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Otros títulos publicados
Fortificaciones de Pamplona
Fortificaciones de Pamplona Pasado, presente y futuro AA.VV., Pamplona, 2010 Fortín de San Bartolomé Centro de Interpretación de las Fortificaciones de Pamplona AA.VV., Pamplona, 2011
Fortificaciones de Pamplona
La Ciudadela de Pamplona Cinco siglos de vida de una fortaleza inexpugnable MARTINENA, J.J., Pamplona, 2011 Fortificaciones de Pamplona La vida de ayer y hoy en la ciudad amurallada AA.VV., Pamplona, 2012 Pamplona plaza fuerte 1808-1973 Del derribo a símbolo de identidad de la ciudad ELIZALDE, E., Pamplona, 2012
www.murallasdepamplona.es
978-84-95930-65-1
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Fortificaciones de Pamplona Ciudades amuralladas: lugares para vivir, visitar e innovar
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El contenido de esta publicación está basado en las actas del ciclo de conferencias “Fortificaciones de Pamplona. Ciudades amuralladas: lugares para vivir, visitar e innovar” (celebrado en el Palacio del Condestable de Pamplona los días 8, 10, 17, 24 y 31 de octubre y 7 de noviembre de 2012) y en la conferencia “Pamplona amurallada: de plaza fuerte a monumento nacional” celebrada con motivo del 40 aniversario de la declaración de la ciudadela de Pamplona como Monumento Histórico-Artístico de Carácter Nacional.
Fortificaciones de Pamplona Ciudades amuralladas: lugares para vivir, visitar e innovar Edita: Autores:
Ayuntamiento de Pamplona Enrique Maya Miranda, Manuel Gracia Rivas, Salvador Moreno Peralta, María García Hernández, Juan José Martinena Ruiz, Olivier Ribeton, Martine De Parscau y Esther Elizalde Marquina
Coordinador: José Vicente Valdenebro García Realización: Formas de Proyectar Fotografías: Berta Buzunáriz, Jesús Garzarón, Luis Prieto, Archivo Municipal de Pamplona (AMP), Archivo Diario de Navarra, Instituto de Historia y Cultura Militar (IHCM), Service communication de la ville de Bayonne, Emvallmitjana, MRMaeyaert, Willtron, Archivo di Stato di Torino, Bibliothèque Nationale de Paris, Médiathèque de Bayonne, Institut Géographique National, Musée Basque et de l’histoire de Bayonne Impresión:
Litografía Ipar
ISBN: D.L.:
978-84-95930-65-1 NA-1013-2013
Pamplona, junio 2013 © De la edición Ayuntamiento de Pamplona © De los textos y fotografías sus autores www.pamplona.es www.murallasdepamplona.com Impreso en papel TCF libre de ácidos y dioxinas, biodegradable y reciclable.
Plan para la conservación y promoción de las Fortificaciones de Pamplona PREMIO ESPECIAL DEL PÚBLICO PREMIO UNIÓN EUROPEA DE PATRIMONIO CULTURAL | EUROPA NOSTRA 2012
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Índice
Presentación
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Fortius: Valoración turística y cultural del patrimonio fortificado de Pamplona y Bayona
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Importancia social de la conservación del Patrimonio Cultural en el ámbito de la Unión Europea
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El nuevo rostro de Melilla la Vieja
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Ciudades patrimoniales. Un espacio para el turismo cultural
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Vivencias en torno a las murallas de Pamplona
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Historia de las fortificaciones de Bayona El patrimonio fortificado de Bayona: Historia-Conservación-Reutilización
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Pamplona amurallada. De plaza fuerte a monumento nacional
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Presentación
El libro que tiene en sus manos recoge las actas del ciclo organizado por el Ayuntamiento de Pamplona sobre la evolución y el presente de los recintos fortificados, así como la conferencia realizada por la historiadora Esther Elizalde con motivo del 40º aniversario de la declaración monumental de la Ciudadela. Con el título “Ciudades amuralladas: lugares para vivir, visitar e innovar”, los conferenciantes intentamos ofrecer algunas claves para entender, de una manera más completa, estas construcciones históricas, que en muchos casos supusieron un antes y un después en la configuración de las propias ciudades y un elemento clave para explicar la evolución dibujada por muchas de ellas. Gracias al trabajo de ponentes como Manuel Gracia, Salvador Moreno, María García, Esther Elizalde, Juan José Martinena, Olivier Ribeton y Martine de Parscau, el Ayuntamiento de Pamplona tiene la oportunidad de publicar esta obra, en la que se abordan aspectos como la evolución del concepto de patrimonio en nuestra sociedad, la revalorización experimentada por la ciudad de Melilla a través de la rehabilitación de su sistema fortificado y las posibilidades culturales y turísticas que ofrecen actualmente las fortalezas amuralladas. Mención aparte merece, para todos los habitantes de nuestra ciudad, el capítulo “Vivencias en torno a las murallas de Pamplona”, en el que Martinena disecciona, con acierto y detalle, recuerdos y experiencias vividas en tiempos pasados entre los recovecos de los antiguos muros de sillares. Para el Ayuntamiento de Pamplona supone una gran noticia editar este libro, poder celebrar el 40 aniversario de la declaración monumental de la Ciudadela e incrementar la información existente sobre la vida en las ciudades amuralladas. Espero que este título, así como el resto de publicaciones incluidas en esta colección, sean del agrado de los pamploneses y sirvan para garantizar la promoción y el conocimiento de nuestras fortificaciones. Enrique Maya ALCALDE DE PAMPLONA
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Fortius: Valorización turística y cultural del patrimonio fortificado de Pamplona y Bayona Enrique Maya Miranda (ALCALDE DE PAMPLONA)
Desde su fundación hace más de dos mil años, Pamplona ha sido considerada como un enclave estratégico para la península ibérica. Así lo atestiguan las fortificaciones defensivas que, a lo largo de los siglos, han rodeado la vieja ciudad, encerrada entre muros de sillares que han ido evolucionando al paso de las estrategias militares, las innovaciones técnicas y las demandas ciudadanas. Tanto en su vertiente sur, desplegada sobre la meseta, como en su vertiente norte, marcada por el entorno natural del río Arga, Pamplona supo consolidar un anillo de piedra bien formado, con baluartes orientados a la defensa de la ciudad y con una destacada Ciudadela de planta pentagonal, cuyo diseño encomendó el monarca Felipe II, en 1571, al ingeniero Jacobo Palear el Fratín y al capitán general Vespasiano Gonzaga. Aquel singular castillo fue la primera construcción de estas características construida en la península ibérica y pronto se consolidó como el corazón de todo el sistema defensivo de la Comarca de Pamplona. En este sentido, según documentos de los siglos XVI y XVII, pasó a convertirse, por su enclave cercano a Francia, Aragón y La Rioja, en “la llave de las Españas”.
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Frente de la Magdalena y Frente de Francia de las murallas de Pamplona, 2011
Entre todas las referencias escritas sobre nuestro recinto fortificado, hubo quien incluso apreció en sus muros un aire romántico. A su paso por nuestra ciudad, el gran escritor francés Víctor Hugo dejó escrito unos versos sobre nuestras murallas. “Siempre dispuesta al combate, la lúgubre Pamplona, antes de dormirse bajo los rayos de la luna, cierra su cinto de torres”. Sin embargo, la apuesta realizada durante siglos para consolidar una plaza fuerte que sirviera para proteger a la ciudad de posibles ataques, no iba a perdurar indefinidamente. De hecho, el paso de las décadas y la modernización de los armamentos y de los métodos de ataque comenzaron a poner sobre la mesa, en el último cuarto del siglo XIX, la pérdida de eficacia defensiva de las murallas y la debilidad de sus muros. Este factor, unido al crecimiento demográfico que estaba desarrollando por aquel entonces Pamplona, llevó a nuestra ciudad a solicitar al Rey Alfonso XII, en 1884, la demolición parcial o total de las murallas, debido al hacinamiento que venía sufriendo la población entre sus muros de piedra. Los pamploneses vivían en malas condiciones y eran víctimas de unas viviendas antiguas y pequeñas y de unas calles estrechas y oscuras, que elevaban la
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mortandad entre los vecinos y, en consecuencia, el malestar entre las autoridades municipales, que durante años mantuvieron con firmeza sus reivindicaciones ante el Gobierno central. Tras varias peticiones, Pamplona dio un primer paso para romper el concepto de plaza militar en los últimos años del siglo XIX, cuando la ciudad fue capaz de fragmentar sus muros. Concretamente, fue en 1888 cuando se realizó la demolición de los baluartes de la Victoria y de San Antón, además del revellín situado entre ellos. Esta actuación permitió dar paso a la construcción del Primer Ensanche y aliviar, momentáneamente, la situación de hacinamiento en la ciudad, pero pronto se vio que sería insuficiente para atender la demanda de vivienda que iba consolidándose en el corazón de la población antigua. A partir de ese momento, la situación fue evolucionando de manera positiva para el desarrollo de Pamplona, y en 1905 una Real Orden posibilitó el derribo parcial de cuatro de los seis portales de la ciudad, lo que a la postre permitió ampliar los accesos a la ciudad y oxigenar la vida de una urbe asfixiada entre sus muros. Entre aquellas primeras actuaciones es recordada, por ejemplo, la obra realizada en 1907 a la altura del portal de San Nicolás, con la posterior construcción de una nueva vía, la calle San Ignacio, que abría el camino hacia el futuro Ensanche de la ciudad. En 1915 fue eliminado, coincidiendo con la esperada autorización para el derribo de las murallas, el portal de la Tejería, que permitió el acceso a Pamplona desde los terrenos situados al noreste de la ciudad. Tras estas obras y las desarrolladas entre 1918 y 1921, ampliamente celebradas por la ciudad, incluso con la salida de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos y con un festival acrobático gratuito en la plaza de toros, quedaron en pie tres cuartas partes del anillo fortificado, que ya en 1939 fue declarado Monumento Nacional. Para hacernos una idea de la importancia que tuvo la demolición de parte de las murallas en el desarrollo de la ciudad, podemos tomar los datos de población
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Revellín y contraguardia de Santa Isabel y Puerta de Socorro de la Ciudadela de Pamplona, 2012
de aquella época. En el año 1930 Pamplona contaba 38.000 habitantes, y en apenas 40 años, en 1970, ya tenía 145.000 habitantes. En apenas cuatro décadas, la ciudad logró superar sus barreras y expandirse más allá de sus límites históricos. Ya en 1964, la Ciudadela pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de Pamplona tras la cesión del Ejército, y en 1971 se construyó la avenida del Ejército, abriéndose paso a través de las murallas más cercanas al Primer Ensanche, formando una de las arterias principales de la ciudad y conformando la silueta que hoy conocemos de la Ciudadela. De esta manera, Pamplona consiguió entrar en el siglo XXI con uno de los recintos abaluartados más importantes de Europa, con una Ciudadela que conservaba intactos tres de sus cinco baluartes, tras derribarse los baluartes de San Antón y de la Victoria; y con un parque situado alrededor de la Ciudadela, la Vuelta del Castillo, que con sus 280.000 metros cuadrados forma la zona verde más importante de la ciudad. En conjunto, una
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Entorno del Baluarte del Redín, 2013
construcción histórica a la vanguardia de los mejores recintos fortificados de Europa.
Una década de mejoras (2002-2012) Bajo el marco normativo del Plan Especial de Protección y Reforma Interior (PEPRI) del Casco Antiguo (2001) y el Plan Municipal (2002) se desarrollan, durante la primera década de este siglo, numerosas actuaciones en el recinto fortificado, encaminadas todas ellas a restaurar y rehabilitar sus muros y a mejorar su accesibilidad y sus prestaciones. En una primera fase, entre 2002 y 2004, se reconstruyó el histórico portal de la Taconera, se rehabilitó el paseo de la Ronda Barbazana, que sirve para unir, por detrás del conjunto de la Catedral, la plaza Santa María la Real con el baluarte del Redín, y se completó la primera fase de la restauración del frente de Francia, en el baluarte de Nuestra Señora de Guadalupe.
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Nueva estación de autobuses y recuperación del revellín, contraescarpa y glacis de Santa Lucía de la Ciudadela de Pamplona, 2010
En total, se invirtieron en estas primeras actuaciones 5,4 millones de euros, dando forma a la apuesta del Ayuntamiento de Pamplona por restaurar el patrimonio histórico y cultural del recinto fortificado y por acometer una reforma necesitada y demandada durante décadas por los pamploneses. En 2006, nuestra ciudad asumió el reto de configurar un proyecto específico para su recinto amurallado y desarrolló el Plan de Conservación y Promoción de las Fortificaciones de Pamplona, que con la experiencia anterior y con toda la labor que quedaba por realizar en el horizonte más cercano, supuso una ambiciosa hoja de ruta con ocho objetivos prioritarios: - Ordenar, conservar y enriquecer el paisaje urbano histórico. - Adecuar el patrimonio a las nuevas funciones y demandas. - Organizar la ciudad histórica para el bienestar de habitantes y visitantes. - Tener presente las necesidades de las funciones emergentes en el tratamiento y organización del espacio público. - Consolidar un recinto amurallado accesible.
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- Concienciar a la ciudadanía de Pamplona y de Navarra sobre la importancia material e inmaterial del hecho fortificado de su capital, como un valor histórico y de futuro. - Convertir a Pamplona en un referente internacional sobre patrimonio material e inmaterial ligado a las fortificaciones. - Y potenciar Pamplona como destino de turismo cultural a través de los recursos patrimoniales. Con estos objetivos interiorizados, en 2006 se comenzaron a desarrollar algunas actuaciones de notable importancia para el conjunto fortificado. Se pavimentaron los caminos interiores de la Ciudadela para favorecer un mejor tránsito de los peatones y las bicicletas, se restauró el baluarte Real y se desarrolló una de las grandes obras de la historia de Pamplona, la nueva Estación de Autobuses subterránea, con la que además se logró reconstruir el revellín de Santa Lucía, una construcción que se encontraba enterrada, hasta entonces, bajo la tierra y el asfalto de un aparcamiento en superficie. La nueva Estación de Autobuses, que en 2012 fue premiada por los propios usuarios como la mejor estación de España, nos permitió decir adiós a la antigua estación, construida en 1934 y lejos de sus brillantes prestaciones pasadas. En total, la construcción de la nueva estación y la recuperación del revellín de Santa Lucía, una de las defensas principales de la Ciudadela, supuso una inversión de 38,5 millones de euros, y propició la creación de una pradera verde de 30.000 metros cuadrados en superficie en el centro de la ciudad. Después de lograr este hito histórico para la ciudad, en 2007 se ejecutó la segunda fase de la restauración del frente de Francia en el baluarte de Nuestra Señora de Guadalupe, que ya había conocido los primeros trabajos en 2004. Costó 2,1 millones de euros y supuso un paso más en la conservación y la restauración del recinto fortificado. También se completó ese mismo año la urbanización del entorno del Archivo General de Navarra, antiguo Palacio de los Reyes de Navarra. Otra de las actuaciones importantes de la última década en las murallas fue la instalación de los ascensores de Descalzos, construidos bajo la propia muralla
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Elevadores entre el barrio de la Rochapea y calle Descalzos, 2010
que mira a los barrios del norte de la ciudad y salvando el amplio desnivel que separa el Casco Antiguo de la Rochapea. Esta instalación supuso un antes y un después en términos de accesibilidad en Pamplona, alimentó los recorridos peatonales y en bicicleta del eje norte-sur de la ciudad y se convirtió en una solución respetuosa con el medio ambiente y con el valor patrimonial del recinto amurallado. Su instalación supuso una inversión de 8,5 millones de euros y durante sus primeros 12 meses de funcionamiento consiguieron transportar a más de millón y medio de viajeros (unas 5.000 personas lo utilizan a diario). En este punto, conviene recordar que hoy en día hay siete ascensores urbanos en funcionamiento, y el octavo está en construcción en el barrio de Echavacoiz, consolidándose así la apuesta del Ayuntamiento de Pamplona por una ciudad más accesible y con mejores conexiones entre los barrios.
En 2009, por su parte, se lograron desarrollar tres actuaciones de recuperación en el recinto fortificado: la mejora de la urbanización del paseo de Ronda, la restauración del revellín de San Roque, que supuso una inversión de 1,3 millones, y la recuperación del baluarte de la Taconera, ubicado en el parque más antiguo de Pamplona.
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El ejercicio 2010 debemos analizarlo como un año fundamental para el Plan de Actuación en las Fortificaciones de Pamplona, tanto por el número de obras realizadas, seis, como por el valor de las mismas en materia de rehabilitación y accesibilidad. En el eje de conservación y restauración destacaron tres actuaciones: la recuperación del baluarte de Gonzaga y del portal Nuevo, la urbanización de la plaza Virgen de la O y la restauración del revellín de Santa Clara, que tras una inversión de 3,2 millones de euros volvió a su mostrar su mejor aspecto. Además, se pudieron desarrollar tres obras muy importantes en materia de accesibilidad y movilidad en las murallas de Pamplona, concretamente en el entorno del fortín de San Bartolomé y el baluarte del Labrit. Se eliminaron escaleras y se construyeron rampas de acceso en la plaza Santa María la Real, se creó una pasarela de unión de los entornos del fortín de San Bartolomé y el baluarte del Labrit y se construyó un ascensor para comunicar el parque fluvial del Arga con el fortín de San Bartolomé, que muy pronto se convirtió en un medio de transporte diario para cientos de personas que completan la ruta Chantrea-Centro a pie o en bicicleta. Tanto la pasarela, con una longitud de 73 metros y que cumplió el viejo y anhelado deseo de dar continuidad al paseo de las murallas por encima de la carretera del Labrit, como el ascensor urbano, que salva un desnivel de 20 metros, han conseguido consolidarse como dos instalaciones muy utilizadas por los pamploneses en el entorno natural y patrimonial de la cuesta del Labrit. Ya en marzo de 2011 abrió sus puertas el Centro de Interpretación de las Fortificaciones de Pamplona, ubicado en el restaurado fortín de San Bartolomé y dedicado a una triple función: centro didáctico, con paneles con los que el visitante puede interactuar y comprender la importancia de las murallas de Pamplona; museo de historia de las fortificaciones, con elementos que nos ayudan a contextualizar el desarrollo de estas construcciones; y punto de salida más apropiado para los recorridos por las murallas.
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Puerta de Socorro de la Ciudadela de Pamplona, 2012
El Centro de Interpretación de las Fortificaciones supuso una inversión de 1,7 millones de euros, y ha servido, indirectamente, para dinamizar la zona, para recuperar un fortín del siglo XVIII y para crear una nueva dotación para la ciudad, en la que se mezcla la tradición y la historia del recinto con los contenidos más avanzados. En su primer mes de actividad el centro fue visitado por más de 10.000 personas. También en 2011 terminaron las obras de restauración de los revellines de Santa Ana y Santa Isabel, con las que se completó la rehabilitación de las defensas exteriores de la Ciudadela. La recuperación del revellín de Santa Ana supuso una inversión de 1,85 millones, mientras que la del revellín de Santa Isabel y de la Puerta de Socorro tuvo un coste económico de 3,6 millones de euros. En resumen, desde el año 2002, las más de 20 actuaciones realizadas por el Ayuntamiento de Pamplona para restaurar y poner valor el recinto fortificado y dotarlo de nuevas instalaciones supusieron la inversión de casi 80 millones de
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euros. De esta cantidad, el Ayuntamiento de Pamplona aportó el 37,17%; el Gobierno de Navarra, el 38,24%; el Gobierno de España, el 15,94% y la Unión Europea, el 8,63%. Todo este esfuerzo ha sido recientemente reconocido con un doble galardón en la edición 2012 de los Premios de la Unión Europea de Patrimonio Cultural– Premios Europa Nostra: el premio en la categoría de conservación y el premio especial del público. Para el Ayuntamiento de Pamplona, este reconocimiento europeo, así como el propio valor que le otorgan los pamploneses a la forma en la que se ha rehabilitado un tesoro patrimonial como las murallas, suponen una noticia excelente.
Un paso más: el Proyecto Fortius Con la base de la labor desarrollada en la última década, el Ayuntamiento de Pamplona trabaja actualmente para garantizar nuevos pasos que aseguren la
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Ciudadela de Bayona
correcta conservación de todo el recinto fortificado y que nos permitan a pamploneses y visitantes disfrutar de las murallas con más actividades, conciertos, espectáculos y exposiciones que puedan llenar de vida e iniciativas este gran legado patrimonial. Durante mucho tiempo Pamplona vivió encorsetada en un anillo de piedra. En otras décadas asumió con indiferencia su condición de plaza con recinto fortificado, y ahora, en pleno siglo XXI, la realidad nos permite redescubrir las murallas y disfrutar de ellas como un elemento capital de nuestro presente y de nuestro futuro. En este camino por vivir al 100% nuestro tesoro patrimonial, Pamplona posee, evidentemente, compañeros de viaje, porque nuestras fortificaciones no pueden entenderse fuera de un sistema más amplio, el sistema defensivo pirenaico, dotado de un conjunto de interesantes plazas fuertes a ambos lados de la frontera. En este entorno, la ciudad francesa de Bayona, ciudad hermanada con Pamplona desde 1960, siempre ha mantenido una historia paralela a la nuestra, y sus
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Ciudadela de Bayona. Vista aérea
ciudadanos han tenido idénticos sentimientos y aspiraciones hacia sus murallas: necesidad de defensa, imposibilidad expansiva, ansia de derribo y, finalmente, símbolo a conservar y potenciar. Bayona siempre fue una ciudad militar, y sus defensas estratégicas, al igual que ocurrió con las nuestras, determinaron la evolución de la ciudad hasta comienzos del siglo XX. Pero retrocedamos en el tiempo. En 1680 el prestigioso ingeniero Sébastien Le Prestre de Vauban desembarcó en Bayona con el objeto de perfeccionar su recinto fortificado y construir una ciudadela de planta cuadrangular. Desde entonces, sus modificaciones se fueron extendiendo hasta 1814 y, al igual que ocurrió en Pamplona, la llegada del siglo XX trajo la pérdida de la función defensiva de las fortificaciones y la expansión natural de la ciudad. Con estos precedentes, Bayona también ha sabido desarrollar en las últimas décadas un proceso de transformación notable, recuperando su patrimonio fortificado, restaurándolo y aprovechando su presencia para crear dotaciones complementarias para sus ciudadanos y aumentar su valor.
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Espectáculo de danza vertical en el Baluarte del Redín de Pamplona, 2012
Por eso, gracias a ese trabajo continuado en el tiempo, nuestra ciudad hermana conserva hoy en día muestras de arquitectura militar (siglos IV a XIX) plenamente integradas en el tejido urbano, como demuestra el excelente ejemplo del campus universitario junto al río Nive. Con ambos precedentes sobre la mesa, podemos decir que la necesidad de entender y analizar el patrimonio fortificado de una manera conjunta, sin fronteras, y la oportunidad de colaborar entre dos ciudades hermanas han sido dos factores fundamentales para facilitar que Pamplona y Bayona hayan podido emprender juntas este camino, el Proyecto Fortius. En este recorrido que nos une ahora hay que tener en cuenta que Fortius es, además, una ocasión muy buena para profundizar en la labor que viene desarrollando la Comunidad de Trabajo de los Pirineos y para consolidar la cooperación territorial entre dos localidades europeas. Pero, en concreto, ¿qué vamos a hacer en el Proyecto Fortius? ¿Cómo va a afectar su desarrollo a Pamplona? Nuestro trabajo con Bayona nos va a permitir avanzar en seis grandes objetivos. El primero, promover el conocimiento de los recintos fortificados de ambas ciudades, para que puedan adquirir la dimensión social que se merecen. El segundo, restaurar los últimos elementos de las fortificaciones que requieren una actuación importante. En nuestro caso, el baluarte del Labrit y el frente de la Magdalena, que estarán en perfecto estado antes de acabar 2013. El tercero, aumentar el valor cultural y turístico de Pamplona y Bayona a través de sus
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Festival Black and Basque en el entorno de las murallas de Bayona, 2012
murallas. El cuarto, crear productos turísticos de calidad concretos en torno a nuestros recintos fortificados, que puedan configurar una ruta turística llamativa y con potencial. El quinto, complementar todo el atractivo turístico de la zona occidental pirenaica. Y el sexto, promover y fortalecer la cooperación transfronteriza entre Pamplona y Bayona. Un objetivo, éste último, que servirá además para reforzar la cercana relación que vienen manteniendo Pamplona y Bayona desde 1960, cuando los alcaldes de ambas ciudades, Miguel Javier Urmeneta y Henri Grenet, firmaron en nuestra ciudad el histórico hermanamiento. Desde entonces, las relaciones con nuestra primera ciudad hermana han sido siempre muy fluidas. Han tenido reflejo en la propia ciudad, por ejemplo con la denominación de la arteria principal de nuestro barrio de San Juan como avenida de Bayona; y en las relaciones institucionales, con las sucesivas visitas que durante todo este tiempo han venido cruzando las delegaciones municipales durante las fiestas de ambas localidades. Para lograr los seis objetivos y poder llevar a buen puerto todo lo propuesto en el Proyecto Fortius, ambas ciudades estamos impulsando varias acciones. La primera, la restauración de elementos patrimoniales. En nuestro caso, estos próximos meses nos van a traer la recuperación de los últimos elementos del conjunto fortificado de Pamplona que, por su estado de conservación, requieren una actuación de alcance importante: el baluarte del Labrit y la cortina del frente de la Magdalena.
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Baluarte del Labrit de Pamplona [2013] y Bastion Royal de Bayona [2011]
El baluarte del Labrit es, junto al del Redín, el elemento más antiguo del recinto amurallado de Pamplona. Sus orígenes se remontan al año 1540 y, como punto de inflexión entre los frentes de la Magdalena y de la Tejería, defendía una de las zonas de la plaza más expuestas a los ataques enemigos. El derribo del frente de la Tejería en 1920 provocó diferentes patologías en la cimentación del baluarte y en la estabilidad de sus lienzos. Y como consecuencia de este derribo, a mediados del siglo XX se construyó un nuevo acceso mediante una escalinata adosada a la plataforma superior del baluarte que modificó su configuración original, lo que hoy en día dificulta su entendimiento e interpretación. Con la actuación que estamos desarrollando se consigue eliminar este acceso y se devuelve a la gola su aspecto y perfil original, habilitándose una nueva entrada en el extremo contrario. Al mismo tiempo, nuestros vecinos de Bayona restaurarán el bastion Royal (baluarte Real) y su entorno. Al igual que en el baluarte del Labrit, se realizarán labores de desbroce, rejuntado y limpieza de los paramentos pétreos. La segunda de las acciones que vamos a impulsar con el Proyecto Fortius nos va a permitir desarrollar un plan de gestión paisajística, con herramientas concretas para la protección, la gestión y la adecuación del paisaje integrado por el patrimonio fortificado, su entorno natural y los usos culturales y urbanos. La intención es que este plan recoja las pautas para tomar decisiones en la gestión sostenible de estos elementos, y que nos ayude a obtener parámetros
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Música clásica y Ópera en las murallas de Pamplona, 2012
de calidad en dicha gestión. A través del mismo, vamos a hacer posible el mantenimiento integral preventivo de todo el monumento. La tercera de las opciones que nos abre de par en par el Proyecto Fortius es la de completar una programación cultural y una oferta turística vinculadas plenamente a las murallas. Durante los últimos meses, se han venido realizando multitud de eventos en este terreno, como la mayor parte del programa estival de espectáculos Ciudadelarte, que en 2012 contó con 30.000 espectadores; como las rutas y paseos que proponen Los secretos de las murallas, que permiten descubrir espacios inaccesibles del recinto o como los espectáculos de danza vertical desarrollados sobre los lienzos del baluarte del Redín. En esta línea queremos seguir avanzando y tenemos el objetivo de retomar actividades que ya han sido un éxito en el último año. Por ejemplo, la iniciativa de La muralla a la luz de las velas, que nos ha permitido disfrutar, en distintos tramos de la muralla, de música y gastronomía con miles de velas prendidas por parte de los asistentes. La cuarta de las acciones que va a permitir impulsar Fortius es la innovación empresarial, en un intento claro del Ayuntamiento de Pamplona por crecer con las murallas y poder aportar nuevas líneas de negocio. Esta línea tiene como objetivo fomentar la innovación empresarial en torno al patrimonio fortificado y su gestión sostenible. Para ello se van a organizar, con carácter transfronterizo
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La muralla a la luz de las velas. Pamplona, 2011
en ambas ciudades, talleres de creación de nuevas ideas de negocio, dirigidos fundamentalmente a empresas y asociaciones empresariales; y talleres de formación y conocimiento de las fortificaciones, dirigidos a instituciones y asociaciones preocupadas por impulsar y promocionar el patrimonio fortificado desde el punto de vista político y social. Por último, vamos a intentar reforzar la investigación y la difusión del valor cultural y turístico de las ciudades fortificadas. Lo vamos a plantear con la celebración de un congreso internacional relacionado con las diferentes dimensiones del patrimonio fortificado, con una exposición itinerante sobre el sistema de fortificaciones pirenaico en el que se integran las dos ciudades y con la divulgación práctica del valor histórico del patrimonio fortificado al público más joven. Todas estas líneas de trabajo tienen una inversión importante. De esta manera, Pamplona va a invertir, antes de concluir el año 2014, 3,9 millones de euros, de los que 2,5 millones van a estar subvencionados por la Unión Europea. Sin duda, una noticia sobresaliente para todos los pamploneses que disfrutamos del día a día de las murallas, de su estado de conservación y de las iniciativas culturales que se van ofreciendo entre sus muros, que van a ir a más en los próximos meses.
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Somos conscientes de que venimos de un pasado importante, con un presente muy bueno en materia de conservación y, a partir de ahora, espero que nos aguarde un futuro lleno de posibilidades para aprovechar las murallas de la mejor manera. De hecho, nuestra intención y el trasfondo del Proyecto Fortius es que seamos capaces de vivir las murallas al 100%. Por último, quiero aprovechar estas líneas para agradecer a Bayona su importante implicación en este trabajo, y le deseo lo mejor en este proyecto. Estoy seguro de que va a ser, con la hermandad que nos acompaña desde hace más de cinco décadas, un excelente compañero de viaje. También agradezco a la Comunidad de Trabajo de los Pirineos la labor que están realizando con el Programa Operativo de Cooperación Territorial. Estoy seguro de que el Proyecto Fortius nos va a permitir avanzar, a ambas ciudades, en la conservación, la promoción y el disfrute de nuestros históricos recintos fortificados.
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Importancia social de la conservación del Patrimonio Cultural en el ámbito de la Unión Europea Manuel Gracia Rivas (HISPANIA NOSTRA. PRESIDENTE DEL CENTRO DE ESTUDIOS BORJANOS)
“Pamplona es una hermosa ciudad que ha sabido mantener la historia y el noble ambiente de sus monumentos sin mezclar, cosa tan infrecuente, lo que hicieron nuestros mayores con lo que nos ha tocado hacer a nosotros”. No es una opinión personal, sino que, como muchos de Uds. recordarán, es la síntesis de la evaluación que, sobre esta ciudad, formulaba Chueca Goitia en su obra La destrucción del legado urbanístico español, publicada hace ya 35 años1. Cuando el desaparecido arquitecto valoraba, dentro de una escala del 1 al 10, el nivel de deterioro de las distintas capitales de provincia españolas, situaba a Pamplona en el nivel más bajo, un honor que sólo compartía con Toledo y San Sebastián. La situación ha cambiado desde entonces en algunos lugares, pero aquí el esfuerzo realizado en los últimos años ha representado una apuesta de extraordinario valor para mejorar, aún más, la situación de su Patrimonio Cultural y, de manera especial, el de ese excepcional conjunto de arquitectura militar que ha merecido el reconocimiento de las más altas instancias europeas. (1)
CHUECA GOITIA, Fernando. La destrucción del legado urbanístico español. Colección Boreal. Espasa Calpe. Madrid, 1977. Pp. 368-369.
