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BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA
CASA DE AUSTRIA EN ESPAÑA POR
D.
ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
PRÓLOGO DE
D.
JUAN PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO INDIVroUO DE
NÚMERO DE LA MISMA
MADRID LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁREZ 48, PRECIADOS, 48 I
91
I
BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA
CASA DE AUSTRIA EN ESPAÑA
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BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA
CASA DE AUSTRIA EN ESPAÑA POR
D.
ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
PRÓLOGO DE
D.
JUAN PÉREZ DE GUZMÁN Y GALLO INDIVIDUO DE
NÚMERO DE LA MISMA
MADRID LIBRERÍA GENERAL ÜE VICTORIANO SUÁREZ 48, PRECIADOS, 48
191
I
ES PROPIEDAD Queda hecho marca
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Madrid. Imp. de Korlanet, Libertad, 29. —Teléfono 991.
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PRÓLOGO
Castillo,
ICE en mi prólogo á la Historia de la Decadencia de la Casa de Austria, en su edición de 1910, el retrato de Cánovas del su autor, como brillante regenerador de los
nuevos estudios históricos en España, y ahora me toca presentarle en su Bosquejo histórico de la Casa de Austria, en la hermosa aplicación de los principios que tácitamente concordó para hacer eficaz la reforma proyectada. Sin embargo, este último libro no fué más que un avance, un ensayo, un programa, aunque de la mayor calificación. su autor estaba fuera de su mente á la importancia que desde aspirar darle la extensión, Dos ilustres publicisreconocida. que apareció le fué de administrahombres tas, á la vez jurisconsultos y
Cuando
lo escribió ni
Suárez Inclán y D. Franpara redactar y dar acuerdo cisco Barca, pusiéronse de á la estampa cierta obra jurídico-enciclopédica: un Diccionario de administración y derecho, y al distribuir los artículos por' orden alfabético que lo habían de
ción, los Sres. D. Estanislao
VIH
—
componer, sometieron al Sr. Cánovas del Castillo el encargo de escribir, en la letra A del primero y único tomo que salió á luz, el artículo histórico sobre el reinado de la casa de Austria en España. Aquel artículo enciclopédico, escrito, en efecto, por el Sr. Cánovas del Castillo, es el que constituye este Bosquejo, del que, con la caja del Diccionario, se imprimieron aparte cien únicos ejemplares, ofrecidos al autor por único pago de su trabajo, para que éste pudiera obsequiar con ellos á los amigos y personas estudiosas que quisiese. A tales circunstancias se debe que se haya constituido en libro por todo extremo raro y difícil de obtener; pues aunque repetidas veces y por diversos editores se propuso al Sr. Cánovas del Castillo, no sólo su reproducción, sino su triple traducción al francés, al alemán y al inglés para hacer de él en estas lenguas y en los países respectivos donde se hablan, otras ediciones, el autor negó tenazmente el permiso para su reproducción, el pretexto de querer repasarla una vez más en toda su integridad antes de darlo segunda vez á la
bajo
estampa.
Hay que reconocer que la condición esencial con que fué escrito para formar parte de una publicación enciclopédica,
si
obligó á su autor á encerrarse en lími-
tes hasta cierto punto estrechos, pues, á pesar de todo,
en cuestión resultó verdadero libro, habiendo materia de abarcar el movimiento histórico de seis reinados y de dos siglos, con todos sus acontecimien-
el artículo
la
tos políticos, militares, económicos, científicos, literarios, jurídicos
y sociales, tenía que ser de una conden-
sación extraordinaria; por esta razón, casi exento de labor mecánica de la
la
narración detallada de sucesos,
quedó encarnado en sublimes síntesis de admirable crílo que después de todo, en la labor histórica, constituye la quinta esencia de todos los estudios y de todas las reflexiones, lil Bosquejo en este molde fortica,
—
IX
malizado, no podría menos de resultar,
como en
reali-
dad resulta, tanto el plan, cuanto el resumen, de la grandiosa obra general que ya en aquel tiempo Cánovas del Castillo tenía meditada, para la que contaba ya también con una preparación colosal, y que era la su-
prema aspiración de su tristemente
la
espíritu laborioso
al
ocurrir
violencia criminal de su muerte. Acaso,
de haber podido realizar este plausible pensamiento, más algunos puntos, especialmente en el juicio que le merecieron muchos personajes, sobre los que tanto había modificado sus opiniones primeras al escribir la Historia de la Decadencia; mas, con todo, en el Bosquejo está firmemente establecido el espíritu general de lo que había de ser su obra fundamental; y esta consideración, que le mereció tanto éxito desde el primer momento de su aparición, aumenta su valor más y más cada día que pasa, hasta el punto de poderse afirmar que con sólo el Bosquejo la historia fundamental proyectada estaba hecha y contodavía habría depurado
cluida.
La mera concepción de este Bosquejo y la forma en que está desarrollado, revela suficientemente qué amplitud y variedad de elementos concedía el Sr. Cánovas del Castillo al modo nuevo de escribir la Historia. El aspecto geológico y la configuración geodésica del suelo, los grados de su fecundidad y los productos de su riqueza, la disposición geográfica de la península y su aislamiento casi absoluto para beneficiar
el
contacto
y las relaciones con otros pueblos, la condición etnográfica de la raza que habita cada una de las partes en que está dividida la monarquía, son estudios preliminares con que por vez primera en España el autor creía deberse contar para dar sólido fundamento á la dinámica permanente de la Historia. Con estos datos, la síntesis de la valoración crítica de cada período histórico determinado se resuelve en una ecuación de principios
X
—
indestructibles, sobre los cuales se establece la indeclinable fuerza de una tesis doctrinal. Cánovas del Castillo, al acometer el plan de su Bosquejo, se encontraba repetido hasta la saciedad por todo el mundo el falso concepto de que el período que iba á examinar,
período de los dos siglos en que gobernó la monarla casa imperial de Austria, había sido un paréntesis de nuestra historia. Contra este sofisma
el
quía española
vez una verdadera herejía histórica del Castillo cuidó esmeradamente y de dejar asentado en el primer párrafo del Bosquejo, como tesis fundamental de su estudio, que «no ha habido grandeza para nosotros, es decir, para España, crítico,
que era á
política,
la
Cánovas
sino en los días de la dinastía austríaca».
Y
perfeccio-
nando esta idea, aún añadía: «Ni antes, ni después de aquella época ha sido otra cosa España que un rincón del continente europeo, más ó menos unido, mejor ó peor gobernado, pero aislado, de todas suertes, é incapaz de disputar siquiera el primer lugar de las naciones. Poseímosle ó disputámosle siempre, durante los reinados de la casa de Austria, y habría sido una locura pretenderlo ni antes de su advenimiento ni después de extinguida». Y, por último, termina este concepto con
—
« Ha sido, por tanto, una figura que conviene dar al olvido, lo de llamar desdeñosamente paréntesis de nuestra historia á los reinados de la casa de Austria. No fué aquél, en verdad, un accidente, sino el apogeo mismo de nuestra historia-». Tras de una declaración tan rotunda, el primer análisis que se impuso fué el del carácter verdadero de cada uno de los hombres cuya figura saliente marcó el de cada uno de los acontecimientos que correlativamente trajo al palenque de los hechos la sucesión de las cosas; y para que este estudio reflejara bien la
las siguientes frases:
retórica,
suma imparcialidad de su mentos de
ilustración
apreciación, los primeros eleque investigó fueron los que pro-
XI
porcionaban los escritos de aquellos extranjeros, que, habiendo residido en nuestro país en posiciones cercanas á los más altos personajes, y sido, por lo tanto, testigos de los sucesos y hasta de los pensamientos que los engendraron, dejaron consignadas sus impresiones, no en escritos públicos de que rara vez se salvan de ejercer su cohecho las pasiones ó los intereses egoístas cuando no parciales, sino en informes privados y de tal naturaleza, que llevando el sello de la verdad como sus autores la sentían, destinados á permanecer siempre en el secreto de los archivos, ninguna previsión podía acompañarles de que alguna vez hubieran de ser objeto del libre análisis de la publicidad. Estos do-
cumentos se los facilitó la publicación de las Relaciones de los embajadores vénetos á la Señoría de Véncela, dados á luz cuando aquel poder de todo punto se había extinguido y la corriente impetuosa de las revoluciones modernas enteramente había cambiado el modo político de ser de todas las sociedades antiguas. Dígase lo que se quiera, las dos personalidades que sobre el trono español han sido más debatidas durante el tiempo que duró en el solio la dinastía austríaca, fueron Felipe II y Felipe IV. La grandeza de España bajo Carlos V, enteramente se empalma y se confunde con la del Imperio. El reinado de Felipe III fué la tregua de una gran crisis, y la minoridad y el reinado de Carlos II una prolongada agonía. Felipe II y Felipe IV fueron los que llenaron sus dos siglos respectivos: Felipe II y Felipe IV son, pues, las figuras contra las que se estrellaron los embates todos de la crítica de propios y extraños, y ésta, tanto en uno como en otro monarca, había cebado su mayor acritud, presentándoles, no como fueron, sino completamente desnaturalizados ante el teatro de la Historia. Contra el primero se asociaron todos los elementos de hostilidad que en todo el continente sublevaba contra su poder el omnímodo que
XII
ejercía desde el trono de
—
Madrid sobre
los destinos del
universo entero, y contra el segundo la rivalidad de Francia, con la complicidad de los demás enemigos
Cánovas del Castillo no podía menos de aplicar á estos dos augustos personajes, así como á los hombres eminentes en la política, en las armas y en la diplomacia que les servían, una atención preferente, y persiguiendo con fe los datos nuevos de
tradicionales de España.
información que pudieran aportarse de ción extraña á
la
la
documenta-
nuestra, y que con la nuestra en la
más pura de los archivos nacionales hubiera de conformarse, halló este fondo nuevo de autoridad en que robustecer las propias impresiones que había adquirido de la diafanidad de los papeles inéditos, desfuente
la pluma de los llamados hombres doctos. En este fondo vemos á un Federico Badoero, embajador en 1557, á Pablo y Antonio Tiépolo, sucesivos continuadores de su misión diplomática cerca de Felipe II, á Juan Soranzo y Tomás Contarini, á Segismundo Cavalli y Agustín Nani, cuyas ingenuas confesiones sobre las cualidades de este monarca, han sido de más utilidad para sus rectificaciones, que toda la numerosa bibliografía de Gachard, que no había bastado á restablecer el crédito contra el que la tácita connivencia de todos sus enemigos se había empeñado en hacer aparecer como el demonio del mediodía. Después de la publicación de tantas selectas documentaciones, después de los trabajos de Cánovas en este Bosquejo, y de otros dignos imitadores suyos, ya es lícito defender y presentar á Felipe 11 como al hombre de mayor probidad y honradez que en su tiempo hubo sobre los tronos de Europa, en correspondencia con lo que tan fidedignamente ha probado recientemente el danés Carlos Bratlí en su precioso libro Filip den anden af Spanien, publicado en 1909 en Copenhague.
mintiendo cuantos juicios había vulgarizado
—
XIII
—
La misma importancia que para la rehabilitación hisnombre de Felipe II han tenido las Relaciones de los embajadores vénetos ya citados, y de quienes Cánovas en este Bosquejo ha hecho todo el aprecio
tórica del
fundamental que merecen. Al llegar, pues, á los problemas nacionales del reinado de Felipe IV en el siglo xvii, el autor de este libro tuvo el mismo cuidadoso empeño de asesorarse de los juicios de Pedro Gritti, Luis Mocénigo, Francisco Córner, Juan y Jerónimo Justiniani, Luis Contarini y Jacobo Quirino. En la bibliografía histórica de aquel siglo nada se ofrece que se parezca al detalle sincero de estas informaciones, y no sólo el Rey sale engrandecido de ellos por la bondad de sus intentos y por
la
suma de sus
virtudes, hasta ahora ol-
vidadas, para hacer resaltar sobre ellas los defectos que tuviese y que la novela, ponzoña de la historia, prestándoles un tinte dramático, tan miserablemente ha exa-
gerado, sino aquel ministro convertido en el vilipendio de la tradición, cuando realmente, como los mismos franceses sus rivales algún tiempo escribieron de don
Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, fué sin duda el mayor hombre político que su siglo tuvo y en la lealtad de su política y carácter muy superior á su mayor émulo y enemigo el Cardenal de Richelieu. No fueron solos los embajadores vénetos los llamados á juicio por Cánovas del Castillo al formar el plan de su Bosquejo histórico. Amigos ó adversarios de España y de la dinastía imperial que se sentó en su solio durante los dos siglos de su mayor influencia en el mundo, el autor del Bosquejo admitió á tan peregrina residencia los autores que más se habían distinguido en todos los idiomas de Europa, tratando en extensos estudios y monografías asuntos de nuestra historia en aquellas dos centurias ó sobre los personajes que tuvieron mayor representación en los sucesos de aquel tiempo; y, ya para apoyarse en sus opiniones, ya para
— discutirlas, el
XíV
—
Bosquejo comprendió
el espíritu analíti-
co ó crítico de Bergenroth y de Hillebrand respecto al primer Felipe y á Doña Juana de Aragón, su mujer; de
Amadeo
Pichot,
Sterling,
Robertson, Mignet y Ga-
chard, tocante á Carlos V; de los
mismos Gachard y
Mignet, Teodoro Juste; Guizot, de Croze y Carlos de Moiiy, sobre Felipe II; de Daru, Gardiner Rawson y Aumale para Felipe IV, y finalmente, del Marqués de
de Divenent y de Madame d'Aulnoy, con relagobierno tutelar de Doña Mariana de Austria y al reinado del infeliz Carlos II. No era esta, ciertamente, toda la bibliografía extranjera sobre asuntos históricos de aquel tiempo en España, de que se podía dispoVillars,
ción
al
ner, ni
como materia de
ilustración, ni
como materia de
controversia; pero, en realidad, los límites del
Bosquejo
no permitían otra cosa. Si después de la publicación de Los estudios sobre Felipe /V en 1888, Cánovas del Castillo hubiera podido realizar en toda su plenitud el
fundamental del reinado de Casa de Austria en España, el examen así de los escritores extranjeros, como de los nacionales que desde
desarrollo de su Historia
la
1854 habían venido trabajando con la fe de los archivos acerca de estudios de nuestra historia, habría sido tan vasto como era lícito presumir del Catálogo que ya
conocemos de su opulenta Biblioteca histórica. Aun así y todo, esta confrontación y esta rectificación de opiniones fué ya de tan poderoso influjo desde que el Bosque/o de la Casa de Austria se dio á la imprenta en las adversas condiciones que antes se ha dicho, que puede muy bien asegurarse que desde entonces se han impuesto grandes modificaciones en el concepto general y vulgarmente admitido antes tocante á algunos de nuestros monarcas de aquella dinastía, á la equidad de su política y hasta á las prendas personales y al mérito indiscutible de muchos de sus ministros. Si en su más íntima esencia se examina bien el Bos-
—
XV
—
quejo histórico de la Casa de Austria, del Sr. Cánovas del Castillo, considéresele ó no como el plan y el resumen de la Historia general que proyectaba de esta parte tan interesante de nuestra Historia nacional, la resultante definitiva no puede ser otra que la historia de la rivalidad de Francia contra España, rivalidad que á través de los siglos aparece siempre viva, con unos mismos caracteres así desde el origen de la corona de León y Castilla, como del de la de Aragón, hasta la unión de las dos para constituir la unidad de la monarquía española; rivalidad que encarna todo el campo de nuestra acción política en el mundo durante el período de nuestra mayor grandeza que en el Bosquejo se describe; rivalidad que sigue siempre en función hostil contra España, aun después de haber trocado en nuestro solio la sangre de los Austrias por la de una rama de la familia entonces reinante en Francia; rivalidad que nos agobió del mismo modo cuando la revolución arrolló al filo de la guillotina todo el edificio del pasado; rivalidad que el régimen napoleónico todavía extremó más y más hasta ponernos á punto de extinguirnos; rivalidad que en el Congreso de Viena de 1815 hizo imponer sobre nuestros débiles esfuerzos
misma Restauración, á cuyo
la
triunfo tanto contribuímos;
monarquía de los Orleans hizo pesar en la cuestión de los matrimonios regios sobre nosotros españoles; rivalidad que el segundo imperio, después de haber contribuido al éxito de la revolución que destronó á la Reina Doña Isabel II, volvió á hacer onerosa á nuestra soberanía en la cuestión de las candidaturas regias; rivalidad que, en estos mismos momentos, se ha
rivalidad que la
hecho patente por tantos procedimientos obstruccionisde nuestros derechos y de nuestra acción en Marruecos, en tanto que con su pretendido protectorado sobre el imperio del Mogreb, se propone establecer un verdadero asedio contra la cindadela de nuestro tas
XVI
aminorado poder, teniéndonos por todas nuestras fronteras naturales atropellados y sometidos á la superioridad accidental con que desde 1815, desde el Congreso de Viena, las benevolencias de Europa mantienen la ficción política, que es la única base de su decantado poderío. Si en la política de Francia los principios sobre
que
se sustenta esta conducta que tiende permanentemente y por todos los medios imaginables á mantener á España
en una absoluta impotencia y en una continua disminución de poder, se observan por una tradición continuada desde los siglos medios, y á través de todas las vicisitudes de la Historia, contra nosotros con una constancia que constituye como un dogma de sus relaciones con España; en España, cada uno de los casos en que esta rivalidad secular y tradicional se ha extremado contra nosotros, siempre nos ha cogido en la misma imprevisión, no haciéndonos cargo de ella, hasta que se nos ha hecho materialmente palpable, y sin dejarnos medios casi ni de acudir al remedio rápido en nuestra propia defensa. La causa de este defecto consiste en
que mientras en Francia el sentimiento nacional, lo mismo en la masa del pueblo francés que en el alma de los hombres de Estado que dirigen su gobierno, forma el concepto de esta pretendida superioridad, como fruto del conocimiento íntimo de su propia historia, aprendida desde los primeros rudimentos de la educación juvenil é inculcada como el verdadero catecismo de la conciencia y de las virtudes civiles, sin admitir idea, versión ni concepto alguno que emane del extranjero;
en España
el
abandono de
la
historia nacional es tan
absoluto, que durante los tres últimos siglos su cultivo
enteramente ha estado entregado á los extraños, de los cuales hemos recibido las malas traducciones con que hasta en las escuelas se enseñan las pocas nociones que en las aulas se suministran, no formándose en
—
XVII
su estudio ni la conciencia del pueblo, ni la educación fundamental de los mismos que llevan sobre sí la dirección y el gobierno del Estado. La proximidad á Francia de la única frontera terrestre con que la península se relaciona con el resto del continente, la similitud de la lengua de una misma raíz y origen latino, la condición indolente de nuestra propia raza que más quiere que todas las cosas se le den hechas que empeñarse en el trabajo de hacerlas, todo conspira á esta deserción de nuestros propios intereses, todo nos desnuda de esa conciencia que es la que da las fuerzas en que estriba el valor de sí propios, todo lo inmerge en ese indiferentismo, bajo el cual la acción de la rivalidad extraña se ha cebado en nosotros, hasta constituirnos en el estado de notoria inferioridad en que ya por todo el mundo se nos califica. Donde la historia propia, y cimentada sobre documentos propios y propios raciocinios, no forma la conciencia pública, ni robustece la previsión de los legisladores y el poder de los gobiernos, la falta del conocimiento verdadero del propio valer establece esa inferioridad moral respecto á los demás pueblos, pero sobre todo con los pueblos rivales y vecinos, que los llevan á todas las degradaciones que hace tres siglos España sufre de la rivalidad de Francia.
Bosquejo histórico de la Casa de Austria, del Cánovas del Castillo, plan y resumen de la Histofundamental de ese mismo período que en él se
El
Sr.
ria
comprende, venía á ser, á la imprevisión de los indocy de los indoctos condecorados, la base de esa conciencia regeneradora, por la que tan pocos tos plebeyos
como el suyo, vehementemente afirmaron las grandes dotes de estadista que desplegó en los sucesos políticos de su tiempo en que intervino, y sobre todo en los que estuvieron espíritus, tan levantados
suspiran.
En
ella se
sometidos á su dirección, y
el
mayor
servicio
que como
XVIII
—
pudo prestar á su patria, coronando con que como jefe de gobierno prestó al país y al trono, fué la aspiración á dotarle de un monumento literario que fuera á la resurrección de la conciencia nacional como á la fe de los antiguos israelitas el cuerpo sagrado de su Viejo Testamento. historiador ellos los
No
quiso retrotraer
el
Sr.
Cánovas
del Castillo la
acción histórica de su libro, á los precedentes que para la nueva historia de la España unida sentaron elocuen-
temente las obstrucciones de Francia, en su eterna inmixtión en los asuntos peninsulares, para impedir la fusión de las dos coronas de Aragón y Castilla, mediante el enlace de la Princesa jurada Doña Isabel la Católica con el Príncipe de Gerona D. Fernando, declarado ya por su padre rey de Sicilia; ni aun siquiera abordó los problemas de las mismas obstrucciones, cuando otra vez Carlos VIH se propuso intervenir en los casamientos de los hijos de los Reyes Católicos, en los que los arcanos inexcrutables de la Providencia, que es la única mente suprema que dirige los destinos humanos, había dispuesto las secretas resoluciones de la suerte en el porvenir. El Bosquejo había de empezar en el primero de los Austrias, es decir, en Felipe I, el Hermoso, aunque la verdadera reina era, según las leyes de España, su mujer, Doña Juana^ y como el reinado del primero fué de tan corta duración, la influencia solapada de Francia en aquella situación sólo pudo tentar á ejercerse, mediante su ingerencia en las cuestiones, más de familia que de política, que existieron entre el rey padre D. Fernando y el consorte de la reina, ya considerada como falta de juicio, cuando por esta causa el archiduque y su padre el emperador Maximiliano creyeron que el esposo debía ser el arbitro del patrimonio de su mujer, y Francia les brindó su alianza á fin de levantarle contra el rey, su suegro, cuyo talento superior pudo desvanecer la nube negó-
—
XIX
—
ciando el concierto de Salamanca de 24 de Noviembre de 1505, por el que quedó sentado que la reina, su padre y su marido gobernasen los tres juntos, llevando el matrimonio los títulos mayestáticos y el rey Fernando el de gobernador perpetuo del reino. Pero lo que no pasó de tentativa en el breve período del gobierno de Felipe I, tomó ya otros caracteres, cuando llegado á la mayor edad el primogénito de aquel enlace, el príncipe-archiduque Carlos de Gante, determinó venir á España á tomar por sí las riendas de la Monarquía, y á la vez los electores del Imperio le aclamaron por Soberano. Dos movimientos casi simultáneos impulsaron en la Península los procedimientos clandestinos de la política francesa, cual si en la actualidad se tratase de socialistas, anarquistas, regionalistas, republicanos ó cualquiera otra suerte de gentes levantiscas. Aquellos movimientos fueron el de las Germanías de Valencia y de Mallorca y el de las Comunidades de Castilla; uno y otro reflejando el carácter de una guerra social interior. Dominadas éstas, surgieron las guerras llamadas de rivalidad personal entre el rey Francisco I y el emperador Carlos V, en las cuales las armas francesas, ni dejaron de intentar toda clase de invasiones, empezando por la de Navarra, ni dejaron de promover contra su rival toda clase de alianzas. Vencidas en todas partes; sujetas por repetidos pactos siempre rotos, como de costumbre; sin fe en la guarda de ninguno de sus compromisos y atisbando sin pestañear la ocasión de nuevas agresiones, su perpetuo espíritu inquieto no dio la menor tregua á la guerra continua en que sumergió á Europa, pudiendo contar una vez y otra vez con su apoyo descubierto, ó con su velada connivencia los luteranos de todas las ligas del continente y los Barbarrojas de todas las piraterías del Mediterráneo. Cuando fatigado de tanta lucha Carlos V cedió á su
XX la corona real heredada, con todos los cuna y con todas las conquistas de la espada, y á su hermano el Infante D. Fernando los derechos del Imperio, Enrique II de Francia se propuso contrarrestar el poder del rey de España renovando contra él las alianzas hostiles, hasta con el Papa Paulo IV, para acometerle en sus Estados de Italia, y convirtiendo los de Flandes en un palenque siempre encendido en rebeliones y guerras devastadoras. No bastaron San Quintín y Gravelinas para contenerle más que un momento, mediante la paz pactada en Chateau-Cambresis, y si buscadas por Felipe II en los lazos matrimoniales con Isabel de Valois las garantías de concordia que ya su padre el emperador se había inútilmente propuesto cuando cedió á su hermana Doña Leonor al tálamo del rey Francisco, las connivencias hipócritas nunca cedieron de parte de Francia, ya con los que mantenían las guerras separatistas de las provincias unidas, ya en las marítimas con Inglaterra, ya en los levantamientos de los moriscos peninsulares de Granada y Ronda, de Aragón y Valencia, ya para impedir la incorporación de la corona de Portugal á la de España. También las naves francesas fueron con las británicas y las rebeldes de Portugal de las vencidas en las Azores. Cuando por los pactos establecidos y en su odio tradicional contra España, Francia no podía manejar la espada y el falconete en los campos de batalla, todavía la promovía hostilidades sin tregua en los círculos de la opinión, por medio de escritos infamantes, y para sostener estas campañas de descrédito no sólo
hijo Felipe
feudos de
II
la
acogió y tuvo á sueldo, sino incitó á sus viles acusaciones al ministro traidor Antonio Pérez, fugitivo del rigor de las justicias de Felipe II, promovedor de las agitaciones de Zaragoza y miserable calumniador de su rey
y de su
patria.
