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NINA

Por Roberta Garibotti


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Nina Nina se llama así porque su mamá, Roberta, le puso ese nombre en honor a la cantante Nina Simone. Yo soy amiga de Nina desde la época del colegio secundario. Compartimos el mismo asiento del micro escolar durante cinco preciosos años de una bella amistad que ahí nacía. De ida no charlábamos tanto; el sueño nos tenía medio idiotas. Y a ninguna de las dos nos gustaba el colegio. El viaje de vuelta era un placer, contándonos cómo habíamos zafado en la lección de historia sobre las batallas de Napoleón o comentando lo bien que me había copiado la reproducción del helecho del esquema que había en la pared, y que el día anterior Nina había dibujado en mi aula. Ella iba a la sección A y yo a la B.

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Su trabajo Nina no soporta mucho más trabajar allí. A los 36 años, imagina que su vida debería cambiar. Pero no hace nada para que eso suceda. Esa tienda de ropa cara ubicada en pleno Recoleta llena de turistas que bajan del hotel Alvear con un guía muy lindo es su día y casi su vida. De 10 a 21 hs dura su jornada laboral. No gana mal; además recibe comisiones. Estas mujeres extranjeras hablando inglés, holandés, francés, preguntando precios a lo loco y desesperadamente: ¡la sacan de quicio! Cuando el vacío sobra y la plata es fácil hay que comprar lo que sea: botas de carpincho, camperas de cuero barato o caro, bufandas de lana de oveja pura… La cuestión es llevar, llenar, completar, deshacerse de esos vueltos en dólares que nunca sirven para nada, que no dan ni la felicidad ni la tranquilidad tan añoradas. Billetes verdes que no logran revivir estados lejanos de enamoramiento. A veces Nina sale angustiada. Hay cosas de mal gusto que la ponen de pésimo humor y la llevan a un estado depresivo. Me contó que un día atendió a un rubio, alto, con un reloj carísimo en la muñeca derecha. El tipo estaba colorado de tanto estar tomando sol en la pileta climatizada de un hotel lujoso. Debería tener unos cuarenta años más o menos. Hablaba castellano a duras penas. Llevaba unos jeans color ocre, una camisa hawaiana y un sombrero. En la parte interior de su musculoso brazo derecho tenía tatuada la marca Gucci. “Mirá que te podés tatuar a tu ídolo del rock, la lengua de los Rolling, los nombres de tus hijos; pero esto es muy grasa”, me dijo Nina, mientras cebaba mates con yuyitos adelgazantes.

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Su look A partir de los treinta Nina adoptó un look hindú que le queda como a nadie. Esas polleras largas combinadas con camisas blancas divinas son su fuerte. Deja su pelo, color castaño y lacio. Se suele hacer una trenza y la deja deslizar para un costado. Su tono de piel es moreno en invierno y verano. El labial de color vino es su toque personal. Sin dudas es sexy por donde la mires. Siempre pensé y lo sostengo: la mujer sensual es natural, no conoce de posturas raras, ni de formas impostadas de ser. Así es Nina. Tiene la suerte de haber venido dotada con dos hermosos pechos voluptuosos, carnosos, que se mueven con naturalidad y frescura. Cuando jodemos le digo: “Nina, por favor dame un poco de eso que te sobra, no podés ir por la vida con semejantes tetas así como si nada”. Ella se mata de la risa y me contesta: “No jodas Renata, mirá esos ojos turquesas que Dios te dio a vos”.

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Su escasa paciencia “Aste saco, ¿cuánto valor?”, preguntó una alemana cincuentona, enorme, rubia por todas partes y en la misma medida insulsa. “Ese saco nunca le entraría. Ni siendo XXXX. Era anormalmente grande esta mujer”, me contó un día Nina. Yo me morí de risa de imaginarla nomás mirando para arriba, poniendo los ojos en blanco, soplándose los mechones lacios de ese pelo divino que le cae sobre los ojos. Le debe haber tirado el precio como cuando uno escupe lejos y al vacío. En la hora del mediodía, o sea, del almuerzo, ella se va a plaza Francia. A veces se encuentra con amigos artesanos. Adora el arte, la decoración, dibujar y soñar amores. Siempre se engancha con algún bohemio que da vueltas por ahí.

