Bosquejo historico del la casa de austria en españa 1911

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BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA

CASA DE AUSTRIA EN ESPAÑA POR

D.

ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

PRÓLOGO DE

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JUAN PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO INDIVroUO DE

NÚMERO DE LA MISMA

MADRID LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁREZ 48, PRECIADOS, 48 I

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BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA

CASA DE AUSTRIA EN ESPAÑA


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BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA

CASA DE AUSTRIA EN ESPAÑA POR

D.

ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

PRÓLOGO DE

D.

JUAN PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO INDIVIDUO DE

NÚMERO DE LA MISMA

MADRID LIBRERÍA GENERAL ÜE VICTORIANO SUÁREZ 48, PRECIADOS, 48

191

I


ES PROPIEDAD Queda hecho marca

el

depósito que

ia ley.

Madrid. Imp. de Korlanet, Libertad, 29. —Teléfono 991.


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PRÓLOGO

Castillo,

ICE en mi prólogo á la Historia de la Decadencia de la Casa de Austria, en su edición de 1910, el retrato de Cánovas del su autor, como brillante regenerador de los

nuevos estudios históricos en España, y ahora me toca presentarle en su Bosquejo histórico de la Casa de Austria, en la hermosa aplicación de los principios que tácitamente concordó para hacer eficaz la reforma proyectada. Sin embargo, este último libro no fué más que un avance, un ensayo, un programa, aunque de la mayor calificación. su autor estaba fuera de su mente á la importancia que desde aspirar darle la extensión, Dos ilustres publicisreconocida. que apareció le fué de administrahombres tas, á la vez jurisconsultos y

Cuando

lo escribió ni

Suárez Inclán y D. Franpara redactar y dar acuerdo cisco Barca, pusiéronse de á la estampa cierta obra jurídico-enciclopédica: un Diccionario de administración y derecho, y al distribuir los artículos por' orden alfabético que lo habían de

ción, los Sres. D. Estanislao


VIH

componer, sometieron al Sr. Cánovas del Castillo el encargo de escribir, en la letra A del primero y único tomo que salió á luz, el artículo histórico sobre el reinado de la casa de Austria en España. Aquel artículo enciclopédico, escrito, en efecto, por el Sr. Cánovas del Castillo, es el que constituye este Bosquejo, del que, con la caja del Diccionario, se imprimieron aparte cien únicos ejemplares, ofrecidos al autor por único pago de su trabajo, para que éste pudiera obsequiar con ellos á los amigos y personas estudiosas que quisiese. A tales circunstancias se debe que se haya constituido en libro por todo extremo raro y difícil de obtener; pues aunque repetidas veces y por diversos editores se propuso al Sr. Cánovas del Castillo, no sólo su reproducción, sino su triple traducción al francés, al alemán y al inglés para hacer de él en estas lenguas y en los países respectivos donde se hablan, otras ediciones, el autor negó tenazmente el permiso para su reproducción, el pretexto de querer repasarla una vez más en toda su integridad antes de darlo segunda vez á la

bajo

estampa.

Hay que reconocer que la condición esencial con que fué escrito para formar parte de una publicación enciclopédica,

si

obligó á su autor á encerrarse en lími-

tes hasta cierto punto estrechos, pues, á pesar de todo,

en cuestión resultó verdadero libro, habiendo materia de abarcar el movimiento histórico de seis reinados y de dos siglos, con todos sus acontecimien-

el artículo

la

tos políticos, militares, económicos, científicos, literarios, jurídicos

y sociales, tenía que ser de una conden-

sación extraordinaria; por esta razón, casi exento de labor mecánica de la

la

narración detallada de sucesos,

quedó encarnado en sublimes síntesis de admirable crílo que después de todo, en la labor histórica, constituye la quinta esencia de todos los estudios y de todas las reflexiones, lil Bosquejo en este molde fortica,


IX

malizado, no podría menos de resultar,

como en

reali-

dad resulta, tanto el plan, cuanto el resumen, de la grandiosa obra general que ya en aquel tiempo Cánovas del Castillo tenía meditada, para la que contaba ya también con una preparación colosal, y que era la su-

prema aspiración de su tristemente

la

espíritu laborioso

al

ocurrir

violencia criminal de su muerte. Acaso,

de haber podido realizar este plausible pensamiento, más algunos puntos, especialmente en el juicio que le merecieron muchos personajes, sobre los que tanto había modificado sus opiniones primeras al escribir la Historia de la Decadencia; mas, con todo, en el Bosquejo está firmemente establecido el espíritu general de lo que había de ser su obra fundamental; y esta consideración, que le mereció tanto éxito desde el primer momento de su aparición, aumenta su valor más y más cada día que pasa, hasta el punto de poderse afirmar que con sólo el Bosquejo la historia fundamental proyectada estaba hecha y contodavía habría depurado

cluida.

La mera concepción de este Bosquejo y la forma en que está desarrollado, revela suficientemente qué amplitud y variedad de elementos concedía el Sr. Cánovas del Castillo al modo nuevo de escribir la Historia. El aspecto geológico y la configuración geodésica del suelo, los grados de su fecundidad y los productos de su riqueza, la disposición geográfica de la península y su aislamiento casi absoluto para beneficiar

el

contacto

y las relaciones con otros pueblos, la condición etnográfica de la raza que habita cada una de las partes en que está dividida la monarquía, son estudios preliminares con que por vez primera en España el autor creía deberse contar para dar sólido fundamento á la dinámica permanente de la Historia. Con estos datos, la síntesis de la valoración crítica de cada período histórico determinado se resuelve en una ecuación de principios


X

indestructibles, sobre los cuales se establece la indeclinable fuerza de una tesis doctrinal. Cánovas del Castillo, al acometer el plan de su Bosquejo, se encontraba repetido hasta la saciedad por todo el mundo el falso concepto de que el período que iba á examinar,

período de los dos siglos en que gobernó la monarla casa imperial de Austria, había sido un paréntesis de nuestra historia. Contra este sofisma

el

quía española

vez una verdadera herejía histórica del Castillo cuidó esmeradamente y de dejar asentado en el primer párrafo del Bosquejo, como tesis fundamental de su estudio, que «no ha habido grandeza para nosotros, es decir, para España, crítico,

que era á

política,

la

Cánovas

sino en los días de la dinastía austríaca».

Y

perfeccio-

nando esta idea, aún añadía: «Ni antes, ni después de aquella época ha sido otra cosa España que un rincón del continente europeo, más ó menos unido, mejor ó peor gobernado, pero aislado, de todas suertes, é incapaz de disputar siquiera el primer lugar de las naciones. Poseímosle ó disputámosle siempre, durante los reinados de la casa de Austria, y habría sido una locura pretenderlo ni antes de su advenimiento ni después de extinguida». Y, por último, termina este concepto con

« Ha sido, por tanto, una figura que conviene dar al olvido, lo de llamar desdeñosamente paréntesis de nuestra historia á los reinados de la casa de Austria. No fué aquél, en verdad, un accidente, sino el apogeo mismo de nuestra historia-». Tras de una declaración tan rotunda, el primer análisis que se impuso fué el del carácter verdadero de cada uno de los hombres cuya figura saliente marcó el de cada uno de los acontecimientos que correlativamente trajo al palenque de los hechos la sucesión de las cosas; y para que este estudio reflejara bien la

las siguientes frases:

retórica,

suma imparcialidad de su mentos de

ilustración

apreciación, los primeros eleque investigó fueron los que pro-


XI

porcionaban los escritos de aquellos extranjeros, que, habiendo residido en nuestro país en posiciones cercanas á los más altos personajes, y sido, por lo tanto, testigos de los sucesos y hasta de los pensamientos que los engendraron, dejaron consignadas sus impresiones, no en escritos públicos de que rara vez se salvan de ejercer su cohecho las pasiones ó los intereses egoístas cuando no parciales, sino en informes privados y de tal naturaleza, que llevando el sello de la verdad como sus autores la sentían, destinados á permanecer siempre en el secreto de los archivos, ninguna previsión podía acompañarles de que alguna vez hubieran de ser objeto del libre análisis de la publicidad. Estos do-

cumentos se los facilitó la publicación de las Relaciones de los embajadores vénetos á la Señoría de Véncela, dados á luz cuando aquel poder de todo punto se había extinguido y la corriente impetuosa de las revoluciones modernas enteramente había cambiado el modo político de ser de todas las sociedades antiguas. Dígase lo que se quiera, las dos personalidades que sobre el trono español han sido más debatidas durante el tiempo que duró en el solio la dinastía austríaca, fueron Felipe II y Felipe IV. La grandeza de España bajo Carlos V, enteramente se empalma y se confunde con la del Imperio. El reinado de Felipe III fué la tregua de una gran crisis, y la minoridad y el reinado de Carlos II una prolongada agonía. Felipe II y Felipe IV fueron los que llenaron sus dos siglos respectivos: Felipe II y Felipe IV son, pues, las figuras contra las que se estrellaron los embates todos de la crítica de propios y extraños, y ésta, tanto en uno como en otro monarca, había cebado su mayor acritud, presentándoles, no como fueron, sino completamente desnaturalizados ante el teatro de la Historia. Contra el primero se asociaron todos los elementos de hostilidad que en todo el continente sublevaba contra su poder el omnímodo que


XII

ejercía desde el trono de

Madrid sobre

los destinos del

universo entero, y contra el segundo la rivalidad de Francia, con la complicidad de los demás enemigos

Cánovas del Castillo no podía menos de aplicar á estos dos augustos personajes, así como á los hombres eminentes en la política, en las armas y en la diplomacia que les servían, una atención preferente, y persiguiendo con fe los datos nuevos de

tradicionales de España.

información que pudieran aportarse de ción extraña á

la

la

documenta-

nuestra, y que con la nuestra en la

más pura de los archivos nacionales hubiera de conformarse, halló este fondo nuevo de autoridad en que robustecer las propias impresiones que había adquirido de la diafanidad de los papeles inéditos, desfuente

la pluma de los llamados hombres doctos. En este fondo vemos á un Federico Badoero, embajador en 1557, á Pablo y Antonio Tiépolo, sucesivos continuadores de su misión diplomática cerca de Felipe II, á Juan Soranzo y Tomás Contarini, á Segismundo Cavalli y Agustín Nani, cuyas ingenuas confesiones sobre las cualidades de este monarca, han sido de más utilidad para sus rectificaciones, que toda la numerosa bibliografía de Gachard, que no había bastado á restablecer el crédito contra el que la tácita connivencia de todos sus enemigos se había empeñado en hacer aparecer como el demonio del mediodía. Después de la publicación de tantas selectas documentaciones, después de los trabajos de Cánovas en este Bosquejo, y de otros dignos imitadores suyos, ya es lícito defender y presentar á Felipe 11 como al hombre de mayor probidad y honradez que en su tiempo hubo sobre los tronos de Europa, en correspondencia con lo que tan fidedignamente ha probado recientemente el danés Carlos Bratlí en su precioso libro Filip den anden af Spanien, publicado en 1909 en Copenhague.

mintiendo cuantos juicios había vulgarizado


XIII

La misma importancia que para la rehabilitación hisnombre de Felipe II han tenido las Relaciones de los embajadores vénetos ya citados, y de quienes Cánovas en este Bosquejo ha hecho todo el aprecio

tórica del

fundamental que merecen. Al llegar, pues, á los problemas nacionales del reinado de Felipe IV en el siglo xvii, el autor de este libro tuvo el mismo cuidadoso empeño de asesorarse de los juicios de Pedro Gritti, Luis Mocénigo, Francisco Córner, Juan y Jerónimo Justiniani, Luis Contarini y Jacobo Quirino. En la bibliografía histórica de aquel siglo nada se ofrece que se parezca al detalle sincero de estas informaciones, y no sólo el Rey sale engrandecido de ellos por la bondad de sus intentos y por

la

suma de sus

virtudes, hasta ahora ol-

vidadas, para hacer resaltar sobre ellas los defectos que tuviese y que la novela, ponzoña de la historia, prestándoles un tinte dramático, tan miserablemente ha exa-

gerado, sino aquel ministro convertido en el vilipendio de la tradición, cuando realmente, como los mismos franceses sus rivales algún tiempo escribieron de don

Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, fué sin duda el mayor hombre político que su siglo tuvo y en la lealtad de su política y carácter muy superior á su mayor émulo y enemigo el Cardenal de Richelieu. No fueron solos los embajadores vénetos los llamados á juicio por Cánovas del Castillo al formar el plan de su Bosquejo histórico. Amigos ó adversarios de España y de la dinastía imperial que se sentó en su solio durante los dos siglos de su mayor influencia en el mundo, el autor del Bosquejo admitió á tan peregrina residencia los autores que más se habían distinguido en todos los idiomas de Europa, tratando en extensos estudios y monografías asuntos de nuestra historia en aquellas dos centurias ó sobre los personajes que tuvieron mayor representación en los sucesos de aquel tiempo; y, ya para apoyarse en sus opiniones, ya para


— discutirlas, el

XíV

Bosquejo comprendió

el espíritu analíti-

co ó crítico de Bergenroth y de Hillebrand respecto al primer Felipe y á Doña Juana de Aragón, su mujer; de

Amadeo

Pichot,

Sterling,

Robertson, Mignet y Ga-

chard, tocante á Carlos V; de los

mismos Gachard y

Mignet, Teodoro Juste; Guizot, de Croze y Carlos de Moiiy, sobre Felipe II; de Daru, Gardiner Rawson y Aumale para Felipe IV, y finalmente, del Marqués de

de Divenent y de Madame d'Aulnoy, con relagobierno tutelar de Doña Mariana de Austria y al reinado del infeliz Carlos II. No era esta, ciertamente, toda la bibliografía extranjera sobre asuntos históricos de aquel tiempo en España, de que se podía dispoVillars,

ción

al

ner, ni

como materia de

ilustración, ni

como materia de

controversia; pero, en realidad, los límites del

Bosquejo

no permitían otra cosa. Si después de la publicación de Los estudios sobre Felipe /V en 1888, Cánovas del Castillo hubiera podido realizar en toda su plenitud el

fundamental del reinado de Casa de Austria en España, el examen así de los escritores extranjeros, como de los nacionales que desde

desarrollo de su Historia

la

1854 habían venido trabajando con la fe de los archivos acerca de estudios de nuestra historia, habría sido tan vasto como era lícito presumir del Catálogo que ya

conocemos de su opulenta Biblioteca histórica. Aun así y todo, esta confrontación y esta rectificación de opiniones fué ya de tan poderoso influjo desde que el Bosque/o de la Casa de Austria se dio á la imprenta en las adversas condiciones que antes se ha dicho, que puede muy bien asegurarse que desde entonces se han impuesto grandes modificaciones en el concepto general y vulgarmente admitido antes tocante á algunos de nuestros monarcas de aquella dinastía, á la equidad de su política y hasta á las prendas personales y al mérito indiscutible de muchos de sus ministros. Si en su más íntima esencia se examina bien el Bos-


XV

quejo histórico de la Casa de Austria, del Sr. Cánovas del Castillo, considéresele ó no como el plan y el resumen de la Historia general que proyectaba de esta parte tan interesante de nuestra Historia nacional, la resultante definitiva no puede ser otra que la historia de la rivalidad de Francia contra España, rivalidad que á través de los siglos aparece siempre viva, con unos mismos caracteres así desde el origen de la corona de León y Castilla, como del de la de Aragón, hasta la unión de las dos para constituir la unidad de la monarquía española; rivalidad que encarna todo el campo de nuestra acción política en el mundo durante el período de nuestra mayor grandeza que en el Bosquejo se describe; rivalidad que sigue siempre en función hostil contra España, aun después de haber trocado en nuestro solio la sangre de los Austrias por la de una rama de la familia entonces reinante en Francia; rivalidad que nos agobió del mismo modo cuando la revolución arrolló al filo de la guillotina todo el edificio del pasado; rivalidad que el régimen napoleónico todavía extremó más y más hasta ponernos á punto de extinguirnos; rivalidad que en el Congreso de Viena de 1815 hizo imponer sobre nuestros débiles esfuerzos

misma Restauración, á cuyo

la

triunfo tanto contribuímos;

monarquía de los Orleans hizo pesar en la cuestión de los matrimonios regios sobre nosotros españoles; rivalidad que el segundo imperio, después de haber contribuido al éxito de la revolución que destronó á la Reina Doña Isabel II, volvió á hacer onerosa á nuestra soberanía en la cuestión de las candidaturas regias; rivalidad que, en estos mismos momentos, se ha

rivalidad que la

hecho patente por tantos procedimientos obstruccionisde nuestros derechos y de nuestra acción en Marruecos, en tanto que con su pretendido protectorado sobre el imperio del Mogreb, se propone establecer un verdadero asedio contra la cindadela de nuestro tas


XVI

aminorado poder, teniéndonos por todas nuestras fronteras naturales atropellados y sometidos á la superioridad accidental con que desde 1815, desde el Congreso de Viena, las benevolencias de Europa mantienen la ficción política, que es la única base de su decantado poderío. Si en la política de Francia los principios sobre

que

se sustenta esta conducta que tiende permanentemente y por todos los medios imaginables á mantener á España

en una absoluta impotencia y en una continua disminución de poder, se observan por una tradición continuada desde los siglos medios, y á través de todas las vicisitudes de la Historia, contra nosotros con una constancia que constituye como un dogma de sus relaciones con España; en España, cada uno de los casos en que esta rivalidad secular y tradicional se ha extremado contra nosotros, siempre nos ha cogido en la misma imprevisión, no haciéndonos cargo de ella, hasta que se nos ha hecho materialmente palpable, y sin dejarnos medios casi ni de acudir al remedio rápido en nuestra propia defensa. La causa de este defecto consiste en

que mientras en Francia el sentimiento nacional, lo mismo en la masa del pueblo francés que en el alma de los hombres de Estado que dirigen su gobierno, forma el concepto de esta pretendida superioridad, como fruto del conocimiento íntimo de su propia historia, aprendida desde los primeros rudimentos de la educación juvenil é inculcada como el verdadero catecismo de la conciencia y de las virtudes civiles, sin admitir idea, versión ni concepto alguno que emane del extranjero;

en España

el

abandono de

la

historia nacional es tan

absoluto, que durante los tres últimos siglos su cultivo

enteramente ha estado entregado á los extraños, de los cuales hemos recibido las malas traducciones con que hasta en las escuelas se enseñan las pocas nociones que en las aulas se suministran, no formándose en


XVII

su estudio ni la conciencia del pueblo, ni la educación fundamental de los mismos que llevan sobre sí la dirección y el gobierno del Estado. La proximidad á Francia de la única frontera terrestre con que la península se relaciona con el resto del continente, la similitud de la lengua de una misma raíz y origen latino, la condición indolente de nuestra propia raza que más quiere que todas las cosas se le den hechas que empeñarse en el trabajo de hacerlas, todo conspira á esta deserción de nuestros propios intereses, todo nos desnuda de esa conciencia que es la que da las fuerzas en que estriba el valor de sí propios, todo lo inmerge en ese indiferentismo, bajo el cual la acción de la rivalidad extraña se ha cebado en nosotros, hasta constituirnos en el estado de notoria inferioridad en que ya por todo el mundo se nos califica. Donde la historia propia, y cimentada sobre documentos propios y propios raciocinios, no forma la conciencia pública, ni robustece la previsión de los legisladores y el poder de los gobiernos, la falta del conocimiento verdadero del propio valer establece esa inferioridad moral respecto á los demás pueblos, pero sobre todo con los pueblos rivales y vecinos, que los llevan á todas las degradaciones que hace tres siglos España sufre de la rivalidad de Francia.

Bosquejo histórico de la Casa de Austria, del Cánovas del Castillo, plan y resumen de la Histofundamental de ese mismo período que en él se

El

Sr.

ria

comprende, venía á ser, á la imprevisión de los indocy de los indoctos condecorados, la base de esa conciencia regeneradora, por la que tan pocos tos plebeyos

como el suyo, vehementemente afirmaron las grandes dotes de estadista que desplegó en los sucesos políticos de su tiempo en que intervino, y sobre todo en los que estuvieron espíritus, tan levantados

suspiran.

En

ella se

sometidos á su dirección, y

el

mayor

servicio

que como


XVIII

pudo prestar á su patria, coronando con que como jefe de gobierno prestó al país y al trono, fué la aspiración á dotarle de un monumento literario que fuera á la resurrección de la conciencia nacional como á la fe de los antiguos israelitas el cuerpo sagrado de su Viejo Testamento. historiador ellos los

No

quiso retrotraer

el

Sr.

Cánovas

del Castillo la

acción histórica de su libro, á los precedentes que para la nueva historia de la España unida sentaron elocuen-

temente las obstrucciones de Francia, en su eterna inmixtión en los asuntos peninsulares, para impedir la fusión de las dos coronas de Aragón y Castilla, mediante el enlace de la Princesa jurada Doña Isabel la Católica con el Príncipe de Gerona D. Fernando, declarado ya por su padre rey de Sicilia; ni aun siquiera abordó los problemas de las mismas obstrucciones, cuando otra vez Carlos VIH se propuso intervenir en los casamientos de los hijos de los Reyes Católicos, en los que los arcanos inexcrutables de la Providencia, que es la única mente suprema que dirige los destinos humanos, había dispuesto las secretas resoluciones de la suerte en el porvenir. El Bosquejo había de empezar en el primero de los Austrias, es decir, en Felipe I, el Hermoso, aunque la verdadera reina era, según las leyes de España, su mujer, Doña Juana^ y como el reinado del primero fué de tan corta duración, la influencia solapada de Francia en aquella situación sólo pudo tentar á ejercerse, mediante su ingerencia en las cuestiones, más de familia que de política, que existieron entre el rey padre D. Fernando y el consorte de la reina, ya considerada como falta de juicio, cuando por esta causa el archiduque y su padre el emperador Maximiliano creyeron que el esposo debía ser el arbitro del patrimonio de su mujer, y Francia les brindó su alianza á fin de levantarle contra el rey, su suegro, cuyo talento superior pudo desvanecer la nube negó-


XIX

ciando el concierto de Salamanca de 24 de Noviembre de 1505, por el que quedó sentado que la reina, su padre y su marido gobernasen los tres juntos, llevando el matrimonio los títulos mayestáticos y el rey Fernando el de gobernador perpetuo del reino. Pero lo que no pasó de tentativa en el breve período del gobierno de Felipe I, tomó ya otros caracteres, cuando llegado á la mayor edad el primogénito de aquel enlace, el príncipe-archiduque Carlos de Gante, determinó venir á España á tomar por sí las riendas de la Monarquía, y á la vez los electores del Imperio le aclamaron por Soberano. Dos movimientos casi simultáneos impulsaron en la Península los procedimientos clandestinos de la política francesa, cual si en la actualidad se tratase de socialistas, anarquistas, regionalistas, republicanos ó cualquiera otra suerte de gentes levantiscas. Aquellos movimientos fueron el de las Germanías de Valencia y de Mallorca y el de las Comunidades de Castilla; uno y otro reflejando el carácter de una guerra social interior. Dominadas éstas, surgieron las guerras llamadas de rivalidad personal entre el rey Francisco I y el emperador Carlos V, en las cuales las armas francesas, ni dejaron de intentar toda clase de invasiones, empezando por la de Navarra, ni dejaron de promover contra su rival toda clase de alianzas. Vencidas en todas partes; sujetas por repetidos pactos siempre rotos, como de costumbre; sin fe en la guarda de ninguno de sus compromisos y atisbando sin pestañear la ocasión de nuevas agresiones, su perpetuo espíritu inquieto no dio la menor tregua á la guerra continua en que sumergió á Europa, pudiendo contar una vez y otra vez con su apoyo descubierto, ó con su velada connivencia los luteranos de todas las ligas del continente y los Barbarrojas de todas las piraterías del Mediterráneo. Cuando fatigado de tanta lucha Carlos V cedió á su


XX la corona real heredada, con todos los cuna y con todas las conquistas de la espada, y á su hermano el Infante D. Fernando los derechos del Imperio, Enrique II de Francia se propuso contrarrestar el poder del rey de España renovando contra él las alianzas hostiles, hasta con el Papa Paulo IV, para acometerle en sus Estados de Italia, y convirtiendo los de Flandes en un palenque siempre encendido en rebeliones y guerras devastadoras. No bastaron San Quintín y Gravelinas para contenerle más que un momento, mediante la paz pactada en Chateau-Cambresis, y si buscadas por Felipe II en los lazos matrimoniales con Isabel de Valois las garantías de concordia que ya su padre el emperador se había inútilmente propuesto cuando cedió á su hermana Doña Leonor al tálamo del rey Francisco, las connivencias hipócritas nunca cedieron de parte de Francia, ya con los que mantenían las guerras separatistas de las provincias unidas, ya en las marítimas con Inglaterra, ya en los levantamientos de los moriscos peninsulares de Granada y Ronda, de Aragón y Valencia, ya para impedir la incorporación de la corona de Portugal á la de España. También las naves francesas fueron con las británicas y las rebeldes de Portugal de las vencidas en las Azores. Cuando por los pactos establecidos y en su odio tradicional contra España, Francia no podía manejar la espada y el falconete en los campos de batalla, todavía la promovía hostilidades sin tregua en los círculos de la opinión, por medio de escritos infamantes, y para sostener estas campañas de descrédito no sólo

hijo Felipe

feudos de

II

la

acogió y tuvo á sueldo, sino incitó á sus viles acusaciones al ministro traidor Antonio Pérez, fugitivo del rigor de las justicias de Felipe II, promovedor de las agitaciones de Zaragoza y miserable calumniador de su rey

y de su

patria.

Inseguro Felipe

II

de

las facultades

de su

hijo

y here-


— manejo

XXI

de república tan vasta, y amistad sellada por Francia en el tratado de Vervins, dejó el campo de la vida á las incertidumbres del acaso y á los arcanos de la Provi-

dero para

el

político

más inseguro todavía de

la

aquel reinado de Felipe III, que tregua, y en realidad fué una gran al parecer fué una gran crisis, si suspendió las armas con Holanda é hizo las paces con Inglaterra, dejó á Francia libres las manos ocultas con que sugirió al Duque de Saboya las empresas del Monferrato y á los grisones las aventuras de la Valtelina, y aun dentro de la Península, las nuevas insidias de los moriscos, con que no hubo otro remedio que acudir á la resolución radical de expulsarlos de las provincias en que moraban, para quitar á sus intrigas famosas las madrigueras que tanto cultivaba de perpetuas perturbaciones. En esto de los moriscos, como antes en los movimientos de las Germanías y en las dencia.

En

efecto,

agitaciones de las Comunidades de Castilla, Danvila, posteriormente á Cánovas, pronunció la última palabra,

y después de las investigaciones documentarlas hechas en los archivos de la Inquisición de Valencia, en el Archivo general. Municipal y episcopal del mismo reino, y en el general de Simancas, la participación á escondidas que Francia tomó en todos estos problemas de la historia, ha quedado tan probada y tan patente como algún día quedará la que le ha correspondido en todas nuestras convulsiones políticas interiores, desde la revolución de Aranjuez, en Marzo de 1808, hasta la de la última semana negra y. sangrienta de Barcelona, hace dos años. Esto no es más que cuestión de tiempo y de investigación de archivos, cuando sean investigables los que ahora guardan los secretos actuales del Estado. Desgraciadamente, en nuestro país se repiten los hechos sin dejarnos ninguna enseñanza, ni estimularnos hacia aquella política de precauciones que siempre hubiéramos podido oponer á la tenacidad y consecuencia


XXII

que con nosotros secularmente se sigue, sin mode las vertientes pirenaicas; y el reinado de Felipe IV da la prueba más convincente de la falta de conciencia nacional con que nuestro país vegeta siempre, no sólo esquivando su ayuda, sino hasta oponiéndose abiertamente á la acertada acción de nuestros poderes públicos, cuando de vez en cuando aparece un espíritu verdaderamente español y patriota en las altas esferas, desde donde se providencia la marcha perseverante del Estado. Después de los estériles resultados que dieron á la política española, así el matrimonio de Doña Leonor de Austria, la hermana de Carlos V con Francisco I, como el de la princesa francesa Doña Isabel de Valois con Felipe II, ningún problema político debió examinarse con más mesura que el de nuevos matrimonios de nuestros príncipes con los de la casa de Francia. Fué, por lo tanto, el primero y más grave error de la política del reinado de Felipe III, el ajuste del doble enlace de la Princesa Doña Isabel de Borbón con el Príncipe de la Corona y el de la Infanta Doña Ana de Austria con Luis XIIÍ. Sin que éste último consorcio desarmase en París la política tradicional francesa contra España, el de Doña Isabel de Borbón con Felipe IV equivalió á meter en el tálamo real español todas las artes disimuladas de la intriga permanente de Francia. Aquel tálamo, no en la persona augusta de la Reina, sino en las de los que de allá venían bajo la diversidad de pretextos á que relaciones tan íntimas, al parecer, se prestan, fué desde la subida de Felipe IV al trono la cindadela intangible de un perpetuo espionaje contra España. Nada se intentaba en Madrid que en París no tuviese inmediata confidencia. Así el primer problema que Felipe IV y su ministro el Conde-Duque de Olivares tuvieron que afrontar, el del matrimonio de una princesa española, la Infanta Doña María, hermana del rey, con el heredero de la Corona británica, acáde

la

dificarse jamás, del otro lado


xxm

bada de hacerse

la unión de la de Escocia con Inglateequivalente á la más estrecha alianza entre la monarquía española y la Gran Bretaña, alianza que habría

rra,

perpetuado nuestra supremacía, así en el continente como en los mares, abortó de todo punto entre aquel océano de intrigas que Francia tejió por todas partes; en Roma, con el Papa Urbano VIH, en Bruselas, con la Infanta gobernadora Doña Isabel Clara Eugenia, en Madrid, con todo el partido de la reina Isabel; porque en España nunca hay opiniones concordes y la fuerza nacional ha de zozobrar .en la red de las intrigas parciales; en Londres, con los astutos resortes de sus negociaciones taimadas, sembrando la desconfianza contra España, con lo que logró no sólo deshacer los pactos ya contraídos, sino hacer ocupar con una princesa católica francesa, el puesto que se quitó á la princesa española,

precisamente por ser católica. El mismo Urbano VIH, que no permitió el matrimonio de la Infanta Doña María de Austria con Carlos I, aún Príncipe de Gales, por ser aquélla católica y éste protestante, ninguna repugnancia

opuso

al

matrimonio de Enriqueta de Francia con

el

mismo

Príncipe, á pesar de que éste no había abjurado de sus creencias, como se le exigía para contraer el

matrimonio español, y de que la princesa Enriqueta de Francia presumía de ser tan católica como nuestra Infanta española postergada. La guerra de la independencia de la Valtelina, la sucesión del ducado de Mantua, la ruptura de la tregua con las provincias de la Neerlandia, todo problema político que en Europa se planteaba, ofrecía á Francia ocasión para mover sus armas contra España. Todos los incidentes de las guerras político -religiosas de los treinta años en Alemania le prestaban propicia coyuntura para ajustar alianzas y más alianzas, aunque con apariencia de hostiles á la casa de Austria, en realidad contra España. Y no bastándole tener levantados

la


XXIV

con sus artimañas contra Felipe IV y su gran ministro D. Gaspar de Guzmán, y en liga permanente, á los reyes de Inglaterra, Dinamarca y Suecia, á la república de Venecia, al duque de Saboya, al conde Palatino, al duque de Weimar, al marqués de Brandeburgo, á las ciudades anseáticas, al círculo inferior de Sajonia, á los calvinistas de Alemania y á los Estados rebeldes de Holanda, y presentar á la vez la Italia española acome-

y el genovesado, amenazando á la vez los Estados de Milán y de Ñapóles, las costas de España y las islas del Océano asediadas por 130 navios de Inglaterra, y en Flandes sitiadas sus más importantes plazas con ejércitos formados de franceses, ingleses, tida por la Valtelina

daneses y suecos, mas los contingentes de las provincias unidas, invadida y tomada la bahía de Todos los Santos en el Brasil y en otros puntos del mar del Sur en las Indias y hostilizado á la vez cuanto el pabellón español cobijaba en Asia, África, América y Europa, todavía en la Península se intentaban desembarcos en Cádiz y en Lisboa, invasiones en Cataluña, Navarra y Guipúzcoa, y por último, terribles movimientos separatistas en Flandes con el duque de Friedland, en Ñapóles con Mas-Aniello, en Portugal con el Duque de Braganza, en Andalucía con el de Medina Sidonia, en Aragón con el de Híjar, en Cataluña con los scgadors que asesinaron

al

virrey

Conde de Santa Coloma, mientras

y toda suerte de publicaciones nos infamaban con sus calumnias, haciendo tan cruda é inexorable la guerra de opinión contra nosotros, como la guerra de la diplomacia y de los ejércitos coligados. En esto se sustancia toda la política de Francia respecto á España, asi después de los matrimonios de los libros,

los folletos

de Borbón con Felipe IV y de la Infanta Doña Ana con Luis XIII, como después, habiendo de venir más rigurosas enemistades, al negociarse los terceros matrimonios de la isla de los Faisanes, que tras el triste Isabel


— reinado de Carlos

II

XXV

todavía habían de producir nues-

una mera provincia de Franhabiéndose por la política de Luis XIV cultivado antes proyectos de extinción y repartos de la monarquía española, cuando la anarquía interior que se había logrado introducir en nuestro país y con que España había estado devorándose á sí misma desde la caída del Conde-Duque de Olivares, por el resto del reinado de Felipe IV, durante toda la regencia de Doña Mariana de Austria y durante todo el reinado del Augustulo de esta casa, hizo dictar á éste en su testamento para un nieto de Luis XIV la sucesión de su tra casi total reducción á cia,

,

trono.

Desde la caída del Conde-Duque de Olivares comenzaron las desmembraciones territoriales: la guerra era continua y cada tratado de paz que se negociaba se llevaba los pedazos atropellados de nuestro poder. El de Westfalia no lo suscribió Francia, al reconocerse la independencia de Holanda; pero en el de los Pirineos, con la mano de la Infanta María Teresa para Luis XIV entregamos al rival vecino todo el Artois, varias ciudades de Flandes, el Rosellón y parte de la Cerdaña. Aquel infausto matrimonio, á poco de morir Felipe IV, empezó á dar pretextos de nuevo á Francia para promover nuevas guerras, nuevas invasiones y nuevos tratados de paz, y en el de Aquisgran, España le cedió todo lo que por aquellos medios se nos había conquistado en Flandes, y en el de Nimega, el Franco Condado y nuevos territorios belgas, pudiéndose considerar el de Ryswick como una verdadera irrisión de la suerte afrentosa en que nos ponía la especie de conmiseración hacia nosotros que lo produjo, á cambio de sujetarnos al yugo de que todavía en los dos siglos sucesivos no nos hemos podido emancipar. Fl cuadro desconsolador que queda resumido es el que forma el plan y el desarrollo interesantísimo del


XXVI

Bosquejo liistórico de la Casa de Austria del señor Cánovas del Castillo: libro de una importancia y de un interés supremo, y cuyo conocimiento, cuya vulgarización y cuyas enseñanzas debieran decretarse en todas las escuelas para que el alma de la juventud en las nuevas generaciones fuera formando esa conciencia nacional ilustrada de que frecuentemente vemos con pena carecer hasta á la mayor parte de los que en las altas jerarquías del Estado politicamente nos dirigen. Una de las ventajas que ofrecen los estudios profundos de la historia, es que con su conocimiento perfecto casi se

pueden prevenir

los pueblos,

como en

la

los sucesos,

que en

la

vida de

vida de los individuos, mudan-

do sólo de los accidentes de la ocasión, siempre se repiten. ¿No es siempre una misma la política de Francia respecto á España, para mantenernos en el interior divididos y en anarquía permanente, y en el exterior olvidados, impotentes y desatendidos? ¿No es siempre una misma la política que labra en el mundo el desconcepto de nuestro nombre por medio de la guerra de opinión? El problema de Marruecos, que en este momento se discute, da la norma de lo primero; el eco de la semana sangrienta de Barcelona y del proceso del asesino solapado Ferrer la de lo segundo; respecto al cuadro de la anarquía interior, atizada desde la otra parte de nuestras fronteras, no hay que ver más que el espectáculo que nos ofrece de continuo en nuestra patria el socialismo, el regionalismo, el anarquismo, reproduciendo siempre, bajo la acción de las influencias de fuera, las guerras políticas parciales que nos habían devorado en la continuidad sin tregua de las revoluciones y de las guerras civiles de todo el siglo xix, que comenzó con una invasión francesa y acabó con el último despojo de nuestras últimas colonias y el tratado ignominioso de París. Van estas líneas encaminadas á poner en su punto el


XXVll

Bosquejo histórico de Cánovas del Castillo,

Casa de Austria,

del señor deberse á uno de sus más ilustrados deudos la reproducción hasta patriótica de un libro que, ennobleciendo tanto la memoria de su

la al

insigne autor, estaba llamado á desaparecer, dadas las

circunstancias en que por vez primera se dio á luz en

una publicación que fué desde casi sus comienzos interrumpida, y del que, por acaso, pudo salvarse el centenar de ejemplares de que se hizo edición separada, mas del que, como antes se ha dicho, debiera preceptuarse en las escuelas como Catecismo de la conciencia nacional para inculcarlo en las almas de la juventud; y á muchos parecería osado ingerir aquí nociones de otras obras que, aunque con la de Cánovas del Castillo confluyen á un mismo patriótico objeto, que aunque empalmadas en su propio magisterio, al cabo carecen de la grandeza de las concepciones de tan gran maestro. Pero al que estas líneas escribe no puede menos de ser propicio el momento para sentirse enorgullecido de haber también, en su modesta esfera, contribuido á hacer patentes en algunos de sus obscuros escritos muchos de los principios de la política salvadora que de los de Cánovas del Castillo se deducen en obras como las de Cánovas del Castillo trabajadas con la cultura de la más extensa y sana documentación. Al tomar asiento el que esto escribe en el senado de la Historia patria, en la Real Academia de la Historia, como su individuo de número, siguiendo la costumbre establecida, tuvo que elegir un tema para el obligado discurso de recepción, y este tema fué el de los Dogmas fundamentales y permanentes de la política exterior de España, establecidos por Fernando V de Aragón al constituir la unidad de la Monarquía Española. Claro es que en estos dogmas las relaciones que hubieron de ser más estudiadas fueron las de España con Francia, tomando por modelo la que siguió


XXVIII

en todo el curso de su historia la monarquía aragonesa, en perpetua lid de rivalidad con aquélla, y cuyos aciertos la dieron por tantos siglos el cetro político y comercial del Mediterráneo, cuando el Mediterráneo era el

único mar de

la civilización.

Constante siempre en

el

estudio de los problemas internacionales de España,

que no podían

referirse, respecto al resto del continente,

sino á Francia, nuestra vecina y rival, ó á Italia, nuestra hermana, cuyos destinos han corrido secularmente parejas con los nuestros, ó á Inglaterra, que por algún tiempo pudo prestarnos su frontera de inmunidad en el mar, ó á Alemania, que permanentemente debiera constituir nuestra frontera de seguridad, uno de los primeros temas á que debió dar la preferencia de sus estudios fué el de las ya referidas Guerras seculares de opinión contra España y las desmembraciones de esta monarquía, opúsculo que vio la luz pública en La España Moderna del 1.° de Noviembre de 1905. Recordando el origen de estas guerras de opinión contra España, desde el advenimiento de Carlos de Gante á ceñirse la corona de los Reyes Católicos, á la que añadió los engarces de la corona del Imperio y de las conquistas del Nuevo Mundo, por todo el reinado de Felipe lí, que hizo pesar su cetro sobre toda Europa, así con las providencias de su política como con la grandeza de sus victorias; y, finalmente, al llegar al trono Felipe IV por aquel conato de restauración del antiguo poder, que siempre coronará de inmarcesibles laureles la frente de aquel monarca y de su gran ministro, aunque al cabo la suerte no correspondiera en definitiva á la constancia de sus esfuerzos; yo pinté en aquel cuadro las máximas contra España sembradas diestramente en Inglaterra por el insigne filósofo y político lord Francis Bacon de Veruliano en sus opúsculos titulados Consideraciones políticas sobre la guerra contra, España y Disertaciones sobre la verdadera


XXIX

grandeza de

la

Gran Bretaña.

desaire hecho en Madrid

al

Escritos á raíz del Príncipe de Gales, que fué

después Carlos 1 de Inglaterra, en la cuestión de su casamiento con la Infanta Doña María de Austria, deshecho, como ya se ha dicho, por las intrigas de Francia en connivencia con el Papa Urbano VIII y la Infanta Doña Isabel Clara Eugenia, Gobernadora de Flandes, temerosa de que para el dote de su sobrina se la despojase en favor de Inglaterra de aquel Gobierno, jactábase en ellos lord Bacon «de haber sido Inglaterra la que había descubierto la inanidad de la potencia de España y puesto patente su vulnerabilidad por todos lados y su inconsistencia para mantener sus propias empresas», después de la sorpresa que la armada del conde de Lest produjo sobre Lisboa y Cádiz, donde logro hacer un desembarco y ganar, aunque por pocos días, la torre del Puntal. Al fin formulaba un plan general de destrueeión del poder de España en Europa, que fué completado después en Alemania y Suecia por otro pensador y tratadista eminente, Samuel Puffendorf.

por

Todavía fué adicionado en las querellas de Francia obscuro abogado de Auxerre, Christophe Balta-

el

zar, escribiendo en 1625 otros

dos opúsculos,

el titula-

do Des usurpations des Rois d'Espagne sur la Couronne de France y el que denominó Des commeneement, progrés et declin de las Monarchie fran^-aise et droits des rois de France sur VEmpire, en que fijó los puntos permanentes de la política de Francia contra España, hasta reducirla á la órbita de su absorción.

Desde entonces toda

la literatura política

francesa del

resto del siglo xvii únicamente se redujo á la infamación de nuestra patria y á la disputa eterna de ios dere-

chos de Francia sobre todo

lo terrestre

y todo

lo

ima-

humano como lo divino; y así se escricomo el de La antipatía de españoles y

ginable, así lo

bieron libros

franceses, y otros semejantes contra los que fué

inútil


XXX

que

el

Conde-Duque de Olivares

hiciera adelgazar en

oposición las plumas del Obispo de Iprés, Cornelio Jansenio, del marqués Virgilio Malvezzi, y de otros publicistas italianos, belgas

y españoles, pues la gue-

rra de opinión contra España constituía otra segunda alianza de las intrigas de Francia, tan honda, tan sub-

que todavía, después de tres siglos, tampoco ha logrado disiparse. Dígalo el escándalo producido en todo el continente, en Francia, en Bélgica, en Italia, en Dinamarca por el proceso Ferrer como consecuencia de las salvajes hecatombes de Barcelona, promovidas y organizadas por él. Claro es que en esta guerra de opinión suscitada en aquel tiempo, uno de los tiros más directos iban á dar en el blanco del ministro que bajo el cetro de Felipe IV llevaba la dirección de la política resistente de España, D. Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares. El torrente del descrédito que en esta lucha, en sistente,

que desde

el

tálamo real se hizo tomar parte á aquella Duque de Braganza se

oligarquía española que con el

había alzado con Portugal, que con

el

Duque de Medi-

na Sidonia y el Marqués de Ayamonte, trató de alzarse con Andalucía, que con el Duque de Híjar, el Marqués del Valle de la Sagra y el General D. Carlos Padilla, trató de alzarse con Aragón, y que coadyuvó al levantamiento de Cataluña, aunque no logró igual éxito en el que se intentó también en Navarra, fué tan profundo, habiéndole remachado aún más la caída del ministro, que habiendo llegado, al cabo de tres siglos, ponderado hasta nosotros en todas sus artificiales proporciones, hasta á hombres tan razonadores é ilustres como Cánovas del Castillo, alcanzó por algún tiempo inocularse en los conceptos admitidos y consagrados por el tiempo, hasta que al cabo el estudio, la testificación documentarla, el análisis de sus acciones, acabaron por arrancarle la venda de los ojos. Pocos per-


XXXI

más la atención crítica del Castillo, como el Conde Duque de

sonajes han estimulado Sr.

Cánovas

del

Olivares.

Cuando en 1854

escribió el Sr.

Cánovas

la

Historia

de la decadencia de España, ninguna conmiseración tuvo con él. Todos los historiadores, así extranjeros como nacionales, habían extremado los conceptos de su escaso valer, y de la responsabilidad personal que le tocaba en los desdichados éxitos del reinado de Felipe IV.

Desprevenido entonces, y aceptando

sin otro

examen

canonizados universalmente, también cayó sin cautela en el antipatriótico error. Mas después de aquel ensayo, se enfrascó en el estudio directo de cada uno de los hechos y de cada uno de los personajes que habían merecido tan duras sentencias de la historia, y cuando en las Relaciones de los embajadores vénetos, los juicios

escritas con absoluta sinceridad, vio aquellos juicios

enteramente modificados y hasta en oposición con los corrientes admitidos, ya en el Bosquejo histórico, presentó al gran ministro de Felipe IV con otras líneas muy distintas, y cuando después escribió sus Estudios del reinado de Felipe IV y la revolución de Portu^s^al, la figura del Conde-Duque de tal manera se había agigantado en su ilustrada y justa crítica, que un crítico de esta última obra, el Sr. Rodríguez de Armas, en el artículo que publicó en La Época del 28 de Agosto de 1897, ya decía: «Después de haber examinado muchos historiadores, meditamos recordando las reflexiones de Cánovas, y desaparece el engaño en que estábamos y comprendemos bien las causas de nuestras desgracias. Aquel cuadro, pintado por todos, donde resaltan un rey libertino

y un privado imbécil, como fuentes casi úni-

cas de nuestro decaimiento, no es más que una mentira. En el cuadro de Cánovas, Felipe IV y Olivares al-

canzan una vida nueva, alumbrada por juicios justísimos. El desgraciado Conde-Duque de Olivares, que ha


— merecido

la

XXXII

execración perenne de los españoles, apa-

de como le concebíamos. Todos se empeñaban en acumular defectos sobre él para convertirle en la causa de nuestra ruina. Sus contemporáneos influidos de fuera, y comenzando por la reina Isabel, le profesaban un odio injusto, y Cánovas, para describir rece

las

muy

distinto

buenas condiciones que, por

el

contrario, le adorna-

ban, ha recurrido á los textos originales de los que por

sus cargos estuvieron cerca de él y pudieron conocerle Además de la opinión de los embajadores ve-

á fondo.

necianos Mocénigo, Córner y Justiniani, que también insertó el Sr. Cánovas en el Bosquejo histórico de la Casa de Austria, cita las de Francisco de Meló, Eri-

nuncio Sachetti y Bassompiére. Todas estas al Conde-Duque de Olivares por afectos ó intereses, lo presentan en la integridad de toda su pureza y de todo su valer. Cuan diferente el Olivares que todos describían al que muestra Cánovas con textos irrefutables á la vista En vez del privado adulador, el ministro indómito que impone con firmeza sus opiniones al monarca; en vez del valido adocenado, el gobernante que se desvive por reunir ceyra,

el

personas, que no estaban ligadas

¡

!

dinero y tropas para la guerra, desplegando laboriosidad infatigable para acumular elementos en Flandes, en Fuenterrabía, en Cataluña y en Portugal, en medio de

invasiones extranjeras, formidables insurrecciones inte-

de recursos é intrigas palaciegas para en vez del acicate de diversiones y festejos, el político incansable que se queja de tener que asistir á ellos robando tiempo á los negocios públicos, cuando había que luchar con tantos inconvenientes, con tantos problemas y con tantas dificultades. No era, no. Olivares un hombre vulgar, aun cuando fracasaran muchas de sus empresas. No se estrelló ante frágiles obstácuriores, carencia destruirle;

los, sino ante

empeños inmensos. En

las

desgracias na-

cionales, Olivares sólo fué la víctima ex|')iatoria de los


XXXIII

errores de todos los que con la

él

— hubieran debido salvar

nación.»

En otro de mis estudios, La labor político-literaria del Conde-Duque de Olivares, publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos de Agosto y Septiembre de 1904, resumí en breves términos aquellas providencias hercúleas del ministerio del Conde-Duque

de Olivares, cuando viendo atacado el poder español por la conflagración de toda Europa, movida por Francia, y la hostilidad simultáneamente abierta en toda la

dominios españoles, sin Hacienda se hallaba agotada, sin soldados, porque los soldados ilustres del siglo anterior se habían concluido, se vio obligado á improvisar, é improvisó en efecto, guarniciones numerosas con que defender en la Península las fronteras de Aragón y Cataluña, presidiar á Perpiñán, Barcelona y Valencia con las costas de Murcia y Cartagena, poner en pie de guerra las de Granada y Málaga, socorrer á Gibraltar y Cádiz, dotar de tropas fieles á Lisboa y Galicia, formar un cordón militar en el señorío de Vizcaya y provincia de Guipúzcoa, fortificar los pasos y cindadelas de Navarra, reforzar las Terceras, Canarias y Baleares, juntamente con todas las fronteras de África, proteger los dominios del Nuevo Mundo con las escuadras del mar del Sur y acudir á Flandes con 70.000 hombres, con otros 70.000 á la Lombardía, con 12.000 al Genovesado, con 20.000 á las islas de Cerextensión de los dispersos

recursos pecuniarios, pues

la

deña, Ibiza y Menorca, guardar las costas y fronteras de Ñapóles con 30.000 infantes y 40.000 caballos, socorrer con otros 3.030 á Sicilia, artillar todas las plazas

marítimas de la Península, dando el gobierno militar de Galicia á D. Pedro de Toledo Osorio, marqués de Villafranca, el

de Gibraltar

Luis Bravo de Acuña, Veléz,

el

de Portugal

al

al

Duque de Arcos y

de Murcia marqués de

el

al la

á don

marqués de

los

Hinojosa, á don


XXXIV

Fernando Girón el de Cádiz, el de Málaga á D. Pedro Pacheco, á D. Juan de Velasco y Castañeda el de las Cuatro Villas, á D. Francisco de Irizazabal el de Canarias, el de las Terceras á D. Iñigo de Mosquera, y así todos los demás gobiernos militares, á la vez que se armaban dos gruesas armadas en los dos mares que bañan la Península y se reforzaban con 20 galeras las costas de Flandes y con 56 las del Brasil, y se estacionaban 52 galeones en Lisboa, ocho en Genova, 12 en el mar del Sur y otros tantos en el Plata, en Nueva España y en Santo Domingo, y se ponían por cabos de

más insignes por mar que hasta entonces se habían distinguido. To-

todas estas fuerzas los generales

y

tierra

dos estos elementos se fueron extinguiendo en veinte años de una lucha continuada, sin quedar arbitrios materiales para su reposición. ¿Fué esto culpa del CondeDuque de Olivares, tan injustamente vilipendiado, para producir su caída y para condenar á perpetuidad su memoria? Dos casos semejantes de caídas de grandes ministros contiene la historia moderna de España, en cuya similitud no se puede menos de reflexionar profundamente: la del Conde-Duque de Olivares, tejiéndose la opinión hostil para derribarle por los manejos franceses en el tálamo mismo de la esposa de Felipe IV, y la caída, al

comenzar

el

siglo xix, del ministro universal

del rey Carlos IV, el Príncipe

de la Paz, tejiéndose la para derribarle, por la influencia francesa, en el cuarto del heredero de la corona, el Príncipe de Asturias, Fernando VII, destinado también á su vez á ser destronado para fundar una nueva dinastía francesa en la Península. La semejanza de estos dos casos, ambos movidos por la influencia de Francia, no puede menos de traer á la memoria el de otros dos sucesos de índole análoga, siempre bajo la presión de la influencia de intriga

Francia:

el

de

las

rebeliones de D. Sancho IV contra


— su padre

el

XXXV

rey D. Alfonso,

tentó reivindicar para

el

Sabio, cuando éste

sus derechos á

in-

corona imperial, y el del luctuoso drama de Montiel entre el rey D. Pedro de Castilla y su hermano D. Enrique de Trastamara, cuando el primero quiso estrechar sus alianzas con Inglaterra. Todos los vencidos de estos acontecimientos históricos sufrieron, además del golpe que les produjo su desgracia, la guerra de opinión que á su reputación se hizo á la vez para que quedasen perpetuamente inhabilitados ante el juicio de la historia; el rey D. Alfonso por débil de carácter y desacertado en su gobierno, D. Pedro de Castilla por arbitrario, altanero y cruel, el rey Felipe IV y su ministro D. Gaspar de Guzmán por entregados á vicios y placeres é incapaces para representar el papel que cumplía á su alta posición, y Carlos IV y el Príncipe de la Paz por insuficientes, indoctos y hasta imbéciles. Así está hecha todavía la historia de España, y jasí continuamos siendo todavía los amigos, los aliados de Francia! La obra de Cánovas del Castillo, de que el Bosquejo histórico de la Casa de Austria no es más que un plan y un resumen, no es solamente la producción de un gran trabajo histórico, al que se le concede los honores de la erudición en que abunda y de la rectificación á que aspira; la obra de Cánovas del Castillo, aunque desgraciadamente limitada al plan y al resumen sí

la

Bosquejo representa, es una obra grande é hombre de Estado y de un gran patriota. Como obra de hombre de Estado es un tratado vivo de alta economía que debieran aprender de que

el

inmortal de un gran

memoria, para que sus ejemplos siempre sirvieran de á los actos de gobierno, todos los que se encumbran á la posición desde donde se dirigen los destinos de una gran nación; como obra de un gran norte

patriota su

en

las

lectura debiera estar

aulas,

para que

la

recomendada hasta

juventud que en ellas se


XXXVI instruye formara en sus doctrinas esa fe en la patria que constituye lo que yo llamo conciencia nacional.

Sin tener esta conciencia no puede existir espíritu de unidad, y sin espíritu de unidad no hay patria posible. Este es el único valladar que en el momento actual, cuando se discuten nuestros intereses en Marruecos,

esa frontera de nuestra seguridad que debiera ser inel único valladar que siempre España debiera oponer á las pretensiones de Francia contra nosotros; con este valladar hicieron una España grande y respetada Fernando V de Aragón, Carlos V el Emperador y el gran Felipe II. tangible para todo poder extranjero, este es

Juan Pérez de Guzmáx y Gallo. De

la

Real Academia de

Madrid, 12 de Octubre de 1911.

la Historia.


IVIDIDA

ESPAÑA

en cortos Estados inde-

pendientes, desde la invasión de los musul-

manes hasta varra, lla,

y

la

incorporación definitiva de Aragón á Casti-

no aparece como un gran poder en

durante los reinados de ciertamente, los que

la

la

de

la civilización.

la historia,

sino

casa de Austria. Son ellos,

han hecho intervenir más en

negocios políticos de Europa y en ral

de Granada y Na-

las conquistas

el

Ni las épicas hazañas de los cata-

lanes y aragoneses en Oriente, ni

la

maravillosa res-

tauración de los Estados Pontificios por

el

cardenal

Albornoz y algunos clérigos y soldados castellanos; las

los

movimiento gene-

ni

conquistas de Sicilia ó Cerdeña por D. Alonso y

D. Pedro;

ni la

dominación misma de otro D. Alonso en

Ñapóles, fueron hechos que pudieran llamarse nacionales

y asegurasen á España duradera importancia. Lo

único que logramos con eso fué dar á entender las altas calidades militares y políticas que á

la

sazón poseíamos 1


BOSQUEJO HISTÓRICO

2

y que éramos capaces de alcanzar mayores destinos de los que la Península por sí sola ofrecía. Ya los Reyes Católicos figuraron gloriosamente en pero no era su poder bien

el

el

mundo;

el

de una nación todavía, sino más

de una alianza entre

las principales

naciones pe-

ninsulares;

y sus armas no pasaron de

España,

costa de África, los límites meridionales de

Italia

la

ó las primeras islas exploradas del

Al advenimiento de

la

los confines

de

Nuevo Mundo.

casa de Austria es cuando forma

ya España una nación permanente; y entonces es cuando recorren nuestras armas y naves todo

el

median nuestros hombres políticos en todas

las

controversias humanas. los

II,

sula;

Desde su

ciertas

grandes

extinción, en Car-

vuelve á encerrarse nuestra actividad en

y aunque

globo, y

la

expediciones felices á

PenínItalia

y

África, ó la necesidad de la propia defensa en la Península,

alguna vez ponen á prueba nuestro valor militar

todavía, lo cierto es que

Europa y

el

mundo marchan ya

siempre, en adelante, sin sentir nuestra oposición ó nuestra ayuda, pasando á ser indiferentes de temibles

que éramos ó aborrecidos.

No ha

deza para nosotros sino en austríaca;

y siempre entenderán

se hable de la

los

la

habido, pues, gran-

días de los

la

monarquía

hombres, cuando

decaída España antigua, que tratan de

que heredó Carlos

I,

en manos de su biznieto

y comenzó á desmembrarse el

cuarto Felipe. Ni antes

ni

después de aquella época ha sido otra cosa España que un rincón del continente europeo, más ó menos unido,

mejor ó peor gobernado, pero aislado, de todas suer-


CASA DE AUSTRIA

incapaz de disputar siquiera

tes, é

el

primer lugar de las

naciones. Poseímosle ó disputárnosle siempre, durante los reinados

de

casa de Austria, y habría sido una

la

locura pretenderlo, ni antes de su advenimiento, ni des-

pués de extinguida. rica,

Ha

que conviene dar

ginas,

lo

sido, por tanto, al

de llamar desdeñosamente paréntesis la

mismo de nuestra cho, tampoco

viduos

bien

ni las

Mas no

historia.

de

casa de Austria.

fué aquel, en verdad, un accidente, sino

como un

retó-

olvido, antes de leer estas pá-

nuestra historia á los reinados de

No

una figura

el

apogeo

se piense, por

lo di-

que juzguemos su grandeza pasajera útil

para

la

nación española. Ni los indi-

naciones logran á

la

larga ventajas,

le-

vantándose más que consienten sus condiciones propias.

Por eso, tar

al tratar

no ha mucho de

la

superioridad mili-

de los españoles en aquellos tiempos, hizo

de este

libro

reflexiones,

el

autor

que repetirá aquí en

los

propios términos, para no ejecutar dos veces inútilmente,

un trabajo mismo

(1).

Ni

la

singular situación (decía

ya entonces), que esta Península ocupa

al

extremo de

Europa, y cerrada su comunicación con

el

por una nación más poblada, mucho más

fértil

chos más recursos siempre;

de nuestro suelo, por ni la

lo

ni las

continente

y de mu-

condiciones ingratas

general destemplado y seco;

devastación forzosamente causada por ocho siglos

Alude el autora su artículo titulado Del principio v fin (1) que tuvo la supremacía militar de los españoles en Europa, con algunas particularidades de la batalla de Rocroy, publicado en el primer número de la Revista de España, en 1868.


BOSQUEJO HISTÓRICO

4

de una guerra intestina, como fué

mos con

al fin la

que sostuvi-

moros españoles, y por aquellas grandes inundaciones de bárbaros, que no en ejércitos, sino en tribus

los

y razas enteras, sucesivamente, vinieron de

das las vastas regiones del África á caer sobre nínsula, brindaban á la

cos con

de

ral

el

monarquía de

los

primer puesto del mundo, en

las cosas. Enlaces, al

la

to-

Pe-

Reyes Católiel

orden natu-

parecer ventajosos hicie-

ron una parte, y otra las armas; pero nuestras conquistas de Sicilia

y de Ñapóles, nuestros hechos en

el

Mila-

nesado, en Alemania, en Flandes, no fueron más que

Y

aventuras gloriosas.

empeño tenaz con que procu-

el

ramos retener luego

lo

en aquellas partes,

de suyo fué heroico, y, dado

si

que, casi por azar, adquirimos

temple duro de nuestro

el

carácter nacional, inevitable,

no dejó de ser por eso impolítico y funesto.

Hay

cuali-

dades que pueden honrar á los individuos y perder á las naciones: cualidades

que para

los individuos

mismos

son de ordinario fatales, aunque respetables siempre y loables,

si

se quiere, en ocasiones.

no pocas durante trado en todo

ducidos, en

el

el

la

De

casa de Austria,

curso de

como las han mos-

la historia los

entretanto, por los

estas mostraron

españoles. Se-

encomios exagerados

de los geógrafos griegos y latinos, que solían conocer solc de

España algunas cortas porciones, ya,

cual hoy,

favorecidas y excepcionales, los críticos extranjeros

han concedido siempre más estima en España á rra lo

que

al

hombre que

la

la tie-

puebla, cuando lo contrario es

justo en nuestro concepto. Inútil fué para destruir


CASA DE AUSTRIA esta opinión, en los siglos pasados,

pocos viajeros que por las

el

testimonio de los

mismos vieron

cosas y

las

tocaron con sus propias manos. Desde 1465 á 1467,

y antes, por

que comenzase á intervenir constan-

tanto,

temente España en recorrió todo

el

los

negocios generales del mundo,

centro de

la

Península, así

provincias de Inglaterra ó Francia,

Rozmital, noble de Bohemia,

el

el

como muchas

barón León de

cual ha dejado de estas

peregrinaciones una curiosísima relación latina.

No hay

más que recorrer ligeramente sus páginas para observar que había ya diferencia bastante entre estas últimas naciones y

Desde que aquel

la

de

la

la

riqueza de

Península española.

discreto observador entró en Castilla

hasta Segovia, y de aquí á Portugal, por Salamanca,

apenas dejó de

salviam

et

hallar

ya á su paso campos

incultos,

rosmarinum producenfes; y donde nulla

alia arbor crescit Ilas alias ardores

quam buxus, dice unas veces, ó nuquam juniperos et sabinas, escribe

otras: romerales, maleza,

dondequiera, excepto

en

monte bajo, cuando más, por las

vecindades de

sierra

la

de Guadarrama, donde, mejor aun que ahora, crecían á la

sazón bosques incomparables de pinos.

Campo

del

lla

prata vel sylvas

pecarum

accipiunt: decían ya literalmente aquellos

viajeros antiguos, tros

días,

De Medina muy largo, mividimus; ad ignis usum fimum

en adelante, por un espacio

como han podido

cuantos

decir hasta nues-

han recorrido los propios

sitios.

Vueltos á entrar en España por Mérida, hallaron de nue-

vo delante de

un desierto, vestido de aromosas

hier-


6

BOSQUEJO HISTÓRICO

bas, los Cándidos,

y

sin

duda verídicos, viajeros.

De

allí

á Zaragoza, por Madrid y Guadalajara, sólo admiraron

algunos bosques entre Medellín y Madrigalejos; viñas y olivos en Talavera, ó en los pantanosos alrededores de

Zaragoza misma; frutas abundantes hacia Calatayud y la Almunia, por las tierras que fertilizaba ya el Jalón,

como hoy en

día.

Viñas y huertas distinguían ya tam-

campos de Lérida de

bién los

aragoneses. viajeros

al

Y

los

en Barcelona, asimismo, hallaron ya los

laborioso catalán, á quien ellos reputaron,

embargo, por más díscolo y

sin

grandes desiertos

cruel,

que á cuantos

hombres de naciones bárbaras hubiesen conocido hasta entonces, plantando en las cercanías de su altiva y co-

merciante ciudad copiosos bosques de palmeras, y contestando á los que se sorprendían de verle cultivar

que necesitaban cien años para ser gozados, que

frutos él

quería dejar á sus descendientes, los

que de

la

previsión de sus predecesores había recibido.

Poco diverso se ve, en suma, que era rial

mismos bienes

de España, cincuenta años hace,

Bástenos ya añadir á

lo

del estado mateel

de entonces.

expuesto que en igual situa-

ción que Rozmital debió de hallar la Península, hacia

1506, el embajador veneciano Vicenzo Quirini, puesto

que calculó en solo 250.000

que habitaban de

las

el

cuenta, miserablemente

De

seguro

España no era

los vecinos

ciudades, villas y aldeas de

Castilla; los cuales vivían

essi.

número de

la

la

con todo eso, á

corona lo

que

per csscrc gran povertá frá

diferencia entre otras naciones y

tan grande en

la

época aquella cuanto


CASA DE AUSTRIA es ahora, después de los tristes siglos de tiranía y superstición por que

se que

la

hemos pasado; pero no puede negar-

hubiese ya, bien que calurosamente negada

por los españoles de entonces.

que únicamente

la

Y

lo

cierto es, en fin,

individual superioridad de los espa-

ñoles,

y en especial de sus soldados, puede explicar

hoy

que

la

el

las

pobres y pequeñas naciones, unidas en

Península, predominaran siglo y medio sobre tantas

otras

más

y pobladas, y más fuertes en todo que

ricas

ellas.

Partiendo de estos hechos es

con imparcialidad á por

lo

la

como puede juzgarse

casa de Austria en España; y

mismo no hemos titubeado en

copiarlo

al

pie de

en los precedentes párrafos. Cinco, entre to-

la letra,

dos, fueron los reyes austríacos, y de ellos tratará bre-

vemente

este

libro,

aspirando

más bien que

á pre-

sentar en inútil resumen los sucesos militares ó políticos, á describir

el

carácter y calidades de los diversos

príncipes; la forma y tendencia del gobierno de cada cual; las principales consecuencias,

ternas

parece la

como externas que lo

más apropiado

presente obra.

por último, así

in-

su reinado produjeron. Esto al

objeto y dimensiones de



UÉ EL PRIMERO

de

la

dinastía austríaca,

que en España se llamase Rey, D. Felipe

I.

Era hijo este príncipe del emperador Maximiliano

I

y de María Carolina de Borgoña,

hija here-

dera del famoso Carlos el Temerario; y había nacido

en

la

ciudad de Brujas, en Flandes, á 24 de Junio

de 1478. Muerta su madre, heredó de

ella los

Estados

de Borgoña y Flandes; y, habiendo entrado en alianza el

emperador, su padre, con los Reyes Católicos, du-

rante las guerras de Italia, quisieron afirmarlas familias concertando

D.

Felipe y

la

dos matrimonios:

infanta

el

uno, entre

Doña Juana, que no podía

pensar aún en ser sucesora de sus padres, y entre

el

Juan y

ambas

el otro,

príncipe heredero de Castilla y Aragón, la

Don

archiduquesa Margarita, hermana también

del archiduque. Seguidas sobre esto las negociaciones

en 1495, por Agosto del año siguiente, salió ya del puerto de

Laredo una escuadra castellana

al

mando

del

al-

mirante de Castilla D. Fadrique Enriquez, compuesta de


BOSQUEJO HISTÓRICO

10

más de

veinte naves con

conducir á

la

hombres á bordo, para

tres mil

Doña Juana

infanta

á Fiandes y traer á

la

archiduquesa á España. Ratificáronse las bodas entre

Don Felipe y Doña Juana en Lila el 20 de Octubre del mismo año, dándoles el arzobispo de Cambray la bendición nupcial. Bien que la infanta española comenzase pronto á recoger sinsabores de su matrimonio, pasaron al principio

bastante tranquilos sus días en Fiandes,

hasta que, llegadas allá sucesivamente las nuevas de

muerte

Doña y

de Asturias D. Juan, de

del príncipe

Isabel, hija primogénita

del tierno infante

de

D. Miguel,

los

hijo

Reyes Católicos,

de

llamada á más alto lugar, recayendo en

y

la

sucesión de

Ocurrió esto en

el

reinos

los

la

la infanta

la

última,

ella el

fué

derecho

de Aragón y Castilla.

año 1500 precisamente. Tenía Doña

Juana, nacida en Toledo á 6 de Noviembre de 1479,

la

corta edad de diez y siete años cuando contrajo matri-

monio; pasaba por ser tan parecida á

Fernando, que éste suegra

Doña

Isabel;

la

y

la

madre de Don

llamaba por burlas madre, y hubiéramos de creer al em-

si

bajador veneciano Quirini, que

la

conoció en Fiandes,

era bastante hermosa entonces, así

como por

el testi-

monio de Luis Vives, se sabe que aprendió de niña

el

perfectamente y gozaba de muy buen ingenio. Dio origen á sus primeros sinsabores su carácter extremada-

latín

mente celoso, cosa en que están conformes cuantos nocieron. Molestaba, según Quirini, los tales celos, por

al

la

co-

archiduque con

manera que no hallaba forma

el infeliz

marido de apaciguarla; hablaba poco y no mostraba afición á nada; manteníase los días enteros encerrada en su cuarto, consumiéndose á solas en su propio tor-

mento; huía

las

fiestas,

los

solaces y los placeres;


CASA DE AUSTRIA aborrecía,

sobre todo,

la

11

compañía de mujeres,

fla-

mencas ó españolas, viejas ó jóvenes, de cualquiera condición ó estado. Confirma, no obstante,

no

el

el

venecia-

dicho de Luis Vives, de que era á ratos mujer

y fácilmente aprendía cuanto se la enseñaba, mostrándose en las pocas palabras que decía, oportuna discreta,

y grave. De las cualidades naturales del archiduque son varias las opiniones, aunque predominen con mucho

las

que

le

A

favorecen menos.

creer

al

embajador

antes citado, no sólo era hermosísimo de persona,

en esto todos convienen, gallardo justador y jinete, sino

muy

que era también

sufrido en

los

buena, magnífico,

apto para

liberal, afable, tan llano

celosísimo de

la

guerra,

trabajos, de" índole naturalmente

que apenas conservaba

mo y

muy

que

diestro

el

con todos,

soberano decoro, amantísi-

la justicia, religioso

ingenio, en

y firmísimo en

que en un instante

sus palabras, de

tal

comprendía

más arduas. Aquel embajador, acompañó muchos meses por mar y

fin,

las materias

en suma, que

le

tierra en sus viajes,

no

le halló

otros defectos que

el

de ser de carácter irresoluto,

lo cual le inclinaba á fiar-

todo en su consejo, y

de ser facilísimo en dar

lo

el

crédito á cuanto le decían sus amigos.

todo es á éste

el

juicio

que de

él

Opuesto

casi en

formaron los más de

Desde luego, y aunque pecasen de excelos de Doña Juana nada tenían de infun-

los españoles.

cesivos, los

dados. Era en realidad tan dado á las mujeres

el ar-

chiduque, que escandalizó á Castilla en los pocos días

que en

ella

reinara, con

los

excesos que cometió en

este punto, favorecido por la vil complacencia de sus

amigos y cortesanos, y señaladamente por el famoso D. Juan Manuel, hombre pequeño de cuerpo, pero de


BOSQUEJO HISTÓRICO

12

como Mariana dijo, depravado y turparece cierto que no amó nunca el También bulento. ingenio grande

archiduque á su esposa, ó porque los celos de ésta

desde

el

no tuviese muchos atractivos, que es

ella

porque

principio le mortificaran con exceso, ó

el

rodeaban, y

mismo em-

el

archiduque poco

suegros, y aun por'

los

le

como

careciera de gravedad en su trato,

bajador dice, para que fuese

mado por sus

que dan á

demás, con que se

ciación de Quirini. Bastara, por lo

dejase llevar de los consejos de los que

Únicamente

lo

á pesar de la favorable apre-

entender sus retratos,

el

esti-

pueblo español.

grandes señores, mal avenidos con

severa disciplina á

que

los

la

Reyes

tenían sujetos los

Católicos, y deseosos de adquirir nuevamente la licencia

alcanzada en

el

débil gobierno

ron mirar con simpatía desde

por

lo

mismo que

le

el

de Enrique

IV, pudie-

principio á D. Felipe,

creían á propósito para ser

mane-

jado por otros. Pocos se repararon en España, hasta

que

la

sucesión del trono recayó en ellos, los defectos

de los archiduques; pero desde entonces, como era natural

,

fueron ambos

el

objeto preferente de la atención

de los monarcas y de los pueblos.

Y

de

allí

adelante

también, á las causas íntimas que hacían ya poco

choso su matrimonio, se agregaron

las intrigas

di-

perennes

de que por todas partes se vieron rodeados aquellos jóvenes príncipes, que tan poco disfrutaron los grandes destinos con que les brindara,

al

Pocos meses antes de morir gal D. Miguel, heredero por su

parecer el

la fortuna.

príncipe de Portu-

madre de

de Aragón y Castilla, dio á luz un hijo

la

los

Estados

archiduquesa

en Gante, á 24 de Febrero de 1500, que recibió

el

nom-

bre de Carlos, en memoria de su abuelo el Temerario.


k

13

CASA DE AUSTRIA

Cuéntase que por haber nacido en la fiesta de San Matías, mostró la Reina Católica, su abuela, piadosos pre-

muy

sentimientos de que sería

afortunado; y

el

mundo

con efecto, á contarle por uno de sus mayores príncipes, con el dictado de Carlos V. Parió además

llegó,

de este

Doña Juana,

hijo

á D. Fernando, nacido en

España y emperador luego; y cuatro hijas que fueron reinas de Francia, Dinamarca, Hungría y Portugal.

De

esta suerte estuvo siempre asegurada en su matri-

monio

la

sucesión de España, tan contrastada por la

fortuna, que tantos dolores ocasionó á los

Reyes Ca-

tólicos, y no menor incertidumbre en sus vasallos. Convenía que fuese jurada Doña Juana como princesa de Asturias y de Aragón y vivamente anhelaban por ,

eso sus padres que viniese á España. en 1502

lo

Mas cuando

lograron, nuevos dolores comenzaban ya á

despedazar

el

corazón de los ancianos reyes, entriste-

ciendo á cuantos pensaban en

Los celos y

el

el

porvenir nacional.

singular retraimiento de que en 1504 ha-

ya en realidad, á los ojos de los padres de Doña Juana, de su esposo mismo y de cuantos íntimamente la trataban, caracteres de bló á su corte Quirini, ofrecían

demencia evidente, aunque no constante. Había un triste precedente con que físicamente explicarla, porque la madre de la Reina Católica, de nombre Isabel, cual ella, padeció una enfermedad idéntica, ocasionada, en gran parte, por rey D. Juan

II

el

amor excesivo que profesaba

su esposo; enfermedad con

hasta 1496, precisamente su nieta.

el

la

al

cual vivió

propio año en que se casó

La gravedad extrema

del caso,

tratándose

de una persona en quien se cifraba la esperanza de tantos reinos, tuvo por mucho tiempo suspensos á los


BOSQUEJO HISTÓRICO

14

que

la

rodeaban, y sin osar rendir fé á una desgracia,

por

lo

demás palpable. Ya en Agosto de 1498, dispuso Isabel, con noticia sin duda de algunas extra-

la reina

vagancias, que tienzo,

la visitara

Tomás Ma-

en Flandes Fray

dominico y sub-prior del monasterio de Santa

Cruz en Segovia, hombre de su mayor confianza. De correspondencia de este buen fraile con los Reyes Católicos, así como de otros documentos copiados ó

la

descifrados en Simancas, es de donde ha pretendido

deducir modernamente

escritor belga

el

Mr. de Ber-

genroth, en obra inglesa, que nunca estuvo loca

Doña

Juana, sino que fué víctima de horrible persecución por parte de sus padres

y de su

hijo,

suponiendo que

ron causa á ella sus inclinaciones contrarias á

gión católica, y usurparle

en

el

die-

la reli-

perpetuo interés de hijo y padre en trono. Pocas veces ha nacido, en verdad,

la historia,

el

opinión

más

sin

fundamento,

ni

más

cla-

ramente contradicha por los documentos mismos en

que se intenta

apoyarla y va alcanzando con todo

eso alguna boga, sin duda por su singularidad misma.

Verdaderamente Bergenroth no conocía bien

lengua

la

en que están escritos los documentos que dio á luz con tan audaz propósito; y del propio achaque adoleció el

francés Mr. de Hillebrand, que se adhirió á

la

opinión

de aquel últimamente. Cuando en 1522 aconsejó

qués de Denia, encargado de

la

custodia de

el

mar-

la infeliz

demente á Carlos V, que la hiciese premia en muchas cosas, es decir, que se las hiciera hacer por fuerza, siguiendo aquella antigua máxima castellana de que el loco el

él

por

la

pena

es cuerdo, autorizó su opinión con

ejemplo de Doña Isabel decía,

trató

así á su

la

Católica ,

la cual,

según

madre, loca también, como


CASA DE AUSTRIA

queda dicho. Pero en lugar de

15

que es textual,

esto,

leyó Bergenroth malamente en un documento, que con

quien empleó

la

coacción ó premia, por

elevada á

él

Reina Católica, fué con su propia hija Doña Juana, cuando era niña; deduciendo de error tatormento,

maño,

la

contra aquella mujer insigne, consecuencias no

menos inverosímiles que plo,

porque

él

merece como

de

injustas.

prueba

intérprete

Citamos este ejem-

escasa fé que Bergenroth-

la

de documentos

destruyendo por otra parte,

paso,

al

surda de que los rigores contra

la

españoles,

suposición ab-

Doña Juana, empeza-

sen antes de su matrimonio, cuando nadie sospechaba su locura,

pro de

ni

probablemente

existía. Justo es decir

equidad del autor belga, que no se muestra

la

parcial, en cambio, del archiduque D. Felipe, su patriota.

De

ni él ni

com-

éste afirma, que lejos de fundar grandes

planes políticos, en la sucesión de

ca,

en

la

Reina Católi-

sus consejeros se propusieron nunca otra

cosa que apropiarse las rentas de Castilla, llamándole á boca

llena

cruel

Déjase arrastrar por la

marido y despreciable príncipe. demás en su extraña antipatía á

lo

Reina Católica, hasta decir que entre todos los

malvados que intervinieron en

la

inverosímil trama de

que supone víctima á Doña Juana, ciertamente seca y dura.

Doña

la

virtuosa,

aunque

Isabel, se llevó la palma.

El caso es, en tanto, que desde las primeras conversa-

ciones de que dan cuenta los documentos por publicados, entre Matienzo y

la

él

mismo

claramente

princesa,

se deduce que no estaba ya ésta en su cabal juicio.

«No

si

por mi venida ó su poca devoción» (dice en

una de sus cartas

el fraile),

« el

día de la

Asunción

»aquí acudieron dos confesores suyos, y con ninguno


BOSQUEJO HISTÓRICO

in

muy

»se confesó»; pero

poco más adelante y en otra

«que había tanta

carta, declara

religión

en su casa

»como en una estrecha observancia, teniendo en esto » mucha vigilancia, que debía ser loada, aunque allí les hallando en ella buenas » pareciese al contrario»: partes de buena cristiana^. Véase, pues, compa<í

>^

rando entre

tales textos

aquella y otras veces

,

que

el

negarse á confesar

Doña Juana, no podía

ser obra

sino del estado de perturbación de su espíritu

que ya

,

le

hacía mirar con enojo á tales ó cuales confesores, ya

el

cumplimiento mismo de sus religiosos deberes. Esto

de los confesores, por cierto,

le

ofrece á Mr. Hille-

brand, que ha publicado un artículo en

Deux Mondes

sobre

el

asunto,

la

Revue des

ocasión de de-

la

mostrar que no excede á Bergenroth en conocimiento

de

la

lengua castellana. Aconsejaba á

Doña Juana

dis-

cretamente, en una carta, su antiguo preceptor Fray

Andrés, que sólo confesase con

frailes

de los que

vi-

vían en los conventos y sujetos á su regla, dejando á un lado los callejeros y acostumbrados á frecuentar los

bodegones de París, con alguno de

había confesado

ella,

según

que piensa que bodegón

lo

Mr. Hillebrand,

y

que

se

significa ebrio en castellano,

bodegón y beodo toma de aquí

quizá confundiendo

para afirmar, que

noticias.

los cuales

el

pié

preceptor quería era que

alejase de sí á los doctos teólogos de la Sorbona, para

entregar su conciencia á los monjes españoles. Tales y tan veraces críticos son algunos de los que han

á su cargo

en

la

el

tomado

esclarecimiento de este punto, importante ya

Historia general de España,

príncipes de la casa de Austria. decir de Matienzo, mostrábase ya

y más aún en

la

de los

Lo seguro es que, al Doña Juana como ol-


CASA DE AUSTRIA

17

vidada de todo y de todos los suyos, y zahareña y sosel enviado mismo de su madre, que rara vez

pechosa con

podía sacarla alguna palabra. Las quejas principales que había de ella en la corte francesa eran dos: la una, que

no pagaba á sus criados culpa tenían la otra,

que no tomaba

caseros.

la

mente siempre de cos, y de

la

en

lo

cual tanta ó

mayor

menor parte en los asuntos que la princesa y las acompañaban, se quejaron muy amarga-

Mas hay que

señoras que

,

ciertamente los ministros de su marido;

la

la

advertir

avaricia de los ministros flamen-

indiferencia con que el archiduque veía á

su mujer y á las que tener con que dar

la

queño bien á nadie.

la

servían vivir en pobreza

menor limosna

Y

ni

hacer

el

,

sin

más pe-

en una mujer sujeta ya por na-

turaleza á extravíos mentales, llevada luego casi niña á un país extranjero, tan diferente en costumbres de las

que conocía, celosísima y poco querida de su maricuando menos con indiferencia por éste, y

do, tratada

maltratada por sus ministros y cortesanos, nada tiene de extraño que rápidamente se desarrollase la enfermedad que dominó al fin toda su vida. Así, fué, que cuando en 1502 vino á España, no pudo ya dudar la

madre, de que sólo gozaba la razón á ratos, pasando por lo general de un retraimiento casi estúpido, á una excitación irracional y á veces furiosa: bien triste

que esto último no con frecuencia. Juróse, con todo eso, á Doña Juana por princesa de Asturias, en las Cortes de Toledo, celebradas en Mayo del ya citado año de 1502, siendo, no

sin dificultad,

reconocida en

las

de

Zaragoza por princesa de Aragón igualmente; y en Enero de 1503, tornó su marido á Flandes, dejando ya mal contentos de sus costumbres á los suegros. Luego, 2


BOSQUEJO HISTÓRICO

18

en 1504, marchó

allá

también Doña Juana, con consen-

y después de una tentativa de

timiento de sus padres,

evasión

inútil,

que dio harto á entender su estado.

Querían sus padres que aguardase estación favorable para embarcarse; y fuera de sí ella se puso sola en ca-

mino un día hacia

Medina cribió

del

la

costa,

hasta que fué detenida en

Campo, tanquam única leoena, como

es-

con su libertad acostumbrada Pedro Mártir; per-

maneciendo un día y una noche casi desnuda en el patio del Castillo. No acertaba á vivir la desdichada sin su marido, á pesar del mal trato que, con más ó menos razón, recibía de él, sin duda alguna. al fin

á Flandes, supo

dre, ocurrida en

1504, mediante

No

la

princesa

Apenas llegada

muerte de su ma-

la

26 de Diciembre del mismo año de

heredó

la cual

había sido, en

el

trono de Castilla.

el

entretanto, inútil la dolorosa

observación que de su estado mental acababa de hacer la

prudente Reina Católica. Tres días antes de morir

expidió ésta una carta patente, por

la

que dispuso: que

mientras su hija primogénita, y heredera y sucesora

le-

gítima, estuviera ausente de los reinos, ú estando en ellos,

no los quisiera ó no pudiera regir ó gobernar,

quedase

el

trador en

rey D. Fernando por gobernador y adminis-

nombre de

la

dicha princesa; según

cado ya por los procuradores de

las

lo supli-

Cortes de Toledo,

continuadas y concluidas en Madrid y Alcalá de Henares, en 1503, á las cuales debió de darse reservada noticia

de

lo

que se advertía en

que para cualquiera de Castilla

la

princesa.

los casos en

D. Fernando, ordenase

la

De

notar es

que administrase á reina que durara

aquella administración solamente hasta tanto que fante D.

Carlos, su nieto, tuviese,

al

el in-

menos, veinte


CASA DE AUSTRIA

19

años cumplidos; cuyo plazo llegado debía D. Fernan-

do traspasar todas sus facultades en Castilla á su para que las ejerciese también en nombre de

nieto,

Doña Jua-

na, sin hacer cuenta, en todo esto, del archiduque su

padre. Dedúcese claramente de

conceptuaba

la

documento, que no

tal

Reina Católica que en caso alguno de-

bía ser su yerno rey de Castilla, ni siquiera administra-

dor ó gobernador; y que teniendo por cierta é incurable la enfermedad de su hija, lo que sobre todo procuró impedir fué que aquel adquiriese otra autoridad que

la

privada de rey consorte. Compartieron, cual se ha visto,

estas ideas de la Reina Católica, sobre los derechos

respectivos de su familia, las referidas Cortes de Toledo, y las aprobaron también luego las célebres de Toro,

que en 1505 presentaron unánime petición á D. Fernando en que se decía: «que habiendo sido informados los ^procuradores,

particularmente de

»doña Juana, considerando que •»gün las leyes

así

de estos reinos,

»por ser padre de S. A.,

la

enfermedad de

como seRey sólo,

de derecho

al

dicho Sr.

era debida y pertenecía la »legitima cura y administración de ellos, proveyendo »al

le

bien y procomún de los

»y habían y tenían

al

mismos

reinos,

nombraban,

dicho rey D. Fernando, por legí-

»timo curador, administrador y gobernador, en nombre »de la reina doña Juana, según que la reina doña Isabel »lo dejara

De

la

ordenado por su testamento y provisiones».

usurpación imaginada por Mr. Bergenroth, fue-

ron, pues, cómplices, á ser cierta, las Cortes de Tole-

do y las de Toro; principalmente inspiradas éstas últimas por el célebre jurista y político Palacios Rubios, y en las cuales se hicieron las conocidas leyes que todavía son

base de nuestro derecho

civil.

La reina Doña

Isabel, en


BOSQUEJO HISTÓRICO

20 tal

supuesto, tenía que haber promovido

la inicua

usur-

pación, no tan solo en pro de su marido, sino asimismo en pro de su nieto, niño de pocos años todavía; y esto, ella tan celosa de su derecho propio y del de su casa, tan poco afecta á permitir ninguna usurpación semejante tan puesta en su punto, en fin, que, al

grave Zurita cuenta,

el

cualidades insignes de D. 'Fernando,

las

entre las mayores, haber podido entenderse

con su mujer en tará,

enumerar

tras

el

gobierno de ¡os reinos. ¿Se necesi-

demostrar ahora largamente

expuesto,

lo

suposición hecha por

el

escritor

belga antes citado? No; es ya evidente que

lo

que qui-

cuan absurda sea

la

sieron" resolver las disposiciones testamentarias

de

la

Reina Católica, fué una cuestión de derecho hasta aquí mal examinada; y eso fué

que dio lugar asimismo

lo

á tantas complicaciones entonces^ y á

pués en

historia.

la

De un

osado ya apellidarse príncipe de hija

tal

Castilla, viviendo la

primogénita de los Reyes Católicos,

hizo llamar rey de Castilla desde

que supo

la

confusión des-

lado D. Felipe, que había

el

Doña

Isabel, se

punto y hora en

muerte de su suegra; siendo como

tal

reco-

nocido por algunas potencias de Europa, y entre otras, Quirini.

De

que tan á mal llevara ya su

in-

por Venecia, como muestra otro lado D. Fernando, justificada pretensión tilla,

la

de considerarse príncipe de Cas-

cuando no había recaído

en su esposa,

si

embajada de

bien ordenó

de Doña Juana, advirtió á

la

el

la

derecho de

la

sucesión

inmediata proclamación

par que todos los pregones

y provisiones de justicia se hiciesen á nombre de ella solo sin mentar siquiera al marido, como no reconociendo en

él

derecho alguno.

Y

ahora bien: considera-

da esta cuestión legalmente, ¿se sabe con certeza á


CASA DE AUSTRIA quién correspondía

la

21

administración de los Estados

reales de la hija loca? ¿Cuál del marido ó del padre debía ejercitar en aquel caso la cúratela de la reina?

¿Qué

sazón, para declarar

la in-

tribunal era

competente á

la

capacidad de la princesa y discernir aquella guarda especial, ya que la curaduría en sí misma no podía ser testamentaria

de

según

ni legítima, sino dativa,

las Partidas?

Las Cortes de Toro, que

la

sin

doctrina

duda en-

tendían de leyes de España, discernieron expresamente la

cúratela á D. Fernando;

cho el

civil,

y

esto, inaplicable al dere-

no dejaba de adquirir verdadero valor desde

punto en que

lo hicieron

las Cortes, único tribunal

competente y posible en las cuestiones referentes á la Corona. Y discernida por las Cortes la curaduría á don Fernando, hallábase ya éste con un título propio, de que carecía ciertamente D. Felipe. Porque si- solo de cosas materiales se tratara, hubiese nistrarlas,

como marido,

él

entrado á admi-

sin contradicción

necesidad de proveer de curador á

la

alguna, sin

demente; pero

tratándose de los reinos, cuya conservación tanto im-

portaba á terceros, según los principos jurídicos, si no ya según ley expresa, el nombramiento de curador procedía hacerse, en realidad,

como entendieron

los legis-

ladores de Toro. Ni dejaba detener también legal fuer-

za en este caso á ella

el

testamento de Isabel

como tronco y cabeza de

la

Católica; que

su familia tocaba legis-

lar sobre cuanto pudiera concernerla, según

el

principio

hasta aquí sin contraste admitido en las familias reales.

No

era, pues,

ninguna absurda pretensión

la

de D. Fer-

nando. Natural era, no obstante, que pareciese esto

una inesperada novedad para D. Felipe, su, yerno; y, bien que él ya tratase á su mujer como loca, y que es-


BOSQUEJO HISTÓRICO

22

tuviera

más que nadie persuadido de que

repente dejó de tenerla por á correr

de

en público, comenzando

voz de que se hallaba en cabal

la

atribuyendo

juicio,

y

contraria á su padre, para usurparla el

la

Los grandes de

reino.

tal

lo estaba,

Castilla descontentísimos, cual

va dicho, del carácter firme de D. Fernando, y no teniéndole ya el mismo respeto que cuando vivía la Reina Católica, empezaron, por su parte, á declararse en favor del archiduque, poniendo también en duda, que administración del reino, puesto caso que estuviera

capacitada al

la reina,

perteneciese

al

la

in-

padre antes que no

rey consorte. Alegaban, principalmente, que por su

matrimonio se había disuelto ella

la patria

potestad, y con

todos los derechos de D. Fernando sobre su

sin reparar

que entonces

rechos soberanos de

hija,

se trataba sino de los de-

r.o

la familia.

Pero cual suele suceder

en contiendas tales, más bien que su razón, comenzó

cada cual bien pronto á preparar y medir sus fuerzas. Fueron y vinieron en vano mensajeros de Flandes á

España y de España á Flandes,

sin

poder concertar,

naturalmente, pretensiones tan contrarias, no del todo descubiertas, sin embargo, en su correspondencia, por

D. Fernando.

A

de este último,

Lope de Conchillos, que era enviado

le

prendió en

el

intermedio

el

archidu-

que en Bruselas, por haber sorprendido una carta de su mujer, en la cual pedía á su padre que tomase á su

go

el

gobierno, y atribuir esto á manejos del

tólico;

car-r

Rey Ca-

despidiendo, además, de su corte, las pocas per-

sonas españolas de que estaba aquélla acompañada.

Buscaron

ai

emperador, el

propio tiempo la

el

archiduque y su padre,

el

alianza del rey de Francia para sostener

derecho del primero á

la

administración de

la

monar-


23

CASA DE AU5TRIA quía castellana; pero en balde, porque ya

do para

sí,

como más

astuto, el

sas, en conclusión, llegaron á

Rey

le

tenía gana-

Católico. Las co-

punto que

el

archiduque

D. Felipe ordenó desde Bruselas que se apercibiesen todos los grandes y caballeros, y pueblos del reino, para tomar las armas contra D. Fernando, y encender el principal ministro y consejero del esto, D. Juan Manuel, residente á todo archiduque, en la

guerra

civil.

Era

su lado tiempo había,

muy

á despecho del suegro.

Castilla eran sus principales campeones

el

En

marqués de

duque de Nájera. En Roma, donde era tan importante por entonces merecer simpatías, cuando no ayuda, servíale de embajador el famoso D. Antonio de Acuña, que tan triste fin tuvo en las Comunidades. Villena y

el

Las artes de estos hábiles servidores, la ayuda del emperador, la malquerencia de los grandes áD. Fernando y el amor á la novedad de los pueblos, lograron formar al cabo una liga poderosa, que obligó al prudente D. Fernando á modificar algo sus pretensiones, consintiendo en dar participación á su yerno en

contra

la

expresa voluntad de

la

el

gobierno,

Reina Católica. Hízo-

se sobre esto un concierto en Salamanca, á 24 de

No-

viembre de 1505, entre los embajadores del archiduque

y el rey D. Fernando, por el cual se convino que éste, D. Felipe y Doña Juana gobernasen todos tres juntos, llevando los últimos los nombre de rey y reina, y el primero

el

de gobernador perpetuo del reino.

era ya tan clara

la

incapacidad de

la reina,

Y como acordóse

aquí, además, que se despachasen las provisiones y

cédulas reales con las firmas de ambos reyes solamente.

Tuvo D.

Felipe,

como

Zurita cuenta, esta concor-

dia no tan sólo por desigual sino por injusta, y

mucho


BOSQUEJO HISTÓRICO

24

más

lo

pareció todavía á los impacientes caballeros que

estaban á su servicio; pero maliciosamente se hicieron, al

saberlo, en Bruselas públicas demostraciones de ale-

Lo más importante para

gría.

entrar fácilmente en Castilla,

naba de

la

archiduque era poder

y eso ya se

lo

concordia de Salamanca. El resto

las circunstancias

mente no

A

el

proporcio-

lo

esperaba

y de su propio valor, que

cierta-

le faltaba.

8 de Enero de 1506 se embarcaron

al

cabo Doiía

Juana y su esposo para España, no sin arribar por causa de un temporal á Inglaterra, donde fueron bien recila Coruña el 28 de mismo año: muy poco después de llevar á cabo D. Fernando su nuevo matrimonio con Doña Germana de Foix, deseando tener descendencia con que dividir los reinos de Aragón y Castilla, como los natura-

bidos, viniendo á desembarcar en Abril del

les del

primero manifiestamente deseaban entonces.

No

bastan los agravios que tenía ya de su yerno, y de los

grandes castellanos para disculpar en D. Fernando tan triste

condescendencia. Por de pronto aquel matrimonio

impolítico, juntamente con la llegada de los príncipes,

acabaron de destruir su ya escaso partido en Castilla;

y D. Felipe, en

tanto, al

segundo día de desembarcar

manifestó claramente que no estaba dispuesto á cumplir la

concordia de Salamanca.

Muy

luego comenza-

ron á disponer armas los grandes del partido de D. Felipe

por todas partes, mientras éste en persona se ade-

lantaba hacia Castilla, en son de guerra, con escuadro-

nes de piqueros alemanes y buena ña,

dando

á entender

artillería

de campa-

que estaba resuelto á mejorar su

No se descuidaba de su parte D. Fernando. Escribió á cuantos señores y consejeros

derecho con

la

espada.


25

CASA DE AUSTRIA

pensó que quisieran seguirle, manifestándoles que D. Felipe, su yerno, tenía á

el

su hija, «fuera de

la reina,

no como su dignidad y estado real ^libertad, y ^requerían, sino presa é incomunicada con él y con totratada,

»dos sus leales servidores, por

lo cual

»ponerla en libertad por las armas, y

estaba resuelto á

les

ordenaba que

>acudiesen á servirle en una empresa en que se trata>ba de la deshonra y mengua suya propia, de su hija y »de los reinos de España.» Vése aquí que la enferme-

dad de Doña Juana, que ambos reconocían cuando estaban en paz y amistad, por uno y otro, igualmente, se

negaba cuando podía

servir de pretexto su salud, para

que cada cual estorbase

Mas la

para intentar

la

los propósitos del adversario.

guerra

sazón, D. Fernando,

civil

como

era tarde: tenía ya, á

confiesa Zurita, «junto

mirábase solo y muy apartado de sus propios Estados de donde no podía venirle socorro; temía que el Gran Capitán, que estaba en Ñacasi el reino todo contra sí»;

y á quien debía saber que con afán solicitaba su yerno, se alzase á fuer de castellano contra él y le quipóles,

tase aquella corona, no bien se rompiesen las hostilida-

en una

des. ¡Triste espectáculo, entonces,

como

de sus Epístolas Pedro Mártir,

que ofreció aquel

el

gran monarca errante y solo, sin que se posible ver ya á su propia

hija!

ban á su lado aún dos grandes de D. Fadrique Enriquez y demostraron

la

mayor

un solo prelado,

el

el

dijo

ni siquiera le

fue-

Únicamente queda-

Castilla, el almirante

duque de Alba,

los

cuales

fidelidad, sobre todo el último;

arzobispo de Toledo,

y

Don Fray Fran-

cisco Jiménez de Cisneros, que, llevado de su belicoso carácter, le aconsejó hasta

el

último momento, según

Zurita afirma, que apelase á las armas, bien querecha-


BOSQUEJO HISTÓRICO

26

zada esta opinión, mediase luego entre ambos

Tuvo

pes para que íiicieran nuevo concierto.

prínci-

éste lu-

gar, por fin, á 27 de Junio de 1506, después de una entrevista celebrada entre la

Puebla de Sanabria y Astu-

rianos, por D. Felipe y D. Fernando, á el

cual acudió

la

primero acompañado de todo su ejército de alemanes

y castellanos; casi solo el

segundo y tan en poder de

sus enemigos, que, según declaró testa secreta

él

mismo en

que hizo ante su secretario,

allí

la

pro-

mismo,

hubo de ceder á cuanto su yerno quiso, forzado por los «peligros, impresión y miedo» en que estaba. Llamóse aquel concierto de Villaf áfila, por

como

luego D. Fernando, así

el

el

lugar en que lo juró

archiduque

lo

juró en

Benavente; y es curioso que éste último, que antes de la

muerte de su suegra había escrito ya á

los

Reyes

Doña Juana

Católicos, mostrando deseos de encerrar á

en alguna parte, por causa de su estado mental, y que luego había sostenido que estaba buena y sana para

oponer su derecho, en

tal

ba como curador de una niese en que

»ningún

al

que alega-

D. Fernando, convi-

concordia de Villafáfila se aludiera de

la

nuevo extensamente á signando:

caso evidente,

hija loca

«que

ni

negocio

la

incapacidad de aquélla, con-

se quería

ocupar

ni

entender en

de regimiento, gobernación ú otra

»cosa, y que el hacerlo habría sido causa del total per-

»dimiento y destrucción del reino, según sus enferme-

»dades y pasiones, que por honestidad (ó sea por de»coro) se callaban.» Ello es, en tanto, que logró D. Felipe su propósito

con su mujer; hacer

la estéril

al

de ser reconocido por rey juntamente paso que D. Fernando, después de

protesta de que queda hecho mérito, y

tener otra entrevista con su yerno en Renedo, se vol-


27

CASA DE AUSTRIA

vio á SUS Estados, sin que á pesar de la reconciliación le consintiese

aquél ver á su hija evadiéndolo con

les pretextos. Entonces fué cuando

del primero

comenzó

el

fúti-

reinado

de los monarcas austríacos en Castilla, que

duró menos de tres meses. Triste impresión dejó de

tiempo.

Su

D. Felipe en tan corto

favorito D. Juan Manuel, que entre otras

cualidades tenía la de ser «hidalgo pobre y codicioso»,

según dice un cronicón de pronto de los

época, llegó á ser bien

la

más impopulares

ministros que hubiera

Las tropas alemanas que

conocido hasta

allí

D. Felipe trajo

consigo, cometían mil extorsiones en

Castilla.

y se entendían mal con los soldados, escuderos y caballeros de Castilla, convocados por don Felipe contra su suegro. Por otra parte, no bien firmalos pueblos,

do

el

concierto de Villafáfila, D. Felipe pidió ya consejo

á D. Fernando sobre encerrar por loca á su mujer, que á

tantas opuestas ambiciones servía de fundamento.

Excusó D. Fernando desde Tordesillas, donde se hallaba aún, el darle parecer sobre

que su reserva, tural, ni

más

tras lo

el

caso, y en verdad

ocurrido, no podía ser más na-

del príncipe flamenco. Pero á

la

par que consultaba

opinión del suegro, procuraba aquél ganar

de

y ligereza

visible en ello la informalidad

los grandes, para

que

le

ayudasen en

la el

la

voluntad propósito

y solo en el gobierno. Ganada tenía ya la voluntad de muchos y hasta la del grande arzobispo Cisneros, según parece, haciéndoles firmar á todos en un papel el compromiso de favorecer su deseo, cuando topó con el almirante de de recluir á su esposa, quedando

Castilla, partidario acérrimo dijo

resueltamente, que

libre

de D. Fernando,

el

cual le

se sirviera de su persona

y


BOSQUEJO HISTÓRICO

28

casa, pero que no le

mandase hacer cosa contra su hon-

y que no firmaría tal sin ver á la reina antes, y convencerse de su demencia. Consintió en ello D. Felipe:

ra;

el

almirante,

conde de Benavente y

el

arzobispo

el

de Toledo conferenciaron durante dos días, por muchas horas, con

la reina,

que no

no fuese desconcertada; pero

respondió cosa que

les

les recibió

en una sala

obscura, vestida de negro, y casi cubierto

como

solía.

estuviese enferma

que

lo

el

rostro,

Dudando entonces, ó afectando dudar, que la reina,

declaró

almirante

el

al

rey,

que convenía era que llevase á Valladolid consi-

go á su mujer, porque de un lado pensaba que yor mal de

la

el

ma-

reina eran celos, y apartándose de ella

no lograría, ciertamente, curarla, y de otro temía, que, no creyendo en el mal muchos, tomaran su ausencia de la

corte por una usurpación, que encendiese en discor-

dia á Castilla.

Mal de su grado,

cual

puede imaginarse,

y consolándose de los disgustos que

le

ocasionaba

el

estado de su mujer con los banquetes y amoríos, á que estaba más dado cada día, se encaminó á Valladolid

D. Felipe, donde reunió Cortes en Julio de aquel año de 1506, en las cuales no se hizo

ni

grande importancia, que conste por cretamente se trató también, á rar incapaz á

almirante,

la reina.

Mas

lo

otorgó petición de las actas;

pero se-

que parece, de decla-

puesto

allí

de acuerdo

el

cada vez más tenaz en que no estuviese

sana Doña Juana para su marido, ya que no estado para D. Fernando, con los

lo

había

procuradores de

Cortes, salióle mal de nuevo á D. Felipe su intento;

que no debía ser infundado, cuando hombres como Cisneros

lo

apoyaban, bien que á muchos pudiera parecer-

Íes peligroso,

por las malas prendas de gobernante que


29

CASA DE AUSTRIA iba

el

archiduque descubriendo.

general, tenía,

y

De

este sentimiento

de la lucidez á intervalos que

debió prevalecerse

el

Doña Juana

almirante para estorbar

con los procuradores de Valladolid que hiciesen, en favor de D. Felipe, aquello que los de la de Toro habían consentido en D. Fernando inútilmente. Ya, en el íntepara entonces, los grandes que habían seguido partido de D. Felipe, tan sólo para aprovecharse de

rin,

el

la

debilidad de su carácter, comenzaban á disgustarse al ver que, aunque fuese realmente accesible á los con-

sejos ajenos, tenía un ánimo esforzado y propenso á acudir á la violencia, con el fin de hacer respetar sus

buenas ó malas disposiciones. Esto, y la mala voluntad que guardaba D. Felipe al duque de Alba por su fidelidad hacia D. Fernando, que llegó á punto de no presentarse

más en

la corte, así

como

al

almirante de Cas-

tilla, por haber impedido que se decretase la reclusión de su mujer, estuvieron ya para mover, en aquellos

cortos meses, sangrientas turbulencias en Castilla. Lo-

gró D. Felipe del marqués de Moya, no

sin

amenaza

de quitársela por armas, que cediese á su favorito don Juan Manuel la alcaidía del alcázar de Segovia; pero el almirante de Castilla, á quien pidió tam.bién una fortaleza,

como en rehenes por su conducta, declaró audaz-

mente, que

el

rey consorte no tenía derecho á petición

semejante, y que solo si se lo exigiese la reina, estando en libertad, obedecería. Para mayor conmoción de los ánimos, ni el nuevo rey ni sus ministros se entendían bien con

la Inquisición

recién establecida.

