Viaje a Silos

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El motivo no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es que, desde muy temprana edad, me he sentido atraído por Castilla. Ganas tenía ya de hacer este viaje que, año tras año, la Hermandad de San Benito organiza al mismo corazón de la patria del Cid y, por fin, tras posponerlo debido a diversas causas, la oportunidad se me presentó el pasado mes de Junio. O dicho de otra forma: tres años me ha costado convencer a mi mujer en embarcarla en esta peregrinación. Y es que, pasar siete horas encogido en un autobús no es una experiencia agradable; sin embargo, como en tantas otras cosas ocurre, es peor el pensar que el realizar, pues entre cabezadas, chistes y chirigotas, el largo trayecto se hace razonablemente entretenido. Ver, lo que se dice ver durante el viaje, no hay mucho:

Entre

que

nos

amanece

ya

atravesando

Somosierra, la autovía que, bien podría imitarla nuestra carretera, parece estar peleada con pueblos y ciudades y la inmensa extensión del más desnudo horizonte, la vista no encuentra donde recrearse. Los ojos, no, pero sí la mente.


El ciego sol, la sed y la fatiga. Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos, -polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.

Al bajar del autobús, ya en Burgos, pienso que Rodrigo Díaz debió haber cabalgado ya bien entrado el mes de Julio o puede que en Agosto, porque lo que es en

estas

fechas,

difícilmente

hubiera sudado. Inmediatamente miro al cielo

buscando,

en vano, encontrar la silueta de los símbolos más populares y difundidos

no sólo

de la ciudad, sino de toda Castilla

e

incluso de la propia España. No veo el encaje de piedra de las agujas de las torres de la catedral. En su lugar, unos enormes rascacielos de barras de metal y mallas encuentran en restauración.

la catedral, por lo que tampoco puedo admirar el tímpano de la vieja Puerta del Sarmental. -“¡Pues si que empezamos bien la visita! – me digo, pero, una vez dentro todo España

La tercera catedral de

por su tamaño,

la

que

ordenó construir el Rey Santo, este auténtico

prodigio

arquitectónico

del gótico no tiene desperdicio.

que

se

“¡También es mala suerte!”

Un túnel de chapa nos introduce en

se olvida.

me dicen


En ella, religiosidad, historia y arte se dan la mano: Aquí esta mi Señor, en ese hermoso retablo del Altar Mayor; ahí yace el héroe de mis sueños juveniles y, sobre su sepulcro, allá en lo alto, gravita

un

calado

cimborrio. Entre los magníficos relieves del siglo

XV

del

Trasaltar atrae mi atención la Imagen Nazareno

de

mis amores,

de

Felipe

un

Bigarny.

Muy cerca, duerme el sueño eterno el

Condestable de Castilla

h e r m o s a capilla

de

Colonia.

la catedral,

obra

de

en la más Simón

de

“¿Cómo puede hacerse

esto con la piedra?” Y si una escalera

al cielo

hubiera, ésta sería como la Escalera Dorada de Diego de Siloé que lleva a la Puerta Alta. Tanto prodigio, en el tiempo que ha durado la visita, me ha hecho abrir más veces

la boca que el Papamoscas,

ese célebre muñeco que,

situado

en

la

central, en

nave

entra

funciona-

miento vez

cada que

el

reloj, del que forma

parte,

da las horas.


Ateridos,

que

no

hastiados,

contentada la vista y el espíritu, que no el estómago, abandonamos esta joya gótica y, aprovechando unos minutos libres, cada cual busca como puede el bocadillo. Las mujeres se van de compras y mi amigo Diego y el que esto escribe decidimos saborear la célebre morcilla de Burgos para lo cual entramos en un pequeño, tranquilo y acogedor bar sin azulejos ni barra de acero inoxidable. Fuese

porque mi paladar no acostumbrado embutido,

a

e tan

s

t

á

e x ó t i c o

fuese porque nos sacaron

setecientas pesetas por dos cervezas y dos rodajas más

gruesas

de la tal morcilla que

una

moneda

no de

quinientas, el caso es que yo no encontré las

excelencias

yantar.

Prefiero

de la

tan

cacareado

nuestra: más

cebolla, más almendra y más barata.


La hora se nos echa encima y nos esperan en Silos para comer.

Sólo queda tiempo

Benito,

para una visita turística más y

el Hermano Mayor,

nos da a elegir

entre el Real

Monasterio de las Huelgas o la Cartuja de Miraflores, que es algo así como decidir entre la Mezquita y la Giralda.

