los años habían tejido en su mente una trama más metafórica, sus sensaciones de bienestar eran más ricas y complejas que las de cuando era joven, derrochaba felicidad. Tenía un magnetismo especial, atraía a las personas de ambos sexos envolviéndolos en un estado sublime. El amor se encargaba de

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eliminar el pensamiento consciente; la pasión dominaba sobre la razón y las personas que lo rodeaban trascendían a estados superiores en el que la razón no tenía cabida. Era una persona muy experimentada, trabajaba en la demostración científica de la pasión. En su pequeño laboratorio casero había obtenido, a partir de unas raíces de una planta del Tibet, unos microorganismos primitivos unicelulares. Estas células las cultivaba en unas pequeñas cajas y emitían unas señales químicas que inducían a fusionarse con otras de alrededor. El impulso de fusión daría lugar a la existencia del alma, la conciencia, el poder de la imaginación y la capacidad metafórica. Las píldoras de la pasión se estaban gestando en ese pequeño laboratorio para crear un mundo de poesía. La señora azul conocía el experimento y quería acabar con ello. Para ello había comprado a la joven amapola por una entrada a un concierto de rock. Lo que la señora azul no sabía es que la pasión había vencido a la razón. Una nueva era se avecinaba...

(continuará)

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Jorge Pailhé

EL CLIMA TÓRRIDO DEL VERANO

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No era la mejor mañana ni mucho menos. Ezequiel untaba callado las tostadas. “Un silencio más pesado que el clima tórrido del verano”, podría ilustrar una novela sentimental barata. Se llevaba la taza a la boca y tomaba el café con leche pausadamente, con el ceño fruncido, no tanto por los titulares que recorría en el diario sino –yo creo- por la situación en que nos encontrábamos: sin ganas de mirarnos, sin ánimo para sonreír, con la vista perdida en puntos lejanos que nos servían para evitarnos el uno con el otro. De pronto sonó el teléfono y los dos reaccionamos, como entusiasmados de tener algo distinto que hacer. Ezequiel se acercó, tomó el auricular y pronunció el “hola” de rigor. No pasó más de un par de segundos y cortó, echando una puteada por lo bajo. − ¿Quién era? − le pregunté. − Nadie. − ¿Cómo nadie? Nadie no habla. ¿Quién era?

Yo había subido el tono de voz. Ese llamado encerraba algo y quería saberlo. Tal vez me explicaría los silencios, la falta de afecto, las tantísimas noches sin sexo. − ¿Qué pasa Claudia? ¿Te volviste loca? No era nada. Dejame de joder con estos planteos infantiles. − Acá no se terminó un carajo el tema. ¿Qué escondés, Ezequiel? ¿Qué asó? ¿La tontita te llamó adonde no debía?

Ezequiel salió de la cocina hecho una furia. Media tostada con manteca y dulce y un poco de café con leche quedaron en el desayunador como muestra de su intempestiva salida. Por suerte, para el mediodía ya se habían levantado los chicos. El almuerzo transcurrió entonces entre los planes de Sebastián para jugar 1

Es un texto que escribí hará (¡¡YA!!) ocho años, pero me pá que entra en la consigna.

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al futbol ese sábado a la tarde y de Evangelina para ir al cine con sus amigas. Ezequiel, taciturno, apenas les hizo un par de comentarios a los chicos sobre que había habido robos en el barrio, que tuvieran cuidado. “No digo que no salgan, eso es una estupidez. Pero tengan cuidado, nada más”. Yo escuchaba a los chicos pero en realidad no dejaba de pensar en el llamado. ¿Quién sería? Ezequiel me había contado que tiempo atrás se había encontrado en el banco con una ex compañera del secundario. No la veía hace veinte años. ¿Sería ella? Tal vez no, tal vez era la turra del kiosco de la esquina. Cada vez que le vendía cigarrillos a Ezequiel se le quedaba mirando la muy guacha. Adelantaba un poco el torso al darle el vuelo para que le viera las tetas, hija de puta. O capaz que no, que era una minita cualquiera, qué se yo, una que estaba al pedo en la vida. Se me fue el sábado casi sin darme cuenta. Yo seguía pensando en el teléfono. ¿Y si era otra cosa? ¿Si tenía problemas de guita y no me había dicho nada? Los domingos a la tarde se encontraba con los amigos. Iban a la cancha, o se quedaban boludeando, charlando de las estupideces de las que hablan los hombres cuando están solos y se toman unas cervezas. ¿Y si en realidad estaba yendo al hipódromo? ¿Le estarían reclamando que pague sus apuestas? “Pero, la puta que lo parió, ¿puede ser tan boludo de guardarse semejante quilombo?”. La noche del sábado no fue mejor, claro. Delivery, pizza, película –más bien un adefesio del oeste, de esas de tiros, indios y cowboys que sirvió para dejar pasar el tiempo- y a la cama. “Sans me parler, sans me regarder”, decía aquella poesía de Prévert. El domingo me levanté temprano. Había dormido muy mal. Una idea me rondó toda la noche, y la iba a llevar a cabo porque si no me iba a volver loca. “Mañana, en cuanto abra la oficina de teléfonos, voy a ir y pedir que me dejen escuchar esa llamada, la del sábado a las 9:44”. Estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta, pero lo iba a conseguir. Por suerte el domingo habíamos programado ir todo el día a lo de mi hermana. Casa grande, parrilla, pileta. Es como que no hacía falta que con Ezequiel nos evitáramos, ni siquiera nos encontramos en todo el día. − Mañana me voy temprano a hacer trámites − dije a la noche cuando Ezequiel anduvo por ahí cerca, como para que me escuchara. No era exactamente una conversación, pero no puede decir que no le avisé que salía.