Todo

y desastres públicos, cuando, hallándose en Burgos por Septiembre del citado año de 1506, enfermó D. Felipe de unas fiebres maanunciaba,

pues,

guerra

civil


BOSQUEJO HISTÓRICO

30 lignas, al parecer

causadas por

el

demasiado

ejercicio,

y

más probablemente por contagio, dado que morían muchos en aquella ciudad á

sazón de

la

la

misma enferme-

dad; sin que nada diera á entender, ni autorice á sospe-

char hoy formalmente, que muriese envenenado. Pasó así

de ésta á mejor vida D. Felipe á 25 del mes

ferido,

y se suspendió con su muerte

el

re-

gobierno de

la

casa de Austria en España, hasta que faltando D. Fer-

nando

Católico, entró su nieto D. Carlos á gobernar

el

reino en

el

to de la

nombre de su madre, conforme

al

testamen-

Reina Católica.

Bien conocidas son las demostraciones extravagantes

muy

de dolor,

naturales en su estado, que hizo la

desdichada reina viuda, y no parece propio de este bajo describirlas.

de

la

Tampoco

es necesario aquí tratar ni

segunda época de D. Fernando

Castilla,

tra-

el

Católico en

que duró desde 1506 hasta que en 22 de Ene-

ro de 1516 acabó aquél gran príncipe sus días; ni de la

regencia gloriosa del cardenal Cisneros, que se pro-

longó por dos años.

No

será posible, por último, seguir

relatando minuciosamente en este estudio los hechos

de

los

demás príncipes de

la

casa de Austria. El reina-

do de D. Felipe, tan breve y tan insignificante para España, merece muy especial mención, con todo eso, por haber

él

sido cabeza y tronco de su dinastía, bien que

quepan tantas y tan fundadas dudas, respecto á la razón con que se le enumera entre los reyes de España.

Lo expuesto

servirá, sea

como

quiera, para explicar

por qué, cuándo, en qué forma, y con qué trodujo aquí tranjeras,

la

que

primera de la

las

títulos,

se

in-

dos grandes dinastías ex-

han gobernado hasta nuestros

días.


II

\L

veneciano VICENZO QUERINI,

conoció

hijo

al

primogénito de

y D. Felipe en Flandes, en á siete años, dijo de

seis

él

la tierna

acciones ser

semejante á Carlos el Temera-

abuelo. Sus derechos á la corona de Casti-

rio, su lla,

cruel,

edad de

que era hermoso, bien

dispuesto, y demostraba en todas sus

muy animoso y muerta

la

madre, hubieran sido, sin duda, incon-

cusos, porque las hembras nunca habían dejado

de heredar; mas por claros.

que

Doña Juana

lo

allí

que hace á Aragón no eran tan

Habíase tolerado

aquel reino, tan solo por

la la

jura

de Doña Juana, en

autoridad que en

él

gozaba

su padre D. Fernando, según atestiguan los historiadores aragoneses;

porque á pesar de haberlo ocupado ya

una mujer, Doña Petronila, juntamente con su esposo

Conde de Barcelona, es indudable que aquella princesa misma excluyó, por testamento, á su sexo de la

el

sucesión

me

el

al

trono, y que desde los tiempos de D. Jai-

Conquistador, sobre todo, pasaba

tal

exclusión


BOSQUEJO HISTÓRICO

32

por bien asentada. Por eso dice

Doña Juana

fué

el

Maestro Flórez que

primera princesa reconocida, como

en uno y otro reino; y tanto era, en realidad, dudo-

tal,

so

la

el

V

caso que, por más que Fernando

ya en su testamento

la

sucesión de las hembras á

rona aragonesa, todavía pués, de

la

de Carlos

estableciese

al

II,

tratarse, casi

la co-

dos siglos des-

sostuvieron muchos que

la

costumbre inmemorial y las leyes del reino, por igual, excluían del trono aragonés á las hembras de Francia y

y sangrienta contienda. Enembargo, D. Carlos por muerte de su

Austria, origen de tan larga tró á reinar, sin

abuelo, aun antes de cumplir

se que no llegó á ser Castilla sino

Doña Juana

mayor edad que

la

bía señalado la Reina Católica;

le

ha-

y es digno de observar-

monarca propio de Aragón

ni

de

por cortos meses, puesto que su madre vivió hasta el 11 de Abril de 1555,

mismo

y en 16

de Enero del año siguiente renunció ya

él

español en favor de su hijo Felipe

Durante este pe-

ríodo larguísimo de tiempo vivió llas,

II.

al

trono

Doña Juana en Tordesi-

aquejada de aquella especie de locura, bien conocida

en todas partes, y sobre todo, en España, que permite días lúcidos, y hasta temporadas enteras, como para hacer

tal

estado dudoso.

Una de

las

manías á que con-

tinuó sujeta á veces, no siempre, era

prácticas religiosas;

mas consta que,

la

de huir

las

entre los períodos

lúcidos que en esto tuvo, lo fué el de sus últimas horas.

Tratóse, seguramente, toda

con

el

la

vida á

la

infeliz reina,

descuido y rigor que hasta nuestros días se ha

empleado con las personas destituidas de razón, por desconocer los medios de corrección adecuados. Consta,

por ejemplo, en

la

correspondencia publicada por

Bergenroth, que su padre D. Fernando

la

tuvo que


33

CASA DE AUSTRIA

mandar dar cuerda, por que no muriese, dejando de comer; y que á este trato se la sujetó en otras ocasiones. Dar cuerda ó trato de cuerda, era, simplemente, colgar á una persona del techo ó muro, sin dejar que tocase los pies con so de

el

suelo, hasta obligarla por el exce-

incomodidad á consentir en alguna cosa;

la

casti-

go usado por mucho tiempo en España para corregir niños indóciles. Debía ser esta la premia, apremio, ó apretamiento, que

marqués de Denia aconsejó luego

el

á D. Carlos que emplease en ocasiones; y sin excusar la

dureza de

tal

proceder, solamente nacida de

la igno-

rancia de los tiempos, lo cierto es que no puede pasar

por tortura ó tormento. Harto más riguroso, en verdad, era en las causas criminales aquel bárbaro medio de

prueba,

como

sería facilísimo demostrar,

biéramos ya detenido sobradamente en el

el

si

no nos hu-

asunto. Pero

caso es que, mientras estos tristes años pasaban por

su madre, hacía D. Carlos de simple administrador de los reinos

como

el

abuelo. Hiciéronsele bien sentir los

aragoneses, que se negaban el título

se

al

principio á reconocerle

de rey, mientras su madre viviese, mostrándo-

más escrupulosos que

los castellanos en este punto.

Pero, con todo eso, no sólo se llamó rey siempre don Carlos, aunque no hubiese heredado, en realidad, todavía, sino

luego

que fué

título

el

primer príncipe español que usase

de Majestad, en lugar del de Alteza, que

Reyes Católicos y conservó su padre. Mucho, en realidad, sintieron los Estados de Flandes la ausencia de su joven príncipe D. Carlos, como el tantas veces nombrado Quirini tenía pronosticado llevaron los

Detuviéronle, por centar

la

lo

mismo, bastante tiempo para acre,

gloria del cardenal Cisneros, que

gobernó en 3


BOSQUEJO HISTÓRICO

34

SU ausencia á Castilla, tomando principalísima parte, de esta suerte, si hubiera de creerse á Bergenroth ó sus secuaces, en

Doña Juana. Los

usurpación del trono de

la

grandes de Castilla en

el ínterin,

muy poco

afectos

al

firme poder de los monarcas, llegaron á desear la veni-

da del hijo de

Doña Juana, contal de

salir

de manos del

poderoso y enérgico arzobispo, que tanto se afanaba por humillarlos. Cisneros, por altivez propia de su carácpropendía á apoyarse en

ter,

des, atento solamente á

las

el

pueblo contra los gran-

ambiciones de éstos, y sin

medir bien los peligros de dar sobrado poder á rante

muchedumbre. Cuando Carlos

chas amonestaciones y algunas vino

nal,

al fin

I,

muy

la

igno-

después de mu-

libres del

carde-

á España, se halló, pues, contenidos á

los grandes; pero dispuestos, en cambio, á cualquier

alteración los pueblos, de lo cual había ya dado muestra el

de Málaga, rebelándose contra

cardenal mismo. te

porque

No

la

autoridad del

llegó á ver á éste D. Carlos, par-

evitó con ingratitud evidente, llevado á

lo

de sus consejeros flamencos ó españoles, que

ello

miraban con igual emulación y miedo, parte por

le

la in-

mediata muerte del gran ministro, ocurrida en 8 de No-

viembre de 1517: mes y medio no más después del arribo del nuevo rey, que á 19 de Septiembre del propio año había rias.

Dejó

el

ajustado ya

co

I

desembarcado en Villaviciosa de Astu-

joven príncipe, antes de el

salir

de Flandes,

convenio célebre de Noyón con Francis-

de Francia, en

el

cual inútilmente quisieron los fu-

turos rivales, evitar las desavenencias que entre ellos,

naturalmente, tenían que suscitar aún

la

conquista de

Ñapóles alcanzada por Fernando V, viviendo

la

Reina

Católica, y la de Navarra por aquél también llevada á


CASA DE AUSTRIA

35

cabo en 1512, después de la muerte de su mujer, y cuando gobernaba como regente á Castilla. Una y otra corona habían sido arrancadas á

la

Francia misma, más

bien que á sus soberanos particulares, y no era fácil que aquella nación belicosa se resignase tan pronto á abandonarlas. Hallóse así Carlos, desde la edad de diez

y

siete años,

sucesivamente empeñado en los negocios más complicados y vastos que monarca alguno hubiese tenido sobre

hasta entoncps.

En

1518, un año después

de su llegada á España, comenzó

en 1519 murió

mo

el

protestantismo;

emperador Maximiliano; en este misaño desembarcó Hernán-Cortés en las costas de el

Méjico, para dar principio á del continente americano.

la

conquista y repoblación

No

pudiendo ser objeto de este trabajo redactar todos los sucesos á que dieron lugar las cuestiones inmensas en que tuvo parte, bastará con dar á conocer en substancia lo los

I

que hizo Carrespecto de cada una y los buenos ó malos frutos

que alcanzara. Errados fueron, cuantos eran de esperar de su inexperiencia, los primeros pasos. Dijo de

él, quince años después de su arribo á España, Nicolás Tiépolo, uno de los embajadores venecianos, que no seguía el pare-

cer de otro en cosa alguna, y Bernardo de Navagero,

embajador también de Venecia, aseguró, á fines de su reinado, que era el mejor general de su imperio. Mas la

verdad

es,

que en

de todo punMr. de Chevres y otros ministros flamencos, no menos ineptos que rapaces, y al cardenal Adriano, su maestro, mejor intencionado que hábil en las cosas de gobierno. La superioridad que cobró al los principios estuvo

to entregado á

fin

Carlos sobre sus ministros y cuantas personas

le


BOSQUEJO HISTÓRICO

36

rodeaban,

podía darse

ni

saliendo de

por

lo

adolescencia, entró á poseer plenamente

la

sus grandes

se dio á conocer hasta que,

ni

facultades intelectuales.

pronto en España, en

Nada

hizo

útil

breve tiempo que en

el

ella estuvo, desde su desembarco en Asturias, hasta

que en 20 de

Mayo de 1520

para Flandes, con

fin

el

se embarcó en

de tomar

Aquisgran, donde debía recibir

Alemania,

allí

la

Coruña

camino de

corona imperial de

la

que acababa de adjudicarle

Francfort, en competencia con

el

el

la

Dieta de

rey Francisco

de

I

Francia. Fuese mal contento, sin duda, de la inquietud

y soberbia de los españoles, grandes y plebeyos: que todos se quejaban á un tiempo, pidiendo cada cual opuestos remedios para sus respectivos males, tratándole de una parte con escasísimo respeto, y disputándole de otra, tenazmente, los subsidios que pidiera

para poder

grande

salir

del

reino.

Había, á no dudarlo, una

indisciplina en el espíritu

de los españoles de

aquel tiempo, y la ambición particular se sobreponía

con sobrada frecuencia entre ellos

al

bien público. Pero

conviene también recordar que los pueblos de

la

Pe-

y sobre todo los castellanos, eran de suyo pobres, y que aunque el reinado inteligente de los Reyes Católicos produjese una prosperidad relativa, y hubiese nínsula,

decadencia real y grande en los subsiguientes, por el las continuas guerras externas, nunca,

mal gobierno ó ni

en

la

mejor época del siglo xvi, dejaron de doler

En vano intenta Prescot, en su Historia de los Reyes Católicos, demostrar que los concienzudos cálculos de Capmani esaquí los tributos extraordinariamente.

tán poco fundados.

Ni

la

agricultura en aquel tiempo

daba alimento todos los años á

la

población escasa,

ni


CASA DE AUSTRIA

37

industria pasaba de producir géneros

la

propósito únicamente para

el

consumo

inferiores, á

del vulgo. El

comercio de exportación estaba, como posteriormente, limitado á frutos

entretanto á

y primeras materias. Acostumbrados

severa economía de los Reyes Católi-

la

cos, sólo quebrantada para llevar á cabo útiles empresas,

generalmente no podían menos de ver con singu-

lar ira los

españoles que los extranjeros despilfarrasen

poco ó mucho sus rentas, ó que se empleasen sus cortos recursos en proporcionar á su rey

que podrían acaso hacerle descuidar que ya

tenía.

Carlos

I

Por eso

los subsidios

gobierno de los

el

que

al

cabo obtuvo

Cortes que convocó en Santiago y tersin emplear para ello ruegos,

en

las

la

Coruña, no

minó en

nuevos Estados,

amenazas y hasta el soborno de algunos de los procuradores, según se sospecha, fueron causa principal del terrible levantamiento llamado de las

Comunidades

en Castilla, poco después que se hubiese ya iniciado el

de

sin

las

Gemianías en

embargo,

lo

Valencia.

En una y

otra parte,

que vino á resultar realmente fué una

lucha social y política, de largo tiempo antes preparada en la nación, y cuyo estallido coincidió por desgracia la

con

la

ausencia de España del joven monarca, con

imposición de nuevos tributos, con

regencia que

quedó á cargo

Adriano, y con

el

del

odio encendido en

la

debilidad de

el

la

cardenal

referido

pueblo español

contra los ministros flamencos, que servían ó acompa-

ñaban á nimiento

la dinastía al

reinante.

Es evidente que

el

adve-

trono de los Reyes Católicos no había bas-

tado á contener

la

codicia y natural desasosiego de que

caballeros, grandes ó prelados, dieron tantas señas en el

reinado infeliz de Enrique IV,

como luego

lo

demos-


BOSQUEJO HISTÓRICO

38

traron harto en sus pretensiones excesivas mientras du-

raron las contiendas de Isabel la Católica y la Beltraneja\ en la rudeza con que, después de viudo, trataron al

Rey

Católico, á pesar de su valor y experiencia; en

con que ya amenazaron á Felipe el Her-

las discordias

moso, durante su breve reinado; y en las osadas contestaciones que tuvieron con el mismo Carlos I, so pretexto de demandarle justicia alguno de ellos.

Es tam-

bién indudable que los concejos y ciudades del reino,

en quienes

poder real venía ya de tiempo antes bus-

el

cando apoyo contra llenarse de no

la

aristocracia, habían llegado á

menos ambición y

orgullo, por su parte;

pretendiendo no solamente destruir ó mermar los dere-

chos señoriales, sino poner límites y dar leyes, pio tiempo,

poder

al

real.

Es

pro-

que

certísimo, por último,

todos los gobiernos sentían ya, en

entretanto,

el

seo de intervenir más eficazmente en general que habían hasta

al

la

de-

el

administración

intervenido; de hacer pre-

allí

ponderar una voluntad homogénea sobre las múltiples voluntades que por donde quiera entorpecían entonces la

acción administrativa; de realizar, en suma,

que á

lítico,

de te.

la

la

larga se obtuvo, con

monarquía absoluta, desde

Obsérvase esta tendencia á

dominio,

lo

mismo en

Isabel

la

el

establecimiento

el siglo xvi en adelan-

la

absorción y

denal Cisneros, ocupado ya en hacer

al

que en

los ministros

pre-

el

car-

rey «más señor

de sus vasallos que nunca otro estuvo»; y I,

al

Católica, tan celosa de

su dignidad y tan dura en sus mandatos, que en

Felipe

po-

el fin

lo

mismo en

flamencos de su

hijo, los

cuales estaban además acostumbrados á regir naciones

menos

libres

que á

intereses, de tal

la

sazón eran Aragón y Castilla.

De

manera contrapuestos, no podía menos


CASA DE AUSTRIA

39

de nacer

al cabo una lucha armada. Las ciudades de Toledo y Salamanca habían enviado comisionados á don

Carlos para exponerle sus exigencias; y los de

mera

casi le insultaron en Arévalo,

la pri-

y juntos con los de

Salamanca luego, se pusieron en Galicia poco menos que en total rebeldía. Hallábanse sus comitentes en disposición de pasar prontamente de las palabras á las

armas, gracias á aquel impolítico pensamiento, iniciado por Cisneros en Castilla, de formar una cierta especie

de

milicia nacional

za, que

él

con

el

nombre de gente de ordenan-

destinaba á refrenar

el

poder de los gran-

des, y que en lugar de eso estuvo á punto de destruir por mucho tiempo el poder real. «Quiso Dios para bien

»de España, y aun de toda

la

como

cristiandad»,

el

obispo Sandoval escribe, que por haberse opuesto los

grandes y el pueblo mismo, no pudiera llevarse sino en parte á cabo aquel armamento en Castilla; pero bastó el

que había para dar una base temible á

nidades.

De

las

resultas de otro error de Carlos

I,

Comutuvie-

ron también armas los pueblos del reino de Valencia;

porque, pidiéndolas con pretexto de defenderse de los piratas argelinos, formaron

con

ellas

las

Gemianías

sus huestes anárquicas, que tanto dieron que hacer por su lado á los caballeros de aquel reino. La final conse-

cuencia de todo esto fué que, mientras caminaba por

Aquisgrán Carlos

I,

Heno de ilusiones con

la

corona

comenzase á ensangrentar la mayor parte de España. Ideas libera-

imperial que le esperaba,

discordia civil la les casi

te

no sospechosas hasta

allí,

cundieron de repen-

por Castilla, poniendo en grande aprieto

real.

Llegaron á pretender

ciertos capítulos,

las

la

autoridad

ciudades castellanas, en

que se excluyera de

la

sucesión del


BOSQUEJO HISTÓRICO

40

reino á las mujeres para que no gobernase

ningún príncipe nacido en

y al

el

Consejo Real, no

el

más en

él

extranjero; que las Cortes

el rey,

eligiesen en lo sucesivo

regente del reino; que no pudiera haber corregidores

reales en los pueblos, sino alcaldes populares, propuestos en terna

rey por

al

"los

vecinos; y que sin consenti-

miento de las Cortes no pudiera rra. Si esto iba

contra

lleros se pretendía

el

más

poder

el

rey reclamar

real, contra los

la

gue-

caba-

todavía, que era echarles de

sus casas, como dijo un notable escritor político de entonces, ó sea privarles de todos sus privilegios ó de-

rechos señoriales. La vigorosa liga que formaron ellos enfrente

del

peligro

común;

la

energía que aquella

aristocracia guerrera conservaba todavía; la incapaci-

dad y mala inteligencia de los jefes que dirigieron el movimiento general en Castilla y Valencia, pusieron término,

más pronto que podía esperarse, á

turbios, dejando abierta

tales dis-

ancha brecha, no obstante, en

organización social y política de la monarquía. Pocos fueron y bien conocidos los hechos militares, por ser la

mucho mayor

la

anarquía que

la

guerra. El asalto feliz

de Tordesillas, donde estaba Doña Juana, la Loca, en poder de los comuneros; la batalla de Villalar, fácil-

mente ganada

el 23 de Abril de 1521 por D. Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro y general de los

caballeros, contra las mal ordenadas huestes populares

que acaudillaba Juan Padilla; el suplicio de este capitán, mejor intencionado que hábil, y de su compañero Juan Bravo, que regía á

los segovianos,

y

la

rendición de todas las ciudades sublevadas,

inmediata

menos To-

leJo, que defendió algún tiempo aún la valerosa mujer

de Padilla, son

los m;ís

notables sucesos del levanta-


CASA DE AUSTRIA

41

miento castellano. En Valencia y en Mallorca, donde se había comunicado

el

fuego de

las

Gemianías, logra-

ron algún tiempo después restablecer también los ministros reales,

no

sin

el

orden

algún combate sangriento.

Todavía entonces figuró por un momento en nuestra historia, al calor de estas tristes contiendas, Doña Juana la Loca, Los comuneros quisieron declararla capaz

de regir

el

y hasta casarla de nuevo. Algunos de vencedores de Tordesillas quisieron lue-

reino,

los caballeros

go, en cambio, que ordenase á los de las

des cesar en riamente

por

lo

la

pobre enferma,

común de

lo

Comunida-

A

todo consentía ordina-

sin

darse siquiera cuenta

resistencia.

la

que pasaba; pero

los

comuneros no

pudieron obtener, sin embargo, que firmase ningún do-

cumento, con

lo cual

quizá se evitaron mayores com-

plicaciones. Por eso y por su estado de enfermedad, que ellos

mismos confesaban, no acertaron á sacar de

reina ningún partido en

el

la

tiempo que estuvo en sus

manos. Notable es también que no llamaran nunca los

comuneros usurpador é dre D. Fernando,

ni

ilegítimo al gobierno de su pa-

protestaran contra su ya antigua

reclusión en Tordesillas, así

como que

entre los caballe-

ros imperiales fuese, por lo general, tan mal mirado el intento de algunos de emplear en tra los

comuneros

la

autoridad de su nombre. Si algu-

na duda cupiese respecto de

la

que se atribuye á D. Fernando los, lo ría

por

cierta ocasión con-

inverosímil usurpación el

Católico y á D. Car-

ocurrido en tiempo de las Comunidades bastasí

sólo para disiparla, por

de los testigos, que tendrían en

tal

el

número y calidad

supuesto que pasar

por cómplices. En resumen: Carlos V, que acababa de añadir este número á su nombre, por corresponderá


BOSQUEJO HISTÓRICO

42

en

el

catálogo de los emperadores de Alemania, halló

ya del todo terminada

lucha entre caballeros y co-

la

y el pueblo, cuando el 16 de Julio de 1522 desembarcó en Santander de nuevo, veinticinco meses y veintisiete días después de muneros, ó sea entre

la aristocracia

su primera salida de España.

Aunque en

tan joven todavía, notóse ya gran progreso

la inteligencia

y

carácter de Carlos V. Llegó á

el

tiempo de poder publicar en Valladolid un perdón, ó

comprometidos en

dulto general, contra los

la

in-

revolu-

ción pasada, con excepción de ochenta individuos, mu-

chos de los cuales murieron en público cadalso todavía. Carlos, que ciertamente no tenía mal corazón, supo

más indulgente que en realidad comuneros y con los de las Gemianías, á

pasar, no obstante, por

fué con los

los cuales castigó

también con suplicios numerosos.

hay duda, por otro lado, que título

al

No

volver á Espafia con

el

de emperador de Alemania, venía ya grandemente

poseído de su propia autoridad, y acariciando algo en la

mente, que sin duda se parecía á

versal.

monarquía

la

uni-

Verdad es que los autores políticos, y entre

otros el obispo Guevara, en su Reloj de Príncipes, escribían

ya por aquel tiempo que,

así

como Dios

tiene

ordenado que haya no más que un padre en cada familia,

así debía querer

que un emperador sólo fuese mo-

narca y señor de todo

que latente

al

el

mundo. El curso rápido, aun-

principio,

todas las clases de

la

de

las

ideas absolutistas en

sociedad española;

castigo de los populares;

la

la

derrota y

necesidad que vieron los

caballeros que tenían del poder real para no ser devo-

rados por sus propios vasallos;

el

gran prestigio que

añadió á su carácter de rey de España

el

de emperador


43

CASA DE AUSTRIA

de Alemania, á quien muchos, de los nuevos hombres de letras, consideraban heredero entonces de la autoridad única de los antiguos emperadores de Roma, no grande espíritu de Carlos V, convencimiento sincero de que, por me-

podían menos de exaltar inspirándole

el

el

Monarquía, estaba destinado providencialmente á dirigir los destinos del género humano. Y este dio de la

conjunto de circunstancias que tanta idea de

la autori-

dad dio á Carlos V, obrando, ala par que sobre bre

la

so-

nación española entera, sin distinción de clases

ni instituciones, le facilitó

la

él,

también extraordinariamente

conservación del orden, durante

el

resto de su rei-

aragonesas y castellanas. Sólo nado, en en 1539 tuvo que luchar más con la grandeza, la cual se opuso en las Cortes ó Juntas de Toledo al restablelas provincias

cimiento de

la sisa,

llevando

la

voz por

cierto el

mismo

conde de Haro, ya condestable de Castilla, que venciera en Villalarálos comuneros. Duraba aún la soberbia individual de los grandes, y dieron de ella señaladas

muestras en Toledo, delante del emperador, aunque su poder estuviese ya muerto. Los procuradores de las ciudades, bien que separados de

la alta

nobleza, á

cual no se la permitió tratar con ellos, negaron con

la tal

monarca; y éste se ejemplo el vengó de aquella última oposición de los grandes, no convocándoles más á Cortes, con lo cual quedaron prisubsidio que pedía

vados, desde pensóseles,

allí,

al

el

de toda representación

política.

Com-

pronto, bastantemente con la importan-

y gubernativa que les concedió en toda EuCarlos, aunque no nacido en España, era porque ropa; español ante todo, y la nobleza y los soldados españocia militar

les

ocuparon siempre

el

primer lugar en su imperio. La


BOSQUEJO HISTÓRICO

44

mayor importancia, pues, de este reinado

está en los

sucesos exteriores y en los intereses generales de especie humana, que durante

la

se controvertieron, ha-

él

cia los cuales convirtió al fin su atención entera la na-

ción española.

La por

discordia entre Francia y España, mal contenida

el

tratado de Noyón, no tardó en estallar furiosa-

mente. Después de sucesos varios, decidiópor to el triunfo en favor

empeñada

el

y en

la

la

pron-

célebre batalla

24 de Febrero de 1525, dentro de un par-

que vecino á ses,

de Carlos V,

el

ciudad de Pavía, sitiada por los france-

la

cual el mism.o rey Francisco

I

fué hecho

prisionero por los capitanes imperiales Carlos de La-

noy,

marqués de Pescara y

el

gracias principalmente á

la

el

condestable de Borbón:

destreza y valor de

Desde Pavía fué

tería española.

el

la infan-

rey francés condu-

España y encerrado en el alcázar de Madrid, donde estuvo hasta que se ajustó el tratado que lleva el nombre de esta villa, favorable al emperador por tocido á

dos conceptos, y que dejó á su disposición el Ducado de Milán, que devolvió á su soberano Francisco Sforza, para heredarle mejor. Poco más de dos años después,

Mayo de

á 6 de

guiados por

el

pie del muro,

prisionero en

mente

Vil,

en guerra.

condestable de Borbón, que sucumbió

al

poniéndola á horrible saco y haciendo la

fortaleza de Sant- Angelo

que estaba también con

A

Roma,

1527, asaltaron los españoles á

tal

el

triunfo debió Carlos ser

coronado en Bolonia, por

el

1530, recibiendo á un tiempo

al

solemnemente

Papa mismo, la

Papa Cle-

imperio y España

el

año de

investidura de los reyes

lombardos y de los emperadores de Occidente. En 1547

ganó

el

propio Carlos, con

el

duque de Alba y

al

frente


45

CASA DE AUSTRIA

de un ejército compuesto de españoles, alemanes é italianos, la batalla de Muhlberg, contra los príncipes ale-

manes, que componían haciendo prisionero

la liga

protestante de Smalcalda,

de

al jefe

ellos,

que era

el

elector

de Sajonia. Tan inauditas victorias no bastaron, sin embargo, para que pudiese salir adelante Carlos V en sus gigantescos empeños; porque aunque

poderoso, por

la

él

fuese tan

vasta extensión de sus Estados, tenía

mundo conocido. Con Francia sola tuvo que sostener cinco guerras. La primera, terminó sobre

casi todo el

en 152(3 con

el

tratado de iMadrid, que se negó á cum-

luego Francisco

plir

pretextando haberle firmado por

I

en que ayudaron á

fuerza; la segunda,

la

Francia,

el

Papa, los venecianos, los florentinos y los suizos, concluyó por el tratado de Chateau-Cambresi en 1532, mediante

el

siones en

cual perdió aquella potencia todas sus posetercera, seguida con varia fortuna,

Italia; la

quedó suspensa en virtud de la tregua ajustada en Niza, por mediación del Papa Paulo III en 1538; la cuarta dio lugar á

la

invasión de Carlos

^pués de ganar Piamoníe, por ta,

V

los franceses la la

en Francia, y cesó desbatalla de Ceresele en el

paz firmada en Crepy en 1544;

comenzada en 1551, duró hasta

la

ajustada ya por

libre

de cuidados á su hijo

el

al

quin-

tregua de Vauce-

emperador, con

lles,

la

el fin

de dejar

recogerse en Yuste. Du-

rante estas largas y sangrientas contiendas, no sólo

chó con Francisco

I,

á quien llegó á desafiar

lu-

muy de

veras á singular combate, quedando en esto y en todo

por más caballero que

él,

como M. Amédée Pichot

re-

conoce imparcialmente, sino que tuvo que lidiar luego con el sucesor de aquel rey, Enrique II, heredero también de

la política

y de

los odios

de su padre. Heredó,


BOSQUEJO HISTÓRICO

46

entre tanto, Carlos V, por su parte,

la

secular enemis-

tad de los príncipes españoles con los musulmanes; la terrible

aparición del poder osmánlico

y

Oriente de

al

Europa, y su sucesivo engrandecimiento, que llegó á poner en gravísimo riesgo á Viena, le dieron nuevos

Mahoma

motivos para medir con los sectarios de armas. Llamado

turco entonces

el

los cristianos, fué, sin

el

sus

enemigo común de

embargo, halagado constante-

mente por aquellos que eran enemigos de Carlos V, y estuvo en inteligencia ó alianza con todos, principal-

mente con

mán

embargo de

los franceses. Sin

que había ya vencido y muerto Hungría, no logró más que poner, por II,

manos

del

tidura de

de

emperador, aquel reino,

él,

como

la

el

esto. Soli-

al

rey Luis de

tal

manera, en

cual dio la inves-

de tcdos los Estados hereditarios

casa de Austria, á su hermano D. Fernando.

la

1529 tuvo luego que levantar

el

En

cerco de Viena, con

gran pérdida, sin atreverse á esperar á Carlos V, que llegaba en persona eso,

al

socorro.

Mas no

contento con

y deseoso de librar de piraterías las costas espadesembarcó aquel intrépido monarca en África

ñolas,

en 1535, rindió personalmente

mada

la

la

famosa fortaleza

Goleta, y ocupó á Túnez, haciendo huir

rrible corsario

Barbarroja y sus feroces turcos.

afortunado en

la

lla-

al te-

Menos

expedición que hizo también en per-

sona contra Argel, corriendo

el

año de 1541, tuvo que

reembarcar con daño y sin éxito, pero no sin poner más y más de relieve las grandes cualidades de su carácter. Estas resplandecieron, asimismo, singularmente en decisión que cisco

I,

tomó de ponerse en manos de su

rival

pasando por París á Flandes á reprimir

la

Fran-

la insu-

rrección que estalló en Gante, su ciudad natal, de 1539


47

CASA DE AUSTRIA á 1540. Aquella confianza tan peligrosa en

el siglo

que se habla, donde tan poco reconocidos eran

los

de

mo-

dernos principios del derecho público, y tan frecuente-

mente faltaban á su palabra

como

la

los

mejores caballeros, así

rapidez extraordinaria con que supo de esta

suerte presentarse en Gante, é impedir por entonces

el

levantamiento de los Estados de Flandes, han sido ya celebradas con razón por los historiadores. Pero las

que más pusieron á prueba á Carlos V y atormentaron más su vida fueron, á no dudarlo, las cuestiones en que mediaban ideas ó intereses religiosos; las mayores entonces y más influyentes de todas entre los hombres. En vano quiso cortar las que se le originaron, dentro del propio catolicismo, con

la

espada, dejando sin pena que

sus tropas prendiesen á un Papa, y manteniéndole preso, á pesar

de protestar de todos modos, que no había

sido su intención reducirle á

bién venció con las armas á calda.

La lucha de

que

de

la

las ¡deas

armas

las

la

tre las

el

al fin

atención de aquel gran entendi-

de Lutero con

es que formó

protestante de Smal-

tuvo que ocupar más

Worms

á ser Juez de

los doctores

católicos; así

miento. Así es que se prestó en las disputas

En vano tam-

tal situación.

la liga

famoso Interim

modus

vivcndi) en-

dos religiones enemigas, que tantas transacciones

dogmáticas contenía y tan mal visto fué por los Papas; así es que proyectó, inició y procuró constantemente la

reunión del concilio á que dio á

la

ciudad de Trento, último que, hasta

celebrado

la Iglesia.

Ni

las

la larga el el

nombre

Vaticano, ha

armas bastaban para domi-

nar á las ideas, ni éstas eran entre

conciliables por

ningún camino; y los intereses de todo género, familiares,

políticos, personales,

envenenaban, cual suelen,


BOSQUEJO HISTÓRICO

48

por otra parte, las cuestiones que las ideas religiosas iniciara.

Paulo IV querían

la

la

mera oposición de

Los Papas Clemente

VII

ruina del imperio, por cuyo fin

garon muchos años, ó más bien

siglos,

y

intri-

esperando poner

á sus plantas á los emperadores y reyes, echar de Italia á los extranjeros, por solo serlo, y acrecentar sus Esta-

dos temporales, tanto ó más que por mantener

de

ó

la Iglesia,

la

Los príncipes alemanes

lidiaban tanto

como por

forma luterana, por usurpar y humillar perial.

Cuando acababa

Clemente

la

la

Re-

potestad im-

emperador de dar sus más

VII suscitó en su contra la liga de al

lico príncipe se

bien de

el

la

contra los protestantes, fué cuando

severos edictos

que dio lugar

unidad

la

pureza de sus tradiciones católicas.

Cognac,

saco de Roma; y mientras aquel cató-

hacía campeón déla cristiandad, ó

más

contra los turcos,

los

entera,

civilización

Papas mismos, Clemente VII y Paulo IV, fundaban en sus bárbaras armadas esperanzas propias. Algo también pudo Carlos

queda dicho, de

V

dejarse llevar por su lado, cual

las circunstancias

propio genio, y aspirar á cios del

influir

de

la

época y de su los nego-

demasiado en

mundo, dando lugar con esto á que se pensase

que apetecía de hecho

la

monarquía universal; pero

considerando atentamente los hechos de aquel hombre extraordinario, se advierte, que no hizo

que defender, de una parte,

los

más

al

grandes derechos

cabo polí-

Providencia en sus manos, y declararse, de otra parte, campeón del catolicismo con-

ticos

que había puesto

tra todos sus

la

enemigos á un tiempo. Quizá influyó para

esto en su ánimo

la

comenzaban á extender Renacimiento, y que el famoso

doctrina que

entonces los juristas del

doctor y arzobispo D. Pedro Guerrero formuló en 15G0


CASA DE AUSTRIA

49

diciendo «que todos los daños y censuras de

la Iglesia

^habían venido del sacerdocio, y todo el remedio y ^quietud del gobierno y brazo temporal»; por lo cual advertía á los príncipes «que habían de rendir cuenta á

»D¡os de

la Iglesia

»reparar»

(1).

los primeros

que estaban llamados á amparar y la historia de

Esta doctrina, derivada de

emperadores

cristianos, era harto fácil

que

adoptase por norma un príncipe joven, esforzado,

la

religioso

y

lleno

de genio; y, una vez adoptada, prelo fué con resolución y sinceridad

ciso es reconocer

que

completa. Carlos

V

dres de Trento

cerrar sus sesiones

al

mismos pa«como promove-

fué bendecido por los

dor del Concilio»; y consta además que, entre las condiciones en que puso en libertad á Clemente VII, fué

una que se celebrase aquél prontamente. El Interim formulado en Ratisbona en 1541, y sobre cuyas bases se publicó

el

célebre edicto del

mismo nombre en

de Ausburgo de 1548, fué,

sin duda,

cha

la

protestantismo, por

al

cias;

pero no cabe duda de

en

Carlos V, por más que

él

la

la

Dieta

una concesión he-

fuerza de las circunstan-

buena al

fe

con que consintió

hacerlo pareciese usur-

par facultades altísimas, propias solo del Pontífice y de la Iglesia católica.

Bien caro pagó esto último

doso emperador con objeto por

tal

las diatribas violentas

el pia-

de que fué

motivo, hasta en su misma corte, donde

Bobadilla se atrevió á unir su voz á las de los comparaban con Constante, Heraclio, Zenón y otros perseguidores de la Iglesia; y con las durísimas censuras que mereció en Roma, en especial del Papa

el jesuíta

que

le

Paulo IV, que públicamente

(1)

le

llamaba hereje y cismá-

Arc. de Simancas. Estado. Leg.

1.050. Fol. 1.

4


BOSQUEJO HISTÓRICO

50

Tuvo que

tico.

era, lo

soportar así Carlos V, con ser quien

que tan común es que padezcan

los políticos

verdaderos de todos los tiempos, que dan su parte

in-

evitable á las circunstancias, contra la tendencia infle-

Y

xible de las pasiones desencadenadas.

por cierto, que herido por

lla,

tratado de parte de los

no es maravi-

la injusticia

con que era

mismos á quien defendía; exas-

perado por los sucesos adversos que

al

lado de los prós-

peros tuvo que sufrir también en su reinado; arrastrado, en

por su propio carácter esforzado y dominante,

fin,

Carlos mostrase, á las veces, disposiciones violentas, sobre todo contra los Papas, á los cuales respetaba me-

mismo que pensaba que ellos, encomendada la Iglesia, y por lo mismo que

nos que otros católicos, por

Dios

le tenía,

casi ai igual

guarda y protección de

ic

ellos le debieron entonces,

lo

de

cuando menos,

ción de su poder temporal: porque es idea

presente de

al

Pontificado.

lo

que

sin

Carlos

la

difícil

V

conserva-

formarse

habría sido del

Dieron con esto y todo, alguno de sus

actos motivo para que en compañía de su hijo Felipe se le

más

II

formase un proceso en Roma, de que se tratará adelante. Pero ello fué en tanto que tamaños tra-

bajos y contradicciones, y algún suceso poco afortu-

nado,

como

el sitio

de Metz en Francia, que emprendió

inútilmente, fatigaron completamente, aun antes que el

alma,

el

cuerpo del grande emperador, quebrantando

su salud y sus fuerzas, y moviéndole

al

cabo, en 1.555,

á llevar á efecto la renuncia de todos sus Estados, que

por más de veinte años venía ya meditando. Aquella actividad increíble que desplegó Carlos

tierra,

y

el

V

en su reina-

Europa por mar y prematuro deseo de soledad y retiro que se

do, recorriendo constantemente la


CASA DE AUSTRIA

apoderó de

él

51

desde los treinta y cinco años, constitu-

yen una de rácter.

las más notables singularidades de su caYa había cedido el reino de Ñapóles á su hijo

D. Felipe, ría

título la

al

contraer matrimonio éste con

la reina

de Inglaterra, para que pudiese llevar por

Ma-

propio

al mismo tiempo le había concedido Ducado de iMilán. En 22 de Octubre de

de rey, y casi

investidura del

1555 renunció luego en

dignidad de maestre de la orden del Toisón de Oro; tres días después los Estados él la

de Flandes, con tiernísima solemnidad; en 16 de Enero del año siguiente la corona

de Castilla con León, Na-

varra y las Indias, entre las cuales figuraban ya Méjico

de Aragón, con Valencia, Cerdeña, Macondado de Barcelona, y por último la de y Sicilia, en tres documentos diversos. Lo único que re-

y

el

Perú;

llorca

la

el

tuvo por algún tiempo fué

la

corona del imperio, bien

que sólo ya de nombre

la

de Passau, mediante

cual convino con los príncipes

protestantes, contra

el él

conservase desde

tratado

coligados, en dejar por lugarte-

niente suyo en Alemania á su titulado

el

hermano D. Fernando,

ya Rey de Romanos. Era preciso contar para

cederle á éste aquella corona con los mismos príncipes electores del imperio,

muy

difíciles

de avenir, á

la sa-

zón, por las disidencias religiosas; y por eso conservó el nombre de emperador, hasta que en 12 de Marzo de

1558 fué reconocido como Francfort. lo

Hubo de

tal

su hermano en la Dieta de

singular en esto, que

IV no llegó nunca á reconocer

los V, sosteniendo

la

el

Papa Pau-

renuncia de Car-

que aquel príncipe debía exponer

ante su superior autoridad los motivos que á ella

pulsaban, para que los hallare ó

él

le

im-

pudiese aprobarlos ó no, según

no fundados. Teníale, pues, por empera-


BOSQUEJO HISTÓRICO

52

dor aún

el

Papa cuando ya para nadie

vela, por última

vez de Flandes

sus hermanas, Doña Leonor y

el

lo era.

Hízose á

la

gran emperador con

Doña

María, que habían

y de Francia, y de reducidísiarribó á 28 de Septiembre de 1556, se encaminó casi sin parar á Extremadura y al lugar de la Jarandilla, entrando, por fin, en el mosido reinas de Hungría

ma

corte.

Desde Laredo, donde

nasterio de Yuste. Allí acabó tranquilamente sus días á 21 de Septiembre de 1558, el más principal

habido ni habrá, según decía

ha

de Quijada, no muriese cido.

La

al

el

hombre que

servidor Luis

En poco estuvo que San Matías, en que había na-

participar su muerte.

mismo

día de

tierna sencillez

aguardó su

el fiel

fin

y

religiosa

grandeza con que

aquel enemigo infausto de la Francia, han

sido pintadas con noble imparcialidad y de mano maestra

M. Mignet, fundándose en lo que dejaron escrito testigos de vista y dignos del mayor crédito; y el juicio por

de aquel historiador insigne puede bien servir de correctivo á las inverosímiles calumnias de que M. de Bergenroth y de M. de Hillebrant, menos competentes que todavía, le han hecho objeto poco hace.

él

no recuerda otro que

V

un hombre perfecto; pero sea más la historia. Del pobre

Sin duda no era Carlos lo

monasterio de Gerónimos, donde quiso morir: de su estancia, retiro

y exequias, han escrito largamente varios

autores; por lo cual sería ocioso extender

este estudio.

Lo que importa todavía

que entregó su cuerpo jó de todos sus

títulos,

cia al imperio, su

tigua,

en

el

al

ello

reposo en Yuste, y se despodespués de aceptada su renun-

al

mente conservó toda

y su corazón todo gobierno

más con

decir es que, aun-

el

la

actividad an-

amor que había profesado

engrandecimiento de su raza; y que


53

CASA DE AUSTRIA

estuvo además interviniendo constantemente con sus consejos que, sin quererlo él, sonaban á órdenes so-

monarquía española. Hasta hubo momento en que estuvo á punto de abandonar su retiro, á ruego de su hijo, y encargarse de invadir beranas, en

el

una vez más

gobierno de

el territorio

la

francés con un ejército de Es-

paña. Las largas luchas que había sostenido con los protestantes, y que tanto contribuyeron á rendir su ánimo, le

hicieron ver, en

el ínterin,

con sobresalto inmenso,

formidable aparición de las doctrinas luteranas en España hacia 1558, y una vez y otra, desde Yuste aconla

sejó vivamente que se reprimiesen á toda costa.

su codicilo, días antes

vía en

como

padre, y por

la

Toda-

de morir, mandó á su

obediencia que

le debía,

hijo,

que per-

siguiese y castigase á todo trance á los herejes, sin que esto le impidiese conservar allí aun su mala voluntad al

Papa Paulo y á la corte romana. Ni dejó de preocuparse allí, tanto como antes, de los empeños urgentísimos Hacienda se encontraba, de resultas de las continuas y gigantescas empresas llevadas sin suficien-

en que

la

tes recursos á cabo.

Hoy todavía

se duda,

si

hizo ó no,

en vida, celebrar sus propias exequias. Este hecho singular, admitido por Pichot y Sterling, y refutado por

Mignet, no debe afirmarse

ni

negarse con certidumbre

completa, en opinión del erudito belga Mr. Gachard, que tanto tiempo y trabajo ha empleado en esclarecer

de Carlos V. Pero de todas suertes, detalle dramático, pocos cuadros este descontado y aun ofrece la historia tan interesantes como el de Carlos V, los postreros días

terminando entre los

frailes

de Yuste sus activos y glo-

riosísimos días.

Dejó Carlos

V

dos hijos varones: D. Felipe, llamado


BOSQUEJO HIST(5RIC0

'

54

ya rey de Inglaterra y de Ñapóles, fruto de su único matrimonio con Doña Isabel de Portugal, nacido en Vade

lladolid á 21

Mayo

de 1527, y jurado príncipe de As-

de Abril del año siguiente; y D. Juan, de gloriosa memoria, habido, según demostró D. Modesto turias en 19

Lafuente, en Bárbara dé Blombergh, mujer de mediana

condición de Ratisbona, 1547,

aunque

rey Felipe

II

el

cual debió ver la luz hacia

fecha cierta se ignore.

la

dos hermanas legítimas;

la

Tuvo

el

primera.

María, que fué emperatriz de Alemania;

la

nuevo

Doña

segunda,

Doña Juana, gobernadora algún tiempo de España, que casó con

madre

el hijo

primogénito D. Juan de Portugal, y fué D. Sebastián. También se halló don

del infeliz

Felipe con una hermana ilegítima,

Doña

Margarita, que

fué duquesa de Parma, gobernadora de Flandes, y madre del insigne Alejandro Farnesio. Vése, pues, por esta mera enunciación de personas que, aun sin contar

á Felipe

II,

todos los primeros descendientes del gran

Carlos, hicieron honor á su nombre; señalándose mu-

cho los varones bastardos en

las

armas, y

legítimas ó ilegítimas en el gobierno.

las

hembras


ni

UEDÓ,

al

morir D. Carlos,

muchos Estados y mucha

la

Monarquía con

gloria,

con minis-

tros y capitanes muy expertos, con soldados tenidos por invencibles, en especial la infantería

española; nínsula, ni

mas no podía esperarse que estuviese la Pemás poblada, ni más pujante que de los Re-

yes Católicos

la

hubiese aquél recibido. Antes de pasar

adelante, conveniente será que fijemos ya algún tanto la

atención en esta materia. El buen ó mal gobierno de

un rey no debe medirse por

que halla y

lo

que

lo

que

deja. Federico

tiene, sino

por

lo

Badoero, embajador

veneciano, que por los años de 1557 se hallaba preci-

samente en «que era

la

árida,

un año entero,

Península, dijo de ella, describiéndola,

porque á ni

las

veces no tenía lluvias en

permitía su terreno que se

le

introdu-

jesen dos dedos de arado», añadiendo «que no pensaba

que hubiese país que poseyese menos

artificios é in-

dustrias».

Oyó ya

decir también aquel diplomático á los espa-


BOSQUEJO HISTÓRICO

56

ñoles, que «la pobreza, las montañas y la esterilidad,

eran las verdaderas fortalezas que tenía

el país,

porque

cualquier ejército pequeño lo destruirían los naturales, y uno numeroso perecería por sí mismo de hambre». To-

dos los españoles que militaban por aquel tiempo fuera de

la

Península, los computaba con acierto

el

venecia-

no en unos veinte mil solamente; poquísimos, en verdad, para guardar tantos dominios é influir tanto en

el

mundo; no juzgando que fuera posible aumentarlos hasta una mitad más, sin gran trabajo. Estaba, pues,

ya fiado á

la disciplina

y valor de

los tercios, ó regi-

mientos de arcabuceros, mosqueteros y piqueros de infantería, nuestro poder militar, más bien que al número. Difícil,

por otro lado, sería hacer una pintura más exac-

económico y las costumbres de España, cuando comenzó á reinar Felipe II, que la que puso, al

ta del estado

contemporáneo historiador de este Cabrera de Córdoba. Parécenos por lo

principiar su obra, el

príncipe, Luis

mismo conveniente no obstante

la

copiarla,

y generalmente á

la letra,

minuciosidad ú obscuridad del lenguaje.

«En este tiempo»— dice Cabrera

— «tenía

la

moneda su

»justo valor intrínseco, desde el cornado, blanca, uno,

»dos y cuatro maravedís, que valían ocho blancas, con

»que se compraban ocho cosas; tarjas de plata de á »veinte maravedís; real de treinta y cuatro; y los de á

»dos de á cuatro y de á ocho, hasta

el

escudo de oro

»de cuatrocientos maravedís de valor. Era grande

la

»fuerza y lustre de armas, caballos y sus guarnimentos,

»ganados, crianza y labranza, por no huir ^>como los que viven solamente de censos y>con los

el

trabajo,

comprados

metales que las Indias les han comunicado,

»después que los Pontífices Calixto

II

y Martino

V

die-


57

CASA DE AUSTRIA

»ron permisión á las rentas constituidas ó censos, poco

^usados antes. La tierra les correspondía, y favorecía »el cielo muy regular á sus deseos, cuidados y fatigas.

»No permitía »los trajes

la

abundancia tasa,

ni la

moderación en

término por leyes. Los pueblos, llenos de

»gente belicosa y armígera, naturalmente robusta, ga»llarda,

no admitían

casamientos antes de

los

la

edad

»de treinta años y más, y las mujeres de veinte y cin>co; ni la sensualidad y derramamiento pedían otra co»sa, ajustados

entonces á

la

virtud y razón los

hombres

»por naturaleza, costumbre y templanza en el beber y »comer manjares gruesos, con variedad poca para ce»bar

el apetito;

con

lo cual

eran todos de larga vida; no

ni usándose delicadeza y por la comunicaintroducida »regalo, superfluidad »ción con extranjeros, y aromas de las Indias, ven-

»estando

la malicia

poderosa,

moderación española, como á los romanos »los regalos de la misma Asia. La juventud ocupada ^respetaba á los ancianos, dignos mucho entonces de

»ciendo á

la

^veneración, y sus advertencias; y las hijas asistían á »la continua labor de sus ajuares para su dote, siendo

mayor parte y más costo de la dote que hoy, en

»su pureza, clausura y estimación »esenc¡al,

y diez menos

>el tanto. El vestido

»justillos

el

en los varones era calzas justas ó

con rodilleras ó

falladillos, ó

»gostos que los balones que hoy >último con que se casó Felipe

II

»lamanca. Los sayos largos de »llas,

la

zahones más an-

se practican; traje la

el

primera vez en Sa-

faldas, con sobrefaldi-

escarcela, capa larga con capilla, gorra de lana

»de Milán ó terciopelo

muy

plana, ó bonetes redondos,

»ó caperusas de paño; collares de los camisones juntos, >sin lechuguillas,

que entonces entraron

las

que llama-


BOSQUEJO HISTÓRICO

58

como

»ron marquesotas,

muy

»desca,

barbas reformadas á

las

la tu-

largas, usadas con la entrada á reinar del

^emperador Carlos V, porque andaban antes »ñoles, rapados á la romana, »tos del rey D.

como muestran

los espalos retra-

Fernando V. Las medias eran de

cari-

»sea, estameña, paño, ligadas con atapiernas ó senogi»les;

que por

los italianos dijeron

aunque ya usaba

»ligas;

el

ligagamba, y hoy

nuevo rey de

las

de punto

»de aguja de seda, que

»desde Toledo

la

le enviaba en presente y regalo mujer de Gutierre Lope de Padilla»,

bien conocido caballero.

«Vestían las mujeres ropas

»y basquinas de paño frisado y grana; y, si de tercio»pelo, servían en el matrimonio de abuela, hija y nieta: »y en lugares bien »el

populosos y hacendados había en

palacio del Avuntamiento vestidos con que todos

»los vecinos recibían las bendiciones nupciales gey>ne raímente.

»trai;

Los mantos eran de paño velarte ó con-

sombreros sobrellos, como oblea, de

»ciopelo, y con borlas y cordones de seda. »traían gorras llanas, ó bonetes

fieltro ó ter-

Los médicos

de cuatro esquinas, y

»ropas talares, ó manteos y lechuguillas y los estudian»tes particularmente.

Tardaban éstos ocho años en

»tudiar latín, suficientes para saber las cosas,

»der las ciencias,

»pues

la

si

las

enseñaran en lengua castellana;

necesidad ha introducido por excelencia,

»Dios en

la

torre de Babilonia por castigo.

»los edificios tenia

grandeza y rudeza, y

y

la

lo

que

La forma de

el culto

»estaba en gran veneración, con respecto »cio;

es-

y apren-

al

divino

sacerdo-

mayor prerogativa y riqueza de una

familia

»popular era tener en ella un sacerdote. Los monaste»rios

pocos de frailes y de monjas; y en el número y la devoción y variedad que hermosea la

»diversidad,


CASA DE AUSTRIA

59

y ha introducido en su aumento, y del bien púespiritual. Finalmente, los reinos ricos de todos

»Iglesia, 5>blico

bienes, y de

>'>los

3>lente

amor á sus

príncipes, hacían exce-

su principal fundamento, que son las fuerzas y

»reputación.» Algo puede haber en este cuadro, inspi-

rado por aquel común parecer de que cualquier tiempo pasado fué mejor, consignado en las coplas anteriores de Jorge Manrique; pero el fondo

no puede me-

De

que preceden,

nos de ser exacto.

las palabras, pues,

y de Badoero también citadas, dedúcese lo que realmente era la nación española, en el punto de ir á llegar á su cénit nuestra casa de Austria. No se había dado

como

aún,

se ve, en

el arbitrio

económico de

valor de la moneda; conocíase poco todavía rentistas ó acreedores del Estado,

enormes de

la

época y

el

la

clase de

los empréstitos

cabo tan desgraciada;

al

el trato

y

el lujo casi

nocido. Había aquí, pues, una nación rica ciertamente, á

más

pel

que representaba en

nil,

sobria, capaz de la

desco-

bien pobre

pesar de que á eso llamase Ca-

brera riqueza, y de fuerzas desproporcionadas

tiempo,

la

riqueza general, las costumbres religio-

sas y severas, sencillísimo

que

alterar el

dinero de las Indias, acrecen-

taron tanto después, y fué

labranza era

que

la

el

al

pa-

mundo; pero honrada, varo-

mantener como mantuvo por largo

vida activa y la lucha desigual en que estaba

empeñada.

No

falta

más, para completar este interesante cuadro

de Cabrera, sino señalar ya aquí

que comenzaba á alumbrar su inteligencia, el

la

la

la

luz siniestra, con

nación y á secar de paso

sistemática represión de las ideas, en

instante de subir Felipe

II

al

trono.

Esta nación nuestra había ya combatido, durante


BOSQUEJO HISTÓRICO

60

muchos

siglos, á las razas extranjeras

la religión

mahometana con

las

armas; y atormentando

con frecuencia á otra raza extranjera,

la judía,

que pa-

pero astutamente, aspiraba á confundirse con

cífica, ella,

que sustentaban

y aun á

influir

en sus destinos, ora apoderándo-

se de la administración pública y del comercio, ó del ejercicio

de ciertas profesiones, como

enlazándose con

las

palacio de los reyes, disputando

allí el

der. Vencidas, sometidas, destruidas las primeras,

la

medicina, ora

mejores familias, penetrando en favor y

el

el

po-

ya en gran parte

expulsada y horriblemente perseguida la que volviese luego su furor contra los

última, fácil era

disidentes del culto cristiano, que

en su seno.

No

comenzaba á abrigar hoy bien sabi-

fueron, no, y esto es ya

do, las persecuciones religiosas, hijas del carácter de

este ó

el

sino del sentimiento de la

otro príncipe,

yoría inmensa de

la

ma-

nación, sin diferencia de clases.

La aparición de Felipe

11

coincidencia casual con

en el

el

poder no fué sino una

violento desarrollo en Espa-

ña de aquel espíritu de intolerancia, que llegó á cons-

hecho culminante y decisivo de nuestra histoen los siglos posteriores. Ofrecen de esto último

tituir el

ria

razón sobrada los procesos comenzados á formar cuan-

do aún no había dejado de gobernar realmente Carlos V, fe

y que dieron por

fruto á la postre los autos de

de 1559 en Valladolid, y

como

la terrible

el

de 1560 en Sevilla, así

Pragmática de 1558, contra los libros

prohibidos. Ofrécenla también aquellas frases melancólicas

con que Gonzalo de Illescas lamentó por entonces

que ya en España se viesen «las cárceles, »sos,

y aún

las

los

cadal-

hogueras, pobladas de gente de lustre,

»y de personas que,

al

parecer del mundo, en letras y


CASA DE AUSTRIA >en vida, hacían les

muy grande

novedades, según

el

61

ventaja á otras.» Por ta-

propio autor refiere, apresuró

su venida á estos reinos D. Felipe, no bien acabada su

primera guerra con Francia; dejando

comodidad de

la

Bruselas, que tan cerca le tenía de su mujer María de Inglaterra, para encerrarse en

no quiso más

salir

Península, de donde

la

con motivo alguno. Juntándose con

este gran choque religioso, á la sazón,

el

progreso

constante de las doctrinas del Derecho justiniano ó bizantino, abiertamente favorables

absolutismo mo-

al

nárquico, llegó á ser sin sentirlo en todas partes ideal del Estado, lo

que llama

el inglés

el

Buckle sistema

de protección, y consiste, en atribuir á la potestad confundida con la eclesiástica, la dirección de

vil,

ci-

to-

dos los intereses morales ó materiales de los hombres; causa permanente sin duda, como aquel autor y otros

muchos han y

político.

dicho, de nuestro descaecimiento intelectual

Que

si al

menos

la

biera propuesto proteger no

corona de España se hu-

más que

la

conciencia de

sus propios subditos, velando sólo por ellas tan riguro-

samente, fuera, aunque cierta siempre, algo menos pre-

V

surosa nuestra ruina. Pero Carlos

se había conside-

rado ya en posesión de cierta especie de Monarquía universal,

más bien moral que

material ó de hecho;

juzgándose obligado hasta en Yuste, á cuidar providencialmente de los intereses espirituales de la especie hu-

mana, y recomendándolo además cro á su sucesor.

Y

al

descender

al

sepul-

este sucesor, que parecía para

el

caso nacido, tomó aquella imposible y funesta misión á su cargo, con

el

perseverante empeño de quien since-

como con la terquedad y exageración propias de su espíritu, menos inde-

ramente creía también en

ella,

así


BOSQUEJO HISTÓRICO

62

pendiente, por

lo

mismo que

su padre. Porque á

la

era

más estrecho que

verdad, Carlos

V

de

el

no se negó á

la

discusión, no rehuyó á todo trance las transacciones,

que era sobrada para eso su inteligencia de hombre de estado; y solamente en Yuste manifestó

al fin

mientos de haber sacrificado alguna vez misión á las circunstancias,

como en

que ya se ha hecho mención. Felipe en esto

el

Interim de

no pudo tener

remordimiento más leve, supuesto que nun-

ca cedió de veras ó en

en tanto,

rigor de su

el

los

II

remordi-

la

menor cosa por su

parte. Fué,

instrumento del sistema social y político de que hablamos, el bien conocido tribunal del el

principal

Santo Oficio, introducido en Castilla por tólicos contra los judíos; mal

los

Reyes Ca-

mirado por Felipe

^///í'/*-

moso; empleado tibiamente contra los mahometanos en los primeros años de Carlos V. Desde que el segundo Felipe tomó á su cargo las riendas del gobierno, siguiendo estrictamente en dre, fué acrecentando influencia.

ellas

de día en día

Por medio, pues, de

llegaban las hogueras de sí

solas,

consejos de su pa-

los

la fe,

donde alcanzaban,

las

la

Inquisición su

armas, donde no

ó de las hogueras por

dio principio España, en

suma, á una lucha á muerte, desde principios del nuevo reinado, contra todo

humano elemento, que

ra sustraerse á la protección

giosa, de que el poder

mente investido en

el

real

y dirección

la

política

y

reli-

se consideraba legítima-

organismo

una utopía funesta como

pretendie-

social.

que más á

la

Era aquella

especie huma-

y no menos imposible de realizar por completo que todas. Mas no se piense, como la pasión de ciertas esna,

cuelas da á entender con frecuencia, que

el

principio

de conferir á un hombre sólo, con sus consejeros ó

sin


63

CASA DE AUSTRIA ellos, el

derecho de suprimir

la

libertad individual

de

los hombres, amoldándolos todos al tipo estrecho de

cada reinado ó familia soberana, fuese sólo peculiar de Felipe II ó de España en aquel siglo. Ya hemos indicado que nació á un tiempo en todas partes, y lo mismo floreció y se notaron sus efectos en España que en In-

de parte de los monarcas católicos, cual Felipe II y María Tudor, que de los soberanos protestantes, como Enrique VIII y su hija Isabel. No existía entonces la idea de la tolerancia civil ó religiosa, en

glaterra; lo propio

ninguna nación,

ni

entre las fieles, ni entre las infieles;

nadie reconocía

el

derecho

al libre

examen,

tradicionalistas, ni entre los novadores;

quemar á sus

ni

éntrelos

pensando

igual-

contrarios, el céle-

mente, que era justo bre inquisidor general de Felipe II, D. Fernando Valdés, y el heresiarca Calvino. La instintiva independen-

de los señores de solar ó castillo, de los burgueses ó vecinos de Concejos, que vivían al amparo de Fueros y Cartas-pueblas, de los mismos vasallos cia personal

Corona, que por cierto dejaron en su nombre de realengos un vivo testimonio filológico de su licenciode

la

so estado, iba lentamente acabando á manos de los

le-

gistas formados por las Pandectas y las Partidas en España, y por virtud de aquel mismo impulso, en todas las demás naciones de la Europa culta. La única diferencia, sistía

en suma, entre

en que Felipe

II

lo

con

de aquí y

lo

de afuera, con-

la Inquisición,

y

el catolicis-

con los Papas, eran más lógicos con los adversarios; por lo cual afirmaron mejor é hicieron durar más

mo

cualquier error social y político que hubiese en su sistema. Pero hemos aquí expuesto, con sobrada extensión acaso, así el espíritu general del

mundo, como

las


BOSQUEJO HISTÓRICO

64

circunstancias especiales de España té Carlos V;

al retirarse

y es tiempo ya de dar á conocer

á Vus-

particu-

persona y los hechos principales del monarca, que en tan grave y decisiva crisis tomó sobre sí larmente

la

la

responsabilidad de regir los destinos de

pía nación española.

la

belicosa

y


IV

OCOS HOMBRES

han reinado que sean

objeto de tan opuestos juicios II

pe

II.

Fué

él,

como

Feli-

para unos un perverso, y un

más

santo varón para otros; para éstos engrandeció

que nadie á España, para aquéllos

le

amenguó, dando

principio á su decadencia; quién le juzga, en fin,

como

un hombre todo extraordinario, quién

nivel

más vulgares

le

rebaja

al

En ninguna de estas opiniones extremas hay exactitud ni justicia. La verdad es que nada hay más raro en el mundo que un hombre de de

los

tiranos.

todo punto impecable, tuido, de

si

historiadores dramáticos,

gún tiempo, dados ideales

no es otro enteramente

buenas cualidades. Y,

sin

desti-

embargo, hállanse

más comunes hoy que en

nin-

sólo á pintar monstruos ó purísimos

humanos, convirtiendo

la

vida en lucha perenne

y fatal de héroes con malhechores. En el entretanto lo que se advierte es, que no hay un solo grande hombre en la historia, llámese Alejandro, César ó Bonaparte, que no presente negras manchas en el disco fulgurante de su vida, si se le mira atentamente. Carlos V, sin ir 5


BOSQUEJO HISTÓRICO

66

más lejos, bien que fuera á todas luces tan grande como el que más de los citados, tuvo defectos, no leen sus buenas ó

ves, entre otros el de la obstinación,

malas disposiciones, según confesaba él mismo; y el asesinato ejecutado de su orden en Antonio del Rincón, español

al

servicio de Francia, así

como sus

instigacio-

nes contra los herejes de Valladolid y Sevilla, y sus edictos contra los de Flandes, harto claramente de-

muestran que,

al igual

de su

hijo,

participaba de los

odiosos principios de su tiempo, antes populariza-

más

dos que no inventados por Machiavello. rio, pues, qne se aplica á aquellos

y

Con

el crite-

otros personajes

II, aunque no número de los más grandes homPorque nadie puede dudar que fué hombre de tasumo y de una maravillosa laboriosidad: pero

de su tamaño, hay que juzgar á Felipe encuentre en

se le bres. lento

el

para ser grande, entre los príncipes y gobernantes, faltábanle realmente la actividad, la resolución, el valor personal, que, cuando supo su ausencia del lugar del

combate en San Quintín, echó ya en

él

de menos su

padre en sentidos términos; como quien tan altamente le había mostrado siempre, y mejor que nadie, en aquellas

aventureras expediciones de Túnez ó Argel, nota-

bles para un caballero particular, no

primer monarca de

cas en

el

lipe

á la par con

II,

la

solía

heroi-

Faltábanle á Fe-

noble energía que tales hechos

dieron á entender en su padre,

de que aquél

menos que

la tierra.

la

hacer alarde;

magnánima confianza la inclinación á la cle-

mencia que aquél de ordinario tenía y practicaba, cuando no estaba impulsado por alguna viva necesidad política; la dulce sensibilidad, en fin, que aquél solía poner en sus afecciones, y de que dio tan relevantes pruebas


CASA DE AUSTRIA

con

la fidelidad

67

que guardó, no obstante haber enviu-

dado antes de

los

Doña

hermosa emperatriz que convirtió con

Isabel, la

cuarenta años, á su única esposa

sus restos mortales á San Francisco de Borja. Siempre será, por todo eso,

mayor y más simpática

la

memoria

de Carlos

V

que

españoles

el

César por su dignidad imperial; y era en

la

de Felipe

Llamábanle á aquél

11.

los

César, por su persona; tranquila-

realidad otro Julio

mente valeroso cual César, cual César confiado y aventurero, como César generoso y magnánimo, autor

como César de Comentarios, que no han podido por cierto hasta aquí encontrarse; lo mismo que César, en fin, gran general, escritor, hombre de Estado, incansable en la acción durante la vida, á la par que despre-

mundo

ciador del

é indiferente á

muerte. Felipe

la

II,

en cambio, no ha tenido como hombre de negocios ó

de gabinete, ningún

rival

Son irmumerables

ra.

mano, y

los asuntos

por

en

gobierno hasta aho-

el

documentos anotados de su

los él

mismo

resueltos,

que

exis-

ten en diversos archivos de Europa. Era, en substan-

un monarca moderno por sus hábitos y su talento, como fué su padre un monarca de tiempos cia,

Felipe

ÍI,

todavía heroicos:

de

la

el

Edad Media,

último de los príncipes paladines así

como

pes, que supo ser verdadero

el

primero de los prínci-

hombre de Estado en

la

moderna Europa. Tímido, en el entretanto; desconfiado, irresoluto, seco y poco sensible, sincera y profundamente religioso, poseído, sin duda alguna, de una grande veneración por dre, pero

en

sí,

tema

más

memoria y

las ideas

de su pa-

Felipe condensa

y mejor que nadie representa el sisque sostuvo España en el mundo, durante

á las claras, social

la

terco que él todavía,


BOSQUEJO HISTÓRICO

68

todo él

el

tiempo de

la

casa de Austria; porque, así

como

las huellas de su padre, servilmente siguieron más

tarde las suyas propias sus sucesores. Por eso tiene el

reinado de Felipe

tanta importancia, ó más, que el de

II

su gran padre, aun siéndole inferior, y llama tanto á sí la atención, por eso mismo, de los pensadores actuales.

No hay que

mundo;

la

gioso de

tal

el

pensamiento

político-reli-

el proceso inevitable de

casa de Austria y humanas, que últimamente se ha estudiado

la

las ideas

con

dudarlo: la cuestión entre España y el

oposición entre

empeño,

las halló

ya Felipe

II

planteadas, cual

queda dicho; no fueron, no, obra de su propio

espíritu.

Al verjas llegar su inteligente padre, quísolas evitar,

primero por medio de

la

discusión doctrinal,

después

por medio de las armas; últimamente, por medio de atrevidas aunque forzosas transacciones; pero inútil-

mente, porque su brazo robusto no bastaba á detener la

la

marcha que trazaba á los sucesos la Providencia. En lucha lo que hizo fué consumir, como se ha visto,

sus fuerzas físicas. Al exhalar luego su último suspiro

en Yuste, delante de

la

imagen de Cristo, á

la cual tan-

tas veces había pedido de rodillas, bajo su tienda de

campaña, que

le

concediera vencer á los enemigos del

catolicismo y de la monarquía, dejó en herencia á Feli-

pe

II,

no sólo sus Estados, que de esos harto despren-

dido estaba ya, sino su pensamiento mismo y

en que había gastado su vida. Nada es más por tanto, que acusar á Felipe lítica

que

pudo

él

halló creada. Ni

más

II

la

causa

injusto,

de inventor de una po-

ni

menos que su padre

también juzgarse destinado por Dios á defen-

der eternamente

la

verdadera

testantes, sin darles

fe,

contra turcos y pro-

nunca paz ó tregua.


CASA DE AUSTRIA

A la

69

imitación asimismo de su padre fué

España

como

la

como

hizo de

corona defensora de la Iglesia. Tanto

su padre pensaba, sinceramente, que su misión

de guardar y proteger á la Iglesia, era de origen divino, al modo que la de los Papas; mirando en éstos, más bien que unos superiores temporales, que era lo que ellos pretendían ser,

unos aliados espirituales, que no

siempre sabían cumplir con su

que su padre, en

sagrado. Igualmente

fin

y más que su padre también, á

fin,

causa del progreso constante de

las

entendía poseer en

los antiguos

empera-

temporal

superio-

sí el

poder de

dores romanos; no reconocer en ridad ni límite sobre

lo

tierra; ser

la

ideas bizantinas,

ni

ley viva; tribunal

constante, supremo dueño y señor legítimo de todos

sus vasallos. Bien pudiera mostrarse aquí, desde ahora,

con los libros de los los

despachos de

les eran

juristas,

los ministros

con efecto

piar á reinar Felipe

las ideas II

y que

y de los políticos, y con contemporáneos, que tapredominantes

al

princi-

ellas inspiraron los

hechos

más contravertidos de su gobierno. Lo que hay que confesar es que por

la

índole de su talento y de sus

sentimientos, y por su posición misma, debía ser este

como fué en realidad, quien más viva y tenazmente prohijó tales ideas en Europa. Y una vez ya formado con ellas su entendimiento, de su carácter especial no dependió más que la ejecución de las cosas: príncipe,

empleando

el

disimulo donde otro habría empleado la

fuerza, usando

el

secreto donde otro habría usado la

jactancia, acudiendo á las las únicas

armas de gabinete, que eran

de que sabía valerse, en lugar de

campos, que no

sobre San Quintín,

las

de los

más que una vez sola en su vida, y esa inútilmente. La unidad del es-

vistió


BOSQUEJO HISTÓRICO

70 píritu

y de

pararse,

vida de Felipe, puede, exactamente, com-

la

como se ha comparado por muchos, con

su obra predilecta,

el

Escorial;

la

de

y en esto han andado más

sagaces aun los poetas que los historiadores. Aquella

montaña de granito, regular, uniforme, monótotriste, grande, construida para la eternidad, pudo

pálida na,

bien reflejar

al

alma de Felipe

11;

porque no otros ca-

racteres distinguían su entendimiento, é idénticos as-

pectos presentó siempre su política. El que algún detalle

la

impropio, semejante á los que hoy

mismo quebrantan

unidad arquitectónica del Escorial, desdiga del tipo

de Felipe tradecir

II

en su naturaleza y su vida, no ha de con-

regla general, por cierto.

la

ne solo de entendimiento ó de razón

que fuese Felipe

II

de

los

Que no

se compo-

hombre; y aunque más han hecho de su coel

razón y de su cabeza una cosa misma, natural es que

de vez en cuando hubiese entre

y él cierta discordancia. Los embajadores venecianos de su época, perella

feccionan ó aclaran con mil detalles personales este re-

que procuramos sacar solamente de sus papeles y él Federico Badoero, que le tenía por capaz de tratar los mayores negocios, y que trabajaba

trato

hechos. Decía de

más de gabinete que su

salud consentía; pero que era

poco activo corporalmente, é imposible expresión alguna en

nunca en

la

la

el

sorprenderle

mirada, á causa de no

fijarla

persona con quien hablaba. Michieli por su

lado cuenta, que por las noches gustaba de recorrer

enmascarado sí

mismo,

que fué

el

sin

las calles

duda, de

que mejor

le

de Madrid, para enterarse por lo

que pasaba. Antonio Tiépolo,

conoció acaso,

le pinta

en

traje

elegante siempre, pero siempre negro; sin bordados de

oro ó plata,

ni otras

joyas encima que

la insignia del


71

CASA DE AUSTRIA

Toisón, y

la cadenilla

de oro de su

reloj.

Y

él

y Paolo

Tiépolo, su antecesor, en especial, le hacen dado á las mujeres con exceso, á pesar de su seriedad característica;

ú

muestran deleitándose, en compañía de una frecuente y extraordinariamente, bien que to-

y

le

otra,

sexo bello más como objeto de entretenimiento que de amor, sin concederle sobre sí influjo alguno. Todos ellos, hasta quince ó diez y seis que representa-

mando

ron á

al

la

república en su reinado (1), refieren largamen-

te su asiduidad

en

las misas,

en

mones, y su devoción extrema

las vísperas, al

en los ser-

Santísimo Sacramen-

Todos

le

representan sobrio, de pocas palabras,

cionado á

la

soledad, inmutable en sus costumbres, mi-

to.

afi-

nucioso, paciente, enemigo de conceder ó negar nada personalmente, muy disimulado y rencoroso. Oía bien los consejos, pero solo al

cuando se dejaban correr, como

descuido en su presencia, y podía

él

apropiarse cual-

quier idea, sin aparentarlo, según dice un español que le

conoció de cerca.

Y

consta, además, por otros testi-

gos de vista ó memorias del tiempo, que era muy aficionado á las artes, principalmente, á la arquitectura y la pintura,

de

lo cual dio

grandes muestras, asistiendo á

la edificación del Escorial

frecuentemente, discutiendo

sus planos, y llamando famosos pintores que adornasen sus techos y muros. No falta quien también le suponga diestrísimo en versificar y tañer

la

vihuela: y es bien

sabido que gustaba de proteger las letras clásicas y sa(1)

Aunque no parece propio de

este trabajo

acumular en

cual se omiten cuantas es fácil verificar, parece conveniente advertir que hasta el fin del siglo xvi, las Redaciones venecianas que se mencionan pertenecen á la Colecél citas,

por

lo

ción Alberi ó de Florencia.


BOSQUEJO HISTÓRICO

72

gradas, de juntar libros raros y guardar y conservar documentos, de tener correspondencia y hasta amistad particular con los sabios de su época,

ó Arias Montano.

riol

En cambio se

le

como Furio-Ce-

vio siempre, con-

formándose en esto con su opinión la de su ministro Antonio Pérez, mantener, á buena distancia los grandes del reino, demasiado semejantes á príncipes en el siglo anterior, para

con

él,

que no pudieran familiarizarse también

prefiriendo á la compañía de éstos la de sus bu-

fones, que le divertían sin riesgo y sin obligarle á hablar.

Porque es de advertir que

el

mayor y más cons-

tante de sus placeres, después de largas horas de trabajo, puesta la frente en

eran

la

quietud y

ban ó procuraban

el

una mano, y en otra

silencio, mientras otros

sus Estados, ó

como

como

Los grandes

distraerle.

dos, ó se retiraron á vivir

se agita-

así desaira-

como pequeños monarcas en

hizo en Guadalajara

Villafranca, Santa Cruz,

vieron, por lo común, fuera de

de

pluma,

la

y

el

el

del Infantado;

mismo Alba

la corte;

sir-

dejando á los

Consejos, entonces reorganizados y acrecentados, ó á los hombres de fortuna como Ruy

legistas

Gómez y

los

Antonio Pérez, que ayudasen de cerca en

gobierno, á su receloso señor. Por

lo

demás, en

el

el

apar-

tamiento sistemático que, no ya solo con los grandes,

mundo observaba, en Felipe II debía de mucho la debilidad esencial de su carácter.

sino con todo entrar por

el

Aquel hombre tan

inflexible

de ideas y de

lejos,

no sa-

bía ser áspero nunca de cerca. Por eso prefirió siem-

pre mantener cierta especie de neutralidad entre los partidos cortesanos, que acaudillaron durante su reinado,

el

principe de Eboli, y

el

duque de Alba, á

se de todo punto por cualquiera de

ellos.

decidir-

Su voluntad


75

CASA DE AUSTRIA era decisiva, irresistible en todo caso; y

más

quería,

no

obstante, tolerar aquella oposición, que embarazaba, á

que no abrazar uno de los dos partidos por completo. Ellos entre sí se desgarraban en pequeñas contiendas, y él se prevalía de sus miserias las veces, su

mismas para

política,

menzado su

más

estar

dulcemente hacia

al

tanto de todo, y guiarlos

los fines

que se proponía.

reinado, confesó en Bruselas

Carrafa, su enemigo hasta

allí,

No al

según refiere

más

bien co-

cardenal el

histo-

riador de la contienda que tuvo con Paulo IV, y sus so-" brinos, Pedro Norés, que no podía hacer carrera con los ministros le

que

le

había dejado su padre, los cuales

trataban con escaso respeto, prefiriendo siempre al

que tenía

él,

su propio dictamen. La larga experiencia

que atesoraban

ellos; los

grandes secretos de Estado

de que estaban en posesión; las

cosas de su padre

el

respeto mismo que á él

le inspiraron,

no bastan á expli-

car la paciencia con que los sufrió Felipe

II

por largo-

tiempo. Otro monarca, con carácter más decidido, los habría reprimido

al

instante,

dada

la idea

altísima

que

de su potestad tenía. Pero Felipe, lo que en esto hizo^

como en

todo, fué írseles sobreponiendo lenta y astuta-

mente, hasta enterarse bien de los negocios, y escoger las ocasiones en que hacerles sentir el peso de su poder

con más ó menos dureza, según su respectivo mérito.

Fué constante, sin embargo, con sus ministros, tanto como al fin severo. Antonio Perrenot, obispo de Arras, y arzobispo de Malinas y de Besanzón, más conocida por

el

uno de

cardenal Granvela hijo de Nicolás Perrenot, los ministros principales de Carlos V, lo fué

también de Felipe Flandes, contra

II;

y este

la antipatía

le

sostuvo de

tal

suerte,

en

de los señores flamencos^


BOSQUEJO HISTÓRICO

74

que fué aquella una de causas de

la

las

rebelión. Al

más

visibles é

inmediatas

duque de Alba, D. Fernando los pocos grandes que en

Alvarez de Toledo, uno de la junta ó

Cortes de 1539 se pusieron de parte del em-

perador, lo mismo que su abuelo el conquistador de Navarra de parte de Fernando el Católico, y en quien

había aquél ya adivinado un buen general, experimentándolo, lipe

como

tal,

en Mulberg,

una amistad

II

muy

le

dispensó también Fe-

constante.

Y aunque

le

deste-

rrara en su vejez de la corte, por culpa de su hijo don

más que

Fadrique, el

mando

propia, de

del ejército,

Portugal, asistiendo luego á

mortuorio, tarle

en

la

allí le

sacó para confiarle

con que había de conquistar á la

cabecera de su lecho

como piadoso y antiguo amigo, para última hora,

digna, por cierto, de

la

j

confor-

Extraña y solemne entrevista, curiosidad de la historia, la de

aquellos dos hombres de hierro, que fueron juntos terror de su tiempo,

ambos de su

gloria,

y que se despedían en muriendo el uno en la

acababa de conquistar, en

fin,

toda

la

el

Península!

el

cumbre

la

tierra

que

otro reuniendo bajo su cetro,

A

D. Ruy

Gómez de

Silva,

muy portugués de nación y príncipe de Eboli, le bien por sí, igualmente; aunque sea cierto, como los quiso

venecianos dicen y dio tanto á entender Antonio Pérez, que gustase á la par con exceso de su mujer, la famosa

doña Ana de Mendoza. En cuanto á Antonio Pérez, hijo de Gonzalo Pérez, secretario del emperador y hombre de letras, de quien se tratará más despacio luego, no

puede dudarse que

él faltó

á la amistad y lealtad á su

protector y rey, tanto, por lo menos,

como

le faltó

éste luego indulgencia ó generosidad en su

Con

á

castigo.

D. Juan de Idiaquez y D. Cristóbal de Moura, de


75

CASA DE AUSTRIA

quienes se sirvió no más que como verdaderos secreta-

en sus últimos años, se sabe que fué cortés y generoso siempre. No puede, pues, negársele el título de rios,

buen amigo á Felipe

Tampoco

II.

sería justo negarle

otras dos cualidades patentizadas en documentos feha-

que fué un

cientes: la primera,

hijo respetuoso

rador de su padre, por más que éste

afectuoso con

él: la

segunda, que trató

y vene-

hallase poco

le

muy

bien á sus

mujeres, aunque nunca experimentase hacia ellas un

amor muy apasionado. Lejos de apetecer

Felipe

II

la

sucesión de su padre, miró su renuncia con temor y pena, y quiso que se le considerase, por tan sobera-

Padres Jerónimos de Yuste, como cuando trono, obedeciéndose sus órdenes: cosa no

no entre

los

ocupaba

el

tan usada entre reyes, ó aun entre hombres particulares,

que deba dejarse en olvido. Ni siquiera exigió el título de majestad mientras vivió su padre: porque su herma-

na doña Juana, gobernadora de España, continuó dándole el nombre de príncipe, á secas, después de la re-

Todo muestra, en conclusión, de parte más profundo respeto filial. De lo que

nuncia de aquél.

de Felipe

II

el

únicamente tuvo razón para quejarse su padre en nasterio, fué de

que no

le

escribiese

rísimas veces,

como Gachard

les fuese bien

con

él

él

advierte.

el

mismo, sino

Y

mora-

tocante á que

á sus mujeres, frío y todo cual

siempre era, no cabe duda alguna. La primera, que fué

doña María de Portugal, acabó sus días á los dos años de matrimonio, siendo ambos muy jóvenes, por manera que nada tiene, en verdad, de extraño, que pasaran, cual pasaron aquel breve tiempo, la

muy enamorados; pero

segunda, doña María Tudor, su

eJad que

él,

y

fea, vivió

tía,

de mucha más

también echándole de menos,


BOSQUEJO HISTÓRICO

76

y anhelante siempre por su vuelta, todo durante su matrimonio^ estuvo

él

tiempo que,

el

ausente de Inglaterra,

cosa ya más notable. Admiraron los ingleses ta

de Felipe como marido;

reció

más

y,

dicho sea

al

la

conduc-

paso, les pa-

y menos duro que su mujer hasta en

tratable

las cuestiones religiosas:

no teniendo que echarle en

cara otra cosa, sino que por

el

amor que su mujer

le

profesaba, condescendiese con todos sus designios políticos,

la

haciendo de aquel pueblo altivo un satélite de

monarquía española.

No pudo

monarca español aunque le procurase con raro empeño, contraer matrimonio con su cuñada la sanguinaria, y al fin herética Isabel, de quien dijo

luego

Góngora

el

lo de:

Mujer de muclios y de muchos nuera; ¡Oh, Reina torpe! Reina no, más loba

Libidinosa y fiera.

A

habérsele logrado

tal

hubiera dado que decir, y

propósito á Felipe,

muy

mucho

singular, el matrimonio

de aquellos dos eternos rivales después, así religiosos,

como

políticos;

de aquellos príncipes, los mayores de

su tiempo, á no dudarlo. Pero ya que no tuvo que habérselas en su tálamo Felipe

II

con mujer tan peligrosa,

tomó por tercera esposa á la tierna y bella princesa doña Isabel de Valois, llamada de la Paz, por la que se ajustó al tiempo mismo que su matrimonio en Cambray; respecto de sas rábulas.

han corrido tan torpes y calumnioLo que de ella dice, sin embargo, la diplo-

la cual

macia veneciana, diligentísima escrutadora de secretos cortesanos, es que llena de amor esperaba á su marido

en vela noches enteras, por no perder su conversación


CASA DE AUSTRIA

77

y compañía, si se le ocurría visitarla. Existe, además, una carta, varias veces publicada y en este particular decisiva, en

cual dijo confidencialmente la reina Isa-

la

bel á su madre, <;que su esposo era tan

»y se sentía tan

feliz

bueno para

á su lado, que aunque

la

ella,

residen-

Madrid fuese cien veces más desagradable que »era, y lo era para ella mucho, no podría fastidiarse ja»más.» La cuarta y última esposa de Felipe, doña Ana de Austria, que fué madre de su sucesor, Felipe III, »cia de

sintió tanto la

grave enfermedad que aquél tuvo en Ba-

dajoz, corriendo

el

P. Florez, puesta 2

año de 1580, que según refiere

allí

en fervorosa oración, «ofreció á

Dios su vida, porque no quitase

»la

al

rey y á

la

Iglesia

de su marido, tan sumamente importante para

»dos.»

No

el

to-

podía ser, pues, un dechado de toda maldad

hombre que después de todo se hacia amar de tal suerte. Preténdese, sin embargo, no ya solo que fuese poco sensible, que esto en el fondo es bien cierto, el

sino que no conocía siquiera

cariño paternal; y eso,

el

sobre no ser verosímil de suyo, es manifiestamente inexacto. los,

Cuando

la caída, casi

en Alcalá de Henares,

mortal, de su hijo D. Car-

lo asistió el

rey con los ojos

preñados de lágrimas, y con un sentimiento tal «que >podía hacer llorarlas piedras,- conforme escribió entonces te;

al

duque de Florencia, su embajador en esta cor-

y varios embajadores vénetos convienen en que

amó entrañablemente, y doña

hasta con adoración, á su hija

Isabel Clara Eugenia,

que

ellos

llamaban delizia

del suo padre: su lectora, su secretaria, su única com-

pañera ó amiga íntima en los

tristes días

á quien apellidaba ya moribundo, su heredero, luz de sus ojos.

al

de

la

vejez, y

recomendársela á

No hay tampoco

razón,


BOSQUEJO HISTÓRICO

78

por consiguiente, para suponerle destituido de los inevitables sentimientos de padre.

Mas

que Felipe

ios principios políticos

de suyo ocasionados á

la intolerancia

parte; de otra las duras necesidades

y

del

profesaba,

II

rigor de

al

una

Gobierno en

tiempos tan revueltos,- con tantos estados y tantas cuestiones gravísimas sobre sí; su propio carácter, por último, no exento de defectos graves y aquí ya descrito

con

la

exactitud posible, de consuno con las singulares

desgracias públicas y privadas de que se vio afligido, darán siempre, de todos modos, un color sombrío al

reinado de Felipe

y

en

II

la historia.

Guerras constantes

sangrientas, sin resultados útiles las

con los gastos,

la

más de

ellas,

penuria, las pérdidas consiguientes

de hombres y dinero en las vastas regiones que gobernaba; grandes y costosísimas rebeliones alentadas entre subditos extranjeros, para contener ó destruir á otros

monarcas, que protegían á los suyos propios; tramas los

más

peligrosos de sus adversarios públicos ó secretos;

irre-

poco escrupulosas y crueles para gulares ejecuciones, en

fin,

librarse

de

de vasallos sacrificados

con más ó menos motivo á la razón de Estado; negras

y mal disipadas sospechas, de terribles resoluciones dide justificar, de ser ciertas, á la luz del senti-

fíciles

miento humano: todo concurre en para derramar sobre

él

el

reinado de Felipe

II

negras nubes. Sus mismos mi-

y generales participan, en gran parte, de las prevenciones con que á él le mira la historia, sobre toda nistros

el

cardenal Granvela, obispo de Arras, y

que de Alba. Todavía esperan,

sin

el

embargo,

gran dulo

mismo

aquel rey, que estos ministros, un cotejo imparcial con los reyes

y ministros contemporáneos suyos, para ver


CASA DE AUSTRIA

de

si

él

79

salen aventajados ó gravados: todavía falta ver

también, con algún despacio, ron parte en

la

si

los

gran lucha social del

hombres que tomasiglo xvi, á nombre

de España, fueron por ventura más severos, ó más

más crueles, que los que, desde que en 1789 comenzó la revolución moderna, han intervenido

violentos, ó

en

la

dirección y gobierno de las naciones.

juicio, lo

mismo Felipe

II,

A

nuestro

que sus ministros, están

muy

de poder ser comparados con los que en este siglo han empleado, ni más ni menos que él, la violencia lejos

para defender sus principios, ó sus intereses sociales,

y las más oscuras páginas del reique son, á no dudarlo, las que tocan

religiosos, políticos;

nado de Felipe á

II,

sublevación de Flandes, parecerán claras y limpias, alguna vez de buena fe se les coteja, con las de la in-

la

si

vasión de España por

inmotivada que harto

más

la

el

primer Bonaparte, harto más

de Flandes, por

sangrienta, harto

más

el

rica

duque de Alba,

en episodios crue-

les, asesinatos, asolamientos, y todo género de impiedad ó estrago. Pero estas consideraciones, que deben servir para juzgar con equidad á los hombres, no qui-

tan ni

pueden quitar

el

justo horror

que inspiran mu-

chos de los sucesos dolorosos del reinado de que tamos. ¡Ojalá que todas las cuestiones hubieran en

do

los

pasos prudentes, que

al fin

siguió, la

ginara, viviendo aun Carlos V, entre

una

parte,

tífice,

y de otra

el

Papa Paulo

IV.

él

él

tra-

segui-

que se

ori-

y su hijo de

Movido

este pon-

recto y santo varón, pero imperiosísimo y coléri-

co, de antiguos resentimientos contra los príncipes es-

pañoles y del deseo, común entonces en los papas, de echar de Italia á los extranjeros, no cesó de hallar en


BOSQUEJO HISTÓRICO

80

todo, desde su ascensión al Pontificado, pretextos de discordia con España. Incitábale también á ello hábil-

mente su sobrino Carlos Carrafa, por

él

convertido de

soldado en cardenal y primer ministro; el cual tenía resentimientos antiguos contra los españoles, y mucha

amistad con los franceses. Manifestóse ya á esta mala voluntad de tío y sobrino, lo

IV

al

las

claras

revocar Pau-

concesión sobre rentas eclesiásticas que, con

la

el

título de Subsidio de la cuarta y santa Cruzada tenía hecha la Santa Sede á Carlos V; alegando abusos en la

exacción é inexacto cumplimiento en las condiciones

con que se

hiciera.

obispo de Lugo, y

Hubo el

como

teólogos en España,

el

célebre Melchor Cano, que opina-

sen, no obstante, que el nuevo papa no podía revocar la

gracia de su antecesor: sosteniendo que debía se-

guir

rey con buena conciencia disfrutando aquella

el

parte de las rentas eclesiásticas, sin

ya de

Santa Sede.

la

Y

el

cuando llamó á

consentimiento

Roma

el

papa á

aquellos atrevidos eclesiásticos, con severos Breves,

por disposición de Felipe

fin

de evitarles

II,

modo que no

Real, se hizo de el

y acuerdo

la

Consejo

deber espiritual de cumplirlos. El úni-

co prelado que tomó con calor, á

de

del

llegasen á sus manos, á

potestad y de

la

la

sazón,

defensa

la

determinación del Papa,

como

se

había dictado en favor suyo y de su cabildo principal-

mente, fué Silíceo,

el

arzobispo de Toledo, D. Juan Martínez

que recibió

pensa; y

el

la

púrpura cardenalicia en recom-

solo de los sujetos consultados sobre este

punto especial que negase

la

razón

al

rey, fué el

ya bien

conocido catedrático de Salamanca, fray Domingo de Soto. Grandemente se agravaron los disgustos entre

ambas

cortes con haber quitado los Estados feudales


CASA DE AUSTRIA

81

Paulo IV á Marco Antonio Colonna, su vasallo, por ser

muy

éste

favorecido de España:

la cual,

desde los tiem-

pos del Gran Capitán, había contado para ción de Ñapóles, con

poderosa Ja

familia,

la

la

alianza de aquella turbulenta

que siempre tenía en jaque

el

y

poder y

el

ambición de los Papas. Llegaron á punto

que

conserva-

las

cosas

cardenal Carrafa vino á Francia, y persuadió á II á que rompiese la tregua de Vaucelles, ajus-

Enrique

tada por

el

emperador

al finalizar

tándose, en lugar de esto, con

el

su gobierno, concer-

Papa para

la

conquis-

ta del reino de Ñapóles. Entre tanto fueron presos en

Roma

el

enviado extraordinario de España, Garcilaso

Vega, y otros ministros reales, acusados de conspirar contra Paulo IV y su familia. Exasperados ya con de

la

esto, así Felipe

II

desde Inglaterra, como Carlos

V

des-

de Yuste, y la princesa gobernadora Doña Juana con el Consejo Real desde Valladolid donde á la sazón residía la Corte, rivalizaron en propósitos de hacer un es-

carmiento con Paulo IV, que enseñase de nuevo

de

al

jefe

que debían ser tratados los monarcas católicos de entonces. Con este fin formó el la Iglesia el respeto con

secretario Erasso, á lo que parece, un terrible rial

de agravios,

el

memo-

cual se sometió luego con ciertas

propuestas bien duras, de hostilidad

al

Papa,

examen

al

de una junta de teólogos, reunida en Valladolid; pidiéndose, además, parecer por escrito á otros políticos y juristas de importancia. Púsose á discusión, con este

motivo,

si

podría ó no declarar nula

el

rey de España

Papa Paulo, por suponerla nas condiciones canónicas; examinóse si la

elección del

falta

los

de alguconcilios

nacionales tendrían autoridad para arreglar puntos gra-

vísimos de disciplina eclesiástica en

la

Península, sin 6

el


BOSQUEJO HISTÓRICO

82

permiso y confirmación de la Santa Sede; tratóse de sí se podía ó no ordenar la salida de todos los españoles^

de Roma, y prohibir

España á aquella

cambio de gracias

corte, á

ventilóse, por último,

y armas para reducir les;

constante envío de dinero de

el

al'

si

era ó no

lícito

espiritua-

emplear las

Papa, y exigirle, ya reducido,

importantes concesiones tanto temporales

como

espi-

Entre los individuos de esta junta, cuidadosamente escogidos para el caso, y las demás personas consultadas, hubo pareceres diferentes, bien que mostrándose los más, favorables al empleo del rigor con el rituales.

Papa; distinguiéndose, por su virulencia irrespetuosa contra éste, el áspero, aunque profundo, Melchor Cano, dentro de

y fuera,

la junta;

el

sabio escritor y sagaz di-

plomático D. Francisco de Vargas. algunos,

como

el

mostrasen francamente,

la

No

tampoco

faltaron

de Aragón Bolea, que de-

canciller

gran contradicción que ha-

bía en tratar con dureza á la persona del Papa, cuando al

mismo tiempo se gastaban, en defensa de su

dad, todas las fuerzas de

por más

la

nación española. Felipe

II,

que viese con gusto los osados dictámenes de

muchos de sus consejeros, para apoyar con pretensiones, lo cierto es que se adhirió en al

autori-

ellos

la

sus

práctica

parecer de los más templados, comprendiendo todos

los inconvenientes

que para

él

ofrecía

tal

contienda.

Diéronse, sin embargo, rigurosas órdenes á las costas

y

fronteras, para que no se dejase penetrar á ningún

cursor de letras apostólicas, con blicación en

dispúsose

España de

la salida

que no se enviasen

la

el fin

de evitar

la

pu-

excomunión que se temía;

de todos los españoles de Roma, y allá

dineros por razón alguna; y de-

terminóse, en conclusión, que

el

duque de Alba, nom-


CASA DE AUSTRIA

83

brado ya lugarteniente general del rey en Italia, invadiese desde Ñapóles los Estados Pontificios. Comenzó

duque por escribir una soberbia carta al Papa para que entrase en razón, amenazándole con hacer temblar

el

á Roma á manos del

rigor; echó

mano, sin escrúpulo, rentas eclesiásticas del reino, para formar su ejército, y hasta de las campanas de la ciudad pontificia de

las

de Benevento, para fundir cañones. Pero el Papa, lejos de desalentarse con la invasión de su Estados, exco-

mulgó directamente aquel año en la Bula de la Cena, al rey católico, por haber ocupado á mano armada los lugares pontificios, comenzando, además, á formarle un solemne proceso, en el cual incluyó á su padre, bien que estuviese ya retirado en Yuste. Hizo entonces dos

campañas

el duque de Alba contra los Estados tomando en la primera á Ostia, tras de lo cual se ajustó una inútil tregua; y avistando secretamente en la segunda los mismos muros de Roma, con pro-

fáciles

de

la Iglesia,

pósito, sin duda, de apoderarse por sorpresa de alguna

puerta de

novar

Movió cia

de

la

ciudad:

más no lográndolo,

ni

queriendo re-

estrago de otro tiempo, se retiró sin combate. con todo eso aquella amenaza, junta con la noti-

el

la

á ceder

rota de sus aliados franceses, en

San Quintín,

Papa, abandonando

la causa de la independencia italiana, que tan prematuramente había tomado á su cargo; y el 8 de Septiembre de 1557 fué su ministro, al

cardenal Carrafa, al cuartel general del duque, en Cavi, y ajustó con él la paz en dos tratados, público el uno, el otro secreto. Sometióse en ellos el Papa á deel

clarar »el

»ría

«que abandonaría

que tenía pactada con rey cristianísimo, prometiendo que en adelante sepadre común de los

la liga

fieles,

y se conservaría entre


BOSQUEJO HISTÓRICO

84

y quedó además pactado, que para persuadir al rey católico de la sincera reconciliación de aquella corte, dentro de cuarenta días se presentaría en »ellos neutral»;

Bruselas á darle satisfacciones, rrafa.

No

el

propio cardenal Ca-

habiéndose convenido, sin embargo, expre-

samente que devolviese

el

Papa sus bienes á Marco

Antonio Colonna, su vasallo, pero aliado de España, ni

impuesto

Papa ninguna de

al

compensaciones y

las

.penas proyectadas por los juristas regios, pareció esta

mismo Carlos V en Yuste. Dada, no obstante, la posición que en el mundo católico ocupaba Felipe II, no podía ser más natural su moderación con Paulo IV: en cuanto al duque de

paz desventajosa á muchos, y

al

Alba, hállasele ya, en estos sucesos, con todas sus cualidades características: general de seguros, aunque no brillantes cálculos;

más

atento

gloria; ministro inflexible del

al

éxito que á la vana-

poder

real, hacia el

cual

profesaba más aun que respeto, cierto género de culto; capaz, por obedecer á su rey, de faltar á los deberes de

su conciencia, y

al

Papa mismo, y teniendo en nada sus

bulas y sus censuras comparadas con los decretos reales la

que cumplía. Por

ruptura de

la

la

parte de Flandes, en

el ínterin,

tregua de Vaucelles había sido funestí-

sima para Francia:

la

cual perdió, no tan solo la

ya

San Quintín, ganada facilísimamente por los nuestros á la vista del rey, y mandándolos el duque de Saboya, Manuel Filiberto, así como aquella plaza misma, luego entrada por asalto; sino otra nueva referida batalla de

batalla,

ejército

poco más tarde, en Gravelinas, rigiendo de España

gran soldado.

Y

el

el

Conde de Egmont, gran señor y

gracias que Felipe

II,

á quien se ha

culpado, quizá sin razón bastante de falta de decisión


CASA DE AUSTRIA

85

entonces, no se atrevió á proseguir

de recursos pecuniarios,

la victoria, falto

ya

cual le impedía mantener

lo

reunidas sus vencedoras tropas. «Pluguiese á Dios», decía en 1558 á este propósito,

de

Castilla tratando de dineros,

»con ellos

el

el

Comendador mayor

«que

el

rey se hallara

año pasado, que Calais estuviera

libre,

y

»París hecho carbón.» Pero lo cierto es que, á pesar de

haber perdido nuestra aliada, aquella plaza importante,

gloriosísima

pe

II,

tal

guerra,

mismo en

lo

Italia

la

como

corona de Inglaterra, se ganaron otras, fué

del todo ventajosa para Feli-

y que en Francia, comenzándose

con resolución, siguiéndose con fortuna, y terminándose con moderación discreta. Por el tratado de Chateau-

Cambresi, de 1559, se obligó, entre otras cosas, el rey de Francia, á dejar sus confederaciones con el turco y príncipes protestantes, y á proteger

la religión católica;

Cavi, anuló también las inteligencias, indudable-

y el de mente iniciadas por Papa, con luteranos

poso entre tiéndole

mente

al

y

cardenal Carrafa, ministro del

turcos, contra España; dando re-

dos á Europa por cierto tiempo, y permirey volver á la Península, donde urgente-

los

llamaba, no

menos que

estado de

Hacienda pública. La última con-

le

el difícil

el

la

la

agitación religiosa,

secuencia del gran rompimiento promovido por Paulo IV, fué un hecho singular, hasta aquí desconocido.

Ya hemos

apuntado que aquel Pontífice formó un proceso, ó más bien varios en

Roma, contra

ces, entre los que figuraba

rey Felipe y sus cómpliemperador su padre, acu-

el

el

sándose á todos, no ya de atentar únicamente contra la independencia de la Santa Sede, sino de conatos de en-

venenamiento y otros la

vida

al

delitos,

encaminados á privar de

cardenal Carrafa, su primer ministro. El pro-


BOSQUEJO HISTÓRICO

86

ceso, en especial formado contra Carlos

que dejó

sin fallar el

V

y Felipe II, y Papa Paulo, por causa de la paz,

fué luego declarado nulo y de ningún valor por su sucesor Pío IV, en Consistorio público, cierto,

que condenó á muerte

el

mismo

hermano, que tanta parte habían tomado en contienda. Hízose pública

la

Roma

1561; y habiendo pedido los procesos pañol, para quemarlos, dispuso al

por

la

pasada

primera de estas resolu-

ciones con una bula fechada en

de eso, se entregasen

día,

cardenal Carrafa, y su

al

Mayo de

á 9 de el

embajador es-

Su Santidad que, en vez

rey, á fin de

que hiciese por

que gustase. Fueron en virtud de esto traídos los tales procesos á España, y recogidos de la casa del nuncio, que aquí había; por haber muerto antes de con ellos

lo

entregarlos, se les colocó en un arca, que se llevó

al

archivo de Simancas, formado cual es sabido en aquel

A

tiempo, donde intactos se encuentran todavía.

pesar

de investigaciones prolijas no ha hallado prueba alguna,

en

el

autor de este libro, de que Felipe

Roma

la

II

procurase

persecución y muerte que padeció

antiguo enemigo

el

al fin

su

cardenal Carrafa, por medio del

cual, principalmente, logró

protegido Pío IV. Pero

más

lo

tarde hacer

Papa á su

que es indudable es que

mandó á su embajador Francisco de Vargas, empeñado en favorecerle á causa del servicio últimamente prestado, que le dejase correr su triste suerte.