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Sus elecciones Yo le digo que a veces son pesados, viven dados vuelta, no quieren estar involucrados en el sistema, y por eso buscan a otra mami que los banque. Pero ella es algo… bastante… qué digo: ¡demasiado idealista! En épocas de facultad se metía con estos que enarbolan las banderas de la revolución. Cualquier revolución les viene bien, le decía yo. Pero si hay algo jodido en Nina, es el caprichito. ¡Claro! Hija mimada de un matrimonio de segunda vuelta, hermanos grandes, criada con todos los lujos… Es normal que sea cabezona. Lo que nunca entiendo es esa cosa rebelde, el estar siempre del lado de los pobres, los revolucionarios, los sin techo. No me parece mal, pero ¿de dónde lo sacó? ¿Cómo puede opinar, si nunca le faltó nada? Así es como se la pasa rehabilitando hombres tristes, drogadictos, maltratados por la vida. Sin estima propia… ¿Y ella? “Querer salvar a la humanidad sin ocuparte de vos misma, ¿es sano?”, le digo yo, como intentando despertarla del sueño de querer ser la súper heroína Nina, la salva hombres, la busca amor a cualquier precio.

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Florencio Acaba de terminar una relación con Florencio, un artista plástico. Ojo, es talentoso, no se discute eso. Nina puso una de sus obras en el local donde trabaja y la vendió a precio dólar re bien. Con Florencio duró un año, el tipo tomaba merca y ella le daba al porro sin asco. Nunca tenían un mango. Él era muy lindo, en su estilo reventadito, obviamente. Andaba con el pelo lleno de rastas rubias, que le dejaban la cara bien descubierta, pudiendo uno deleitarse con esos ojos verdes, grandes, y esa sonrisa perfecta. Es que el guacho se hacía el bohemio pero vivía en la casa de los papás en Barrio Norte. Hasta que no se lo bancaron más, fumado y sin laburo, y lo echaron. Ahí, justito ahí, Nina lo encontró y lo bautizó como hijo nuevito. Como era de esperar se lo llevó a vivir con ella al departamentito de dos ambientes que le regaló el papá en Sante Fe y Uriburu.

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Su familia El padre de Nina es un médico muy reconocido en Uruguay, un tipo buenmozísimo. Ahora está grande, se jubiló y se la pasa en la casa de Páez Vilaró, que es un gran amigo. El tipo tiene hijos por todos lados. Nina se crió en un ambiente muy paquete y con un papá que prestaba demasiada atención a sus pacientes infartados y a sus bellas amantes. Quizás por eso Nina vive con dolores reales, inventados o auto generados. Vaya uno a saber. Lo que uno sí sabe es que el dolor duele. Estés enfermo o no. Vivir es doloroso, angustiante, da miedo. Y a Nina vivir le da pánico. Por eso el psiquiatra le recetó un ansiolítico. Yo le digo que no está bueno clavarse uno de esos cada vez que tenés miedito. “Hay que bancársela, nena, nada es fácil”, le sugiero cuando me hace enojar. Ella me responde siempre lo mismo: “Renata, ¡dejate de joder! ¡No podés opinar en esto! Vos sos vos, yo soy yo” y se quita la colita de su trenza, para desarmarla y rehacerla bien apretadita. Eso hace tipo tic cuando se enoja. Hasta enojada es linda. Todo amor tortuoso termina… ¡por suerte! Con Florencio la pasó muy mal ¡pobrecita! Es que la tonta se re enamora. Se pierde en la vida del otro. Nunca la vi tan dejada. Por suerte después de tenerlo un año adoptado, el pibe se fue solo, buscando que la familia le pague la clínica para rehabilitarse. Estuvo dos meses llorando a mares, fumando marihuana y comiendo chatarra que la hizo engordar. Yo no entiendo por qué las mujeres se mimetizan con la pareja de turno. Dejan su forma de ser, sus rutinas y sus placeres para copiarle a un tipo la vida. Como si los caminos de la gente, en este caso, de los hombres, fueran fotocopiables. Como un olvidarte de uno para acoplarte a otro ser. Ignorando en el viaje al que siempre fuiste. Así, llega un momento en el que las mujeres no saben bien quiénes son, qué quieren de su vida y viven a la sombra bien oscura de un no sé quién. Ahora ella está soltera. Pero algo me dice que hace un par de meses su vida empezó a cambiar.