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Es cierto que la ciudad no ha sido ajena a los problemas planteados en todos los cascos antiguos pero, si en el pasado, cuando se rompió todo el lienzo de murallas, entre el fuerte de San Bartolomé y la ciudadela, no se desmontó, como señalaba Chueca, “sin ton ni son” para crear un ensanche que resultó ser “uno de los más juiciosos y coherentes”2, bien articulado con la vieja ciudad, en la actualidad la gran operación urbanística encaminada a la recuperación de la ciudadela y de todo el conjunto de las murallas, ha vuelto a resultar una actuación ejemplar que, junto al fin pretendido en el ámbito estricto de la rehabilitación del Patrimonio, tiene otros aspectos muy llamativos como la mejora en la integración de distintos ámbitos urbanos y en la dinamización de amplias zonas del casco antiguo.
Derribo del frente de Tejería en 1918. AMP. Fondo Ayuntamiento (A. García Deán)
(2)
CHUECA GOITIA, Fernando. Op. cit. Pág. 368.
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No conozco las circunstancias que hicieron posible esa actuación del siglo XIX, en cierto modo muy diferente a otras que se llevaron a cabo en la mayor parte de nuestras ciudades, pero es importante resaltar que una ciudad es, en gran medida, fruto de la acción de sucesivas generaciones sobre un mismo espacio, condicionadas por unos referentes propios de cada momento histórico. Es cierto que ese continuo hacer y deshacer en el tiempo ha permitido la coexistencia de elementos de muy diversa tipología que, en muchas ocasiones, son fruto del azar o de la falta de recursos para acometer cambios más profundos. La historia del Arte o de la Arquitectura ha estado sometida a los cambios derivados de las corrientes estéticas imperantes en cada momento y un ejemplo de ello pueden constituirlo nuestros grandes monumentos en los que coexisten estilos muy diferentes en aparente armonía, aunque solemos olvidar, con frecuencia, lo que se perdió en cada uno de los procesos de modificación a los que fueron sometidos. Y si esto es perceptible en edificaciones singulares, lo mismo ocurre en el tejido urbano de nuestras ciudades históricas, donde ese proceso de renovación sobre una misma trama se acometió siempre que se dispuso de los recursos precisos para ello. Por este motivo, la homogeneidad estilística en los edificios responde, en la mayoría de los casos, a una etapa de esplendor que hizo posible la construcción de los mismos pero, también, constituye una clara señal de un proceso de decadencia posterior que impidió su renovación. De hecho, siempre que fue posible, la mayor parte de las edificaciones fueron adaptadas a los gustos de ese momento. De ahí que, cuando en la actualidad, se utiliza como coartada la falta de recursos a la hora de acometer la rehabilitación de nuestro patrimonio, podamos afirmar que, a lo largo de la historia, se ha invertido más en destruir que en conservar. Esto es así, entre otras razones, porque el hombre ha venido adaptando el espacio en el que desarrolla su existencia de acuerdo con las necesidades de “su” momento histórico y la percepción de continuidad en el ámbito del Patrimonio es una noción relativamente moderna. Esa sensibilidad hacia el
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Claustro del Monasterio de Santa María de Veruela. Emvallmitjana, 2012
legado que dejaron las generaciones anteriores y la responsabilidad de acrecentarlo y transmitirlo a los que nos sucederán es un concepto de nuestra época que no fue percibido de la misma forma en el pasado, salvo en el caso de determinados elementos singulares. Entre los autores que mejor han estudiado la evolución del concepto de lo que hoy denominamos “Patrimonio Cultural”, son bien conocidos los trabajos de Juan Manuel Alegre3 y de Isabel Ordieres4, ambos publicados por el Ministerio de Cultura. Esta última ha recordado la influencia que los decretos desamortizadores tuvieron sobre buena parte de nuestro patrimonio. La destrucción de numerosas obras de Arte y la pérdida de monumentos relevantes fueron algunas de las (3) (4)
ALEGRE ÁVILA, Juan Manuel. Evolución y régimen jurídico del Patrimonio Histórico. Colección “Análisis y Documentos”, nº 5. 2 vol. Ministerio de Cultura. Madrid, 1994. ORDIERES DÍEZ, Isabel. Historia de la restauración monumental en España (1835-1936). Ministerio de Cultura. Madrid, 1995.
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Nave de la Iglesia del Monasterio de Santa María de Veruela. Emvallmitjana, 2012
consecuencias de ese proceso, propiciado desde las más altas instancias, y viene a poner de manifiesto la absoluta falta de sensibilidad existente en esos momentos. En este sentido, quiero recordar que uno de los testimonios más relevantes del arte cisterciense en la vecina comunidad autónoma de Aragón, el monasterio de Santa María la Real de Veruela, estuvo a punto de desaparecer, cuanto tras el expolio de todos sus bienes y la venta de las propiedades vinculadas al mismo, se decidió enajenar el propio monumento, dividiéndolo en seis lotes. El primero de ellos comprendía la botica y las caballerizas con el granero que podían servir “para almacenes, encerrar ganado u otros usos semejantes”; el segundo lote los constituía el palacio abacial; el tercero estaba formado por el molino harinero y el horno de pan cocer; el cuarto comprendía la enfermería y la bodega; el quinto incluía una parte de la huerta delimitada por las murallas, con los edificios existentes en ella y una balsa que podía servir para “albercar cáñamo”; finalmente, el propio monasterio, con el claustro y su magnífica iglesia fue tasado a un precio más bajo en atención a “que no puede dársele otro destino que el
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de la demolición para utilizar los materiales resultantes”. Todas estas sorprendentes precisiones aparecen en el anuncio de la subasta aparecido en el Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza, en 18445. Si este monumento pudo salvarse se debió a la actuación de un grupo de personas de las ciudades vecinas que constituyeron una Comisión que se hizo cargo de su conservación con medios muy precarios, hasta que las circunstancias cambiaron. Uno de los procedimientos habilitados para allegar fondos fue la creación de una hospedería en las antiguas dependencias monacales que fue, precisamente, en la que se alojó Gustavo Adolfo Bécquer y donde escribió sus Cartas desde mi celda. Pero, si esto ocurría con los monumentos religiosos, mayores fueron los problemas que se cernieron sobre la arquitectura militar. El deterioro de nuestros castillos ya había comenzado en el mismo instante en que dejaron de cumplir su cometido y, muchos de ellos, se convirtieron en improvisada fuente de materiales para construcciones públicas y privadas, en virtud de autorizaciones otorgadas por los propios municipios para que se pudieran retirar sillares y otros materiales. Sin embargo, en el siglo XIX, hizo irrupción un nuevo concepto que incidió de manera decisiva en nuestros cascos antiguos. Bajo la coartada del “progreso” se derribaron las murallas que los habían constreñido para abrir las ciudades hacia los nuevos horizontes. Es cierto que la presión demográfica obligaba a la adopción de medidas encaminadas a paliar el problema planteado por un desmesurado crecimiento de la población en los cascos antiguos, con indudable repercusiones de índole sanitaria en unos momentos en el que comenzaba a ser tenido en cuenta el concepto de salubridad.
(5)
Boletín Oficial de la provincia de Zaragoza, 29 de julio de 1844. Citado por PÉREZ GIMÉNEZ, Manuel Ramón. “La salvación de Veruela tras la Desamortización”. Cuadernos de Estudios Borjanos, nº XLV. Pp. 27-47.
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Acto de celebración del derribo de las murallas de Pamplona en el baluarte de la Reina el 25 de julio de 1915. AMP. Fondo Ayuntamiento (A. García Dean)
Pamplona, a pesar de lo señalado anteriormente, no fue ajena a ese sentimiento. Como señalaba Juan José Martinena, en un ciclo de conferencias celebrado aquí el pasado año, las murallas habían creado una sensación de claustrofobia entre los pamploneses y, desde 1884, los sucesivos ayuntamiento se fijaron “como objetivo irrenunciable” el derribo de las mismas y, cuando en 1884, se solicitó la autorización para ello, en el informe municipal aportado se aducía que “Pamplona es una de las capitales más malsanas, no sólo de España sino de Europa”6. Por otra parte, de forma paralela a esta obsesión por los ensanches, vino a unirse el intento de modificación de los trazados de las vías urbanas o la apertura de otras nuevas en la estructura medieval de los cascos antiguos. Esta (6)
MARTINENA RUIZ, Juan José. “Los protagonistas de la Pamplona amurallada” en Fortificaciones de Pamplona. La vida de ayer y hoy en la ciudad amurallada. Ayuntamiento de Pamplona. Pamplona, 2012. Pág. 85.
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tendencia provocó la destrucción de elementos significativos que habían sobrevivido a los desastres de las guerras, como ocurrió en Zaragoza. En otros casos, el intento provocó situaciones que, desde la distancia, pueden considerarse cómicas. Yo mismo he dado a conocer el caso de Borja donde, en 1861, su ayuntamiento impulsó la puesta en marcha de un sorprendente proyecto de alineación de varias calles de su casco antiguo, absolutamente utópico, cuya justificación pudo obedecer a razones muy alejadas de las meramente urbanísticas. Porque, el proceso se desencadenó cuando el prior de la colegial solicitó autorización para proceder a la reparación de su casa, que se encontraba en mal estado. La corporación municipal lo denegó, alegando el propósito de proceder a la “alineación” de la calle donde se ubicaba y otras de su entorno. El eclesiástico se resistió a aceptar lo que consideraba una decisión arbitraria dando lugar a una situación de gran tensión. En sus alegaciones argumentaba que si el proyecto se limitaba a esas calles “no sería justo ni conveniente”, teniendo en cuenta que no eran calles principales, mientras que si se extendía al resto, ello “equivaldría a reedificar toda la población”. Al final, la colegiata se quedó sin la casa de su prior y la “alineación” quedó circunscrita al tramo de la angosta calle donde se levantaba7. Pero el siglo XIX es también, como señalaba en 1997 Marcelino Oreja, Comisario de Cultura de las Comunidades Europeas8, el período en el que se forma el concepto y la realidad del Patrimonio y en el que aparecen las primeras normas de protección. Esta preocupación tendrá su reflejo en las diferentes corrientes encaminadas a la conservación y restauración del mismo, con criterios contrapuestos que darán lugar a interminables polémicas. No es el momento de analizar las diferentes etapas de este proceso que ha sido objeto de atención por parte de muchos autores, como la ya citada Isabel (7) (8)
GRACIA RIVAS, Manuel. “El urbanismo en Borja en la segunda mitad del siglo XIX”. Cuadernos de Estudios Borjanos, V. 1980. Pp. 49-82. OREJA AGUIRRE, Marcelino. “La Unión Europea y el Patrimonio Cultural” en Ciclo de reuniones “Patrimonio y Sociedad”. Diez años de aplicación de la Ley del Patrimonio Histórico Español. Hispania Nostra. Madrid, 1997. Pp. 17-30.
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Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. Willtron, 2011
Ordieres9 o José Morata10. Este último, sistematizaba las tres posturas del proceso en la reinvención, postulada por Viollet-le-Duc; la intangibilidad defendida por Ruskin; y las posiciones eclécticas que proponían Boito o Riegl. No obstante, creo interesante recordar el influjo que el movimiento romántico y la novela histórica, representada por Walter Scott y otros escritores como Víctor Hugo y Chateaubriand tuvieron en la escuela restauradora, porque más tarde el cine ejerció una influencia similar, a la hora de recrear algunos de nuestros cascos históricos. Como ha estudiado Alfonso Muñoz11, todo ello tuvo su reflejo en España donde el influjo de Viollet perduró, en opinión de Torres Balbás, más de lo debido, porque “los movimientos exteriores nos llegan con tal retraso y se arraigan con tal fuerza en nuestro ambiente, que somos con frecuencia el eco de la ideología extranjera de sesenta años atrás”12. (9) (10) (11) (12)
Véase entre otros: ORDIERES LÓPEZ, Isabel. Op. cit. MORATA SOCIAS, José. La problemática teórica de los centros históricos. Quaderns Arca, nº 1. Palma de Mallorca, 1988. MUÑOZ COSME, Alfonso. La conservación del Patrimonio Arquitectónico español. Ministerio de Cultura. Madrid, 1989 TORRES BALBÁS, Leopoldo. “Legislación, inventarios gráficos y organización de los monumentos históricos y artísticos de España”. Ponencia presentada en el VIII Congreso Nacional de Arquitectos. Tipografía de Salvador Hermanos. Zaragoza, 1921.
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Por esa misma época, a imagen de lo ocurrido en otros países, es cuando comenzaron a surgir las primeras medidas de protección que tuvieron su mejor expresión en las declaraciones monumentales, vinculadas al dictamen de las Reales Academias y a la acción de diversos organismos que se fueron creando, como las Comisiones Provinciales de Monumentos. Pero el concepto de Patrimonio se debatía, aún, dentro de un ámbito de singularidad, aplicado a determinados monumentos, intentando aunar su valor artístico con el histórico, a veces con resultados llamativos. Un ejemplo muy representativo de lo que estamos comentando lo constituyen los dictámenes emitidos con ocasión de la declaración del Pilar de Zaragoza como monumento histórico-artístico, en 1904. Mientras la Real Academia de la Historia, se decantaba a favor de la propuesta “tanto por satisfacer la condición de histórico, como porque la devoción universal a aquella santa imagen ha contribuido poderosamente a la ejecución de hechos tan admirables como la gesta de los Sitios”, la Real Academia de San Fernando lo hacía también, aunque con argumentos sorprendentes ya que, a su juicio, “levantado el actual templo del Pilar en época de decadencia arquitectónica, no podía dejar de ser reflejo del estado de este Arte en aquel tiempo y de la sociedad que lo produjo, y es deber de los pueblos conserva y guardar cual preciado tesoro los testimonios que las generaciones dejaron de su estado social, y no sólo de los periodos brillantes de su historia, pues ante ésta tienen no menos valor las obras de manifiesta decadencia”13. Curiosamente, y a pesar de las escasas medidas de protección dispensadas, nuestros cascos históricos se han mantenido incólumes hasta épocas relativamente recientes. Uno de los análisis más sugerentes sobre sus causas es el del Prof. Rodríguez de la Flor14. Para este ilustre catedrático de la (13)
(14)
GRACIA RIVAS, Manuel. La protección del Patrimonio Arquitectónico aragonés a través de las declaraciones de Conjuntos y Bienes de Interés Cultural. Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis. Zaragoza, 2007. Pp. 18-19. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Fernando. “Los lugares de la memoria: El intelectual y el aura de la ciudad histórica entre dos fines de siglo” en Centros históricos y conservación del Patrimonio. Colección “Debates sobre Arte”. Fundación Argentaria-Visor. Madrid, 1998. Pp. 127-147.
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Vista aérea de la Ciudadela de Pamplona con sus defensas exteriores restauradas, 2012
Universidad de Salamanca la mayor parte de las ciudades peninsulares se configuran en los siglos XVI y XVII, sobre la mentalidad eclesial, aparatosa y propagandística, propia de la Contrarreforma. Cuando el impulso renovador del siglo XIX comenzó a actuar sobre ellas, encontró que se asentaban sobre un tejido y una simbología viva que, a pesar de determinadas actuaciones, contribuyó a salvarlas. Más tarde, muchos de nuestros mejores intelectuales se decantaron, frente al progreso urbanístico, por el neohistoricismo y la reivindicación de los cascos históricos. El Prof. Rodríguez de la Flor cita como libro programático el Elogio y nostalgia de Toledo, de Marañón; pero también a Azorín o al propio Unamuno. Pero una cosa es la nostalgia de unos intelectuales y otra muy diferente la realidad de unas amenazas que comenzaron a ponerse de manifiesto, tan pronto como la evolución social y económica del país permitió actuaciones urbanísticas
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en el seno de las propias ciudades, con fines claramente especulativos, o en sus alrededores, donde se creó un nuevo modelo de vivienda cuya incidencia fue mucho más grave, al terminar desplazando hacia las nuevas urbanizaciones a la mayor parte de la población que, hasta esos momentos, había ocupado el interior de las ciudades. Mientras tanto, el concepto de Patrimonio había ido evolucionando desde la noción de “histórico”, utilizado por el Estado liberal, en el momento de conformación de la nación, como coartada de su discurso ideológico, hacia el nuevo término de “Patrimonio Cultural”, mucho más amplio, que surge de la mano del “Estado social” que se impone en Europa, tras la I Guerra Mundial15. Para el Prof. Ballart es en ese contexto cuando se generaliza el concepto de que el Patrimonio es de todos, reconociendo una titularidad social sobre el mismo. Es lo que, en definitiva, establecerá nuestra LPHA de 1985 en la que el Patrimonio se define como elemento de identidad cultural y se resalta la acción social que cumplen los bienes que lo integran. En relación con esta ley que pretendía abarcar el concepto de patrimonio, en su más amplio sentido, afirmando en su preámbulo que su objetivo era asegurar la protección y fomentar la cultura material debida a la acción del hombre, concibiéndola como un conjunto de bienes que en sí mismos han de ser apreciados, se ha visto desbordada por la aparición de lo que se conoce como “Patrimonio Cultural Inmaterial”, objeto de una convención específica de la UNESCO, cuyo décimo aniversario nos disponemos a celebrar. Lo mismo ha ocurrido con la mayor parte de las legislaciones autonómicas que, a pesar de su pretendida exhaustividad, presentan problemas técnicos a la hora de proporcionar la necesaria protección a esa amplia gama de actividades que incluye el término de “inmaterial”. En este rápido recorrido por la evolución experimentada en el ámbito de la protección del Patrimonio, no puedo dejar de referirme a la incidencia que ha tenido el turismo. Por un lado en las propias restauraciones y, por otro, en la introducción del concepto de “rentabilidad” del mismo. (15)
BALLART, Josep. El patrimonio histórico y arqueológico: valor y uso. Editorial Ariel. Barcelona, 1997.
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Revellín de Santa Isabel y Puerta de Socorro de la Ciudadela de Pamplona, 2012
El turismo, por una parte, ha sometido a una enorme presión a determinados monumentos que no fueron concebidos para la función que ahora realizan y, por otro lado, ha incidido en la forma de realizar muchas rehabilitaciones. Ese el caso de determinadas localidades cuya “rehabilitación integral” las ha convertido en falsos escenarios por los que deambulan multitudes que, insensiblemente, se convierten en actores de esas producciones cinematográficas que han contribuido a formar una nueva mentalidad. El pintoresquismo de muchos de esos pueblos convertidos en pequeñas “disneylandias” no se ajusta, salvo en su emplazamiento y en determinadas características tipológicas, a la realidad de su existencia, pero todos preferimos pasear por unas calles que, por el recurso al “fachadismo”, son una mera tramoya y disfrutar de unos pavimentos que nunca existieron y de bellos rincones en los que las flores ocupan lugares que, en el pasado, servían de depósito de aperos de labranza o del estiércol de los animales de labor. Todo ello nos ha llevado a plantear la “rentabilidad” del Patrimonio. Hasta hace muy poco, no se había abordado el estudio económico de los mismos. Ballart, que se ha ocupado de esta cuestión, afirma que el Arte era considerado como una actividad improductiva y, por tanto, no hacía falta esforzarse para trasladar al terreno de la economía este tipo de actividad humana. Es evidente que se reconocía un valor intrínseco a monumentos y museos pero, como había
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afirmado Keynes, “estas cosas no pueden desarrollarse con éxito si dependemos de la motivación del provecho y de la ganancia financiera”16. Pero, el concepto de Estado de Bienestar y la función social reconocida a los recursos culturales vino a incidir en la creación de una nueva mentalidad tendente a considerar a los mismos como una categoría económica más, aunque el tema dista mucho de estar resuelto, dadas las posturas encontradas en torno al mismo. Sin embargo, a la hora de justificar las razones que deben impulsar la conservación del Patrimonio Cultural son cada vez más los especialistas que, junto a sus valores simbólicos, aportan razones económicas. Este es el caso de la actual Presidenta de Hispania Nostra que, en 1997, señalaba que el Patrimonio genera recursos directos e indirectos17. Araceli Pereda recordaba, en aquella ocasión, que ya en el Coloquio de Halifax de 1989 se había manifestado que “la conservación del patrimonio es esencial para la buena salud económica de nuestras actividades” y que “los pueblos que no son conscientes de ello se colocan fuera del juego de la competición que libran las ciudades entre sí para intentar captar una población que se ha vuelto extremadamente móvil”. El citado coloquio fue organizado por el Consejo de Europa, creado en La Haya el 7 de mayo de 1948, una institución que ha realizado una extraordinaria labor en la formación de la conciencia europea y en el ámbito del Patrimonio Cultural como seña de identidad común. En una publicación de Hispania Nostra, expresamente dedicada a esta tarea, José Luis Álvarez afirmaba que “la Institución que más ha hecho por el Patrimonio Cultural europeo, por su reconocimiento primero, por su conservación luego, y finalmente por su valoración e importancia, ha sido sin duda el Consejo de Europa18, a través de múltiples iniciativas. (16) (17)
BALLART, Josep. Op. cit. Pp. 113 y ss. PEREDA ALONSO, Araceli. “La conservación del Patrimonio Cultural Español de carácter inmueble” en Ciclo de reuniones “Patrimonio y Sociedad”. Diez años de aplicación de la Ley del Patrimonio Histórico Español. Hispania Nostra. Madrid, 1997.
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La primera de ellas fue la Convención Cultural Europea, aprobada en París el 19 de diciembre de 1954, en la que ya se destacaba que el fin primordial del Consejo de Europa era llevar cabo una unión más estrecha entre sus miembros, con el fin de salvaguardar y promover los ideales y principios que son patrimonio común, destacando la importancia del Patrimonio Cultural19. Especial significación tuvo, en el marco de ese objetivo, la Carta Europea del Patrimonio Cultural, aprobada por el Comité de Ministros, reunido en Amsterdam en 197520, en la que se llamaba la atención sobre la propia composición del Patrimonio Arquitectónico europeo afirmando que el mismo “está formado no sólo por nuestros monumentos más importantes, sino también por los conjuntos que constituyen nuestras antiguas ciudades y los pueblos tradicionales dentro de su entorno natural en el que fueron construidos. La Carta señalaba que ese patrimonio es una parte esencial de la memoria de los hombres de hoy en día, la cual es preciso transmitir a las generaciones futuras ya que, en caso contrario, la humanidad se vería privada de una parte de su propia consciencia. Por otra parte, destacaba que la estructura de los conjuntos históricos favorece el equilibrio armonioso de la sociedad y que el patrimonio arquitectónico tiene un valor educativo determinante. Este proceso de reconocimiento de su importancia culminará con la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Arquitectónico, aprobada en Granada el 3 de octubre de 1985. En su preámbulo se reconoce que este patrimonio “constituye una expresión irremplazable de la riqueza y la diversidad del Patrimonio Cultural de Europa, un testimonio inestimable de nuestro pasado y un bien común de todos los (18)
(19)
(20)
ÁLVAREZ ÁLVAREZ, José Luis. “La trascendencia de los trabajos del Consejo de Europa para la defensa del Patrimonio Cultural” en El Patrimonio Cultural en el Consejo de Europa. Textos, conceptos y concordancias. [Trabajo dirigido por Fernando Moreno de Barreda]. Hispania Nostra y Boletín Oficial del Estado. Madrid, 1999. Pp. 17-24. Convention Culturelle Européenne. París, 19 de diciembre de 1954. Série des Traités européens, nº 18. Consejo de Europa. Todos los textos aprobados por el Consejo han sido dados a conocer en español por Hispania Nostra en la obra citada en la nota 18. Charte européenne du patrimoine architectural. Amsterdam, 1975.
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europeos”. En ella se señala que es necesario “transmitir un sistema de referencias culturales a las generaciones futuras, mejorar el marco de la vida urbana y rural, y favorecer el desarrollo económico, social y cultural de los Estados y la regiones”21. Dentro de este espíritu, en 1963, un grupo de organizaciones dedicadas a la defensa del Patrimonio en sus respectivos países se unieron para constituir Europa Nostra, a la que, en 1976, se incorporó Hispania Nostra fundada poco antes, merced al impulso de una mujer ejemplar, recientemente desaparecida, Dª Carmen Ortueta de Salas. En 1978, Europa Nostra creó unos premios que estaban llamados a tener un papel relevante en la defensa del Patrimonio Cultural Europeo. Nacieron impulsados por la filosofía de que, en este ámbito, no bastaba con llamar la atención sobre los problemas que se cernían sobre la conservación del Patrimonio, sino que era necesario destacar la labor de todas aquellas entidades y personas que estaban contribuyendo a su salvación. “El poder del ejemplo” era el lema que sintetizaba este planteamiento encaminado a resaltar, a escala europea, aquellas realizaciones ejemplares que representaran la excelencia en materia de salvaguarda y revalorización del Patrimonio. Para Europa Nostra esos valores no se circunscribían a las grandes realizaciones sino a otras muchas, independientemente de su naturaleza, dimensión o localización geográfica. Poco a poco, los premios en sus dos categorías de Diplomas y Medallas fueron convirtiéndose en la mejor expresión de esta labor, tanto en el ámbito de los bienes inmuebles, como en el del patrimonio natural o en el campo de la investigación aplicada a la conservación del Patrimonio. Durante muchos años, los premios fueron patrocinados por American Express hasta que, en 2002, experimentaron una profunda transformación cuando la Comisión Europea puso en marcha el Premio Unión Europea de Patrimonio Cultural, encomendando a Europa Nostra la gestión de los mismos, como reconocimiento a su larga trayectoria en este sector. (21)
Convention pour la sauvegarde du Patrimoine Architectural de l’Europe. Granada, 3 de octubre de 1985. Estrasburgo, 1985.
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Se unían así dos sensibilidades en torno a un interés común. Por un lado, las iniciativas oficiales encaminadas a la construcción de ese ideal que es Europa, que habían tomado en consideración la importancia del Patrimonio Cultural como seña de identidad de la misma. Al mismo tiempo, Europa Nostra que, desde sus inicios, fue una entidad consultiva del Consejo de Europa, asumió siempre estos postulados. En este sentido, cuando Daniel Cardon, Presidente ejecutivo en 1999, presentó el balance de los premios Europa Nostra en los últimos veinte años, señalaba que frente a los instrumentos puestos en marcha para lograr la unificación económica del continente, era preciso tomar en consideración la riqueza cultural como característica distintiva de nuestra identidad europea. Para él, el Patrimonio, en sus diversas facetas: natural, inmueble, mueble, industrial o rural, constituye un testimonio tangible y el símbolo vivo de nuestra identidad como individuos, ciudadanos y europeos22. Esos postulados fueron los inspiradores de los Premios en los que, muy pronto, la participación española alcanzó un nivel relevante, tanto por el número de candidatos como por la calidad de las realizaciones, muchas de las cuales obtuvieron el merecido reconocimiento. Debo señalar que, los premios españoles tuvieron un valor añadido, merced al apoyo dispensado por S. M. la Reina, Presidenta de Honor de Hispania Nostra que, mucho antes de que los premios se entregaran en una ceremonia oficial, a nivel europeo, quiso hacerlo personalmente con los concedidos a las candidaturas españolas. A su vez, Hispania Nostra dio la máxima difusión a los mismos y, ya en 1986, organizó una exposición en diferentes lugares que, más tarde, fue presentada en el Spanish Institute de Nueva York, ofreciendo imágenes de las cinco medallas y doce diplomas obtenidos hasta entonces. En el catálogo de dicha exposición, Carmen Ortueta de Salas señalaba que “recuperar el pasado es (22)
JONG, Marijnke de y JOLE, Marcel van. The power of example. 10 years of Europa Nostra Awards. Le pouvoir de l’exemple. 20 ans pris Europa Nostra. Europa Nostra. La Haya, 1999. Pp. 12-13.
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introducir en nuestras vidas unas dimensiones estéticas y culturales que las hacen más atractivas y más satisfactorias”. Afirmaba la que, en aquellos momentos, era Vice-Presidenta de Europa Nostra que el hombre “quiere aumentar el nivel cultural de su vida y el conocimiento y recreación de la Historia es un modo de conseguirlo”. Al mismo tiempo, destacaba que la recuperación del patrimonio no debe ser obra exclusiva de las autoridades, sino empeño colectivo de todos, tanto a nivel individual como formando parte de ese colectivo que habita en nuestros pueblos y ciudades, algunos de los cuales habían merecido alcanzar los máximos galardones23. Dentro de ese propósito de difundir la excelencia, en 1999 volvió a publicar una obra, en la que se reunieron todos los premios concedidos a España entre 1978 y 1999, que fue coordinada por otro destacado personaje de nuestra asociación, el especialista en temas arquitectónicos D. Juan Ramírez de Lucas, fallecido hace poco tiempo24. Como he señalado anteriormente, desde 2002, los premios son, si cabe, más europeos. Por el protagonismo asumido por la propia Comisión Europea y por el incremento en el número de candidaturas procedentes de los nuevos países que se han ido incorporando a la Unión. En este marco, la Medalla otorgada, en la categoría de conservación del Patrimonio a la recuperación del conjunto de fortificaciones de la ciudad de Pamplona, adquiere un especial significado. El Jurado internacional, presidido por D. José María Ballester, resaltó la influencia de esta actuación en el devenir urbano y en la propia morfología de la ciudad, al haber conseguido que la muralla dejara de ser un elemento de separación para convertirse en lugar de encuentro, en símbolo de unidad para sus habitantes y elemento integrador de la propia ciudad.
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VV. AA. La salvación del Patrimonio Español. Premios “Europa Nostra” a las mejores realizaciones españolas de conservación del Patrimonio Arquitectónico y Natural, 19781984. Hispania Nostra. Madrid, 1986. Pp. 14-17. VV. AA. Premios Europa Nostra en España, 1978-1999. Hispania Nostra. Madrid, 1999.
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Acto de entrega Premio de la Unión Europea de Patrimonio Cultural – Premio Europa Nostra. Denis de Kergorlay [Presidente Ejecutivo de Europa Nostra]; Androulla Vassiliou [Comisaria Europea de Cultura], Enrique Maya [Alcalde de Pamplona], y Plácido Domingo [Presidente de Europa Nostra]. Lisboa, 2012
A ello ha contribuido la mejora del entorno, convertido en lugar de ocio y disfrute colectivo, donde se conjugan el patrimonio cultural y natural. Junto a estos valores evidentes, desde mi perspectiva personal, fruto de muchos años de vinculación a los premios, me gustaría resaltar que la obra de Pamplona reúne características singulares. A la magnitud de su realización se unen aspectos que la convierten en un elemento de referencia. Por un lado, se ha recuperado un conjunto de arquitectura militar de singular valor, sabiendo integrar el respeto hacia el propio monumento con realizaciones acordes con las necesidades actuales. Se ha articulado un sistema de información que tiene su eje en el Centro de Interpretación y un complemento muy atractivo en la propia señalética. Pero, sin duda, como afirmaba el Jurado uno de sus valores esenciales radica en la capacidad de integración entre diferentes zonas urbanas y, especialmente, en la incidencia que, sin duda, ha de
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Fortín de San Bartolomé – Centro de Interpretación de las Fortificaciones de Pamplona, 2011
tener en la recuperación del casco antiguo que de ser un espacio cerrado se convierte en lugar abierto a nuevas actuaciones. Es probable que, todas estas razones hayan influido en el hecho de que la candidatura de Pamplona haya recibido, al mismo tiempo, el reconocimiento de los ciudadanos europeos, dentro de una iniciativa que este año se ha puesto en marcha, por vez primera, ofreciendo la posibilidad de que cualquier persona pudiera votar entre todos los premios a aquel que hubiera despertado su interés y fue el proyecto de Pamplona el que, con notable diferencia, recibió un mayor apoyo popular. A mi me satisface haber contribuido, a muy pequeña escala, al éxito del proyecto, y compartir con todos Uds. esta tarde mi preocupación por los distintos aspectos que inciden sobre nuestro Patrimonio Cultural.
