Gabinete de animales notables
Gabinete de animales notables Daniel Irineo
ColeCCión de libros de la Caja de Cerillos 15
Daniel Irineo | Gabinete de animales notables
Primera edición: junio, 2022
Diseño editorial: Luis Fernando Rangel
fosforocuu@gmail.com
Fósforo. Literatura en breve.
La literatura y las ideas son libres. ¡Que corra la voz! ¡Que ardan los fósforos!
Editado y producido en Chihuahua, México.
Los tres dedos andantes son la araña invisible que Dios el hombre ignora si es para urdir el fuego opone luz donde lo oscuro es una rosa negra.
Raúl Renán
La cucaracha
Del ideario colectivo a la ensoñación, esta endeble figura, de aspecto espinoso y garapiñado, mantiene una incansable jornada: gourmet de exoticidad escabrosa, velador, ninja cosmopolita y curador. Sus detractores han conseguido, con bastante éxito, desestimar la grandilocuencia de este gendarme ecuménico, apelando a su inapro piada apariencia y a la despreocupada manera con la que transita por las habitaciones de ho gares, los hospitales, las oficinas y los restauran tes. Sin embargo, por simple casuística o algún esquema kármico, el hado concedió a su dorso la propiedad inaudita de la aurora boreal. Esta misma concesión le atrajo una apoplejía lumino sa. Cuando por simple convicción se desea verla, hay que esperar el apaciguamiento de la estrella y desmoronar algunas migajas de pan, aunque sus
enemigos: el zapato, la rata cola-tapioca, varias clases de reptiles y dos o tres gatos con criterio sádico, han mermado las apariciones de este an tiquísimo artrópodo, hay indicios muy notorios que vaticinan el advenimiento apocalíptico de la especie que, por ahora, espera captiva en algunos rincones olvidados, en esteras, en ductos de baño y en casi todos los cestos de basura.
*
La mosca
En el periplo fandanguillero existe un agente de corta estatura, alones cordiformes, rostro enjuto y nariz inquieta; sus labios festejan el sabor melifluo de dulce y deyección. No se han dado las circunstancias propicias, pero se dice que con el plenilunio y la marea adquiere propiedades oníricas. La retórica eslava las refiere henchidas e insoslayables, como pequeños dragones. Otros prefieren animales simientes: lombriz o garra pata; los menos avisados hablan del perro y la cigüeña por sus condiciones antígenas, pero hay
un halo en esta díptera soñadora, una manía poco doméstica que la hace más querida y menos tonta que el gato: es su mirada y esa ductilidad serena con la que acopla el viento. La última vez, le vi almidonando girasoles y con el rigor trashuman te de sus patillas, suplicaba compañía.
*
La tijerilla negra
En los tiernos orbes de la toalla de baño, casi como un sueño doliente, surge un ser despreo cupado y socarrón, pero para nada ingenuo. Siempre aparece en lugares inapropiados: pa ños, cortinas, zacates y, por esa explícita condición de hedonista, en bisagras aducidas con el rocío del baño. Su empeño se estima necesario para condicionar la existencia de gérmenes, ya que sus huevecillos no resisten las oquedades mal higienizadas.
Este dermáptero debe su nombre a una sinéc doque nacida de los cercos en el extremo rezagado de su cuerpo, que insinúan la aparición de
una tijera, esto, pese a los caprichos de estudiosos del cielo, quienes incitan la teoría de una pequeña luna, aunque el nombre para el insecto, en este último caso, no dejaría de ser escandaloso. En otros registros, aparece como el héroe del que Thomas Carlyle hizo tanto empeño, precisamente por la contradicción moral que las queja.