Optamos

por la Cartuja, un monasterio del siglo XV donde están enterrados los padres de Isabel la Católica. Su iglesia, larga y estrecha nave,

está dividida

secciones

y,

de una sola en

cuatro

conforme avanzas por

ella, tu capacidad de admiración se pone a prueba de tal forma que cuando parece que ya has alcanzado el límite, sorprende una nueva maravilla.

te


En

el

coro

cartujano,

fantasía y filigrana quedan prendidos en el nogal y la silla o cátedra del sacerdote celebrante,

de

una

sola

pieza del mismo material, parece

haber

sido

hecha

con bolillos. Al llegar al presbiterio, elevado

un

poco

más

que el resto de la

nave, en un sepulcro de alabastro

con

forma

de

estrella de ocho puntas, yacen,

o

mejor dicho, duermen los reyes y, a su lado,

el infante don

Alfonso reza. La gubia y el cincel de Gil de Siloé debieron ser mágicos

y

las

telas,

convertidos

en piedra.

encajes

Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir: derechos a se acabar y consumir.

bordados

quedaron

¡Hasta su textura parece terciopelo!

Me asalta la fugacidad de la vida.

allí van los señoríos

y


Gil de Siloé es señor y domador de la piedra y la madera porque

si bellísimo es el

sepulcro, espectacular es el retablo que hay frente a él

y que preside la

iglesia.

Como

un

inmenso códice miniado en oro, -dicen que fue dorado con el primer oro que llegó de América-, el maravilloso Miraflores

retablo

de

adquiere en sus detalles

el

preciosismo

de la

miniatura: En su centro una gigantesca Hostia enmarca a Jesús crucificado, rodeándolo apóstoles, santos, reyes, escenas de Cristo y de María...

¡el “no va más”!


Santo Domingo de Silos

es un monasterio benedictino

fundado allá por el siglo VII y que con el Abad Santo Domingo (S. XI) dejó de ser un oscuro cenobio y se convirtió en el monasterio más famoso de la región y, en algún aspecto, de España. Situado en el fondo de un valle, (El Tabladillo), al lado de

un pequeño riachuelo.

Tiene,

pegado a él,

un

pueblecito que ha crecido a su sombra y que le ha imitado en el color de sus piedras y tejados. A un pequeño hotel de este hermoso lugar llegamos ya pasado el mediodía: Reparto de habitaciones, ducha de agua caliente, claro, comida nos

preparan

para la tarde.

A las

y una buena puertas

del

monasterio nos recibe la persona más buena y amable que pueda uno encontrar, el monje de la eterna y suave sonrisa, el Padre Faustino. Él nos guía y nos explica, nos da a besar la


reliquia de San Benito y nos

cautiva.

Por

la

puerta de las Vírgenes nos

lleva

al

viejo

claustro románico y el

tiempo

parece

haberse detenido en los siglos XI o XII. El claustro,

de

dos

pi-

sos, no es cuadrado, sus lados

no se cortan

en ángulo recto, su número de arcos no es el mismo en cada cara, pero es muchas

perfecto. La decoración de los capiteles de sus columnas presenta temas de influencia oriental.

En sus ángulos nos

deleitan unos bajorrelieves con temas bíblicos y uno de ellos, Jesús

y

los

discípulos

de

Emaús, me impresionó por la

humanidad

desprende. de res

madera tienen

pintadas escenas de aquella

vieja

época,

algunas, y me chocó bastante, son de un notable anticlericalismo. Algo

tiene

este

claustro,

además de arte; algo que me llena y no acierto a describir.

Los

que

artesonados mudéja-


Llega

la

hora

de

Vísperas

y nos sentamos en la iglesia neoclásica

proyectada

por

Ventura

Rodríguez

y

levantada en el lugar que ocupara

otra,

mucho

más

antigua, de estilo románico. La iglesia es enorme, maciza, majestuosa y fría, muy fría. Allí sentado, descubro que no soy yo el único que está helado. Los gestos de frotarse los brazos y varios apa-

gados comentarios que capto me lo confirman.

-Aquí montas un negocio de aparatos de aire acondicionado y te mueres de risa. -¡Parece mentira que estemos a finales de Junio! -¡Con el calor que hacía en nuestro pueblo! Comienza Vísperas y la oración se hace música.