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Vista general de la reconstrucci贸n de los Recintos
Imagen del estado inicial y el reformado del Primer Recinto
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El nuevo rostro de Melilla la Vieja Salvador Moreno Peralta (ARQUITECTO. REDACTOR DEL PERI DE MELILLA)
El PERI de Melilla la Vieja como instrumento de valoración patrimonial de las fortificaciones Melilla es una ciudad española situada en la costa noroccidental de África, en la abrupta región del Rif, entre los cabos del Agua y Tres Forcas, y en el extremo norte de la ensenada de Sebkhat Boû Areg o “Mar Chica”. Sus límites territoriales se extienden a una superficie de 12,37 km2 y cuenta con una población de 65.000 habitantes que representa a cuatro culturas- cristiana, musulmana, hebraica e hindú- cohabitando en una armonía que ofrece una variedad de matices difícil de encontrar en otros lugares. La convivencia entre diversidades, en un mundo cada vez más multicultural y globalizado es, en cualquier sitio, una exigencia social transformada en imperativo político; en Melilla es el distintivo de su modelo de convivencia, con la naturalidad propia de lo cotidiano. Este texto trata de los trabajos de rehabilitación de los Cuatro Recintos Fortificados de la ciudad- Melilla la Vieja- que fueron declarados Conjunto Histórico Artístico en 1953, ratificados como tales tras la promulgación de la Ley del Patrimonio Histórico Español de 1986. En 1987, el Ayuntamiento de Melilla, hoy Ciudad Autónoma, acometió el Plan Especial de Rehabilitación preceptuado por la Ley el cual, tras un arduo proceso de redacción, fue aprobado en 1992. Desde entonces se han estado llevando a cabo ininterrumpidamente los trabajos
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Melilla, en la región del Rif, entre los cabos Tres Forcas y del Agua
de rehabilitación, reconstrucción y revitalización de la ciudad histórica bajo el mandato de cinco alcaldes o presidentes de distinto color político, lo que da una idea del compromiso contraído con el patrimonio por esta ciudad periférica, distante e ignorada, que atesora sin embargo el enorme interés cultural inherente a su condición de frontera entre dos mundos, en un lugar de tanta densidad histórica como es el Mediterráneo. Hoy no parece haber dudas sobre el valor patrimonial de las fortificaciones, pero no siempre ha sido así. Las fortificaciones, como garantes de su seguridad, fueron la razón de ser de las ciudades en el desarrollo de sus funciones políticas, comerciales y de articulación territorial de los estados, determinando realidades regionales que encontraban en aquellas su principal factor de identificación. Tal
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es el caso del levante español, el Mediterráneo y la fachada septentrional de África, la frontera con Francia o el Caribe. Pero, una vez que en la mayoría de las ciudades perdieron su utilidad militar a finales del siglo XIX, las fortificaciones fueron consideradas responsables de obstruir la expansión urbana exigida por el incremento demográfico derivado de la Revolución Industrial. Demoler murallas, en tanto que exigencia de la modernidad, era poco menos que una cuestión de moral pública. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que el patrimonio fortificado gozara del estatuto monumental de la gran arquitectura y, aún así, esos verdaderos titanes de la poliorcética, los ingenieros militares de los siglos XVI al XVIII cuyos conocimientos y su ubicua presencia en todos los lugares del imperio hacía pensar en una verdadera “globalización” tecnológica del pasado, siguen siendo hoy unos perfectos desconocidos para el común acervo cultural de la mayor parte de los ciudadanos. Desde la primera aproximación a los Recintos Fortificados de Melilla pudimos ver que el Plan de Rehabilitación podría entenderse de muchas maneras, todas entrelazadas y ricas por sí mismas. Por supuesto, las murallas, y todos los elementos del sistema fortificado, eran un libro abierto de la azarosa historia de la ciudad; no había avatar bélico o fenómeno natural que no tuviera su inmediato reflejo en una obra fortificada. Por otro lado, esa estrecha imbricación de la función con la forma (esa “máquina militar” como se consideraba la fortificación en el siglo XVI, en una especie de declaración corbuseriana “avant-la-lettre), determinaba por sí misma la ascética belleza de los elementos fortificados, en su individualidad y en la conformación de los espacios públicos. No menos apasionante resultaba encontrarse aquí a esos ingenieros militares a los que nos hemos referido, que antes o después dejaron su huella en las diversas subregiones del Mediterráneo y el Caribe. El Plan supuso también un aprendizaje contínuo en la práctica de la restauración patrimonial, tanto en sus aspectos técnicos como conceptuales, en un proceso de verificación-error que lograba implicar de una manera muy intensa, más allá de la estrictamente profesional, a todos los que intervenían en ella, arquitectos, constructores, historiadores y unos albañiles para los que la rutina de su trabajo se elevaba a una dignidad antigua e insólita. Y, una vez acometido lo que en principio podría resultar más difícil, esto es, la propia realización de las obras, quedaba la prueba final que, a nuestro juicio, habría de conferir más legitimidad a las inversiones
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realizadas: un programa de usos y actividades que integrara a la ciudad histórica en el normal funcionamiento de la ciudad moderna, como dos facetas de la misma realidad, realimentándose entre ellas. La ciudad antigua- Melilla la Viejapodría exhibirse como un enorme museo sobre los cuatro siglos del arte de la fortificación occidental y sus diferentes escuelas, sí, pero como un principio activo que fecundara la vida de la ciudad, no que encapsulara su historia.
Melilla, un capítulo de la historia del Mediterráneo Melilla fue fundada por los fenicios con el nombre de “Russadir”. Más tarde fue ocupada por cartagineses y romanos, siendo éstos los que la incorporaron por primera vez al territorio ibérico, desde el punto de vista político administrativo. La invasión de África por los vándalos supuso la destrucción de la ciudad, que fue luego reconstruida por Bizancio. Pero son los árabes los que, al ocuparla, cambiaron definitivamente el antiguo nombre de Russadir por el actual de Melilla. La ciudad, como todas las que poblaron la costa rifeña al oeste del río Muluya (Cazaza, Mezemma, Badis, etc) pasa por momentos alternativos de esplendor y decadencia, hasta el punto de desaparecer, constituyendo el Rif una especie de territorio sin ciudades a finales del siglo XV. Y es en este período cuando, tras la conquista de Granada en 1492, el 17 de septiembre de 1497 la corona de España, por medio de Pedro de Estopiñán, comendador del ducado de Medina Sidonia, estableció allí una plaza fuerte para posteriores expansiones en el norte de África, según la política del cardenal Cisneros. Pero tras la muerte del cardenal, esta política quedó truncada al dirigirse los intereses españoles hacia Centroeuropa y América, (abandono que Fernand Braudel calificó de error histórico) de ahí que, desde entonces y hasta principios del siglo XX, Melilla haya permanecido como un centinela avanzado de la metrópoli en tierras africanas, sometidas al hostigamiento intermitente de las kábilas vecinas y el Sultanato de Fez (el Majzem). Hasta ese momento, pues, la historia de Melilla se desarrolla azarosamente dentro de los estrechos límites de sus Cuatro Recintos Fortificados (Melilla la Vieja) uno de los cuales- el primero- devino una ciudadela, permaneciendo así
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Los recintos fortificados y la ciudad moderna
durante cuatro siglos hasta que un Tratado de Paz con el Sultán de Marruecos (16 de junio de 1862) estableció los límites definitivos de su territorio. Con el Tratado la ciudad desbordó sus murallas extendiéndose sobre un ensanche de trazas haussmanianas, obra de ingenieros militares, apoyada sobre una sorprendente arquitectura del más puro estilo racionalista, modernista o déco, a cargo de un notable grupo de arquitectos de la península entre los que destaca la emblemática figura de Enrique Nieto. El enorme interés de la fortificación de Melilla consiste en descifrar el constante proceso de adaptación, de supervivencia y de renovación de un recinto fortificado sobre sí mismo, de estudiar cómo las sucesivas técnicas y artes de la fortificación occidental- la hispanoitaliana de los Austrias, la holandesa y la francesa- se abren paso sobre las agobiantes condiciones del lugar, su topografía, los agentes atmosféricos, el frecuente abandono de la metrópoli pero, sobre todo, un contexto político en el que los periodos de guerra y paz con el sultán de Fez y las insumisas tribus rifeñas se alternaban continuamente, y en todas las combinaciones posibles. Tanta intensidad histórica concentrada en tan poco espacio hace de Melilla una de las ciudades fortificadas más complejas e interesantes del Mediterráneo, como las fortificaciones de MaltaValleta y Gozo- de Nápoles- Brindisi, Bari, Barletta, Pescara, Otranto, Trani…- o las del reino de Sicilia- Mesina, Siracusa, Augusta, Palermo, Catania, Trápanilas de Cerdeña- Cagliari, Alguero- los presidios toscanos de Port’Ercole, Monte Filipo, Fuerte Estrella, Portolongone…- o la fachada atlántica y mediterránea de África, como Larache, Djerba, Ceuta, Orán, Mazalquivir, la Goleta, Túnez, los peñones de Vélez y Alhucemas, etc. Hay una historia y una geografía subyacente
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a todas ellas que nos hablan de las guerras del corso, de los piratas berberiscos, de la permanente amenaza turca y de un mar y una región que han sido la cuna de la civilización occidental, aunque no hayan conocido un solo día de paz en sus 6.000 años de historia. Las fronteras de estas costas, a las que se asoman la palmera y el olivo, han provocado una ósmosis cultural cuyo sedimento se impone a la confrontación de intereses políticos. Es el permanente susurro de lo común mediterráneo, una voz callada que en Melilla se escucha en sus costumbres, su paisaje, su ritmo vital y en unas fortificaciones que se exhiben como el bostezo de un viejo león, adormecido y cansado, que impone más respeto por su estirpe que por su ferocidad.
Alcance, significación, objetivos y dificultades del Plan Especial: lecciones de una experiencia A los Recintos Fortificados se les veía omnipresentes en la imagen de la ciudad, pero como un trasfondo inerte, ruinoso, abandonado y distante de su dinámica cotidiana. Resultaba triste y paradójico que, siendo la razón de ser de la ciudad, ahora permanecieran en ella como un intruso. Las propuestas del Plan Especial abordaban la rehabilitación desde una doble perspectiva: la primera fue concebirla como una restauración arquitectónica que identificara y destacara todos los elementos constructivos del sistema fortificado, situándolos en el espacio y en el tiempo, merced a la clarificación de su lógica de implantación militar, desbrozándolos de todos aquellos elementos (barracones, viviendas, cuarteles ruinosos, etc) que los desvirtuaban, dificultando su lectura y comprensión, paso previo para su valoración patrimonial. Por ese motivo el primer trabajo realizado, basado con extremo rigor en la investigación previa, consistió en una reinterpretación del simple plano topográfico- elocuente como manifestación física, pero mudo en su significación historiográfica- extrayendo de él todos los elementos del sistema fortificado, emergentes o escondidos, sobre los cuales habría de incidir la intervención restauradora, para su “exhumación” o puesta en valor. El segundo paso fue la elaboración de otro plano que fuera la representación ideal de la meta, es decir, la “foto final” de cómo habrían de quedar los recintos
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Melilla en el Mediterráneo: Melilla, Siracusa, Valetta y Portoferraio
al término de su restauración, todo ello acompañado de unos documentos muy explícitos del “antes” y el “después” de los elementos intervenidos, lo cual
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servía de eficaz estímulo para la realización efectiva de los proyectos, con la fuerza esclarecedora de las imágenes sobre la simple declaración de intenciones. El que desde el principio- y con todas las salvedades, modificaciones e imprevistos que la ejecución de las obras comportan- hubiera una idea gráficamente plasmada de los objetivos pretendidos, ha resultado clave para involucrar en esta empresa a todos los agentes públicos- Unión Europea, Ciudad Autónoma y gobierno Central- que han estado financiando las obras ejecutadas. Dicho de otro modo, la fuerza operativa del Plan Especial procede de haber concebido este documento como un “banco de proyectos” que, al tiempo de dejar muy claros los objetivos, facilitaban la programación anual de las inversiones. La segunda perspectiva, como ya habíamos apuntado, era que con esas intervenciones estrictamente arquitectónicas y restauradoras, se introdujera en los recintos un programa de actividades concreto y viable que permitiera su integración estructural, funcional y urbanística con la dinámica de la ciudad. Con lo realizado hasta ahora la vida ha empezado a volver a los recintos. Se ha iniciado su repoblación con viviendas, y diversos organismos públicos de carácter administrativo y cultural ocupan hoy significativos elementos del sistema fortificado, recuperados del abandono, tales como el Museo de la Ciudad, el Museo militar, el Archivo de la Ciudad, Escuela de Hostelería, asociaciones culturales, etc, siendo de capital importancia la creación de la Fundación Melilla Monumental, encargada del mantenimiento de los recintos, el impulso de actividades lúdico culturales en los espacios públicos y la utilización ciudadana de los elementos restaurados. A los efectos metodológicos, es de sumo interés dar cuenta de las vicisitudes del propio proceso constructivo y restaurador, verificando la distancia que media entre proyecto y ejecución cuando se trata de intervenir sobre algo todo lo delicado y azaroso que puede ser un recinto histórico. Desde el primer momento pudimos constatar el grado de extrema fragilidad en que se encontraba la Melilla fortificada, sus murallas, sus edificios y, sobre todo, la base rocosa de piedra arenisca sobre la que se asienta. Por otro lado, tanta historia reescrita sobre el mismo espacio había dado lugar a una ciudad estratificada, sorpresiva, con más cuevas, minas, galerías o anfractuosidades de las que toda información
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Arriba: Planos de identificaci贸n de los elementos del sistema fortificado. Abajo: Representaci贸n del estado final de los recintos tras las intervenciones: emplazamiento de las realizadas en los tres primeros recintos
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disponible pudiera dar cuenta, de ahí que cualquiera de las obras realizadas haya entrañado una enorme dificultad, primero en la solución de los problemas técnicos, y después en la adopción de los propios criterios restauradores. Cualquier obra en Melilla la Vieja hubo de realizarse en un permanente estado de alerta frente a las sorpresas que esta sufrida ciudad reserva a quien hurgue en sus entrañas, aún cuando se aproxime a ellas con el espíritu bienintencionado del cirujano.
Las dificultades operativas por el extremo deterioro de los recintos
Con sus incidencias, gran parte de las obras realizadas se atuvieron al programa previsto en el Plan Especial, primando las obras de consolidación estructural sobre cualquier otro criterio restaurador. Otras, como la consolidación del imponente acantilado del sector nordeste y la reconstrucción de la muralla de levante, han respondido a urgencias sobrevenidas; y otras, por último, se avienen a necesidades ciudadanas que han tomado cuerpo a medida que se iba produciendo la rehabilitación de los recintos, como es el caso de la demanda de aparcamientos para residentes o las propuestas de usos culturales que la
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Ciudad Autónoma ha ido adoptando sobre los edificios restaurados con criterios de oportunidad. Todo ello, sin poner en crisis la figura del Plan Especial, sí nos advierte de su alcance y sus limitaciones como instrumento regulador de la protección de un recinto histórico, que ha de mirar más a criterios de contenido y “filosofía restauradora” que pretender arrogarse la concreción de un proyecto ejecutivo, siempre sometido al albur de un sinfín de imprevistos, frente a los cuales el arquitecto suele experimentar la comezón del desafío, pero también el desamparo de la soledad, por muy nutrido que esté el corpus doctrinal de las teorías rehabilitadoras. En todo caso, este Plan demuestra, en la claridad de sus objetivos y en la firme voluntad política de su ejecución, la primacía de las contundentes razones de la Cultura frente a los efectos retardatarios de la temible instrumentalización burocrática.
La distinta naturaleza de los Recintos Por su época de construcción y por las condiciones del emplazamiento, cada uno de los Cuatro Recintos presenta unas características diferentes. El Primer Recinto ocupa un peñón rocoso que se adentra en el mar, cuyo perímetro se ciñe rigurosamente al borde del acantilado sobre el que se asienta. La existencia de los otros tres Recintos, cada uno de ellos separados por sus correspondientes fosos, testimonia el proceso de expansión de la plaza mediante el adelantamiento progresivo de sus líneas de defensa hacia la altura del Cerro del Cubo o “Padrastro”, (hoy ocupado por el Parador de Turismo), prominencia vecina desde la que se domina la vega del Río de Oro y toda la ciudad fortificada, de ahí que el control de ese lugar fuera indispensable para garantizar su seguridad. De esta forma la génesis de cada recinto responde a circunstancias bélicas determinadas y, consecuentemente, a las distintas técnicas de la fortificación en cada momento. Así, la fisonomía del Primer Recinto es la de una fortaleza medievo-renacentista, es decir un recinto poligonal con cubos, torreones y rondeles en sus vértices y puntos de inflexión, con todo el completo sistema de puertas, barbacanas y
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La distinta naturaleza de los recintos
obras avanzadas propias de las fortificaciones italianas y españolas del siglo XVI. El Segundo y Tercer Recintos se asientan sobre el istmo del peñón rocoso ocupado por el Primero, que fue el lugar original de la Melilla prehispánica. Son dos recintos exclusivamente militares sobre los que solo cabía una cuidadosa restauración arquitectónica que los mostrase como lo que son: un ejemplo genuino y brillante de las técnicas de la fortificación del siglo XVIII, época de oro de la fortificación melillense. El Segundo Recinto es una Plaza de Armas, delimitada, en sus frentes defensivos, por dos sistemas propios de las escuelas holandesa e italiana de fortificación: un “hornabeque”, transformado en dos baluartes completos, y un muro en “llares” o cremallera, ambos desdibujados por los restos de las edificaciones adosadas. El Tercer Recinto, construído sobre el “glacis” del recinto anterior, es un frente abaluartado “en corona” que testimonia claramente la influencia del primer sistema de Vauban, con tres baluartes- el de Cinco Palabras, San Fernando y San José Bajo- estos dos últimos unidos por un muro terraplenado de inspiración holandesa (falsabraga). El Cuarto Recinto era el más deteriorado de todos por ser el último frente de la Melilla Fortificada, estando, por consiguiente, más directamente expuesto a los efectos de la expansión urbana de la ciudad que, con escaso respeto, se realizó sobre la traza de sus fosos, glacis e incluso a expensas de la demolición de
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fuertes y obras avanzadas. No obstante se mantienen en pié el Fuerte del Rosario, el baluarte de Victoria Chica, el baluarte pentagonal de Victoria Grande, el fuerte de Plataforma y el de San Carlos, todos ellos unidos por sus cortinas y precedidos de sus fosos.
Las realizaciones más significativas En desarrollo del Plan Especial, a lo largo de veinte años, se han llevado a cabo cerca de cuarenta intervenciones de distinta envergadura y carácter: unas de mayor significación monumental, otras de mayor urgencia ante peligros de derrumbe, y otras, en fin, de mayor carácter estratégico dentro del proceso general de revitalización urbana de los recintos. De una manera forzosamente sintética nos referiremos a las más notorias. Las primeras obras atendían a los dos últimos criterios mencionados. El acantilado de la Playa de Trápana, en cuya pared estratificada podían verse las aberturas de las impresionantes Cuevas del Conventico, amenazaba con un estrepitoso derrumbe de su vuelo superior. Aquí el arquitecto, con tanto arrojo como sabiduría, construyó un imponente arco parabólico de piedra y ladrillo para sustentar el vuelo amenazado, antes de proceder a la habilitación de unas cuevas que testimoniaban los momentos más duros y azarosos de la vida de la ciudad. Además de estas urgencias, el Ayuntamiento, con buen sentido, urgió a abordar dos graves problemas previos de cuya solución dependía la posibilidad misma de continuar con todo el programa de rehabilitación posterior: facilitar el
Restauración del acantilado en la playa de Trápana y las cuevas del Conventico
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Nuevo acceso extramuros al recinto por la muralla de levante
acceso rodado al Primer Recinto, evitando el aislamiento de la población, y la racionalización de las caóticas infraestructuras de servicio existentes. El acceso se resolvió ampliando la rampa extramuros sobre terrenos portuarios y dotando a la muralla de levante de un nuevo túnel, sobre trozos de lienzo reconstruidos, no originales, de manera que el tráfico interno siguiera un circuito perimetral, sin cruces ni interferencias, con un punto de salida y otro de entrada. En lugares estratégicos de las entrañas del recinto, y aprovechando la oportunidad para crear nuevos espacios públicos, se crearon aparcamientos para residentes, ocultos a la vista del peatón. Las obras de infraestructura fueron extremadamente dificultosas, pues las precarias redes de servicio debían permanecer en uso mientras se construían las nuevas, y todo debía realizarse a mano, sin compresor, ante la permanente amenaza de derrumbe. Hoy no nos cabe duda de que nada se pudiera haber reconstruido sin esas “sufridas” y poco espectaculares obras previas de infraestructura que, aparte de su estricta funcionalidad, por tratarse de unas obras extendidas a la totalidad de los recintos, con sus calles nuevas, limpias y bien pavimentadas, tuvieron el valor simbólico de mostrar la clara voluntad política de asumir la rehabilitación integral de la ciudad vieja.
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Rehabilitación del Hospital del Rey (siglo XVIII) y del Hoyo de la cárcel.
Un derrumbe fortuito en el ángulo sureste del Primer Recinto, un sector que había sufrido sucesivos derrumbes a lo largo de la historia, desató una reconstrucción completa que, aparte de la recomposición de su integridad arquitectónica conforme a los documentos históricos, permitió dotar al Primer Recinto de un nuevo acceso mediante un ascensor interior al torreón de Las Cabras; junto a éste, y bajo el nuevo adarve del trozo derrumbado, se creó un espacio museístico en donde hoy, en torno a un vestigio arqueológico de la “cerca” inicial aparecido en el interior del terrapleno, se exhibe una exposición permanente sobre las obras de rehabilitación. La reconstrucción de este ángulo fue seguida, en sucesivas intervenciones, de la restauración completa de toda la muralla de levante, con sus lienzos, cubos y torreones medievorenacentistas que testimonian el primer período de construcción de la ciudad española. Al mismo tiempo que se empezaba ya a desarrollar una praxis habitual de restauración de los lienzos del polígono exterior, se acometió la rehabilitación de edificios interiores, más o menos ligados a usos militares, con destino a equipamientos culturales y administrativos. Tal es el caso del viejo Hospital del Rey (siglo XVIII) y su entorno (el llamado Hoyo de la Cárcel), que se encontraban
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Reaturación de la plaza de los algibes, los Algibes y los Almacenes de Las Peñuelas como Museo de la Ciudad
en un estado totalmente ruinoso. Este imponente edificio, contiguo al faro, alberga hoy el Archivo Municipal, con impagable documentación histórica y cartográfica, así como salas de exposiciones en una ininterrumpida actividad. Pero quizás el caso más espectacular sea el del nuevo Museo de la Ciudad sobre los antiguos Almacenes de avituallamiento de Las Peñuelas, en el corazón del Primer Recinto. Sobre estos recios almacenes de tres cuerpos, construidos a prueba sobre tres amplias bóvedas de ladrillo, se habían levantado, primero un teatro y luego un edificio militar. Desde el Plan Especial se dibujó este frente sin el edificio, en una recreación de su estado original con grandes cubiertas a dos aguas. Probablemente entonces aceptábamos sólo el valor testimonial y utópico de la propuesta. Pero la rehabilitación resultó ser un alud imparable y hoy podemos contemplar, aún atónitos, el espléndido museo que se nos ofrece bajo la pureza de un noble edificio, en su configuración original. Como también podemos contemplar en toda su pureza original los impresionantes algibes renacentistas de la plaza central, tal vez una de las más perfectas obras de cantería de la época. Junto con el Museo de la Ciudad componen el corazón del Primer Recinto, restaurado y rehabilitado en todos sus elementos y detalles,
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Restauración de la Plaza de Armas en el Segundo Recinto
como el Callejón del Moro, la Plaza de Estopiñán, la calle San Miguel y el hermoso conjunto de fuerte sabor medieval del callejón de San Juan, con su torre adyacente consolidada tras un complicado proceso de estabilización. Pero, como hemos apuntado, el mayor descubrimiento que nos ha deparado la restauración monumental de los recintos es el sinfín de oportunidades de cualificar el espacio público, de apreciar la serena dimensión cultural que puede llegar a tener el vacío cuando en él resuenan en silencio las buenas vibraciones de los planos y las texturas que lo delimitan, una vez liberada de la “masa” interna de su función castrense, aunque permanezca subconsciente en el recuerdo. Los planos inclinados de las caras y flancos de los baluartes, las rampas, las triangulaciones virtuales de los revellines a los que le falta una cara en su gola, la permanente "deconstrucción" de los ángulos agudos de las tenazas y las escarpas, las plazas de armas.... Desde el aire podemos entender la lógica planimétrica de una fortificación, pero desde el suelo las fortificaciones se nos ofrecen complejas, ricas, diversas e inaprensibles, obligándonos a la experiencia casi táctil de su recorrido, al desvelamiento contínuo de una
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Restauración de la Puerta y la Capilla de Santiago
arquitectura y unos espacios que sólo pueden dominarse en el hecho mismo de transitar por ellos, imponiendo, pues, la dimensión temporal como condición misma del hecho arquitectónico allí cuando éste se muestra con toda su complejidad y riqueza. Tal es el caso de la Plaza de Armas del Segundo Recinto, anteriormente ocupada por barracones y hoy manifestada como un espacio vacío, a la sombra de la gran Muralla Real, en una ascesis peatonal hacia el mirador sobre la ensenada de los Galápagos. O esa especie de “ucronía” que se experimenta en el zigzagueante recorrido por el revellín de Santiago desde el túnel de santa Ana hasta el puente levadizo del Segundo Recinto, pasando por un foso, una capilla gótica con bóveda de terceletes, un recorrido acodado de traza musulmana y unos torreones con casamatas para un rudimentario flanqueo del foso. O la enorme riqueza espacial producida en el foso del Hornabeque entre el Segundo y Tercer recintos restaurados con extremo rigor. O la exaltante sensación de dominio que se tiene en el Baluarte de la Concepción, una especie de sub-recinto con vida propia al norte del Primer Recinto, sobre el punto más prominente de la roca. O, por el contrario, la respetuosa aceptación de la insignificancia que se siente al pasear por el foso
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Restauraci贸n del Hornabeque
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Restauración del foso y Tercer Recinto
de Santiago, entre sus imponentes escarpa y contraescarpa, hasta llegar a la recién descubierta playa de los Galápagos… En resumen, las fortificaciones de Melilla la Vieja, como tantas otras, son lecciones de historia pero también elementos vivos de la escena urbana, a la que cualifican con su presencia y la vibración de sus nuevos usos. En esto, como en todo lo referente a la rehabilitación patrimonial, la clave está en ese momento de soledad en el que con las armas del conocimiento, la humildad y,
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a ser posible, el talento, estamos obligados a tender un puente entre las razones de la historia y de la modernidad. Y la modernidad puede ser un susurro imperceptible o un grito jubiloso, pero nunca un berrido. Las muchas personas que han hecho de dar vida a Melilla la Vieja una parte importante de las suyas confiamos en no haber proferido ninguno.
Nota final El Plan Especial de Rehabilitación de los Recintos Fortificados de Melilla fue realizado por el arquitecto Salvador Moreno Peralta, en colaboración con Antonio Bravo Nieto y Jesús Miguel Sáez Cazorla. Las obras que lo desarrollan han sido proyectadas por los arquitectos Mateo Bazataqui, Enrique Bulkarter, José Ignacio Linazasoro, Jesús María Montero, Javier Moreno Martín, Salvador Moreno Peralta, Manuel Angel Quevedo y Javier Vellés. Otras han sido llevadas a cabo por la Escuela Taller de Melilla, dirigida por Salvador Villegas. En la ejecución del Museo de la Ciudad ha intervenido la Consultoría IngeniaQed y el Instituto de Estudios Mediterráneos, dirigido por Antonio Bravo Nieto y Juan Bellver. En la práctica totalidad de las intervenciones los arquitectos han contado con la asesoría de Antonio Bravo Nieto y Jesús Miguel Sáez Cazorla. Todas las actuaciones han sido financiadas por la Ciudad Autónoma de Melilla, la Unión Europea y losl Ministerios de Cultura y Fomento del Gobierno de España.
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Ciudades patrimoniales. Un espacio para el turismo cultural María García Hernández (DOCTORA EN GEOGRAFÍA. PROFESORA DEL DPTO. DE GEOGRAFÍA HUMANA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID)
Los flujos turísticos asociados al turismo cultural constituyen una parte importante del turismo interior en España, con tasas de crecimiento, que hasta el año 2007, superaron a las de otros segmentos del mercado turístico en nuestro país. La mayor parte de esos movimientos turísticos están asociados a destinos urbanos, en especial ciudades medias en las que el patrimonio históricomonumental constituye una pieza clave de la identidad local sobre la que además se apoyan imágenes y referentes turísticos. En líneas generales, los elementos del patrimonio histórico y cultural (murallas y fortificaciones, catedrales, iglesias, palacios, monasterios, conjuntos arqueológicos, gastronomía, tradiciones, etc.) se configuran como un activo importante para el desarrollo turístico local. De hecho, en los últimos quince años la apuesta por la cultura, el patrimonio y el turismo como vectores de recuperación urbana y dinamización económica ha sido una constante con ejemplos de iniciativas de distinto calado y trascendencia, y también diferente nivel de “éxito”. En este sentido, y en relación con la dimensión Este texto se enmarca dentro del proyecto “La capacidad de carga como instrumento de planificación y gestión de los recursos turístico-culturales”. Ministerio de Ciencia e Innovación. Plan Nacional de I+D+i (2008-2011). Referencia: CSO2010-20702 GEOG. Dpto. de Geografía Humana (UCM). Años 2011-2013. Investigadora principal: María García Hernández.
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turística de las iniciativas por plantear, el conocimiento de la demanda turística general y de las pautas de comportamiento de los visitantes en destino ayuda a valorar en su justa medida posibilidades y limitaciones de la actividad turística asociada a procesos de valorización patrimonial.
La incierta cuantificación del turismo urbano-cultural El turismo cultural constituye un fenómeno de difícil definición. Esta dificultad no deriva tanto de la aproximación al concepto de turismo, para el cual existe un consenso operativo a partir de los planteamientos fijados por la OMT, como de la complejidad inherente al concepto de cultura. En uno de sus trabajos clásicos sobre turismo cultural, Richards (1997) señala la existencia de dos enfoques dominantes en los estudios sobre la cultura: la “cultura como proceso”, que deviene de ciencias como la antropología y la sociología; y la “cultura como producto”, asociado a disciplinas como la historia del arte y la literatura. Estos dos enfoques están presentes en las diferentes aproximaciones al turismo cultural. El enfoque “proceso” atiende a las motivaciones y significados del desplazamiento turístico, un desplazamiento en todo caso vinculado a un impulso cultural, de búsqueda de nuevos conocimiento o simple contacto con una realidad humana distinta. En términos de Richards (1997), un flujo turístico hacia atracciones culturales “con la intención de obtener nueva información y experiencias que satisfagan sus necesidades culturales”. En cambio, el enfoque “producto” se centra en las actividades realizadas en el viaje, sin atender a sus motivaciones específicas. Bajo esta perspectiva, el turismo cultural se basaría en el “uso”, “disfrute” y/o “consumo” de elementos del entramado cultural, es decir en la realización de una serie de actividades o prácticas culturales (visita a museos, asistencia a exposiciones, paseos por el casco histórico…) fuera del lugar de residencia habitual. El primer enfoque representa una aproximación mucho más restrictiva al turismo cultural, ya que éste se limita a los desplazamientos motivados principalmente por la cultura. Por el contrario, el segundo implica una acepción mucho más amplia, ya que cabe realizar prácticas culturales prácticamente en relación a todo tipo de motivaciones de viaje (peregrinos que acuden a Santiago de Compostela,
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congresistas que visitan el Museo del Prado dentro de su programa social… e incluso los miles de turistas de la Costa del Sol que visitan cada año la Alhambra de Granada). Es más, el reciente reconocimiento del turismo cultural como factor de desarrollo se fundamenta mucho más en el incremento de las actividades / prácticas culturales en el viaje que en el crecimiento en el número de personas que viajan motivados exclusivamente por la cultura. Emerge así un turismo cultural popular que adquiere la condición de turismo de masas en ciertos lugares del planeta. Ya se considere el turismo cultural en términos de motivación (enfoque restrictivo) o prácticas / actividades (enfoque ampliado), la incorporación de la perspectiva geográfica obliga a considerar los dos nodos del flujo turístico: los mercados o áreas emisoras de visitantes (turistas y excursionistas) y los destinos o áreas de recepción de dicho flujo (Calle Vaquero y García Hernández, 2010). Si se toma como referencia los mercados de origen, cabe preguntarse cual es el peso de la motivación cultural en los desplazamientos de los madrileños, españoles ó europeos… (enfoque motivación), así como qué actividades realizan en sus viajes con independencia de su motivación (enfoque actividades). En cambio, si se adopta como referencia los destinos turísticos el núcleo del análisis se centrara en conocer el peso que tiene la motivación cultural en el conjunto de visitantes de ese destino (enfoque motivación) y/o las actividades culturales que realizan en su lugar de estancia o visita (enfoque actividades), ya sea Madrid, España o Europa. Hasta la fecha existe muy pocos trabajos generales sobre la demanda de turismo cultural en España, si bien sí que se han desarrollado estudios a nivel de destino que aportan conocimiento específico sobre la afluencia turística en determinados puntos. Como referencia general cabe citar el estudio sobre turismo cultural de Turespaña (2001; Chias, 2009), base del Plan del Impulso al Turismo Cultural e Idiomático (2002). En este estudio, tomando como referencia los datos de ATLAS y el European Travel Monitor, se consideraba que el turismo de motivación específicamente cultural se situaba hace una década en un intervalo de entre el 10 y 15% del mercado español, incluyendo tanto el turismo interno como el que tiene por destinos otros países (turismo emisor).