En las literaturas francesa e inglesa, se les nombra, con atroz infamia, earwig y perce-oreilles; dichos nombres derivan de la idea ampliamente diseminada en esas culturas, de que se alimentan de los tímpanos del oído, ideas que posiblemente tengan sustento en El Viejo Cantar de los Nenúfa res, crónica latina que narra el periplo del joven Altair, quien escapa de su patria para buscar al rey de Galipoli, su tío Lisímaco, y para pedir ayuda al saber que su padre ha sido asesinado en una conspiración de la corte; pero el príncipe no logra hallar destino debido a que, en su camino, tropieza con una cueva cerca de la encrucijada del río Evros, en donde, según lo que las crónicas narran, fue sepultado Orfeo y su canto continúa
atrayendo a los incautos que se aproximan a esos territorios. Es hasta que Lisímaco se entera de que el joven príncipe ha salido en su búsqueda que éste emprende camino para encontrarlo. Llega a la cueva del nenúfar en la que ve al joven poseso por el hechizo e intenta sacarlo del trance sin conseguirlo y, por poco, cae atrapado en éste. Es en ese momento de agitación cuando Lisímaco ve pequeños grupos de tijerillas en las paredes de la cueva, que se deslizaban sobre las piedras y el musgo. Entonces, sabedor de las manías del insecto, decide tomar algunas de ellas para in troducirlas en sus oídos, con lo que logra salvar al príncipe del trance en el que se encontraba. Esta anécdota ha llegado hasta nuestra época a través de diversas genealogías que se han limitado a la obstinada tarea de repetir las na rraciones, sin retratar por completo el carácter heroico de este espécimen. Por ahora, nuevas investigaciones han expuesto un factor que le agrega un halo de fatalidad a esta criatura: es el hecho de que poseen alas. Sin embargo, estas
mismas investigaciones revelaron que aquellos apéndices son inútiles para fines violentos.
*
El escarabajo
No existe en la naturaleza animal, espécimen más esforzado, numeroso y cortés. Este coleóptero tuvo su origen en la creación, en un espacio incierto del Pérmico temprano y es considerado como uno de los pináculos de la autodefensa artrópoda. Sin embargo, hay quienes no toleran compartir espacio con él, achacándole rigores de impureza racial por su parecido con las especies Blattodeas; esto quizá se debe a lo explícito de su tamaño, la dureza inaudita de su caparazón, las posiciones insólitas en que muchas veces los en contramos o ese cierto tinte cobrizo que adorna el pálido negro de su cuerpo. La taxonomía egip cia, quien suma algún misticismo a la especie, los clasifica en los que se pueden comer, los que se usan en la medicina, los que sirven para ataviar y los que arrastran el sol. Esta última clasificación
era, hasta donde nos permite recapitular la his toria, una manifestación del amanecer o del Dios Jepri, que nos recuerda que el día de mañana está más cerca que cualquier noche, tesis que se añade al pensamiento gnóstico al que las generaciones ulteriores dieron el nombre de flojera astral. Nuestro insecto toma por ingenuas todas las habladurías, debido a que lo arropa un acorazado porte oblicuo y tenaz que le evita hacer caso a las vociferaciones y lo reviste de un arranque neta mente positivista, muy parecido al rinoceronte de Juan José Arreola, pero mejor templado y, según esquemas paleográficos, más preciso. Es justamente en su corteza donde se produce el primer indicativo por el que Vladimir Nabokov descubrió que Samsa nunca fue una cucaracha y más bien perteneció al orden de los Scarabaeinae, hecho al que se adhieren de forma oportuna, aunque intransigente, la disposición de sus piezas bucales bien curtidas y espigadas, el vientre convexo y segmentado, la fortaleza de sus extremi dades hirsutas y el desconocimiento congénito
o, más bien, inocente de poseer alas. Nabokov, sin embargo, no indagó o no quiso hacerlo sobre la alimentación de este cándido bicho, pero esto acaso, sería entrar en demasiadas sutilezas. Por lo pronto, sabemos que no es más apetitosa que el de otros coprófagos. Estas criaturas disfrutan agazaparse a la som bra de un aljibe, en un patio, un abrevadero o el campo, donde el relieve de esos reinos les proporciona una visión de la noche y sus astros, en la que cada año construyen la omnipotencia que inicia y termina con su labor minuciosa de urdir la tierra, para dejarla inmóvil.
*
El zancudo
Las referencias más próximas sobre su procedencia son ambiguas; sólo se tiene conocimiento de un lugar en África del Sur donde este culícido aparece de forma anecdótica en varias de las le yendas locales. Se le extiende este mote, no por el robusto embalaje de su cabuz, sino por la estruc-
tura de las antenas que despuntan en su rostro, mejoradas en ellos para remediar las carencias de un malintencionado descrédito que los señala como despistados y perversos chupa sangre.
Ellos han sabido beneficiarse de sus condi ciones, provistos de un sistema de ubicación sumamente eficiente. Pueden determinar el punto más adecuado para su picadura. Son expertos en distraer a la presa, fijar la dimensión climática, la espesura dérmica y el ensueño del incauto. Su pinchazo es una fórmula inusual, muy similar a la caricia y con las mismas secuelas. De tan providencial y mesiánico su tacto, en el sur de México se le rinde culto por cierta promesa a San Pedro, quien hace 100 años fue enviado como santo patrono de Zaachila.