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Nada es casual Una tarde al llegar de mi trabajo en el consultorio, chequeé mis mails y vi que me había ganado un premio. Soy fanática de participar en cuanto sorteo hay, sea vía Facebook, o los que salen en las revistas tontas para mujeres tontas. Suelo leer a la noche para quedarme dormida y con la finalidad de olvidarme de todos los nenitos que atiendo que no pueden pronunciar la “r”. Tienen mucho profesional que los atiende y poco padre que les de bola. Lo mínimo que pueden hacer es omitir el ruidito de la R. Decir PEDRO en vez de PERRO. Esa es una hermosa forma de rebelarse. ¡Bah!, eso pienso yo. Como no puedo darles unos papás mejores; los ayudo. Lo primero que les hago decir es: reventar, roto, rata, raja, roca, reloca, turro, etc. Me gané un perfume de los buenos y varias cremas antiage participando en la página de lectores de LOLA, una revista hecha para un mercado selecto: mujeres perfectas, crédulas y en estado de climaterio. Minas de la alta sociedad. Yo la leo porque hay un par de columnas de unos psicólogos que sigo. Escribí una cartita que salió premiada. El premio había que buscarlo en pleno microcentro. Te lo daban en la redacción. Le mandé un mensaje a Nina a su celular: nina porfi podrás ir a la calle suipacha a retirar un perfume que me gane las cremas te las regalo a vos preguntá por un tal martín bradbury gerente de marketing de revista lola Nina me respondió: me da mucha paja pero voy amiguita por vos cualquier cosa becho

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El amor va llegando Ese día Nina se perdió su hora de almuerzo y partió en busca de mi recado. Y también del amor... Durante la mañana tuvo que atender la talabartería con botas de carpincho. Su jefe es jodido y le sugirió que luzca unas botas de 500 dólares para atender a una combi con turistas americanos y brasileros. Ella odia las botas y los pantalones de gaucho. Entonces se puso su mini de jean de toda la vida y las botas. No suele mostrar mucho las piernas; las tiene flacas, huesudas y largas. El jefe no es ningún tonto. Las mujeres que entraron a la tienda esa mañana preguntaban: “¿qué shale bouts que tu tienes?” Me la imagino y muero. Ella atendiendo, con su pelo suelto, su musculosa blanca, y el par de botas. Las minas queriendo comprar eso que veían, que por cierto es incomprable; una mujer terrible, espontánea, que no posa. Fresca, sin botox, con una carita preciosa… ¡Así es Nina! Lamentablemente esos momentos la ponen de pésimo humor. Todos tocan y preguntan. Acarician las prendas más que a un hijo deseado, se prueban sombreros haciendo muecas con la boca en el espejo. Y así y todo no son felices; se ríen poco y nada. Apenas cerró el local, en vez de ir a almorzar se dirigió a la calle Suipacha 600. Llegó al edificio inmenso. Le dieron una tarjetita en recepción. Era de esos lugares llenos de oficinas. Llegó al tercer piso. Una voz masculina y re sensual le dijo ”pasá” cuando ella tecleó en un teléfono los dígitos que estaban escritos en la tarjetita que le dieron en recepción. Se acercó a la tercera puerta, le abrieron antes de que ella pudiera reaccionar. Una mujer alta, distinguida y prolija la invitó a sentarse y la convidó con un café. Nina se acomodaba su ínfima pollera y arreglaba su trenza cuando de una pequeña sala salió un hombre de unos 40 años, morocho, vestido con un pantalón gris, una camisa blanca impecable y zapatos relucientes. El tipo era alto, totalmente atractivo, varonil, estaba quemado por el sol, su espalda se veía como trabajada. - Me agarraste justo, sos Renata, ¿no?, yo soy Martín, el que te mandó el mail, encantado, y le estrechó la mano, apretándole fuerte la suya. La mirada de Martín fue