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Sin embargo más allá de esos datos generales, a nivel específico cabe señalar la importancia de una serie de destinos clásicos del turismo cultural. Asociamos así el turismo cultural al turismo de destinos donde la componente cultura es clave en su oferta turística. Las ciudades incluidas en la Lista del Patrimonio Mundial constituyen ejemplos representativos que utilizaremos para caracterizar las tendencias recientes en la evolución del turismo urbano-cultural en nuestro país. Recurriendo a fuentes indirectas (registros de visita a museos y monumentos, consultas OIT, demanda de alojamiento hotelero) resulta posible esbozar una caracterización del volumen y evolución de los flujos de visita en este tipo de destinos turístico-patrimoniales. Las estimaciones de visitantes realizadas en el marco de diferentes estudios y proyectos de investigación sitúan Granada como la ciudad con un mayor número de visitantes estimados (más de 2 millones anuales), entre el millón y medio y los dos millones de visitantes se sitúan Córdoba, Toledo y Santiago de Compostela. Salamanca recibe anualmente en torno a 1,2 millones de visitantes (según datos de su observatorio turístico) y las ciudades de Ávila y Segovia no llegan al millón. Para el resto de Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España no existen estudios que permitan afinar estimaciones globales de visita. En todo caso, se trata de destinos clásicos de turismo cultural que reciben importantes flujos de visita. Las cifras de visitantes han venido creciendo mucho en las dos últimas décadas, si bien a partir de 2007 han sufrido con especial virulencia los efectos de la crisis económica. El descenso del número de visitantes está muy relacionado con la caída del turismo interno ya que los visitantes españoles son mayoritarios en los destinos turístico patrimoniales de interior. Utilizando como indicador indirecto la planta hotelera y su demanda de uso, vemos que en muchas ciudades el crecimiento el número de hoteles y plazas hoteleras ha sido muy marcado. Desde el año 2003, el conjunto de plazas hoteleras de las ciudades de Ávila, Cáceres, Córdoba, Cuenca, Salamanca, Segovia, Santiago de Compostela y Toledo ha crecido un 63% y ese crecimiento es mucho más marcado si tomamos como referencia los últimos veinte años. Respecto a 1991 el crecimiento ha sido de casi un 83%. Atendiendo al número de viajeros alojados, se observa en cambio que el crecimiento en la afluencia de visitantes se detiene en 2007, produciéndose a partir de entonces un gran
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desajuste entre una oferta, que sigue en aumento, y una demanda estancada o incluso en retroceso. GCPHE. Evolución de la demanda y oferta de alojamiento hotelero Viajeros 2003
2011
Ávila
195.057
Cáceres
188.701
Córdoba
Plazas Var. 2011/ 2003 (%)
2003
2011
Var. 2011/ 2003 (%)
203.230
4,19
1.756
2.775
58,03
233.053
23,50
1.940
3.396
75,05
630.818
791.634
25,49
4.077
6.949
70,44
Cuenca
174.913
196.179
12,16
1.332
2.370
77,93
Salamanca
470.159
597.588
27,10
4.288
7.688
79,29
Segovia
182.738
216.056
18,23
1.879
2.971
58,12
Santiago
440.328
544.311
23,61
4.864
7.152
47,04
Toledo
375.985
462.063
22,89
3.007
4.371
45,36
Fuente: Encuesta de Ocupación Hotelera (INE), Observatorio del Grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España (GCPHE).
CPHE. Evolución de la oferta y demanda hotelera 2003-2011 1 162,78 1 122,02
1 152,42 9 97,61
1 122,63
11 1 115,64
110,36 11 1
100,00 1
100,00 1
150
1 128,10
200
100
50
0 3 2003
2005 2005
200 2007
200 2009
201 2011
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El número de visitas a museos y monumentos, otro indicador indirecto de la evolución del turismo cultural, muestra también una evolución muy positiva, especialmente marcada desde mediados de los años 90. En relación a 1995, algunos de los principales museos y monumentos del país han experimentado importantes crecimientos en el número de visitantes. En lógica consonancia con la relevancia turística de las ciudades en las que se enclavan, los crecimientos han sido más espectaculares en los monumentos de grandes ciudades como Madrid y Barcelona o en las ciudades del sur con larga trayectoria turística (Sevilla, Córdoba, y Granada), ciudades “grandes” dentro de la red urbana española. En las ciudades medias del interior los incrementos son más reducidos. Museos y Monumentos. Evolución número de visitantes 1995
2005
Sagrada Familia (Barcelona)
728.191
2.376.780
La Pedrera
190.338
1.261.462
Museo del Prado (Madrid)
1.570.531
1.935.770
Real Alcázar (Sevilla)
782.699
1.120.342
Catedral (Sevilla)
992.407
1.294.848
1.761.397
2.012.596
Alhambra (Granada) Madinat Al-Zahra (Córdoba)
126.622
183.463
Alcázar (Segovia)
452.500
497.928
Universidad (Salamanca)
156.235
185.372
Colegiata de San Isidoro de León
71.174
94.358
Parroquia de Santo Tomé (Toledo)
507.122
420.230
Fuente: Elaboración propia. Proyecto de investigación “DESTINOS”. 2011-2013. Ministerio de Ciencia e Innovación.
No resulta tan positiva en cambio la evolución experimentada en la última década. Tomando como fecha de referencia el año 2001 las cifras de afluencia nos muestran dos comportamientos muy diferenciados: en las grandes ciudades como Madrid o Barcelona (ciudades de perfil turístico complejo) se aprecia un crecimiento sostenido de la afluencia de visitantes de museos y monumentos. En cambio, en ciudades de perfil turístico “patrimonial”, desde las grandes
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ciudades del sur a las ciudades medias castellanas observamos una tendencia a la estabilidad en el número de visitantes de museos y monumentos con ligeros altibajos, aunque hay monumentos que llevan años perdiendo visitantes (Alcázar de Segovia, Parroquia de Santo Tomé en Toledo, etc.). Más allá de peculiaridades locales (como el aforamiento de la entrada a la Alhambra) resulta paradójico el estancamiento de la visita de museos y monumentos en unos años en los que las ciudades en las que se enclavan estos monumentos han experimentado un importante crecimiento turístico (respaldado por ejemplo con los datos que arroja la EOH del INE…), lo que plantea interrogantes acerca del cambio de ciclo turístico (agotamiento del modelo de visita turístico-patrimonial clásico). No obstante, todos estos datos han de ser interpretados desde el excepcionalismo de cada caso ya que en este comportamiento diferencial incide tanto la propia dinámica del recurso como la dinámica del destino del que forman parte. Evolución del número de visitantes. 2001-2008 200
150
100
50
0 2001
2002
2003
2004
2005
2006
Sagrada Familia (Barcelona) La Pedrera (Barcelona) M. del Prado (Madrid) Palacio Real (Madrid)
Alcázar (Segovia) Mezquita (Cordoba) Catedral (Sevilla) Real Alcázar (Sevilla)
Muralla (Ávila) Alhambra (Granada)
Santo Tomé (Toledo) San Isídoro de León
2007
2008
Fuente: Elaboración propia. Proyecto de investigación “DESTINOS”. 2011-2013. Ministerio de Ciencia e Innovación.
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El patrimonio y la cultura como recursos turísticos El patrimonio y la cultura se configuran como factores clave de atracción de visitantes para las ciudades. Ahora bien, no todo elemento del patrimonio cultural es susceptible de llegar a convertirse en un recurso o atractivo turísticocultural. De hecho se constata cómo en los cascos históricos de muchas de nuestras ciudades el consumo turístico real se articula a partir de una selección espacial y temporal de cierto número de elementos del patrimonio histórico y la oferta cultural local. La reflexión sobre los procesos de conversión del patrimonio y la cultura en recursos y productos turísticos obliga a plantearse, en primer término, una serie de reflexiones conceptuales que aluden a los términos “recurso”, “atractivo” y “producto” turístico-cultural.
Vista aérea de una parte de la muralla de Pamplona
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Del recurso cultural al producto turístico-cultural El concepto de recurso hace referencia a la satisfacción de una necesidad o deseo. Un recurso es algo que satisface las necesidades de una persona o un grupo de personas y su valor no le viene dado por su propia existencia, sino por su utilidad. Por tanto el concepto de recurso es algo subjetivo, relativo, funcional y que implica una simplificación del ámbito de partida, ya sea la naturaleza o la cultura. Ni el medio natural ni la cultura, considerados en su totalidad (ni ninguno de sus respectivos componentes) pueden ser considerados como recursos, en tanto no sirvan para satisfacer una necesidad humana. La aproximación a la cultura en términos de recursos culturales implica, pues, incorporar las nociones de valor o de interés. Los recursos culturales son
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aquellos elementos o manifestaciones que presentan valor o interés para la comunidad local y soportan buen parte de sus consumos culturales. Una parte de estos recursos culturales constituye la base sobre la que se construye el turismo cultural, el conjunto de consumos culturales realizados por turistas y excursionistas. Sin embargo la mirada turística es selectiva, no atiende a la totalidad de los recursos existentes en los lugares que visita sino que centra su interés en un número reducido de manifestaciones de la cultura local. En principio, cabe considerar este subconjunto de recursos culturales con dimensión turística -en función de su interés para los visitantes foráneos- como atractivos o recursos turístico-culturales (Calle Vaquero, 2002). Los recursos o atractivos turístico-culturales se montan sobre la base de recursos culturales adecuados turísticamente en base al desarrollo de operaciones de recuperación patrimonial y adecuación física, estructuración de oferta turístico-cultural, comunicación y accesibilidad. Conceptualmente ¿cuando podríamos hablar de productos turístico-culturales? o dicho en otras palabras, ¿Cómo se convierte un recurso turístico-cultural en un producto turístico-cultural?. Desde el enfoque de la oferta (comunidad local) los recursos turístico-culturales con una adecuada transformación/adecuación, pueden ser considerados como productos en sí mismos (un museo, un parque arqueológico, etc.). Además esos recursos conforman el núcleo de los destinos patrimoniales en tanto que producto turístico. Desde un enfoque de demanda la acepción de “producto turístico-cultural” tiene un significado diferente. Estos productos estarían compuestos por los recursos turístico-culturales más un conjunto más o menos amplio de servicios turísticos (alojamiento, restauración, información y animación, transporte… en suma, todo el conjunto de bienes y servicios que sustentan el viaje turístico). Este producto se conforma a partir de la iniciativa de determinadas empresas o del propio consumo de turistas y excursionistas. De una parte, distintos touroperadores / agencias de viajes mayoristas montan paquetes turísticos que distribuyen para su venta en la red de agencias minoristas. Estos paquetes o viajes combinados presentan formatos muy distintos (circuitos culturales, excursiones desde centros de reemisión de turistas, viajes de idiomas, escapadas a ciudades, determinados cruceros…).
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Conforme disminuye la distancia física y/o cultural entre áreas emisoras y receptoras, el turista tiende a recurrir en menor medida a paquetes totalmente organizados y se monta su propio producto turístico-cultural. Para ello recurre a la adquisición de servicios directamente a los proveedores finales (con reserva o sin reserva) y/o a las agencias que intermedian dichos servicios. Los recursos turístico-culturales en España. Algunas cifras de referencia España cuenta con un gran número de elementos del patrimonio cultural adecuados para la visita. Muchos de ellos reciben un importante flujo de visitantes, aunque en muchas ocasiones la falta de datos sistemáticos impide realizar comparaciones efectivas. En el marco del proyecto de investigación “La capacidad de carga como instrumento de planificación y gestión de los recursos turísticoculturales”1 se ha recopilado información sobre un total de 183 elementos patrimoniales visitables de España, ubicados en 63 municipios diferentes. A pesar de la importancia de España como destino turístico a nivel internacional, los datos recopilados muestran que son pocos los elementos con una gran volumen de visitas. En total son 25 los museos y monumentos que reciben más de 500.000 visitantes anuales, 58 tienen cifras de afluencia situadas entre 100.000 y 500.000 visitantes y más de la mitad de los elementos considerados, 100, se encuentran por debajo del umbral de los 100.000 visitantes año. Son especialmente visitados los hitos del imaginario turístico español: Sagrada Familia y Gaudí, Alhambra de Granada, Mezquita de Córdoba, Catedral de Sevilla, Catedral de Santiago de Compostela…, al igual que aquellos museos y monumentos enclavados en grandes ciudades o aglomeraciones metropolitanas (Museo del Prado, Palacio Real de Madrid, edificio de la Pedrera,…). Cifras medias de afluencia presentan los principales hitos monumentales de las ciudades históricas, ciudades medias del interior peninsular, como el Alcázar de Segovia, el Museo de Santo Tomé en Toledo, la Muralla de Ávila, el Museo de la Real Colegiata de San Isidoro de León, la Universidad de Salamanca o las Catedrales de Ávila, Burgos, Salamanca,… Localizados, paradójicamente, en ciudades que reciben importantes volúmenes de visitantes. En relación a la (1)
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tipología de conjuntos llama la atención las cifras de visitantes del patrimonio arqueológico, sensiblemente inferiores a las del resto de los conjuntos. Si bien muchos de esos elementos se enclavan en importantes destinos turísticos o bien presentan ya una dilatada trayectoria “turística”. Museos y monumentos en España Número de visitantes según tipos de destinos de visita Número de visitantes anuales < 100000
Total
100000-500000
Ciudades históricas / turismo de base patrimonial
65
35
Grandes ciudades / turismo cultural
15
16
1748
Otros (medio rural, ciudades costeras…)
20
7
128
100
58
Total
> 500000
7107
25
183
Fuente: Elaboración propia. Proyecto de investigación “La capacidad de carga como instrumento de planificación y gestión de los recursos turístico-culturales”. 2011-2013. Ministerio de Ciencia e Innovación.
Museos y monumentos con más de 500.000 visitantes anuales ESPACIO
MUNICIPIO
Visitantes
Año de referencia
Barcelona
3.202.000
2011
Museo Nacional del Prado
Madrid
2.911.767
2011
Museo Nacional C.A. Reina Sofía
Madrid
2.705.529
2011
Conjunto Monumental Alhambra y Generalife
Granada
2.310.608
2011
Museo de las Ciencias Príncipe Felipe
Valencia
1.834.627
2011
Sevilla
1.305.000
2010
Mezquita Catedral
Córdoba
1.293.655
2011
L'Oceanogràfic
Valencia
1.230.091
2011
Sevilla
1.176.792
2010
Templo Expiatorio de la Sagrada Familia
Catedral
Real Alcázar
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Instituto Valenciano de Arte Moderno
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Valencia
1.116.284
2011
Madrid
1.070.390
2011
Barcelona
1.057.399
2011
CaixaForum Madrid
Madrid
1.000.136
2011
Museo Guggenheim de Bilbao
Bilbao
962.358
2011
Barcelona
962.293
2011
Museo Thyssen-Bornesmiza Museo Piccaso Barcelona
La Pedrera Palacio Real de Madrid Teatre-Museo Dalí Catedral
Madrid
934.000
2010
Figueres
916.560
2011
Toledo
850.000
2011
CosmoCaixa Barcelona
Barcelona
830.282
2011
CaixaForum Barcelona
Barcelona
782.529
2011
Casa Batlló
Barcelona
723.078
2011
Atapuerca-Museo de la Evolución Humana
Burgos
650.933
2011
Parque de las Ciencias de Granada
Granada
613.495
2011
Lonja
Valencia
602.522
2011
Barcelona
583.831
2011
Segovia
510.128
2011
Fundación Joan Miró Alcázar de Segovia
Fuente: Elaboración propia. Proyecto de investigación “La capacidad de carga como instrumento de planificación y gestión de los recursos turístico-culturales”. 2011-2013. Ministerio de Ciencia e Innovación.
Factores condicionantes del potencial turístico de los recursos culturales ¿Por qué algunas manifestaciones culturales reciben la visita de millones de turistas y otras de prácticamente ninguno?, ¿por qué algunas centran la atención de visitantes de largo recorrido y otras ni siquiera de la población de un entorno más o menos próximo?. Responder a estas cuestiones no es tarea fácil. Existen diferentes metodologías para la evaluación del potencial turístico de un recurso. Adaptando los enfoques analíticos desarrollados al estudio de los recursos culturales se puede considerar que, en la práctica, hay dos grandes tipos de factores o de características que determinan el potencial del recurso: De una parte, una serie de aspectos relacionados con el propio recurso (factores internos), de otra, una serie de características asociadas al contexto territorial o al destino donde se sitúa dicho recurso (factores externos).
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Los factores internos son las características propias de cada recurso. Abarcan todas aquellas características básicas que pueden considerarse relevantes desde el punto de vista turístico (naturaleza patrimonial, piezas relevantes de las colecciones de museos,…). A este nivel, existen una serie de características comunes que se repiten en todo los recursos culturales con notable proyección turística: la magnificencia o grandiosidad (que favorece el atractivo de edificios, sitios arqueológicos, paisajes culturales, etc.), la importancia intrínseca dentro del tipo patrimonial y la condición lúdica (recursos susceptibles de asumir prácticas de ocio en tanto que entretenimiento, incluso de formas de consumo festivo). Estas características intrínsecas se complementan con una serie de elementos que favorecen o desfavorecen (según sea el caso) el uso turístico de los recursos culturales: accesibilidad y adecuación a las circunstancias específicas del flujo turístico (adecuación de horarios, existencia de servicios de visita u otros mecanismos que favorezcan la legibilidad del recurso para los visitantes foráneos, dotación de baños, tiendas de recuerdos, servicios de cafetería…etc). Por su parte, los factores externos responden a la localización del recurso y funcionan a diferentes escalas, desde la situación del propio destino hasta las características del entorno más inmediato. Son factores externos la accesibilidad al destino (existen sitios culturales muy visitados simplemente por su proximidad a las grandes aglomeraciones urbanas y otros, incluso de mayor valor intrínseco, que apenas reciben turistas y excursionistas debido a su situación periférica), la existencia de distintos servicios turísticos de receptivo (alojamiento, restauración, visitas guiadas, tiendas de recuerdos…), la calidad urbana del destino y las condiciones generales del medio ambiente percibido (limpieza, contaminación, conservación del patrimonio…).
El conocimiento de la demanda. Caracterización de los flujos de visitantes de los destinos de turismo cultural Mucho se ha escrito sobre los cambios que afectan al comportamiento de la demanda turística del cambio del milenio. El paso del turismo fordista (o turismo de masas) al turismo post-fordista o postmoderno lleva aparejados cambios en las características básicas del turista tipo. En líneas generales existe cierto
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consenso a la hora de señalar como uno de los rasgos básicos del nuevo turista la gran capacidad de elección y la reacción contra la estandarización. El turista de la era del conocimiento y la información tiene a su alcance una enorme gama de ofertas turísticas y de ocio; así como una gran capacidad para hacerlas efectivas (mejora y abaratamiento de los medios de transporte, revolución de los sistemas de distribución y comercialización a través de internet, etc.). Además se señala que se trata de un consumidor exigente, para quien el tiempo de ocio forma parte esencial de su autorrealización personal y social, por lo que pone el énfasis más que en la cantidad en la calidad de las experiencias que se le ofrecen. Estas tendencias perfilan las nuevas formas de turismo que, independientemente de la naturaleza de los destinos sobre los que se desarrolla, se puede definir como: turismo de calidad, turismo activo, turismo diversificado y turismo responsable (Diego Barrado y Reyes Ávila, 2005). Los turistas culturales no son ajenos a estos cambios. Antonio Russo (2010) sostiene que en la década pasada empieza configuarse un nuevo paradigma de turistas culturales, los turistas culturales post-modernos, que contrasta con el perfil del turista cultural de masas. Ese paradigma contrapone los turistas de patrimonio tradicionales a los consumidores culturales globales y señala cinco rasgos de diferenciación sobre la base una mayor información y preparación de los nuevos turistas culturales. Esos nuevos rasgos se traducen en la búsqueda de experiencias culturales, la valoración crítica del arte y la cultural y la multiplicación de la formas y modalidades de viaje asociadas a ello. Más allá de tendencias generales más o menos intuidas, más o menos contrastadas, nuestro grupo de investigación lleva años estudiando el comportamiento de los visitantes de destinos turísticos de componente patrimonial (en general ciudades medias). Esta línea de trabajo sobre la afluencia turística en destino se viene nutriendo de una serie de proyectos relacionados con la realización de tres tipos de estudios: estudios específicos sobre afluencia de visitantes, estudios generales sobre destinos que incorporan apartados con análisis de visitantes y montaje, diseño y elaboración de observatorios turísticos. Los resultados obtenidos permiten singularizar una serie de rasgos que se repiten de manera sistemática en los destinos estudiados (Troitiño et alii, 2003).
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En líneas generales la afluencia turística de las ciudades históricas españolas se caracteriza por: • Su reducida estacionalidad. • El fuerte peso del turismo interno (visitantes españoles). • El predominio de visitantes que realizan desplazamientos de corta distancia (importancia de los visitantes de proximidad). • La notable presencia del visitante en viaje individual. • Las estancias de duración reducida, con fuerte peso del excursionismo. • Un nivel educativo medio elevado de los visitantes, superior al que caracteriza a otros destinos turísticos. • Una visita focalizada sobre una serie limitada de ejes del entramado cultural urbano. Uso selectivo de los recursos culturales y el espacio urbano. • La realización de prácticas turísticas altamente ritualizadas, a partir de la visita a monumentos y museos. • El predominio de motivaciones culturales, aunque generalmente laxas e incluidas en un contexto de ocio. • La importancia de la repetición de la visita. Algunas de estas características justifican la apuesta generalizada de las administraciones públicas por el desarrollo turístico de los destinos de turismo cultural. Así por ejemplo resulta llamativo el factor estacionalidad. La curva de distribución mensual de la llegada de visitantes a las ciudades históricas presentan una estacionalidad más reducida que la observada en otro tipo de destinos turísticos (las diferencias entre las épocas de alta afluencia y baja afluencia son menos marcadas). A grandes rasgos es posible diferenciar tres temporadas nítidamente diferenciadas: una temporada alta (que se corresponde con los meses de verano), una temporada media (asociada a los meses de primavera y otoño) y una temporada baja (correspondiente a la etapa invernal). Si bien existen grandes diferencias entre los fines de semana y los días laborables. Durante los años previos al inicio de la crisis económica actual las diferencias entre visitas de fin de semana-visitas intrasemanales se agudizó debido al fuerte crecimiento del segmento de visitantes nacionales de proximidad que realizan desplazamientos cortos de fines de semana.
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Senalización en la Ciudadela de Pamplona
Por otra parte cabe señalar que los visitantes de las ciudades históricas son en su mayor parte visitantes nacionales (60-70%). Ese porcentaje, sin embargo, varía ya que es más bajo en los destinos clásicos de turismo cultural (Toledo, Granada, Córdoba) y mayor en el resto de ciudades patrimoniales. Durante la primera década del siglo XIX además se observó un descenso del número de visitantes extranjeros compensado por el crecimiento del segmento de visitantes nacionales, especialmente de visitantes de proximidad que en buena medida repetían visita al destino. El nivel de repetición de la visita se sitúa ya en muchas de las ciudades estudiadas en un 30-35% en el caso de los visitantes individuales. Se trata de desplazamientos cortos realizados por visitantes que insertan la visita a estas ciudades dentro prácticas de ocio urbano más o menos cotidianas. Este hecho es especialmente patente por ejemplo en los destinos que se integran en la región turística madrileña (Aranjuez, Alcalá de Henares, El Escorial, Toledo, Segovia, Ávila…). A nivel de organización del viaje destaca un acusado predominio del visitante en viaje individual. Los visitantes en grupo (escolares, turismo social o grupos comerciales) parecen venir disminuyendo, siendo el colectivo del turismo social
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aquel que experimenta una mayor tasa de crecimiento. Por su parte, en relación a la caracterización socioeconómica de la afluencia, destaca el elevado nivel educativo el visitante respecto al nivel del turista medio. De acuerdo a las teorías del “capital cultural” para comprender y apreciar los productos culturales es necesario contar con un capital cultural que permita su reconocimiento e interpretación; y en las modernas sociedades occidentales la forma más habitual de adquirir esta capacidad estriba en el sistema educativo. En relación a la duración de la estancia, las ciudades históricas se consolidan como destinos de excursionismo. El porcentaje de visitantes que pernoctan en destino ronda el 30%, existiendo un grave problema respecto al crecimiento de las prácticas excursionistas. El excursionismo es un problema endémico ligado al modelo de visita patrimonial y constituye el reto básico de la gestión turística en destino volcada sobre el desarrollo de nuevos segmentos turísticos asociados en mayor medida a la pernoctación (turismo idiomático, turismo de reuniones, etc.). Otro de los aspectos que caracterizan el perfil turístico de las ciudades históricas es la focalización de la visita turística sobre unos ejes muy limitados del entramado cultural urbano. De todo el patrimonio que existe en una ciudad histórica, sólo una parte muy limitada se encuentra acondicionada para una visita pública de carácter general. Y de este patrimonio el visitante sólo muestra interés por un número limitado de hitos monumentales que encarnan la identidad turística de cada ciudad. De hecho, estos hitos monumentales llegan a eclipsar turísticamente el resto de la ciudad, al concentrar la afluencia mayoritaria de visitas. No obstante, durante los últimos tiempos incluso estos monumentos más “populares” empiezan a “perder” visitantes en un contexto en el que, por el contrario, hasta estos últimos años no parecía disminuir la visita a las ciudades. Se plantea así un cambio en el modelo de comportamiento turístico en destino. Los visitantes de las ciudades históricas visitan cada vez en menor medida museos y monumentos y se dedican a pasear, comprar, comer o tomar algo en el contexto de crecimiento del nivel de repetición de la visita.
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Viajeros y pernoctaciones hoteleras. CPHE Ciudad
Viajeros 2011
Pernoctaciones 2011
Pernoctaciones Extranjeros % 2011
Estancia Media 2011
Granada
1.508.455
2.769.103
47,84
1,84
Córdoba
791.634
1.249.873
40,95
1,58
Salamanca
597.588
957.289
28,92
1,60
Santiago de C.
544.311
1.142.474
32,95
2,10
Toledo
462.063
718.745
31,87
1,56
Segovia
216.056
325.560
21,17
1,51
Ávila
203.230
335.541
20,73
1,65
Cáceres
233.053
368.701
11,47
1,58
Cuenca
196.179
306.060
15,70
1,56
Mérida
186.818
269.138
13,79
1,44
Ubeda
60.710
92.252
21,29
1,51
Fuente: Encuesta de Ocupación Hotelera (INE).
Recuperación urbana, dinamización cultural y valorización patrimonial en clave turística Durante los últimos quince o veinte años se ha producido un profundo cambio en la forma de pensar y abordar el turismo a escala local. En la mayoría de las ciudades históricas españolas se ha superado la visión tradicional de la intervención pública en materia de turismo que limitaba ésta a las tareas de promoción. Se apuesta por intervenciones más ambiciosas que inciden sobre el acondicionamiento integral de la ciudad como destino turístico. Subyacen bajo este fenómeno dos necesidades básicas: por una parte potenciar, mejorar o renovar la oferta patrimonial tradicional, núcleo del atractivo turístico de estos destinos, y por otra diversificar las líneas de producto turístico urbano en sentido global (es decir, trabajar sobre segmentos de mercado nuevos y/o emergentes).
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Senalización en la Ciudadela de Pamplona
A nivel general, es posible diferenciar cinco grandes líneas de intervención, que constituyen la base de estrategias turísticas recientes de las ciudades históricas españolas (García Hernández y Calle Vaquero, 2005): • Potenciación, renovación y mejora del atractivo turístico cultural del destino. • Mejora del sistema público de acogida al visitante • Diversificación de las líneas de producto y fomento de nuevos segmentos (turismo de compras, turismo idiomático, turismo de estudios, turismo deportivo, turismo de reuniones y congresos). • Comunicación turística. • Mejora de los servicios turísticos y apuesta por la calidad. Y estas estrategias se despliegan en un larga lista de actuaciones que, con mayor o menos éxito, se han desarrollado en numerosas ciudades. Entre ellas: la adecuación turística de elementos patrimoniales y creación de museos, la potenciación de eventos culturales con dimensión turística, el diseño de nuevos
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Senalización en Aranjuez
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Alcázar de Segovia
productos turísticos basados en la tematización, la programación de visitas guiadas, actuaciones de actuaciones de recuperación urbana en óptica turística (peatonalización, iluminación monumental, recuperación de espacios de borde…), la señalización turística, la construcción de centros de interpretación, la mejora de las oficinas de información turística, la creación de centros de recepción de visitantes, las actuaciones de comunicación / promoción, etc. La vinculación turismo, cultura y recuperación urbana ha sido muy importante. De hecho se han empleado muchos esfuerzos y recursos en reforzar la oferta cultural y patrimonial local y dotarla de proyección turística. Estos esfuerzos se sitúan en un contexto turístico favorable que, hasta la fecha, ha venido marcado por el crecimiento sostenido de la demanda de visita a ciudades de dominante patrimonial, pero también por el aumento del número de recursos adecuados para la visita (y el aumento general de la oferta cultural). De forma paralela se observa una mejora sustancial de casi todas las ciudades como destinos turísticos (tratamiento del espacio urbano, recuperación del patrimonio, sistema de acogida, estructuración oferta, crecimiento planta hotelera…).
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Peregrinos recorriendo el Camino de Santiago al lado de la murralla restaurada de Pamplona
Todos estos aspectos se sitúan en la parte positiva del balance que se puede hacer sobre las iniciativas de turismo cultural en ciudades medias. No obstante el análisis de la situación pone de manifiesto cómo la activación turística y cultural de un gran número de elementos lleva aparejado un aumento de la competencia (entre destinos y entre recursos). Y esa competencia dificulta la viabilidad y sostenibilidad de muchos proyectos que luchan por captar segmentos de mercado que no crecen de manera proporcional al crecimiento de la oferta. Todo ello se sitúa además en un contexto de disminución del consumo turístico interno. Por otra parte, el conocimiento del comportamiento de la demanda turística pone de manifiesto la existencia de límites relacionados con la adecuación turística de los recursos culturales. Esas limitaciones están relacionadas con el consumo turístico selectivo de elementos patrimoniales en destino, pero también con los cambios en el modelo de consumo turístico tradicional (que afectan sobre todo a los destinos de turismo cultural maduro). Se observa una lenta mutación del modelo de consumo pasivo basado en el patrimonio a un modelo de consumo
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cultural más amplio y heterogéneo que enfrenta a gestores culturales y turísticos a retos relacionados con la necesidad de perfilar ofertas diferenciadas vinculadas con la tematización del patrimonio, el turismo creativo, etc.