Inseguro Felipe
II
de
las facultades
de su
hijo
y here-
— manejo
XXI
—
de república tan vasta, y amistad sellada por Francia en el tratado de Vervins, dejó el campo de la vida á las incertidumbres del acaso y á los arcanos de la Provi-
dero para
el
político
más inseguro todavía de
la
aquel reinado de Felipe III, que tregua, y en realidad fué una gran al parecer fué una gran crisis, si suspendió las armas con Holanda é hizo las paces con Inglaterra, dejó á Francia libres las manos ocultas con que sugirió al Duque de Saboya las empresas del Monferrato y á los grisones las aventuras de la Valtelina, y aun dentro de la Península, las nuevas insidias de los moriscos, con que no hubo otro remedio que acudir á la resolución radical de expulsarlos de las provincias en que moraban, para quitar á sus intrigas famosas las madrigueras que tanto cultivaba de perpetuas perturbaciones. En esto de los moriscos, como antes en los movimientos de las Germanías y en las dencia.
En
efecto,
agitaciones de las Comunidades de Castilla, Danvila, posteriormente á Cánovas, pronunció la última palabra,
y después de las investigaciones documentarlas hechas en los archivos de la Inquisición de Valencia, en el Archivo general. Municipal y episcopal del mismo reino, y en el general de Simancas, la participación á escondidas que Francia tomó en todos estos problemas de la historia, ha quedado tan probada y tan patente como algún día quedará la que le ha correspondido en todas nuestras convulsiones políticas interiores, desde la revolución de Aranjuez, en Marzo de 1808, hasta la de la última semana negra y. sangrienta de Barcelona, hace dos años. Esto no es más que cuestión de tiempo y de investigación de archivos, cuando sean investigables los que ahora guardan los secretos actuales del Estado. Desgraciadamente, en nuestro país se repiten los hechos sin dejarnos ninguna enseñanza, ni estimularnos hacia aquella política de precauciones que siempre hubiéramos podido oponer á la tenacidad y consecuencia
XXII
—
que con nosotros secularmente se sigue, sin mode las vertientes pirenaicas; y el reinado de Felipe IV da la prueba más convincente de la falta de conciencia nacional con que nuestro país vegeta siempre, no sólo esquivando su ayuda, sino hasta oponiéndose abiertamente á la acertada acción de nuestros poderes públicos, cuando de vez en cuando aparece un espíritu verdaderamente español y patriota en las altas esferas, desde donde se providencia la marcha perseverante del Estado. Después de los estériles resultados que dieron á la política española, así el matrimonio de Doña Leonor de Austria, la hermana de Carlos V con Francisco I, como el de la princesa francesa Doña Isabel de Valois con Felipe II, ningún problema político debió examinarse con más mesura que el de nuevos matrimonios de nuestros príncipes con los de la casa de Francia. Fué, por lo tanto, el primero y más grave error de la política del reinado de Felipe III, el ajuste del doble enlace de la Princesa Doña Isabel de Borbón con el Príncipe de la Corona y el de la Infanta Doña Ana de Austria con Luis XIIÍ. Sin que éste último consorcio desarmase en París la política tradicional francesa contra España, el de Doña Isabel de Borbón con Felipe IV equivalió á meter en el tálamo real español todas las artes disimuladas de la intriga permanente de Francia. Aquel tálamo, no en la persona augusta de la Reina, sino en las de los que de allá venían bajo la diversidad de pretextos á que relaciones tan íntimas, al parecer, se prestan, fué desde la subida de Felipe IV al trono la cindadela intangible de un perpetuo espionaje contra España. Nada se intentaba en Madrid que en París no tuviese inmediata confidencia. Así el primer problema que Felipe IV y su ministro el Conde-Duque de Olivares tuvieron que afrontar, el del matrimonio de una princesa española, la Infanta Doña María, hermana del rey, con el heredero de la Corona británica, acáde
la
dificarse jamás, del otro lado
—
xxm
—
bada de hacerse
la unión de la de Escocia con Inglateequivalente á la más estrecha alianza entre la monarquía española y la Gran Bretaña, alianza que habría
rra,
perpetuado nuestra supremacía, así en el continente como en los mares, abortó de todo punto entre aquel océano de intrigas que Francia tejió por todas partes; en Roma, con el Papa Urbano VIH, en Bruselas, con la Infanta gobernadora Doña Isabel Clara Eugenia, en Madrid, con todo el partido de la reina Isabel; porque en España nunca hay opiniones concordes y la fuerza nacional ha de zozobrar .en la red de las intrigas parciales; en Londres, con los astutos resortes de sus negociaciones taimadas, sembrando la desconfianza contra España, con lo que logró no sólo deshacer los pactos ya contraídos, sino hacer ocupar con una princesa católica francesa, el puesto que se quitó á la princesa española,
precisamente por ser católica. El mismo Urbano VIH, que no permitió el matrimonio de la Infanta Doña María de Austria con Carlos I, aún Príncipe de Gales, por ser aquélla católica y éste protestante, ninguna repugnancia
opuso
al
matrimonio de Enriqueta de Francia con
el
mismo
Príncipe, á pesar de que éste no había abjurado de sus creencias, como se le exigía para contraer el
matrimonio español, y de que la princesa Enriqueta de Francia presumía de ser tan católica como nuestra Infanta española postergada. La guerra de la independencia de la Valtelina, la sucesión del ducado de Mantua, la ruptura de la tregua con las provincias de la Neerlandia, todo problema político que en Europa se planteaba, ofrecía á Francia ocasión para mover sus armas contra España. Todos los incidentes de las guerras político -religiosas de los treinta años en Alemania le prestaban propicia coyuntura para ajustar alianzas y más alianzas, aunque con apariencia de hostiles á la casa de Austria, en realidad contra España. Y no bastándole tener levantados
la
—
XXIV
con sus artimañas contra Felipe IV y su gran ministro D. Gaspar de Guzmán, y en liga permanente, á los reyes de Inglaterra, Dinamarca y Suecia, á la república de Venecia, al duque de Saboya, al conde Palatino, al duque de Weimar, al marqués de Brandeburgo, á las ciudades anseáticas, al círculo inferior de Sajonia, á los calvinistas de Alemania y á los Estados rebeldes de Holanda, y presentar á la vez la Italia española acome-
y el genovesado, amenazando á la vez los Estados de Milán y de Ñapóles, las costas de España y las islas del Océano asediadas por 130 navios de Inglaterra, y en Flandes sitiadas sus más importantes plazas con ejércitos formados de franceses, ingleses, tida por la Valtelina
daneses y suecos, mas los contingentes de las provincias unidas, invadida y tomada la bahía de Todos los Santos en el Brasil y en otros puntos del mar del Sur en las Indias y hostilizado á la vez cuanto el pabellón español cobijaba en Asia, África, América y Europa, todavía en la Península se intentaban desembarcos en Cádiz y en Lisboa, invasiones en Cataluña, Navarra y Guipúzcoa, y por último, terribles movimientos separatistas en Flandes con el duque de Friedland, en Ñapóles con Mas-Aniello, en Portugal con el Duque de Braganza, en Andalucía con el de Medina Sidonia, en Aragón con el de Híjar, en Cataluña con los scgadors que asesinaron
al
virrey
Conde de Santa Coloma, mientras
y toda suerte de publicaciones nos infamaban con sus calumnias, haciendo tan cruda é inexorable la guerra de opinión contra nosotros, como la guerra de la diplomacia y de los ejércitos coligados. En esto se sustancia toda la política de Francia respecto á España, asi después de los matrimonios de los libros,
los folletos
de Borbón con Felipe IV y de la Infanta Doña Ana con Luis XIII, como después, habiendo de venir más rigurosas enemistades, al negociarse los terceros matrimonios de la isla de los Faisanes, que tras el triste Isabel
— reinado de Carlos
II
XXV
—
todavía habían de producir nues-
una mera provincia de Franhabiéndose por la política de Luis XIV cultivado antes proyectos de extinción y repartos de la monarquía española, cuando la anarquía interior que se había logrado introducir en nuestro país y con que España había estado devorándose á sí misma desde la caída del Conde-Duque de Olivares, por el resto del reinado de Felipe IV, durante toda la regencia de Doña Mariana de Austria y durante todo el reinado del Augustulo de esta casa, hizo dictar á éste en su testamento para un nieto de Luis XIV la sucesión de su tra casi total reducción á cia,
,
trono.
Desde la caída del Conde-Duque de Olivares comenzaron las desmembraciones territoriales: la guerra era continua y cada tratado de paz que se negociaba se llevaba los pedazos atropellados de nuestro poder. El de Westfalia no lo suscribió Francia, al reconocerse la independencia de Holanda; pero en el de los Pirineos, con la mano de la Infanta María Teresa para Luis XIV entregamos al rival vecino todo el Artois, varias ciudades de Flandes, el Rosellón y parte de la Cerdaña. Aquel infausto matrimonio, á poco de morir Felipe IV, empezó á dar pretextos de nuevo á Francia para promover nuevas guerras, nuevas invasiones y nuevos tratados de paz, y en el de Aquisgran, España le cedió todo lo que por aquellos medios se nos había conquistado en Flandes, y en el de Nimega, el Franco Condado y nuevos territorios belgas, pudiéndose considerar el de Ryswick como una verdadera irrisión de la suerte afrentosa en que nos ponía la especie de conmiseración hacia nosotros que lo produjo, á cambio de sujetarnos al yugo de que todavía en los dos siglos sucesivos no nos hemos podido emancipar. Fl cuadro desconsolador que queda resumido es el que forma el plan y el desarrollo interesantísimo del
—
XXVI
—
Bosquejo liistórico de la Casa de Austria del señor Cánovas del Castillo: libro de una importancia y de un interés supremo, y cuyo conocimiento, cuya vulgarización y cuyas enseñanzas debieran decretarse en todas las escuelas para que el alma de la juventud en las nuevas generaciones fuera formando esa conciencia nacional ilustrada de que frecuentemente vemos con pena carecer hasta á la mayor parte de los que en las altas jerarquías del Estado politicamente nos dirigen. Una de las ventajas que ofrecen los estudios profundos de la historia, es que con su conocimiento perfecto casi se
pueden prevenir
los pueblos,
como en
la
los sucesos,
que en
la
vida de
vida de los individuos, mudan-
do sólo de los accidentes de la ocasión, siempre se repiten. ¿No es siempre una misma la política de Francia respecto á España, para mantenernos en el interior divididos y en anarquía permanente, y en el exterior olvidados, impotentes y desatendidos? ¿No es siempre una misma la política que labra en el mundo el desconcepto de nuestro nombre por medio de la guerra de opinión? El problema de Marruecos, que en este momento se discute, da la norma de lo primero; el eco de la semana sangrienta de Barcelona y del proceso del asesino solapado Ferrer la de lo segundo; respecto al cuadro de la anarquía interior, atizada desde la otra parte de nuestras fronteras, no hay que ver más que el espectáculo que nos ofrece de continuo en nuestra patria el socialismo, el regionalismo, el anarquismo, reproduciendo siempre, bajo la acción de las influencias de fuera, las guerras políticas parciales que nos habían devorado en la continuidad sin tregua de las revoluciones y de las guerras civiles de todo el siglo xix, que comenzó con una invasión francesa y acabó con el último despojo de nuestras últimas colonias y el tratado ignominioso de París. Van estas líneas encaminadas á poner en su punto el
XXVll
Bosquejo histórico de Cánovas del Castillo,
—
Casa de Austria,
del señor deberse á uno de sus más ilustrados deudos la reproducción hasta patriótica de un libro que, ennobleciendo tanto la memoria de su
la al
insigne autor, estaba llamado á desaparecer, dadas las
circunstancias en que por vez primera se dio á luz en
una publicación que fué desde casi sus comienzos interrumpida, y del que, por acaso, pudo salvarse el centenar de ejemplares de que se hizo edición separada, mas del que, como antes se ha dicho, debiera preceptuarse en las escuelas como Catecismo de la conciencia nacional para inculcarlo en las almas de la juventud; y á muchos parecería osado ingerir aquí nociones de otras obras que, aunque con la de Cánovas del Castillo confluyen á un mismo patriótico objeto, que aunque empalmadas en su propio magisterio, al cabo carecen de la grandeza de las concepciones de tan gran maestro. Pero al que estas líneas escribe no puede menos de ser propicio el momento para sentirse enorgullecido de haber también, en su modesta esfera, contribuido á hacer patentes en algunos de sus obscuros escritos muchos de los principios de la política salvadora que de los de Cánovas del Castillo se deducen en obras como las de Cánovas del Castillo trabajadas con la cultura de la más extensa y sana documentación. Al tomar asiento el que esto escribe en el senado de la Historia patria, en la Real Academia de la Historia, como su individuo de número, siguiendo la costumbre establecida, tuvo que elegir un tema para el obligado discurso de recepción, y este tema fué el de los Dogmas fundamentales y permanentes de la política exterior de España, establecidos por Fernando V de Aragón al constituir la unidad de la Monarquía Española. Claro es que en estos dogmas las relaciones que hubieron de ser más estudiadas fueron las de España con Francia, tomando por modelo la que siguió
XXVIII
—
en todo el curso de su historia la monarquía aragonesa, en perpetua lid de rivalidad con aquélla, y cuyos aciertos la dieron por tantos siglos el cetro político y comercial del Mediterráneo, cuando el Mediterráneo era el
único mar de
la civilización.
Constante siempre en
el
estudio de los problemas internacionales de España,
que no podían
referirse, respecto al resto del continente,
sino á Francia, nuestra vecina y rival, ó á Italia, nuestra hermana, cuyos destinos han corrido secularmente parejas con los nuestros, ó á Inglaterra, que por algún tiempo pudo prestarnos su frontera de inmunidad en el mar, ó á Alemania, que permanentemente debiera constituir nuestra frontera de seguridad, uno de los primeros temas á que debió dar la preferencia de sus estudios fué el de las ya referidas Guerras seculares de opinión contra España y las desmembraciones de esta monarquía, opúsculo que vio la luz pública en La España Moderna del 1.° de Noviembre de 1905. Recordando el origen de estas guerras de opinión contra España, desde el advenimiento de Carlos de Gante á ceñirse la corona de los Reyes Católicos, á la que añadió los engarces de la corona del Imperio y de las conquistas del Nuevo Mundo, por todo el reinado de Felipe lí, que hizo pesar su cetro sobre toda Europa, así con las providencias de su política como con la grandeza de sus victorias; y, finalmente, al llegar al trono Felipe IV por aquel conato de restauración del antiguo poder, que siempre coronará de inmarcesibles laureles la frente de aquel monarca y de su gran ministro, aunque al cabo la suerte no correspondiera en definitiva á la constancia de sus esfuerzos; yo pinté en aquel cuadro las máximas contra España sembradas diestramente en Inglaterra por el insigne filósofo y político lord Francis Bacon de Veruliano en sus opúsculos titulados Consideraciones políticas sobre la guerra contra, España y Disertaciones sobre la verdadera
XXIX
grandeza de
la
Gran Bretaña.
desaire hecho en Madrid
al
Escritos á raíz del Príncipe de Gales, que fué
después Carlos 1 de Inglaterra, en la cuestión de su casamiento con la Infanta Doña María de Austria, deshecho, como ya se ha dicho, por las intrigas de Francia en connivencia con el Papa Urbano VIII y la Infanta Doña Isabel Clara Eugenia, Gobernadora de Flandes, temerosa de que para el dote de su sobrina se la despojase en favor de Inglaterra de aquel Gobierno, jactábase en ellos lord Bacon «de haber sido Inglaterra la que había descubierto la inanidad de la potencia de España y puesto patente su vulnerabilidad por todos lados y su inconsistencia para mantener sus propias empresas», después de la sorpresa que la armada del conde de Lest produjo sobre Lisboa y Cádiz, donde logro hacer un desembarco y ganar, aunque por pocos días, la torre del Puntal. Al fin formulaba un plan general de destrueeión del poder de España en Europa, que fué completado después en Alemania y Suecia por otro pensador y tratadista eminente, Samuel Puffendorf.
por
Todavía fué adicionado en las querellas de Francia obscuro abogado de Auxerre, Christophe Balta-
el
zar, escribiendo en 1625 otros
dos opúsculos,
el titula-
do Des usurpations des Rois d'Espagne sur la Couronne de France y el que denominó Des commeneement, progrés et declin de las Monarchie fran^-aise et droits des rois de France sur VEmpire, en que fijó los puntos permanentes de la política de Francia contra España, hasta reducirla á la órbita de su absorción.
Desde entonces toda
la literatura política
francesa del
resto del siglo xvii únicamente se redujo á la infamación de nuestra patria y á la disputa eterna de ios dere-
chos de Francia sobre todo
lo terrestre
y todo
lo
ima-
humano como lo divino; y así se escricomo el de La antipatía de españoles y
ginable, así lo
bieron libros
franceses, y otros semejantes contra los que fué
inútil
XXX
que
el
—
Conde-Duque de Olivares
hiciera adelgazar en
oposición las plumas del Obispo de Iprés, Cornelio Jansenio, del marqués Virgilio Malvezzi, y de otros publicistas italianos, belgas
y españoles, pues la gue-
rra de opinión contra España constituía otra segunda alianza de las intrigas de Francia, tan honda, tan sub-
que todavía, después de tres siglos, tampoco ha logrado disiparse. Dígalo el escándalo producido en todo el continente, en Francia, en Bélgica, en Italia, en Dinamarca por el proceso Ferrer como consecuencia de las salvajes hecatombes de Barcelona, promovidas y organizadas por él. Claro es que en esta guerra de opinión suscitada en aquel tiempo, uno de los tiros más directos iban á dar en el blanco del ministro que bajo el cetro de Felipe IV llevaba la dirección de la política resistente de España, D. Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares. El torrente del descrédito que en esta lucha, en sistente,
que desde
el
tálamo real se hizo tomar parte á aquella Duque de Braganza se
oligarquía española que con el
había alzado con Portugal, que con
el
Duque de Medi-
na Sidonia y el Marqués de Ayamonte, trató de alzarse con Andalucía, que con el Duque de Híjar, el Marqués del Valle de la Sagra y el General D. Carlos Padilla, trató de alzarse con Aragón, y que coadyuvó al levantamiento de Cataluña, aunque no logró igual éxito en el que se intentó también en Navarra, fué tan profundo, habiéndole remachado aún más la caída del ministro, que habiendo llegado, al cabo de tres siglos, ponderado hasta nosotros en todas sus artificiales proporciones, hasta á hombres tan razonadores é ilustres como Cánovas del Castillo, alcanzó por algún tiempo inocularse en los conceptos admitidos y consagrados por el tiempo, hasta que al cabo el estudio, la testificación documentarla, el análisis de sus acciones, acabaron por arrancarle la venda de los ojos. Pocos per-
—
XXXI
—
más la atención crítica del Castillo, como el Conde Duque de
sonajes han estimulado Sr.
Cánovas
del
Olivares.
Cuando en 1854
escribió el Sr.
Cánovas
la
Historia
de la decadencia de España, ninguna conmiseración tuvo con él. Todos los historiadores, así extranjeros como nacionales, habían extremado los conceptos de su escaso valer, y de la responsabilidad personal que le tocaba en los desdichados éxitos del reinado de Felipe IV.
Desprevenido entonces, y aceptando
sin otro
examen
canonizados universalmente, también cayó sin cautela en el antipatriótico error. Mas después de aquel ensayo, se enfrascó en el estudio directo de cada uno de los hechos y de cada uno de los personajes que habían merecido tan duras sentencias de la historia, y cuando en las Relaciones de los embajadores vénetos, los juicios
escritas con absoluta sinceridad, vio aquellos juicios
enteramente modificados y hasta en oposición con los corrientes admitidos, ya en el Bosquejo histórico, presentó al gran ministro de Felipe IV con otras líneas muy distintas, y cuando después escribió sus Estudios del reinado de Felipe IV y la revolución de Portu^s^al, la figura del Conde-Duque de tal manera se había agigantado en su ilustrada y justa crítica, que un crítico de esta última obra, el Sr. Rodríguez de Armas, en el artículo que publicó en La Época del 28 de Agosto de 1897, ya decía: «Después de haber examinado muchos historiadores, meditamos recordando las reflexiones de Cánovas, y desaparece el engaño en que estábamos y comprendemos bien las causas de nuestras desgracias. Aquel cuadro, pintado por todos, donde resaltan un rey libertino
y un privado imbécil, como fuentes casi úni-
cas de nuestro decaimiento, no es más que una mentira. En el cuadro de Cánovas, Felipe IV y Olivares al-
canzan una vida nueva, alumbrada por juicios justísimos. El desgraciado Conde-Duque de Olivares, que ha
— merecido
la
XXXII
—
execración perenne de los españoles, apa-
de como le concebíamos. Todos se empeñaban en acumular defectos sobre él para convertirle en la causa de nuestra ruina. Sus contemporáneos influidos de fuera, y comenzando por la reina Isabel, le profesaban un odio injusto, y Cánovas, para describir rece
las
muy
distinto
buenas condiciones que, por
el
contrario, le adorna-
ban, ha recurrido á los textos originales de los que por
sus cargos estuvieron cerca de él y pudieron conocerle Además de la opinión de los embajadores ve-
á fondo.
necianos Mocénigo, Córner y Justiniani, que también insertó el Sr. Cánovas en el Bosquejo histórico de la Casa de Austria, cita las de Francisco de Meló, Eri-
nuncio Sachetti y Bassompiére. Todas estas al Conde-Duque de Olivares por afectos ó intereses, lo presentan en la integridad de toda su pureza y de todo su valer. Cuan diferente el Olivares que todos describían al que muestra Cánovas con textos irrefutables á la vista En vez del privado adulador, el ministro indómito que impone con firmeza sus opiniones al monarca; en vez del valido adocenado, el gobernante que se desvive por reunir ceyra,
el
personas, que no estaban ligadas
¡
!
dinero y tropas para la guerra, desplegando laboriosidad infatigable para acumular elementos en Flandes, en Fuenterrabía, en Cataluña y en Portugal, en medio de
invasiones extranjeras, formidables insurrecciones inte-
de recursos é intrigas palaciegas para en vez del acicate de diversiones y festejos, el político incansable que se queja de tener que asistir á ellos robando tiempo á los negocios públicos, cuando había que luchar con tantos inconvenientes, con tantos problemas y con tantas dificultades. No era, no. Olivares un hombre vulgar, aun cuando fracasaran muchas de sus empresas. No se estrelló ante frágiles obstácuriores, carencia destruirle;
los, sino ante
empeños inmensos. En
las
desgracias na-
cionales, Olivares sólo fué la víctima ex|')iatoria de los
—
XXXIII
errores de todos los que con la
él
— hubieran debido salvar
nación.»
