La hielera Alfonso Granillo
Mi mamá se agacha a recoger el paquete. Tiene los ojos irritadísimos. Está batallando mucho para dormir. Traga saliva como si tuviera un montón de escarabajos atorados en la garganta. Me voltea a ver y se me pierde la lengua entre la boca. —Tráite la hielera, ándale. Quiero ver el paquete. Es más pequeño que los otros. Estiro el cuello. Una bolsa de cartón doblada con apuro. Tiene manchas negras. Ella me mira y me doy cuenta que debo ver para otro lado. —¡Córrele, pues qué estás esperando! Ay, mijo es rete buen muchacho. Y tan guapo. Todas las muchachas andan detrás de él. Pero está muy enfocado en sus estudios. Dice que no se quiere casar hasta que acabe la carrera, con el favor de Dios. Puros dieces me trae. Es el mejor de su clase. Y eso que hasta trabaja, eh. El otro día me hablaron de la escuela, que quieren que él dé el discurso de graduación. ¡Qué emoción! Y ya que sea Licenciado, todo se va a poner mejor. Una vez mi mamá llegó a la casa muy alterada. Se metió corriendo al baño y se encerró mucho tiempo. Fue poco después de lo de mi hermano. Toda la casa era como un horno. El aire líquido, sucio. No me gustaba respirarlo. Yo me escondí en mi cuarto. Tenía adentro del pecho la sensación de estar cayendo. El que era entonces novio de mi mamá empezó a venir más seguido. Pero no salían, como normalmente. Solo se sentaban en el sillón y él la 20