Dientes molidos
Dientes molidos
Rubén Espinoza
ColeCCión de libros de la Caja de Cerillos 17
Rubén Espinoza | Dientes molidos
Primera edición: septiembre, 2022
Diseño editorial: Luis Fernando Rangel
fosforocuu@gmail.com
Fósforo. Literatura en breve.
La literatura y las ideas son libres. ¡Que corra la voz! ¡Que ardan los fósforos!
Editado y producido en Chihuahua, México.
… .- - .- -. -. .. -.-. . … .. o lo que el narrador quisiera decirte1
a Ceci, perdón por no escribir cosas más alegres.
Domingo por la mañana, otro día para recorrer de manera desesperada las calles, para caminar entre la gente que puede es tar buscando lo mismo que tú, y sin querer, encontrarlo. La policía aún espera 24 horas para ayudarte a buscar tu hijo, piensa que se fue por alguna rabieta y que aparecerá en las próximas horas.
Recuerdas a tu niño, la última vez que lo viste, aun en su uniforme escolar, saliendo del colegio mientras te contaba lo que había visto en clase, a la salida los maestros te detuvieron para hablarte de números y esperanzas, lo llevaste por un helado, lo llevaste
1 Satán dice si, en clave morse.
al parque, lo dejaste ahí jugando porque querías ir a dormir.
Ahora estás contratando un sabueso po licía porque eso es más fácil que esperar, obviamente. El perro se llama Calígula y le muestras el olor que tiene que buscar, uno de sus calcetines, lo sacas de casa y le pides que te lleve hasta el origen del olor.
Estás caminando en el centro de la ciudad, a tu lado grandes y viejos edificios te observan y te juzgan, tú sigues caminando, siguiendo los pasos de Calígula que de pronto se ve interesado en un callejón, llegas hasta ahí y el perro se empieza a comer algo del piso, era una pequeña figura con la forma de tu hijo aunque realmente sólo supiste que le hizo daño que estaba llena de pequeños clavos, escuchas al perro llorando, a pesar de ello él aún siguió caminando y te llevó hasta un lugar donde el olor a incienso aún quedaba de forma muy perceptible, viste los símbolos grabados en las paredes y encon-
traste la cabeza de tu hijo en medio de un montón de velas, la abrazas. El lugar estaba vacío, sólo un hombre con la cabeza de su hijo y un perro agonizando.
A una pared de distancia una secta se castigaba con cilicios, no consiguieron su objetivo, matar al niño no sirvió para nada. No pudieron saber esa respuesta que tan to buscaban y necesitaban, su Dios decidió guardar silencio.
Calígula seguía agonizando y escupía sangre, tú lloraste, las lágrimas cayeron en la boca del niño. El niño abrió los ojos y utilizó los párpados para en clave morse decirte algo, recuerdas que siempre fue un niño muy listo y te sientes estúpido por nunca haber aprendido clave morse. Por las noches aun piensas: ¿qué fue aquello que te dijo? Te maldices por no apuntarlo o por no tener mejor memoria. Si un día leyeras este cuento descubrirías que no estaba hablando contigo.
Aire de baño ajeno
Hay gente a la que sólo le gusta mirar. Enfocar sus ojos hepáticos hacia algún lugar donde alguien no espera que lo están observando y menos tan meticulosamente. Roberto es uno de esos hombres que gustan de aquello, Roberto es un anciano de mirada severa, forjada por largos periodos de observación a los detalles más sórdidos del ser humano, los ojos grises acentúan su forma pulcra de vestir y con una habilidad para dejar un aroma a Desmopresina por donde camina.
Un día normal en la vida de Roberto, consistiría en levantarse, bañarse, vestirse y darle el desayuno a su perro, un perro viejo que también olía a viejo pero que además de ello, era ciego. Después saldría, recogería la basura de su jardín y pasaría varias cuadras hasta llegar a la avenida principal, donde tomaría un autobús con dirección al poco glamoroso Hotel, El paso. Al entrar al hotel lo saludarían como
saluda un drogadicto a la policía y él iría directo a tomar una taza de café al comedor, esperando a que le sirvieran el desayuno, después vería salir al muchacho con el que cambia de turno por las noches, se saludarían a modo de cambio de estafeta y Roberto tomaría su lugar en aquella silla giratoria con acceso a más de sesenta monitores que muestran pedazos del hotel, cámaras en la azotea, cámaras en el comedor, cámaras en las habitaciones, y algunas cámaras en los baños de las habitaciones. Toda una vida observando detrás de los monitores.