A nuestro protagonista nunca se le ve inquie to. Siempre sabe a dónde dirigirse y dónde prosperar, ello se vislumbra por lo sistemático de los ritos que componen su comportamiento: no se mueve hasta que la luna le da confianza; el peltre y los metales provocan en él cierta suspicacia;
prefiere establecerse en paños menores y felpas lúcidas o en costados luminosos que prometen calor.
Es la causa que más aqueja en su mala fama, además del zika, el chikungunya y la malaria, el zumbido perverso que produce con el batimiento de sus alas, cuya intención, ahora se sabe, es ne tamente electiva para el apareamiento pero, por alguna peculiar fatalidad, este sonido intensifica su resistencia en el hombre, debido a una especial disposición de nuestros estereocilios, filamentos vibrantes de los poros en el oído, donde la per sistencia de aquel arrullo, forma un acúfeno que eterniza la noche.
*
El pececillo gris
Considerado como casi extinto, los primeros documentos que registran su aparición, se remiten a la Biblioteca Ulpia, lugar en el que Gayo Meliso da cuenta de este particular tisanuro. Algunos quisquillosos lectores han encontrado
fósiles de esta especie que delatan su particular gusto por la poesía griega, añadiendo de forma un tanto insolente que Plauto es el único de los latinos a quien se acerca, gusto contradicho por el influjo de Plubio Terencio a razón de la época, sin embargo entendible, debido a que Plauto era un epígrafe constante. También en Pérgamo se conservan esquelas que acuñan las formas de este escabullidizo espécimen, en obras recogidas de sus ruinas, conquistadas quizá por el puño de Marcial, un autor sumamente difundido gracias a Trifón de quien sólo se conoce su gusto por la reducción obcecada de textos y por ser, junto con los hermanos Sosii, uno de los editores más renombrados del periodo clásico.
Pero alejándonos de la historicidad en el papel y las secuelas de tinta y pluma, este pececillo acoge un candor particularmente extraordinario: las escamas que lo recubren se acomodan con argentina cadencia que le permite acoplar una luz especialmente bella en su dorso, fluorescen cia que sirve para escapar de la estupefacción de
quien se atreve a mirarle, para retraerse bajo una noche perenne. En esa lobreguez, ha desarrollado una capacidad poco común, la de alimentarse a base de almidones, sustraídos principalmente de lomos de libros y revistas inservibles, prefiriendo para ese menester las ediciones más amplias de Selecciones del Reader´s Digest. Entre estas mis mas publicaciones realiza, de forma copiosa, un rito sexual a base de fiesta loca, nada desperdicia y en esa disposición de ánimos, no es de extra ñar una actitud de rendida sujeción a esa sombra sempiterna, en la que, al cabo de unos años, muere como un disidente del mundo insecto, en un cosmos nocturno.
ciempiés
Este miriápodo nos es dado como anagrama figurativo del miedo, debido a un deslucido conocimiento sobre sus virtudes. Debe su nombre a un mal cálculo, posiblemente introducido por Fermat, quien también dejó inconclusas algunas
otras cuestiones relativas a los exponentes numé ricos. Por esta situación es confundido con todo animal que tiene más de ocho patas, contando a penas cuarenta y dos.
El mejor lugar para observarlo, el trópico, aun que también se han encontrado especímenes en zonas desérticas y polares, pero sus condiciones son menos encantadoras. Podemos apreciar en su marcha una cadencia schönbergiana por los contrapasos atonales y las sentencias inacabadas que lo componen. El bullicio de sus apéndices bucales se contrapone con la delicada forma de sus órganos sexuales, siempre altivos y afables, aunque poco disponibles, ya que se verifica en gran número de especies el uso de la partenogénesis. Lo cubre una coraza amalgamada que nos recuerda lo inusitado del anillo Nibelungo o, mejor dicho, el Anillo Único de Tolkien, quien rescató a la mitología germánica del olvido.