Bibliografía Barrado Timón, D.; Ávila Bercial, R. (2005). “Nuevas tendencias en el desarrollo de destinos turísticos: marcos conceptuales y operativos para su planificación y gestión”. Cuadernos de Turismo, nº 15, pp. 27-43. Calle Vaquero, M. de la (2004). “Ciudad histórica y turismo: nuevas estrategias para un destino turístico antiguo. En D. Blanquer (coord.). Turismo cultural y urbano. VI Congreso de Turismo Universidad y Empresa. Castellón. Ed. Tirant Lo Blanch. Pp. 83-102. Calle Vaquero, M. de la; García Hernández, M. (2010). “Reflexiones sobre el turismo cultural. La aportación de la cultura en la conformación de flujos turísticos emisores en España y la Comunidad de Madrid”. Anales de Geografía de la Universidad Complutense. Vol 30 (2). Pp. 31-58. Calle Vaquero, M. de la (2002). La ciudad histórica como destino turístico. Barcelona. Ariel. Chías, J. (2009): “El negocio de la felicidad. El turismo cultural y las Ciudades Patrimonio de la Humanidad”. En J.A. Mondéjar y M.A. Gómez (coord.), Turismo cultural en Ciudades Patrimonio de la Humanidad. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca. Pp. 63-84. García Hernández, M.; Calle Vaquero, M. de la (2005). “Nuevas estrategias para la renovación del producto turístico urbano: el caso de las ciudades españolas Patrimonio de la Humanidad”. En E. Ortega; L. González y E. Pérez Campo (Ed). VIII Forum Internacional sobre Las Ciencias, las Técnicas y el Arte Aplicadas al Marketing. Academia y profesión. Ponencias Académicas. Madrid. UCM (Dpto. de Comercialización e Investigación de Mercados). Pp. 387-414. Russo, A.P. (2010). “Del patrimonio mundial y la turistización: malentendidos y buenas prácticas. En Actas del Simposio Internacional Soluciones Sostenibles para las Ciudades Patrimonio Mundial. Valladolid. Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León. Pp. 71-89. SECRETARÍA GENERAL DE TURISMO (2002). Plan de impulso del turismo cultural e idiomático. Madrid. Troitiño Vinuesa, M.A.; M. García Hernández y M. de la Calle Vaquero (2003). “Los visitantes de las ciudades históricas españolas: caracteres generales y rasgos específicos inducidos por la celebración de eventos turísticos-culturales”. En Investigación y estrategias turística. ITESParaninfo. Madrid. Pp. 37-64. TURESPAÑA (2001). Estudio de Productos Turísticos. Nº 3. Turismo Cultural. Nº 4 Turismo Idiomático. TURESPAÑA. Madrid.
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Parque infantil en el fuerte de San Bartolomé. Año 1961. AMP. (Archivo Diario de Navarra)
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Vivencias en torno a las murallas de Pamplona Juan José Martinena Ruiz (DOCTOR EN HISTORIA. ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA. EX-DIRECTOR DEL ARCHIVO GENERAL DE NAVARRA)
“Una oleada fría invade los baluartes, los revellines, los lienzos y las garitas del viejo muro, que es ya, bajo la hiedra y el liquen, el espectro de sí mismo”. La evocadora prosa de Ángel María Pascual en aquella “Glosa a la ciudad” del 4 de diciembre de 1946 parece como si hubiera sido escrita ayer. También a mí, como a él, desde pequeño las murallas me fascinaban. Mi fantasía infantil imaginó en ellas episodios heroicos y gestas gloriosas que nunca sucedieron. Primero de la mano de mis padres y después solo o en compañía de algún amigo, las recorrí una y otra vez en busca de soñados pasadizos secretos, armas enmohecidas, o quién sabe si hasta los restos de algún caballero medieval encerrados dentro de su armadura. Luego, ya mayor, me ocupé en indagar en su historia a través de los documentos, y hasta tuve la suerte de poder aportar algún dato nuevo a lo que otros más sabios habían investigado antes que yo. Pero la fascinación persiste. El encanto de las viejas piedras de muros y baluartes me sigue cautivando hoy con la misma fuerza que cuando era niño. Y espero que siga siendo así, con nuevos y diferentes matices, a lo largo de toda mi vida.
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Con estas palabras, que tienen mucho de autobiográficas, iniciaba hace ahora trece años un artículo que me pidieron del BIM, el boletín informativo municipal, para una sección que se titulaba “Visiones de la ciudad”, y que apareció publicado en el número correspondiente a octubre de 1999. Las he querido traer hoy aquí por una razón, que aunque sea brevemente les quisiera exponer. Cuando me invitaron a participar en este ciclo de conferencias, que por tercer año consecutivo ha organizado el Ayuntamiento, me pidieron que en esta ocasión me olvidase de los datos históricos que manejo habitualmente y contase mis propias vivencias en relación con las murallas. Y la verdad es que si para cualquier historiador resulta difícil dejar a un lado la documentación de los archivos, en este caso para mí aún lo es más, al tener que erigirme yo mismo en cronista y contarles recuerdos personales, que tal vez no interesen a nadie. Supongo, y eso me ha animado a aceptar el reto, que esas vivencias mías las compartirán al menos los pamploneses de mi generación; los que –más en la calle los chicos- vivieron su niñez en los años 50 y su primera juventud en los 60. Así pues, en esta charla trataré de revivir con ustedes, con el apoyo visual de 60 viejas fotografías, casi todas del Archivo Municipal –gracias a mi amiga Ana Hueso- algunos recuerdos de aquel tiempo lejano. Un tiempo del que muchos posiblemente guardarán aún retazos en su memoria, y que a otros más jóvenes que no lo vivieron, se lo quisiera acercar a través de la palabra y la imagen, de modo que puedan hacerse una idea, siquiera aproximada, de cómo era y se vivía por entonces esta parte esencial del patrimonio de la ciudad. Pamplona ha redescubierto sus murallas en época reciente. Hace medio siglo hubo ya un preludio todavía lejano de su actual puesta en valor, que fue la recuperación del conjunto de El Redín, incluyendo la ronda de la Barbazana. El baluarte y el revellín de la Taconera estaban integrados en los jardines del mismo nombre desde mucho tiempo antes y el fuerte de San Bartolomé era la entrada al parque de la Media Luna. Pero otras zonas permanecían olvidadas, como la ronda de Descalzos, reducida al papel de muro de contención de la meseta en que se asienta el burgo medieval de San Cernin. La ciudadela, rodeada de cuarteles en la parte que mira a lo que hoy es avenida del Ejército, y de campo, huertas y construcciones dispersas hacia la Vuelta del Castillo, seguía siendo, con sus centinelas en la puerta, el núcleo cerrado e impenetrable de la faceta militar de la ciudad. Y lo mismo pasaba en la zona de la Capitanía, donde estaba
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el Gobierno Militar. Para quienes las conocimos así en nuestros años de infancia y juventud, las murallas constituían entonces un mundo lejano y misterioso, escenario de nuestros juegos y a menudo también de exploraciones y aventuras.
El fuerte de San Bartolomé En los Escolapios –el colegio donde estudié- cuando estábamos en primero de bachiller allá por el año 1960, decirle a otro compañero: “a la salida, a los fosos”, era retarse a un duelo en toda regla en el campo del honor. Los fosos eran, como es natural, los del cercano fuerte de San Bartolomé. Allí tuvieron lugar peleas en las que más de uno llegó a salir malparado. Si alguno de los combatientes resultaba herido, “Cubilete”, el portero del colegio, le daba un poco de mercromina, acompañada de una reprimenda y también a veces de un sopapo, y vuelta a clase, que aquí no ha pasado nada. Al principio, el lugar se encontraba en estado selvático, poblado de hierba crecida y matorrales. Excavadas en la contraescarpa había dos antiguas galerías contra minas, a las que llamábamos las cuevas, que tenían para nosotros un halo de misterio, como de película de miedo. Se decía que tenían la salida por donde la fuente de la Teja. En una de ellas se solía esconder Agustín, un deficiente mental muy conocido entonces, con su paquetillo de “Celtas” y su inseparable mechero, cuya propiedad le discutían a voces algunos gamberros para provocar sus tremebundos cabreos. -Agustín, mechero mío Al oír eso, el hombre salía corriendo y les perseguía por lo menos hasta el Labrit. Otras veces, dado que el infeliz estaba enamorado platónicamente de Marisol, la entonces popular niña prodigio del cine y de la canción, algún otro caritativo le gritaba de lejos: -Agustín, Marisol se ha muerto Ante la falaz noticia el hombre montaba en cólera y te podía perseguir hasta las pasarelas o hasta el puente de la Magdalena, dando manotadas y echando juramentos.
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En el verano de 1962 el Ayuntamiento adecentó el foso e instaló unos columpios y dos toboganes, uno más grande –el Campeón y el Hijo del campeón, se leía en la chapa- y tapiaron la entrada de las cuevas. El bueno de Agustín emigró a otras latitudes y aquello perdió gran parte de su encanto, al menos para los amantes de la lucha libre, la aventura y las hazañas bélicas. Cuando el año 2010, con las obras de recuperación del fortín, se destapiaron las cuevas, mi amiga Marta Monreal, arquitecta del proyecto, tuvo el detalle de invitarme a entrar en ellas a la luz tenue de unas linternas. Es difícil describir la sensación que me produjo volver a pisar un lugar en el que nadie había entrado en los últimos cincuenta años. Aún quedaba por el suelo algún pequeño objeto que había permanecido allí todo ese tiempo: arqueología menor de un pasado no tan lejano. Por lo demás, el fuerte propiamente dicho, con sus cañoneras y su modélica estructura dieciochesca, salvo alguna vez que se disparaban allí los fuegos artificiales en San Fermín, a los chavales de mi época no nos decía gran cosa.
Instalación de columpios y toboganes en el foso del fuerte de San Bartolomé en 1962. AMP. (Galle)
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Con su puerta siempre cerrada, servía de almacén de aperos a los jardineros municipales.
El baluarte de Labrit No muy lejos del fuerte, cruzando la carretera de la Chantrea, se alzaba como ahora la imponente mole del baluarte de Labrit, construido en 1539. Ni que decir tiene que este dato no lo conocíamos, ni falta que nos hacía. Nuestro interés se centraba más bien en su entorno más inmediato. La trasera del Frontón Labrit, inaugurado en los Sanfermines de 1952, y la explanada contigua al rebote “Jito Alai”, era para nosotros lo que se solía llamar, como en aquellas añoradas películas de indios y vaqueros, territorio comanche. Allí quien mandaba era el mítico “Potoli”, un chaval algo mayor que nosotros, de etnia gitana, que vivía en la calle de la Merced y que con su aguerrida pandilla nos
Construccio ´n del fronto ´n Labrit, junto al baluarte del mismo nombre. An ˜o 1950. AMP. (Galle)
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tenía atemorizados. Bastaba que alguien dijera: viene Potoli –creo que ya con solo pensarlo era suficiente- para que saliéramos zumbando de allí a velocidad supersónica, como la de El-A-2, aquella especie de nave espacial en la que por entonces transformó su “carrico del helao” el popular y malogrado Eliseo. La parte posterior del baluarte, la que da a la plaza de Santa María la Real, estaba más o menos como ahora. Por entonces -1952- se acababa de inaugurar el Retiro Sacerdotal, en el sitio donde antes estuvo el convento de la Merced, del siglo XVI, que aunque hoy nos parezca increíble, fue derribado, con su claustro y su iglesia gótico-renacentista, en 1946. Ese mismo año tuvo lugar la coronación de Santa María la Real, advocación que da nombre a la plaza, y en memoria de ello se colocó encima de la puerta de la caserna una hornacina con la imagen de la Virgen ante la que se coronaban nuestros reyes, que por su acertado diseño en nada desdice de la fisonomía del baluarte. Otra de las escenas que recuerdo de entonces es la de los carros de la limpieza alineados delante de dicha puerta. Aquellos carros primitivos de grandes ruedas con llanta de hierro, que tenían a cada lado un par de tapas de madera que levantaban los barrenderos para ir vaciando a cada rato unos cestos de hechura artesanal, en los que echaban la basura que recogían en la calle con sus grandes escobas de mimbre, posiblemente gemelas de las que siglos atrás utilizaban las célebres brujas de Zugarramurdi.
La ronda de Barbazán Este bonito paseo de ronda, uno de los lugares más tranquilos y evocadores del viejo Pamplona, fue durante mucho tiempo un lugar lejano y prohibido. Yo lo recuerdo cerrado con dos tapias de ladrillo, una junto a la fachada lateral del Palacio del Obispo y la otra en la parte inmediata al Redín, tapias que algunos mocetes sorteaban mediante arriesgadas acrobacias por encima del pretil. En épocas muy anteriores a la mía, allá por 1912, se habló durante algún tiempo de un misterioso duende que aparecía a las noches por la Barbazana. Ángel María Pascual escribía en una de sus Glosas a la Ciudad que se oía una voz ululante entre las sombras. Creo que el tal duende debió de ser idea de algún canónigo, harto de que la paz de aquella zona de las traseras de la Catedral
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Ronda de Barbazán recién estrenada su rehabilitación. Año 1959. AMP
fuese a menudo turbada, casi siempre con el agravante de nocturnidad, por ciertas parejas con intenciones presuntamente pecaminosas. Otro hecho casi novelesco, que alguna vez me contaron de chico, fue el célebre robo del tesoro de la Catedral en 1935, en el que los ladrones accedieron a las dependencias capitulares forzando los barrotes de una de las ventanas que miran a la ronda. Y algo que mucha gente desconoce es que los cordeleros, a los que luego nos referiremos, antes de trasladarse al Redín, estuvieron algún tiempo trabajando en el tramo comprendido entre el Palacio del Obispo y el baluarte de Labrit. En el Archivo Municipal hay una fotografía que lo testifica, obtenida en 1937. Pero lo que sin duda recordamos muchos pamploneses de mi generación es la apertura al público del rehabilitado paseo en agosto de 1961, siendo alcalde Miguel Javier Urmeneta, como parte del conjunto del Redín. En el rincón que forma el edificio de la biblioteca capitular, al pie de la balconada donde tuvo su estudio el pintor Basiano, se creó un enclave de inspiración medieval, con un rústico altar de piedra en el que había una pequeña imagen mariana y una lámpara artesanal de forja, que duraron hasta que los vándalos de siempre empezaron a hacer gala de sus habilidades iconoclastas.
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El Redín Este lugar constituye sin duda, junto con la Ciudadela, uno de los puntos de referencia del recinto amurallado. El baluarte del Redín, coetáneo del de Labrit, data de 1538, reinando Carlos V. Más tarde, hacia 1750, se le añadió un baluarte bajo, de diseño más evolucionado, tipo batería, que lo rodea por su base y al que dieron el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe. Recuerda bastante las fortalezas coloniales de Cuba, Puerto Rico y otros países que antiguamente fueron virreinatos españoles de Ultramar. Sin embargo, hay que decir que en los años 50 todavía era esta una parte de la ciudad olvidada y casi desconocida para quienes no vivían en sus inmediaciones. Donde hoy está el mesón aún permanecía en pie un antiguo vivac o cuerpo de guardia semirruinoso, vestigio de los tiempos en que los soldados de la guarnición debían estar de centinela en la muralla, día y noche, como se venía haciendo desde el siglo XVI. Aparte de algún paseante, los únicos que daban un poco de vida a aquel paraje solitario eran los Elizari, una laboriosa familia de cordeleros, trabajando en las tareas de su oficio, como lo siguieron haciendo hasta 1968.
Obras de rehabilitación en la muralla del Redín. Año 1959. AMP. (Cía)
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Según me contaba mi amigo y veterano periodista José Miguel Iriberri, el último de la saga se jubiló como portero en Diario de Navarra. La recuperación de esta zona tuvo lugar en 1960 y 1961, siendo alcalde Miguel Javier Urmeneta. Se renovaron el pavimento y los parapetos. Se instalaron bancos y mesas de piedra y farolas de forja artesanal. Se construyó el mesón del Caballo Blanco, en un estilo revival inspirado en el de las construcciones medievales. Delante de su fachada se Ventana gótica de la llamada Casa del Orfeón, repuso la antigua Cruz del Mentidero, hoy en la fachada del mesón del Caballo que data de 1500 y en tiempos sirvió Blanco. Año 1958. AMP. (Galle) de picota que aún conservaba parte de las cadenas con las que sujetaban a los reos. Se trajeron ciervos a la plataforma del baluarte bajo de Guadalupe, que pronto se hicieron familiares para los pamploneses, y hasta se emplazaron unas viejas piezas de artillería, cedidas por el Ejército –el alcalde era coronel de Estado Mayor- en las cañoneras que apuntan a San Cristóbal. Y también, para desgracia de los chavales de mi generación, pusieron un guarda con boina verde que tenía una mano ortopédica y bastante mala leche, que en cuanto nos acercábamos a enredar en los cañones, venía hecho un basilisco, dando voces y agitando amenazador el palo, símbolo de su autoridad, con lo que salíamos corriendo hacia la calle del Carmen, y alguno, menos aguerrido, hasta el puente de San Pedro. Un dato que tal vez desconozcan muchos pamploneses de hoy es que la bóveda gótica de piedra que se puede ver en el interior del mesón, las ventanas de arco lobulado con su parteluz y algunos otros elementos originales se trajeron de la llamada Casa del Orfeón, cuya fachada principal daba a la calle Ansoleaga y la trasera a la Calle Nueva, y que se acababa de derribar por entonces para levantar
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Cordeleros trabajando en el Redín en 1952. AMP. (Cía)
en su solar el actual Hotel Maisonnave. Y ya que se trata de contar vivencias personales, diré que durante los trabajos de derribo aparecieron considerables restos medievales, muchos de los cuales, como digo, se reutilizaron después en el mesón. Recuerdo perfectamente que en cuanto mi padre leyó en el periódico la noticia de los hallazgos –era el año 1958- le pedí que me llevase a verlos. Entramos a la obra por la parte de la Calle Nueva y allí se podían ver dos puertas que se abrían en el muro: una más grande, de arco apuntado, que daba acceso a una galería con bóveda de piedra, y otra más pequeña y angosta, por la que me metí, poniéndome perdidos los zapatos, y entré a una sala que estaba muy oscura, donde solo había escombros y zaborra, en lugar de las misteriosas cámaras secretas que me esperaba encontrar. Más tarde, cuando en 1974 publiqué mi primer libro La Pamplona de los burgos, incluí varias fotografías de aquel derribo, conservadas en el Archivo Municipal, que cuando las localicé me produjeron una grata sorpresa, porque coincidían perfectamente con el recuerdo infantil que guardaba en mi memoria.
El portal de Francia o de Zumalacárregui El Portal de Francia, con su característico puente levadizo fue, en mi fantasiosa imaginación de niño, escenario de épicas ensoñaciones medievales, en las que recreaba episodios bélicos que nunca sucedieron. Naturalmente, entonces ignoraba que es una de las partes más modernas del recinto, ya que data de 1753. Por aquellos años lo acababan de restaurar, dejándolo bastante aparente tanto en su cara delantera como por la parte posterior. Hasta llegaron a fabricar
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Portal de Francia en 1933 antes de la restauración. AMP. (Rupérez)
Obras de restauración en el Portal de Francia en 1951. AMP. (Cía)
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unas tabletas de chocolate –no recuerdo si eran de Subiza o Pedro Mayo- cuyo envoltorio llevaba una litografía con el frontis del portal, lo que despertó en mí una repentina predilección por ese chocolate para mi merienda, hasta que conseguí hacerme con tres o cuatro envoltorios de aquellos, de los que recorté cuidadosamente el dibujo para guardarlo entre las hojas de la enciclopedia, en el catecismo del P. Astete y en algún otro libro de los que utilizaba en el colegio. En 1939, diez años antes de nacer yo, en medio de los fastos del llamado Año de la Victoria, el Ayuntamiento colocó frente al arco de la puerta más antigua la que da a la calle del Carmen y luce un escudo imperial de 1553- una inscripción en honor de Zumalacárregui, el famoso general de la primera Guerra Carlista, a la que el texto califica nada menos que de “gesta precursora del Glorioso Alzamiento Nacional”. El 31 de enero del mismo año 1939 se acordó dar el nombre del valiente militar guipuzcoano al viejo portal, que en su origen medieval se llamó del Abrevador y más tarde de Francia. Hasta mediados del siglo XIX el puente levadizo se alzaba mediante un primitivo sistema de cadenas y palancas de madera, que hacia 1875 fue sustituido por otro mecanismo más moderno, a base de ruedas, resortes y contrapesos, que los ingenieros militares conocían como maniobra de Derché. Cuando en 1915 Pamplona perdió su condición de plaza fuerte, el portal dejó de cerrarse cada anochecer y el puente levadizo dejó de funcionar. Hasta que no hace mucho, tras las oportunas gestiones de Fernando Lizaur, se consiguió que los técnicos municipales lo volvieran a poner en marcha, de suerte que cada año, en la tarde mágica de la víspera de Reyes, el viejo puente, que ha sido alzado unos momentos antes, vuelve a descender pausadamente para permitir la entrada en la ciudad de la cabalgata que acompaña a los Magos de Oriente. Con ello se ha recuperado felizmente una escena que en otro tiempo era cotidiana, pero que los pamploneses no presenciaban desde hacía casi un siglo.
La Capitanía En los años de mi infancia y primera juventud, la Capitanía –como se le llamaba al edificio del Gobierno Militar- era territorio vedado y desconocido para la mayoría de los pamploneses, salvo para quienes les tocó hacer la mili en aquel destino.
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Fachada lateral de la Capitanía en 1955. AMP. (Galle)
Consolidación de la base de la muralla debajo de Capitanía en 1955. AMP. (Cía)
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Yo, como hijo de militar, acompañé alguna vez a mi padre a hacer alguna gestión y pasar la revista de armas. Una vez más me decepcionó ver unas vulgares oficinas donde pensaba encontrar salones palaciegos. Más tarde, en 1972, fue precisamente en el patio del vetusto edificio donde un brigada, apoyado en el brocal del pozo, nos leyó las leyes penales a los de mi quinta unos días antes de la incorporación a filas. El general gobernador y las oficinas se acababan de trasladar a la calle General Chinchilla, donde continúa actualmente la Comandancia Militar; pero el que fue hasta 1512 palacio de nuestros reyes y luego de los virreyes desde 1539 hasta 1840, seguía perteneciendo al Ejército. Después, durante casi treinta años, conoció un largo periodo de abandono y ruina, hasta el punto de quedar reducido a las paredes maestras. Pero al final tuvo la suerte de renacer de sus despojos, como el Ave Fénix. Reconstruido y remodelado por el prestigioso arquitecto tudelano Rafael Moneo, desde el año 2003 acoge entre sus renovados muros la sede del Archivo General de Navarra. Y volviendo a mis propias vivencias, diré que aquí transcurrieron los últimos seis años de mi carrera profesional y aquí me jubilé como archivero en enero de 2010, después de 37 años de servicio y 25 en la jefatura. En esa etapa me tocó asistir a la recuperación y apertura al público del tramo de muralla que bordea el edificio por sus lados norte y oeste, incluida la curiosa nevera que allí existía desde hacía siglos. Esa intervención vino a completar el circuito de los antiguos paseos de ronda, haciendo posible el que hoy se pueda recorrer el perímetro de la muralla en las tres cuartas partes que se conservan del recinto. Y al hablar de este tramo de la muralla, pero por la parte de fuera, hay que hacer mención de otro punto de referencia para buena parte de los mocetes que se criaron en ciertas calles del casco antiguo, como las de Jarauta y Descalzos o la plaza de la O. Ese lugar era conocido como El Minetas –así, en incorrecta concordancia de artículo y topónimo- y se localizaba en la parte del río que lame la base de los muros de la Capitanía y del vecino baluarte de Parma. Allí, en un sombrío tramo fluvial en el que las aguas no se caracterizaban precisamente por su limpieza y salubridad, era donde se bañaban aquellos chavales medio asilvestrados; eso sí, en pelota picada, que el Meyba –el bañador de moda en aquellos años- no estaba al alcance de todos los bolsillos. Por cierto, me contaba también José Miguel Iriberri que cuando, allá por los años 70, llegó a amenazar ruina la cimentación del baluarte de Parma, fue un hortelano de la Rochapea,
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Epifanio Aldunate, el que dio aviso “a quien corresponda” para que se tomasen las oportunas medidas, como efectivamente se hizo, evitando con ello un posible desastre.
El portal de Rochapea Sin ser, ni mucho menos, tal como hoy lo vemos, un elemento destacable dentro del conjunto del recinto amurallado, el sitio donde estuvo hasta hace un siglo el antiguo Portal de Rochapea es tal vez el más conocido a nivel mundial, por ser el punto de arranque del encierro en las mañanas sanfermineras; número estrella de nuestras fiestas que actualmente se retransmite por televisión a cientos de países. Construido por el virrey duque de Alburquerque en 1553, era muy similar en su estructura al Portal de Francia, al que ya nos hemos referido y que felizmente se ha conservado intacto hasta hoy. Cuando se derribó en 1914 para facilitar la entrada de vehículos, el escudo imperial de Carlos V que con su águila bicéfala decoraba su frontis se recolocó en el machón de piedra
El Portal de Rochapea ya reformado, pero todavía con el escudo imperial de Carlos V. Año 1922. (Luis Rouzaut, cortesía de la familia)
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contiguo al corralillo de los toros, mirando hacia el interior, hacia la cuesta de Santo Domingo. Actualmente se halla situado en una de las dos torres del Portal Nuevo, la de la izquierda subiendo de la Rochapea. Pero curiosamente ese traslado no se produjo al tiempo de la reconstrucción de dicho portal por Víctor Eúsa en 1950, sino algo más tarde. Recuerdo que en una película, creo que protagonizada por Fernando Fernán Gómez y que se estrenó en 1958, salen unas escenas del encierro de ese año, en las que se ve claramente que el escudo seguía colocado en el muro pegante al corralillo. Otro recuerdo que conservo en mi memoria es el de las modestas casitas que había entre la del antiguo cuerpo de guardia y la tapia del que fue Hospital Militar, antes convento de Dominicos hasta la Desamortización y hoy sede del Departamento de Educación del Gobierno de Navarra. En cuanto a la sencilla construcción que sirvió de cuerpo de guardia hasta 1915, tengo que decir que ya en 1982 defendí en la prensa la necesidad de su conservación, no por su valor artístico, que evidentemente no lo tiene, sino porque es el único que se mantiene en pie de los que existieron en los seis portales que se abrían en el recinto mientras Pamplona conservó su condición de plaza fuerte. Y antes, en un artículo publicado en 1976 me atreví a proponer la reconstrucción del portal. También tengo el vago recuerdo de cierto robo que hubo en el Museo Carlista que existió en el cercano Seminario de San Juan, hoy sede del archivo municipal y de otras oficinas del Ayuntamiento, en el que los ladrones, que creo fueron atrapados enseguida, salieron huyendo por esta parte de la muralla.
La ronda de Descalzos En los años de mi niñez este paseo de ronda era otro de los tramos del recinto vallados y prohibidos. Claro que siempre hay gente a quien le gusta saltarse a la torera las prohibiciones. Y este era el caso de algunos de los chavales más temerarios de las calles inmediatas, que huyendo de los japis o los jas –los temidos municipales de la época- después de perpetrar alguna fechoría, sorteaban la valla y escapaban jugándose el tipo, saltando de rama en rama en plan Tarzán por los frondosos árboles que pueblan el talud al pie de la
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La Ronda de Descalzos hacia 1950. AMP. (Galle)
muralla. Por cierto, creo que pocos sabrán que el aprovechamiento forestal de este pequeño y alargado bosque, que lógicamente no existía cuando el recinto estaba en uso militar, lo gozaban los hortelanos de la Rochapea. Así me lo contaba José Miguel Iriberri, que vivió de chaval en la plaza de la O, esquina con Santoandía, y para quien todas estas andanzas y correrías constituían el pan de cada día. Para mí, que no era de esta zona, los recuerdos empiezan más tarde, en mis tiempos de la Universidad, cuando los estudiantes frecuentábamos el bar “El 84”, que tenía entrada por la calle Descalzos y salida a la muralla. Creo que cuando se abrió la ronda como paseo público –nunca tuvo el éxito del de la Barbazana- el bar llegó a tener servidumbre de paso. Por otra parte, en la plaza de la O, como en otra más modesta que había junto al Museo antes de la construcción de la guardería contigua, se reunía una concurrida tertulia de mujeres del barrio, que allí pasaban el rato despellejando a alguna que otra vecina mientras jugaban “a ochena” animadas partidas de brisca.
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El Portal Nuevo, el Mirador y la Taconera El Portal Nuevo, después de su reconstrucción por el arquitecto Víctor Eúsa en 1950, se convirtió, con su monumental arco y sus torres almenadas, en la entrada más emblemática de la ciudad. En aquellos años tenía lugar por fiestas de San Fermín una carrera de motos –máquinas ruidosas y potentes, pilotadas por motoristas equipados casi como los aviadores de la 1ª Guerra Mundial- que salía de la ciudad por este portal, que con tal motivo solía aparecer reproducido en los carteles anunciadores, con su gallarda estampa que pretendía evocar la época medieval. Antes de su reedificación, se reducía a una pasarela con su barandilla de hierro, sobre unas columnas de fundición de aquellas que hacia 1900 fabricaba con éxito la acreditada Casa Sancena, sucesores de Pinaqui, como rezaban sus anuncios. Aquel acceso tan pobre, impropio de una ciudad como Pamplona, databa de 1906, cuando fue derribado el primitivo portal del siglo XVII, que junto con el de Tejería era el menos monumental de los seis que había, para facilitar
Obras de reconstrucción del Portal Nuevo, según el proyecto de Víctor Eúsa. Año 1950. AMP. (Cía)
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el paso de los primeros y escasos automóviles, y desde 1911 de los tranvías de “El Irati” que hacían, entre otros, el servicio urbano a la Estación del Norte. El llamado Mirador de la Taconera, que antes estaba más retranqueado respecto a la barandilla actual, se amplió adquiriendo su aspecto de hoy hacia 1925, a costa de la desaparición del antiguo baluarte de Gonzaga, cuya compleja e irregular estructura quedó enterrada en buena parte bajo el relleno de tierra. Recuerdo que en mi niñez había en esta parte de los jardines un pequeño bar, en una construcción más o menos gemela de la que todavía existe en la Media Luna, con un porche de cuatro columnas en el que había un futbolín, algo que entonces atraía a los chavales más que cualquier otra cosa. Las populares máquinas de juegos eléctricas vinieron bastante después, a mediados de los 60, junto con las sinfonolas en que poníamos discos de los Beatles. Aquel bar, que para mí tenía su encanto, se derribó hacia 1960 para levantar en su lugar el famoso Vista Bella, mucho más grande y más elegante, que por su privilegiado emplazamiento en mitad de los jardines, se puso de moda enseguida para banquetes de boda. Los novios se retrataban en la arquería gótica que había
Ampliación del Mirador sobre el baluarte de Gonzaga. Año 1932. AMP. (Galle)
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enfrente y de ahí, a la mesa. Esa arquería, que reproduce un tramo del claustro del desaparecido monasterio viejo de Marcilla, se puso aquí en 1934, como parte de un monumento que se erigió en memoria del rey Teobaldo I de Champaña, en el VIIº centenario de su coronación. Pero como eran los años de la República, alguien debió de pensar que nada de reyes, aunque fueran del siglo XIII, y un buen día la estatua del monarca apareció decapitada. Como en ese estado resultaba un poco patética, se optó por retirarla, y después ya nadie se acordó de reponerla. En esta zona de la Taconera, la muralla estaba tan integrada en los jardines, que casi pasaba desapercibida. Fue también en tiempos de la República –agosto de 1935- cuando el Estado la cedió a precario a la ciudad “para que se emplee exclusivamente en parques y jardines, no permitiéndose la destrucción de parte alguna”. De chicos, lo que allí nos atraía era la caseta de las bicicletas: una pequeña construcción, tipo pagoda, en la que se alquilaban unas bicis algo desvencijadas, pero que hacían nuestras delicias, ya que entonces tener una propia era un sueño inalcanzable, como se podía ver en las historietas de Zipi y Zape que leíamos en el “Pulgarcito”. Más tarde vendrían los tiempos del minizoo aquel en el que había gallinas, conejos y otras especies no precisamente exóticas, aparte del agresivo mono Charly, que entre otras habilidades, no todas ejemplares, tenía la de quitar el bolso o las gafas a las personas excesivamente confiadas que se acercaban a ver sus gracias a menor distancia de la aconsejada. Pero para los amantes de las aventuras siempre quedaba el recurso de bajar al foso por la cuesta Rompeculos –había varias en Pamplona con esa elocuente denominación- un pequeño terraplén que estaba en la curva que forma la contraescarpa junto a la esquina de la piscina militar que mira a la de Larraina. Entonces la piscina militar no existía y aquello era un campo con cardos, ortigas y matorrales, que tardaría bastante en urbanizarse. Una vez en el foso, se encontraba ya uno en el escenario propicio para cualquier actividad de riesgo no reglada, como las frecuentes batallas a pedradas entre los chavales de Jarauta y Descalzos, que se creían con derecho preferente –más bien exclusivo- a la utilización del codiciado sitio. En el revellín de San Roque nos llamaban la atención las dos puertas tapiadas, con sus respiraderos, en cuyo desconocido interior nuestra fantasía imaginaba oscuras mazmorras, como las que salían en algunas películas de Robin Hood que nos echaban en el cine del colegio. De este
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Revellín de la Taconera, también llamado de San Roque en 1954. AMP. (Cía)
revellín llegaron a disparar algún año los fuegos artificiales una de las noches de San Fermín. Enfrente, afeando la vista de la muralla, estaban las dos plataformas escalonadas que todavía hoy nos siguen recordando aquel absurdo proyecto que hubo en otro tiempo de llenar de agua el amplio foso y poner un embarcadero con sus barcas, para poder disfrutar en ellas de románticos paseos, como si esto fuera el madrileño estanque del Retiro.