Y

es

que Carlos Carrafa, luego cardenal, ministro del Papa y arbitro de la paz del mundo, había nacido subdito en Ñapóles del rey de España, y tuvo por tema Felipe

II,

no perdonar jamás á aquellos de sus grandes

vasallos que desconocieron

mínimo. Fué, pues,

el

su autoridad en

éxito de la política

lo

más

de aquel


87

CASA DE AUSTRIA

monarca, en esta primera parte de su reinado, decisivo

y

completo.

No en

la

dejó de ser dichoso tampoco

el hijo

de Carlos

V

lucha que mantuvo durante toda su vida con los

mahometanos, á pesar de algunos descalabros como los de Bugia, Mazagran y los Gelves, y del apoyo que solían hallar las empresas de ellos donde menos pudiera esperarse.

En 1564 reconquistó, después de otra tenPeñón de la Gomera, que antes se ha-

tativa inútil, el

bía perdido, y años después hizo cegar la ría de Tetuán, abrigo constante de piratas berberiscos. Habien-

do dispuesto más tarde que los hijos de

los

moriscos

de Granada concurriesen á las escuelas castellanas, dejando el uso de la lengua y vestidos árabes, así como sus peculiares supersticiones, se originó hacia 1569 la gran rebelión de aquella gente, que aunque no dejó de dar cuidados y de traer gastos y pérdida de hombres, acabó en su derrota y sumisión completas, tras de la cual se proyectó por algunos su

completa expulsión

que no se llevó á cabo por la repugnancia ingénita de Felipe II á toda medida perturbadora y violenta. Señalóse ya como general en aquella guerra el hermano natural del rey, D. Juan de Austria, que de

la

Península,

tiernamente

desde

la

le

había recomendado Carlos V, y mostró

adolescencia

muy

altas

cualidades militares.

Por eso mismo, no bien acabado su aprendizaje en las Alpujarras,

mada

le

confió

el

rey

naval, reunida por

la

el

mando de

Papa San Pío V, se formó entre Venecia y España contra los turcos. La

cias del

panto, inmediatamente alcanzada por

no produjese todos

la

grande

Santa Liga, que á

los frutos

la

ar-

instan-

Santa Sede,

victoria de Lela

liga,

que debían de

aunque

ella

espe-


BOSQUEJO HISTÓRICO

88

acabó con

rarse,

la

superioridad marítima del imperio'

osmánlico, iniciando á no dudarlo su decadencia.

más que ñoles

el

los

honor de

la

diese anteponer á allí

adquirida por

nio la

Y por

venecianos disputasen á los marinos espa-

Colonna,

el

el

jornada, ó que en

la

Roma

se preten-

de D. Juan de Austria

general de

la Iglesia

mismo que había dado

guerra de Paulo IV con Felipe

tanta ocasión á

lo cierto

II,

la gloria

Marco Antoes que la

historia guardará siempre los m.ejores laureles

triunfo para el

de aquel monarca español y para su joven y vale-

roso hermano. Este último fué quien dirigió también la

afortunada expedición contra Túnez, conquistada ya

una vez por su padre, ocupando y fortificando el castillo de la Goleta, que para bien de España se perdió luego, á decir de Cervantes, porque no nos traía sino inútil. Hasta la derrota y muerte de D. Sebastián de Portugal, sobrino carnal del rey Felipe, por los ma-

gasto

que tuvo lugar en Alcázar-Quevir, y bien contra su voluntad, puesto que hizo cuanto pudo para

rroquíes,

impedir aquella empresa temeraria, fueron para larga

muy

á

la

dichosas. Porque muerto también en 1580

el

él

cardenal y arzobispo de Lisboa D. Enrique, sucesor de

D. Sebastián, pretendió

na por

el

el

rey de España aquella coro-

derecho de su madre,

hija primogénita del rey

Manuel

de D. Sebastián, que murió putaron infanta

el

emperatriz Isabel,

la el

célibe.

Grande, bisabuelo

Y

en vano se

la dis-

bastardo D. Antonio, prior de Ocrato, ó

doña Catalina,

hija del infante

la

D. Eduardo, her"

mano del cardenal y rey D. Enrique, y, por consiguiente, más cercana al último posesor, la cual estaba casada con lipe

II,

duque Juan de Braganza. El derecho de Fefundado en una hembra más cercana al tronco,. el


89

CASA DE AUSTRIA antes que en nada, se apoyó á

la

postre eficazmente en

una escuadra de cien velas, confiada á D. Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, y en un ejército poderoso formado en Castilla, con el cual entró en Portugal

duque de Alba, de edad ya de setenta y cuatro años, deshizo el de D. Antonio cerca de Lisboa, y ocupó

el

aquella capital en 24 de Agosto de 1580. Fácilmente

rendidas tras esto Coimbra y Oporto, convocó Feli-

pe

II

las

Cortes portuguesas en Thomar, y en

personalmente jurado por

la

fué

ella

grandeza, prelados y pro-

curadores como legítimo rey. La derrota del prior de

Ocrato y sus naves francesas por en

las Islas

Felipe

11.

la

escuadra de Bazán

Terceras, consumó después

el triunfo

de

Sin embargo, ni Portugal quedó sujeto por la-

zos bastantes, ni de buena voluntad reunido á

España

cual dejó el pon-

entonces, y la casa de Braganza, á

la

derado maquiavelismo de Felipe

residir en Portugal,

poderosa y

libre,

II

no renunció de verdad nunca á sus

pretensiones, disimulándolas únicamente hasta hallar

ocasión oportuna en que satisfacerlas. Felipe pues, en Portugal

lo

II

que en todas partes, cuando se

fué, tra-

taba únicamente de política: harto moderado en su triun-

Pero con ser tantas y tan grandes las empresas de que hemos hecho ya ligera memo-

fo para dejarlo seguro.

ria,

más

todavía puede afirmarse que no fueron ellas las que le

preocuparon en los largos años de su reinado. La

lucha con

el

protestantismo, herencia directa y principal

de su gran padre, como se ha dicho, fué

mió le

la

mejor parte de

la

vida de Felipe

II,

la

así

que consu-

como

la

que

ocasionó los mayores desastres y dolores. Hasta los

sucesos más personales y que más han hecho hablar de él desfavorablemente, están directa ó indirectamen-


BOSQUEJO HISTÓRICO

so

más ó menos relacionados con aquella lucha implacable. Al ciego ardor con que la mantuvo

te y siempre

Felipe

dentro de España, por medio de

II,

la Inquisi-

y en Flandes, Inglaterra ó Francia, ora por las las intrigas, ya valiéndose de legítimos recursos, ya de otros que justamente hoy reputa infación,

armas, ora por

mes

la

conciencia pública, débense de seguro las

negras páginas de su historia y muchas otras de su tiempo. Lo mismo turales,

que

el

la

más

las

de

exageración de sus defectos na-

singular ensañamiento con que

la

poste-

ridad ha tratado su nombre, no á otra cosa que á su

lucha con lipe

II

y

protestantismo deben atribuirse. Son Fe-

el

el

protestantismo, en suma, dos antagonistas

que viven todavía y aun puede decirse que combaten sin tregua, por medio de sus partidarios reseternos,

pectivos, en tica,

el

campo de

la historia

después de haber llenado

medio

siglo,

el

y en

mundo

el

de

real,

la polí-

durante

de escándalo, terror y sangre. los disturbios de Flandes, que siempre

Comenzaron

formarán época en

la historia

de España, por

la

impor-

tancia que en nuestra suerte alcanzaron, corriendo

el

año 1563, y con una liga entre el príncipe de Orange, Guillermo de Nassau, Lamoral, conde de Egmont y y Felipe de Montmorency, conde de Horns, seguidos de varios caballeros del Toisón de Oro, deudos

de

ellos

y otros muchos

tan solo,

al

partidarios.

Iba aquella liga

parecer encaminada, contra

el

gobierno del

antiguo obispo de Arras, ya cardenal de Granvela, principal ministro y consejero, señalado por Felipe II á su hermana Margarita de Parma, gobernadora de Flan-

des. Los tres principales señores referidos habían sido Jiasta allí

muy halagados por

los

monarcas españoles.


91

CASA DE AUSTRIA

Guillermo de Nassau, por su carácter, apellidado Taciturno, sirvió con gloria en los ejércitos del rador,

mandándolos, muerto Borbón

Roma, y

el

el

el

empe-

que asaltó á

día solemne en que abdicó aquél los Esta-

dos de Flandes en Bruselas, salió á la ceremonia apoyado en su hombro, dando así muestra pública de ser los más queridos y confidentes subditos que teEn cuanto á Egmont, ya queda dicho que mandó el ejército de España en la batalla feliz de Gravelinas, debiéndose, en buena parte, la de San Quintín también al

uno de nía.

que capitaneaba. No tan ilustre cuanto los anteriores, había desempeñado asimismo el de Horns altos empleos y servido con acierto en ellos á la corona de España. El más ambicioso, con mucho,

arrojo de

era

el

la

caballería

Taciturno; pero ninguno de ellos se creía tam-

poco suficientemente recompensado, ninguno respetaba ya tanto la sagacidad inteligente y laboriosa de Femiras y esforzado espíritu de Carlos V; ninguno veía con gusto á los españoles administrando ó guardando las provincias flamencas; nin-

lipe

II,

como

guno, en

fin,

Granvela de los consejos

las

altas

dejaba de tenerse por más digno que

negocios de aquellos países y princesa gobernadora. Tales motivos,

dirigir los

de

la

principalmente personales, antes que no las diferen-

condes de Egmont y de Horns murieron luego católicos, fueron los que poco

cias religiosas, puesto

que

los

á poco pusieron en oposición abierta á aquellos señores con Granvela primero, después con la duquesa Margarita, que llegó á no tenerles por leales, y con el

mismo rey Felipe por

último.

habían, en tanto, penetrado con

Las doctrinas luteranas mucho ardor en Flan-

des y de día en día ganaban adeptos, mas esto era es-


92

BOSQUEJO HISTÓRICO

pecialmente entre las clases inferiores del pueblo; que los grandes señores citados y los más de los que seguían su partido, ó no hiceron más que transigir al principio con los protestantes, ó

tes á la larga,

más

si

se declararon protestan-

bien que por convicción propia, fué

por buscar apoyo en elementos populares bastante fuertes para resistir al poder real. En tres puntos principales fijaron sus pretensiones los coligados.

Fué

el

primero que las tropas españolas abandonasen á Flandes, en lo cual «/?or la causa que ellos se saben fue»ron á S.

M. mucho á

la

mano

todos los caballe-

casi

aros de por acá», decía, hacia 1577,

el maestro Pedro Cornejo en su Sumario de las guerras civiles y causas de la rebelión en Flandes. Fué el segundo que se separase del gobierno al cardenal Granvela. Fué el

tercero que se revocasen ó dulcificaran en Flandes los edictos de Carlos V contra los luteranos. Accedió Felipe

II á la primera pretensión, aunque á las claras no tuviese otro objeto que desarmar su autoridad, y acce-

dió también á la segunda,

aunque no sin larga resistenordenando en secreto á Granvela que se retirara temporalmente al Franco-Condado, donde había nacicia,

do. Únicamente respecto de la tercera pretensión fué

después de varias consultas, y no sin disimular, como solía, aparentando lo contrario por algún tiempo, en el

fondo de su corazón inflexible,

este motivo,

al

pronunciando con

cabo, aquella frase famosa de que «más

quería no tener subditos que tenerlos luteranos». Tres

años enteros, rey, Margarita

sin

embargo, desde 1563 hasta 1566,

el

y Granvela estuvieron trabajando incesantemente, y casi siempre de acuerdo, para atraerse las voluntades de aquellos señores, y en particular la


CASA DE AUSTRIA del conde de

Egmont, no escaseando favores, promesas

y halagos. En todo los luteranos

93

y

este tiempo, hasta los edictos contra

el tribunal

mencos rechazaban,

de

la Inquisición,

el

los fla-

ó estuvieron del todo suspensos,

ó tibiamente ejercitaron sus rigores. Pero que

que

la

verdad es

príncipe de Orange, desde 1560, por lo menos,

en que tomó tan á pechos

de

la salida

las tropas

espa-

ñolas, se sentía poseído de la ambición hasta un punto

que, de todas suertes, tenía que hacerle incompatible

á

la

larga con todo gobierno extranjero, y que, desde

que en 1566 se decidió ya por

las doctrinas

luteranas

que había profesado, como su padre, en la niñez, y abandonado luego por seguir á Carlos V, quedando para siempre imposibilitado de ser Si fué la severidad inútil, sido, para él

como para

fiel

subdito de Felipe

inútiles

los suyos,

II.

no menos habrían

nuevas concesiones.

Sagaz, reservado, valeroso, perseverante, Guillermo

de Orange estaba destinado á

ser, cual fué, el

verdadero

caudillo de la independencia de aquellas provincias;

aunque

le

suponga

falto

y de ambición su apasionado

Motley, porque no aspiró á ceñirse en ellas

no puede dudarse que tenía en

alto

grado

el

la

corona,

amor

del

poder, y que, con el modesto nombre de conde, quiso ser, y fué al cabo soberano. Menos decidido, menos respetable también por su conducta personal, bastante

desarreglada, tocante á intereses, vanaglorioso, negli-

más corazón que cabeza, y estimándose mismo que despreciaba naturalmente á todo mundo, ni era Egmont á propósito para dirigir una

gente, con tanto á el

revolución, ni podía resignarse á ser un subdito de los

que se querían ya en aquella época, y como era, por el mismo duque de Alba, á quien se encargó su

ejemplo,


BOSQUEJO HISTÓRICO

94

buen príncipe Filiberto de Saboya, que había

castigo. El

Egmont á sus órdenes en San

tenido á

ya su carácter de

cribió

Quintín, le des-

manera que decimos á

la

Branthóme, según refiere este autor, su contemporáneo, en las Vidas de los grandes capitanes extranje-

No

ros.

con mejores colores

Mr. Gachard en nuestros con

tratos

el

días,

le

ha pintado también

censurando sus dobles

partido de la independencia y con Feli-

y por más que otro escritor belga Mr. Teodoro Juste, haya pretendido poetizar después su carácter, pe

II

:

preciso es reconocer que no aparece de los documentos

muy

estimable. Hasta

el

ser valentísimo soldado,

según reconocía Filiberto de Saboya,

muy buen

juez

más peligroso su

carácter y

más

en

la

materia, hacía

sensible su equívoca actitud en la revolución iniciada.

Y en

el

entretanto que estos grandes señores conspira-

ban más ó menos abiertamente contra des, ó

le

el

rey en Flan-

entretenían con viajes á España,

Egmont y embajadas

cual la de

como

el

de

Montigny y Berghes,

pretendiendo tratar de un arreglo quizá imposible, y que no es seguro que de buena fe se buscase por parte del

mayor número, rompió

el

bajo pueblo flamenco en

feroces tumultos por varias partes. Estimulado por los

predicadores luteranos, comenzó ya á insultar las cosas sagradas, á destruir y saquear iglesias, á declararse por

fin

en abierta rebelión, política y religiosa. En-

tonces también fué cuando, de resultas de ciertas palabras de desprecio pronunciadas por

la

princesa gober-

nadora contra los sediciosos, adoptaron ellos

el

nom-

bre de Mendigos ó Gueux, y el principe de Orange y los condes de Egmont y de Horns, así como todos los

señores coligados, hicieron alarde de gritar Vivan tos


CASA DE AUSTRIA

Gaeusen

Ya en

sus banquetes.

Mr. Guizot en

la

1566,

introducción á

sucesos, escrita por

el

95

la

como reconoce

Historia de estos

anglo-americano Motley, eran,

de consiguiente, los señores citados, reconocidos ó secretos jefes de aquellos sediciosos iconoclastas, por

más que muchos de

no hubieran dejado de ser ó llamarse católicos. Puede, en verdad, defenderse, no ellos

buenas razones ahora, que no debían consentir los flamencos en ser gobernados por un monarca propio, sin

pero que, residiendo

lejos,

se servía de algunos minis-

tros extraños, pues no otros fueron precisamente los

motivos del levantamiento castellano en tiempos de Carlos V. También pudiera hoy sostenerse, aunque

desconociendo ya

las

condiciones humanas,

eternas

que debió preferir Felipe

II

á

resistencia que hizo, eí

la

espontáneo abandono de derechos que, dado

el princi-

Lo que

pio monárquico, eran incontestables en Flandes.

ya nadie sostendrá de buena

fe,

cuando también cono-

cida está la índole de las revoluciones, es que en 1566

no hubiese llegado para

el

gobierno español

la

hora de

defender su autoridad en Flandes; ó bien que algún poder antiguo ó moderno haya dejado de resistir con armas

y castigos en casos lento,

parte,

iguales. Antes, cual solía,

que no de precipitado, en esto Felipe

aunque fuera siempre

útil el

que le

viaje allá,

aconsejaron muchos, no habría hecho con ro, sino retardar

pecó de Por otra

II.

él,

de segu-

pocos años ó meses una revolución de

todas suertes inevitable. El caso fué, en tanto, que

monarca español, que nunca había cedido á gusto á exigencias de aquellos subditos, y que, sobre

la

el

las

sus-

pensión del Santo Oficio y los edictos, había hecho ya secretas protestas, profundamente irritado

al fin

con la


BOSQUEJO HISTÓRICO

96

más exasperado aún con el caque comenzaba á darse á la contienda,

Oposición política, pero rácter religioso

dispuso que pasara á ayudar á su hermana Margarita el gobierno de Flandes, y en realidad á encargarse de éste enteramente, como se encargó luego, el duque de Alba, D. Fernando Alvarez de Toledo, de quien se

en

Italia y se valió más tarde en Portugal; hombre de guerra de más confianza del emperador, su padre, en Alemania, el más respetado por él mismo de sus consejeros políticos, el jefe de uno de los dos partidos que dividían su corte. Consta hoy por la co-

había valido en

el

rrespondencia que ha publicado Gachard, que cuando el

duque de Alba

salió

de España, llevaba órdenes

terminantes del rey para prender y procesar como traidores á los grandes señores que protegían á los Gueux,

y en

primer lugar, naturalmente, á los condes de Eg-

mont y de Horns; para castigar del mismo modo á los demás que resultasen culpables; para restablecer en iodo su vigor los edictos de Carlos jes,

V

contra los here-

cuya ejecución estaba suspendida, y aun la Inquimisma, poniendo duro freno á las ciudades agi-

sición

tadas.

No

anteponía

era el

hombre aquel monárquico

servicio del

rey

al del

ardiente,

que

Papa, de dejar de

cumplir estos decretos reales. Entró en Flandes por

Agosto de 1567 les

sacados de

al

las

frente de tres tercios viejos españo-

guarniciones de

Italia,

desde donde

los condujo hasta allí por Saboya y Borgoña, no sin vencer grandísimas dificultades; y habiéndose puesto en salvo antes de su llegada, en Alemania, el príncipe

de Orange con su hermano Luis de Nassau, que eran

más comprometidos y los más avisados, prendió sólo á los condes de Egmont y de Horns, sujetándoles los


CASA DE AUSTRIA

97

á un proceso, que duró desde primeros de Septiembre de aquel año hasta 4 de Junio del siguiente. Considerando

las culpas

que resultaron, desde

el

punto de vis-

ta de justicia política ahora,

no cabe duda en que la pena de muerte, impuesta á los dos condes, fué excesiva: no hay porqué decir otro tanto si se atiende á la

extensión que, por consentimiento común, tenía lito

de lesa magestad en

el siglo

el

de-

décimo sexto. Habían

sido ambos condes fautores, con justo ó injusto fin, de verdaderas sediciones; habían formado una liga para resistir, hasta con la fuerza, la ejecución de ciertos

decretos reales; no habían dejado de estar nunca en

más

ó

menos

inteligencia con el príncipe de

que se hallaba en rebelión

Orange,

desde antes de terminar el proceso; tanto que, cuando se ejecutó la sentencia, ya había hecho invadir á mano armada, por medio de su

abierta,

hermano Luis de Nassau,

los

Estados de

Flandes. declarándolos independientes del nieto de Felipe el

los

Hermoso, su

legítimo soberano.

dos señores sobredichos,

ni

Verdad es que

dejaron realmente de

ser católicos, ni llegaron á tomar las armas contra el

monarca; pero

mera conspiración para oponerse á los solía ser castigada con la pena de muer-

la

decretos reales,

te en todas las naciones del

quiera que sea,

la

mundo entonces. Como

ejecución de los dos condes en Bru-

selas el 5 de Junio de 1568, constituye uno de los he-

chos que más han dado que hablar contra Felipe

como

lí,

así

duque de Alba, y en general, contra los españoles; y eso que, admitiendo que hubo rigor sobrado en la pena, ni puede decirse que fueron inocentes contra

el

los condes, ni

que dejasen de deplorar su castigo los españoles mismos. Sábese, por el contrario, que uno


BOSQUEJO HISTÓRICO

98

de nuestros maestres de campo, quizá el famoso Julián Romero, previno á tiempo á Egmont que se pusiese en salvo, igualmente que otros capitanes españoles;

y hasta D. Hernando de Toledo, hijo natural del duque de Alba, pocos momentos antes de su prisión, le aconBranthóme dice sejó reservadamente que escapase .

textualmente en su obra antecitada «que no hubo es»pañol que no llorase á Egmont, y que

el

duque de

»Alba dio grandes señales de tristeza, aunque hubiese condenado á muerte». Ni

»le

vista la,

extranjero que escribiese

y

al

él

mismo

faltó testigo

de

cardenal Granve-

relatándole el suceso, que había llorado á lágrima

propio duque de Alba.

viva, durante la ejecución,

el

Piénsese ahora de un modo

ú otro acerca de este asun-

to,

en que nos hemos detenido más de

el particular interés

que excita,

zó, á la par con él, la guerra

por

lo ordinario,

lo cierto

es que comen-

famosa de Flandes, que

duró no menos de ochenta años. Precisamente en los

mismos

días del

ejército real del

rrectos,

que mandaba

con gran trabajo, pronto

el

suplicio de los

condes, fué roto

conde de Aremberg por

si

el

el

el

de los insu-

No muy

invasor Luis de Nassau.

bien con habilidad suma, echó

duque de Alba á Luis de Nassau de Flandes;

levantó luego cindadelas durante su gobierno; hizo in-

numerables castigos; mas no pudo reducir con todo eso á los sublevados. Estrelláronse

allí

durante siete

años el bonísimo ingenio, la singular elocuencia, la reserva y previsión infinitas que

que

el

el

veneciano Antonio

duque de Alba, no menos rigor sangriento que por única vez empleó en

Ticpolo reconocía en

el

viejo

su dilatada vida. Ni tuvo mejor fortuna con su constancia invencible, su

consumada experiencia y su

habí-


CASA DE AUSTRIA lidad militar ni

y

política

alcanzaron más

el

99

D. Luis de Zúñiga y Requenses; brillante valor, la gloria, la astu-

y la blandura de Don Juan de Austria, ó las dotes de grandes capitanes y hábiles políticos del duque de Parcia

ma, Alejandro Farnesio, y del discípulo mejor del mismo duque de Alba, D. Pedro Enriquez de Guzmán, conde de Fuentes de Val de Opero. La guerra á tanta distancia de la Península, y entre tantas poderosas naciones

enemigas nuestras, que auxiliaban sin cesar á los insuera de imposible buen éxito; y convencido de

rrectos,

ello al cabo, Felipe

II

cedió,

al

morir, aquellas provin-

cias á su hija la infanta Clara Eugenia,

muy poco antes casada con Alberto, archiduque de Austria. No habrían podido, no, las siete provincias, que á la sazón formaron la república de Holanda, resistir por sí solas á los terribles tercios españoles,

que allí precisamente llevaron á cabo increíbles hazañas. Fué menester que todos los poderosos protestantes y todos los enemigos polí-

ticos de la supremacía española en Europa, estuviesen

á su lado en aquella tremenda lucha, para que pudieran alcanzar su independencia.

De

aquí nació, por otra

parte, que estuviese casi

España luego en mala inteligencia constante con Inglaterra y Francia, que eran las

principales naciones auxiliares de los insurrectos. Feli-

pe tal

que quiso casarse con Isabel de Inglaterra, con que se mantuviera fiel á la religión católica, no fué

11,

luego tan encarnizado enemigo suyo, sino porque ayudaba, más ó menos manifiestamente, á los herejes flamencos; y aun por eso envió contra Inglaterra su Invencible armada, de tan triste memoria, y otra menor,

pero igualmente desgraciada. Tal fué asimismo el prinmotivo de que con tanto calor abrazase el partido

cipal


BOSQUEJO HISTÓRICO

100

de María Stuardo, y de que prestara eficaz apoyo á ciertas conjuraciones de los señores escoceses, que tuvieron por objeto quitarle á su rival vida.

Tampoco tuvo

intervención de Felipe

de Médicis, por

la

hombres de

la

constante

felicitase á

matanza famosa de

de San Bartolomé, atento á que mil

la

en los negocios de Francia; y

II

no hay que maravillarse mucho de que talina

poder ó

el

diverso fundamento

ella evitó el

la

Ca-

noche

que doce

mejores de Francia, preparados

los

ios protestantes, invadiesen nuestras provincias

ya por

flamencas, según refiere Branthóme, y confiesan otros autores de

época,

la

nos declarase

y que

el

mismo rey Carlos IX

guerra. Por lo demás,

la

la

matanza de

San Bartolomé fué exclusivamente tramada por la reina madre de Francia y los grandes señores de aquella nación, bárbaramente enemigos del almirante de Coligny, abusando de la imbécil debilidad de Carlos IX, y

apoyándose en

el

fanatismo católico de

la

población

parisiense. Esto resulta con evidencia, entre otras partes,

en

no ha mucho publicado en francés por

el libro

Mr. de Croze, acerca de lipe II. Hasta talina

al

los

Guisas, los Valois y Femonarca á Ca-

escribirle este último

de Médicis que en aquella acción «había bien

mostrado

lo

que tenía en su cristiano pecho»,

clara-

mente dio á entender, que había sido secreta para él una resolución que le era tan úíi!, y de que tanto por eso mismo se

felicitaba.

de todo punto, en

el

No

fué,

en cambio, inocente

asesinato del príncipe de Orange,

su antiguo y rebelde subdito; porque siguiendo

tumbre

legal

puso como

la

cos-

de aquellos tiempos y los posteriores, su cabeza á precio. Sin duda que la in-

tal

tervención del duque de

Parma en aquel

trágico hecho,


CASA DE AUSTRIA

101

mismo que la muerte de Montigny, hermano del conde de Horns, y agente y cómplice de los señores flamencos, ejecutada secretamente en Simancas, fingienlo

do haber sido natural,

ni

más

ni

menos que

el asesi-

nato del Secretario Escovedo, cometido en Madrid más tarde, son justamente reprobados

hoy por

la

concien-

humana. Bien que sea notorio que no hubo príncipe en Europa, por aquel tiempo, de quien no se puedan referir casos iguales, no por eso hemos de pretender cia

excusarlos.

Mas no

seríamos tampoco imparciales

si

no dejásemos aquí consignado que Felipe II obró siempre de acuerdo con sus ministros, no haciendo en muchos casos sino permitir que ellos resolviesen por solos;

eso, tratándose á las veces de

y

hombres como

Alejandro Farnesio, que fueron honor de su siglo. Quizá no será importuno que recordemos también, con esta ocasión, lo que ya en otra sito del

hemos

derecho que se arrogaban á

de sentenciar á muerte

sin

forma de

la

dicho, á propó-

sazón los reyes

juicio á sus subdi-

asombro se aprende» decíamos en la exposición de las Ideas políticas de los españoles durante la casa de Austria, tratando de los procesos escandalosos de Antonio Pérez, «que ni un rey sincera»mente cristiano, sin duda alguna, ni hombres de la ma-

tos.

«No

sin

»yor calidad en

el

Estado,

ni siquiera los

de

iglesia, ó

»consultados antes ó llamados luego á examinar nueva-

»mente

la

causa de Escovedo, para acallar inquietudes

»justas de la real conciencia, sospecharon siquiera, á lo

»que parece, que estuviese fuera de »luta

de los monarcas

la

la

disposición

autoridad abso-

y sanción de un

»hecho semejante; y eso que era preciso suponer nada »menos sino que el rey podía abocar así en secreto,


BOSQUEJO HISTÓRICO

102

»y resumir en las soledades de su conciencia, toda ^jurisdicción de

un tribunal único, todas

»de un procedimiento legítimo, toda

>una sentencia imparcial, toda »la

la

la

las garantías

solemnidad de

la

santidad también de

cosa juzgada, y que había que emplear ó consentir, la pena los instrumen-

»por último, en la ejecución de

»tos é intrigas peculiares á los delincuentes »tos

y á los delicomunes». Años después, decía en verdad Saave-

dra Fajardo, que «el que hace

la justicia

á escondidas,

»más parece asesino que príncipe»; pero

la

práctica

pasó sin grave escándalo, tanto en el caso de Escove-

do como en

cuando

el

los anteriores.

Ni podía ser de otro modo,

mismo confesor de Felipe

Chaves, se atrevió á decirle á

II,

Fray Diego de

éste, en cierta carta im-

presa por Antonio Pérez en sus Relaciones, «que

el

»príncipe seglar, que tiene poder sobre la vida de sus

»súbditos

y

vasallos,

como se

la

puede quitar por justas

»causas y por juicios formados, lo puede hacer sin él, »teniendo testigos; pues la orden en lo demás y tela de »los juicios es nacida por sus leyes,

en

las cuales él

»mismo puede dispensar». Falta añadir que no era esta .doctrina propia de políticos españoles solamente, sino

que

la

misma se profesó en Francia y en toda Europa

por muchos, durante aquel siglo.

Y

á un prínipe de

tal

manera aconsejado hasta en el tribunal de la conciencia, por hombres á quienes cegaba la exageración del principio monárquico, ni más ni menos que la del de la soberanía popular cegó á fines del siglo último á los terroristas franceses, bien

pudo por

crúpulos condenar á muerte, por

que eran ó

creía dignos

de

tal

lo

mismo

sin es-

solo, á los subditos

pena,

de Orange, Montigny y Escovedo.

como

De

el

príncipe

aquí viene,


103

CASA DE AUSTRIA

hecho observado por Mr. Guizot, de que los actos más odiosos de este género los cumpliese Felipe II con una evidente seguridad de espíritu. Era él, en

pues,

el

suma, un fanático religioso y político, aunque profundamente sincero y hasta dotado de natural moderación;

y no es su mano

la

des, sino la negra

que se siente en

mano de

tales arbitrarieda-

su siglo: la triste práctica

que había engendrado como un anarquía feudal de la Edad Media, y que

del ideal monárquico,

progreso

la

estaban, á la sazón, vistiendo, con falsas galas científicas, los lógicos del Renacimiento, comenzando por

tomar ejemplos del régimen más tiránico que hasta aquí haya conocido la tierra: es, á saber, el de los Césares romanos.

Pero hemos hablado ya de Flandes y al paso de Mon tigny y de Escovedo; es hora de decir algo de ciertos sucesos, íntimamente relacionados con aquellas personas, que son de los

pe

II,

así

como

Hablemios de

la

los

más

siniestros del reinado

que más tocan á su vida

prisión

y muerte

del príncipe

de

Feli-

privada.

D. Carlos

por una parte, y por otra del proceso de Antonio Pérez, seguido de las alteraciones de Aragón y las graves consecuencias que produjeron. Mientras más de cerca se miran

las

relaciones del príncipe D. Carlos con Feli-

ha dicho Mr. Guizot con fundamento, mayor convicción se adquiere «de que no hubo por uno ni por :>otro lado crimen alguno, cometido ó proyectado; y que

pe

II,

sombría inquietud del padre, respecto á los senti»mientos y la conducta futura del hijo, en materias reli-

»la

>giosas, dan la verdadera explicación de todo.» Exac-

no dudar, estas palabras por lo que hasta aquí resulta sobre Felipe II. Pero en cuanto á D. Cartas son, á


BOSQUEJO HISTRICO

104

los bien

que sea

cierto

que

su inteligencia ni su ca-

ni

rácter le hacían á propósito para formales empresas,

no puede negarse que ostentó siempre una oposición sistemática, y, cos, culpable á

dado

el rigor

la política

trado Mr. Carlos de

de los principios monárqui-

de su padre. Así

Moüy

lo

ha demos-

recientemente, y lo ha con-

firmado luego Mr. Gachard, nada parcial, por cierto, del rey Felipe en este asunto.

Duda, á

verdad, este

la

último autor que conspirase D. Carlos con Montigny,

y

el

barón de Berghes, enviados en Madrid de los se-

ñores coligados ya en Flandes contra ñol, tratando cias,

el

gobierno espa-

de pasar secretamente á aquellas provin-

y apoderarse de

ellas,

en vida de su padre;

más

todos los historiadores españoles del tiempo, y con ellos

Mr. de Moüy, dan á esto crédito. Relata

el

propio Ga-

chard, en otra parte, extensamente, sus descabellados

proyectos de escaparse de

la

Península para

ir

á

Italia,

donde no podían llamarle ciertamente otros propósitos, que

los

mismos que, según parece, pretendía

llevar á

Flandes; es á saber, quitarle á su padre unas provincias que, por estar separadas del centro de

debían apetecer

la

la

monarquía,

independencia. La exactitud de lo

último confirma, á nuestro juicio, la de

lo

primero.

No

cabe dudar tampoco, que aborrecía mortalmente D. Carlos á su padre, sin

que se hallen otros fundamentos para

este aborrecimiento impío, que su ambición irreflexiva

ó vaga y su carácter, con todo prichoso, violento

y hasta

el

cruel.

mundo por

De

lo

igual ca-

que escribió

príncipe mismo, ya varias veces publicado,

el

al

doctor

Suarez de Toledo, hombre en quien él depositaba sus mayores confianzas, se deduce claramente, así que conspiró, en efecto, con Montigny, cuya secreta muer-


CASA DE AUSTRIA

105

de este modo muy explicable, como que á semejanza de su abuela Doña Juana la Loca, tenía el capricho á las veces de no cumplir sus deberes religiosos, sin que haya tampoco el menor motivo para pensar que le moviesen á ello opiniones heréticas. De otras de sus te seria

rarezas no hay que hablar aquí, por ser no nocidas, que inexplicables las más.

Y

menos

co-

es que,

lo cierto

contemplando serenamente los dichos ó hechos de aquel príncipe infortunado, parece imposible dejar de tenerle por

una de dos cosas: ó por malvado, ó por

loco; induciéndonos todo á preferir la suposición últi-

ma. Hállase realmente en toda esta Isabel,

madre de

algunos hasta el delirio,

cir

de

desde Doña

Reina Católica, hasta su cuarto nie-

D. Carlos, algo de singular que eleva á

to el príncipe

en

la

familia,

el

en

genio y hace caer á otros, cuando no la

Doña Juana

Nada hay ya que deLoca, primera nieta de Doña Isa-

extravagancia. la

prematuro y raro deseo de Carlos V de hacerse monje, así como de algunas de sus acciones en

bel,

y en

el

Yuste, sobre todo en ra cierta,

la

de

las

exequias en vida,

si

fue-

algo también se advierte que no es sano ni

natural. El propio Felipe

cie

II padeció siempre una espede hipocondría invencible, que solo aliviaba, algún

tanto, la continua lectura de papeles,

camente en cipe D.

la

soledad ó

el silencio.

y se calmaba úni-

En cuanto

odios y de sus arranques coléricos; lo vago y

minado de su proyectos en

al prín-

Carlos, lo completamente infundado de sus

políticos; el

lo

desca-

extraño desarreglo,

de su vida privada, antes y después de su prisión, dan á entender de sobra lo que sospechamos: es fin,

decir, que, por lo

menos, padecía pasajeros accesos de

demencia. En varias de las cartas que escribió sobre su


BOSQUEJO HIS TRICO

106

detención el padre, habla de defecto en el juicio de D. Carlos, y particularmente al emperador le dijo, que su determinación respecto á aquél no iba enderezada d castigo de culpa; explicándole, además, á la emperatriz, su hermana, la conducta del hijo «por su natural T>y

No

condición y la falta que en esto se entendía. »

pudo decir más tiempo, que

claro,

le tenia,

en

el

lenguaje

oficial

de aquel

no por criminal, sino por

seso.

¿Y se ha pensado

•en la

segunda mitad del

'bien lo

falto

que era carecer de

siglo xvi, el heredero

monarquía española? ¿Hánse todos hasta aquí

de él,

de

la

fijado

bastantemente sobre los amargos pensamientos, ó los cuidados acerbísimos, que debió esto causar á un hombre entregado con alma y vida, á fía

y

del

mundo en

la

gran

crisis

la

dirección de Espa-

de aquel siglo? El en-

cierro del príncipe acordado, á la postre, por el infeliz

padre, á quien desde niño tantos y tan hondos disgustos había traído, no es ya, en verdad, mirado

como

in-

justo por ningún célebre escritor de nuestro tiempo.

«Indudablemente, dice Mr. Gachard, tuvo graves moti-

»vos

el

monarca para privar de

la libertad

á su hijo,

»porque no podía permitir que este se pusiese en rebe^lión abierta contra

él,

y que con proyectos inconside-

»rados, cuando no facciosos, perturbase ó llevara la re»belión á las provincias de la monarquía; pero ¿no le

abastaba destruir estos proyectos, asegurándose de su » persona?

¿Era preciso que

le tratara

como

reo de Es-

y servidores, que le sometiendo á un espionaje

»tado, que le separara de amigos

^negara »

el

espacio y

el aire,

incesante, día y noche, sus acciones, sus palabras

>hasta sus pensamientos? ¿Debía reducirle, en

fin,

y

á la

^desesperación, precipitándole á atentar contra sus días


CASA DE AUSTRL\

Í07

>por cuantos medios quedaban á su alcance?

^solamente

el

hierro, el

veneno ó

el

No matan

garrote: los tor-

>mentos morales son un suplicio también, y difícilmen»te podrá justificarse ante la posteridad á Felipe II de

que hizo padecer á su

»los

Y

hijo.»

he aquí

lo

puede, hasta ahora, censurarse realmente, de

más que la

con-

ducta de Felipe en aquel asunto. Porque tocante á que

D. Carlos, fué inmediatamente víctima de su propio y voluntario desarreglo en la comida, la bebida y el sueño, ya entregándose á las tres cosas con exceso, ya absteniéndose de ellas de propósito, por muchos días seguidos, y del abandono de todo género de cuidados higiénicos, pocos son los que

manlo, por

contrario, de

el

dudan

consuno

al

presente. Afír-

los

despachos de

todos los historiadores españoles contemporáneos, sin

haber documento formal que

lo

contradiga.

No ha

des-

aparecido, con todo eso, la sospecha de que acabase

vida

el

príncipe, en

dre.

Y

es que

la

un suplicio,

la

condenado por su pa-

circunstancia de haberse ejecutado por

orden de éste otras muertes secretas, hasta largo tiem-

po después juzgadas naturales,

el

misterio con que ha-

blan varios historiadores españoles, y Cabrera entre ellos,

como

de un suceso singularísimo siempre y escandaloso, el de la prisión de D. Carlos, dadas las ideas mo-

nárquicas de

la

época, las reticencias de Antonio Pérez,

que bien pueden referirse solamente á

embargo, tes

las

la prisión, sin

acusaciones interesadas de los protestan-

y contemporáneos, principalmente, del príncipe de

Orange en su famosa Apología, la relación novelesca del Abate de San Real, copiada, traducida, esparcida por todas partes, cual

que entre

si

se tratara de obras diversas,

confirmaran un propio suceso,

la antipatía


BOSQUEJO HISTÓRICO

108

profunda, en

moderno

fin,

el ideal

tiempo á que vertirle

la

que, no sin razón, inspira social de Felipe

opinión de

al

mundo

conspiran á un

II,

muchos se empeñe en con-

en parricida, luchando brazo á brazo con los re-

sultados que ofrece

el

estudio de los numerosos docu-

mentos contemporáneos. Entre tanto Mr. de Moüy, y Mr. Gachard juzgan ya, por su parte, completamente esclarecido

el

asunto, absolviendo de

la

nota de parri-

y aunque no hayan faltado habilidad ni erudición, á un moderno escritor español, para mantecida á Felipe

ner todavía

II;

la

versión opuesta, no son

las anteriores sus

más

eficaces que

pruebas. La opinión del autor de este

trabajo es, en el ínterin,

ya que no puede excusarse de que la falsa idea que Feli-

darla en tan grave asunto,

pe

II

tal

y como

tenía de sus deberes temporales

Sessa, en

la el

expuso

el

mismo al

espirituales, era

fuego para su propio

hallase en culpa semejante;

tratándose de salvar ó perder

empeño

y

herético D. Carlos de

auto de fe de Valladolid, diciéndole, que

no titubearía en llevar leña si le

al

la

hijo,

y que, por lo mismo, causa, que con tamaño

defendía, era capaz de condenar, en efecto, á

muerte á D. Carlos, á haberle juzgado verdadero reo

de to,

traición ó herejía.

que

el

Otro se maravillaría más, por tan-

autor de este libro, de que algún día se en-

contrase un documento, por donde resultara ser esa

verdad realmente; pero no

lo

espera.

Y

la

los datos hasta

aquí reunidos, que parece imposible que ya se aumenten, ral

no permiten creer sino que

falleció

de muerte natu-

D. Carlos, bien que provocada por sus ordinarios

excesos y otros más dañosos á que se entregó despechado, durante su breve encierro. Aquel pobre príncipe, que no estaba probablemente en su cabal juicio an-


CASA DE AUSTRIA tes,

109

con eso, cual suele acontecer, acabó de perderlo.

De que

no fué protestante,

ni

por principios adversario

del catolicismo, dieron, por otra parte, suficiente prue-

momentos,

ba, sus últimos tes.

decir de todos, edifican-

Detestó á veces, indeliberadamente, á los clérigos,

como la

al

detestaba, sin razón, á su propio padre, á su tía

princesa gobernadora

Doña Juana y

al

duque de el mun-

Alba; y según parece, en ciertos ratos á todo

do. Semejante rey para la monarquía española hubiera

sido su inmediata ruina, y Dios sabe que otro aspecto

habría ofrecido

respectiva historia del catolicismo y del protestantismo á haber reinado. Si fué suspicaz el la

padre durante

el

cer, á la par,

que como

encierro de su hijo, justo es reconoél

hubiera llegado en aquella

sazón á escapársele, pasando á

Italia

ó Flandes, habría

causado perjuicios irremediables. La muerte de D. Carios,

en

tal

estado, y cuando tantos peligros traía su

vida, libró, pues, sin duda, de un gran peso á Felipe

11;

pero de esto solo no es lógico deducir, que procurase ó celebrase su muerte.

Difícil sería,

por

el

contrario,

demostrar que, desde Francia, tuviera algún interés

Antonio Pérez en decirle á Mr. Zumet, en sus segundas cartas,

quinta de

«lloró tres días por su hijo,

no siendo

cierto.

la

centésima

que aquel monarca

con ser su perseguidor;

Precisamente

la

>-

dicha carta trataba

del fallecimiento de su propia hija Gregoria, á la cual

suponía Pérez víctima de las persecuciones del rey contra su familia;

y era mala ocasión, ciertamente, para

mentir en provecho de este último. Por las líneas

lo demás, en de Mr. Gachard, copiadas antes, parece como

que rinde

el ilustre

historiador algún tributo,

general de que Felipe

II

al

deseo

no resulte del todo inocente en


BOSQUEJO HISTÓRICO

lio el asunto.

De

tenerle en completa seguridad no podía

menos de provenir tormentos morales para cualquiera, y más para una persona de cerebro tan exaltado como el príncipe: pero eso era irremediable. Lo malo que hubo aquí, cual siempre, en Felipe II, fué además de su frialdad

más

de alma, cierta inclinación á mostrarse todavía

firme y duro que era, con

peto y hasta

y que

él

de mantener

el fin

el res-

espanto que llegó á inspirar su persona,

el

consideraba indispensable para su autoridad.

Negarse tenazmente á ver á su cuando más, y las luego,

sin

que

hijo, sino

advirtiese,

él lo

de modo que únicamente

to su confidente ter singular

Antonio Pérez, era

y

de

lejos,

llorarle á so-

lo

supiera de cier-

lo

propio del carác-

de aquel monarca. El embajador francés

Forquevaulx, que,

al referir la

muerte de

la reina Isa-

buen marido, notó, sin tiernísimas palabras con que se des-

bel á su corte, le calificaba de

embargo, que á pedía de

las

joven princesa, respondió siempre con

él la

fría constancia,

como

si

creyese que no estaba su

fin

tan

cerca. Otro tanto es sabido que afectaba creer respecto del fin de su hijo.

entero consagrado ba, hasta que

Y

es que aquel grande espíritu, por

al

poder y á

más no

manos; y aun no se rendía á tad manifiesta.

la

dominación, rehusa-

podía, rendirse á los afectos huellos sino contra su volun-

Su disimulo era

la

clave de un sistema

completo de conducta.

No milia

fueron los de Carlos los únicos disgustos de fa-

que tuvo Felipe

II.

Juan de Austria, según

Era su hermano natural don

le

pintó en 1572

el

veneciano

Antonio Tiépolo, hombre de temperamento colérico y sanguíneo, vivo, valiente y deseoso de gloria, habien-

do favorecido mucho, por

lo

que

el

mismo embajador


CASA DE AUSTRIA dice, la formación de la Liga,

llí

que dio en

fruto la bata-

de mejorar de estado, hallándose muy mal contento del que en España alcanzaba. Tiépalo suponía que aquel gran triunfo fué exclusivamente lla naval, con el fin

debido á lado,

industria

la

y de otro á

la

y valor de

los

venecianos de un

resolución del joven y exforzado

bastardo de Carlos V, cuyos laureles inútilmente querían traspasar á otro los

romanos. Felipe

II,

que

dijo al

saber las nuevas del gran suceso, con su frialdad ordinaria, aquella frase célebre

de

mucho ha aventurado

D. Juan, aunque no compartiera

ardor de éste, ni

el

mirase con gusto su creciente ambición, no dejó nunca de proporcionarle ocasiones en que adquirir nuevas glo-

miraba con amor, y de que no eran sus recelos, en los principios al menos, muy graves. Cuando debieron estos despertarse en su ánimo rias:

fué

prueba de que

al

le

verle pretender con insistencia, que para

él

se

fundase un reino cristiano en Túnez, que el año 1575 ganó sin resistencia; proyecto entonces quimérico, pero grande, y que, á no haber estado ocupada España en la lucha con los protestantes, pudiera quizá emprenderse con probabilidad, y no escaso provecho de la civilización

en África. Sordo Felipe

II

á tales deseos,

desde luego, y perdidas, poco después, Túnez y la fortaleza de la Goleta que la defendía, aspiró D. Juan, sucesivamente, á los tronos de Francia y de Inglaterra, mientras tuvo á su cargo

el

gobierno deFlandes. Acre-

centáronse ya con esto bastante príncipe

tal

como Felipe

II

tenía,

los recelos

que á un

necesariamente, que

inspirarle la ambición generosa, pero impaciente

hermano; más no hizo,

sin

embargo, contra

él

de su

demos-

tración alguna, ni le quitó de las manos, cual pudiera..


BOSQUEJO HISTÓRICO

112

los

medios de alimentar sus temerarias aspiraciones.

Contentóse con cerrar á

ellas las puertas

mente que nunca, por su vas, hasta

el título

más

estrecha-

parte, negándole, con evasi-

de infante de España, que

el glorio-

so bastardo pretendía por sus hechos. Comenzó,

al

pro-

pio tiempo á vigilarle secretamente, llegando á sospechar, al cabo, que su secretario, Juan de Escovedo,

le

estimulaba á poner por obra alguno de sus ambiciosos

pensamientos. Sugirióle, principalmente, esta idea, esforzándola de día en Pérez, por cuya

día,

mano pasaban,

cios de Flandes: hombre, to

Badoero, discretísimo,

ber, de

su famoso ministro Antonio

al

á

la

sazón, los nego-

decir del embajador Alber-

gentil,

de mucha crianza y sa-

maneras muy dulces, con que templaba

gustos que

la

sequedad

los dis-

del rey ocasionaba, macilento

y

de poca salud, de vida desordenada y aficionado con exceso á todo género de comodidades y placeres. Discípulo y criatura de

moso

ministro

gran

político,

que su

estilo,

Ruy Gómez de

más de

Silva, tuvo este fa-

y cortesano que no de siendo su carácter no menos obscuro intrigante

mezcla singular de frivolidad y sabiduría,

de arrogancia y flaqueza. Este sujeto, que tanto ha dado que hablar

al

mundo,

y,

que tan traidor fué,

patria, llegó á representarle

lipe la

al fin,

como indispensable

muerte del secretario de D. Juan, que, con

ta comisión

á su

á Fecier-

de su señor, se hallaba en Madrid por en-

tonces, y, después de sus acostumbradas vacilaciones, autorizóle

el

soberano,

tar de cualquier

al fin,

para que

la

hiciese ejecu-

modo. Fué, pues, en virtud de esto y no

sin varias tentativas inútiles

y odiosísimas, asesinado Escovedo junto al muro de la derruida iglesia de Santa María de la Almudcna, en Madrid, pasando por vengan-


CASA DE AUSTRIA •za particular

en

113

Murió, pocos meses des-

la apariencia.

pués que su secretario, D. Juan de Austria, corriendo

mes de Octubre de 1578, y en su campo cerca de Namur á la edad florida de 33 años. La pérdida de la sa-

el

lud

la

debió en gran parte á su propia ambición y tem-

pranos trabajos, agobiándole, sobre todo, en sus últimos días, la peligrosa situación

de

las

rebeladas provincias

de Flandes, que en vano procuraba reducir á

la

obe-

diencia por la política ó por las armas, y algo debió

también de contribuir

frialdad estudiada con

la

que

le

trataba su hermano. Pero no hay hasta aquí otros moti-

vos á que achacar con fundamento su muerte,

más que

cesitan

plicarla.

Mas

ni

se ne-

estos, ó su sola enfermedad, para ex-

ambicioso que tierno ó sensible, más es-

forzado que prudente, pero brillante y grande en todo, fué, á no dudarlo, D. Juan de Austria, después de su pa-

más simpático de

dre, el

No

tardaron, en tanto,

que Antonio Pérez cediese

la

los príncipes austro-españoles.

los

muchos y

altos

enemigos,

en sospechar que de

tenía,

misteriosa muerte de Escovedo.

él

pro-

Fué todo

.uno sospechar esto y atribuirlo, no á razones políticas,

sino

al

deseo de quitar de enmedio á aquel hombre sa-

gaz, porque no revelase bierto,

con

ya

la

el

secreto que había descu-

de estar en amorosas relaciones viuda de Eboli,

citada.

Llegó

al

el

dicho Pérez

Doña Ana Mendoza de

la

Cerda,

cabo á noticia del rey este rumor

con pruebas bastantes para darle crédito: juzgóse en-

gañado y aparentemente lo estaba en los dos primeros conceptos, como amante, amigo y juez; y, lleno de oculta

ira,

mandó prender con pretextos

Julio de 1579 á

la

frivolos, por

princesa y á Pérez. Contentóse, en

suma, con humillar á

la

primera, teniéndola guardada 8


BOSQUEJO HISTÓRICO

114

en Pinto hasta 1581, que la permitió retirarse á su villa de Pastrana; pero, en cuanto á Antonio Pérez, después de tenerle preso cinco años, sin causa aparente, permitió

que comenzara á formársele un proceso de cohecho

y más riguroso todavía, para averiguar el motivo cierto de la muerte de Escovedo. Nada hay que decir respecto á la justicia con que pudo y debió Feliy

otro luego

pe

procurar

II

esclarecimiento de este último asunto;

el

y aun es digno de elogio que se prestase para eso á hacer pública su participación en

ordenándole á Pé-

él,

rez que puntualmente refiriese cuanto había pasado, con

todos los antecedentes de

la

secreta sentencia ejecuta-

da. Si fué tratado el antiguo ministro,

como

el

desde

el

principio,

odio trata siempre á los ministros caídos, suje-

tándole, entre otras cosas ó durísimo tormento, no pue-

de decirse que tuviese jarle

el

rey más parte en ello que de-

largo de la persecución mostró bien, en

rencor que la

Y

lo

el ínterin,

el

á merced de sus émulos; pero era bastante.

el

rey

le tenía,

dando á sospechar de sobra,

pasión particular que en aquel caso

más que Ranke

le

estimulaba. Por

pusiera en duda su amor á

la

princesa,

no parece hoy posible negar que á esto se refiriesen los occulti rispetti, por los cuales dice

que

le

tomó odio

diplomáticos, y

el rey:

Tomás

Contarini

confirmándolo, además, otros

muy expresamente

el

francés Branthó-

y que precisamente se hallaba en Madrid cuando ocurrió el rompimiento. Ni hay por qué negar crédito á este capricho

me, antes favorable que adverso á Felipe

amoroso, sabiéndose ya lipe

II

lo

que sobre

II,

la afición

de Fe-

á las mujeres escribieron los embajadores vene-

cianos, Federico Badoero, Paulo Tiépolo zo, todos los cuales, de

y Juan Soran-

común acuerdo, afirman que


CASA DE AUSTRIA

115

"

fué desordenadísimo de costumbres en este punto. El

mismo Antonio Pérez hace, por

otra parte, frecuentes

alusiones á ello en sus Relaciones y Cartas que serían

inofensivas á no tratarse de cosa universalmente sabida

entonces;

si

bien lo que da á entender es, que

recibió sino repulsas de la princesa,

tuvo celos fué, de que

la

el

y que de

entereza que con

él

rey no

que

lo

mostraba,

no se extendiese también á su ministro. Era, entretan-

voz común que, de tercero, había pasado á

to la

cipal el ministro,

prin-

con perjuicio de su señor. Quizá

las

pruebas ciertas de esto se hallarían entre aquellos pa-

que D. Rodrigo Calderón estuvo encargado de recoger en Francia de manos del grande amigo de peles,

Pérez, Gil de Mesa, y que los consejeros de Felipe III calificaron en el proceso de Calderón de indecentes al

ejemplo de su gran prudencia y real grandeza, según ha consignado el autor de este libro en otra parte.

Que Pérez fuese ingrato y traidor ya al rey, parece, muy probable; pero no por eso era menos inno-

pues, ble,

dada

Felipe al fin

II.

la

índole del motivo, la saña implacable de

Meditaba, mientras se

Pérez, por dicha suya,

el

le

perseguía, y halló

medio de escaparse de

sus prisiones, dando con esto ocasión inesperada y extraña á las alteraciones de Aragón, que el marqués de Pidal,

con mucha mayor copia de datos que Argensola

ó Céspedes, ha historiado en nuestros días.

sados, cuando huyó Pérez,

desde su prisión, durante

muy

Ya eran

pa-

cerca de once años,

los cuales

pudo

mil

veces ha-

cerle morir secretamente Felipe

II y no lo hizo: prueba segura de que, para ejecuciones como la de Montigny,

necesitaba, con sus ideas y todo,

motivos.

No

le

hubiera sido

difícil

muy

excepcionales

tampoco hacerle con-


BOSQUEJO HISTÓRICO

116

denar á muerte, con todas las formas jurídicas, en aquel largo plazo de tiempo, ni

más

menos que se

ni

denó después de su fuga; porque le

detestaban más que

los jueces

todavía.

él

de

le

la

con-

causa

Lo que con su fuga

pasó en seguida en Aragón, y los disgustos que le ocasionó luego, desde Francia, demuestran, por otra parte,

que jamás había tenido Felipe II un preso más peligroso en sus cárceles, y esto mejor que nadie lo sabría él mismo. La razón de Estado, por tanto, tiempo se entendía, de cierto se lugar á

la

secretos de

le

tal

como en aquel

aconsejaba que no die-

fuga de Pérez, poseedor de los mayores

la

monarquía, una vez que con su lealtad

no podía ya contar. Felipe

II,

sin

embargo, aunque lleno

de rencor contra Pérez, no olvidó, sin duda, mientras le

tuvo en Madrid preso,

nal en la causa; jar á

'o

mucho que había de perso-

y su natural justificación

un lado, por entonces, los

terribles

movió á deconsejos de la le

razón de Estado. Posible es que lamentara más tarde tales escrúpulos al verle llegar á

Calatayud

libre

y

sal-

vo, y tomar sagrado en un convento, de donde no se le

pudo sacar ya por

los agentes reales, sino para en-

tregarle inmediatamente á la corte del Justicia de Ara-

gón, con arreglo

al

famoso privilegio de manifestación

de los aragoneses, y ser conducido á la cárcel foral de Zaragoza. Para un rey que, por medio de un alguacil, había podido prender con ligerísima causa á todo un du-

que de Alba, en

y en

el

los setenta

colmo de su

y cuatro años de su edad

gloria, la afortunada desobediencia

de Antonio Pérez y el amparo que hallaba en los fueros de Aragón, debieron ser motivos de singular despecho;

y éste le aconsejó que cediese á la opinión de algunos de sus consejeros, fiando la venganza, para hacerla


CASA DE AUSTRIA

más

segura,

que para

al

117

Santo Oficio. Fué

el

primer pretexto

ello sugirieron los tales á Felipe

II,

que Pérez

trataba de escaparse desde Zaragoza á Francia,

donde había herejes. Algunas palabras equívocas de aquél acabaron de preparar la causa de fé; y el Consejo de la suprema Inquisición ordenó, por fin, á la de Zaragoza llamar á

persona del reo, en virtud de sus

sí la

privile-

gios á todos superiores, poniéndole en sus cárceles secretas.

era ya

la

Nótese aquí, de una parte, hasta qué punto Inquisición un instrumento político; y de otra, con que procedía Felipe

la cautela

II

cuanto á los fue-

ros ó libertades antiguas de sus subditos, no atrevién-

dose á atacarlas á nombre de su potestad textando

el

gran interés religioso que

el

real, sino pre-

Santo Oficio

representaba. El vulgo de Aragón, que por

fuese este reino

el

más que

primero que hubiera conocido

quisición en España, era

el

menos

la In-

afecto de los de la

Península á aquel tribunal, pensaba, generalmente, que nadie, ni los inquisidores mismos, podían sobreponer

su jurisdicción á

la del

Justicia, y aunque éste se pres-

tase á entregar á Pérez, y

lo entregó con efecto, los zaragozanos se alteraron, sacaron violentamente por sí mismos á Pérez de las cárceles de la Inquisición y lo

devolvieron á

la

de los mam'fes fados. En vano los

le-

trados del reino declararon que no había contrafuero en

entregar á Pérez á la Inquisición; en vano los inquisidores de Zaragoza pidieron los presos y la Corte de' justicia acordó entregárselos de nuevo. Al ir á verificarse

la

entrega, alzáronse otra vez en tumulto los za-

ragozanos, arrollaron les pusieron

timo punto

las tropas

y

en libertad á Pérez.

la irritación

de

la

las

Con

autoridades reaesto llegó

al úl-

Junta de Estado, creada


BOSQUEJO HISTÓRICO

118

ya en Madrid para entender en este asunto, y en

la

más graves. Inclinábase el Cortes de Aragón y buscar todavía re-

cual figuraban los ministros

rey á reunir las

medios pacíficos para aquietar á la mayoría de la Junta se mostró

pero

los sublevados;

inflexible. Y, confor-

mándose con su opinión, dispuso aquél, al cabo, que entrase en Aragón el ejército formado, en tanto, en Castilla, al mando de D. Alonso de Vargas, so pretexto de defender la frontera

de Francia. Todo cambió de

aspecto en Aragón entonces: una gran junta de

letra-

dos, reunida por los diputados forales, opinó que era ilegal

no;

resistirse la entrada del ejército castella-

y debía

el tribunal

convocaron

del Justicia declaró el contrafuero

las fuerzas

de

las universidades

y se

y señores,

mayor parte se negaron á prestarlas, para formar un ejército. Era Justicia de Aragón D. Juan de Lanuza, en cuya casa hacía más de ciento cincuenta que en

la

años que estaba aquel importante oficio: joven de escasos veintisiete años de edad, de buena condición, pero débil é inexperto en demasía. Ni

goza

al

supo

resistir

en Zara-

vulgo acalorado por Antonio Pérez y el turbuni pudo lograr que los ara-

lento D. Diego de Heredia,

goneses, en general, hiciesen suya ragozanos;

ni

la

causa de los za-

mostró aliento para afrontar, con

ba insubordinada que mandaba, cando gloriosa muerte en el campo,

la tur-

el ejército real bus-

cia, al

cia,

ni

tuvo

la

pruden-

menos, que Antonio Pérez para escapar á Fran-

antes que D. Alonso de Vargas entrase en Zarago-

za sin resistencia. Lo que hizo fué abandonar en Utebo á los sublevados, huyendo á Epila para volver de á Zaragoza.

De

allí

esta suerte se entregó indefenso á la

cólera de la Junta de Estado de Madrid, que instaba


U9

CASA DE AUSTRIA

vivamente

al

rey para que escarmentase con grandes

castigos á los que le desobedecieron: ni

más

ni

menos

que habían aconsejado los mismos ú otros ministros que se hiciese cuando comenzó la rebelión de Flandes. Felipe

según su inclinación constante, acabó por

II,

di-

sus mayores golpes contra los más altos y nobles de sus vasallos desobedientes; y envió á D. Alonso de Vargas una orden concebida en los terribles términos rigir

que siguen: «en recibiendo ésta, prenderéis á D. Juan »de Lanuza, Justicia mayor de Aragón, y tan presto »sepa yo de su muerte como de su prisión.» suerte había tratado á los condes de

No de

otra

Egmont y de Horns,

aunque dejara observar, respecto de

ellos,

mayores

formalidades jurídicas. Murió, pues, á manos del ver-

dugo, Juan de Lanuza, más desgraciado que grande ciertamente; causando

tal

tristeza su castigo,

según

re-

par con otros autores Martín de Salas de Vi-

fiere á la

llamar, soldado del ejército de Vargas,

y testigo pre-

sencial en todo:

Que ninguno Para

el

del reino

mueve

entierro y fama de

Todo era

llanto,

él

el

paso

notoria;

que cada uno laso

Estaba de tristeza transitoria; Poniendo

luto á puertas

y ventanas

Por no ver su cabeza ya con canas

(1)

De

la

jornada

}'

(1).

entrada en Zaragoza con el ejército

del rey nuestro señor, en el cual se trata la causa y efectos de ella, con el ejemplar castigo de los inventores de las rebe-

malvadas herejías de Antonio Pérez, etcétera. Compuesta en octava rima por Martín de Salas de Villamar, criado del rey nuestro señor en las sus guardas de

liones de ella y

Castilla, dirigida á su capitán

Castañeda.

— Manuscrito

el

marqués de Aguilar y conde

puntual y curiosísimo, que trata de


BOSQUEJO HISTÓRICO

120

De

lo

marón

grande del sentimiento y de

la

lo

mucho que

atención estas alteraciones en todo

dedújose erradamente, y ha sido voz ahora, que Felipe

muy

el

lla^

reino,

general hasta

privó con esta ocasión de todos sus

II

La verdad es, que los redujo y modificó bastante, según Mignet observa; mas no por eso es inexacto lo que el marqués de Pidal escribiera fueros á los aragoneses.

de que,

si

«reformó estos fueros, fué por medios y

trá-

»mites legales en ellos establecidos; es decir, por me»dio de las Cortes legalmente convocadas;

y que des-

»pués de esta reforma, Aragón quedó con

lo

esencial

>de ellos intacto; quedó un reino aparte con su organi-

demás de

»zación diferente de los »

si

monarquía y con

la

sus leyes especiales.» Puede, en verdad, disputarse era esencial ó no bastante parte de

pero en

el

fondo

lo

que dice

el

moderno

lo

reformado;

historiador es-

pañol es cierto. Ni era propio del espíritu conservador

de Felipe

II

cabo

llevar á

golpe. Por eso

las obras

de demolición de un

mismo durante su reinado se reunieron

con tanta frecuencia

las

Cortes de Castilla, prefiriendo,

á prescindir de su concurso, ganar con dádivas y amonestaciones

la

voluntad de los procuradores, para que-

se rindiesen á sus deseos, y llevando con

mucha pa-

ciencia las repulsas que recibía de aquellos cuerpos,,

impotentes ya, porque les faltaban fianza de los pueblos;

el

mas no mudos

apoyo y

la

con-

todavía.

La

ver-^

dad era que aquellas Asambleas políticas en ninguno de los reinos de

la

Península podían

influir

mucho

corr

estos sucesos y otros de los últimos años del reinado de Felipe II,. y poseía en su escogida biblioteca el señor duque de Frías. (Nota del autor.)


CASA DE AUSTRIA las escasas facultades

121

que alcanzaban en

negocios

los

generales del Estado. Lo ordinario era llamarlas solo á

conceder ó negar recursos, cuando

el

gobierno estaba

ya empeñado en las empresas para las cuales se requerían; y lo más que lograban con su oposición, era que se llevasen á cabo mal ó á deshora. Esto, por lo que toca á sus facultades económicas, que en cuanto á pedir reformas en las leyes,

como estaban

la

de

tan domina-

das ó más que los ministros reales por los errores de época, pocas veces proponían cosas

Lo

útiles

y

la

prácticas.

único, pues, para que servían las libertades que en

aquel reinado quedaban, era para prestar fuerza con su

aquiescencia á ciertas leyes graves, para conceder servicios extraordinarios, harto

más copiosos siempre que

en Aragón en Castilla, ó para describir y lamentar los males públicos, sobre todo la pobreza y descaecimiento

que cada vez más iba sintiéndose en toda España. Las alteraciones de Aragón aumentaron, en el ínte-

rin, la

preocupación constante que ocasionó á Felipe

en sus últimos años

estado de las cosas de Francia.

unas veces y contrariados otras por la católicos franceses, habían acabado por darse

Auxiliados corte los

el

II

allí

una organización independiente, que se llamó bajo los auspicios de Felipe

cobo Clemente Enrique

III,

II.

la

Liga^

Muerto á manos de Ja-

que, aun después de lama-

tanza de San Bartolomé, no dejó de entenderse con los calvinistas

Felipe

II

y de causar recelos á

poner aquella corona en

los católicos, intentó las sienes

de su hija

querida Isabel Clara Eugenia, y cuando esto no fuera posible, impedir de todos

modos que

la

alcanzase

pretendiente Enrique de Borbón, príncipe de Bearne titulado rey

de Navarra, que profesaba

la religión

el

y

pro-


BOSQUEJO HISTÓRICO

122

testante. •ejército

Dos

veces, con este

fin,

hizo Felipe

II

el

Estados para socorrer á los católicos franceses.

llos

Gracias á

las

grandes cualidades militares del duque de

Parma, Alejandro Farnesio, que mandaba á tros, París

tantes; pero Felipe al fin

II

manos de

los protes-

no pudo impedir, con todo eso,

se sentase Enrique IV en el trono francés,

bien le forzó á hacerse antes católico.

nado

los nues-

primero y luego Rouen, fueron fácilmente

socorridas y libertadas de caer en

que

que

español de Flandes dejase desamparados aque-

del cetro el

No

si

bien posesio-

nuevo monarca francés, comenzó á

procurar su venganza, molestando á Felipe

en Flan-

II

des, en Aragón y en todas partes. Ni tardó

mucho en

declararle, corriendo el año de 1595, abierta

y formalmente la guerra. Pero á pesar de haber obtenido España en ella no pequeñas ventajas ganando la gran batalla de Doullens el conde de Fuentes, D. Pedro Enriquez de Guzmán, y adquiriendo algunas plazas, se apresuró Felipe II á consentir en la paz poco ventajosa de Vervins en 1598, por sentir ya cercana su muerte y no querer dejar á su joven heredero

le

empeñado en una lucha

y tan poderoso adversario. Y, con efecto, no engañaban sus tristes previsiones en este punto. El

contra

tal

día 13 de Septiembre de

anunciaron,

al fin,

las

aquel

campanas

mismo año de 1598, del Escorial á los le-

ñadores y humildes pastores del contorno, que en

la

obscuridad y desnudez de una de sus celdas de granito acababa de morir Felipe II. Y el eco de aquellos ta-

comunicándose de gente en gente, hizo que sucesivamente fueran levantándose túmulos funerales,

fíidcs,

aunque no tan grandes todos como

el

de Sevilla, que

celebró Cervantes, por los antiguos reinos de

la

Penín-


CASA DE AUSTRIA sula española, en

el

123

Rosellón, Ñapóles, Sicilia, Milán,

Cerdeña, Países Bajos,

el

Franco Condado,

las islas

Baleares, Canarias y Terceras, en las plazas propias ó tributarias de la costa septentrional

de África, en Méji-

Nueva Granada, Chile y

co, el Perú, el Brasil,

las pro-

Paraguay y de la Plata, en Guinea, Angola, Bengala y Mozambique, donde tenían grandes establemientos los portugueses, en los reinos de Ormuz, de vincias del

Goa y de Cambaya, cao y Ceylán, tillas,

las

la

costa de Malabar, Malaca,

Molucas,

las Filipinas

Ma-

y todas las An-

ijamás en tantos y tan diversos países se habían

alzado preces ó vestido lutos por ningún hombre en

Con

Historia!

ces

el

harta razón exclamaba, pues, por enton-

poeta Balbuena, uno de los mejores del Mas, ¿quién

En

la

siglo:

será, invencible, patria mía,

cien años, cien siglos, cien edades,

Bastante á ver

lo

que de

podría?

Ya, y por primera vez desde el tiempo de los godos, formaba toda la Península entonces una sola nación, de

Lisboa á Valencia, de Perpiñán á Gibraltar. Ganáronse

también y se poblaron de españoles ó descendientes de estos, nuevos y grandes territorios en América, conti-

nuándose el

la

obra de Hernán-Cortés y los Pizarros, hasta la mejor parte de aquel

punto de quedar sometida

gran continente lipe

II

al

dominio español. Del reinado de Fe-

también procede

Filipinas,

la

reunión á España de las islas

que ofrecen tantas esperanzas á nuestra pros-

peridad todavía

(1).

Mantúvose^ además,

la

gloria de

Afortunadamente para el gran patriotismo del autor, su (1) muerte traidora, principio y base de pérdida tan considerable en todo el emporio, aun de nuestras colonias, al declinar el siglo xix,


BOSQUEJO HISTÓRICO

l24

nuestras armas á la altura misma en que tanto por

mar como por

tierra

con

la

dejó Carlos V,

las insignes victorias

de San Quintín y de Lepanto, y con aquella continua esmás que en parte alguna brilla-

cuela de Flandes, donde

ron por aquel tiempo nuestras armas. Llegó, por último,

en

la referida

época

mejores frutos

la

lengua castellana á producir sus adquiriendo toda su

literarios,

flexibili-

dad y riqueza, cual ya dijo Capmany, ó completándose, como D. Agustín Duran ha añadido después, «el amal-

»gama y fusión de

las partes

heterogéneas que consti-

»tuyen todo su mérito y originalidad.» Si Carlos bía conocido y llorado á Garcilaso

II,

ha-

y disfrutado en su

tiempo á Antonio de Guevara, Florian de

de Avila, tuvo Felipe

V

Ocampo y Juan

por su parte, un Fernando de

Herrera que cantase las glorias de su hermano D. Juan

y

la

batalla naval; un fray Luis de León que compu-

siese

el

epitafio de su desdichado hijo D. Carlos;

un

Hurtado de Mendoza, un fray Luis de Granada, una Santa Teresa, un Mariana, en

fin,

y un Cervantes, para ó Crónicas de Es-

recopilar, el primero, las Historias

paña y

hasta

allí

escritas con noble

ser maestro eterno,

el

y sentencioso

segundo, de

na. Dijo, pues, con acierto D.

la

estilo,

prosa castella-

Manuel Cañete en un no-

table discurso académico, que «durante el glorioso rei-

»nado de Felipe

II,

tres cosas subieron en nuestro país

»al

colmo de esplendor:

»la

monarquía y

le

la

la

unidad de

la fe, la

unidad de

unidad del idioma.» Y, sin embargo,

impidió ver la vergüenza de nuestros últimos desmembra-

mientos territoriales. ¡Fué preciso que Cánovas del Castillo (Nota del sucumbiera, para llevar á efecto tales despojos.

editor.)


125

CASA DE AUSTRIA

con ser verdad esto y haber hecho aquel rey de la monarquía española la mayor que hayan conocido los humanos, comenzó precisamente nuestra decadencia

No

punto mismo que sobrevino su muerte.

al

ser admirado Felipe

II

casi

dejó de

de los españoles, sobre todo des-

pués de muerto, porque mejor que nadie representaba su propio ideal religioso y político; pero no fué querido de

ellos,

afirma.

según

como Burke erradamente y como con sorpresa

De

los

grandes era, por

el contrario,

aborrecido,

veneciano Segismundo Cavalli; y los servían, como el duque de Alba, que con-

refiere el

mismos que

le

quistó luego á Portugal, deploraban poco antes que pu-

dieran llegar á estar juntos

ambos

reinos por ser eso pri-

varse de un lugar seguro y próximo á donde escapar en caso necesario de su despotismo. Del clero, nunca tan

duramente dominado por

el

poder temporal, no fué que-

rido tampoco personalmente, por

sentido general de su política. llano,

más que aprobase

Y por lo que toca

al

el

estado

oprimido cual nunca de nuevos tributos, disminui-

do y arruinado, pasó en continuo lamento todo su reinado, según consta por cien documentos auténticos. No hay que confundir, no, el respeto profundo, y hasta el miedo que le tuvieron sus propios subditos, ni tampoco la

admiración de los de su hijo y nieto, con

to del amor,

pe

II,

sentimien-

que no podía inspirar con su carácter

Feli-

á los que únicamente le conocían por su aparien-

cia ó sus hechos.

por

el

él

bel, aquel único

abdicó

La

sola persona que derramó quizá

copiosas lágrimas fué su dulce y tierna hija Isa-

la

amor de su vejez, en favor de

soberanía de Flandes,

declarando

al

el

6 de

Mayo

la cuaj

de 1598,

propio tiempo su matrimonio con

el car-

denal Alberto de Austria, que naturalmente para ello


126

BOSQUEJO HISTÓRICO

obtuvo dispensa

pontificia.

Mostró esta abdicación,

seguramente, que comprendía Felipe

II

con su gran sa-

gacidad, la conveniencia de dar monarcas propios á aquellas provincias, separándolas de la corona de Espafía;

pero no debió dejar de

mo

deseo de recompensar con eso

el

rable de su

quedar

hija.

libres

Fuera de

también en su áni-

influir

ella,

los

la

adhesión admi-

que no celebraron

de tan duro amo, se contentaron con res-

petar su memoria, ó temer por

el

porvenir de

la

monar-

quía en días ya tan críticos desamparada de sus talentos y

consumada experiencia.


UÉ FUÉ,

en realidad— tiempo es ya de con-

siderarlo

,

aquella grandeza pasajera de la

casa de Austria y de

la

España? Puesto que

de aquí adelante nos toca describir solo su decadencia común, preciso será hacer alto y detenernos más que

de ordinario consiente este trabajo. Para darse exacta

como moderna, hay

cuenta del poder de España á fines del siglo xvi, del de cualquiera otra nación antigua ó

que ver su estado

social

va, la riqueza general, el ritu militar

de

la

de

y su organización gubernatiejército, la marina y el espí-

las diversas clases, el

orden y situación

Hacienda pública, de que depende

el

que

las

fuerzas de mar ó tierra puedan estar debidamente pre-

paradas y asistidas, para imponer ó mantener en respeto á los extraños, la inteligencia, el saber, las ideas cardinales, en fin, la

que inspiran y guían

conducta de

la

nación de que se trata, sobre todo en

la

política;

porque una nación que no es verdaderamente gente, en su conjunto,

ni

inteli-

alimenta ideas profundas,

no puede mantener su actividad moral

ni

conservar


BOSQUEJO HISTÓRICO

128

SU poder material por

mucho tiempo. De todo

hemos de

por

tratar ahora,

esto

mismo, en pocos pá-

lo

rrafos.

No cial.

era, en primer lugar, lisonjero nuestro estado so-

Los pueblos, en comparación con

de otras

los

como escriSegismundo Cavalli y confirmó en 1598 Agustín Nani, diciendo ya cque, en particular, los caspartes, vivían, sin duda, pobrísimamente,

biera en 1570

>tellanos, cederían con gusto al fisco sus bienes por

no »pagar las contribuciones.» La propiedad, hecha tres partes casi iguales, de las que una sola poseían los particulares, otra la nobleza

y

el

clero otra, en los princi-

pios del siglo,

al decir de Lucio Marineo Sículo, pareya repartida en dos solas porciones: la una de los eclesiásticos, la otra del resto de la nación, por virtud de las donaciones que la piedad de los tiempos cada día

cía

más

estimulaba. Era, pues,

de contribuir á

las

muy

rico el clero

y exento

cargas públicas por regla general,

como no fuese por concesión

papa y violentado además por el rey, del cual y de su real Consejo dependía antes que no del Papa, al decir del veneciano Agustín Nani. Daban lugar

del

los privilegios del

clero á

frecuentes discordias con los ministros reales, sobre

todo cuando se trataba de cobrar siásticas obtenidas; pero Felipe

las

pocas rentas ecle-

no tenía en

II

crúpulos ningunos. Lejos de eso, refiere

el

ellas es-

embajador

antecitado «que no contaba por buen alcalde ó corregi-

>dor

al

que no había estado siquiera diez veces exco-

»mulgado, reputando, además, por

cierto,

que

las cen-

»suras injustas de nada valían, y que si los clérigos »tenían el derecho de excomulgar á los ministros que »los violentaban, estos tenían, en cambio, el de no ha-


CASA DE AUSTRLA.

129

»cer caso de sus censuras.» Los grandes de España por

su lado, aunque muy ricos aun en posesiones les,

territoria-

estaban todos llenos de deudas y no se sabía de

alguno que tuviese dinero á mano, en

lo

cual se halla-

ban de acuerdo con Nani, Segismundo Cavalli y otros. el segundo de estos diplomáticos eran ya los gran-

Para

des de España, en 1570, «gente vanísima y de ningún valor>, que no tenía,

como suele

«voz en

decirse,

el

capítulo» ó sea en el gobierno del Estado. Tratábanlos

peor que

el

dando

razón á los vasallos contra sus señores casi

la

siempre en

rey todavía

el

las diferencias

consejo real y las justicias,

que sobrevenían; recordando

frecuentemente sus contrarios

al

rey,

como cuenta Ca-

brera, para que no les diese paz ni tregua, que ellos

habían preso á Juan

II,

depuesto á Enrique IV, comba-

tido á la reina católica. Creían nistros,

como Antonio Pérez

,

de por

no pocos mi-

que solo lejos estaban

bien, y aun esta fué en tiempo de Felipe

general de los políticos, quizá por seguir del rey; bien que alguno,

como Alamos

impugnase fuertemente, sosteniendo que

la

II

opinión

la inclinación

Barrientos, la la

corona real

debía apoyarse en las de los duques, marqueses y condes, para que de

nuevo no viniesen días como

precedieron

Villalar.

de

al

los

que

Triunfó este último principio

en los reinados siguientes; pero con los largos ocios del de Felipe

II

perdieron los

de

más de

los

grandes, en

negocios públicos y de entregándose, como los venecianos dicen, á

tanto, el hábito

los

la

guerra,

la disipa-

ción y á los placeres. Pronto hubo realmente por única diferencia de hidalgo á villano en Castilla, la de pagar

pechos y servicios

los

segundos y no

<iue por eso se considerasen ya,

en

los primeros; sin la

práctica,

9

los


BOSQUEJO HISTÓRICO

130

grandes cual de los de 1539 escribía Sandoval, con

la

obligación «de aventurar sus personas y haciendas en ^servicio del rey, gastándolas en la guerra», puesto que

eran cada día menos los que iban á las empresas leja-

nas en que estaba empeñada principales

y

la

monarquía. Virreinatos

principales cargos diplomáticos ó milita-

res no podía haber para todos, y los que los desempe-

ñaban solían ser tos en

los únicos luego

que alcanzaban pues-

Consejo de Estado, establecido en 1526 por

el

Carlos V. Los más de los señores de aquel tiempo, permanecían, pues, ociosos en sus casas, y lo mismo sus hijos, á no ser aquellos que, ó arruinados ó perseguidos por

la justicia

á causa de alguna aventura escan-

dalosa, pasaban á buscar impunidad ó fortuna en los

A

ejércitos de Italia

y Flandes.

ba ya reducida

antes poderosísima

la

tal

insignificancia esta-

y valerosa noble-

za de grandes y titulados, con sus inmediatas ramas, dejar la vida Felipe

II.

cambio, por entonces

el

Llegó

al

No

alto

punto, en

poder de los togados ó

com.o, por despique llamaban á los

señores.

más

hombres de

dejó nunca de haber letrados en

Consejo de Estado, principal de

la

al

golillas,

la ley, los el

mismo

monarquía por su

rey y por entender en los negocios de paz y guerra y en todas las negociaciones externas; pero cuya influencia no fué nunca en sustanautoridad, por presidirlo

cia tan

Consejo y Cámara de donde solo entraban ya togados, con su gober-

grande como

Castilla,

el

la del real

nador ó presidente, y á cuyo cargo corría el gobierno interior de la mayor parte de España, así como la provisión de innumerables empleos civiles

Equivalía

el

primero

para Castilla,

el

al

y

eclesiásticos.

actual Ministerio de Estado; era

segundo, Ministerio de

la

Gobernación»


CASA DE AUSTRIA

131

de Fomento y de Gracia y Justicia y con esto basta para comprender cuál sería la superioridad de poder el ;

de los togados que también, desde

de las Indias,

el

lo

formaban. Togados compusieron

Consejo de Aragón y Ordenes y gran parte del de

el principio, el

de

las

Guerra; sala de togados tuvo había igualmente en

el

el

la

de Hacienda; juristas Consejo de Italia y en el mismo el

de la Suprema Inquisición. La organización de estos cuerpos, consultivos y activos á un tiempo, con carácter más bien jurídico que político á los cuales estuvo fiada la administración de la monarquía por dos siglos,

fué poderosamente iniciada por Carlos V, con la base del

Consejo del rey que dejaron

Reyes Católicos y II. Lentos, rutinarios y apegados á los textos y prácticas legales, no es esta ocasión de exponer todo el inmenso influjo que tuvieron en la los

perfeccionado por Felipe

administración y gobierno de España durante la casa de Austria; pero sí debemos consignar que á ellos se debieron especialmente la parsimonia, la lentitud, el grande espíritu

conservador y tradicionalista que distingue

acción del poder en España, desde siglo

el

la

primer tercio del

decimosexto hasta los últimos años del siguiente. dicho que eran generalmente inclinados sus

Ya hemos ministros,

como hombres de

gios y derechos de

ley,

á cercenar los privile-

nobleza; y para eso no obstaba el ser muchos y aun todos los del Consejo de las Ordenes, la

colegiales mayores, hidalgos, poseedores

de buenas

ejecutorias. Perteneciendo á la nobleza pobre ó á la des-

heredada, por

lo

común, no detestaban menos á

los

ti-

tulados señores de vasallos, que pudieran los hijos del

estado llano,

como observó Agustín Nani. También

h'an atacar sin

so-

piedad los privilegios del clero, tomando


BOSQUEJO HISTÓRICO

132

generalmente, hasta los que tenían órdenes sagradas, la

parte del rey contra el Papa,

contra las inmunidades que

y

de

la

la justicia real

la limitaban.

Cabrera acu-

saba á los profesores de letras legales que componían estos Consejos, de «grandes dificultadores de lo políti»co, ser,

y en lo que se pretendía hacer sin escrúpulo», por aún en cosas de necesidad, «demasiadamente ce-

Ȗidos con

la letra

de

las leyes»,

bre, «por yerro, todo lo

No

»ellos.»

del

tener, por costum-

y

que no hacían ó mandaban

era este último cargo infundado, á juicio

que esto escribe,

si

es que podía pasar por cargo

siempre; pero algo lo remedió, de todos modos, en práctica, la fuerza creciente del poder

real, casi

ya

la

sin

que los Conmismos iban haciendo predominar en todas las

límites, gracias á los pincipios absolutistas

sejos

esferas del Estado. Entre tanto, para los letrados

el

rey Felipe

de los Consejos no fueron sino instrumen-

tos complacientes, á no ser cuando

tomaban con más

calor que él todavía las cuestiones tocantes á la autori-

dad

real;

y para

los privados

y favoritos de

los reyes

sucesivos, ya se verá que también fueron dóciles ser-

vidores generalmente. Contribuyó á dar cierta

dad

al

régimen de

los

Consejos,

el

formadas de individuos de varios de

flexibili-

sistema de juntas, ellos; bien

que

así

se aumentasen las ruedas de aquella máquina compli-

más

y tardo su movimiento. Pero esto se verá después y más oportunamente. Basta con lo dicho ahora, para formar idea de la relación que cadísima, haciéndose

entre

guardaban

difícil

su existencia

Respecto

y de la durante observó y

las diversas clases sociales,

forma de gobierno que adoptó

al fin,

la dinastía austríaca.

al

ejército,

nada tenemos que añadir á

lo


CASA DE AUSTRIA

que no ha mucho de

él

133

dijimos con otro motivo. Era

el

soldado español, y principalmente el de infantería, en el buen tiempo, un hombre que sentaba plaza voluntariamente, llevado por

deseo juvenil de correr aven-

el

de mejorar su fortuna y condición, y acaso también por huir de la persecución de la justicia, ó de la venganza de algún padre ó pariente turas, por el aliciente

malamente ofendido en

las

mujeres de su casa. Desde

sentaba plaza, teníase por hombre noble y despreciaba todo oficio mecánico; y aunque guardara,

que este por

tal

común, con gusto severísima

lo

cuencia ponía asimismo propios oficiales, no bien

honra

el

mano le

disciplina,

con

fre-

á la espada contra sus

parecía que ya tocaba en

castigo debido á sus faltas.

No

en vano, cuan-

do un general ó maestre de campo se veía maltratado en alguna acción de guerra por

la

fortuna, iba de ordi-

nario á recobrar ó depurar su honor en las filas de

aquella infantería, sirviendo con

una pica; no en vano

encerraban siempre sus primeras hileras multitud de capitanes y oficiales reformados ó de reemplazo; no pocos señores de vida airada ó de cortos haberes, que querían buscarse

la

vida en ejercicio honrado, y hasta

muchos señores de hábito, es

decir, caballeros

orgullosas órdenes militares. Las filas de

de

las

tal infantería,

eran una verdadera escuela y un asilo seguro para honor.

¿Cómo no

mismo soldado taba?

No

había de ser mal sufrido en ellas

raso,

cuando de casos de honor se

el el

tra-

habiendo, por otra parte, tiempo limitado de

enganche, sabía

el

soldado viejo que no podía ser des-

pedido del servicio sin causa legítima; por manera que era una profesión y carrera, desde

hasta

el

mayor

capitán, la de las

el

menor

infante

armas entonces. Para


BOSQUEJO HISTÓRICO

134

echar á uno del servicio se necesitaba que fuese jugador, pendenciero, hombre de muy malas costumbres en

suma; para pasarle por las picas, no se necesitaba, en cambio, más sino que, hallándose en campo seis contra ciento,

uno de

los seis

tomase por acaso

la

fuga, aban-

donando á sus compañeros en el riesgo. Cuenta, como cosa natural, un hecho de esos D. Bernardino de Mendoza, célebre escritor de las guerras de Flandes. Llo-

raban, por otro lado, los maestres de campo

al

tener

que reformar ó disolver cualquiera de aquellas feroces como cuando D. Sancho Martínez de

familias militares,

Leyva

castigó un tercio en Flandes, diciéndole á su al-

férez:

«Ea, batid

»agora nunca

irá

la

bandera y plegadla, pues ya de

delante del tercio viejo». Lloraban

también los encanecidos soldados á sus capitanes, como á sus propios padres, griento,

como

al

lloraron junto al

si

caían en algún trance san-

propio Borbón, con ser extranjero,

le

muro de Roma. Y eso que no necesi-

taban ellos, por ventura, tener capitanes señalados por el

rey, puesto

que en cualquiera necesidad sabían so-

los buscárselos.

tonces

la

No

era

la

guerra, por de contado, en-

lucha de una nación con otra,

presente. Sábese hoy, que á

la

como

lo

es

al

larga tiene que vencer

por necesidad, entre dos naciones contendientes, aquella

que cuente con más extensión, con más riqueza, con

más

fuerza, en suma. Tal ha sido

vitable del

aumento de

los tiempos

la

consecuencia ine-

los ejércitos que,

comenzado por

de Luis XIV en Europa, lleva en nuestros

campos de batalla cuantos hombres pueden poner los que gobiernan sobre las armas. días á los

lor individual,

la

útiles

El va-

habilidad y fortuna, en suma, de los

capitanes, ceden temprano ó tarde de esta suerte, como


(

CASA DE AUSTRIA

135

acabamos de ver con ocasión de la última guerra sostenida por los Estados del Sur contra los del Norte en la república anglo-americana(l), y se vio también

en

las

grandes luchas de Napoleón

gada, á

la

mayor población,

material del adversario.

I

con

la

al

cabo

Europa coli-

fertilidad, industria ó fuerza

Nada de

esto acontecía en el

XVI y la primera mitad del xvii, que fué cuando disfrutó España su superioridad militar. No era á la sazón aquí, ni fuera de aquí, cualquiera hombre soldado; siglo

éranlo solo los que el instinto y las pasiones de la guerra naturalmente llamaban á las armas.

Los pueblos,

por su parte, más acostumbrados que hoy á cambiar de señores, rara vez se mezclaban en las contiendas que sostenían sus respectivos ejércitos; y así era tos,

como

és-

aunque cortísimos en número, podían ganar ó con-

servar vastos y ricos Estados á sus caudillos ó príncipes. Palabra por palabra casi, copiamos esto ahora, de

nuestro artículo acerca de

la

Supremacía militar de

Europa, cual en otra ocasión ya hemos hecho, por no repetir un mismo trabajo en vano.

los españoles en

Y

en cuanto á

la

marina

militar,

que tanta importancia

comenzó á cobrar en toda Europa, desde cio del siglo XVI,

el

primer ter-

con ocasión, principalmente, de los

grandes armamentos marítimos de los turcos, también nos han dejado los embajadores venecianos muchas y minuciosas noticias, que apenas permite extractar

la

índole de este trabajo. Nadie, tanto

como estos venecia-

nos, entendía á

militar, ni

(1)

más

Estose

la

sazón de marina

nadie co-

escribía en 1866; después se han visto guerras

formidables:

por ejemplo

última ruso-japonesa.—

la

Nota del

franco-prusiana de 1871; la

editor.)


BOSQUEJO HISTÓRICO

136

nocía cual ellos toda su verdadera importancia. Mateo.

Zanne, por no

citar otros, escribía

mada de mar podía

en 1584, que de

la ar-

decirse que absolutamente depen-

y defensa de los Estados españoles; y que el rey católico podía armar entonces cuantas naves gruesas quisiese, tomando las de comercio, que de todía la seguridad

das las naciones acudían á sus puertos, así como ofender á sus contrarios con

el

corso, permitiendo á vizcaí-

nos y catalanes que lo practicasen por su cuenta, cual deseaban. La escuadra sutil se componía, según el di-

cho embajador, por aquel tiempo, de 92 galeras: 37 de España, 18 de Genova, que eran, á su

juicio, las

me-

y 24 de Ñapóles; esto, sin contar príncipes de Italia, que estaban á nues-

jores; 13 de Sicilia,

otras 12 de los tra

devoción siempre.

Un

sólo arsenal marítimo había,

Península, el de Barcelona, en el cual na más galeras que las que el rey necesitaba; buques pesados, pero más baratos que los de nación alguna. En Ñapóles había otro buen arsenal según parece. Tales fueron los elementos marítimos con que

en tanto, en

la

se construían

en 1588 formó Felipe

II

armada que aniquilaron la

la

invencible, pero desdichada,

las

mares bravas

del

Norte y

inexperiencia de las tripulaciones con que contaba;

tales los

que sirvieran para reunir

la

nueva escuadra,

menos poderosa y no más feliz que la primera, conque en 1597 quiso asaltar de nuevo las costas de Inglaterra para vengar la toma y saqueo de Cádiz por los ingleses el año anterior. Aquella marina en manos de don Juan de Austria, del marqués de Santa Cruz ó de los Dorias, llevó á cabo gloriosas hazañas; pero ¿qué podía esperarse de ella, entregada al joven duque de Medinasidonia, que mandó al cabo la invencible, y que no


CASA DE AUSTRIA

137

había navegado jamás? Estaba en las costumbres del tiempo, á

la

verdad, que los mandos supremos y

muy

se confiriesen siempre á príncipes ó grandes

vastos, sefíores;

y Felipe

aunque tan poco amigo de estos

II,

últimos, no pudo, por lo que se vio, dejar de rendir á

preocupación algún tributo. Lo mismo en mar que en

tal

tierra,

juzgábase que bastaba que los segundos capita-

nes fueran experimentados, teniéndose á los primeros

por representantes de

la

autoridad real, sin otra misión

que dar consideración y prestigio con su clase y nomal mando. Y mientras hubo príncipes como D. Juan

bre

de Austria, Filiberto de Saboya ó Alejandro de Farne-

y grandes como Alba ó Santa Cruz, pudo

sio,

se;

tolerar-

pero llegó tiempo en que tuvo esta costumbre

pequeña parte también en nuestros desastres Cuál fuera, en bajo

el

ínterin, el

el

aspecto de

la

estado de

población y de

últimos años del reinado de Felipe

haberse llevado del todo á término

la II,

la

la

nO'

militares.

monarquía

riqueza en los sabríase bien á

obra colosal, his-

y administrativa del Censo español, emprendida por aquel rey, de que dio razón no ha mucho tiempo^ D. Fermín Caballero en un discurso leído en la Acadetórica

mia de la Historia. Este proyecto, extendido por el mismo monarca al estudio de la historia y la estadística de América, que se estaba conquistando y poblando á la sazón, es, sin duda, de lo que más alta idea da de los talentos de

moderno

y administrador que pode completa luz acerca de este punto, ya hemos ido sentando los hechos que sobre él consignan político

seía. Faltos

los viajeros

de

la

época, principalmente los venecianos

que vinieron como embajadores, por reinados de Felipe

el

lo

que toca á los

Hermoso ó Carlos V, y

los pri-


BOSQUEJO HISTÓRICO

138

meros años

de Felipe

del

II.

Del testimonio de estos

extranjeros, conformes é imparciales, hemos deducido

que, á pesar de las afirmaciones contrarias del anglo-

americano Prescott, y del francés M. Weiss, en el libro que escribió acerca del estado de España antes del advenimiento de los Borbones,

y,

paros fundados que á algunas de

no obstante los

consecuencias de

las

Capmany ha opuesto modernamente son indudables ilustre

en

la

<acerca de

los

más de

re-

el

los asertos

Sr. Colmeiro,

de aquel catalán

primera de sus Disertaciones críticas, la industria,

si

la

agricultura

y

la

población

*de España de los siglos pasados han llevado ventaja >á las del tiempo presente.»

Cumple

fijar

aquí ahora con

la exactitud posible, qué alteraciones hubo en todo ello desde que empezó hasta que acabó de reinar Felipe II.

Y

comenzando por

rarse, á pesar

la

población, bien puede hoy asegu-

de los muchos cálculos infundados que

en otro tiempo se han hecho, y á los cuales hemos ya puesto algún correctivo, que no pasaba en tiempo de los

Reyes Católicos, de diez millones de almas;

cuales, durante

el

reinado de Felipe

II,

los

se disminuyeron

bastante todavía, hallándose reducidos en 1594 á poco

más de ocho los

millones. Las apreciaciones arbitrarias de

embajadores venecianos se ven hoy fortalecidas por

las cifras

mejor calculadas. La industria y

no debieron disminuir con mucha

prisa, sin

este periodo,' porque solo hacia

el

fué ya notoria

la

el

comercio

embargo, en

citado año de 1594

decadencia general de

las

ciudades

comerciantes é industriales, como Burgos, Valladolid,

Toledo, Segovia ó Córdoba; habiendo hasta do, desde 1530,

allí

creci-

casi todas en población y riqueza,

y conservando ó aumentando su prosperidad todavía de


CASA DE AUSTRIA

139

1594 en adelante, Sevilla y Murcia, La Coruña y CáMedina del Campo, por su lado, no obstante el

diz.

estrago que padeció en

la

guerra de

las

Comunidades,

continuó sus famosas ferias durante todo Felipe

II,

siendo

la

el

reinado de

de 1563 citada como una de

yores, y todavía con

más ponderación

las

ma-

de 1575, en

la

cual admite el Sr. Colmeiro contra la opinión de

la

Cap-

many, que se negoció por valor de 500 á 550 millones de reales de nuestra moneda actual. Pero ya, desde este año de 1575, empezaron á decaer aquellas ferias

famosas y á

la

establecimiento

par allí

la villa

de

misma; parte por virtud del

las alcabalas

y

el

del crédito de sus comerciantes Felipe

con

el

descubrimiento de las Indias y

abuso que hizo

II;

el

parte porque,

aumento de

navegación en nuestros mares, tenían que dejar de

la

ser,

por fuerza, ciertos pueblos del interior los principales

mercados de que

atribuir,

la

Península.

como

el

Nada más

injusto,

en tanto,

economista francés Blanqui,

al

sistema prohibitivo, que supone inventado por Car-

V

y continuado inexorablemente por la tiranía de sus sucesores, la ruina de la poca ó mucha industria los

que hubiese en España. Bien al principio del reinado emperador le pidieron las Cortes de La Coruña que

del

prohibiera

la

extracción de España de oro y plata,

la-

brada y por labrar, so pena de muerte; y en los capítulos definitivos, con que expusieron sus quejas los

Comuneros al mismo monarca, solicitaban igual prohibición, así como que alterase ya el valor de la moneda para evitar su extracción, y que no permitiese sacar de estos reinos trigo, ganados ó cueros de Sevilla. En

cambio, los propios Comuneros pretendían con caloría revocación de las licencias concedidas para introducir


BOSQUEJO HISTÓRICO

140

paños extranjeros en España. La verdad es, que por las peticiones de las Cortes castellanas, desde 1548 hasta 1588, se echa de ver que, contra ellas,

deseo general de

el

no había hasta entonces verdadero sistema pro-

España en materia de comercio, sino que, nosotros exportábamos con abundancia vinos, recibiendo libremente, en cambio, deFlandes ó Francia la mayor parte de las mercaderías de lujo ó difícil fabricación, que empleábamos en el consumo inhibitivo en

por

el contrario,

terior, lo

mismo que

las

viábamos á las Indias. to

mismo

comercio facilitando

del

géneros extraños

los

impidió

la

que por medio de

Lo que hubo

muy

las flotas en-

que

fué,

el

aumen-

introducción de

la

superiores ya á los nuestros,

conservación de

escasa industria nacional

la

y que no pudo competir con la extranjera por muchas y diversas causas que es imposible determinar completamente en este libro. Una de las princique

existía,

pales,

que era

la

escasez de población,

de atribuirse en gran parte á

la

ni

puede menos

expulsión de los judíos,

alas emigraciones constantes de los moriscos, aún antes

de su expulsión, y á la repoblación europea, tan rápidamente llevada á cabo por España sola en América; debiéndose también contar con

la

continua salida de

y aventureros para Flandes, Italia, Alemania ó África, que aunque no en gran número, según queda dicho, siempre se llevaban consigo, á no dudario, la parte más capaz, vigorosa y útil hombres

de

la

activos, inteligentes

nación.

La

industria, en

suma, de

las

aventuras

en ambos mundos, más brillante de seguro y más á propósito para enriquecer á tal ó cuál individuo afortunado

que

las

de

las

manufacturas, llegó á ocupar bien pronto

y por completo

la

actividad nacional;

y esto

solo basta-


ba,

CASA DE AUSTRIA

141

aunque no hubiese habido otras muchas causas

efi-

caces, para que fueran lentamente paralizándose los telares de

Toledo ó Segovia.

Pero no es posible echar en olvido lísima que indudablemente tuvo en

la

el

parte principa-

empobrecimien-

económico

to general del país el inaudito desarreglo

producido por

pe

íl.

la política

ambiciosa de Carlos

Pesaban muchísimo sobre

la

V

y Feliparte laboriosa de la

nación los tributos, y tanto ó más su mala distribución,

derivada de

la

mala organización social de

Basta recordar, respecto á

lo

último,

la

época.

que hallándose

dividida, á principios del siglo xvi, la riqueza de la Pe-

nínsula en tres partes iguales, conforme queda expues-

de los grandes y caballeros, y otra de los eclesiásticos, hacia el último tercio de aquel mismo siglo suponían ya los embajadores vene-

to,

una de

los reyes, otra

cianos que, por

el

adquisiciones de parte;

constante acrecentamiento de las

la Iglesia,

se elevaba á

la

mitad su

y que, aunque el clero pagase de mala voluntad de la Cuarta y la Cruzada y algo tam-

los subsidios

bién contribuyese

el

estado noble,

lo

que es los servi-

cios y las contribuciones generales estaban solamente á cargo del estado llano y civil, ó sea del pueblo. Los tributos mismos, por otro lado,

no dejaron de acrecen-

tarse constantemente desde la muerte de Fernando el

V

Católico en adelante.

No

acostumbrados,

almojarifazgos de Indias, estable-

ni los

bastándole ya á Carlos

los

cidos en 1522, ni los maestrazgos incorporados para

siempre á

la

Corona en 1523,

ni las

Cruzadas y compo-

siciones de que sacaba grandes sumas, quiso cual se

ha visto en la Sisa,

las

Cortes de Toledo de 1539, restablecer

abolida en los tiempos de

Doña María de Mo-


BOSQUEJO HISTÓRICO

142

bien que no pudiese lograrlo por

lina,

que estimuló

los nobles

de considerarse

la

la

de

la resistencia

las ciudades.