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intensa, profunda, como quien de un vistazo deja constancia de lo lindo que está contemplando. - No, sorry, yo soy Nina, amiga de Renata, ella es la que escribe cartitas y comentarios a las revistas. Yo soy de otro palo. Pero como laburo cerca le hice la gauchada , respondió Nina, un poco cortante y defendiéndose de una posible conquista de macho ganador. Pero a ella le encantó, no podía ni mirarlo a los ojos. “Es que tiene unos ojos grises mortales”, me contó ella cuando charlamos del episodio. - Bueno, acá te dejo dos sets con cremas y perfume de Dior, uno para vos y otro para tu amiga. Si me dejás tu teléfono o el de Renata, les puedo mandar todos los meses la revista en forma gratuita. Parece que Martín le miraba las piernas, los ojos, bah… todo. Mientras, ella anotaba mails y teléfonos en una tarjetita. - Che, gracias, buenísimo. Adoro los perfumes y más si son gratis - le dijo Nina riéndose, haciendo un nudo con la pobre trenza. - Perdón, de chusma te pregunto. ¿Dónde trabajás? cuestionó Martín. Esa pregunta fue con el típico interés de saber más de una mina, con la fina intención de querer más de esa misma mina. Al menos yo lo interpreté así. - En una tienda de ropa en la avenida Alvear, casi exclusiva para turistas - respondió ella y miró el reloj -. Perdón Martín tengo que rajar. - Te alcanzo, justo salía. - OK Él la acompañó hasta la salida, la hizo esperar mientras sacaba el auto del estacionamiento. Ella se bajaba inútilmente la pollera, y se arreglaba el pelo. Colocó brillo en sus labios. No tenía en su cartera el labial color vino, lo había olvidado en el mueblecito de la tienda. Cuando guardó su gloss de labios en el morral, levantó la vista y advirtió que un Honda color negro le tocaba bocina. Desde adentro se veía la mano de Martín haciendo un gesto para que ella subiera. Estaba en un lugar complicado y no había tiempo de maniobras raras. Nina se quedó impresionada, no imaginó que este hombre, además de lindo, fuera adinerado. Ya le daba no se qué el asunto. Ella es así, cuando le pasan cosas gloriosas, entra a sabotearse. ¿Por qué será que algunas personas, especialmente las mujeres, no se permiten ser felices? Se quitan la posibilidad de anotarse puntos, se alejan del juego cuando van ganando. Como si hubiera una duda que se clava cuando la vida aparece linda, apetecible.

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- ¿Te jode si pongo música? le preguntó Martín y le dio un estuche con cds, perfectamente ordenados, con una fina clasificación: reggae, jazz, rock. Y sus preferidos: las Pelotas, Charly, No te va a gustar, Eddie Beder, Ciro y los Persas, Redondos… Nina no podía creer la coincidencia total con su propio gusto musical. Ella adora la música. No puede vivir sin música en su alma. “¿Te acordás de este tema Renata?”, me dice a cada rato y salta con Cable a tierra de Fito. La música es compañía para su soledad, encuentro sagrado con su memoria, danza para su imaginación. - Obvio que no, amo la música. Así que ya voy a elegir. Actualmente estoy tomando clases de percusión con un dominicano divino. Me encanta tocar la guitarra. Vivo con el telefonito y temas que le cargo, tipo vicio ¡jajaja! ella le respondía, y mientras seleccionaba. - Ya está, éste: Radiohead. Martín no dejaba de mirarla; manejaba y la espiaba. Ya había quedado muerto en cada movimiento de Nina, la forma en que movía las manos cuando hablaba, la risa graciosa, ese arreglarse el pelo todo el tiempo, sus silencios misteriosos… Sonaba High and Dry, un temón de Radiohead, cuando se aproximaron a la avenida Alvear. Él iba concentrado, como pensando en vaya a saber qué. Ella miraba sus manos grandes acariciando el volante. Al subir la vista lo vio de perfil.”¡Qué lindo tipo, por Dios, está más que bueno!”, pensaba ella en su interior complacido y contemplativo de tanta belleza varonil. Es que Martín la rompe, es un tipazo. Esos que ves por la calle y no podés disimular. Cuando me lo presentó, me quedé helada. Y además es buen pibe. ¡Qué más se le puede pedir a la vida! Parece que para mi amiga nada es suficiente. Demasiado para una Nina que no se atreve a ser feliz, con una autoestima lastimada, tímida, empobrecida. Así fue como ella hizo todo lo posible por no enamorarse. - Llegamos. ¡Qué lindo el boliche donde trabajás! La onda campo, cuero, alpargatas de carpincho, no es mi fuerte, pero sé apreciar lo bien que le queda a otra gente. A vos te quedan mortales esas botas. Sos muy linda. No se equivoca el que te contrató para manejar esta boutique. - Bueno, tengo que bajar, gracias por todo. Muy lindo el negocio pero no te recomiendo fumarte a todas estas turistas compulsivas de la compra un sábado a la mañana, ¡jaja!

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Y se apuró para bajar del auto, tomó la manijita de la puerta, como haciendo un gesto de ya está, listo, asunto terminado. El se acercó, le tomó suavemente la cabeza, por la parte de la nuca y le dio un beso en la mejilla. “¡Ay qué sensación inolvidable, tierna, dulce. Un beso para nunca olvidar!”, me contaba Nina horas después.

