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El Jíbaro. La prima Nélida
mal hasta un día en que, procedente de un pequeño pueblo del centro del país, llegó a la capital acompañado de su madre para asistir a un turno médico. Era La Habana de principios de los setenta y el niño aún no rebasaba los diez años. Esperando un ómnibus vio pasar a un viejo con una amplia camisa de óvalos cuyos huesos se bamboleaban a un compás marítimo, era como un cántico gay lo que afloraba detrás de tanto desmembramiento. El niño no borró nunca esa imagen, llevándosela para su pueblo natal como si fuera un verdadero amuleto.
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