Antes de irme a dormir me asaltó otra duda. ¿Serían problemas del laburo? Una de las cosas que pasaron para que nuestra relación se fuera a pique de a poco era que Ezequiel andaba muy mal con un par de compañeros del banco por no sé qué lío con el balance. Con uno –

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creo que me lo nombró como Menutti- casi se agarran a trompadas. ¿Lo habrían amenazado? Una vez leí una historia similar, sólo que uno de los dos tenía amigos en la barra brava de Deportivo Morón. Le mandó dos de los muchachos a su compañero de trabajo y el tipo quedó tirado en la calle con todos los huesos rotos. Esa posibilidad me dio escalofríos. Con más razón tenía que saber qué le habían dicho. Llena de miedo por lo que podría descubrir llegué a la oficina de Telecom. Sin dar explicaciones, pedí simplemente escuchar la grabación de esa llamada. El empleado me escuchó con atención, me miró con desconfianza y me dijo que era imposible. “Sólo se permite ese trámite por cuestiones de seguridad, pero para eso usted tiene que hacer la denuncia policial correspondiente”, dijo con suficiencia y miró para el costado, con el inequívoco gesto de “¡el que sigue!”. Estuve a punto de rendirme pero me dije que no, que esa llamada cada vez tenía peor olor y estaba dispuesta a desentrañarla. Me presenté en la comisaría y conté la historia de la oficina; al fin y al cabo era algo posible. Me tomaron la denuncia y volví, triunfante, a Telecom. Le tiré la denuncia al tipo arriba de la mesa, sin siquiera explicarle nada. Me hicieron esperar como media hora, se ve que estaban poniendo la cinta en punta o lo que fuera, hasta que me llamaron y me mandaron a una especie de cabina. “Levante el tubo de ese teléfono y escuchará lo mismo que escuchó la persona que atendió en su casa”, me dijo el empleado. Transpirada por el clima tórrido del verano pero más por los nervios, con la mano temblorosa y la mente en alerta levanté el tubo: “Telecom Argentina le anuncia su nuevo plan promocional para…”

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Indira Libros

Salir en ojotas y el vestidito que usaste para dormir porque hace calor. Cruzar hasta la librería.

− ¿Tenés plasticola? − Sí. − ¿Más grande? − rozarle los dedos al devolverle la que te dio. − ¿Así? − Sí − hacer una pausa inexplicable. Mirar al costado. Suspirar. − ...Me estoy armando unos muebles con cartón y cassette VHS... necesito mucha plasticola.

− Acá siempre hay. Sonreir y mirar al piso. Negar un poco con la cabeza.

− No sé si van a resistir, al sentarse... al moverse... − Tendrías que probar con alguien corpulento. Ahora sí mirar de lleno. De arriba a abajo.

− Vos parecés bastante corpulento. Esperar los dos segundos que tarda en cerrar la librería, cruzar la calle con él atrás, abrirle la puerta, etc.

Menos mal que no lo hice porque: 1) no debe ser tan fácil como suena 2) sigo enamorada de mi marido.

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Daniel Dionisi

EL CIRUJANO

El doctor Juan Ángel Espínola es un médico recibido con honores en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En su vida personal es un hombre de familia, metódico, regular en las formas. Quienes lo conocen destacan su apego al orden y a la pulcritud. De trato amable, es querido y respetado por el personal de la Clínica Los Nogales de la cual es dueño y director. Cultor de la pulcritud y el aseo personal, las enfermeras suelen elogiar sus camisas inmaculadas que se conservan sin arruga alguna aún después de largas jornadas laborales.

− ¡Me quiero matar! ¡Me quiero matar! ¡No me digas que otra vez nos toca Loureiro! ¡Este es el patasucia que nos cagó el partido contra Godoy Cruz! ¡Loureiroooo, Loureirooo, a ver si levantas la banderita hoy! Cirujano plástico, pero, como él señala con gracia, no farandulesco. Lejos de endurecer senos o levantar glúteos el Dr. Espínola ha dedicado los últimos treinta años a perfeccionar la técnica conocida como Fusión Epidermial Aguda. Pacientes de todo el mundo con laceraciones graves deben su vida de relación a sus descubrimientos y el prestigio internacional de Espínola ha crecido a partir de la publicación de trabajos suyos en la revista Science. Importantes centros de salud de países del primer mundo han enviado ofertas laborales que han sido elegantemente rechazadas por el médico argentino, una persona muy apegada a sus raíces, a su familia, al barrio, a su amado equipo de fútbol.

− ¿Y Loureiro? ¿Y Loureiro? ¿No ves que le está pegando al lado tuyo? ¿Estás ciego, Loureiro?, Pero la puta madre, ¿estás enyesado, que no levantas la bandera? ¡Te dije, este turro nos va a cagar de vuelta! El alto grado de profesionalismo del Dr. Espínola incluye un estricto cuidado en su dieta alimenticia. Conocedor del tema, jamás ingiere alimentos que puedan afectar el pulso de hierro que debe distinguir a un cirujano de su nivel. Por supuesto que nunca ha fumado y no conoce siquiera el sabor de bebida alcohólica alguna. Como ayuda al equilibrio emocional que necesita a la hora de entrar a la sala de operaciones, Espínola es experto en técnicas de meditación y dos horas por día practica yoga con el maestro Swami Sri Rishnakananda.