En otro de mis estudios, La labor político-literaria del Conde-Duque de Olivares, publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos de Agosto y Septiembre de 1904, resumí en breves términos aquellas providencias hercúleas del ministerio del Conde-Duque
de Olivares, cuando viendo atacado el poder español por la conflagración de toda Europa, movida por Francia, y la hostilidad simultáneamente abierta en toda la
dominios españoles, sin Hacienda se hallaba agotada, sin soldados, porque los soldados ilustres del siglo anterior se habían concluido, se vio obligado á improvisar, é improvisó en efecto, guarniciones numerosas con que defender en la Península las fronteras de Aragón y Cataluña, presidiar á Perpiñán, Barcelona y Valencia con las costas de Murcia y Cartagena, poner en pie de guerra las de Granada y Málaga, socorrer á Gibraltar y Cádiz, dotar de tropas fieles á Lisboa y Galicia, formar un cordón militar en el señorío de Vizcaya y provincia de Guipúzcoa, fortificar los pasos y cindadelas de Navarra, reforzar las Terceras, Canarias y Baleares, juntamente con todas las fronteras de África, proteger los dominios del Nuevo Mundo con las escuadras del mar del Sur y acudir á Flandes con 70.000 hombres, con otros 70.000 á la Lombardía, con 12.000 al Genovesado, con 20.000 á las islas de Cerextensión de los dispersos
recursos pecuniarios, pues
la
deña, Ibiza y Menorca, guardar las costas y fronteras de Ñapóles con 30.000 infantes y 40.000 caballos, socorrer con otros 3.030 á Sicilia, artillar todas las plazas
marítimas de la Península, dando el gobierno militar de Galicia á D. Pedro de Toledo Osorio, marqués de Villafranca, el
de Gibraltar
Luis Bravo de Acuña, Veléz,
el
de Portugal
al
al
Duque de Arcos y
de Murcia marqués de
el
al la
á don
marqués de
los
Hinojosa, á don
—
XXXIV
—
Fernando Girón el de Cádiz, el de Málaga á D. Pedro Pacheco, á D. Juan de Velasco y Castañeda el de las Cuatro Villas, á D. Francisco de Irizazabal el de Canarias, el de las Terceras á D. Iñigo de Mosquera, y así todos los demás gobiernos militares, á la vez que se armaban dos gruesas armadas en los dos mares que bañan la Península y se reforzaban con 20 galeras las costas de Flandes y con 56 las del Brasil, y se estacionaban 52 galeones en Lisboa, ocho en Genova, 12 en el mar del Sur y otros tantos en el Plata, en Nueva España y en Santo Domingo, y se ponían por cabos de
más insignes por mar que hasta entonces se habían distinguido. To-
todas estas fuerzas los generales
y
tierra
dos estos elementos se fueron extinguiendo en veinte años de una lucha continuada, sin quedar arbitrios materiales para su reposición. ¿Fué esto culpa del CondeDuque de Olivares, tan injustamente vilipendiado, para producir su caída y para condenar á perpetuidad su memoria? Dos casos semejantes de caídas de grandes ministros contiene la historia moderna de España, en cuya similitud no se puede menos de reflexionar profundamente: la del Conde-Duque de Olivares, tejiéndose la opinión hostil para derribarle por los manejos franceses en el tálamo mismo de la esposa de Felipe IV, y la caída, al
comenzar
el
siglo xix, del ministro universal
del rey Carlos IV, el Príncipe
de la Paz, tejiéndose la para derribarle, por la influencia francesa, en el cuarto del heredero de la corona, el Príncipe de Asturias, Fernando VII, destinado también á su vez á ser destronado para fundar una nueva dinastía francesa en la Península. La semejanza de estos dos casos, ambos movidos por la influencia de Francia, no puede menos de traer á la memoria el de otros dos sucesos de índole análoga, siempre bajo la presión de la influencia de intriga
Francia:
el
de
las
rebeliones de D. Sancho IV contra
— su padre
el
XXXV
rey D. Alfonso,
tentó reivindicar para
el
Sabio, cuando éste
sus derechos á
in-
corona imperial, y el del luctuoso drama de Montiel entre el rey D. Pedro de Castilla y su hermano D. Enrique de Trastamara, cuando el primero quiso estrechar sus alianzas con Inglaterra. Todos los vencidos de estos acontecimientos históricos sufrieron, además del golpe que les produjo su desgracia, la guerra de opinión que á su reputación se hizo á la vez para que quedasen perpetuamente inhabilitados ante el juicio de la historia; el rey D. Alfonso por débil de carácter y desacertado en su gobierno, D. Pedro de Castilla por arbitrario, altanero y cruel, el rey Felipe IV y su ministro D. Gaspar de Guzmán por entregados á vicios y placeres é incapaces para representar el papel que cumplía á su alta posición, y Carlos IV y el Príncipe de la Paz por insuficientes, indoctos y hasta imbéciles. Así está hecha todavía la historia de España, y jasí continuamos siendo todavía los amigos, los aliados de Francia! La obra de Cánovas del Castillo, de que el Bosquejo histórico de la Casa de Austria no es más que un plan y un resumen, no es solamente la producción de un gran trabajo histórico, al que se le concede los honores de la erudición en que abunda y de la rectificación á que aspira; la obra de Cánovas del Castillo, aunque desgraciadamente limitada al plan y al resumen sí
la
Bosquejo representa, es una obra grande é hombre de Estado y de un gran patriota. Como obra de hombre de Estado es un tratado vivo de alta economía que debieran aprender de que
el
inmortal de un gran
memoria, para que sus ejemplos siempre sirvieran de á los actos de gobierno, todos los que se encumbran á la posición desde donde se dirigen los destinos de una gran nación; como obra de un gran norte
patriota su
en
las
lectura debiera estar
aulas,
para que
la
recomendada hasta
juventud que en ellas se
XXXVI instruye formara en sus doctrinas esa fe en la patria que constituye lo que yo llamo conciencia nacional.
Sin tener esta conciencia no puede existir espíritu de unidad, y sin espíritu de unidad no hay patria posible. Este es el único valladar que en el momento actual, cuando se discuten nuestros intereses en Marruecos,
esa frontera de nuestra seguridad que debiera ser inel único valladar que siempre España debiera oponer á las pretensiones de Francia contra nosotros; con este valladar hicieron una España grande y respetada Fernando V de Aragón, Carlos V el Emperador y el gran Felipe II. tangible para todo poder extranjero, este es
Juan Pérez de Guzmáx y Gallo. De
la
Real Academia de
Madrid, 12 de Octubre de 1911.
la Historia.
IVIDIDA
ESPAÑA
en cortos Estados inde-
pendientes, desde la invasión de los musul-
manes hasta varra, lla,
y
la
incorporación definitiva de Aragón á Casti-
no aparece como un gran poder en
durante los reinados de ciertamente, los que
la
la
de
la civilización.
la historia,
sino
casa de Austria. Son ellos,
han hecho intervenir más en
negocios políticos de Europa y en ral
de Granada y Na-
las conquistas
el
Ni las épicas hazañas de los cata-
lanes y aragoneses en Oriente, ni
la
maravillosa res-
tauración de los Estados Pontificios por
el
cardenal
Albornoz y algunos clérigos y soldados castellanos; las
los
movimiento gene-
ni
conquistas de Sicilia ó Cerdeña por D. Alonso y
D. Pedro;
ni la
dominación misma de otro D. Alonso en
Ñapóles, fueron hechos que pudieran llamarse nacionales
y asegurasen á España duradera importancia. Lo
único que logramos con eso fué dar á entender las altas calidades militares y políticas que á
la
sazón poseíamos 1
BOSQUEJO HISTÓRICO
2
y que éramos capaces de alcanzar mayores destinos de los que la Península por sí sola ofrecía. Ya los Reyes Católicos figuraron gloriosamente en pero no era su poder bien
el
el
mundo;
el
de una nación todavía, sino más
de una alianza entre
las principales
naciones pe-
ninsulares;
y sus armas no pasaron de
España,
costa de África, los límites meridionales de
Italia
la
ó las primeras islas exploradas del
Al advenimiento de
la
los confines
de
Nuevo Mundo.
casa de Austria es cuando forma
ya España una nación permanente; y entonces es cuando recorren nuestras armas y naves todo
el
median nuestros hombres políticos en todas
las
controversias humanas. los
II,
sula;
Desde su
ciertas
grandes
extinción, en Car-
vuelve á encerrarse nuestra actividad en
y aunque
globo, y
la
expediciones felices á
PenínItalia
y
África, ó la necesidad de la propia defensa en la Península,
alguna vez ponen á prueba nuestro valor militar
todavía, lo cierto es que
Europa y
el
mundo marchan ya
siempre, en adelante, sin sentir nuestra oposición ó nuestra ayuda, pasando á ser indiferentes de temibles
que éramos ó aborrecidos.
No ha
deza para nosotros sino en austríaca;
y siempre entenderán
se hable de la
los
la
habido, pues, gran-
días de los
la
monarquía
hombres, cuando
decaída España antigua, que tratan de
que heredó Carlos
I,
en manos de su biznieto
y comenzó á desmembrarse el
cuarto Felipe. Ni antes
ni
después de aquella época ha sido otra cosa España que un rincón del continente europeo, más ó menos unido,
mejor ó peor gobernado, pero aislado, de todas suer-
CASA DE AUSTRIA
incapaz de disputar siquiera
tes, é
el
primer lugar de las
naciones. Poseímosle ó disputárnosle siempre, durante los reinados
de
casa de Austria, y habría sido una
la
locura pretenderlo, ni antes de su advenimiento, ni des-
pués de extinguida. rica,
Ha
que conviene dar
ginas,
lo
sido, por tanto, al
de llamar desdeñosamente paréntesis la
mismo de nuestra cho, tampoco
viduos
bien
ni las
Mas no
historia.
de
casa de Austria.
fué aquel, en verdad, un accidente, sino
como un
retó-
olvido, antes de leer estas pá-
nuestra historia á los reinados de
No
una figura
el
apogeo
se piense, por
lo di-
que juzguemos su grandeza pasajera útil
para
la
nación española. Ni los indi-
naciones logran á
la
larga ventajas,
le-
vantándose más que consienten sus condiciones propias.
Por eso, tar
al tratar
no ha mucho de
la
superioridad mili-
de los españoles en aquellos tiempos, hizo
de este
libro
reflexiones,
el
autor
que repetirá aquí en
los
propios términos, para no ejecutar dos veces inútilmente,
un trabajo mismo
(1).
Ni
la
singular situación (decía
ya entonces), que esta Península ocupa
al
extremo de
Europa, y cerrada su comunicación con
el
por una nación más poblada, mucho más
fértil
chos más recursos siempre;
de nuestro suelo, por ni la
lo
ni las
continente
y de mu-
condiciones ingratas
general destemplado y seco;
devastación forzosamente causada por ocho siglos
Alude el autora su artículo titulado Del principio v fin (1) que tuvo la supremacía militar de los españoles en Europa, con algunas particularidades de la batalla de Rocroy, publicado en el primer número de la Revista de España, en 1868.
BOSQUEJO HISTÓRICO
4
de una guerra intestina, como fué
mos con
al fin la
que sostuvi-
moros españoles, y por aquellas grandes inundaciones de bárbaros, que no en ejércitos, sino en tribus
los
y razas enteras, sucesivamente, vinieron de
das las vastas regiones del África á caer sobre nínsula, brindaban á la
cos con
de
ral
el
monarquía de
los
primer puesto del mundo, en
las cosas. Enlaces, al
la
to-
Pe-
Reyes Católiel
orden natu-
parecer ventajosos hicie-
ron una parte, y otra las armas; pero nuestras conquistas de Sicilia
y de Ñapóles, nuestros hechos en
el
Mila-
nesado, en Alemania, en Flandes, no fueron más que
Y
aventuras gloriosas.
empeño tenaz con que procu-
el
ramos retener luego
lo
en aquellas partes,
de suyo fué heroico, y, dado
si
que, casi por azar, adquirimos
temple duro de nuestro
el
carácter nacional, inevitable,
no dejó de ser por eso impolítico y funesto.
Hay
cuali-
dades que pueden honrar á los individuos y perder á las naciones: cualidades
que para
los individuos
mismos
son de ordinario fatales, aunque respetables siempre y loables,
si
se quiere, en ocasiones.
no pocas durante trado en todo
ducidos, en
el
el
la
De
casa de Austria,
curso de
como las han mos-
la historia los
entretanto, por los
estas mostraron
españoles. Se-
encomios exagerados
de los geógrafos griegos y latinos, que solían conocer solc de
España algunas cortas porciones, ya,
cual hoy,
favorecidas y excepcionales, los críticos extranjeros
han concedido siempre más estima en España á rra lo
que
al
hombre que
la
la tie-
puebla, cuando lo contrario es
justo en nuestro concepto. Inútil fué para destruir
CASA DE AUSTRIA esta opinión, en los siglos pasados,
pocos viajeros que por las
el
testimonio de los
mismos vieron
sí
cosas y
las
tocaron con sus propias manos. Desde 1465 á 1467,
y antes, por
que comenzase á intervenir constan-
tanto,
temente España en recorrió todo
el
los
negocios generales del mundo,
centro de
la
Península, así
provincias de Inglaterra ó Francia,
Rozmital, noble de Bohemia,
el
el
como muchas
barón León de
cual ha dejado de estas
peregrinaciones una curiosísima relación latina.
No hay
más que recorrer ligeramente sus páginas para observar que había ya diferencia bastante entre estas últimas naciones y
Desde que aquel
la
de
la
la
riqueza de
Península española.
discreto observador entró en Castilla
hasta Segovia, y de aquí á Portugal, por Salamanca,
apenas dejó de
salviam
et
hallar
ya á su paso campos
incultos,
rosmarinum producenfes; y donde nulla
alia arbor crescit Ilas alias ardores
quam buxus, dice unas veces, ó nuquam juniperos et sabinas, escribe
otras: romerales, maleza,
dondequiera, excepto
en
monte bajo, cuando más, por las
vecindades de
sierra
la
de Guadarrama, donde, mejor aun que ahora, crecían á la
sazón bosques incomparables de pinos.
Campo
del
lla
prata vel sylvas
pecarum
accipiunt: decían ya literalmente aquellos
viajeros antiguos, tros
días,
De Medina muy largo, mividimus; ad ignis usum fimum
en adelante, por un espacio
como han podido
cuantos
decir hasta nues-
han recorrido los propios
sitios.
Vueltos á entrar en España por Mérida, hallaron de nue-
vo delante de
sí
un desierto, vestido de aromosas
hier-
6
BOSQUEJO HISTÓRICO
bas, los Cándidos,
y
sin
duda verídicos, viajeros.
De
allí
á Zaragoza, por Madrid y Guadalajara, sólo admiraron
algunos bosques entre Medellín y Madrigalejos; viñas y olivos en Talavera, ó en los pantanosos alrededores de
Zaragoza misma; frutas abundantes hacia Calatayud y la Almunia, por las tierras que fertilizaba ya el Jalón,
como hoy en
día.
Viñas y huertas distinguían ya tam-
campos de Lérida de
bién los
aragoneses. viajeros
al
Y
los
en Barcelona, asimismo, hallaron ya los
laborioso catalán, á quien ellos reputaron,
embargo, por más díscolo y
sin
grandes desiertos
cruel,
que á cuantos
hombres de naciones bárbaras hubiesen conocido hasta entonces, plantando en las cercanías de su altiva y co-
merciante ciudad copiosos bosques de palmeras, y contestando á los que se sorprendían de verle cultivar
que necesitaban cien años para ser gozados, que
frutos él
quería dejar á sus descendientes, los
que de
la
previsión de sus predecesores había recibido.
Poco diverso se ve, en suma, que era rial
mismos bienes
de España, cincuenta años hace,
Bástenos ya añadir á
lo
del estado mateel
de entonces.
expuesto que en igual situa-
ción que Rozmital debió de hallar la Península, hacia
1506, el embajador veneciano Vicenzo Quirini, puesto
que calculó en solo 250.000
que habitaban de
las
el
cuenta, miserablemente
De
seguro
España no era
los vecinos
ciudades, villas y aldeas de
Castilla; los cuales vivían
essi.
número de
la
la
con todo eso, á
corona lo
que
per csscrc gran povertá frá
diferencia entre otras naciones y
tan grande en
la
época aquella cuanto
CASA DE AUSTRIA es ahora, después de los tristes siglos de tiranía y superstición por que
se que
la
hemos pasado; pero no puede negar-
hubiese ya, bien que calurosamente negada
por los españoles de entonces.
que únicamente
la
Y
lo
cierto es, en fin,
individual superioridad de los espa-
ñoles,
y en especial de sus soldados, puede explicar
hoy
que
la
el
las
pobres y pequeñas naciones, unidas en
Península, predominaran siglo y medio sobre tantas
otras
más
y pobladas, y más fuertes en todo que
ricas
ellas.
Partiendo de estos hechos es
con imparcialidad á por
lo
la
como puede juzgarse
casa de Austria en España; y
mismo no hemos titubeado en
copiarlo
al
pie de
en los precedentes párrafos. Cinco, entre to-
la letra,
dos, fueron los reyes austríacos, y de ellos tratará bre-
vemente
este
libro,
aspirando
más bien que
á pre-
sentar en inútil resumen los sucesos militares ó políticos, á describir
el
carácter y calidades de los diversos
príncipes; la forma y tendencia del gobierno de cada cual; las principales consecuencias,
ternas
parece la
como externas que lo
más apropiado
presente obra.
por último, así
in-
su reinado produjeron. Esto al
objeto y dimensiones de
UÉ EL PRIMERO
de
la
dinastía austríaca,
que en España se llamase Rey, D. Felipe
I.
Era hijo este príncipe del emperador Maximiliano
I
y de María Carolina de Borgoña,
hija here-
dera del famoso Carlos el Temerario; y había nacido
en
la
ciudad de Brujas, en Flandes, á 24 de Junio
de 1478. Muerta su madre, heredó de
ella los
Estados
de Borgoña y Flandes; y, habiendo entrado en alianza el
emperador, su padre, con los Reyes Católicos, du-
rante las guerras de Italia, quisieron afirmarlas familias concertando
D.
Felipe y
la
dos matrimonios:
infanta
el
uno, entre
Doña Juana, que no podía
pensar aún en ser sucesora de sus padres, y entre
el
Juan y
ambas
el otro,
príncipe heredero de Castilla y Aragón, la
Don
archiduquesa Margarita, hermana también
del archiduque. Seguidas sobre esto las negociaciones
en 1495, por Agosto del año siguiente, salió ya del puerto de
Laredo una escuadra castellana
al
mando
del
al-
mirante de Castilla D. Fadrique Enriquez, compuesta de
BOSQUEJO HISTÓRICO
10
más de
veinte naves con
conducir á
la
hombres á bordo, para
tres mil
Doña Juana
infanta
á Fiandes y traer á
la
archiduquesa á España. Ratificáronse las bodas entre
Don Felipe y Doña Juana en Lila el 20 de Octubre del mismo año, dándoles el arzobispo de Cambray la bendición nupcial. Bien que la infanta española comenzase pronto á recoger sinsabores de su matrimonio, pasaron al principio
bastante tranquilos sus días en Fiandes,
hasta que, llegadas allá sucesivamente las nuevas de
muerte
Doña y
de Asturias D. Juan, de
del príncipe
Isabel, hija primogénita
del tierno infante
de
D. Miguel,
los
hijo
Reyes Católicos,
de
llamada á más alto lugar, recayendo en
y
la
sucesión de
Ocurrió esto en
el
reinos
los
la
la infanta
la
última,
ella el
fué
derecho
de Aragón y Castilla.
año 1500 precisamente. Tenía Doña
Juana, nacida en Toledo á 6 de Noviembre de 1479,
la
corta edad de diez y siete años cuando contrajo matri-
monio; pasaba por ser tan parecida á
Fernando, que éste suegra
Doña
Isabel;
la
y
la
madre de Don
llamaba por burlas madre, y hubiéramos de creer al em-
si
bajador veneciano Quirini, que
la
conoció en Fiandes,
era bastante hermosa entonces, así
como por
el testi-
monio de Luis Vives, se sabe que aprendió de niña
el
perfectamente y gozaba de muy buen ingenio. Dio origen á sus primeros sinsabores su carácter extremada-
latín
mente celoso, cosa en que están conformes cuantos nocieron. Molestaba, según Quirini, los tales celos, por
al
la
co-
archiduque con
manera que no hallaba forma
el infeliz
marido de apaciguarla; hablaba poco y no mostraba afición á nada; manteníase los días enteros encerrada en su cuarto, consumiéndose á solas en su propio tor-
mento; huía
las
fiestas,
los
solaces y los placeres;
CASA DE AUSTRIA aborrecía,
sobre todo,
la
11
compañía de mujeres,
fla-
mencas ó españolas, viejas ó jóvenes, de cualquiera condición ó estado. Confirma, no obstante,
no
el
el
venecia-
dicho de Luis Vives, de que era á ratos mujer
y fácilmente aprendía cuanto se la enseñaba, mostrándose en las pocas palabras que decía, oportuna discreta,
y grave. De las cualidades naturales del archiduque son varias las opiniones, aunque predominen con mucho
las
que
le
A
favorecen menos.
creer
al
embajador
antes citado, no sólo era hermosísimo de persona,
en esto todos convienen, gallardo justador y jinete, sino
muy
que era también
sufrido en
los
buena, magnífico,
apto para
liberal, afable, tan llano
celosísimo de
la
guerra,
trabajos, de" índole naturalmente
que apenas conservaba
mo y
muy
que
diestro
el
con todos,
soberano decoro, amantísi-
la justicia, religioso
ingenio, en
y firmísimo en
que en un instante
sus palabras, de
tal
comprendía
más arduas. Aquel embajador, acompañó muchos meses por mar y
fin,
las materias
en suma, que
le
tierra en sus viajes,
no
le halló
otros defectos que
el
de ser de carácter irresoluto,
lo cual le inclinaba á fiar-
todo en su consejo, y
de ser facilísimo en dar
lo
el
crédito á cuanto le decían sus amigos.
todo es á éste
el
juicio
que de
él
Opuesto
casi en
formaron los más de
Desde luego, y aunque pecasen de excelos de Doña Juana nada tenían de infun-
los españoles.
cesivos, los
dados. Era en realidad tan dado á las mujeres
el ar-
chiduque, que escandalizó á Castilla en los pocos días
que en
ella
reinara, con
los
excesos que cometió en
este punto, favorecido por la vil complacencia de sus
amigos y cortesanos, y señaladamente por el famoso D. Juan Manuel, hombre pequeño de cuerpo, pero de
BOSQUEJO HISTÓRICO
12
como Mariana dijo, depravado y turparece cierto que no amó nunca el También bulento. ingenio grande
archiduque á su esposa, ó porque los celos de ésta
desde
el
no tuviese muchos atractivos, que es
ella
porque
principio le mortificaran con exceso, ó
el
rodeaban, y
mismo em-
el
archiduque poco
suegros, y aun por'
los
le
como
careciera de gravedad en su trato,
bajador dice, para que fuese
mado por sus
que dan á
demás, con que se
ciación de Quirini. Bastara, por lo
dejase llevar de los consejos de los que
Únicamente
lo
á pesar de la favorable apre-
entender sus retratos,
el
esti-
pueblo español.
grandes señores, mal avenidos con
severa disciplina á
que
los
la
Reyes
tenían sujetos los
Católicos, y deseosos de adquirir nuevamente la licencia
alcanzada en
el
débil gobierno
ron mirar con simpatía desde
por
lo
mismo que
le
el
de Enrique
IV, pudie-
principio á D. Felipe,
creían á propósito para ser
mane-
jado por otros. Pocos se repararon en España, hasta
que
la
sucesión del trono recayó en ellos, los defectos
de los archiduques; pero desde entonces, como era natural
,
fueron ambos
el
objeto preferente de la atención
de los monarcas y de los pueblos.
