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La Familia Nimiedad
esas escenas no estarán en este libro, porque en realidad no le pertenecen, son planas, estimuladas y provocadas por la ingenua idea de que estudio y trabajo deben ser inseparables; aquí solo queda lugar para la máquina sombría que llegó a gotear sus pezones en aquella hora dudosa que antecede a la noche.
Este sueño es una carga pesada:
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«Por el cemento rugoso que en la mañana escurría la sangre, trasiegan numerosas sombras que propician las luces, sus conos agitados que destacan las pieles sudadas, y el brillo múltiple de los cosméticos. En los cubículos donde las reses ponen sus últimos pensamientos en la hierba fresca, se percibían gemidos, siluetas que en su movimiento agitado llegaban a alcanzar un ritmo, lo más sobrecogedor era contemplar el sitio desde una distancia prudencial, persiguiendo el objetivo de una vista aérea. Nadie en esa convocatoria llegaba a tener una expresión tranquila, todos se sentían cómplices, culpables… Con el transcurrir de las horas iban perdiendo la capacidad de reconocerse entre ellos, el propio acento reiterativo de la música contribuía a la amalgama que la multitud sostenía en pos de no aceptar ningún tipo de límite.
«En la alta madrugada el espectáculo adquiría otra coloración, la masa que conspiró unida, casi frotándose, comenzaba a dispersarse, salían en grupitos de tres a cinco por la misma puerta que las reses entraban al clarear el día, entonces sus rasgos se hacían más vulnerables a la parodia, terminaban pareciendo personajes ficticios, embadurnados de una especie de idiotez, que en dosis elevada se consumió durante el ritual ¿Qué podría aprovechar el observador de ese desperdicio de tiempo? Quizás muchos de ellos pertenecían a una zoología inclasificable, dimensión