Después de eso llegaría un momento a lo largo del día en que necesitaría dirigirse al sanitario, sólo tenía que caminar unos pasos, cagar y salir, el baño estaba ahí mismo en su oficina.
Pero bueno, un día fue ligeramente distinto, Roberto en vez de pasar a su baño tuvo que salir al del pasillo porque sentía mucho calor ahí dentro, los achaques le hacían necesitar un poco de aire, aunque sea el aire de un baño ajeno.
Y ahí estaba Roberto, soltando un delgado pedazo de mierda cuando entraron al baño dos hombres que discutían, traían un rollo amoroso que involucraba el dinero que uno había gastado para salir con otra persona, y ahora en vez de ver, Roberto escuchaba. Escuchaba los gritos, los manotazos y los golpes que se trasformaron en rodillazos cuando dejaron de tratarse con cariño. A mitad de aquello el ruido se detuvo, Roberto observó por una pequeña rendija un montón de besos púbicos que antecedían a una mamada, no era la clase de cosas que disfrutaba ver, pero sabía que no era el mejor momento para salir, por lo que decidió seguir esperando en ese baño.
Los besos y las caricias seguían mientras la sangre que brotaba tras los golpes manchaba la ropa de los enamorados, el tiempo pasaba lento, escuchó y vio como terminaban, los pantalones volvieron a su lugar y del bolsillo de uno salió una pistola que fue disparada en la frente del otro, el ángulo permitió que un
pedazo de cráneo terminara entre las piernas de Roberto. Los ojos grises se le dilataron y el asesino empezó a buscar si había más gente en el lugar, abrió cada uno de los baños, disparó de nuevo y salió. Aquel fue un día complicado, lleno de policías, Roberto se sentía cansado y entró a casa, en la sala ya lo esperaba su perro sentado en la mecedora, parecía conocer lo que había pasado, le preparó la cena, con sus ojos ciegos le dirigió una mirada pacífica, mientras le decía:
—Tranquilo amigo, cuéntamelo todo.
Disparos de luz blanca
Un gran disparo de luz que ilumina a los que caminan dentro del museo. Todos caminan y no paran y yo disparo a uno y luego a otro, todos van muriendo con la luz del flash o eso quisiera.
En el museo hay 67 personas que se distinguen por no tener absolutamente nada en particular, por estar de snobs. De la nada apareció un hombre, todo vestido de blanco y de piel blanca que destaca enormemente de la gente que estaba en ese lugar, El hombre se ve confundido y corre como buscando una salida. En aquel momento decidí que no valía la pena seguir haciendo lo que hacía y comencé a seguirlo hasta la salida, me acerqué a él y le pregunté su nombre. Él me responde con sonidos guturales, alguna lengua africana.
Yo intento con señas comunicarme, estamos en un estacionamiento enorme donde las cámaras ya nos señalaban. El hombre empieza
a llorar y a arrancarse la ropa y mientras ve su piel, su rostro reflejaba el miedo que le provocó encontrarse ahí en esa piel como si no la reconociera propia. Y la gente comienza a acercarse al rededor suyo.
Y yo estoy ahí con mi cámara viendo a un verdadero hombre blanco, con ya muy poca ropa blanca, que observa a su al rededor con un rictus de miedo que cimbra la composición como pintura renacentista, como si Da Vinci hubiera medido la sección áurea con sus hilos para después acomodar a aquella persona que llegó de quién sabe dónde a un lugar atestado de morbosos. La fotografía es perfecta y siento que vuelven a mí esas ganas de hablarle al mundo a través de mi mirada. Ese hombre blanco con la mirada de cachorro triste que tiene un buen Jesucristo.