Y
de
allí
adelante
también, á las causas íntimas que hacían ya poco
choso su matrimonio, se agregaron
las intrigas
di-
perennes
de que por todas partes se vieron rodeados aquellos jóvenes príncipes, que tan poco disfrutaron los grandes destinos con que les brindara,
al
Pocos meses antes de morir gal D. Miguel, heredero por su
parecer el
la fortuna.
príncipe de Portu-
madre de
de Aragón y Castilla, dio á luz un hijo
la
los
Estados
archiduquesa
en Gante, á 24 de Febrero de 1500, que recibió
el
nom-
bre de Carlos, en memoria de su abuelo el Temerario.
k
13
CASA DE AUSTRIA
Cuéntase que por haber nacido en la fiesta de San Matías, mostró la Reina Católica, su abuela, piadosos pre-
muy
sentimientos de que sería
afortunado; y
el
mundo
con efecto, á contarle por uno de sus mayores príncipes, con el dictado de Carlos V. Parió además
llegó,
de este
Doña Juana,
hijo
á D. Fernando, nacido en
España y emperador luego; y cuatro hijas que fueron reinas de Francia, Dinamarca, Hungría y Portugal.
De
esta suerte estuvo siempre asegurada en su matri-
monio
la
sucesión de España, tan contrastada por la
fortuna, que tantos dolores ocasionó á los
Reyes Ca-
tólicos, y no menor incertidumbre en sus vasallos. Convenía que fuese jurada Doña Juana como princesa de Asturias y de Aragón y vivamente anhelaban por ,
eso sus padres que viniese á España. en 1502
lo
Mas cuando
lograron, nuevos dolores comenzaban ya á
despedazar
el
corazón de los ancianos reyes, entriste-
ciendo á cuantos pensaban en
Los celos y
el
el
porvenir nacional.
singular retraimiento de que en 1504 ha-
ya en realidad, á los ojos de los padres de Doña Juana, de su esposo mismo y de cuantos íntimamente la trataban, caracteres de bló á su corte Quirini, ofrecían
demencia evidente, aunque no constante. Había un triste precedente con que físicamente explicarla, porque la madre de la Reina Católica, de nombre Isabel, cual ella, padeció una enfermedad idéntica, ocasionada, en gran parte, por rey D. Juan
II
el
amor excesivo que profesaba
su esposo; enfermedad con
hasta 1496, precisamente su nieta.
el
la
al
cual vivió
propio año en que se casó
La gravedad extrema
del caso,
tratándose
de una persona en quien se cifraba la esperanza de tantos reinos, tuvo por mucho tiempo suspensos á los
BOSQUEJO HISTÓRICO
14
que
la
rodeaban, y sin osar rendir fé á una desgracia,
por
lo
demás palpable. Ya en Agosto de 1498, dispuso Isabel, con noticia sin duda de algunas extra-
la reina
vagancias, que tienzo,
la visitara
Tomás Ma-
en Flandes Fray
dominico y sub-prior del monasterio de Santa
Cruz en Segovia, hombre de su mayor confianza. De correspondencia de este buen fraile con los Reyes Católicos, así como de otros documentos copiados ó
la
descifrados en Simancas, es de donde ha pretendido
deducir modernamente
escritor belga
el
Mr. de Ber-
genroth, en obra inglesa, que nunca estuvo loca
Doña
Juana, sino que fué víctima de horrible persecución por parte de sus padres
y de su
hijo,
suponiendo que
ron causa á ella sus inclinaciones contrarias á
gión católica, y usurparle
en
el
die-
la reli-
perpetuo interés de hijo y padre en trono. Pocas veces ha nacido, en verdad,
la historia,
el
opinión
más
sin
fundamento,
ni
más
cla-
ramente contradicha por los documentos mismos en
que se intenta
apoyarla y va alcanzando con todo
eso alguna boga, sin duda por su singularidad misma.
Verdaderamente Bergenroth no conocía bien
lengua
la
en que están escritos los documentos que dio á luz con tan audaz propósito; y del propio achaque adoleció el
francés Mr. de Hillebrand, que se adhirió á
la
opinión
de aquel últimamente. Cuando en 1522 aconsejó
qués de Denia, encargado de
la
custodia de
el
mar-
la infeliz
demente á Carlos V, que la hiciese premia en muchas cosas, es decir, que se las hiciera hacer por fuerza, siguiendo aquella antigua máxima castellana de que el loco el
él
por
la
pena
es cuerdo, autorizó su opinión con
ejemplo de Doña Isabel decía,
trató
así á su
la
Católica ,
la cual,
según
madre, loca también, como
CASA DE AUSTRIA
queda dicho. Pero en lugar de
15
que es textual,
esto,
leyó Bergenroth malamente en un documento, que con
quien empleó
la
coacción ó premia, por
elevada á
él
Reina Católica, fué con su propia hija Doña Juana, cuando era niña; deduciendo de error tatormento,
maño,
la
contra aquella mujer insigne, consecuencias no
menos inverosímiles que plo,
porque
él
merece como
de
injustas.
prueba
sí
intérprete
Citamos este ejem-
escasa fé que Bergenroth-
la
de documentos
destruyendo por otra parte,
paso,
al
surda de que los rigores contra
la
españoles,
suposición ab-
Doña Juana, empeza-
sen antes de su matrimonio, cuando nadie sospechaba su locura,
pro de
ni
probablemente
existía. Justo es decir
equidad del autor belga, que no se muestra
la
parcial, en cambio, del archiduque D. Felipe, su patriota.
De
ni él ni
com-
éste afirma, que lejos de fundar grandes
planes políticos, en la sucesión de
ca,
en
la
Reina Católi-
sus consejeros se propusieron nunca otra
cosa que apropiarse las rentas de Castilla, llamándole á boca
llena
cruel
Déjase arrastrar por la
marido y despreciable príncipe. demás en su extraña antipatía á
lo
Reina Católica, hasta decir que entre todos los
malvados que intervinieron en
la
inverosímil trama de
que supone víctima á Doña Juana, ciertamente seca y dura.
Doña
la
virtuosa,
aunque
Isabel, se llevó la palma.
El caso es, en tanto, que desde las primeras conversa-
ciones de que dan cuenta los documentos por publicados, entre Matienzo y
la
él
mismo
claramente
princesa,
se deduce que no estaba ya ésta en su cabal juicio.
«No
sé
si
por mi venida ó su poca devoción» (dice en
una de sus cartas
el fraile),
« el
día de la
Asunción
»aquí acudieron dos confesores suyos, y con ninguno
BOSQUEJO HISTÓRICO
in
muy
»se confesó»; pero
poco más adelante y en otra
«que había tanta
carta, declara
religión
en su casa
»como en una estrecha observancia, teniendo en esto » mucha vigilancia, que debía ser loada, aunque allí les hallando en ella buenas » pareciese al contrario»: partes de buena cristiana^. Véase, pues, compa<í
>^
rando entre
sí
tales textos
aquella y otras veces
,
que
el
negarse á confesar
Doña Juana, no podía
ser obra
sino del estado de perturbación de su espíritu
que ya
,
le
hacía mirar con enojo á tales ó cuales confesores, ya
el
cumplimiento mismo de sus religiosos deberes. Esto
de los confesores, por cierto,
le
ofrece á Mr. Hille-
brand, que ha publicado un artículo en
Deux Mondes
sobre
el
asunto,
la
Revue des
ocasión de de-
la
mostrar que no excede á Bergenroth en conocimiento
de
la
lengua castellana. Aconsejaba á
Doña Juana
dis-
cretamente, en una carta, su antiguo preceptor Fray
Andrés, que sólo confesase con
frailes
de los que
vi-
vían en los conventos y sujetos á su regla, dejando á un lado los callejeros y acostumbrados á frecuentar los
bodegones de París, con alguno de
había confesado
ella,
según
que piensa que bodegón
lo
Mr. Hillebrand,
y
que
se
significa ebrio en castellano,
bodegón y beodo toma de aquí
quizá confundiendo
para afirmar, que
noticias.
los cuales
el
pié
preceptor quería era que
alejase de sí á los doctos teólogos de la Sorbona, para
entregar su conciencia á los monjes españoles. Tales y tan veraces críticos son algunos de los que han
á su cargo
en
la
el
tomado
esclarecimiento de este punto, importante ya
Historia general de España,
príncipes de la casa de Austria. decir de Matienzo, mostrábase ya
y más aún en
la
de los
Lo seguro es que, al Doña Juana como ol-
CASA DE AUSTRIA
17
vidada de todo y de todos los suyos, y zahareña y sosel enviado mismo de su madre, que rara vez
pechosa con
podía sacarla alguna palabra. Las quejas principales que había de ella en la corte francesa eran dos: la una, que
no pagaba á sus criados culpa tenían la otra,
que no tomaba
caseros.
la
mente siempre de cos, y de
la
en
lo
cual tanta ó
mayor
menor parte en los asuntos que la princesa y las acompañaban, se quejaron muy amarga-
Mas hay que
señoras que
,
ciertamente los ministros de su marido;
la
la
advertir
avaricia de los ministros flamen-
indiferencia con que el archiduque veía á
su mujer y á las que tener con que dar
la
queño bien á nadie.
la
servían vivir en pobreza
menor limosna
Y
ni
hacer
el
,
sin
más pe-
en una mujer sujeta ya por na-
turaleza á extravíos mentales, llevada luego casi niña á un país extranjero, tan diferente en costumbres de las
que conocía, celosísima y poco querida de su maricuando menos con indiferencia por éste, y
do, tratada
maltratada por sus ministros y cortesanos, nada tiene de extraño que rápidamente se desarrollase la enfermedad que dominó al fin toda su vida. Así, fué, que cuando en 1502 vino á España, no pudo ya dudar la
madre, de que sólo gozaba la razón á ratos, pasando por lo general de un retraimiento casi estúpido, á una excitación irracional y á veces furiosa: bien triste
que esto último no con frecuencia. Juróse, con todo eso, á Doña Juana por princesa de Asturias, en las Cortes de Toledo, celebradas en Mayo del ya citado año de 1502, siendo, no
sin dificultad,
reconocida en
las
de
Zaragoza por princesa de Aragón igualmente; y en Enero de 1503, tornó su marido á Flandes, dejando ya mal contentos de sus costumbres á los suegros. Luego, 2
BOSQUEJO HISTÓRICO
18
en 1504, marchó
allá
también Doña Juana, con consen-
y después de una tentativa de
timiento de sus padres,
evasión
inútil,
que dio harto á entender su estado.
Querían sus padres que aguardase estación favorable para embarcarse; y fuera de sí ella se puso sola en ca-
mino un día hacia
Medina cribió
del
la
costa,
hasta que fué detenida en
Campo, tanquam única leoena, como
es-
con su libertad acostumbrada Pedro Mártir; per-
maneciendo un día y una noche casi desnuda en el patio del Castillo. No acertaba á vivir la desdichada sin su marido, á pesar del mal trato que, con más ó menos razón, recibía de él, sin duda alguna. al fin
á Flandes, supo
dre, ocurrida en
1504, mediante
No
la
princesa
Apenas llegada
muerte de su ma-
la
26 de Diciembre del mismo año de
heredó
la cual
había sido, en
el
trono de Castilla.
el
entretanto, inútil la dolorosa
observación que de su estado mental acababa de hacer la
prudente Reina Católica. Tres días antes de morir
expidió ésta una carta patente, por
la
que dispuso: que
mientras su hija primogénita, y heredera y sucesora
le-
gítima, estuviera ausente de los reinos, ú estando en ellos,
no los quisiera ó no pudiera regir ó gobernar,
quedase
el
trador en
rey D. Fernando por gobernador y adminis-
nombre de
la
dicha princesa; según
cado ya por los procuradores de
las
lo supli-
Cortes de Toledo,
continuadas y concluidas en Madrid y Alcalá de Henares, en 1503, á las cuales debió de darse reservada noticia
de
lo
que se advertía en
que para cualquiera de Castilla
la
princesa.
los casos en
D. Fernando, ordenase
la
De
notar es
que administrase á reina que durara
aquella administración solamente hasta tanto que fante D.
Carlos, su nieto, tuviese,
al
el in-
menos, veinte
CASA DE AUSTRIA
19
años cumplidos; cuyo plazo llegado debía D. Fernan-
do traspasar todas sus facultades en Castilla á su para que las ejerciese también en nombre de
nieto,
Doña Jua-
na, sin hacer cuenta, en todo esto, del archiduque su
padre. Dedúcese claramente de
conceptuaba
la
documento, que no
tal
Reina Católica que en caso alguno de-
bía ser su yerno rey de Castilla, ni siquiera administra-
dor ó gobernador; y que teniendo por cierta é incurable la enfermedad de su hija, lo que sobre todo procuró impedir fué que aquel adquiriese otra autoridad que
la
privada de rey consorte. Compartieron, cual se ha visto,
estas ideas de la Reina Católica, sobre los derechos
respectivos de su familia, las referidas Cortes de Toledo, y las aprobaron también luego las célebres de Toro,
que en 1505 presentaron unánime petición á D. Fernando en que se decía: «que habiendo sido informados los ^procuradores,
particularmente de
»doña Juana, considerando que •»gün las leyes
así
de estos reinos,
»por ser padre de S. A.,
la
enfermedad de
como seRey sólo,
de derecho
al
dicho Sr.
era debida y pertenecía la »legitima cura y administración de ellos, proveyendo »al
le
bien y procomún de los
»y habían y tenían
al
mismos
reinos,
nombraban,
dicho rey D. Fernando, por legí-
»timo curador, administrador y gobernador, en nombre »de la reina doña Juana, según que la reina doña Isabel »lo dejara
De
la
ordenado por su testamento y provisiones».
usurpación imaginada por Mr. Bergenroth, fue-
ron, pues, cómplices, á ser cierta, las Cortes de Tole-
do y las de Toro; principalmente inspiradas éstas últimas por el célebre jurista y político Palacios Rubios, y en las cuales se hicieron las conocidas leyes que todavía son
base de nuestro derecho
civil.
La reina Doña
Isabel, en
BOSQUEJO HISTÓRICO
20 tal
supuesto, tenía que haber promovido
la inicua
usur-
pación, no tan solo en pro de su marido, sino asimismo en pro de su nieto, niño de pocos años todavía; y esto, ella tan celosa de su derecho propio y del de su casa, tan poco afecta á permitir ninguna usurpación semejante tan puesta en su punto, en fin, que, al
grave Zurita cuenta,
el
cualidades insignes de D. 'Fernando,
las
entre las mayores, haber podido entenderse
con su mujer en tará,
enumerar
tras
el
gobierno de ¡os reinos. ¿Se necesi-
demostrar ahora largamente
expuesto,
lo
suposición hecha por
el
escritor
belga antes citado? No; es ya evidente que
lo
que qui-
cuan absurda sea
la
sieron" resolver las disposiciones testamentarias
de
la
Reina Católica, fué una cuestión de derecho hasta aquí mal examinada; y eso fué
que dio lugar asimismo
lo
á tantas complicaciones entonces^ y á
pués en
historia.
la
De un
osado ya apellidarse príncipe de hija
tal
Castilla, viviendo la
primogénita de los Reyes Católicos,
hizo llamar rey de Castilla desde
que supo
la
confusión des-
lado D. Felipe, que había
el
Doña
Isabel, se
punto y hora en
muerte de su suegra; siendo como
tal
reco-
nocido por algunas potencias de Europa, y entre otras, Quirini.
De
que tan á mal llevara ya su
in-
por Venecia, como muestra otro lado D. Fernando, justificada pretensión tilla,
la
de considerarse príncipe de Cas-
cuando no había recaído
en su esposa,
si
embajada de
bien ordenó
de Doña Juana, advirtió á
la
el
la
derecho de
la
sucesión
inmediata proclamación
par que todos los pregones
y provisiones de justicia se hiciesen á nombre de ella solo sin mentar siquiera al marido, como no reconociendo en
él
derecho alguno.
Y
ahora bien: considera-
da esta cuestión legalmente, ¿se sabe con certeza á
CASA DE AUSTRIA quién correspondía
la
21
administración de los Estados
reales de la hija loca? ¿Cuál del marido ó del padre debía ejercitar en aquel caso la cúratela de la reina?
¿Qué
sazón, para declarar
la in-
tribunal era
competente á
la
capacidad de la princesa y discernir aquella guarda especial, ya que la curaduría en sí misma no podía ser testamentaria
de
según
ni legítima, sino dativa,
las Partidas?
Las Cortes de Toro, que
la
sin
doctrina
duda en-
tendían de leyes de España, discernieron expresamente la
cúratela á D. Fernando;
cho el
civil,
y
esto, inaplicable al dere-
no dejaba de adquirir verdadero valor desde
punto en que
lo hicieron
las Cortes, único tribunal
competente y posible en las cuestiones referentes á la Corona. Y discernida por las Cortes la curaduría á don Fernando, hallábase ya éste con un título propio, de que carecía ciertamente D. Felipe. Porque si- solo de cosas materiales se tratara, hubiese nistrarlas,
como marido,
él
entrado á admi-
sin contradicción
necesidad de proveer de curador á
la
alguna, sin
demente; pero
tratándose de los reinos, cuya conservación tanto im-
portaba á terceros, según los principos jurídicos, si no ya según ley expresa, el nombramiento de curador procedía hacerse, en realidad,
como entendieron
los legis-
ladores de Toro. Ni dejaba detener también legal fuer-
za en este caso á ella
el
testamento de Isabel
como tronco y cabeza de
la
Católica; que
su familia tocaba legis-
lar sobre cuanto pudiera concernerla, según
el
principio
hasta aquí sin contraste admitido en las familias reales.
No
era, pues,
ninguna absurda pretensión
la
de D. Fer-
nando. Natural era, no obstante, que pareciese esto
una inesperada novedad para D. Felipe, su, yerno; y, bien que él ya tratase á su mujer como loca, y que es-
BOSQUEJO HISTÓRICO
22
tuviera
más que nadie persuadido de que
repente dejó de tenerla por á correr
de
en público, comenzando
voz de que se hallaba en cabal
la
atribuyendo
juicio,
y
contraria á su padre, para usurparla el
la
Los grandes de
reino.
tal
lo estaba,
Castilla descontentísimos, cual
va dicho, del carácter firme de D. Fernando, y no teniéndole ya el mismo respeto que cuando vivía la Reina Católica, empezaron, por su parte, á declararse en favor del archiduque, poniendo también en duda, que administración del reino, puesto caso que estuviera
capacitada al
la reina,
perteneciese
al
la
in-
padre antes que no
rey consorte. Alegaban, principalmente, que por su
matrimonio se había disuelto ella
la patria
potestad, y con
todos los derechos de D. Fernando sobre su
sin reparar
que entonces
rechos soberanos de
hija,
se trataba sino de los de-
r.o
la familia.
Pero cual suele suceder
en contiendas tales, más bien que su razón, comenzó
cada cual bien pronto á preparar y medir sus fuerzas. Fueron y vinieron en vano mensajeros de Flandes á
España y de España á Flandes,
sin
poder concertar,
naturalmente, pretensiones tan contrarias, no del todo descubiertas, sin embargo, en su correspondencia, por
D. Fernando.
A
de este último,
Lope de Conchillos, que era enviado
le
prendió en
el
intermedio
el
archidu-
que en Bruselas, por haber sorprendido una carta de su mujer, en la cual pedía á su padre que tomase á su
go
el
gobierno, y atribuir esto á manejos del
tólico;
car-r
Rey Ca-
despidiendo, además, de su corte, las pocas per-
sonas españolas de que estaba aquélla acompañada.
Buscaron
ai
emperador, el
propio tiempo la
el
archiduque y su padre,
el
alianza del rey de Francia para sostener
derecho del primero á
la
administración de
la
monar-
23
CASA DE AU5TRIA quía castellana; pero en balde, porque ya
do para
sí,
como más
astuto, el
sas, en conclusión, llegaron á
Rey
le
tenía gana-
Católico. Las co-
punto que
el
archiduque
D. Felipe ordenó desde Bruselas que se apercibiesen todos los grandes y caballeros, y pueblos del reino, para tomar las armas contra D. Fernando, y encender el principal ministro y consejero del esto, D. Juan Manuel, residente á todo archiduque, en la
guerra
civil.
Era
su lado tiempo había,
muy
á despecho del suegro.
Castilla eran sus principales campeones
el
En
marqués de
duque de Nájera. En Roma, donde era tan importante por entonces merecer simpatías, cuando no ayuda, servíale de embajador el famoso D. Antonio de Acuña, que tan triste fin tuvo en las Comunidades. Villena y
el
Las artes de estos hábiles servidores, la ayuda del emperador, la malquerencia de los grandes áD. Fernando y el amor á la novedad de los pueblos, lograron formar al cabo una liga poderosa, que obligó al prudente D. Fernando á modificar algo sus pretensiones, consintiendo en dar participación á su yerno en
contra
la
expresa voluntad de
la
el
gobierno,
Reina Católica. Hízo-
se sobre esto un concierto en Salamanca, á 24 de
No-
viembre de 1505, entre los embajadores del archiduque
y el rey D. Fernando, por el cual se convino que éste, D. Felipe y Doña Juana gobernasen todos tres juntos, llevando los últimos los nombre de rey y reina, y el primero
el
de gobernador perpetuo del reino.
era ya tan clara
la
incapacidad de
la reina,
Y como acordóse
aquí, además, que se despachasen las provisiones y
cédulas reales con las firmas de ambos reyes solamente.
Tuvo D.