Y

de

es digna

pintura desconsoladora que después

de tantos esfuerzos para mejorarla, hizo Cabrera del estado de

la

hacienda pública

al

tiempo de abdicar Car-

los V. «Las deudas del emperador», decía, «eran mu-

»chas, y propusieron los ministros su abolición ó que

»no se pagasen; y parecía de mal ejemplo, no tanto ^por la pérdida de los acreedores, nunca igual á la

^ganancia

ilícita

inmoderada, cuanto de

las viudas,

^huérfanos, pueblo menudo, de su compañía y asientos

»y por

abertura para romper

la

»justos los pródigos,

»precios, con

»moderar

la

y tomar dinero en todas partes y la rescisión. Convenía

los intereses,

y parar

el

de los contratos

esperanza de

como

se hizo antiguamente en

»Roma y en Venecia, y guardar j>mas

la fe

las obligaciones legíti-

curso de las usuras, según

la

ley de

»Dios que

las prohibía, y la Genucia romana, bien admiy mal guardada. Mas contravenir luego á lapro•ihibición la necesidad de los príncipes y avaricia de

»tida

»los tratantes con dinero, en todo tiempo, haría

engaño

»á las leyes. Decían no debía pagar las deudas del pre-

»decesor »sí,

»nía

el

heredero, por ley del reino;

porque fué por resignación, con el

que

le dio,

las

mas D. Felipe cargas que

te-

viviendo, universalmente sus bienes

»y sus deudas. Había

sutiles tracistas

»todas artes los tributos,

de crecer con

inventores de extorsiones,

»llamados hombres de prudencia y arbitrio, en vender

>encomiendas, juros, jurisdicciones, hidalguías, regi»mientos, escribanías, alcaldías, tierras baldías, oficios,

^dignidades, y con esto la justicia, los premios de la yvirtud y nobleza, origen de la declinación de algunos


CASA DE AUSTRIA

143

:>Estados antiguamente, abriendo camino á la avaricia, »latroc¡n¡os, injusticias, ignorancia de los tiempos estra-

»gados. La venta de los regimientos comenzó en

»nado de D. Juan

dando en presa

el rei-

público y codicia dinero articular á la quizá -í>p adquirido con y II,

el bien

»malas artes, valiendo por esto á los vulgares, para ser

»mayoresen

haber sido peores. Querían

la república, el

»vender los lugares del episcopado y abadengo; aunque aparecía necesario revalidar

por ser

»ce,

que dio

el

al

el

breve del

Sumo

Pontífi-

emperador personal. Exten-

^díanle algunos alegando se había la concesión virtual-

»mente hecho á la corona defensora de la Iglesia por >el

rey D. Carlos, su natural señor y cabeza; y podía

»el

sucesor usar del mismo derecho sin limitación. Pe-

>dían servicio

al

Perú y á Méjico, y el obispo de Chiala corte, gran defensor de los indios

2pa que asistía en »é

indianos condenaba

el

vender los repartimientos,

»como se proponía por de grandísimos inconvenientes y »contra la buena gobernación de aquellas provincias y j-conciencia del rey, sustentando

que era mejor tentar

el servicio y aprovechamiento.» Vénse aquí indicados ya ciertos errores acerca del crédito

»por benevolencia

y

del

género de obligaciones contraída por

Estado

el

con sus acreedores, no del todo olvidados en nuestros días ni aun por naciones

que van á

la

cabeza de

la

mo-

derna cultura, como los Estados Unidos de América;

vénse ya nacer

los arbitristas

pos de gran penuria para cia

propuesto

el triste

como en todos

las naciones;

los tiem-

vése con insisten-

recurso de vender empleos y dig-

nidades públicas, que antes y después se empleara en

España y otras naciones de Europa, para proj^orcionar ingresos al Erario público; vése acudir á todos y á to-


BOSQUEJO HISTÓRICO

144

das partes por recursos extremos, hasta á las Indias, que aun se estaban conquistando. Pues todo cuanto Cabrera aquí dice sobre las necesidades de la época, lo confirma la correspondencia en gran parte inédita de Felipe II que sobre esta materia ,

se conserva en Simancas. En carta del príncipe rey dirigida á su hermana doña Juana desde Bruselas, con fecha 8 de Abril de 1556,

Vaucelles con Francia,

decía sobre la tregua de

le

lo siguiente:

«Considerando

»extremo en que todo está, é para mirar é

tratar

de

el al-

»gún remedio, por vía de medios ó negociaciones, é dar »orden en acortar todos los gastos que se pudiese, vetregua como, se os ha avisado, y »se comienza á entender en estos Estados en ello, y en

»nimos en

lo

de

la

»cumplir las deudas porque no nos y>reses

consuman

los inte-

tan grandes que corren; é porque los de

»son menores,

si

allá

no

no se atajan, tomando algún término,

»porque se gane tiempo en esto, que tanto nos importa, »os ruego afectuosamente mandéis á los del Consejo

»de Hacienda que con

el

cuidado y diligencia, como yo

»sé que ponen en todo, miren y platiquen desde luego »en los medios é forma que se podría tener, así por vía

»de

lo

de

»mismo

las Indias

como de

arbitrios é industria del

reino, que otras veces se hayan usado, ó de

»otros que podría haber.

Y

cuando estas no bastasen

»para lo que se debe, para lo que faltase, tratar con las

»mismas partes que contentasen con que se les pagase »y consignase en honras, haciendas ó juros; presupo»nierdo cuanto conviene, por una vía ó por otra, cum»plir y>ses,

y rematar con otros cambios é atajar los intereteniendo juntamente respeto d que el crédito se

•^conserve, en cuanto ser pudiese, satisfaciendo á los


CASA DE AUSTRIA

145

>mercaderes lo mejor que se pueda (1)». Al romper iuego dicha tregua los franceses, y saberse que Su Santidad no quería la paz, fueron, naturalmente, las dificultades

clero

y á

económicas. Pidió

los principales

el

personajes de

produjo algo, pero mucho menos de

como era

ba. Estuvo,

natural,

el

mayores

rey un donativo

al

nobleza, que que se espera-

la

lo

clero

más

reacio en

aquella ocasión que en otra ninguna, porque aparte de

su ordinaria resistencia á que se empleasen sus rentas

en gastos políticos y se dirigía contra

el

militares, la guerra de entonces Papa principalmente. Hubo serias

contestaciones con

el arzobispo de Toledo, iMartínez que no acabaron sino con su muerte, ocurrida

Silíceo,

en aquel tiempo; y también con el famoso D. Fernando de Valdés, aquel implacable inquisidor general que era al

propio tiempo arzobispo de Sevilla,

las abiertas

los

V

amenazas de D.

desde Yuste, á hacer

nativo,

al

cual obligaron

y aún de D. Caralgún préstamo ó do-

Felipe,

al fin

que de todo tuvo menos de voluntario. Pero no

fué esto aún

lo

escribió Felipe

más grave. En 2 de Febrero de 1557 II

á

la

princesa, que estaba resuelto á

entrar aquel verano en Francia;

y como era la primera cosa con que se hallaba en su reinado, echar el resto; por lo cual le ordenaba que se apoderase de cuanto hubiese traído

la flota

de Indias. «Lo que se ha hecho

>en este caso en las tomas pasadas,» decía textual-

mente, «es que se ha dado juro en pago de ellas. A los >que han querido ser pagados en las Indias, se les han ^librado allá y se les ha selos.

(\)

Y

lo

dado

el

juro en diferentes pré-

que últimamente se proveyó es que á

Archivo de Simancas.— Estado.— Legajo 5

11,

folio

10

1

los

H.


BOSQUEJO HISTÓRICO

146

^pasajeros se les diese 5>tar,

ó sea

al seis

el

juro á 16.000 el millar

y un cuarto por

»sen la renta de ello desde

les

qui-

y que goza-

ciento,

que

el día

al

suspendiesen

»de darles partidas; y que á los mercaderes se les diese el millar, -ó bien á siete y un séptimo por

ȇ 14.000

y que llevasen de intereses á razón de 14 por » 100 al año desde dicho día de la suspensión hasta que comenzasen á gozar de la renta del juro. Y los que j-ciento;

y>

:^quisiesen ser librados en las Indias llevasen el dicho

^interés hasta que allá fuesen pagados,

>meses para »seguro de

toma

>les

gió

traerlos,

y allende de esto se les diese el ú ocho por ciento. Y pues se

la traída, siete

la

hacienda contra su voluntad y reciben tan-

daño y perjuicio de

parece que

ello,

^particulares se les debería dar »les

y más cuatro

da á los mercaderes

(1 ). »

De

el

juro de los

mismo precio que se

al

conformidad con estos

regios acuerdos, se expidió orden rigurosa en 1.° de

Febrero de 1557, para que se entregase á Hernán Ló-

pez del Campo, factor general del rey, todo ta

y dinero de mercaderes, pasajeros y

flota había traído.

el oro, pla-

difuntos,

Pudieron los interesados con

que

la

la

com-

plicidad, sin duda, de los ministros reales, salvar la

mayor parte de sus tesoros; y cólera, no

ya solo de Felipe

los V, se redujo la presa á

así es II,

sino también de Car-

500 mil ducados, en lugar

de los millones que se esperaban. público en Septiembre del

que con grandísima

Más

feliz el

Tesoro

mismo año de 1557, pudo

apoderarse de otra flota que conducía á España 400.000

ducados para

él

y un millón para

particulares, indemni-

zándoles de igual manera que para los precedentemen-

(1)

Archivo de Simancas.— Legajo 514,

folio 17.


CASA DE AUSTRIA

147

despojados se había dispuesto. Las Cortes de 1558 reclamaron en vano contra estas inicuas medidas, dictadas por una necesidad que ya se juzgaba única y sute

prema,

lo

mismo que habían protestado con

sión, inútilmente, las

igual oca-

de Valladolid en 1555. Felipe

II,

en carta fechada en Gante á 12 de Marzo del propio princesa, de su

ano, decía á

la

auxilios,

siguiente:

lo

puño y

«Váme

letra,

pidiéndola

tanto en que el dinero

avenga con grandísima brevedad, y la gente," que no »puedo dejar de encomendárselo á V. A. muchas veces; »y así

le

mande

suplico que

á todos los que entienden

>en esto, que se den grandísima prisa á enviármelo;

>porque si no viene muy pronto, yo prometo á V. A. »que quedaré de manera que no podré alzar la cabeT>za en toda mi vida, ni ir á esos reinos, pues sin T>honra no quiero parecer en ellos (1).»

radamente veía ya, pues, zar á reinar, Felipe

II

las

Tan desespe-

cosas de España,

al

á causa del mal estado de

comenla Ha-

y no por sí solo, sino por lo que le decían los más experimentados ministros de su padre. El obispo cienda,

Arras, luego cardenal Granvela, plo,

le escribía,

en Abril de 1557, que veía todas

las

por ejem-

cosas tan á ca-

Y de intento nos hemos parado tanto, extractando documentos, algunos hasta aquí desconocidos, para que se forme idea

bo «que estaba

clara

atónito,

pensando en

de cómo dejó Carlos

V

la

elIo>.

Hacienda de España, y lo mismo, en sus

con qué trabajos se mantenía, por

mejores tiempos nuestra reinado de Felipe

continua penuria.

(1)

II

artificial

grandeza.

Todo

el

fué luego un puro lamento y una

Concíbese que aún haya espíritus

Archivo de Simancas.— Legajo 514,

folio

2

I,


BOSQUEJO HISTÓRICO

148

que den poca importancia á las funestas complicaciones, que el desarreglo de la Hacienda trae á superficiales

los pueblos,

mirando

la

reputación que mantuvo y dejó

una monarquía, tan aquejada ya de esta enfermedad, como la de Felipe II. Pero esta clase de padecimientos son los que no se borran nunca del todo de

las nacio-

Todavía hoy experimenta dolores España, cuya está en los descubiertos financieros que tuvimos siglos hace. En 1561, después de las paces con

nes. raíz

tres

Roma, consiguió Felipe

II

que

le

concediese

el

Papa

el

subsidio llamado de galeras,

y en 1567 la renta del excusado: todo bastante á despecho del clero español, que siempre dudaba que hubiese en la Santa Sede facultades, para disponer así de sus peculiares bienes.

Aumentóse creóse

el

la alcabala,

por entonces, de 5 á 10 por 100;

impuesto de exportación sobre

iban á Flandes ó

Italia;

el

las lanas,

que

llamado de los diezmos de

puertos entre Castilla y Portugal; la renta de la población de Granada: por último, el aborrecido servicio de millones en que iba envuelto

el

restablecimiento de la

Sisa, que no pudo conseguir Carlos V, y fué ya

nuándose en

los reinados sucesivos. Pidiéronse,

de esto, donativos á toda

la

conti-

demás

nación, con humildes tér-

minos, ya que faltaba ocasión de obtenerlos por fuerza, siendo notables las gestiones para

el

de 1596 á 1597,

por muchos comparadas á pedir limosna. Pero al exceso constante de los gastos sobre los ingresos nada basta,

mientras no se ataja á costa de cualquier sacrificio,

por rudo que sea; y

el

que España necesitaba entonces el mundo,

no era menos que abandonar su posición en

y

la

causa religiosa que á tanta costa sustentaba. Hubo,

pues, que -hacer

al fin

un arreglo de

la

deuda en 1575;


CASA DE AUSTRIA

149

ordenándose, por decreto del Consejo de Hacienda,

que

los

convenios celebrados para adquirir fondos des-

de 1560 hasta aquella fecha, se reformarían y «bajan»do los intereses, se fenecerían >>d

ellas se libraría la

paga

y conforme en vasallos y cosas, á

las cuentas,

aprecios tales que el rey saliese de deudas

y agravio.»

Cabrera, de quien son estas palabras, añade, que este decreto alborotó en

Genova y Flandes á

los

hombres

de negocios, que habían prestado dinero á España; y no les faltaba razón para ello, puesto que se les obligaba á cambiar sus valores fiduciarios con otros territoriales, á los precios que tuviera por conveniente

Dedúcese

fijar el fisco.

del capítulo xxvi, libro xii, del propio

ra que la necesidad de acudir de

nuevo

al

Cabre-

crédito hizo,

cual suele suceder, imposible la ejecución de las injustas

más

de aquellas disposiciones; «volviendo» dice

«arrepentido

el

rey á sus contratos ó asientos con los

y tomando ya medio general acerca del ^decreto: de manera que fué él ó el Estado como

^extranjeros,

el

decretado y damnificado, y los hacendistas

>satisfechos

mañosa y costosamente.» La transforma-

»siempre,

ción de valores se llevó á cabo, no obstante, dándose

á los acreedores, en cambio de los pagarés que poseían, lo

que, por concesión del Papa, produjo

la

venta de

bienes eclesiásticos del arzobispado de Toledo, y juros de la real Hacienda. Menos ejecución tuvo el proyecto,

ya concebido por Felipe

II,

de pedir á los señores,

títu-

posesión de sus

y grandes «que dieran razón de la ^mayorazgos y bienes,» proponiéndose incorporar al Estado todos los que sin títulos formales disfrutasen;

los

porque fué

,

como

era natural

,

tan vivo el descontento

que produjo, que apenas pasó de

intento. Justo es aña-


BOSQUEJO HISTÓRICO

150 dir

á

dicho que,

lo

si

Felipe

desmesuradas empresas piadosas como

gastaba mucho en sus

II

y no poco en fábricas jamás ha habido monar-

políticas,

la del Escorial,

ca que en su persona gastase menos, reduciendo á diez mil

ducados

mes, con extraordinario y todo, el preNo podía ocultarse á un hombre

al

supuesto de su casa.

de tan altas dotes de gobierno nación

ver

la

buen régimen de

lo

que importaba á

la

Hacienda pública; y es de amargura con que habló siempre, en su corresel

la

pondencia, del mal estado en que

la

Tiempo

tenía.

hace, por ejemplo, que corre impresa una carta suya

al

secretario Garnica, en la cual se lamenta de la discon-

formidad de consejos, pareceres y sistemas que para la Hacienda se le proponían de todas partes, que para nada aprovechase alguno de ellos: como

mejorar sin

que en realidad

lo

único que

aprovechar podía era

gastar menos. «Mirad» le decía entre otras cosas, «lo

>que con razón

lo sentiré,

viéndome en cuarenta y ocho

»años de edad, y con el príncipe de tres, dejándole la Hacienda tan sin orden como hasta aquí; y demás de :í

>esto qué vejez tendré, pues parece que ya >si

la

comienzo,

paso de aquí adelante con no ver un día con

»tengo de vivir otro, »tar lo

ni

que tanto es menester:

»pena que

me

lo

que

saber con qué se ha de sustenni

como vivo con

la

da, por las causas

que aquí he dicho, y »por otras que hay para tenerla.» No con menor sentimiento sabían todo esto

las

principalmente llevaba sobre

Cortes de Castilla, que sí

las

cargas públicas,

puesto que, aparte de las provincias aún hoy exentas,

Corona de Aragón contribuía entonces con muy escasos subsidios. En la proposición real, ó discurso de la

la

Corona, de 1563,

díjoles

ya á aquellas Felipe

II

que

las


>

CASA DE AUSTRIA

151

rentas ordinarias estaban casi del todo vendidas y

peñadas; y en

el

de

las

de 1566 que

el

em-

patrimonio real

estaba casi del todo exhausto y consumido: no cesando

de hablar de igual manera en cuantas se celebraron hasta su muerte. Designados, entre tanto, los procura-

como

dores por la temeridad de la suerte,

Mariana, fácilmente se corrompían con

advirtió

esperanza á

la

las dádivas; constando auténticamente además, por

la

correspondencia de Simancas, que, no bien acabadas, remitía cada

uno su memorial

al

rey, de los cuales se

formaba una relación, anotada por en que se designaban

los ministros reales,

que debían ó no ser com-

los

placidos, según que se hubiesen ó no prestado á dar

ciegamente sus votos á

la

proposición real, imponiendo

á sus comitentes nuevas cargas. Injusto fuera callar aquí que este sistema de favorecer en sus empeños á los diputados

y,

no á

los

que votan

que no, está

los

proyectos de los gobiernos,

lejos

de ser peculiar de

Feli-

de aquel tiempo, puesto que se le ha visto usar, con semejante motivo, por todos y en todas partes. Fuerza es añadir, de otro lado, que ni aún por eso

pe

II

ni

dejaron de condenar con frecuencia aquellas Cortes el desarreglo económico del rey, así política

que

lo

como

ocasionaba. Las de 1566

la perjudicial

le

manifestaron

ya que tenían mucho sentimiento en ver «que >zas del reino no podían corresponder á

la

las fuer-

necesidad,

>obligación, voluntad y deseo, que tenían en servirlo: las

de 1570 á 71, reunidas primero en Córdoba, y en

Madrid luego, pusieron graves dificultades á votar el servicio que les pedía; y en las de 1573 á 1574, tuvo que dar con

los

licencia á los procuradores para

ayuntamientos de

las

ir

á consultar

ciudades que representa-


BOSQUEJO HISTÓRICO

152

ban, su propuesta sobre

no considerándose

desempeño de

el

la

Hacienda^

con poderes bastantes para

ellos

votarla: por lo cual se prorrogaron hasta 1575.

cansaba Felipe

II

de acudir á

medio de que los escritores

No

las Cortes, porque,

políticos

se

en

de su época llega-

ban ya á sostener que no había verdadera propiedad

y que toda la del reino pertenecía esencialmonarca, así como que la corona podía impo-

individual,

mente

al

ner los tributos necesarios, sin contar con los procuradores, jamás

él

ó sus teólogos familiares admitieron

semejante doctrina; y no llegó por eso mismo á concebir

tampoco

tencias á

propósito de concluir con aquellas resis-

el

mano

airada.

Las Cortes, por su

ban por ceder siempre, bien que no testas: diciendo entre otras las

parte, acaba-

sin dolorosas pro-

de 1579, que faltaba ya

hasta la esperanza del remedio, <por estar gastados los

^caudales de los tratantes, y del todo descompuesto y ^desbaratado el universal y particular comercio; y tan

y muy subidos >los precios de las cosas; y muy agotada la moneda. > Llegaron las cosas á punto que, para lograr que las de ^adelgazadas

las granjerias

1588 consintiesen en

las

de

la tierra;

propuestas reales, fué preciso

recurrir á los prelados, á fin de

que persuadieran á los

cabildos municipales á que otorgaran á sus procuradores los

amplios poderes indispensables. Por último: las

Cortes de 1592 declararon que no había, ni podía ha-

ber duda, en que el reino estaba consumido y acabado del todo. Nada tiene, pues, de extraño, que en, tiempos que inspiraban estas lastimeras frases, no solo destruyesen los tributos y el desorden de la Hacienda del Estado la riqueza pública, sino que decayera real-

mente tanto

la

población,

como

atrás

queda expuesto;.


CASA DE AUSTRIA

153

bajando, en breve plazo, de diez á ocho millones de

al-

mas. Fácil también ya era, según dijo D. Alejandro Llórente poco hace en un notable discurso, »

<

divisar

desde aquellas cumbres sombríos horizontes y no lejaY no podrá ya tacharse de exagerado

>janos abismos.»

tampoco, aunque sea caluroso, como de persona agra-

resumen que por estas y otras causas, hizo estado general en que dejó á España Felipe II, el

viada, el del

comentador de Tácito, Alamos Barrientes, con siguientes palabras, ya en otra ocasión dadas á luz

ilustre las

por

el

«Por

autor del presente trabajo:

las continuas

>enfermedades de aquel rey» decía, «ó por nuestros >pecados, ó por los secretos juicios de Dios, no ha sido >suficiente todo para

que no se

halle V.

M.

á la Iglesia

>más cercada que nunca estuvo de herejes y enemigos la persiguen. Los reinos, no sólo no son seguros, >sino indefensos, infestados, invadidos; todo el mar

>que

lOcéano y Mediterráneo,

casi

enseñoreado de los ene-

nación española rendida y amilanada, de ^descontenta y desfavorecida, siendo la que siempre se

>migos;

la

>tuvo por invencible, por ser con

la

ido todas las otras, y ganado los >juntado con esta corona;

que se han sujetareinos que se han

la justicia

>da; el patrimonio real consumido; la >dito acabado, juntamente con las

postrada y perdireputación y cré-

grandes cabezas del

íEstado, guerra y paz, de que han abundado estos refinos, y han sido tan temidos por esto como por todo su >poder.

De

lo

cual lo que ha resultado es:

que halla

>Vuestra Majestad universal desconsuelo y descontenyfo en los grandes, medianos y menores, juntamente >con

la

desconfianza y otros semejantes efectos, que el verdadero esta-

>necesariamente resultan de ser este


BOSQUEJO HISTÓRICO

154

>do en que queda, y está todo.j- Inútil sería añadir una palabra, después de las de este político contemporáneo:

mayores de su época, y que no hablaba así á cualquiera, sino al propio hijo de Felipe II. Respecto al estado intelectual de España, á su fin po-

uno de

lítico

los

y

y

religioso,

sistema de represión comen-

al

zado, cual hemos dicho, hacia esta época, para afirmar

ó mantener

unidad de creencias religiosas, preciso

la

también será decir algo más de

lo

queda expuesto, por ria. Siendo Felipe II

representante de aquel

la

que incidentalmente

especial importancia de la mate-

el principal

sistema, en ningún otro de los reinados de la casa de

Austria podría ser

punto más oportunamente tratado.

el

Es indudable, ante todo, que, cobró

la

represión religiosa

nes que hasta venir de

como reinando Felipe II mucho mayores proporcio-

muy

allí

así

hubiese conocido España, á pesar de

de lejos en

ella la intolerancia,

garon, cual ya se ha dicho, en aquel tiempo, la literatura

española

Conviene explicar

al

al

más

alto

también la

lle-

lengua y

grado de su esplendor.

paso esta contradicción aparente,

esclareciendo hasta donde sea posible hechos, que con

razón deben contarse por los de más transcendencia

de nuestra

historia.

instrumento de

la

Queda ya expuesto que

el

principal

represión, por medio de la cual se

logró mantener la unidad religiosa fué, y nadie lo ignora, la Inquisición española.

peciales de

la fe, distintos

rios, del célebre Concilio

dos bien pronto á los

Derivados

los tribunales es-

de los de los obispos ordina-

de Tolosa de 1229, y encarga-

frailes

dominicos, que se distin-

guían ya por su celo contra los herejes, fundáronse en Alemania, en Italia y Aragón, antes que en Castilla. Poco habían dado que decir de si tales tribunales, no


155

CASA DE AUSTRIA

habiendo intervenido aún en esta última, en ninguna gran causa colectiva ó social, cuando, estimulados por los clamores de la mayor parte de sus subditos, que aborrecían á los judíos, y temían su influjo creciente, solicitaron los Reyes Católicos bula del Papa para la creación de un tribunal especial de Inquisición, nombrado por la Corona; que atendiese á la conservación y

defensa del cristianismo en sus Estados. Obtúvose y comenzó á proceder en Sevilla hacia 1481, según parece, contra los que,

aparentando que eran cristianos, prac-

ticaban la doctrina judaica, esta nueva Inquisición, ó Inquisición española: distinta de la eclesiástica, hasta allí

conocida, tanto por su origen real,

como por sus

que fueron siempre no menos sociales ó políticos, que religiosos. Hízose este tribunal más especial por los antecedentes motivos, que no por sus procedimientos ó su rigor, que fueron, á poco más ó menos, los ordi-

fines,

narios del siglo en que se fundara y del siguiente.

Como

instrumento de unidad religiosa fué primero empleado contra los cristianos judaizantes, luego contra los judíos declarados y residentes á pesar de

la

expulsión, y algo

también después contra los mahometanos ó moriscos: aunque estos, recordándose sin duda las capitulaciones, mediante las cuales sucumbieron, fuesen tratados

siempre con bastante indulgencia. Ni dejó de entender la Inquisición

también en casos de mera herejía, ó sosdurante los reinados que precedieron al de

pecha de

tal,

Felipe

y aún

II;

los

Reyes Católicos dieron ya sobre

los

libros impresos una pragmática, bastante represiva, para

impedir que por causa de ellos penetrasen en España ciertas doctrinas extrañas. Mas nada de esto ni de lo

que se vio en tiempo de Felipe el Hermoso 6 Carlos V,


BOSQUEJO HISTÓRICO

156

puede compararse con Célebres son

lante.

acontecido desde 1557 en ade-

lo

las

ordenanzas de Madrid de 12 de

Septiembre de 1561, por

las cuales se rigieron princi-

palmente los tribunales del Santo Oficio en sus procedimientos contra las personas; pero más digna de celebridad es todavía

la

pragmática contra los libros de

1558, ya citada en este libro,

y que

tanta parte tuvo,

á no dudarlo, en la decadencia intelectual de España.

Desde

este tiempo hacia adelante, fué ya la Inquisición

un tribunal más

que religioso, formado y ardientemente protegido por la Corona, que cuidaba con mupolítico

cho empeño de que se

le

conservase su carácter regio y

nacional, y no fueran sus procesos en apelación á

Roma.

Hacíasele entender en negocios puramente de Estado

por

confianza especial que inspiraba, tomando motivo

la

para ello del enlace constante que á

la

sazón tenían

las

cuestiones religiosas y políticas; y por su medio se procuraba asimismo impedir que la discordia, que Qon pretextos religiosos, tanto había dado que hacer á Carlos

V

en Alemania, ó á Felipe

nicara á España.

Que

razón, aunque no seguramente

con que so á

la

el

poder

civil,

en Flandes, se comu-

II

esta última fuese la

una carta de Carlos

principal

única, de la crueldad

aún más que

el religioso,

introducción del protestantismo en

lo manifiesta

V

nadora Doña Juana, desde Yuste, en 3>él

muy

la

se opu-

Península,

á la princesa goberla cual le dijo:

«que

había visto, por experiencia, en Alemania y Flan-

»des, que no podía haber prosperidad ni reposo,

donde

>no había unidad de doctrina;» de donde tomaba pie para encargarla que acabase á toda costa con los herejes. pital

Y

este fué siempre, en lo sucesivo,

de

la política interior

el

principio ca-

de España. «Puede decirse,»


CASA DE AUSTRIA

pues, con acierto

escribía,

Agustín Nani, «que

el

jefe

embajador veneciano

el

de

IST

Inquisición es aquí el

la

>los

nombra á los inquisidores y sus ministros, y emplea en enfrenar á sus subditos, castigándolos

»con

el secreto,

»rey, que

»nal se procede,

>secular,

y la severidad con que en aquel tribucuando no basta la autoridad ordinaria

aunque suprema,

del

Consejo

real;

por mane-

y el Consejo se dan la mano, y >recíprocamente se ayudan para servir al rey en las >materias de Estado.» Lo exacto de este juicio, plenísiara que la Inquisición,

mamente confirmado

está en

Tocante á

tenemos además á

los libros,

el

caso de Antonio Pérez. la vista

varios

documentos inéditos de Simancas, por donde se prueba

que

la

idea de prohibir

y

castigar su introducción cruel-

mente, antes partió, que del Santo Oficio, de Felipe

En 4 de Marzo de 1558 mandó

este príncipe á los

quisidores, desde Flandes, que vigilasen

mucho

II.

in-

la in-

troducción de los libros heréticos, reprimiendo con severidad cualquier abuso que en esto se observase; y con

fecha 12 de Mayo, ral Inquisición,

le

respondió

que «en

el

el

Consejo de

la

gene-

recoger los libros prohibidos

»y que no se trajesen á estos reinos otros sospechosos el cuidado que >Su Majestad mandaba, y se había escrito á los inqui>sidores que cada uno en su distrito hiciese publicar

»y heréticos, se había tenido y tenía

>editos con grandes censuras para >ra, ni

que nadie

los tuvie-

ningún confesor pudiese absorver á las perso-

>nas que los tuvieran y no los diesen; por ser tanta la >desvergüenza y osadía de los herejes que no bastaba >el cuidado, según mostraban los muchos libros de esta >clase que cada día parecían:» proponiéndose, en suma,

«hacer todo

lo

posible por evitarlo y castigar con todo


BOSQUEJO HISTÓRICO

158

»r¡gorá los delincuentes.» tal

contento

el

monarca con

recomendación, escribió otra carta, á 5 de Junio del

propio año,

por

No

lo

al

Consejo de

la

luteranismo en España, con

vedad

Inquisición añadiendo, que

que importaba atajar y remediar

la

invasión del

mucho fundamento y

bre-

escribía á la serenísima princesa, su hermana, go-

bernadora del reino, que

les

encargase «tener

las

ma-

que solían y de ellos confiaba >para extirparlo, de manera que no pasase adelante,

:»nos

en

ello

y hacer

lo

^avisándole, particularmente de lo que se hiciere en lo

>de los

frailes

que huyeron de Sevilla»; los cuales eran

doce Jerónimos de San Isidro del Campo^ fugitivos para evitar la persecución testantes.

que tenían por sus doctrinas pro-

Secundando y no más

la Inquisición el

celo

del rey, contestó á esta carta en 26 de Octubre de 1558,

y decía, que con consulta de la serenísima princesa^ ya «se habían nombrado inquisidores y comisarios, que re>sid¡esen en las fronteras y puertos, donde aportaban >los libros sospechosos, para

que se remediase

el

daño

>que de traerlos resultaba.» Añadía después que, en

lo

tocante á los presos, «se entendía con todo cuidado para

»que S. M. fuera servido, y su real y santa intención »se ejecutara, habiendo ya mandado escribir la princesa ^gobernadora á todos los prelados, grandes y justicias >y otras personas del reino, para que tuviesen gran cui»dado, así en lo de los libros

como en

lo

demás, y de

La represión como decía la mis-

>todo diesen aviso á los inquisidores. > del luteranismo

ma

Inquisición,

más doctos

no

era, á todo esto,

ya muy

fácil;

porque algunos de los

eclesiásticos que siguieron

al

emperador á

Alemania, desde 1546 á 1552, lejos de convencer con sus predicaciones á los protestantes, habían sido impul-


CASA DE AUSTRIA

sados por su ejemplo, ó por

las

159

exigencias de

la

con-

troversia misma, á examinar detenidamente los textos

sagrados; y de este examen lengüístico y dogmático quedaron bastantes de ellos, no menos llenos de error

que sus contradictores. Constantino Ponce de la Fuente y Agustín Cazalla, dos de los primeros teólogos de Carlos V, se inficionaron por

tal

manera en

las doctrinas

protestantes, que otros

hombres de mérito, como Juan de Valdés, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, siguieron su ejemplo, que no tardó en imitar

gente y aún

mucha

y personas nobles. Eran, como se ve, bastante importantes y numerosos los autores ó cómplices de

frailes

la herejía,

para haber burlado

al

rey y á

la

mucho tiempo, de no apelarse, cual se á medidas extremas. La pragmática contra los de 7 de Diciembre de 1558, ya más de una vez

Inquisición, por

apeló, libros,

citada, lo fué tanto,

que prohibió á

los libreros

clase de personas, bajo pena de muerte,

y á toda

y perdimiento

de todos sus bienes, tener, vender, introducir, ni traer del extranjero ningún libro, ni obra impresa, ni por imprimir, de las vedadas por el Santo Oficio; sometiendo además, á la aprobación y licencia del Consejo real, cuantos libros hubieran de publicarse en España. Y no bastando todavía esto, en 21 de Agosto de 1572 se

mandaron visitar en un mismo día y hora por toda España, cuantas librerías hubiese, sellándolas, apoderándose de todos los libros, y reconociendo los que estuvieran prohibidos, para aplicar de una vez aquella rigo-

rosa pragmática á cuantas personas hubiesen contravenido á sus disposiciones. Ni hay que maravillarse mu-

cho de esas órdenes draconianas, cuando sabemos que Francisco

I

llegó á decretar en Francia, á 12 de

Enero


BOSQUEJO HISTÓRICO

160

de 1535,

la abolición del arte

de

la

imprenta; y que en

Inglaterra ó Alemania, la publicación de libros contrarios al

monarca ó á

la religión reinantes^ solían ser

á

la

sazón perseguidos, tanto ó más que en España, bien

que no tan constante y sistemáticamente, gracias á organización sólida y hábil del Santo Oficio. Pero aquí realizaron Carlos los herejes

y

la

V

ó Felipe

II

la

la si

persecución de

organización de tribunales á propósito

para exterminarlos, con mayor calor que otros monarcas, fué porque, aparte de las consideraciones políticas

y de utilidad inmediata, que quedan expuestas, había que contar con el sincero fanatismo religioso de ambos y con su decidido empeño de acabar con el protestantismo en iodo el mundo, para lo cual era lo primero no dejarle echar raices en la Península. Ni es posible du-

dar tampoco, que este sistema político-religioso de que

apoyo con

la

Inquisición fué instrumento, contase en su

la

opinón general del pueblo español, de todo punto

favorable á

intolerancia religiosa en aquel siglo y el

la

Hombres eminentes no vacilaban en prestar su elocuencia á los autos de fe, como Melchor Cano siguiente.

hizo en

de Valladolid contra Cazalla y sus secuaces.

el

Roma, bastante favorable á la Inquisición en tiempo de Paulo IV, parecía ya tibia con respecto á ella, en los días de su sucesor, el célebre jurista y di-

La

corte de

plomático Francisco de Vargas, no obstante ser

poco respetuoso con

más

realistas

de

la

él

tan

Santa Sede, así como á los

los Ministros

de

la

época. Fué, á no

dudarlo, aprobada por el intolerante y feroz fanatismo

de

la

multitud,

nunca amiga de

la

templanza, antes

afi-

cionada siempre á los extremos de rigor, en cualquier sentido en que se ejerza, la presencia de Felipe V

1

II,

en


CASA DE AUSTRIA el

161

auto de 8 de Octubre 1559 en Valladolid; y admirado

su piadoso juramento de prestar su espada á sición para

que defendiese

la fe.

eso mismo, únicamente, Felipe

títulos fiesta,

pudieron, con

Algo haría

el

la Inqui-

no honraron por

ó sus sucesores aque-

II

sino que, desde

llos juicios terribles,

grandes y tomaron á

Y

el principio,

los

y la generalidad de los españoles los engalanándose bien pronto, cuantos de familiares del Santo Oficio.

título

no

fingir el temor,

lebles del íntimo espíritu

que

dudamos; pero

lo

paña de entonces ha dejado en

la

la

Es-

lengua señales inde-

la

animara, dando á

la

acepción de mal intencionado y perverso, y haciendo equivalente la frase cara de hereje, palabra hereje

la

de cara fea ó propia de hombre desalmado. Debiéronse hacer á

la

par tan sospechosos los sabios

al vulgo, que y aplicable á cualquier homde está en peligro de ser luterano.

llegó á ser frase corriente,

bre estudioso

No

la

entró nunca seguramente en el ánimo de Felipe

perseguir

el

II

saber, ni reducir á la ignorancia á sus

subditos: bastara la protección eficacísima que dispensó

á Arias de Montano, en líglota,

la

publicación de su Biblia po-

para demostrar que, aun siendo los estudios

escriturarios

y lingüísticos los más peligrosos entonbuenos é indispensables. El mal esen-

ces, juzgábalos

cialmente estaba en

el

sistema de protección y repre-

sión por él tan enérgicamente adoptado. sin

duda alguna, que mantener

en

la

la

No

quería más,

unidad de doctrina

ciencia de las ciencias, que es la de Dios; no

defendía aquella doctrina, en su unidad, sino porque

con toda sinceridad

la

tenía

como

única cierta: no pre-

tendía otra cosa, con sus inquisidores, que amparar

saber verdadero, y castigar

el falso;

el

pero en este dis11


BOSQUEJO HISTÓRICO

162

cernimiento, para todo gobierno y todo tribunal impo-

que aconteció á

sible, lo

la larga fué,

que toda especie

de saber sucumbió.

Los

frutos, sin

embargo, del sistema no se recogieron

todos inmediatamente.

A

pesar de los bien conocidos

contratiempos de Fray Luis de León y otros,

la

lengua

y la literatura, propiamente dicha, alcanzaron su siglo de oro, cual se ha dicho con repetición, en el reinado de Felipe II, así como en los primeros años del castellana

siguiente, prolongándose, según

veremos luego, hasta

más de

el

la

mitad del de su nieto,

esplendor de

la

poe-

y hasta allí no interrumpido de la lengua, de una parte; de otra los continuos viajes, y la gran comunicación en que estuvieron los españoles con las escuelas y los grandes hombres sía dramática. El adelanto natural,

de toda Europa, durante Felipe

II,

deben contarse

gran progreso

literario

los

reinados de Carlos

como causas

Vy

principales del

de que hablamos, y de que, á

pesar de las trabas interiores, puestas ya á los buenos estudios, no se sintiera con rapidez la decadencia.

De

advertir es también que, en ciertos géneros literarios, la

Inquisición

se limitó, por

lo

común, á expurgar de

obscenidades ó irreverencias los libros, como hizo con

Propaladla de Torres Naharro procediendo hasta en esto mismo con mucha más parsimonia y descuido, que en la persecución de doctrinas y proposiciones heréticas, ó que tenía por peligrosas. Por eso mismo, la la

crítica

;

y

las ciencias naturales,

que indispensablemente

necesitan de alguna libertad para

el

examen, fueron

que quedaron aquí ahogadas en su cuna, sin poder aprovechar el movimiento general de progreso las solas

iniciado en ellas por aquel tiempo. Florecieron extraor-


CASA DE AUSTRIA

163

dinariamente, en cambio, las ciencias morales en los días de Felipe II, la teología, lo mismo que la jurisprudencia, y que la filosofía

gloria

la política,

bien que informadas todas por

Y

escolástica.

es grande,

que deben dar á España

materias, por

más que no basten

que en

otras, primero,

diera,

con

ciertamente,

los escritores

la

de estas

á compensarla, de lo

y luego en estas mismas per-

perseverante y nimia intolerancia que paulatinamente fué desarrollando el Santo Oficio. la

Pero es sobre todo notable y digna de atención la importancia que llegó á alcanzar por entonces el derecho público, en lo tocante al origen de las sociedades

humanas,

al principio y formación del poder público, á derechos y deberes de los gobiernos para con los gobernados, á la índole y distinción de las dos grandes potestades de la época, la regia y la pontificia. Tenía

los

aquella sociedad española un doble ideal social:

dad

del

poder y

la

unidad de

la

la uni-

doctrina religiosa.

La

alianza ó la discordia de estos dos ideales, y las relaciones continuas de las potestades que los representa-

ban, obligaba, como nunca, á estudiarlos. Y así se vio que descaecían rápidamente las grandes instituciones históricas de la Edad Media, que, como ías Cortes

y

los

Concejos,

las clases

y

los fueros, ó los Concilios

nacionales y los Cabildos, representaban la instintiva necesidad de los individuos, de limitar de algún modo los

poderes supremos, fatalmente inclinados á

ción, sea cualquiera la forma en

la

absor-

que estén organizados;

y en los propios momentos se desenvolvía activamente una escuela político-religiosa, libre y profunda, aunque fundada en un estudio incompleto del individuo y de la el espíritu de estos

sociedad. Para comprender bien


BOSQUEJO HISTÓRICO

164

tiempos, hay precisamente que advertir que de cuela se derivaron dos teorías fundamentales:

apoyada en

pasadas sumisiones

las

es-

tal

una,

la

imperio de

del

Occidente, que sujetaba los monarcas temporales á

suprema dirección

de

política del jefe

ca; la otra, derivada

de

la

la

Iglesia católi-

las primitivas tradiciones,

que

pretendía que los soberanos católicos, y sobre todo los

emperadores de Alemania, debían ejercer, á los Pontífices, el

gobierno externo de

la

par con

Iglesia,

la

como

sus naturales protectores. Lo mismo los príncipes cató-

que

licos

los protestantes, sostenían,

en virtud de esta

última teoría, que su potestad era de derecho divino, ni

más

ni

menos que

lo divino ni

en

lo

la

que ejercía

y que

la Iglesia,

en

ni

humano podían desobedecerlos sus

subditos, para quienes su voluntad, conforme ordena-

ban

las antiguas leyes

romanas, debía ser

ley. Hefele,

escritor alemán^ en su libro acerca del cardenal Cisneros, refiere, por ejemplo, que,

después de haber aban-

donado

habitantes del Palatina-

la religión católica los

do, pasaron, en 1563, del luteranismo

un decreto del elector Federico vertido

el

sucesor de éste, Luis,

vo en 1576, obligó por rar el calvinismo,

que

la

III;

al

al

calvinismo, por

y habiéndose con-

luteranismo de nue-

fuerza á sus subditos á abju-

les había

impuesto su padre.

eran pasados apenas siete años, cuando

el tutor

derico IV, Juan Casimiro, impuso de nuevo

mo

al

Electorado. La

misma paz

religiosa,

el

No

de Fe-

calvinis-

de 1555, ce-

lebrada en tiempo de Carlos V, dejó á los príncipes

alemanes tre

el

derecho de dar á escoger á sus subditos en-

abrazar las creencias religiosas que ellos para

adoptasen, ó emigrar, no sin satisfacer antes

al

Tesoro

soberano buenas multas. Esto pasaba aún en Alemania


CASA DE AUSTRIA

165

durante

el reinado de Felipe lí; y lo que ya había acontecido en Inglaterra, reinando Enrique VIH, ó aconte-

ció, en contrapuestos sentidos, bajo el cetro de María ó de Isabel, no hay que recordarlo, por sobrado sabido. Ni la conducta de España con los judíos y los moriscos

estuvo guiada por otro que por este mismo principio; el cual, sin embargo, castigaba la Inquisición, y conde-

naban

doctores católicos, en

los

sí mismo y en absode que no pudiera, con razón, aplicarse á los verdaderos fieles. Pero en el ínterin, la conquista de Navarra,, hecha durante la niñez de Carlos V, se justificaba únicamente con una bula del Papa, de una parte;

luto, á fin

y de otra, el alto derecho de protección de que se juzgaban investidos los emperadores de Alemania, y aun los reyes, daba aliento á Carlos V para asistir como juez á '

la

famosa disputa teológica de Worms, exigir

imperiosamente

la

celebración del Concilio de Trento,

y publicar uno y otro Interim de conciliación, entre el Catolicismo y la Reforma. Marchaban así de frente y en contradicción

las dos teorías expuestas: la de la superioridad temporal del Papa sobre los soberanos y la de la participación de éstos, por derecho propio, en el

gobierno de

la Iglesia.

gaba con potestad

al

Felipe

II,

Papa para

por ejemplo, que juzquitarle el reino á Isa-

bel de Inglaterra, por herética,

asimismo se creía en deber de tomar eficacísima parte en las declaraciones dogmáticas de Trento. Y todos los monarcas de

el

aquella dinastía se creyeron igualmente obligados á intervenir en la elección de los Papas, pensando que á ellos

también les tocaba procurar, por todo género de y hasta por dádivas, con tal que no pacta-

influencias,

sen obligación expresa de votar, que ocuparan

la silla


BOSQUEJO HISTÓRICO

166

de San Pedro personas determinadas.

No

puede, cier-

tamente, negarse que en todo ésto, además del interés

veces

espiritual, tratasen á las

sus conveniencias políticas,

España, dejaran de tener

ni

muy

los reyes de favorecer

que, en especial los de

en cuenta, en todo

lo

de

Roma, las de los grandes Estados que poseían en Italia. En todos los sistemas políticos, y por sinceramente que

los profesen

los

hombres, se abre paso

el interés

personal con frecuencia, y aun en ocasiones, sin advertirlo, aquellos

con los principios

mismos que confunden su provecho que sustentan. Lo que no puede du-

darse es que Felipe

II

fuese sinceramente católico y

hasta fanático católico; y, con todo eso, es indudable

que no creía

faltar á los

deberes de

tal,

constituyéndo-

se en una especie de curador oficioso y constante de la Iglesia,

desobedeciendo cuantas bulas y breves del cuai se ha visto, y hasta

Papa contrariaban sus miras,

ordenando una vez á todos sus subditos católicos, con

más ó menos motivo, que no es del caso apreciar ahora, salir de Roma, ciudad común, y capital constante de

que sólo cuando gratis

los católicos, ó

sen en

Roma

les

concedie-

gracias espirituales, recibiesen las que

únicamente puede otorgar

el

vicario de Cristo.

Tan

sólo la confusión del derecho temporal y espiritual, que

acabamos de explicar, hacía prácticas contradicciones semejantes. Los doctores españoles juristas y teólogos, desde Palacios Rubios en adelante, examinaron hondamente

las

gravísimas cuestiones de principio que ofre-

cía la conjunción,

en una época dada, de aquellos dos

distintos ideales: el

monárquico ó

civil,

y

el pontificio

eclesiástico, procurando determinar los límites de

bas potestades, y concertar

las

ó

am-

opuestas teorías que


CASA DE AUSTRIA

mantenían entre

ellas

perenne

al

Hiciéronlo,

la discordia.

muy

en verdad, desde puntos de vista

que

167

diferentes,

encomendada

antecitado autor le fué

como

la justifica-

ción de la conquista de Navarra, hecha mediante una

bula de exoneración expedida'por

á Melchor Cano, por ejemplo, la

Papa; mientras que

el

que se

lo

cuestión de saber hasta qué punto

le

el

sometió fué

rey temporal

podía corregir los desmanes de los Pontífices con

armas.

Difícil era

sobre tales y tan opuestos preceden-

tes fundar una verdadera y única doctrina; pero

durante

el

Siglo de Oro de nuestra

nó en España

las

la

de

la

al

cabo,

predomi-

literatura,

escuela político-religiosa ya

mencionada, cuyos principales representantes fueron ciertamente

el

sabio Francisco Vitoria, maestro de Mel-

chor Cano,

el

insigne dominico

Domingo de Soto y

el

jesuíta Francisco Suárez, llamado

el

Todos estos autores sostuvieron

recíproca y armó-

la

doctor eximio.

nica independencia de las dos potestades, espiritual y

temporal; ción y en

el la

origen divino del pontificado en

persona;

dencial de las sociedades

constitución del poder;

la institu-

origen también divino y provi-

el

humanas, y

mas no

el

de

el

de

la

primaria

las dinastías ó los

reyes, reconociendo, á la par de esto último, la libertad natural de los hombres, no sólo para seguir la religión

verdadera, sino para escoger

que han de regirse, y

Y

excitados por

tiranía

el

las

la

forma de gobierno por

personas que deben

calor de

la

controversia, ó por la

de los protestantes contra

la

católicos, los jesuítas, nacidos de lo píritu

conciencia de los

más íntimo

español de entonces, y á pesar de

ción que hallaron,

muy

dirigirlos.

influyentes

la

del es-

viva oposi-

ya, desde Felipe

en adelante, no solamente comenzaron á enseñar

el


BOSQUEJO HISTÓRICO

168

principio de la soberanía nacional, sino aun la teoría

de el

la

insurrección legítima, llegando hasta á excusar

regicidio en ciertos casos. Surgió así

exagerado, y á deshora de

la

un liberalismo

lucha misma de

potes-

la

tad regia y pontificia, y del doble ideal de la época. Mas no puede negarse que fuese aquélla, con sus más ó

menos

inconsecuencias, sus exageraciones y

claras

todo, una grande escuela científica. Ella echó con Al-

fonso de Castro los cimientos de

la ciencia del

derecho

del derecho de gentes con Francisco Vitoria

penal, y la y Baltasar de Ayala.

dos de derecho

Ella dio de sí innumerables trata-

político, entre los cuales se

chos dignísimos de estima aún hoy en

ha demostrado en otra ocasión

el

cuentan mu-

conforme

día,

autor de este traba-

cuando profundamente llegue á estudiar-

jo. Ella será,

se y conocerse del todo,

nado de Felipe

II,

el

timbre mayor quizá del

y uno de

los

mejores,

si

no

el

rei-

más

celebrado fruto, del talento español hasta ahora. La

de escribirse los más profundos de es-

circunstancia tos

libros

en

comúnmente,

latín

el

género de per-

sonas que los escribían y los propósitos inmediatos á que

los

dedicaban, hicieron que dejase

ción suelta la rienda los

autores, por

al

la Inquisi-

atrevido espíritu filosófico de

mucho espacio de tiempo más que

de los que componían

las

obras en romance, y

al

al al-

cance, por consiguiente, de la multitud, ó al de los que tomaban por norte asuntos menos protegidos de uno ú otro de los grandes intereses dominantes en la época.

Tal era en tanto lipe

según

el

liberalismo doctrinal de la de Fe-

todavía, que la refiere

escandalosa,

Inquisición no permitió

una vez,

Antonio Pérez, antes bien, castigó como la

proposición de que los reyes eran due-


CASA DE AUSTRIA

nos absolutos de

las vidas

169

y haciendas de sus vasallos.

Ni un solo autor creía, por otra parte, en España, donde tan violentamente estaba estableciéndose la unidad

de doctrina, que

Y

conciencia.

el

rey tuviera jurisdicción sobre

es que

la

la

lógica impera rara vez por

completo entre los hombres. La Inquisición misma, que por su parte

la

tenía inexorable, no podía realizar,

quizá concebir toda su obra de un golpe.

claramente que en

cuando se tocaran

xvi

el siglo

ni

Mucho más

sería, pues,

en

el xvii,

consecuencias todas del riguroso sistema de próiección, iniciado por Carlos V y Feli-

pe

II

las

en España. Hasta entonces no sólo en las buenas en las ciencias morales, y en especial en la

letras, sino

Teología, critores

como

de

la

resplandeció

Pero

si

la

tan altamente demostraron nuestros esgrande época del Concilio de Trento, talento español

el

forma de gobierno,

estado del ejército, de la industria, del

la

la

con

marina, de

comercio, de

la

brillo

inmortal.

política exterior, el la

propiedad, de

Hacienda pública, todo

lo demás que hasta aquí hemos expuesto, en fin, daban ya á entender bastantemente la no lejana ruina del po-

der y la grandeza española, nada contribuyó tanto, sin embargo, á extremar nuestra decadencia y hacerla duradera,

como

la

final

dirección tomada desde el

glo XVI hacia adelante, por

si-

y someramente señalada en los precedentes párrafos. Por sí mismo resultará esto demostrado en lo que sigue. el espíritu

nacional,



^¡BmM^s^M^^^

VI

o ES LA PRIMERA VEZ

que escribe

el

autor de este bosquejo acerca de los tres úl-

timos reinados de car de nuevo

el

la

casa de Austria. Al to-

asunto, quince años después de dada

á luz su imperfecta y breve Historia de la decaden-

cia de España, son no pocos los errores ó juicios te-

merarios que

le

más demás que no deba éste mucho menos, con gusto

obligan á deshacer mayores y

tenidas investigaciones; y por ser un trabajo completo, ni

aprovecha

la

con exactitud

ocasión que se el

le

presenta de describir

carácter y circunstancias de los prin-

cipales personajes españoles del

siglo

xvn. Obró

el

autor de buena fe siempre, siguiendo las versiones

más

generalmente recibidas; pero no por eso se juzga

dis-

pensado de volver hoy por la justicia.

tículo

los fueros

Propónese, en cambio,

de

utilizar

la

verdad y

en este

ar-

cuanto convenga de aquella obra, para dar bien á

conocer los monarcas en cuyo tiempo se realizó nuestra decadencia.

Desde

el

apogeo en que España y

casa de Austria aparecían aún durante Felipe

II,

irémoslas viendo descender

el

la

reinado de

lentamente

al


BOSQUEJO HISTÓRICO

172

principio, rapidísimamente después, á la

tencia política en el reinado de Carlos grata, pero quizá

más

útil,

que

la

II

,

mayor impotarea menos

fastuosa descripción

de nuestra nunca bien cimentada grandeza.

Nació Felipe la

III

en Madrid, á 14 de Abril de 1578, de

cuarta mujer de Felipe

II

,

doña Ana de Austria. Su

educación dejó mucho que desear, porque, según decía

ya en 1598 Agustín Nani, túvole siempre su padre

sin-

gularmente sujeto, por manera que se hizo humilde y «Tiene», le decían por lo mismo á su

obedientísimo.

padre sus maestros y servidores, «todas las partes de »príncipe cristiano: es muy religioso, devoto y hones»to; vicio

ninguno no se sabe»; pero ninguna otra cosa

acertaban á alabarle en su adolescencia. Acaso plo de Carlos,

aumentando en Felipe

pios de su carácter, le movieron á dar

pe educación semejante. Quiso, de morir

sin

ejem-

al

nuevo

prínci-

embargo, que antes

comenzara á tomar parte en

él

el

los recelos pro-

II

las deliberacio-

nes y prácticas políticas, para irle instruyendo en ellas; y hasta mandó que presidiese dos veces por semana

una especie de Junta de Estado, para que oyera

lo

que

se trataba y se lo relatase luego. Pero no parece que el príncipe, ó bien por los defectos de su primera educación,

ó bien por su naturaleza negligente,

atención á esto

ni hiciese

prestara

esperar nunca notables pro-

gresos á su padre, puesto que se lamentaba éste ya de la

incapacidad de su hijo con

yerno, que era

al

el

archiduque Alberto, su

propio tiempo su confidente y amigo,

cuando aquél estuvo en Madrid á la infanta.

contrario

solicitar la

Suponíasele, con todo eso, al

al

mano de

morir Felipe

II,

sistema de gobierno por aquél seguido; y

no faltaba quien temiese también que resultara más co-


CASA DE AUSTRIA

173

que aquél, y más vivo, atrevido y armígero; pretendiendo que las malas voces que corrían sobre su calérico

pacidad y carácter nacían del padre, para excusarse de no haberle dado parte en el gobierno, como había con él hecho, aun antes de su abdicación, Carlos V. Nani, que

oyó todo que

esto,'

suspendió directamente su

los acontecimientos

que era

la

juicio,

hasta

se encargaron de demostrar

expuesta una de tantas imaginadas habilida-

dades como imputaban sus contemporáneos á Felipe fuera de las que por obra realmente ponía

él.

II.

Tenía Fe-

cuando heredó, poco más de veinte años, y había sido jurado como príncipe heredero de Portugal en lipe

III,

Lisboa, en 1583; de Castilla y León, en 1584; de Ara-

gón, Cataluña y Valencia, en 1585, y en 1586 de Navarra. Al morir su padre estaba ya ajustado su matri-

monio con doña Margarita, tria

D. Carlos, y

el

hija del

archiduque de Aus-

casamiento se verificó, por pode-

en Ferrara, echando á la desposada la bendición el Papa mismo, el 13 de Noviembre de 1598. No llegó á juntarse la nueva reina con su marido hasta el 18 de

res,

Abril del año siguiente, en la ciudad de Valencia. Contá-

base que, habiéndose mostrado á Felipe

III

los retratos

de tres princesas para que escogiese mujer, no había querido tener en esto opinión siquiera, dejando ción á su padre; y bien

pudo ser esto

cierto,

la elec-

según

los da-

tos que Francisco Soranzo, sucesor de Nani, en la emba-

jada de España recogió de sus primeros años, y cripción que hizo de su

la

des-

temperamento y carácter

(1).

Desde aquí en adelante, los embajadores venecianos que (1) iremos citando pertenecen á la colección de Barezzi y Berchet, publicada en Venecia, la cual en dos volúmenes, comprende ,


BOSQUEJO HISTÓRICO

174

Ofreció

el

nuevo rey, según dicen, hasta

los

siete

años, poquísimas esperanzas de vida, porque padecía de una grave enfermedad en la piel, atribuida á las pésimas calidades de su nodriza, Al reinar se hallaba en muy buena salud, no obstante, aunque no sin reli-

quias de la enfermedad antigua, pareciendo de buena

complexión, ágil y bien formado; y,

si

bien su mirada

era un tanto melancólica, solía convertirla,

al

saludar ó

por Madrid, y oyó Soranzo, que en tiempo de su padre no tenía otro recreo que salir algunas veces á caza; mas no se atrevía á

hablar, en amable. Decíase de

matar

las fieras, sin

permiso. Nani.

A

tal

él

que aquél

punto llevaba

el

le

otorgase primero su

respeto de que ya habló

Soportaba, además, muchas cosas que

le

des-

quietud y el retiro, de su padre le tray hasta se refería que los mmistros taban con poca consideración, sin que él perdiera por

agradaban, viviendo contento en

la

eso su calma. Cuantas dudas pudo haber, mientras vió

el

padre, sobre

si

vi-

era esto modestia ó flaqueza, se

disiparon pronto. Soranzo consigna que continuó vi-

viendo de rey como de príncipe, y en los propios humildes términos. Frecuentaba los oficios divinos; procuraba, con la bondad de sus acciones, hacerse

más

perfecto cada día, con la inocencia de sus costumbres servir de ejemplo á los demás, con la justicia tener quie-

y contento á su pueblo, con los honores y las gracias satisfacer á los grandes señores; dando bien á en-

to

tender, desde

el

principio,

que gobernaría siempre más

Aunque publicados estos volúsabemos de ningún historiador que hasta el presente haya hecho uso de ellos para ilustrar el siglo xvii. todas las Relaciones de España.

menes en

1862, no


CASA DE AUSTRIA

como verdadero

cristiano,

175

que como puro

que

político,

por su propia voluntad á nadie haría injuria y que no emprendería guerras inicuas contra príncipes cristianos.

Con

todo esto, dice Soranzo, había que tener cuida-

do en no ofenderle, porque, á pesar de su bondad, nía también algunos puntos de rencoroso;

como su

te-

pa-

y no parecía fácil acomodar con él amistades rotas. Aquel apacible y débil nieto de Carlos V tenía en sí también algo, aunque muy escondido, del brillante valor de su abuelo; porque, según dre, era bastante susceptible,

Soranzo cuenta, de

cierta

noche que

lo

despertó

el

ruido

pasos de un alabardero que, por casualidad, ha-

los

bía llegado hasta su cuarto, lejos

de llamar á

la servi-

dumbre que

tenía inmediata, saltó súbitamente del le-

cho, y puso

mano

á

la

espada para defenderse por

mismo, cosa que hizo hablar mucho en lo

pe

que predominaba en

la

mente y

el

la corte.

Pero

carácter de Feli-

era la piedad religiosa, y ella acabó por regir,

III

más ó menos discretamente, su vida entera. No era tampoco diferente en esto de Carlos V ni de Felipe II; pero como tenía mucho menos entendimiento lo que ,

fué en aquéllos grande y produjo importantísimas consecuencias en el mundo, era en él pequeño, y paró en

escrúpulos ó supersticiones. Manifestó ya desde los el más profundo respeto á su confesor, Gaspar de Córdoba, hombre, al decir de Soranzo,

primeros años fray

de talento sumo y de ideas purísimas, al cual procuraba imitar en todo, ni más ni menos que si él fuese también fraile,

no tan sólo en

neras.

No

pe

III

Por

la

conducta, sino hasta en las ma-

todos los que guiaron

la

conciencia de Feli-

fueron tan apreciables cual Córdoba, ciertamente.

lo

mismo que

este rey era, dice su historiador iné-


BOSQUEJO HISTÓRICO

176

Bernabé de Vivanco, «muy dado á oración, fué y>más salteado de religiosos^-). Dura frase, en verdad;

dito,

pero originada de que no solamente sus confesores,

maestro Xavierre y el padre Luis de Aliaga, tuvieron principal parte en su gobierno, sino de que, á lo que Vivanco dice, al verse en su tiempo «un

como Córdoba,

el

>hombre con hábito de sayal de jerga, ya le parecía »que era digno de gobernar y no otro»; añadiendo

que «los

tales, á la

primera plática de Dios, luego ha-

»c{an de los privados ó ministros y los rebajaban». Señala Vivanco, entre los más osados, á fray Juan de

Santa María, autor de

la

República

y Policía cristia-

na, libro político de no escasa importancia para entonces; al

Padre Florencia, de

ta á la priora ni

Felipe

II

de

la

la

Compañía de Jesús, y has-

Encarnación. Nunca,

ni

Carlos V,

habían dado semejante entrada á las perso-

nas eclesiásticas en sus Consejos. Aquellos príncipes

gustaban más de participar del poder eclesiástico, que de obedecerle á ciegas, y se daban más trazas de protectores, que de servidores de la Iglesia. Pero Felipe ÍII era

tal,

que,

riador, se

como

dijo Virgilio

de Malvezzi, su histo-

recontara entre los mejores hombres, á no

haber sido rey; y más bien que

rey, fué, con efecto,

un

beato ó casi un monje. «En su corazón», dice por su parte Quevedo en los Grandes anales de quince días, «sólo existían la religión y la piedad; fué de costumbres »tan candorosas, que con su mirar

daba tanta devoción

»como respeto; tan virtuoso, que se podía esperar de »su espíritu tantos milagros

como hazañas de su po-

»der.» Por eso mismo osó calificar aquel satírico de milagro continuado la conservación de la monarquía durante su vida. Y lo cierto es que, en tanto que dicho-


CASA DE AUSTRIA

sámente cultivaba Felipe

su virtud propia, dejó del

III

todo sueltas las riendas del Estado firme habían hasta

podía ya temer

la

allí

177

,

que con mano tan

Mal

regido sus antecesores.

Europa

la

ambición del que, viendo á

sus hijos con rosarios en las manos, les decía: «hijos »míos, esas son las espadas con que habéis de defenel reino». Mal podía recelar de él tenebrosos placomo los de su padre, al verle consagrar su actividad mayor á la declaración del dogma de la Inmaculada

»der

nes,

Concepción, que no se ha logrado hasta nuestros

Sobre esto

que escribió á

obispos eficazmente: y aun viaje á pie á

Roma

le

las

días.

universidades y á los

ofreció

Papa hacer un

al

para moverle más á adelantar

la

de-

claración dogmática que deseaba, llenándose de ante-

mano de

júbilo al oir rezar con él á sus hijos:

Santa

María, sin pecado concebida. Tuvo también singular

empeño en que se canonizasen santos españoles, como San Isidro labrador, Santa Teresa de Jesús, San Raimundo de Peñafort y San Ignacio de Loyola, logrando que se santificasen de una vez más de doscientos mártires

de España.

Como

era, pues, natural,

tomaron por

aquel tiempo inaudito acrecentamiento las fundaciones

de conventos de frailes y monjas, y

edificación de

la

todo género de templos, bien que fuesen estos de pobre arquitectura, en general, porque eran escasos los teso-

ros

y escasos ya también

los arquitectos

de mérito.

De

este carácter exclusivamente religioso y contemplativo

de Felipe

III,

se derivaron dos cosas:

ministros gobernasen por

solos con

el

la

una, que los

nombre

áo.

pri-

sentar lo

apenas oído, y que nunca pudo repreentonces con monarcas como los anteque

riores;

otra,

vados, hasta

la

allí

que estos

tales privados ó ministros» 12


BOSQUEJO HISTÓRICO

178

para congraciarse mejor con sincero ardor religioso ta

que

el

rey, aparentando

el

secundaran y hasfundación de conventos

él tenía,

exagerasen su deseo en

la

y obras piadosas de todas clases, abandonando, por ellos ó ellas, los más importantes servicios públicos. del rey. y sus ministros,

Aquel ejemplo imitación

,

en todas partes, produjo

seguido, por

exceso del esta-

el

do eclesiástico, que muy luego criticaron justamente el canónigo Navarrete y tantos otros economistas ó politicos.

Fué Felipe

el III,

mayor y más constante de su ayo, D. Francisco

los

privados de

Gómez de Sandoval y

Rojas, marqués de Denia, que era conde á

poco después duque de Lerma: jo

el

la

vasallo de

sazón, y

más

influ-

sobre su rey que hubiese conocido España desde

D. Alvaro de Luna. Tuvo este privado, ó primer ministro,

sus propios privados ó ministros subalternos, que

hicieron casi tanto ruido

bién enemigos

ni

como

él;

y no

le faltaron

adversarios políticos, siendo,

tam-

al fin, el

más afortunado su propio hijo el duque de Uceda, como se verá luego, que, si no en el favor, le sucedió en el ministerio. Desde el día, por consiguiente, en que expiró Felipe II, con el dolor de saber ya qué manos inhábiles iban á tomar las riendas que de las suyas

soltaba, hasta 1618, que se

Lerma, puede decirse que pe

III,

él

consumó la desgracia de más bien fué, que Feli-

quien reinase en España. Cuál fuera

general de su política,

lo

el

carácter

señaló bien pronto Francisco

Soranzo, determinando ya,

al

paso, esenciales diferen-

de éste y la del anterior reinado. Mientras que Felipe II, por su gran experiencia y larga práctica,

cias entre la

todo

lo discutía,

ventilaba y resolvía por su propio con-


CASA DE AUSTRIA 'sejo,

Felipe

III,

ó

Lerma en su nombre,

179

se entregaban

casi por completo á las deliberaciones de los Consejos.

Mientras Felipe

II

tenía por costumbre rebajar á los

grandes, para reprimir su soberbia y la sobrada elevación de ánimo que tenían, Lerma ó Felipe III, siguiendo

de Alamos Barrientos, tan amigo de Antonio Pérez como opuesto á él en opiniones políticas, cola doctrina

menzó

á favorecer á los grandes, sirviéndose de ellos

siempre, concediéndoles con plena confianza los cargos

más

importantes, frecuentando, además, su trato; cosas

en que bien se desmostraba

la

clase á que

Lerma

perte-

necía. Plebeyos eran, en verdad, los privados del pri-

vado, ó sean los favoritos particulares de Lerma; pero esto, aunque no lo advierta el veneciano, debía consistir

en que los otros no se presentasen á servir á su

igual, ó quizá inferior

de manifestar Felipe

de origen. Lejos, por otra parte,

la libre conciencia que había formado su padre en las cosas eclesiásticas, á causa de la altísima idea que tenía de su potestad, y quizá también de su largo trato con teólogos, que no siempre

osarían

ni

III

querrían contradecirle, mostrábase en ellas

delicadísimo; no atreviéndose á coartar la autoridad ó libertad de la Iglesia, ni á exigirla cosa alguna que no estuviese fundada en razón y justicia. A tales diferencias, nacidas de opuestos sentimientos é ideas de go-

bierno, había que añadir las que originaba la diversidad de caracteres. Porque había sido el padre muy parco en

dar y premiar, y era

placiéndose lo

que

le

el

hijo

sobremanera

liberal,

com-

hacer mercedes; cosa en que Lerma, por convenía, no le iba á la mano. Fué también el al

padre muy tardo en resolver las cosas importantes, fiando lo más al tiempo, al paso que el hijo era, á las veces,


BOSQUEJO HISTRICO

180

muy

resuelto, pero inútilmente, puesto que, no enten-

diendo por

de nada,

co, en la política,

por

ni

solo su privado tampo-

andaba ésta entregada á

las lentas

no menor presente^ reservándose premiarlos él mismo

deliberaciones de los Consejos. El padre, en fin, quería que sus ministros aceptasen fuera de quien fuera,

como por

le

parecía; y el hijo no sólo les daba

corte

para

y premiaba

larguísimamente, sino que tenía gusto en que se

les hiciesen regalos; la

el

la

con

lo cual

pronto se introdujo en

costumbre, que, lejos de combatir, aprovechó

Lerma copiosamente, de

todo, llegando á ser

el

recibir dádivas

por

cohecho, no sólo general, sino,

en apariencia, inocente. Lo que Soranzo en esto escribe, confírmalo »las

el político

leyes que vedaban

^escritas en el papel, »letras

y

Santa María, diciendo: <que el

la

cohecho estaban entonces

costumbre de cometerle, con

de oro, en los corazones»; tras de

añade

lo cual

que era vicio más usado en aquel tiempo que en otro «alguno». Hasta dio ya á entender Santa María que

algunas veces, y á algún gran privado, se había dado cencia para ejercitar

el

li-

cohecho; y esto, que pudiera

parecer increíble, no sólo

lo

confirma

la relación

de So-

ranzo, sino que lo hace patente cierta Real orden que figuró en

proceso de D. Rodrigo Calderón, principal

el

agente del duque de Lerma durante su gobierno. Bien á las claras

de

daá entender todo

él dijo el

ello

que Felipe

III,

como

veneciano Octavio Bon, que reemplazó á

Soranzo, era, en realidad, hombre de entendimiento escaso; y aunque sencillo,

humano y

cortés,

incapaz de

cumplir sus reales deberes. Por más que á las veces hablara cuerdamente de los negocios, según refirió tarde

Simón Contarini, no había más que

oirle,

más para


CASA DE AUSTRIA

181

comprender que no

le inspiraban interés alguno; pasanen el ocio los días enteros, ó vagando por y los bosques, y sin prestar atención apenas á las pocas

do á

solas

personas que recibía; sobre todo si se hablaba de algo importante. Simón Contarini, por cierto, dice, tratando

de esta por

el

afición del rey á los

vulgo corría

bosques y á

la

frase de que aquéllos

la

de Lerma eran entonces

los

con todo, tan exclusiva su

caza, que

y

el

verdaderos reyes.

duque

No

fué,

afición á la caza que,

cuentan los embajadores Francisco

según y Francisco

Pruili

de Soranzo, no gustase también Felipe

III

de ver repre-

sentar comedias ó ver danzar; y, lo que es ya menos inocente, de jugar, vicio al cual se entregaba con tal ardor, no teniéndolo quizá por cosa mala, que se pasaba

con él las noches en claro perdiendo grandes sumas que enriquecían á sus cortesanos. Verdad es que su ,

ignorancia del valor del dinero era la corte, dio

más

él

nado, que en toda

tal,

que,

decir de

al

en los primeros nueve años de la

vida su padre. Fué

tal,

rei-

en tanto,

de Lerma sobre su soberano, y espíritu supersticioso que iba invadiendo la Penín-

la particular influencia tal el

sula, que de buena

el

citado Contarini da por cierto que

muchos

sospechaban ya que á Felipe III le tenía su ministro hechizado. Esta sospecha ridicula, bastante á indicar por sí sola el estado intelectual de España, fe

ochenta años antes que comenzara á gobernar Carlos II, no puede achacarse sólo á ignorancia ó malicia de los

que

la

abrigaban, teniendo presentes los documentos

contemporáneos. «La ineludible verdad, hemos dicho ya en otra parte, que guardar suelen los archivos, de-

muestra que

mos de

la

las brujas

y

los hechizos,

hermanos

legíti-

superstición, fueron poderosas armas políti-


BOSQUEJO HISTÓRICO

182

cas ó eficacísimos argumentos de nuestra historia

chos años antes que naciese esta dinastía; luta,

y que

aunque tan

exceso ninguno,

religiosos, si

de

la

vastago de

monarquía abso-

no retrocedían delante de

se trataba de alcanzar los fines de

su ambición y codicia,

que cuando

último

el

los ministros

mu-

lo

mismo cuando eran

los cubrían, en

seglares,

mal hora, sagrados hábitos.»

Varios son los procesos políticos originales guardados

en Simancas, que dan clarísima luz acerca de

mas medidas de Estado y gobierno de

las ínti-

esta época, cuyo

conocimiento prueba, una vez más, cuan bien enterados

de todo estaban los embajadores venecianos. En uno de los el

que

el

autor de este Bosquejo ha visto, se halla que

marqués de Camarasa, descendiente por parte de pa-

dre de Francisco de los Cobos, secretario del empera-

dor Carlos V, con deseo desordenado

de tomar parte en »

contra

el

áo,

privar, ó sea

gobierno, y llevado «de pasión

señor duque de Lerma por pleitos de hacien-

el

»da, ó con

el fin

de quitarle

el

lugar que tenía, procuró

»por miles medios de hechicerías y conjuros é invoca»

clones de demonios, alcanzar

»rey Felipe

como

las

III».

Y

la

con efecto, así

gracia de S. las

M.

el

pruebas hechas

confesiones mismas del marqués, no permi-

ten dudar que éste quiso, por tales medios,

voluntad del rey, según afirmaba siendo por extremo notable

el

el fiscal

forzar Ja

de

la

causa;

gran número de perso-

nas que, en concepto de actores ó testigos, figuraron

en aquellos extravagantes autos, entre los cuales se contaba nada menos que

el

ya citado padre Florencia,

tan metido en la política,

el

primero de los predicado-

res de

la

corte y el

momentos

á aquel

mismo que

asistió en sus últimos

piadoso rey. También

el

proceso


CASA DE AUSTRIA

183

de D. Rodrigo Calderón, á que hemos aludido, ofrece plenísimas pruebas de que este ministro fió en mucha parte

conservación del favor que alcanzaba á

la

hechizos y hechiceros. De la consulta elevada al rey en 28 de Julio de 1619 por \2i Junta de los Jueces que

en su causa entendieron, aparece que se hallaron en casa de D. Rodrigo, entre otras cosas, objetos de brujería

y materia de hechizos. Existían

allí

libros

y pa-

pales con caracteres y cifras supersticiosas, figuras ex-

travagantes, lienzos manchados de sangre, hojas de

verbena con

el

conjuro para usar de ellas, migajas de

pan carcomidas, un pedazo de uña que parecía ser de la gran bestia, atado con un pedazo de seda colorada, cabellos

al

parecer de mujeres de diferentes eda-

des, unos entre ellos que se sospechaba haber pertene-

cido á

la

reina

Doña Margarita ya entonces

otros del que fué luego Felipe IV y de

Ana, tar

lo cual

la

difunta,

infanta

y

Doña

constaba en los sobrescritos. Esto sin con-

con otros muchos papeles con polvos é infinidad de

adminículos que, examinados por dos médicos y un boticario, declararon ser «de los

que solían usar los he-

»ch¡ceros para conseguir amistades, atraer voluntades

»y ofender á

las

los caracteres

religioso

muy

de

personas». Entregados, los libros

y conjuros

docto y entendido en

la

como era justo examen de un

al

materia, declaró

ser todo aquello «caso diabólico y pacto tácito ó ex» preso con el demonio». Tantas y tan repetidas supersticiones no hay por qué derivarlas,

pretende, de siglos

ma formación la

muy

anteriores;

geológica ó

la

como Buckie

y hasta de

la

mis-

meteorología peculiar de

Península española, como aquel escritor hace.

A

pesar de los frecuentes temblores de tierra de que ha-


BOSQUEJO HISTÓRICO

184

pesar de ser cierta

bla; á

torio, lo cual

solía

la

sequedad general

ya representar á

del terri-

los labradores es-

pañoles las lluvias como beneficio especial del cielo; á pesar de las frecuentes apariciones de santos, en las

grandes batallas de cristianos y moros,

que narran

realmente los viejos cronicones castellanos,

no parece,

en verdad, que los escritores anteriores ó contemporá-

neos de los Reyes Católicos, de Carlos Felipe el

II,

V

ó del

mismo

fuesen más supersticiosos en España que en

resto de Europa. Lejos de eso, se advierte una des-

preocupación en

la

manera de pensar ó

escribir,

de

que los versos del arcipreste de Hita y del Cancionero de Buena, así como las varias Celestinas, y las comedias de Torres Naharro dan razón bastante. Esta despreocupación, que para los meros escritores paraba en

obscenidades, burlas de clérigos ó exceso de llaneza, al

tratar

de cosas de Iglesia, llegaba en los ministros

reales á desafiar, cuando convenía, las iras de

como

hicieron, sin

ir

más

Megía, Martín Velasco y de Carlos

mos

la

V

ó Felipe

lejos,

el

Roma,

Francisco de Vargas

duque de Alba en tiempo ,

inspirándoles á los reyes mis-

II,

grande independencia de espíritu que mostraron

siempre en

el

gobierno.

No

eran, no, nimios ni supers-

ticiosos, aunque fuesen fanáticos por los dogmas católicos y la iglesia tradicional, que á tanta costa defen-

dían contra los infieles y los innovadores, Carlos

Felipe

II;

no

lo eran, no,

V

ni

sus ministros, según se vio

aun en los que heredó Felipe

III

de su padre, como

el

condestable de Castilla D. Juan Fernández de Velasco, gobernador de Milán, que tan enérgicamente defendió la jurisdicción real contra el arzobispo y cardenal Bo-

rromeo, ó

el

conde de Fuentes; no

lo

eran siquiera los


CASA DE AUSTRIA

hombres de

185

de terminar

letras antes

ya serlo en mucha parte

el

el siglo

manera

xvi. Podía

lo es

siempre

ridicula

que apa-

vulgo, que

un tanto; pero

ni

aun

el

de

rece ya que

era en

el

reinado de que ahora tratamos.

lo

la

¿A

qué se debió, pues, una transformación tan rápida y patente? A nuestro juicio no hay que acudir tan lejos

como Buckle,

ni

dar tanta parte

como

él

á la natu-

raleza física. Exterminados los infieles, los herejes, y

amordazados tían acerca la

que con alguna libertad discudogmas de la Iglesia, ó los textos de

los críticos

de

los

Santa Escritura; prohibida ó estorbada toda

ditación á los seglares, lo

y en especial

las

alta

me-

que tocaban á

sobrenatural; miradas con desconfianza profunda las

renacientes ciencias físicas y naturales; reducido

el es-

tudio de las del espíritu á los doctores latinos, y prin-

cipalmente á los teólogos, fué bien pronto

creen-

la

y tras ella la superstición, el único alimento de los entendimientos comunes: entre los cuales tenían,

cia ciega,

como siempre, que contarse

muchos de

los de

los po-

derosos y de los cortesanos. Este primero é inevitable efecto del absoluto sistema represivo, tan duramente

ejercitado por

el

Santo Oficio, fué estimulado en gran

manera ¿cómo dudarlo? por lipe

III,

el

su escasa instrucción y

tendimiento, que

le

carácter débil de Fela

cortedad de su en-

hizo rodearse de personas, también

sin valor intelectual,

como Lerma

pues, aquí á experimentarse

ó Uceda. Comienza,

el fruto triste del sistema

político religioso iniciado por Carlos lo

previeron,

sobre todo Oficio,

el

no,

seguramente

primero; no

lo

V

y Felipe

previo siquiera

que lealmente persiguió todas

ciones, siendo no

menos

inflexible

las

que con

II.

No

monarcas,

aquellos

el

Santo

supersti-

los herejes


BOSQUEJO HISTÓRICO

186

Ó judíos, con los pretendidos endemoniados ó hecliiceros.

Pero era luchar en vano con

hombre,

del

el espíritu

que necesita tener algo propio y desconocido en que emplear su innata curiosidad y su actividad incesante. Experimentáronlo en aquel tiempo los que quisieron reducir la razón

humana

credulidad religiosa, y

al

lo

estrecho espacio de

la

están experimentando,

ciega pre-

al

sente los ateos, materialistas ó positivistas, que, detrás lo espiritual y lo sobrenatural que pretenden destruir, ven ya también levantarse, con el nombre de espiritis-

de

mo

y otros,

las

más

ridiculas supersticiones

y hasta

la

propia y genuina hechicería.

Pero hemos tratado ya de diversas influencias de aquel reinado: de los privados, de los frailes ó monjas, hechiceros. Falta ahora hablar de otra

y hasta de

los

influencia

mucho más

natural en

la

vida práctica

que

,

quiso y no pudo, sin embargo, llegar á serlo: es á sa-

aunque

ber, la de la reina. El pueblo español, que,

petaba muchísimo esperar de

él

la

res-

santidad de su rey, dejó pronto de

cosa buena, tuvo por mucho espacio de

tiempo los ojos

fijos

en

Doña

Margarita; adivinando

sus deseos y sus amarguras, persiguiendo con tenaces

sospechas á los que fueron sus contrarios en

la vida,

haber procurado por violentos medios quitársela.

hay de este último racional

indicio alguno,

aunque cons-

cosas que más se investigaran en

te

que fué una de

el

proceso de D. Rodrigo Calderón, y no

elevase

la

culpa

las

al

propio Lerma. Pero

este último y su partido mantuvieron con garita para

de

No

impedirla todo influjo en

el

la la

faltó

quien

lucha que reina

Mar-

gobierno es

cierta; y de eso nos han dejado los embajadores venecianos curiosas noticias. Era aquella princesa, al decir


CASA DE AUSTRIA

187

de todos, muy viva y astuta, y empleaba grandes artificios para ganar la voluntad del rey, aspirando á que se creyese que tenía con

Merecíala, en verdad, por

mostraba para el

marido por

las

el

mayor

él

la

influencia que tenía.

excelente aptitud que de-

cosas de gobierno; pero dominado ya

duque de Lerma, y vigilada siempre

ella

la

duquesa, nunca pudo conseguirla. Hacíala Lerma

callar,

á las veces, concediéndola todas sus pretensio-

por

misma

nes, después, sobre todo, que se convenció ella

de no poderlas conseguir de distinta suerte, y empleaba otras el rigor para vencerla, prohibiéndola, según se dijo,

hasta que hablase con su esposo,

ni

aun en

intimi-

dad, de asuntos públicos. Claro es que á esto último no prestaría fácil obediencia la reina; pero

modo seguro de caza

al

Lerma

reducirla entonces, que era llevarse á

rey, dejándola con diversos pretextos en el al-

cázar, y teniéndola apartada de su marido teras.

Cedía

al

cabo,

semanas en-

como no podía menos,

de quien no parece, por

esposo

tenía un

las

muy enamorado, aunque

que no cabía en su ánimo

la

la

reina,

muestras, que estuviera su le

fuese

muy

fiel,

por-

idea de un pecado mortal.

Después de infructuosa y larga lucha abandonó Doña Margarita

el

intento de mezclarse en el gobierno; pero

con tanto disgusto propio, que solía decir

al

emba-

jador imperial, que habría preferido ser monja en Gratz,

su patria, á ser reina en España de se, pues,

exclusivamente á

la

tal

suerte. Entregó-

oración, á la limosna, á

su confesor y á obedecer exclusivamente á su esposo, que, en tanto, y casi de la propia manera obedecía á su privado; y después de haber tenido siete hijos, de los

cuales cinco llegaron á parto

el

mayor edad,

falleció

de sobre-

3 de Octubre de 1611, en Madrid, á

la

tem-


BOSQUEJO HISTÓRICO

188

prana edad de veintisiete anos no cumplidos, dejando excelente memoria en todo

el

reino. Singular es

que

lo

que no había logrado en vida contra Lerma y sus partidarios aquella reina desgraciada, lo lograse con su muerte,

que fué quebrantar la privanza de Lerma. Rompió á que moríaf envenenada ó por Calderón ó

decir la gente

por Lerma, según queda indicado.

Y desde

1611 en que

1618 en que cayó Lerma, y luego hasta muerte de éste y la de Calderón, no parecía sino que

ella murió, hasta ¡a

su sombra los persiguiese, y aun á toda su parcialidad, tan defendida por el historiador Vivanco: la cual fué desgraciadísima á

la

postre,

agrupaciones políticas

y que por

lo

,

como suelen

serlo todas las

por mucho tiempo triunfantes,

mismo despiertan grandes envidias ó emu-

laciones.

Los acontecimientos políticos del reinado cuyos prinacabamos de pintar, no fueron entre

cipales actores tanto, ni

muy numerosos, ni de muy transcendental «No son las guerras de Germania ni los

portancia.

»gocios de Flandes, de

Italia

im-

ne-

ó las Indias, lo que prin-

»cipa]mente preocupa á esta corte ó atentamente se

»mira en »

ella,

por parte de los que gobiernan, sino

ver quién ha de ocupar

»para

lo cual

el

no se omite diligencia

tal

decía Pedro Contarini en

pe

III,

y era

cierto.

el

primer puesto y conservarle, ni

1619, de

estudio alguno»; la

corte de Feli-

Ni sólo los acontecimientos exte-

riores, sino los interiores también, padecieron en gene-

completo abandono. Fué de los más notables que hubo entre estos últimos la definitiva traslación de la

ral

corte á Madrid, después de haber ensayado Felipe

Lerma

fijarla

III y en Valladolid, donde solía estar en tiem-

po de Carlos V. Por

lo

que toca

al

orden público en

la


CASA DE AUSTRIA

189

Península, habíanlo dejado de. tal suerte seguro

mando de

Felipe

en su tiempo

tró

II

y

la

el

largo

severidad con que se adminis-

que

la justicia,

el

ya referido Pedro

Contarini observaba en 1619 que en España podía

rey proceder contra

que quisiese ó

el

el

por

castigarle,

rigurosamente que fuera, sin peligro ninguno; cosa que atribuían á su propia religiosidad

los del país

dad;

pero que

el

veneciano

de una parte, por

producida,

que vivía

el

pueblo,

y

la

y

fideli-

consideraba más bien la

falta

miseria

misma en

de grandes capitales

con que mantener parcialidades peligrosas, y de otra por el rigor sumo con que aún se ejercía el gobierno, y administraban

la justicia los

tribunales formados en el

reinado anterior. Buckleha seguido

la

versión de los es-

nuestros días, sosteniendo

pañoles de entonces, en

que

su antigua y celebrada fidelidad ó sumisión y su ardiente fe religiosa eran hermanas gemelas; pero la ver-

dad

es, á juicio del autor

de este Bosquejo, que

de espíritu de obediencia

que

sin

el

gran-

duda hubo en España,

desde mediados del siglo xvi en adelante, fué obra

in-

mediata y práctica de los tribunales político -religiosos de la Inquisición, que como con una red de hierro cubrían ya

la

Península. Por

se ejercitaba

pe

II,

lo

demás, cuando

la justicia

con esmero como en tiempo de

Feli-

ó en los primeros años sucesivos, hasta que se

apagaron

las tradiciones ,y

costumbres de aquel largo

reinado, la obediencia era completa y la tranquilidad igual en todos conceptos; pero

no bien se aflojó

ministración de justicia y se debilitó días de Felipe IV,

el

la

ad-

poder, en los

comenzaron á multiplicarse más que

en época alguna los excesos y delitos privados. El

Santo Oficio atendió

solícito á

lo esencial

y

lo

logró


BOSQUEJO HISTÓRICO

190

común, aunque no precisamente siempre, según veremos más adelante que era mantener inviolable el por

lo

:

respeto cual la

al

rey, su cabeza

y su brazo, y de

fuerza del

la

suya propia pendía. Nada tanto como

con-

la

fusión de potestades, realizada por aquella perseveran-

y sistemática

te

la

Dios y

respeto

ello,

el

las

al

el

monárquicos de ni

los poetas,

contradicciones, la

doctrina del derecho divino con que ejercía

cada persona favorable á

real.

la

Pero

ni

influjo.

queda, fué

soberanía nacional, que por entonces

y

Quien

la tenía

Santo Oficio.

el

y

Y

legiada, desde

Felipe

el

tiempo en que

menos de

como dicho

la

generalidad

la

fuerza material seglar privi-

la clase

más cada

los estudios literarios

la

redujo día,

muy

práctica

la ejercitó,

poder monárquico,

se esterilizaba

II,

la

mientras

nación estaba casi sujeta, por

espiritual, al

poder

el

esta doctrina, ni la contraria,

contenían los libros, podían tener en

la

cierto á

doctrinas de los escritores políticos y hasta

extendiendo, no sin resistencia

de

respeto á

Algo ayudaban por

rey.

los sentimientos idealmente

grande

en los

institución, podía hacer uno,

generalidad de los españoles,

ánimos de

al retiro

de

burlándose no

que del comercio,

te-

niendo casi por infames ambas profesiones, y no dán-

dose mucho tampoco ni

ni

á los ejercicios caballerescos,

á la profesión de las armas. Seguían los señores

consumiendo, en lugar de eso, nían á la corte á disputarse

todo desde que Felipe

donando

los

III

el

la

vida en

el ocio,

ó ve-

favor del poder, sobre

se echó en sus brazos aban-

principios del padre.

Fueron, por

mo, mayores y más ardientes que antes

las

tesanas en este

la

reinado, declarando,

lo

mis-

luchas coraristocracia

sobre todo, una guerra implacable á los pocos hombres


CASA DE AUSTRIA

191

estado llano que osaban disputarle los primeros

del

como D. Rodrigo Calderón, por ejemplo,

puestos,

quien no perdonó, hasta verle muerto en

el

Pero todo esto hacía más y más incontrastable, en ínterin, el orden, principalmente te del antiguo reino

á

cadalso.

en Castilla ó en

el

la

par-

de Aragón, recién castigada.

Una

sola causa de temor ó peligro interior quedaba en pie,

esa desapareció en 1610, con

la

y

expulsión de los mo-

más osado y bárbaro consejo que hubiese el mundo, según dijo Richelieu más tarde. Ya hemos visto que meditó esto, y no osó llevarlo á cabo el prudente Felipe II. La extrema piedad de su hijo, que le hizo detestar más que su padre todavía á

riscos:

hasta

el

allí

oído

los vasallos

de fe falsa ó dudosa, y el predominio que la sazón los eclesiásticos, partidarios de

adquirieron á la

expulsión en

graron

al fin

la

mayor

parte, por indiscreto celo, lo-

que se emprendiese aquella

terrible

y cos-

tosa medida. Resuelta, pues, desde 1600 y decretada en 1601, para los moriscos del reino de Valencia, que eran

más numerosos, fuese ordenando que salieran todos de sus casas, bajo pena de muerte, yendo á donde el colos

misarioreal de su comarca señalase, para ser de allítrans-

portados á Berbería, sin permitirles llevarse otra cosa

que

lo

que pudieran conducir por

mismos. Sus bienes

raíces fueron, sin excepción, confiscados; concediéndo-

seles no

de

los

más que un plazo de sesenta

días para disponer

muebles y semovientes y llevarse

el producto, no en metales ó letras de cambio, sino en mercaderías de estos reinos, á no ser que prefiriesen dejar la mitad de la

hacienda para

el

rey.

En vano apelaron en algunas

tes los infelices moriscos á las armas.

anticipación reunidas en los puntos

par-

Las tropas, con

más amenazados,


BOSQUEJO HISTÓRICO

192

los redujeron fácilmente á la obediencia ó los aniquila-

ron,

y

la

expulsión se realizó por entero.

Que

los

mo-

riscos solían tener inteligencia con los piratas berberis-

cos, ayudándoles en los frecuentes robos que cometían

en nuestras costas; que miraban con malos ojos á

la

raza conquistadora, y que no eran so capa muy buenos cristianos, son cosas fuera de duda. Pero es imposiblerecordar, con todo eso, los pormenores de aquella catás-

corazón oprimido y lamentar la suerde tantos hijos de España, criados al fin á nuestro

trofe, sin sentir el

te

sol,

y alimentados en nuestros campos, víctimas de las mar, de la impiedad dé los que los conducían,

iras del

ó de la barbarie de los habitantes de África, donde fue-

ron los

más conducidos, que no

los reconocían

compatriotas, ni siquiera ya por correligionarios.

quedaron

por

No

solos destruidos, sino que de nuestra

ellos

parte fué también grandísimo

todos los economistas de

la

el

daño, según reconocen

época: arruináronse mise-

y populosas costas de Valencia y Granada; olvidóse buena parte de la poca industria que

rablemente

las ricas

nos quedaba y los moriscos ejercían; se abandonaron

muchos campos, que

ellos solos cultivaban bien; cen-

tenares de pueblos desiertos y millares de casas destruidas, dieron larga señal

diversas maneras

el

número de

que no llegara ciertamente han pretendido algunos, que fué

muy

mentándose

de su partida. Calcúlase de

al

lo

considerable

así

los expulsados,

millón, ni

aun

al

que no puede dudarse es el

de los expulsados, au-

en gran manera

la

despoblación de

Península. Algo, en cambio, ganaron todavía

de

la fe,

la

uniformidad de las costumbres y

público, haciéndose

y aun-

medio que

más y más

fácil el

la el

la

unidad

orden

despotismo del


CASA DE AUSTRIA

poder político-religioso de

la

193

corona, tan grande ya y

constantemente ejercido después por favoritos.

Tocante

al

exterior,

hubo un solo pensamiento pre-

dominante en este reinado, que fué

la

conservación de

la

paz; y apenas se hubiera oído hablar de España en

el

mundo

entonces, á no ser por algunos de los servi-

dores que

la

quedaban formados en

cuela de Felipe

II.

el

pudiendo decirse que durante acciones lo

que

al

la

yes

Fué, no obstante,

bien afortunado que infeliz en

la

ambiciosa essingular,

más

exterior este reinado; no él

se descubriese en sus

decadencia de España. Pero como en todo

exterior se refiriese,

si

se emprendía algo, no

era sino procurando seguir las huellas de Felipe

II,

aprestóse en 1602 en Flandes una nueva expedición á favor de los católicos de Irlanda, y en contra de Isabel

de Inglaterra, lo del

mando de D. Juan

al

duque de Alba y

del príncipe

del Águila, discípu-

de Parma,

la cual,

por las pocas fuerzas de que se componía, se vio for-

zada á capitular con los enemigos, obteniendo que se la condujese á España. Muerta Isabel, de allí á poco su sucesor Jacobo

I

mostró

tal

deseo de

tratar

con España

y comenzó á ser tan tolerante con los católicos, que parecía prudente intimar con él, esperando de esta suerte atraerle á la religión de su

madre,

la infeliz

María

Stuardo. Tuvieron así principio las corteses relaciones

que hubo entre Inglaterra y España, grandemente favorecida, hasta la mitad de este reinado, por la amistad que alcanzó de Jacobo

I

el

célebre D. Diego Sarmiento

de Acuña, conde de Gondomar, y por la afición que efectivamente aquél tenía á la religión católica. Esta era tal,

que

le

hizo pensar

con sus vasallos á

muchas veces en la

obediencia de

el

medio de volver

la Iglesia

de Roma, 13


BOSQUEJO HISTÓRICO

194

que confesaba ser la madre y verdadera, y desear macho ser oído en un Concilio (1), siendo la causa que le

apartó

de

al fin

tal

propósito,

el libro

en que

el

famo-

so Francisco Suárez desconocía su absoluto poder monárquico, ni

más

ni

menos que

el

de todos

los reyes,

y

admitía, con Mariana, el regicidio en ciertos casos.

Quemóse

el libro

de Suárez en Londres y París, como

en esta última ciudad se había ya quemado, el de Mariana; y pusieron nuestros enem.igos el nombre de doctrina

de España á

la del regicidio, ó

monarcomaquia. Por

la parte de Francia, entre tanto, todo fué peligros á

de aquel reinado; porque Enrique IV,

los principios

tranquilizados ya sus subditos, y organizadas sus

fuer-

zas, anhelaba por pretextos para formar contra nosotros

una la

liga general

en Europa, que destruyese

casa de Austria, y con

quía española. Todavía lo

mismo,

las

él

la

el

grandeza de

Lerma continuó en

maquinaciones de Felipe

poder de

la

monar-

Francia, por

II,

sirviéndose

de dádivas é intrigas con los grandes señores, mal contentos con Enrique IV, á fin de distraer su atención é

impedirle poner por obra sus peligrosos intentos; sin lograr otro

fruto

que

el

que ejecutara

el

mas

francés

grandes escarmientos y asegurase más su autoridad. Quien mejor se opuso á la ambición de Enrique IV y le dio miás cuidados, fué D. Pedro Enríquez de

Guzmán,

conde de Fuentes de Val de Opero por su mujer, vencedor de Doullens, como se ha dicho. Era éste, al decir de Bentivoglio, que lo del

le

conoció personalmente, discípu-

duque de Alba; preciábase de tener sus mismos

Correspondencia de Gondomar. Archivo de Simancas. (1) Estado. Legajo núm. 2.59L folios 102 y 103.


CASA DE AUSTRIA

195

sentimientos y observar igual disciplina; sagaz, altivo, íastuoso, despreciador de todos los hechos militares de los demás, y de toda otra nación ó potencia que España;

miraba á Enrique IV como un

vechándose de

la libertad

cia del gobierno

en que

de Felipe

III

de

rival

vez de temerle, apetecía medir con

él las la

digno, y, en

él

armas. Apro-

inaudita negligen-

dejaba á los virreyes ó

generales, no perdonaba ocasión, por su parte, de mortificar

á Francia, aumentando

fluencia española.

De

al

paso en

1609 á 1610,

el

Italia la in-

rompimiento en-

España y Francia parecía, por todos conceptos, inevitable; y tanto, que al pedir cuentas á Enrique IV

tre

nuestro embajador, D. Iñigo de Cárdenas, de los arma-

mentos grandísimos que estaba haciendo,

le

respondió

aquél por toda satisfacción: «¿Quiere vuestro rey ser

mundo?, pues yo tengo la mi espada tan larga como otra»; á lo cual respondió

>señor de todo >en el

el cinto

el

español gravemente,

T>ño del

«

que su rey no quería ser due-

mundo, porque ya se había hecho señor de

lo

»mejor de éh, y que, «sin meterse en el tamaño de las ^espadas, era tal el de la espada de su rey, que en Eu»ropa y las demás partes del

mundo podía

sustentar lo

>que tenía y mantener su reputación, de modo que >quien

la

provocase, habría de sentirla».

De

propósito

mencionamos esto y los atrevidos pensamientos del conde de Fuentes, para dar á entender la arrogancia que conservaban los ministros españoles en fico de Felipe

III.

Por

fin, el

el

reinado pací-

asesinato de Enrique IV en

1610 ocurrido, y en que ninguna parte tuvieron, seguramente, el monarca ni el gobierno español, les dejó libres de aquel peligroso enemigo, y

el

conde de Fuen-

tes pudo, á su sabor, tomar las llaves de la Valtelina,


BOSQUEJO HISTÓRICO

196

adquirir el dominio de Final,

y aun obligar á

la repúbli-

ca de Venecia á ceder en sus gravísimas disidencias

con

el

Papa,

sin

más que amenazarla con

de orden del rey. Proclamó éste en cierto,

su ejército,

ocasión, por

tal

según refiere Gil González Dávila, que no

le

más que para ponerla

había dado «Dios su monarquía

»á los pies de la Iglesia, sirviéndola y defendiéndola».

Fué mientras

tanto

menos afortunado todavía que

de los monarcas españoles, en Flandes, archiduque Alberto y de bel Clara Eugenia, por

estimados, sobre todo

el

gobierno del

el

generosa y pía infanta Isaellos fuesen de por sí

la

más que

la infanta,

y que

los protegiera

con todas sus fuerzas España. Perdió nuestro ejército, por sobra de ardor,

la

allí

entonces

primera batalla

campal, que hacía un s'glo que hubiese deslustrado su gloria,

que la

que fué

el ¡lustre

cabeza de

la

de Niewport ó de

Ambrosio de Spínola él, la

Dunas; y aun-

la rindió

después, á

gran fortaleza de Ostende, no pudo

esto lograrse sin larguísimo asedio sas.

las

Los frecuentes motines de

y pérdidas inmen-

las tropas,

ocasionados

por falta de pagas, contribuyeron mucho en este tiem-

po y

los anteriores, á impedir la reducción de las pro-

vincias holandesas,

de hecho ya independientes. Al

cabo, en 1609 se determinó

guas por doce años con mediante

las

la

el

archiduque á ajustar

tre-

nueva república de Holanda,

cuales púdose librar España, por algún

tiempo, del peso de aquella guerra, hasta que

nimiento de Felipe IV se renovó. Muerto primero, y luego

la

el

al

archiduque

infanta Isabel sin sucesión,

desde antes de casarse habían previsto

adve-

como

los curiosos ve-

necianos, recobramos también entonces y en mal hora las provincias flamencas.


CASA DE AU5TRIA

Del lado de

Italia,

197

que fué donde más ocupación

halló

nuestra política en este reinado, siempre defendió

buen ó mal éxito de

de

ella

de

las particulares

el

condiciones

y generales, más bien que de la habilidictámenes de los ministros y Consejos en la

los virreyes

dad ó

los

Debióse en especial al ya citado conde de Fuencuyo principal anhelo era morir guerreando cual había vivido, no tan sólo la reducción de Venecia á la

corte. tes,

paz con

Papa, sino mantener también en respeto

el

al

belicoso duque de Saboya, Carlos Manuel, hijo del cau-

de San Quintín,

dillo

Filiberto,

que debió á España

restitución de sus Estados. Felipe

inútilmente le

la

mano de

II

le

la

había dado ya

su hija doña Catalina para tener-

firme en su alianza. Viudo á los pocos años, y muer-

to su suegro, Carlos aspiraba tulo glorioso de libertador

nada menos ya que

al tí-

de Italia. Habían comenza-

do los disgustos con él y aun las nando en Milán el condestable de

hostilidades, goberCastilla,

de quien se

mando de las armas por el marqués de San Germán y de la Hinojosa, D. Juan de Mendoza. Acusó á este último el de Fuentes, hombre de formalidad probada, de haber ayudado en aquella ocasión secretamente al duque de Saboya para que acoha hablado, asistido en

metiese lo,

con

el

la

el

Estado de Monferrato en lugar de impedírse-

esperanza de recibir de

él

recompensas. Y,

sin

embargo, este mismo Hinojosa, acusado también por

la

opinión general de haberse enriquecido en Milán por

malos medios, fué nombrado en 1612 sucesor de Fuentes; encargándosele como tal la dirección de la guerra,

que

ya formalmente, con motivo de siones entre las casas de Saboya y Mantua estalló

sionó

la

las disen,

que oca-

sucesión del Monferrato, y en que tomó parte


BOSQUEJO HISTÓRICO

198

España. Fué poco fecunda hizo,

y terminóla por

aprobado en Madrid;

el

la

campaña que Hinojosa

tratado de Asti de 1615, des-

lo cual dio

lugar á que se decla-

rase ya por traidor generalmente, confirmándose al

parecer

la

este por

secreta acusación del de Fuentes.

donde se advierte, entre

otros,

ser deudo de Lerma, ó repartir con

como se suponía de Hinojosa, para á

sazón, con evidente daño de

la

ganos, no obstante,

la

él

Hecho es

que bastaba

los

provechos,

ser virrey ó general la

monarquía. Oblí-

imparcialidad á decir que, en un

manuscrito inédito, que original poseemos, y que, bien examinado, parece compuesto en justificación de la

conducta de Hinojosa, se alega como razón de haber éste consentido en la paz desventajosa de Asti, la equívoca conducta que observaba Catalina de Médicis en la contienda, y que hacía esperar al saboyano la

ayuda de Francia. Preténdese, además, que con aquel

mucha satisfacción particularmente el Papa y los demás príncipes y repúblicas de Italia, que deseaban más que nadie ver quietud tratado habían recibido todos

en

ella (1).