La gente que mira frente a mí empieza a ser apartada, a nuestro lado llegan un montón de patrullas que aparecieron de la manera más silenciosa, Jesucristo sigue llorando en el
centro, seguramente diciendo con sus sonidos guturales:
—Dios por qué me has abandonado. Los policías someten a todos los presentes y uno de un golpe en las piernas me deja en el piso. Toman la cámara y se la llevan a la par de la ropa de todos. Nos dejan desnudos y se llevan al hombre blanco.
Eso fue lo que pasó para que decidiera cambiar la fotografía por la intendencia, limpiar es más simple y bello que contribuir a seguir ensuciando el mundo con imágenes vacías. Por cierto, tiempo después se supo que lo que pasó con aquel hombre blanco se repitió a lo largo de tres países, un científico que fue ejecutado hace poco descubrió la teletransportación, pero el imbécil era un racista, perteneciente al KKK al que le pareció buena idea volver blanco lo que teletransportaba, aún no se puede corregir aquello por eso la gente casi no se teletransporta.
23 de octubre de 2023
Hay caminos que trazan los padres para que sus vástagos podamos recorrerlos con menor complejidad, mi madre dejó uno bien trazado sobre mí desde el momento en que acabó con su vida.
El pez por la boca muere decía mi madre cada que prometía alguna tontería, ahora los hombres también mueren por la boca, por una curiosidad morbosa de saber a qué sabe el mejor sabor del mundo. Gente que ya en vida le encantaba estar llamando la atención terminaba como noticia después de lanzarse ahí donde todos prefieren la expectativa, Madonna fue la primera que se puso de curiosa con el maná, incluso el expresidente Obama acabó de esa manera y mi madre que era tan fan de ambos, no podía acabar de otra forma.
“El sabor mortal”, “El camino más corto al Edén”, “Nadie se arrepiente, tú tampoco”, “¿Existe muerte más deliciosa?”, “Ya mueres por probarlo”. Comerciales y publicidad que por todos lados encontrabas, publicidad que poco a poco fue encontrando a mi madre, a mis hermanos, a Susana a cada una de las personas que en algún momento me importaron las fue alcanzando, todos de pronto eran cadáveres sonrientes y yo seguía por aquí.
La atracción del sepulcro abierto se vendía en cada esquina y supermercado, estoy seguro de que en algún momento eso no se hubiera permitido pero hoy caminé al Walmart más cercano, me acerqué directo a las cajas y dije a la sonriente encargada deme uno de esos, señalando la caja dorada que estaba detrás de ella, lo tomó y me dijo ¿en verdad lo vas a hacer? Yo que no esperaba la pregunta sólo volteé hacia ella y se disculpó pidiéndome que no dijera nada, que por ese tipo de comentarios podía perder su trabajo. Terminó de cobrar
con la mirada hacia el suelo. A ti, la hermosa cajera del cabello negro, la que es delgada bañada en piel de cobre, la que no tiene más de veinte años, aquella con una curiosidad que le da expresión de conejo. Tú eres la que debe recibir esta carta.
Esa tarde fui a visitar a mis sobrinos y después me dirigí a casa, abrí la pequeña caja dorada y saque una bolsa que aunque tenía textura de papel no dejaba de ser plástico, era blanca con dos hojas. Tomé una, la de instrucciones, advertencias y un pequeño pajarillo en color rosa.
Las instrucciones eran simples, te recomendaba comodidad y elegancia. Era una pequeña aguja que tenías que insertar en la punta de tu lengua y que después de hacerlo mandaría una señal para que uno de sus Carontes te acompañara y arreglara los trámites después de tu muerte. La segunda hoja era un pequeño testimonio que podías legarle a alguien sobre tu experiencia.
Escribiré mientras pasa por si puedo comentarte algo más, acabo de tomar la aguja y lo hago, siento mi sangre brotar y se mezcla con algo que tenía impregnado el metal, sabe a...
Yo que no tengo a nadie, te lo ofrezco a ti, niña de Walmart.
Un pelo de calvo
La persona fue identificada como Guillermo, estas son notas encontradas en su celular.
1: Ella se fue hace dos días, con aquel bastardo, mi socio el taxista, lo sé porque el pendejo dejó su licencia.
2: En la casa su asqueroso perfume, el que huele a secundaria, rompió la botella en el cuarto antes de irse, sabía que lo odiaba.