Felipe,
como
Zurita cuenta, esta concor-
dia no tan sólo por desigual sino por injusta, y
mucho
BOSQUEJO HISTÓRICO
24
más
lo
pareció todavía á los impacientes caballeros que
estaban á su servicio; pero maliciosamente se hicieron, al
saberlo, en Bruselas públicas demostraciones de ale-
Lo más importante para
gría.
entrar fácilmente en Castilla,
naba de
la
archiduque era poder
y eso ya se
lo
concordia de Salamanca. El resto
las circunstancias
mente no
A
el
proporcio-
lo
esperaba
y de su propio valor, que
cierta-
le faltaba.
8 de Enero de 1506 se embarcaron
al
cabo Doiía
Juana y su esposo para España, no sin arribar por causa de un temporal á Inglaterra, donde fueron bien recila Coruña el 28 de mismo año: muy poco después de llevar á cabo D. Fernando su nuevo matrimonio con Doña Germana de Foix, deseando tener descendencia con que dividir los reinos de Aragón y Castilla, como los natura-
bidos, viniendo á desembarcar en Abril del
les del
primero manifiestamente deseaban entonces.
No
bastan los agravios que tenía ya de su yerno, y de los
grandes castellanos para disculpar en D. Fernando tan triste
condescendencia. Por de pronto aquel matrimonio
impolítico, juntamente con la llegada de los príncipes,
acabaron de destruir su ya escaso partido en Castilla;
y D. Felipe, en
tanto, al
segundo día de desembarcar
manifestó claramente que no estaba dispuesto á cumplir la
concordia de Salamanca.
Muy
luego comenza-
ron á disponer armas los grandes del partido de D. Felipe
por todas partes, mientras éste en persona se ade-
lantaba hacia Castilla, en son de guerra, con escuadro-
nes de piqueros alemanes y buena ña,
dando
á entender
artillería
de campa-
que estaba resuelto á mejorar su
No se descuidaba de su parte D. Fernando. Escribió á cuantos señores y consejeros
derecho con
la
espada.
25
CASA DE AUSTRIA
pensó que quisieran seguirle, manifestándoles que D. Felipe, su yerno, tenía á
el
su hija, «fuera de
la reina,
no como su dignidad y estado real ^libertad, y ^requerían, sino presa é incomunicada con él y con totratada,
»dos sus leales servidores, por
lo cual
»ponerla en libertad por las armas, y
estaba resuelto á
les
ordenaba que
>acudiesen á servirle en una empresa en que se trata>ba de la deshonra y mengua suya propia, de su hija y »de los reinos de España.» Vése aquí que la enferme-
dad de Doña Juana, que ambos reconocían cuando estaban en paz y amistad, por uno y otro, igualmente, se
negaba cuando podía
servir de pretexto su salud, para
que cada cual estorbase
Mas la
para intentar
la
los propósitos del adversario.
guerra
sazón, D. Fernando,
civil
como
era tarde: tenía ya, á
confiesa Zurita, «junto
mirábase solo y muy apartado de sus propios Estados de donde no podía venirle socorro; temía que el Gran Capitán, que estaba en Ñacasi el reino todo contra sí»;
y á quien debía saber que con afán solicitaba su yerno, se alzase á fuer de castellano contra él y le quipóles,
tase aquella corona, no bien se rompiesen las hostilida-
en una
des. ¡Triste espectáculo, entonces,
como
de sus Epístolas Pedro Mártir,
que ofreció aquel
el
gran monarca errante y solo, sin que se posible ver ya á su propia
hija!
ban á su lado aún dos grandes de D. Fadrique Enriquez y demostraron
la
mayor
un solo prelado,
el
el
dijo
ni siquiera le
fue-
Únicamente queda-
Castilla, el almirante
duque de Alba,
los
cuales
fidelidad, sobre todo el último;
arzobispo de Toledo,
y
Don Fray Fran-
cisco Jiménez de Cisneros, que, llevado de su belicoso carácter, le aconsejó hasta
el
último momento, según
Zurita afirma, que apelase á las armas, bien querecha-
BOSQUEJO HISTÓRICO
26
zada esta opinión, mediase luego entre ambos
Tuvo
pes para que íiicieran nuevo concierto.
prínci-
éste lu-
gar, por fin, á 27 de Junio de 1506, después de una entrevista celebrada entre la
Puebla de Sanabria y Astu-
rianos, por D. Felipe y D. Fernando, á el
cual acudió
la
primero acompañado de todo su ejército de alemanes
y castellanos; casi solo el
segundo y tan en poder de
sus enemigos, que, según declaró testa secreta
él
mismo en
que hizo ante su secretario,
allí
la
pro-
mismo,
hubo de ceder á cuanto su yerno quiso, forzado por los «peligros, impresión y miedo» en que estaba. Llamóse aquel concierto de Villaf áfila, por
como
luego D. Fernando, así
el
el
lugar en que lo juró
archiduque
lo
juró en
Benavente; y es curioso que éste último, que antes de la
muerte de su suegra había escrito ya á
los
Reyes
Doña Juana
Católicos, mostrando deseos de encerrar á
en alguna parte, por causa de su estado mental, y que luego había sostenido que estaba buena y sana para
oponer su derecho, en
tal
ba como curador de una niese en que
»ningún
al
que alega-
D. Fernando, convi-
concordia de Villafáfila se aludiera de
la
nuevo extensamente á signando:
caso evidente,
hija loca
«que
ni
negocio
la
incapacidad de aquélla, con-
se quería
ocupar
ni
entender en
de regimiento, gobernación ú otra
»cosa, y que el hacerlo habría sido causa del total per-
»dimiento y destrucción del reino, según sus enferme-
»dades y pasiones, que por honestidad (ó sea por de»coro) se callaban.» Ello es, en tanto, que logró D. Felipe su propósito
con su mujer; hacer
la estéril
al
de ser reconocido por rey juntamente paso que D. Fernando, después de
protesta de que queda hecho mérito, y
tener otra entrevista con su yerno en Renedo, se vol-
27
CASA DE AUSTRIA
vio á SUS Estados, sin que á pesar de la reconciliación le consintiese
aquél ver á su hija evadiéndolo con
les pretextos. Entonces fué cuando
del primero
comenzó
el
fúti-
reinado
de los monarcas austríacos en Castilla, que
duró menos de tres meses. Triste impresión dejó de
tiempo.
Su
D. Felipe en tan corto
sí
favorito D. Juan Manuel, que entre otras
cualidades tenía la de ser «hidalgo pobre y codicioso»,
según dice un cronicón de pronto de los
época, llegó á ser bien
la
más impopulares
ministros que hubiera
Las tropas alemanas que
conocido hasta
allí
D. Felipe trajo
consigo, cometían mil extorsiones en
Castilla.
y se entendían mal con los soldados, escuderos y caballeros de Castilla, convocados por don Felipe contra su suegro. Por otra parte, no bien firmalos pueblos,
do
el
concierto de Villafáfila, D. Felipe pidió ya consejo
á D. Fernando sobre encerrar por loca á su mujer, que á
tantas opuestas ambiciones servía de fundamento.
Excusó D. Fernando desde Tordesillas, donde se hallaba aún, el darle parecer sobre
que su reserva, tural, ni
más
tras lo
el
caso, y en verdad
ocurrido, no podía ser más na-
del príncipe flamenco. Pero á
la
par que consultaba
opinión del suegro, procuraba aquél ganar
de
y ligereza
visible en ello la informalidad
los grandes, para
que
le
ayudasen en
la el
la
voluntad propósito
y solo en el gobierno. Ganada tenía ya la voluntad de muchos y hasta la del grande arzobispo Cisneros, según parece, haciéndoles firmar á todos en un papel el compromiso de favorecer su deseo, cuando topó con el almirante de de recluir á su esposa, quedando
Castilla, partidario acérrimo dijo
resueltamente, que
libre
de D. Fernando,
el
cual le
se sirviera de su persona
y
BOSQUEJO HISTÓRICO
28
casa, pero que no le
mandase hacer cosa contra su hon-
y que no firmaría tal sin ver á la reina antes, y convencerse de su demencia. Consintió en ello D. Felipe:
ra;
el
almirante,
conde de Benavente y
el
arzobispo
el
de Toledo conferenciaron durante dos días, por muchas horas, con
la reina,
que no
no fuese desconcertada; pero
respondió cosa que
les
les recibió
en una sala
obscura, vestida de negro, y casi cubierto
como
solía.
estuviese enferma
que
lo
el
rostro,
Dudando entonces, ó afectando dudar, que la reina,
declaró
almirante
el
al
rey,
que convenía era que llevase á Valladolid consi-
go á su mujer, porque de un lado pensaba que yor mal de
la
el
ma-
reina eran celos, y apartándose de ella
no lograría, ciertamente, curarla, y de otro temía, que, no creyendo en el mal muchos, tomaran su ausencia de la
corte por una usurpación, que encendiese en discor-
dia á Castilla.
Mal de su grado,
cual
puede imaginarse,
y consolándose de los disgustos que
le
ocasionaba
el
estado de su mujer con los banquetes y amoríos, á que estaba más dado cada día, se encaminó á Valladolid
D. Felipe, donde reunió Cortes en Julio de aquel año de 1506, en las cuales no se hizo
ni
grande importancia, que conste por cretamente se trató también, á rar incapaz á
almirante,
la reina.
Mas
lo
otorgó petición de las actas;
pero se-
que parece, de decla-
puesto
allí
de acuerdo
el
cada vez más tenaz en que no estuviese
sana Doña Juana para su marido, ya que no estado para D. Fernando, con los
lo
había
procuradores de
Cortes, salióle mal de nuevo á D. Felipe su intento;
que no debía ser infundado, cuando hombres como Cisneros
lo
apoyaban, bien que á muchos pudiera parecer-
Íes peligroso,
por las malas prendas de gobernante que
29
CASA DE AUSTRIA iba
el
archiduque descubriendo.
general, tenía,
y
De
este sentimiento
de la lucidez á intervalos que
debió prevalecerse
el
Doña Juana
almirante para estorbar
con los procuradores de Valladolid que hiciesen, en favor de D. Felipe, aquello que los de la de Toro habían consentido en D. Fernando inútilmente. Ya, en el íntepara entonces, los grandes que habían seguido partido de D. Felipe, tan sólo para aprovecharse de
rin,
el
la
debilidad de su carácter, comenzaban á disgustarse al ver que, aunque fuese realmente accesible á los con-
sejos ajenos, tenía un ánimo esforzado y propenso á acudir á la violencia, con el fin de hacer respetar sus
buenas ó malas disposiciones. Esto, y la mala voluntad que guardaba D. Felipe al duque de Alba por su fidelidad hacia D. Fernando, que llegó á punto de no presentarse
más en
la corte, así
como
al
almirante de Cas-
tilla, por haber impedido que se decretase la reclusión de su mujer, estuvieron ya para mover, en aquellos
cortos meses, sangrientas turbulencias en Castilla. Lo-
gró D. Felipe del marqués de Moya, no
sin
amenaza
de quitársela por armas, que cediese á su favorito don Juan Manuel la alcaidía del alcázar de Segovia; pero el almirante de Castilla, á quien pidió tam.bién una fortaleza,
como en rehenes por su conducta, declaró audaz-
mente, que
el
rey consorte no tenía derecho á petición
semejante, y que solo si se lo exigiese la reina, estando en libertad, obedecería. Para mayor conmoción de los ánimos, ni el nuevo rey ni sus ministros se entendían bien con
la Inquisición
recién establecida.
Todo
y desastres públicos, cuando, hallándose en Burgos por Septiembre del citado año de 1506, enfermó D. Felipe de unas fiebres maanunciaba,
pues,
guerra
civil
BOSQUEJO HISTÓRICO
30 lignas, al parecer
causadas por
el
demasiado
ejercicio,
y
más probablemente por contagio, dado que morían muchos en aquella ciudad á
sazón de
la
la
misma enferme-
dad; sin que nada diera á entender, ni autorice á sospe-
char hoy formalmente, que muriese envenenado. Pasó así
de ésta á mejor vida D. Felipe á 25 del mes
ferido,
y se suspendió con su muerte
el
re-
gobierno de
la
casa de Austria en España, hasta que faltando D. Fer-
nando
Católico, entró su nieto D. Carlos á gobernar
el
reino en
el
to de la
nombre de su madre, conforme
al
testamen-
Reina Católica.
Bien conocidas son las demostraciones extravagantes
muy
de dolor,
naturales en su estado, que hizo la
desdichada reina viuda, y no parece propio de este bajo describirlas.
de
la
Tampoco
es necesario aquí tratar ni
segunda época de D. Fernando
Castilla,
tra-
el
Católico en
que duró desde 1506 hasta que en 22 de Ene-
ro de 1516 acabó aquél gran príncipe sus días; ni de la
regencia gloriosa del cardenal Cisneros, que se pro-
longó por dos años.
No
será posible, por último, seguir
relatando minuciosamente en este estudio los hechos
de
los
demás príncipes de
la
casa de Austria. El reina-
do de D. Felipe, tan breve y tan insignificante para España, merece muy especial mención, con todo eso, por haber
él
sido cabeza y tronco de su dinastía, bien que
quepan tantas y tan fundadas dudas, respecto á la razón con que se le enumera entre los reyes de España.
Lo expuesto
servirá, sea
como
quiera, para explicar
por qué, cuándo, en qué forma, y con qué trodujo aquí tranjeras,
la
que
primera de la
las
títulos,
se
in-
dos grandes dinastías ex-
han gobernado hasta nuestros
días.
II
\L
veneciano VICENZO QUERINI,
conoció
hijo
al
primogénito de
y D. Felipe en Flandes, en á siete años, dijo de
seis
él
la tierna
acciones ser
semejante á Carlos el Temera-
abuelo. Sus derechos á la corona de Casti-
rio, su lla,
cruel,
edad de
que era hermoso, bien
dispuesto, y demostraba en todas sus
muy animoso y muerta
la
madre, hubieran sido, sin duda, incon-
cusos, porque las hembras nunca habían dejado
de heredar; mas por claros.
que
Doña Juana
lo
allí
que hace á Aragón no eran tan
Habíase tolerado
aquel reino, tan solo por
la la
jura
de Doña Juana, en
autoridad que en
él
gozaba
su padre D. Fernando, según atestiguan los historiadores aragoneses;
porque á pesar de haberlo ocupado ya
una mujer, Doña Petronila, juntamente con su esposo
Conde de Barcelona, es indudable que aquella princesa misma excluyó, por testamento, á su sexo de la
el
sucesión
me
el
al
trono, y que desde los tiempos de D. Jai-
Conquistador, sobre todo, pasaba
tal
exclusión
BOSQUEJO HISTÓRICO
32
por bien asentada. Por eso dice
Doña Juana
fué
el
Maestro Flórez que
primera princesa reconocida, como
en uno y otro reino; y tanto era, en realidad, dudo-
tal,
so
la
el
V
caso que, por más que Fernando
ya en su testamento
la
sucesión de las hembras á
rona aragonesa, todavía pués, de
la
de Carlos
estableciese
al
II,
tratarse, casi
la co-
dos siglos des-
sostuvieron muchos que
la
costumbre inmemorial y las leyes del reino, por igual, excluían del trono aragonés á las hembras de Francia y
y sangrienta contienda. Enembargo, D. Carlos por muerte de su
Austria, origen de tan larga tró á reinar, sin
abuelo, aun antes de cumplir
se que no llegó á ser Castilla sino
Doña Juana
mayor edad que
la
bía señalado la Reina Católica;
le
ha-
y es digno de observar-
monarca propio de Aragón
ni
de
por cortos meses, puesto que su madre vivió hasta el 11 de Abril de 1555,
mismo
y en 16
de Enero del año siguiente renunció ya
él
español en favor de su hijo Felipe
Durante este pe-
ríodo larguísimo de tiempo vivió llas,
II.
al
trono
Doña Juana en Tordesi-
aquejada de aquella especie de locura, bien conocida
en todas partes, y sobre todo, en España, que permite días lúcidos, y hasta temporadas enteras, como para hacer
tal
estado dudoso.
Una de
las
manías á que con-
tinuó sujeta á veces, no siempre, era
prácticas religiosas;
mas consta que,
la
de huir
las
entre los períodos
lúcidos que en esto tuvo, lo fué el de sus últimas horas.
Tratóse, seguramente, toda
con
el
la
vida á
la
infeliz reina,
descuido y rigor que hasta nuestros días se ha
empleado con las personas destituidas de razón, por desconocer los medios de corrección adecuados. Consta,
por ejemplo, en
la
correspondencia publicada por
Bergenroth, que su padre D. Fernando
la
tuvo que
33
CASA DE AUSTRIA
mandar dar cuerda, por que no muriese, dejando de comer; y que á este trato se la sujetó en otras ocasiones. Dar cuerda ó trato de cuerda, era, simplemente, colgar á una persona del techo ó muro, sin dejar que tocase los pies con so de
el
suelo, hasta obligarla por el exce-
incomodidad á consentir en alguna cosa;
la
casti-
go usado por mucho tiempo en España para corregir niños indóciles. Debía ser esta la premia, apremio, ó apretamiento, que
marqués de Denia aconsejó luego
el
á D. Carlos que emplease en ocasiones; y sin excusar la
dureza de
tal
proceder, solamente nacida de
la igno-
rancia de los tiempos, lo cierto es que no puede pasar
por tortura ó tormento. Harto más riguroso, en verdad, era en las causas criminales aquel bárbaro medio de
prueba,
como
sería facilísimo demostrar,
biéramos ya detenido sobradamente en el
el
si
no nos hu-
asunto. Pero
caso es que, mientras estos tristes años pasaban por
su madre, hacía D. Carlos de simple administrador de los reinos
como
el
abuelo. Hiciéronsele bien sentir los
aragoneses, que se negaban el título
se
al
principio á reconocerle
de rey, mientras su madre viviese, mostrándo-
más escrupulosos que
los castellanos en este punto.
Pero, con todo eso, no sólo se llamó rey siempre don Carlos, aunque no hubiese heredado, en realidad, todavía, sino
luego
que fué
título
el
primer príncipe español que usase
de Majestad, en lugar del de Alteza, que
Reyes Católicos y conservó su padre. Mucho, en realidad, sintieron los Estados de Flandes la ausencia de su joven príncipe D. Carlos, como el tantas veces nombrado Quirini tenía pronosticado llevaron los
Detuviéronle, por centar
la
lo
mismo, bastante tiempo para acre,
gloria del cardenal Cisneros, que
gobernó en 3
BOSQUEJO HISTÓRICO
34
SU ausencia á Castilla, tomando principalísima parte, de esta suerte, si hubiera de creerse á Bergenroth ó sus secuaces, en
Doña Juana. Los
usurpación del trono de
la
grandes de Castilla en
el ínterin,
muy poco
afectos
al
firme poder de los monarcas, llegaron á desear la veni-
da del hijo de
Doña Juana, contal de
salir
de manos del
poderoso y enérgico arzobispo, que tanto se afanaba por humillarlos. Cisneros, por altivez propia de su carácpropendía á apoyarse en
ter,
des, atento solamente á
las
el
pueblo contra los gran-
ambiciones de éstos, y sin
medir bien los peligros de dar sobrado poder á rante
muchedumbre. Cuando Carlos
chas amonestaciones y algunas vino
nal,
al fin
I,
muy
la
igno-
después de mu-
libres del
carde-
á España, se halló, pues, contenidos á
los grandes; pero dispuestos, en cambio, á cualquier
alteración los pueblos, de lo cual había ya dado muestra el
de Málaga, rebelándose contra
cardenal mismo. te
porque
No
la
autoridad del
llegó á ver á éste D. Carlos, par-
evitó con ingratitud evidente, llevado á
lo
de sus consejeros flamencos ó españoles, que
ello
miraban con igual emulación y miedo, parte por
le
la in-
mediata muerte del gran ministro, ocurrida en 8 de No-
viembre de 1517: mes y medio no más después del arribo del nuevo rey, que á 19 de Septiembre del propio año había rias.
Dejó
el
ajustado ya
co
I
desembarcado en Villaviciosa de Astu-
joven príncipe, antes de el
salir
de Flandes,
convenio célebre de Noyón con Francis-
de Francia, en
el
cual inútilmente quisieron los fu-
turos rivales, evitar las desavenencias que entre ellos,
naturalmente, tenían que suscitar aún
la
conquista de
Ñapóles alcanzada por Fernando V, viviendo
la
Reina
Católica, y la de Navarra por aquél también llevada á
CASA DE AUSTRIA
35
cabo en 1512, después de la muerte de su mujer, y cuando gobernaba como regente á Castilla. Una y otra corona habían sido arrancadas á
la
Francia misma, más
bien que á sus soberanos particulares, y no era fácil que aquella nación belicosa se resignase tan pronto á abandonarlas. Hallóse así Carlos, desde la edad de diez
y
siete años,
sucesivamente empeñado en los negocios más complicados y vastos que monarca alguno hubiese tenido sobre
sí
hasta entoncps.
En
1518, un año después
de su llegada á España, comenzó
en 1519 murió
mo
el
protestantismo;
emperador Maximiliano; en este misaño desembarcó Hernán-Cortés en las costas de el
Méjico, para dar principio á del continente americano.
la
conquista y repoblación
No
pudiendo ser objeto de este trabajo redactar todos los sucesos á que dieron lugar las cuestiones inmensas en que tuvo parte, bastará con dar á conocer en substancia lo los
I
que hizo Carrespecto de cada una y los buenos ó malos frutos
que alcanzara. Errados fueron, cuantos eran de esperar de su inexperiencia, los primeros pasos. Dijo de
él, quince años después de su arribo á España, Nicolás Tiépolo, uno de los embajadores venecianos, que no seguía el pare-
cer de otro en cosa alguna, y Bernardo de Navagero,
embajador también de Venecia, aseguró, á fines de su reinado, que era el mejor general de su imperio. Mas la
verdad
es,
que en
de todo punMr. de Chevres y otros ministros flamencos, no menos ineptos que rapaces, y al cardenal Adriano, su maestro, mejor intencionado que hábil en las cosas de gobierno. La superioridad que cobró al los principios estuvo
to entregado á
fin
Carlos sobre sus ministros y cuantas personas
le
BOSQUEJO HISTÓRICO
36
rodeaban,
podía darse
ni
saliendo de
por
lo
adolescencia, entró á poseer plenamente
la
sus grandes
se dio á conocer hasta que,
ni
facultades intelectuales.
pronto en España, en
Nada
hizo
útil
breve tiempo que en
el
ella estuvo, desde su desembarco en Asturias, hasta
que en 20 de
Mayo de 1520
para Flandes, con
fin
el
se embarcó en
de tomar
Aquisgran, donde debía recibir
Alemania,
allí
la
Coruña
camino de
corona imperial de
la
que acababa de adjudicarle
Francfort, en competencia con
el
el
la
Dieta de
rey Francisco
de
I
Francia. Fuese mal contento, sin duda, de la inquietud
y soberbia de los españoles, grandes y plebeyos: que todos se quejaban á un tiempo, pidiendo cada cual opuestos remedios para sus respectivos males, tratándole de una parte con escasísimo respeto, y disputándole de otra, tenazmente, los subsidios que pidiera
para poder
grande
salir
del
reino.
Había, á no dudarlo, una
indisciplina en el espíritu
de los españoles de
aquel tiempo, y la ambición particular se sobreponía
con sobrada frecuencia entre ellos
al
bien público. Pero
conviene también recordar que los pueblos de
la
Pe-
y sobre todo los castellanos, eran de suyo pobres, y que aunque el reinado inteligente de los Reyes Católicos produjese una prosperidad relativa, y hubiese nínsula,
decadencia real y grande en los subsiguientes, por el las continuas guerras externas, nunca,
mal gobierno ó ni
en
la
mejor época del siglo xvi, dejaron de doler
En vano intenta Prescot, en su Historia de los Reyes Católicos, demostrar que los concienzudos cálculos de Capmani esaquí los tributos extraordinariamente.
tán poco fundados.
