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VIRZI*

COLUMNA INVITADA

El presunto objetivo de ESG es capturar los riesgos y oportunidades inherentes a las actividades empresariales. El esquema pretende dar una mirada integral de una empresa y su relevancia y potencial de valor a largo plazo a las partes interesadas: los denominados stakeholders Bajo el esquema ESG, un stakeholder es cualquier persona que pueda reclamar afectación por la conducta de una empresa. De entrada, se le da un poder de veto a agentes con visión contestaria al rol de la empresa en el crecimiento económico y desarrollo de los países.

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ESG nació en la ONU, no como una iniciativa de empresarios. Rápidamente se convirtió en la tendencia dominante de las grandes corporaciones públicas en los países desarrollados. La creciente adopción del esquema ESG se viene dando por muchas razones, pero no se puede obviar el rol que juega la presión por apegarse a lo ‘políticamente correcto’.

A nivel global, Bloomberg estimó que el valor de los activos ESG pasarían los 41 billones de dólares (trillions, en inglés) en 2022, y hasta 50 billones de dólares en 2025. Sin embargo, un estudio de PwC en diciembre de 2021 reveló que el 82% de profesionales de inversión pensaban que se debería adoptar la estrategia

ESG, pero que sólo el 54% de los miembros de las juntas directivas conocían plenamente lo que significaba. Esta discrepancia de casi 30 puntos porcentuales evidencia una preocupación subyacente: muchos buscan la etiqueta ESG ignorando lo que implica y, por consiguiente, sin modificar sus patrones de comportamiento. ESG se vino a implementar también en Latinoamérica, donde la mayoría de los países se clasifican en vías de desarrollo. ¿Conviene a nuestra región que las empresas adopten por completo las últimas tendencias de sus contrapartes en los países desarrollados?

Las críticas al esquema ESG han sido fuertes. El fundador y director ejecutivo de Social Capital, Chamath Palihapitiya, calificó la inversión de ESG como un “completo fraude”, reportó CNBC en 2020. Tariq Fancy, primer director global de BlackRock para inversiones sostenibles, admitió en 2021 que “no está del todo claro si las inversiones ‘sostenibles’ crean mejoras al impacto ambiental que no habrían ocurrido de otra manera”. El pasado 27 de noviembre, Elon Musk, el empresario más rico del mundo, tuiteó “ESG es el diablo”.

El esquema ESG ha presentado muchos problemas para el empresariado. Ya en 2020, Harvard publicó un artículo sobre los siete pecados de ESG, señalando que “malas prácticas pueden resultar en enfoques superficiales para la gestión de riesgos, lo que lleva a la pérdida de oportunidades a medida que las empresas buscan adoptar una estrategia ESG”.

Otra publicación de Harvard Business Review de marzo pasado señala que el esquema ESG podría estar dirigiendo capital hacia actividades empresariales de pobre desempeño. HBR argumenta que las empresas ESG no difieren materialmente de sus pares en sus comportamientos sociales o ambientales pero sí en el desempeño financiero. La razón es que pareciera que los atributos ESG son redundantes, ya que en mercados competitivos las empresas igualmente prestan atención a todos sus poderdantes. Sin embargo, el esquema ESG y sus métricos distorsionan las decisiones y afectan el desempeño.

A comienzos de este mes, el director financiero del estado de Florida, Jimmy Patronis, anunció su intención de quitar más de 2,000 millones de dólares de fondos del gigante de inversiones BlackRock por sus políticas ESG: “Usar el dinero de Florida para financiar el proyecto de ingeniería social de BlackRock no es algo para lo que nos inscribimos. No tiene nada que ver con maximizar los rendimientos.”

Los cuestionamientos de ESG no se limitan a simples discrepancias filosóficas. Su adopción representa riesgos legales a las empresas. La fiscalía general de Arizona investiga al grupo Climate Action 100+ (CA100+). Este grupo incluye a los más grandes bancos y gestores de inversión con un valor de 60 billones de dólares (trillions), y se le acusa de usar su poder de mercado para coordinar esfuerzos para negar fondos a proyectos de inversión en combustibles fósiles, lo cual violaría el derecho de competencia en Estados Unidos.

Los crecientes cuestionamientos del esquema ESG han llegado a tal punto que el liderazgo del Partido Republicano prometió revisar el ‘cáncer’ de éste si llegan a tomar el control de la Cámara Baja del Congreso de Estados Unidos.

¿Le conviene a las empresas adoptar un esquema gerencial que invita a este nivel de escrutinio? El problema de ESG, es que puede poner en riesgo la marca y la situación financiera de la empresa, todo lo contrario al propósito original aducido. ESG implica una capa adicional de burocracia y complejos métricos, sin necesariamente generar un beneficio asociado.

Si regresamos a lo básico, el marco analítico de ESG en su original concepción se enfocó en aliviar pobreza, reducir el hambre, mejorar la educación y reducir los efectos del cambio climático. Todas ellas son metas loables y a las que debemos aspirar. Pero podemos hacerlo sin aceptar las premisas, sin incorporar la burocracia y sin asimilar la narrativa que las ESG promueven.

Como suele pasar, el ‘qué’ no es necesariamente el problema, sino el ‘cómo’. La manera en que se quiso implementar ESG ha generado los problemas anteriormente descritos. Podemos y debemos cuestionar ese cómo aun y cuando algunos buscarán con ello implicar una falta de compromiso con los elementos de fondo.

Debemos de poder cuestionar los comportamientos apropiados para nuestro nivel de desarrollo. Los países que hoy se clasifican como desarrollados no tuvieron limitantes cuando emprendían sus procesos de crecimiento. Es más, hay una correlación positiva entre el uso de combustibles fósiles, el crecimiento y la prosperidad, como lo han demostrado los mismos países avanzados.

La presión que se ejerce sobre las economías emergentes limita su potencial de desarrollo y su capacidad de reducción de la pobreza. Irónicamente, estas son variables importantes dentro del mismo esquema ESG. En la práctica, esas grandes contradicciones internas y la falta de consideraciones sobre las brechas existentes entre naciones desarrolladas y en desarrollo, limita la aplicación de las ESG como herramientas gerenciales.

Es hora de poner orden y sentido en el mundo empresarial. Como advirtió Milton Friedman hace más de 50 años: la responsabilidad social de la empresa es maximizar sus ganancias. Por supuesto, esto se debe de hacer dentro del marco legal y regulatorio. El impacto de la empresa ante todos sus poderdantes marcará preferencias de los consumidores e incidirá en la demanda de sus productos y servicios. Los empresarios o ejecutivos ultimadamente deben responder a los intereses de los accionistas, dichos intereses se correlacionan con los de los demás poderdantes en entornos competitivos y de alta transparencia.

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