3: Me recuesto y los de a lado tienen fiesta, ellos si tienen problemas y su esposa no se va con el taxista, ¿y yo que? Una o dos veces que ebrio le reclamé sus amistades, otras tantas que discutíamos por el hijo que no quise tener, pero parecía que todo estaba bien.
4: En el espejo me miro cansado, dejado y pelón. Un único superviviente al centro de mi cráneo entre lo que una vez fue una gran cabellera. Aquel cabello que ella siempre quiso arrancar bailaba solitario en mi frente. Ella ya no está, creo que ahora sí vale la pena arrancarlo.
5: Lo tomé entre índice y pulgar con mi mano izquierda, era grueso, cano y detestable. Tiré de él y se resbala entre mis dedos. Después le di una vuelta y tiró con más fuerza. Un escalofrío me recorrió la espalda y sentí un deslizamiento que surgía desde la pierna, miré en el espejo y ahí seguía, con la parte inferior llena de sangre. Lo veo y siento miedo, se jaló desde la pierna. ¿Llegaba hasta ahí?
6: Me tranquilicé un poco y me aseguré que me lo estaba inventando, que si volvía a tirar de él, se irá y me podré seguir quejando. Lo vuelvo a jalar y lo vuelvo a sentir, como un gusano que se desliza bajo mi piel. De nuevo ese escalofrío.
7: Un zumbido y me desplomé. Desperté y ahí está ese olor a secundaria, de golpe recuerdo todo y las otras notas en el celular lo confirman, esperaba que fuera un sueño, me miré en el espejo y lo veo otra vez, con sangre seca. Y el doble del largo, como un grisáceo gusano, tomé otro cabello de la parte baja de
la cabeza y lo jalé, no quería volver a sentir el escalofrío por mi espalda, y no lo sentí, el otro cabello sólo sale, como un cabello común y corriente.
8: Han pasado días, he empezado a usar gorras, al lavarlo rara vez lo jalo y evito el molesto escalofrío. Hoy volvió mi esposa y no sé si contarle. Sólo vino por más de sus cosas y se fue, De nuevo me siento jodido.
9: Me quitaré la gorra. Estoy decidido a quitar esa cosa, sé que me encontrare con el escalofrío, lo ignoraré.
10: Resultó ser muy largo, más de un metro y sigue saliendo, engrosándose a cada centímetro, en ocasiones tiene pequeños coágulos, por lo que tengo que tirar más fuerte. Al deslizarse debajo de la nuca parece que es tan grueso como un dedo.
Guillermo fue encontrado muerto, con un agujero en su cabeza, ningún cabello ni nada parecido fue encontrado.
La inicial del muerto del que procede
A Marosa Di Giorgio
Mírate, esa eres tú y te agrada lo que ves, tanto tiempo de tu vida creciste sin espejos para de pronto estar frente a uno tan grande como lo permitió el paso de los umbrales de tu casa. Lo pediste especialmente pensando en este día, recuerdas a esa maestra que sembró la idea en tu mente, la forma correcta en la que debe ser leída la poesía, tan sólo tú, desnuda, frente a un espejo y en voz alta, leer tan fuerte que puedas escucharte del otro lado del reflejo, mientras aprecias la reacción de tu cuerpo a cada palabra; cómo cada silencio te permite separar la vista de la página para encontrar que el frío a acariciado uno de tus pezones. Quizá fue la palabra “efluvio” la que ocasionó esa respuesta de tu cadera, tu cabello es más libre de lo que recordabas, baila en el sentido que desea sin importar que tú estás bailando un ritmo distin-
to, sólo responde al viento y el viento no sabe de tiempos ni de ritmos. Lleva la cadencia de los suspiros en el universo más cercano. Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae —y eso es lo terrible— la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne levísima es pariente nuestra...
Disfrutas verte en ese reflejo, sientes cómo tu cuerpo recuerda su propia forma y se corrige, das oportunidad a tu sonrisa para practicar esa intención de coquetería que esperas proyectar cada que la diriges a alguien. Tu cuaderno de poesía como único vestido, el cuero frío en tu piel, te permites sentirlo, esas hojas avanzan y te muerden de vez en cuando. Pequeñas revelaciones, en ocasiones no puedes ni distinguir tu propia caligrafía. De
pronto parece que una mano distinta se hubiera puesto a escribir en tu preciado cuaderno, como si otra que no fueras tú hubiera pasado por ahí sin reparo alguno. Tu voz lucha contra el silencio y vence triunfante. A cada palabra disfrutas la cadencia y la evocación, cada símbolo llega hasta ti de golpe, como si jamás hubieras escuchado ese poema por más que lo supieras de memoria. Esa carne levísima es pariente nuestra.
Te escuchas de pronto en tu mente, preguntando ¿qué rostro te darías sin la facilidad del reflejo?
Sólo al mirarte fijamente puedes identificar tu linaje, encontrar aquello que te une no sólo con tu familia, sino también con el mundo, a la par, aquello que te separa. Descubres que algunas palabras te hacen sonreír mientras las pronuncias, que tus dientes asoman ligeramente como de forma accidental y pudorosa. Te divierte la extrañeza del momento, tantas veces te has visto desnuda en la ducha y sin
embargo ahora es como si estuvieras frente a alguien distinto, quien comparte su desnudez mientras lucha con la vergüenza. Se sabe y te sabes expuesta.
Tu corazón palpita bajo toda tu piel. Puedes verlo a través de tu cuello. En algunos espacios de tus brazos, pareciera que en ocasiones tu vientre se confunde con tu respiración. Sientes que tu respiración se vuelve tan suave como un latido, imaginas que tu corazón respira por ti. El silencio frente a tu contemplación comienza a reclamar los espacios, va llegando a la habitación que crece detrás de ti, haciéndote sentir pequeña, por donde pasa el viento va dejando silencio. No sabes por qué, pero el vacío te genera una excitación fugaz, un pensamiento menor al segundo que lubrica tu mente y enciende tu cuerpo. Quieres seguir leyendo y antes de emitir sonido alguno, sientes ese silencio entrando, pasar por tus labios y atravesar tu garganta. Despegas de nuevo tu mirada del papel porque un movimiento
fugaz te ha distraído, como si algo se hubiera movido detrás de ti. Pudiste verlo de soslayo en el espejo, algo corriendo de una habitación a otra y te ves de nuevo, esta vez desnuda y frágil. Envuelta en el silencio mientras la luz comienza a huir.
Un escalofrío recorre tu espalda, volteas a ver ese pequeño pasillo que se curva detrás de tu puerta y no hay nada, te tranquilizas. En el espejo te encuentras de nuevo, pero ahora hay un rostro que te observa desde atrás del umbral de tu cuarto, es un rostro casi humano, más pequeño, con unos ojos negros, que se esconde al verse descubierto. En tu cabeza recuerdas una imagen que hace mucho tiempo no evocabas, la del zorro volador en el pórtico de tu casa de la infancia, de pie junto a tu hermano pequeño, en la sombra y sin poder distinguir a cuál de las dos figuras te debías acercar.
Esa pesadilla tan constante que casi habías olvidado. Sigues observando ese espacio en el reflejo, convencida de que fue tan sólo tu
mente sugestionada. Cada segundo en espera te tranquiliza un poco y sin embargo tus recuerdos están cada vez más inquietos, escuchas la voz de alguien que no logras identificar mientras te pregunta ¿y tu hermano? Siempre creíste que por ser tan pequeña la muerte había dolido menos, que sólo duele perder aquello que amas y que recuerdas, olvidas que al crecer se olvida por qué lloran los niños, que hay cosas que sólo se entierran. Esta ese rostro de nuevo, reconoces en él, la misma sonrisa que practicabas hace unos momentos frente al espejo, esa que utilizas a modo de presentación para iniciar un coqueteo, volteas cubriéndote los senos, pero en esa puerta no puedes ver nada, existe sólo en el reflejo y ya no sabes de dónde cubrirte ni tampoco a dónde mirar. El rostro regresa a ese cuarto y desaparece. Cierras el pequeño cuaderno y te vistes. Es hasta ese momento en el que puedes apreciar la cantidad de espacio que has agregado con ese espejo a tu
habitación que se siente ahora más fría que antes. Enciendes las luces, el sol también ha desaparecido. Buscas algo con lo cual llenar tanto vacío, pones música lo más fuerte que soportas, empiezas a mandar mensajes a todos tus conocidos, incluso a aquellos con quien hace tanto que no conversas, nadie responde. La noche llega despacio y no puedes dejar de mirar con miedo ese reflejo, no te has atrevido a mirar hacia la puerta de nuevo, esperas a que alguien te conteste para no enfrentarlo sola.