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− ¿Dónde orsai, Loureiro? ¿Dónde orsai? ¡Si habilita el cuatro, pelotudo! ¡Hasta un ciego lo ve, la concha de tu madre! ¿Cuánto te pagaron, Loureiro? ¡Siempre lo mismo, pedazo de turro! ¡Siempre jugás contra nosotros! ¡Sos hincha del rojo Loureiro, puto! Aunque ya hace rato pasó la barrera de los cincuenta el Dr. Espínola es un conocedor en materia informática. Siempre actualizado en cuanto adelanto técnico que ayude a perfeccionar su trabajo profesional nunca se separa de su Smartphone Xperia Z4 con pantalla quad triluminus y procesador Snapdragon 805 de última generación, que por ejemplo le permite supervisar una compleja operación de algún colega de la ciudad de Sydney, Australia, mientras él mismo se prepara para iniciar una intervención en el templo, como es conocido en el ámbito médico de Buenos Aires el quirófano número 1 de la Clínica Los Nogales. Experto, estudioso, innovador, lúcido. Juan Ángel Espínola es, sin duda, un orgullo de la medicina argentina.

− ¿Cómo gol? ¿Cómo gol? ¡Si está en orsai, Loureiro! ¡Si está en orsai! ¡Hay que matarte, Loureiro! ¡Nos cagás el partido otra vez, cornudo de mierda! ¡Te mato, hijo de puta! ¡Te mato, Loureiro! Entonces, el Smartphone Xperia Z4 con pantalla quad triluminus y procesador Snapdragon 805 de última generación lanzado con maestría gracias al pulso perfecto de su dueño, luego de surcar el aire con una parábola precisa, hace impacto justo sobre la ceja izquierda del linesman Francisco Loureiro, abriéndole un tajo sangrante y profundo en el arco superciliar similar a los que por cientos ha sabido suturar con mano maestra el prestigioso cirujano Juan Ángel Espínola quien, mientras forcejea con dos policías que lo retiran de la platea baja del Cilindro de Avellaneda, alcanza a gritar:

− ¡Te la puse, Loureiro! ¡Te la puse, hijo de remil putas!

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Gisela Krapf

− Hola, Kitty, ¿cómo fue tu semana? Kitty se acomodó en el sillón, y largó un fuerte suspiro. Marina ya sabía que había algo importante, ya que le había pedido adelantar la sesión, que era importante hablar antes de lo acordado.

− Doctora, no sé qué hacer, realmente. Noto un cambio en él, hay algo diferente. El otro día nos vimos, como siempre. Fuimos al mismo hotel que vamos siempre, pero al principio me abrazó muy fuerte, y sabemos que eso no lo hace nunca. Me sorprendí pero no le dije nada. Después, en la cama, me miraba y me decía lo linda que estaba, cosa que jamás había pasado, y no me lo dijo una vez, sino más de dos. Me besaba de una forma diferente, me miraba a los ojos como una súplica. Nosotros nunca hablamos de sentimientos, menos él. Siempre supe, o inferí, que sus sentimientos estaban atados a su novia, y que lo que nosotros tenemos es una química increíble, explosiva, imposible de evitar, y por eso nos seguimos viendo. Pero esa noche parecía que sus manos, su boca, me estaban diciendo otra cosa. No quiero ahondar en detalles doctora, pero puedo decirle que fue otra cosa, el mundo desapareció y sólo estábamos él, yo y esa habitación. Marina estaba entendiendo que lo que ella pensaba se estaba realizando. Esa historia no era puramente física, había algo más de fondo. Ellos no lo querían aceptar, ni esta chica, ni Bombjack cuando iba a su sesión. A él lo vería al día siguiente, y si bien ella no podía hablar de lo que le contaba Kitty, esperaba que él pudiera decirle qué había pasado esa noche. − La cuestión Doctora, es que yo, cuando llegué a casa, me puse a pensar en todo eso, y no entiendo nada. ¿Cómo puede haber cambiado todo en tan poco tiempo? ¿Y qué se supone que haga yo con eso? − Kitty, ¿pensaste en hablar con él, en preguntar qué siente, qué le pasa, qué significó esto que me estás contando? Por otro lado, creo que estamos llegando a un punto de inflexión… tenemos que empezar a analizar qué te pasa a vos, como te parás ante esta nueva perspectiva que él te está mostrando. − Doctora, es que esto no termina acá… Al día siguiente de esto, me mandó un mail que me dejó muda, helada. Ahí se lo leo, ¿Si? A ver, dice lo siguiente: “¿Cuál es la pista para dejar de no tener pistas? Me pregunto una y otra vez… ¿Cuántas decisiones tengo que tomar hasta encontrar la correcta? ¿Y qué si estoy dispuesto a tomar la decisión

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incorrecta? ¿Cuál será el precio que tendré que pagar por ella? ¿Cómo puedo cambiar lo que deseo, o dejar de desearlo? ¿Por qué ocurre que lo que deseamos y lo que debemos desear no es lo mismo? Perdido en un mundo de preguntas me cuestiono, y no hay respuestas posibles, no que yo pueda encontrar al menos. No hay a quién preguntarle porque nadie sabe qué decir. Desearía tener un espacio para satisfacer mi curiosidad o mi intriga, para calmar mi alma, loca, o para, simplemente, poner mi imaginación a dormir, para poder estar en paz con mi deber actual y lo que es correcto ahora para mí”. Eso me escribió. − ¿Le respondiste? Creo que es merece una charla, me parece que llegamos al punto en el cual charlar es imperativo. − Doctora, yo no sé qué siento, pero en todo caso es él quien tiene que aclararse, no soy yo quien tiene pareja. Me preguntaba mientras venía si la pasión y la razón van siempre de la mano. Yo ya no sé qué haría si él me dijera que me quiere… − Kitty, necesitan hablar y poner sobra la mesa todo lo que les pasa, y eso tiene que ser inmediato. − Sí, creo que es hora de hacerlo, lo voy a llamar para charlar, porque yo no puedo más.