Pero

las aníeriores cartas

habérsele quitado luego, á pesar de pariente Lerma, del

,

el

la

de Fuentes,

el

protección de su

gobierno de Milán, por dictamen

Consejo de Estado, y

la

opinión general de Espa-

El manuscrito se titula Disensiones entre las casas de y Mantua en la muerte del duque Francisco Gonzaga, escritas por D. Juan Rosales, de relaciones de papeles de diferen(1)

Saboya

ambas casas y algunas halladas en poder de Don Pedro Herrera, deán de Tudela. Termina este manuscrito precisamente con la paz de Asti, último hecho del marqués de Hinojosa en aquel gobierno; y, si no se escribió de su orden fué muy parcial suyo el autor, sin duda aunque á lo primero es á lo que

tes ministros de

,

se inclina

el

autor de este estudio.


199

CASA DE AUSTRIA

embargo, á aquel magnate contra cual se hicieron unas célebres coplas que empiezan:

ña, condenaron, sin el

Vuestra Majestad despache Al marqués de San Germán,

Que

si

nos vendió á Milán

También nos ganó á Larache.

Aludíase en esto último á

la fácil

ocupación de Ala-

rache en África, llevada á cabo en Noviembre de 1610,

por aquel general, de orden de Felipe III. Fué á suceder en Milán á Hinojosa el marqués de Villafranca, Don

Pedro Alvarez de Toledo, y quiso la buena fortuna de España por entonces que se reuniesen en Italia los tres más inteligentes españoles que quizá quedaban: Villafranca, que era uno, donde hemos dicho; el marqués de

Bedmar; D. Alonso de bajador en Venecia, y

la

Cueva, que era

el otro,

en

fin,

otro,

de em-

en Ñapóles, que

eraD. Pedro Téllez Girón, Duque de Osuna y conde de Ureña. Este famoso triunvirato logró por casi sin auxilios de España, reducir al fin por

solo,

las

y armas

Manuel á contentarse con sus propios Estados, sometiéndose á razonables condiciones; y llenó de terror ala república de Venecia, rival de la casa de Austria en el Adriático, y principal, aunque secreto, apoyo á Carlos

del saboyano, así

paña en

la

como de todos

Península

itálica.

los

enemigos de Es-

Pocos personajes hay

más

singulares en la historia que aquel duque de Osuna, llamado el grande: hombre de valor y de superior inteli-

gencia, sin duda alguna, extravagante, audaz,

fácil

en

tomar y dar dineros, perseverante, soberbio, violento, fértil en recursos de ingenio; mezcla notable, en suma,

de vicios bajos y

altas

condiciones de inteligencia ó


BOSQUEJO HISTÓRICO

200

Después de derramar copiosamente su san-

carácter.

gre en Flandes, volvió á España, y casó á su primogénito

con una nieta del duque de Lerma, gracias

obtuvo en seguida

el

virreinato de Sicilia.

ai

cual

Dióse buenas

trazas para que el Parlamento de aquel reino votase

contra su costumbre grandes servicios

pensión

duque de Uceda, su consuegro, á

al

favorecedor del reino. Conocía flaco de la corte de

hombre á quien lo.

rey, y una

al

muy

bien

título

de

Osuna

el

España en aquel tiempo, y no era

los escrúpulos impidiesen

Parece, pues, que mientras estuvo en

de enviar gruesas cantidades á Uceda,

al

aprovecharItalia

P.

no cesó

Confesor

Luis de Aliaga, á D. Rodrigo Calderón y á cuantas

personas de influjo había en

guado esto de

los

la corte.

Y

está tan averi-

cohechos en aquella época, que no

hay razón ninguna para que se tache de exagerada en el

fondo

la carta del

agente de Osuna en Madrid,

Don

Francisco de Quevedo, ya varias veces impresa, en cual decía éste que, con una letra de

dos que de aquel había recibido, se andaba tras dia corte,

y no había hombre que no

la

treinta mil ducaél

me-

le hiciese mil ofre-

cimientos, pareciendo que hubiese jubileo en su casa,

según salían y entraban. Aunque mantenida con tan malos medios y bastante gravosa á los pueblos que regía,

no puede negarse que

Italia,

sobre todo en

ascendido desde

el

el

de

mismo que Bedmar. Dedúcese de España,

lo

la

estancia del duque en

virreinato de Ñapóles, á que fué Sicilia, fué ventajosísima la

la

para

de sus amigos Villafranca y copiosa correspondencia en-

el tomo xlvi de la documentos Colección de inéditos para la Historia de España, cuan en poco tenían todos tres el gobier-

tre estos

señores, que contiene


201

CASA DE AUSTRIA

no de Madrid, proponiéndose servirle á pesar suyo. Mostrábase el Consejo de Estado contentísimo de Osuna en particular, en su consulta de 14 de Noviembre de 1617, dos meses después de celebrado

el

nuevo

convenio de Pavía, con Saboya, del cual no todos pa-

comenzó á premismo duque de Lerma el

recían satisfechos, sin embargo. Pronto

ocupar

al

Consejo y hasta

al

aborrecimiento que los tres magnates, y principalmente Osuna, manifestaban á los venecianos; aun después

de ajustada

la

paz en París, entre estos y

el

archidu-

que Fernando, rey de Bohemia, el virrey mantener su escuadra en

á favor del cual sola-

mente pretendía

el

Adriático, y después de ratificada en Madrid, á 26 de Septiembre de 1617, la capitulación de Pavía, mediante la cual, del

todo se restableció

la

buena armonía entre

Saboya y España. Reclamaba el embajador veneciano en Madrid que retirase el duque de Osuna su escuadra de

las

aguas del golfo, donde había ejercido hasta allí la república; pedía con más razón

completo dominio

ciertamente, que cesase

el

virrey deperseguir en plena

paz sus bajeles y apresarlos, como si Ñapóles fuese potencia independiente de España; prohijaban los Consejeros de Estado estas demandas y el mismo duque ,

de Lerma, Felipe

III;

influidos todos por el pacífico espíritu de

mas Osuna y sus compañeros á todo se ha-

cían sordos.

Alegaba

por los tres, «que

si

el

primero, que llevaba

había entrado en

el

mar

la

voz

Adriático

»con bajeles redondos, había sido por divertir á los » venecianos los socorros que daban á Saboya, y estor»bar los daños que podían hacer á » Bohemia; que, conseguido esto,

»

la

marina del rey de

lo

que pretendía era

destruir la intrusa soberanía de los venecianos en aque-


BOSQUEJO HISTÓRICO

202 »]los mares; »

que en obececer

al

rey, sacando su cscua-

le haría un grande servicio, y que con armada que tenía junta no sólo aspiraba á humillar á

dra del Adriático,

»la

venecianos sino á contener las invasiones del turco

»

los

»

y espantar ó exterminar á

taba

la

Venecia contra

cuando, de repente, escribió

correspondencia-,

Bedmar

confidencialmente

acusaba á

los

de Argel». Tal es-

los piratas

él

áVillafranca, que

vulgo de

el

Osuna de una conjuración

República, protestando ser cosa ajena de la

la

verdad;

sin

marqués

lo

embargo de

lo cual creía

conveniente que

llamase á Milán por veinte días, á

fin

de evi-

en que estaba de algún insulto popular,

tar el peligro

siendo notoria

voluntad del rey de que se excusasen

la

como el embajador en Venecia. Decía Bedmar

ocasiones de discordia, y más una tan grande atropello de su

también, que

el

rados quemar da,

rumor era que habían querido arsenal

el

donde estaba

el

y saquear

dinero de

la

la

los conju-

casa de

la

República. Por

monela

testación de ViJlaf ranea, manifestando el temor de

«se perdiese »cia»,

ción,

el

derecho de

parece que

si la

había.

él al

Un

la

inocencia con

menos no estaba en

la

la

con-

que

ausen-

conjura-

papel presentado por D. Francisco

de Quevedo, á nombre del duque, y los partes dados á 10 y 21 de Julio de 1618 sobre los sucesos de Venepor Bedmar y Osuna, prueban plenamente, por otra parte, con el tono de exculpación en que están cia,

escritos,

que, aun dado que hubiese conjuración, no

menor participación en ella ni el rey, ni el Consejo de Estado. Eso resulta asimismo, con eviden-

tenían la

cia

de

las instrucciones del

ministros en evitar todo

Italia,

Gobierno español á sus

recomendándoles constantemente

compromiso ó discordia; y

el

verídico his-


CASA DE AUSTRIA

203

toriador veneciano,

Juan Bautista Nani

bien los papeles de

la

propio

República,

,

que conoció

confirma con su

lo

dictamen. Pero ¿tuvieron alguna participación

trama supuesta Bedmar y Osuna? Y si la tuvieron, ¿qué se proponían, ó adonde alcanzaban sus proen

la

pósitos? Esta cuestión es la que divide ha

po á

los historiadores.

mucho tiem-

Mr. Daru, después

El francés

de haber hecho reconocer los archivos de Venecia, y examinado cuantos historiadores han hecho mención del caso, declaró ésta conjuración pura fábula, inventa-

da por

el

gobierno véneto para ocultar sus inteligen-

cias secretas con el

duque de Osuna

,

á quien supone

que estimulaba y ayudaba so capa la República, para que se alzase con el reino de Ñapóles; fábula metodizada y adornada luego con detalles novelescos por el abate de San Real, autor también de

de

la

la falsa

relación

muerte del príncipe D. Carlos. Un escritor vene-

Domingo Tiépolo, en

ciano de nuestro siglo,

de sus rectificaciones á

la historia del

la

quinta

citado Daru, ha

pretendido demostrar, no obstante, con muchos argu-

mentos y algún nuevo dato, que cierta, cia al

y

el

dominio español.

Y en

el

cambio,

Guerra, en un discurso leído ante la

conspiración fué

la

objeto probable reducir

la

Estado de Veneel Sr.

Fernández

Real Academia de

Historia, ha reforzado en nuestros días la opinión de

Daru, en

la

parte de que

raron contra

cumentos otros

la

ni

Osuna

ni

Bedmar conspimuchos do-

República, apoyándose en

inéditos.

De

ellos

mismos, no obstante, y de la gran Colección

más copiosos, publicados en

anteriormente citada, dedúcese, en concepto del autor

de este

libro,

que hubo conjuración formada por unos

cuantos aventureros, sin

que hoy se sepa á punto


BOSQUEJO HISTÓRICO

204

SU verdadero objeto; aunque por la calidad y el número de los comprometidos, pueda desde luego afirmarse que no tuvo la importancia que quiso dársela. Pretendía Bedmar, en su parte al gobierno de Madrid, que era todo invención pura de los nobles venefijo

cianos, «que aborrecían, capitalmente

el

nombre de Es-

»paña, y que habían tenido siempre miras de hacerlo > odioso á sus vasallos para quitarles el deseo de ,

i>

serlo del rey de

España, movidos de

afición antigua

y de la fama de la gran justicia y religión que había »en sus reinos y Estados»; y en verdad que son algo sospechosas estas palabras, dando á entender que no >

tenía

Bedmar por

tan imposible, cuanto en realidad era,

someter también Venecia

al

de seguro habrían impedido

dominio español el

cosa que

,

resto de Italia

y

la

Eu-

ropa entera. Pero aunque abrigase esta temeraria idea

en su mente, ¿era posible que Bedmar y Osuna se propusiesen sorprender á Venecia y hacerla española, no sólo sin licencia, sino contra la voluntad expresa del pacífico y hasta tímido gobierno de Felipe III?

habrían podido guardar su conquista,

¿Cómo

ras,

la

¿Cómo

lograban?

responder á su gobierno del mal éxito,

había? El poco ruido que hizo esto,

si

dándose ligerísima cuenta á

y aun á

la

si

le

Senado véneto sobre

el

las

Cortes extranje-

de España, cosa de tantas diversas ma-

neras interpretada, confirma nuestro aserto de que conspiración en

misma tuvo muy

la

corta importancia.

Dijo con sospechosa franqueza Osuna, tratando de los

aventureros franceses y holandeses, presos y ajusticiados, como autores de la conspiración, «que si aquella »

gente tuviera fuerza para saquear á Venecia

>ra, y

que holandeses también

le

lo hicie-

ayudaran»; los cuales,


CASA DE AUSTRIA

según »

él

añadía, se amotinaron

pagas que se

205

por

«

les habían ofrecido».

no cumplirles las

Y

aquí se ven dos

cosas: la una que la conspiración no la negaba la otra,

que,

el

virrey;

decir suyo, era obra de mercenarios mal

al

pagados, que querían cobrarse por sus manos,

queando

la

ciudad.

sa-

No negaba Bedmar tampoco que

conociese á los jefes de aquellos aventureros; antes bien, confesó

que ocho días antes de aparecer colga-

dos, recibió en audiencia á dos de le

ellos, los cuales

se

quejaron de que, por no haberles respondido á tiem-

po Osuna, «se habían perdido buenas ocasiones de em»presas grandes».

No

cabe duda, por último, puesto que consta en una

carta remitida por

no español dos

le

el

duque de Osuna mismo

al

Gobier-

respecto á que los principales conjura-

atribuían

grandes designios en perjuicio de

y en particular de la República véneta; por cual contaban con él para sus planes. Bastaba que

toda lo

(1),

Italia,

fuese pública

la antipatía

de Osuna á los venecianos, y el golfo, para que los con-

que tuviera una escuadra en jurados confiasen en

él,

seguramente,

sin

que haya

motivo para deducir, de esto solo, que aquél se prestaba á auxiliarlos. Pero en cuanto á que ignorase virrey,

y sobre todo Bedmar, que habló con

conspiración, parece

difícil

creerlo; y

el

el

ellos, la

último, sobre

todo, ni siquiera niega expresamente que la ignorase.

más probable, por consiguiente, en todo esto que, como Osuna decía, los soldados venecianos de la Re-

Es

lo

pública mal pagados, y acaso algunos plebeyos, de los Adjunta con la letra E al despacho de 24 de Julio de 1618. de la Colección de documentos inéditos para la historia de España. (1)

Tomo XLVí


BOSQUEJO HISTÓRICO

206

que Bedmar suponía que estaban inclinados á ser vasallos de España y no debían ser sino mal contentos del régimen aristocrático de su patria, tramaran una conjuración, ó para alterar la forma de gobierno, ó, lo

que

es más probable, para despojar á los ricos de sus bie-

Repú-

nes, fiados en la falta de tropas nacionales de la

blica; que para asegurarse buena retirada ó tener á

quien entregar

la

presa,

vor de Osuna,

el

más próximo,

conocido de

los

Osuna y Bedmar,

salían bien,

si

enemigos sin

del

buscasen

el fa-

más fuerte y el más Senado véneto; que

el

comprometerse mucho, dejasen

correr á sabiendas una conjuración que podía, destruir aquella República, Italia

si

no

que tanto embarazaba en

nuestra política, cuando

menos ocasionarla males

y pérdidas difíciles de reparar en mucho tiempo, sobre todo si ardían su arsenal y su escuadra; y que el Senado véneto, advertido, por una delación, de

la

conjuración

que se preparaba, y viendo mezclados en ella nombres de Osuna y Bedmar, sin hallar pruebas

militar

los

que directamente

los

comprometiesen, adoptara

el

pru-

dente camino que tomó de castigar duramente á los conspiradores, y disimular con los españoles. Así se explica bien que los medios preparados por la mercenaria gente conjurada fueran tan insuficientes para su

empresa, aunque hubiesen podido intentarla tranquilamente; que, descubierta encontrara en

el

la

conspiración,

embarazo que

la

Bedmar

se

doblez siempre pro-

lo cual ni acertó á mantener su serenidad ante Senado véneto, ni osó permanecer más en Venecia, aunque nadie llegara á amenazar directamente su per-

duce, por el

sona.

Que

clarar el

esta sea la verdad y no otra, lo vino á de-

duque de Lerma, que debió estar mejor ente-


207

CASA DE AUSTRIA

rado que nadie, en

la

consulta del Consejo de Estado

de Madrid de 25 de Junio de 1618, sobre que acerca del asunto hizo

el

Dijo Lerma entonces, y nótese que era en las deliberaciones: «que,

si

la instancia

embajador de Venecia. el

secreto de

en Venecia hubo subleva-

mal contentos y recelosos del bien público, que acudirían al recurso que allí » tenían, que era el embajador de España, el cual, sin ción

>

,

sería de naturales

y>

y

aconsejarles ni inducirlos, podría haberles gaar-

y>dado secreto, por

confianza que tenían de

la

á

'¿por no hallarse obligado

otra cosa».

él

y

¿Estaría

Lerma personalmente enterado, de antemano, de un suceso que, con tanta exactitud á nuestro cribía luego,

aunque no

lo

estuviesen

juicio, des-

ni el

Rey

ni el

Consejo? No es improbable. De éste, y no de otro modo, como el francés Mr. Daru ha demostrado, y es notorio, se entendía en

el siglo

xvii

la fe

diplomática; y bien

podían ver con indiferencia, y hasta con gusto, los gobiernos de entonces, las conjuraciones tramadas contra

un Estado enemigo, cuando nada era tan frecuente urdirlas unos contra otros. No nos hemos deteni-

como

do, pues, tan excesivamente en este punto, sino por

poner algo en claro una cuestión muy controvertida; que, por lo demás, á haber sido otro el gobierno de Felipe III, y si el intento de hacer á Venecia provincia española no hubiera sido tan temerario, con razón podría sospecharse, sin necesidad de conocer los docu-

que

la

cosa formal. Desde

la

mentos

citados,

conjuración contra Venecia fué traición

de Antonio Pérez, no

dejó ya más Francia de intrigar en

la

corona de Ara-

gón para que se levantase contra España, como gró en parte

al

lo lo-

cabo en 1640; y España, por su lado,


BOSQUEJO HISTÓRICO

208 ni

en tiempo de Felipe

II,

ni

aun en tiempo de su

hijo,

mientras tuvo recelos de Enrique IV, dejó de favorecer

cuanto pudo á los descontentos franceses. Lo que nos

parece sin fundamento, es

el

proyecto atribuido por

duque de Osuna, de alzarse con ayuda de Venecia, rey de Ñapóles; y derivado sólo de voces vagas, que corrieron por Ñapóles, cuando en 1620 fué

Daru

al

Osuna

destituido del

A

virreinato.

haber tenido

tal

proyecto, no hubieran quedado en vanas palabras ó

amenazas

las

demostraciones de aquel hombre tan osa-

do y fecundo en recursos, el día en que, contando sólo con sus enemigos, y con órdenes secretas de la corte, se presentó repentinamente

el

cardenal D. Gaspar de

Borja en Prócida, acompañado del famoso D. Diego

Saavedra Fajardo, y algunos pocos caballeros particulares que le asistían en Roma, y violentamente se hizo conocer por virrey. Quieto, aunque despechado, dio entonces lugar Osuna á que todas las autoridades del reino prestasen obediencia

que era hombre de

al

cardenal, y á que éste,

aliento, se metiera

una noche se-

cretamente en Castello Nuovo, obligándole así á entregar

el

le faltara

mando. Pudo alegar para

resistir

Osuna, y no

razón, que no era conveniente forma aquella

de reemplazarle en su gobierno. Francisco Zazzera, autor de unos diarios del gobierno de les, refiere

de pena, viéndose tratado de

bundo y acariciando contra

el

al

tal

suerte;

que andaba furi-

parecer terribles pensamientos

cardenal; pero no indica siquiera

de que tratara de rebelarse. Ni dad,

Osuna en Ñapó-

que estuvo éste para volverse loco ó morir

fácil,

enajenado

porque las

los defectos

le

la

especie

hubiera sido, en ver-

de su carácter

le

habían

voluntades de todos los españoles y de


CASA DE AUSTRIA

209

todos los italianos, con excepción de algunos pocos plebeyos, y el día de su relevo fué todo júbilo Ñapóles, el mismo Zazzera añade. Aquellas mismas faltas de su carácter y el poco favor que, después de la caída de Lerma y Uceda, tenía en la corte, fueron causa

á lo que

de que se dispusiese en Madrid una forma de

sin duda,

relevarlo tan desusada

y violenta. Por lo demás, los mayores y más hábiles enemigos del duque en Ñapóles, de lo que le acusaron no fué de traidor, sino de enriquecerse por medios no ya

ilícitos,

sino hasta bár-

baros, de vida licenciosa y aun desvergonzada, y hasta de no oír misa, ni creer en Dios; y gente que á tanto llegaba no habría dejado de acusarle de traición tam-

bién por poco que valiera el

cardenal Borja

Ñapóles,

le

al

la

sospecha. Al dar cuenta

rey de haber echado á Osuna de

hablaba en verdad de

ciones de éste para dejar

las artificiosas dila-

mando, y de los peligros en que por su culpa estaba ya la tranquilidad pública, pero nada de traición; terminando, por cierto su parte, el

con estas severas palabras:

«si

V.

M. no arrima con

el hombro al gobierno de los reinos, ex»perimentará cada día mayores inconvenientes». Felipe III no oyó el consejo; y el haberse sacado á Villa-

j>más cuidado

franca de Milán, á Bedmar de Venecia y á Osuna de Ñapóles, no sirvió más que para disminuir en Italia

nuestro poder; porque tales eran, valían

mucho más que

como los

aquellos hombres

que desde Madrid los

censuraban.

Las de Alemania fueron, después de las cosas de las que más llamaron la atención de Espa-

Italia,

ña en este ella,

en

el

reinado.

mundo, que

No

había mayor

hallar

interés

comunicación

fácil

14

para entre


BOSQUEJO HISTÓRICO

210

SUS lejanas provincias de Lombardía y Flandes,

vés de los extensos países, que atravesó

al tra-

gran duque

el

de Alba con sus tercios en el siglo anterior. Por eso levantó el conde de Fuentes el fuerte de su nombre en los

confines de la Suiza católica y de los grisones,

asegurando á nuestras, tropas

y

si

hemos de dar

la

entrada en Alemania;

crédito al conde de

KhevenhüUer, em-

bajador del Imperio en Madrid y autor de los Anales

de Fernando

II,

muy

llegaron asimismo á estar

tados los tratos para cederle á Felipe los derechos que podía alegar á

las

III,

adelan-

en cambio de

coronas de Hungría

y Bohemia, una parte del Austria occidental, con el fin de abrirnos para siempre el paso de los Alpes, mediante el dominio de sus dos vertientes, itálica y germánica.

De

esta suerte se hubieran

dado más

dos ramas, alemana y española, de

y

facilitádose,

además,

bardía, hasta el Rhin,

el

la

la

las

casa de Austria,

paso de los ejércitos de Lom-

donde iban ya también tomando

oportunas posiciones nuestras armas; con habría

mano

acudido mucho mejor

al

lo cual

se

socorro y defensa de

Flandes.

Precisamente

el

transporte

allí

de tropas, por mar,

sobre todo desde que dejamos de disponer de

la pla-

za de Calais, en tiempo de María de Inglaterra, había ya llegado á ser tan

difícil,

que

una pica en Flandes quedó en

la

la frase

de poner

lengua castellana

para determinar una enorme dificultad vencida.

nunca

el

gobierno de Felipe

III,

pacífico

como

No

dejó

era, de

hacer esfuerzos grandes para alcanzar tamañas ventajas.

D.

Gómez Suárez de

sus contemporáneos

Figueroa, á quien llamaron

gran duque de Feria, y fué el último de los magnates españoles de aquel siglo, que el


CASA DE AUSTRIA

211

algo mereciera semejante calificación, sucedió á Villafranca en el gobierno de Milán; y, aprovechándose de las continuas diferencias lina

de los habitantes de la Valtecon los grisones, que los tiranizaban, intervino á

mano armada en sus gran parte del

contiendas, y se apoderó de una

territorio.

Acababa de estallar entretanaños en Alemania

to la guerra llamada de los treinta

entre

la

unión evangélica

formada por los protestanemperador, y que estaba, como todos sus antecesores desde Carlos V, á la cabeza del parti-

tes alemanes

,

el

do católico alemán. Púsose también España de parte

de el

éste,

como correspondía

marqués de Spínola

á su tradicional política; y Alemania nuestro ejérci-

llevó á

to de Flandes, á la sazón ocioso, dejándonos

ñados para empresas.

el

No

ya empe-

reinado siguiente, en nuevas y costosas tuvo ocasión de lograr Felipe ÍII ninguna

ventaja notable contra los protestantes, privilegiados

enemigos de su padre. En cambio hizo más que él contra los moros de África, porque, después de ocupada Alarache, cual se ha indicado, envió en 1614 áD. Luis la conquista de la fortaleza de la Mamora, tomando con tal calor la empresa, que, al decir de Gil

Fajardo á

González Dávila, ninguno de los nobles que podían ir «se atrevió á quedar en la corte, teniendo por cosa » vergonzosa estar en ella cuando las armas de su rey »

entraban victoriosas en África». También fueron ca-

ñoneadas en este tiempo por

las

nunca

de Salé y Arcila escuadras españolas; y más perseguidos que

los corsarios turcos.

Pero en

que tan perezosamente caminaba de España, y que la interior estaba apariencia reducida á fundar y dotar conventos, el ínterin

la política exterior

en

la

las plazas


BOSQUEJO HISTÓRICO

212

no obstante 1619 y

la

piadosas, de

la

eclesiásticas, políticos,

famosa consulta

censuras que

las

el

Consejo Real de

del

exceso de

las

fundaciones

amortización y número de las personas

arrancaban ya á los mejores escritores

dos cosas se encaminaban á su

fin

más de tres años de distancia: duque de Lerma y la vida de Felipe

y

le tuvie-

ron, con poco

la

za del

III.

privan-

Aquel

breve espacio de tiempo, puede decirse que, por entero, se

ocupó ya en Madrid en guerras cortesanas.

era tan torpe caída,

Lerma que no viese

y negoció que

con razón de

la

le

hiciese cardenal

el

papa, fiando

piedad del rey, que aquella dignidad

defendería de sus enemigos, por influjo,

No

venir con tiempo su

que hasta

allí

más que

el

le

prodigioso

había tenido sobre su ánimo, se

convirtiese en despego, sino en aborrecimiento. Vistióse,

en suma, de colorado para no ser ahorcado, según

decía uno de los libelos aconsonantados de la época. Porque es de advertir que, desde la muerte de Felipe II, no cesó ya de haber una especie de periodismo

Un

clandestino y manuscrito en España.

cierto

Iñigo

Ibáñez, que fué secretario del duque de Lerma, escribió un terrible papel contra Felipe

II

después de muer-

to, intitulándole El Confuso y mal gobierno del rey pasado; y estuvo varias veces preso por otras diatribas contra D. Pedro Villafranqueza y D. Rodrigo Calderón. Y en este reinado comenzó también á hacer correr de mano en mano sus versos satíricos contra los

ministros,

y hasta contra

el

rey mismo,

el

célebre con-

de de Villamediana. Eran ya generales, en todas mas,

do

el

la

murmuración y

rey

historiador

le

el

odio contra

apartó de su lado.

el favorito,

for-

cuan-

En vano pretende

el

Bernabé de Vivanco, partidario acérrimo de


213

CASA DE AUSTRIA

Lerma, que,

de >

al

mandarle dejar á éste

los papeles, lo

mundo de

el

rey

el

manejo

hizo «más por dar satisfacción

al

su fidelidad, que con pretexto de que hu-

»biese cometido delito; y con intento de volverle á su hubiera visto > palacio más que de apartarle, como se »

claro

si

se viera».

Mucho

le

engañaban,

propios deseos á Vivanco. Atacado

el

sin

duda, sus

favorito,

no ya

sólo por los libelistas, que esto poco importaba segu-

ramente, sino por

el

confesor Aliaga, y cuantos

gos, frailes y monjas solían rodear

al

cléri-

rey, en particular

por el padre Juan de Santa María; no bien defendido por sus deudos y amigos, el conde de Lemos y D. Fernando de Borja; fuerte y astutamente contradicho, hasta por su propio hijo,

el

duque de Uceda, aliado

del

confesor Aliaga, con cuya ayuda le disputaba tiempo había ya la real gracia, estaba sin remedio perdido

cuando

le

despidió

el rey.

Tanto ó más, que sus pro-

pios hechos contribuyeron ciertamente á desacreditarle y facilitar su caída los principales agentes de quien se servía.

Era

el

más caracterizado D. Rodrigo Calderón, nom-

brado marqués de Siete Iglesias; hombre soberbio y codicioso, y que de humilde condición se había levantado á los más altos puestos con escándalo de la corte, donde á la sazón lo invadía todo la alta nobleza, si no

ya ganosa de influjo social y político, sedienta de aquellos mismos empleos provechosos, que abrían la puerta al ocio y al placer. Fué después de Calderón, el

mayor

favorito de

Pareja, joven, de

Lerma un

muy buen

cierto

D. García de

parecer, y también de me-

diano origen, sobre cuya vida ha publicado poco ha Sr.

Gayangos curiosos

detalles;

el

sospechando, como


BOSQUEJO HISTÓRICO

214

ya había sospechado el autor de este estudio, que este sea el verdadero nombre del que, con el supuesto de Gil Blas, dejó las curiosas

aquel tiempo, que publicó

y exactísimas memorias de el

y forma de novela, y no

tilo

francés

Le Sage, con

sin añadir, sin

A

tantes accidentes ó detalles propios.

como más los cuales

alto,

que

le

cio antes

le

probó plenamente:

dar á un

quitaba

de

la

duda, bas-

D. Rodrigo,

se le acusaba de graves crímenes, de

uno se

que mandó

es-

tal

de

el

la

muerte

Francisco Juara, pretextando

crédito. Apartóle el rey de su servi-

el

caída de Lerma, mandándole formar un

proceso, y aun darle tormento para que declarase to-

das sus culpas, derogando para aquel caso especial,

por medio de una especie de rescripto ,

la

ley que pro-

hibía dársele á las personas de su condición, fuera de

pocos casos determinados. Nada hay más seguro

más pe

ni

singular que el odio implacable que mostró Feli-

III

á Calderón, en lo que le quedó de vida, compla-

ciéndose en tener noticia de su proceso, y en que se le

tratase rigurosamente. Por lo que toca á la privanza

de Pareja, corrían, á nes que

las cuales

de

la

hacían

la

lo

que parece, por

muy vergonzosa

para

corte versio-

la él

y Lerma, de

no sólo se hallan indicios entre los satíricos

época, sino en

el

proceso original de Calderón

que se conserva en Simancas. ¡Triste idea dan de moralidad secreta de aquella época, en tan santa ó entregada á la devoción

de Calderón como

y Calderón

,

el

,

la

la

apariencia

así este

proceso

de Camarasa antes citado! Lerma

sobre todo, aparecen

como

codiciosos y

preocupadísimos, de una parte, y de otra destituidos de escrúpulos para mandar envenenar ó matar á hierro á quien quiera que les estorbase;

siendo varias las


215

CASA DE AUSTRIA

muertes repentinas y sospechosas de que, aparte de una probada, se hallan indicios graves. Aparece también de su proceso, que Calderón trataba bastante mal á los pajes favorecidos por

Lerma

manera que

á la

García de Pareja, y que el contar lo que pasaba en casa del gran privado de Felipe III, podía fácilmente conducir

al

hablador á prisión y á

traño, pues,

íntima, llegara á tener tan

que

el

la

muerte.

No

es ex-

que trasluciéndose poco á poco su vida

mismo Felipe

III,

pareciese inexcusable,

le

poquísimos amigos Lerma, y de algo advertido, que ya perdiera

el

le

cariño tenaz que

le tuvo.

Mandóle, por último, retirarse á Lerma á Valladolid, donde todavía años después se descubrió que tenía parte en una trama urdida por medio de su confesor para asesinar al conde- duque de Olivares, ministro de Felipe IV. ¡A tanto llegaba la ambición de aquel magembargo, dulce y humano, según y á tanto la perversión secreta de

nate,

que

todas

las apariencias,

era,

su tiempo!

A

la

sin

verdad, las faltas expuestas ó somera-

mente indicadas de Lerma,

le

señalan por uno de los

hombres menos estimables, que hayan puesto hasta mano en el gobierno de España. La Inquisición

aquí

daba evidentemente más religión á los labios que á los corazones, ó al menos los que la manejaban no se aplicaban á

propios

la

severidad que á los demás,

íbase rápidamente degradando, en tanto, español, y convirtiéndose pocresía.

Se

era cada día

la

carácter hi-

advierte, sin embargo, que la Inquisición

más

intolerante con las ideas

peligrosas, ó con las prácticas heréticas sas; pero

el

antigua turbulencia en

y

que juzgaba supersticio-

no tan dura como pudiera creerse con los pe-


BOSQUEJO HISTÓRICO

216

cados comunes. Así obedecía á su carácter más bien político que religioso; dependiendo además, en esto

como en le

comunicaba

servía.

de

todo, la eficacia de su acción, del impulso que

la

te la

Nada

el

poder real

más

sería

á quien principalmente

,

curioso ahora, bien que ajeno

índole de este trabajo, que relatar minuciosamen-

persecución de que fueron objeto, uno tras otro,

no sólo

los

deudos, sino los amigos todos de Lerma,

después de su caída, y hasta su propio hijo, miserable instrumento de los enemigos de su casa para derribar

más temible de

al

Vivanco, que la

la

ella,

que era

muy

cuenta

padeció, siempre atribuye

al

al

gos, frailes y monjas, no sólo

ma, sino

las

el

padre. Bernabé de

por menor, como quien

partido de los las desgracias

cléri-

de Ler-

de todos los suyos.

La última acción notable de Felipe IH, fué su viaje á Portugal, donde celebró Cortes, porque ya, á la vuelta, estuvo para morir en Casa-Rubios, donde llegó á hacer testamento. Alivióse, el

poco tiempo que

le

al

parecer, algún tanto; y en

quedó de vida, apenas le preoel proceso de Calderón. Pero

cupó ya otra cosa que

bien pronto volvió á caer enfermo, y

de 1621 acabó sus rias

el

31 de

días, asistido, entre otros,

Marzo

por

el

va-

veces referido Florencia, á quien no sin razón dijo hallo cosa buena que

poco antes de expirar: «Ahora no >

me

vos cuando prediquéis en mis honras que decir; pero encargóos que miréis por

aliente, ni

»la hallaréis

»la honra de los muertos». Atormentábale, con efecto,

y más que nunca, en aquella hora suprema el recuerdo de las omisiones que había tenido en el reinar; de no haber gobernado por su persona; de haber entregado su voluntad á otro que á Dios. Los famosos cohechos


CASA DE AUSTRIA

por

217

consentidos debieron también ponérsele enton-

él

ces con su verdadero carácter, ante los ojos; y

más

si

pensó en que hubo hombre, como el conde de Villalonga, D. Pedro Franqueza, secretario de Estado de Aragón, que, en treinta y seis años con su padre, no tuvo nota, y en su tiempo dio lugar, llevado del mal ejemplo de otros más altos, á que se le capitulase por cuatrocientas setenta y cuatro cargos nada menos; de

No

resultas de lo cual murió en la cárcel.

rado que su padre

el

fué

más hon-

último primer ministro de Felipe,

D. Cristóbal de Sandoval y Rojas, duque de Uceda; de suerte que, con ser tan devoto y casi santo, dejó Feli-

pe

III

corrompido

gobierno, cual nunca,

el

lo cual

debió

producirle profundísima amargura. Al exhalar su último

suspiro tenía en las

manos

el

propio crucifijo con que

habían muerto su abuelo y su padre; lar

tradición de familia!

Y

j

piadosa y singu-

es digno de notarse aquí,

por último, que los minuciosos detalles que quedan de aquellos postreros

momentos de Felipe

nó con fecha 13 de Abril de aquel año, las cartas

impresas que, con

la

III,

los consig-

la

primera de

firma de Andrés de Al-

mansa y Mendoza, ó simplemente Andrés Mendoza, pasan por ser en España el primer ensayo del periodismo.



^éM^x^mM'OX^íí^M^o

vil

ENOS POBLADA anterior,

quedó

á parte de ejército,

con

la

al

quizá que en

terminar éste

la

el

reinado

Península,

expulsión de los moriscos. El

misma organización y reputación

la

toda-

vía que en los tiempos pasados, tocante á los cuerpos viejos,

aunque ya comenzaran á mermar su

sobre todo

el

de

la infantería,

prestigio,

algunos sobrado bisónos,

que pasaron á la guerra de Saboya. La marina, con más reputación quizá que nunca, gracias á los armamentos felices de Osuna en Ñapóles. Luego que pasaron, dice con respecto á las letras Capmany, «los días » felices aún del reinado de Felipe III, que disfrutó de »los ingenios que habían sobrevivido »

padre,

el

lenguaje

hasta entonces

,

declinó

reinado de su

insensiblemente»;

continuó brillando

nuestra literatura

al

con los mayores

el

pero,

Siglo de Oro de

prosistas

y poetas

que haya alcanzado España. Los Argensolas, Jáuregui, Villegas,

el

mismo Lope de Vega,

florecieron en este

tiempo; pero también Góngora, de suerte que dentro

de este progreso estaba ya

la

decadencia. Sigüenza y


BOSQUEJO HISTÓRICO

220

Yepes, fueron con Mariana y Cervantes, heredados de II, los principales prosistas de la época; y basta

Felipe

para decir cuáles eran citarlos. Los padres Juan Márquez y Juan de Santa María, con su Gobernador Cristiano y República Cristiana vulgarizaban el

Derecho público

,

en tanto,

del siglo, escribiendo acerca de él

en romance, y no sin mantener atrevidas opiniones; al paso que el canónigo Pedro Fernández de Navarrete en su Conservación de Monarquías, el Padre Juan de Mariana sobre la moneda, y otros echababan los cimientos

de

la

Economía

y en especial

política. Por lo que toca á las Cortes

las

de Castilla,

ni

más

ni

menos

ron que antes, habiéndolas reunido Felipe

íl

influye-

once veces,

y seis su hijo, en la mitad de tiempo de reinado. La Hacienda no tuvo tan graves ni tan frecuentes compromisos como en

el

reinado anterior, porque hubo menos

ocasiones de gastarla. Mas, sin embargo, los mayores errores económicos que se cometieron en España durante la dinastía austríaca, en este reinado, tuvieron lu-

Hemos

gar precisamente.

por Luis Cabrera, que comenzar á reinar Felipe II, estaba en buen arreglo la moneda, no habiéndose pensado aún en sacar partido visto,

al

de

ella,

blica,

Con ron

al

para proporcionar recursos á

con daño de todos y de

la

Hacienda pú-

riqueza de

la

nación.

Reyes Católicos, ni Carlos V tocala moneda, bien que no les falta-

efecto, ni los justo valor

la

de

sen antiguos y malos ejemplos que seguir; y Felipe II los imitó generalmente en este punto, cediendo en algo á las exageradas y erróneas pretensiones de las Cortes; pero resistiendo en lo más importante. Desde este reinado de Felipe Sr. Colmeiro,

III,

«una

«desatóse ya», dice con razón

el

de pragmáticas alterando

la

lluvia


CASA DE AUSTRIA

amoneda, tan »

221

indiscretas y contradictorias, que no es

necesario recogerlas», ó sea exponerlas. Pues

fácil ni

aunque profundamente perturbador, de

esto,

los

cam-

y contrario al desarrollo del comercio, no fué nada comparado con el daño de acuñar sin tasa la moneda de vellón, como si se creasen así valores reales, ó no debiera ella ser meramente supletoria; daño desde

bios,

1603 experimentado. Inundaron bien pronto ciantes extranjeros de

moneda de cobre,

comer-

los

falsificada

en

sus fábricas, nuestros mercados, llevándose en cambio oro y plata que venía de América; de suerte que por uno que el gobierno ganó, perdieron ciento los particu-

el

y

el

ya todo

el

lares,

que de

desorden ocasionado por siglo xvíi.

muy

manera, duró

lejos, estas cosas, el napolitano

Campanella, y entonces

tal

Contemplando, finalmente, aun-

la

el

Tomás de

holandés Juan de Laet, predijeron ya

ruina próxima del poderío español.

Y

en

España mismo, escribió al morir Felipe III el novelista é historiador Gonzalo de Céspedes y Meneses, al dar principio á la historia de Felipe IV, estas solemnes pa« el gran empeño y diversiones de sus riquezas y tesoros, cargas de pechos y gabelas, arbitrio in» fausto y detestable de la moneda de vellón, y la larga

labras: »

amagan seguros nuevo

»

invasión de sus rebeldes, parece que

»

males

»

príncipe español, que ha venido á ser reparo ó á ser

al

imperio, y que es

^testigo de su ruina».

como veremos bastaba

él

No

ahora: fué

lícito

argüir del

fué ni reparo,

tal el

ni testigo,

nuevo príncipe, que se

para perder cualquier monarquía, dado un

régimen político en que tanto dependía ya de diciones personales del gobernante,

zón

el

de España.

como

las con-

era á

la sa-



C^íi^Tf^f^í^ Í^f3 íí^l^ ^T(13 r?^^^

vm

UVO FELIPE cuales

al frisar

amó

IV dos hermanos varones, á los

tiernamente: D. Carlos

el

uno que

nunca se separó de su lado, hasta que murió en veinticinco años, y D. Fernando, de quien

se hablará más largamente después. Así

como

el

prime-

ro se entregó á lecturas literarias, llegando á ser

que mediano poeta,

el

más

segundo, á quien se dio un cape-

y el arzobispado de Toledo, de niño nunca pensó más que en armas, caballos y planos de fortalezas ó batallas, según refieren los embajadores vénetos. También tenía aquel monarca dos hermanas, que habrá que mencionar lo

más

adelante,

Doña Ana que fué

reina de Francia, y

Doña

María que estuvo para ser reina de Inglaterra, y fué al cabo emperatriz. Comenzó, á poco de empezar este reinado,

de

los

la

desaparición insensible en palacio del influjo

eclesiásticos;

porque, aunque era puntual en

cumplir los deberes de cristiano nía, sin

embargo, de devoto. Si

el

nuevo rey, nada

al fin

te-

de sus cansados

años comunicó pensamientos íntimos con alguna persona consagrada á Dios, para

aliviar su alma,

no puede


BOSQUEJO HISTÓRICO

224

decirse que entonces, antes, ni después, estuviese la corte de

España bajo

En cambio

estado.

dre á su privado

conde de Olivares; llegando, por

el

Maestro Laynez y otros escritores mala costumbre de tener privados, ó per-

eso, á contar políticos, la

como había más que su pa-

la influencia clerical,

se sometió tanto ó

el

P.

sonas en quien soltar

el

peso del gobierno, como

insti-

tución particular y propia de la monarquía absoluta.

Vivamente combatida antes por los escritores y res

el

nombre de

el clero,

tal;

'

supuesta institución

la

rehusó

principio Oliva-

al

pero tomó luego todas las atribu-

ciones de Lerma, acabando por recibir también, sin escrúpulo,

el título

de privado ó valido. El privado, pues,

Consejos y las Juntas transitorias que con los individuos de ellos solían formarse para casos especiales, los

continuaron constituyendo en

el

nuevo reinado

bierno español. La oposición, que te,

mucho tiempo

go-

el

laten-

á causa de la avasalladora influencia de Olivares

sobre

el

rey, se

compuso

al

nobles, llamados por Felipe trigantes;

y

al

calor

grandeza y y convertidos ya en

cabo de III,

la

los in-

de esta clase privilegiada se

reunían todos los descontentos del poder. Este, no hallándose ya ejercido por

la

persona

real,

que era á

quien tributaban una especie de culto los subditos altos

y bajos, comenzó á perder algo de día en día de su antiguo prestigio; y aflojada además la administración de justicia, y relajado el gobierno político, poco á poco se fué obrando una transformación

tal

en

las

costumbres,

que parece imposible en tan breve espacio. Comparan-

do los

las

Relaciones del historiador Luis de Cabrera, con

Avisos de Pellicer (una y otra obra ya publicadas),

adviértese una diferencia inmensa en

el

número y

cali-


CASA DE AUSTRIA

225

dad de excesos ó crímenes, desde Felipe III á FeliIV. El pueblo, que no había hecho más que oir, ad-

pe

mirar, ó temer en tiempo de Felipe

lamentarse con prudencia en

el

y murmurar ó III, comienza

II,

de Felipe

aquí á dar claras señales de seguir con

que respeto,

la

más atención

miarcha de las cosas palaciegas, que

son las únicas políticas un tanto á su alcance.

Y

las

publicaciones clandestinas, nacidas á raíz de la muerte de Felipe II y bastante leídas ya en los días de Fe,

lipe

rápidamente se aumentaron,

así en número como en éxito, llegando á ostentar por último una licencia, no superada en ninguna monarquía, ni en las más libres, III,

hasta ahora. Faltaba aplicar

la imprenta á estas murmuraciones, cosa que nadie osaba, por la dificultad del secreto en una industria, que andaba en tan pocas ma-

nos; faltaba la comunicación general de unas

y otras provincias, y de unos subditos con otros, que habría hecho aquel género de oposición mucho más peligroso; pero en Madrid, por lo menos, todos los actos del gobierno eran áspera

y libremente zaheridos no ya de

palabra, sino también por escrito.

compuestos muchos de corrido

el

ellos por

mundo y estaban

vulgares, no sólo se decía nistros,

libres la

En estos papeles,

personas que habían

de

las

verdad

sino á la nación misma.

al

preocupaciones rey y á los mi-

Cuerpo fantástico,

llamó, por ejemplo, á su celebrado poder

y grandeza, Tales caracteres distinguieron, en suma, de otros tiempos, la política interior de España,

uno de de

la

en

el

ellos.

largo período de reinado que comienza á ocuparLos nos. principales personajes de entonces darémoslos á

conocer como hasta aquí, valiéndonos ordinarialas Relaciones venecianas. Pedro Gritti, que

mente de

15


BOSQUEJO HISTÓRICO

226

conoció á Felipe IV en vida de su padre, y á

la

edad de

diez y seis años, le atribuye gran vivacidad de ingenio

y plácido, aunque algo más inclinado á de aquel, y suma cortesía. No asistía Consejo de Estado, ni siquiera como su padre á una

natural, quieto la al

cólera que

e!

junta especial, para enterarse de los negocios, cosa que él

lamentaba, más que convenía

loso de la época;

y según

al

añade, los ministros

Gritti

vigilaban por eso sobremanera,

monarquismo recele

y no decía una palabra

que no se pusiese al punto en conocimiento de su padre. El único rey de esta dinastía que tuvo, por lo que se ve, generosa confianza en su sucesor, fué Carlos V. Tal

Felipe IV,

pués

dijo

como

describe Gritti tenía que ser aún

le

cuando sucedió á su padre; y once años desde él Luis Mocénigo, que era en todos los

ejercicios corporales fatiga,

amigo de

la

muy

gran jinete, sufrido á

ágil,

la

caza y en general de diversiones,

sobre todo de las corridas de toros, en que solía tomar parte,

y de

las

comedias, para ver las cuales iba de

incógnito á los teatros ó corrales,

además de hacerlas

representar en palacio frecuentemente. Conocíase que

presumía mucho de

propio, daba con facilidad au-

diencias, contestaba brevemente y con generalidades, aparentaba gravedad, vestía con modestia de ordinario; pero se complacía mucho también en mostrarse de

gran gala: no se ocupaba poco cios públicos, y era

muy dado

ni

al

mucho en

los

nego-

amor, con mujeres de

condición humilde por lo común. «Si gobernase, se cree

puntualmente y con equidad y jus»tic¡a»; decía Francisco Córner en 1634, resumiendo

>>dé él

que

lo haría

en dos palabras

muy dado

las condiciones

de su carácter. Estaba

á la lectura de libros históricos por entonces;


CASA DE AUSTRIA parecía

menos entregado que antes á

gustaba ya bastante de que saba;

aun

le

mas

227

,

mujeres y enterasen de cuanto pa-

le

las

cual siempre lo fiaba todo en su favorito,

contaba cuanto

le decían,

por

lo cual

y

nadie osa-

ba hablarle con franqueza. Poco á poco los años, el quebranto de salud nunca robusta y muy gastada en los placeres, y las grandes desgracias de su reinado, fueron convirtiendo

carácter de Felipe IV, de pla-

el

centero que era, en melancólico; pero no se empeora-

ron por eso sus cualidades morales. En 1643, después

de despedir de su servicio

al

conde-duque, ya esta

transformación se había verificado; y Gerónimo Justiniani,

mo

que

le

conoció á

la

sazón, dijo que era amabilísi-

con sus servidores, y más aún con los embajado-

que era más compasivo que liberal; que su repugnancia á derramar sangre era tal, que la impunidad más escandalosa comenzaba á enseñorearse res extranjeros;

y que amargamente lamentaba ya la disipala pérdida de Estados, la destrucción de ejércitos y escuadras, la aflicción de unos vasallos, del reino;

ción de tesoros,

la rebelión

de otros, cuantas desventuras, en

presenciado desde

el

trono.

Añade

fin,

Justiniani

había

que su

capacidad era bastante para todo; sin embargo de

lo

mismo, y tenía

la

cual desconfiaba

muchísimo de

responsabilidad moral de las resoluciones, gustando de seguir los consejos de otros, y echarles

la

culpa de

cualquier mal éxito. Por último, resume Justiniani su juicio acerca

de

lo

que aquel rey era en

su edad, con estas severas palabras »

forma que substancia^ y á

>tiguos,

él

la

:

«

la

madurez de

Hay en

manera de

él

más

los ídolos an-

recibe la adoración, y sus ministros dan por

Ȏl las respuestas-^.

La

reina Isabel, en tanto, su pri-


BOSQUEJO HISTÓRICO

228

mera mujer, nada

intervino en los negocios póblicos,

hasta que llegaron los grandes desastres de quía: contentándose con llorar en silencio del rey,

que enamoraba á

las

la

monar-

la infidelidad

mujeres de su propia ser-

vidumbre, y llegó á tener, según en Madrid se decía y refirió á su corte un veneciano, hasta veintitrés hijos bastardos. Piadosa, dulce, poco dotada de salud en la última parte de su vida, tan estimada en la corte

como su difunta suegra Doña Margarita, que murió en opinión de santa, ner, confirmado por otros

al

casi

decir de Francisco Cór-

embajadores vénetos,

ni el

menor motivo existe para sospechar de su virtud, como cierta tradición poética ha hecho. Prestó á ello ocasión muerte violenta, dada de orden del conde -duque, y con asentimiento, sin duda, del rey, al conde de Villa-

la

mediana. Mas, de una parte, ha demostrado D. Juan

Eugenio Hartzenbusch, en cierto Discurso académico, los falsos fundamentos en que la tradición de los amores de Villamediana se apoya; y todo da á entender, de otra,

que

lo

mismo Villamediana, que

Quevedo, Adán de

la

Parra,

si

el

gran amigo de

cual parece murieron

por sentencias secretas, iguales á las que costaron

la

vida á Montigny y Escovedo, no fueron motivados sino de sus excesos de pluma.

Villamediana, sobre

y vuelto á de Felipe IV, se puso

todo, desterrado ya en tiempo de Felipe la

gracia y séquito real, en

de nuevo en oposición

menzó contra

él

al

el

III,

gobierno bien pronto; y co-

una guerra de papeles,

gramas sangrientos, que no perdonaban privado, El ser

ni

al

á ningún personaje influyente de

anónimos

los papeles

y

letrillas

rey, ni la

;

el

ai

época.

y epigramas, impedía

mar procesos solemnes contra ellos

epi-

ser tales

for-

como


CASA DE AUSTRIA

229

eran solían señalar con certidumbre á los autores; y aunque notoriamente humano y bondadoso Felipe IV, no era difícil que, á instancia de su primer ministro, resolviese hacer ciertos ejemplares con un género de

enemigos, como los en

ni siquiera

el

que en ninguna época, en que vivimos, han sido trata-

libelistas,

siglo

dos con indulgencia, á

la larga,

por ninguno de los po-

deres, que han combatido, y que han terminado por echar mano de todas sus armas. La calidad, la reincicidencia, el exceso y la generalidad de los ataques, la

dureza penal de los tiempos, todo esto junto, contribuel caso de Villamediana, por ejemplo, fue-

yó á que, en se

el

castigo desproporcionado; pero

el

de Quevedo y

otros escritores enemigos del gobierno, excedió poco

de

los

que ha presenciado en España misma, con todos

los partidos, la

que quiera de

generación contemporánea. Pero sea

esto, lo cierto es

aquí menos probado que

en

lo

más mínimo, á

la

el

que

lo

que nada aparece hasta faltara á la reina Isabel

severidad de conducta usada

por todas las reinas de España desde los días infelices de Enrique IV. Queda por pintar brevemente la per-

sona y

los

hechos

del

pleta de las personas

más

privado, para formar idea com-

que figuraron en

primera, y larga é interesante parte de este reinado. la

Tenía al

el conde de Olivares, D. Gaspar de Guzmán, tomar realmente las riendas del poder, menos de

y era hombre de temperamento sanguíneo, memoria y buen discurso, aunque sin experiencia política alguna; habiendo mostrado ya grande astucia con saber mantenerse en la cámara del treinta años;

colérico,

de

feliz

príncipe, á pesar de los recelos primero,

enemistad de Lerma, contra

el

y luego de

la

cual trabajó en verdad


BOSQUEJO HISTÓRICO

230

cuanto pudo, durante

gado con

el

la

decadencia de su favor,

coli-

partido que le era opuesto. Parece que

al

principio no fuese Olivares simpático al príncipe, que

no supo pasarse luego

sin él

por tantos años. Verdad

es que, al decir de Luis Mocénigo, era muy distinto su proceder del de otros favoritos; veía poco á su señor, le trataba

con rigor, en lugar de persuadirlo ó rogarle;

como

parecía

si

diese órdenes, y aunque

viera ya

le

con opinión formada, mantenía á todo trance

la

suya

propia. Era, de otra parte, incansable en los negocios;

abandonó todo género de diversiones, asistiendo sólo por acompañar al rey. Su

y, por consagrarse á ellos,

entendimiento se inclinaba naturalmente á

complacíase en todo

lo

nuevo y

la

paradoja;

extraordinario; forjába-

se fácilmente quimeras; cualquier intento imposible, lo tenía por obvio, hasta

ciaba

que

las dificultades,

principio, sobrevenían

al

dole de improviso.

De

lleno de verdad, sin

y

lo

que despre-

aterraban, cogién-

este retrato de Luis Mocénigo,

duda alguna, se trasluce bien

lo

que era en substancia aquel ministro: hombre de entendimiento no vulgar, lleno de buen deseo, y hasta de noble ambición de servir á su patria; pero falto de aplomo, y

la

experiencia que solamente

la larga práctica

el

hondo estudio ó

de los negocios proporcionan; un

tico visionario, en fin,

polí-

de esos que engendran todos los

tiempos, y en todos traen' sobre los pueblos, que ciegamente los siguen confusión y estrago. Lo que Mo,

cénigo

y lo que el autor de este trabajo piensa, lo embajador Francisco Córner, diciendo, que conde-duque de muy capaz entendimiento , que dijo,

confirma era

el

el

estaba siempre sobre los negocios, alimentando única-

mente su alma con

las ideas del poder;

que no era sen-


CASA DE AUSTRIA

231

ambición; y que los ya numerosísimos y poderosos enemigos, que contaba, de 1631 á 1634, «no sible

»

sinoá

la

ponían en duda su integridad, no negaban su aplicaardiente de acertar y engrandecer

»ción, ni su deseo »

»ba su »

que

reino, sino

le

el

culpaban del mal éxito que alcanza-

política, atribuyéndolo á la

carácter, á su afición á

impetuosidad de su

novedades, á sus pretensiones

mismas de hacer más grande á la monarquía, que pená poca ma» saban otros ministros y que podía serlo »

»

,

durez, en suma, de su juicio. Acusábanle también, y no sin razón,

según

las noticias todas,

de insoportablemente

altanero en su trato, de hablar demasiado, y con

ve-

tal

hemencia, que dejaba descubrir sus intenciones á los

enemigos; y aun quizá

les

pesaba á

los cortesanos

de

que

si-

entonces, bien que no hablaran de eso tanto,

guiendo

la

inclinación natural del rey, fuera

el

más avaro

que pródigo en m.ercedes, y que ya que él no se apropiaba los dineros públicos, impidiese que otros se lo apropiaran,

como

Justiniano,

que sucedió á Córner, decía también

solían,

en tiempo de Felipe

III.

Juan

favorito en 1638, cuando ya iba de capa caída,

era Señor «de grande y pronto ingenio, inteligente,

»cansable en »

fácil

la fatiga,

y amable en

las

del

que in-

solícito en el servicio del rey,

audiencias», refiriéndose á las

de los embajadores probablemente. Añade Justiniano que, ni le

más

ni

menos que

al

rey, cual

hemos

repugnaban á D. Gaspar de Guzmán

los

dicho,

severos

ejemplares de justicia; que gustaba de oir proyectos y experimentarlos; que por la vivacidad de su genio se

dejaba arrastrar de

la

cólera á veces;

que vivía

sin os-

tentación, y con integridad y honradez, y no solo él

mismo, sino también cuantos

le

rodeaban. El único de


BOSQUEJO HISTÓRICO

232

estos que dio que decir de su persona, según los venecianos, fué

jesuíta Salazar, su confesor, contra quien

el

descargaron también su saña impíamente los escritores clandestinos de

la

época; y aquel de sus secretarios de

quien fiaba más, sin que se murmurase, era

gués Meló;

mismo,

el

sin

portu-

el

duda, que mandó luego en

Rocroy. Lejos

de tomar para

nada,

en

el

Justiniano suponía que su amor á las tranjeras

llegó á punto de dar

dinero. Por lo

demás,

el

entretanto,

empresas ex-

para ellas su propio

veneciano advierte que cual-

quier mediano éxito político ó militar, le llenaba de es-

peranzas extraordinarias, y que para ser bien oído, no había más que hablarle de proyectos de engrandecimiento de cia,

la

monarquía; todo propio de su inexperien-

de su ignorancia

cio. El

política

y de su poco exacto

último embajador véneto que de

es Luis Contarini,

Guzmán

jui-

trata,

que desde 1638 á 1641 estuvo en

España; y esforzando cuanto habían dicho los anteriores, le proclama «hombre capaz y astuto, no bastante-

mente estimado, muy prudente y perspicaz, desinte»resado, asiduo al trabajo día y noche, religioso, pío, » amante de lo justo y de lo honesto; pero colérico,

»

»

impetuoso, terco, hasta

el

punto de no querer

oír

mu-

»chas veces á los que mantenían opiniones contrarias». Tal

le

había hecho á

Merece, á

la

la

verdad,

patente su decadencia

larga la práctica del gobierno.

el

la

hombre en cuyas manos hizo monarquía española, «apeán-

»dosenos del concepto altísimo, en que hasta »

tenían los extranjeros»

como Vivanco

hayamos detenido en dar á conocer, por

allí

nos

dice, que nos

testigos con-

formes é irrecusables, su verdadero carácter y circuns-


CASA DE AUSTRIA

233

La excesiva duración de su mando, y á un

tancias.

tiempo mismo así sus buenas como sus malas cualidades, le enajenaron la voluntad de los más poderosos de sus contemporáneos; y el vulgo, que juzga siempre por el éxito á sus gobernantes también le aborreció, porque ,

fué desgraciado, condenando sin defensa su memoria.

Pero es hora ya de que

meníe su torias

fallo,

y graves

la

historia pronuncie imparcial-

no absolviendo ciertamente de sus nofaltas al

desdichado ministro, sino

duciéndolas á su justo valor.

un hombre vulgar,

No

re-

era Olivares, no, ni

un malvado; y su carácter merece respeto más bien que otra cosa. Aun es difícil calcular qué otra persona hubiera podido reemplazarle con ventaja en

el

ni

gobierno, durante aquel reinado,

porque desde que Felipe

II,

abandonando

la

generosa

coníianza de su padre, dejó de educar para rey á su hijo;

y desde que

los

nuevos reyes no guardaron

ministros de sus antecesores, lipe

II

los

dición y

al

de su padre, á costa de humillaciones,

la

los

modo que retuvo Fe-

experiencia, que forman

el

alma de

la tra-

las

mo-

narquías absolutas, se rompieron de un golpe; quedan-

do entregado costa de

la

el

poder á aprendices

nación se ensayaron en su

políticos, difícil

que á

ejercicio.

más inteligente, el más trabajador, el más honrado, el de más buena fe de todos aquellos ambiciosos inexpertos, fué D. Gaspar de Guzmán, sin duda alguna; pero El

no era posible que

tal

errada dirección á

la política,

cual era, dejase de imprimir una

y cuando

la

quiso acaso

cambiar, no era ya tiempo. Esto es cuanto hay que decir de la persona; y, tocante á los sucesos ocurridos

durante su gobierno, preciso es recordar, referirlos, lo

que eran

la

grandeza y

el

antes de

poder de Es-


BOSQUEJO HISTÓRICO

234

paña en

el

de Felipe

momento mismo de su apogeo: en

el

reinado

II.

El carácter pacífico del tercer Felipe, la prudencia de

Lerma, única buena cualidad

que nada

la

política

que poseía, y más la minoridad de

muerte de Enrique ÍV, con

Luis XIII, en Francia, aplazaron por algunos años triste

espectáculo de

la

el

impotencia radical que tenía Es-

paña para mantener su posición y su política en el mundo; pero la hora había de llegar y llegó en tiempo de Felipe IV y de su gran favorito. Restableció, á

dad. Olivares

el

gobierno personal de Felipe

ner su experiencia

II,

la

ver-

sin te-

su gran juicio; pero los ministros

ni

y de Carlos II siguieron más que él los dictámenes de los Consejos, y no les fué por eso mejor.

de Felipe

III

Hubo menos calma, menos en

el

prudencia, es indudable,

gobierno personal de Olivares que en

magnates de

rutinarios juristas ó

los

el

de los

Consejos; pero

hubo mayor actividad, en cambio, más fertilidad de recursos, más unidad, sobre todo en el mando. Las provincias, principalmente las lejanas, se

según

el

capricho ó

la

gobernaron solas,

condición de sus virreyes, en

el

III, como ya se ha visto, y en el de como veremos después. Olivares con su cons-

reinado de Felipe

Carlos

II

tante atención á los negocios,

con su actividad quizá

excesiva, con su inteligencia evidentemente superior, dio cierta unidad de

acaso

le

nuevo á

permitió resistir á

gún más tiempo. Pero

la

la

la

acción del poder, que

contraria fortuna por al-

lucha principal había de ser con

Francia, que contaba ya á la sazón con veinte millones

unidos de almas, cuando

la

de España, que algún tanto

creció, no obstante, en este reinado, con la

poca paz

que hubo, no debía de pasar de ocho apenas. Por otra


CASA DE AUSTRIA

235

parte, los Estados de fuera de la Península,

aunque

ri-

cos y poderosos en sí, nos obligaban á diseminar nuestras ya escasas fuerzas; los fueros de las provincias

Vascongadas, de Navarra y de Aragón, echaban todo el peso de los tributos y de la guerra sobre la Corona de

y ninguna de estas

Castilla;

dificultades las había crea-

do Olivares. Tampoco estableció él la

superstición

España,

y

Santo Oficio, y con ruina pronta de todo saber útil en

la

ocasionó

el

desaparición de las industrias, y de las célebres ferias nacionales, del todo ya realizada ni

la

en tiempo de Felipe

III,

rienda suelta á

ni dio

la

amorti-

zación y á las fundaciones monásticas, que tanta parte tuvieron en

el

empobrecimiento material de España,

expulsó judíos ó moriscos,

estimuló las per-

ni siquiera

secuciones religiosas contra judíos ó heréticos, por

solo lugar

al

descontento de

gón que venía desde Felipe

II,

tugal tan suelto del resto de

ni

la

ni

la

ni dio

Corona de Ara-

fué quien dejó á Por-

monarquía, y tan poco

afecto á su unión con los

demás

voluntad aceptada. En

que pecó principalmente, fué

lo

reinos,

nunca de buena

en no estudiar bastante á fondo aquellos m.ales que, no

menos, y en querer remediarlo y salvarlo todo á un tiempo. Pero mantener más en pie aquel deforme coloso de la monarporque no

los

hubiese originado

él,

existían

quía española era imposible de todas suertes,

desde

el

principio

como

de esta obra dejamos ya indicado;

y dado que no era verosímil que rindiera España, combate,

la

su propio

amor á

cerviz

al

sin

destino, quizá fué Olivares, por

lo imposible, el

hombre propio de

las

circunstancias.

De mucho se,

por

lo

tiempo antes que Felipe

demás, en

la

III

muriera, sabía-

corte quién había de ser

el

mi-


BOSQUEJO HISTÓRICO

236 nistro

y

favorito de su sucesor;

y no tardó

por cierto

él

en demostrar su privanza. En los últimos días del rey difunto, los villa

amigos de Lerma, que estaba retirado en su

de éste nombre, movidos de

de que se

la ilusión

hizo eco Vivanco, quisieron tentar de nuevo

la

fortuna,

mandándole venir á toda prisa. Era temida su llegada de muchos, por si prolongaba el moribundo rey la vida y

lo

volvía á su gracia; pero Olivares cortó

aconsejando

al

príncipe

la dificultad

que ejerciese jurisdicción

anti-

cipada, y ordenara al cardenal que se volviese á Lerel príncipe, y Lerma obedeció, no que no reconocía aún autoridad en quien

ma. Hízolo

sin

tir

lo

adver-

manda-

y tomando aquel odio á Olivares, que paró en un Tampoco había muerto todavía Felipe III cuando Olivares le dijo públicamente al duque de Uceda, su antecesor, según se cuenta: «ya ba;

conato de envenenamiento.

todo es mío'¿. Tres días después de muerto Felipe

ill,

logró asimismo reparación del agravio que de aquél

había recibido, no queriéndole hacer grande. Propúsose

con gran calor en seguida desagraviar á los ministros

y cortesanos de Felipe

que pagó sus culpas fué la corte.

el

III,

nación de

la

y

el

primero

Padre Aliaga, desterrado de

Continuóse apresurando, por otro lado,

ceso de D. Rodrigo Calderón, contra

el

traño rencor, no sólo de parte de Felipe

cual III,

el

pro-

hubo ex-

sino de su

y Olivares, que, humanos con todo el mundo, fueron con él implacables. Habíase hecho odioso D. Rodrihijo

go por su desmesurada soberbia, sobre todo á la nobleza, que se la perdonaba menos por su origen humilde, y no halló alrededor sino acusadores ó verdugos. Fué, pues, á la postre condenado á muerte, y degollado en la Playa Mayor de Madrid; y la noble entereza con que


237

CASA DE AUSTRIA

año de 1621, disculpó en la opinión veleidosa del pueblo todos sus yerros. Si no hubo otro motivo para su castigo que el asesinato de Juara,

murió, corriendo aún

confesado en

el

el

proceso, fué aquel sin duda excesi-

como dijo Vivanco aludiendo á la muerte que se dio más tarde á Villamediana, «si mandar matar á un hombre ordinario, »puso á un hombre tan grande en tal estrago, si fuera »noble, y el aplauso de los más valientes ingenios, ¿qué vo para las ideas del tiempo, porque,

»debería hacerse con

el

agresor?

taba ignorar Vivanco, que dió seguramente, como

lo

»

Desconocía, ó afec-

lo de Villamediana no procede Juara, de venganza priva-

da de un ministro, sino de castigo

real;

aunque

destituí-

do de formas jurídicas y odioso como todos los de su especie. «En este instante, se

comenzó á

be también Vivanco,

estos primeros pasos del

nuevo

al referir

tocar», escri-

ministro, «la destrucción de la casa de

Lerma y

de sus criados»; y, con efecto, no bien acabado el proceso de Calderón, comenzaron los de tres duques »la

muy famosos en Osuna. Andaba

el

anterior reinado:

Lerma, Uceda y

éste último por la corte desde 1620 que

vino de Ñapóles, suscitándose enemistades, antes que

aplacando

las antiguas,

con

la

soberbia de su condición,

y el lujo desmesurado de su casa y persona. Públicamente se le acusaba en corrillos y papeles de haberse enriquecido malamente en el gobierno de Ñapóles; y el conde de Villamediana le apellidó, antes de morir, el ladrón, en unas coplas. Despreciaba tales murmuraciones Osuna, y aun las alentaba cada día con su conducta, llevando tras sí siempre veinte coches con multitud

de caballeros españoles y napolitanos, sus favorecidos, haciéndose, además, guardar por cincuenta capitanes y


BOSQUEJO HISTÓRICO

238

alféreces reformados, vistiendo, en

fin, telas

extrañas y

En una Plaza Ma-

costosísimas, sembradas de piedras preciosas.

de

de Madrid entró á justar en

las fiestas

la

yor con cien lacayos vestidos de azul y plata; y no había príncipe ó grande que le igualase en magnificencia, ni el

rey apenas. Mientras vivió Felipe

y Uceda, á

III

quien tan suyo tenía por parentesco y dádivas, dirigió el

gobierno,

la

emulación nada pudo contra

conde-duque, íntegro de por

pero

él;

y con vivo deseo de

el

se-

ñalarse por justo, no quiso dejarle sin castigo.

Ya

nobleza y tribunales de Ñapóles habían hecho una

infor-

mación para ja.

Sobre

justificar el

haber llamado

los datos ciertamente

formación, se decretó

la

al

la

cardenal Bor-

exagerados de esta

in-

prisión del duque, que llevó su

desgracia con entereza durante los dos años y medio

que estuvo encerrado, ya en

el castillo

de

la

cuyos muros, á medio caer, se ven aún no

Alameda,

lejos

de

la

quinta que con aquel nombre tenían ha poco sus sucesores,

ya en Madrid, donde murió, más de despecho que

de otra cosa. Libró á Lerma de andar los mismos pasos

que Calderón ú Osuna bía previsto,

y

ni

el

aun por

capelo cardenalicio, la

como

ha-

indigna conjuración urdida

contra Olivares, recibió otro castigo que darle á enten-

der que

la

sabía

el rey.

Mas Uceda, que

no tenía

tal

defensa, cayó en poder de los tribunales, y sabe Dios

á dónde llegara su castigo,

si el

rey no hubiese interve-

nido, contra su costumbre, en aquel asunto, declarando

en una cédula autógrafa, que no había faltado á sus obligaciones.

Lo mismo Lerma que su

hijo llevaron al

sepulcro bien pronto sus pesares; pero entretanto estuvieron sujetos á una junta llamada de reformación de

costumbresy constituida con

el

objeto de que á todos


239

CASA DE AUSTRIA

que eran y habían sido ministros, desde 1603, se les registrase la hacienda que poseían ó habían enajenado, los

modo que

bajo penas gravísimas, de

conocido

el

fuera fácilmente

patrimonio de cada uno, para calcular

si lo

había ó no aumentado por malos medios. Fué, en virtud

de este retrospectivo examen, condenado Lerma á pagar al fisco setenta y dos mil ducados anuales y el atraso de veinte años, por las rentas y riquezas adqui-

Dio con este motivo

ridas en su ministerio.

pueblo

el

de Madrid señales de gran contento y hasta de freneque se desató contra sí, muy á despecho de Vivanco él en imprecaciones, como si entonces no tuviera la ,

multitud razón, aunque no

la

tenga siempre.

No

se con-

tentó, naturalmente. Olivares con rebajar á los contrarios, sino

que elevó

al

mismo tiempo

á otros, procuran-

do hacerse también clientela. Alzó los destierros á personas importantes que los padecían por su oposición al gobierno pasado, y devolvió plazas y dignidades que se tenían por mal quitadas; siendo entonces cuando, entre otros,

volvieron á

la

corte Villamediana del monaste-

de Fitero y Quevedo de la Torre de Juan Abad, famoso ya éste último por sus obras y su amistad con Osuna. Pero lo más importante que debe considerarse

rio

en este cambio de rey y ministro, es

de verdaderamente

político.

lo

que en

Extractándolo de

él

la

hubo

extensa

y confusa obra del tan repetidas veces citado Vivanco, ha publicado en otra ocasión ya el autor de este trabajo, el

programa de Olivares

que da idea clara tiempo.

al

encargarse del gobierno,

del estrecho sentido político

Comenzó por

insinuarle

al

nuevo rey, «que

»muchos, viéndole de tan pocos años, se s-introducir á darle

de aquel

le

querrían

consejos y gobernarle, y que esto


BOSQUEJO HISTÓRICO

240

»sería dejarle caer á cada

paso en notable confusión, y buen gobierno, y que así S. M. »había de ser servido de que hombre humano no pu»se perturbaría todo

»síese la

mano en

Ofreciólo con

tal

el

esto

más que

condición obrar

él

su persona sola». en su servicio cosas

que no se hubiesen visto más raras ó prodigiosas mundo, y hacerle «el mayor, más grande, temido »y amado rey que hubiesen tenido los siglos». La Hacienda quedaba en malísimo estado por causas antiguas,

tales,

en

el

harto conocidas ya, y Olivares

también, «que

le dijo al

rey nuevo

había de desempeñar, y ponerle deba»jo de sus pies á sus enemigos con la maña y con la le

»fuerza, y en su dominio las provincias de Holanda», casi

abandonadas, mediante

justamente expiró á

más que

la

la

la

tregua de diez años, que

par que

el

hipocresía de condenar

tercer Felipe. Pero el oficio

de privado,

quien manifiestamente lo era; más que aquellas vanas promesas de prosperidades futuras y de curar los males tan añejos de la Hacienda de España; más, en fin, que la política

guerrera con que pretendía sustituir

la

pací-

de Lerma y Uceda, parecióle injusto á Vivanco el propósito que pregonaba Olivares «de recuperar al real

fica

^patrimonio

el

exceso de

las

mercedes de su padre, que

»montaban en todo sesenta mil ducados de renta»;

muy

corto exceso, á juicio del consecuente amigo de los ministros anteriores, para

un rey de España. Aunque lleno

de orgullosos intentos, reconoce Vivanco que mostraba Olivares,

sin

embargo, grandísima modestia en los como que fiaba todos los negocios

principios, haciendo

de

la

experiencia de su

cambio hablaba, según

tío

D. Baltasar de Zúñiga. En

el

mismo autor añade, «con ni alegraban mucho ni

»equívocos y otros ambajes, que


CASA DE AUSTRIA ^entristecían poco, pronosticando

241

y prometiendo gran-

»des cosas: de suerte, que todos partían de su presen»cia

preñados de extrañas imágenes é ilusiones, sobre

»las cuales se platicaba luego en todos los corrillos,

»plazas y calles, y se escribía en estafetas y correos á

»todas partes; por

tal

»que novedades del

manera que no se esperaban más nuevo reinado y de los recientes

»gobernadores». Decía, finalmente,

como Vivanco también

refiere,

el

nuevo ministro,

que en adelante había

de haber rey para todos, no para uno solo; que cedes habían de repartirse iguales, y alcanzar

el

la

las

mer-

virtud había de

primer lugar en los premios; que habían de

ser castigados

los

malos y

los

cumpliesen con su objigación y

que derechamente no que había de

oficio;

haber asistencia, prontitud y limpieza en los empleados;

que no á

los oficios públicos los daría á los criados del rey, los

suyos propios, ensalzando, en primer lugar, á

la milicia, y estableciendo el orden de antigüedad en los ascensos de todos; que no había de haber en palacio, ni

fuera de

que todas «de las

él,

las

quien tuviese dos empleos á un tiempo;

cosas habían de ponerse

,

en

costumbres más esclarecidas, de

fin

,

al

uso

las jnejores

»políticas, y de aquellos que las escribieron». Grande honor fuera, sin duda, para cualquiera de los escritores

políticos de aquellos siglos haber hecho pasar de

la

teoría á la práctica estos principios, ajustándose á su ideal el

régimen práctico del Estado; pero esta dicha,

poco lograda en la los

el siglo

presente, mal podían alcanzar-

de los primeros años del xvii, por más que

diera, al ofrecerlo. Olivares cierto tributo

de

la

imprenta. Tal era

el

ya

al

rin-

poder

programa que, aunque ma-

lignamente expuesto por Vivanco, corresponde exacta16


BOSQUEJO HISTÓRICO

242

mente á

la

idea que de su autor nos han dado los vene-

cianos.

Con

el fin

de poner mano á

la

se fué Olivares á vivir á Palacio,

que solían tener

mismo Felipe IV

los príncipes

obra más fácilmente,

tomando

la

habitación

de Asturias, donde

el

había- residido hasta morir su padre.

todos los papeles importantes saca-

Allí se hacía traer

dos de los archivos y secretarías sin cuenta ni resguardo alguno; origen, sin duda, de la pérdida que muchos

de

y de que, hallándose tan comcolección de los de Carlos V, Fe-

ellos experimentaron,

Simancas la y Felipe íll, sean tan escasos los que de Felipe IV se encuentran. Allí daba audiencias, como antes pleta en

lipe

II

solían los reyes;

despachaba con

los secretarios

del

despacho; dictaba órdenes á los Consejos; hacía todos los alardes

rona.

za á

No

de mando que pudiera, siendo suya

tardó,

como Lerma, en hacer

la

Co-

sentir su privan-

Llevóse mal siempre con los infan-

la real familia.

D. Carlos y D. Fernando, muy bien vistos ambos en la corte, y que de mal grado le miraban influir hasta tes

tal

punto en su hermano.

De

todos los arbitrios que

imaginaba, en tanto, para mejorar las cosas públicas, y situación de la monarquía, formó una extensa Me-

la

muy

moria, que dirigió

al

rey,

verdad es que, por

lo

que observaron exteriormente

alabada entonces: y

venecianos, jamás se había conocido tan holgada cienda, tan puntual

el

la

la

los

Ha-

pago de todo, tan ordenado

el

como en los primeros años de la de Olivares. Su único asesor notable fué

gobierno, en resumen, administración

D. Baltasar de Zúñiga, que murió antes de mucho, y cuya larga experiencia debió servirle bastante, aunque los

murmuradores dijeran que

le

tenía solo

al

lado para


CASA DE AUSTRIA

243

disimular su privanza. Luego, atraídos por su carácno tardaron en pulular á su alrededor los arbitris-

ter,

hombres incansables que no dejaban de publicar peregrinas ideas y remedios para todas las necesidades públicas, disparatadamente chistosos, cuando no funestas,

De éstos recogió inspiraciones el inexperto condeduque, y así fueron algunas de sus pragmáticas. Determinó que los servicios no se recompensasen con cantitos.

dad de maravedises ó ducados como antes, sino que, á cuenta de ellos, se repartiesen los honores y las dignidades, con lo cual se evitaron gastos; pero se envilecieron las grandezas y las encomiendas á fuerza de prodigarse, olvidando que el buen orden de una nación exi-

ge economía, no dades.

sólo de dinero, sino también de digni-

Además de

la costumbre ya existente de crear juntas especiales compuestas de individuos de diversos

Consejos, y que entonces creció mucho, introdújose la de que no deliberasen los consejeros de viva voz, sino dirigiéndose por escrito

menes

al

favorito.

al rey, que enviaba los dictáPor aquel tiempo se comenzó á nom-

brar sucesores á los empleos, antes que vacasen, aunque repartiéndoles por merecimientos y no por dinero.

Tratóse también de acortar los términos de los pleitos, reduciendo á la tercera parte el número, en verdad exorbitante, que había de consejeros, escribanos, procuradores, alcaldes, alguaciles y demás oficiales públicos, fijando un plazo á los litigantes forasteros para residir en la corte,

que se viesen ante los privilegiados.

y disponiendo, para evitar su venida, las justicias ordinarias los pleitos

A

los

que residiesen entre ciertas

de señores de vasallos se mandó

Por último, se prohibieron modas costosas. Dieron de rebato, con este moellos.


BOSQUEJO HISTÓRICO

244 tivo, los alcaldes

de casa y corte en

las tiendas,

y sa-

cando todas las valonas, zapatillas bordadas, almillas, ligas,

bandas, puntas, randas, abanicos, puños adere-

zados y otras galas prohibidas, hacían con todo ello como una especie de autos de fe. Calculóse, además, que había cuello cuyo aderezo costaba al año seiscientos escudos,

y se prohibió su uso, dando

el

rey y

el fa-

vorito el ejemplo. Hasta aquí las medidas propiamente

económicas ó administrativas. Por lo que toca á la Hacienda, rebajóse de nuevo violentamente el interés de los

desdichados juros, que constituían

la principal

deu-

da del Estado; prohibióse sacar del reino oro ó plata é introducir en él moneda de vellón, y, poco después, que el

cambio de

la

moneda de oro

ú plata por

la

de vellón,

tan depreciada por su propio exceso, no pasase de 10

por 100. Pero no bastó esto á evitar que sobrase todavía el vellón en nuestros mercados, y en 1626 se pre-

gonó una

real cédula

para que no se labrase más mone-

da de aquella clase en veinte años. Al siguiente huba que publicar otra famosa pragmática para su disminu-

encomendándola á una especie de Junta y Caja de amortización, con el nombre de diputación general del consumo del vellón, cuya tarea consistía en recoger en las primeras capitales del reino aquella moneda, ción,

trocándola por oro y plata, para inutilizar una parte y poner otra en curso por su valor ordinario. Aunque la dicha diputación debió hacer algo, fuerza fué expedir,

en 1628, nueva pragmática, rebajando ya violentamente el

valor de la

moneda de

vellón á

la

mitad, sin abono

alguno á los tenedores, que pertenecían, por

paña

el

lo

común,

más pobres. Salían, á pesar de todo, de Esoro y la plata, como que, además de satisfacer

á las clases


CASA DE AUSTRIA

245

consumo á los extranjeros, teníamos que enviar fuera grandes sumas para las atenciones militares y políticas; y en 1628 se pensó detener

mucha

parte de nuestro

aquellos metales revocando las antiguas disposiciones

que permitían exportar moneda, con tase igual valor en mercaderías.

dida

más fortuna que

tal

No

de que se impor-

alcanzó esta me-

las otras; y, creciendo las necesi-

dades, se deshizo en 1636 cuanto hasta

allí

se había

hecho, mandando que la moneda de vellón, resellada cuando se redujo, se resellase otra vez para triplicar su valor. Conminóse con la pena de muerte, nada menos, á los que llevasen más interés que el señalado en la

pragmática por se,

al

paso,

la

cambio en oro y plata, prohibiéndointroducción de cobre en la Península.

el

Tales medidas contradictorias dieron lugar ya entonces al

negocio, repetido en tiempos

más cercanos, de apro-

vecharse los que tenían noticias anticipadas de las

alte-

raciones, para expender ó recoger moneda, según caso, y realizar no cortas ganancias.

cada día necesarios más

osado Felipe

quedaba á

II

las

tributos;

para menguar

la

y

A

el

todo esto, eran

lo

que no había

escasa autoridad que

Cortes, se emprendió en tiempo de su

Decretó éste, en 1632, que los procuradores trajedecisivos en adelante para otorgar servipoderes sen

nieto.

cios, sin

necesidad de

municipales; con suadirse, y

lo

más aún

la

confirmación de los cabildos

cual acabaron estos últimos de per-

de que eran inútiles, y poco que podía costar sus-

los pueblos,

les salían caros, hasta

por

lo

tentarlos mientras duraban las Cortes. Para Olivares

fué aquel buen medio de evitar las dificultades que, con la apelación á las

ciudades que representaban, ponían

algunos pocos procuradores indóciles á

la

concesión ó


BOSQUEJO HISTÓRICO

246

prorrogación de tributos. En cada uno de los veintiún

ayuntamientos que tenían á se hizo

él

la

sazón voto en Cortes,

mismo conceder, por

otra parte, una plaza

de regidor perpetuo, para intervenir en los procuradores. influjo,

como

y

el

No

la

elección de

satisfecho con estos elementos de

de ganar á los procuradores con mercedes,

á los de Sevilla en 1636, según se ve por

la

Co-

rrespondencia de los jesuítas, no ha mucho publicada en

el

Memorial

histórico, llegaba

el

caso de amenazar

hasta con procesos á los procuradores desobedientes,

por más que no llegaran á incoarse.

Y

los políticos ó

comenzaron á sostener, á la par, Cortes no eran de necesidad, sino de consejo y

jurisconsultos realistas

que

las

ó que cuando más, debían servir para la buena distri-

bución de los servicios, no para concederlos,

si

eran

necesarios, porque á esto consideraban obligados á los

procuradores.

Con

tales antecedentes,

no hay que ex-

trañar que, reunidas en 1621, de 1623 á 1629, de 1632

á 1636, y de 1638 á 1643, continuasen otorgando las

Cortes

el servicio

de cuatro millones anuales de duca-

dos, por seis años cada vez, en la

se practicó

manera

la

exacción en

el

misma forma con que

anterior reinado. Por tal

llegó á ser este tributo ordinario,

de millones, formando, con

la

con

el

nombre

alcabala y otros hasta

nuestros días, las llamadas rentas provinciales. Habían ido, entretanto,

títulos

rápidamente creciendo

las ejecutorias

ó

de nobleza, con facilidad otorgados ó vendidos,

como todo, en el anterior reinado; y el número de hidalgos aumentaba el de exentos de pechos, haciéndose éstos cada día más pesados en Castilla. Tuvo el natural deseo Olivares de que

la

Corona de Aragón contribuyese

con igual eficacia á levantar

las

cargas del Estado, y


CASA DE AUSTRIA

para eso llevó

al

247

rey á aquellas provincias, corriendo

el

año de 1626, después de convocar sus respectivas Cortes en Barbastro las

en Calatayud;

las

de Aragón, que concluyeron luego

de Valencia en Monzón; en Lérida

las

de Cataluña, terminadas, más tarde, en Barcelona.

La

inclinación á la unidad del poder, de Olivares,

carácter valeroso del

y el rey cuando ya tomaba á pechos

algún asunto, dieron lugar durante aquel viaje á esce-

nas y contestaciones violentísimas, que dejaron ya

preparadas en los ánimos

De

los valencianos,

no

muy

las turbulencias posteriores.

sin

amenazas, obtuvo

rey en-

el

tonces setenta y dos mil libras de su moneda, por quince años, para sostener mil hombres igual tiempo; de los

aragoneses consiguió con alguna más facilidad, ciento cuarenta y cuatro mil escudos, por otros quince años,

para costear dos mil soldados; pero nada pudo obtener

de los catalanes, y, abandonando precipitadamente y lleno de cólera á Barcelona, se volvió el monarca con su primer ministro á

la corte.

Ya en 1620

se había tratado

inútilmente de que diese Cataluña alguna cuenta de sus rentas,

pagando

el

quinto de ellas;

mas Barcelona

por su parte, que tenía privilegios, que ta

la

alegó,

hacían exen-

de tributos: cosa no extraña, puesto que

lo

estaban

en Castilla misma Burgos, Granada, Toledo y otros

gares de los más ricos, á causa de

la

fusión administrativas de aquel tiempo. Pero

ción de Cataluña entera era

camino recibió

el

lu-

desigualdad y conla

exen-

más grave; y aunque en

el

rey una diputación de sus Cortes ofre-

ciéndole algún servicio, y continuándose éstas, con asistencia del cardenal infante D. Fernando, otorgaron, fin,

una regular cantidad de

libras catalanas,

haber ya nunca mala inteligencia entre

el

al

no dejó de gobierno y


BOSQUEJO HISTÓRICO

248

aquella provincia. Tornóse, por lo mismo, algo después

á

pretensión primera de que Barcelona diese cuenta

la

de sus rentas para pagar

que á

virrey, trar

por

porte,

la

sazón era

los libros

de

la

el el

quinto

al

Erario; quiso el

duque de Cardona,

ciudad, para averiguar

regisel

im-

y estuvo ya paraestallar un gran tumulto. Pero

cuando se hallaba invencible resistencia en una parte, se acudía á otra sin descanso. Pidiéronse, pues, nuevos donativos á

la

nobleza y

al clero,

que

na cuantía, enviando solamente

Roma, quinientos siempre, igual

el

mil ducados;

los hicieron

el

de algu-

cardenal Borja, de

y dando, á su pesar, como

estado eclesiástico hasta siete millones de

moneda. Mediante una bula

del

Papa, se obtuvie-

ron más tarde, del mismo estado eclesiástico, otros diez

y nueve millones de ducados. Al propio tiempo se creó en 1632 la contribución de lanzas y medias annatas; luego

papel sellado, con mucha repugnancia recino admitida en Vizcaya; después la de un tanto y por ciento más en las ventas, que se llamó de extensión de alcabalas; por último, á los artículos de consumo, la del

bida,

gravados por

el tributo

chos, y entre otros

de millones, se aumentaron mu-

la sal,

dejando sólo excluidos algu-

nos de los de mayor necesidad.

de llevar adelante

tió

dozavo

(1),

la

Y

gracias que se desis-

singular contribución del

medio

por las generales reclamaciones que origi-

A tanta costa y con tales esfuerzos logró en los principios Olivares tener con alguna holgura la Hacienda; pero no sin librar además sobre el nó su planteamiento.

porvenir, porque en 1622 tenía ya dispuesto del produc-

(

1

)

Consistía esta contribución en quitarle á cada vara de tela

medio dozavo en provecho

del

Tesoro público.


249

CASA DE AUSTRIA to de todas las rentas hasta 1625,

Con

y

así

estos empeños, los gastos de la

sucesivamente.

recaudación salían

carísimos; llegando á ser los contadores reales y sus

y los arrendadores de rentas, los más crueles enemigos que hubiesen jamás conocido los infelices castellanos. Procedían tales apuros y tamaños males

tenientes,

de donde habían nacido: de á poner en actividad por

el

la política exterior,

vuelta

genio emprendedor de Oli-

vares.

Muy

á punto estuvieron ya de aliarse estrechamente,

por medio de un matrimonio,

coronas de Inglaterra

las

y España, tan irreconciliables enemigas en los días de Felipe II. Hacia 1617 se hablaba ya confidencialmente del matrimonio de la infanta doña María, hermana de Felipe IV, con los

I,

príncipe de Gales, que fué luego Car-

el

tratándolo

el

rey Jacobo, de una parte, y de otra

su grande amigo D. Diego Sarmiento de Acuña, conde

de Gondomar.

Más

tarde, el

dor inglés en Madrid,

de

la infanta,

sus Estados los,

solicitó^

juntamente con

embajala

mano

que España y el conde Palatino, que acababa de perder-

al

los fautores

de

la

guerra de Alemania.

Olivares separar ambos asuntos; y en cambio

tampoco Inglaterra logró separar monio, de

Bristol,

emperador devolviesen

como uno de

No pudo

conde de

la

de

la libertad

la

cuestión del matri-

de los católicos en aquel reino,

que pretendía España. Caminaban, pues, lenta y embarazosamente las negociaciones, cuando en 1623 se preel príncipe de Gales, marqués de Buckingham y otros caba-

sentó en Madrid, de incógnito,

acompañado

del

lleros ingleses.

Pasáronse en festejos y cumplimientos y gustó

los primeros días; visitó el príncipe á la infanta

de

ella,

y como

el

Papa, á quien se consultó sobre

el


BOSQUEJO HISTÓRICO

250

caso, respondiese bien, y lo mismo las dos Juntas formadas de teólogos y de consejeros, llegó á juzgarse

arreglado todo, fijándose día para los desposorios.

Mas

por las causas indicadas antes, ó por otras que cubre

aún

el

velo del misterio, á pesar del interesante libro

de M. Guizot, de

otra-

muel Gardiner sobre

el

moderna obra

inglés Sa-

del

asunto, y de otra española no

tan conocida, lo cierto es que, después de

muchos des-

pachos, conferencias y ceremonias, nada se concertó

y

el

príncipe se marchó de Madrid con tan buen sem-

como agraviado en

blante

el

fondo.

para continuar las negociaciones, pero

Dejó poderes quedaron.

alli

El conde de la Roca, D. Juan Antonio de

Vera y

Fi-

gueroa, grande amigo de Olivares, y que escribió un panegírico de la privanza, alaba mucho á aquel ministro

por haber evitado

la

proyectada alianza; pero para eso

parece que habría sido mejor no llevar adelante. Si el

tal

las

cosas tan

matrimonio hubiera llegado á cele-

brarse, la desdichada suerte de los esposos nos hubiera al

cabo traído más perjuicios quizá que ventajas;

pero, por de pronto, fué desacierto grave no aprove-

char

la

alianza de una nación que

empezaba á

ser temi-

ble en los mares, exponiendo á su resentimiento nuestro comercio,

colonias,

nuestras flotas, y

del autor de este trabajo, lo

obrar de

tal

suerte fué

el

tes,

A

juicio

que movió á Olivares á

sentimiento general del país,

que debía mirar con muy malos

como

más tarde nuestras

mal seguras ya de los holandeses.

ojos,

después de tanto

se había predicado, ó dicho contra los protestan-

el

enviar una infanta á ser reina de ellos.

aquella hora era ción que

la

más

Ya á

fanática la generalidad de la na-

corte ó los Consejos, y

el

mismo Santo


CASA DE AUSTRIA Oficio; porque siempre

251

que echan raíces en

los pue-

blos opiniones verdaderas ó falsas, cuesta tanto arrancarlas,

por

gar de

la

menos, cuanto costó arraigarlas. En

lo

lu-

alianza inglesa. Olivares entonces se dio de

y hallando encendida la guerra de el combate entre el procasa de Austria, intentó restaurar del

lleno á la alemana;

los treinta años, y renovado

testantismo y

todo

la

la

de Felipe

política

no prorrogar

la

II,

para

comenzó por

cual

lo

tregua de Holanda, que había expirado

precisamente con

el

anterior reinado. Las

ñolas enviadas á Alemania,

Fernández de Córdoba,

armas espa-

mando de D. Gonzalo

al

duque de Sessa y bizGran Capitán, contribuyeron mucho á la vicde Hoecht contra los protestantes; por el mar don hijo del

nieto del toria

Fadrique de Toledo, hijo del marqués de Villafranca, dio

buen principio á

la

guerra contra los holandeses,

destruyéndoles una escuadra en tar.

el

Pasó de Alemania á Flandes

el

Estrecho de Gibral-

nuevo D. Gonzalo

de Córdoba y ganó también contra los holandeses la batalla de Fleurus, mandando su caballería D. Felipe de Silva.

Poco después

dirigió Felipe IV al capitán general

de nuestras armas en Flandes aquel mandado célebre:

^Marqués de Spínola, tomad á Breday>\ y meses de

se tomó,

con inmenso gasto y pérdidas. Nuevamente afortunado D. Fadrique de Toledo, echó

tras diez

del Brasil

y de

sitio,

las Antillas á los

holandeses que infes-

taban aquellas regiones. Siguió así felizmente, por general,

mas no

sin

algún descalabro,

con Holanda, que Olivares y

sumo

error, sin

tanto

como

la

el

la

lo

nueva guerra

Consejo de Estado, con

duda calculaban que apenas costaba

paz armada. En

encendió de nuevo

la

Italia,

en

el

ínterin, se

guerra con motivo de

la

ocupa-


BOSQUEJO HISTÓRICO

252

ción de

la Valtelina,

luchando

el

duque de Feria venta-

josamente con Saboya, auxiliada ya por un ejército francés, bien que estuviesen todavía en paz las dos co-

Tan aparente amistad había entre ellas, que, el Tratado de Monzón en 1636, por el

ronas.

apenas ajustado cual se arregló

cuestión de

la

la Valtelina,

quedando

ésta libre de los grisones y aliada de España, envió

Olivares

escuadra de D. Fadrique de Toledo á

la

Rochela, para que ayudase

al

rey de Francia á someter

del todo á los protestantes de sus Estados. rra nació antes de

mucho en

Italia,

Saboya, para aprovecharse de de Mantua. Era ya

el

arbitro de la Francia, política Italia,

un

la

la

Nueva gue-

coligada España con

sucesión del ducado

Cardenal de Richelieu ministro y ardía en deseos de reanudar la

y

de Enrique IV contra España. Envió, pues, á

sin otro

ejército;

motivo que estorbar nuestros intentos,

y desde 1628 hasta 1639, pelearon

allí

con

varia fortuna contra las francesas las tropas españolas,

y Saboya. Obró Gonzalo de Córdoba; y aun

auxiliadas por las del Imperio

sin acier-

el mismo Ambrosio de Spínola, llamado á sucederle, tuvo el dolor de ver ceder á su hijo delante de los franceses, y per-

to entonces D.

dió

el juicio:

como

dijo

«muriendo de

los

que no osaron morir»,

elocuentemente Quevedo. Los Tratados de

Quierasco, que pusieron término á esta contienda, fueron ya más favorables á Luis XIII que á Felipe IV. La

guerra de Flandes, en tanto, comenzaba á ser por

tie-

y mar bastante desgraciada; y, muerta la infanta Isay reincorporadas á España aquellas provincias, se pensó en enviar allí un gobernador de importancia. Fijáronse, por dicha, los ojos en el Cardenal infante don rra

bel,

Fernando, cada día menos aficionado á

la

carrera ecle-


CASA DE AUSTRIA siástica

y enamorado de

la militar

253

más cada día, y que,

al

decir de los embajadores vénetos, no podía ver sin tris-

teza salir del alcázar á sus hermanos con caballos y armas: ya que no podía en esto, los imitaba secreta-

mente en sus galanteos, considerándose aquel biznieto de Carlos tes legítimos la

dénesele,

como

el ejército

vesando

el

Fué

único de sus descendien-

que tuviera naturaleza y espíritu militar, y Historia de España glorioso recuerdo. Or-

merece en con

V

seglar.

al

duque de Alba en otro tiempo, que

veterano de

Italia

pasase á Flandes, atra-

Alemania occidental y la Alsacia, donde el duque de Feria había ya conducido antes un cuerpo de tropas para defender el Rhin del impetuoso valor de la

Gustavo Adolfo de Suecia. El Cardenal tante

más afortunado en

infante fué bas-

esta expedición que

el

de Fe-

mayor parte de su ejército. Habiéndose reunido con el suyo al rey de Hungría, Fernando, y al duque de Baviera, tomó parte en la ria,

que sucumbió

al

clima con

la

batalla de Nordlinghen contra los suecos, casi tenidos

por invencibles, los cuales cedieron roica de la infantería española.

La

allí

á la firmeza he-

gloria de este triunfo

acabó de decidir á Richelieu á lanzar á

la

Francia en

la

casa de Austria, y principalmente contra España, y tomando pretexto de haber mandado el arena, contra

la

Cardenal infante ocupar á Tréveris y prender al elector como enemigo de España, envió en 1635 un heraldo á Bruselas á declararle

la

guerra, publicando además un

largo manifiesto contra España. Respondieren

Céspedes de Meneses y

otros,

y

el

Quevedo,

conde-duque que

con Richelieu estaba lleno de emulación, según los venecianos cuentan, dijo á uno de ellos que tan le

había sido

al

fácil

heraldo del rey de Francia hallar

como el

ca-


BOSQUEJO HISTÓRICO

254

mino de Bruselas para declarar la guerra, tan difícil le sería hallar el de Madrid para pedir la paz. Pero á pesar de

tal

jactancia, no sin razón acusó el insigne padre

Moret á Olivares de que

saber

al

la

declaración que, en

su concepto, deseaba por aquello de que hay

que hagan famosa

critores

tase la fuerza moral de

bandos

la

la

guerra que

la

más

es-

paz, debili-

monarquía, publicando por

la

pobreza del Erario, para suavizar

el

desabri-

miento de las levas y contribuciones. Imposible sería apuntar aquí los accidentes innumerables de aquella dilatada y decisiva guerra, sostenida

en Europa á un tiempo en lia,

Flandes, Alemania y

en todos los mares por

las fronteras del Pirineo, Ita-

Franco-Condado, y á

el

la

la

par

Francia ó sus aliados contra

España. Jamás alarde mayor ó más desesperado esfuer-

zo hizo nación alguna que

la

española entonces, pe-

leando por todos lados con desiguales medios, é impo-

niendo respeto á sus enemigos por largo espacio de

tiempo todavía. Perdimos ñida batalla, pero

de Schenck. Mientras Francia,

el

al

ganamos lo

emipezar en Aveiro una reá los holandeses

el

fuerte

recobraban entró, en 1636 en

Cardenal infante, tomó muchas plazas de

Picardía hasta Corbie y llenó á París de espanto, culpándole algunos, como á Felipe II, por no haber llegado

hasta sus muros, sin pensar que, carecía de recursos para

guiente año

el

ir

tan

mismo que aquél, adelante. Ganó al silo

propio Cardenal infante una gran batalla

en Callóo sobre los holandeses, y contra ellos y los franceses sostuvo luego tres desiguales campañas en

que no

les dejó adquirir ventajas, á

rioridad numérica.

mando

pesar de su supe-

Los imperiales, por su

parte,

que

al

del general italiano Piccolomini vinieron á auxi


CASA DE AUSTRIA

en 1639

liar

al

255

Cardenal infante, ganaron

la batalla

de

Thionville contra los franceses; pero, en cambio, aso-

Franco-Condado y la grande escuadra que regía D. Antonio de Oquendo, después de varios laron éstos

el

fué destruida por holandeses y

reñidos encuentros,

franceses unidos en las costas de Inglaterra. En entretanto, D.

Italia,

Diego Messia de Guzmán, marqués de

Leganés y deudo de Olivares, que había peleado valerosísimamente en Nordlinghen, se encargó del gobierno

de Milán, hijo

del

y,

acometido por

el

nuevo duque de Saboya,

turbulento Carlos Manuel,

Francia, emprendió con vigor

la

que se

guerra.

La

alió

á

la

batalla que

se llamó del Tessino, aunque indecisa, fué gloriosa para los españoles;

y

duque de Rohan, general francés,

el

quedó expulsado de

la Valtelina,

que ocupaba. Muerto

prematuramente aquel duque de Saboya, su mujer, que era francesa, continuó la guerra. Forzó

Harcourt

las líneas

rín, sitiada

rio

por

el

conde de

de Leganés delante del Casal, y TuTomás de Saboya, partida-

príncipe

el

entonces de España, no pudo ser, después de acci-

dentes varios, conquistada. Ejercitábanse á todo esto las

armas

lejos

de

la

Península española,

la cual tenía

como en tiempo de paz sus fronteras, cuando Olivares, con mucha imprevisión, dispuso aco-

tan tranquilas

meter

las

de Francia. Pocas ventajas logró

el

marqués

de Valparaíso por la parte de Navarra, y el duque de Cardona, encargado de tomar del lado del Rosellón á Leucata,

fué completamente batido.

que con un grande

ejército

En cambio

los franceses,

y numerosa escuadra sitiaron

á Fuenterrabía, fueron forzados en su campo, y deshe-

chos del todo por un ejército que descendió sobre de los montes,

al

mando

del almirante

ellos

de Castilla don


BOSQUEJO HISTÓRICO

256

Juan Alonso Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Ríosecú. Al otro extremo del Pirineo se recuperó bien pronto á Salsas, recién pérdida. La escuadra de

D. García de Toledo, hermano de D. Fadrique y duque de Fernandina, se apoderó también, por entonces, de las

islas

de San Honorato y Santa Margarita en

las

costas provenzales. ¡Tan reñida iba esta guerra á fines

de 1639 todavía! Pero acercábase

el

incendio, oíase

el

chisporroteo de los combustibles, sentíanse las llama-

humo ennegrecía ya

radas,

el

desde

la irresistible

el

horizonte, elevándose

hoguera, destinada á consumir

el

frágil, aunque bien defendido alcázar, de nuestro poder.

