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La Cochinilla y El Helado. Muerte de los cerdos
5 KafKa y HašeK
Retornemos a mi madre, al entorno en el que ella se desenvolvió durante los últimos diez años de su vida. Ahora recuerdo con claridad aquel pájaro blanco con unas pequeñas letras verdes que indicaban su nombre, bordadas a la altura del pecho, en su blusa de piyama. La enferma que a veces conversaba con mi madre sentada debajo del almendro, y que de súbito se levantaba y comenzaba a revolotear, emprendiendo un calentamiento en círculos, era en realidad un pájaro que ensayaba una y otra vez su zona de despegue. ¿Hacia dónde iba con el rostro grasiento y los labios y manos temblorosas? ¿Cuál sería el punto de destino, la corteza de dolor destinada a ser atravesada por aquella frágil ave sin alas, sin plumas, sin escamas, aun horrorizada por la pesadilla que definitivamente la colocó en una pista para el despegue? Vaya césped ordenado por la laboriosa estereotipia de un colectivo ejemplar: ¿cómo volar por encima del muro de aquella casa de Marianao, de dónde provenía, y de dónde había escapado en el momento en que su hija gemía de placer? ¿Cuántos círculos, cada veinticuatro horas me fabricaba ese engendro que alcanzó a ver las nalgas canelas golpeadas por las robustas manos del padre?
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Ahí regresan Kafka y Hašek boquiabiertos, un poco de diversión, y el mundo se ha transformado para ellos, se les ha hecho ajeno, pero igual pueden caminar, tomarse otro café, discutir sobre sus personajes, intercalarlos indistintamente en las obras de ambos.