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Horacio Petre

MIL PRIMAVERAS (Varieté punitiva)

Andrés había llegado de buen humor al Mil Primaveras; iba tomando su plaza mientras Carlos, antes de abandonar su puesto, le indicaba qué habían consumido en cada mesa.

− Al de la siete le chifla el moño − avisó Carlos guiñándole el ojo a Andrés. − A cada rato se pone a hablar por el celu y manda fruta a los gritos, ya le tuve que ir a llamar la atención por pedido de otros clientes, así que, atento. Andrés agradeció el dato y despidió a su compañero de trabajo. Aquella tarde preotoñal estaba calurosa, los últimos coletazos de un verano en retirada, la mayoría de los clientes tomaban gaseosas, jugos o cervezas. En la cinco había una pareja de cincuentones, ella leía una novela, él fatigaba pantallas en su tablet, absoluto silencio entre ambos, apenas interrumpidos por algún comentario del hombre sobre lo que le aparecía en pantalla. En la mesa ocho, una mujer sola miraba por la ventana, como esperando a alguien. Su celular sonó haciéndole cambiar la expresión justo mientras Andrés servía en su mesa un cortado con un vaso de soda y el platito de amarettis...

− ¿Qué contás, Sonia? La mujer despidió al mozo con la mirada, mientras escuchaba la voz de su interlocutora.

− No, no quedamos en nada finalmente... Le dije que me tengo que tomar un tiempo, que iba a ver... aunque la verdad, querida, no sé qué miércoles voy a ver. La tarde pintaba los últimos reflejos naranjas en los cristales de la barra. Un grupo de muchachos entró al Mil Primaveras; Andrés cabeceó a Nico, que estaba en la otra punta, iban a su sector.

− Bueno, depende Sonia... Esto que me estás diciendo es una idea muy tuya, de lo más peculiar, la realidad es que sí, a Antonio lo extraño, ya va

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una semana que no nos vemos, ni siquiera mensajitos... Por las dudas ni entro en el face, no vaya a ser que... El de la siete, marcó un número y se puso a hablar a los gritos. Andrés vio como la mujer sola junto a la ventana inclinaba su cabeza y se tapaba el oído libre para poder escuchar mejor.

− Si, tal vez tenés razón en lo que decís, pero una tiene su dignidad también. Hay cosas que no te las puedo permitir, disculpame. Es verdad que es buenmocísimo, y sinceramente, me mira a los ojos, me habla y se me derrumba la estantería, pero... Andrés se acercó al de la siete, y con gran delicadeza y educación le explicó que molestaba al resto de la gente en el salón al hablar con un volumen tan alto.

− Es muy cierto lo de su prestigio profesional, de hecho cada vez más en alza, algo que para mí cuenta, si te interesa saberlo, y también es cierto que la pasábamos muy bien, él es muy simpático, teníamos buena cama, ya lo sabés... pero el muy osado pretende hacer extensiva esta última cualidad a la primera que se le cruza, entonces... El tipo de la siete, terminó de hablar como pudo, se ve que no estaba acostumbrado a hacerlo en voz baja en su celular, pidió la cuenta y se fue.

− Tal vez sí eso cuenta, pero yo de lo otro no me olvido, soy muy estricta con mis valores, y tampoco pienso retomar la relación por más intensa que sea como si yo fuera una arrastrada. ¿A vos te llamó, te dijo algo? Andrés iba preparando los triolettes para las cervezas que se vendían en cantidad cuando caía la noche, cuando vio un grupo de gente llamativa fuera del bar, una especie de minicarnaval carioca.

− Sonia, perdoná que te interrumpa... me olvidé que tenía hora en el analista, tengo que cortar e irme ya... después te llamo... La mujer lo vio entrar, vio como la buscaba en el bar. El hombre la descubrió, se acercó a ella, puso una mano en la mesa y otra en el respaldo del asiento de la mujer que lo miraba extasiada, a los ojos. Él le sostuvo la mirada un par de segundos más y la besó en los labios. La mujer respondió solícita, cerrando sus ojos, con pudorosa timidez. Él se separó con elegancia y se sentó frente a ella, se miraban...

− No contestaste ninguno de mis llamados − le dijo a la mujer... − No.

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− ¿Me extrañaste? − No. Bueno... sí. La verdad es que sí... Sinceramente no esperaba verte... ¿qué hacés acá, vos?... Esto me toma de sorpresa, yo la verdad... En ese instante, entró un hombre con overol de mecánico, las manos llenas de aceite y grasa, se acercó al hombre de la mesa con la mujer junto a la ventana y le preguntó:

− ¿Antonio? ¿Antonio Monferrati, no? El hombre, concentrado en la mujer con la que estaba, miró extrañado al mecánico, respondió afirmativamente con un tono casual, ajeno por completo al desarrollo de los acontecimientos...

