1 minute read

Raíza

blanco. Me interesaron sus nalgas que ya comenzaban a estar ligadas al salitre y a mi anárquica lectura del gesto erótico y sus posteriores complicaciones.

Dalia se muestra en un rojo que declina al negro, antes de abrirse ya sugiere un exceso de entrega, docilidad y fantasía, voluntad de saciar y de envolverse en la más absoluta pasión. La conocí cuando buscaba a otra muchacha, andaba tras una dirección confusa, con ese uniforme color chocolate que vestían las colegiales de un tecnológico de las afueras de la ciudad. Su piel olía a un aceite natural, aroma que recibí como una suerte de señal o aviso; los labios ya me hablaban por sí solos de cualquier otra intimidad, y tras ellos fui comprendiendo que al menos esa noche que nos venía encima no lograríamos separarnos.

Advertisement

Una hora después ya íbamos camino a la playa de Santa María. Excitado por su definitiva disposición, mi mano se atrevía a ser escandalosa y topar con zonas de humedad. El mar adquiere múltiples lecturas con la noche, también aquel mar reciclado que tantas veces escuché en una obra electroacústica que hizo, durante muchas madrugadas, más agradable mi entrada en el sueño y en el olor característico de su relieve.

Solo con los años, y con una extraña virtud adquirida, nos vamos librando de esas malditas escenografías que casi siempre respaldan, y de hecho contaminan, nuestras escenas secretas, lo que muchos han sugerido como la única libertad posible. Dos cuerpos que ya querían estar en la arena, que gozaban de las temperaturas de cada cual mezclando la curiosidad y el deseo como sustancias que terminarían por fundar un estado, una corriente que azotaba a los demás pasajeros del ómnibus; la mano insistía y la con-

This article is from: