Dog-Eat-Dog
Dog-Eat-Dog
Misael Maqueda M.
FÓSFORO
Colección de libros de la caja de cerillos 7 Misael Maqueda M. | Dog-Eat-Dog Primera edición: junio, 2021 Diseño editorial: Luis Fernando Rangel fosforocuu@gmail.com Fósforo. Literatura en breve. La literatura y las ideas son libres. ¡Que corra la voz! ¡Que ardan los fósforos! Editado y producido en Chihuahua, México.
Goddamn there's always such a big temptation
To be good, to be good
There's always free cheddar in the mousetrap, baby
It's a deal, it's a deal Tom Waits
El oso El Oso tenía un trabajo solamente: se dedicaba a cuidar los microbuses de la ruta. Era grande, fornido, ya entrado en años y, desde siempre, comparado al temible animal. La primera vez que lo encontramos él estaba sentado, vigilante, junto a don Eustaquio —el otro viejo que checaba los números y turnos— esperando la llegada del último camión de la noche para poder irse todos a descansar. —¡Oso! Ya deja de andar de atarantado y vámonos que se nos hace más noche. Y sin musitar quejas el Oso se iba con él al cuarto que rentaba. Vivían juntos, sin causar molestias a nadie. Total, cada quien puede hacer de su vida lo que se le antoje. Doña Ana —la casera— le tenía especial 9
afecto; cuando podía le lavaba y a veces le preparaba algo de cenar. El Oso daba las gracias de la única forma en que sabía: devorando todo hasta dejar limpio el plato. Dicen que cuando era más joven le gustaba correr por las mañanas, dar unas vueltas al parque. De cuando lo conocí para acá, ya no lo hacía; se volvió más lento, más agüitado; si acaso salía con doña Ana a comprar la comida. Siendo tan manso sorprende que lo hayan agarrado para ser cuidador. Eustaquio cuenta que en una de las primeras noches que se quedó a dormir en su cuarto, se quiso brincar una rata para llevarse la antena de la tele. El Oso, que se había despertado para ir al baño, le propinó una zarandeada de película, tanto que despertó a todos; y entre que lo controlaban y le hablaban a la 10
patrulla, Eustaquio vio la forma para que pudiera pagarse la vida que le quedaba. —Oso, ahora sí ya vi cómo le vamos a hacer para que no seas un huevón. Mañana mismo te me vas conmigo a la base y me vas a ayudar a cuidar los camiones. ¿Te late? Todos querían bastante al Oso. Bueno, casi todos. Los dueños de la pulquería, quienes de por sí ya la traían cargada contra Eustaquio por su deuda y su estilo de vida, no podían dejar pasar cualquier oportunidad para quejarse de su compañero. Le decían que no, que no pasara con sus chingaderas adentro; que era pulcata, sí, pero decente; que si querían se quedaran los dos afuera. Sobra decir que no le importó nunca y pasaban los dos de todas formas. En ocasiones ambos, mientras uno tenía su carpeta de mano anotando números y 11
hablando en clave con los choferes y el otro sentado plácidamente viendo quien andaba sospechoso en la base, veían pasar una que otra muchacha. ¡Pero no! No con morbo, con preocupación. Don Eustaquio siempre les recomendaba, ya cuando era noche o cuando la calle andaba muy sola, que se fueran con el Oso para que las encaminara o las acompañara hasta su casa. Quienes aceptaban, tenían a su lado a un viejo pero imponente guardaespaldas que, a la menor provocación, daba razones para respetar su mote.
Pero que llegó el día en que se nos fue. Cada microbús puso en la ventana trasera un: “Hasta siempre, amigo Oso” y le dieron un abrazo muy fuerte a don Eustaquio quien, 12
destrozado, decía gracias. Le montaron un altarcito con todas las de la ley, imprimieron una foto que se quedó en el centro y adornada con veladoras y flores siempre frescas. En aquella foto, se ve todavía a un sujeto sonriente abrazado a su inseparable chowchow marrón.