− Así que te gusta voltearte a las mujeres de los laburantes, chichipío... Te estudié, pelotudito, y te voy a cagar la carrera. Terminó de decir eso y entraron de golpe tres travestis y un par de mecánicos más al bar. Tomaron por la fuerza a Antonio y empezaron a armar con él todo tipo de poses procaces, que eran retratadas con precisión quirúrgica por la cámara del celular del mecánico. Andrés y los otros mozos no sabían si intervenir o no; en un momento dado se acercaron como para intentar salvar al cliente, dar una respuesta institucional al desbordado evento, pero uno de los tipos sacó su llave inglesa mientras con la otra mano se estiraba el parpado inferior, amenazante.... Los travestis traían además todo tipo de juguetes sexuales y cotillón con el que adornaban a Antonio, que infructuosamente se resistía al escarnio, mientras las fotos iban capturándose y él quedaba en el piso del bar, semidesnudo, con los tres travestis encima gesticulando con gracia, premeditadas actitudes porno. La mujer junto a la ventana, horrorizada, tomó sus cosas huyendo del bar. En menos de un minuto, los improvisados artistas de varieté ya se habían ido, mientras el mecánico le gritaba a Antonio.

− Que te garúe finito, turro... Imaginate a quién le mando ya mismo estas fotos. Y la próxima, sin tanto decorado te rompo la cabeza con la llave inglesa, ¡¡hijo de mil putas!! Ahora sí, no sin cierta vergüenza por la cobardía demostrada, Andrés y Nico ayudaron a Antonio a vestirse y reponerse. La noche caía en Buenos Aires, el personal de limpieza ordenaba el pequeño batifondo que se había armado en el bar.

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Media hora mĂĄs tarde, no quedaban vestigios del evento, en la misma mesa en que se habĂ­an encontrado Antonio y la mujer, un par de jubilados comentaban los nĂşmeros de la quiniela, mientras tomaban cerveza.

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Guillermina Silva D’Herbil

Anda por la casa como flotando. El corazón late acelerado y la mente vuela. Una sonrisa boba, que no puede disimular, cuelga de su boca y su cara curiosamente parece varios años más joven. Sus ojos están brillantes, luminosos, y la mirada se pierde mientras distraídamente carga el lavarropas sin preocuparse si las medias rojas se mezclan con las remeras blancas. El pollo se seca en el horno y el arroz se pega a la olla. Los chicos, como siempre, se pelean durante la comida... y todos se miran sorprendidos cuando ella no dice nada después de que el más chico eructa mientras cuenta hasta cinco. Todos los que viven en esa casa sienten que algo pasa, está rara… Pero nadie ni siquiera imagina que esa mañana despertó sabiendo que como las mariposas nocturnas, en las noches de verano, iría derecha hacia la llama, aunque se queme.

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Daniel Goldenberg

DIPLOMACIA

A medida que los argumentos se desvanecĂ­an en contradicciones, la culata del 38 comenzaba a copiar los nerviosos contornos de su mano.

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Andy Pecas

MICRORRELATO

Durante nueve meses no pudieron decidir ningún nombre. Y cuando nació, rosadita, peluda, llorona y sonriente, su padre pensó: "Pasión. La llamaremos Pasión". Por no sé cuales vericuetos insondables, el aburrido empleado del Registro Civil escribió: Razón Martínez. Y fue así como Pasión se convirtió en Razón.

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Nuria Navajas

HISTORIAS DE UN HOSPITAL CAPITULO I

PASIÓN O RAZÓN

Una noche Sofía soñó que se lanzaba al mar para socorrer a su hijo que estaba en peligro de ahogarse. Cuando cayó al agua una gran ola fría la envolvió tortuosamente alzándola hacia la cresta. Desde allí Sofía sólo sentía vértigo y miedo. Deseaba bajar de esa gran montaña azul, pero su lucha contracorriente fue en vano. Sentía como el peligro atravesaba su pecho y era tanto el miedo, que los latidos de su corazón la ahogaban. Por fin la ola rompió contra la arena y Sofía pudo abrazar a su hijo indemne. Pero ahora no era capaz de encontrar la salida de aquel rocoso laberinto, mientras que su hijo, jugando alegremente, se deslizaba entre los huecos de las piedras para desaparecer por el acantilado. Esa mañana Sofía despertó con mucha ansiedad. De nuevo llovía y hacía frio. El viento empeoraba su estado de ánimo. Al salir de casa, mientras conducía, las noticias de la radio informaban sobre la salida de capital de un banco y de cómo sus clientes no podían recuperar sus ahorros hasta que el banco levantase el corralito. El banco les aseguraba un depósito de cien mil euros, pero había clientes cuyos ahorros triplicaban esa cantidad. Sofía oía pero no escuchaba, su mente viajaba por el sueño, que desmenuzaba poco a poco para interpretar los posibles augurios que le vaticinaba. La jornada del trabajo se presentaba algo más apretada que en días anteriores. Dos enfermeras de atención primaria venían al hospital para exponer a Sofía y a su compañera Mercedes, una ponencia sobre el trabajo que iban a presentar en las jornadas de enfermedades raras. Como todos los días, el teléfono corporativo no paraba de sonar y en unas de esas llamadas le rogaban a Sofía que visitase de nuevo a Joaquín, un paciente que había vuelto a ingresar. Sofía sentía pasión por su trabajo, cada día aprendía más cosas y sus conocimientos sobre habilidades sociales, asertividad, empatía, respeto, integridad, coordinación de redes y otros menesteres, que ni ella misma sabía explicar, hacían que su espíritu se ensanchara aún más abarcando gran variedad de soluciones para dar respuesta a los distintos problemas que se le presentaban. Aunque, para Sofía, esto era

