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La muerte de mi madre
9 la ninfea
Nunca llegué a saber su nombre, la rotunda belleza excluía cualquier otra curiosidad, pero tampoco creo que en toda mi vida haya encontrado una metáfora más exacta que aquella con la cual mi pensamiento resumió la aparición en medio de la clínica. Era una Ninfea que flotaba sobre tan abundante densidad y destrucción, sobre una multitud de vidas extraviadas sin retorno, surcadas por la fractura imprevista. Esta Ninfea portaba una energía con la cual me sentí identificado de inmediato, energía cuya fuerza podría llegar a arrasar en poco tiempo tan deslumbrante y fresca belleza. Aún no había en su rostro huellas de deterioro, solo una expresión de sueño, ligera, que la volvía más erótica, imprimiéndole la levedad de quien era mecida para ser gozada en la profunda calma. Ahora recuerdo que la primera vez que la vi no fue en el manicomio de la avenida de Boyeros, sino en una sala de psiquiatría de un hospital del Vedado. Esto me favoreció porque pude contar con un poco de intimidad; el pasillo que conducía al dormitorio de las enfermas en ese instante quedó atravesado por un haz de luz rojiza…
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Hay que rehabilitarse, hay que reeducarse, hay que reconcentrarse sobre todo para retornar al acto del erotismo con las herramientas repletas de sentido; es decir, que si un pájaro vuela y en una torpeza inesperada roza y hace ruido, este incidente servirá para volver más intenso el panorama; si algún líquido o alimento esencial se ha derramado y el olor es penetrante, no lo rechaces: él está ahí por