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La Estrella y El Gorila
la voz de María Bethania. Durante la breve espera para entrar a un cuarto ya se había creado una química entre los dos haciéndome creer que durante una o, quizás dos horas, se olvidaría de Fernando, quien se había quedado sentado en un muro leyéndose una revista de rock and roll del año anterior.
Unos cinco años después me encontré a Violeta en la terminal del Lido. Ciertamente había perdido casi todos los encantos de aquella primera noche, pero igual me dio mucha alegría su presencia. Casi automáticamente le pregunté por Fernando, y ella me contó en detalles el proceso de cómo una Tarántula Gigante de Rodillas Blancas podía convertirse en Reclusa Parda (pequeña y venenosa). Fernando cumplía dos años por intento de salida ilegal del país. Lo habían enviado para ese centro de máxima seguridad porque en medio de la frustrada aventura marítima había aprovechado para darle algunas trompadas a un guardafronteras. La cara de Violeta estaba ajada, sus ojeras marcaban un claro territorio de dolor y preocupaciones. Le prometí llamarla, me dijo que necesitaba que la acompañara a hacer aquellos recorridos nocturnos sin los cuales no tenía cómo comprar las cosas para la jaba de Fernando. Pero en aquella época no me concentraba en nada específico y Violeta fue una cuestión que pasó al olvido como tantas otras.
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Cuando salgo de noche y hago recorridos solitarios por la ciudad, casi siempre termino acordándome de Dalia, no solo de su constante disposición a romper las normas y hacer cosas escandalosas, sino de sus historias y diálogos, casi siempre permeados de ingenuidad:
«En las noches del vedado aparecía un ser peque-