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un arma de doble filo, a mayor conocimiento adquirido, más dudas sobre la razón o sin razón de las cosas. Al llegar a la planta de infecciosos las enfermeras le indicaron donde estaba Joaquín. Por el pasillo Sofía se entretuvo charlando con Ramón, un fisioterapeuta amable y bonachón, desengañado de su profesión y a punto de jubilarse. La conversación fue clavada a la que solía tener en otros encuentros, tanto fue así, que él mismo pedía disculpas antes de charlar. Sus quejas hablaban de la inutilidad de su trabajo cuando le derivaban pacientes a los que la fisioterapia no les iba a beneficiar en nada, ya que era imposible que los males de tantos años vividos y de tantas enfermedades pasadas en esos músculos y articulaciones, fueran a mejorar con su terapia. Para colmo, en su servicio, había más jefes que indios y estos trabajaban poco y mandaban mucho. A estas alturas de su vida profesional Ramón se preguntaba sobre la razón de su trabajo. Por fin Sofía pudo ver a Joaquín y a su pareja, Mirian. Mirian era una mujer sumisa y tímida que conoció a Joaquín en la sierra de Cádiz, en un grupo de escalada. Era soltera y trabajaba de administrativa en un taller de la SEAT, nunca había conocido a un hombre con el que sintiera tanta pasión como sentía por él. Llevaban dos años juntos y la vida desde entonces hervía en sus venas. Disfrutaban de las mismas cosas, la naturaleza, las alturas y el ansia por superar los obstáculos y todo esto los unía cada día más. Sofía sentía mucho lo que le había ocurrido a Joaquín. Un hombre con toda la vida por delante que de nuevo debía comenzar sin sentir sus miembros inferiores, aquellos miembros que le habían llevado a realizar tantos sueños. Los ojos de Joaquín lo expresaban todo. Sofía sintió frío al mirarlos, esa mirada no era la mirada de confianza y gratitud que ella conocía. Las palabras que salieron por su boca fueron tan ofensivas que aguantarlas estoicamente era la única respuesta que tenía para salir airosa de la situación. Sofía salió de la habitación muy triste y descorazonada, aunque en el fondo de su alma sabía que Joaquín no estaba peleado con ella, Joaquín estaba enojado porque no entendía la razón de aquella enfermedad que había aparecido en su vida. Al volver a casa, Sofía escuchaba de nuevo las noticias de la radio, ahora informaban del ataque yihadista al museo de Túnez. Entre las víctimas, un matrimonio de jubilados españoles. Qué cruel morir así, pensaba Sofía, alejados de los tuyos, en un país con otra cultura y en manos de unos individuos apasionados por unos ideales que sobrepasaban la locura. Todo esto se removía en su mente causándole de nuevo vértigo y ansiedad. Quizás su sueño vaticinaba que iba a ser un día de dificultades en el trabajo y de adversidades en el mundo. Pasión o Razón, cuál de las dos nos hace más feliz, se preguntaba.

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Diego Albé

AYER Y HOY

Naranja. Todo se vuelve naranja cuando recuerdo los setenta. Como en una proyección en la que el sol va otoñándolo todo, pasan las imágenes una tras otra, guardado juguetes, olores y secretos. Desaparecen así las arrugas y el vello de mi cuerpo; veo entonces a mi padre fuerte y con el pecho ancho y limpio. Tomo su mano casi áspera y camino a su ritmo, acelerando el paso. Él esconde sus ojos verdes detrás de lentes de cristales también verdes, como el vidrio de las botellas que lo fueron destrozando sin darse cuenta. Aliento mentolado y con un adultísimo y riguroso tabaco rubio dibujando la tos obligatoria. Y elevándome del suelo como si el aire estuviese invadido de sal, el orgullo de caminar con el hombre más fuerte del mundo. Solía soñar que ese hombre de mandíbulas como menhires y espaldas anchas como una cuádriga, me rescataba de selvas oscuras, matando con sus propias manos criaturas salidas de un cuento de Borroughs. Hoy, arrojado a la desazón de la enfermedad que lo hace temblar en cada gesto, llora desde su lecho que huele a incontinencias. Sus ojos vidriosos escupen angustia, su dignidad se bate a duelo con las sábanas que lo hunden en la herrumbre de su altivez y sus brazos se afinan como si la injusticia fuese un torno impío. Negro. Todo se vuelve ya negro cuando la razón del hoy me arranca los colores de mi infancia. El viejo apenas puede caminar hasta el baño al que llega casi siempre después de tiempo. Y en el fondo de mi pecho que alguien me dijo se parece al suyo cuando su vida era llevada por la pasión, llora desconsoladamente un niño, porque le contaron que a su papá le queda ya poco tiempo.

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M. Pilar López O.

¿AÑORAN LOS CIRCUITOS A SUS CONECTORES VIRTUALES?

Nada, todo bloqueado y desconfigurado, los portales inviables y la interfaz inaccesible. Ana Lavinia se siente tan desorientada con la situación que casi se le llenan los ojos de lágrimas. ¿Cómo es posible que esté fallando el meta programa maestro? Ni siquiera fue posible contactar vía tempo con los equipos técnicos. Tres horas estándar más tarde, el gran jefe, Shaita Garbit, asistía serio y hermético a las explicaciones de los controladores.