No pudo

ser acometida Leucata, ni recobrada Salsas,

venciendo en más de un combate á los franceses, sin que los catalanes prestasen grande ayuda y tuviesen

que soportar

las naturales molestias

de tan vecina gue-

Necesitaba en tanto Olivares, más que nunca, de unidad en el mando para mantener aquella gran lucha;

rra.

y, com.o los catalanes le

pusiesen á cada paso dificul-

tades con sus fueros, previno

al

virrey D.

Queralt, conde de Santa Coloma, que

concertarse con

el

si

Dalmau de ellos

podían

servicio público, los respetara;

mas

que, en otro caso, tuviera á quien los alegase por «ene-

»migo de Dios y del rey, de su sangre y patria». No pudo Santa Coloma, aunque lo intentó, poner de acuerdo á

la

corte y á sus paisanos, los catalanes, ni repri-

mir todos los excesos de los soldados que habían toma-

do en Cataluña cuarteles de invierno. En una de las contestaciones que, á causa de esto, tuvo el virrey con la ciudad, se exaltó

su impetuoso carácter

al oir al

men-

sajero de ésta, Francisco de Tamarit, diputado militar

y voz de

la

nobleza catalana, y

le

metió preso.

No

se


CASA DE AUSTRIA

257

necesitó ya más. El pueblo de Barcelona sacó violen-

tamente á Tamarit de

la cárcel,

y alentado

al

ver que

no se castigaba su atrevimiento, se alzó en abierta

re-

belión el día del

Corpus de 1640, asesinando á Santa

Coloma y con

á cuantos castellanos encontrara. Lé-

él

Balaguer, Gerona, y más enérgicamente Tortosa,

rida,

movimiento, y al grito de vía fora fueron por donde quiera acometidos del paisanaje siguieron bien pronto

armado

el

cuerpos españoles acuartelados en aquella

los

frontera, obligándolas á refugiarse en el Rosellón ó en

Aragón. todo

Tomó

el alto

como

muy

parte

principal en esta revolución

clero de Cataluña, considerándola

y bajo

nacional, por lo mal borradas que se hallaban las

antiguas diferencias de Estado á Estado en

Y aunque

la.

al

que no iban contra

como supieron que

la

de

do

se formaba ejército para sujetarlos,

muy buen grado

juich, tal

les dieron

el ejército,

marqués de

del

celoneses

Penínsu-

corona de España, tan pronto

se echaron en brazos de Richelieu y de

Entretanto

la

principio proclamasen los sublevados

la

Francia, que

todo género de auxilios.

dificilísimamente reunido,

al

man-

los Vélez, fué derrotado por los bar-

al intentar

apoderarse de

para dominar

la

la

montaña de Mont-

ciudad. Pero cuando aconteció

desastre, no era ya sólo Cataluña entera quien ayu-

daba á nuestros enemigos, sino todo Portugal también; porque

el 1."

de Diciembre de 1640 se alzó Lisboa,

duque Juan de Braganza, nieto de infanta Catalina, que tan tibiamente disputó la suce-

aclamando por rey la

sión á Felipe

como

tal

por

clero

el

II;

al

siendo aquél desde luego reconocido

por todas

mismo y

las clases,

las

y con más entusiasmo

órdenes religiosas.

No

le falta-

ban quejas á Portugal como á Cataluña, ora de 17

la vi-


BOSQUEJO HISTÓRICO

258 rreina, italiana

Margarita de Saboya, duquesa viuda de

Mantua, ora de la conducta de los principales ministros que la servían, Miguel de Vasconcellos y Diego de Suápedía dinero y guerra en Europa, y en cambio se guarda-

rez; pero las principales eran

gente para

la

que se

les

ban mal sus antiguas colonias. Mas la verdad era, según ya se ha dicho, que Portugal no llegó á estar nunca de buena voluntad unida á España, y que Felipe II y Felipe

no habían hecho nada para apagar

ÍII,

la antipatía

aquellos naturales contra los castellanos, cosa

difícil

de de

cualquier modo, ni para quitarles los medios de rebelarse

en

la

primera ocasión que se les viniera á las manos.

¿Qué especie de

tiranos eran aquellos

monarcas espa-

ñoles que dejaban residir tranquilamente á los duques

de Braganza en Portugal, aun después de sospechar que conspiraban? Con la parsimonia del gobierno de aquella époc a, con su respeto generalmente nimio en la práctica de los fueros y leyes especiales de cada provincia,

con

la falta

de tropas permanentes que

las guar-

necieran y lo reciente de los lazos que juntaban unas á otras, no era posible conservar la unidad de la nación, ni siquiera

mantener

divorciaba de

la

el

orden público, donde

el

clero se

Corona, como en Cataluña y Portugal,

en que hasta los jesuítas é inquisidores se declararon contra España. Empeñado en una lucha suprema que debía do,

fijar,

por siglos,

la

posición de España en

el

mun-

y sintiendo ya su verdadero peso, después de ha-

berla aceptado tan gustosamente, natural era que Oli-

vares pidiese tributos y hombres á

la

nación entera, no

contentííndose con que diese solamente unos y otros

y por no ser bastante. Pero la desgracia era que España no era una, sino uno el soCastilla, por ser injusto


CASA DE AUSTRIA

259

berano; que había monarquía común, no patria común,

y que

ni los

catalanes y portugueses primero, ni los na-

politanos ó sicilianos después, miraban

como suyos

pios los intereses ó las necesidades, la gloria ó

pro-

el infor-

tunio de la Corona. Únicamente los castellenos, á decir

verdad, se sentían siempre identificados con

la

suerte

de nuestros ejércitos ó de nuestras escuadras y con los aciertos ó errores de nuestra diplomacia. En toda Euro-

pa representaba

e!

rey aún

había también ya patria

la patria;

pero, en realidad,

común en algunas

partes, prin-

cipalmente en Francia, que era nuestra enemiga. Por

atender demasiado á

la

unidad religiosa y á

del poder, desatendió bastante Felipe

permanente,

la territorial,

la

de

la

II

la

otra unidad

II,

el

más

nación, que, cuando

llega á establecerse bien, es la única perpetua.

Felipe

unidad

Desde

único gobernante español capaz de com-

prender aquel grande interés político fué Olivares; pero ninguno se halló en circunstancias menos oportunas para realizarlo. Su inexperiencia, su espíritu paradójico y su soberbia le hicieron esperar lo contrario; quiso más

de

lo que era posible en la nación que regía y en el momento histórico en que se encontraba, y fué por eso

sólo el piloto destinado á conducir á los escollos el pe-

sado bajel que gobernaba, entregando su nombre á la execración irreflexiva, pero quizá imperecedera, de los españoles. Para completar las desdichas de España en 1640, hay que decir que, á principios de Noviembre de aquel año infausto, acabó sus días en Flandes el inteligente y valeroso Cardenal-infante D. Fernando, de unas malignas tercianas que cogió en su campo, delante de la

plaza de Ayre, que sitiaba.

aquella hora crítica á España

No

le

quedaba, pues, en

más que un

solo elemento


BOSQUEJO HISTÓRICO

260

de los que constituían su fuerza: sus viejos tercios de infantería. tenido

el

Cardenal-infante

el

prestigio militar de

Con

ellos había entre-

grueso de los ejércitos

el

franceses en Flandes hasta su muerte; con ellos

guo

secretario de Olivares

el anti-

y luego embajador, general,

virrey de Sicilia y conde de Assumar, D. Francisco de

Meló, ganó todavía, en 1642,

la batalla

contra los franceses, que le valió

de Tordelaguna; con

ellos,

en

de Honnecourt

el título

de marqués

se puso

fin,

al

año

si-

la plaza de Rocroy para atraer á sí el mayor empuje de las fuerzas enemigas, separándolas de las ya abiertas fronteras de Cataluña. Esto último

guiente sobre

Mayo de 1643, en española. Mandó allí á

dio lugar á la funesta batalla de 19 de

que sucumbió

la

vieja infantería

duque de Enghien, conocido luego por el Gran Conde, y á los españoles el dicho Meló, que se condujo como mal general y buen soldado, acompañalos franceses el

do de su decrépito maestre de campo general, Pablo Bernardo de Fontaine, de nación lorenés, en una

de

litera

la batalla.

jeros con

el

á los primeros

tiros, sin

el

cual murió

alcanzar lo reñido

Este Fontaine, confundido por los extran-

gran conde de Fuentes, que murió tantos

años antes, se ha creído, con error, hasta poco ha, que fué quien dirigió

la

fantería española, tria

postrera y heroica defensa de

la in-

y sobre su verdadero nombre y pamuchas dudas, hoy completamen-

se han suscitado

te disipadas.

Lo

croy murieron

el

sabido, desde entonces, es que en Ro-

antiguo espíritu y

la

organización po-

derosa, que hizo tan temible durante siglo y medio la infantería española (1).

Después de lo que el Sr. Gayangos ha publicado sobre el (1) conde de Fontaine y del opúsculo acerca de la Supremacía mili-


I

261

CASA DE AUSTRIA

de este último y decisivo golpe, bien velada por cierto, llegó á Madrid, ya había dejado de ser privado y ministro D. Gaspar de Guzmán

Pero cuando

la noticia

desde mediados de Enero. En vano pretendió ocultar todavía al rey la importancia de los desastres ocurridos, ó distraer al pueblo español para que no hiciese alto en ellos.

las

Tenía éste último demasiado dentro de

mismo

revoluciones de Cataluña y Portugal, para no darlas

su justo valor; y á las levas, y los alojamientos, y los tributos y hasta otra de las bajas de la moneda de vellón

que tanto

le

afectaban, ordenada en 1642 por una

nueva pragmática, acabaron de hacerle prorrumpir en unánimes quejas contra el privado. ^Cazad franceses, T>que son los lobos que tememos>^, le gritaron las turbas al

rey mismo, uno de los días que salió á caza por en-

XVI y XVII, con una relade Rocroy, que imprimió en la Revista de España primero, y luego en el segundo tomo de sus Estudios literarios, el autor de este trabajo, parece que ninguna duda debería haber quedado respecto al personaje de que se trata. Sin emtar en Europa, durante los siglos ción de la batalla

bargo, habiendo traducido

M. Amedée

la

Revue Britannique, que dirige

Pichot, la antecitada relación de la batalla de Ro-

croy, el caballero de Failly, jefe de escuadrón de artillería francés, envió hace tres

meses á aquella publicación un breve

artícu-

lo y un fragmento de árbol genealógico, pretendiendo con ellos probar que el personaje de que se trata no se titulaba Fontaine, sino Fontaines, que era natural de la provincia de Picardía y de la familia

de los señores de

la

NeuvilIe-aux-Bois. Afortunadamen-

autor de esta obra y de aquel opúsculo, en la misma Revue Britannique ha tomado su defensa el general Guillaume,

te para

el

miembro de

la

Academia de Bélgica, demostrando que son

cier-

tos los datos biográficos sobre Fontaine que, de acuerdo con el Sr. Gayangos, había publicado en la pequeña obra á que se refiere esta polémica.


BOSQUEJO HISTRICO

262

La oposición palaciega y cortesana, latente al principio y mal descubierta hasta allí, estalló también

tonces.

ya públicamente, poniéndose á su cabeza la reina doña Isabel de Borbón. Era diestra aquella princesa, como criada en la corte de María de Médicis, orgullosa ade-

más en su ciencia

y dominante, y no llevaba con pa-

interior

carácter imperioso del conde-duque, habién-

el

dose propuesto derribarle mucho tiempo hacía ya, mas

modo de

sin hallar

mente

la

conseguirlo. Vigilábala constante-

condesa de Olivares, doña Inés de Zúñiga,

dama de no vulgar da con su esposo,

talento la

y completamente

cual ejercía en palacio una autori-

dad absoluta, tratando de igual á igual á

como

la

de Mantua y

identifica-

la

las princesas,

de Carinan, cuando estuvieron

en Madrid, echando ó intimidando á todas las demás se-

ñoras de

la corte.

Alentada

la

reina con la desconfianza

de los consejos del ministro, que comenzó á notar en su esposo, púsose enfrente de aquél sin reparo. Fué

ella

rey para que marchase á Cataluña y mismo viera el estado de los pueblos y de la gue-

quien persuadió

al

por

rra,

y aunque no pasó de Zaragoza y se volvió sin hacer el pueblo echó la culpa á Olivares y alabó mucho

nada,

á la reina.

Quedó

ella

en Madrid gobernando, y dio no

pocas muestras de actividad y energía para buscar cursos, pretendiendo hasta empeñar sus joyas con objeto. Fortalecida entonces con el aura popular

re-

que

tal

la

rodeaba, representóle ya á su marido, cuando volvió á

Madrid, los desaciertos del conde-duque; y aun dícese que, mostrándole un día

al

príncipe D. Baltasar, su pri-

mogénito, prorrumpió en lágrimas, exclamando que por

causa de aquel ministro llegaría á ser un ro particular.

A

triste caballe-

este tiempo ya los grandes no asis-


263

CASA DE AUSTRIA tían á palacio ni al servicio del rey, el clero, el

mundo, estaba conjurado contra

como todo

favorito

el

y

era,

partido nacional la reina.

pues, jefe de un verdadero Dos mujeres ofendidas secundaron también sus planes, que fueron doña Ana de Guevara, ama del rey, á quien él

amaba sobremanera, y

la

primera Margarita de Sa-

boya, duquesa de Mantua, que echada de Portugal, vino á Ocaña, y no teniendo allí siquiera con qué alimentarse, se presentó de improviso en

la corte á

elevar

sus quejas. También fué menester que vivamente atacasen al rey su maestro Don fray Galcerán Albanell, arzobispo de Granada, y

el

conde del

Castrillo, presidente

Consejo de Hacienda, muy respetado por el monarca, escribiéndole el primero una carta muy libre y dirigiéndole el otro oportunas y bien encaminadas in-

del

marqués de GranaCarretto, enviado del emperador, que, por lo que á éste importaba, miraba con dolor la mala suerte de Olivares,

dicaciones. Por último, hasta

el

se declaró en oposición con

él.

¡Tanto era menester

para destruir aquella privanza! Conoció Olivares mismo

que sería

inútil la resistencia;

ó queriendo hacer

y, ó rendido de luchar,

menos dolorosa su

caída, pidió al

rey licencia para retirarse de los negocios, que le fué negada dosveces; pero cuando quizá comenzaba á dar

un suelta otra vez á sus ilusiones, recibió de improviso de propia mano del rey, mandándole que no se entrometiera más en el gobierno y se retirase á Loeches hasta nueva disposición. De allí pasó Olivares á la

billete,

ciudad de Toro, donde murió, mostrando grande entereza en su desgracia. Estuvo Felipe IV con él tan ge-

neroso como

solía.

y romper todos

Mandó que

los papeles

se le dejasen registrar

que quisiera y pudieran


BOSQUEJO HISTÓRICO

264

Consejos honrándole mucho apartaba de los negocios por sus re-

perjudicarle; escribió á los

y diciendo que

le

y para tomar sobre

petidas instancias

más de

sin fiarlo

sí el

gobierno,

otro alguno; y, habiendo expuesto el

presidente de Hacienda, Castrillo, que ciertas urgencias del Estado no podían cubrirse sin echar mano de una cantidad de plata para Olivares venida de Améri-

negóse á aprobar

ca,

que se

le

chó

la

oculto

el

lo hiciera,

apro-

el

palacio

favorito para insultar-

el

á no tomar

el

buen partido de

irse

y disfrazado, pues uno de sus coches, donde se

creyó que

iba,

fué apedreado. Frustrado

rrieron las turbas por las calles

tal intento,

co-

dando vivas á cuantas

personas habían tenido parte en

No

No

pueblo, que en numerosas turbas ace-

hora de dejar

como

remedio; antes bien, encargó

pagasen puntualmente sus sueldos.

bó su bondad

le,

el

la

caída del privado.

tardaron aquellas en lograr que á su hijo bastardo,

D. Enrique de Guzmán, se cio,

desterrándole de

mismo

del

que no

sin

le

echase también de pala-

y que se despidiese asireal servicio á la condesa de Olivares, aunlos gajes y emolumentos de su oficio. Quela corte,

jóse de todo ésto el conde-duque

con motivo de

la

al

rey en una carta,

cual escribió este último á D. José

González de Uzqueta, por cuyo conducto siguientes benignas palabras:

«He

la recibió, las

visto el papel del

»conde, que os devuelvo, y verdaderamente que apusiera

el

si

negocio en disputa creo tuviera muchas

»zones para rebatir

que

se ra-

conde da, y no sé si sus »mayores amigos se conformarían con que se recibiese las

»esto á justicia; pero

vehementes de >pantaréis de lo que >^nes

el

como vos conocéis la

las aprensio-

condición del conde, no os es-

dice: en todo lo

que yo pudiere no


2:5

CASA DE AUSTRIA í-dejaré

de

n'ido^^

0)-

asistirle

por los muchos años que

me ha ser-

Después de tan largo favor, ningún ministro de narquía absoluta fué tratado,

al

caer, tan

la

mo-

blandamente

y parte porque, así como no consta que llegase éste á amarle nunca, se sabe que nunca tampoco dejó de respetarle y estimarle. Sus enemigos, que prosiguiendo y au-

como

Olivares: parte por

mentándose cada día

el

buen natural

la circulación

del rey

de papeles clandes-

habían llenado ya de improperios en ellos, durante su ministerio, naturalmente, aprovecharon su

tinos,

lo

caída para desatarse en mayores invebtivas. Al Patcr

Monopantos, de Quevedo, libelos bastante famosos, siguió la Cueva de Meliso, que es una especie de poema satírico en que no hay género de calumnia que no se amontone contra el con-

nostcr y á

La

isla de los

de-duque, atribuyéndole todos los defectos del rey é interpretándose torcidamente todos sus hechos. En cambio se imprimió públicamente su defensa en Madrid, atribuyéndose á un tal Humena ó Ahumada, clérigo y

muy amigo

suyo, con

el título

de Xieandro ó antídoto

eontra las ealumnias que la ignoraneia v envidia han esparcido para deslucir y manchar las heroicas c in-

mortales acciones del conde-duque de Olivares después de su retiro; obra curiosa, en la cual se hace alarde de que

la política interior del

dentemente á

inutilizar el

conde-duque tendía pru-

poder que habían recobrado

grandes y á reformar los privilegios de los pueblos, á fin de hacer la sujeción más inmediata y absoluta, y los

Correspondencia entre Felipe IV y D. José González de (1) Uzqueta, sacada del archivo del conde viudo de Rodezno.


BOSQUEJO HISTÓRICO

26G

que fuese

el

rey verdadero rey, no vasallo de sus vasa-

tratándose despiadadamente

llos (1),

enemigos

cipales

entonces á Felipe ÍV á Felipe

lí;

paso á los prin-

al

ministro caído. Sugirieron éstos

del

que

lo

los

émulos de Antonio Pérez

es á saber: que entregase á

la

Inquisición el

Nicandro, con su autor y su inspirador naturalmente; pero aquel monarca se contentó con prohibir en público á su joven hijo que leyese el escrito y rogarle á la reina

Y eso que el defensor del conde-duque, no buenas razones, osaba echar gran parte de la culpa de las desgracias que se experimentaban sobre sus anlo

mismo.

sin

tecesores, Fernando

el

Católico y Felipe

II,

y que

é!,

personalmente, no salía bien librado del todo. Por de contado que la constancia con que todos los embajadores vénetos hablan de la honradez del conde-duque,

debe hacer sospechosos de pasión los altos cálculos que formaron sus enemigos de las riquezas que había atesorado en

mente

el

el ministerio.

Más

crédito

merece segura-

cargo de que protegió con exceso á sus deu-

dos. Recordábase, con fundamento, que sólo había dado altos puestos á D. Baltasar de Zúñiga, su tío, á su pri-

mo en

D. Diego Messia de Guzmán, marqués de Leganés, cuando le tenía al lado, descargaba una par-

el cual,

te de los negocios públicos,

dos de

ejército, ó al

y á quien fió muchos manconde de Monterrey, su cuñado,

que fué virrey de Ñapóles, lo mismo que al duque de Medina de las Torres, su yerno. En el virreinato de Milán, se tropieza

taluña, asi

con Leganés de nuevo y

como en

el

generalato de

la

lo

mismo en Ca-

frontera de Por-

Esta frase textual es idéntica á una del Cardenal Cisne(1) ros en sus Cartas.


CASA DE AUSTRIA

267

tugal se encuentra otra vez á Monterrey; y aun se dice

que su

hijo el bastardo,

autoridad del

ni talento,

D. Enrique,

mozo

estuvo para ocupar

Consejo de Indias. Siendo

el

disoluto y sin la presi.dencia

conde-duque Guzmán

y su mujer Zúñiga, Zúnigas y Guzm.anes se ven siempre en los más altos empleos, exceptuando algún Velasco, por ser su abuelo

materno de aquella casa, y

te-

ner casado en ella á su bastardo. Ni aun su sucesor en el ministerio,

D. Luis de Haro, hubiera llegado á aquel

puesto sin ser sobrino suyo, porque á eso sólo debi(5 entrada en

la corte

y

la

embargo, consecuencia legítima de

Tampoco

de

la

los

empleos y dignidades que

época.

la

amistad del rey. Esta era, sin la política

se escaseó á le

personal

mismo Olivares

daban á un tiempo im-

portancia y provecho. Pero en suma, nada de cuanto de él se sabe desmiente la opinión de los embajadores venecianos: que era un buen caballero, aunque no fuese un

buen

político.



\

IX

ESDE tres

21

de

Mayo

de 1643, poco más de

meses después de

anunció ya á su corte

do

privanza de D. Luis

la

el

retirado

Olivares,

veneciano Sagre-

Méndez de Haro,

á pesar

de los públicos propósitos del rey de gobernar por sí solo en adelante. Justo es reconocer, con todo eso, que en los veintidós años que todavía vivió Felipe IV, no volvió

en

la

más

á desentenderse tanto de los negocios

como

primera parte de su reinado. Es D. Luis, de todas

suertes, después del rey y de Olivares, la persona que

más importa conocer de aquel

reinado. Hizo de

rónimo Justiniani, en 1649, una pintura extensa,

él

Je-

y,

por

cuanto aparece, exactísima. Exteriormente, agradable y cortés, inclinado á la paz, ambicioso de gloria, pero no

de

la

de Olivares, sino de

era ya grata á

la

la

de Lerma, cuya memoria

nación entonces, recordando los pací-

maneras dulces, y olvique hubo de censurable en su

ficos años de su privanza y sus

dandO;, ó

no sabiendo,

lo

vida íntima. Este D. Luis fué, y no Olivares,

pe de

los secretos placeres

de

la

el partíci-

juventud del rey y aun


BOSQUEJO HISTÓRICO

270

SU tercero, bien contra

el

gusto de aquél, que quiso ya

separarle de palacio varias veces, celoso de tanta

inti-

midad. Paciente en las audiencias, recto de intención, razonable aunque poco activo, más

fácil

en ofrecer que

en cumplir, de más luces naturales que experiencia, bien que reputado siempre por de no gran talento, des-

interesado

bien no tanto que no admitiese algunos

si

más

regalos,

cualidades:

rico,

tal

en suma, de buenas que de malas

era el

nuevo primer

ministro.

En cuanto á

sus facultades, venían á ser las mismas que las de Ler-

ma y

Olivares, con la sola diferencia de que no permi-

tía el

rey que en su presencia se

vado, como

si

le

reconociese por

pri-

eso bastara para no serlo. Fué, pues,

D. Luis, menos en

tal

nombre, heredero en todo de Oli-

vares, hasta de la hacienda y los títulos, que, muerto

aunque no usara otro Carpió, que llevó su padre. Fri-

aquél, recayeron en su persona,

que

de marqués del

el

saba, por último, el segundo favorito, serlo,

en los cuarenta años.

bien ni mal con

él la

No

En

comenzar á

tuvo tiempo de llevarse

reina doña Isabel, porque en

tubre de 1644 falleció en Madrid,

pueblo.

al

el ínterin,

muy

Oc-

sentida por el

no se había señalado

la

caída de

Olivares con grandes persecuciones de sus partidarios. Sin embargo, su primo Leganés, acusado, con razón ó sin ella,

por

el

público de faltas graves, no tan sólo fué

separado del mando de Cataluña, sino que se á un proceso, reemplazándole

el

le

sujetó

portugués D. Felipe

de Silva, sacado de prisión en cambio. D. Francisco de

Quevedo y corte,

tuidos,

otros desterrados volvieron á

la

vez á

la

y algunos deudos del conde-duque fueron desticomo Medina de las Torres, de Ñapóles. Y en

medio de

las

grandísimas dificultades y desgracias con


CASA DE AUSTRIA

que recogió D. Luis

el

271

poder, tuvo

al

de que, pocos días antes de caer su denal de Richelieu y casi

menos

tío,

la

mismo tiempo Luis

al

fortuna

muriese

el car-

XIII, de-

jando una nueva minoridad en Francia á cargo de reina

doña Ana de Austria, hermana de Felipe

circunstancia y

la

IV. Esta

pacífico de Haro, hicieron

el espíritu

por algún tiempo esperar que, en las largas conferencias de Munster, por entonces

comenzadas, y que

al

produjeron ios tratados de Westfalia, entre casi todas las naciones beligerantes, lograra España la paz fin

de que necesitaba tanto. Pero á pesar de los hábiles esfuerzos de D. Diego Saavedra Fajardo, que asistió á aquellas conferencias desde

como segundo

el principio,

negociador, nada pudo concertarse. «Jamás hará Espa-

»ña una paz que no sea honrosa»

vedra á uno de

los

— dijo cierto día Saa— «Pues

embajadores franceses

te-

.

»ned por seguro»— contestó éste— «que no será menos »terca Francia en su prosperidad, que quiera serlo Es-

»paña en su desgracia.»

No

pudo, pues,

allí

entenderse

D. Luis de Haro, sino con Holanda, poniéndose térmi-

no de este modo, en 1647, á

la

guerra comenzada en

tiempo del gran duque de Alba. Pero entre los dos gios hermanos continuó

estaba

tal

de Madrid

la

re-

guerra. La corte de España

para sostenerla, que á fines de 1643 escribió Pellicer,

en uno de sus Avisos, estas gráfipaga».

Y

go, no solamente continuó resistiendo en

la

cas palabras: «aquí nadie cobra

ni

sin

embar-

frontera de

Rosellón, y en Cataluña y Portugal, en Lombardía y Flandes, sino que bien pronto tuvo que atender á do-

minar asimismo

sublevaciones de Sicilia y Ñapóles. Digna es de admirar la constancia que, en medio de sus faltas,

las

mostraron Felipe IV y su gobierno en aquellas


BOSQUEJO HISTÓRICO

272

circunstancias,

de

la

y digno de admiración también

fuerzas, aplazando

más y más tiempo aún

No hay

confesión de su decadencia.

como en

to en las pérdidas sible

el

valor

nación, que hizo frente á todo con sus débiles

lo

dolorosa

la

que reparar ya tan-

mucho que parece impo-

que se conservase.

Fué al fin de veras Felipe IV á la guerra. Con un nuevo ejército que ayudaron á formar la flota de Indias y los

grandes recursos enviados por los virreyes de

lia,

se aproximó á la plaza de Lérida, con cuya ocupa-

Ita-

amenazaban ya los franceses el corazón de la Península, y aunque no pudo tomarla en aquella campaña, detuvo con la recuperación de Monzón la marcha triunción

fante del enemigo.

Tornó

el

rey

al

de Aragón,

ejército

en 1644, presentándose ante él, en Barbastro, vestido de general, por primera \ez en su vida, y casi á su vista ganó D. Felipe de Silva la batalla de Lérida, que ocasionó

la

rendición de la plaza. Entró

no

ella,

rosamente

fuego enemigo

al

sin

el

rey

como

haberse expuesto antes vale-

vencedor en

(1).

No

mereció ya, pues,

en esta campaña Felipe ÍV los duros sarcasmos de sus

Aragón con

subditos, que le costó su primera salida á el

conde-duque, cuando se escribieron contra

conocidas diatribas en verso. Metióse en

el

él

tantas

fuego, hasta

el

punto que D. Felipe de Silva tuvo que apartarle de

él

con violencia.

De

halló Felipe IV en

resultas de esta expedición no se

Madrid

al

morir

la reina,

y en Marzo

Refiere este hecho incidentalmente, como cosa bien sabi(1) da entonces, el marqués de la Mina, conde de la Pezuela, en su Historia inédita de la guerra de Cerdcña y Sicilia en los años de 17 17 , 18, 19 y 20; obra en dos tomos, dignísima de ser dada á la estampa y universalmente desconocida.


CASA DE AUSTRIA

273

de 1645 volvió de nuevo á Zaragoza para seguir á la vista de la guerra, acompañado de su único hijo D. Baltasar Carlos, allí

por cierto,

que en Octubre

año siguiente murió

del

no cumplidos aún diez y

siete años. Pro-

siguió con varia fortuna, entretanto, la guerra de Cataluña,

mandando nuestro

después de Silva,

ejército,

napolitano Cantelmo, tras éste Meló, y otra vez

qués de Leganés,

el

cual logró una

nueva

el

mar-

victoria con-

de Lé-

tra los franceses, obligándoles á levantar e! sitio rida,

el

de cuyos muros fué también rechazado, en 1647,

el

famoso duque de Enghien, vencedor de Rocroy. El vigor poco usado con que, á causa de

la

hizo la guerra por aquella parte;

presencia del rey, se

la

sor de Leganés, D. Juan de Garay, carácter de franceses

y

prudencia del suce-

y

las diferencias

de

catalanes, fueron poco á poco

inclinando á estos últimos á incorporarse

nuevamente á

España, y después de muchos accidentes no muy importantes, llegó ya al pie de Barcelona en la primavera

nuevo virrey y capitán general D. Juan Orozco Manrique de Lara. Aquella gran ciudad, cuna y alma de la rebelión, después de un sitio bastante largo, se de 1651

el

rindió con júbilo de la mayoría de sus moradores, esto, las plazas

que ocupaban

y tras

los catalanes se fueron

sucesivamente entregando, por manera que en corto plazo quedaron expulsados de casi toda Cataluña los

Lo peor fué que durante esta sublevación se perdió Perpiñán y todo el Rosellón para siempre, siendo destruido el ejército mandado por el marqués de Pofranceses.

var, con el cual se había intentado la imposible

empre-

sa de socorrer aquella provincia, atravesando toda Cataluña, entonces en armas.

Más

Mortara en Cataluña una

batalla,

adelante ganó todavía

sobre

el

Ter, á los 18


BOSQUEJO HISTÓRICO

274

donde se juzgó, no sin menos urgente acudir que á Cataluña,

franceses. Del lado de Portugal,

razón, qué era

se dio una batalla dudosa en Montijo, aunque algo favorable para los españoles, mandados por

de Torrecusa, buen general napolitano. En

el

más

marqués

el ínterin

en

Alsacia ganaron los españoles, combinados con los imperiales, la batalla

corriendo

mos

año de 1644; pero en

en Flandes

tados y

A

el

de Tuttlingen contra

la

los franceses,

de 1647 perdi-

el

de Lens, gobernando aquellos Es-

el ejército el

archiduque Leopoldo de Austria.

todo esto seguíamos combatiendo también en Lom-

bardía contra los franceses, aliados del duque de Sabo-

ya y luego del de Módena, haciendo allí bastante felices campañas el condestable de Castilla D. Bernardino

Fernández de Velasco y D. Luis de Benavides, marqués de Caracena, que en 1649 llegó á obligar al de Módena á pedir

la

paz.

Lo que más preocupó,

sin

gobierno español en este período, fueron

embargo,

al

las rebeliones

de Palermo y Ñapóles, causadas ambas por exceso de los tributos y levas de hombres que de aquellas fértilísimas y pobladas provincias sacaba, sin cesar, España la guerra. Extenuada ya Castilla, los Es-

para sostener tados de

de

ella

Italia

llevaban sobre

parte del peso

en estos años de que tratamos. Los silicianos,

aunque alzados contra su virrey, lez,

mucha el

marqués de

los

Vé-

á quien atribuían todos sus males, no quisieron, por

aquella vez, sustraerse

al

dominio español

ni

llamar al

enemigo; pero los de Ñapóles, que, capitaneados por el insensato Massaniello, también daban al principio mue-

duque de Arcos, y vivas al rey de España, acabaron, después de muerto Massaniello, por

ras á su virrey, el

erigirse en república independiente, bajo la dirección


CASA DE AUSTRIA

275

duque de Guisa, Enrique de Lorena, que arribó allá seguido de algunos aventureros franceses. Con motivo

del

de esta sublevación, ocurrida en 1647, comenzó su carrera militar y política D. Juan José de Austria, el más aciago de los hijos naturales de Felipe IV, habido en una cómica llamada María Calderón y nacido por Abril

de 1629. Habíale por

ción de Olivares, que, Justificar

de este modo

te él también hizo

reconocido

tal

reconocimiento que de su par-

el

de un

rey, por media-

decir de sus enemigos, quiso

al

bastardo suyo, que fué

el

tal

el

Julián Valcárcel,

como

hijo

conocido por D. Enrique Felí-

pez de Guzmán. Este segundo D. Juan de Austria mostró sin duda, desde sus primeros años, gran valor personal y ayudó bien en Ñapóles á que el nuevo virrey, D. Iñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate, hombre de muchos servicios, experiencia y talento, redujese los napolitanos á la obediencia, prendiendo

á España

al

la paz, fué

y enviando duque de Guisa. Hasta 1658, en que se hizo

todavía

de un lado, y degollado Carlos ña,

muy

vigorosa

la

guerra entre Espa-

del otro, Francia, Inglaterra,

donde

gobernaba ya Cromwell, Portuduques de Saboya y Módena, el último de los cuales nos declaró de nuevo la guerra. Sin la debilidad de la regencia y las internas discordias que impidieron

gal

á

y

I,

los

Mazzarino sacar á

sazón todo

partido posible de de Francia, no se concebirían siquiera estos diez últimos años de lucha desigualísima, bajo todos la

el

las fuerzas

conceptos, y honrosa para los españoles. Por la parte de Cataluña, como estaban ya á nuestro favor los natu-

obtuvimos constantemente ventajas. El marqués de Caracena y después de él D. Alonso Pérez de Vivero, conde de Fuensaldaña, lograron conservar la Lomrales,


BOSQUEJO HISTÓRICO

276

bardía á pesar de las superiores fuerzas de los coligados; y de Ñapóles fué rechazado otra vez

Guisa, ingrato

Mas

gracias á lo al

al

lo principal la

rey Felipe, á quien debía

de

la libertad.

guerra se trasladó á Flandes,

la

ayuda que

duque de

el

las provincias fieles,

y que por

mismo se habían mantenido católicas, solían prestar gobierno español. La larga lucha de la independen-

cia

de Holanda dividió para siempre, en dos trozos, los

Países Bajos, bien

la

como en

siglo anterior

el

ha demostrado

violenta sublevación de Bélgica contra

e!

sucesor

de Guillermo de Orange. Aprovechándose de aquel espíritu católico

y separatista hábilmente, los gobernadores allí siempre algunos medios para

españoles hallaron

guerrear contra Holanda, y estos medios mismos se

emplearon después contra Francia, que sólo ofrecía á aquellos naturales

y por

lo

el

cambio de un dueño lejano y

débil,

mismo ya condescendiente, por

otro engreído,

Hubo también alguna

ventaja en que

próximo y

fuerte.

vinieran á servir por aquellos años en nuestro ejército, á causa de sus disidencias con la Regente doña

Austria,

Conde, y

el el

Ana de

antiguo duque de Enghien, príncipe ya de

vizconde de Turena, los más ilustres de los

generales franceses del siglo.

con D. Juan de Austria y

el

Mandando

el

primero,

marqués de Caracena, nues-

obtuvo un triunfo en Valenciennes salvando aquella plaza sitiada; pero en cambio D. Juan de Austria y Conde, acompañados del duque de York, tro ejército, se

que fué más tarde Carlos dos años después

II

de Inglaterra, perdieron

la batalla

de las Dunas contra los

franceses y tras ella

la

plaza de Dunquerque. Al

fin,

en 1658, después de muchos meses de inútiles tratos, abrieron España y Francia formales negociaciones para


CASA DE AUSTRIA

277

la paz, la primera, por medio de D. Luis de Haro, y la

segunda, del cardenal Mazzarino. Fué

el

lugar de la con-

ferencia una casilla de madera, construida de por mitad

en

Bidasoa, llamada de los Faisanes, á

la isla del

la

raya de España y Francia, y que se supuso que pertenecía á ambas coronas, para que ni una ni otra pasara por negociar en territorio enemigo. Concertáronse los

negociadores en ciento veinticuatro artículos, que

man en

for-

aquella paz famosa de los Pirineos, tan importante

la historia

de España. Por

mero de plazas y

territorios

ella

cedimos un gran nú-

de Flandes, y

lo

más

sensi-

ble fué que tuviésemos que abandonar también los con-

y Conflent, señalando allí, como líla cima de los montes Pirineos; de modo que todo lo del lado de acá quedase dados

del Rosellón

mites entre las dos naciones,

á España, y

lo'

de

allá á Francia.

No

es

fácil calcular

pudieron ó no obtenerse muchas mayores ven-

ahora

si

tajas

de aquel Tratado, porque, naturalmente, Fran-

cia persistiría en conservar las conquistas les para sí juzgase.

celar

que más

Pero hay bastante motivo para

que por falsos cálculos de

la

abandonarse Rosellón, debió darse doble ó interés

re-

corte y orgullo de su

ministro, faltó acierto en las negociaciones. Antes

torio en

úti-

que

triple terri-

Flandes y aun todos aquellos Estados. Si

de Francia

la

inclinaba á traer al Pirineo su

frontera meridional, tanto ó varla hacia

el

el

más debía

inclinarla á lle-

Rhin, objeto preferente de su política

desde entonces. Sea como quiera,

allí

acabó

el

duelo á

muerte de España y Francia, que duró veintisiete años, asegurando á la segunda el primer lugar en el continente europeo.

Quedó también pactado

allí el

matrimonio del joven


BOSQUEJO HISTÓRICO

278

monarca francés Luis XIV con mediante

el cual,

de sus derechos hizo el

tiempo, á

la

la infanta

y á pesar de

María Teresa,

renuncia expresa que

la

había de suceder, con

la infanta,

casa de Austria

de Borbón en Espa-

la

mismo rey Felipe IV, y así volvió á ver á su hermana Ana de Austria, con quien tan funesta lucha había mantenido, como ña.

Fué á entregar á su

reina de Francia.

A

hija á la frontera el

todo esto, y desde 1649, hallábase

casado, por segunda vez, Felipe IV con doña Mariana

de Austria, su sobrina, antes destinada á su difunto hijo D. Baltasar. Hízose este matrimonio á petición de

las

nación entera, sumamente inquieta

ya

Cortes y de la por la falta de heredero varón. Nació de tes de la paz

de los Pirineos,

dado Próspero, por pondía,

lo cual

Teresa á

la

las

el

él,

un año an-

príncipe Felipe, apelli-

grandes esperanzas á que res-

permitió que se diese la infanta María

Francia. Pero aquel niño, que llegó á ser ju-

rado príncipe de Asturias, murió á los cuatro años, y túvose á gran fortuna que, quince días después, naciera el

que fué luego Carlos

sas disgustos amargos en

menores se política.

interés,

II.

el

Causaron todas estas cocorazón de Felipe IV, y no

los produjo su última

y burlada esperanza

Cifrábase ésta en reducir á Portugal,

el

mayor

con efecto, de su corona, y para alcanzarlo

se-

había ya negado firmemente á que entrase aquel reino la paz de los Pirineos. Eran muertos, á la sazón, el duque de Braganza, que se llamó D. Juan IV, y su hijo Teodosio, y ocupaba el nuevo trono D. Alonso, joven

en

licencioso y de flaco juicio; pero aquella ambiciosa hija

de Huelva, doña Luisa de Guzmán, su madre, supo, no obstante, defenderse con siva.

sumo

brío

Quería Felipe IV, ya viejo,

ir

y aun tomar la ofenla campaña formaí

á


I

CASA DE AUSTRIA

que emprendió contra ello su favorito él

los portugueses,

completa derrota en

alterar

las líneas

Nuevos el

dirigirla

aquel aprendizaje militar

una

de Elvas, que nuestro

y entre otros el de valor de la moneda, mez-

arbitrios,

de nuevo, en 1661,

clando en ella

mas se opuso á

Haro, ofreciéndole, en cambio,

en persona. Costónos

ejército sitiaba.

279

cobre y

el

se inventaron con

la plata,

motivo de esta guerra desgraciada. Diez y siete veces decía Jacobo Quirino por entonces -que se había alte-

rado durante los últimos catorce años

el

neda; añadiendo, con fundamento, que,

valor de la mosi al

pronto se

ganaba un 40

por 100 en la alteración, á la larga se per-

dería toda

plata

la

rentas estaban

que con el cobre se mezclara. Las empeñadas hasta 1667; no entraba la me-

nor cosa en las poblaciones que no pagase crecidísimos derechos, exceptuándose sólo

San

y el caudal de que se esperaba de Nueva España estaba desti-

nado, en

les

pan, que en honor de

Isidro labrador se respetaba todavía,

la flota

cia,

el

la

mayor

parte, para dote de la reina de Fran-

indemnizaciones

al

príncipe de

y deudas ya contraídas. Con

Conde

ó sus parcia-

tales apuros se orga-

nizó un nuevo ejército contra Portugal,

al

mando de

D. Juan de Austria, que en los campos de Estremoz fué también derrotado, quedando, como dijo un papel del tiempo,

''í

destruida

la flor

de España,

lo

mejor de Flan-

»des, lo lucido de Milán, lo escogido de Ñapóles, lo

»granado de Extremadura; perdiéndose 8.000.000 que la empresa y millares de muertos y priNadie se ha portado bien escribía de allá D. Juan—, rá yo mismo, puesto que vivo.y^ Murió en esto D. Luis de Haro, y Felipe IV, que parecía más activo y más inteligente, mientras más edad tenía, halló

»había costado

sioneros».

^


,

BOSQUEJO HISTÓRICO

280

manera aún de reunir otro

órdenes del

ejército, á las

marqués dé Caracena, que fué también vencido, aunque no deshecho, en Montesclaros, media legua de Villavi-

Debiéronse tantos desastres, en mucha parte, á

ciosa. los

cuerpos veteranos ingleses, franceses ó portugue-

ses, delante de los cuciies

ralmente bisónos. Pero

poníamos regimientos gene-

al recibir la

nueva

del último,

exclamó ya Felipe IV: ^^Hágasela voluntad de Dio s»

y cayó acongojado. Su alma, como su cuerpo, estaba, y con razón, rendida. Pasaba ya esto en 1665, y ocho años antes había dicho de él D. Jerónimo de Barrionuevo en uno de sus Avisos inéditos, refiriéndose á ruidosa fiesta que se

Ȓaban

como á

los

le dio

en

la

gusanos de seda, á

los cuales, para

»que no se mueran, cuando se encapota »truenos y rayos, no hay

cierta

Zarzuela, «que lo tra-

y hay

el cielo

más remedio que

tocarles

»guitarras, sonarles adufes, repicarles sonajas

»con ellos de todos los instrumentos alegres».

y usar

A la rota

de Villaviciosa no sobrevivió ya Felipe IV sino tres meses, rindiendo al Criador su espíritu el 15

de Septiem-

bre de 1665. Las postreras palabras que dirigió á su hijo,

incapaz aún de comprenderlas,

fueron

<Dios os bendiga y haga más dichoso que tres hijos legítimos,

de tantos com.o tuvo,

vieron: el niño D. Carlos

y

las infantas

yo.>>

le

Sólo

sobrevi-

doña María Te-

resa y doña Margarita, que fué emperatriz. timos,

estas:

De

los ilegí-

mucho más numerosos,

sólo reconoció á D. Juan de Austria. Llamóse á este rey Felipe el Grande, al comenzar su reinado, y es bien conocido el donaire que acerca de esto se dijo, comparándole con los agujeros del

campo, que

quitando.

son más cuanta más tierra se

les

va

En su testamento nombró por heredero

al

lo


281

CASA DE AUSTRIA

quedaba de matrimonio, llamando al trono, á falta de descendencia suya, á la infanta doña Margarita con sus descendientes; á falta de éstos también, á los hijos y descendientes de la emperatriz doña Único varón que

le

María, su hermana, con las mismas condiciones y precedencias dispuestas en la sucesión de sus hijos; á falta los hijos y descendientes legítidoña Catalina, su tía, duquesa de

de éstos, por último, á

mos de

la infanta

Saboya; excluyendo, en todos los casos, á los desc^dientes de la reina de Francia, doña María Teresa, su con estas formales palabras: «Queda excluida la ^infanta doña María Teresa y todos sus hijos y descen-

hija,

varones y hembras, aunque puedan decir ó »pretender que en su persona no corre ni pueden con»siderarse las razones de la causa pública, ni otras en

^>dientes

»que se pueda fundar esta exclusión; y »enviudar

la

-monio, en

si

acaeciere

serenísima infanta, sin hijos de este matri-

tal

caso quede libre de

la

exclusión que

»queda dicha y capaz de los derechos de poder y suce»der en todo.» ¿Quién había de decir que de tantas personas y líneas llamadas á la sucesión del trono, sólo había de venir á ocuparla aquella tan terminantemente excluida por las anteriores palabras? Determinó también rey que fuese tutora del príncipe y gobernadora del reino, durante la menor edad de aquél, su esposa doña el

Mariana, asistida de una junta ó consejo de gobierno,

que había de componerse del presidente del Consejo de Castilla, que era á la sazón el conde del Castrillo; del vicecanciller de

Aragón, que

lo

era

el

jurisconsulto

D. Cristóbal Crespí de Valldaura; del arzobispo de Toledo, primado del reino, que lo era el cardenal Sandoval;

del

inquisidor general, que lo era

el

cardenal


BOSQUEJO HISTÓRICO

282

D. Pascual de Aragón, ó los que sucediesen en tales puestos, y además, por la clase de grandes,

de Aytona, y por

Peñaranda. de

la

Con

el

Consejo de Estado,

el el

marqués conde de

esta junta se pretendía que la regencia

reina fuese tranquila, pero no bastó, por cierto,

como hemos de ver más

adelante.


A ERA notoria, palpable, la decadencia de España: las semillas que á fines del siglo xvi aparecían

sembradas habían germinado y

producido todos sus frutos infaustos. En 1640, llegó casi inadvertida la hora crítica de la catástrofe pero no sin;

tiéndose todavía en Madrid impresión desfavorable ninguna. Merece la pintura de lo que fué la frivola cor-

de Felipe IV, y el estado de la nación en su tiempo, que hagamos un nuevo alto. Comparando lo que escribimos ahora con lo que antes de hablar de Felipe III te

dejamos consignado, puede formarse idea exacta de lo más íntimo y cardinal de la historia de España en los siglos

XVI y XVII.

Celebrábase entonces, con costosos festejos, no sólo cada suceso de familia como el matrimonio del rey de ,

Hungría, sino cada rumor de triunfo que corría, verdadero ó falso, y los había también, no pocas veces, sin pretexto alguno.

De

se representó cierta

más señalados fué uno en que comedia de magia, ó más bien alelos

goría, con el título de la Circe, invención de un tal Cos-


BOSQUEJO HISTÓRICO

284

me

Leti, sobre el estanque

grande de

los

nuevos Jar-

dines del Retiro, con máquinas, tramoyas, luces y toldos, parte fundados en el lecho mismo del estanque, parte sobre barcas que iban á la par navegando. Estan-

do

la

representación en un punto en que se fingían tor-

mentas, estalló una verdadera con viento

,

que

tal

de

torbellino

desbarató todo y algunas personas

lo

peli-

graron de golpes y caídas; mas no se desistió del espectáculo, repitiéndose pocos días después, delante del rey

con

la

corte primero, y luego delante de los

Consejos, comunidades religiosas y pueblo. Acrecentándose cada día

la afición al

arte dramático,

donde

más de continuo asistía el pueblo era á los teatros ó corrales, así como el rey y los cortesanos cultivaban la misma afición en las salas de Palacio, donde llegaron á hacerse comedias improvisadas por los primeros ingenios de la época, que

allí

mismo tramaban

el

plan,

y

re-

partiéndose los papeles, las ejecutaban luego, siguiendo á su voluntad los diálogos.

Con

tal

género de favor no

tardó este arte en extenderse y progresar sobremanera. Los antiguos corrales de la Cruz y del Príncipe se convirtieron en teatros, para aquel siglo lujosos,

mecanismo de

la

y todo

el

imitación alcanzó una perfección hasta

entonces desconocida en Europa. Los comediantes, no contentos con las ganancias que Madrid les ofrecía, cru-

zaban continuamente los caminos, grandes hasta

las

y,

más pequeñas, todas

desde las

las

más

poblaciones

del reino veían levantarse telones

y ejecutarse comedias, bailes y entremeses. Nada habría que decir de este entusiasmo escénico en otra época; pero dadas las misedesgracias y peligros de la monarquía, resístese á aplaudirlo la pluma severa de la historia. Miserable rias,


2S3

CASA DE AUSTRIA

espectáculo ofrecía por cierto Felipe ÍV, regocijado y planceníero en las comedias, mientras su herm.ano, el infante cardenal D. Fernando, rendido el cuerpo de tan

campañas y trabajos en Alemania ó Flandes, y acosado el ánimo de presentimientos y temores por la suerte de la patria, enflaquecía de hora en hora, y en largas

florida

edad bajaba

al

sepulcro. Faltábanle soldados

al

sobraban representantes y truhanes, porque, según dejó escrito uno de ellos con

buen infante, y

al

rey

le

imparcialidad notable, <'Como su vida era libre

y apete-

»cida de gente moza, se aum.entaban considerablemente »cada día». No había dinero; á punto que el rey se echó sobre la plata que trajo en 1639 la flota de Indias de

propiedad particular, tomando

la

mitad para

y pagan-

do de la otra mitad mucha parte en calderilla: nuevo despojo y no menos inicuo que los del tiempo de Feli-

pe

II;

y en medio de

dose á mucha costa

tales el

apuros continuaban labrán-

Buen

Retiro, comenzado por

y un teatro en él donde se representasen comedias con más lujo que antes en los salones; obra grande, al decir de un autor contemporáneo. Allí, entre comediantes, farsas, bailes, los reyes perdían no poco Olivares,

de su dignidad,

al

paso que estimulaban

el

ocio ruinoso

de los vasallos. Porque gustaba la reina de ver silbar comedias, dieron los cortesanos en silbarlas todas,

buenas ó malas, con igual diligencia. Para que viese asimismo la reina lo que pasaba en las cazuelas de los teatros, se representó bien al vivo en el

Buen

Retiro,

trayendo mujeres que se mesasen y arañasen unas, que se diesen vayas ó insultos otras, y mosqueteros ó truhanes que de propósito las enojasen. Hasta se echaron

alguna vez entre ellas reptiles que las asustaran; y


BOSQUEJO HISTÓRICO

236

«ayudado esto», exclama un contemporáneo, con

liber-

tad singular, «del son de silbatos, chiflos y castradores, »se hacía espectáculo

A

más de gusto que de decencia».

esto vino á parar, á las veces, la admirada gravedad

de nuestros reyes de otro tiempo. Felipe, tan ceremonioso, constituido casi en un ídolo antiguo, cían los venecianos, toleraba esto,

como

de-

no obstante, en pre-

sencia suya, de su esposa y de sus hijos; dando tales

que uno, de nombre Juan

alas á los representantes,

Rana, que hacía de gracioso, osó mofar públicamente por los afeites que usaban en

rostro, durante

el

una de

representaciones del Buen Retiro, á dos damas prin-

las

cipales de la corte. Semejantes devaneos, comunicán-

dose á

generalidad de

la

nación, rápidamente acaba-

la

ron de corromper por aquel tiempo las venerables cos-

tumbres de

los antepasados.

No hubo

en Madrid, bien

pronto, moralidad alguna; quedaban la soberbia, que-

daban

el

valor y algunos rasgos externos del antiguo

carácter español; pero no las virtudes que describió en el

siglo anterior Luis

Cabrera(de Córdoba). Pintaba con

exactitud, sin duda, D. Francisco de

de

la

Quevedo

los vicios

época; no hay grande encarecimiento en sus des-

cripciones.

Su desenfado podía

ser

muy

tonces; y fué, con efecto, perseguido

peligroso enel

poeta, con

pretextos varios, entre los cuales hubo uno injustísimo,

que fué ses.

el

de que mantenía inteligencias con los france-

La verdad era que había

hallado medio de poner

ante los ojos del rey un memorial en verso, donde apun-

taba las desdichas de principal

la

causa de ellas

república, señalando al

aborrecimiento de éste hasta za,

y

así

como

conde-duque. Siguióle el

el

último día de su privan-

estuvo Quevedo en San Marcos de León,


\

CASA DE AUSTRIA

287

durante cerca de cuatro años, los dos de ellos metido

en un subterráneo, con cadenas é incomunicado. fué poco que no

le

como

degollasen,

al

Y

no

principio se

creyó en Madrid, recordando otros ejemplares. Pero mientras aquel terrible censor pagaba así sus libertades, la corte, los

magistrados y los funcionarios de todo gé-

nero acrecentaban sus abusos cada

día,

y entretanto

hervía España, y principalmente Madrid, en riñas, robos

ó asesinatos. Los capeadores, ó ladrones de capas, no

perdonaban siquiera

las entradas

y

salidas de palacio,

despojaban de noche á todo transeúnte, clase ó persona.

Pagábanse cada

tábase notoriamente

conventos,

el oficio

saqueábanse

sin distinción

día muertes

y

y de

ejerci-

de matador; violábanse

iglesias,

galanteábanse sin

reserva monjas, como mujeres particulares; eran innumerables, á

la

semana,

los desafíos, riñas, asesinatos

y venganzas. Léense en las cartas y avisos de la época continuas y horrendas tragedias, que muestran no mucho más respeto á las cosas de Dios que á las de los hombres. Tal caballero, rezando á sia,

la

puerta de una igle-

era acometido de asesinos, robado y muerto;

llevaba á confesar á su mujer para quitarle

al

tal

otro

día

si-

vida y que no se perdiese con el cuerpo el alma; éste, acometido de facinerosos en la calle, se aco-

guiente

la

y allí mismo era muerto aquél se despertaba de noche al sentir puñaladas en su almohada, y era que su propio ayo le erraba

gía debajo del palio del Santísimo, ;

golpes mortales, disparados por levísima ofensa. Una

compañía de naturales de Antequera, y

los soldados

del tercio de Madrid, estuvieron batallando todo

en ó

la

un día

corte por pequeña ocasión y se dieron hasta doce

más acometidas en

las calles, á

pesar de haber sacado


BOSQUEJO HISTÓRICO

288

de una iglesia

el

Santísimo Sacramento para aplacarlos.

El corregidor de

Málaga prendió, por leve disgusto, á

un hombre principal, y omitiendo el proceso le hizo decapitar de noche, sin confesión y por un esclavo. En quince días hubo en Madrid sólo ciento diez muertes de

hombres y mujeres, muchas en personas

principales.

Tales datos, años ha sacados de los Avisos de Pellicer por

el

autor de esta obra, se han enriquecido sobre-

manera con

la

la Correspondencia de modernamente en el Memorial his-

publicación de

los Jesuítas, hecha

tórico. Allí los delitos privados, los desacatos á la justicia, las

contiendas violentas de jurisdicción, los atro-

pellos, las

excomuniones,

los sacrilegios

la

par con

todo esto las hechicerías, los embaucamientos y las supersticiones ridiculas, se encuentran por centenares. Escándalos, muchos de ellos no extraños ciertamente

en otros países y épocas, donde se han visto iguales, si

no mayores, pero casi inconcebibles en España, que

tan severas costumbres tenía en tiempos de Felipe

II.

Atribuíase no poca porción de estos crímenes á los sol-

dados de

los

nuevos tercios que se formaban, tan sólo

ejercitados en la facción de los sacos,

como

decía un

papel del tiempo; y bien podía ser, porque con tinua guerra estaban casi agotados los

dadero espíritu

militar.

la

con-

hombres de ver-

Apenas acudía á ponerse volun-

tariamiente bajo las banderas sino gente perdida, m.ucha

por engaño ó por fuerza, y que, por lo mismo, no tardaba en desertar y darse á mala vida, no poca que tomaba por oficio el engancharse, y recibida la paga desertaba antes de

salir

á campaña, quedándose en

la

modo de vivir que el robo, hasta hallar nueva ocasión de engancharse. Formaban estos tamcorte sin otro


CASA DE AUSTRIA bien cuadrillas de malhechores en despoblado, que co-

metían inauditos desmanes; m.as no eran ellos sólo, sino

que se dedicaban á este ejercicio, especialmente en Cataluña. Allí corrían en

los labradores

cuadrillas, ó

y lugareños

los

por quejosos de

la

autoridad, ó por facine-

muchos hombres de valor y conocimiento en el terreno, burlando las iras de la justicia. Llamaban á rosos,

aquella vida

andar en trabajo, y había entre

ellos

sus

y capitanes. Tales ó semejantes cuadrillas de foragidos ¿e vieron asimismo en las llanuras de la desierta Mancha. Y en tanto los tribunales del reino, unas caudillos

veces mandaban ahorcar ó degollar por leves causas, por precipitación, á inocentes, y otras se mostraban descuidados con los criminales más peligrosos. El gobierno solía ser menos severo todavía

y aun

ajusticiaban,

que los alcaldes de corte ó los corregidores para los delincuentes, perdonando con frecuencia los mayores excesos, ó por vicios,

la

calidad de las personas, ó por sus ser-

ó por mero capricho

del príncipe

y su privado.

Así se vio á D. Pedro de Santa Cilia entrar con alto puesto á servir en los ejércitos y armadas de España después de haber dado muerte por sus manos ó su industria á trescientas veinticinco personas. Era este

don

Pedro mallorquín, y, siguiendo los impulsos vengativos, que asemejaban entonces á sus paisanos á los naCórcega, determinó vengar la muerte de un hermano suyo y se lanzó á cometer tantas en personas casi siempre inocentes, echándose á bandido. Hallábase en Madrid Santa Cilia cuando sacaron de palacio un turales de

caballo que nadie osaba montar por su bravura; ofreció-

se á hacerlo Santa Cilia, y

lo

ejecutó con tanta habili-

dad que todos los presentes quedaron maravillados. 19


BOSQUEJO HISTÓRICO

290

Violo también

el

rey; mandóle subir y que le contase

su historia, y por último le perdonó y admitió á su seren gracia de su atrevimiento. Portóse luego San-

vicio,

ta Cilia

como soldado y

capitán de valor, señalándose

en Nordlinghen y otras ocasiones; pero creíble de sus crímenes pedía, á

Con

tales caprichos

y

la

el

número

impunidad frecuente que ofre-

pretendido derecho de asilo á cuantos

cía el

in-

verdad, otro rigor.

la

tomaban

La Inquisición hacía más de estos desafueros, lim.i-

iglesia, no había justicia posible.

ya

la vista

gorda á

los

tando su atención y cuidado á los casos de herejías y supersticiones del vulgo ó á los delitos que le encomen-

daba

el

rey.

Sorprende hoy

la facilidad

con que corrían

de ideas y palabras obscenas, que no se tolerarían en los tiempos modernos siendo así que tan libros llenos

,

rigurosa censura se ejercitaba contra los autores en

tocante á pensamientos religiosos y políticos. Notaron ya los venecianos la flojedad de la conducta

todo

del

lo

Inquisidor general,

poderosa, en

el

cuando se trataba de gente

negocio escandaloso de

las

monjas de

San Plácido, convento fundado por el protonotario de Aragón D. Jerónimo de Viilanueva, uno de los principales ministros de

la

época. El proceso acerca de este

asunto, cuya principal pieza está en Simancas y otra

también notable en lá (1),

el

nuevo Archivo general

da á conocer detalles

áo,

muy repugnantes de

Alcapros-

y supersticiones por parte del D. Jerónimo, del del convento, de la abadesa, amiga antigua del pri-

titución

prior

mero, y de

(1)

las

monjas. Jamás

Trasladado posteriormente

nal, de Madrid.

la

ignorancia y

al

el vicio

han

Archivo Histórico Nacio-


CASA DE AUSTRIA

291

aparecido quizá en tan singular consorcio; y aunque

D. Jerónimo estuvo preso por

la Inquisición,

sele sólo «por algunas causas,

sentenció-

y justos respetos», en

lugar de «las grandes penas en que se pudiera conde-

»narle» á ser «gravemente reprendido y advertido de »lo que resultaba contra él de su proceso»; y á abjurar de levi , por suponerse que cabía en todo ello opinión

herética (1). Esta desigualdad de los procedimientos ó

castigos llegó á

tal

punto, á las veces, que repugna

sentido común, cuanto

más

al

al

derecho. Vense en los

autos de fe, ó quemadas ó duramente castigadas mu-

chas personas por delitos como corren impunemente

la

bigamia, mientras

muchos atentados seguramente

más graves. Cualquier palabra de doble

sentido ó sos-

pechosa, en materia de fe ó de culto, era también castigada con

más crueldad que

el

robo de una monja ó

la

violación de unos votos; bien que esto último llegó á ser cosa frecuente.

Y

era á todo esto tan general

el

fanatismo, que

el cronista D. José Pellicer y Tovar, después de narrar en sus Avisos tan grandes peligros é

iufelicidades, exclama:

«De verdad, una de

las desdi-

>chas que se deben reparar con más atención y lástima, »es ver á

España tan

llena por todos lados

:s>enemigos de nuestra santa fe católica».

Pellicer

de judíos

Lamentábase

de esto cuando en 1632 se había celebrado en

Madrid un solemne auto de fe y con asistencia del rey, para quemar á algunos pobres judaizantes; y se les seel reino, como en Tan extraña confu-

guía persiguiendo á muerte en todo los días -sión

<1)

más severos de Felipe

II.

en las ideas y las costumbres había introducido

Archivo de

¿"///ra.^cí?^.

— Inquisición.— Legajo

la

núm. 412.


BOSQUEJO HISTÓRICO

292

mezcla de

austeridad antigua con la liviana vida de

la

Felipe IV y la política irreflexiva de su privado.

Hubo quien

dijo,

en

el

entretanto, que llegaron á cua-

en tiempo de Felipe IV, y aunque no dejaron de ganarse muchas, lo cierto es que, renta las batallas perdidas

lo

mismo

las

ganadas que

las perdidas, inútilmente con-

sumieron nuestra sangre. Podía pelear España, desde antes de mediar triunfo,

él siglo,

por

el

honor,

mas no ya por

el

que era de todas suertes imposible. Las pérdi-

das de territorio fueron á

la

par inmensas, aumentándo-

se varias á los últimos años á las que hubo en tiempo del conde-duque.

de

No

solían pasar á todo esto las tropas

Península de 20.000 hombres, y esos sin instruc-

la

ción ni pundonor; cuadrillas de holgazanes y foragidos

más

bien que no escuadrones y tercios, mientras que

Flandes, Lombardía, Sicilia y Ñapóles, solían hallarse casi del todo

desguarnecidas de soldados nacionales.

Bien pronto se empleó comúnmente

de

el

nombre glorioso

infantería española, para designar con

la

respetado antes, á

la

él,

tan

turba que en los patios de los tea-

tros se ejercitaba en silbar ó aplaudir comedias,

compás que se agotaban

y

al

los soldados desaparecían los

generales y capitanes. La marina, á pesar de que de-

pendían casi totalmente ya

el

del monopolio, del comercio rica,

estaba reducidísima, y

comercio y

la

Hacienda

y de las minas de Amécomo no había quien es-

coltase las ilotas, ó no llegaban ó llegaban tarde á

nuestros puertos, robadas y perseguidas con frecuencia, ya por las escuadras de las potencias enemigas, ya

por piratas de todas las naciones que, alentandos con la

impunidad y

el

cebo de una segura ganancia, salían

á buscarlas por los mares.

Con

el

nombre de Hermanos


CASA DE AUSTRIA

de la costa ó de

293

filibusteros, llegaron los piratas á ata-

car formalmente alguna de nuestras escuadras y á hacer

desembarcos en islote

de

la

y hasta se apoderaron del Norte de Santo Domingo, estor-

tierra firme,

Tortuga,

al

bándonos desde allí la navegación. Señaláronse entre ellos el francés Pedro Legrand, el holandés Juan David, los ingleses Mansfield y Scott y un mestizo de Nueva

España llamado Diego

Mulato,

el

cual propuso nues-

al

de España, con

tra corte, sin rubor, hacerle almirante

sueldo crecido y perdón de sus innumerables crímenes. Ni dejaban los argelinos de recoger las pocas naves que libraban bien de los

Hermanos de

la costa, apresán-

dolas luego en nuestras mismas aguas,

paso que ro-

al

baban nuestras propias costas é impedían

Y

gación del Mediterráneo.

la libre

nave-

en tanto, se pedían naves

de limosna á Genova, se alquilaban á los holandeses, y el conde de Castrillo, D. García de Avellaneda, como presidente del Consejo de Hacienda, declaraba que era preciso renunciar á tener armada.

constantemente en este tos,

infeliz

Con todo

eso, sonaban

período, ya en ejérci-

ya en escuadras, todos los antiguos nombres favo-

recidos de

la

fortuna y de

la gloria,

mas no ciertamente

para acrecentar su esplendor. Ejército mandó un duque

de Alba en Portugal, y fuera mejor para su nombre que no lo mandara, donde tan alto había dejado el suyo su abuelo; ejército

mandó

allí

na, bastante diferente del

de; ni el D.

de Felipe

II;

también un duque de Osu-

que mereció

el título

Juan de Austria de ahora era ni

el

de gran-

de los días

fué un Colonna que se halló en Catalu-

ña semejante á aquellos otros valerosos y experimenta-

dos compañeros del Gran Capitán;

ni

tuvo que ver otro

Alejahdro Farnesio que sirvió en Portugal con aquel


BOSQUEJO HISTÓRICO

294

de Flandes;

ilustre

ni los

Dorias y

Cruz eran tampoco invencibles dres;

Guzmanes y Zúñigas,

el

marqués de Santa

como sus pa-

m.arinos

primero, luego Toledos,

Benavides, Ponces de León y Haros, perdían á ción en

el

gabinete y en los campos de

la

na-

'batalla; princi-

el mismo rey más funestos enemi-

palmente aquellos Guzmanes á quienes

D. Felipe llegó á contar por los

gos que por entonces hubiese tenido España, poco antes de su muerte. Guzmán, era el conde-duque; Guzmán,

doña Luisa, duquesa de Braganza y su hermano el sospechoso duque de Medina-Sidonia; Guzmán, el marqués de Ayamonte, de quien se hablará luego; Guz-

manes se

hallan en las conjuraciones todas y en todas

las derrotas.

De

ellos

solamente

el

marqués de Lega-

nés, á pesar de sus faltas, sirvió bien en la guerra.

Á la

par con éstos hallábanse, en poder é influencia, casi

todos los nobles de otros tiempos, porque los favoritos eran siempre nobles.

Fernando V,

ni los

no por eso daban

Ya no

oprimía

altas

los contenía la el

venganza de

brazo de Felipe

muestras de

sí, ni

íí,

pero

reconquistaban

su antiguo prestigio. Si iban á los ejércitos no era por

deber ó gloria, sino por los sueldos y comodidades; por poseerlos y disfrutarlos se disputaban los destinos públicos, sin consultar si su

capacidad bastaba ó no para

desempeñarlos; ninguno entendía servir á á

propios. Viéronse también aparecer

la patria,

muchos

sino

títulos

nuevos; personas de humilde ó mediano nacimiento llegaban hasta á ser contados entre los grandes, y los hábitos de las órdenes militares sacados á pública su-

y las ejecutorias de hidalguía vendidas á precio servicios, continuaban aniquilando la clase pequeños de contribuyente del país, al paso que socavaban los ci-

basta,


CASA DE AUSTRIA

mientos de

la aristocracia

295

verdadera y crecía

la

vanidad

general, pueril ó funesta. Los que ya eran nobles se

juzgaban aptos para todo; unos mismos de ellos gobernaban, indistintamente, ejércitos ó armadas,

la

hacienda

ó los tribunales, asistían á los Consejos del rey y

vez componían, en

los

ratos

tal

de ocio, entremeses y

comedias.

En cambio ñola

la religiosa fidelidad

la

nobleza espa-

rey flaqueó á toda prisa, abriendo y enseñando

al

prácticamente

al

pueblo

el

camino, ya por

de las revoluciones.

No hay que

gal ó Cataluña, ni

menos de

donde

de

él

hablar sólo de Portu-

las provincias

antiguo espíritu nacional arrastró á

el

olvidado,

de

la

Italia,

subleva-

La docmonarcomaquía, profesada de impunemente en España por mucho tiempo y ya desacreditada en todas partes, comenzaba á tener adeptos hasta en Castilla, y lo mismo el derecho de insurrección. Punto es éste en ción á todas las clases, pueblo, clero ó nobleza.

trina

el

la

que conviene acaso una digresión, para mejor

gencia de los tiempos.

mances

satíricos

de

la

No

inteli-

en vano, en uno de los ro-

época, se leían estos versos:

España gime oprimida, la iglesia está peligrosa,

Y

aun pienso que de los grandes

la lealtad v fe

Con

efecto;

además

zozobran.

del alzamiento

de Braganza, que

cabo era descendiente de reyes, y de la sospecha fundada de que Medina-Sidonia, su cuñado, quiso imitarle

al

en Andalucía, hubo otras conjuraciones y procesos de muy principales, por delitos intentados ó co-

personas

metidos contra

la

corona.

En

ciertos

Avisos de corte y


BOSQUEJO HISTÓRICO

296

publicados en

el

tomo VII de

la

ya citada Colección de

cartas del Memorial histórico, está impresa una de

D. Carlos Padilla, teniente general que había sido de caballería, tan incoherente é incompleta

allí,

que más

bien que obra de un conspirador, parece fruto de una

imaginación extraviada. Pero en

dada en Simancas, sible,

la

causa original, guar-

carta está entera y

la

con otras varias, y

las

más compren-

confesiones hechas por su

autor dan idea completa de que hubo en realidad delito.

Pasaba este sujeto por agente

del ministro D. Luis

de Haro, con quien se entendía, en realidad, acerca de

una comisión que debía llevar á Francia, para alimentar allí la

discordia entre

sangre; pero,

la

reina viuda

y

los príncipes

de

la

propio tiempo, negociaba con los por-

al

tugueses, que conspiraban en Andalucía á favor, según parece, del duque de Medina-Sidonia, y sobre todo tra-

taba con

el

duque de

Híjar,

propósito entre las manos.

poseer á un tiempo los

que contra

él

tas dispuesto á

la

que supo que tenía un gran

De

esta

manera procuraba

confianza del Gobierno y

la

de

maquinaban, mostrándose en sus car-

aprovechar esta doble circunstancia, ya

para mejorar de fortuna, ya para vengar sus agravios.

Comparábase á

mismo en una de sus cartas á los conjurados contra César, manifestando además que le guiaba la opinión de que, yóndole á España mal, siensí

do una, la convendría estar otra vez repartida en diversos Estados. Debía ser, por

lo

que se ve, Padilla uno

de esos hombres á quienes, en

las

épocas de desespera-

ción de las naciones, enloquece el deseo de las

cosas públicas, frecuentemente junto con

vecharse de

la

inevitable ruina general,

enmendar el

de apro-

que esperan,

para mejorar de fortuna. Lo cierto fué, entre tanto, que


297

CASA DE AUSTRIA

D. Luis de Haro, receloso de

él

por su conducta en

la

guerra de Cataluña y por sus libres conversaciones, comenzó á espiarle, logrando al fin interceptar una carta,

que D. Carlos enviaba á su hermano D. Juan,

castella-

no de Milán, per medio del conde de Asentar, D. Pedro

de Acuña. Formado proceso contra

él

y

las

personas á

quienes en su carta aludía y seguido con rapidez inusitada, fueron

condenados á muerte y degollados en á 5 de Diciembre de 1648,

Mayor de Madrid,

Plaza

la

el

y D. Pedro de Silva, marqués Sagra de Toledo, como convictos, sepregón decía, «de que trataban y solicitaban que

citado D. Carlos Padilla

de

Vega de

la

gún

el

la

»se cometiese traición contra

portugués, llamado

la

corona»

(1).

Un

capitán

Domingo Cabral, que había

sido

confidente de éstos y fué condenado también, pocos días antes murió en la cárcel.

En una Relación que hay

manuscrita de este suceso (2), se dice que era el don Carlos «hombre de ingenio agudo^ inquieto, sedicioso, »soberbio y no poderoso de sí mismo». D. Pedro de Silva, á quien se le sorprendió

es

dilla,

»dito,

Pero

allí

mismo

calificado

más culpado, en

la

carta,

con

la

de Pa-

de «legista de algún cré-

prudencia y gravedad». apariencia, de todos era don

aunque se deseaba en

el

una

él

Rodrigo de Silva, duque de Híjar y conde de Salinas, que, según declararon los reos precedentes, trataba con su ayuda de hacerse rey de Aragón. Basta para demostrar el

que era capaz de cualquier cosa aquel personaje,

hecho de haber declarado en

el

proceso,

como prue-

Archivo general de Simancas: Diversos de Castilla. Le(1) gajo 32, piezas 1, 2, 3 y 6. En un tomo de Papeles varios, de mi propiedad. (2)


BOSQUEJO HISTÓRICO

298

ba de su lealtad

al

rey,

que formalmente

le

había pro-

puesto á éste encargase de envenenar, por medio de un criado suyo

muy

diestro en ello, al

duque de Braganza;

propuesta que por cierto desechó con nobleza Feli-

pe IV. Tiene

el

autor de esta obra á

la vista el

testimo-

y una relación particular del tormento que hizo dar al duque el implacable D. Pedro de Amezquenio legal,

uno de sus jueces, durante hora y cuarto, y esos documentos no permiten dudar que era de robustísimo

ta,

temple

el

corazón de aquel magnate. Después del cuar-

to garrote, sajado al

ponerse en

y destrozado le» llevaron al lecho, y á uno de los presentes que «toda-

él dijo

»vía estaba para hacer dos versos».

Mucho

le valió

tan

extraordinaria firmeza, porque habiéndolo negado todo,

antes y después del tormento, las declaraciones de los otros reos contra su persona quedaron en meras pre-

sunciones, que

como

se decía entonces,

purgó

el tor-

mento. Los jueces se limitaron, pues, á condenarle á reclusión, advirtiéndole al rey que, por lo

que habían

notado del carácter del duque, convenía que fuese perpetua. Impresa está también la defensa del duque,

en respuesta á

la

que

acusación del fiscal D. Agustín del

Hierro, escribieron los letrados D. Esteban de Prado

D. Pedro Muriel Berrocal, en

la

cual consideran á

y

don

Carlos Padilla como un hombre «totalmente fuera de

y su carta como un conjunto de delirios (1); alegando además que si el propio D. Carlos y D. Pedro >razón>>

acusaron á aquél, no fué sino con apremio de tormento

¡Tan antiguo es el recurso de considerar locos á los auto(1) tores de los grandes crímenes, sobre todo políticos, los leguleyos a quienes la piedad legal confía la defensa!— J. P. de G.


299

CASA DE AUSTRIA

y rechazando el testimonio de los otros testigos á causa de hablar de oídas, ó por referencia casi todo. Don Pedro de Silva declaró, sin embargo, de ciencia propia, duque y á D. Carlos en el Prado, «que España estaba ya perdida, y que así se había de í>tomar partido con Francia, antes que muriese sin su»cesión S. M.>, que estaba viudo entonces, «para que

haber oído decir

al

duque, sobre ser rey

»ella asistiese á la pretensión del

»de Aragón». Las frecuentes entrevistas y tratos entre duque y los otros reos, nadie los negaba, por otra

el

y confrontados, en suma,

parte, ción,

los cargos

que también cerré impresa, con

los

de

de

la

la

acusa-

defensa,

parece que los tribunales de nuestros días difícilmente habrían sido menos severos que

duque de

Híjar.

el

Nunca mejor que,

de entonces con

al

el

salvar éste la vida

á fuerza de sufrimiento, se demostró quizá

la

verdad de

aquellos versos de un largo romance contemporáneo

ti-

tulado Sueño político, cuyo autor se supone que fué

un D. Melchor de Fonseca y Almeyda, y en

el

cual se

decía ya, entre otras cosas, á Felipe IV:

Aunque

las leyes lo ordenen,

advierte que en ios tormentos,

no se averiguan gran

re}',

las culpas,

sino los esfuerzos.

Justo es añadir, no obstante, que, habiendo alcanza-

do

la

muerte

preso,

el día

al

duque en 1663, estando todavía en León recibió el viático dirigió una

mismo en que

carta al rey, por medio de su confesor el P. Francisco de

Gandía, protestando de su inocencia y apelando

al

Tri-

bunal de Dios, que tenía vecino, contra su sentencia.

La

ocasión suprema en que escribió aquella carta, los térmi-


BOSQUEJO HISTÓRICO

300

nos de

ella

y la confirmación que dio á tal protesta el conde su ministerio, pueden hacer

fesor, con la autoridad

dudar de pero

la

culpabilidad del duque, á pesar de lo dicho;

que aparentemente dan á entender los documen-

lo

tos, es lo contrario.

Por

los

mismos

días en que se ejecu-

taron los mencionados castigos fué degollado en la cárcel

de Segovia D. Francisco Manuel Silvestre de Guzmán,

marqués de Ayamonte y jefe de aquellos descontentos de Andalucía, de que hablaba en su carta Padilla. Hay relación particular de este suceso, hecha por el famoso Diego de Colmenares y dada también á rrespondencia de los jesuítas, del

Fueron á todos

luz en la co-

Memorial

histórico.

los tres citados caballeros cortadas las

cabezas por detrás, aunque

de Ayamonte logró

el

el

favor de que esto se hiciese con

él

después de muerto;

pregón de los que salieron

al

público decía,

mas la

el

como

sentencia, «por traidores y coiispiradores contra la

»corona», según se lee en unas cartas de Pellicer cronista

1663, dio tro del

Ustarroz

(1).

mucho que

Buen

al

Algunos años después, hacia

hablar también

el

Retiro, entre cuyas tablas

suceso del tea-

y

al

pie de los

lienzos pintados de las decoraciones, se descubrieron cierta

mañana

las cenizas

habían colocado

allí,

de una cuerda quemada que

tocando con tres ó cuatro papeles

en que se contenía más de una

cuerda había resultado corta,

al

libra

de pólvora. La

consumirse, por no

puso y le prendió fuego, haber calculado bien el que lo que había de embeber conforme fuera ardiendo. Al la

Biblioteca Nacional: V, 104.— Híjar, que aparece como (1) D. Rodrigo de Silva en la causa, se llama á sí propio en su carta al rey D. Rodrigo Sarmiento de la Cerda, Mendoza y Villandrando, apellidos que muestran bien su antigua y esclarecida nobleza.


CASA DE AUSTRIA

301

punto se puso preso, con sospechas fundadas, á un berberisco, esclavo del marqués de Heliche y del Car-

y no se tardó en averiguar que este marqués había procurado envenenarle en la cárcel, por medio de un

pió,

paje suyo, á quien se cogió

negar

el

marqués

mandato suyo

el

No

pudiendo

calumniara, atribuyendo á

lo

proyectado incendio. El esclavo, en

tanto, superior por lo que se

sabía aprovechar

veneno.

alegó para justificarlo que

tal intento,

temía que aquel infeliz

el

ve á su amo, que tan mal

las lecciones del célebre doctor

Váz-

quez Siruela, que lo educara, nada declaró, aunque se tormento, que pudiera comprometerle. Pero antes de mucho se averiguó también, por más que lo negase

le dio

el

marqués

al

principio,

que tenía en su poder una

llave,

con la cual podía abrirse una puerta que conducía teatro y al lugar

mismo en que

pólvora. Habitaba entonces milia en el

Buen

al

se hallaron cuerda y

rey Felipe ÍV con su fa-

y que

Retiro,

quiso prender fuego

el

al

el

marqués

del

Carpió

teatro con manifiesta probabili-

el edificio y la familia que precede, por demás demostrado. Pero este marqués del Carpió, D. Gaspar de Haro y Guzmán, era Hijo del ya difunto primer ministro D. Luis Méndez de Haro y sobrino carnal y heredero

dad de que ardiese á real pereciese, está,

la

par todo

con

lo

conde-duque de Olivares, y con singular blandura, por eso sin duda, hizo el rey que se siguiese su procedel

so.

Nombrósele un

fiscal,

que más bien

le

favoreciera

que lo culpara, atribuyendo á motivos y fines insignificantes aquel hecho y considerándolo como simple incendiario para to,

que

el

librarle, entre otras cosas, del

tormen-

presunto delito de lesa majestad llevaba

consigo. Los hechos constan de esta propia manera,


BOSQUEJO HISTÓRICO

302

aquí narrada, en un escrito formado en defensa del marqués, de qué corren muchas copias, y que se intitula

causa que motivó la prisión del marqués del Carpió, duque de Montoro. Sentó luego plaza el marqués de soldado particular Arte de lo bueno y lo Justo

y

sirvió bien

en

la

la

guerra; pero ésta fué

ción de un delito tan grave,

haberle hecho

para

el rey,

al

la

única expia-

parecer intentado por no

como á su padre, primer ministro. más respetuosos seguramente

No

eran los nobles así,

con

la

corona que los del tiempo de Enrique IV ó Fernan-

do V. La

política

do, pues, á

la

de Felipe

con ellos no había logra-

larga otra cosa que hacerlos cortesanos

y conspiradores en vez de guerreros y osados; y pe IV, que

al

Feli-

firmar la sentencia de los cómplices de

Híjar había puesto de su letra que con harto dolor de

su corazón la firmaba y sólo por respeto á la justicia, y que, á tan poca costa, dejó libre á Heliche, tampoco logró con sus bondades sino desmoronar lo principal

de

la

dad

obra levantada por su abuelo: que era

la seguri-

interior del reino (1).

Cuando

tal

era

el

estado social,

la

desorganización é

inmoralidad administrativa tenían que ser, naturalmente,

inmensas. Pagábase en cada plaz^de guerra ó cada ejército

doble número de gente de

la

que había; abastecíanse

á gran costa las fortalezas y armadas, y luego se halla-

ba que los bastimentos no llegaron ó se vendieron. escribía precisamente en aquel <Por cuyo engaño»

El examen de estos procesos, hasta aquí no conocidos, (1) merece mayor detención; pero eso es propio de un trabajo de otra índole. Aún se lia dilatado más aquí el autor que debiera, por la

extraña obscuridad en que han estado hasta aliora aquellos su-

cesos.


CASA DE AUSTRIA

tiempo

el

autor de Estebanillo

muchas

»ron

303

González— «se

perdie-

y se malograron muchas ocasiopudiera decir acerca de esto y de otros

victorias

»nes; que de ello

»sucesos que han pasado y pasan de esta misma calidad, »no sólo á patrones de galeras, sino á gobernadores de »villas

y castellanos de fortalezas, y á municioneros y

»pfoveedores, en quien puede más

>que

el

blasón de

la lealtad.»

fuerza del interés

la

Vendíanse hasta

las

muni-

ciones de las plazas y bajeles, y los capitanes de las compaíiías buscaban gente perdida que

el

día de la re-

vista hiciese de soldados para fingir número, no llevan-

do consigo la

la

mitad del que cobraba.

De

aqui nacía que

corte dispusiese una empresa, fiando en que basta-

con arreglo á los documentos y partes de los generales, y luego se malograba, porque éramos

ban

las fuerzas,

inferiores á los contrarios.

ces hasta

la

Comenzó

á menguar enton-

antigua lealtad española; porque no se vio

en tiempo de Carlos

V

y

los

primeros Felipes, capitán

ó soldado que vendiese un puesto

ahora se hallan,

ni

más

ni

al

enemigo, y aquí

menos que en

otras nacio-

nes, íbase perdiendo, asimismo, la rigurosa subordina-

ción de clase á clase, que anteriormente se observaba.

En 1654 hubo un caso que, así por demostrar bien esto último, como por la precipitación y anarquía judicial que revela, es digno de citarse. Servía un D. Antonio de

Amada

al

marqués de Cañete, y era muy querido de el marqués golpease á la mujer

todos. Aconteció que

de uno de sus lacayos, porque quiso impedirle castigar á su marido, con lo,

y

al bajar,

detrás de

lo cual,

ofendido éste, determinó matar-

ya anochecido,

Amada,

murió, huyendo

al

dio

al

punto.

las escaleras,

escondido

marqués una estocada de que

Fué preso Amada

y,

aunque


BOSQUEJO HISTÓRICO

304

protestó de su inocencia hasta lo último, fué condenado

á muerte, sin oírsele apenas. Tenía órdenes menores

y

lo

reclamó

la justicia eclesiástica;

pero, no atendién-

de Toledo, con cono-

dola, envió el cardenal arzobispo

cimiento del rey, cuadrillas de frailes y de criados que

robaron de

al

supuesto reo, conduciéndole en

ejecución á casa del prelado.

la

ordinaria en forzar la casa de éste

nuevo, ejecutando,

Todos

cia.

los

al

No y

el

llevarse al reo de

cabo de una semana,

grandes acudieron á escoltar

go, porque, con

la

muerte

momento

tardó la justicia

senten-

la al

verdu.

de Cañete, cada cual

del

te-

mía ya por su vida; citándose con horror que un cocheal duque de

ro había ya respondido por aquellos días

Pastrana, «que todos eran hombres y que cada uno se »tenía por hijo de su padre»; palabras y temor que ha

conservado Barrionuevo en sus Avisos inéditos, y que indican la subordinación hasta allí acostumbrada y el inopinado recelo que de nuevo comenzaba á inspirar

el

bajo pueblo. Este, excitado por los clérigos, estaba, en el ínterin,

de parte de Amada, y hubo que mandar

de Madrid á muchos de aquellos y aun nal, la

que se negó á cumplir

grandeza y

el clero,

la

al

salir

mismo carde-

orden. Temíase que entre

apoyado por

el

pueblo, se llega-

ra á las armas, cuando un suceso inopinado acabó de llenar á la corte

de espanto. El lacayo que había mata-

de Cañete, estando á punto de morir de heridas que se ocasionó en la fuga, declaró que D. Antonio de do

al

Amada el

era inocente. El dolor del rey fué

escándalo

tal,

muy

que en mucho tiempo no se

otra cosa en Madrid. Por los

mismos

grande; trató

de

días el condesta-

ble de Castilla mató á un criado suyo é hizo armas

contra un alcalde de corte, y

el

hecho fué quedar

sin


CASA DE AUSTRIA

porque

castigo,

que se

le

ni siquiera

305

cumplió

el

impuso. Tal se practicaba ya

corto destierro la justicia

con tanto esmero hizo administrar Felipe

La

superstición general no podía

más que

esto aumentando, por

fruto alguno los castigos, las

más

altas

menos de

Mas ¿cómo

ir

á todo

no dejara

la Inquisición

de perseguirla en ciertos casos.

podían dar

cuando participaban de

personas del Estado?

No

que

II.

ella

solamente

el

protonotario D. Jerónimo de Villanueva abusaba de sus

entradas en San Plácido, aparentando dar crédito á mu-

chas de las absurdas opiniones que sino que hizo creer

allí

se profesaban,

conde-duque que algunas monjas,

al

poseídas del demonio, habían revelado, entre otros dislates políticos, sión.

Y

que

condesa, su mujer,

la

suce-

consta del proceso, aunque sin nombrarle, que

estuvo aquel ministro en labios de los supuestos

halagaba. Por

cada en ellos

le daría

el

la

el

convento para

oir

de los

demonios profecía que tanto

le

correspondencia de los jesuítas, publi-

Memorial

histórico español, se ve que ni

mismos, con ser generalmente discretos y doctos,

se atrevían á burlarse siempre de las patrañas supersticiosas que corrían y recíprocamente se contaban. Ni

era

cuando en Valladolid, á presencia del obispo y salía el demonio del cuerpo de una doncella de

fácil

clero,

veinte años, á fuerza de solemnes conjuros, exponerse

á negar hechos semejantes. La célebre madre Luisa,

de Carrión de

los

Condes, vivió en olor de santidad

por muchos años de

aquella era, refiriéndose frecuen-

tes milagros

y coloquios frecuentes suyos con Dios y su Santa Madre, y fué muy visitada en su convento de graves consejeros, obispos y superiores de las órdenes religiosas. Propúsose examinar la Inquisición de 20


BOSQUEJO HISTÓRICO

306

Valladolid hasta qué punto fuera su santidad cierta;

en

el

mas

tránsito á aquella ciudad, los pueblos acudieron

en turbas á aclamarla, y

la

chancillería

y

el

obispo

manera que murió monja hubo de más alto influOtra sentenciada. sin ser jo todavía: la venerable sor María de Jesús, abadesa de

mismo se pusieron de su

parte, por

Concepción descalza de Agreda. Esta mujer insigne escribió un libro intitulado Mystica ciudad de Dios, la

de Jesucristo y su Santísima Madre, por ningún otro conducto conocidos, y que hay que suponer inspirados ó revelados. Condenado tal rico en detalles de la vida

libro por la Sorbona y anatematizado por Bossuet, pero vivamente defendido por el docto cardenal Aguirre, la Universidad de Lovaina, las de Alcalá y Salamanca y

por muchos prelados y doctores españoles, no llegó á ser puesto en el índice; porque

por

de

la la

si

congregación, suspendió

bien fué desaprobado

el

censura. Merece, por tanto,

monja que

las

Papa la publicación mayor respeto esta

demás que anunciaron revelaciones ó mimas no es posible

lagros en la época de que se trata;

dejar de lamentar, con todo eso, que de sus singulares silicios

tar

con

y trabajos ella

la distrajese

Felipe IV, para consul-

negocios políticos. Concíbese, en verdad,

que tuviera mucha necesidad de

mucha

alivio

espiritual

y

sed de remedios maravillosos Felipe IV, cuando

en Julio de 1643 dirigió su primera carta á sor María de Agreda, después de rota su antigua amistad con el conde-duque, perdido Portugal y casi Cataluña, deshechos en Rocroy los tercios viejos. Pero lo cierto es que,

desde aquella fecha hasta 27 de Marzo de 1665, es decir, menos de dos meses antes de morir la monja, mediaron entre ella y

el

rey 234 cartas, que contiene

el


í

CASA DE AUSTRIA

manuscrito de

que

la

307

Biblioteca Nacional,

el

más completo

y otras probablemente perdidas. Escribía rey á media margen para que contestase la monja en existe,

el la

otra mitad del papel, y los sitios, las batallas, las negociaciones,

buen

el

éxito, en

principalmente los

pe

fió,

resumen de toda su

política,

por aquellos largos años, Feli-

IV, á la intervención de la monja; la cual se conten-

taba con ofrecérsele, anunciarle buenos sucesos é

insi-

nuar virtuosos consejos. Justo es decir, para acabar este punto, que no se advierte en toda

menor deseo de abusar de su

cia el

monja,

para

la

corresponden-

favor, por parte de

para nadie, y que del rey Felipe IV tampoco se saben supersticiones indignas, como la

ni

ni

de tantos otros personajes de su época; denotando únicamente su excesiva confianza en sor María de Agreda estado de su ánimo, tras las desgracias referidas y espíritu general de la época. el

De

espíritu participaron,

tal

vez más

las letras.

chada entonces por

La

como

historia se

el

era natural, cada

ve confundida ó man-

falsos cronicones, y por las inscripciones y escrituras falsas que, desde los últimos años de Felipe II, habían comenzado á poner en circulación rito,

los

hombres de gran calidad y hasta autores de mé-

seglares ó eclesiásticos. Inventábanse, á porfía,

concilios, obispos, santos, religiosos, para halagar la

piedad de los gías

fieles

de una parte, y de otra, genealo-

y personajes que no habían

contentar

la

existido jamás, para

vanidad de los nuevos nobles, faltando poco

para que pasara ya por un incrédulo

el

discreto pero

piadoso Mariana. Por de contado que nada se escribía, al propio tiempo, de verdadera filosofía en España

como no

fuesen exposiciones de Aristóteles ó alguna


BOSQUEJO HISTÓRICO

308

de Platón, hechas en

como

tinguido

Fox

generalmente. Habíase dis-

latín

filósofo,

en

el siglo anterior,

Sebastián

Morcillo, que estuvo para ser maestro del príncipe

D. Carlos y profesaba una doctrina mixta de los dos mayores filósofos griegos y algún otro. En romance,

Juan Huarte y doña Oliva Sabuco, Venegas, Mejía, Oliva y Cervantes de Salazar, publicaron también obras notables de especulación, aunque no de verdadera filo-

Pero

sofía.

la

dirección predominante del espíritu na-

cional llevó á escribir libros místicos, antes cos, á

muchos más

la

des místicos entre nosotros, siendo,

Granada

como

tal,

el

merezca

el

mismo, gran-

lo

como

es sabido,

primero de todos por su elo-

jesuíta

leerse.

que

Teología. Después de Juan

de Avila y de Santa Teresa hubo, por

cuencia y estilo y

filosófi-

escritores, sin contar con los

enseñaban formalmente

fray Luis de

que

Nieremberg

Mas

el

último, que,

bien pronto se corrom-

pió totalmente el gusto de este género de escritores,

hasta venir á parar en ridículos catálogos de citas sa-

gradas é intrincados conceptos, que indeliberadamente

pecaban de panteísmo algunas veces. Las

letras filosó-

ficas y místicas puede decirse que fueron las primeras

que decayeron por completo. Resistió casi tanto

como

la

Teología misma,

la

la

jurisprudencia

decadencia, des-

pués de haber sido con no menor gloria que

vada en

el

ella culti-

Siglo de oro, resplandeciendo aquella cien-

cia, tras los

famosos Gregorio López y Antonio

Gómez

obras del insigne D. Diego de Covarrubias y Leiba, altamente alabado por los venecianos que le co-

en

las

nocieron y en las de Alfonso de Acevedo, Luis Vázquez

de Avendaño, D. Cristóbal Crespí de Valldauray otros innumerables autores. Después de los teólogos y

juris-


CASA DE AUSTRIA

que más brillaron en

tas, ios líticos

que desde Felipe

III

309

las ciencias fueron los po-

comenzaron á

escribir fre-

cuentemente en castellano,

y los economistas, que

también usaban casi siempre

el

perjudicado

mucho

dido con ellos

la

romance, aunque haya

á estos últimos

haberse confun-

el

vocinglera turba de los arbitristas, pro-

época y aun por el carácter del conde-duque, como se ha dicho. Señaláronse entre los políticos, por sus ideas liberales, el autor de la Ley regia, en Portugal, Juan Salgado de Araujo, que admitegidos por los apuros de

la

Pacto de las sociedades humanas y la soberanía nacional, combatiendo como dañosa la doctrina de que

tía el

debían tener los reyes privados, y entre los absulutistas, Jerónimo de Ceballos, que en su Arte real sostuvo que, en

lo

temporal, no debían reconocer los reyes supe-

rior,

por

á su

juicio,

lo

que no era otorgar servicios lo que hacían, las Cortes, sino pagar deudas de vasallos

á sus soberanos, llegando hasta admitir que los reyes

de España poseían gracia

natural para echar los

demo-

nios del cuerpo. Juan Pablo Mártir Rizo, D. Diego de

Tovar, D. Francisco de Quevedo, D. Diego de Saavedra Fajardo, Baltasar Gracián y otros muchos, escribieron también

muy

notables libros de Derecho pú-

como fuera de España; porque Empresas políticas, de Saavedra, por ejemplo,

blico, tan famosos dentro

de

las

se hicieron doce ediciones castellanas y tres traducciones, en latín, francés é italiano,

y

y

el

Oráculo manual

arte de prudencia, de Gracián, no tan sólo fué tra-

ducido á estas lenguas sino también á viendo además

allí

de texto en

en este punto es que mientras

la

alemana,

las escuelas. el

Lo

sir-

raro

Santo Oficio hacía

quitar del libro de Eugenio de Narbona, intitulado

Doc-


BOSQUEJO HISTÓRICO

310

trina civil y política, las menores alusiones á la pereza de los reyes y al favor excesivo de los ministros,

que pudieran

referirse á Felipe

ó Felipe IV, y no fal-

líl

taban inquisidores que hallasen olor de herejía en el

hecho de no citarse en aquella obra escritores sagrados, sino gentiles ó profanos (1), los jesuítas publicasen á

mejor papeles en castellano, agitando cuestiones

lo

como

la

quico,

que

de

es mejor tener gobierno que no tener-

si

es preferible el gobierno democrático

lo, si

si

es

más conveniente

la hereditaria, si

monár-

monarquía electiva

la

es ó no

al

lícito

matar

al

tirano

y mandó recoger el Conordenando que no imprimiese la Compañía

otras semejantes, que en 1632

sejo real,

más conclusiones sin su permiso. Á las veces sorprende, más todavía que el atrevimiento de los políticos, de los ecomistas, sobre todo

el

enecían, entre estos

Ya to

el

de

últimos,

el

de los que perte-

estado eclesiástico.

al

canónigo Navarrete había condenado las

comunidades religiosas y

la

el

aumen-

expulsión de los

moriscos, después de hecha, que era bastante; pero

en 1651 hubo un secretario del Supremo Consejo de Inquisición,

la

de nombre D.

Felipe Antonio Alosa

Rodarte, que, en una obra intitulada Exhortación al

estado eclesiástico, anunció ya á éste que llegaría tiempo en que los seglares volvieran á cobrar, necesitados, lo que sin necesidad «les dieran sus antepasados tan

liberalmente».

Muchos de

estos economistas, á

ejemplo de Mariana, pero cuando precisamente cada día se estaba alterando

(1)

el

valor de

la

Archivo general de Simancas:

moneda, negaron que

\n(\n\s\c.\6n.

calificaciones de Libros. Legajos 5", núm.

6.

Censuras y


CASA DE AUSTRIA

311

y son durísimas las censuras, fundadas unas, infundadas otras, que dirigie-

el

rey tuviese potestad para

ello,

ron todos á cuantas disposiciones se dieron para mejorar la

Hacienda ó remediar

la

miseria pública.

No

estaba,

en suma, en aquel tiempo tan destituido de censura ó fiscalización el poder como se piensa generalmente. Los predicadores convertían los pulpitos en tribunas, sobre

todo en las Cuaresmas, y tronaban libremente contra cuantos eran ó ellos juzgaban abusos y errores del poder civil; los

escritores clandestinos atacaban sin piedad, en

prosa ó verso, á los ministros y

al

quien circulaban impunemente las las;

rey mismo, contra

más sangrientas

bur-

los políticos y economistas, cual queda expuesto,

criticaban á la par en tono grave todo lo que era ó les

parecía digno de reprobación. Si hubiera habido tanta libertad entonces para tratar de historia, de filosofía,

ciencias naturales,

y

el

Consejo

real

como

para examinar los actos de los gober-

nantes y juzgarlos, otro habría sido de seguro intelectual de la nación en aquella era.

Mas

de

solían permitir el Santo Oficio

rey y de

la afición del

la

corte á

la

el

estado

poesía dra-

mática hizo que sin disputa fuese este género de

litera-

como escribimos tiempo hace y aquí literalmente copiamos, el que más cultivase y en el que más brillara

tura,

entonces ficar

como

el

ingenio español; de

tal

manera, que, á

cali-

por su rasgo más característico este reinado, así del

de Felipe

III

puede decirse que fué de

frailes

y monjas, de éste habría que decir que fué de cómicos y comedias. Jamás en tiempo ó nación alguna se ha cultivado con igual entusiasmo y talento

como en España y durante Catorce años duró

la

el

el arte

dramático

reinado de Felipe IV.

vida á Lope de Vega, después de


BOSQUEJO HISTÓRICO

312

muerto Felipe

ÍIÍ,

y en todo este tiempo no dejó de comnombre va unido también al

ponerlas; de suerte que su

de Felipe IV.

Mas Calderón

Tirso y Moreto y Rojas y

fué ya todo suyo, y

corcovado Alarcón

el

,

él

y

escri-

bieron para su placer y el de la corte, La vida es sueño, El desdén con el desdén, El burlador de Sevilla, García del Castañar y La verdad sospechosa, inmortales obras.

Á

la

par de estos ingenios de primer orden, hizo

Guillen de Castro

el original

de El Cid; Luis Vélez de

Guevara y Moníalván, lograron aplausos; la Hoz y Mata, escribió su Castigo de la miseria; Diamante, su

Judía de Toledo; Solís, sus obras dramáticas que eclipsó más tarde el mérito singular de sus páginas históricas; D. Fernando de Zarate y el judaizante Enríquez

Gómez,

las suyas,

sean dos ó sean una propia persona.

Florecieron también Mira de Mescua, Matos Fragoso y

D. Antonio Hurtado de Mendoza, Belmonte y Ley va, si no con tan grande ingenio como los primeros, con bastante para ser recordados:

y aun detrás de

los poetas

de

primero y segundo orden, aparecen otros no despreciables todavía: Villayzán, á cuyas comedias asistía siem-

pre disfrazado Felipe IV, las tenía; Zabaleta, el

tal

era

la

estimación en que

primero que escribió en España

artículos de costumbres, tan ingenioso en ellas cuanto

penoso en sus reflexiones y escritos morales; el noveSalas Barbadillo, infeliz en la poesía épica y no

lista

muy

aventajado en

la lírica;

D. Alonso del Castillo So-

lórzano, también novelista y bueno,

mas no

así poeta,

aunque algunas de sus novelas estén en verso; Coello, D. Jacinto y D. Rodrigo, los hermanos Figueroa, D. José y D. Diego, Jiménez Enciso, D. Jerómino de Cáncer, que pudiera llamarse medio poeta, los Herreras,


CASA DE AUSTRIA

313

pues sólo escribió por mitad; Villaviciosa y Avellaneda, colega del anterior; Vélez, el hijo; Monroy; un cierto maestro León, harto distinto del gran

lírico

en mérito y el doctor

fama; Muxet y Solís, Matías de los Reyes y

más dado que á las humanas á las comedias religiosas. En estas últimas emplearon también Felipe Godínez,

su ingenio

el

maestro José de Valdivielso, no mejor dra-

mático que épico;

fray Hortensio Félix Fa-

el trinitario

lavicino, predicador

de Felipe IV, hombre no

talento, pero de deplorable gusto é ingenio, las delicias

de todo

el

de

falto

de

que hacía

corte con sus sermones y la desdicha

la

mundo con sus comedias;

los jesuítas

Céspe-

des y Calleja y otra multitud, en fin, de frailes, caballeros y autores anónimos, indignos ya de memoria.