Ni
la
agricultura en aquel tiempo
daba alimento todos los años á
la
población escasa,
ni
CASA DE AUSTRIA
37
industria pasaba de producir géneros
la
propósito únicamente para
el
consumo
inferiores, á
del vulgo. El
comercio de exportación estaba, como posteriormente, limitado á frutos
entretanto á
y primeras materias. Acostumbrados
severa economía de los Reyes Católi-
la
cos, sólo quebrantada para llevar á cabo útiles empresas,
generalmente no podían menos de ver con singu-
lar ira los
españoles que los extranjeros despilfarrasen
poco ó mucho sus rentas, ó que se empleasen sus cortos recursos en proporcionar á su rey
que podrían acaso hacerle descuidar que ya
tenía.
Carlos
I
Por eso
los subsidios
gobierno de los
el
que
al
cabo obtuvo
Cortes que convocó en Santiago y tersin emplear para ello ruegos,
en
las
la
Coruña, no
minó en
nuevos Estados,
amenazas y hasta el soborno de algunos de los procuradores, según se sospecha, fueron causa principal del terrible levantamiento llamado de las
Comunidades
en Castilla, poco después que se hubiese ya iniciado el
de
sin
las
Gemianías en
embargo,
lo
Valencia.
En una y
otra parte,
que vino á resultar realmente fué una
lucha social y política, de largo tiempo antes preparada en la nación, y cuyo estallido coincidió por desgracia la
con
la
ausencia de España del joven monarca, con
imposición de nuevos tributos, con
regencia que
quedó á cargo
Adriano, y con
el
del
odio encendido en
la
debilidad de
el
la
cardenal
referido
pueblo español
contra los ministros flamencos, que servían ó acompa-
ñaban á nimiento
la dinastía al
reinante.
Es evidente que
el
adve-
trono de los Reyes Católicos no había bas-
tado á contener
la
codicia y natural desasosiego de que
caballeros, grandes ó prelados, dieron tantas señas en el
reinado infeliz de Enrique IV,
como luego
lo
demos-
BOSQUEJO HISTÓRICO
38
traron harto en sus pretensiones excesivas mientras du-
raron las contiendas de Isabel la Católica y la Beltraneja\ en la rudeza con que, después de viudo, trataron al
Rey
Católico, á pesar de su valor y experiencia; en
con que ya amenazaron á Felipe el Her-
las discordias
moso, durante su breve reinado; y en las osadas contestaciones que tuvieron con el mismo Carlos I, so pretexto de demandarle justicia alguno de ellos.
Es tam-
bién indudable que los concejos y ciudades del reino,
en quienes
poder real venía ya de tiempo antes bus-
el
cando apoyo contra llenarse de no
la
aristocracia, habían llegado á
menos ambición y
orgullo, por su parte;
pretendiendo no solamente destruir ó mermar los dere-
chos señoriales, sino poner límites y dar leyes, pio tiempo,
poder
al
real.
Es
pro-
que
certísimo, por último,
todos los gobiernos sentían ya, en
entretanto,
el
seo de intervenir más eficazmente en general que habían hasta
al
la
de-
el
administración
intervenido; de hacer pre-
allí
ponderar una voluntad homogénea sobre las múltiples voluntades que por donde quiera entorpecían entonces la
acción administrativa; de realizar, en suma,
que á
lítico,
de te.
la
la
larga se obtuvo, con
monarquía absoluta, desde
Obsérvase esta tendencia á
dominio,
lo
mismo en
Isabel
la
el
establecimiento
el siglo xvi en adelan-
la
absorción y
denal Cisneros, ocupado ya en hacer
al
que en
los ministros
pre-
el
car-
rey «más señor
de sus vasallos que nunca otro estuvo»; y I,
al
Católica, tan celosa de
su dignidad y tan dura en sus mandatos, que en
Felipe
po-
el fin
lo
mismo en
flamencos de su
hijo, los
cuales estaban además acostumbrados á regir naciones
menos
libres
que á
intereses, de tal
la
sazón eran Aragón y Castilla.
De
manera contrapuestos, no podía menos
CASA DE AUSTRIA
39
de nacer
al cabo una lucha armada. Las ciudades de Toledo y Salamanca habían enviado comisionados á don
Carlos para exponerle sus exigencias; y los de
mera
casi le insultaron en Arévalo,
la pri-
y juntos con los de
Salamanca luego, se pusieron en Galicia poco menos que en total rebeldía. Hallábanse sus comitentes en disposición de pasar prontamente de las palabras á las
armas, gracias á aquel impolítico pensamiento, iniciado por Cisneros en Castilla, de formar una cierta especie
de
milicia nacional
za, que
él
con
el
nombre de gente de ordenan-
destinaba á refrenar
el
poder de los gran-
des, y que en lugar de eso estuvo á punto de destruir por mucho tiempo el poder real. «Quiso Dios para bien
»de España, y aun de toda
la
como
cristiandad»,
el
obispo Sandoval escribe, que por haberse opuesto los
grandes y el pueblo mismo, no pudiera llevarse sino en parte á cabo aquel armamento en Castilla; pero bastó el
que había para dar una base temible á
nidades.
De
las
resultas de otro error de Carlos
I,
Comutuvie-
ron también armas los pueblos del reino de Valencia;
porque, pidiéndolas con pretexto de defenderse de los piratas argelinos, formaron
con
ellas
las
Gemianías
sus huestes anárquicas, que tanto dieron que hacer por su lado á los caballeros de aquel reino. La final conse-
cuencia de todo esto fué que, mientras caminaba por
Aquisgrán Carlos
I,
Heno de ilusiones con
la
corona
comenzase á ensangrentar la mayor parte de España. Ideas libera-
imperial que le esperaba,
discordia civil la les casi
te
no sospechosas hasta
allí,
cundieron de repen-
por Castilla, poniendo en grande aprieto
real.
Llegaron á pretender
ciertos capítulos,
las
la
autoridad
ciudades castellanas, en
que se excluyera de
la
sucesión del
BOSQUEJO HISTÓRICO
40
reino á las mujeres para que no gobernase
ningún príncipe nacido en
y al
el
Consejo Real, no
el
más en
él
extranjero; que las Cortes
el rey,
eligiesen en lo sucesivo
regente del reino; que no pudiera haber corregidores
reales en los pueblos, sino alcaldes populares, propuestos en terna
rey por
al
"los
vecinos; y que sin consenti-
miento de las Cortes no pudiera rra. Si esto iba
contra
lleros se pretendía
el
más
poder
el
rey reclamar
real, contra los
la
gue-
caba-
todavía, que era echarles de
sus casas, como dijo un notable escritor político de entonces, ó sea privarles de todos sus privilegios ó de-
rechos señoriales. La vigorosa liga que formaron ellos enfrente
del
peligro
común;
la
energía que aquella
aristocracia guerrera conservaba todavía; la incapaci-
dad y mala inteligencia de los jefes que dirigieron el movimiento general en Castilla y Valencia, pusieron término,
más pronto que podía esperarse, á
turbios, dejando abierta
tales dis-
ancha brecha, no obstante, en
organización social y política de la monarquía. Pocos fueron y bien conocidos los hechos militares, por ser la
mucho mayor
la
anarquía que
la
guerra. El asalto feliz
de Tordesillas, donde estaba Doña Juana, la Loca, en poder de los comuneros; la batalla de Villalar, fácil-
mente ganada
el 23 de Abril de 1521 por D. Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro y general de los
caballeros, contra las mal ordenadas huestes populares
que acaudillaba Juan Padilla; el suplicio de este capitán, mejor intencionado que hábil, y de su compañero Juan Bravo, que regía á
los segovianos,
y
la
rendición de todas las ciudades sublevadas,
inmediata
menos To-
leJo, que defendió algún tiempo aún la valerosa mujer
de Padilla, son
los m;ís
notables sucesos del levanta-
CASA DE AUSTRIA
41
miento castellano. En Valencia y en Mallorca, donde se había comunicado
el
fuego de
las
Gemianías, logra-
ron algún tiempo después restablecer también los ministros reales,
no
sin
el
orden
algún combate sangriento.
Todavía entonces figuró por un momento en nuestra historia, al calor de estas tristes contiendas, Doña Juana la Loca, Los comuneros quisieron declararla capaz
de regir
el
y hasta casarla de nuevo. Algunos de vencedores de Tordesillas quisieron lue-
reino,
los caballeros
go, en cambio, que ordenase á los de las
des cesar en riamente
por
lo
la
pobre enferma,
común de
lo
Comunida-
A
todo consentía ordina-
sin
darse siquiera cuenta
resistencia.
la
que pasaba; pero
los
comuneros no
pudieron obtener, sin embargo, que firmase ningún do-
cumento, con
lo cual
quizá se evitaron mayores com-
plicaciones. Por eso y por su estado de enfermedad, que ellos
mismos confesaban, no acertaron á sacar de
reina ningún partido en
el
la
tiempo que estuvo en sus
manos. Notable es también que no llamaran nunca los
comuneros usurpador é dre D. Fernando,
ni
ilegítimo al gobierno de su pa-
protestaran contra su ya antigua
reclusión en Tordesillas, así
como que
entre los caballe-
ros imperiales fuese, por lo general, tan mal mirado el intento de algunos de emplear en tra los
comuneros
la
autoridad de su nombre. Si algu-
na duda cupiese respecto de
la
que se atribuye á D. Fernando los, lo ría
por
cierta ocasión con-
inverosímil usurpación el
Católico y á D. Car-
ocurrido en tiempo de las Comunidades bastasí
sólo para disiparla, por
de los testigos, que tendrían en
tal
el
número y calidad
supuesto que pasar
por cómplices. En resumen: Carlos V, que acababa de añadir este número á su nombre, por corresponderá
BOSQUEJO HISTÓRICO
42
en
el
catálogo de los emperadores de Alemania, halló
ya del todo terminada
lucha entre caballeros y co-
la
y el pueblo, cuando el 16 de Julio de 1522 desembarcó en Santander de nuevo, veinticinco meses y veintisiete días después de muneros, ó sea entre
la aristocracia
su primera salida de España.
Aunque en
tan joven todavía, notóse ya gran progreso
la inteligencia
y
carácter de Carlos V. Llegó á
el
tiempo de poder publicar en Valladolid un perdón, ó
comprometidos en
dulto general, contra los
la
in-
revolu-
ción pasada, con excepción de ochenta individuos, mu-
chos de los cuales murieron en público cadalso todavía. Carlos, que ciertamente no tenía mal corazón, supo
más indulgente que en realidad comuneros y con los de las Gemianías, á
pasar, no obstante, por
fué con los
los cuales castigó
también con suplicios numerosos.
hay duda, por otro lado, que título
al
No
volver á Espafia con
el
de emperador de Alemania, venía ya grandemente
poseído de su propia autoridad, y acariciando algo en la
mente, que sin duda se parecía á
versal.
monarquía
la
uni-
Verdad es que los autores políticos, y entre
otros el obispo Guevara, en su Reloj de Príncipes, escribían
ya por aquel tiempo que,
así
como Dios
tiene
ordenado que haya no más que un padre en cada familia,
así debía querer
que un emperador sólo fuese mo-
narca y señor de todo
que latente
al
el
mundo. El curso rápido, aun-
principio,
todas las clases de
la
de
las
ideas absolutistas en
sociedad española;
castigo de los populares;
la
la
derrota y
necesidad que vieron los
caballeros que tenían del poder real para no ser devo-
rados por sus propios vasallos;
el
gran prestigio que
añadió á su carácter de rey de España
el
de emperador
43
CASA DE AUSTRIA
de Alemania, á quien muchos, de los nuevos hombres de letras, consideraban heredero entonces de la autoridad única de los antiguos emperadores de Roma, no grande espíritu de Carlos V, convencimiento sincero de que, por me-
podían menos de exaltar inspirándole
el
el
Monarquía, estaba destinado providencialmente á dirigir los destinos del género humano. Y este dio de la
conjunto de circunstancias que tanta idea de
la autori-
dad dio á Carlos V, obrando, ala par que sobre bre
la
so-
nación española entera, sin distinción de clases
ni instituciones, le facilitó
la
él,
también extraordinariamente
conservación del orden, durante
el
resto de su rei-
aragonesas y castellanas. Sólo nado, en en 1539 tuvo que luchar más con la grandeza, la cual se opuso en las Cortes ó Juntas de Toledo al restablelas provincias
cimiento de
la sisa,
llevando
la
voz por
cierto el
mismo
conde de Haro, ya condestable de Castilla, que venciera en Villalarálos comuneros. Duraba aún la soberbia individual de los grandes, y dieron de ella señaladas
muestras en Toledo, delante del emperador, aunque su poder estuviese ya muerto. Los procuradores de las ciudades, bien que separados de
la alta
nobleza, á
cual no se la permitió tratar con ellos, negaron con
la tal
monarca; y éste se ejemplo el vengó de aquella última oposición de los grandes, no convocándoles más á Cortes, con lo cual quedaron prisubsidio que pedía
vados, desde pensóseles,
allí,
al
el
de toda representación
política.
Com-
pronto, bastantemente con la importan-
y gubernativa que les concedió en toda EuCarlos, aunque no nacido en España, era porque ropa; español ante todo, y la nobleza y los soldados españocia militar
les
ocuparon siempre
el
primer lugar en su imperio. La
BOSQUEJO HISTÓRICO
44
mayor importancia, pues, de este reinado
está en los
sucesos exteriores y en los intereses generales de especie humana, que durante
la
se controvertieron, ha-
él
cia los cuales convirtió al fin su atención entera la na-
ción española.
La por
discordia entre Francia y España, mal contenida
el
tratado de Noyón, no tardó en estallar furiosa-
mente. Después de sucesos varios, decidiópor to el triunfo en favor
empeñada
el
y en
la
la
pron-
célebre batalla
24 de Febrero de 1525, dentro de un par-
que vecino á ses,
de Carlos V,
el
ciudad de Pavía, sitiada por los france-
la
cual el mism.o rey Francisco
I
fué hecho
prisionero por los capitanes imperiales Carlos de La-
noy,
marqués de Pescara y
el
gracias principalmente á
la
el
condestable de Borbón:
destreza y valor de
Desde Pavía fué
tería española.
el
la infan-
rey francés condu-
España y encerrado en el alcázar de Madrid, donde estuvo hasta que se ajustó el tratado que lleva el nombre de esta villa, favorable al emperador por tocido á
dos conceptos, y que dejó á su disposición el Ducado de Milán, que devolvió á su soberano Francisco Sforza, para heredarle mejor. Poco más de dos años después,
Mayo de
á 6 de
guiados por
el
pie del muro,
prisionero en
mente
Vil,
en guerra.
condestable de Borbón, que sucumbió
al
poniéndola á horrible saco y haciendo la
fortaleza de Sant- Angelo
que estaba también con
A
Roma,
1527, asaltaron los españoles á
tal
el
triunfo debió Carlos ser
coronado en Bolonia, por
el
1530, recibiendo á un tiempo
al
solemnemente
Papa mismo, la
Papa Cle-
imperio y España
el
año de
investidura de los reyes
lombardos y de los emperadores de Occidente. En 1547
ganó
el
propio Carlos, con
el
duque de Alba y
al
frente
45
CASA DE AUSTRIA
de un ejército compuesto de españoles, alemanes é italianos, la batalla de Muhlberg, contra los príncipes ale-
manes, que componían haciendo prisionero
la liga
protestante de Smalcalda,
de
al jefe
ellos,
que era
el
elector
de Sajonia. Tan inauditas victorias no bastaron, sin embargo, para que pudiese salir adelante Carlos V en sus gigantescos empeños; porque aunque
poderoso, por
la
él
fuese tan
vasta extensión de sus Estados, tenía
mundo conocido. Con Francia sola tuvo que sostener cinco guerras. La primera, terminó sobre
sí
casi todo el
en 152(3 con
el
tratado de iMadrid, que se negó á cum-
luego Francisco
plir
pretextando haberle firmado por
I
en que ayudaron á
fuerza; la segunda,
la
Francia,
el
Papa, los venecianos, los florentinos y los suizos, concluyó por el tratado de Chateau-Cambresi en 1532, mediante
el
siones en
cual perdió aquella potencia todas sus posetercera, seguida con varia fortuna,
Italia; la
quedó suspensa en virtud de la tregua ajustada en Niza, por mediación del Papa Paulo III en 1538; la cuarta dio lugar á
la
invasión de Carlos
^pués de ganar Piamoníe, por ta,
V
los franceses la la
en Francia, y cesó desbatalla de Ceresele en el
paz firmada en Crepy en 1544;
comenzada en 1551, duró hasta
la
ajustada ya por
libre
de cuidados á su hijo
el
al
quin-
tregua de Vauce-
emperador, con
lles,
la
el fin
de dejar
recogerse en Yuste. Du-
rante estas largas y sangrientas contiendas, no sólo
chó con Francisco
I,
á quien llegó á desafiar
lu-
muy de
veras á singular combate, quedando en esto y en todo
por más caballero que
él,
como M. Amédée Pichot
re-
conoce imparcialmente, sino que tuvo que lidiar luego con el sucesor de aquel rey, Enrique II, heredero también de
la política
y de
los odios
de su padre. Heredó,
BOSQUEJO HISTÓRICO
46
entre tanto, Carlos V, por su parte,
la
secular enemis-
tad de los príncipes españoles con los musulmanes; la terrible
aparición del poder osmánlico
y
Oriente de
al
Europa, y su sucesivo engrandecimiento, que llegó á poner en gravísimo riesgo á Viena, le dieron nuevos
Mahoma
motivos para medir con los sectarios de armas. Llamado
turco entonces
el
los cristianos, fué, sin
el
sus
enemigo común de
embargo, halagado constante-
mente por aquellos que eran enemigos de Carlos V, y estuvo en inteligencia ó alianza con todos, principal-
mente con
mán
embargo de
los franceses. Sin
que había ya vencido y muerto Hungría, no logró más que poner, por II,
manos
del
tidura de
de
emperador, aquel reino,
él,
como
la
el
esto. Soli-
al
rey Luis de
tal
manera, en
cual dio la inves-
de tcdos los Estados hereditarios
casa de Austria, á su hermano D. Fernando.
la
1529 tuvo luego que levantar
el
En
cerco de Viena, con
gran pérdida, sin atreverse á esperar á Carlos V, que llegaba en persona eso,
al
socorro.
Mas no
contento con
y deseoso de librar de piraterías las costas espadesembarcó aquel intrépido monarca en África
ñolas,
en 1535, rindió personalmente
mada
la
la
famosa fortaleza
Goleta, y ocupó á Túnez, haciendo huir
rrible corsario
Barbarroja y sus feroces turcos.
afortunado en
la
lla-
al te-
Menos
expedición que hizo también en per-
sona contra Argel, corriendo
el
año de 1541, tuvo que
reembarcar con daño y sin éxito, pero no sin poner más y más de relieve las grandes cualidades de su carácter. Estas resplandecieron, asimismo, singularmente en decisión que cisco
I,
tomó de ponerse en manos de su
rival
pasando por París á Flandes á reprimir
la
Fran-
la insu-
rrección que estalló en Gante, su ciudad natal, de 1539
47
CASA DE AUSTRIA á 1540. Aquella confianza tan peligrosa en
el siglo
que se habla, donde tan poco reconocidos eran
los
de
mo-
dernos principios del derecho público, y tan frecuente-
mente faltaban á su palabra
como
la
los
mejores caballeros, así
rapidez extraordinaria con que supo de esta
suerte presentarse en Gante, é impedir por entonces
el
levantamiento de los Estados de Flandes, han sido ya celebradas con razón por los historiadores. Pero las
que más pusieron á prueba á Carlos V y atormentaron más su vida fueron, á no dudarlo, las cuestiones en que mediaban ideas ó intereses religiosos; las mayores entonces y más influyentes de todas entre los hombres. En vano quiso cortar las que se le originaron, dentro del propio catolicismo, con
la
espada, dejando sin pena que
sus tropas prendiesen á un Papa, y manteniéndole preso, á pesar
de protestar de todos modos, que no había
sido su intención reducirle á
bién venció con las armas á calda.
La lucha de
que
de
la
las ¡deas
armas
las
la
tre las
el
al fin
atención de aquel gran entendi-
de Lutero con
es que formó
protestante de Smal-
tuvo que ocupar más
Worms
á ser Juez de
los doctores
católicos; así
miento. Así es que se prestó en las disputas
En vano tam-
tal situación.
la liga
famoso Interim
(ó
modus
vivcndi) en-
dos religiones enemigas, que tantas transacciones
dogmáticas contenía y tan mal visto fué por los Papas; así es que proyectó, inició y procuró constantemente la
reunión del concilio á que dio á
la
ciudad de Trento, último que, hasta
celebrado
la Iglesia.
Ni
las
la larga el el
nombre
Vaticano, ha
armas bastaban para domi-
nar á las ideas, ni éstas eran entre
sí
conciliables por
ningún camino; y los intereses de todo género, familiares,
políticos, personales,
envenenaban, cual suelen,
BOSQUEJO HISTÓRICO
48
por otra parte, las cuestiones que las ideas religiosas iniciara.
Paulo IV querían
la
la
mera oposición de
Los Papas Clemente
VII
ruina del imperio, por cuyo fin
garon muchos años, ó más bien
siglos,
y
intri-
esperando poner
á sus plantas á los emperadores y reyes, echar de Italia á los extranjeros, por solo serlo, y acrecentar sus Esta-
dos temporales, tanto ó más que por mantener
de
ó
la Iglesia,
la
Los príncipes alemanes
lidiaban tanto
como por
forma luterana, por usurpar y humillar perial.
Cuando acababa
Clemente
la
la
Re-
potestad im-
emperador de dar sus más
VII suscitó en su contra la liga de al
lico príncipe se
bien de
el
la
contra los protestantes, fué cuando
severos edictos
que dio lugar
unidad
la
pureza de sus tradiciones católicas.
Cognac,
saco de Roma; y mientras aquel cató-
hacía campeón déla cristiandad, ó
más
contra los turcos,
los
entera,
civilización
Papas mismos, Clemente VII y Paulo IV, fundaban en sus bárbaras armadas esperanzas propias. Algo también pudo Carlos
queda dicho, de
V
dejarse llevar por su lado, cual
las circunstancias
propio genio, y aspirar á cios del
influir
de
la
época y de su los nego-
demasiado en
mundo, dando lugar con esto á que se pensase
que apetecía de hecho
la
monarquía universal; pero
considerando atentamente los hechos de aquel hombre extraordinario, se advierte, que no hizo
que defender, de una parte,
los
más
al
grandes derechos
cabo polí-
Providencia en sus manos, y declararse, de otra parte, campeón del catolicismo con-
ticos
que había puesto
tra todos sus
la
enemigos á un tiempo. Quizá influyó para
esto en su ánimo
la
comenzaban á extender Renacimiento, y que el famoso
doctrina que
entonces los juristas del
doctor y arzobispo D. Pedro Guerrero formuló en 15G0
CASA DE AUSTRIA
49
diciendo «que todos los daños y censuras de
la Iglesia
^habían venido del sacerdocio, y todo el remedio y ^quietud del gobierno y brazo temporal»; por lo cual advertía á los príncipes «que habían de rendir cuenta á
»D¡os de
la Iglesia
»reparar»
(1).
los primeros
que estaban llamados á amparar y la historia de
Esta doctrina, derivada de
emperadores
cristianos, era harto fácil
que
adoptase por norma un príncipe joven, esforzado,
la
religioso
y
lleno
de genio; y, una vez adoptada, prelo fué con resolución y sinceridad
ciso es reconocer
que
completa. Carlos
V
dres de Trento
cerrar sus sesiones
al
mismos pa«como promove-
fué bendecido por los
dor del Concilio»; y consta además que, entre las condiciones en que puso en libertad á Clemente VII, fué
una que se celebrase aquél prontamente. El Interim formulado en Ratisbona en 1541, y sobre cuyas bases se publicó
el
célebre edicto del
mismo nombre en
de Ausburgo de 1548, fué,
sin duda,
cha
la
protestantismo, por
al
cias;
pero no cabe duda de
en
Carlos V, por más que
él
la
la
Dieta
una concesión he-
fuerza de las circunstan-
buena al
fe
con que consintió
hacerlo pareciese usur-
par facultades altísimas, propias solo del Pontífice y de la Iglesia católica.
