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Verena
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ricardo alberto pérez
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Los que ya se han instalado en la pared gozan de sosiego, no existirá ningún hongo perturbándolos, la pared tiene un lirismo radical vinculado al descampado, un lirismo de superficie de riesgo, de ascenso, de caída, una suerte de movilidad en resistencia que lo satura todo.
Seres que tienen su motorcito, su ruido particular, que circulan en la senda del presente con la mala pasada, ahí clavada, que perturba, transforma las expresiones, crea personajes ajenos a ellos mismos. Varios conversan con mi madre, les cuentan sus microdramas, entonces mi tío Alberto y yo llegamos con el almuerzo e interrumpimos.
Me acuerdo del Jardín Botánico de Curitiba, sentado al borde del cantero de las flores, también rosas que se aprestan a mostrarse, detrás me quedaba un espacio, o más bien una sensación de espacio; de sensaciones está hecha casi toda la ciudad, pero en El Botánico se multiplicaban, eras mordido por tus propias ideas…
Mi tío y yo con el almuerzo de mi madre.
Tiempo después vi una mesa llena de alimentos flotar en un río, mesa sin comensales. Símbolo de las ausencias prolongadas, personas que no pudieron llegar nunca al convite, porque algo inesperado les negó la continuidad y los condujo a otros destinos. ¿Cómo indagar por los que no han venido a degustar dichos manjares? ¿Qué situaciones tendrán que enfrentar? Son energías extraviadas, algo así como cabitos sueltos que derivan…
Entre la sensación y el hecho se filtran desobediencias, puntos de emoción. Así transité varios días por Curitiba asediado por un pensamiento puesto en