Mas no

es de olvidar con ellos

el

nombre de Luis Qui-

ñones de Benavente, que pretendió resucitar en España la ditirámbica imitación

tro géneros en

de Aristóteles (uno de

que éste dividía

cual consistía en juntar en una sica ni el

á

y

baile.

nombre

ella,

No

podría ser

ni la

y sólo fué

la

la

los cua-

imitación poética), la

misma pieza verso, múmás alta; pero

pretensión

materia de sus obras correspondieron al

cabo ingenioso autor de bailes, en-

tremeses y saínetes, en cuyo género de escribir

le

acom-

pañaron Cáncer, Avellaneda y otros de los escritores vulgares de la época. También escribió comedias y medias comedias D. Francisco de Quevedo, y no falta quien suponga que las compuso el propio monarca, bajo el título

de Un ingenio de esta corte, anónimo enton-

ces empleado de muchos.

Con

tantos poetas y comedias

no podían menos de ser muchos y buenos también los comediantes. Señaláronse, desde fines del reinado de Felipe

III

hasta

la

muerte de Felipe IV, aquella María


BOSQUEJO HISTÓRICO

314

Calderón,. en quien tuvo á D. Juan de Austria; sara,

la

Balta-

que purgó sus libertades de cómica con penitente

hermosa Josefa Vaca y su marido Alonso Mollamado el príncipe de los representantes; los

vida; la rales,

dos Olmedos, padre é

hijo,

hidalgos é infanzones;

el

desvergonzado Juan Rana, encanto, por sus gracias, de la corte;

Roque de Figueroa,

Néstor de los cómicos;

el

María Riquelme, notable por haber sido virtuosa en

las

tablas en aquel tiempo; Bárbara Coronel, mujer varonil,

célebre en aventuras y costumbres impropias de su

sexo y homicida á lo que se cree de su marido; Eufrasia de Reina, casada á un tiempo con dos maridos; la

famosa Amarilis, María de Córdoba;

el

noble caballero

D. Pedro de Castro; Sebastián del Prado, que fué con

doña María Teresa á París, y durante mucho tiempo representó allí comedias españolas con grande la

infanta

aplauso, y otros innumerables hidalgos, clérigos, frailes

y personas de toda condición y estado, aficionados la justicia de la época

á un género de vida que miraba

con particular indulgencia. Queda en esto por decir que, así

como

al

rey se

le

cuenta por muchos entre los

poetas dramáticos, á las princesas españolas podría

también contárselas entre las cómicas de su época. Por el

mes de Mayo de 1622 se representó, en

los jardines

de Aranjuez, una comedia fantástica del conde de mediana, titulada tro

La gloria de

Villa-

Niqítea, labrándose tea-

de madera y telas á mucha costa; asistieron el rey, D. Carlos y D. Fernando y gran concurso de

los infantes

cortesanos, de

modo que no

se vio, según

lugar vacío. Hizo en esta comedia la

el

hermosura, doña Isabel de Borbón;

María, representó

el

de Niquea, y

el

narrador,

papel de Reina de la

infanta

los otros las

doña

damas


CASA DE AUSTRIA

y criados de fué

muy

315

casa y hasta una negra esclava, que

la real

aplaudida. Es igualmente sabido que la infanta

doña María Teresa, reina luego de Francia, representó con sus damas una comedia lírica de D. Gabriel Bocángel Unzueta, para celebrar

la

venida á España de

su madrastra dona Mariana. Pero á pesar de afición

que

hechos demuestran á

tales

mática, decayó ésta también

géneros de

al fin,

la

la inaudita

poesía dra-

como todos

los otros

literatura.

Había heredado Felipe IV de su abuelo y su padre á Góngora, poeta de grande originalidad, el cual, hallando ya manoseada

la

forma clásica, inventó, para

guirse, una extraña y contraria á todos los

distin-

buenos

prin-

que de su nombre se llamó gongorismo, y también culteranismo, por la afectación de cultura de que cipios,

se hacía alarde.

En vano

escribió Rioja su Epístola

moral, de tan noble y clásico estilo, y sus puras Silvas á las flores; en vano Jáuregui hizo aquella correcta traducción poética, que es

rado

al original;

la

única aún que haya supe-

en vano rivalizó en sencillez Villegas

con Anacreonte, y Espinosa con Teócrito en buen gusto; en vano Quevedo descargó directamente los terribles golpes de su crítica contra los innovadores.

arrastrado otro de sus

él

mismo por

con los más de los

líricos

entre los sectarios de

forma,

ella antes

mayores enemigos, con

el hijo infeliz

de mucho con Lope, el

mismo Jáuregui y

de aquella Edad. Señaláronse

Góngora y apóstoles de de

Fué

la

la

nueva

casa de Oñate, que con

el

nombre de conde de Villamediana fué tan trágicamente famoso; y Baltasar y Lorenzo Gracián, que redujeron á reglas y doctrina lo que era solo deplorable extravío.

No

tardó éste en comunicarse de

la

poesía

lírica

á

la


BOSQUEJO HISTÓRICO

316

Lope y

dramática, afeando sobremanera los dramas de

de Calderón, introduciendo una afectación de sentimiento que mataba la verdad, y un alambicamiento de estilo

que obscurecía los más bellos rasgos del ingenio;

á la poesía épica, en que produjo tan miserables abortos

como algunos de

los'

cantos del mismo Lope;

al

Ma-

cabeo, de Silveira, y la Virgen de Atocha, de Salas Barbadillo; á la historia, que ennoblecida aún con las páginas inmortales de Moneada y Meló, tuvo que soportar que

Céspedes de Meneses,

el

novelista, narrase

en culto los primeros años de Felipe IV;

mo, donde

el

al

pulpito mis-

padre Paravicino explicaba también

la

noble y sencilla doctrina de chado y pedantesco, salpicado de retruécanos, paranomasias, conceptillos, trasposiciones, neologismos, Cristo, en el lenguaje hin-

latinos ó griegos,

y alusiones mitológicas que, en ver-

so ó prosa, formaban los especiales caracteres de la

nueva escuela.

No

se comprende, sin recordar los ante-

cedentes y meditarlos, cómo pudo sobrevenir en breve plazo revolución tan completa. El genio y

la

fatalidad

de un solo hombre no bastaban para eso; y más cuando él, aunque eminente, no alcanzaba superioridad alguna sobre varios de sus secuaces. Traslúcese antes de estudiar

el

asunto, que algo debía haber en los espíritus,

y algo en

lo

general de

la

que voluntariamente no algo no podía ser cias tras.

la

más que

que facilitara la emnueva escuela á muchos

nación

presa, y aun impusiese acaso

la

,

habrían seguido jamás. Este el

apartamiento de

las cien-

y el casi exclusivo culto de la poesía y buenas leOciosa ya la razón y falta de ideas nuevas la inte-

¿qué había de hacer la poesía, ceñida á los estrechos límites de lo pasado y entregada á su sola ligencia,


CASA DE AUSTRIA actividad, sino devorarse á

317

misma? Tarde ó tempra-

no eso tenía que suceder, y sucedió á fines del reinado de Felipe IV. Porque ni la literatura en general, ni la poesía,

la

más

nes, son sino

y perfecta de sus m.anif estacioforma de ideas preexistentes, un cier-

flexible

la

to espejo donde se reflejan las épocas con sus senti-

mientos justos ó injustos y sus verdaderos ó falsos principios;

y como forma y espejo que son

potencia para crear por sentan. Tal vez nacen

poetas juntan

la

,

no tienen

solas la substancia que reprehombres que á su cualidad de

de filósofos, é inquieren y crean, y can-

tan á un tiempo; pero la singularidad de tales ingenios

no contradice

la

les condiciones,

marcha general ni,

en

el

del arte en sus natura-

caso presente, perseguida

con sistemática saña, hubiera andado

la filosofía

más

segura debajo del manto vistoso de los versos que debajo de los latinos infolios, salmantinos ó complutenses,

Y

así

poderoso

como mientras manan y corren río,

las ideas

en

producen sus riberas lozanas é innumera-

bles las flores literarias, así

cuando suspenden su movi-

miento las aguas, no acuden nuevas y se estancan las antiguas, vienen la putrefacción ó la decadencia, tarde ó temprano. ¡Dichosos los primeros que, bebiendo las

aguas corrientes y claras, pudieron hacerse inmortales! Los segundos las encuentran turbias y escasas, y quizá con tanto ingenio como los primeros, son mucho menos felices en sus producciones. Los terceros sienten ya sed y repugnancia, anhelan por nuevas aguas, cla-

y copiosas; quisieran descubrir manantiales nuevos; los buscan por todas partes, y entonces nace precisamente el hombre de la decadencia. Es éste, de ordina-

ras

rio,

un ingenio creador, de poderosa fantasía, de

alto


BOSQUEJO HISTÓRICO

318 aliento,

que debió ser de

y no

los primeros,

lleva

con

paciencia ser de los últimos; que quisiera ser original,

y no halla cómo serlo; ofendido de la gloria de sus antecesores, no más dotados de genio, sino más oportunos en nacer; deseoso de igualarlos é imposibilitado de seguirlos; jardinero de estío, espigador de invierno, sin flor ni

grano que recompense su

fatiga. Tal fué,

en

suma, Góngora. Y cuando llegan tales circunstancias, y cuando el hombre de la decadencia busca camino por donde huir del desierto que le rodea, no halla, no puede hallar más que uno solo, que es

el

de alterar

la for-

ma, ya que le falta el fondo: distinguirse por la palabra, ya que no por el sentimiento ó la idea. Entonces, en lugar de encerrar en frases sencillas ideas sublimes,

pomposas é hinchadas palabras; hermosa desnudez el estilo, le vis-

presta á vulgares ideas

y en vez de dejar en

de paranomasias, y cuantas galas afecla metáfora natural por la vio-

te retruécanos,

tadas imagina. Desecha lenta;

abandona

nacional por

con

el

la

la

palabra propia por

extranjera; confunde

ingenio, lapedanter'a con

la

el

la

extraña, la

alambicamiento

erudición, lo relum-

y verdadero. Y por ser todo esto efecto de circunstancias comunes, se explica solamen-

brante con

te

que

los

lo claro

más de

los ingenios cedieran tan pronto al

hubo algunos que por cierto tiempo contagio, y que resistieran, no hubiese ninguno al fin que se salvara. si

Aquellos ingenios afortunados, que habían nacido en

época de buen gusto, y alimentado su espíritu con los buenos modelos, todavía en medio de las aberraciones de

la

nueva escuela dejaron inmortales obras,

palmente en criados ya en

la el

princi-

poesía dramática. Pero sus sucesores, cieno de

la

corrupción

literaria,

no

imi-


CASA DE AUSTRIA

más que sus

taron

y con

la

pues,

la

faltas,

319

no aprobaron sino sus

delirios;

poesía desaparecieron los poetas. Acabó

primera de las artes,

la

de

la

así,

palabra, entre

nosotros, perdida en las tinieblas del gongorismo, á par que en Francia anunciaba Descartes

moderna, á

la

la

la filosofía

par que Corneille y Racine creaban

la

tragedia francesa, y Moliere perfeccionaba la comedia

de nuestros días sobre modelos españoles. Aquella gloria poética tan grande, aunque seguida de

acompañada de

tan mortal caída, fué

de

la pintura.

Este otro arte, tan favorecido por Car-

y aun por el propio Felipe III, llegó reinado de Felipe íV á su apogeo. No en bal-

los V, por Felipe

durante

el

otra no menor: la

II,

de aquellos dos primeros monarcas habían hecho venir á España los primeros maestros y los mejores cuadros de su tiempo. lipe

III,

Con

ellos se formaron, en

tiempo de Fe-

pintores inmortales, que reinando Felipe IV

fueron ya asombro de las gentes.

monarca, entre sus vanidades,

la

Tuvo

este último

de que se empleasen

en su servicio los primeros pintores que entonces tuviese

el

mundo, españoles

los

más, no pocos

italianos

y

flamencos, de sus provincias subditas ó dependientes; los cuales transcribieron al lienzo todos los objetos

su amor y cuantos asuntos podían halagarle. ofrece larga muestra

el

Museo

retrato de su padre Felipe

pincel de este grande

de

la

niñez hasta

las huellas

que

la

la

III,

hombre

De

del Prado. Allí está el

obra de Velázquez; y le

de

ello

sigue á

él

el

mismo, des-

edad madura, acertando á trazar

edad y

los placeres iban

dejando en

su rostro, con sagacidad inimitable. Allí están doña Isa-

doña Mariana, la príncipes infortunados don

bel de Borbón, la bella francesa, y

orgullosa austríaca;

allí

los


BOSQUEJO HISTÓRICO

320

Baltasar y D. Felipe Próspero; garita y aun

el

,

doña Mar-

infanta

allí la

conde-duque á quien

el

rey,

consideró más que á nadie de su familia, por pincel de Velázquez retratados.

La

no amó,

si

el

propio

historia de la Vir-

gen, casi entera, representada por Bartolomé Murillo, y los muchos cuadros místicos de éste y de Zurbarán encantan asimismo

allí

de haber presenciado en sus palacios. allí

do

los ojos

el

allí

Y

después

flam.enco Snayers ha dejado

pintadas sus cacerías, y

des.

artistas,

devociones del licencioso rey

las

También

de los

el

P.

Mayno ha

conserva-

en alegoría su vana esperanza de reducir á Flaná la par se ven por donde quiera, las pasajeras

y últimas glorias de los primeros días de su reinado; de una parte de tra el

la

campaña

del

gran duque de Feria con-

Monferrato, representada en

la

marcha sobre

Acqui, cuadro del aragonés José Leonardo; de

campaña el

mismo duque en

del

socorro de Constanza y

la

otra, la

Alsacia, representada con

expugnación de Reinfeldt,

cuadro del florentino Vicente Carducci; ya

el

cuadro

del madrileño Eugenio Caxes, que señala

el

nuevo des-

embarco de

al

mando

los ingleses cerca

de Cádiz,

del

conde de Lest, y la conducta valerosa de aquel maestre de campo, D. Fernando de Girón, que, enfermo y atormentado de

la

gota, se hace llevar en

á disponer tan gloriosa' victoria; ya el

antecitado Vicente Carducci

,

el

silla

de manos

cuadro con que

pinta á D.

Gonzalo de

Córdoba venciendo en la memorable batalla de Fleurus; ya el cuadro de Leonardo, donde pinta la rendición de Breda y al buen marqués de Espinóla, que acompañado del de Leganés, D. Diego Felípez de Guzmán, recibe las llaves

de

la

ciudad, ó

el

que

al

propio asunto dedi-

có Velázquez, uno de los mejores de este autor, y

el


CASA DE AUSTRIA

321

el nombre del cuadro de las lanzas. Por último, por Velázquez y Van-Dick está allí retratado el victorioso cardenal-infante, y por Rubens, amigo del

conocidísimo con

rey y del conde-duque,

de Nordlinghen. Nun-

la victoria

ca iguales asuntos han sido tratados por

más

altos pin-

Zurbarán, en tanto, con sus trabajos de Hércu-

celes.

les; Toledo, con sus batallas marítimas; Alonso Cano,

y arquitecto de grandes obras y poco el Españólelo, Esteban March, Rizi, los floristas Arellano y Vander Hamen, y otros muchos que fuera ocioso enumerar, se emplean en adorpintor, escultor

afortunada vida Ribera ;

nar

el

alcázar regio,

del Pardo, Aranjuez,

el Buen Retiro, los sitios reales San Ildefonso y el llamado la Zar-

zuela, y hacen que aquél sea, con razón, reputado en

España, por Para no

el siglo

de oro también de

ninguna de

callar

las

la pintura.

cosas que distinguieron

y el reinado de Felipe IV, preciso es decir algo también de los juegos de cañas, toros y fiestas caballela corte

rescas, que ocultaron por algún tiempo los funerales

de

la

monarquía.

cios nació

No

parece sino que para tales ejerci-

ya predestinado este príncipe, porque en

los

regocijos que por su nacimiento se celebraron en Valladolid,

hubo famosísimas cañas, en

con los caballeros de

la corte,

las cuales corrieron

contra su costumbre,

el

mismo Felipe III y el privado Lerma. Hijos de la antigua galantería española y árabe fueron ordinarios en ,

tiempo de Carlos V, pocos en los días de Felipe II, raros en los de Felipe III. Felipe IV les dio más vida que hubiesen tenido nunca. Apenas hubo fiesta en su reinado en que

él

no corriese cañas por su persona,

siendo celebradísimas las de 1623, con ocasión de

venida del príncipe de Gales, en

la

Plaza 21

la

Mayor de


BOSQUEJO HISTÓRICO

322

Madrid. Las cuadrillas fueron diez, con más de quinientos caballos, gobernándolas el conde-duque y Monterrey, el

marqués de Villaíranca y

los principales seño-

res de la corte: el lujo increíble, la destreza del rey

y

del principe inglés fueron

Corriólas también

el

muy

rey en 163S con diez y seis cua-

de á doce caballeros, rompiendo

drillas

zas. El casamiento de

de Hungría;

la

y gallardía celebradas.

la infanta

elección de éste

él

solo tres lan-

doña María con

el

rey

como rey de romanos;

D. Baltasar Carlos y otros tales sucesos, dieron igual ocasión á fiestas de toros y cañas, de gran magnificencia, donde el rey lució igualel nacimiento del príncipe

mente su

gallardía.

En

las del

nacimiento de D. Balta-

mismo rey, con número inmenso de músicos y escuderos. La

sar fueron los caballeros sesenta, contándose el

edad y

mo

los pesares

de Felipe IV trajeron hasta esto mis-

á decadencia en los últimos años de aquel reinado,

cuando ya dejaba

discutir

si

eran ó no

lícitas las

come-

dias mismas, y las prohibía en ocasiones. De Cortes nada hay que decir ya de nuevo en

el

entretanto. Celebráronse algunas veces todavía en los

reinos de

la

Corona de Aragón y Navarra,

y,

tilla

especialmente, húbolas de 1646 á 47,

á 51

,

en Cas-

de 1649

de 1655 á 58, de 1660 á 64 y en 1665, aunque

estas no tuvieron ya efecto por la muerte de Feli-

pe IV. Lo único que merece advertirse es que fueron las de 1665 las últimas de Castilla, reunidas por dinastía austrica.

«Ha cesado

»vió convocarlas el rey,

»ción>; decía disolvieron.

el

la

causa para que se

la

sir-

y no es necesaria esta fun-

decreto de

la

Regente, por

el

cual se

Las anteriores trataron todas, como de

ordinario, de la prorrogación del servicio

de millones


CASA DE AUSTRIA

323

y de

la extensión de alcabalas, ventas de juros y nuevos arbitrios sobre consumos. En lo sucesivo se fué ya prorrogando la cobranza de los millones con licencia

individual de los ayuntamientos de voto en Cortes, que de esta suerte se evitaban enviar y mantener en Madrid

á sus procuradores; y preferían este modo sencillo de prestar aquiescencia á lo que no hallaban ya modo de negar en la antigua forma. Todavía en el posterior rei-

nado hubo escritores

políticos, como el P. Mendo en y D. Lorenzo Matheu y Sanz en Valencia, que sostuviesen la necesidad de convocar Cortes para nuevas imposiciones de tributos todavía algunos gran-

Castilla,

;

des del reino quisieron echar mano de las Cortes para que ellas regularan la sucesión de la Corona, designan-

do sucesor á Carlos

II,

mas

el

muertas.

cS

gobierno

las dio

ya por



XI

AS REGENCIAS,

en todos tiempos agitadas

y peligrosas, lo eran más ciertamente en las monarquías absolutas de fines del siglo xvii, faltas de toda institución nacional en que apoyarse, que pueden serlo ahora, en cualquier nación regularmente el poder personal y condiciones de éxito con ejercerse para absoluto exige

constituida.

juicio,

Añádase á esto que

experiencia y carácter, que es

muy

difícil

que

una mujer, y fácilmente se comprenderá lo mucho que le faltó á doña Mariana de Austria para darle á España el gobierno que necesitaba. Al individuo aislado, ha dicho ya en otra ocasión el autor de reúna en

esta obra, le arrastran

como

leve arista las circunstan-

que no hubiera alcanzado á

y estas eran ya el monarca de más valor y de más genio, y mucho menos una regencia y una mujer. Se necesitaba «fundir la campana rota de esta monarquía, para que voltales

cias;

dominarlas

» viese

en nueva fundición á cobrar su antiguo sonido»,


BOSQUEJO HISTÓRICO

326

según decía un papel anónimo de la época; ó en otros términos, lo que hacía falta era una verdadera revolución

que arrancase de

,

estaba ya

al

alcance de

nos era indispensable

raíz ciertos la

lo

males

,

no

lo cual

casa de Austria. Cuando me-

que hubo

al fin:

una gran muti-

y un cambio de dinastía, que nos convirtiese en Estado peninsular y marítimo, de Estado

lación territorial

continental que éramos, sacándonos del palenque de las

luchas europeas, y trayéndonos grandes períodos de

reposo de una parte, y de otra ideas nuevas que ani-

masen

la

ya yerta monarquía de Felipe

más

mirar, pues, en general, con

que se ha solido hasta ahora, del gobierno

mo

II.

Hay que

equitativa indulgencia

las

desgracias políticas

de doña Mariana de Austria. Hasta

el

mis-

P. Flórez, tan sesudo, tan diligente, tan imparcial,

tan benévolo ordinariamente para las reinas católicas^

es harto severo con

la

viuda de Felipe IV. Tardó, á

verdad, poco en producir gran disgusto

nadora, con fesor

el

la

la reina

la

gober-

pública confianza que hacía de su con-

P. Juan Everardo Nithard, jesuíta,

nombrándole

consejero de Estado é Inquisidor general; para

lo

cual

fué preciso primeramente naturalizarlo. Hasta entonces los confesores habían

tomado parte en

ciéndose parciales de éste ó thard

comenzó

favoritos hasta

el

la política,

á hacer de ministro único. allí,

desde

los

ha-

otro ministro; pero Ni-

Todos

los

famosos flamencos de

Carlos V, habían sido españoles, y Nithard era extran-

Bastaban estas dos novedades y las flacas condiciones de la persona que representaba el poder real,

jero.

para resolverlo todo en poco tiempo. Pero había ade-

más una persona cerca Austria,

el

del trono,

que era D. Juan de

cual por su posición equívoca

y grande á un


327

CASA DE AUSTRIA tiempo, por

la

reputación de esforzado y hasta de buen

general que conservaba, y no sin alguna razón, á pesar de sus desgracias militares, y por haber quedado fuera del gobierno, estaba naturalmente destinado á ser jefe,

y

de una oposición sistemática á

lo fué,

la

regente y á

cuantos ministros merecieran su confianza. Los grandes

que habían pasado todo aquel

siglo disputándose secre-

y que habían llegado ya hasta á formar, como hemos visto, tenebrosas tramas políticas, sin miedo á la reina, de un lado, por ser mujer

tamente

el

poder ó

el influjo,

y regente, y alentados, de otro, por D. Juan de Austria, que, además de tener sangre real, era hombre de guerra y capaz de cualquiera aventura, rompieron ya desembozadamente el largo respeto que habían guardado á

la

Corona, desde que Carlos

alta,

volviendo á recobrar

el

V y Felipe

siglo.

pusieron

la

espíritu inquieto

animara en tiempo de Enrique IV, salva

costumbres de siglo á

11

Llena, por

la

que

los

diferencia de

tal

manera,

largo espacio de once años el antagonismo de doña

el

Ma-

riana y D. Juan de Austria, servida aquélla por el Padre Nithard, ó su segundo favorito D. Fernando de Valen-

zuela y algunos pocos grandes; capitaneando

do á

la

mayor parte de

la

el

segun-

grandeza y apoyado en

opinión popular, de una parte, porque hacía

la

la

oposi-

ción al poder, y de otra, porque los que tenían este poder en sus manos, ó eran extranjeros, como doña Mariana y Nithard, ó como Valenzuela, un hombre nuevo y de elevación rápida, circunstancias que rara vez la

multitud respeta ó perdona.

la cual

En

esta lucha, durante

se apeló á todo, hasta á la violencia, quedó

triunfante

catorce años

D. Juan, que apenas cumplió el rey á nombre de él se encargó del gobierno

fin

al ,


BOSQUEJO HISTÓRICO

328

para dar á

la

nación unos tres años no menos infelices

que los once que ya de su padre. El la

reina

morir

y

la

juicio

habían dado entre

él y la viuda la de administraciones, ambas de

le

de D. Juan,

resumió exactamente,

lo

marqués de

el último, el

rias de la corte de

España durante dice,

»vez en España», es decir,

al

Memode

el reinado

«cuando estuve por primera al

pe IV, «todavía se hallaban »ción en los Consejos,

en sus

las siguientes palabras:

Carlos II (\G79 á 1682), con

«Hace quince años»,

Villars,

y en

terminar su reinado Feliallí

el

ministros de reputa-

tesoro del rey, ó en las

»cajas de los comerciantes, bastante dinero para acor-

»darse de las riquezas que daban las Indias en días de

»mejor gobierno; pero ahora, en mi segundo viaje, he »tenido ocasión de ver continuamente la corte y los ^ministros, y apenas he encontrado restos de la anti-

»gua España, »cambio es

en

ni

tal,

lo

público ni en

que parecería

lo particular;

increíble, si

no fuese

el

fácil

»demostrarlo».

Lo

esencial y vital de la

España antigua había, con

efecto, desaparecido ya por entonces del todo:

mero

del exterior

organización y

de

la

misma

las

pri-

y de las fronteras, después de la costumbres sociales, por último

constitución de la corte y el poder

mo-

nárquico. Pero en esta época, mejor que nunca, puesto

que fué personal

el

origen de las cuestiones que acaba-

ron de engendrar consecuencias tales, tiene que fijarse

en las personas

la historia,

preguntando: ¿cuál era

verdadero carácter de doña Mariana? ¿cuál dre Nithard? ¿cuál

el

de Valenzuela?

el

¿cuál el del

el

del Pa-

segun-

do D. Juan de Austria? Responder sucesivamente á esto, es explicar la minoridad de Carlos II, con mucha


329

CASA DE AUSTRIA

más

exactitud que pueden hacerlo los sucesos, que pre-

sentaremos á

la

par en resumen.

que hizo en 1667 el veneciano Marino Zorzi, de doña Mariana de Austria. «Viuda», dice, «en la florida edad de treinta años, edi»fica lo ejemplar de su vida y la inocencia de sus cos»tumbres, semejantes á un espejo purísimo; emplea

Nada más

bello

que

el

retrato

muchas horas gustosamente en ejercicios devotos, y >otras tantas en las audiencias y despacho de los nego»

»cios, repartiendo así su vida en el servicio

»en

el del

rey su hijo, ó

el

de Dios,

de sus vasallos; nueva

en la dirección del gobierno,

va de

él

total-

enterán-

emente »dose con mucha solicitud, y sólo sus indisposiciones ^frecuentes retardan más que conviniera la expedición »de las materias del Estado». Más concreto Catterino Bellegno, dijo en 1670 que indebidamente la acusaban los castellanos de no haber sabido despojarse de sus inclinaciones alemanas, ó distinguir los intereses de la

conciencia de los del gobierno; y, tratando luego de su persona, la alaba por el hábito hereditario y constante

que tenía de amar á Dios y observar sus preceptos, esperando que ni la Providencia podría menos de recompensar

el

candor de princesa tan grande,

posteridad de hacerla vencedora sobre

ni dejaría la

la

maldad de

aquellos tiempos, bendiciendo las lágrimas y las oracio-

constantemente consagraba á la paz del mundo y á la realización de la justicia en su gobierno. «En suma», exclama luego, «cada vez que se quieran mancha, » buscar ejemplos de devoción y pureza sin

nes que

ella

»preciso será contar á esta princesa entre los primeros,

de

los

»siglos ensalzado en todas las historias verídicas».

De

»porque su gran nombre ha de ser hasta

el fin


BOSQUEJO HISTÓRICO

330

costiimbres inocentes y de ejemplar piedad,

declaró

también Carlos Contarini, hacia 1673, á doña Mariana.

Su sucesor, Jerónimo Zeno, que la conoció ya en el momento de triunfar D. Juan y salir de palacio, añade que era imposible describir

imperturbable constancia

la

de su ánimo heroico en aquella desgracia, y la resignación y tranquilidad con que supo llevarla; muy diversa de

reconcentrada cólera con que se había sometido

la

años antes á separarse de su confesor, prorrumpiendo en improperios contra

la

nación española. Este

embajador cuenta que durante zuela,

de que tanto, según

él,

aparentes pretextos, ejercitó

la

mismo

elevación de Valen-

murmuraba, y no reina como siempre

se

la

sin

los

vivos sentimientos de piedad en su familia hereditarios;

y que su bolsillo lo repartía entero entre los pobres, aunque fuese por otro lado amiga de adquirir riquezas. Apartada ya del gobierno, la pinta, por último, en su honroso

retiro,

Federico Córner, por los años de 1682,

de un lado aparentando cautamente no ingerirse en

el

gobierno, aunque alguna que otra vez influyera todavía; el

de otro lado conservando

el crédito, la

estimación,

respeto de todos, observando piadosa vida y ejem-

plares costumbres; en

el

conjunto, confirmando

el

gran

concepto que merecía y «que la hacía inaccesible á » todas las censuras, con que el diente mordaz de la »

malignidad intenta herir también á los monarcas en

»

ocasiones». Tantos y tan diversos testimonios pare-

cen demostrar plenamente dos cosas: era

la

primera, que

regente bastante religiosa, para hacer en reali-

dad arbitro de cual

la

misma y del reino á su confesor, publicaba D. Juan y repetían sus parciales y la

nación entera;

la

segunda, que en

el

favor de Valen-


CASA DE AUSTRIA

331

como pregonaron muchos entonces y han pensado no pocos más tarde. En cuanto á Nithard, había sido, al decir de Zorzuela no tuvo parte ninguna pasión

ilícita,

soldado en sus primeros años, pasó de

zi,

la

celda á

palacio y de la dirección de una conciencia á la de una

monarquía con talento

si

,

no superior, bastante, con

in-

tención excelente, y desinterés y moderación propias de su frío temperamento alemán. Del buen deseo de Nithard

nada en resumen tenía que decir

el

veneciano; mas

de

sus acciones, que habrían debido ser, á su juicio, má,s

prontas y eficaces. Bellegno, que habló también del confesor, pero

por

la

ya después de su caída,

medianía de su talento, de

había otorgado

la

le

juzgaba indigno,

la

autoridad que le

reina; cosa debida sólo, en su con-

cepto, á ser compatriotas sí

y á haberle ella tenido junto á nada menos que por espacio de veinticuatro años. Al

espíritu religioso de la reina hubo, pues, de juntarse en

Nithard para con ella

el

de su más íntima

ser la persona

confianza. Por lo demás, aquel jesuíta no tuvo en

más

que dos faltas, bien averiguadas: la de ser impacientemente ambicioso y la de ser extranjero. El gobierno fué poco más ó menos en sus manos lo que después de su caída.

Y

por

lo

que hace á Valenzuela, está fuera

de duda que hubo murmuraciones acerca del carácter de sus relaciones con la reina. Lo dicen expresamente

Zeno y Córner,

y que ha

sido ello creído

por historiadores verídicos, á pesar de

la contraria es-

citado antes,

peranza de Bellegno, el

lo

demuestran

maestro Flórez emplea,

al

las

palabras que

hablar del puesto de ca-

mayor y de la grandeza de Valenzuela, dicien«ser cosa que, aunque no estuviera revestida de otros

ballerizo

do: »

excesos y desórdenes, pudiera exasperar los ánimos


BOSQUEJO HISTÓRICO

332

»de

más contenidos». Era este segundo de Ronda (1); vino á buscar fortuna en

los

tural

entró á servir

duque

al

del Infantado,

con

del cual obtuvo un hábito de Santiago.

la

valido nala

corte y

protección

Logró luego

in-

y como era galán y poeta, dióse también buena traza, con sus entradas en palatroducirse con

cio,

el

P. Nithard,

para enamorar á una camarista de

la reina,

llama-

da doña María Ambrosia de Uceda, con quien contrajo matrimonio. Sobrevino

y quedó

la

la salida

reina sin ningún

de Nithard de

hombre

al

la corte,

lado, de su con-

fianza íntima: ella que, parte por la rigurosa etiqueta

de palacio, parte por su carácter generalmente reservado, continuaba siendo en

España extranjera. Nadie tan

á propósito para sustituir en su confianza particular al

jesuíta alemán,

como un amigo de

éste,

marido

además de su camarista preferida, sobre todo cuando fácil y ameno trato, activo y diestro. Digan lo que quieran para excusarla los venecianos, lo menos que puede pensarse de doña Maera Valenzuela de comprensión

riana es que, por falta de experiencia y aun de instinto político,

confundía fácilmente sus simpatías y deseos

personales, con

como

la

opinión y

la

conveniencia públicas;

nombrar inquisidor general, y hasta pretender hacer arzobispo de Toledo, á un jesuíse vio primero,

ta extrajere,

y

al ir

al

dando luego dignidad

tras dignidad

á Valenzuela, elevándole desde segundo introductor de

embajadores, hasta capitán general de

la

costa de Gra-

Por natural de Ronda ha sido tenido; pero recientemente (1) fué liaiJada su fe de bautismo en la parroquia de Santa Ana, de Ñapóles, de padre rondeño, el maese de campo D. Francisco de Valenzuela, gobernador del Castillo de Santa Ágata, en tierra

deBari.~J.

P.

di-

G.


CASA DE AUSTRIA

333

nada, á caballerizo mayor y grande de España, con título de marqués de Villasierra; aunque en este postrero favor tuviese luego.

Y

mucha

parte

el

rey su hijo según se verá

eso que en cualquier tiempo habría disgustado

la corte y á la nación, en uno en que el prestigio de la Corona estaba tan rebajado, y su poder tan flaco, tenía que dar alientos, no solamente á las más injustas mur-

á

muraciones, sino á

La

envidia,

violencia y á

la

hermana carnal de

la

sedición misma.

la

ambición desapodera-

da, inspiraba principalmente entonces las acciones

de

todos, y era desafiar con temeridad aquellas peligrosas

pasiones proteger tanto á sus particulares amigos. En

vano derramaba á

par, la reina, á

la

manos

llenas las

que

él recibía,

gracias sobre todos; pues nadie miraba sino lo que otros,

lo

y en especial Nithard ó Velenzuela,

alcanzaban. Aquella princesa causó, por tanto, perjuicios á

España, que pudiera evitar con otro

periencia lo

y

talento,

de su tiempo,

ni

aunque no fué suya

la

haya por qué negarle

instinto, ex-

culpa de todo la

integridad

de su honra particular ligeramente.

Rompió

las hostilidades contra la reina

D.Juan,

reti-

rado por orden del rey, su padre, de Madrid en Consuegra, residencia ordinaria de los grandes priores de Castilla, allí

en

la

Orden de San Juan, cuya dignidad poseía; el Consejo

publicó que, después de haber presidido

secreto de su padre inferior

,

no podía tolerar compañero tan

en los negocios, como

tentaron á éste ni á

la

el

P. Nithard.

No

con-

reina aquella ruidosa protesta ni

su inopinada vuelta á Madrid, recelando, no sin razón, hacía para conspirar mejor; y no tardaron en ha-

que

lo

llar

pretexto con que alejarle de España, aunque no lo

lograron. Por entonces un leguleyo, de

nombre Duhau,


BOSQUEJO HISTÓRICO

334

natural de Turena, descubrió en ciertos libros antiguos

que en

el

Estado de Brabante estaba vigente una ley

que disponía que, siempre que un poseedor pasase á segundas nupcias, reservara

los

bienes patrimoniales

para los hijos del primer matrimonio.

No

Luis XIV; y extendiendo un manifiesto pretendía probar que aquella ley

considerarse

como

civil

ley política, exigió

necesitó

al

más

punto donde

debía también

que España

le

entregase por su mujer, María Teresa, única sucesora

que había quedado del primer matrimonio de Felipe

IV,

Brabante y cualquiera otro país donde hubiese tal derecho de reserva. Rechazó como era natural doña

el

,

Mariana de Austria francés,

y refutó éste

Manzano, con negativa de

la el

pretensión y

manifiesto del

doctor D. Francisco

Ramos

del

sólidas y eruditas razones. Pero ni

la reina, ni los

buenos argumentos del

consulto Manzano, apartaron á Luis sito.

,

el

XIV de

la

juris-

su propó-

Concertóse con Portugal para que nos entretuviese

en su frontera; y en 1667, entró sin más declaración de guerra en los Países Bajos, con cincuenta mil soldados.

Tan pronto como sospechó

la

invasión, escribió el mar-

qués de Castel-Rodrigo, D. Rodrigo de Moura, á na, diciéndola: »

«Que mientras Francia hacía

la rei-

tan grandes

preparativos de su parte, todo era desnudez y falta de

»

recursos en Flandes; que tenía necesidad de soldados

»

españoles é italianos, y hasta de tiempo para mejorar

»algo las cosas; que había abastecido á Namur, Char-

>lemont y Charlerois, alentando los abatidos ánimos; »pero que no por eso podían contarse por seguras tan -^importantes plazas, puesto que continuaban haciendo »

falta provisiones,

»era

la

y

sola cantidad

los doscientos mil

escudos, que

que había recibido en dos meses.


CASA DE AUSTRIA »

no bastaban para cubrir

»gencias; que »

si

335

centésima parte de

la

los franceses entraban,

cómo habían de

aquella primavera, no veía

»las plazas, sino era de milagro;

decía,

salvarse

y que bien pudiera

»

darse una provincia, con

»

rompimiento». Poco de todo esto pudo lograr

tal

las ur-

como se

de evitar entonces el

el

mar-

qués, aunque los Estados de Flandes ayudaron bien,

como -solían, y en España,

la reina

y

el

confesor acu-

dieron á todos los medios posibles aún para buscar recursos. Rebajaron de nuevo

la

deuda de

los tristes

juros, repartieron un donativo entre los grandes lados, se impuso un

nuevo

muías, pensóse en echar

tributo sobre carruajes

mano de

ticulares que trajese la flota,

ber

y pre-

los caudales

y de par-

acusando muchos de ha-

sugerido otra vez esta idea que no se ejecutó

entonces

al

cabo á D. Juan de Austria. Luis XIV, en

tomó en aquella campaña de 1667 muchas plazas de Flandes, y en la siguiente se apoderó por primera vez del Franco-Condado, provincia aislada en Francia,

tanto,

que parece imposible que conservara España tanto tiempo.

Forzoso fué resignarse en circunstancias conocer

la

tales á re-

independencia de Portugal, que era evi-

dentemente imposible reconquistar ya, y que aseguraba siembre un aliado vecino y temible á la Francia; y por Febrero de 1668, se ajustó en efecto un tratado de paz,

según

el cual

una de

se devolvieron Portugal y España cuanto

poseía, con excepción de Ceuta, que á modo de memoria quedó en nuestro poder. Siguióse á esta paz la de Aquisgran con la Francia misma, negociada por las demás potencias interesadas en el equila

librio

la otra

europeo, idea que comenzaba á

dirigir la política


BOSQUEJO HISTÓRICO

336

de los gobiernos continentales. Por ella recobramos algunas de las plazas perdidas y todo el Franco-Condado.

D. Juan de Austria, á quien en el ínterin se había mandado que fuese de Madrid á Flandes á regir el ejército, procuró entretenerse en Galicia hasta que se acabó la guerra. Todavía estaba allí, cuando fué preso en Madrid un cierto Malladas (1)^ agente suyo

según

el

al

cos, por aquel tiempo, tan pronto fué preso

rrotado, sin que se conociese bien

es que,

parecer, y

estilo usado en no pocos procedimientos

al

la

causa.

políti-

como agaLo cierto

saberlo, hizo D. Juan una dura representa-

ción á la reina,

negándose á

ir

por de pronto á Flandes,

y protestando contra aquella ejecución con un calor, que dio que sospechar á los que no conocían el proceso que aquél era efectivamente por de pronto agente suyo y que andaba ya metido en una conjuración. La reina contestó á su representación, mandtmdole volver á Consue,

gra sin tocar en

la corte;

y poco después, con mayores

indicios ya de que conspiraba, envió al marqués de Salinas con un destacamento de tropa á prenderle en aquella

Pero D. Juan, advertido á tiempo, se escapó y pasó á Barcelona; levantó el espíritu de aquellas provincias villa.

regente y su confesor; y, acompañado al fin de tres compañías de caballería y doscientos infantes contra

la

escogidos, se encaminó por Zaragoza á Madrid, pre-

sentándose con actitud amenazadora en

de Torrejón de Ardoz. Entonces

los

el

vecino lugar

grandes de su parti-

Al capitán Malladas, que vivía en una posada de la calle con pruebas, de tener preparada una emboscada para asesinar al P. Nithard al pasar por delante de la Encarnación para dirigirse al Noviciado, donde residía, al salir del despacho de Palacio con la reina.— J. P. de G. (1)

del Olivo, se le delató,


CASA DE AUSTRIA do, Alba, Infantado, Pastrana, jiliana

y

337

Maqueda, Heliche,

Fri-

que acababa de dejar la presidencia comenzaron á agitar el pueblo de Madrid

Castrillo,

de Castilla, contra

la reina; mientras el confesor, ayudado sólo por marqueses de Aytona y Peñalva, y el almirante de Castilla, el nuevo presidente de Castilla y el inquisidor

los

general, llamaban, por su parte, los cortos destacamentos de tropa

que había en

las provincias limítrofes,

procurando formar un pequeño tiempo

ejército.

No

les dieron

audacia de los señores austríacos, que

la

lla-

maban everardos á sus contrarios y la insolencia y cólera que con asombro de todos comenzaba á mostrar la multitud del pueblo, parcial de D. Juarf y su partido. Los Consejos de Estado y Aragón, ó prudentes ó atemorizados, consultaron que debía despedirse al confesor del reino;

de Castilla se dividió, y la Junta de gobierno; en presencia de la reina misma, opinó, por el

tres votos contra dos,

cesaria á

que

la salida

paz pública. Pretendía

la

de Nithard era ne-

la

so partido resistir aún, fiados en que

reina la

y su esca-

autoridad de

Corona impondría en último extremo á

los

pero era temeraria

el

la lucha.

Medió, pues,

bastante inclinado á D. Juan, y dido con

el

la

rebeldes;

nuncio, ya

confesor fué despe-

de embajador extraordinario á Roma, estando en poco que antes de salir de Madrid no le el título

despedazase

el

de 1669,

el

y con

acabó

la

él

pueblo. Así terminó corriendo

el

año

primer pronancíamíenfo militar de España, el influjo

del primero de los validos

de

Regencia.

No sucumbió doña Mariana

á todo, sin embargo. Si

bien se despidió á su confesor, negó, en cambio, licencia á

D. Juan para entrar en Madrid, mandándole disol22


BOSQUEJO HISTÓRICO

338

ver

la

entre

corta fuerza

armada que

ambos continuó

tal

ó aún

Exigía D. Juan, por su parte,

tenía,

y

la

enemistad

más sañuda que antes. que se nombrase una

mayores y más experimentados ministros, don-

junta de

de se tratase de aminorar los tributos, de repartirlos por igual entre los vasallos, de hacer economías en

Hacienda, distribuir bien los empleos, reformar

la

la mili-

y restablecer la buena administración de justicia. Quería al propio tiempo que se proveyesen los puestos cia,

de confesor é inquisidor general, que conservaba á su nombre el padre Nithard, en personas naturales de estos reinos, y que no se mezclasen en negocios políticos; que se separase de la presidencia de Castilla al

obispo de Placencia por ser enemigo suyo, y que, de no separársele, no tomara parte al menos en los negocios

na,

que

tocasen, lo

le

mismo que

al

marqués de Ayto-

que se había señalado tanto contra su persona.

A

estas pretensiones juntó D. Juan luego la de que se

pusiese en libertad

al

hermano de su secretario Patino, la de que se des-

preso por agente de otra conspiración; pojase

al

y

la

res,

padre Everardo de todos sus empleos y honode que á él se le conservase en propiedad el

gobierno de Flandes, de que, por no haber ido

cuando se

le

mandó,

le

había destituido

bió todo esto D. Juan en Guadalajara, á retirado desde Torrejón;

mas

la reina,

la reina.

allá,

Escri-

donde se había

en lugar de ceder

á tales exigencias redobló las suyas, preparándose para resistir otra

vez con más

eficacia.

junta que pedía D. Juan, con

el

alivios, á fin de que no creyese

Nombró realmente nombre el

áo.

pueblo que des-

cuidaba sus intereses, y negoció astutamente, por

gunos

días,

la

Junta de al-

con D. Juan para entretenerle; pero en


CASA DE AUSTRIA

339

entretanto ordenó la formación de una coronelía ó regimiento, ya proyectado antes que saliese el con-

el

fesor,

el

na y con

á las órdenes del marqués de Aytonombre de Guardias de la Reina, de-

cual, el

bía atender á su defensa. A la par con esto enviaba despachos á Ciudad-Rodrigo y Galicia para que los destacamentos de tropas, que allí quedaban, del ejército de Portugal, se acercasen á la corte.

Por último, juzgándose ya bastante fuerte, mandó de improviso á Guadalajara al general de la caballería D. Diego Correa, para que, ballería, diese

no licenciaba D. Juan al punto su caorden á los capitanes de abandonarles, si

so pena de desleales. No obedecieron los capitanes, y D. Juan, lejos de licenciar su escolta, comenzó á reforzarla con algunos migueletes catalanes y paisanos que

acudían á su servicio. Pero, al propio tiempo, el regimiento de la Guardia se engrosaba á toda prisa, y el marqués de Aytona, su coronel pudo responder ya de ,

contener con

él

grandes de

oposición y

las

la

á D. Juan, y sujetar en Madrid á los

trario á

D. Juan, como

mirante de Castilla, ta, el

al

compañías jóvenes de

el

el

pueblo. Entraron á mandar

altas casas, del partido con-

conde del Melgar, luego

de Fuensalida,

luego duque de Montalto,

de

las

Navas,

ros particulares.

el

al-

de Cartagine-

marqués de Jarandillo, duque de Abrantes y otros caballeComponíase la tropa de sargentos y el

el

cabos viejos y algunos soldados veteranos, y, para completarlo más pronto, de cuantos hombres de vida airada quisieron sentar plaza. Acuartelóse en

el barrio de San Francisco y se uniformó y armó con un esmero desusado en regimientos de España. Representó el Ayunta-

miento de Madrid contra

la

formación de este cuerpo


BOSQUEJO HISTÓRICO

340

con notable energía, formulando en veinte proposiciones los perjuicios que habían de originarse, y hizo

el

Consejo de

Pero

la

propio

reina desatendiólas

y ordenó callar al Consejo asunto. Quejóse D. Juan de todo esto altamen-

reclamaciones de sobre

Castilla.

lo

el

la villa,

y no recibió otra respuesta, sino la de que se abstuviera de escribir y entrometerse tanto en los negocios públicos. Aguardábase, pues, un rompimiento entre los te,

dos partidos, y que se convirtiesen en campo de batalla las calles déla corte; hasta se señalaba ya el día

y

drid,

la

hora en que D. Juan había de caer sobre

Ma-

y se proveían de víveres los vecinos, alarmados,, salir de sus casas. Faltaban en el mercado los

para no

mantenimientos: todo era, en

fin,

cuando, de improviso, se deshizo

confusión y espanto, la

nube aquella

pací-

ficamente. El nuncio, que seguía siempre de mediador,,

logró que D. Juan se contentase con

el

virreinato ordi-

nario de Aragón, á título de vicario general de aquella

Corona, y que se alejase de Madrid, no

sin

gran dis-

gusto de los más ardientes de sus partidarios y de los

que comenzaban á aficionarse á

las

obscuras peripe-

Apenas habría quizá llegado á Zaragoza D. Juan, cuando comenzó ya á ser público en Madrid el nuevo valimiento de Valenzuela. Habían quedado tan inquietos los ánimos y tan quecias

de

las revoluciones.

brantada

la

autoridad, á pesar de la imprevista energía

demostrada por

la reina,

que durante

duró, desde su origen hasta su

y á

la

par con

él

la

fin, el

los seis

años que

nuevo valimiento,

Regencia, puede decirse que no

hubo ya día tranquilo en este Madrid, tan silencioso, respetuoso y hasta humilde bajo

el

cetro de Felipe

todavía, y tan obediente aún, bien que

III

murmurador y


CASA DE AUSTRIA

desmoralizado, en

la

época de Felipe IV. Para alarmar-

correr alguno de los

lo hizo

voz de que

341

iba á darse

muchos descontentos

la

un decreto mandando recoger

todas las armas ofensivas y defensivas y prohibiendo su uso, por tiempo limitado, y en poco estuvo que no

produjese ya esto un levantamiento; porque las

el

uso de

espadas y broqueles era tan general aún, que no

había ciudadano alto ó bajo que no se sintiese agraviado. Desvanecida aquella alarma, comenzaron á originar otras cada día las fechorías de los soldados de

va Guardia. Andaba pesar de todo

el

la

Hacienda de

tal

la

nue-

modo, que á

cuidado que se puso en asistirlos, les

meses las pagas. No se más para que se recrudeciesen en Madrid

faltaron desde los primeros

ne-

cesitaba

las

lastimosas escenas de los peores tiempos de Felipe IV. El

mayor reposo en que había estado

el

reino por

algunos años había favorecido á los tribunales para corregir algo los desórdenes y castigar no pocos mal-

vados; pero

las recientes

turbaciones de nuevo engen-

draron criminales sin número que, por medio del re-

gimiento de

la

Guardia, vinieron en gran parte á reunir-

se en Madrid. Bien habían previsto esto

Consejo en sus representaciones; pero

la

y el reina no oyó la villa

nada entonces, aguijada del deseo de asegurarse contra D. Juan,

ger de

y ahora

los naturales

indiferencia

tal

amargos

comenzaban á reco-

frutos.

Viéronse casos espantosos en pocos días. Dos de los soldados, yendo á robar unos melonares, mataron

dueño de quearon

ellos,

la

averiguar

que era

el

al

ventero de Alcorcón, y sa-

venta. Salieron los alguaciles de Madrid á

el

caso y tropezaron con los del regimiento,

que ya estaban

allí;

vinieron á las manos, peleando


BOSQUEJO HISTÓRICO

342

justicia contra justicia, hasta

que

los

de

la militar

con

los soldados obligaron á sus contrarios á encerrarse en la

venta, y

dejar

allí

les pusieron

uno á vida. Pudieron

cerco determinados á no

Cara-

los sitiados avisar á

banchel, de donde salieron en su socorro la hermandad del lugar

y

las

de otros comarcanos, y como también á

los soldados les llegaran

de refuerzo no pocos de sus

compañeros, se empeñó en aquellos campos una formal

donde hubo muchos muertos y heridos de ambas

batalla,

partes, retirándose inferiores en tante,

al

cabo

número á sus

los soldados,

por hallarse

contrarios. Juraron,

no obs-

vengarse de los de Carabanchel, y una noche se al lugar con propósito de saquearlo; pero

acercaron

tamibién tuvieron

poca ventura, porque salieron

los ve-

cinos contra ellos, mataron dos y trajeron tres prisio-

neros á

la cárcel

de corte. Entonces, irritados ya

al úl-

timo punto los soldados, se juntaron en cierto número, arreo y ordenanza militar fueron á talar y los panes del pueblo. Estaba este aparejado á

y con todo

quemar la

el

defensa, cerradas las bocacalles,

portillo

más que un

sin

por donde se entrase, con cuerpo de guardia

No

constante.

bien sus espías les avisaron

el

propósito

y número de soldados, los lugareños salieron á su encuentro, no pareciéndoles número desproporcionado á sus fuerzas, y pelearon con ellos tan valerosamente, que mataron hasta doce, retirándose los demás escarmentados.

Aunque

insignificante en sí este suceso,

recordarse, porque de

en Madrid

él

sólo se infiere

merece

cómo andaría

el

gobierno, cuando á sus puertas se verifi-

caba esto

sin

que nadie pusiese remedio. Lo más eficaz

que se

ocurrió

le

al

marqués de Aytona para corregir á

sus soldados, fué encerrarlos en

el

barrio de

San Fran-


343

CASA DE AUSTRIA cisco,

mandando desocupar todas

noche

la salida.

del

Consejo de

sión,

Pasó

la

las

casas y prohibir de

reina este proyecto á consulta

Castilla, el cual,

aprovechando

la

oca-

representó con gran libertad y firmeza, que no

había otro remedio sino echar

exonerándolo: «que

al

la principal

regimiento de

la corte,

obligación de los re-

»yes era castigar los delitos, carga de

muy

gran peso,

»pero estrechísima, porque pasó á los reyes con »

traslación

que

hicieron los pueblos».

Así

la

las disputas

iban poco á poco encendiendo los espíritus

y haciendo

brotar todavía doctrinas liberales, de entre las cenizas á que

la

Inquisición había reducido todo libre examen-

Poco después

el

mismo Consejo hizo una

descripción

de los excesos del regimiento, verdaderamente curiosa: -^^Son los testigos más vecinos, decía, las quejas uni>>

versales que dan los caminantes y trajineros de lo

»que á »lo »

las entradas

que traen, y á

de Madrid los

les

sucede, quitándolos

que no tienen los maltratan ó

matan, dejándolos desnudos. Los frutos de

las viñas

»los han talado. Las huertas las han destruido; del ga-

znado que se apacentaba en prados en contornos de villa, han quitado muchas cabezas y tratado mal

»esta

>á los pastores; las casas de los hombres de negocios, >

depositarios y hacendistas no se ven libres de tien-

»tos y papeles en que les piden socorros con amena»zas; pocas personas se escapan de las peticiones que »les hacen los soldados, á título de la necesidad 3

padecen».

tal,

que

la

Y

la

evidencia de estos daños llegó á ser

Junta grande de gobierno y

el

Consejo de

Guerra, que habían opinado porque se formase miento, aconsejaron

Madrid.

que

al

cabo á

la

la

el regi-

reina que lo echase de


BOSQUEJO HISTÓRICO

344

Era el marqués de Aytona, D. Ramón Guilién de Moneada, que lo mandaba, hombre devoto y de honradas costumbres, pero no poco ambicioso y de

y por todas estas cualidades irreD. Juan, de quien estaba ofenenemigo de conciliable carácter firme y terco,

dido. Sabía y deploraba los desórdenes del regimiento; buscaba y proponía de buena fe maneras de remediarlo; pero no consentía ni en salirse con su regimiento de

Madrid,

ni

en oprimir tanto á sus soldados que llega-

sen los ciudadanos á perderles el

mismo que

el

miedo. Su objeto era

tan indeliberadamente llevaban á cabo

sus soldados: dominar y espantar á Madrid para que no se apoyasen en las turbas D. Juan y su partido.

que

la

Y

para

gente del regimiento se separase todavía más

del vulgo, dióle

Aytona un

traje extraño

que se llamó

mismo que usa-

chamberga, según unos, porque era

el

ban

Schomberg; según

los soldados del general francés

otros,

porque

los traía

á servir á España en

un cierto Mr. Chavaget que vino el ejército

de Portugal.

procedió llamarse aquel regimiento de

la

De

aquí

chamberga ó

cham.bergos; y chambergos por un lado y golillas por otro, que así llamaban ellos á los cortesanos, continuaron revolviendo á Madrid por

mucho

tiempo.

Pero entre tanto aquella exigua fuerza ocupa, por eso solo, lugar importante en

España, dio reposo á doña Mariana ó principal agente Valenzuela,

duró de derecho. zuela contentar

No al

,

militar,

que

la historia

de

y á su consejero

mientras

la

regencia

descuidaba, sin embargo, Valen-

pueblo de Madrid. Procuró, antes

que todo, que estuviesen provistos los mercados y baratos los mantenimientos,

ces poniendo tasa

al

lo cual

se lograba enton-

precio de las cosas y obligando á


CASA DE AUSTRIA traer aquí^, de

buenas ó de malas

gares vecinos.

De

,

345

sus frutos á los lu-

esta suerte la intervención de los

madrileños con sus gritos y amenazas en los sucesos políticos llegó á producir algo semejante á los preto-

y algo también parecido

rianos,

guo pueblo romano, mantenido cias por los

al privilegio del anti-

á costa de las provin-

emperadores, para obtener su apoyo. Lle-

vado, por otra parte, de su carácter alegre y de su afición á la poesía dramática,

que

protegió Valenzuela los teatros

das y

las corridas

él

así

,

también cultivaba,

como

las

mascara-

de toros. Llevó á cabo asimismo im-

portantes obras públicas para facilitar salarios á los que ios querían,

siendo de ellas

puente de Toledo,

el

arco de Palacio, según se cree (1), y uno de los ángulos

de

la

dio.

Plaza Mayor, años antes destruido por un incen-

La Junta de gobierno,

zuela

al

cabo, y

el

entretanto, lenta y

ci

ya dirección tomó Valen-

Consejo ce Estado, atendían, en dificilmeite,

provincias de fuera de

como siempre, á

Pen nsula y á

la

los

el

las

negocios ex-

teriores.

Ajustóse un tratado en freno

á

las

16'

provocaciones

ción insaciable de Luis

XI^

tuvo en Flandes y en

Cata.'

3 con Holanda para poner continuas y á

y

la

ambi-

rota la guerra, se sos-

aña con poca fortuna. El

Franco-Condado se perdió fitonces para siempre. Valenciennes, Cambray, Gafüíi y otras de las mayores plazas de Flandes cayeroíf/ igualmente en poder del

enemigo. Donde únicamenl/; pudo hacerse una campa-

Este arco recientementí ha desaparecido, con el edificio (1) á que estaba adosado^ para o nstruir la gran verja que ahora cierra la llamada plaza de Arn as. J. P. de G.


BOSQUEJO HISTÓRICO

346

ña bastante gloriosa fué en

el

ayudaban en buen número á

Rosellón, cuyos naturales los nuestros, para librarse

de los conquistadores franceses, y en Cataluña hubo

también algunas

muy

reñidas, en que tomaron grandí-

sima parte los almogábares y migueletes del país, organizados en partidas- y somatenes, que impedían

al-

canzar ventajas notables á los ejércitos de Luis XIV.

Pero como lear

solía suceder, no tuvo España sólo que petampoco entonces contra los extranjeros, sino

contra sus propios subditos con ellos coligados.

Levantóse Mesina en 1674, gritando al principio «muera el virrey» y «viva Carlos II», y de allí á poco «viva Francia». Llamaban los mesineses conjuración

de los ministros españoles contra ellos, á

la

resisten-

que encontraron para llevar adelante sus

cia natural

mas

propósitos;

el

hecho es que no pararon hasta

prestar juramento de fidelidad á Luis XIV, recibiendo

duque de Vivonne. Procediegobernadora y sus ministros con más acti-

de su parte por virrey ron

la reina

al

vidad que solían, en aquel caso; enviaron tropas de Cataluña, fueron

quedaban

al

pocos bajeles y galeras que marqués del Viso, y la escua-

allá los

mando

del

dra holandesa del famoso almirante Ruytter, que nos

prestaron nuestros aliados. Después de varios combates navales,

uno de

los españoles,

los cuales costó á Ruytter la vida,

apoyados por

la

inmensa mayoría de los

sicilianos, estrecharon á los franceses

de suerte, que

éstos acabaron por abandonar sigilosamente á los mesi-

neses, con

tuvo

lo cual

la

insurrección fácil término.

En Cerdeña hubo también graves turbaciones por aquel tiempo, á causa de haber sido asesinado

qués de Camarasa

,

el virrey,

mar-

atribuyéndole infundadamente una


\

CASA DE AUSTRIA

347

muerte; pero se aplacaron sin gran dificultad, aunque

no

sin tener

En

la

desórdenes. la

que enviar

allí

también bajeles y soldados. teatro Valencia de graves

misma Península, fué

Y

á la par los filibusteros ó hermanos de

costa, continuaron destruyendo nuestras flotas de

América; y uno de ellos, por nombre Morgan, llevó su audacia hasta saquear á Portobello, y la isla de Santa Catalina.

Mientras acontecía todo esto, iba de hora en hora creciendo

el

favor de Valenzuela. Jerónimo Zeno, que

tanto exalta, cual se ha visto antes, la religiosa con-

ducta, en esta época riana, dice, sin

misma observada por doña Ma-

embargo, que aunque

carrera de Va-

la

lenzuela debía atribuirse á un simple

capricho de

la

fortuna, y fuese obra de envidioso rencor suponerla hija

de ciertos afectos de

la reina, la

verdad era que

la

vanidad inconsiderada de aquél acumulaba todos los indicios posibles para creer lo peor. tre otros

empleos,

el

Desempeñaba, en-

de superintendente de

las fábricas

de palacio, y con este pretexto tenía dobles llaves de los aposentos del mismo, y entrada y salida libre por todas partes. Esto último, y el quedarse hasta las altas horas de

la

noche en compañía de

la reina,

principal origen de las murmuraciones.

aquel valido daba sólo audiencias, los corredores

al

salir

como por

fueron lo

el

demás,

ó entrar en

de palacio, no admitiéndolas en su casa

hasta los últimos meses de su ministerio. valor; hablaba

Por

No

carecía de

poco de negocios, no tanto por cautela,

ocultar su insuficiencia,

y era excesivamente

avaro, por lo cual no logró nunca tener,

como hubiera

podido, amigos particulares. Es indudable que aunque fuera siempre la reina quien

le

protegiese más, debió á


BOSQUEJO HISTÓRICO

348

Carlos

II

también bastante favor en sus primeros tiem-

pos, sin duda por

la

amenidad de su

viembre de 1675 cumplió Carlos aquella fecha

misma

II

trato. El

6 de No-

catorce años, y con

escribió la reina á los ministros,

que diesen ya todos los decretos á nombre del rey, que entraba en posesión del reino, según

el

testamento de su

padre. Púsosele también poco antes casa aparte. Pues

en Noviembre del año siguiente, fué cuando Valenzuela se hospedó ya en palacio, y en las mismas habitaciones

de los infantes, haciendo ministro, recibiendo en la

allí

alarde del título de primer

cama

visitas

de embajadores,

llamando á los grandes señores que componían

la

Junta

oride gobierno á deliberar en su cuarto. De ginal de aquel tiempo, que á la vista tenemos (1), resulta que el rey mismo bajó al aposento que había de

una carta

ocupar Valenzuela, para ver

si

estaba bien preparado,

mismo que la reina, la cual, hallándolo desabrigado, mandó que ardiese allí constantemente una chimenea (2). En la concesión de la grandeza de España tuvo también mucha parte cuando menos el rey, como apa-

lo

rece de otra carta original, que forma colección con

la

anterior, en que se cuenta que, cazando aquél cierto

día

con

el

almirante de Castilla y

el

marqués de

Villasie-

Varias cartas de 1676 á 80. Tomo de manuscritos de don (1) Pascual Qayangos, que perteneció á la gran biblioteca del conde de Villa-Umbroso, presidente que fué del Consejo de Castilla. Esta particularidad, que mostraría gran consideración de (2) parte de una reina de aquel tiempo á Valenzuela, y sería tanto más notable, cuanto que, según resulta de la correspondencia, no ha mucho publicada, de la primera mujer de Felipe V con su madre, no halló todavía entonces ninguna chimenea en palacio, sino sólo braseros. La especie de la chimenea parece debió ser una de las muchas invenciones que contra él fraguaron después de su caída los partidarios de D. Juan de Austria.


CASA DE AUSTRIA

D. Fernando de Valenzuela, erró

rra,

y

acertó á dárselo

al

joven rey, se

le dio

luego

grande de España, conforme

y poco grave que punto

al

rey, de que posee copia

No

la

el

le

hizo

dignidad de

la citada carta dice,

firma un memorial (1) que dirigió al

á un ciervo

el tiro

marqués en un muslo. Por indemni-

zarle de la herida involuntaria el

349

y con-

más tarde Valenzuela

autor de este trabajo.

mayor de edad al rey, auntutela como antes, contrario á la reina, y los mu-

bien se hubo declarado

que en realidad continuara tan en grandes del partido

los

chos que se fueron haciendo enemigos de Valenzuela, resolvieron ya hacer un esfuerzo supremo para apoderarse del poder.

Todo estaba en separar

la

madre

del

y tomar el nombre de éste, casi niño todavía, para ordenar á su gusto las cosas. La legitimidad de su au-

hijo

toridad había dado hasta

para

resistir,

rey,

á doña Mariana una fuerza

que ya del todo

pues, á correr el

allí

que ya

la

lo

voz

le faltaba.

los del partido

Comenzaron,

de D.Juan, deque

era de derecho, estaba cohibido por

su madre y por Valenzuela, dando á entender al pueblo que cuando quedase libre, sería capaz, adolescente y todo,

como

mente,

los

era, de remediar la monarquía. Verdadera-

venecianos dicen que en sus primeros años

manifestaba Carlos esto,

II

exagerado por

maravillosas disposiciones; y en el

interés, se fundarían

también

aquellas esperanzas, no sólo burladas luego, sino ala

Forma parte de una Colección de copias de documentos (1) tocante á la vida r muerte de aquel ministro, regalada al autor, y que ha pertenecido á la marquesa del Vado, nieta segunda de D. Bartolomé de Rivera y Valenzuela, que debió ser su heredero, por haberse extinguido la rama directa de aquél en su único hijo, que murió sin sucesión. De esta Colección son otros de los documentos que se citan.


BOSQUEJO HISTÓRICO

350

sazón inverosímiles. Llamado por sus partidarios, vino entonces D. Juan á Madrid de improviso, pensando

que su sola presencia bastaría para dominar al joven rey y atemorizar á la madre; pero ésta se negó á verle, y no pasó del Buen Retiro. Valenzuela, por su lado, tuvo bastante resolución para querer prenderle

modo que

noche; de

el

allí

una

príncipe juzgó prudente vol-

verse á Aragón y Cataluña, aplazando de nuevo sus

Burlado por este camino, pensó valerse

propósitos. otra vez lencia,

aquel partido de las amenazas ó de

comenzando á conspirar con

tando una de

las cartas

de

la

la

objeto.

tal

vio-

Tra-

Colección ya citada de

las diferencias

que tenía

zuela, con

ciudad de Granada, sobre organización

la

general de

el

la

costa, Valen-

de un tercio, dice,

al paso, que corría la voz de que Consejo de Estado había consultado al rey que no convenía que aquél entrase en palacio; mas que lo »que parecía cierto era haber misterios tan profundos

«el 1^

»

que

los

hombres no

los podían sondar».

entró en palacio á pesar de la consulta, salió

de

él ni

aun con

la

Valenzuela

si la

hubo, y no

llegada de D. Juan; pero otra

carta añade luego que estaban ya concertados, armados y dispuestos los grandes á echar de allí, por fuerza, no ya sólo al ministro, sino á la reina. No teniendo

ya autoridad propia, y sintiéndose abandonada poco á poco por su

para evitar mayor perturbación en el pueblo y humillaciones más graves, convino doña Mariana

al

hijo,

cabo, según

Zeno cuenta, en que

escribiese á

D. Juan

el

rey que viniera á e'ncargarse del gobierno.

Procuró

el

príncipe no llegar á Madrid hasta que logra-

ron sus amigos que saliera para Cataluña el famoso regimiento de la chamberga donde sin duda temía que ,


CASA

DP:

conservara tales simpatías difícil tratarla

La

como

351

AUSTRIA la

reina

madre que

fuera

le

quería.

reina, por su parte, debió procurar ante todo sal-

vida de Valenzuela, que, entregada ella á discreción, era lo que más peligraba. Probablemente por su consejo, pero no sin que él manifestase también dolor

var

la

al prior del Escorial, y II fiarse más que de él, quien de tenía no diciéndole que le suplicó que se llevase secretamente al monasterio á

grandísimo, llamó Carlos

Valenzuela, mandándole para mayor seguridad, por escrito, que le tuviese allí alojado, en los aposentos mis-

mos que con para

allá,

el

rey había ocupado otras veces. Salió

por tanto, Valenzuela, abandonado de los

pocos grandes que seguían aún el partido de la reina, los cuales, sin esperar orden ninguna, se habían ya negado á seguir concurriendo á las juntas de gobierno, en el cuarto del

desventurado primer ministro. En

la

segun-

da mitad de Diciembre de 1676 ocurría esto; en 21 de Enero de 1677 escribió al cardenal Nithard en Roma, desde Madrid, uno de sus antiguos amigos y servidores, cierta carta en cifra que da bastante luz sobre el estado de las cosas. Enviábale uno de los ejemplares

de un escrito esparcido por la corte, en infinitas copias, «encaminado al descrédito de la reina, y á su total »ru¡na», y por su cuenta le decía: «que no sólo trataba »el partido

de D. Juan de prender inmediatamente á

» Valenzuela,

y>por tal

sino de darle tormentos f ierísimos v probar

medio

»na, y después

lo

»línea austríaca».

>en

el

que deseaban para destruir á

inhabilitar al

La

mismo

rey,

la rei-

y extinguir la

carta concluía observando «que,

entretanto, aquella santa señora estaba sin direc-

»ción de nadie en todas sus cosas, y tan abandonada


BOSQUEJO HISTÓRICO

352

»que era grandísima lástima»; por Dios,

que

el

lo cual

«que asistiese y amparase su

la escribía,

innocencia-». Por estas palabras de un

portancia, sin duda,

suplicaba á

hombre de im-

y muy íntimamente enterado de

todo, se ve hasta qué punto llegaban las pretensiones del partido

reina.

De

vencedor, cuando vieron ya indefensa á

más á favor de la virtud de esta, tan defendida, hemos visto, por los embajadores venecianos. No ga, sin embargo,

el

autor de

la

lo

cual nie-

presente obra, que caben

dudas aún acerca de este punto. Aunque los

la

puede también sacarse un testimonio

ellas

los dichos

de

venecianos parece como que hacen plena prueba,

que

P. Flórez da á entender y lo que resulta de

el

los hechos

mismos que acabamos de exponer

mente, no permite

fallar

ligera-

de un modo inapelable este

proceso histórico. La más sincera piedad religiosa no

puede á veces lo

libertar al

demás, tuvo

más de un

la

reina

corazón de las pasiones. Por al llegar

desaire de su hijo, y

de palacio, é irse luego á residir

Y

en cuanto á Valenzuela,

tan lejos

como

al

mal de su grado,

alcázar de Toledo.

bien no llegó la venganza

si

se pensaba, pagó bien, con todo esto,

A pesar del

exageración de su valimiento. rior del

D. Juan que soportar

salir,

la

decreto ante-

rey fueron, de acuerdo con D. Juan de Austria,

al Escorial el duque de Medina-Sidonia y D. Antonio de Toledo, hijo del de Alba, acompañados del conde de

Fuentes y los marqueses de Valparaíso y de Falces, y seguidos de quinientos caballos de los que por escolta habíp.

traído

el

bastardo de Cataluña.

prior al exministro, sitiaron

hambre; y no empeciendo

primero

el

las protestas

dad, acabaron por entrar en

él

Negándoles

el

convento por de

la

comuni-

violentamente y sacar á


CASA DE AUSTRIA

Valenzuela, tan pronto el sitio

ta le

353

como supieron por una

delación

en que estaba. La relación de este suceso, escri-

por un monje del monasterio, afirma que Valenzuela allí en cara á D. Antonio de Toledo el haber soli-

echó

citado su amistad así

y pedídole

como una buena suma

padre, que se hallaba

el

del

muy

Consejo de Estado; por todo

Toisón, que

le

concedió,

Tesoro Real

al

duque su

alcanzado, y plaza en el lo cual le había ofrecido

con palabras textuales que los dos serían sus esclavos. No tuvo el descendiente del conquistador de Portugal palabra alguna que responder; que

tal era la corrupción de aquel tiempo. Expidió una bula el Papa

para que se devolviese

al asilo del Escorial la persona de Valenzuela, pero no fué obedecida; y en lugar de eso autorizó el nuncio, por ser el ex ministro caballero

profeso de Santiago, que desde Consuegra donde estaba preso, en poder de los criados de D. Juan, se le relegase á

la fortaleza

de Cavite, en Filipinas, por diez

años. Mandósele, de consiguiente, poner en libertad en 1687, conservándole todos sus títulos y honores. Por último, en Méjico, á

donde pasó desde aquellas

islas,

recibió ya licencia para volver á España; pero antes que

pudiera realizar su viaje,

lo mató un caballo por Diciembre de 1691. Lo desconocido de la vida de este

favorito justificará quizá el él

que merece

que se den más noticias de

(1).

Quedó D. Juan dueño absoluto del poder, aunque no por largo tiempo. Lo mismo que el primer D. Juan de Entre otras particularidades que constan en la ya. citada (1) Colección de papeles, se halla un catálogo de sus escritos, que fueron muy numerosos, contando entre ellos nada menos que seis tomos de obras poéticas. 23


BOSQUEJO HISTÓRICO

354

mucho empeño en

Austria tuvo

España,

sin

terio. Era,

y

gentil;

poder conseguirlo,

al

ser declarado infante de ni

aun durante su minis-

decir de Carlos Contarini, D. Juan, afable

y otros venecianos concuerdan en que su valor

y su talento militar estaban altamente estimados en España, de modo que llegó al poder con aplauso de la nación entera, deseosa de ser gobernada por un hom-

bre enérgico que

la

defendiera bien de los extranjeros.

Su desgracia quiso

que^ abandonada España de la

landa, é incapaz de

resistir á

Luis

XIV por

sí sola,

Hohu-

biera que firmar, durante su ministerio, la triste paz de

Nimega, complemento de la de los Pirineos, que trajo consigo otra gran desmembración de territorio. Este tratado dio ocasión á la venida á Madrid,

como emba-

jador de Francia, del marqués de Villars, que, en sus

Memorias, nos ha dejado un te ajustado á la verdad,

por

retrato lo

que parece bastan-

que dan á entender sus

hechos. «Su mayor desgracia», dice aquél diplomático, primer puesto del Estado. Jamás

«fué llegar á ocupar

el

»persona alguna

ocupó con mejores circunstancias:

le

»su ilustre nacimiento, »el favor

de

los

la

buena opinión de

los pueblos,

grandes, los pocos años del

rey^,

todo

aparecía ayudarle, de suerte que puede decirse que »fué

el

solo quien se faltó á

mismo. Era un hombre

»compuesto de apariencias y de genio más brillante que »sólido, presuntuoso, poseído de sí propio y sin esti»mación

ni fe

alguna en los demás, harto preocupado

»de pequeneces y falto á menudo de amplitud de miras »y de resolución en las cosas grandes, capaz de preci»pitarlas, sin

embargo, por terquedad de carácter. Estas

»faltas estaban

compensadas con muchas cualidades

»brillantes: era

de buena presencia, ameno, cortés, ha-


CASA DE AUSTRIA

355

»blaba bien varias lenguas, tenía ingenio, valor perso-

suma, todas

»nal; poseía, en

las exterioridades del

mé-

y no un mérito verdadero». Tomó á su cargo, con tales ó parecidas cualidades, D. Juan, no sólo el arre»rito,

glo de una nación totalmente ya desorganizada, sino ejercicio de

sí mismo quebrantado y hasta mismo y sus partidarios. Pocas ex-

un poder en

deshonrado por piaciones hay el

el

él

más seguras que

poder con altos

la

de los que recogen

después de haberlo destrozado

fines,

ó anulado con sus propias manos. Bien pronto

lo

expe-

rimentó D. Juan, teniendo que empezar por desterrar

de Madrid á muchos grandes de

los del partido

de

la

poco á poco con que eran ya

reina, y encontrándose

también enemigos suyos, casi todos los que habían pertenecido

de

al

suyo propio hasta

Valle-Umbroso,

el

el

día del triunfo.

Consejo de Castilla

la presidencia del

mismo de quien proceden

al

Separó

conde de

los papeles

citados antes; hombre tan recto que, habiendo recibido

un decreto de la reina para decapitar á un hombre, sin forma de proceso, como se solía, echó el papel á un brasero diciendo: «así cumplo yo órdenes tan contrarias á

»mis obligaciones». Para reemplazar á un sujeto de tan raras condiciones, á la sazón,

nombró á un simple canó-

nigo de Toledo. Deshizo luego casi

Guardia ó de la

do

el

regimiento de

la

Chamberga, por su antigua adhesión á reina madre. Pasábase de allí á poco los días leyenla

los innumerables papeles satíricos

que por Madrid

circulaban, desesperándose ó imaginando terribles ven-

ganzas contra

los

que

tores castigados fué le

le

el

censuraban.

Uno de

atribuyeron ciertos versos sangrientos.

sido echados de

la

los escri-

marqués de Mondéjar, á quien

Ya habían

corte Osuna, Astillano, Mansera,


BOSQUEJO HISTÓRICO

356

Humanes, Aguilar, y hasta

el

conde de Monterrey, jefe

de su partido en Madrid, mientras él estaba en Zaragoza, por sospechar que quería suplantarle en el ministerio,

enviándole á mandar en Cataluña primero, y deste-

rrándole y procesándole después. Antes de mucho tiempo comenzó á echar todo el mundo de menos la re-

gencia tan aborrecida antes, aunque á decir verdad no llevara

mucha ventaja

al

de D. Juan

Valenzuela. Pero en política,

siempre mayor mal tras el

el

el

de

ministerio

más que en nada, parece

presente que los pasados.

Y

mien-

pueblo, que no había mejorado de condición

realmente

ni

poco

ni

mucho con

cambio, murmura-

el

ba de su suerte y de la del Estado, los grandes, mal satisfechos de las recompensas recibidas, ó muy agraviados, entraron de nuevo en relaciones con la reina

madre. Trataban ahora de reuniría con su propia manera que

la

habían separado de

él,

hijo,

con

de el

la fin

de derribar á D. Juan, á quien los más de ellos habían contribuido á enaltecer. Bastó que el marqués de Vi-

muchas de estas particularidades, se infante de España al bastardo de negara á tratar Felipe IV, para estar bien visto al punto por la mayor llars,

que

refiere

como

grandeza y por el pueblo. A estas diferenmismas entre el embajador francés y D. Juan, se

parte de cias

la

debió también en

mucha parte que, cuantos trataban

rey, prefiriesen su matrimonio con la

al

princesa María

Luisa de Orleans á los otros con alemanas, de que se hablaba. Ya comenzaban á volver uno á uno los gran-

des desterrados, sin conocimiento de D, Juan y con licencias particulares del rey: ya había consultado éste

mismo con Medinaceli, Oropesa y

el

inquisidor general

Sarmiento y Valladares, sobre la forma mejor de despe-


CASA DE AUSTRIA dir á

357

D. Juan y de traer á Madrid á Doña Mariana otra

vez; ya había escogido

al fin

por mujer Carlos

II

á

Doña

María Luisa de Orleans, y hasta estaba acordado

el

matrimonio, por poderes, en Fontainebleau, cuando

D. Juan de Austria, que había estado gravemente enfermo, por Julio del mismo año, cayó postrado en

el

lecho, de donde no se levantó más. El día 17 de Sep-

tiembre de 1679, acabó así sus días á los cincuenta años de edad. Propalaron sus enemigos por entonces que llegaba su ambición hasta caería la corona en

Pero

si

él, si

el

punto de esperar que re-

moría

sin

sucesión Carlos

II.

esta ilusión tuvo, debió durarle poco tiempo, y

ser antes de alcanzar

el poder, porque durante todo el tiempo que ejerció éste, estuvo ya poseído de una profunda melancolía, á la cual atribuyó Villars su fin única-

mente, aunque

el

veneciano Federico Córner, dice:

«que fué tan imprevista y violenta su indisposición, que »dejó incierto el juicio y el hecho de su muerte». La versión de Villars le parece, al que esto escribe, bastante probable; porque bastan para matar, en realidad, los

desengaños de una ambición irreflexiva y

plar impotentemente,

desde

el

el

contem-

poder, las miserias de los

adversarios políticos, sobre todo cuando, por

conducta anterior, no se tiene bien adquirido de condenarlas ó despreciarlas.

la

el

propia

derecho



XII

ASTA QUE murió D. Juan y se casó Carlos

II,

no pudo decirse que terminase su minoridad, la única que hubiese experimentado España en muchos siglos. Ocurrió tal de 1679 á 1G80; y sólo desde entonces hay que contar el infeliz reinado de este príncipe.

Abandonadas ya anteriormente

provincias de

que,

con

la

monarquía

frivolos

las diversas

á las frecuentes acometidas

pretextos,

les

daba

el

poderoso

Luis XIV, y cada vez con ejércitos más bisónos (1) y escasos, y más cortas y mal pertrechadas escuadras, sin dinero, ni

generales capaces, sólo impidieron

la to-

monarquía durante los veintiún

desmembración de la años que gobernó Carlos II, tres cosas: una, el nativo valor de los pueblos marítimos y fronterizos, armando

tal

de su cuenta corsarios los primeros, y deteniendo los segundos la marcha al interior de los ejércitos franceses, con el sistema de guerrillas

(1) Italia,

ya adoptado por los

Bisónos llamaban á los soldados nuevos de España en ir allá llenos de bisogni, ó necesidades.

por


BOSQUEJO HISTÓRICO

360 terribles

migueletes ó voluntarios catalanes, poseídos

de aborrecimiento á sus vecinos, después de los sucesos pasados; otra, el grande interés que tenían Inglate-

y Holanda, con ella unida por aquel tiempo, y más que nadie el Imperio, en que no cayesen todas nuestras

rra

plazas y territorios de Flandes bajo la tercera,

en

el

fin,

proyecto á

la

el

dominio francés;

larga concebido por

Luis XIV, nuestro mayor enemigo, de recoger de una

vez todos

los

Estados españoles para su dinastía. Pero,

entretanto, nos declaró en el período de que tratamos

dos nuevas guerras, de ventajas, bien que

las cuales

sacó como siempre

sin arrancarnos del

todo las nuevas

provincias que ambicionaba en Flandes. Inevitablemente

vencida ya aquella

triste

España de Carlos

defen-

II,

no obstante, palmo á palmo su territorio, y una por una sus almenas. Ni fueron á la sazón nuestros solos enemigos los de Europa; los bucaneros ó filibusteros dió,

infestaron también por aquellos años las Antillas,

y Ceuta Oran moros embistieron con repetición á y éxito alguno.

Mas

en

la

los sin

imposibilidad de recordar aquí

todas aquellas campañas, más ricas en reveses que en

y en que no hubo de notable más que la pérdida de una batalla sobre el Ter, la de Gerona y Barcelona en Cataluña, por la paz recobradas, ó la de Mons, en

glorias,

Flandes, preferimos dejar á un lado los sucesos milita-

para extendernos mejor en los de la corte, aprovechando algunas pocas páginas de nuestra historia de la

res,

Decadencia de España. Al cabo en encerrada, por entonces,

la

la

escasa actividad de

tica española; y fueron los sucesos de

prepararon

el fin

de

corte estuvo

la dinastía austríaca,

la polí-

ella los

que fué

lo

que

más

importante de que ha de tratar ya este trabajo. Es tam-


CASA DE AUSTRIA

361

bien digno, por otra parte, de estudio atento este reinado, porque él hace patente lo que es la monarquía abso-

por legítima que sea, por segura que se

ta,

muy muy

unida que esté con

la

halle,

por

potestad eclesiástica, por

rodeada que se vea de instituciones similares,

luego que dejan por cierto espacio de representarla

hombres extraordinarios. La gran tradición de Fernando V, Carlos y Felipe II mantuvo todavía las aparienI

cias

de

la

dignidad en

el

poder, y

le

conservó toda su

fuerza externa, durante

el reinado de Felipe III; y Felipe IV y Olivares no carecían aún de muchas condicio-

nes de gobierno,

el

aunque indolente, y

primero por su carácter varonil, el

segundo por su aplicación, per-

severencia y firmeza. Aquellos reinados, sin embargo, fueron desatando los lazos del respeto tradicional, y

mando sordamente que, durante

ra,

la

los resortes del poder,

minoridad de Carlos

de

tal

por el

el

la

cual

menos el pueblo, tan profundamente disciplinado Santo Oficio, tomaron activa parte. Después, en

gobierno de Carlos

que á

mane-

estuvo Espa-

II,

ña entregada á una anarquía oligárquica, en todos,

li-

II,

se hizo total

las continuas disputas

la

anarquía, por-

de poder, nunca en miserias

igualadas por ningún sistema parlamentario; á

la inter-

vención de todo género de influencias ilegales en

el

mando, principiando por la de los gobiernos extranjeros y más émulos de España; al rumor, en fin, de las innobles pasiones políticas desencadenadas en la corte, se juntó ya también alguna vez furia suelta

de

las

Entraba Carlos

en

el

rugido temeroso ó

la

tempestades populares. II,

cuando se encargó del gobierno,

años de edad; y, según afirmó el veneciano Federico Córner, todos sus actos respiraban malos veintidós


BOSQUEJO HISTÓRICO

362

jestad, prudencia

y veneración,

sin

que se trasluciesen

todavía sus inclinaciones. Templado en todo, no tenía vicios, ni hijo

ninguna virtud elevada; conocíasele que era

de padre viejo, por su

falta

de vigor y frescura;

mostraba bien no haber dejado de niño

los tiernos bra-

zos de su madre, por su carencia de estudio, tanto sensible, cuanto

que poseía claras luces naturales.

comenzó por buscar

si

que

le

servían los

se sometía

al

No

como su padre y abuelo, peso del gobierno, y á todos trataba con igual indiferencia, y

favorito,

sobre quien descargar los

más

el

cabo á los consejos de los demás, era

por desconfianza de su propia suficiencia. Religioso lo fué mucho, é incapaz de consentir nada injusto; y hasta

con pasión deseaba que se remediasen los males de monarquía, estimulando constantemente

el

la

celo de sus

manera que no fué falta de voluntad el no remediarlos. Mas, por lo mismo que nada adelantaba con sus buenos deseos, y que era su temperamento tan débil, bien pronto comenzó á cansarse de oir hablar de ministros, de

al decir de Juan Córner, vino á ser casi un suplicio hasta despachar maquinalmente con

negocios; y,

para

él

Era muy aprensivo, y no sin razón, á el cuidar de su salud tanto le robaba

la

poca atención de que disponía. Su carácter, anónimo

al

la estampilla.

verdad; pero

principio,

la

fué apareciendo luego, por lo que en 1686

decía Sebastian Foscarini, se hizo ya inquieto, y

más

bien doble que disimulado; capaz de ser cruel antes que entero;

amigo de chismes y cuentos; receloso, tímido y Con haber sido tantas como fueron las mudan-

voluble.

zas de ministros en su tiempo, pensaba Foscarini que

más habrían

sido,

si

no

le faltara

con frecuencia valor

para despedir á los que tenía. El tiempo y

la

madurez


CASA DE AUSTRIA

363

consiguiente del juicio parece que mejoraron algo las cualidades de Carlos los Ruzzini,

II,

porque en 1695 decía de

que dedicaba ya muchas horas

enterándose por

mismo de todas

él

Car-

despacho,

al

las consultas

de los

Consejos, comprendiendo fácilmente los negocios más arduos, reteniéndolos con

suma

memoria.

felicidad en la

Afirma

el

dad

pasiones é intereses de sus cortesanos y minis-

las

propio embajador que distinguía con sagaci-

que amaba mucho á sus vasallos, prefiriendo para

tros;

como su padre y

todo,

abuelo, á los grandes; que sabía

disimular el dolor profundo que en realidad las

desconfianza de ción,

y

cierto

mismo, su perplejidad é

deseo invencible de alcanzar

que

le

y

mediano, ó tropezar con

lo

causaban

le

desdichas públicas. Continuaban, no obstante,

lo

hacía perder las ocasiones de recoger lo

la

irresolu-

lo

mejor,

bueno

más malo. No gustaba,

por recelo, de tratar con hombres de talento superior, prefiriendo los medianos; fijábase con dificultad en las

cosas, movido siempre, sibilidad

y

imitar á su padre,

y

la

dió

al

parecer, de una extrema sen-

agitación nerviosa; iba á caza tan sólo por

y cultivaba por eso mismo

música. Para aquel primer arte tenía, á

la

lo

pintura

que aña-

Pedro Venier en 1698, más habilidad que para nada,

siendo singular jaba. Tal

la facilidad

y perfección con que dibu-

como aparece, en suma, de estos retratos de II era más digno de amor que de y más de compasión por su flaca salud que de

los venecianos, Carlos antipatía,

menosprecio; y el último de aquellos que le conoció, que fué Luis Mocenigo, refirió al Senado que, tal como era, á su

muerte fué universalmente llorado. Sin duda

comprendían aquel tiempo,

los si

que

le lloraron

que

las

en parte se debieron á

la

desdichas de

poca salud y


BOSQUEJO HISTÓRICO

364

energía del rey, fueron mayormente nacidas de causas ajenas á su persona: las

más

del sistema

político

y apogeo

administrativo, precisamente establecidos en el

de

grandeza nacional;

la

las otras

de

la

ambición, desa-

sosiego y falta de patriotismo de los ministros y hombres políticos que

tocaron en suerte, y de

le

crasa

la

ignorancia y fanatismo del pueblo.

Mucho

se fijaron

pañoles en

la

principiar este gobierno los es-

al

nueva reina María Luisa de Orleans,

que entró en Madrid por Enero de 1680; la cual era realmente digna de amor por sus virtudes, mas no llegó á lograrlo,

parte por sus maneras francesas y

su antipatía á las costumbres españolas, parte por no

haber dado sucesor laba.

Fué muy

al

trono

como toda

bien recibida por

el

vertirla con frecuentes espectáculos

y

farsas,

presentando

la corte,

la

nación anhe-

rey, que procuró

di-

de toros, comedias

por algún tiempo,

el

pro-

pio alegre aspecto que en los mejores días de Feli-

pe

IV.

No

fe Carlos

había á todo esto disfrutado de un auto de II,

y para satisfacer su deseo, dispuso

quisidor geneneral que viniese á celebrar uno en drid la Inquisición de Toledo, puesto

había en

la corte.

el in-

Ma-

que aún no

Vino, pues, de Toledo

la

la

de aquella

diócesis con todos sus familiares y los de Avila, Sego-

via y

demás

comarcanas; reuniéronse

iglesias

las cau-

sas de hasta ciento veinte de los desdichados que tenía el

Santo Oficio en cárceles, y se mandó levantar un Mayor de Madrid, más ostentoso que

teatro en la Plaza el

en que asistió

al

auto de 1632 Felipe IV. El nuevo

Rey, que no era más tos,

ni

acogió con gratitud

ral, lo

propio que

la

menos

fanático que sus subdi-

el

obsequio del inquisidor gene-

reina

madre Doña Mariana; y Doña


CASA DE AUSTRIA

365

Luisa misma, sin duda por no disgustar á su esposo,

hubo de poner buen semblante al extraño regocijo que se preparaba. Pero fué mayor que en la corte el entusiasmo en

la

nobleza y

el

pueblo. Hiciéronse familiares

más de

grandes y títulos ilustres de España; y los Alencastre, los de Aguilar, los Zúñiga, Osorio, Pimentel, Pacheco, la Cueva, Silva, del Santo Oficio los

los

Mendoza, Fonseca, iMoncada, Cardona, Guzmán, Fernández de Córdoba, la Cerda, Toledo, Portocarrero, Guevara y Manrique de Lara, modestamente presentaron pruebas de nobleza para alcanzar

el

honor de ser

y acompañarle con su cruz auto. Los plebeyos, rivales en esto de

familiares del Santo Oficio, al

pecho en

los nobles,

el

formaron también presurosos, para escoltar

á los reos, una compañía llamada de soldados de la fe.

Hízose

la

ceremonia de llevar

habían de ser zar; el

y

allí

quemados

se ofreció uno

los al

primero que se echase

fe,

rey,

al

por Madrid ostentosamente

los

haces de leña con que

más culpables

el

real alcá-

que ordenó que fuese

fuego. Paseáronse luego las cruces

llevando en tales procesiones

Inquisición

al

el

llamadas de

la

estandarte de la

duque de Medinaceli, Cardona y Lerma, la Cerda, Enríquez, Afán de Rivera,

D. Francisco de

declarado ya primer ministro; y mandando la guardia del tribunal el marqués de Pobar y Malpica, con cin-

cuenta alabarderos de su casa. El día del auto discurrió el

pueblo por las calles, desde

¡viva la fe de Cristo!

el

amanecer, gritando

Los nobles aprovecharon

tal

oca-

sión para hacer alarde de cuantas galas poseían; acudió el

clero numerosísimo,

como quien presencia un

triunfo

propio; fueron los reyes de los primeros que aparecie-

ron en

la

Plaza Mayor, para no perder un ápice del es-


BOSQUEJO HISTÓRICO

366

pectáculo; y hasta las

más hermosas damas de

la corte,

no queriendo ser menos, llevaban bordados en los vestidos el hábito y las insignias de la Inquisición. Permítasenos, por ser este auto el último célebre, y el último

también de los celebrados por tar estos detalles,

la

casa de Austria, apun-

comunes á todos. Los reos muertos

en las cárceles, comparecieron

al

auto en estatua con

de sus huesos; los vivos y pertinaces con mordazas en los labios, otros sin ellas, pero todos con sam-

las cajas

benitos y corozas.

Tomó

el

inquisidor general, D. Die-

go Sarmiento de Valladares, juramento

al

rey de que

perseguiría siempre á los herejes y apóstatas,

y de que

los entregaría al santo tribunal, sin excepción alguna:

más

ni

ni

más que se tomó en Valladolid á Felipe

Tras esto probó un citas

en

fraile

de autores paganos,

el pulpito,

la justicia

II.

con no pocas

de castigar á los

acusaciones y sentencias de los condenados, y por último salieron á un brasero, para aquella ocasión expresamente levantado según escri-

infieles.

Leyéronse

bió en sus la

y

las

Memorias

el

marqués de

puerta de Fuencarral, hasta

el

Viilars, fuera

de

número de cincuenta

uno: los treinta y dos en estatua, los otros en perso-

que eran trece hombres y seis mujeres, entre ellas una madre y dos hijas. Cuenta el propio Viilars que los espectadores, encaramados en el brasero, pinchaban na,

con sus espadas á los míseros condenados, mientras los consumía fuego lento, y que la turba del pueblo de

Madrid

nubes de piedras. Triste especpero ¿hay razón para culpar de él

les arrojaba

táculo, por cierto;

solamente á Carlos

II,

ni

á

la dinastía austríaca?

(l)De

Lo raro de estas Memorias nos hace aquí citarlas. Están (1) impresas en Londres en 1861, y añaden en este asunto y otros


CASA DE AUSTRIA

367

esta manera juzgaban celebrar bien todos los madrile-

ños, sin distinción de sexo ni de clases,

el

nuevo go-

bierno de un rey á fines del siglo xvii. logró, sin grandes intrigas, llegar Medinaceli á

No

primer ministro. Pretendieron también este cargo,

el

condestable de Castilla y duque de Frías, D. Iñigo Fer-

nández de Velasco y D. Jerónimo de Eguía, hombre de bajos principios y de menores talentos; pero algo favorecido ya por el rey, y que había contribuido no

poco á desacreditar á D. Juan. Bien que no lograse este D. Jerónimo para

medio año

al

sí la

privanza, entretuvo por

rey con pretextos diversos, á

fin

más de de que

no nombrase primer ministro; y en el ínterin rigió casi á su antojo la monarquía. Apoyaba la reina madre al condestable, á Medinaceli el rey, y Eguía principalmente contaba con la ayuda del confesor, que no quería ver primer ministro á ningún magnate. Pero después de muchas idas, venidas y manejos, en que tomaron alguna parte las dos reinas, la vieja y la nueva, quedó por Medinaceli la victoria. Estaba este

magnate bien reputado:

creíase que superaban sus talentos á su ambición;

otra cosa mostró su conducta. Faltaba ya tanto ro,

que

traba.

ni

En

para los

el

gasto diario de

mismos

la

mas

el dine-

casa real se encon-

días del matrimonio llegó la flota

de Indias ricamente cargada; pero cuanto tocaba

al

rey

se gastó en los festejos, y luego no se halló otro arbitrio

que bajar de nuevo

originó,

el

valor de

la

moneda;

lo

cual

principalmente en Toledo, graves tumultos.

Medinaceli, para quitar de

responsabilidad, acudió

al

remedio, tan usado ya en España, de crear una junta mencionados antes, algunos detalles á Josef del Olmo.

la

conocida /Pe/ac/o/z de


BOSQUEJO HISTÓRICO

368

del condestable, el almirante, el

compuesta Astorga,

marqués de

confesor y otros dos teólogos, que

el

le

acon-

sejasen. Pero mientras la junta deliberaba, Ñapóles an-

daba llena de salteadores, los filibusteros desolaban á Portobello, y poco después á Veracruz, dominando casi

completamente

mares de América,

los

los

gobernado-

res de las provincias obraban cada cual á su placer, y el

de Buenos Aires, entre otros, D. José Garro, echó

de la colonia del Sacramento á los portugueses, comprometiéndonos en nuevas desavencias con ellos. Francia nos amenazaba insolentemente, entretanto, con bombardear nuestros puertos por una supuesta

en Madrid mismo hubo un tumulto

inaudito,

por algunos días no poca inquietud

rey y á toda

la

sirva de muestra de las costumbres

y que un

corte. Originóle,

del tiempo, el

al

injuria, y que causó

Marco Díaz, de profesión

cierto

comerciante, hizo ventajosas proposiciones para tomar las rentas del rey en arrendamiento.

blo,

de Díaz; pero

los interesados hasta

bro oyeron mal

pagasen to

Regocijóse

que pensaba ganar mucho con

el

propósito.

crimen, sea que

el

enemigo,

lo cierto

el

Y

entonces en

to al rey,

co-

Díaz tuviese algún ocul-

es que, camino de Alcalá, fué aco-

ron varias heridas mortales. La ira del tanta,

el

sea que ellos mismos

metido cierto día por unos enmascarados, que

Madrid fué

pue-

el

las proposiciones

que se temió ya que

volviendo así

aunque no muda, desde

le hicie-

pueblo de

faltase al respe-

quieta y sumisa, Comunidades, á querer

la multitud,

las

intervenir, con su fuerza material, en las cosas públicas.

En

tales circunstancias,

agravadas por

las

malas

cosechas, se rompió otra vez la guerra con Francia, que se sostuvo hasta

la

tregua de Ratisbona de 1684, me-


CASA DE AUSTRIA diante

la

cual dejó

369

España en depósito á Luis XIV

las

plazas de Luxemburgo, Bovines y Chimay, recobrando

demás que había perdido. Genova, fiel aliada nuestra hasta allí, se reconcilió tambiém con los franceses, bajo condiciones humillantes, abandonando nuestro partido. Esta tregua, lo mismo que la guerra, se hicieron por las

sí solas, sin

traída con

que

apenas se ocupara en

la corte

ellas, dis-

que por doquiera ardían. Jamás

las intrigas

ji-

rones de poder y grandeza han sido más reñidos, ni por más pequeños medios. A semejanza de lo que pasó ya

en

la

corte de Felipe

III,

figuraban ahora entre los con-

tendientes bastantes frailes, y además señoras, poco em-

pleadas todavía en la

la política.

Señalábanse entre estas

duquesa de Medinaceli, de elevado

sa,

talento, ambicio-

que tenía dominado á su marido, y disponía de todo mayor de la

á su antojo, y la de Terranova, camarera reina,

dama de imperioso

por su igual á el

la reina.

carácter,

De

que apenas juzgaba

entre los frailes de influjo,

principal era el P. Reluz, confesor del rey. Hallóse

un tanto en peligro

la

de Terranova con

la reina, y,

bien se traslució, comenzaron á disputarse

de los Vélez,

la

de Aytona,

la

el

puesto

no la

de Alburquerque y otras

señoras principales, apoyada cada cual por deudos y amigos. Declaráronse los duques de Medinaceli contra la

de Terranova, que

les

daba celos, y

propuso derribarlos, coligándose con

el

Jerónimo de Eguía. Llegó á celebrar conferencia con

el

ella á

su vez se

y don confesor una

P. Reluz el

rey para probarle, con abundante

copia de razones teológicas, que debía separar á Medi-

y nombrar otro ministro; pero Carlos, que según los venecianos dijeron, no era nada reservado, enteró

naceli,

de todo á Medinaceli, y éste, ganando á su partido á 24


BOSQUEJO HISTÓRICO

370

Eguía, logró con ayuda de fesor y á fante. retiro,

con

la

que se despidiese

él

al

con-

de Terranova, quedando por entonces triun-

La camarera fué cortésmente invitada á pedir su cosa no vista en un empleo que solía acabar sólo propia vida, ó

la

entrando en su lugar

la

la

de

la reina

á quien se servía,

duquesa de Alburquerque, amiga

madre y del ministro. Parecía natural que Doña Mariana quisiese ver acomodados en destinos públicos á los que la habían acompañado en la desgracia; de

la

reina

mas, lejos de tolerarlo los cortesanos, era esta una de las cosas con que más alborotaban á Madrid, diciendo que el

rey estaba otra vez en tutela.

parte, á nadie,

No

se pagaba, por otra

porque no había con qué;

empleados se negaban á

asistir,

los

buenos

por consiguiente, á sus

puestos, donde no podían vivir con honra, y á algunos

hubo que obligarlos á continuar por fuerza. Dio esto ocasión á que Medinaceli, falto de recursos, y no atre-

viéndose á pedirlos

al

reino en las ya olvidadas Cortes,

sacase á subasta casi todos los empleos, llegando á ser general

lo

con esto,

que era excepción hasta entonces. Adquirió la

enfermedad de

la

empleomanía, inauditas

proporciones. Los pocos empleos y gracias que no se vendían, se daban por influjo de la reina madre, ó por aplacar descontentos, como,

al

cesar

la

de Terranova

en su cargo, se dieron á su yerno y nieto los duques de Híjar y de Monteleón, al

el

virreinato de Galicia

al

uno, y

otro el Toisón de Oro. Si alguna vez se concedía

mérito algún empleo, entonces era

quejas se levantaban,

como

se vio en

virreinato del Perú á favor de D.

al

cuando m.ayores la

provisión del

Melchor de Navarra

y Aragonés, hombre de saber y virtud, aunque de cuna humilde. Los grandes y nobles de altas familias lo que-


CASA DE AUSTRIA rían todo para

sí,

del estado llano,

371

y cada día eran más rigurosos con los cualquiera que fuese su mérito. Llegó

un momento en que todos, con razón ó sin ella, estaban contra Medinaceli, siendo tan malos como él, por lo menos,

que

los

Y

para imitarlo.

combatían, ansiando sólo suplantarle

le

el

carácter de ejercer

rey, en tanto, incapaz por salud

poder absoluto que

el

tenía,

y

y

sin

principios ni instituciones que le ayudasen á limitar ó

regular las ambiciones individuales, tener

ni

á derribar

ministro.

al

Por

ni

fin,

acertaba á sos-

se decidió á esto

último, instigado por las dos reinas, que

aunque no se

amaran, se entendían frecuentemente en políticos,

obraba

según

cuando no seguía

del embajador de su nación;

Pero toda

terio

la intriga el

desde

las inspiraciones

Doña Mariana

tenía que-

porque no pagaba su pensión pun-

jas contra el ministro

tualmente, y era en todo

fondo por

asuntos

venecianos cuentan. María Luisa

los

sin cálculo

los

de

más entrometida que su nuera. las reinas

estuvo dirigida en

conde de Oropesa, que pretendía

el

el

minis-

presidencia del Consejo Real de Castilla,

la

ora valiéndose secretamente de aquellas altas señoras

ó de algunos criados del rey que

creando á su

le

eran adictos, ora

rival las públicas é insuperables dificulta-

des que estaba en su mano crearle; gracias á

las atri-

buciones inmensas del alto Cuerpo, cuyo jefe era, y en el cual residían realmente todos los medios de administración y gobierno. Al li

fin,

en 1685 sucumbió Medinace-

á tan duros embates, recibiendo orden del rey para

retirarse al lugar

de Cogolludo, privado de todos sus

empleos. Entraron en

el

regio favor, á un tiempo,

Oropesa y D. Manuel de

el

vencedor

Lira. Pertenecía D.