Las ficciones le atribuyen condiciones bastante prósperas contenidas en unos ojos ostensibles al sueño, patillas peliformes que descomponen la
piedra y unos metámeros cuya influencia se apre cia en los primeros esquemas del dragón chino. Sus propiedades de predador son empleadas por la químico-farmacobiología para la elaboración de un bálsamo asténico, cuya única contradicción radica en una grave toxicidad cuando se sobrepasan los límites de su uso.
Ante las circunstancias que lo acuñan, encontramos en la distancia un recuerdo doloroso de arenas y laberintos que recorren la mente con un ansia hipogea en la que avanzan los presentimientos de una herida nunca aliviada, territo rio que acompasa el vértigo de los sueños y esa tierna memoria que lo presenta ante el miedo y la costumbre como el uróboros de los reinos diminutos.
*
La araña
De un orden antiquísimo e irrefrenable, manci llada como ningún otro artrópodo, tal vez porque su rostro de tan pequeño no provoca afectos de
ternura y son sólo sus extremidades el indicati vo de algún candor. Hay en todas las memorias humanas un recuerdo maltrecho que la recono ce: Ovidio y sus Metamorfosis, indicativo de su categorización como esteta; José Hernández y “Anita”, historia en la que se cuaja la tipología de un humor malogrado de forma persistente; Arreola y “La migala” quienes la asumieron como enigma de un destino fatídico. Otros autores, con desánimo y basándose en ideas gastadas, la hi cieron ver como un gigante come hombres, tal es el caso de J. K. Rowling; también podemos encontrarla entre los superhéroes encimosos y en alter-resonancias bastante terroríficas; Stan Lee y Steven Spielberg lo descubren con astucia.
Pese a los reniegos, siempre hay algo en ella bastante conmovedor, algo que nos remite a la prima infancia, a la caricatura y al contento pegajoso. No es sólo la pequeña rueca o el preciosismo de su tela: existe casi por añoranza un esquema al decir su nombre; vuelven a nosotros los años de Penélope y el manto, aquel cosmopolitismo
iniciado con el tejido, siempre enigmático y mi tológico, que comienza con el entretiempo de la fatalidad.
Hay, como en todos los agentes alegóricos, cierto misticismo, pero en esta especie se aleja de las singularidades del rito. Ella mantiene una esencia de paganismo mórbido y notable; su cadencia y la singular extensión de sus zancas la convierten en sátiro y ménade; la luenga barba le promete una circunstancia menos fatal y la melena, cuando la hay, asienta su condición estoica. Así va, entre calumnias dolientes, entre sol y abismo, la nueva representación del héroe mítico a la que el tiempo nos acostumbrará con esa dócil presencia que la aparece en las ruinas mancebas de espejos, cuadros y en todas las fracciones augustas que dividen las paredes del mobiliario y las fornituras.
El alacrán
En Durango, México, alrededor del año de 1884 surgió la leyenda de Juan sin miedo, el hombre
que retó la fatalidad atrapando alacranes, relato marcado por siempre en la vida de este espécimen, que toma su nombre de tierras Mahometa nas: al‘aqrab del árabe hispánico y éste del clásico ‘aqrab que de manera estigmática significa escorpión. Hablo de una vida marcada porque nadie se le acerca. Incluso entre su misma progenie tiene severos problemas para formar comunidades. Es un ejemplar solitario, contenta la suerte al realizar alguna maldad a quien por la noche se des cuida, maldad que acentúa el desliz de su aguijón, ése tan desprestigiado por Esopo, pero que, por un designio de arrebato, es también lo más representativo en él. Su talle corto y enjuto promete cierta temeridad; su rostro achatado y parco hace ablandar la confianza. No se doblega ante ningún adversario y cuando ataca es sumamente categó rico; la ponzoña que prodiga contiene una de sus cualidades más agrestes, sin ésta podrían ser bien aceptados en zonas urbanas; sus piernas cortas y acuclilladas le permiten trasladarse con rapidez; es un exquisito perseguidor y sus tenazas, más
de crustáceo que de arácnido y menos de pollero que de pugilista, han elevado tanto su valor, que algunas de sus variedades como son el Pandinus imperator, Pandinus dictator y Pandinus gambiensis se encuentran en relativo peligro de desaparecer, de ellos, uno corre mayor peligro así en Cuba como en Venezuela: es el dictator
El ratón viejo
Los nigromantes de todas partes tomaron la fi gura de esta lepidóptera como prefiguración del “mal de ojo”. Así, se le nombra, con exceso, ma riposa del país de los muertos, bruja negra, mariposa de mala suerte, entre otras circunstancias que, por oprobiosas, preferimos no mencionar. Este influjo nace de su pecaminoso gusto por los sitios lóbregos y una actitud determinista en el sentido nada amplio de la psicología. Todos los cuadrantes que elige para posarse tienen una virtud geométrica. Su tamaño, descomunal para tan delicada especie le permite una suerte iso-
mórfica que utiliza como treta para alejar a los depredadores, a ello se aduce lo expresado por diversos estudiosos de esta especie, quienes la proveen de un sino de ensoñación agitado por lo multicolor en su dorso.