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Los amores no son fáciles - No me jodas, Nina. No me vas a decir que te llamó y no lo atendiste. Sos de lo peor. ¿Seguís pensando en el enfermito de Florencio? ¿Qué pasa; ¿a este no lo tenés que rescatar de ninguna dependencia, enfermedad, locura? ¿No te das cuenta que podés empezar algo nuevo? ¡Despertate boluda! Mirate en el espejo. La tomé de los hombros y la enfrenté a uno de los espejos de los probadores. Pero ella miraba para abajo. La tomé de la barbilla y le dije: - Nena, mirate bien, sos re linda, sensual, estás sana, faltaría que largues el cigarro nomás. Nos empezamos a reír las dos, y ella ponía caras raras en el espejo, después con los dedos de un pie hizo fuerza contra el talón del otro pie y se sacó una bota, luego la otra. Nos sentamos frente a la caja, y la cerramos. Contamos bien los dólares. Estábamos tan acostumbradas que ni nos dolía sumar la guita de otro. Fuimos a su departamento. Antes paramos en una rotisería que hace las mejores tartas del mundo. Nos llevamos media de calabaza y queso. Como si la calabaza le restara calorías a la exagerada cantidad de mozzarella grasosa que le pone Coco, el cocinero, a las tartas caseras. Ah, compramos Coca Zero. Nos despatarramos en el sillón de Nina. Lo tiene tapado con una especie de aguayo de colores nórdicos. Es re copado su bulín. - Pasame la compu, Rena. - ¿Esperás novedades? - No bolu, quiero ver si mi miserable jefe me da el jueves franco. Cuando abre los mails, aparece uno de Martín Bradbury. Asunto: no me atendés. Ya de sólo leer: Martín Bradbury, gerente de marketing de Red Publishing, nos agarró como un estado de sorpresa. Martín tenía un puestazo en una empresa. ¡Guau!, quedamos heladas. Decía algo así: Hola Nina, me quedé sencillamente enloquecido con vos. No entiendo por qué no me atendés. ¿Estás en pareja? Si así fuera, no te jodo más.

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Plis, atendeme, quiero verte. Charlemos. Tomemos algo. Me volviste loco, no me puedo sacar tu carita de la mente. Dame una chance linda. Sos muy muy linda. Un beso Martín - Me imagino que le vas a responder. - Ni en pedo, boluda. - ¿Por qué? - Apestan, los tipos enriquecidos. Aparte, me quiere bajar la caña, nada más, tarada. - Pará de agredirme, Nina. Listo, no insisto más. Ya volverá Florencio, con falsas promesas, haciéndose el curadito. Nena, estos chicos de mami no cambian más. Vos tenés que cambiarlo… ¡por otro! Por lo menos date la oportunidad de conocer otro target. Te empecinás con los fumaditos, que hacen yoga en el parque, que pintan paisajes imaginados en su mundo de éxtasis. Eso no es la vida. ¡Dejame de joder! Y luego de mi fuerte comentario, seguí comiendo. En ese momento, Nina comía un pedazo enorme de tarta. Con su lengua recogía el hilo de queso derretido que colgaba entre su boca y la grotesca porción. Me miraba con rabia. Se levantó y fue al baño, como para zafar de la conversación. Dejó su correo abierto. Entonces aproveché y respondí yo: Hola Martín, soy Renata. Te cuento que Nina es muy cagona, la pasó muy mal con su ex. Es medio loca, pero excelente persona. Te aconsejo que insistas. Andá a visitarla al negocio. Tipo 15 hs está haciendo huevo. Chau, que ni se entere de esto, plis. Yo decidí irme a dormir a mi casa, estaba con el auto. Al otro día debía atender a diez pacientitos sin “erre”. Sin P DE PAPÁS. La independencia no es cosa fácil para las mujeres La vida de Nina a nivel económico no era para nada fácil. Se bancaba todo solita. Sus gustos de hija mimada habían terminado junto con la decadencia de la abultada ex