El portal de Taconera Uno de los primeros recuerdos que conservo con bastante nitidez es el de las obras de reforma de este portal en 1954. Desde que en 1905 desmontaron su bonito frontis barroco para facilitar el paso de los vehículos que entraban en la ciudad por la carretera de Estella, había quedado reducido a un simple corte practicado en la muralla, sin otro criterio que el puramente funcional. Sin embargo, aún permanecía casi intacto el revellín que antiguamente lo defendía, que databa
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Obras de reforma y ampliación del Portal de Taconera en 1954. AMP. (Cía)
de 1680, con sus dos puentes de arcos de ladrillo sobre el foso, uno hacia el portal y el otro hacia el glacis o explanada exterior, que obligaban a coches y camiones a efectuar un doble zigzag para entrar en la ciudad por la calle Navas de Tolosa. La reforma de 1954 consistió en derribar otro trozo de la muralla, duplicando así la anchura del portal, enterrar el viejo revellín y mejorar el acceso mediante un nuevo puente de mayor amplitud, bajo el cual quedaría sepultado el antiguo, que en la forma que presentaba hasta ese momento databa de 1842. A ese nuevo puente construido en 1954, que propiamente no lo es, al no contar con ojos en su estructura, hubo que dotarlo de un estrecho túnel o galería, que comunica el foso de la parte de la Taconera con el que va hacia la ciudadela, con el fin de dar paso a la canalización que conduce las aguas pluviales. Una tarde de 1961 se nos ocurrió a dos amigos y a mí la genial idea de recorrerlo en toda su longitud –que desde dentro es mayor de la que parece- hazaña de la que salimos escarmentados, de tanta porquería, mal olor, nubes de mosquitos, cortinas de telarañas y hasta alguna rata que al vernos salió corriendo despavorida. Un recuerdo personal más reciente y más grato es el de la parte que tuve, sin pretenderlo, en la espléndida reconstrucción del frontis del portal en el año 2002.
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Ocurrió que con ocasión del centenario del Colegio de Farmacéuticos, me invitaron a dar una conferencia sobre el último siglo en la historia de Pamplona. En ella me referí a la demolición de este portal, en el que antiguamente se recibía a los reyes de España en sus visitas a la ciudad, y dije que era una pena que no se reconstruyera, siendo así que la inscripción y los escudos que lo decoraban estaban repartidos por distintos lugares de la ciudad. Por fortuna, entre los oyentes se encontraba en primera fila la entonces alcaldesa Yolanda Barcina, quien tomó buena nota de ello y al acabar me pidió que le concretase algunos datos, ya que según me dijo, se iba a ocupar personalmente del asunto. Unos meses más tarde, coincidimos en un acto y me dijo sencillamente: Ya está en marcha tu arco. Como si yo hubiera sido Trajano o Constantino. Y lo cierto es que poco después, a un siglo casi de su desaparición, el elegante portal volvía a alzarse donde estuvo, con todo el señorial empaque que le dio el virrey duque de San Germán en 1666. Seguro que el Dr. Arazuri se habrá alegrado en el cielo, porque esta era una de sus ilusiones aunque no la pudo ver realizada. En el foso que hay entre el portal y la actual avenida del Ejército tenían el recreo los chavales del antiguo colegio de los Maristas, que hasta 1957 estaba en la calle Navas de Tolosa. Y a continuación estaba la piscina militar, que hubo que derribar en 1971, junto con un trozo de la muralla que conectaba con la ciudadela, para dar paso a la nueva avenida. El frontón sobrevivió bastantes años, hasta que se restauró la luneta de Santa Ana.
La Ciudadela y la Vuelta del Castillo En los años de mi infancia, la ciudadela, lo mismo que la Capitanía, era zona militar y por tanto de acceso restringido. Ángel María Pascual, en otra de sus Glosas a la ciudad, escrita en agosto de 1946, lo expresaba muy bien con su poética prosa: “Se han construido cuarteles, pabellones y residencias, pero la ciudadela, sin cañones, envuelta en matorrales, sigue estando en una lejana soledad, en un remoto y castrense señorío”. Por la parte que mira a lo que hoy es la avenida del Ejército, estaba rodeada de cuarteles y pabellones, y por las instalaciones deportivas del antiguo Estadio “General Mola”. El interior, en el que hoy únicamente quedan en pie cuatro o cinco edificios históricos, estaba poblado
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por numerosas construcciones que ocupaban todo el recinto. Pocos pamploneses conocían aquel microcosmos. En la puerta había siempre centinelas, que le echaban el alto a cualquiera que se acercase a la barrera, y el personal civil que tenía que acceder al recinto por algún motivo justificado, debía pasar los controles de ordenanza en el cuerpo de guardia. Ángel María Pascual, en la glosa antes citada, escribía: “Detrás de su portalón oscuro se abre
Derribo de un trozo de muralla en 1971 para dar entrada a la avenida del Ejército
Pabellón del Gobernador en la Ciudadela. AMP. (J. L. Prieto)
Dantzari del Ayuntamiento en el acto de entrega de la Ciudadela a la ciudad en 1966. AMP. (Galle)
Los gigantes en el acto de entrega de la ciudadela a la ciudad. AMP. (Galle)
una tranquila plaza, con su farola central y sus jardincillos. Hay pequeñas casas, muy cuidadas, y una serie de callejuelas que antes se abrían entre casas encaladas y rústicas, con un retozar de hierba entre los guijos del suelo. Y el conjunto, las casas bajas, los tiestos, la cal… le daban un aire del sur”. Aquellas casas, conocidas como los pabellones, estaban habitadas por militares con sus familias. El 23 de julio de 1966 el alcalde Juan Miguel Arrieta tomó posesión de la fortaleza, cedida a la ciudad por el Ejército, en una alegre fiesta con gigantes,
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El picadero de la ciudadela, construido en 1892, poco antes de su derribo. AMP. (J. L. Prieto)
dantzaris, autoridades y militares de gala. Lo recuerdo bien porque lo presencié. Luego, a lo largo de los años 70, se llevaron a cabo importantes trabajos de restauración en el interior del recinto. Pero tengo que decir que, con un criterio para mí discutible, se derribaron todas las construcciones que allí existían, salvo las más antiguas, que hoy podemos ver perfectamente rehabilitadas. Hasta se dudó seriamente si se debía mantener la Sala de Armas de 1750, por ser de ladrillo. Pienso que hoy las cosas tal vez se habrían hecho de otra manera,
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porque el picadero, por ejemplo, con su fachada de inspiración neomudéjar, se pudo haber reconvertido en un pequeño trinquete o frontón cubierto, y alguno de los pabellones se podía haber conservado para cualquier uso cultural, como museo militar, que aunque estaba previsto en una de las condiciones del acta de cesión, luego –como tantas otras cosas- cayó en el olvido. Volviendo a los años de mi niñez, diré que a los chicos la imagen de la ciudadela que nos resultaba más familiar era la que mira a la Vuelta del Castillo, que entonces no era esa especie de Central Park de que hoy disfrutamos los pamploneses, sino un campo con cardos y matorrales, y unos bancos de piedra, en los que para sentarse había que estar cansado de verdad. Solían usarlos algunos asilados de la Meca –la Santa Casa de Misericordia en el argot del viejo Pamplona- como aquel inefable Perico, que ataviado con su boina y su guardapolvo, imitaba el toque de corneta. O el bueno de “Uve”, con su sonrisa inocente y su eterna ilusión de jugar en Osasuna. En las explanadas libres de arbolado, los soldados hacían la instrucción, o bien, sentados en el suelo en un corro alrededor del sargento, aprendían a montar la ametralladora. Luego, cuando les dejaban salir del cuartel, se les solía ver también por allí, dando palique a las niñeras. Aquel era además uno de los paseos habituales de los seminaristas, entonces muy numerosos, cuando salían a la calle en aquellas filas interminables, vestidos de rigurosa sotana, con un fajín de distinto color – blanco, azul o negro- según el curso que estudiaban. Como ahora, se jugaba al fútbol señalando las porterías con piedras o con los jerseys hechos un bolo. Se podía comprar al árbitro con una naranja como me contaba Joaquín Pereyra. También se hacían por allí los paseos a caballo de quienes aprendían equitación con el alférez Alonso, entre los que se contaban unas cuantas hijas de militar. Varias de aquellas gentiles amazonas –conozco a alguna de ellas- acabaron casadas con jóvenes oficiales de la guarnición. Pero para los chavales de espíritu aventurero, la mejor diversión consistía en bajar a explorar los fosos –las poternas y las contraminas, pese a estar llenas de agua estancada e inmundicias tenían un atractivo especial- y también a recolectar moras en la puerta del Socorro, que allí se cogían de grueso calibre. Había que trepar por la muralla, claro está, porque los puentes de madera que hay ahora no existían aún. Recuerdo que la segunda puerta, la del revellín,
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La Puerta del Socorro en 1944. AMP. (Cía)
resultaba más difícil de escalar y allí mis compañeros de expedición y yo nos caímos más de un trompazo, afortunadamente sin consecuencias. Para llegar a la última puerta, la que da paso al interior de la ciudadela, había que pasar sobre dos raíles, poniendo un pie en cada uno de ellos, en un difícil equilibrio que, visto desde la perspectiva de hoy, no acabo de entender cómo en una de aquellas no nos rompimos la crisma. Una vez nos salieron al paso unos mozalbetes mayores que nosotros, enmascarados y armados con unos palos, que nos hicieron prisioneros y nos retuvieron durante un buen rato en la poterna del baluarte de Santiago, supongo que para asustarnos y de paso marcar su territorio. Durante unos cuantos días no volvimos por aquellos parajes. La Vuelta del Castillo tenía también su faceta rural, ya que fue durante siglos una era comunal en la que se hacían las faenas de la trilla. Y bucólica, ya que hacia 1960 todavía se podían ver por allí rebaños pastando. Creo que fue el alcalde Javier Erice quien a mediados de los 70 suprimió el canon municipal que se cobraba por el goce de hierbas, que para esas fechas había caído en desuso. Nadie soñaba por entonces que aquello se convertiría años más tarde en el
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mayor y más céntrico parque de la ciudad, ni que los revellines de la Puerta del Socorro, que se hallaban en estado de ruina y abandono, serían restaurados en la forma en que hoy los vemos. Y aún anotaré un recuerdo personal más. Como mi vocación de historiador debió de ser muy precoz, con solo once o doce años me empeñé en descifrar la inscripción que lleva en su frontis la más exterior de las tres puertas del Socorro –la única ilegible de todas las que hubo en el recinto amurallado- y llegué a leer unas diez palabras. Y debo constatar, no sin cierta decepción, que aunque la arquitecta Marta Monreal me facilitó hace poco una buena fotografía, obtenida desde el andamio durante las recientes obras de restauración, no he conseguido leer mucho más de lo que leí entonces.
El fuerte del Príncipe Este antiguo fuerte, que hoy pasa desapercibido, oculto bajo las instalaciones del polideportivo “Larrabide”, fue en su época una de las defensas avanzadas del recinto amurallado, previstas por el ingeniero militar Verboom en el proyecto general que diseñó en 1726 para la mejora de las fortificaciones de la Plaza. Hacia 1875, en tiempos de la última Guerra Carlista, le añadieron un sobrepiso de ladrillo con aspilleras para adaptarlo como fuerte fusilero. En 1937 se encontraba abandonado y semirruinoso, por lo que las nuevas autoridades del régimen de Franco edificaron sobre su base pentagonal de piedra de sillería, que se conservaba en buen estado, la residencia “Ruiz de Alda”, integrada después en el estadio del mismo nombre, adscrito a la Organización Juvenil Española -la O. J. E.-, antiguo Frente de Juventudes. En lo que se refiere a este lugar, mis recuerdos corresponden a la época de Bachillerato, que entonces constaba de seis cursos, con reválidas en 4º y en 6º, más el preuniversitario. Aunque como ya he dicho yo lo estudié en los Escolapios, el examen final de gimnasia lo teníamos que hacer en aquel estadio. He de reconocer que nunca tuve especiales aptitudes para esta materia y sí en cambio para la Historia, por lo que aprovechaba los tiempos de espera entre las distintas pruebas físicas para estudiar aquellas viejas piedras; y aún sin tener
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Construcción de la Residencia “Ruiz de Alda” sobre la base del fuerte del Príncipe en 1937. AMP. (Cía)
en aquellos años conocimiento de su origen, algo me decía que respondían a un tipo de construcción que me recordaba al fuerte de San Bartolomé, mucho más familiar para mí. Años más tarde, en la época de la Transición, recién incorporado al Archivo de la Diputación, recibí un día la inesperada visita del Sr. Cerqueiro –el profesor que me examinó de Formación del Espíritu Nacional en la reválida de 4º- quien me invitó a dar una conferencia sobre historia de Navarra y su régimen foral en el Colegio Menor del que por entonces era director. Debí de poner cara de incredulidad, porque el veterano docente, que como todos sus colegas de FEN y de Educación Física, procedía de las filas del Movimiento, me quiso dejar bien claro que aquello ya no era como yo lo había conocido años atrás, sino una especie de tribuna abierta, en la que se podían expresar libremente todas las opiniones. Y debía de ser así, al menos dentro de un orden, porque la charla la dí como creí que debía darla, y al final no solo no tuve que ir a declarar en comisaría, sino que los estudiantes en el coloquio plantearon las mismas cuestiones que habrían planteado en cualquier otro foro. Entonces empecé a darme cuenta de que efectivamente, algunas cosas que hasta entonces parecían inamovibles estaban empezando a cambiar.
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Historia de las fortificaciones de Bayona Olivier Ribeton (CONSERVADOR DEL MUSEO VASCO Y DE LA HISTORIA DE BAYONA)
La excepcional diversidad de las construcciones defensivas existentes en el perímetro de la antigua ciudad militar de Bayona permite trazar la historia de sus fortificaciones casi desde la época romana hasta principios del siglo XX, momento en que se desclasifica y pierde su condición de plaza fuerte militar.
Los orígenes Castrum romano, y lugar de residencia del tribuno de la cohorte de Novempopulanie a principios del siglo V, Bayona lleva todavía el nombre de Lapurdum, nombre genérico de la futura provincia de “Labourd” o Lapurdi. Gregorio de Tours, en 587, le atribuye la condición de civitas. Menos sofisticada que la de Dax, verdadera villa antigua del bajo valle del Adour, la muralla romana de Bayona se construye sobre un montículo situado a poco más de doce metros de las tierras bajas sujetas a las mareas de los ríos Adour (Aturi) y Nive (Errobi). La fortificación antigua ocupa una superficie de ocho hectáreas y adopta forma de polígono irregular de 400 x 250 metros de lado. A lo largo de una longitud
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Anónimo, vista caballera de Bayona, entre 1570 y 1578. Dibujo con tinta china y lavis azul, Archivo di Stato di Torino
aproximada de 1.120 metros, la muralla dispone de al menos tres puertas, y está flanqueada por una veintena de torres semicirculares y cortinas que las separan de entre 35 y 45 metros. Cinco torres han sobrevivido a pesar de las transformaciones realizadas de sus zonas superiores. A lo largo de las calles Orbe, la Salie, des Agustins, Tour de Sault, Lachepaillet y a ambos lados del “Château-Vieux” (Castillo Viejo) subsisten algunos paños de muralla, a veces ocultos por los engrosamientos de la época medieval. El recinto es de mampostería (excepcionalmente sin lecho de ladrillo) de cerca de tres metros de espesor. El relativo buen estado de conservación del recinto romano se debe a que formo parte del dispositivo militar hasta el siglo XIX.
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La Edad Media Habrá que esperar los siglos XI y XII para que surja una formación urbana embrión de la villa actual. Los vizcondes de Labourd en primer lugar, y los reyes ingleses, más adelante, remodelan la muralla del antiguo oppidum. El castillo (cuadrado de treinta y cinco metros de lado) edificado en el ángulo noroeste se completa con la construcción de una gran torre del homenaje, típicamente inglesa, y conocida bajo el nombre de Floripès (pie florido). Destruida en 1680, ésta tenía la forma de un hexágono de dieciséis metros de lado. La presencia inglesa durante tres siglos permite un considerable desarrollo de la villa tanto como puerto y astillero naval, que como plaza fuerte militar. En 1120, el duque de Aquitania otorga a Bayona una carta de franquicia, y su sucesor, el rey Juan sin Tierra, una carta puebla para constitución de municipio en 1215. La villa alta crece hacía el este ocupando las marismas que bordean el río Nive, y constituyendo el “Grand-Bayonne” (Bayona grande). Se edifican dos murallas que prolongan las defensas romanas hasta el río. Río arriba, en la calle Tour de Sault subsiste un muro con una puerta, la puerta de Saint-Lazare, en la desembocadura de la rue des Basques (calle de los Vascos). Río abajo, una muralla, varias veces trasladada más al norte, y de la que no queda ningún vestigio, corría paralela a las actuales calles Victor Hugo (protegiendo el puente Mayou sobre el Nive) y la calle Port-Neuf, y finalmente en 1463 y bajo la dominación francesa, a lo largo de la calle Thiers (en otros tiempos plaza de armas conocida bajo el nombre de Du Verger). En el siglo XII, surge, sobre las marismas desecadas situadas entre los ríos Adour y Nive, un nuevo barrio, el “Bourgneuf” (Burgo nuevo), conocido también bajo el nombre de “Petit-Bayonne” (Bayona pequeño), y que se comunica con la parte alta de la villa mediante dos puentes de madera (Mayou y Pannecau). En la confluencia una torre redonda llamada de Saint-Esprit se abre sobre una plaza “Bourgeoise” (Burguesa) a la que se accedía por el puente Mayou. Esta torre, que sirve de faro al puerto, estaba conectada mediante un muro a la puerta fortificada que controlaba el gran puente de madera que desde el siglo XII permite franquear el Adour y acceder al burgo de Saint-Esprit. Constantemente remodelada y ampliada, dicha “portería” se convierte en el siglo XVI en una
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monumental “Puerta de Francia”. Son los elementos constitutivos del futuro fuerte del “Réduit” (Reducto), punto de confluencia y de partida de las murallas altas que rodean el nuevo barrio y que pasando por la puerta construida sobre la loma de Mocoron, quince metros por encima de los ríos, llegan hasta las torres de planta cuadrada cuyas terrazas soportaban ballestas gigantes. De estas últimas torres, subsiste una en el ángulo del “Château-Neuf” (Castillo Nuevo) y la base de la otra (llamada de las Clarisas) enterrada en el interior del baluarte Saint-Jacques. Las puertas de la ciudad estaban controladas por torres gemelas. La puerta de Mocoron (al noreste del “Château-Neuf”) cuenta, todavía hoy, con un paso de carretas de tres metros de ancho bajo un arco apuntado, que se enmarca entre dos torres gemelas de planta rectangular con ángulos exteriores (fuera de la ciudad) abatidos. Esta “portería” podría datar de 1295 o 1300, época en que el rey Eduardo I de Inglaterra moderniza las fortificaciones de Bayona, en aquellos tiempos “último reducto de la presencia inglesa en Aquitania”. La semejanza en cuanto a su estilo con los castillos galeses de la misma época en los que interviene el maestro James of St Georges induce a pensar que también intervino en Bayona.1 Hasta finales del siglo XIV, la muralla urbana será objeto de continuas remodelaciones por parte de los reyes de Inglaterra. Protegían tanto el “Bourgneuf” y sus numerosos almacenes sobre palafitos, como la villa alta reconstruida después de varios incendios sobre sólidas bodegas de piedra con cubiertas ojivales. La principal preocupación de los burgueses era el comercio marítimo lo que genera el desarrollo de astilleros en el “Clos des galées” (cerradura de los galeones). Por la noche, el puerto del Nive se protege mediante cadenas que se tendían río arriba y río abajo de las torres que bordean el río: la torre de “Menous” (de los Mínimos) frente a la de Sault (la única que subsiste actualmente aunque desmochada); y la de “Niert” (también llamada del “Nard” o del Norte) frente a la torre de Saint-Esprit. Del periodo inglés, podemos todavía admirar, en el “Petit-Bayonne”, los muros y torres que conforman ambos lados (norte y este) del “Château-Neuf”; y en el “Grand-Bayonne” la base de la torre (1)
Nicolas FAUCHERRE Philippe DANGLES, « Les fortifications du Bourgneuf à Bayonne, état de la question, nouvelles hypothèses », Revue d’histoire de Bayonne, SSLAB, 1990, n° 146, p.43 à 82.
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Joachim Duviert, Bayona, 1612. Dibujo con tinta china y lavis, Bibliothèque Nationale de Paris
de Sault y las torres sobreelevadas de la muralla que lleva al “Château-Vieux” (Castillo Viejo). Bajo dominación francesa a partir de 1451, Bayona cambia de vocación acentuando todavía más su condición de plaza fuerte militar en la frontera occidental con España en detrimento del gran puerto de comercio, y ello a pesar de la apertura de una nueva bocana en 1578. En 1456, Carlos VII de Francia construye en el ángulo de la antigua muralla inglesa un nuevo castillo denominado el Nuevo, que domina y vigila el “Petit-Bayonne” desde sus dos macizas torres (una redonda y la otra ovalada, que esconden sendas escaleras de caracol). Esta edificación diseñada para inspirar respeto a la población civil lleva el nombre de “Qui qu’en grogne”, amenazando a los que gruñan.
Adaptaciones a la artillería, progreso de la poliorcética Desde comienzos del siglo XVI, las transformaciones basadas en el arte militar obligan a constantes modificaciones de las murallas con el soterramiento de defensas capaces de resistir el fuego de los cañones. A iniciativa del rey, llegan a Bayona los mejores expertos para remodelar sus defensas: Jean de Cologne en 1511, Galiot de Genouillac (1465-1546) en 1512, Guyon Le Roy (hacia 14551525) hacia 1516. De 1512 a 1550, comienza la construcción de una docena de edificaciones. Modernizando o sustituyendo las anteriores murallas consideradas obsoletas, constituyen un testimonio excepcional de la riqueza de
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las experimentaciones arquitectónicas que conducirán de la torre al baluarte. Citemos la fachada este del “Château-Neuf” enterrada bajo el baluarte de NotreDame desde 1530. En el primer cuarto del siglo XVI, la muralla romana y medieval de la ciudad alta se protege en su cara exterior con una escarpa o camisa que corre paralela a la antigua muralla pero a una distancia de una veintena de metros. En los años 1520, la urgencia de la amenaza española obliga al teniente general Odet de Foix, señor de Lautrec, a levantar precipitadamente atrincheramientos en tierra terraplenada en el frente meridional del “Grand-Bayonne” y a las puertas de Saint-Leon y de Tarride. En caso de asedio, los arrabales situados a los pies de las murallas podían servir de apoyo al enemigo. Se decide por lo tanto su destrucción, incluyendo iglesias y conventos, y obligar a la población a trasladarse dentro del recinto amurallado. El hábitat urbano se transforma y densifica, las casas ganan en altura y los jardines desaparecen, reemplazados por las cajas de escalera. Estas disposiciones radicales permiten a Bayona salir victoriosa del asedio de las tropas de Carlos I de España y V de Alemania en 1523. A finales del siglo XVI, y en la primera mitad del siglo XVII los ingenieros del rey se suceden en Bayona: Louis de Foix, Jean Errard de Bar-le-Duc, Desjardins, Dubois d’Avancour y Deshoulières. En 1571 llega a Bayona, con el cometido de idear una nueva desembocadura para el río Adour, Louis de Foix (hacia 1535-hacia 1603). El Gobernador militar le ha encomendado, igualmente, la realización de un plano de las fortificaciones con la idea de mejorarlas y de reparar, urgentemente, el lienzo de muralla existente entre el “Château-Neuf” y el baluarte de Saint-Jacques. Construyó otro baluarte en forma de herradura en frente de la torre de Sault. Hasta la apertura de la bocana volverá en múltiples ocasiones a Bayona donde engendra un hijo y posee bienes.2
(2) Claude GRENET-DELISLE, Louis de Foix, horloger, ingénieur, architecte de quatre rois, FHS-O, Bordeaux, 1998, en particulier p. 13 et 105 ; BLAY DE GAÏX, Histoire militaire de Bayonne, tome 1, Bayonne, 1899, p. 227.
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Anónimo, plano de Bayona, puentes y cadenas, con el curso del río desde la ciudad hasta el mar, 1612. Detalle con tinta china y acuarela, Médiathèque de Bayonne
Desjardins, ingeniero y geógrafo del rey. Mapa topográfico de Bayona. Perfil de Bayona desde el Fuerte Saint Louis. Escudo nobiliario de Michel Le Tellier (1603-1685) secretario de Estado en el Ministerio de la Guerra desde 1643. Hacía 1643. Dibujo con tinta, lavis y acuarela, Institut Géographique National, Saint-Mandé
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Nicolas de Fer (1646 – 1720) « Bayonne Ville forte et Port de Mer », 1680. Aguafuerte y buril, Musée Basque et de l’histoire de Bayonne
En 1599, Jean Errard (hacía 1554-1610) realiza un proyecto destinado a restaurar la plaza fuerte. Recomienda envolver los bulevares construidos anteriormente con nuevos baluartes, como aquellos que teorizó en su tratado de 1594 Fortification réduite en art et démontrée. Solo el baluarte de Lachepaillet, todavía en obras en 1625, es testigo parcial de dicho plan. La forma de los baluartes de Errard será criticada por sus sucesores del siglo XVII.3 En 1643, Desjardins construye, en la confluencia de los ríos Nive y Adour, el baluarte de Saint-Esprit, con garitas en las esquinas y cuarteles que engloban la torre del Saint-Esprit y la Puerta de Francia reconstruida. Esos edificios concluyen el “Fort du Réduit” o Reducto de la ciudad.4 De 1651 a 1653, Dubois d’Avancour remodela la protección del “Bourgneuf” entre el “Château-Neuf” y el baluarte Saint-Jacques, creando en la ciudad alta (3) (4)
BLAY DE GAÏX, op. cit., p. 362. BLAY DE GAÏX, Histoire militaire de Bayonne, tome 2, Bayonne, 1905, p. 183-184, 249.
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un revellín ante el baluarte de Sault y dos hornabeques que protegen los baluartes desde la puerta de Saint-Léon hasta el “Château-Vieux”.5 Deshoulières (1621-1693) es enviado a Bayona de 1674 a 1678 para ejecutar un ambicioso proyecto que pretendía anegar los fosos del “Bourgneuf”. A pesar de los enormes movimientos de tierra, y la creación de esclusas, una crecida brutal del Nive en enero de 1677 echa por tierra su proyecto. Sin embargo, refuerza, el “Petit-Bayonne” mediante la construcción del gran baluarte Real, aguas arriba del Nive.6
Vauban en Bayona En 1680, la llegada de Vauban (1633-1707) refuerza el papel de Bayona como gran plaza de acuartelamiento occidental frente a España. Navarrenx, SaintJean-Pied-de-Port y los fuertes de Socoa y Hendaya se convierten en avanzadillas o apoyos de Bayona cuya importancia estratégica es equivalente a la de Perpignan en el frente oriental. Para realizar su proyecto, Vauban ordena la edificación de una ciudadela que será construida por el ingeniero Ferry en la “zona alta” de Castelnau, montículo que domina la parte occidental del arrabal de Saint-Esprit, y el río Adour. Se derriba la torre del homenaje medieval de “Château-Vieux” para eliminar los obstáculos que se interponen a los cañones de la ciudadela. Esta “obra maestra” controla la ciudad, provocando un cierto respeto a la población civil. Vauban estima “que la situación de Bayona (…) cambia en gran medida gracias a este proyecto, pasando de muy mala a muy buena”. La ciudadela tiene la forma de un cuadrado central flanqueado en sus extremos por cuatro baluartes de orejones entre los que se sitúan tres revellines reforzados con barbacanas hacía el norte y oeste que protegían las caras exteriores. La puerta principal, orientada al sur, se abre sobre un descenso (5) (6)
Ibidem, p. 199 à 201. Ibid., p. 277 à 279.
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abrupto hasta el río Adour. Una poterna ocupa la cara norte. Hacía el este, Vauban, proyectaba otras edificaciones que debían comunicarse con un importante reducto situado “en altura” llamado fuerte de Saint-Jean por encima de Saint-Esprit. Estas edificaciones que hubieran constituido la cerca defensiva del barrio nunca llegaron a construirse. En 1685, Vauban vuelve a Bayona, Hendaya y Socoa, redactando el 16 de septiembre una “claúsula al proyecto de Bayona donde suprime algunas construcciones y corrige otras”. Su principal intervención se refiere al atrincheramiento del “Bourgneuf”, llamado de “Sainte-Claire” y que debe servir de arsenal, almacenes y cuarteles separando, todavía más, la función militar de la población civil. Para ello se derriba el convento medieval de Santa Clara y las Clarisas son trasladadas cerca de la catedral. Durante el asedio de Bayona por parte de las tropas anglo-portuguesas en 18131814, las fortificaciones de campaña, previstas por Vauban y construidas en el siglo XVIII permiten alejar la defensa de la ciudad en dos kilómetros. A principios del siglo XIX se construye un sistema de fuertes reductos en tierra en los altos de Saint-Pierre-d’Irube, Marrac y Lachepaillet que todavía subsisten.