A ellas debemos el polvo cetrino que complica el lavado de las prendas y también les debemos, por su condición indolente, esa resaca de soledad cuando desaparece a la que los portugueses dan el nombre de saudade. Nuestra mariposa de la muerte pasa la mayor parte del tiempo en calma, el resto del día ya se ha ido. Las fortunas que pre gona o los remilgos por su existencia refieren un poco de irrealidad por las falsas circunstancias en las que se confiesa como instrumento del destino o la fatalidad.
*
El caballito del diablo
A diferencia de otros animales fantásticos este zigóptero, célebre observador de la naturaleza, es difícilmente visto, aunque cuando esto ocu-
rre se confunde con su prima lejana la libélula, menos delicada y más paciente. Lo celebran un par de alones de geometría exacta que al reple garse forman un delicado vestido de tenues y seductoras transparencias; esta conciencia en su vestimenta permite al pequeño equino un quehacer fluido y selecto. Por condiciones extrañas, sus ojos saltones lucen fulgurantes y anatómicamente responsables. Adrede eligen posarse en talles poco socorridos, esto alimenta la naturale za mística que los recubre. Aún se tienen dudas sobre la providencia acuñada en su apelativo, sin embargo, varios entomólogos se han remitido al I Ching para explicar su procedencia, indagando que nuestro minúsculo volador fue alguna vez el prodigioso dragón que San Jorge desmembró implacable, y ahora, libre del menester religioso, es el emisario paupérrimo de las planicies y lagos. Otras tradiciones lo presentan como antecedente de las hadas. Para este efecto, se pueden consultar, en manuales victorianos de curiosidades, algunos bosquejos sobre este insecto en los que, como
consigna, siempre se omite su rostro. Todas esas habladurías lo han llevado al ostracismo, prefiere la solemnidad de los remansos y la cautela de cortezas estrechas: posa toda su confianza en esas pinzas al final del abdomen en la que, además del coito, acomodan la nostalgia de todo ser que el albur convirtió en arcano.
*
La cochinilla de humedad
Las minas del Indostán se precian no sólo por sus inusitadas formaciones, hay en ellas un particular laborista que hace menos aventurado el trayecto a la socorrida profundidad, este diminuto crustáceo desentraña las capacidades menos comunes de la inquieta tierra, modera los desperfectos y las ediciones dispares en muros y bisagras, su megalomanía se compara con la del palustre mecánico, aunque no sólo es remedio de soportes y murallones, también es un acólito puntal en pequeñas parcelas y jardines, refiero el acolitismo por su condición casi divina, es por edicto el primer ju-
guete del hombre. A esta oniscidea debemos las uñas magras y la capacidad de asombro que se acrecienta en los niños.
Gracias a cierta propiedad antígena, obtiene las maniobras que le permiten acoplar su cuerpo en un diminuto botón, lo cual sirve para ocultar sus partes más blandas. No hay datos concretos sobre su alimentación, se indaga, por el estudio de sus proyecciones intestinales, la posible existencia del canibalismo o la autofagia. Es la humedad quien en realidad le prodiga alguna cualidad inaudita, las conservas plenas, prove yéndolas de filtros que le ayudan a renovar la piel, perseverando en sus tejidos una lozanía de inalterable juventud.