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cuenta bancaria de su madre. El padre debería tener una estupenda jubilación, pero jamás le tiró un mango. Su gran regalo fue ese departamentito, con expensas carísimas. Vivir en barrio norte es mostrar una vida divina, aunque estés seco. Los miércoles son tediosos en la boutique, ya que es el día en que se van unos extranjeros y llegan otros. Nunca es provechoso para las minas estar sin hacer nada. En esos momentos Nina caza su guitarra y toca y canta. Él llegó agitado, se desarmó el nudo de la corbata mientras daba pasos agigantados acercándose a aquella muchacha que lo tenía loco. Mi dato fue de gran valor. Martín me envió un mail apreciando mi sugerencia de ir a ver a Nina y me aseguró que esto quedaba entre nosotros. Llegó por fin a la cuadra de la tienda donde trabaja Nina. Se detuvo justo antes de entrar y espió tras la vidriera. Pudo ponerse un poquito de costado, se calzó sus anteojos de sol. Se sentía una especie de detective privado. Pero en realidad lo que le estaba costando era estar privado del amor de una mujer a la que casi no conocía. Entre dos maniquíes se veía un espejo, el cual reflejaba la imagen de Nina. Estaba sentada en su sillón de mimbre, con las piernas apoyadas sobre un fardo que tenía una manta preciosa tendida arriba. El precio: 300 dólares. En ese momento lo menos importante eran los dólares. Martín quedó obnubilado con la figura sexy, osada y dulce a la vez, de Nina, versión cantante. Ese día su look estaba compuesto por un jean blanco, las odiosas botas de la talabartería y una camisa negra. Se había hecho una cola de caballo que dejaba ver lo largo y brillante que tiene su cabello. No usa demasiado maquillaje. Se puso unos aretes enormes, divinos, que le regaló su amigo artesano, Alfonso. Cantaba Redemption song, de Marley. Su voz es cálida, sugestiva, como cuando uno se imagina a las sirenas de los libros de cuentos que enamoran a los marinos cantando. Él se detuvo y la espió detrás de un sombrero que había en la vidriera. Escuchó como de lejos la voz de Nina; una voz que enamora a cualquiera. No se animó a entrar; se quedó instantes y se fue más loco de amor que nunca en su vida. Condujo hasta su departamento en Puerto Madero. Cuando se separó, él le dejó todo a Carolina, su ex mujer. Ella vive con la hija de ambos de 10 años, Manuela, en un barrio privado en Nordelta.

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Cuando llegó a su casa se sacó la remera sudada, se sentó en su sillón del living y puso música. Eligió Pearl Jam. Era lo que necesitaba para aplacar tanta pasión apretada, reprimida… - Hola, sí, ¿quién habla? - Hola Nina, soy Martín, el de la revista. El mismo que te llama y escribe y no respondés. - Perdón Martín, es que estuve a full. - Bueh, no importa. Te paso a buscar y vamos a comer, ¿querés? - No sé, estoy muerta. Me tendría que cambiar. - No, quedate así -interrumpió Martín-, ya la había visto y estaba impresionantemente bella. - Está bien. Martín es así, seguro de sí mismo, no le gusta perder ni a la bolita. La pasó a buscar a las nueve de la noche. Nina no se cambió, se arregló el pelo, se maquilló un toque y se cambió las botas por unas All Stars color violeta. Él la esperaba en la entrada del edificio. Lucía espléndido con su jean, su camisa fuera del pantalón, el pelo húmedo y ese perfumito que logró cautivar a mi querida Nina. - Hola, ¿todo bien? le dijo Martín, con la voz medio bajita. Le dio un beso suave en la mejilla y otra vez la tomó de la nuca con dulzura. - Estás espectacular, diosa… - ¡Pará Martín!, que cuando vos fuiste yo ya fui y volví mil veces, se defendió Nina. - ¿Por qué te protegés tanto? Yo te hablo muy en serio. ¿No creés en el amor a primera vista? Martín estaba perdiendo la paciencia, además, sus experiencias luego de separarse habían sido horribles. Conoció muchas mujeres de treinta y pico, con treinta gramos de masa encefálica. Esas minas que no pueden hablar de otra cosa que no sea Punta, Miami, sus clases de yoga, su coach para bajar el stress luego de separarse del que ya no puede sostener sus exquisitos gustos gastronómicos ni sus excéntricas marcas de ropa. En Nina había visto algo distinto. Martín, al igual que cualquier hombre, enloquece con un “no” o un “no sé”. Esto no es magia: mina difícil, mina que gana.

