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La muerte de Dalia

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ricardo alberto pérez

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lo, aquella contención hipócrita que la convertía en una infeliz.

En los últimos tiempos había logrado estabilidad, un compromiso fijo hasta que apareció esta muchacha. Raíza no pudo contener su curiosidad y cedió varias veces ante las provocaciones, viéndose envuelta en una relación de dependencia con aquella que apenas dejaba detrás la adolescencia.

En una de las tantas escaramuzas la joven mordió con desenfado las tetas de Raíza, entonces sintió la importancia, la diferencia de no ser un simple escolar varón, con unas aburridas tetillas rematadas por el color violáceo. Esa situación la desestabilizó perdiendo con frecuencia el control y comenzado a perseguir la posibilidad de consumar lo que ya estaba planteado. Justo en el momento en que más alejado se suponía el instante de la consumación, esta Tarántula obsedida por el arte de tejer en tiempos mínimos extensas cantidades de espacios para prácticamente dejar nula cualquier posibilidad de que sus víctimas pudieran escapar, se había desnudado, le caminaba por el cuerpo con destreza, y en las zonas húmedas se recreaba para no perder de gozar las profundas exclamaciones que sabe Dios de que región de los sentidos se desprendían. Así fue la Tarántula copando casi todo el cuerpo de Raíza.

Cuando ya comenzaba la retirada recordó el consejo de otro arácnido amigo que le había dicho: «no olvides los pies, recuerda la máxima de los chinos que afirman que todo comienza y termina en los pies, ese es el centro que gobierna y regula». Trabajó allí, estremeciendo una vez más a Raíza, esta sentía que la cabeza le daba vueltas y que en cualquier momento podría doblegarse su eje, las ideas desgarrarse, co-

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