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Top Dog I Un parque: un día francamente agradable. El preludio a la primavera, cuando el sol todavía no cae a jarrazos sobre la gente y los árboles le tiran sombra a las parejitas o a las familias que se escaparon a descansar un rato, ahí, tirados, como piedritas del camino, sin preocuparse más que de los mosquitos cazadores de distraídos. —¡Ya! ¡En corto! Anaranjado sería el término más vago para el color que el cielo iba tomando cerca de las cinco cuarenta de la tarde. Apenas un poquito de viento, viento que igual venía cargado de buen humor, como si ya empezara a llamar a los paseantes a comer algo en sus casas o en las cercanías; los animaba a 14
emprender el viaje de regreso y hacer como el conde Negroni. El cielo, cargándose de color, diluyéndose; y el sol como un trozo de naranja sobre hielos, esperando, invitando al buen humor, invitando a esas caricaturas de la vieja y tradicional familia. Sólo faltarían unos niños volando un papalote, mientras los padres se beben una coca cola fría sobre un mantel de cuadritos rojos. Pero en vez de eso hay perros. —¡Así! ¡Ya como va! —Ahorita vas a ver, pinche puto. Los gritos los sacaban de su camorra; los más viejos alzaron la cara y estiraron el cuello, sólo para ver de dónde venía el alboroto, pero hasta ahí, no se molestaban en lo más mínimo y regresaban a curarse el hambre durmiendo. Los perros jóvenes, en cambio, esos salieron rápido al quite y se 15
juntaron a la bola, no les bastó enterarse por los gestos de los cani-barbudos y cansados viejos, necesitaban estar ahí a riesgo de que les tocara una patada por mirones. —¡Pues déjese venir, cabrón! —¡Ya dense un beso! —Luego sigues tú por wawara, pinche Torito. — Ni se van a dar, na’más es puro show. Sin playera, esas son las reglas. Un círculo se forma alrededor para que nadie escape, es el compromiso, el honor en juego. A puño limpio, como los hombres. Román estaba ya con los puños arriba a la espera de que Marco se dignara en aceptar el reto. Lo había estado buscando desde hacía unas semanas, cuando encontró al “Capitán” tirado en su casa, llorando apenas, con el hocico entreabierto, las patas estiradas y los ojos 16
mirándolo fijo, hasta lo más profundo, hasta ese lugar del cuerpo donde ya no se es uno, donde nada más hay instinto. —A su perro se lo envenenaron. —¿No le puede hacer nada? —. El trayecto al veterinario lo había hecho corriendo, con el “Capitán” cargado sobre sus hombros tallados a base subir los tambos de mezcla; traía una cara extraña y fija, con los labios queriendo llegarle a las orejas, pero el ceño fruncido y los ojos bien abiertos. El “Capitán” era un perro de segunda generación, hijo negrito del “Coronel”, quien había sido el perro de su padre. Encargados ambos siempre a la protección de su casa en la Calle del Hielo, cerquita San Agustín. Entrenados desde pequeñitos, ambos se sabían de memoria los olores de la rata; así que, si uno empezaba a ladrar, luego luego 17
salía Román con el bate a ver qué pasaba. —Yo creo que no. Ya mejor va a ser ponerlo a dormir, para que no sufra más. —¿Qué pasó, Capitán? ¿Quién es? Y alguien se fue, brincando la rejilla, asustado. Román decidió no seguirlo pues el “Capitán” le había dado su calentadita; y, a quien hubiera sido, le iban a tocar puntos y piquetes contra la rabia. Como recompensa le tocó un medallón de las mejores reces disponibles, el cual se devoró sin dudas ni lentitud; además de un respectivo rascón de cabeza y orejas. —¡Fuiste TÚ, pinche mierdas! —Estás pendejo, papi. Ni quién te tope a ti o a tu mugroso perro. (—¿Quién piensas? —preguntó Hugo. —El puto este de Marco, cabrón, se le ve al culero.) 18
Sabía dónde atacar, era cosa de que le entrara para terminar pronto. Pero Marco no parecía tener interés porque, si se negaba, siempre podría decir que le cayeron de montón, aunque solo Román estuviera en medio frente a él, aunque los demás hubieran ido a ver que no se metiera nadie. Él, Marco, podría decirlo y nadie se lo echaría en cara jamás. El sol ya daba las últimas luces, queriendo checar turno y salirse lo antes posible. Quedaban sólo aquellos en el círculo, impacientes de que algo pasara. —¿Le vas a romper la madre o no? Se acordó del camino, del peso del “Capitán”, de la sala del veterinario; recordó la semana que pasó buscándolo, preguntando dónde quemaba para encontrarlo, recordó a Hugo, al Torito y a los demás que trajo para 19
que no lo emboscaran. —¡UUUUUUUUY! Tiró el primer golpe a la espalda, sin que Marco aceptara. El tiempo había expirado y ahora era cuestión de atacar, sin más. (—Ya mejor déjalo así, man. Es bien erizo ese wey. —Cómo no era tuyo, cabrón. —No mames, ¿tanto por un perro? —Sí, a huevo, tanto por mi perro. —Estás loco.)