Unas

voces que, sin el adorno de ningún instrumento, se prolongan, suben y bajan en bóvedas, arcos y cúpula, nos elevan el alma. El

gregoriano

es

una

música

cadenciosa,

armónica y

espiritual que, en mi aparato de música podrá oírse con más fortaleza, pero aquí alcanza otras sonoridades. Tras la oración, otro monje tan bueno como el anterior pero más joven y medio paisano, el Padre Joaquín, nos lleva a una sala, también refrigerada, en la que se establece un ameno coloquio sobre la vida en el monasterio y en el que no podía faltar la inevitable

pregunta:

-¿Cómo

arreglan aquí en invierno?

se

las


Nati, la hostelera, aunque a mí me gusta más decir “la posadera”,

es

que

su

por

una

campechano, simpático andaluza Ella fue

mujer

carácter abierto

más que

y

parece

castellana.

la que,

tras la

cena, armó la juerga en la que

descubro

las

cualidades

cantaoras de Benito y Alfonso. Pero mi ánimo no está por los soleares. Estoy en la tierra

de

fan-

dangos

Fernán González,

y

el Cid,

Santo Domingo, la reina Isabel y, también, de Hernando de Cárdenas

y hay que saborearla.

Pretextando

un

lógico

cansancio, abandono tan bulliciosa reunión y me refugio en mi habitación. Allí, asomado a la ventana, me sumerjo en la plácida

noche castellana.

Nada

perturba

la

agradable

soledad, ni un coche, ni una estridente moto. Al frente, las casas de piedra de Silos, a mi derecha, a sólo unos metros, la inmensa mole del monasterio y... decididamente, el verano aún no ha llegado a estos lugares. Reprimo un escalofrío mientras percibo que hay algo familiar en el ambiente, quizás sean los conocidos ecos que del comedor me llegan:

“Dime de qué pueblo eres que tanto te gusta el vino…” Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño Vanamente severo de quien la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar suave no aprendido...


Tras sueño,

un

reparador

amanece

una

radiante mañana, pero no

me

despiertan

las

aves. Si anoche todo era calma, bullicio.

hoy

todo

es

Coches y auto-

buses no paran de aliviar su carga de gentes de mil lugares que, al igual que nosotros, vienen a rendir

culto

a Dios por mediación de San Benito. Tras

la solemne Eucaristía en la que, con la iglesia abarrotada, nuestra Hermandad de San Benito hizo las Lecturas y Ofrendas, aún me esperaba una muy agradable sorpresa: la visita a la

Biblioteca

y

con

un

guía

excepcional, el mismísimo Abad de Silos, Fray Clemente Serna. Huele a madera fresca,

pues

está

remozada y a tinta vieja. estantes, cientos

cuidadosamente de

volúmenes

recién En

los

apilados,

esperan

ser

consultados y, sobre

algunos de ellos, paso con mimo, casi con veneración, la yema de

mis

dedos... No veo los viejos códices y me imagino que estarán guardados, como verdaderas joyas que son, en lugar seguro. Mientras el Padre Abad lee a mis paisanos lo que sobre Castellar enciclopedia

del

dice una vieja siglo

pasado,

salgo a la galería superior del viejo claustro en ese momento calentada por el sol y, allí, frente al viejo ciprés,

creo descubrir lo que el


románico

claustro

tiene

además de arte: PAZ. Paz, serenidad y armonía. De pronto, me viene a la cabeza

lo

que

el

Padre

Joaquín nos dijo ayer sobre que el monasterio tiene una hospedería

en

personas pasan

la

que

una

muchas

temporada

llevando una vida parecida a la de los monjes. ¡Sería una verdadera cura, para el espíritu, pasar unos días en ella!

¡Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! Pensando en esto estoy y, por lo que escucho, no debo ser el

único,

cuando,

comentando que la

a

cuento de no sé qué,

tal

hospedería

es

sólo

alguien para

pasa

varones.

¡Mi gozo en un pozo! Para bien o para mal, yo sin mi mujer no sabría vivir ni tan siquiera una semana. Es hora de partir y,

en una

arboleda cercana al monasterio, cubierto el suelo

de

verde

hierba, -cosa insólita para nosotros que, en estas mismas fechas, nuestros campos parecen una sucursal de Argelia-.


En este deleitoso lugar que, por si fuera

poco,

cantarina

cuenta fuente,

con

una

nuestros

amigos los monjes nos tienen preparada despedida. estómago desocupado,

una

merienda

Fuese se

porque mi

hallase fuese

de más

porque nos

saliese mucho más barata, allí hice las paces con la morcilla burgalesa.

Y vuelves

a tu camino. Te llevas historias, nostalgias, palabras, de reyes, de artistas, de amigos, que irá borrando el olvido, sin prisa, sin pausa, sin ruido. En tu camino, piensa que Dios va contigo.

Hernando de Cárdenas



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