*
El ácaro
Pariente lejano de las arañas, se le ha despojado de aquella alcurnia, señalando, que la utilidad de esta ninfa quelicerada es meramente ornamental y en sus formas no se conocen cadencias más
imperiosas que las de un parásito; sin embargo, las circunstancias de su tropel y la gentileza con que su nombre coincide con el del átomo, en ese paroxismo llamado azar, lo han convertido en el agente preferido de entre las alimañas. Desenvuelve su gracia en todos los ambientes, desde tropicales hasta los más gélidos; no es nada susceptible a las vociferaciones de extraños, pero le gustan las multitudes, se sabe que, en esos tumultos, puede provocar en su huésped una leve falta de aire, aquiescencia inquietada con la primavera y sus olores. Su saliva, ingenua y poco moderada, ablanda los aromas del polvo y la pelusa. Existe un tipo bastante vilipendiado de esta clase, el Sarcoptes scabiei, singular ácaro, señalado extensamente en variedad de tratados médicos por sus extravagantes formas de poblar la dermis de los mamíferos y provocar en estos una tertulia de picazón a la que llaman sarna. De aquel comportamiento surge su sobrenombre: el arador.
Cara de niño
Este carismático ortóptero ha conmocionado el ideario de una niñez advenediza y poco elocuente. Sus ojos marcan el denuedo de una adversidad que lo ha seguido desde los albores de la carrera evolutiva. Su singular apariencia ha incrementa do su impopularidad. Se lo compara con el León de Cobos y el cangrejo de río, por su presencia y temeridad, aunque las cualidades de éste son mucho más enternecedoras y fatales. Poseedor de una hendidura bucal temible, remedia los des perfectos en jardines y compostas; su dieta, rica en hoja seca y raíces, conserva las propiedades del suelo en óptima liturgia. Se han encontrado restos de este insecto, con un rigor mortis poco común, cuestión alimentada por las mitologías sobre su procedencia. Nuestro enfant terrible existe con extraño desapego a la voluntad creadora. Se sabe, por una referencia poco precisa, que las madrugadas acrecientan su apetito y dilatan el candor de sus
ojos, prefigurando la efigie de un querubín: es esa la prominencia que da luz a su sobrenombre, además de la voz, perturbadora para el sueño de quien lo escucha, por los inusuales agudos que la componen.
Aún no se le ha visto mover músculo alguno, de hecho, es muy raro encontrarle, salvo por ca sualidad, debido a que subsiste en él una carga teologal bastante rígida, impuesta como rutina de eremita, a la que de vez en vez reta para ali mentarse de algún novedoso almíbar.
*
El pinacate
El rigor achacado a este áptero es de lejano conocimiento por lo esforzado de su trajín, además de ser el insecto mexicano por excelencia, tanto así que el náhuatl es quien lo bautiza. De cuna sonorense, acostumbra los climas cálidos y los vientos febriles. Carece de alas para no desper diciar líquidos; esto explica por qué su cuerpo cuenta con un revestimiento azabache del que
no entra o sale nada. Sus patillas rivalizan en tamaño con las de las arañas quienes tienden a poseer pantorrillas menos tonificadas y muslos menos firmes. Sus ojos se confunden entre su cara y las antenillas que sobresalen parecen otro par más de patas. Sus habilidades de insecto radican en sobrevivir en los peores escenarios de calor, aunque su múltiple fama la deben al tufo que rocían cuando se ubican en una situación de peligro. Ese característico olor, sin embargo, no asienta a esta especie su nombre, sino la posición agachada de la cabeza: pinahua (avergonzarse) y ácatl (caña) o en una sobreinterpretación el aga chado, avergonzado, agachón y cabizbajo, palabras que potencialmente podrían traducirse, siguiendo los criterios de Samuel Ramos y Octavio Paz, en una metáfora bastante certera de la sociedad mexicana.
Gabinete de animales notables
La cucaracha
La mosca
La tijerilla negra
El escarabajo
El zancudo
El pececillo gris
El ciempiés
La araña
El alacrán
El ratón viejo
El caballito del diablo
La cochinilla de humedad
El ácaro
Cara de niño
El pinacate
Quince cerillos altamente flamables
Daniel Irineo (Ciudad de México, 1986)
Licenciado en Derecho y estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha participado en las antologías literarias: Pliego de Astillas (conaculta-inba), Niños que se tragan la luna (Editorial El Cálamo) y Poesía ante la incertidumbre (Editorial Río Negro), además de diversas publicaciones en revistas culturales de México y Suramérica, alumno de los poetas Raúl Renán, Víctor Sosa y Mijail Lamas, apuesta por la experimentación literaria.
Gabinete de animales notables de Daniel Irineo se terminó de imprimir el mes de ju nio de 2022 en la ciudad de Chihuahua en los talleres de Sangre ediciones por Fós foro dentro de la colección de libros de la caja de cerillos. El tiraje constó de 50 ejemplares.