Anocheció. El Hugo y el Torito lo traían como a un borracho. Iban dejando unas migas coaguladas, como si les diera miedo perderse en el camino. —No mames, ¿cómo le vamos a hacer? —Vamos a dejarlo en su cantón. 20
—¿Eres pendejo o qué? ¿Qué va a decir su jefa? —¿Pues a dónde más lo llevamos? —Pues sí. Ya todo callado, como en velorio, si acaso una tos de vago se oía sin verse. Entraron, tocaron como judiciales y le explicaron a doña Luz todo lo que pasó. Ella les agradeció por traerle a su hijo. —¿Y ahora? —Y ahora nos pelamos. —Arre.
II —¡Ay! Es que con ustedes dos no hay remedio –dijo mientras sacaba del botiquín algodón y alcohol–, si no me bastó con tú padre primero, ahora vienes tú con las mis21
mas babosadas. Romancito, mi vida, yo no te eduqué para que me salieras igual que él –mojó las bolitas de algodón y las empezó a frotar en las heridas más graves: una arriba de la ceja izquierda, otra en el labio superior y una más en la oreja derecha; Román no se inmutaba mientras ella lo hacía–. ¿Cuántas veces no lo viste venir, igual, así a como estás ahorita? ¿Qué no aprendiste nada? Y todo por el Capitán. No, ni te muevas, que nada más te va a doler más. Por el Capitán, sí, ya sé, a mí también me dolió, pero esa no era la forma. Eso es lo que hubiera hecho tu papá, pero no lo que deberías haber hecho tú; tú no eres igual a él; o bueno, no eras igual a él. Claro, claro, era cosa tuya, pero quiero que entiendas que podrías haber hecho algo distinto. ¿O te tengo que recordar lo que le pasó a Antonio? —una mueca se 22
le formó a Román, pero apretó el cuello para callársela— ¿Te tengo que recordar que así empezó? No quiero que termines igual, Román, no quiero que sea lo mismo. Yo ya no tengo las fuerzas para soportarlo, hijo, entiéndeme, por favor, a él le pusieron una buena de la que ya no hubo remedio. ¿Y qué te dijo? –Román volteó a verla– Exacto, eso mismo; pero a ti te valió, te importó más cobrártela. Y mírate. Vas para los mismos rumbos, sino es que peores. Nada más te dijo que no hicieras lo mismo. ¿Qué crees que diría ahora Antonio, tu padre, si viera? —Él entendería. Y se quedaron despiertos, arreglando lo que se pudiera del cuerpo deshecho. Los dos despiertos hasta el alba, hasta que los perros del parque empezaron a aullar.
