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Arácnidos
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4 verónica
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A Verónica la conocí una tarde de junio en Curitiba, ciudad donde en nada se parece el comportamiento del clima al de aquellos ciudadanos que luchan por hacerla una urbe racional. Allí todo estaría tan claramente solucionado que nos conduciría sin remedio al más letal aburrimiento. Lo atractivo de estos espacios se relaciona con aquello que se daría en llamar agentes externos, siempre listos a poner emoción y desorganizar lo supuestamente establecido. En Curitiba se pasa de la lluvia fina al esplendor del cielo en fracciones de segundos, así como del palpable calor a un frío penetrante; ciudad señalizada hasta el tuétano donde se vuelve casi imposible extraviarse por uno de sus barrios. Polacos, alemanes, italianos, y algunos brasileños que se parecen bastante poco a los brasileños de otras ciudades, le han ido perpetuando ese rostro surcado por bosques polacos, alemanes e italianos, a través de los cuales volvemos a releer las más clásicas historias.
Curitiba vuelve aún más extranjeros a los extranjeros, y en ese punto decidimos escapar, reencontrarnos con las escenas privadas de nuestro pasado, escenas que nos hemos censurado nosotros mismos para seguir viviendo de espaldas a la dosis de horror con la que arrastramos. Así, sentado en una plaza abundante en palomas y siete años después de su muerte, pude dialogar con mi madre como nunca antes. Sin recelos le pregunté lo que en vida no tuve valor de preguntarle, y creo que ella me respondió como no lo hubiera hecho en vida.