La noche ha llegado y aún nadie ha querido contestarte, ni siquiera al llamar por teléfono, has comprobado a cada minuto sin obtener respuesta, te rindes y decides cubrir el espejo con una manta, cerrar la puerta. Dormir esperando que para el día siguiente todo esté mucho mejor, no puedes cerrar los ojos sin recordar ese pequeño rostro sonriéndote desde el espejo esa sensación tan siniestra. Sabes que, si quieres salir de tu casa, debes pasar por ese pasillo donde te está esperando.
El tiempo pasa, medido por los ruidos de la noche, escuchas cómo cae la manta que cubría el espejo, tus cobijas te arropan e impiden que puedas verlo, estás demasiado lejos de Dios como para buscarlo siquiera de forma utilitaria. Sabes que no tienes fe. Levantas un poco para comprobarlo, es sólo tu imaginación, para revelar un espejo donde se muestra todo lo contrario, en cada espacio vacío de tu cuarto, ahora hay un ser negro; te observa con rostro de niño mientras te sonríe. Intentas cubrir tu vista de nuevo, no puedes, tu voluntad ya no existe en tu cuerpo, sabes lo que quieren, poco a poco vas quitando tu ropa hasta estar de nuevo desnuda, tomas tu cuaderno y continúas leyendo. Intentas no despegar la vista del cuaderno, pero en ocasiones te es simplemente imposible, tu cuerpo se pierde en el reflejo. Miras de nuevo a ese ser que te rodea y que te posee de tantas formas. Todo lo terrible pasa sólo en el espejo. Sientes de nuevo cómo las hojas de tu cuaderno
te muerden y el contacto te hace gritar como si por un momento todo eso se materializara. La noche sigue sin descanso. Tu voz se quiebra con cada palabra, el llanto surge como si no hubieras llorado nunca, la emoción es tan compleja no sabías que podías eso, nostalgia mezclada con tierra del cementerio de tu memoria llenando tu boca en cada palabra.
Este miedo ya no tiene ningún atisbo de excitación, es una ansiedad suicida y una lucha para poder llegar al siguiente día, en otro descuido al reflejo distingues los dientes del niño, se los está arrancando uno a uno y colocándolos entre tu cabello. Tu voz como grito debe ser tan fuerte que te permita ignorar el dolor que surge de tu reflejo. Distingues una luz que te proyecta sobre tu propio piso, y junto a ti la sombra de aquello que no sólo se ve como un niño, sino que llora como uno.
Casi al amanecer terminas la lectura, sientes el silencio y temblando diriges tu rostro al espejo, había una razón olvidada por la cual
no tenían ninguno de ellos en casa. El ser ha desaparecido, aunque sabes que de alguna forma habita contigo, sabes que no se trata de un espejo maldito.
Fue algo que abriste dentro de ti y que ahora no puedes cerrar. Yo no me atrevo a devorarlo; esa carne levísima es pariente nuestra.
Dientes moliDos
… .- - .- -. -. .. -.-. . … .. o lo que el narrador quisiera decirte
Aire de baño ajeno
Disparos de luz blanca
Maná
Un pelo de calvo
La inicial del muerto del que procede
Seis cerillos altamente flamables
Carlos Rubén Espinoza Guerrero (Toluca, 1994)
Fue becario para los talleres de la Fundación para las Letras Mexicanas del año 2013 y 2017, además de Interfaz 2017. Director de la editorial Manumisión, corrector de estilo y ghostwriter. Parte de sus textos pueden encontrarse en las revistas digitales
Círculo de poesía y Campos de plumas; además de las antologías En la Web y Jíbaros.
Dientes molidos de Rubén Espinoza se terminó de imprimir el mes de septiem bre de 2022 en la ciudad de Chihuahua en los talleres de Sangre ediciones por Fósforo dentro de la colección de libros de la caja de cerillos. El tiraje constó de 100 ejemplares.