Bien caro pagó esto último
doso emperador con objeto por
tal
las diatribas violentas
el pia-
de que fué
motivo, hasta en su misma corte, donde
Bobadilla se atrevió á unir su voz á las de los comparaban con Constante, Heraclio, Zenón y otros perseguidores de la Iglesia; y con las durísimas censuras que mereció en Roma, en especial del Papa
el jesuíta
que
le
Paulo IV, que públicamente
(1)
le
llamaba hereje y cismá-
Arc. de Simancas. Estado. Leg.
1.050. Fol. 1.
4
BOSQUEJO HISTÓRICO
50
Tuvo que
tico.
era, lo
soportar así Carlos V, con ser quien
que tan común es que padezcan
los políticos
verdaderos de todos los tiempos, que dan su parte
in-
evitable á las circunstancias, contra la tendencia infle-
Y
xible de las pasiones desencadenadas.
por cierto, que herido por
lla,
tratado de parte de los
no es maravi-
la injusticia
con que era
mismos á quien defendía; exas-
perado por los sucesos adversos que
al
lado de los prós-
peros tuvo que sufrir también en su reinado; arrastrado, en
por su propio carácter esforzado y dominante,
fin,
Carlos mostrase, á las veces, disposiciones violentas, sobre todo contra los Papas, á los cuales respetaba me-
mismo que pensaba que ellos, encomendada la Iglesia, y por lo mismo que
nos que otros católicos, por
Dios
le tenía,
casi ai igual
guarda y protección de
ic
ellos le debieron entonces,
lo
de
cuando menos,
ción de su poder temporal: porque es idea
presente de
al
Pontificado.
lo
que
sin
Carlos
la
difícil
V
conserva-
formarse
habría sido del
Dieron con esto y todo, alguno de sus
actos motivo para que en compañía de su hijo Felipe se le
más
II
formase un proceso en Roma, de que se tratará adelante. Pero ello fué en tanto que tamaños tra-
bajos y contradicciones, y algún suceso poco afortu-
nado,
como
el sitio
de Metz en Francia, que emprendió
inútilmente, fatigaron completamente, aun antes que el
alma,
el
cuerpo del grande emperador, quebrantando
su salud y sus fuerzas, y moviéndole
al
cabo, en 1.555,
á llevar á efecto la renuncia de todos sus Estados, que
por más de veinte años venía ya meditando. Aquella actividad increíble que desplegó Carlos
tierra,
y
el
V
en su reina-
Europa por mar y prematuro deseo de soledad y retiro que se
do, recorriendo constantemente la
CASA DE AUSTRIA
apoderó de
él
51
desde los treinta y cinco años, constitu-
yen una de rácter.
las más notables singularidades de su caYa había cedido el reino de Ñapóles á su hijo
D. Felipe, ría
título la
al
contraer matrimonio éste con
la reina
de Inglaterra, para que pudiese llevar por
sí
Ma-
propio
al mismo tiempo le había concedido Ducado de iMilán. En 22 de Octubre de
de rey, y casi
investidura del
1555 renunció luego en
dignidad de maestre de la orden del Toisón de Oro; tres días después los Estados él la
de Flandes, con tiernísima solemnidad; en 16 de Enero del año siguiente la corona
de Castilla con León, Na-
varra y las Indias, entre las cuales figuraban ya Méjico
de Aragón, con Valencia, Cerdeña, Macondado de Barcelona, y por último la de y Sicilia, en tres documentos diversos. Lo único que re-
y
el
Perú;
llorca
la
el
tuvo por algún tiempo fué
la
corona del imperio, bien
que sólo ya de nombre
la
de Passau, mediante
cual convino con los príncipes
protestantes, contra
el él
conservase desde
tratado
coligados, en dejar por lugarte-
niente suyo en Alemania á su titulado
el
hermano D. Fernando,
ya Rey de Romanos. Era preciso contar para
cederle á éste aquella corona con los mismos príncipes electores del imperio,
muy
difíciles
de avenir, á
la sa-
zón, por las disidencias religiosas; y por eso conservó el nombre de emperador, hasta que en 12 de Marzo de
1558 fué reconocido como Francfort. lo
Hubo de
tal
su hermano en la Dieta de
singular en esto, que
IV no llegó nunca á reconocer
los V, sosteniendo
la
el
Papa Pau-
renuncia de Car-
que aquel príncipe debía exponer
ante su superior autoridad los motivos que á ella
pulsaban, para que los hallare ó
él
le
im-
pudiese aprobarlos ó no, según
no fundados. Teníale, pues, por empera-
BOSQUEJO HISTÓRICO
52
dor aún
el
Papa cuando ya para nadie
vela, por última
vez de Flandes
sus hermanas, Doña Leonor y
el
lo era.
Hízose á
la
gran emperador con
Doña
María, que habían
y de Francia, y de reducidísiarribó á 28 de Septiembre de 1556, se encaminó casi sin parar á Extremadura y al lugar de la Jarandilla, entrando, por fin, en el mosido reinas de Hungría
ma
corte.
Desde Laredo, donde
nasterio de Yuste. Allí acabó tranquilamente sus días á 21 de Septiembre de 1558, el más principal
habido ni habrá, según decía
ha
de Quijada, no muriese cido.
La
al
el
hombre que
servidor Luis
En poco estuvo que San Matías, en que había na-
participar su muerte.
mismo
día de
tierna sencillez
aguardó su
el fiel
fin
y
religiosa
grandeza con que
aquel enemigo infausto de la Francia, han
sido pintadas con noble imparcialidad y de mano maestra
M. Mignet, fundándose en lo que dejaron escrito testigos de vista y dignos del mayor crédito; y el juicio por
de aquel historiador insigne puede bien servir de correctivo á las inverosímiles calumnias de que M. de Bergenroth y de M. de Hillebrant, menos competentes que todavía, le han hecho objeto poco hace.
él
no recuerda otro que
V
un hombre perfecto; pero sea más la historia. Del pobre
Sin duda no era Carlos lo
monasterio de Gerónimos, donde quiso morir: de su estancia, retiro
y exequias, han escrito largamente varios
autores; por lo cual sería ocioso extender
este estudio.
Lo que importa todavía
que entregó su cuerpo jó de todos sus
títulos,
cia al imperio, su
tigua,
en
el
al
ello
reposo en Yuste, y se despodespués de aceptada su renun-
al
mente conservó toda
y su corazón todo gobierno
más con
decir es que, aun-
el
la
actividad an-
amor que había profesado
engrandecimiento de su raza; y que
53
CASA DE AUSTRIA
estuvo además interviniendo constantemente con sus consejos que, sin quererlo él, sonaban á órdenes so-
monarquía española. Hasta hubo momento en que estuvo á punto de abandonar su retiro, á ruego de su hijo, y encargarse de invadir beranas, en
el
una vez más
gobierno de
el territorio
la
francés con un ejército de Es-
paña. Las largas luchas que había sostenido con los protestantes, y que tanto contribuyeron á rendir su ánimo, le
hicieron ver, en
el ínterin,
con sobresalto inmenso,
formidable aparición de las doctrinas luteranas en España hacia 1558, y una vez y otra, desde Yuste aconla
sejó vivamente que se reprimiesen á toda costa.
su codicilo, días antes
vía en
como
padre, y por
la
Toda-
de morir, mandó á su
obediencia que
le debía,
hijo,
que per-
siguiese y castigase á todo trance á los herejes, sin que esto le impidiese conservar allí aun su mala voluntad al
Papa Paulo y á la corte romana. Ni dejó de preocuparse allí, tanto como antes, de los empeños urgentísimos Hacienda se encontraba, de resultas de las continuas y gigantescas empresas llevadas sin suficien-
en que
la
tes recursos á cabo.
Hoy todavía
se duda,
si
hizo ó no,
en vida, celebrar sus propias exequias. Este hecho singular, admitido por Pichot y Sterling, y refutado por
Mignet, no debe afirmarse
ni
negarse con certidumbre
completa, en opinión del erudito belga Mr. Gachard, que tanto tiempo y trabajo ha empleado en esclarecer
de Carlos V. Pero de todas suertes, detalle dramático, pocos cuadros este descontado y aun ofrece la historia tan interesantes como el de Carlos V, los postreros días
terminando entre los
frailes
de Yuste sus activos y glo-
riosísimos días.
Dejó Carlos
V
dos hijos varones: D. Felipe, llamado
BOSQUEJO HIST(5RIC0
'
54
ya rey de Inglaterra y de Ñapóles, fruto de su único matrimonio con Doña Isabel de Portugal, nacido en Vade
lladolid á 21
Mayo
de 1527, y jurado príncipe de As-
de Abril del año siguiente; y D. Juan, de gloriosa memoria, habido, según demostró D. Modesto turias en 19
Lafuente, en Bárbara dé Blombergh, mujer de mediana
condición de Ratisbona, 1547,
aunque
rey Felipe
II
el
cual debió ver la luz hacia
fecha cierta se ignore.
la
dos hermanas legítimas;
la
Tuvo
el
primera.
María, que fué emperatriz de Alemania;
la
nuevo
Doña
segunda,
Doña Juana, gobernadora algún tiempo de España, que casó con
madre
el hijo
primogénito D. Juan de Portugal, y fué D. Sebastián. También se halló don
del infeliz
Felipe con una hermana ilegítima,
Doña
Margarita, que
fué duquesa de Parma, gobernadora de Flandes, y madre del insigne Alejandro Farnesio. Vése, pues, por esta mera enunciación de personas que, aun sin contar
á Felipe
II,
todos los primeros descendientes del gran
Carlos, hicieron honor á su nombre; señalándose mu-
cho los varones bastardos en
las
armas, y
legítimas ó ilegítimas en el gobierno.
las
hembras
ni
UEDÓ,
al
morir D. Carlos,
muchos Estados y mucha
la
Monarquía con
gloria,
con minis-
tros y capitanes muy expertos, con soldados tenidos por invencibles, en especial la infantería
española; nínsula, ni
mas no podía esperarse que estuviese la Pemás poblada, ni más pujante que de los Re-
yes Católicos
la
hubiese aquél recibido. Antes de pasar
adelante, conveniente será que fijemos ya algún tanto la
atención en esta materia. El buen ó mal gobierno de
un rey no debe medirse por
que halla y
lo
que
lo
que
deja. Federico
tiene, sino
por
lo
Badoero, embajador
veneciano, que por los años de 1557 se hallaba preci-
samente en «que era
la
árida,
un año entero,
Península, dijo de ella, describiéndola,
porque á ni
las
veces no tenía lluvias en
permitía su terreno que se
le
introdu-
jesen dos dedos de arado», añadiendo «que no pensaba
que hubiese país que poseyese menos
artificios é in-
dustrias».
Oyó ya
decir también aquel diplomático á los espa-
BOSQUEJO HISTÓRICO
56
ñoles, que «la pobreza, las montañas y la esterilidad,
eran las verdaderas fortalezas que tenía
el país,
porque
cualquier ejército pequeño lo destruirían los naturales, y uno numeroso perecería por sí mismo de hambre». To-
dos los españoles que militaban por aquel tiempo fuera de
la
Península, los computaba con acierto
el
venecia-
no en unos veinte mil solamente; poquísimos, en verdad, para guardar tantos dominios é influir tanto en
el
mundo; no juzgando que fuera posible aumentarlos hasta una mitad más, sin gran trabajo. Estaba, pues,
ya fiado á
la disciplina
y valor de
los tercios, ó regi-
mientos de arcabuceros, mosqueteros y piqueros de infantería, nuestro poder militar, más bien que al número. Difícil,
por otro lado, sería hacer una pintura más exac-
económico y las costumbres de España, cuando comenzó á reinar Felipe II, que la que puso, al
ta del estado
contemporáneo historiador de este Cabrera de Córdoba. Parécenos por lo
principiar su obra, el
príncipe, Luis
mismo conveniente no obstante
la
copiarla,
y generalmente á
la letra,
minuciosidad ú obscuridad del lenguaje.
«En este tiempo»— dice Cabrera
— «tenía
la
moneda su
»justo valor intrínseco, desde el cornado, blanca, uno,
»dos y cuatro maravedís, que valían ocho blancas, con
»que se compraban ocho cosas; tarjas de plata de á »veinte maravedís; real de treinta y cuatro; y los de á
»dos de á cuatro y de á ocho, hasta
el
escudo de oro
»de cuatrocientos maravedís de valor. Era grande
la
»fuerza y lustre de armas, caballos y sus guarnimentos,
»ganados, crianza y labranza, por no huir ^>como los que viven solamente de censos y>con los
el
trabajo,
comprados
metales que las Indias les han comunicado,
»después que los Pontífices Calixto
II
y Martino
V
die-
57
CASA DE AUSTRIA
»ron permisión á las rentas constituidas ó censos, poco
^usados antes. La tierra les correspondía, y favorecía »el cielo muy regular á sus deseos, cuidados y fatigas.
»No permitía »los trajes
la
abundancia tasa,
ni la
moderación en
término por leyes. Los pueblos, llenos de
»gente belicosa y armígera, naturalmente robusta, ga»llarda,
no admitían
casamientos antes de
los
la
edad
»de treinta años y más, y las mujeres de veinte y cin>co; ni la sensualidad y derramamiento pedían otra co»sa, ajustados
entonces á
la
virtud y razón los
hombres
»por naturaleza, costumbre y templanza en el beber y »comer manjares gruesos, con variedad poca para ce»bar
el apetito;
con
lo cual
eran todos de larga vida; no
ni usándose delicadeza y por la comunicaintroducida »regalo, superfluidad »ción con extranjeros, y aromas de las Indias, ven-
»estando
la malicia
poderosa,
moderación española, como á los romanos »los regalos de la misma Asia. La juventud ocupada ^respetaba á los ancianos, dignos mucho entonces de
»ciendo á
la
^veneración, y sus advertencias; y las hijas asistían á »la continua labor de sus ajuares para su dote, siendo
mayor parte y más costo de la dote que hoy, en
»su pureza, clausura y estimación »esenc¡al,
y diez menos
>el tanto. El vestido
»justillos
el
en los varones era calzas justas ó
con rodilleras ó
falladillos, ó
»gostos que los balones que hoy >último con que se casó Felipe
II
»lamanca. Los sayos largos de »llas,
la
zahones más an-
se practican; traje la
el
primera vez en Sa-
faldas, con sobrefaldi-
escarcela, capa larga con capilla, gorra de lana
»de Milán ó terciopelo
muy
plana, ó bonetes redondos,
»ó caperusas de paño; collares de los camisones juntos, >sin lechuguillas,
que entonces entraron
las
que llama-
BOSQUEJO HISTÓRICO
58
como
»ron marquesotas,
muy
»desca,
barbas reformadas á
las
la tu-
largas, usadas con la entrada á reinar del
^emperador Carlos V, porque andaban antes »ñoles, rapados á la romana, »tos del rey D.
como muestran
los espalos retra-
Fernando V. Las medias eran de
cari-
»sea, estameña, paño, ligadas con atapiernas ó senogi»les;
que por
los italianos dijeron
aunque ya usaba
»ligas;
el
ligagamba, y hoy
nuevo rey de
las
de punto
»de aguja de seda, que
»desde Toledo
la
le enviaba en presente y regalo mujer de Gutierre Lope de Padilla»,
bien conocido caballero.
«Vestían las mujeres ropas
»y basquinas de paño frisado y grana; y, si de tercio»pelo, servían en el matrimonio de abuela, hija y nieta: »y en lugares bien »el
populosos y hacendados había en
palacio del Avuntamiento vestidos con que todos
»los vecinos recibían las bendiciones nupciales gey>ne raímente.
»trai;
Los mantos eran de paño velarte ó con-
sombreros sobrellos, como oblea, de
»ciopelo, y con borlas y cordones de seda. »traían gorras llanas, ó bonetes
fieltro ó ter-
Los médicos
de cuatro esquinas, y
»ropas talares, ó manteos y lechuguillas y los estudian»tes particularmente.
Tardaban éstos ocho años en
»tudiar latín, suficientes para saber las cosas,
»der las ciencias,
»pues
la
si
las
enseñaran en lengua castellana;
necesidad ha introducido por excelencia,
»Dios en
la
torre de Babilonia por castigo.
»los edificios tenia
grandeza y rudeza, y
y
la
lo
que
La forma de
el culto
»estaba en gran veneración, con respecto »cio;
es-
y apren-
al
divino
sacerdo-
mayor prerogativa y riqueza de una
familia
»popular era tener en ella un sacerdote. Los monaste»rios
pocos de frailes y de monjas; y en el número y la devoción y variedad que hermosea la
»diversidad,
CASA DE AUSTRIA
59
y ha introducido en su aumento, y del bien púespiritual. Finalmente, los reinos ricos de todos
»Iglesia, 5>blico
bienes, y de
>'>los
3>lente
amor á sus
príncipes, hacían exce-
su principal fundamento, que son las fuerzas y
»reputación.» Algo puede haber en este cuadro, inspi-
rado por aquel común parecer de que cualquier tiempo pasado fué mejor, consignado en las coplas anteriores de Jorge Manrique; pero el fondo
no puede me-
De
que preceden,
nos de ser exacto.
las palabras, pues,
y de Badoero también citadas, dedúcese lo que realmente era la nación española, en el punto de ir á llegar á su cénit nuestra casa de Austria. No se había dado
como
aún,
se ve, en
el arbitrio
económico de
valor de la moneda; conocíase poco todavía rentistas ó acreedores del Estado,
enormes de
la
época y
el
la
clase de
los empréstitos
cabo tan desgraciada;
al
el trato
y
el lujo casi
nocido. Había aquí, pues, una nación rica ciertamente, á
más
pel
que representaba en
nil,
sobria, capaz de la
desco-
bien pobre
pesar de que á eso llamase Ca-
brera riqueza, y de fuerzas desproporcionadas
tiempo,
la
riqueza general, las costumbres religio-
sas y severas, sencillísimo
que
alterar el
dinero de las Indias, acrecen-
taron tanto después, y fué
labranza era
que
la
el
al
pa-
mundo; pero honrada, varo-
mantener como mantuvo por largo
vida activa y la lucha desigual en que estaba
empeñada.
No
falta
más, para completar este interesante cuadro
de Cabrera, sino señalar ya aquí
que comenzaba á alumbrar su inteligencia, el
la
la
la
luz siniestra, con
nación y á secar de paso
sistemática represión de las ideas, en
instante de subir Felipe
II
al
trono.
Esta nación nuestra había ya combatido, durante
BOSQUEJO HISTÓRICO
60
muchos
siglos, á las razas extranjeras
la religión
mahometana con
las
armas; y atormentando
con frecuencia á otra raza extranjera,
la judía,
que pa-
pero astutamente, aspiraba á confundirse con
cífica, ella,
que sustentaban
y aun á
influir
en sus destinos, ora apoderándo-
se de la administración pública y del comercio, ó del ejercicio
de ciertas profesiones, como
enlazándose con
las
palacio de los reyes, disputando
allí el
der. Vencidas, sometidas, destruidas las primeras,
la
medicina, ora
mejores familias, penetrando en favor y
el
el
po-
ya en gran parte
expulsada y horriblemente perseguida la que volviese luego su furor contra los
última, fácil era
disidentes del culto cristiano, que
en su seno.
No
comenzaba á abrigar hoy bien sabi-
fueron, no, y esto es ya
do, las persecuciones religiosas, hijas del carácter de
este ó
el
sino del sentimiento de la
otro príncipe,
yoría inmensa de
la
ma-
nación, sin diferencia de clases.
La aparición de Felipe
11
coincidencia casual con
en el
el
poder no fué sino una
violento desarrollo en Espa-
ña de aquel espíritu de intolerancia, que llegó á cons-
hecho culminante y decisivo de nuestra histoen los siglos posteriores. Ofrecen de esto último
tituir el
ria
razón sobrada los procesos comenzados á formar cuan-
do aún no había dejado de gobernar realmente Carlos V, fe
y que dieron por
fruto á la postre los autos de
de 1559 en Valladolid, y
como
la terrible
el
de 1560 en Sevilla, así
Pragmática de 1558, contra los libros
prohibidos. Ofrécenla también aquellas frases melancólicas
con que Gonzalo de Illescas lamentó por entonces
que ya en España se viesen «las cárceles, »sos,
y aún
las
los
cadal-
hogueras, pobladas de gente de lustre,
»y de personas que,
al
parecer del mundo, en letras y
CASA DE AUSTRIA >en vida, hacían les
muy grande
novedades, según
el
61
ventaja á otras.» Por ta-
propio autor refiere, apresuró
su venida á estos reinos D. Felipe, no bien acabada su
primera guerra con Francia; dejando
comodidad de
la
Bruselas, que tan cerca le tenía de su mujer María de Inglaterra, para encerrarse en
no quiso más
salir
Península, de donde
la
con motivo alguno. Juntándose con
este gran choque religioso, á la sazón,
el
progreso
constante de las doctrinas del Derecho justiniano ó bizantino, abiertamente favorables
absolutismo mo-
al
nárquico, llegó á ser sin sentirlo en todas partes ideal del Estado, lo
que llama
el inglés
el
Buckle sistema
de protección, y consiste, en atribuir á la potestad confundida con la eclesiástica, la dirección de
vil,
ci-
to-
dos los intereses morales ó materiales de los hombres; causa permanente sin duda, como aquel autor y otros
muchos han y
político.
dicho, de nuestro descaecimiento intelectual
Que
si al
menos
la
biera propuesto proteger no
corona de España se hu-
más que
la
conciencia de
sus propios subditos, velando sólo por ellas tan riguro-
samente, fuera, aunque cierta siempre, algo menos pre-
V
surosa nuestra ruina. Pero Carlos
se había conside-
rado ya en posesión de cierta especie de Monarquía universal,
más bien moral que
material ó de hecho;
juzgándose obligado hasta en Yuste, á cuidar providencialmente de los intereses espirituales de la especie hu-
mana, y recomendándolo además cro á su sucesor.