− Un fallo sincrónico, todo fuera de fase, el programa no responde, no hay forma de reiniciar los portales mientras sigamos en esta meseta multifocal.

− Desvinculen el programa de la interfaz, creen un vínculo neurotemporal nuevo.

− No es posible, ocupa todos los canales sincrónicos y asincrónicos, tratamos con una bioprogramación invasiva, es necesario para lograr eficiencia máxima. La compañía insistió en este punto. El sistema ha bloqueado toda sinergia. − ¿Y el acceso por via metafísica? − Inutilizado también, desde el momento en que su operador simbionte, Briff 2R7 abandonó la red, todo el servicio empezó a ralentizarse y hoy se cayó definitivamente.

− Contacten con el simbionte. − Ya lo intentamos, pero su identidad tiene restricción nivel 12, ha mutado y no es posible acceder a ella.

− ¿Se puede internalizar el juego que originó la infestación? − Era propiedad de Briff 2R7, se le autorizó para su uso en el minutaje de pausa laboral menor, el programa se ha imbricado con unas fases demasiado arcaicas, no nos es posible clonarlo.

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Ana Lavinia abrió mucho los ojos. ¿El juego era el problema? "Helicópteros zombies y beilinas en la Tierra transición". Un juego precombinación, una antigüedad curiosa de Briff, algo sin importancia. Vaya, el programa de acceso a los portales desarrolló un vínculo muy estrecho con sus fases, pero... ¿tanto? Rápidamente accedió a la supervía de contacto. Allí estaba. El programa exigía la reintegración del juego, no se restablecería la funcionalidad si no se reintegraban los circuitos de Tierra transición. Contactó con la simio (por favor, que aún no haya retirado las llaves neurales, por favor, por favor…). Allí estaba, el remanente Briff 2R7 accediendo.

− ¡Briff, necesitamos las conexiones del juego que imbricaste, el programa maestro no responde, envía las conexiones vía trans, por favor, antes de desvincularte del simio! Hubo un segundo de duda, y todo volvió a la funcionalidad. "Helicópteros zombies y beilinas en la Tierra transición" se reintegró al programa control. Un nanosegundo y los niveles 12/4 se abrazaron locos de alegría. Otro nanosegundo más y el juego quedó oculto y definitivamente integrado. La programación maestra empezó a funcionar como siempre, y enseguida mucho mejor, increíblemente rápida. Lo más lógico, si uno de los circuitos es profundamente feliz interfaz con los chips de un juego precombinación, lo más racional es proporcionárselos. Los niveles semiconscientes de las programaciones de acceso al portal temporal son irremediablemente pasionales, el programa control lo asume como parte del normal funcionamiento de la conexión temporal. Shaita Garbit frunció inapreciablemente los labios cuando Ana Lavinia terminó de explicárselo. "A veces creo que esto se nos está yendo un poco de las manos". Fue un pensamiento pasajero, después de todo, la interfaz de los portales dio un salto cuántico al reintegrarle los circuitos del juego.

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Ninguna compañía rival podría competir con esta nueva eficiencia de envíos y disponibilidad de red. ¡Increíble, pero cierto, velocidad 3 transit coma 7 en plena luminiscencia! Mejor dejarlo así.

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Ce Pérez Hillar

Maria nos supervisaba... A Silvia le sacó el rojo de la boca y se lo cambió por un... no me acuerdo, un brillo creo. A mí me puso una mariposa en el pelo, terminó de darnos el visto bueno antes de salir. Le dije gracias, le di un beso, aunque ambas supiésemos que me la sacaría ni bien cerrara la puerta. Gaby corrió mejor suerte, le dijo que estaba perfecta. Fue ella quien le insistió que viniese con nosotras. Pacientemente harta nos dijo que se siente bien así, de andar vacía. Que aquel que fuera no tuviese ni nombre ni apellido, que no envidiaba la pena de los que sufren por alguien determinado, ya con rostro, voz, encantos y mañas. Le pregunté si todavía andaba con su zapato en la cartera (todas sabíamos que una vez, se compró los zapatos que más le gustaron, carísimos, tiró uno bien lejos de ella, en una noche sin luna, dijo). Contestó medio colorada que sí, que claro, que cómo no, que un día aparecería él, con el otro. Fue inútil que Silvia le dijera que Cenicienta era un cuento, que el siglo, que el zapato estaría quién sabe en qué basural, y que no hay noches sin luna. Que se sacara ese vestido multiuso y viniera, que nos íbamos a divertir y todo eso. Maria nos miró como diciendo tengan piedad y la dejamos ahí, con su libro y su música ahuyentarrisa. Salimos, las otras dos enojadas, que siempre la misma y que era depresión y si no, fijate. Les dije que abreviáramos, que después de todo, con estos floridos chirimbolos, en más o menos diez horas, estaríamos igual o peor. Gaby me zamarreó y me dijo que no fuera yeta. Maria prendió un sahumerio, hizo un par de grullas de taquito y el tictac, tic-tac, tic-tac… comenzó a aturdir. Una película, un café o un... traguito, leer más de lo mismo, enculturarse para nadie… ¿no? Y se le pintó una risa grandota, como si el... eso que tomó, el sahumerio, qué sabe nadie, hubiesen hecho efecto. Se apuró y se bendijo por no tener nadie que le corrigiera su vestir. Paró un taxi, les dijo donde ellas y se les apareció, así.

