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La Fleje y El Barbero

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ricardo alberto pérez

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corporo al cuerpo de mi madre, almacenado entre sacos de arroz (de esto hablé en La muerte del magister), le doy un sitio justo donde no pueda obstruir, un lugar para su bondad… Nos acercamos al movimiento de los viajeros, de ese barco que deja atrás el faro y la bahía con sus luces artificiosas. Tu cuerpo nace con el mío, nos pertenecemos sin extender las manos para asir. Eso te sorprende, te hace retroceder, a veces sientes bajar desde tu hombro hasta el pezón la esperma fresca que hemos rozado con los labios en medio del ritual.

El personaje de mi madre se relaciona con el desastre y la salvación; sin esa torcedura hubiera terminado como ingeniero hidráulico o cirujano. Cuando la madre quebró las estructuras, estaba quebrando lo que el plan divino me tenía predestinado. Madre que avanza por el largo pasillo jarro en mano y cuchara golpeándole el fondo; ya pasó el comandante Ordaz en su jeep verde olivo y todos quedan presos de un gran orgullo. En alguna vieja libreta escribí sobre mis visitas al manicomio: mi madre bajo el efecto de los medicamentos después de su suicidio inacabado. En realidad no escribo sobre eso, escribo tratando de esclarecer mis encuentros con alguna que otra enferma.

Interminable el viaje, latoso. Río Cristal era la señal de que estábamos cerca; a veces, o más bien casi siempre, me acompañaba el tío Alberto. Ese demostró su gran tenacidad, dijo que se moría en el cuartucho de Monte y Águila, y lo cumplió. Mis padres le dejaron una excelente casa en el reparto Capri, y él la negoció por un flamante refrigerador ame-

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