Anónimo, ala sur del Château Neuf, cuartel 1830 entre la torre cuadrada y la torre redonda francesa, hacía 1860. Fotografía, Musée Basque et de l’histoire de Bayonne
Bajo la Restauración y en la época de Louis-Philippe, las fortificaciones se remodelan y completan. Sustituyendo a conventos e iglesias desacralizados después de la Revolución surge un hospital militar y nuevos acuartelamientos. La muralla de la villa alta se reconstruye casi en su totalidad, desde el Adour hasta el “Château-Vieux” para encerrar un nuevo urbanismo alrededor de la
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Roland Martin, vista perspectiva del proyecto de ordenación de la zona descubierta (glacis) y el nuevo Bayona, 1909. Tinta, acuarela y guache, Musée Basque et de l’histoire de Bayonne
plaza de armas (De Gaulle) y de la calle Albert I. Del “Château-Vieux” al Nive, se reconstruye la Puerta Saint-Léon, se remodela el “Château-Neuf” y la Puerta de Mousserolles del “Bourgneuf”. A partir de 1846, la cara norte de la ciudadela se completa con la construcción de un hornabeque, con revellín y camino de ronda. España ha dejado de ser una amenaza, pero las guerras civiles se acompañan de disputas dinásticas (guerras carlitas) obligando a contar con una fuerte presencia militar hasta finales del siglo XIX. La desclasificación de la plaza de Bayona tiene lugar en 1900. La destrucción del Fuerte del Réduit con la emblemática Puerta de Francia entre 1906 y 1912 genera una reacción patrimonial. Los planes de urbanismo radicales del arquitecto parisino Bouvard que sustituye los baluartes por avenidas e inmuebles provocan, en un primer momento, una serie de contrapropuestas urbanas, y más adelante las primeras medidas para la inclusión del recinto en la lista de Monumentos Históricos.
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Plano de Bayona, evolución urbana siglo XX, 1930. Bibliothèque de la ville de Bayonne. (Service communication de la ville)
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El patrimonio fortificado de Bayona: Historia-Conservación-Reutilización Martine de Parscau (ARQUITECTA DE LA DIRECCIÓN DE PATRIMONIO DE LA CIUDAD DE BAYONA)
Antaño, las villas fortificadas en Francia tenían como función defender el territorio pero a partir de finales del siglo XIX, como consecuencia de la pérdida de importancia de los enclaves militares, surge un desinterés por unos edificios militares ya obsoletos. Son construcciones que se prestan mal a los proyectos de expansión de la “villa moderna”, lo que provoca la destrucción de innumerables lienzo de muralla y acuartelamientos. Es hacia los años setenta cuando empieza a reconocerse plenamente en Francia su valor patrimonial y urbano y se plantea la reconquista progresiva de los mismos. Las villas fortificadas se convierten en reto territorial, lo que provoca que dichas construcciones entren a formar parte de los temas centrales de las problemáticas de la ciudad. La ciudad fortificada de Bayona ilustra plenamente, a través de un abanico de actuaciones, la variedad de opciones de las que dispone una ciudad cuando está tan orgullosa de su patrimonio militar: usando o recalificando, restituyendo o restaurando.
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Recalificación urbana «Puerta Francesa» a las puertas de España, Bayona, «la centinela de los Pirineos» estaba predestinada a desempeñar un papel de primer orden. Este puerto atlántico, en la confluencia de los ríos Adour y Nive, es un buen ejemplo de ciudad fortificada, con todavía, presencia de murallas. La villa antigua se divide en tres barrios bien delimitados por los ríos Nive y Adour: El Grand Bayonne, ciudad alta sobre la orilla izquierda de la Nive; la Citadelle Vauban sobre la orilla derecha del Adour; y el Petit Bayonne además de un conjunto de murallas y baluartes dominados Château Neuf, construido al final de la guerra de los Cien Años, entre el Adour y la Nive. Este enclave de 9 hectáreas, colindante con el popular barrio del Petit Bayonne, fue un espacio que se sustrajo a los habitantes de la ciudad debido, en un primer momento, a la presencia de los conventos, y más tarde a los acuartelamientos, llamados “cuarteles del Nive”. Ya en 1946, el alcalde de Bayona solicita al ministerio de los ejércitos la cesión de este enclave «con objeto de instalar distintos servicios municipales o de utilidad pública» y evoca las «muy fecundas posibilidades urbanísticas» que dicho acuerdo aportaría a la villa «en previsión de una verdadera ciudad universitaria en el barrio del Petit Bayonne»… Ante las continuas negativas, no puede más que deplorar «el mantenimiento de esta decisión negativa que bloqueará de manera irremediable el desarrollo de la ciudad». Nada conseguirá desbloquear la situación, ni siquiera la propuesta de un intercambio compensado, por lo que el expediente cae en el olvido durante veinte años. Harán falta veinte años de negociaciones para que se firme el acuerdo de cesión total. Mientras tanto, el ejército había creado la M.R.A.I. (Misión para la realización de los activos inmobiliarios) así que el acto de cesión se firma el 18 de febrero de 1993. La confrontación entre la nueva configuración del enclave de los cuarteles del Nive y los barrios circundantes supone un reto considerable para Bayona. La calidad del tratamiento de este conjunto y su articulación con el tejido existente serán fundamentales. No es se trata únicamente de un problema de escala sino también de sentido, programa y forma.
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En 1995 concluye la restauración del Château Neuf: el departamento de informática de IUT, con cerca de doscientos estudiantes, ocupa dos alas del edificio, mientras que en el ala norte se instalan las oficinas de administración y conservación, además de los fondos del Museo Vasco y de la Historia de Bayona. En 2000 le toca el turno a otro vestigio del patrimonio militar de la ciudad ubicado en la confluencia de la parte alta y baja: el Baluarte de St Claire. Se reestructura, transforma y se le otorga un nuevo uso plasmando, de esta manera, la necesidad de una reutilización adaptada a usos y necesidades contemporáneos. El lugar, al cabo de veintidós meses de obras, se ha convertido en un aparcamiento. La entrada al mismo se sitúa bajo una bóveda de piedra con una longitud de siete metros. Esta intervención ha obligado a realizar una serie de obras de acompañamiento sobre las murallas: reconstrucción de las partes derribadas cerca del Chateau Neuf: restitución de la explanada alta; revegetación; plantación de árboles de fuste alto; restitución del largo paño sur permitiendo el acceso de vehículos al nivel bajo, y acondicionamiento de una rampa de acceso a la explanada superior para peatones.
El aparcamiento Ste Claire en el baluarte del mismo nombre. Cuarteles de la Nive. (2000). (Service communication de la ville)
Una amplia operación, que incluye la transformación de almacenes y antiguos cuarteles del siglo XIX, permite la instalación de un campus universitario (20062008) en las inmediaciones de las fortificaciones del siglo XVII. Esta recalificación de los cuarteles pone en evidencia el deseo de reestructurar el espacio siguiendo los estratos y las formas de las antiguas construcciones militares, además del deseo de ubicar a los estudiantes en el centro de la
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ciudad. La instalación de un campus universitario en un entorno tan condicionado por la arquitectura (Plan de recuperación; reglamento emitido por el Estado) era un gran reto. El estudio Stinco, autor del proyecto, propuso una distribución armoniosa y funcional de las distintas entidades del programa entre los antiguos edificios militares restaurados completándolo con nuevas construcciones. Alrededor de un gran patio central exento de cualquier construcción se organiza un conjunto de edificios. Este patio constituye el nexo de unión entre dos partes bien diferenciadas del enclave: la parte baja (allée des platanes) y la parte alta (Château Neuf) separadas por un desnivel de 9m. Algunos edificios son antiguos almacenes militares construidos a finales del siglos XIX de los que se han conservado ciertos elementos arquitectónicos como las jambas en piedra de Bidache, o los magníficos armazones en roble. Este conjunto de 12000m2, que aglutina las aulas y salas de investigación de la UFR (Unidad de Formación y de Investigación) y el IAE (Instituto de Administración de Empresas) cuenta, igualmente, con tres anfiteatros horadados en el talud. Nuevos edificios en hormigón con protectores en aluminio en perfecta armonía con las construcciones existentes completan el enclave. Una escalera monumental en hormigón permite acceder a las dos partes. En la parte superior un cuartel reconstruido por la agencia Stinco según los planos del siglo XIX alberga el IUT (Instituto Universitario de Tecnología) y el CLEREMO (Centro de Lenguas en Red y Multimedia abierto). La nueva biblioteca universitaria construida por Jean de Giacinto (2008) es el resultado de una sutil alianza entre la estética contemporánea y un elemento defensivo del siglo XVII: el caballón. La estructura y la albanega en hormigón bruto de la biblioteca se asientan y casi desaparecen bajo el talud de la antigua construcción militar. Otras creaciones realizadas por Antonio Stinco completan este vasto programa: tres anfiteatros igualmente implantados bajo un caballón, así como los edificios abiertos sobre la explanada y destinados a la enseñanza completan este vasto programa.
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IUT de informática y Biblioteca del caballón de Ste Claire y en el château Neuf recalificado. (2008). (Service communication de la ville)
Gracias a la demolición de los muros que rodean el antiguo acuartelamiento a lo largo de los muelles, surge un nuevo espacio de 5000m2 que lleva hasta las calles peatonales. En el suelo, diodos luminosos recuerdan la presencia del antiguo convento de los Franciscanos; la explanada cubierta con césped es un nuevo espacio para numerosas actividades. En 2004 se restaura la traversa del Bastion Royal. En cuanto a la ordenación del enclave de los Franciscanos, el Consistorio de Bayona junto con sus socios (Conseil Général, y Communauté d’agglomeration) optaron por recuperar los elementos esenciales de este enclave patrimonial, uno de los cuales es la traversa del Bastión Royal también llamado muro para balas. … El Bastion Royal empieza a construirse en 1675 según un proyecto del ingeniero real DESHOULIERES. En un primer momento es un macizo de tierra construido en ángulo aprovechando la parte ancha del terraplén para evitar el ataque desde el flanco. Este segmento de parapeto cuenta con un paso. En 1685 el proyecto de Vauban plantea la construcción de la traversa en mampostería y no de tierra… El programa de obras realizado del arquitecto Didier Saurel, en 2004, se centró en la restauración de las mamposterías y los remates. En el marco del proyecto FORTIUS, el consistorio de Bayona se plantea la restauración progresiva de la muralla del BOURG NEUF y los fosos. La demanda presentada ante las instancias europeas se refiere a la recuperación del Bastion Royal, cubriendo un periodo 2012-2014. Concierne la línea de fortificaciones
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del Bastion así como a los espacios situados en el exterior y a lo largo de dichas construcciones. En cuanto a Bayona, y la luz del diagnóstico del PDU (Plan de Movilidad Urbana) iniciado en 1996, los principales retos parecen situarse en la zona centro, víctima del conflicto generado por las distintas formas de desplazamiento, además de zonas de aparcamiento que degradan la calidad de espacios de excepción (muelles), y donde habría que mejorar la intermodalidad. En mayo de 1994, se acomete la realización de un estudio destinado a la implantación de un aparcamiento en el foso entre la Tour de Sault y la Porte d’Espagne. Dicho entorno, actualmente ocupado por un campo de deportes, es un espacio protegido al igual que las cortinas y los aparejos de muralla que lo rodean. En su origen, correspondía a los fosos que rodeaban las fortificaciones, y más al sur a un revellín del que subsisten los alambores, taludes en forma triangular, y sobre los que se han instalado los graderíos. A partir del mediados del siglo XIX, el uso militar de dichas fortificaciones comienza a desaparecen dando paso a nuevos usos esencialmente deportivos (creación de un campo de rugby y canchas de tenis). Estas ordenaciones modificaron el espacio hasta el punto que los fosos que rodeaban el revellín citado anteriormente y el que precedía a la porte d’Espagne eran o totalmente inidentificables o habían desaparecido. Sin embargo, el espacio ha conservado buena parte de su esencia: El césped evoca todavía esos grandes espacios sin obstáculos donde el potencial enemigo no encontraba ningún refugio. La construcción de un aparcamiento subterráneo en este espacio no debería, de ninguna manera, alterar el aspecto ni la esencia del espacio, al contrario. Con objeto de evitar excesivas modificaciones sobre todo en términos de nivel, el Arquitecto jefe de Monumentos Históricos, Bernard Voinchet, basándose en las características que aparecen recogidas en los documentos históricos optó por: •Un nivel de implantación que permita la continuidad del foso. •Recrear un efecto foso a los pies de la muralla con objeto de liberarla lo más posible.
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•Aplicar sobre los elementos integrantes del aparcamiento el mismo tratamiento que para las construcciones análogas que salpican la plaza militar. El aparcamiento de la Tour de Sault se construyó en 2006. El campo de rugby fue ubicado sobre la losa que recubre el mismo.
Vista aérea de los fosos alrededor de la Tour de Sault y la Porte d’Espagne. Campo de rugby en 1994. (Service communication de la ville)
Entrada al aparcamiento de la Tour de Sault, construido bajo el campo de rugby, entre la Tour de Sault y la Porte d’Espagne. (Service communication de la ville)
El conjunto de las actuaciones muestra el deseo de recalificar el espacio inspirándose en las formas antiguas de la arquitectura militar.
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Restitución Basta con evocar la atalaya, en la confluencia entre los ríos Adour y Nive, desaparecida hace muchas décadas y su restitución en el centro histórico para poner en evidencia el vínculo de la ciudad con uno de sus más prestigiosos símbolos militares. Esta garita de piedra, parte integrante del sistema defensivo diseñado por Vauban en la punta de confluencia entre los dos ríos, y último vestigio del Bastion du Réduit, se desmoronó precipitándose al Adour en 1937. Las obras han permitido restaurar el lienzo y la atalaya (2004-2006). Los trabajos se acometieron en dos partes y después de que los servicios del Estado reconstruyeran las cimentaciones en hormigón. Un alzado preciso realizado a partir los andamios instalados al comienzo de la obra permitió determinar la geometría y el aparejo exacto de las mamposterías.
Atalaya restaurada en la confluencia de los ríos Nive y Adour(2006). (Service communication de la ville)
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La Citadelle de Bayona restauración de las mampostería, remates de lienzos y explanadas cubiertas de césped. (20102011). (Service communication de la ville)
Restauración La Citadelle Vauban, mirador suspendido sobre la ciudad, es una fortaleza diseñada por Vauban para «vigilar la ciudad». La ciudadela está en perfecto estado de conservación. Espacio de residencia del regimiento de élite de la infantería es un excelente ejemplo de la permanencia de un destino militar, que se ha mantenido invariable desde el siglo XVII. Alrededor de la ciudadela, se extiende progresivamente un complejo monumental compuesto por revellines, una rampa de acceso que llega hasta el río, y finalmente, en su vertiente norte, unas defensas que componen un conjunto monumental del siglo XIX de gran valor. Su mantenimiento es competencia del Ministerio de Defensa que encomienda al arquitecto de monumentos históricos Bernard Voinchet la restauración periódica de sus murallas. En 2013, debería comenzar una nueva campaña de obras con una duración de tres años. Existen otros proyectos en estudio, como el previsto para 2020 y que pretende recalificar la orilla derecha del Adour entre el puente Saint-Esprit y el puente Grenet y la creación de un nuevo barrio a los pies de la ciudadela. Estos proyectos ponen en evidencia cómo una antigua ciudad fortificada suscita, inscribe y «fabrica» el futuro de una ciudad y de su nuevo urbanismo.
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Pamplona amurallada: De plaza fuerte a monumento nacional Esther Elizalde Marquina (DOCTORA EN HISTORIA)
El 8 de febrero de 1973 la ciudadela de Pamplona fue declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional. Esta designación, junto a las declaraciones de Monumento Nacional de las murallas pamplonesas en 1939, y la del Conjunto Monumental para el Casco Antiguo de Pamplona en 1968, en la que los baluartes del Labrit, del Redín y demás elementos fortificados eran incluidos, supuso el cierre a una época de lucha por la salvaguarda patrimonial de nuestro recinto amurallado. En 2013 se ha conmemorado los 40 años de tal reconocimiento; cuatro décadas en las que se han llevado a cabo numerosos trabajos de restauración en la fortaleza, pudiéndose decir que estos finalizaron en 2012 con la recuperación de los revellines de Santa Ana, Santa Isabel y la Puerta del Socorro. Sin embargo, este interés por la mejora no solo de la ciudadela sino también de todo el conjunto amurallado existente, y los estudios realizados en torno a éste, es decir, esta visión de las murallas como parte intrínseca de la ciudad no ha sido así a lo largo de toda su historia, sino que es el resultado de una lenta pero progresiva transformación en cuanto a la valoración patrimonial, histórica y artística de las fortificaciones pamplonesas.
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Para mostrar la evolución del pensamiento acerca del recinto amurallado de Pamplona, desarrollado en los siglos XIX y XX, situamos el punto de partida en 1808. En ese momento la función estratégico-defensiva del recinto amurallado seguía vigente y Pamplona era considerada plaza fuerte de primer orden. Su situación geográfica ante la cercana frontera pirenaica y la vecina Francia convertían a Pamplona en punto clave, por ello, el Ramo de Guerra siempre se preocupó de mejorar su estado. Como primer baluarte ante el país limítrofe, la plaza pamplonesa debía estar a punto para un posible ataque, siendo la única capaz de erigirse como contrapeso a la plaza fuerte enemiga más cercana: Bayona. Por esta razón, durante los dos primeros tercios del siglo XIX, entre 1808 y 1869, se sucedieron numerosas revistas de inspección y proyectos de mejora de la plaza planteados por los ingenieros militares. Estos detallados informes describían cada frente del conjunto, poniendo de relieve los defectos, las necesidades defensivas y la carestía económica, que impedía la modernización de las murallas ante los nuevos avances en artillería. En estos informes o memorias, la mayoría de los ingenieros coincidían en que los dos grandes defectos eran el desamparado baluarte de Santa María de la ciudadela, y la escasez de edificios militares a prueba de bomba en el interior de la plaza, entre otras necesidades. Las nuevas tácticas bélicas y la artillería rayada habían demostrado la ineficacia de las murallas continuas, el conjunto de fortificaciones de Pamplona estaba obsoleto. Esta modernización en el arte de la guerra dio lugar a la “era de los fuertes avanzados”, adelantados con respecto a las fortificaciones con el objetivo de alejar al enemigo del núcleo urbano. Una nueva manera de fortificar que ya se había pretendido imponer en Pamplona con el Fuerte del Príncipe en el siglo XVIII. Así, existieron tres proyectos que, de haberse llevado a cabo, habrían supuesto un cambio drástico en la fisonomía urbana de la capital navarra. La mayor innovación propuesta fue la posible desaparición de la ciudadela, entre otras reformas, y quienes osaron plantearla fueron los ingenieros militares: Cándido Ortiz de Pinedo en 1858, Paulino Aldaz y Miguel Navarro en 1863 y Ángel Rodríguez de Quijano y Arroquia en 1864.
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Plano del bloqueo de la plaza y ciudadela de Pamplona en 1823. IHCM. (NA-7-03)
No obstante, la pervivencia del conjunto amurallado y de la ciudadela se lo debemos, principalmente, a la carestía económica de este siglo tan beligerante, que imposibilitó la ejecución de tales transformaciones. Realmente, la situación financiera no permitía la realización de grandes proyectos, por lo que estos se limitaron a atender obras denominadas de entretenimiento y conservación, tales como reparaciones de muros y parapetos, arreglo de fosos y caminos cubiertos, etc., es decir, las más urgentes. Por tanto, nunca llegaron a tener la importancia que el Ramo de Guerra reclamaba para la mejora de la plaza fuerte de Pamplona. En definitiva, estas memorias y proyectos demuestran que para el estamento militar la capital navarra suponía uno de los grandes enclaves del territorio nacional como punto estratégico-defensivo. ¿Pero qué pensaban los ciudadanos de esta función militar de la capital navarra? ¿Qué sentían al vivir en una ciudad militar? Estas preguntas fueron respondidas a partir de mediados del siglo XIX, tras la segunda Guerra Carlista (1846-1849), momento en el que surge en la población
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Anteproyecto para la fortificaciรณn de la plaza de Pamplona, 13 de septiembre de 1858. Cรกndido Ortiz de Pinedo. IHCM. (NA-21-02)
un รกnimo de renovaciรณn que promueve la apertura de la ciudad a nuevos aires de modernidad obstaculizados por las antiguas murallas.
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Cañón instalado en el baluarte del Redín en la Tercera Guerra Carlista (1873). AMP. Fondo Ayuntamiento. (Ibáñez)
Un anhelo de renovación que enfrentó directamente al Municipio, que deseaba la expansión urbana a costa del cinturón pétreo, con el Ramo de Guerra. Sin embargo, la inicial oposición tan radical de los militares a cualquier modificación del conjunto amurallado fue evolucionando hacia una progresiva aceptación de la ineficacia defensiva de la ciudadela en contraposición con el Fuerte de Alfonso XII y, en consecuencia, a la concesión de los glacis para un Primer Ensanche y el replanteamiento de las zonas polémicas ya en los últimos años del Ochocientos, pero siempre respetando el perímetro amurallado y el carácter de plaza fuerte. Pues bien, el principal objetivo del Ayuntamiento de Pamplona fue siempre la destrucción total del conjunto amurallado; consciente de su imposibilidad, fue reduciendo sus miras, buscando otras vías para conseguir la extensión urbana que, indirectamente, provocó la mutilación de la ciudadela para, posteriormente, concentrarse en la supresión de las zonas polémicas.
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Vista del Fuerte de Alfonso XII en la cima del monte San Cristóbal realizada en 1962. AMP. Fondo Ayuntamiento. (“Paisajes españoles” Fotografías aéreas)
En este contexto, a partir de la segunda mitad del siglo XIX el Ayuntamiento de Pamplona, apoyado por diferentes instituciones como la Junta Provincial de Sanidad y la Cámara de Industria y Comercio, entre otras, dirigió en 1854 y 1878 a la reina Isabel II, y en 1880 y 1884 a su sucesor Alfonso XII, varias solicitudes para conseguir la destrucción total del conjunto amurallado. Además, el inicio de las obras del Fuerte de Alfonso XII en la cima del monte San Cristóbal (1878-1919), esperanzó a la población al creer que, con la edificación de una fortificación más moderna, las viejas murallas perdían toda su utilidad. Todas estas solicitudes coincidían en la negativa descripción de la ciudad, donde los habitantes se veían privados de aire limpio y espacio para la construcción de casas higiénicas debido a la opresión del “cinturón pétreo”, que obligaba a edificar en altura, añadiendo más pisos a las antiguas viviendas. La última de estas peticiones remitida al monarca en 1884 consistió en un elaborado informe que incluía datos estadísticos sobre el hacinamiento y la elevada mortalidad, provocado por las malas condiciones higiénicas, de salubridad y por la excesiva población que habitaba el interior de los muros.
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Según este documento, el ensanche de la ciudad era un “asunto de vida o muerte”, pues las calles se convertían “poco menos que en galerías subterráneas donde no penetraba el sol y escaseaban la luz y el aire, elementos indispensables de la vida”. Así, Pamplona era una de las capitales más malsanas no sólo de España sino del viejo continente, igualándola Niza, el refugio de los tísicos de toda Europa. Además, se argumentaba que la construcción del Fuerte de Alfonso XII evidenciaba la inutilidad de las antiguas murallas, de las disposiciones las zonas polémicas y de la insigne ciudadela. La ciudadela había pasado de ser la fortaleza inexpugnable al enemigo más sensible de la población pues, como se indicaba en tal documento: “de nada ha servido para defenderla en las guerras extranjeras, sino al contrario, para esclavizarla y ponerla a merced del enemigo (…). Por eso no debe extrañarse que sus honrados y pacíficos habitantes la miren con la mayor aversión y espanto ni que esa Corporación, fiel intérprete de sus sentimientos e intereses, aproveche cuantas ocasiones se le presentan para alzar la voz contra la existencia de tan destructor vecino”.
Plano de Pamplona con el proyecto del Primer Ensanche realizado por José Luna y Orfila en 1888. AMP
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Tras estos informes y varias gestiones realizadas por representantes del Ayuntamiento de Pamplona en Madrid, el 22 de agosto de 1888 se aprobó el Primer Ensanche, a costa de la mutilación de la ciudadela, ya que perdería el baluarte de la Victoria y San Antón y los revellines de Santa Teresa y Santa Lucía, en cuya superficie se construiría ese Primer Ensanche. Aun así, la noticia fue festejada por el conjunto de la población con “clarines, gigantes, música y dulzainas del país”, como se acostumbraba en los grandes acontecimientos de la capital navarra. Un ensanche interior que no respondió a las necesidades de la población, sino más bien a las necesidades cuartelarias del Ramo de Guerra, principal requisito para autorizar el ensanche civil en los terrenos sobrantes. Ambos ensanches coexistieron (el militar y el civil) separados longitudinalmente por un vial que dejaba los edificios militares conectados a la parte de fortificación y, los civiles, con la población situada en la zona de los glacis. A pesar de esto, el Consistorio lo entendió como un gran logro, un importante paso para la destrucción de las fortificaciones puesto que: la fortaleza de Felipe II, “la más insigne fábrica del mundo” había sucumbido ante la psicosis de derribo, quedando mutilada en dos de sus baluartes. Conseguido el Primer Ensanche, el siguiente objetivo del Ayuntamiento de Pamplona fue la derogación de las zonas polémicas donde estaba restringida la construcción. Estos terrenos abarcaban el espacio entre el glacis de la plaza o fortaleza permanente y las construcciones o suburbios que las rodeaban. En este caso, se trataba de una delimitación desde el exterior de las murallas hasta una línea ideal localizada a unas 1.500 varas de éstas, unos 1.253 metros, donde se prohibía la edificación condicionada por una serie de normas que respondían a la defensa de la plaza. Para edificar en ellas era precisa la autorización del capitán de la Región o del rey, que no otorgaba el derecho de propiedad, por lo que podía ser demolida si las circunstancias lo exigían. Para ello, el Consistorio pamplonés encabezó en 1894 un intento de acción conjunta entre otras localidades con carácter de plaza fuerte afectadas por los reglamentos sobre edificaciones en las zonas polémicas. La empresa consistía
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en presionar al gobierno sobre este acuciante problema mediante tres vías: la acción común de consistorios, la presión en las Cortes y la opinión pública. En este propósito se vieron implicadas un total de treinta ciudades, entre las que se encontraban: Málaga, Figueras, Jaca, Gerona, Cádiz, Cartagena y Palma de Mallorca. Además de la adhesión de los distintos municipios, de su trabajo en común o acción conjunta, la opinión pública tomó cartas en el asunto. Distintos organismos locales se involucraron en esta iniciativa, como la Cámara de Comercio, el Círculo Mercantil e Industrial de Pamplona, la Junta Provincial de Sanidad e incluso el Cabildo de Párrocos. Pero a efectos prácticos, esta colaboración con otras ciudades y la implicación de la sociedad pamplonesa, no sirvió de mucho, pues únicamente se obtuvo una
Plano del proyecto de ensanche en la parte sureste realizado por Julián Arteaga en 1909. AMP
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promesa del Ramo de Guerra consistente en la revisión de las zonas polémicas en toda España. De hecho, su total supresión no se conseguiría hasta treinta años más tarde en 1928. Aun así, la importancia de esta resolución radicó en que el estamento militar reconocía por fin la necesidad de modificar estas antiguas ordenanzas ya ineficaces. Conseguidos la mutilación de la ciudadela y el ensanche intramuros, y a la espera de la supresión de las zonas polémicas, Pamplona inició el siglo XX con esperanzas de ver destruido ese “corsé ortopédico”, en palabras de Pío Baroja, que impedía la expansión urbanística de la capital navarra y, por tanto, su desarrollo económico y social. De 1900 a 1915 el Ayuntamiento de Pamplona, apoyado por el conjunto de la población, luchó intensamente por su desaparición, chocando una y otra vez con el Ramo de Guerra, cuyo principal objetivo era la salvaguarda de Pamplona como plaza fuerte, mediante la conservación del conjunto amurallado. Es más, en caso de que se autorizara su derribo, se exigiría la construcción de un nuevo recinto pétreo, es decir, Pamplona continuaría cercada por murallas pese a conseguir un nuevo ensanche. La subsistencia de Pamplona como plaza fuerte respondía no sólo a la proximidad de la frontera con Francia, sino también a la propia política interior, ya que en esta década se temía más al enemigo nativo que al vecino francés por las continuas luchas internas que venían fraguándose. Durante quince años, el Consistorio peleó por su “sueño dorado” como denominaron al Segundo Ensanche. Fueron años en los que se viajó numerosas veces a Madrid para conseguirlo, entrevistándose con los altos dignatarios, en los que realizaron diversos proyectos de ensanche, hacia el sur y al oeste de la capital navarra, se organizaron reuniones y asambleas con las fuerzas vivas de la sociedad pamplonesa, y en los que se consiguió alguna que otra ley que lo permitía, pero con unas condiciones para ellos inaceptables. En octubre de 1901 llegó a Pamplona el General Weyler, Ministro de la Guerra, para tratar las condiciones del derribo de murallas. Tal fue el entusiasmo global que fue recibido “como Roma recibía a los emperadores victoriosos”, según relataba Diario de Navarra. Se le agasajó con un gran banquete e incluso el
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Orfeón le dedicó un pequeño concierto con una jota personalizada que decía: “Esperamos del Ministro/ que ha venido de Madrid/ un Real Decreto que diga/ ¡las murallas destruid!”. Pues bien, su estancia en Pamplona propició la Real Orden de 19 de octubre de 1901, que autorizaba el anhelado derribo de las murallas para la construcción del ensanche hacia el sur a costa del levantamiento de un nuevo recinto de seguridad que correría a cargo del Municipio. En definitiva, se eliminaba parte de las murallas para volver a encorsetar la ciudad en un nuevo recinto de seguridad más amplio. Si bien se trataba de un gran paso del Ramo de Guerra el aceptar que las vetustas murallas podían ser derribadas, no satisfacía a la opinión pública, pues se exigía su sustitución por otras modernas obras de fortificación. Sin embargo, parece ser que la cuestión económica fue la verdadera causante del aplazamiento del derribo, dividiendo al Consistorio pamplonés en dos bandos: los partidarios de pagar la cantidad necesaria para la expansión urbanística, y los que pretendían buscar una mejor solución que se asemejase a la ofrecida a otras plazas fuertes en similar estado. Este debate económico fue constante a lo largo de estos años y provocó numerosos enfrentamientos en el propio Ayuntamiento, haciendo tambalear el sueño dorado de Pamplona. Ante los impedimentos para la demolición total de las murallas, se llegó a plantear en varias ocasiones otra manera de permitir la expansión urbanística mediante la libre edificación en las afueras del Portal de San Nicolás. El nuevo barrio permanecería conectado con la vieja Pamplona con la apertura de dos brechas en los muros próximos a este acceso. Aunque esta opción tampoco se tuvo en cuenta. No obstante, un paso hacia la demolición del conjunto pétreo pareció darse con la apertura o ensanchamiento de tres de los portales de la ciudad en 1905, como eran el Portal de la Taconera, San Nicolás y Nuevo. Según el estamento castrense, su reforma iba a facilitar el tráfico de las nuevas diligencias tiradas por caballería, de los vehículos a vapor con llantas de hierro, tranvías y ómnibus. Además, se pensaba ya en la seguridad vial porque la ampliación de las puertas monumentales evitaría accidentes. Así que, como expondría más adelante el alcalde Joaquín Viñas y Larrondo en 1908, estos portales fueron deshechos por el progreso de los tiempos.
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Estado de las obras de reforma del Portal de San Nicolás en 1907. AMP. Fondo Ayuntamiento. (A. García Deán)
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El Tranvía “El Irati” pasa bajo el Portal Nuevo reformado. Vista desde el interior de la ciudad tomada aproximadamente en 1910. AMP. Fondo Ayuntamiento. (Viuda de Rubio)
El Portal de la Taconera ya reformado en 1907. AMP. Fondo Ayuntamiento
Sin embargo, ¿qué fue lo que provocó finalmente el derribo parcial de nuestras murallas? ¿Qué hizo que el estamento militar abandonase la idea de un nuevo recinto de seguridad para la llave del Reino, para Pamplona? La respuesta está en el estallido de la Primera Guerra Mundial. Este conflicto bélico puso en evidencia la inutilidad de las murallas y de los campos atrincherados. Ciudades amuralladas como Lieja, Namur y Amberes, habían caído, poniendo de manifiesto que los recintos amurallados no resistían a las nuevas tácticas bélicas que, unidas a la aparición de la aviación y a los morteros alemanes y austriacos, las hacían vulnerables ante cualquier ataque.
