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El Gorila
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18 la fleje y el barbero
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La Fleje asumió la maternidad del primer hijo que tendría el Barbero. Este barbero era la negación de los barberos de esta isla, que en par de siglos han sido capaces de convertir ese oficio en espectáculo pintoresco y de marcado estilo donde los gestos van ofreciendo un ritual con eso que podría ser la más desabrida rutina de dar los cortes a los caballeros y rasurar barbas. Solo de verlo mi crisis de alergia comenzaba a desencadenarse. Era un ácaro inclasificable, la expresión de su rostro totalmente irreal me lanzaba al desconcierto, disminuido por su falta de gracia. No tenía buena química, y su barbería improvisada no podría presagiar buenas cosas. Era más bien un espacio con un clima de suspenso que inyectaba inseguridad, y al salir a la calle ya peinado y rasurado te sentías con más desánimo que nunca, recibiendo los azotes puntuales del bajo astral de este sujeto que ahora se enfrascaba en un romance inesperado con La Fleje. Ella abandonó los muelles, los toneles, el hormigón, renunció a la estructura circular, se volvió erecta, temeraria, hechizó con su destreza al barberito que, lejos de ser de carne y hueso, parecía una criatura de papel maché tratando de cubrir sus demandas.
Ya un amigo que es cliente habitual del barbero me había comentado: «ese tipo tiene una relación de dependencia con las navajas que llegar a ser escandalosa, hay que ver la manera sorprendente que tiene de manipularlas».
Golpeé la puerta bruscamente. Intentaba ganar