Manuel


BOSQUEJO HISTÓRICO

372

Garci-Álvarez de Toledo y Portugal, conde de Orope-

una rama segunda de

sa, á

la

casa de Braganza, de ori-

gen bastardo, aunque él no lo fuese; hallábase en la flor de la edad, y había ya figurado mucho en las turbulencias

de los últimos años; distinguiéndose por

la

destre-

za con que logró mantenerse bien quisto de D. Juan^

Valenzuela, Medinaceli y todos los primeros ministros, hasta que vio ocasión de serlo. Era devoto; gobernaba

hermandades y favorecía monasterios, todo á propósito para medrar entonces; y tenía, como Medinaceli, una mujer muy intrigante y ambiciosa que le impulsaba

y le asistía. Para distinguirse algo de su antecesor, no quiso tomar el nombre de primer ministro, guardando el de presidente de Castilla, ni gobernar solo, por lo cual compartió el poder con D. Manuel de Lira. Era éste ya secretario de Estado y del despacho universal, por influjo de

Oropesa, hombre de algunos ser-

vicios en los ejércitos y negocios políticos, instruido,

probo y diestro; pero todavía de mayor ambición que mérito. Lo más notable de Lira fué ciertamente que se atreviese aún á proponer la vuelta á España de los ju-

y que se permitiese practicar secretamente su culto, y tener cementerios á los protestantes, como uno de tantos medios necesarios para levantar el arruinado codíos,

mercio y

la industria

de España. Nunca

la

Inquisición

se atrevió con los primeros ministros, de quienes era sólo instrumento; y así es que Lira

manifestar proyectos que, hasta

pudo impunemente

más de

siglo

y medio Espa-

despi'és, nadie ha osado defender á las claras en

Oropesa y Lira tardaron poco en más que aliados en el gobierno, olvi-

ña. Pero entretanto,

ser antagonistas

dando fácilmente este último

lo

que debía

a!

primero.


CASA DE AUSTRIA

373

Sucedía ya esto durante aquel período, señalado por ^venecianos, en que

que

el

los

rey prestaba alguna más atención

solía á los negocios:

preguntaba por todo y de todo

quería enterarse, y gustaba mucho de la facilidad con que ponía á su alcance las cosas Oropesa, por lo cual íio le

apartaba de su lado. El vulgo de Madrid, que,

decir de los

mismos venecianos, pensaba que

al

no ha-

el

ber tenido hijos María Luisa, nacía de algunas medici-

nas que

le

habían dado en Francia, para que faltase

sucesor á España,

lo cual

muestra que era suspicaz en

demasía, atribuyó entonces á Oropesa una maldad increíble.

Supúsose que, alarmado

que comenzaba á tomar

el

ministro con

á los negocios

el

rey,

repente de sistema, y en lugar de facilitarle prensión de

ellos,

la afición

cambió de

más

la

com-

puso particular estudio en embrollár-

selos y confundirle para que los aborreciese de nuevo.

Pero

lo cierto es,

en

el ínterin,

que Oropesa suprimió

y secretarías, reformó €l Consejo de Hacienda, abolió empleos militares inútiles, ordenando que se recompensase con otros civiles

muchas plazas en

los tribunales

á los que habían servido bien en las armas, rebajó ciertos sueldos, ordenó que no se emplease

más que

á los

cesantes por orden de antigüedad y servicios, y emprendió, en suma, un sistema de economías y de orden administrativo que hacía ya muchísima

además, en materia de gobierno,

Publicó

ciertos reglamentos

órdenes bastante acertados, con algunos €l

falta.

inútiles,

y como

prohibir de todo punto la entrada de mercaderías

-extranjeras, á fin

de que no saliera

el

oro,

ordenando

hasta que dejasen de usarlas las personas de real para dar ejemplo.

No

la

casa

produjo esto otra cosa que

algunos nuevos autos de fe de mercaderías en Madrid,


BOSQUEJO HISTÓRICO

374 tales

como

que señalaron

los

pe IV. Aboliéronse

los principios

de Feli-

ciertos impuestos gravosos,

pensando violentamente,

como

com-

se solía, con réditos en

juros á los negociantes á quienes estaban hipotecados,

Tesoro público; y también se mandó perseguir enérgicamente á los bandidos, que infestaban el reino, prohibiendo el uso de armas de fuego por adelantos hechos

al

que favorecían

cortas,

Tuvo Oropesa,

los crímenes.

por último, particular cuidado en que no faltasen en

Madrid

los abastos,

paña, porque

al

aunque faltasen en

el

resto de Es-

pueblo de Madrid, único que conocían

de cerca, comenzaban ya á tenerle aquellos ministros no infundado respeto. Pero no bastó nada de

lo

dicho

para librar á Oropesa de inmensa impopularidad bien pronto. Acusábase á

de ser tan dada á

condesa, su mujer, no ya sólo

la

como

influir

cesora, sino de codicia, y creérsele tan inclinado

como

de Medinaceli, su ante-

la

mismo conde comenzó á

al

que

los

le

precedieron

al

provecho propio y de sus amigos. Citábanse en Madrid, cual antes, crímenes duramente castigados en unos, y

no en

otros, por ser criados ó

ministro.

deudos de

Sospechábase que en

los

abasto de

el

amigos la

del

carne, á

cargo de unos negociantes llamados los Prietos, tenía parte la mujer del ministro. Notóse, en especial, con

mucho escándalo, la

que, cuando

la

superintendencia de

Hacienda pedía persona más competente que nunca,

pusiera en

tal

puesto Oropesa

al

marqués de

los Vélez,

su primo, hombre de cortísimos alcances, aunque era

ya presidente de

indias.

Tenía

el

de los Vélez á su lado

á un cierto García de Bustamente, paje,

sin

más

talento

que una

que había sido su

bachillería agradable,

pero con ínfulas ya de ministro. Este, que halló estable-


CASA DE AUSTRIA

375

cido por Medinaceli, cuando fué presidente de Indias, el arbitrio

de vender todos

los

empleos y beneficios de

aquellas provincias en beneficio del Tesoro,

y acrecentó de modo, que hasta

lo

continuó

las magistraturas

y

los

obispados se vendieron en almoneda. Pronto hubo corredores de esto que públicamente ejercían su oficio, señalándose entre ellos un marqués de Santillana, indigno de tal

nombre. Públicamente se decía que

los corredores,

después de entenderse con Bustamante en particular, compartían con la marquesa de los Vélez la ganancia

empleos por mucho más de

que resultaba de dar

los

que ingresaba en

Erario.

bién á lo cual

mún;

la

No

lo

salir

tam-

venta los indultos. Veíase á Bustamente

rico,

el

hacía contra

tardaron en

plena prueba en

él

y, queriendo añadir á su riqueza

proporcionados

honores, pretendió y obtuvo plaza en

Hacienda, y luego en

el

de

Indias.

concepto co-

el

el

Consejo de

Todos estos desma-

nes y murmuraciones los pagaba con su crédito Oropesa, por ser quien aconsejaba en primer lugar al rey.

Para asegurarse del favor de éste

le

había puesto por

confesor Oropesa á fray Pedro Matilla, sujeto obscuro,

con ambición y sin talento; mas le salió mal la cuenta, como á otros de sus predecesores, porque viéndose aquél en

tal

posición, convirtió en rivalidad el agrade-

cimiento. Instaban la

muchos

á

Oropesa para que dejase

presidencia de Castilla, quedando sólo de primer mi-

nistro,

con

el

intento de debilitar el poder,

que sólo re-

uniendo ambos cargos podía ejercerse con eficacia en aquel tiempo, siendo

el

pretexto,

que andaban muy

retrasados los negocios. El confesor tomó á su cargo

lo

comprendió

al

principal de la intriga;

Oropesa, que

punto, quiso poner á prueba con

el

la

rey

el

desinterés del


BOSQUEJO HISTÓRICO

376

confesor, ofreciéndole la presidencia de Castilla para

cuando

la

la oferta.

rado de

dejase

sin la

él,

Pero Matilla

ello el rey,

menor intención de cumplir

aceptó lleno de júbilo; y ente-

la

que, por

lo visto,

sabía estimarle en

un día con menosprecio: ^<¿por ventura

lo justo, le dijo

ha de ser presidente de Casti'l/aP». aquel golpe Oropesa; mas el confesor le

»soís vos quien

Paró con esto

ya desde entonces guerra á muerte. Coligóse, para

juró

hacérsela, con D.

po de Toledo,

el

Manuel de

Lira, el cardenal arzobis-

viejo almirante de Castilla, los

duques

de Arcos y y otros señores principales; y entre todos lograron que Oropesa dejase al fin la predel Infantado

sidencia al arzobispo de Zaragoza. Bastante indicado

queda ya que

cargo de primer ministro y

el

el

de presi-

dente de Castilla, eran naturalmente antagónicos, pu-

diendo sólo subsistir en dos personas, cuando ministro disponía del rey á todo su placer,

ú Olivares. ritos, tilla

No

teniendo Carlos

II

el

primer

como Lerma

de esta clase de favo-

sus primeros ministros y los presidentes de Cas-

no podían

Así fué que

existir juntos. el

arzobispo de Zaragoza formó parte

instante de la oposición contra Oropesa,

nocido era á

la

bre, al decir de

sazón

el

al

cuyo jefe reco-

condestable de Castilla, hom-

un contemporáneo, «tan negado á hacer

»bien con su amistad,

como capaz de hacer mucho daño como

»siendo enemigo». Apoyábase esta oposición,

todas y las mismas del tiempo de Felipe frenadas aquéllas por

la

II,

aunque

re-

gran personalidad del rey, en

todo género de acontecimientos infaustos. Faltaba dinero para otra guerra que nos

promovía la Francia, y Oropesa, como sus antecesores, persistía en no reunir

más Cortes, contentándose con pedir donativos, que


CASA DE AUSTRIA principalmente de

377

vinieron cuantiosos entonces,

Italia

ó acudir á las ordinarias trampas y anticipos. Pero no

podían por menos de crecer así los apuros, y con ellos las quejas generales. Oropesa se defendía de la terrible oposición que ya tenía enfrente, trayendo

rey de acá

al

para allá en cacerías de lobos y jabalíes, ó llevándole á diversiones pomposas de comedias y toros para no dejarle

tiempo en que

oír.

De

sacaba también estar en

este sistema de diversiones

decir de todos,

Mapero como

francesa que era, poco amiga del retiro y

la tristeza.

ría

Luisa, dulce y tierna,

Hasta aquel apoyo

la al

buena gracia de

le faltó al

la reina

combatido ministro, antes

de mucho, porque á principios de 1689, murió

murmurándose que de veneno, como

la reina,-

casi siempre

que

alguna persona real moría en aquel siglo, pero sin nin-

gún fundamento. Verdad es que

la

malograda princesa

tenía tanta aprensión de morir así, que, según los vene-

cianos cuentan, tomaba á todo pasto un dañoso contra-

veneno;

lo cual nacía sólo del

los españoles á

<:Si parís,

decía con

tal

parís á España,

no parís, á París»;

si

el

disgusto que advertía en

causa de no tener sucesión.

motivo una copla que corría á

pueblo. Pero

la

la

generalidad juzgaba que

sazón por

la falta

de-

pendía del estado valetudinario del rey, y de todos modos, no era para intentado tan execrable crimen, por

puro patriotismo,

ni

había nadie cerca del rey á quien

se tuviese por capaz de intentarlo.

Bien que sintiera mucho Carlos esposa;

el

viendo ya

II

la

deseo de tener sucesión, que las cuestiones sangrientas

pérdida de su le

agitaba, pre-

que de no tenerla


BOSQUEJO HISTÓRICO

378

se seguirían, le hizo buscar bien pronto otra esposa.

Los inconvenientes experimentados en la francesa, le movieron á fijarse esta vez en Alemania, y por elección del emperador y emperatriz, más que suya propia, fué reina de

España

la

elector Palatino.

princesa

hija del

Manifestó Carlos en los principios

cierta curiosidad pueril por

y aunque

Ana de Neoburg,

conocer á su nueva mujer,

decir de los españoles se convirtió la curio-

al

sidad luego en melancólica indiferencia, Carlos Ruzzini,

embajador de Venecia, afirmó en 1695, que estaba ella que de la precedente. Vino

no menos apasionado de

con gran pompa, corriendo ría

Ana, escoltada por

las

el

año de 1690, Doña Ma-

escuadras aliadas de

la

casa

de Austria (1), y desde luego comenzó á hacer notar sus defectos, no escasos. Era soberbia, imperiosa, altiva, de

capacidad mediana, sin moderación en sus antojos, codiciosa

y aficionada á

las

cosas de gobierno; gustando,

no solamente de entender en

las resoluciones

sino en la provisión de mercedes,

Llevaba con

tal

sumisión hasta

cargos y honores.

impaciencia cualquiera cosa que se opu-

siese á su voluntad, que hasta con

menor cosa en

graves,

el

rey rompía á

injurias, contraviniendo á la allí

la

singular

observada con sus maridos por

las

reinas de España. Para colmo de desgracia padecía

convulsiones de nervios y accidentes terribles, que apa-

rentemente

la

ponían á las puertas de

la

muerte, obli-

gando con eso á todos á tratarla con ma^^or mimo que al rey. Lo primero que esta nueva reina hizo, fué ponerse á

la

cabeza del partido contrario á Oropesa, ga-

nada por D. Manuel de Lira, que se anticipó á ofrecer-

(1)

Inglaterra y Holanda.


379

CASA DE AUSTRIA

todo SU influjo y ser su instrumento. Con ésto ya Lira, que de humilde nacimiento se veía á las puertas

la

del

supremo poder, rebosó de vanidad, juzgando que

nada podía

resistirle.

vecindad, porque les

contaba

lo

Convirtióse

como

el

la

corte en casa de

rey no sabía callar, á todos

que unos de otros murmuraban, y contu-

vo algún tiempo aún

la

caída de Oropesa la reina ma-

dre, que, sintiéndose menospreciada por

se puso de su parte. raro incidente, resuelto Luis

En

el

nueva

reina,

ínterin perdió Lira, por un

cuanto hasta

XIV en 1691

la

el

allí

sitio

tenía logrado.

Haba

de Mons, plaza im-

portantísima de Flandes, disponiéndolo con gran sigilo;

mas no

tanto que no comprendiese su intento nuestro

Orange, llamado ya Guillermo Ili cual lo participó al marqués de Gasta-

aliado, el príncipe de

de Inglaterra,

el

ñaga, gobernador general de aquellos Estados, rogándole que dijese la verdadera situación de Mons, á fin de atender entre todos á su conservación. Respondió jac-

tanciosamente Gastañaga que

Mons

estaba

muy

segu-

ra en sus manos, asegurando que había dentro hasta

doce mil hombres, y cuantas municiones de boca ó gue-

y fiados en esto nuestros aliados, inquietud que la sitiase el rey Luis, acompa-

rra se necesitaban,

vieron sin

ñado de todos sus ministros y generales, y hasta ciento y diez mil soldados, con doscientas piezas de artillería, ejército el más poderoso que hubiese visto Europa desde los tiempos antiguos. Pero Gastañaga había faltado á la verdad en todo: la guarnición de Mons no llegaba conde de Berghes, su gobernador, se defendió esforzadamente, a! fin tuvo que á seis mil hombres; y aunque

el

ceder, falto de todo, con solos veinticinco días de trin-

chera abierta. Sorprendió

la

pérdida á los aliados, que


BOSQUEJO HISTÓRICO

380

lentamente, y fiados en una larga defensa, preparaban el

socorro; y

rey de Inglaterra, irritado contra Gasta-

el

naga, escribió de su puño y letra á Carlos

pudo

discurrir sobre su conducta.

Gastañaga, por su

escribió también á Lira implorando su protec-

parte, ción;

cuanto

II

éste, arrastrado

y

favor de

la reina,

mientras

él

tuvo

por su vanidad y seguro del

audacia de contestarle que,

la

se hallase en

el

despacho, aunque en Flan-

des no quedara más que una almena,

tendría

la

cargo. Llegó, sin saber cómo, esta carta á

Guillermo

III, el

él

á su

manos de

cual, ardiendo en ira, la envió á nues-

con los naturales comentarios. Era Oro-

tro soberano,

pesa bastante hábil, y sobrado celoso de su autoridad el rey para que no cayese Lira de aquel golpe. Retirado, pues, á la

Cámara de

Indias,

murió de

de pesadumbre, no pudiendo conllevar esperanzas burladas. Pero

la

el

pérdida de

allí

á poco

peso de sus

Mons

produjo

tan mal efecto en todos los ánimos, que, no contentos

con

y

la

éste,

la del

mismo Oropesa;

triunfo,

deseaba también

caída de Lira, solicitaban

no desvanecido con su

retirarse

y dejar pasar

el

nublado, impidiéndole sólo

ejecutar su pensamiento la altanería m.ujer.

y ambición de su

Singular y constante síntoma de todas las deca-

dencias es esta superioridad de carácter de las mujeres

sobre los hombres y su influjo directo y decisivo en los negocios públicos. La reina Doña iMaría Ana, más irritada que nunca con

la

separación de su confidente Lira,

conde de Joculis,

Oropesa sus esfuerzos, y el embajador de Alemania, de una parte

excitado por

de otra inclinado contra Oropesa por

redobló, en tanto, contra

la

ella,

pérdida de Mons, vino á juntarse con sus enemigos.

No

era posible resistir más, y sirvió de ocasión

el

nom-


CASA DE AUSTRIA

381

bramiento de sucesor á Lira. Logró Oropesa que se extendiese

el

decreto en favor de cierto Ángulo,

parcial suyo; pero

table hicieron

la

muy

reina y los del partido del condes-

que no corriese. En lugar

que recibió Oropesa

del rey fué

un

del decreto, lo

billete,

cuyos

tér-

minos merecen recordarse, para muestra de lo que pensaba el rey, y de cómo se creían á la sazón las cosas

manera si por justos juicios de Dios v por

públicas: ^Oropesa, decía •»que está esto, y

el

rey, viendo de la

y'da,

pecados, quiere castigarnos con su pérdipor lo que te estimo v te estimaré mientras vivie-

>re,

no quiero que sea en tus manosT>. Entendió harto

y>nuestros

el

ministro lo que quería decir Carlos

ofrecerle su dimisión

salió oculto

y

II;

se apresuró á

de Madrid, como

solían salir todos los ministros caídos entonces, para la

Puebla de Montalbán. Quedó con esto triunfante y señora de todo la nueva reina; y la verdad es que no podían haber venido las cosas públicas á peores manos.

Sobre ser

ella

mujer de notables defectos, tuvo

la

des-

gracia de rodearse de gente ruin, famosa por los males

que aún supo causar á la

la

cabeza de esta gente

vulgo llamada

la

postrada España. Figuraba á

la

baronesa de Berlips, por

el

Perdiz, contrahaciendo burlescamente

su nombre, mujer alemana y de obscuro origen, que había traído consigo

la reina.

Secundaba á

la anterior

un alemán llamado Enrique Wiser, y apellidado el Cojo vulgarmente, mozo de airada vida, que echado de la

donde servía en empleo ínfimo, se había introducido también en la servidumbre de la rei-

corte de Portugal,

na.

Todo

entre

ambos

lo

vendían y dilapidaban procu-

rando hacer de prisa fortuna, por ocasión, com.o hacía temer

la

si

pronto perdían

la

escasa salud del rey. Des-


BOSQUEJO HISTÓRICO

382

de que vio llegar á ni

la

Berlips y á Wiser, Carlos Ruzzi-

calculó ya, con la singularísima sagacidad de los

venecianos, que serían causa de muchos males. Lograron unidos echar de España á un virtuosísimo jesuíta

que tenía por confesor

la reina,

duda porque

sin

estorbaba; y en su lugar trajeron

chino alemán, que no aconsejaba á

les

P. Chiusa, capu-

al

la

reina sino lo que

á los tres podía convenirles. Dieron luego participación la

y

Berlips

el

Cojo en su compañía

caballerizo del rey,

conde de Baño,

al

hombre digno de

servirlos por sus

míseras condiciones de carácter, y con tales consejeros

emprendió su campaña pendiente

la

política la reina.

provisión de la Secretaría de Estado, cau-

sa de tantas intrigas, y no pudo lograrla á costa de

Había quedado

siete mil

el

Ángulo sino

doblones de oro, según se

dijo.

Conócese á este Ángulo, llamado D. Juan, en los documentos de la época por el sobrenombre del Macho ó el Mulo, que le puso el monarca mismo, á causa de su ineptitud incleíble. Pensó luego la reina en proveer por sí los demás cargos de importancia, desposeyendo á los parientes y deudos de Oropesa, y fueron nombrados consejeros de Estado varios grandes; pero no

marqués de Mortara, que era quien el

lo

el

buen

merecía, por ser

nombre en en cambio, esperar mucho la

último de los generales que ilustrase su

aquel siglo.

No

se dejó,

caída del marqués de los Vélez, y de su criado favorito el

rey mismo sorprendió en concu-

siones, y que se había

hecho insoportable por su mal-

Bustamante, á quien

dad á

los

nejo de ó poco

mantes.

más malos. Pero

la

los ministros

que en

el

ma-

Hacienda sucedieron á Vélez, valían menos

más que

él,

y no dejó de haber ya nunca Bustala reina, en medio del

Sorprendió mucho á


CASA DE AUSTRIA imperio que tenía ya en todo, del rey de

383

resolución inesperada

la

nombrar presidente de

Castilla á D.

Manuel

Arias Mon, caballero del hábito de San Juan y embaja-

dor del gran maestre en España, á quien conocía sólo

por una obra suya que había leído manuscrita, sobre

males públicos. Asombrada

los

la

juzgaron unos por aquel paso que

de mandar por

Mon

Arias mintió sentía

el

era

rey era ya capaz

el

y sospecharon otros que la aptitud de grande. Pero ambas cosas las des-

sí,

muy

tiempo. El rey,

más

corte de la novedad,

como

solía

siempre que se

fuerte, se dedicó por algunos días á los ne-

gocios, recayendo en su ordinaria flaqueza, y Arias

Mon

probó antes de mucho que era en

moderadísimo, en débil, quizá

la

experiencia escaso, en

no escrupuloso en

la

el

talento

el espíritu

honra. Llevó

la reina

con poca paciencia aquel golpe, y más al ver que el duque de Montalto iba ganando la gracia del rey, á punto de parecer ya su privado. Pugnó por conservar la

superioridad de su influjo;

descuidaba,

el

mas como Montalto no se

confesor tampoco abandonaba su parte

de dominación, y

el

condestable, y Monterrey, y

almirante, querían todos á un tiempo

la

guerra de intrigas en

pusieron unos y otros

magna

al

la

corte.

el

el

poder, se reno-

Para transigir pro-

rey que formase una Junta

de gobierno, compuesta de todas aquellas per-

sonas rivales, en

de buscar remey se gobernase todo. Pero lo se resolvió fué que los hábitos de las órlas cuales se tratase

dio á los males públicos,

único que

allí

denes militares no se diesen en adelante sino á los que hubiesen servido bien en la guerra; y el Cojo, la Berlips

y

la reina

misma

hicieron inútil aquella justa medi-

da, vencidos de la ordinaria codicia. Tratóse también


BOSQUEJO HISTÓRICO

384

de hacer economías, y no fué posible; porque todas habían de parar en detrimento de los gobernantes

ellas

ó de sus parciales. Al cabo

nombre de primer ministro

el

duque de Montalto,

sin

llegó á serlo del

ni valido,

y para afirmarse imaginó una traza, por extremo extraña, que muestra h.asta qué punto había llegado ya la sed de mando, y fué repartir en pedazos la monartodo;

quía, para

Con talto,

que tocase uno á cada cual de

efecto, expidió Carlos

un decreto, en

el

cual

II,

los rivales.

por consejo de

nombró

al

Mon-

condestable

teniente general y gobernador de Castilla la Vieja;

al

almirante, de las Andalucías y Canarias,

y á Monterrey

de Aragón y Cataluña; reservándole nencia genei'al y gobierno de Castilla

al

primero

la

Nueva. Así se

la te-

pensaba tenerlos á todos contentos; y no parecía mal imaginado, ya que estaba convertida la monarquía en botín.

Mas Monterrey no

quiso aceptar

porque aspiraba á recoger todo hacer otra nueva, en

la cual

el

la repartición,

mando; fué preciso

Montalto tomó los reinos

de Aragón, Navarra, Valencia y Cataluña, yol condestable, Galicia, Asturias y las Castillas, dejando las Andalucías

al

almirante. Estos tres tenientes generales ó

ministros acordaron reunirse dos veces por semana, y decidir entre

sí las

cosas grandes, dirigiendo en particu-

cada uno los tribunales y capitanías generales de sus territorios respectivos. La burla de unos y la irrita-

lar

ción de otros llegó con esto

al

último punto: todos los

tribunales representaron en contra, y Villena, virrey de Navarra,

de

la

y

el

el

marqués de

duque de Sesa, general

costa de Andalucía, hicieron dejación de sus car-

gos. Nombróse, entretanto, otra junta de ministros para

atender

al

remedio de

la

Hacienda, y

allí,

después de


CASA DE AUSTRIA

385

largos debates é intrigas, se acordó que no se pagase

merced alguna por todo el año de 1694; que durante mismo año cediesen todos los empleados del reino

el

la

tercera parte de sus sueldos; que á cada título se saca-

sen trescientos ducados, y á cada caballero de las órdenes doscientos y á los negociantes y demás personas de caudal cuanto se juzgase prudente, todo á título de donativo. Ordenóse también que en todos los pueblos se sorteasen los vecinos, y que de cada diez fuese es-

cogido uno para servir en los ejércitos. Causaron estas

medidas horrible perturbación y ningún fruto, recogiéndose poco dinero, y menos soldados útiles. Todas estas desgracias las hacía valer éste,

la

reina contra Montalto;

por su lado, hacía vanidad de despreciarla á

y

elia

y á sus hechuras. Pero coligada estrechamente con el confesor, no tardó en sembrar entre los tenientes generales la semilla

de

su partido con

la

nos.

De

la discordia,

atrayendo

al

almirante á

oferta de poner el gobierno en sus

ma-

aquí nuevas, múltiples, desesperadas intrigas.

Tal, en resumen, era

cuando Luis XIV

fijó

el tristísimo

ya en

estado de España

ella los ojos,

echar mano de cuanto fuera

útil al

proponiéndose

gran propósito que

ocupaba su ánimo.

25



XIII

|RA

ÉSTE

obtener

la

sucesión de

la

monarquía

española para su nieto Felipe de Anjou, hijo

^^^^

i

l

tar

segundo

del delfín de Francia;

y por conten-

á los españoles y hacerles olvidar sus anteriores

violencias, se apresuró á ajustar, ante todo,

la

paz ge-

nerosa de Riswich en 1697, poniendo en seguida manos á la obra con vivo empeño.

Ningún otro asunto llamaba ya tanto la atención de del mundo; ninguno ha sido más importante

España y

de cuantos se han tratado en esta obra. Justo es, pues, considerarle aparte.

Tan muerta moralmente estaba ya

la dinastía austríaca,

que cuando acabó no tenía quizá

un solo defensor desinteresado. El mal gobierno de Felipe

III

y Felipe IV,

los errores

de

la

regente,

la

nulidad

de Carlos II y los defectos de su mujer Doña María Ana, habían hecho odioso á la generalidad de los españoles todo

lo

austríaco y alemán. Los socorros que con

tan poca cordura se habían dado

al

emperador,

el

des-

precio con que últimamente había aquél mirado nuestros intereses,

y

la

intervención deplorable de algunos


BOSQUEJO HISTÓRICO

388

alemanes en

el

gobierno, durante los últimos años, eran

otras tantas causas

que impulsaban á nuestros conciu-

dadanos á desear un cambio de taban

A

dinastía.

cosas, que hubiera sido necesario un gran

las

príncipe y un gobierno fuertísimo para que

de Carlos trono.

No

punto es-

pudiera continuar por

II

posteridad

la

mucho tiempo en

el

habiendo sucesión y teniéndose que llamar á la corona, difícil era que la mayoría

un príncipe alemán á de

la

nación

á disputarle

le el

aceptase aun cuando no hubiese venido cetro un pretendiente de

más derecho

ó

que excitase mayores simpatías. Fué también fortuna

mismo tiempo que el nombre alemán caía en menosprecio, su nombre fuese ganando respeto en la opinión de los más de los españoles. A la para Francia, que

al

verdad, Francia había sido hasta

allí

nuestra natural

enemiga; su grandeza había sido nuestra ruina, como fué la nuestra su humillación; pero los daños que de ella

nos vinieron podían ser olvidados por pechos genero-

Nos vencían los franceses en rosos, ó más diestros; pero no nos sos.

lides por

destruían fingiéndose

amigos: no devoraban las entrañas de los alemanes.

Hasta

las princesas

más nume-

la

nación,

como

que Francia nos llegó

á dar habían dejado de sí dulces recuerdos, al paso las

bón no se olvidó un punto fué

que

alemanas excitaban antipatías. Doña Isabel de Bor-

más querida que

la

del bien

de los vasallos, y Doña María

reina gobernadora

Ana; y de las dos mujeres de Carlos II, Doña María Luisa de Orleans había sido personalmente tan respetada,

como

era

Doña María Ana de Neoburg

Júntese con esto

la

gloria

aborrecida.

que alcanzaba entonces

la

casa de Francia. Los españoles, que creían, no sin error,

que todas sus desdichas venían de

los

malos


389

CASA DE AUSTRIA

reyes, viendo que la casa alemana los daba á cual peores, se lisonjeaban con la idea de ser

gobernados por

príncipes de una familia que los producía tan afortuna-

dos. Falsos fundamentos, sin duda, eran todos estos

para inclinar

la

opinión á los franceses; pero no los

más

necesitan los pueblos

justificados para decidirse.

Estudiando bien nuestras conveniencias políticas, se hubiera encontrado que, si un cambio era indispensable, donde

era en

el

narquía

menos había de buscarse nueva

vecino reino de Francia. Sin

salir

dinastía

de

la

mo-

podían también hallarse razones

ni del siglo,

y ejemplos bastantes para temer el influjo de los franceses, tanto ó más que el de los alemanes. Público era que Ñapóles y

Sicilia,

provincias nuestras, después de

admitir á los franceses por librarse del mal gobierno

de

la

casa de Austria, habían tenido que echarlos de

nuevo, coadyuvando poderosamente á restablecer el gobierno antiguo. Y sobre todo pudo España pedir ,

lecciones á Cataluña.

mente tratada por

más en

lo

,

Fué esta provincia

los franceses,

tan indigna-

que no

permitió

sucesivo que echasen raíces en su suelo, á

pesar de los continuos disgustos que traía con la corte, y no aceptó á la casa de Borbón sino á viva fuerza,

después de largos y heroicos esfuerzos por arrojarla de la Península. Pero en el resto de España faltaba previ-

y conocimiento de lo pasado, y así los ánimos se inclinaron desde el principio de la cuestión al partido francés. Los hombres de Estado que tenía España entonces valían también poco, y no estaban en el caso de juzgar con más acierto que el vulgo. Empeñasión política

dos, por otro lado, en sus míseras discordias, no mira-

ron en

la

nueva cuestión, tan inmensa como

era, sino


BOSQUEJO HISTÓRICO

390

pretextos ó enseñas diferentes de combate.

Cuantos

gobierno y cuantos aspiraban á figurar en adelante, se apresuraron á escoger puesto en los dos nuevos y grandes partidos, excepto

habían figurado hasta aHí en

el

como

aquellos, no escasos en número, que prefirieron,

suele acontecer en tales ocasiones, hacerse mediadores ó indiferentes con rrota

el fin

de no arriesgar nada en

y compartir con cualquier vencedor

la

el triunfo,

de-

no

se vieron bien determinados los dos partidos opuestos hasta la paz de Riswich, porque la guerra con Francia hacía arriesgado y deshonroso cial

se

declararse algo par-

el

suyo; pero no dejaban ya desde antes de traslucirdiversos sentimientos

los

Doña María Luisa intrigaron ya en

vivió, los

de

la

gente.

Mientras

embajadores franceses algo

Madrid en favor de su

Muer-

dinastía.

ocasión de ser pa-

emperador aprovechó suya y cercana la nueva reina, para enviar á España de embajador al conde de Harrach, uno de los principales señores de su Consejo, señalándole por sula

ta ella, el

rienta

cesor

al

hijo, á fin

motivo alguno

las

de que no padeciesen dilación por

negociaciones. Logró este diplomático

que ante los apuros de la última guerra con Francia

lle-

gase á prometerle Carlos II nombrar heredero duque Carlos, hijo segundo del emperador, y en quien al

archi-

éste y su hijo primogénito José renunciarían sus derechos, si enviaba doce mil hombres á su costa para de-

fender á Cataluña.

No

accedió á

la

pretensión

el

empe-

rador, aunque envió algunos refuerzos, por no consentir tal

Riiin

y

expedición el

la

escasa suerte de sus armas en

Danubio; pero no por eso cejó en

el

las intrigas.

Díjose en cambio que Francia, aun en medio de

la

guerra,

halló modo de ganar á su partido á no pocos grandes y


CASA DE AUSTRIA

391

señores principales; y á esto atribuían, al menos los catalanes, la flojedad con que los defendieron algunos virreyes. Austríacos

mente se disputaban

y franceses eran los que principalprocurando formar

así la sucesión,

grandes partidos en España, que apoyasen sus pretensiones;

mas no eran

los únicos

que presentasen candi-

datos.

Fundaba

emperador Leopoldo sus derechos en su

el

cuarto abuelo D. Fernando

I,

hijo

de Doña Juana la

Loca, y hermano de Carlos V, así como en su madre María, hija de Felipe III, sosteniendo que, extin-

Doña

guida

primogénita de varón, debía acudirse á

la línea

la línea

segundogénita, de donde

él era, sin

pasar á las

hembras, y que aun dado caso de pasarse á éstas, según la costumbre de la casa de Austria, debía preferirse

la

cercana

al

tronco á

la

El rey de Francia negaba,

cercana

al

último poseedor.

por su parte, que por las

leyes de España, que eran las que debían regir en este caso, fuese llamada la línea segundogénita de varón, á falta

de

la

primera, con preferencia á las hijas de los

últimos poseedores, y que excluyeran á éstas las más cercanas del tronco; con lo cual daba por inconcusos los

derechos del

delfín, hijo

de María Teresa, primogénita

de Felipe IV y hermana mayor de Carlos II. Podía también apoyarse en los de su propia madre Ana de Aushija mayor de Felipe IIÍ, que debía ser preferida, como primogénita, á la madre del emperador Leopoldo.

tria,

Para evitar que pudieran considerarse incompatibles las rial

coronas de Francia y España

y

la

española,

primogénito

chos en

el

el

al

lo

mismo que

la

impe-

propio tiempo que Leopoldo y su

archiduque José, renunciaban sus dere-

archiduque Carlos, hijo de aquél y hermano


BOSQUEJO HISTÓRICO

392

de este último, renunció

suyos

los

infanta María Teresa, en su hijo

de Anjou. Llevaban

los

el delfín,

de

hijo

la

segundo Felipe, duque

de Austria á

los

de Borbón

la

notable ventaja de que no hubiese incompatibilidad,

por los tratados, en que las coronas imperial y española

se reuniesen; antes á la infanta

del emperador Fernando

derecho á suceder, por

con exclusión de

¡II,

se

la

Doña María, mujer había confirmado

los conciertos

los hijos

el

matrimoniales,

de Francia. Lejos de esto,

la

casa de Borbón tenía contra sí las renuncias solemnes de Doña Ana y Doña María Teresa, de donde procedía la expresa exclusión que de ellas y sus descendientes hizo en su testamento Felipe IV. Pero contra una y otra

casa alegaba en tanto derechos nieto de la infanta

príncipe de Baviera,

el

Doña Margarita María,

hija

menor

de Felipe IV, y primera mujer del emperador Leopoldo. Y aunque éste había hecho que su hija única, llamada

María Antonieta, renunciase

de España,

al

los

derechos á

contraer matrimonio con

Baviera, semejante renuncia no

corona

la

el

Elector de

la tenía el

bávaro por

válida, á causa de no haber sido confirmada por Carlos

II,

ni

narquía,

por sus Consejos,

ni

por las Cortes de

la

mo-

pareciendo reducida á un contrato privado

entre hija y padre,

muy

diferente de aquel en que se

habían pactado las renuncias de las hembras de Francia.

Por

lo

mismo,

los

más de

los jurisconsultos se incli-

naban á este último pretendiente, sosteniendo que, muerto Carlos tando una de

de

II,

debían sucederle sus hermanas; y es-

ellas

impedida por

la

renuncia del tratado

los Pirineos, debía sucederle la otra, ó, por repre-

sentación, su nieto

el

príncipe de Baviera.

No

eran de

despreciar tampoco los derechos del rey de Portugal:


CASA DE AUSTRIA

venían de los de

la

infanta

393

Doña María, hermana menor

de Doña Juana la Loca, casada con

el

rey D. Manuel,

de cuyo matrimonio nacieron los reyes D. Juan

III y D. Enrique, y el príncipe D. Duarte, duque de Braganza, padre de la infanta Doña Catalina, que fué abuela de

aquel D. Juan VI, por quien se separó este reino de

España. Por último, se ofrecían como pretensores los

duques de Saboya y Orleans, como descendiente el primero de la infanta Catalina, hija de Felipe II, y mujer del duque Carlos Manuel, tan famoso por su carácy el segundo, como hijo de Ana de AusTres grandes cuestiones de derecho había en estas

ter turbulento, tria.

pretensiones contrarias. Era

la

primera,

si

extinguida

la

línea primogénita de varón, debía acudirse ó no á la

con preferencia á todas

línea segundogénita,

bras; la

segunda

bía preferirse la

ma

al

era,

si

las

hem-

llegada la sucesión á éstas, de-

más cercana

del tronco ó la

último posesor; la tercera,

si la

más

próxi-

renuncia del ante-

cesor podía ó no perjudicar á su sucesor, en desapare-

ciendo los motivos y circunstancias que

hubiesen

la

provocado.

De

resolverse negativamente esta última cuestión,

derecho de Castilla,

la

donde

el

casa de Francia era incontestable en las

hembras sucedían á sus hermanos

varones; pero no tanto en Aragón, ni en otros Estados

de

la

monarquía. Por otra parte, iba á carecer

cho público de Europa de bases seguras, cias

y tan solemnes como

la

si

el

dere-

tales renun-

de Doña María Teresa

podían ser olvidadas á placer por las personas interesadas.

Con

preferir la línea segundogénita de varón se

evitaban las dificultades que podía engendrar to derecho de suceder

acostumbrado en

el

distin-

los varios rei-


BOSQUEJO HISTÓRICO

394

nos de

monarquía, se dejaban firmes las renuncias

la

como base

derecho público, y

del

nía legítimamente

al

la

herencia total ve-

emperador Leopoldo, descendiente

de Doña Juana la Loca.

De

del

segundo

te,

había que acudir á las hembras; y circunscrita á

hijo

otra suer-

éstas la cuestión, ó eran ó no válidas las renuncias.

Porque no siéndolo era imposible disputar con cia,

y siéndolo,

la

duda venía á estar entre

las

la

Fran-

casas de

Baviera, Portugal y Saboya, dado que las pretensiones

de la

la de Orleans eran mucho más graves. De preferirse hembra más cercana del último poseedor, el derecho

estaba en favor del príncipe de Baviera, nieto de

menor de Felipe que ofrecía las

la hija

quedaba en pie la dificultad regir distintos derechos y costumbres en

el

IV; pero

diversas partes de España: de

modo que

si

en unas

partes era legítimo heredero, en otras quizá no podía

considerársele

Atendiéndose á

tal.

la

hembra

más

cercana del fundador, no había duda en que pertenecía la

da

corona de España la línea

al

rey de Portugal, una vez exclui-

segundogénita de varón representada por

el

emperador de Alemania; porque tomando como punto de partida á los Reyes Católicos, en cuyo tiempo vino á formarse

la

monarquía, se halla que todos sus dere-

chos los transmitieron á sus dos hijas Doña Juana y Doña María, únicas de quien hubo sucesión. De Doña

Juana quedaron dos hijos y dos líneas de varón: la una, que iba á extingirse en Carlos II; la otra, que representaba á

la

excluida la

sazón la

el

emperador. Extinguida

la

primera y

segunda por cualquier causa que fuese,

hembra más cercana

si

del tronco debía preferirse, esta-

ban delante de todos los derechos de Doña María y sus descendientes, que eran los monarcas de Portugal. Ta-


395

CASA DE AUSTRIA

no podían prevalecer nunca sobre los casa de Austria, que tenía varones descendientes

les derechos, si

de

la

de hembra de

la línea

primogénita, podían excluir los

casas de Baviera y de Saboya, que venían de hembras mucho más lejanas del origen ó fundador, y

de

las

sobre todo, los de

casa de Francia.

la

Tenían estos

también la ventaja de conciliar las opuestas leyes de sucesión de nuestras provincias, porque, remontándose el

origen de

la

Doña Juana y á Doña María,

sucesión á

que no tuvieron varones que nencia, y

que eran

les

excluidos los únicos los

en Aragón,

disputasen

la

preemi-

varones que quedaban,

de Austria, no podían ser desconocidos

ni

en Castilla,

ni

en ninguna parte.

Aun

ni

las

razones políticas, que exigían que los reinos de España y Francia, ó España y el Imperio, no estuviesen en una

misma casa, aconsejaban

lo

contrario

tratándose de

reinos que eran pedazos de uno mismo, y que habían constituido hacía tan poco tiempo un solo Estado. Úni-

camente contrastaba

suma de derechos, acrecenta-

tal

dos antes de mucho con viera, el

que por

las leyes

del fundador excluye á

muerte del príncipe de Ba-

la

la

de Castilla

la

hembra lejana

cercana, en cuyo caso debía

obtener preferencia, sobre

la

de Portugal,

la

casa de

Saboya. Pero como estas cuestiones de sucesión de

cuando se complican, suelen antes resolverse por derecho constituyente que no por derecho constituido, la pretensión de Portugal habría parecido harto

reinos,

más aceptable que casa con empeño.

la

No

porque no quisieran

de Saboya, á sostenerla aquella lo hizo ni cuidó nadie de ello, ó

los

mismos interesados

reunir otra

dos coronas, ó porque, como antes indicamos, estaba ya fija la atención general, no en quien tuviese

vez

las


BOSQUEJO HISTÓRICO

396

mejor derecho, sino en quien se hallaba con más poder

No bien comenzó á discutirse la cuespudo bien verse que no eran parte los discursos ni alegatos á resolverla, y que las armas tendrían al fin

para sostenerlo. tión,

los

que tomarla por su cuenta. Para este caso se preparaban ya

aprovechando

principales- competidores,

los

de su enemigo y haciendo valer todos sus recursos y sus medios, pero sin descuidar las cada uno

las flaquezas

y negociaciones. al conde de Harrach, que de acuerdo con Dofia María Ana trabajaba en favor de su casa,

intrigas

En contraposición

rey de Francia á Madrid

envió

el

court,

después de

las

al

marqués de Har-

paces de Riswich; y no bien llegó,

se entabló una lucha desesperada de manejos é intrigas entre él y

el

embajador del Imperio. Era

el

de Harcourt

soldado valiente y capitán afortunado, cualidades

muy

estimadas en España; de gran penetración y de no escasa ciencia, fastuoso

una corte donde ble, cortés,

el lujo

dotado, en

como convenía que

lo

fuese en

era la perdición del reino; afa-

de cuantas cualidades se

fin,

necesitaban para ser bien recibido del pueblo y de los

grandes y hacerse lugar entre todos. Puso además Luis XIV á disposición del embajador sus arcas, á fin de que no sidad

ni

excediese nadie en Madrid

le

sos frutos de eficacia

ni

en genero-

en magnificencia; y no tardó en recoger copiola

buena elección de

de los medios que

Alarmado

el

le

la

persona y de

la

había proporcionado.

partido austríaco, y sobre todo la reina,

con su venida, hicieron de modo que Harcourt fuese

muy

mal recibido en los principios. Ni siquiera se

permitió ver

al

rey, sino de

paciosa y mal alumbrada, á

le

noche y en una cámara esde que no advirtiese que

fin


CASA DE AUSTRIA

397

estaba á las puertas del sepulcro, como realmente ya estaba. Pero Harcourt,

como

sa y no correspondió á

ella,

diestro, disimuló la ofen-

sino llenando de delicados

regalos y obsequios á los hijos de los grandes, y á los

grandes mismos menos aficionados á Francia. Logró

con eso mayor estimación que Harrach,

el

sobre

cual,

ser de aquellos alemanes tan aborrecidos, era altivo y duro, aunque inteligente y experimentado. Muy semejante á la de los maridos era la condición de las muje-

res de los embajadores,

poderosamente en Harcourt nerlas

al

el

interviniendo

Ganó

los sucesos.

cariño de

la

corriente de las

reina

la

ellas

también

marquesa de

y de sus damas, con po-

modas que por

París se usa-

ban y con tratar á éstas de igual á igual en las ceremonias. Por el contrario, la de Harrach se hizo un enemi-

damas de palacio, á causa de haber pretendido que le diesen mayor tratamiento del que la correspondía. Poco faltó para que hasta la reina

go en cada una de

se pusiese á

la

las

cabeza del partido francés, contradicien-

do su naturaleza y

de su casa. El oro fran-

los intereses

cés ganó á la Perdiz y al Cojo, que al ver que se formaban dos partidos, no pensaron más sino en que les ofrecían buenos compradores, y

de

la reina,

el

P. Chiusa, confesor

abandonó por un momento también

sa de sus compatriotas; y

como

al

la

cau-

poco tiempo descu-

briesen los intrigantes alemanes ciertas inteligencias

embajador imperial, Leganés y Monterrey, encaminadas á apartarlos del lado de la reina, para ser entre

el

ellos los únicos

que predominasen en sus Consejos, se

decidieron de todo punto por Harcourt. Aprovecháronse de las benévolas relaciones que mantenía

con

la

esposa de Harcourt, y

la

la

reina

persuadieron de que


BOSQUEJO HISTÓRICO

398

tuviese una entrevista con este mismo, para tratar de reconciliar los recíprocos intereses. Harcourt

perdició

la

ocasión, y manifestó á

mediación quería que

el

la

no des-

reina que sólo á su

duque de Anjou debiese

la co-

rona, con lo cual halagaba su vanidad, indicándola al

propio tiempo que se trataría de desposarla con fín

el del-

de Francia, muerto su esposo; que se darían ricos

heredamientos á su favorita

Berlips y

la

púrpura car-

la

denalicia á su confesor, concluyendo por prometerla

que se devolvería á España ría

Rosellón, y se

el

bían dejado ya correr por

el

ayuda-

la

ambas que se ha-

á reconquistar á Portugal, cosas

pueblo, y en

hicieron

él

mejor efecto que en aquella princesa, sólo ocupada en su particular conveniencia.

No

atreviéndose

con todo, á abandonar de un golpe

al

la

reina,

partido austríaco,

estuvo mucho tiempo indecisa, aunque más inclinada á Francia que no

al

Imperio. Pero viendo que sus ma-

yores enemigos se ponían en contra de tria, se mantuvo firme al cabo en este

pañábanla

el

almirante D.

antes conde de Melgar, y

cha parte de

la

la

casa de Aus-

partido. AcomTomás Enríquez de Cabrera,

el

confesor Matilla, con mu-

grandeza, ministros y magistrados poco

amigos de novedades, y que temían ó aborrecían á la casa de Borbón como reformadora ó extranjera. No pudieron

resistir, sin

embargo,

al

impulso de

la

opinión

general, tan enemiga de los austríacos, y también mane-

jada por Harcourt.

la

La especie de neutralidad que guar-

reina durante cierto tiempo,

se inclinase

al

y

los recelos

de que

partido francés, acabaron de poner de

parte de éste todas las probabilidades del triunfo: de

modo

que, cuando aquella princesa, vuelta á sus prime-

ros propósitos, quiso deshacer

lo

hecho, era tarde.

Ya


CASA DE AUSTRIA

no quedaba más apoyo sólido la

ral,

partido austríaco sino

al

voluntad del enfermizo Carlos

399

II,

como era

que,

natu-

se inclinaba á los intereses de su familia, Pero

indiscreción y la altanería de los agentes imperiales

No

garon hasta á enajenarles este apoyo. hablar de

la

cia,

cesaban de

sucesión delante del rey, sin miramiento

alguno á su dignidad irritado

piedad de su estado. Carlos,

ni

de que tan codiciosamente disputasen su heren-

como

si él

ya no

existiera,

excusaba cuanto podía

verse con Harrach y los austríacos, yHarrach, diferente en esto de Harcourt, resentido le

la

lle-

mirase con despego

do en su lugar á un

mozo

ya

inexperto.

Con

cardenal D. Luís Manuel Por-

el

tocarrero, arzobispo de Toledo, á francés, parecía

muy

punto de que

rey, se retiró á Viena, dejan-

el

hijo suyo,

esto y haberse puesto

al

el triunfo

la

cabeza del partido

de éste indudable. Era

el

cardenal hombre de rápida carrera, gran cortesano, pero

de talento

inferior á su posición

tomar mucha parte en la

las

y de pocas

letras.

Sin

cosas políticas, había seguido

voz del almirante, cuyo amigo fué hasta que, rompien-

do con

él

por motivos privados, tomó puesto en

tido contrario.

Su actividad y

baron de traer las cosas franceses. Tras

él

al

el influjo

el par-

de su mitra aca-

punto que pod'an desear los

vinieron á alistarse en este partido

el

inquisidor general Rocabertí, que había sucedido á don

Di¿go Sarmiento, y

los

marqueses

del

Fresno y de Ma-

ceda, con otros señores, y conociendo de cuánta importancia era que poseyese él solo el cia del rey, logró

manejo de

la

concien-

de éste Portocarrero que apartara de

y llamase á su lado al P. Froilán Díaz, catedrático de prima de Alcalá, y hombre de más virtud sí al P.

que

Matilla

juicio,

dándole por auxiliares á dos

frailes

hechu-


BOSQUEJO HISTÓRICO

400

ras suyas, á los cuales dictó cuantas instrucciones nece-

y estorbar los de sus enemigos. Hubiera sido definitivamente nombrado ya entonces heredero de España el duque de Anjou á sitaban para favorecer sus propósitos

no aparecer de nuevo en conde de Oropesa.

y en

la corte

los negocios el

Pero este ministro, dotado de más cualidades que ninguno de sus émulos, acechaba, desde la Puebla de jMontalbán, la ocasión de recobrar lo perdido.

Nombró-

sele gentilhombre, sin otro intento que el de hacerle destierro; pero

más llevadero su

Oropesa

lo

entendió de

distinto

modo: se vino á Madrid y comenzó á hacer co-

diciar ó

temer sus servicios á

dientes.

La

que estimaba sus cualidades, por más

reina,

que personalmente

mano de

él

y

lo

dos partidos conten-

los

le

aborreciese, se apresuró á echar

elevó á

esto algún aliento

al

la

presidencia de Castilla. Dio

decaído partido austríaco; pero

antes de mucho riñó Oropesa con el almirante, que habiendo sido hasta allí el hombre de confianza de la reina, temía verse suplantado por él tilizarle. el

Entonces

el

y no cesaba de hos-

nuevo presidente, viendo que en

partido austríaco no cabía y que no era digno para

pasarse

al

él

de los franceses, determinó formar un tercer

partido con su candidato y todo para vencer los otros dos. Prohijó con

tal

fin las

pretensiones del Elector de

Baviera, que, aunque apoyadas por los m.ás de los jurisconsultos, no tenían, desde poco antes que murió

la

reina madre, quien les hiciese valer en la corte; y tanto hizo,

que quedara triunfante en

nerse

mente

la

la

lucha á no interpo-

contraria voluntad del cielo,

le quitó

que inopinada-

su candidato de las manos. Ayudóle á

progresar un grande error de Luis XIV. Este monarca,


CASA DE AUSTRIA

no fiándolo todo á

las

401

negociaciones y manejos, había

discurrido vencer á los españoles, con ponerlos en la alternativa de dar la corona á su nieto ó someterse á la

desmembración y repartimiento de su imperio. Para ello el emperador y los príncipes más ó

entró en tratos con

menos interesados en

la sucesión de España. Ya en 1668 había habido semejante idea; y aun se añade que llegó á ajustarse sobre el particular un tratado, entre el

emperador y el rey de Francia, que quedó en depósito del duque de Toscana, y sirvió de norma á los posteriores. Sea esto ó no, el caso es que corriendo el año de 1698 se ajustó en Inglaterra, Francia

la

Haya un

tratado solemne entre

y Holanda, por

el

cual se estable-

que Ñapóles y Sicilia, los puertos de Toscana y el marquesado de Final con la provincia de Guipúzcoa, ció

vendrían á poder del delfín, ó de otro

agregados á

Francia; que

modo

serían

ducado de Milán quedaría por el archiduque Carlos, y el resto de la monarquía por el príncipe de Baviera, ó por su padre á falta suya, aunque este último no pudiese alegar el más remoto la

el

derecho; comprometiéndose las tres potencias á llevarlo

todo á efecto por fuerza de armas,

si

era indispensa-

y secuestrando sus porciones á las casas de Austria y Baviera cuando no las admitiesen de buen grado. Sin duda que este tratado era muy ventajoso para ble,

Francia; Guillermo de Inglaterra no sacaba de él otro provecho sino que ésta abandonase la causa del pretendiente, y á Holanda nada le tocaba. Pero Luis XIV^ quería

era el

más, para su familia, ya que para Francia no, que el total de la monarquía; desde este punto de vista, tratado fué una falta que aprovechó diestramente

Oropesa. Mientras

el

emperador ardía en cólera contra 26


BOSQUEJO HISTÓRICO

402

Carlos

Francia,

que

11,

herido en

más

lo

así dispusiesen los extranjeros

vivo,

con ver

de sus reinos, y

el

pueblo español, como siempre, digno y soberbio, lejos

de amedrentarse, protestaron enérgicamente contra el tratado. Todo lo que Francia había adelantado con su destreza, se perdió, en un punto; Carlos se deter-

minó á nombrar sucesor de por que

bir sino al

favor de

la

sí, el

pueblo á no reci-

designase su soberano, y Oropesa, á

le

confusión de Harcourt y Portocarrero y del

decaimiento en que sin

se hallaba de nuevo

él

do austríaco, logró levantar sobre todos su candidato tros

el

príncipe de Baviera.

y magistrados de

los diferentes

la

pertenecía

corona; y

pro de

lo

mismo,

aunque era

De

Consejos resolvió,

Consejo de Estado votó en

el

sin asistencia

de Portocarrero, que,

partido francés, no quiso com-

el alm'a del

prometerse con exaltado.

nombre de

el

junta de minis-

opinión común, que á aquél y no á otro

á impulsos de la

Una

el parti-

con

el rey, ni

el

pueblo, demasiado

acuerdo con estos dictámenes, firmó

el

rey

un decreto entonces nombrando por sucesor y heredero en todos sus Estados

al

príncipe José Leopoldo de

Baviera. Quísose guardar sigilo;

que lo

al

punto supiesen

el

decretado. Protestó

acabó de

irritar

contra

el

él

segundo, aleccionado en

mucha templanza. Ya

mas no pudo

emperador y

el

evitarse

rey de Francia

primero con una altivez que á toda la nobleza y pueblo; la

el

pasada experiencia, con

parecía, pues, resuelta

la

cuestión

y asegurada la paz de Europa, aunque en verdad no era fácil que ni aun así se evitase la guerra, cuando el rey presunto de España murió en Bruselas á

la

edad de

seis

años, en 8 de Febrero de 1699. Supúsose que de veneno,

y

al

menos

así lo

creyó su padre, porque en un ma-


CASA DE AUSTRIA nifiesto

403

que publicó con este motivo, decía: «que laesque perseguía á cuantos eran obstáculo

»trella fatal

»engrandecimiento de

>que su

hijo

muriese de una ligera indisposición, que

»solía antes padecer sin peligro».

más con

tal

sospecha,

No hay que

impresión que

la

partido francés, con

el

odio acrecentado

el

y

crédito del

al austriaco;

ya citado Arias Mon, destituido de

el

decir,

muerte del

la

príncipe causaría en España. Restablecióse

como

al

casa de Austria, había hecho

la

la

y

presiden-

de Castilla por causa de Oropesa, y D. Francisco Ronquillo, separado del corregimiento de Madrid, vi-

cia

nieran á ponerse

al

lado de Harcourt y Portocarrero,

juzgaron éstos llegado esfuerzos. El

más

momento de hacer nuevos

el

temible de sus enemigos era Orope-

sa, que aunque inconsolable por la muerte de su candidato, pronto halló nueva bandera en la casa de Austria.

No

tardó en sentirse su hábil

mano en

este parti-

do. Logró, entre otras cosas, que el rey llamase á

Ma-

drid al príncipe de la Hesse-Darmstad, con doscientos

caballos imperiales,

que habían servido en Cataluña

durante

la

última guerra, no con otro objeto, sin duda,

que con

el

de intimidar

franceses.

No

pueblo,

al

muy

parcial

había tiempo que perder,

si

ya de

los

Harcourt y

su partido querían evitar que con aquellas disposicio-

nes entrase en los unos fianza,

el

temor, en otros

la

descon-

y sucumbiese su causa. Resolvió, pues,

el

par-

tido francés echar el resto.

Olvidada

la

gobernación pública con tales contiendas,

no era ya que se hiciesen mal las cosas, sino que nada se hacía y todo estaba abandonado á la ventura. El gobierno de los tenientes generales había caído por

en una especie de desuso;

modo

solo

inaudito de caer gober-


BOSQUEJO HISTÓRICO

404

nantes. El

duque de Montalto y

ban ya en

la política;

condestable no sona-

el

únicamente

el

más am-

almirante,

que ninguno de sus compafíeros, continuaba

bicioso

influyendo y trabajando. Oropesa y Portocarrero, sin

más impor-

ser ninguno de ellos ministro, eran los que

la corte; y la reina, ya unida con uno ya combatiéndolos á los dos, no deseaba otra

tancia tuvieron en

de

ellos,

cosa sino conservar su funesto

influjo.

Como

la

muerte

de Carlos estaba evidentemente tan próxima, nadie se disputaba ya lo del

el

honor de ser su favorito, sino

rey futuro, para

lo cual

se eligiese á su antojo. Por lo cual en otro tiempo, de

el

de ser-

pretendía cada uno que mismo nadie se cuidaba,

que en Madrid no

timentos aunque le faltasen á todo

el

faltasen bas-

reino;

mas como

hubiese malísimas cosechas en aquellos años, llegó á invadir á la corte

el

hambre.

No

se necesitaba

más para

promover una sublevación, tiempo hacía contenida solamente por

el

antiguo hábito de obedecer del pueblo

español.

Nada más

fácil

que achacar

la

culpa del hambre á

Oropesa, que, como presidente de Castilla,

dirigía el

gobierno, estando especialmente encargado, por su empleo,

de los mantenimientos.

denuestos contra

él,

Por doquiera se oían

acusándole, no de negligente sólo,

sino de que comerciaba con su mujer en trigo

beneficiando ciones contra el

la el

los

aceite,

carestía. Ni dejaban de oírse impreca-

rey, harto injustas por cierto;

infeliz no era ya posible que atendiese á

que

y

porque

más dolores

que lentamente iban consumiendo su vida. «De

:>todo aquesto, ¿qué se le da

al

rey?», decían ciertos

cantares de entonces después de enumerar las miserias del pueblo.

Y

Harcourt y sus amigos, para que no pu-


CASA DE AUSTRIA

405

diera dirigirse contra ellos igual pregunta, y con el

objeto también de poner en peor lugar á sus adversarios, repartían á

manos

caridad nimia, que

el

llenas limosna

y afectaban una

tesoro de Francia pagaba y

el

pueblo agradecía pródigamente. Servíalos en esto don Francisco Ronquillo, que, como corregidor que había las necesidades y la genque excitar y contentar, según viniese no es mucho suponer que el mismo Ron-

sido, conocía

mejor que nadie

te á quien había

á cuento.

Y

quillo fuese quien

preparó los sucesos de que vamos á

dar cuenta, demasiado útiles y bien aprovechados para

pasar por casuales, y no por fruto del deseo de echar el resto los

franceses. Ello es que cierta

D. Francisco

Abril, estando en la plaza el corregidor,

de Vargas, atendiendo á

mañana de

deberes de su

los

uno

oficio,

de sus alguaciles maltrató por pequeña ocasión á una verdulera. Desatóse ella en injurias, y la gente que

presenciaba hostil,

la

escena tomó

al

punto una actitud tan

que Vargas juzgó prudente

retirarse. Siguióle la

gente con insultos y amenazas, y en un momento

el

es-

la Plaza Mayor y el arco de Pade hombres y mujeres que presurosos acudían de todos los extremos de la villa gritando:

pacio que media entre lacio, se vio lleno

MViva

el rey!

¡Pan! ¡Pan! ¡Muera Oropesa!»

tud no se detuvo en

cones mismos del alcázar, redoblando sus los el rey

con más amargura que cólera,

partido tomar.

La

multi-

arco, sino que llegó hasta los bal-

el

gritos.

sin

Oyó-

saber qué

Súpose que Ronquillo había estado á

punto de morir á tronchazos y pedradas y que se amenazaba con peor suerte á Oropesa, con lo que ni el cardenal de Córdoba,

conde de Benavente,

ni el

marqués de Leganés,

ni otros

ni el

muchos grandes que acu-


BOSQUEJO HISTÓRICO

406

dieron á Palacio sabían tampoco qué aconsejar ó hacer.

La

reina,

minó á

con alguna más presencia de ánimo, se deter-

salir al

doles que

el

balcón y habló á los amotinados, dicién-

rey dormía; pero que no bien despertase

le

comunicaría sus quejas. «Ya hace mucho que duerme y >es tiempo de que despierte», respondieron á grandes voces. Entonces se asomó

no por eso cesaron

el

propio rey

al

balcón; pero

los clamores. El peligro arreciaba;

y Benavente, que disfrutaba de algún favor con el vulgo, se ofreció al fin á hablarle, fuera de Palacio. Sus palabras templadas, pero

que tenía con

tal

vez mejor

la inteligencia

de los insurrectos, lograron aca-

los jefes

tumulto y que el gentío ofreciera retirarse, con tal que de nuevo se nombrara corregidor á Ronquillo y no

llar el

se castigase á ninguna de las cabezas del desorden.

Consintió

la Plaza,

rey en todo; vino Ronquillo á Palacio, y

el

acompañado

del

conde de Benavente

llenándolos á

bendiciones. Y, por

uno y

si

ambos

la

salió á caballo

multitud de vítores y

esto no bastase para probar que

otro se entendían secretamente con los motores

del motín, demostráronlo

de todo punto ciertas palabras

de Benavente, que volvieron á encender acabada. «El rey os perdona», les »to á la carestía

»os

por

dirijáis al

no puede

él

dijo;

la

confusión

«pero en cuan-

remediarla, y será bien que

presidente de Castilla».

No

fué menester

más. El vulgo dejó desierta en un instante

la

Plaza de

Palacio y se encaminó á las casas de Oropesa, enfrente

de Santo Domingo almif ante,

el

Real.

Fué fortuna de

con quien estaba á

la

éste que

el

sazón de acuerdo, pu-

diera avisarle á tiempo lo que pasaba.

No

habían deja-

do también de oirse amenazadores gritos contra

el

astuto almirante, jefe también de los austríacos, aunque


CASA DE AUSTRIA

407

no tan continuos como contra Oropesa. La casa de este último fué en un tencia

momento invadida

armada que opusieron

muerto alguno de

peó

los

los asaltantes, la

muebles y

echó por

los

á pesar de la resis-

los criados;

las

y habiendo

muchedumbre

estro-

ventanas, destrozó

y los papeles, y no hubo, en fin, exceso que no creyese poco para satisfacer sus iras. Habíase

las pinturas

refugiado Oropesa en casa del inquisidor general, su vecino, y

el terrible

á sus puertas á tarlas.

la

nombre de

esta dignidad contuvo

multitud, que no osó siquiera insul-

Aproximábase

la

noche, en tanto, y

el

tumulto no

cedía, pidiendo á voces la cabeza de Oropesa, cuando el

cardenal de Córdoba y otros sacerdotes salieron de

Santo Domingo con un las

crucifijo,

y sus exhortaciones y

de Ronquillo, que ya debía tener por bastante

lo

calma. Así terminó

la

hecho, lograron restablecer

la

primera revolución del pueblo de Madrid, desde que era corte, contra el gobierno,

y

la

única que desde Enri-

que IV hubiese presenciado un rey de España. ¡Hasta en

lo

que toca

al

orden interior quedaba ya deshecha

herencia de Felipe

III

la

!

Habían pensado seguramente

los del partido francés

que con esto bastaría para que el rey separase de nuevo á Oropesa; pero se engañaron, porque habiendo solicitado él su retiro, á causa de que no se castigaba á los culpables, resuelta y firmemente se negó el moribundo Carlos á consentirlo, mandándole permanecer en la presidencia. Entonces sus adversarios celebraron una

junta en casa de Portocarrero, donde después de oir la

opinión del jurisconsulto Pérez de Soto, favorable al

duque de Anjou, se acordó á toda costa alejar á Oropesa la corte. Fué Portocarrero á ver al rey, y prevale-

de


BOSQUEJO HISTÓRICO

408

ciéndose de su calidad cardenalicia y del influjo espiri-

que en tal concepto tenía, le obligó á decretar la vuelta de Oropesa á la Puebla de Montalbán, el destietual

de

rro del almirante á treinta leguas

la

y

corte,

nom-

el

bramiento de D. Manuel Arias Mon, parcialísimo, como

sabemos, del de Anjou, para

la

presidencia de Castilla.

Quedó ya por entonces el partido francés sin más apoyo el austríaco que la reina,

triunfante, el

y conde de

y de Aguilar y D. Antonio de Ubilla, secredespacho universal, que á falta de otros más

Frigiliana tario del

calificados llegó á ser

tan singular

como

la

uno de sus

caudillos.

Un suceso

revolución de Madrid, aunque me-

nos público, ocurría entretanto. Hablamos de los supuestos hechizos que, imaginados ya en Felipe

III,

mu-

chos atribuían con honda convicción á su nieto Carlos Viéndole

el

vulgo dotado de entendimiento

muy

lí.

claro,

de rectísima conciencia, de tanto amor á sus vasallos,

que hiciese valer ninguna de

y no comprendiendo tampoco cómo desde edad temprana había podido padecer una flaqueza tal de cuerpo, que

sin

le

tales calidades,

impidiera ejercitar sus buenas prendas, dio por segu-

ro que algunos hechizos ó enemigos malos estaban apo-

derados de su persona.

A

punto llegó

el

rumor, que ya

en tiempo del Inquisidor Sarmiento y Valladares, bunal Supremo de guaciones.

la fe llegó

el Tri-

á intentar algunas averi-

Suspendiéronse por respeto á

la

persona

monarca; y así continuaron las cosas, hasta que en los principios de 1698 el mismo Carlos llamó al inquisidel

dor general Rocaberti, y

le

ó no víctima de hechizos, berti

rogó que indagase

como

se creía.

si

era

él

Oyólo Roca-

con atención proporcionada á su ignorancia, que

era grande, porque de pobre dominico se había elevado


CASA DE AUSTRIA

á

tal

más por

categoría

Dio parte del asunto discretos

al

y doctos que

asunto.

No

poco

consultó con

lo

intrigas

409

que por fama ó mérito.

él,

se negaron á entender en el

se desalentó por eso Rocaberti, y de

Díaz, que no teniendo

más

Tribunal, cuyos ministros,

el

allí

á

Padre confesor Fray Froilán

más

luces que

él,

fácilmente se

conformó con sus propósitos. Diéronse entonces ambos á cazar los tales hechizos, y no tardaron en saber casualmente que un cierto Fray Antonio Álvarez Arguelles, vicario de un convento de monjas de la villa de Cangas, tenía gracia particular para exorcizar endemo-

niados y platicar con los mismos demonios, por quienes averiguaba curiosísimos secretos. Escribieron, pues, al

Obispo de Oviedo para que interrogase los

al

vicario sobre

hechizos del rey; pero aquel prelado contestó, con

desprecio, que

rey no tenía hechizos, sino flaqueza

el

de ánimo y de cuerpo, y que antes que exorcismos neel confesor

cesitaba buenos consejos. Ni Rocaberti ni

se avergonzaron con la respuesta: llenos de buena fe se

pusieron á buscar otros conductos por donde entenderse

con

el vicario,

y

pondencia entre locuras,

lo

lograron, entablándose una corres-

los tres,

fecundísima en puerilidades y

que asombra que pudiera seguirse. Notóse,

embargo, que

los

demonios á quienes interrogaba

sin

el vi-

cario Arguelles no cesaban de hablar mal de los parcia-

casa de Austria, y principalmente de la reina y del almirante, sin perdonar á la reina madre, ya cosa

les

de

la

del otro

mundo,

ni

á ninguno de cuantos antes ó des-

pués, habían abogado con seriedad contra Francia.

Y dando

la

casa de

por cierto los hechizos, solían,

al

pro-

pió tiempo, proponer para el rey remedios capaces de

causar su muerte, aunque estuviese robusto y sano. Ni


BOSQUEJO HISTÓRICO

410

Rocaberti ni

Froilán sospechaban eso de los demonios

ni

de su interlocutor, y molestaban sin cesar

más de

príncipe, haciendo los

pobre

al

que aqué-

los remedios

prevenían, y así transcurrió algún tiempo, hasta

llos les

demonios se cansaron de pronto de hablar, y respondieron al vicario que no dirían palabra más, si no que

los

era en Madrid, en

la capilla

de Atocha. Asombró

fesor y al inquisidor tan extraña demanda; y

si

al

con-

la die-

ron crédito no se sabe, mas ello es que no les pareció bien traer tan cerca del rey persona que poseía rable privilegio de hablar con los malos.

el

admi-

Negáronse de

consiguiente á su venida y continuaron carteándose con él

hasta

la

muerte del inquisidor Rocaberti,

sin obtener

otra cosa que nuevos embustes. Pero este vicario y estos

demonios tenían

cierto olor francés,

que puso en

alarma á los austríacos, no bien se susurró la corte.

No

era este partido

menos

el

caso en

rico en hechizos

diablos que podía serlo su adversario

,

y y antes de mu-

cho se recibió en Madrid una información auténtica del

Obispo de Viena, donde se contenían graves respuestas traídas por el demonio á la boca de unos energú-

menos á quienes la iglesia

él y su clero estaban exorcizando en de Santa Sofía, sobre los hechizos del rey

Carlos

De

II.

ellas se

deducía que este príncipe había

nombre Isabel, que de Silva. Dio el embajador

sido hechizado por una mujer, de vivía en Madrid, en la calle

imperial la información

al

rey; pasó luego

al

Tribunal,

y

se hicieron inútiles pesquisas. Parecía ya indispensable

exorcizar á Carlos

II;

se llamó para ello de Alemania

al

mejor exorcista del imperio, por nombre Fray Mauro de

Tenda, capuchino de religión y dotado de gran torrente lo cual atormentaba día y noche al pobre

de voz, con


CASA DE AUSTRIA rey, llamando á voces á los

demonios que se alberga-

ban en su cuerpo. Empeoró mucho salto;

411

el

rey con

el

sobre-

y como estaba en poder de diablos y exorcistas

austríacos, era de temer cualquier extravío en su opinión,

que hiciese aún pasar

la

corona á poder del archi-

duque. Entonces un nuevo demonio, más audaz que los otros, se apoderó de el

una pobre mujer y

condujo hasta

la

palacio mismo, donde entró desgreñada y furiosa sin

que nadie pudiese contenerla, llegando á la presencia del rey, que no halló otro medio de librarse de ella, que ponerse por delante un

relicario. Interrogóse á este

nue-

vo demonio y acusó claramente de autores del hechizo á la reina y al almirante, de donde se supo ser este de-

monio francés. Encolerizóse cuanto era

justo la reina;

hizo que su marido apartase de su lado

Padre Froilán

Díaz, y

mucho ti,

mandó que

se

le

al

formase un proceso que duró

tiempo, y del cual resultó que

él,

como Rocaber-

no eran culpables sino de ignorancia y fanatismo.

larga relación, así

como

la

No

mismo; y esta del motín contra Oropesa,

de todos los cortesanos puede decirse

lo

debe perdonársenos que reproduzcamos, en gracia de

que

tales sucesos

partidos,

dan medida exacta de

y hasta de

tendían en

la triste

la

nación, de los

los gobiernos extranjeros

herencia de Carlos

que en-

II.

La muerte estaba en el ínterin tan cercana del desdichado príncipe, que no podía ya aplazarse ningún esfuerzo. Al

empezar

la

primavera del año 1700, dentro

y fuera de España se esperaba ya con viva zozobra la proximidad del inmenso problema político, que con ella iba á plantearse.

ya recobrado

lo

Viendo Luis XIV que en Madrid tenía perdido,

comenzó á moverse por fuera

con nuevo empeño. Persistía en

el

propósito de hacer


BOSQUEJO HISTÓRICO

412

entender á los españoles que tenían que darse á

someterse á

desmembración

la

goció un nuevo tratado de repartición con llermo

que

él,

ó

del reino. Para ello ne-

rey Gui-

el

en Londres, sin intención de cumplirlo más

III

los otros, en su interior.

Disponíase en

muerte del príncipe de Baviera, pasasen

al

él

que, por

archiduque

Carlos los Estados que estaban á aquel asignados, añadiéndose

Lorena á

la

dándole en cambio Si

el

al

los

que debía

recibir Francia,

posesor del ducado

archiduque no admitía

tres meses, determinábase

el

tratado en

el

el

y de Milán.

término de

que toda su parte sería

se-

cuestrada, nombrando los aliados otro príncipe que ocu-

pase su puesto. Protestó también este tratado, y

el

el

emperador contra

rey de España hizo fuertísimas recla-

maciones en Londres y París, de cuyas resultas el marqués de Canales, nuestro embajador, fué expulsado de Inglaterra,

y se rompieron

las relaciones entre las

dos

coronas.

Aprovechóse

el

partido austríaco de esta nueva falta

de Luis XIV, y puso en tal disposición el ánimo del rey, que Harcourt tuvo que volverse á Francia llamado por su soberano, procurando remediar ficio.

Prometióse en tanto á

casarla con

el

el

la reina,

heredero imperial

si

daño con su

sacri-

por los austríacos, lograba que fuese

mombrado sucesor de la corona el archiduque, y Doña María Ana no sólo admitió el partido, sino que delató á su marido casarla con

la el

promesa que delfín

la

había hecho Harcourt de

después que

él

muriese. Pudieran

estas promesas extrañas dudarse á no constar por bue-

nos testimonios, y la última, por el embajador véneto, que asistió á aquellas miserables intrigas, no menos verídico y sagaz que sus antecesores.

Ya se habían


CASA DE AUSTRIA

dado órdenes á

los virreyes

niciones imperiales, y

el

de

413

para admitir guar-

Italia

partido francés parecía de

nuevo perdido. Estorbó lo de las guarniciones la amenaza que hicieron Francia é Inglaterra de declarar inmediatamente la guerra, y, más que la habilidad, la audacia de Portocarrero puso definitivamente de su parte

la victoria.

Porque en sión

en

el

el

verano de 1700, después de una excur-

Escorial,

al

donde

sintió

algún

alivio,

cayó Carlos

lecho de que no había de levantarse jamás; insta-

lóse Portocarrero en su aposento,

y

sin hablarle

que de cosbs religiosas logró ahuyentar á Ubilla

y á todos sus parciales, incluso

Padmota y

el

inquisidor

al

rey,

la reina, á

confesor Torres

Mendoza; pues, para

tencia espiritual del enfermo, traía ya frailes

más

él

la asis-

consigo dos

que suponía en olor de santidad nada menos. El

que veía ya su muerte inmediata, entregó á Porto-

carrero

el

corona á

cuidado de su salvación, que fué entregar su

la

casa de Francia. Indújole

denal á que hiciese testamento, que

el artificioso car-

aún no quería,

él

persuadiéndole de que pidiese dictamen á los diferentes

nombramiento de herederos. La made Castilla, de acuerdo con el cardenal, opinó

Consejos sobre yoría del

el

por que fuese preferido tado fué

la

discusión

el

francés.

más

viva. El

En

el

Consejo de Es-

duque de Medinasi-

donia, los marqueses de Villafranca, de

Maceda y

del

Fresno, y los condes del Montijo y de San Esteban, opi-

naron con Portocarrero en favor de

la

casa de Anjou.

conde de Frigiliana y Aguilar y el de Fuensalida se opusieron, pidiendo que se convocasen Cortes generaEl

les del

reino,

donde se eligiese sucesor libremente.

Apoyábanse en muy

sólidas razones, en especial aque-


BOSQUEJO HISTÓRICO

414 lia

de que no era

fácil conciliar

en ninguno de los pre-

Aragón y Castilla. mayoría todo pensamiento de convocar Cor-

tendientes las distintas leyes de

Desechó

la

y el de Frigiliana, levantándose entonces conmovido, pronunció estas solemnes palabras: «Hoy destruís »la monarquía». Acordóse, pues, allí también que el

tes,

duque de Anjou debía tíase

el

nombrado heredero. Resis-

ser

rey todavía, y sabiendo Portocarrero que

Papa estaba muy

el

emperador, aconse-

irritado contra el

jó que se sometiese á su decisión el caso. Gustó Carlos del consejo, y la respuesta de Inocencio XII fué, como

esperaba Portocarrero, favorable

francés. Entonces

al

Carlos no resistió más, y llamando á Ubilla, en presencia de Portocarrero y de D. Manuel Arias Mon, le hizo

que extendiera un testamento nombrando por heredero en todos sus Estados y señoríos al duque de Anjou: «reconociendo, decía, que

la

razón en que se funda

la re-

Doña Ana y Doña María Teresa,

»nuncia de las señoras

-reinas de Francia, mi tía y hermana, á la sucesión de

»estos reinos, fué evitar

el

prejuicio de unirse á la co-

»rona de Francia; y reconociendo que, viniendo á cesar »este motivo fundamental, subsistía el derecho á la su-

»cesión en

el

pariente

más inmediato, conforme

á las

»leyes de estos reinos, y que se verificaba este caso con »el hijo

segundo

del delfín».

Nombró una

junta para que

gobernara sus reinos, durante la ausencia del de Anjou,

compuesta de

su esposa, Portocarrero, Montal-

la reina

to. Arias, Frigiliana,

Benavente,

Mendoza, con D. Antonio de hecho esto exclamó con «Dios es quien da repugnancia que

Ubilla

inquisidor general

como

los ojos llenos

los reinos»; le

el

en

lo

secretario.

Y

de lágrimas:

que manifestó

la

costaba desheredar á su familia.


415

CASA DE AUSTRIA

Cerróse

testamento solemnemente, y Portocarrero y los suyos lo notificaron al punto á Luis XIV, cercioránel

dose de que estaba dispuesto á tomar entera cia

la

heren-

y defenderla con las armas, no obstante los simula-

dos convenios de repartimiento que había hecho. Pocos días después Carlos se halló ya incapaz de entender en

asunto alguno de gobierno, y expidió un decreto confiándolo en lo civil y militar

al

cardenal Portocarrero,

hasta su muerte. Quiso éste por cortesanía que se le asociase la reina; pero Carlos no consintió en ello,

mostrando

así

que había llegado en sus últimos momen-

tos á desestimarla. Llevaba ya, á la sazón, el pobre rey

cuatro años de enfermedad casi continua, y cuarenta días de una disentería mortal. Al cabo, el día de

Santos de 1700, después de haber recibido

muy

Todos devo-

tamente los Sacramentos y la absolución papal, por mano del nuncio, exhortando tiernamente á los españoles á la unión,

y rogándoles que cumpliesen su

mento tranquilamente, expiró los

II,

el

repitiendo estas palabras:

Príncipe,

como

al

testa-

malaventurado Car«ya nada somos>.

principiar su vida indicamos, digno

de lástima y de amor, más bien que de desprecio, con otra salud habría sido el mejor, seguramente, de los sucesores de Felipe

II.



XIV

SERÁ

!0 lo

por no conocerla exactamente, por

que no nos detendremos en describir

miserable situación de España, los

II,

morir Car-

como de D. Modesto Lafuente ha sospechado

Mr. Bukle

sin

fundamento. Ni aquel historiador

gún otro puede con

al

la

las

ignorarla,

Memorias de

las propias.

ni nin-

aunque poco haya contado

los extranjeros,

porque sobran

Los documentos ya impresos en

el

Sema-

nario erudito y las grandes colecciones inéditas que hay de otros papeles de aquel reinado, en que se escribía tan

desnudamente como en

los

tiempos actuales,

aunque con mucha menos publicidad, acerca de la corte, de los hombres políticos y de los acontecimientos, nada dejan que desear en este punto. Los más de los

males que á Bukle parecen sorprenderle en aquella

época, venían ya de lejos y

de Felipe

II.

muchos

La despoblación,

sin

ir

del reinado

más

mismo

lejos, era casi

igual en el punto de descender al sepulcro

uno y otro

27


.

BOSQUEJO HISTÓRICO

418 rey:

que

se sospecha alguna ventaja, está de parte

si

tiempo de Carlos

del

Á

que

los

ÍI

(1).

recuerden cuál quedó, al abdicar Carlos V,

nación española y hayan seguido con atención

la

gligente reinado de Felipe

mantenida en de

la

el

III, la

el

ne-

lucha colosal é infeliz

de Felipe IV, los naturales desórdenes

Regencia, nada pudiera haberles ya sorprendido

II, y poco nada hay que añadirles para que formen de tod^)

de cuanto aconteciese en los días de Carlos ó

exacto

juicio.

Pero

mos de nuevo aquí

si

les

son todavía útiles, copiare-

las siguientes palabras

de un con-

temporáneo y anónimo autor, dadas á luz en

el

Sema-

nario erudito: «Hallábanse», dice éste, «los reales »

erarios, sobre consumidos,

>da vendida; »

los

empeñados;

vendía

las

muy

satisfechos, lo traían

las

al

precio de quien

necesidades; los vestuarios falsos

»ticos; los puertos marítimos

Ȗa y

Hacien-

hombres de caudal unos apurados y no

satisfechos, y otros que de

»todo apurado; los mantenimientos »

la real

con

como exó-

muelle para Espa-

el

mercaderías para fuera, sacando los extran-

»jeros los géneros para volverlos á vender beneficia-

»dos; galeras y flotas pagadas á costa de España, pero »

alquiladas para los tratos de Francia, Holanda é In-

»glaterra; el Mediterráneo sin galeras ni bajeles; las »

ciudades y lugares sin riquezas

ni

habitadores;

los

fronterizos sin más defensa que su planta, más soldados que su buen terreno; los campos sin » labradores; la labor pública olvidada; la moneda tan

>

castillos

»ni

El Sr. Colmeiro, autor el más autorizado en este particuhasta ahora, calcula la población del tiempo de Felipe II en 8.118.520 habitantes, y en 8.202.812 la del de Carlos II. Historia (1)

lar

de la Economía política.

Tomo

ii,

pág.

1

1


'

CASA DE AUSTRIA »

incurable que era ruina

419

se bajaba, y era perdición

si

se conservaba; los tribunales achacosos: la justicia

» si

>con pasiones; los jueces >tos

como de quien

sin

temor á

la

fama; los pues-

los posee, habiéndolos

comprado;

»las dignidades hechas herencias ó compras; los hono-

»res tan vendidos en pública almoneda que sólo faltaba

voz

>la

del pregonero; letras

y armas

sin

mérito y con

»

desprecio; sin máscara los pecados y sin honor los

2>

delitos;

»

desperdicios; los espíritus

real

el

á

Francia ó

patrimonio sangrado á mercedes y apegados á la vil tole-

la violenta impaciencia; las

campañas

medios para tenerlos; los cabos, ó » caudillos, procurando vivir más que merecer; los sol»sin soldados

ni

»

dados con

»

nudos y mal pagados; el francés, como victorioso, atrevido; el emperador defendiendo con nuestros te-

»

la

precisa tolerancia que pide traerles des-

»soros sus dominios; y finalmente, sin reputación nues»tras armias, sin crédito nuestros Consejos, >

con des-

precio los ejércitos y con desconfianza todos». Tal

era España, en verdad, los

mas

II;

durante

el

reinado de Car-

solo con leerlo se advierte que no poco de

esto pudiera haberse ya dicho antes, y sabido es que

en substancia político

Con

lo dijo

ya en

el

reinado de Felipe

III,

el

D. Baltasar Alamos Barrientes. esta triste España, sin embargo, decíamos ha

quince años (1) y hoy repetimos, pereció

grande España de

la

verdadera,

Reyes Católicos, no quedando vivo de aquello más que el odio que nos han profesado y que á pesar de nuestros inmensos desmemla

antigua,

(1)

la

Alude aquí

el

los

autor á su Historia de la decadencia de el presente Bosquejo.

España, publicada quince años antes que


BOSQUEJO HISTÓRICO

420

bramientos territoriales nos siguen profesando desde entonces muchos extranjeros. Tal fué

el

temor que

in-

fundió la monarquía española durante siglo y medio,

que no parece sino que por largo tiempo se ha dudado de nuestra ruina, á la manera que el león mal herido en

selvas todavía' inspira horror con su cuerpo

las

exánime y desangrado. Diríase que no juzgaban á España bien caída los que la daban tan inútiles golpes. Entretanto, cuanto hubo de desproporcionado en nuestra política, de utópico en

el

sistema social que

defendimos y de malo en nuestros gobernantes

,

reyes

ó ministros, en una sola enfermedad se comprendió y cifró al cabo:

financiera.

en

Un

la

enfermedad que podríamos llamar

escritor inglés,

Mr. Davenent, decía ya

en 1698, para explicar nuestra decadencia, con exacsingular,

titud

lo

siguiente:

«España es un notorio

»

ejemplo de los funestos efectos que producen en un

»

Estado

las antiguas

deudas públicas y del embarazo y

la

impotencia misma que causan en su administra-

»ción.

Las principales rentas de este reino se emplean

»de

»en pagar los intereses de sumas tomadas á préstamos

»ha cien años; y distraída

así

en otro uso

cuerpo

la

substancia

ha quedado

»

destinada á alimentar

»

éste débil é incapaz de resistir á los menores acciden-

el

político,

Cuando un pueblo reducido á esta posición se compromete en guerras extranjeras, ni deben temerle » mucho sus enemigos, ni tienen que esperar grandes » auxilios de él sus aliados. Los enormes anticipos so»bre las rentas futuras comenzaron hacia 1608 en Es»paña, continuando de año en año, sin que se haya »tes. »

»

pensado nunca en disminuir

»

contribuido

más

á debilitar

la la

carga; y esto sólo ha

monarquía española


CASA DE AUSTRIA

>que todas

las otras faltas juntas

La fecha de 1608

421

que ha cometido».

es, quizá, lo único

girse, sustituyéndola por otra

que deba corre-

más antigua en

parcial juicio de la decadencia española.

este im-

Dicho también

sea en honor de su singular talento político, Felipe vio, al

tomar

propio que

las riendas del gobierno, lo

Mr. Davenent cuando iba á morir Carlos

como

11,

mos demostrado con documentos. Lo que tuvo camente peor

el

he-

prácti-

hacernos campeones del antiguo

tema político-religioso en Europa,

11

fué, por lo tanto,

sis-

que

eso sólo bastara para inutilizar todos los esfuerzos de aquel monarca y los siguientes para ordenar da.

Los otros frutos

la

Hacien-

mencionado sistema,

finales del

pueden cumplidamente saborearse leyendo

la relación,

algún tanto minuciosa, que hemos hecho de los hechi-

zos de Carlos

que al

tras sí

II.

la

y Cañizares, no hubo ni

siquiera.

los Francisco Victoria, los

Domingo y Pedro,

Candamo, Zamora más políticos, ¿Dónde estaban tam-

brillo

más poetas

más grandes teólogos

Sotos,

lo

casa de Austria. Fuera del teatro,

que aún daban algún escaso

poco

suma

Superstición y miseria fué en

nos dejó

ya; no

Melchor Cano,

los Valencias, los

los

dos

Vázquez,

los Suárez; aquellos doctores salmantinos ó aquellos

prelados que cuenta hoy

Roma en

por regeneradores de

teología? Sólo lucían un tanto

la

sus libros

más doctos

y respecto de ellos conviene hacer una observación importante. Los de este siglo habían los jurisconsultos,

tomado especialmente á su cargo, dándole carácter más concreto que antes, ta

la

difusión de aquel espíritu regalis-

que hemos señalado en Carlos

Vy

Felipe

11,

y de que

no dejó de participar Felipe IV. Bien conocido es

morial

el

Me-

escrito durante el reinado de este último, por


BOSQUEJO HISTÓRICO

422

D. Fr. Domingo Pimentel, Obispo de Córdoba, y don Juan Chumacero y Carrillo, del Consejo y Cámara de abusos que

Castilla, sobre los

curia de

Roma con

solía

cometer

la corte y Contempo-

los subditos españoles.

ráneo de estos regalistas célebres fué D, Francisco Sal-

gado,

el

más atrevido quizá de

los escritores españoles

de estas materias, tan mal visto en Roma, como bien defendido en España por

desobedecieron

Y

niones.

el

rey y

el

anatema

no hay duda que

allí

el

Consejo Real que

lanzado contra sus opi-

los jurisconsultos regalistas

como D. Juan Luis López, marautor de la Historia de ¡a Bula In

de fines del siglo xvii,

qués del Risco,

Cosna y

otros, prepararon con sus escritos los

Concor-

datos y aun las violentas resoluciones del siguiente en los

negocios eclesiásticos. Ninguno de ellos llegó á pin-

tar,

en verdad, con tan vivos colores los abusos roma-

nos y

las corruptelas introducidas

Iglesia con

el

Estado,

como

lo

en las relaciones de

la

había hecho aquel D. Pe-

dro Guerrero, cuyos principios fundamentales mencio-

namos

al tratar

de Carlos

tan osado defensor de siástica

la

V

y Felipe

II;

ninguno fué ya

monarquía seglar contra

como D. Francisco de Vargas. Pero

tas del siglo XVI,

si

la ecle-

los regalis-

hacían á los príncipes partícipes de

soberanía y gobierno de ía iglesia, no negaban á ésta, en cambio, ninguna de sus nativas ó consuetudinarias

la

facultades sobre las personas y las cosas.

piraban era á establecer

el

y

la espiritual,

fuerza^que de

ella

la

que as-

la

la

potestad tem-

dando á ésta siempre tanta ó más

tomaban. Los jurisconsultos de fines

y campeones celoque pretendían por su

del siglo XVII, humildes servidores

sos de

lo

régimen teocrático, bajo

forma de una alianza indisoluble entre poral

A

monarquía absoluta,

lo


CASA DE AUSTRIA parte era

la

independencia y

la

423

secularización del Esta-

xvi y

do. Si esta diferencia entre los teócratas del siglo los regalistas del siguiente fuera

clarísimamente

la

obscura en principio,

demostrarían las vidas de los diversos

personajes de que se habla. Carlos V y D. Francisco Vargas Megía, por ejemplo, pararon en sendos claustros,

donde murieron como piadosos monjes, después de mejor á

liaber luchado, sobre quién servía

Dios, con los Papas mismos. sultos regalistas

Carlos

De la

la

causa de

escuela de juriscon-

que florecía en España por

siguientes, ni uno solo acabó

los días

de

ya por ser mon-

y y algunos dejaron más sospechas de incrédulos que de fanáticos. Otros eran, pues, los hombres; y aunque íl

je,

n) fuesen otras, en realidad, ya bastante de

para los publicistas de crítica la

las tendencias,

apartábanse

Era llegada precisamente

las antiguas.

monarquía absoluta

la

la

hora

de negar toda independencia y toda libertad en

nación; y

la Iglesia

tuvo que soportar los mismos ata-

ques jurídicos que se habían lanzado antes contra Cortes, tintos

la

de

grandeza y todos la

comprender lítico

los

elementos sociales

autoridad real. Carlos ni

de concebir acaso

y teocrático á que Carlos

la

II

las dis-

no era capaz de

unidad de poder po-

V y Felipe

II

habían aspi-

rado, y en no poca parte realizaron; pero los juristas de

su tiempo comprendían con

más

propios reyes ó sus ministros,

la

de

la

autoridad secular de

claridad que aquellos

necesaria independencia

la eclesiástica,

y eran además

campeones más desembarazados y audaces de

la

supe-

rioridad del poder real sobre todos los otros poderes de la tierra.

No

es de extrañar esto: porque la doctrina del

absolutismo monárquico alcanzó en todos sentidos entonces su mayor apogeo,

si

bien no fué nunca tan irra-


BOSQUEJO HISTÓRICO

424

cionalmente aquí planteada cuanto en otras naciones de

época y señaladamente en Francia, por lo mismo que poder real, en aquel país representado por Luis el

la el

Grande,

lo

estaba en España por Carlos

II.

Por

lo

demás,

toda alta especulación, como toda literatura, estaba ya muerta. Digno es de notar, no obstante, que en medio de la

ruina general de las letras, la decadencia déla Inqui-

sición y de sus calificadores, la lenidad de la censura del Consejero Real, ya reducida por lo común á una vana

fórmula, y

el

relajamiento, en

fin,

de todos los resortes

de la autoridad durante este reinado, dieron lugar á que comenzaran á mejorar en España por entonces los estudios críticos. El marqués de Mondéjar, D. Juan Lucas Cortés, D. Nicolás Antonio,

arcediano Dormez, y

el

que Burriel, Mayans,

otros, fundaron la escuela crítica

Pérez Bayery Flórez habían de llenar de esplendor en el siglo

Un

inmediato.

inesperado soplo de libertad re-

España en

frescó, sin duda, la atmóstera de

años de

la

dinastía austríaca;

y

lo

los últimos

mismo que en

los con-

ciliábulos de los grandes, ó en los atrevidos propósitos

y resoluciones del pueblo, se le siente en la crítica, madre de la buena historia. Pero un soplo sólo y venido de

lo alto,

cuando

la

entregada á aquella

universalidad de

triste ignorancia,

la

nación estaba

con que luchó más

tarde Feijóo, no podía producir maduros

ni

muy

sos frutos. Pasó, pues, vanamente, sin dejar de

copiosí

otro

rastro que las obras de aquellos pocos eruditos insignes,

que rebuscaban entre

los

escombros de

la

patria, las

glorias pasadas, para consolarse quizá mejor de las miserias

que tenían delante.

por otra parte,

ni

poca

ni

No

se encuentra ya industria

mucha,

ni

comercio,

ni

íilguna de inteligencia ó prosperidad, de aquellas

obra

que


CASA DE AUSTRIA

425

aquí ó allá aparecían, despertando esperanzas, sin duda excesivas,

al

su cauce la

la

Todo induce

morir los Reyes Católicos.

creer, con todo eso,

que

la

á

casa de Austria no sacó de

actividad nacional, sino que

la

dejó seguir ó

impelió sólo rápidamente, por el que los

mismos Re-

yes Católicos dejaron abierto. ¿Por qué pretender hacer exótica la política de la causa de Austria en nuestra His-

¿Fué diversa

en suma, de

que creó

la In-

quisición, expulsó á los judíos, conquistó á Oran,

fuéá

toria?

ella,

buscar á los turcos á

la

de Grecia, y conquistó y guardó á Ñapóles? No: aquella España de la casa de las islas

modo que

Austria, mejor ó peor, de cualquier

hoy juzgársela, genuina,

la

era, á

que engendró en esta

madre común de bierto

el

no dudarlo,

las

la

quiera

antigua España,

tierra la

naciones modernas.

la

Edad Media,

No ha

encu-

autor de este larguísimo trabajo ninguna de

sus faltas maliciosamente; pero ¡calumniarla! ¡escarnecerla!, jamás.

Y

ya que se trata de

saberla ó reconocerla por entero. los últimos

de

la

la dinastía austríaca;

¿era mejor que ellos

la

verdad justo es

Malos reyes fueron pero por ventura,

nación que gobernaban? Todas

más ó menos en las cohemos descrito, y todas cometieron parecidas faltas. Fué la nobleza inquieta, codiciosa, atenta al bien individual más que al público en los días de Felipe el Hermoso; imprevisora, aunque esforzada, en los de las Comunidades; vanidosa, más bien que enérgica, con Carlos V; egoísta ó las clases sociales intervinieron

sas públicas durante este gran período que

servil

con su

hijo;

cortesana ó ambiciosa con los dos

últimos Felipes; atrevida é interesada con

torpemente oligárquica,

sin

la

regencia;

escrúpulos de ordinario, y

hasta poco patriótica, en tiempo del postrer vastago de


BOSQUEJO HISTÓRICO

426

la dinastía austríaca.

Fué

poder político en

Santo Oficio, y complaciente con

el

el

clero íácíl instrumento del

exceso para los reyes, en las cosas de jurisdicción y aun de conciencia, é to,

ind'ócil,

cuando eran rentas

en cambio, con ellos y avarien-

lo

que pedían; insaciable,

intri-

gante, mundano, cada vez que tuvo influjo notable en-

tonces en

la

gobernación de! país. Fué

indisciplinado con el cardenal Cisneros,

y con

el

estado llano

el

que

lo protegía,

joven Carlos V, que aún no osaba tiranizarlo

de veras; exagerado y temerario en sus pretensiones contra la corona y la nobleza, a! comenzar las Comunidades; necio y turbulento rar la lucha

que

é!

mismo

organizar su poder y prepaprovocaba; cobarde al soste-

al

nerla en las almenas ó en los campos; humilde en ¡a

adversidad, cuanto soberbio en su pasajera fortuna.

Y

todas tres clases, nobleza, clero, estado llano, rivalizaron luego en fanatismo religioso; todas en protección á

conventos y en entusiasmo por los autos de fe; todas, al fin, en vicios privados, y en hipocresía pública; los

hasta en

la

pereza puede decirse, con alguna exactitud,

que rivalizaron. Conviene aquí observar que á hora de ría, casi

la

monarquía austríaca

nada era en

tomaba de

ella

jos de ser lo

la

la

práctica;

corona, todo en

y corno

el

última la

teo-

Santo Oficio

toda su fuerza, estaba también

que antes. De

la

cierta consulta

muy

le-

elevada á

Carlos II, en Mayo de 1696, por una Junta formada, según costumbre, para el caso, y que ha dado á luz don Modesto Lafuente en su Historia generat de España, aparece que en aquel tiempo se pretendió ya remediar el mal antiguo de »

Santo Oficio», fuese

que «donde había tribunales del tal «la

turbación de las jurisdic-

»ciones», que apenas quedara «ejercicio á

la jurlsdic-


CASA DE AUSTRIA >ción real ordinaria,

427

autoridad á los que

ni

la

adminis-

»

traban; no habiendo especie de negocio, por ajeno que

»

fuese de su instituto y facultad en que con cualquier

»

flaco motivo

no se arrogasen

sido remediar bien esto, ni

conocimiento». Habría

el

más

ni

menos que acabar en tal como quiso

realidad con la Inquisición española,

que fuera Felipe rona

al

Pero en

II.

el

entretanto, atada la co-

lecho de dolor de Carlos

sición á la emulación

de

II,

entregada

la Inqui-

las otras jurisdicciones,

y des-

prestigiada por los ineptos jefes que los favoritos ó pri-

meros ministros

daban, cual Rocaberti ú otros, no

la

habiendo arraigado de

él

hiciera

el

militarismo aquí todavía, aunque

ya un buen ensayo D. Juan de Austria, ¿en

manos de quién estuvo

el

sino del pueblo español?

de

la

plebe y los de

la

poder durante este reinado

Lo que hubo

fué que los hijos

nobleza, tan inteligentes y glo-

riosos soldados y capitanes á las órdenes de un rey guerrero

como Carlos V;

también, bajo prudente

el

hijo; tan

tan leales y discretos subditos

duro cetro de su despótico, aunque

capaces para conquistar imperios y

reinos y gobernar provincias extrañas; tan grandes, en fin,

individual y colectivamente, para servir á un gobier-

no personal enérgico y sabio; por completo carecían ya á la sazón de las condiciones necesarias para ser ver-

daderos ciudadanos. La lenidad y la humanidad de Felipe IV, más que sus otras faltas, engendraron una anarquía horrible en las costumbres:

de Doña Mariana,

el

la

debilidad de mujer

menosprecio del poder mismo;

bondad impotente de Carlos

II,

la

confusión

la

más com-

y el desorden mas insoportable; desorden en que todos tomaron parte, nobles y plebeyos, cada cual á su pleta

manera y en su hora. La

historia

debe ser

útil

ya, no


BOSQUEJO HISTÓRICO

428

solamente para los reyes, como Bossuet pensaba, sino tanto ó más para los pueblos; y la de la casa de Austria para todos guarda amarguísimas lecciones. No presenta, en tanto, la Historia ejemplo de des-

membración

igual de territorios á la

España, desde que cesó de reinar hasta ahora. Ni

la

caída del

la

que ha padecido casa de Austria,

imperio romano

dio lugar á

una separación semejante. De los dominios de esta flaca monarquía de Carlos II, cuya dolorosa pintura terminamos, formáronse luego en Europa la de Ñapóles y gran de Cerdeña y del llamado reino LombardoVéneto, que hoy constituye el de Italia, así como el de Bélgica. En América, las repúblicas de Haití, Santo Do-

parte de

la

mingo, Méjico Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela, el Ecuador, el Perú, Solivia, Paraguay, Chile, Uruguay y la Confederación argentina, sin contar con los inmensos territorios de Florida, la

la

Luisiana, Tejas y California, que hoy están

comprendidos entre los de

la

Unión americana,

ni las

innumerables posesiones que nos ha quitado Inglaterra.

En África, Asia ó América, y en la Europa misma, á cada paso se tropieza con nombres españoles que señalan hoy provincias y fortalezas pertenecientes á nuestra val de otros tiempos. te, sin

Queda de

ri-

aquella herencia bastan-

embargo, para que pudiera otra vez

y más nación es-

ser,

sólidamente que nunca, poderosa y grande la pañola, si lo mereciera por sus pensamientos y por sus obras. No nos cansaremos de repetirlo: Dios daá cada nación á

la

larga lo que

merece en

el

mundo.


De

esta obra se ha hecho una tirada especial de diez ejemplares en papel de hilo. Se acabó de imprimir en Madrid,

en la imprenta de Fortanet, calle de la Libertad, 29,

ú los veintitrés días del

mes de Octubre del año de

1911








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