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Sin límite de tiempo I don’t give a damn what they are, they’re all on the list and that’s Stone Cold’s list Austin 3:16 1a Caída Consumía las luchas como si fueran drogas. Sus primeros recuerdos están llenos de dvd’s grabados con funciones de pago por evento. La descubrió gracias a su padre que deseaba perseguir una carrera en este ámbito y se dedicó con rigor religioso a entrenarse y las tardes que pasó junto a él en la sala llena de posters, máscaras autografiadas, boletos de entrada y fotografías. La rutina empezaba desde la hora de desayunar. Se despertaban desde temprano para poner la tele y ver los encuentros 24
clásicos o los más recientes (según fuera el humor del día) no sólo de México, sino de alrededor del globo: Japón, Estados Unidos, Inglaterra; cuanto territorio posible mejor. Era necesario aprender de todos los estilos, sin volverse ecléctico, para lograr dotarse de una personalidad, adquirir el respeto que se le había escurrido en varias ocasiones. Llegaba a clases con la música y los alaridos dándole vueltas a su cabeza rapada. Cuando la maestra dejaba chillar el gis sobre el pizarrón y pedía que recitaran junto a ella las formas de conjugar los verbos, en su cabeza sonaban las entrevistas. Su pequeño cuerpo se transformaba en un colorido popurrí de licras listo para conquistar la villanía del más grande rudo del salón: “Tormenta gris” o, como las actas dictaban, Ismael Casas Domínguez. Le resultaba in25
soportable aquel tanque de niño: un bastardo rápido (técnicamente lo era y en la práctica no quedaba la menor duda) con su facción de dos guardaespaldas y su porra de cobardes. Alguna vez llegó a escuchar las conversaciones de los maestros que caminaban —casi corriendo— hacia la dirección. —Es que ese mocoso es un verdadero tormento. —Pues sí, hombre, pero, ¿qué le vamos a hacer? Ya hablaron con su mamá y nada. —De verdad que la directora ya debería expulsarlo. No le quedó entonces duda de lo que debía hacer, pero la preparación aún no terminaba. Aunque conocía bien las mañas y artimañas que podría jugarle su rival: piquete de ojos, jalón de greña, golpe bajo y otras; él era un técnico hecho y derecho: 26
aprendió las mejores maniobras; el ras de lona lo manejaba a la perfección y ni qué decir del llaveo y contrallaveo. Las tardes en el gimnasio “Hércules” le sirvieron de entrenamiento. ¿A quién le importaba saber acerca de Benito Juárez si este nunca había pisado la Coliseo o la México? La verdadera lucha por el país se dio en el pancracio cuando el Santo abandonó la oscuridad y se acercó a su gente. ¡Esos eran sus héroes! Inmortales que podías encontrarte desayunando en la misma fonda y con los cuales una foto era segura; pero no se reduce a nuestro mundo, no, ya no, sino que ahora tenía a otros más alrededor del globo: americanos como Flair o Savage que lo llenaban de placer y le hacían volar la mente en clase de Educación Artística cuando pintaba batas elegantes o a un desproporcionado macho desplomándo27
se con el codo listo para el impacto y miles de flashes congelando el momento.
2a Caída Aprovechando que su padre se había ido a entrenar empezó el proceso de creación. Agarró los viejos atuendos y entre destrozos, cortes y cosidas (con respectivos accidentes de pequeños sangrados en las manos) dio vida al diseño que tuvo en mente. Trabajó como desquiciado. La capa fue lo primero que vio la luz de los reflectores: era sencilla en su tela y en el esquema de colores, un poco de rojo un poco de azul, pero con la leyenda no soy más que un servidor de la justicia y el bien ocupando el centro se sentía más que satisfecho, pese a que las letras no eran exactamente glamurosas. Eso 28
no importaba cuando a un paso de ser finalmente el héroe que detendría los excesos y fechorías de aquel infernal. Ya el plan estaba armado, salvo un detalle: la máscara. ¿En quién era posible transformarse? No podía simplemente llegar mostrando la cara de José Santos, no, no, no, pese a su edad comprendía que la vanagloria era intrascendente al carácter técnico que mostraba. Hacía lo que hacía porque era necesario hacerlo. Por quienes lo necesitaban. He ahí la necesidad de adoptar un alterego. Recordó la anécdota que su padre refería siempre que le preguntaba por qué se dedicaba a la Lucha Libre. Su respuesta era la de siempre: cuando tenía más o menos tu edad, un año o dos más, yo vivía en un barrio allá cerca de la Central; no teníamos muchas cosas para entretenernos, pero de 29
vez en cuando llegaban luchadores a darnos una función molera, no te voy a mentir; y a pesar de que el ring estaba que se deshacía, uno de los rudos que le arranca la capucha al único técnico que ubicaba y que se monta al esquinero gritándonos ¡ahí ’stá su pinche ídolo! Y que me prendo y le aviento un vaso de refresco, después todos hicieron lo mismo ¡y le llovió sabroso de mentadas de madre y de todo! Me sentí, cómo decírtelo, importante porque todos me siguieron. Su relato se extendía por un buen rato más. En esencia, su padre logró una revancha simbólica. Una venganza, si se desea.
