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El Jíbaro

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ricardo alberto pérez

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merosos hoteles que en el invierno se abarrotan de gente de todas partes de Brasil, que acuden allí para contemplar el instante sagrado de ver caer la nieve. Entonces llegué a necesitar la chaqueta verde que Verónica llevaba en Curitiba, justo cuando su submarino y el mío se cruzaban reprimiendo la ferocidad que cada cual sentía por el otro.

Había participado por esos días en un evento sobre «Literatura y exclusión», colocando delante de mí una foto de Kafka. Con aquel gesto simbólico intentaba llevar el problema de la exclusión hacia una lectura estrictamente esencial que me librara de una vez del acecho de la banalidad. Fue en ese ajetreo que nuevamente se erigió ante mí la imagen de Kafka, su rotunda claridad sobre la incomodidad de vivir y los diversos inconvenientes que la acechaban. Muchas veces he intentado imaginar al verdadero Kafka… en esta ocasión el Kafka que presentaba era el propio hombre expulsado de sus Diarios, el judío perturbado por la desnudez que precede al fin de la palabra, o el del gesto discreto del lenguaje. Sin dudas Kafka sobrepasa a Kafka, es una suerte de aullido entre lo alemán y todo un cuerpo espiritual perteneciente a la Bohemia; puede ser Hašek, o la divertida pirueta de un soldado demente en plena guerra.

En medio del frío y de las numerosas jóvenes que me reclamaban autógrafos bajé del auditorio, caminé con orgullo por un pasillo de tierra que conducía a la salida de la carpa. Entre todos los que se me acercaban me llamó la atención una muchacha que dijo residir en una ciudad llamada Santa María del Sur. Después de conversar algunas veces con ella por teléfono terminé viajando una madrugada hacia dicha ciudad. La joven me recibió al descender del ómnibus, y para

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