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Las murallas de Pamplona carecían de eficacia defensiva desde hacía décadas, pero fue esta contienda la que indujo a que el Ramo de Guerra consintiera el derribo parcial de las fortificaciones, incluso el moderno Fuerte de San Cristóbal todavía sin terminar, a estas alturas ya no era efectivo para la nueva guerra. Así, tras la autorización del derribo del recinto fortificado de Jaca, se concedió la demolición parcial de las murallas de Pamplona por el frente sureste, desde la prolongación de las calles Yanguas y Miranda hasta la carretera de Madrid y Ripa de Beloso, un 25% del total del conjunto amurallado. Se permitía el Segundo Ensanche, por ley de 7 de enero de 1915, con unas condiciones aceptables para el Ayuntamiento de Pamplona. Esta noticia dio lugar a numerosas sátiras o poemillas en tono jocoso que celebraban el derribo de las vetustas murallas, he aquí un ejemplo: “Parece que al fin, señores, / el buen ensanche se acerca / y que pronto se irá al suelo / el cinturón que nos cerca. - Hora es de que las murallas, / que no hacen más que estorbar, / caigan para que se pueda / libremente edificar. - Y a ver si de tanta piedra / un pronto derribo viene / para que tenga más campo / la señora doña Higiene, - Pamplona estará contenta / cuando se encuentre más ancha / y contra las epidemias / se tomará la revancha. - Podrá tener grandes calles / de ilimitados confines / unos hermosos paseos / y las casas con jardines. - Y podrá nuestra ciudad / que hoy no es guapa y sí chiquita / ser, dentro de algunos años, / bastante grande y bonita. - Sin embargo en el Ensanche, / como más tarde veremos, se nos marcharán encantos / y mil cosas perderemos. - Perderemos el paisaje / tan bello y encantador / que nos ofrecen los fosos / con aguas negras de olor. - Perderemos ocasiones / de tener que dar rodeo / el día en que a las afueras / nos vayamos de paseo. Perderemos los encantos / de ese régimen de encierro / a que estamos sometidos / como a la cadena el perro. - Perderemos las murallas / que están llenas de rendijas / y con ellas, caracoles, / “gardachos” y “sabandijas”. - En resumen perderemos / y por tontos la ocasión / de continuar por más tiempo / disfrutando la opresión”1. (1)
Arako, “Chirigotillas”, Diario de Navarra, 19/12/1914, p. 2
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Pues bien, nos situamos en el 25 de julio de 1915, día en el que se celebró el acto inaugural del derribo de las murallas. Día festejado por todo pamplonés, ya que se trataba de un momento histórico, pues de él dependía el engrandecimiento de la capital navarra, como lo anunció el alcalde de aquel entonces Alfonso Gaztelu, aunque el verdadero derribo se efectuó entre 1918 y 1921. No obstante, la demolición de los primeros muros fue celebrada por todo lo alto con la comparsa de gigantes y cabezudos, banquetes e incluso un festival acrobático gratuito en la plaza de toros, cuyo éxito fue indescriptible, según decían las crónicas de la época.
Acto de inauguración del derribo de las murallas de Pamplona en el baluarte de la Reina el 25 de julio de 1915. AMP. Fondo Ayuntamiento. (A. García Deán)
La ceremonia de derribo de las murallas tuvo lugar en el baluarte de la Reina y contó con los discursos de las autoridades, chupinazos, músicas y vítores, tras los cuales, se prendió la mecha de los cartuchos de dinamita que explotaron, provocando el abatimiento de las primeras piedras al son de la Marcha Real. Parece ser que asistieron al evento un mínimo de veinte mil personas, testigos de la mutilación del baluarte de la Reina y de la garita del ángulo flanqueado por el mismo.
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En definitiva, el 25 de julio de 1915 fue un “auténtico día de júbilo extraordinario”, como lo describió Diario de Navarra, una fiesta por todo lo alto, pues la caída de las viejas piedras simbolizaba para aquella población el final de una época de oscuridad, de cierre a las innovaciones, superpoblación, enfermedades… o eso es al menos lo que pensaban los contemporáneos que se preparaban para dar la bienvenida al progreso. A partir de esta época, la prensa local será el elemento principal donde podemos observar la evolución del pensamiento de la ciudadanía acerca del valor patrimonial de las murallas. Si bien es cierto que, hasta 1915, la prensa se había preocupado más por el derribo de las murallas y por los trámites para la obtención del ensanche, era lo que preocupaba a todos, una vez derribadas las murallas, se va a ver una cierta sensibilización sobre lo perdido. Tampoco hay que esperar mucho tiempo, al día siguiente del acto inaugural del derribo de las murallas, relevantes periódicos navarros narraban el acontecimiento con cierto aire de melancolía e, incluso uno de ellos, El Pensamiento Navarro, planteaba una solución alternativa a la destrucción ya iniciada, haber conservado los muros como recuerdo histórico haciéndolos compatibles con el Ensanche a través de su transformación en zonas verdes, imitando a países centroeuropeos. El rotativo La Tradición Navarra con un tono poético se preocupaba por la imagen que el turista perdería al visitar Pamplona. Llama la atención que ya por la década de 1910, se interesaran por el turismo y que viesen en las murallas pamplonesas un atractivo para el visitante. Sus versos decían: “¡Pobres murallas de mi ciudad! Paréceme que tenéis alma y que hoy, por sentencia inapelable del tiempo vais a perder vuestro ser, vais a quedar rotas como cuerpo de guerrero herido y maltrecho (…). Las murallas de Pamplona caen por la paz (…) ceden su herencia para que la ciudad viva (…). Vendrá el turista nacional o extranjero y no podrá contemplar vuestra ejecutoria de nobleza extendida en lienzos pétreos con los sellos de vuestra hidalguía. La piqueta os derribará y las piedras sillares veneradas irán a parar en alguna obra vulgar que acaso sirva para vivienda democrática de una familia humilde. Yo quisiera guardaros en un estuche de raso, para cuando vinieran los extraños a
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contemplaros, poder decirles, mostrando avaramente nuestro tesoro: Éstas son las murallas que guardaron una ciudad patriota, una ciudad noble. Descubríos ante ellas”2.
Derribo del frente de Tejería en 1918. AMP. Fondo Ayuntamiento. (A. García Deán)
En definitiva, resulta irónico que el mismo día en que tenía lugar la destrucción de las “vetustas piedras”, “los frenos anacrónicos”, “las grandes masas de granito”, “el corsé ortopédico”, “el cinturón opresor”, como habían denominado a las murallas, unas melancólicas voces redactasen estas palabras lamentando su destrucción. Mientras tanto, el resto de la ciudad se encontraba celebrando tal acontecimiento. No obstante, una vez demolidas parcialmente surgirá alguna que otra polémica en torno al derribo de determinados lienzos de murallas, inequívoco signo de que la preocupación por su conservación se iba convirtiendo en un tema de debate (2)
H., “Las murallas de Pamplona”, La Tradición Navarra, 25/7/1915, p. 1.
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que irá adquiriendo mayor relevancia conforme pase el tiempo. Es decir, la mentalidad irá cambiando poco a poco para llegar a la conclusión de que las murallas que, hasta entonces, los aprisionaba, formaban parte de su pasado histórico y debían continuar en su futuro. Incluso las “altas esferas”, el Ayuntamiento y el Ramo de Guerra, por su parte, fueron preocupándose por el saneamiento y conservación de las murallas que habían sobrevivido a la piqueta, presentándose los primeros proyectos tan sólo cuatro años después del desplome, consistentes en la limpieza de los fosos o en la ampliación de los Jardines de la Taconera. Primeros proyectos que, además de consideraciones higiénicas, buscaban una función de esparcimiento para ese espacio y, como consecuencia de esto, el interés ornamental. A pesar de estas excepciones, en 1924 se decidió la eliminación de los baluartes de Labrit y San Bartolomé ocasionando una polémica entre los habitantes. Un defensor de los “históricos fortines” por medio de un artículo en La Voz de Navarra, propugnó el respeto hacia la belleza sugestiva que a la vieja Iruña prestaba el encanto de sus piedras. “¡Belleza indudable, insustituible!”, decía. Se presentaba como otra voz que clamaba en el desierto sentimental del actual momento destructivo y señalaba que Pamplona era reconocida por el aspecto que el baluarte de Labrit le aportaba como “complemento decorativo más majestuoso que tiene y puede tener la muralla… y ¿quién duda que al romperla o quitarle importancia suprimiendo los fortines, Pamplona pierde una de sus fisonomías más interesantes?”. Igualmente, exponía que los visitantes y nosotros mismos íbamos a sufrir por “la desaparición de aspectos que fueron la característica de nuestra ciudad y que acaso en parte aún pudieran subsistir”3. A estas iniciativas y opiniones, se sumó la propuesta del Coronel Ingeniero Comandante Bruno Morcillo y el General Bermúdez de Castro que plantearon la transformación en paseo público de la parte de la muralla que circundaba la población de Pamplona a través de una moción remitida al Ayuntamiento en 1926. Se trataba de un proyecto muy interesante que se basaba en criterios (3)
Batzuek, “En defensa de los baluartes de Labrit y San Bartolomé”, La Voz de Navarra, 24/10/1924, p. 1.
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ornamentales, de conservación y de lo histórico, que se anteponían a los higiénicos quedando absorbidos en una idea más ambiciosa. Una de las novedades que incluía este proyecto era la restauración del Fuerte de San Bartolomé, que había quedado situado en un plano inferior al construirse la plataforma y rampas de la nueva Plaza de Toros, donde hasta hace poco se levantaba el Parque de Bomberos.
Vista del baluarte bajo de Guadalupe en 1924. AMP. Fondo Ayuntamiento. (J. Cía)
El Coronel Bruno Morcillo añadía que el turismo era más atraído por lo legendario que por lo nuevo, por lo que debíamos aprovechar nuestro patrimonio ya que “esas viejas baterías, esos baluartes, esas murallas y torreones que se miran en el Arga o se elevan frente a las arboledas, son la leyenda de Pamplona". Finalizaba con una crítica a la situación en que se hallaban: "interesaba conservar y lucir las fortificaciones en forma tal que pudieran ser estudiadas y admiradas por los extranjeros, cosa absolutamente imposible, no sólo por no ofrecer puntos de buena observación, sino por el aspecto sucio y de abandono en que se encontraban"4. (4)
“Proyecto para embellecimiento, higienización y provecho de las fortificaciones de Pamplona”, Comunicaciones. Gobierno Militar de la Provincia de Navarra, 27/9/1926.
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De esta manera, la tímida defensa de los años veinte fue calando en la ciudadanía y en el propio Ayuntamiento, surgiendo así voces autorizadas de diferentes ámbitos de la sociedad pamplonesa como protectores de las murallas. En este contexto de revalorización patrimonial de las fortificaciones, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra había comenzado su labor en defensa de las murallas de manera indirecta porque, en un principio, no consideraron que fuesen un conjunto histórico que mantener, al verlo como un obstáculo asfixiante cuya desaparición era necesaria e improrrogable. Por entonces, se ocupó de la vigilancia de las obras de demolición y de la búsqueda de restos arqueológicos. También esta preocupación indirecta consistió en la adquisición de los elementos procedentes del recinto fortificado derruido, así como escudos y lápidas de edificios de la ciudadela, y de los portales desaparecidos con la reforma de 1905 como eran el Portal Nuevo, de la Taconera y de San Nicolás. Ya en la década de los veinte, su implicación en asuntos relacionados con la pervivencia del conjunto amurallado que había sobrevivido a la piqueta fue más intensa. Así, se pronunciaron en contra de la forma de derribo de la parte de la muralla que iba desde Labrit hasta la Puerta de Tejería, pues a partir de estas obras surgirían los restos de la antigua muralla medieval, tema que había sido debatido por los ciudadanos a través de la prensa local. Igualmente, se opusieron a la posible reforma y desaparición del Portal de Francia para la apertura de un acceso digno a la ciudad, que venía ideándose desde hacía varios años. Ante esta amenaza la Comisión remitió un documento al Ayuntamiento en el que enaltecía el valor del conjunto amurallado y, solicitaba que el Portal de Francia fuese modificado en la menor medida posible, puesto que contenía “recuerdos históricos” y eran “restos de un arte militar que atestiguaba pasados poderíos y grandezas”, además del interés turístico contenido en esas viejas piedras. Aparte de estas puntuales intervenciones, la Comisión de Monumentos promovió la recomposición y reinstalación de los antiguos portales desmontados
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en 1905 buscando el embellecimiento de la ciudad, hecho que venía a simbolizar el creciente valor patrimonial histórico y artístico que habían ido adquiriendo con el paso de los años. A raíz de esta intención, se abrió un debate acerca de dónde y cómo debían reconstruirse estos portales. Las propuestas iban desde que fuesen instalados como accesos monumentales en los Jardines de la Taconera, como separación entre el Primer Ensanche y el Segundo, en el campo de deportes del Primer Ensanche, en el centro de la Plaza del Castillo, incluso se llegó a proponer su unificación a modo de Arco de Triunfo, al estilo de la Puerta de Alcalá en Madrid, localizándolo en el centro de la actual Plaza de Merindades. Finalmente, en 1929 únicamente se reinstaló el Portal de San Nicolás a la entrada de los Jardines de la Taconera, el lugar donde se encuentra actualmente. Poco a poco las murallas iban siendo aceptadas como un elemento característico de Pamplona que no se oponía al progreso ni a la modernización de la ciudad. Por ello, la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra decidió incoar el oportuno expediente legal para que las murallas de Pamplona fuesen declaradas Monumento del Tesoro Artístico Nacional. La decisión significó la perdurabilidad de las zonas amuralladas que continuaban en pie, ya que la Comisión asumió la labor de su defensa y conservación al mismo tiempo que concienciaba a la población del valor histórico-artístico que éstas poseían. Aunque hubo que esperar unos once años, la corroboración de esta idea se obtuvo con la declaración de Monumento Histórico-Artístico por Decreto de 25 de septiembre de 1939, que comprendía tanto a las murallas como “a cuantos elementos pertenecen a la misma, incluso el Fuerte del Príncipe y los puentes de la Magdalena, San Pedro y Miluce”. Con este nombramiento, la Real Academia de la Historia y la de Bellas Artes, dos instituciones de ámbito nacional, apoyaban a la Comisión de Monumentos en su salvaguarda del conjunto amurallado, exaltando su alto valor histórico y artístico. Al encargarse la Diputación Foral de Navarra de la custodia, conservación y restauración de los monumentos históricos y artísticos de la provincia, la responsabilidad de las murallas se encomendaba a la Institución Príncipe de Viana que, recientemente creada, seguía la tendencia de la Comisión de Monumentos.
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Definitivamente, las murallas habían pasado de ser un elemento a destruir, símbolo de retraso, a constituirse como el elemento definidor de Pamplona, formando parte sustancial de la conciencia colectiva. Las críticas del pasado se transformaron en defensa de las “viejas piedras” que se mantenían en pie como la verdadera imagen de la ciudad. A partir de su declaración como Monumento Histórico-Artístico, se realizaron algunas intervenciones para mejorar su aspecto como el adecentamiento de los Jardines de la Taconera, la remodelación del Portal Nuevo proyectado por Víctor Eusa; también fueron objeto de mejoras la muralla del baluarte del Redín y la de Labrit, así como el entorno del Fuerte de San Bartolomé, entre otras. Sin embargo, es preciso aclarar que la situación real de las murallas en torno a estos años era de continuo deterioro. De esta forma, el periodista navarro Ángel María Pascual, en más de una ocasión, abogó por la salvaguarda de las fortificaciones existentes, tema muy recurrente en sus glosas publicadas en Arriba España entre 1946 y 1947, donde cargaba contra la dejadez del Ayuntamiento, sus errores del pasado y del presente, los daños producidos por los propios ciudadanos, por los traviesos niños e, incluso, contra aquellos “duendes” que se dedicaban a destruir todo tipo de elemento de fortificación con nocturnidad y alevosía. Asimismo, denunciaba el estado de abandono de algunos lugares emblemáticos de la ciudad como el baluarte del Labrit, del Redín o el histórico Portal de Francia; denuncias que no le impedían alabar las buenas intervenciones municipales en estos lares. Igualmente, describió la situación y el comportamiento de la población para con las murallas: “Las murallas han sido declaradas Monumento Nacional, pero la gente ha entendido Cantera Vecinal”, puesto que en ese tiempo algunos particulares preferían considerarlo como un yacimiento donde las piedras y los ladrillos se daban ya elaborados. A estas denuncias se sumó la del arquitecto Eugenio Arraiza Vilella en 1949, mediante su moción dirigida al Ayuntamiento de Pamplona y a la Institución Príncipe de Viana. Dicho documento puede tratarse posiblemente de la mejor
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defensa patrimonial del recinto fortificado pamplonés de su historia. Eugenio Arraiza, concejal y miembro de la Institución Príncipe de Viana propugnaba la creación de una comisión específica formada por integrantes de los dos organismos que se encargase de la restauración y conservación de las murallas de la ciudad. Pero su propósito iba más allá de la mera restauración de las murallas, buscando su integración en la ciudad como mecanismo generador de vida, es decir, para el uso y disfrute urbano, señalando varios conjuntos fortificados como ejemplos a seguir, caso de Carcasona o el Fuerte de Santa Teresa en Montevideo. Incluso llegaba a esbozar algún que otro interesante proyecto que, sin duda, supondría un gran atractivo turístico para los visitantes al unir “el culto a lo viejo e histórico, llenándolo de atracción y respeto, con las exigencias modernas de amplias y diáfanas vías y grandes ensanches”. Su proposición se vio cumplida al crearse en 1950 la “Comisión para la Restauración y Embellecimiento de las Murallas de Pamplona”, la Comisión de Murallas, comisión mixta formada por tres integrantes del Ayuntamiento de Pamplona como el teniente alcalde y presidente de este organismo José María Pérez Salazar, el mismo Eugenio Arraiza Vilella y Carlos Gortari Pastor; y otros tres representantes de la Institución Príncipe de Viana que fueron: el arquitecto José Yárnoz Larrosa, el concejal Jaime del Burgo e Ignacio Baleztena. Con su creación, se vio culminado el debate patrimonial en torno al valor de las murallas. Unas tres décadas desde la caída de las primeras piedras fueron necesarias para que “el cinturón pétreo” se transformase en un símbolo incuestionable de la ciudad de Pamplona. Los principales objetivos de la Comisión fueron la restauración y embellecimiento de las murallas buscando devolverlas a su verdadera forma y constituyéndolas, por una parte, en un elemento activo en la existencia urbana y, por otra, en un recuerdo de cómo Pamplona vivía antiguamente custodiada por el conjunto amurallado. Es necesario aclarar que la vida de esta Comisión de Murallas fue efímera pues, según la documentación existente se disolvió en 1958. A pesar de su corta existencia, supuso el principal motor de la recuperación del recinto fortificado, mediante la cual entre 1950 y 1966 se trabajó en la recuperación de distintas
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Vista del baluarte bajo del Pilar tras su restauración en 1954. AMP. Fondo Ayuntamiento. (J. Cía)
áreas como la del Portal de Francia, la Taconera, el baluarte de Guadalupe Alto y Bajo, el baluarte de Labrit y la Plaza de Santa María la Real, el baluarte del Redín que adquirió mayor importancia al aproximarse 1960 con la edificación del Mesón del Caballo Blanco, la muralla de Capitanía General, el Paseo de Ronda, el Fuerte de San Bartolomé, incluso se inició la iluminación artística de las murallas. Actuaciones que buscaban la integración de las murallas existentes en la ciudad como otro elemento urbano más, sacando provecho a estas zonas para disfrute de los habitantes, convirtiéndolas en parques o jardines que, al mismo tiempo, embellecían al conjunto patrimonial y suponían un atractivo turístico para los viajeros. Definitivamente, con la Comisión de Murallas se inició una nueva etapa caracterizada por la concienciación ciudadana respecto a la valía históricoartística del conjunto amurallado e interés turístico que continuó prosperando gracias a la progresiva implicación de la Corporación Municipal y la Institución Príncipe de Viana, a pesar de las continuas desavenencias económicas que existieron entre ambas entidades.
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El testigo fue tomado por la Comisión de Protección de Estética, creada en 1964 por el Consistorio pamplonés que respondía a su continua preocupación ya no sólo por la salvaguarda del recinto amurallado persistente, sino por el conjunto artístico, histórico y patrimonial de la ciudad. Conformada por: el alcalde, vocales de carácter municipal y vocales vecinos designados por el propio Ayuntamiento, entre los cuales destacaban arquitectos, representantes de la Institución Príncipe de Viana, la Universidad de Navarra, el Museo de Navarra, la prensa, el Departamento de Información y Turismo y del Ramo de Guerra, su objetivo primordial radicaba en la protección y conservación del conjunto del Casco Antiguo. Su labor más importante relacionada con las fortificaciones pamplonesas fue la elaboración del expediente para la solicitud de declaración de Conjunto Monumental para el Casco Antiguo de Pamplona, que corrió a cargo del archivero Vicente Galbete, quien incluyó un importante reportaje fotográfico sobre el conjunto. El sector a ser declarado conjunto monumental comprendía la parte más antigua del Casco Viejo de Pamplona, donde se encontraban edificios y elementos de inestimable valor histórico-artístico, que iba desde el baluarte de Labrit, englobando el Palacio Arzobispal, la Catedral, el Mesón del Caballo Blanco, el baluarte del Redín, alcanzando el Portal de Zumalacárregui, para extenderse por la calleja del Redín, Plazuela de San José, calle de la Navarrería, calle Curia, calle Dormitalería y, como punto final la Plaza de Santa María la Real, localizada en el baluarte de Labrit, cerrando así el recorrido. Un conjunto que suponía para la vieja Pamplona, la zona de mayor interés, valor y atracción históricomonumental, turística y afectiva debida, además, a la vinculación plena al Camino de Santiago, de la cual formaba un tramo esencial. Finalmente, el 6 de abril de 1968 el Casco Antiguo de Pamplona fue declarado Conjunto Histórico-Artístico, evidenciando que aquel cinturón pétreo se había convertido en un claro exponente de la vieja Pamplona, apreciado por sus habitantes y reconocido por las autoridades nacionales como testigo del pasado e incomparable pieza artística y militar. El Decreto resumía brevemente la historia de la ciudad contenida en la zona, para continuar ensalzando el recinto amurallado por ser el más notable y mejor
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Plano para la declaraci贸n de Conjunto Monumental realizado en 1964. AMP. Fondo Ayuntamiento
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Plaza de Santa María la Real en 1964. Imagen tomada para el expediente de la Declaración de Conjunto Monumental. AMP. Fondo Ayuntamiento
conservado del tiempo de los Austrias, también destacaba la conservación de los primitivos sistemas defensivos, baluartes, puentes levadizos, fosos y del Portal de Francia. Sin olvidar los restos de lienzos de murallas medievales que demostraban que la Catedral formaba parte del sistema defensivo. En segundo orden, disponía los distintos artículos por los que se iba a regir el territorio declarado Conjunto Histórico-Artístico del Casco Antiguo de Pamplona, que incluía todos los baluartes y, además, la ciudadela, los cuales debían ser conservados en todo su carácter. La culminación a este proceso evolutivo de valoración histórica, artística y patrimonial de las murallas llegó con la cesión de la ciudadela en 1964 y su posterior declaración de Monumento Histórico-Artístico de carácter Nacional en 1973. En efecto, la cesión de la ciudadela por parte del Ramo de Guerra al Ayuntamiento de Pamplona tuvo lugar en 1964, tras años de negociaciones entre el estamento militar y el Consistorio. Tenía como objetivo resguardarla de
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Acto de cesi贸n de la ciudadela de Pamplona al Ayuntamiento de Pamplona el 23 de julio de 1966. Entrada de los gigantes a la fortaleza para celebrar el acontecimiento. AMP. Fondo Ayuntamiento. (J. Galle)
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posibles alteraciones futuras y destinarla para fines culturales y de esparcimiento público por Decreto del Ministerio de Hacienda con fecha de 21 de mayo de 1964. Con el fin de que se cumpliesen las disposiciones del Decreto, se creó el Patronato de la Ciudadela compuesto por el capitán general de la Sexta Región Militar, como presidente; el alcalde de Pamplona como vicepresidente; y, como vocales, el delegado de Hacienda de Pamplona, el general gobernador militar de la plaza, el gobernador civil, el vicepresidente de la Diputación de Navarra, dos concejales del Ayuntamiento de Pamplona, y el general jefe de Ingenieros de la Sexta Región Militar. Por último, un jefe del Ejército, destinado en Pamplona y designado por el capitán general de la Región, ostentaría el cargo de secretario. De esta manera, el 1 de diciembre de 1964 se cedió la ciudadela con todos sus elementos, murallas, puentes y fosos circundantes, en un solemne acto calificado como hito histórico para el desarrollo urbanístico de la ciudad. Esto permitía que el Ayuntamiento de Pamplona emprendiese trabajos de restauración, completando y continuando la labor realizada en el resto de elementos de la fortificación. La ciudadela, que había perdido su función defensiva, resurgía como un lugar propicio para actividades culturales y de recreo urbano. El acto de entrega del Ejército al Ayuntamiento de Pamplona se celebró dos años después, el 23 de julio de 1966, iniciándose en el salón de recepciones de la Casa Consistorial, con la lectura de la escritura de cesión por el notario Serafín Hermoso de Mendoza y la firma del documento por las autoridades: el alcalde Juan Miguel Arrieta Valentín y el gobernador militar de Navarra, el general de División Ramiro Lago García. Posteriormente, ambos pronunciaron sus respectivos discursos. El siguiente acto fue la inauguración simbólica de un pequeño tramo de la actual avenida del Ejército, desde el muro de los antiguos cuarteles situados en la calle Yanguas y Miranda, que cerraba la avenida del Conde Oliveto. Más tarde, tuvo lugar la ceremonia de toma de posesión, en la cual, el gobernador militar, ante las autoridades reunidas y el público allí asistente, entregó las llaves al alcalde en la puerta de la ciudadela. Se izó la bandera de Pamplona y de España, al mismo tiempo que se hacían sonar los clarines ejecutando el saludo a la ciudad y los dantzaris y gigantes bailaban,
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Plano de la ciudadela de Pamplona con los distintos edificios que la componían en 1965, presentado por José Luis Prieto en su memoria. AMP. (J. L. Prieto)
por primera vez, en el interior de la fortaleza. Para finalizar tan majestuosa ceremonia, la compañía de honores desfiló simbolizando el abandono de la fortaleza por parte de los militares. Al día siguiente, la prensa publicaba: “la bandera de Pamplona ondea en la ciudadela”, “el ejército entregó a Pamplona la ciudadela, emotivo homenaje de la capital a sus soldados”. Así, entre 1964 y 1973 tuvo lugar una etapa de recuperación inicial de la fortificación. En primer lugar, el comandante José Luis Prieto en 1965 elaboró una memoria histórico-descriptiva y gráfica de la fortificación, en la que realizaba una valoración arqueológica del conjunto de la fortaleza, “obra de guerreros y artistas”, para después, resaltar los edificios que merecían permanecer o los que debían ser destruidos, y proponer las funciones que podían cumplir. Gracias a este documento, conocemos el interior de la ciudadela en su primitivo estado, antes de las actuaciones efectuadas a partir de su cesión.
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Vista aérea de la ciudadela de Pamplona de 1966 aproximadamente. AMP
Las funciones que llegaron a proponerse fueron múltiples: desde la instalación de un Museo de recuerdos históricos del siglo XIX, un teatro al aire libre, una biblioteca, un pabellón de exposiciones, zonas deportivas y jardines públicos. Decisión en la que también participaron los vecinos de Pamplona a través de una encuesta cuyo resultado puso de manifiesto que el 40% de los encuestados preferían que la fortaleza se convirtiese en una zona verde con edificios históricos restaurados. Finalmente, de todas las edificaciones existentes en la ciudadela tan solo permanecieron el Almacén de Mixtos, el Horno a Prueba de bomba, la Sala de Armas y el Polvorín, al plantearse únicamente la conservación de las construcciones de mayor antigüedad e interés arqueológico, siendo restaurados en la década de los setenta. Del mismo modo, se rehabilitaron la puerta principal, el cuerpo de guardia y puesto de guardia y la Puerta del Socorro, también se ejecutaron labores de reconstrucción, de limpieza de maleza, desescombro y de consolidación de distintos elementos de la ciudadela.
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Almacén de Mixtos en la ciudadela de Pamplona en 1965. AMP
El Horno a prueba de la ciudadela de Pamplona en 1965. AMP
La Sala de Armas de la ciudadela de Pamplona en 1965. AMP
El cuerpo de guardia de la ciudadela de Pamplona en 1965. AMP
Pues bien, en diciembre de 1972 comenzaron los trámites para conseguir la declaración de la ciudadela como Monumento Histórico-Artístico de carácter de Nacional. La Comisión de Relaciones y Cultura presentó su propuesta ante la Sesión Plenaria con un detallado informe sobre la absoluta necesidad de conseguir esta designación y las ventajas que supondría para la fortaleza en obras de restauración, conservación, y obtención de ayudas económicas para realizarlas. Asimismo, presentaba las dos declaraciones que afectaban a las murallas de Pamplona y, en consecuencia, a la ciudadela, como eran: la Orden Ministerial de 1939 en la que se manifestaba el conjunto subsistente de las murallas Monumento Histórico-Artístico Nacional y, donde, interpretándose ampliamente, tenía cabida la ciudadela de Pamplona; y la declaración de Conjunto Monumental del Casco Antiguo de la ciudad de 1968 que, a través de la zonificación concertada en ella, incluía a la ciudadela, al ser contenida en la “zona históricoartística propiamente dicha”, siendo considerada como zona “intangible o casi
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intangible” y, por tanto, debiendo ser conservada en todo su carácter ambiental y estilístico. A pesar de que la ciudadela hubiese sido ya reconocida por partida doble en estas declaraciones, parecía más adecuado solicitar la declaración individualizada, tal y como la habían obtenido la Catedral de Pamplona y el Museo Provincial de Pamplona en 1931 y 1962, respectivamente. Tras la elaboración del pertinente informe, la Corporación Municipal acordó solicitar la declaración de Monumento Histórico-Artístico de carácter Nacional a favor de la ciudadela de Pamplona a la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación y Ciencia, lográndose, por Decreto 332/1973, el 8 de febrero de 1973 publicado en el Boletín Oficial del Estado el 27 de febrero del
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mismo año. Este documento contenía una breve reseña histórica de la fortaleza enalteciéndola, pues, desaparecidas las fortificaciones de Amberes y Turín “estimadas como lo más perfecto en fortificaciones defensivas de la época, (…) la Ciudadela de Pamplona, constituía un ejemplar valiosísimo, muy raro ya en Europa, de la arquitectura militar del siglo XVI”. Con la declaración de la ciudadela de Pamplona como Monumento HistóricoArtístico de carácter Nacional en 1973, se cerró una época caracterizada por la aceptación del conjunto amurallado como parte de la ciudad. A partir de ese momento, se inició una nueva etapa de restauraciones para ver las fortificaciones recuperadas totalmente, integrándose en la vida urbana como parte activa, como lugar de esparcimiento, recreo y atractivo cultural y turístico, tal y como se pueden visitar actualmente.
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Libro RECOMPOSICIO?N
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La Ciudadela de Pamplona Cinco siglos de vida de una fortaleza inexpugnable MARTINENA, J.J., Pamplona, 2011 Fortificaciones de Pamplona La vida de ayer y hoy en la ciudad amurallada AA.VV., Pamplona, 2012 Pamplona plaza fuerte 1808-1973 Del derribo a símbolo de identidad de la ciudad ELIZALDE, E., Pamplona, 2012
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