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La volvió a mirar, apretó la mandíbula, como aspirando para adentro y dijo: - Me matás, sos tan linda, ¿qué estás haciendo conmigo, Nina? - Mirá, Martín, que no me como ni una, ya sé como son ustedes - ¿Ustedes quiénes? - Los tipos. Son todos iguales. Te chamuyan, te seducen, te llevan a la cama y luego aprietan el botón eyector. - ¿Qué botón? - Un botón mental que les sirve de alarma y les avisa cuando una mina cayó en sus redes y se está por transformar en una pesada y absorbente mujer. Martín no podía dejar de reírse. - Pará, tarado - No, te juro que no me río de vos; me tentás, sos muy graciosa. Te cuento que yo probé de esas mujeres. Salí con tanta pelotuda fashion, con las manos impecables de tocar nada más que el volante de la camioneta del ex marido. Totalmente estresadas por el reciente divorcio, buscando cómo llenar el vacío con otro que tenga llena la cuenta corriente. Tenés razón, hay tipos de esos, estoy lleno de amigos con miedo al compromiso y a querer de verdad. Pero quedamos algunos idiotas que fantaseamos con chicas como vos. Martín era sincero, no intentaba quedar bien con nadie. La única aprobación que esperaba era la de su hijita de diez años. Esa noche fueron a comer a Las Cañitas. Fueron a una parrilla re copada. Nina odia las comidas raras y con nombres raros. “El puré rústico es puré de papas, boluda, pero con cáscara y carísimo”, me dijo indignada en un restorancito en la avenida Alvear; tuvimos que rajar muertas de risa, estaba indignada. Mientras comían ella le contó que su gran plan en la vida era viajar a Jamaica, y vivir con lo justo y necesario. Él la miraba extasiado mientras tomaba su Coca cola batiendo los hielitos. No podía creer que todavía existieran las mujeres pensantes, piolas, sin etiquetas pegadas en la frente. - Che, sorry, Tincho, este cachito da para comer con la mano. Nina tomó una costillita de cerdo y le quitó con los dientes lo poco que le quedaba. - Obvio, dale nomás , le respondió él y se mató de risa. La acariciaba con la mirada. Ella lo miraba de reojos.

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- ¡Buena!, me encantan las chicas que comen con la mano. Y que me digan Tincho: más. - A vos te debe gustar que coman de tu mano-comentó Nina, con risotadas. La charla siguió, con carcajadas, miradas, bolitas de pan que volaban. Nina es muy divertida. Y Martín se dejó llevar por la cosa descontracturada de ella. Nina le siguió contando su plan de viajar a Jamaica, aprender música y canto; y que estaba ahorrando para comprarse una viola eléctrica. Martín, por su parte, le contó que tenía una vida medio complicadita, con una hija de un matrimonio que terminó muy mal. Su laburo le daba gratificaciones económicas pero no emocionales. “Imaginate que estar pensando en poner geles lubricantes en una revista para cincuentonas, como estrategia de marketing , no es lo más copado; pero si la venta anda bien tenés que imaginarte qué le puede gustar a una mina en climaterio”, le contaba Martín . A ella también le gustaba esa cosa más endurecida de él. Le hacía gracia su léxico tan cuidado, sus caras de indignado cuando ella decía groserías… Esa noche la dejó en su casa, le dio apenas un abrazo, la besó en la frente y nada más. Nina quedó loca. Loca de amor y de no saber qué hacer con todo eso. Al otro día me llamo. - Hola Renata: me encantó, es divino. Pero no me llamó, ni me envió un mensaje, nada. ¡Puta madre! - Pará loca, aflojá. Si te persiguen no te los bancás, si no te llaman enloquecés de ansiedad. Así no es la cosa. ¿Lo hicieron? - No nena, ni a palos. No pasó nada - ¡Nada de nada? ¿Ni un puto beso? - Abrazo de amigo. - Con razón estás loquita. ¡Jajajaja!

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Nina estaba en su tienda, volviendo a doblar un montón de remeras tipo chomba con el logo de un trébol, que es el símbolo de la talabartería donde trabaja. Puso azules con azules, large con large. Cuando iba por las blancas talle small, aparece Martín con un paquete enorme. Le dijo: - Abrilo, es para vos. No la dejó ni decir hola. La tomó da la mano, le acarició sus dedos largos y flaquitos, la miró a los ojos partiéndola de deseo. Ella se puso pálida, no podía contener la emoción. Le era casi imposible sostener esa mirada tan profunda, sentirlo tan cerca; como un dios sagrado que te ilumina y te quita el aliento a la vez. Tenía puesto un pantalón gris y una camisa blanca perfecta, sin corbata. Sus ojos brillaban, su tez se veía suave; sin barba. Era la ocasión perfecta para el beso de película. Él le dijo: - Dale tontita, abrilo de una vez, y la observaba con expectativa. - Es para vos, Nina, rompé ese papel ya. Ella pensaba para adentro “¿cuándo viene el beso?” Cuando desnudó el paquete se encontró con una guitarra eléctrica impresionante. - No podés, me muero, no, no da. - Ojo, te la regalo si cumplís con una consigna. - ¿Cuál? - Mañana a esta misma hora, vuelvo y tenés que cantar Creep, de Radiohead, ¿la tenés? - ¡Obvio!, tendría que practicarla. - Buenísimo. Si la tocás y la cantás aceptablemente; la viola es tuya. Le acarició el pelo, le dio un beso en la mejilla y se fue. Nina se quedó perpleja. Cada vez estaba más enamorada de ese hombre fino, buenmozo, simpático, adorable. ¡Esa era su palabra favorita: ¡ADORABLE! Tomó la guitarra, se sentó apoyando el tobillo de la pierna derecha en la rodilla izquierda, y empezó a afinar su tesoro. Cuando llegó a la noche a su departamento se puso a full a zapar. De a poco la letra y la música de Creep surgieron, como una melodía romántica que sale del alma de un angelito enamorado. Es increíble lo que se genera cuando hay motivación: todo se

