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El Jíbaro
0 las calles son los corredores del alma y de las oscuras trayectorias de la memoria
Cuando aún era niño y me enfermaba, recuerdo haber leído Los parientes pobres, de Balzac. El primo Pons, la prima Bette, eran personas próximas a mí, sentía que me acompañaban en aquella casa de campo donde ver caer la lluvia, que acentuaba el perfume de las flores de los naranjos era mi fiesta preferida. El agua corría alrededor de mi cuarto, sitio donde reconocí al primer escritor de mi vida: Balzac. Fue enorme el desconcierto de mi padre que se había dado a la tarea de reunirme todo lo que por entonces se consideraban libros clásicos de aventuras. Sin embargo, aquellas descripciones de cosas externas, de gentes moviéndose en eventos violentos, como batallas entre ejércitos, ante las fieras, o soportando tormentas marinas, terminaban por aburrirme; yo prefería el viaje de los personajes hacia dentro de sí, esas narraciones me dejaban bobo, solo por el hecho de poder asomarme al mundo secreto y definitivamente peligroso que subyace en el interior de los seres humanos.
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Al leer por primera vez a Balzac comenzó mi relación racional con todo lo que me rodeaba, apenas había cumplido los nueve años y solo en ese momento tomé conciencia de todas las personas que en tan poco tiempo habían abandonado a la familia. La enseñanza radical de Balzac fue mostrarme que tenía una vida exactamente para vivirla, en lo posible con intensidad, y que debía concentrarme