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Notó gentes que se volvían para verla y hasta le habrían un camino a su paso. Toda de blanco, tan pálida… Estoy segura, tonta, se estaría preguntando si había errado en un par o en el todo, cuando se emperifolló al ritmo de la voz, seguro, de su amado Cortázar. Yo también me río, pero de ternura, es como si hubiese sido teletransportada a este tiempo, no era de ahora ni de entonces, pero lo que ahí, nadie, salvo nosotras, sabía, era cómo se encendía al bailar y su castidad aparente, su elfez ridícula, la convertía en el centro de todas las miradas. Como siempre, rogaría auxilio, que digamos que era viuda o lesbiana, que basta que ya probó una vez y no le gustó, que no se le acercara nadie, que con nosotras... Nos resultaba jodidamente contradictorio, nos alejaba posibles mientrastantos, ocupadas parando varones en seco, hipnotizados que pretendían apartarnos, rogando por aquella mujer que se ve tan libre. Nomás oír tambores o cosa parecida, se transformaba. Nos mirábamos como diciendo... Gaby nos paraba, déjenla. Maria se erguía, como excitada. Abría los brazos y cada movimiento, un hechizo. Se mordía el pelo, se acariciaba sola y nada más se veían su nuca desnuda, sus hombros a lunares. En círculos, los brazos en alto, como arengando a vaya a saber qué equipo de fútbol. Ritual. La interrumpí, que parara, que entre todos, había alguien que la miraba de pie, quieto, como al acecho. Que los amigos habían intentado sacarlo del trance, pero seguía ahí. Que nada más lo mirara un segundo. Y se sacudió mi brazo, molesta me dijo que ya sabía qué debía de hacer, que era lo único que pedía... que se había ganado el escenario y que... Cuando me hizo caso, para no oírme más… se fijó. Quedó suspendida.

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Nunca vi algo así. No paraban de mirarse, temerarios. − Príncipe, dijo. − Bueh.., no digo que no es lindo, pero príncipe, no, no es mi tipo, pero si querés le pregunto…

Sólo así logré su atención, terrible, solo los ojos giró, porque todo su cuerpo seguía apuntando a aquel hombre. − Por eso estás sola. − Ah, nooo. ¡Vos también estás sola!

Segundo logro, estiró un brazo y con la mano me acarició la cara y con una amorosa frase, me escupió un − Yo no estoy sola, esperaba. − ¿Esperabas? ¿Quieres decir que es ÉL? − Sí.

Estiró otra vez la mano, pero ésta, como señalando detrás de mí. Oh, tampoco parecía de este mundo, como ella. Sin palabras, sin sonrisas, se la llevó, se fueron. Cuando las otras preguntaron cómo la dejé ir así, sin preguntarle nada, dije que me pareció que la pasión no razona.

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Mauricio Castello

¡LARGARON!

Corriendo el Clásico Internacional, sale en la zona delantera por el medio de la pista el 6, Descartes, a su costado le sigue el 4, Topolín y en busca del puntero el 3, Hefner’s Pride; más abiertos lo hacen el 7, Babieca; el 2, Rufianca; más atrás viene ganando terreno sobre la pista el 1, Bay Biscuit y cierra el pelotón el 5, Furia Zen. Los competidores pasan la señal indicatoria de los 1300 metros. Pasa a comandar la carrera Hefner’s Pride, en la segunda ubicación a dos cuerpos viene Descartes; abiertos vienen buscando a los punteros el 2, el 7, el 1, el 5 y el 4, Topolín. Por el lado izquierdo de la pista se vienen desenvolviendo el 1, Bay Biscuit y el 5, Furia Zen ganando terreno, el resto de los puestos sin variantes. En la delantera y enseñando el camino van Descartes y Hefner’s Pride. Los competidores cruzan la señal indicatoria de los 600 metros y hacen el ingreso a la recta final. Cabeza a cabeza el 3 y el 6, más atrás por afuera se acercan el 1 y el 5, perdiendo terreno el 4 y el 7, cerrando el pelotón el 2. Los competidores cruzan la señal indicatoria de los 300 metros. Dominando la prueba y por el centro de la pista Descartes y Hefner’s Pride no se sacan ventaja, por afuera acortan distancia Bay Biscuit y Furia Zen. Los últimos 120 metros. Atropella Furia Zen sacando ventaja a Bay Biscuit y se acerca a los punteros. Corriendo fácil Furia Zen toma la vanguardia faltando cincuenta metros para el disco, seguido por Bay Biscuit, Hefner’s Pride y Descartes. Se va a imponer el 5, Furia Zen por varios cuerpos de ventaja sobre el 1, Bay Biscuit, en la tercer ubicación el 3, Hefner’s Pride, cuarto el 6, Descartes... ¡Y cruzaron el disco!

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Mariángeles Soules

Razón o pasión, esta es la cuestión… Sí, claro, pensarán que quiero plagiar a Shakespeare, pero no, simplemente creo que son dos grandes y poderosos opositores. Muchas veces, dejando de lado la razón, no importa el tema en el que estemos inmersos, cometemos los más grandes errores de nuestras vidas influenciados por la traidora pasión que nos empuja hacia el abismo de nuestro destino. Sé que he cometido muchos de estos errores basada en la pasión, de los cuales me he tenido que arrepentir, quizás no han sido totalmente destructivos o devastadores, pero sí me han hecho pensar que en lo sucesivo debo usar la razón. No volveré a votar, ni a enamorarme, ni a aceptar un trabajo o una invitación en la cual me influya mi pasión, simplemente trataré de usar la razón para cualquier toma de decisiones en todos los ámbitos de mi vida.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 22 DE MARZO DE 2015


LIPE

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