3a Caída La máscara harapienta, roja y negra: una prominente V recorriendo desde los ojos 30
hasta la barbilla. El patio: diez de la mañana, el sol comenzando a calar. Sin playera y llamando la atención de todos sobre su oponente. Señala con el dedo a los de las gradas que no saben qué está ocurriendo. Dijo todo lo que había ensayado frente al espejo la noche anterior en un careo improvisado donde “Tormenta Gris” se mostraba sumamente divertido con toda la fanfarria. Lo tomó del suéter y le propinó un cabezazo que los dejó aturdidos a ambos y a su némesis en el piso. Se volteó para observar al público asistente. Decía que hicieran ruido, más y más, que sólo con su apoyo podría ganar la lucha. Sin embargo, todos parecían más bien consternados de que hubiera tomado el asunto en sus propias manos. Esto no era nada como lo que mostraban en televisión, no 31
había apoyo, ni vítores, ni nada. Sólo unos murmullos y miradas entrecruzadas a la espera de estallar como risas. Tan pronto como se levantó, Ismael Casas lo golpeó en la nuca, dejándolo de rodillas. “El Vengador Jr.” sintió que le querían arrancar la máscara. Intentó evitarlo sin éxito. Se la aventó a la cara junto con un escupitajo. Vio su identidad desgarrada en el suelo. ¿Su respuesta? Una palanca al brazo que aplicó cuando Ismael estaba de espaldas. Casi sabía cómo aplicarla correctamente, pero se escuchó un crac fulminante seguido de un grito y después un sollozo.
Jugueteaba con su máscara rota en una silla de la dirección. Se llevaron a Ismael de 32
urgencia con el brazo hecho añicos, mientras él se quedó esperando a su mentor. Después de unos quince minutos llegó y se fueron en coche. Iban de regreso a casa, tendría que cumplir una suspensión de quince días y cumplir sesiones de terapia. Sin música ni platicas de qué iban a ver cuando llegaran a casa, únicamente los regaños de un padre y la mirada de confusión. Cabizbajo, observaba la V enorme en que tanto empeño puso. Comenzó a bajar la ventanilla. Sus ojos lloriqueaban pero su rostro estaba encendido de coraje. Rasgando su garganta gritó: ¡Ahí ’stá su pinche ídolo! Y lanzó lo que quedaba de su máscara sin voltear siquiera.
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Contenido
Dog-Eat-Dog El Oso
Top Dog
Sin límite de tiempo
Tres cerillos altamente flamables
Misael Maqueda M. (Naucalpan, 1996) Egresado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la fes Acatlán. Ganador del concurso de cuento del
Ateneo de la Juventud en 2016, participante en di-
versos coloquios de literatura por parte de la unam
y diversas instituciones. Formó parte de la revista literaria De-Lirio como miembro del comité edi-
torial. Escritor a pesar de trabajar en redes sociales. Apasionado a la lucha, la música y la literatura de diferentes latitudes.
Dog-Eat-Dog de Misael Maqeuda M. se terminó de imprimir el mes de junio de 2021 en la ciudad de Chihuahua en los talleres de Sangre ediciones por Fósforo dentro de la colección de libros de la caja de cerillos. El tiraje constó de 50 ejemplares.