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aprende. Estuvo casi toda la noche haciendo sonar la guitarra y escuchando el sonido de su corazón, que latía glorioso, saboreando un fresco amor. “… Eres como un ángel, tu piel me hace llorar. Flotas como una pluma en un mundo hermoso. Desearía ser especial. …” Repetía ese pedacito de la canción con tanta delicadeza que no iba a haber forma de que Martín no le regalara esa viola. Eran las tres de la tarde y él no llegaba. Nina es muy impaciente. Caminaba, fumaba, tomaba mate, se miraba en el espejo. Esta vez sí se preparó. Antes pasó por casa para que le deseara suerte. Se calzó su más cómodo jean, con su más linda camisa blanca con flores bordadas. Y no le quedó más remedio que ponerse las botas del negocio; sugerencia del patrón. Se hizo dos trenzas y se pintó apenas los labios. Si iba a haber beso, no quería dejarlo embadurnado a Martín. Pasaron dos horas. Martín no aparecía. Ella ya casi lloraba. Me mandó quince mensajes. Esa tarde no pude trabajar. “Que por qué me pasa esto a mí”. “No ves que soy una boluda, crédula” ”Son todos iguales”. “Lo odio”. “No me joden más”. Así, unos cuantos más. Cuando dejé de recibir mensajes me di cuenta que ya había llegado su hombre. -Hola, por favor, perdóname. -Na, todo bien. -Justo me iba a tomar un café, ¿querés? -No, quiero escucharte y mirarte. - ¿Te pasó algo? - Sí, mi ex se olvidó de llevarle a mi hija el palo de hockey y tuve que comprar uno nuevo. El colegio es en Tigre; Nordelta.

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- Ah, dijo Nina no muy convencida; pero esa actitud de padre tierno la sedujo más todavía. Martín sacó su teléfono y empezó a filmarla. - Dale, podés empezar. - Pará loco, ¿Qué vas a hacer? - Me quiero guardar un recuerdo, ¿está mal? - Si te hace feliz…, le contestó, con ese típico gesto que hace moviendo la cara hacia un costado y sonriendo con los labios metidos para adentro, al tiempo que sube sus hombros. Cantó toda la canción, Él la miró sin perderse un detalle; sus manos acariciando las cuerdas, su voz tan clara y tibia, su mirada a veces perdida y otras sosteniendo la de él. La pasión quieta se comía el tiempo y la música. Martín se mojaba los labios secos con la lengua, se desordenaba el pelo, como quien enloquece. La miraba y cada tanto le sonreía. Cuando ella dejó de tocar, él se acercó, le quitó la guitarra, la apoyó contra una vitrina, tomó a la dulce Nina de las manos. Ella se puso de pie. No podía mirarlo a los ojos. Parada le llegaba hasta la altura del cuello. Martín con sus dos manos le tomó la carita, luego con sus dedos acarició los labios de Nina. Ella se atrevió a clavar sus ojos en los de él. Martín la besó, ella se entregó por completo a ese dulce placer. Después la abrazó, le dijo al oído, como susurrando: - Me volviste loco, nunca me pasó algo así. - A mí me pasa lo mismo, Martín. Luego la tomó de los hombros, la volvió a apartar y la miró con mucha serenidad. La besó otra vez; primero en la frente, luego en las mejillas, en la puntita de la nariz y en la boca. Fue un beso largo, dulce, suave y apasionado a la vez.

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Ahora están en Jamaica. Martín quería cumplirle todos sus deseos. En el último mensaje que Nina me escribió al celu, decía: rena nunca fui tan feliz lo amo si es sueño no me despiertes

Roberta Garibotti Dedicado a Nicoletta di Rienzo.

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