Y
al
descender
al
sepul-
este sucesor, que parecía para
el
caso nacido, tomó aquella imposible y funesta misión á su cargo, con
el
perseverante empeño de quien since-
como con la terquedad y exageración propias de su espíritu, menos inde-
ramente creía también en
ella,
así
BOSQUEJO HISTÓRICO
62
pendiente, por
lo
mismo que
su padre. Porque á
la
era
más estrecho que
verdad, Carlos
V
de
el
no se negó á
la
discusión, no rehuyó á todo trance las transacciones,
que era sobrada para eso su inteligencia de hombre de estado; y solamente en Yuste manifestó
al fin
mientos de haber sacrificado alguna vez misión á las circunstancias,
como en
que ya se ha hecho mención. Felipe en esto
el
Interim de
no pudo tener
remordimiento más leve, supuesto que nun-
ca cedió de veras ó en
en tanto,
rigor de su
el
los
II
remordi-
la
menor cosa por su
parte. Fué,
instrumento del sistema social y político de que hablamos, el bien conocido tribunal del el
principal
Santo Oficio, introducido en Castilla por tólicos contra los judíos; mal
los
Reyes Ca-
mirado por Felipe
^///í'/*-
moso; empleado tibiamente contra los mahometanos en los primeros años de Carlos V. Desde que el segundo Felipe tomó á su cargo las riendas del gobierno, siguiendo estrictamente en dre, fué acrecentando influencia.
ellas
de día en día
Por medio, pues, de
llegaban las hogueras de sí
solas,
consejos de su pa-
los
la fe,
donde alcanzaban,
las
la
Inquisición su
armas, donde no
ó de las hogueras por
dio principio España, en
suma, á una lucha á muerte, desde principios del nuevo reinado, contra todo
humano elemento, que
ra sustraerse á la protección
giosa, de que el poder
mente investido en
el
real
y dirección
la
política
y
reli-
se consideraba legítima-
organismo
una utopía funesta como
pretendie-
social.
que más á
la
Era aquella
especie huma-
y no menos imposible de realizar por completo que todas. Mas no se piense, como la pasión de ciertas esna,
cuelas da á entender con frecuencia, que
el
principio
de conferir á un hombre sólo, con sus consejeros ó
sin
63
CASA DE AUSTRIA ellos, el
derecho de suprimir
la
libertad individual
de
los hombres, amoldándolos todos al tipo estrecho de
cada reinado ó familia soberana, fuese sólo peculiar de Felipe II ó de España en aquel siglo. Ya hemos indicado que nació á un tiempo en todas partes, y lo mismo floreció y se notaron sus efectos en España que en In-
de parte de los monarcas católicos, cual Felipe II y María Tudor, que de los soberanos protestantes, como Enrique VIII y su hija Isabel. No existía entonces la idea de la tolerancia civil ó religiosa, en
glaterra; lo propio
ninguna nación,
ni
entre las fieles, ni entre las infieles;
nadie reconocía
el
derecho
al libre
examen,
tradicionalistas, ni entre los novadores;
quemar á sus
ni
éntrelos
pensando
igual-
contrarios, el céle-
mente, que era justo bre inquisidor general de Felipe II, D. Fernando Valdés, y el heresiarca Calvino. La instintiva independen-
de los señores de solar ó castillo, de los burgueses ó vecinos de Concejos, que vivían al amparo de Fueros y Cartas-pueblas, de los mismos vasallos cia personal
Corona, que por cierto dejaron en su nombre de realengos un vivo testimonio filológico de su licenciode
la
so estado, iba lentamente acabando á manos de los
le-
gistas formados por las Pandectas y las Partidas en España, y por virtud de aquel mismo impulso, en todas las demás naciones de la Europa culta. La única diferencia, sistía
en suma, entre
en que Felipe
II
lo
con
de aquí y
lo
de afuera, con-
la Inquisición,
y
el catolicis-
con los Papas, eran más lógicos con los adversarios; por lo cual afirmaron mejor é hicieron durar más
mo
cualquier error social y político que hubiese en su sistema. Pero hemos aquí expuesto, con sobrada extensión acaso, así el espíritu general del
mundo, como
las
BOSQUEJO HISTÓRICO
64
circunstancias especiales de España té Carlos V;
al retirarse
y es tiempo ya de dar á conocer
á Vus-
particu-
persona y los hechos principales del monarca, que en tan grave y decisiva crisis tomó sobre sí larmente
la
la
responsabilidad de regir los destinos de
pía nación española.
la
belicosa
y
IV
OCOS HOMBRES
han reinado que sean
objeto de tan opuestos juicios II
pe
II.
Fué
él,
como
Feli-
para unos un perverso, y un
más
santo varón para otros; para éstos engrandeció
que nadie á España, para aquéllos
le
amenguó, dando
principio á su decadencia; quién le juzga, en fin,
como
un hombre todo extraordinario, quién
nivel
más vulgares
le
rebaja
al
En ninguna de estas opiniones extremas hay exactitud ni justicia. La verdad es que nada hay más raro en el mundo que un hombre de de
los
tiranos.
todo punto impecable, tuido, de
si
historiadores dramáticos,
gún tiempo, dados ideales
no es otro enteramente
buenas cualidades. Y,
sin
desti-
embargo, hállanse
más comunes hoy que en
nin-
sólo á pintar monstruos ó purísimos
humanos, convirtiendo
la
vida en lucha perenne
y fatal de héroes con malhechores. En el entretanto lo que se advierte es, que no hay un solo grande hombre en la historia, llámese Alejandro, César ó Bonaparte, que no presente negras manchas en el disco fulgurante de su vida, si se le mira atentamente. Carlos V, sin ir 5
BOSQUEJO HISTÓRICO
66
más lejos, bien que fuera á todas luces tan grande como el que más de los citados, tuvo defectos, no leen sus buenas ó
ves, entre otros el de la obstinación,
malas disposiciones, según confesaba él mismo; y el asesinato ejecutado de su orden en Antonio del Rincón, español
al
servicio de Francia, así
como sus
instigacio-
nes contra los herejes de Valladolid y Sevilla, y sus edictos contra los de Flandes, harto claramente de-
muestran que,
al igual
de su
hijo,
participaba de los
odiosos principios de su tiempo, antes populariza-
más
dos que no inventados por Machiavello. rio, pues, qne se aplica á aquellos
y
Con
el crite-
otros personajes
II, aunque no número de los más grandes homPorque nadie puede dudar que fué hombre de tasumo y de una maravillosa laboriosidad: pero
de su tamaño, hay que juzgar á Felipe encuentre en
se le bres. lento
el
para ser grande, entre los príncipes y gobernantes, faltábanle realmente la actividad, la resolución, el valor personal, que, cuando supo su ausencia del lugar del
combate en San Quintín, echó ya en
él
de menos su
padre en sentidos términos; como quien tan altamente le había mostrado siempre, y mejor que nadie, en aquellas
aventureras expediciones de Túnez ó Argel, nota-
bles para un caballero particular, no
primer monarca de
cas en
el
lipe
á la par con
II,
la
solía
heroi-
Faltábanle á Fe-
noble energía que tales hechos
dieron á entender en su padre,
de que aquél
menos que
la tierra.
la
hacer alarde;
magnánima confianza la inclinación á la cle-
mencia que aquél de ordinario tenía y practicaba, cuando no estaba impulsado por alguna viva necesidad política; la dulce sensibilidad, en fin, que aquél solía poner en sus afecciones, y de que dio tan relevantes pruebas
CASA DE AUSTRIA
con
la fidelidad
67
que guardó, no obstante haber enviu-
dado antes de
los
Doña
hermosa emperatriz que convirtió con
Isabel, la
cuarenta años, á su única esposa
sus restos mortales á San Francisco de Borja. Siempre será, por todo eso,
mayor y más simpática
la
memoria
de Carlos
V
que
españoles
el
César por su dignidad imperial; y era en
la
de Felipe
Llamábanle á aquél
11.
los
César, por su persona; tranquila-
realidad otro Julio
mente valeroso cual César, cual César confiado y aventurero, como César generoso y magnánimo, autor
como César de Comentarios, que no han podido por cierto hasta aquí encontrarse; lo mismo que César, en fin, gran general, escritor, hombre de Estado, incansable en la acción durante la vida, á la par que despre-
mundo
ciador del
é indiferente á
muerte. Felipe
la
II,
en cambio, no ha tenido como hombre de negocios ó
de gabinete, ningún
rival
Son irmumerables
ra.
mano, y
los asuntos
por
en
gobierno hasta aho-
el
documentos anotados de su
los él
mismo
resueltos,
que
exis-
ten en diversos archivos de Europa. Era, en substan-
un monarca moderno por sus hábitos y su talento, como fué su padre un monarca de tiempos cia,
Felipe
ÍI,
todavía heroicos:
de
la
el
Edad Media,
último de los príncipes paladines así
como
pes, que supo ser verdadero
el
primero de los prínci-
hombre de Estado en
la
moderna Europa. Tímido, en el entretanto; desconfiado, irresoluto, seco y poco sensible, sincera y profundamente religioso, poseído, sin duda alguna, de una grande veneración por dre, pero
en
sí,
tema
más
memoria y
las ideas
de su pa-
Felipe condensa
y mejor que nadie representa el sisque sostuvo España en el mundo, durante
á las claras, social
la
terco que él todavía,
BOSQUEJO HISTÓRICO
68
todo él
el
tiempo de
la
casa de Austria; porque, así
como
las huellas de su padre, servilmente siguieron más
tarde las suyas propias sus sucesores. Por eso tiene el
reinado de Felipe
tanta importancia, ó más, que el de
II
su gran padre, aun siéndole inferior, y llama tanto á sí la atención, por eso mismo, de los pensadores actuales.
No hay que
mundo;
la
gioso de
tal
el
pensamiento
político-reli-
el proceso inevitable de
casa de Austria y humanas, que últimamente se ha estudiado
la
las ideas
con
dudarlo: la cuestión entre España y el
oposición entre
empeño,
las halló
ya Felipe
II
planteadas, cual
queda dicho; no fueron, no, obra de su propio
espíritu.
Al verjas llegar su inteligente padre, quísolas evitar,
primero por medio de
la
discusión doctrinal,
después
por medio de las armas; últimamente, por medio de atrevidas aunque forzosas transacciones; pero inútil-
mente, porque su brazo robusto no bastaba á detener la
la
marcha que trazaba á los sucesos la Providencia. En lucha lo que hizo fué consumir, como se ha visto,
sus fuerzas físicas. Al exhalar luego su último suspiro
en Yuste, delante de
la
imagen de Cristo, á
la cual tan-
tas veces había pedido de rodillas, bajo su tienda de
campaña, que
le
concediera vencer á los enemigos del
catolicismo y de la monarquía, dejó en herencia á Feli-
pe
II,
no sólo sus Estados, que de esos harto despren-
dido estaba ya, sino su pensamiento mismo y
en que había gastado su vida. Nada es más por tanto, que acusar á Felipe lítica
que
pudo
él
halló creada. Ni
más
II
la
causa
injusto,
de inventor de una po-
ni
menos que su padre
también juzgarse destinado por Dios á defen-
der eternamente
la
verdadera
testantes, sin darles
fe,
contra turcos y pro-
nunca paz ó tregua.
CASA DE AUSTRIA
A la
69
imitación asimismo de su padre fué
España
como
la
como
hizo de
corona defensora de la Iglesia. Tanto
su padre pensaba, sinceramente, que su misión
de guardar y proteger á la Iglesia, era de origen divino, al modo que la de los Papas; mirando en éstos, más bien que unos superiores temporales, que era lo que ellos pretendían ser,
unos aliados espirituales, que no
siempre sabían cumplir con su
que su padre, en
sagrado. Igualmente
fin
y más que su padre también, á
fin,
causa del progreso constante de
las
entendía poseer en
los antiguos
empera-
temporal
superio-
sí el
poder de
dores romanos; no reconocer en ridad ni límite sobre
lo
tierra; ser
la
ideas bizantinas,
ni
ley viva; tribunal
constante, supremo dueño y señor legítimo de todos
sus vasallos. Bien pudiera mostrarse aquí, desde ahora,
con los libros de los los
despachos de
les eran
juristas,
los ministros
con efecto
piar á reinar Felipe
las ideas II
y que
y de los políticos, y con contemporáneos, que tapredominantes
al
princi-
ellas inspiraron los
hechos
más contravertidos de su gobierno. Lo que hay que confesar es que por
la
índole de su talento y de sus
sentimientos, y por su posición misma, debía ser este
como fué en realidad, quien más viva y tenazmente prohijó tales ideas en Europa. Y una vez ya formado con ellas su entendimiento, de su carácter especial no dependió más que la ejecución de las cosas: príncipe,
empleando
el
disimulo donde otro habría empleado la
fuerza, usando
el
secreto donde otro habría usado la
jactancia, acudiendo á las las únicas
armas de gabinete, que eran
de que sabía valerse, en lugar de
campos, que no
sobre San Quintín,
las
de los
más que una vez sola en su vida, y esa inútilmente. La unidad del es-
vistió
BOSQUEJO HISTÓRICO
70 píritu
y de
pararse,
vida de Felipe, puede, exactamente, com-
la
como se ha comparado por muchos, con
su obra predilecta,
el
Escorial;
la
de
y en esto han andado más
sagaces aun los poetas que los historiadores. Aquella
montaña de granito, regular, uniforme, monótotriste, grande, construida para la eternidad, pudo
pálida na,
bien reflejar
al
alma de Felipe
11;
porque no otros ca-
racteres distinguían su entendimiento, é idénticos as-
pectos presentó siempre su política. El que algún detalle
la
impropio, semejante á los que hoy
mismo quebrantan
unidad arquitectónica del Escorial, desdiga del tipo
de Felipe tradecir
II
en su naturaleza y su vida, no ha de con-
regla general, por cierto.
la
ne solo de entendimiento ó de razón
que fuese Felipe
II
de
los
Que no
se compo-
hombre; y aunque más han hecho de su coel
razón y de su cabeza una cosa misma, natural es que
de vez en cuando hubiese entre
y él cierta discordancia. Los embajadores venecianos de su época, perella
feccionan ó aclaran con mil detalles personales este re-
que procuramos sacar solamente de sus papeles y él Federico Badoero, que le tenía por capaz de tratar los mayores negocios, y que trabajaba
trato
hechos. Decía de
más de gabinete que su
salud consentía; pero que era
poco activo corporalmente, é imposible expresión alguna en
nunca en
la
la
el
sorprenderle
mirada, á causa de no
fijarla
persona con quien hablaba. Michieli por su
lado cuenta, que por las noches gustaba de recorrer
enmascarado sí
mismo,
que fué
el
sin
las calles
duda, de
que mejor
le
de Madrid, para enterarse por lo
que pasaba. Antonio Tiépolo,
conoció acaso,
le pinta
en
traje
elegante siempre, pero siempre negro; sin bordados de
oro ó plata,
ni otras
joyas encima que
la insignia del
71
CASA DE AUSTRIA
Toisón, y
la cadenilla
de oro de su
reloj.
Y
él
y Paolo
Tiépolo, su antecesor, en especial, le hacen dado á las mujeres con exceso, á pesar de su seriedad característica;
ú
muestran deleitándose, en compañía de una frecuente y extraordinariamente, bien que to-
y
le
otra,
sexo bello más como objeto de entretenimiento que de amor, sin concederle sobre sí influjo alguno. Todos ellos, hasta quince ó diez y seis que representa-
mando
ron á
al
la
república en su reinado (1), refieren largamen-
te su asiduidad
en
las misas,
en
mones, y su devoción extrema
las vísperas, al
en los ser-
Santísimo Sacramen-
Todos
le
representan sobrio, de pocas palabras,
cionado á
la
soledad, inmutable en sus costumbres, mi-
to.
afi-
nucioso, paciente, enemigo de conceder ó negar nada personalmente, muy disimulado y rencoroso. Oía bien los consejos, pero solo al
cuando se dejaban correr, como
descuido en su presencia, y podía
él
apropiarse cual-
quier idea, sin aparentarlo, según dice un español que le
conoció de cerca.
Y
consta, además, por otros testi-
gos de vista ó memorias del tiempo, que era muy aficionado á las artes, principalmente, á la arquitectura y la pintura,
de
lo cual dio
grandes muestras, asistiendo á
la edificación del Escorial
frecuentemente, discutiendo
sus planos, y llamando famosos pintores que adornasen sus techos y muros. No falta quien también le suponga diestrísimo en versificar y tañer
la
vihuela: y es bien
sabido que gustaba de proteger las letras clásicas y sa(1)
Aunque no parece propio de
este trabajo
acumular en
cual se omiten cuantas es fácil verificar, parece conveniente advertir que hasta el fin del siglo xvi, las Redaciones venecianas que se mencionan pertenecen á la Colecél citas,
por
lo
ción Alberi ó de Florencia.
BOSQUEJO HISTÓRICO
72
gradas, de juntar libros raros y guardar y conservar documentos, de tener correspondencia y hasta amistad particular con los sabios de su época,
ó Arias Montano.
riol
En cambio se
le
como Furio-Ce-
vio siempre, con-
formándose en esto con su opinión la de su ministro Antonio Pérez, mantener, á buena distancia los grandes del reino, demasiado semejantes á príncipes en el siglo anterior, para
con
él,
que no pudieran familiarizarse también
prefiriendo á la compañía de éstos la de sus bu-
fones, que le divertían sin riesgo y sin obligarle á hablar.
Porque es de advertir que
el
mayor y más cons-
tante de sus placeres, después de largas horas de trabajo, puesta la frente en
eran
la
quietud y
ban ó procuraban
el
una mano, y en otra
silencio, mientras otros
sus Estados, ó
como
como
Los grandes
distraerle.
dos, ó se retiraron á vivir
se agita-
así desaira-
como pequeños monarcas en
hizo en Guadalajara
Villafranca, Santa Cruz,
vieron, por lo común, fuera de
de
pluma,
la
y
el
el
del Infantado;
mismo Alba
la corte;
sir-
dejando á los
Consejos, entonces reorganizados y acrecentados, ó á los hombres de fortuna como Ruy
legistas
Gómez y
los
Antonio Pérez, que ayudasen de cerca en
gobierno, á su receloso señor. Por
lo
demás, en
el
el
apar-
tamiento sistemático que, no ya solo con los grandes,
mundo observaba, en Felipe II debía de mucho la debilidad esencial de su carácter.
sino con todo entrar por
el
Aquel hombre tan
inflexible
de ideas y de
lejos,
no sa-
bía ser áspero nunca de cerca. Por eso prefirió siem-
pre mantener cierta especie de neutralidad entre los partidos cortesanos, que acaudillaron durante su reinado,
el
principe de Eboli, y
el
duque de Alba, á
se de todo punto por cualquiera de
ellos.
decidir-
Su voluntad
75
CASA DE AUSTRIA era decisiva, irresistible en todo caso; y
más
quería,
no
obstante, tolerar aquella oposición, que embarazaba, á
que no abrazar uno de los dos partidos por completo. Ellos entre sí se desgarraban en pequeñas contiendas, y él se prevalía de sus miserias las veces, su
mismas para
política,
menzado su
más
estar
dulcemente hacia
al
tanto de todo, y guiarlos
los fines
que se proponía.
reinado, confesó en Bruselas
Carrafa, su enemigo hasta
allí,
No al
según refiere
más
bien co-
cardenal el
histo-
riador de la contienda que tuvo con Paulo IV, y sus so-" brinos, Pedro Norés, que no podía hacer carrera con los ministros le
que
le
había dejado su padre, los cuales
trataban con escaso respeto, prefiriendo siempre al
que tenía
él,
su propio dictamen. La larga experiencia
que atesoraban
ellos; los
grandes secretos de Estado
de que estaban en posesión; las
cosas de su padre
el
respeto mismo que á él
le inspiraron,
no bastan á expli-
car la paciencia con que los sufrió Felipe
II
por largo-
tiempo. Otro monarca, con carácter más decidido, los habría reprimido
al
instante,
dada
la idea
altísima
que
de su potestad tenía. Pero Felipe, lo que en esto hizo^
como en
todo, fué írseles sobreponiendo lenta y astuta-
mente, hasta enterarse bien de los negocios, y escoger las ocasiones en que hacerles sentir el peso de su poder
con más ó menos dureza, según su respectivo mérito.
Fué constante, sin embargo, con sus ministros, tanto como al fin severo. Antonio Perrenot, obispo de Arras, y arzobispo de Malinas y de Besanzón, más conocida por
el
uno de
cardenal Granvela hijo de Nicolás Perrenot, los ministros principales de Carlos V, lo fué
también de Felipe Flandes, contra
II;
y este
la antipatía
le
sostuvo de
tal
suerte,
en
de los señores flamencos^
BOSQUEJO HISTÓRICO
74
que fué aquella una de causas de
la
las
rebelión. Al
más
visibles é
inmediatas
duque de Alba, D. Fernando los pocos grandes que en
Alvarez de Toledo, uno de la junta ó
Cortes de 1539 se pusieron de parte del em-
perador, lo mismo que su abuelo el conquistador de Navarra de parte de Fernando el Católico, y en quien
había aquél ya adivinado un buen general, experimentándolo, lipe
como
tal,
en Mulberg,
una amistad
II
muy
le
dispensó también Fe-
constante.
Y aunque
le
deste-
rrara en su vejez de la corte, por culpa de su hijo don
más que
Fadrique, el
mando
propia, de
del ejército,
Portugal, asistiendo luego á
mortuorio, tarle
en
la
allí le
sacó para confiarle
con que había de conquistar á la
cabecera de su lecho
como piadoso y antiguo amigo, para última hora,
digna, por cierto, de
la
j
confor-
Extraña y solemne entrevista, curiosidad de la historia, la de
aquellos dos hombres de hierro, que fueron juntos terror de su tiempo,
ambos de su
gloria,
y que se despedían en muriendo el uno en la
acababa de conquistar, en
fin,
toda
la
el
Península!
el
cumbre
la
tierra
que
otro reuniendo bajo su cetro,
A
D. Ruy
Gómez de
Silva,
muy portugués de nación y príncipe de Eboli, le bien por sí, igualmente; aunque sea cierto, como los quiso
venecianos dicen y dio tanto á entender Antonio Pérez, que gustase á la par con exceso de su mujer, la famosa
doña Ana de Mendoza. En cuanto á Antonio Pérez, hijo de Gonzalo Pérez, secretario del emperador y hombre de letras, de quien se tratará más despacio luego, no
puede dudarse que
él faltó
á la amistad y lealtad á su
protector y rey, tanto, por lo menos,
como
le faltó
éste luego indulgencia ó generosidad en su
Con
á
castigo.
D. Juan de Idiaquez y D. Cristóbal de Moura, de
75
CASA DE AUSTRIA
quienes se sirvió no más que como verdaderos secreta-
en sus últimos años, se sabe que fué cortés y generoso siempre. No puede, pues, negársele el título de rios,
buen amigo á Felipe
Tampoco
II.
sería justo negarle
otras dos cualidades patentizadas en documentos feha-
que fué un
cientes: la primera,
hijo respetuoso
rador de su padre, por más que éste
afectuoso con
él: la
segunda, que trató
y vene-
hallase poco
le
muy
bien á sus
mujeres, aunque nunca experimentase hacia ellas un
amor muy apasionado. Lejos de apetecer
Felipe
II
la
sucesión de su padre, miró su renuncia con temor y pena, y quiso que se le considerase, por tan sobera-
Padres Jerónimos de Yuste, como cuando trono, obedeciéndose sus órdenes: cosa no
no entre
los
ocupaba
el
tan usada entre reyes, ó aun entre hombres particulares,
que deba dejarse en olvido. Ni siquiera exigió el título de majestad mientras vivió su padre: porque su herma-
na doña Juana, gobernadora de España, continuó dándole el nombre de príncipe, á secas, después de la re-
Todo muestra, en conclusión, de parte más profundo respeto filial. De lo que
nuncia de aquél.
de Felipe
II
el
únicamente tuvo razón para quejarse su padre en nasterio, fué de
que no
le
escribiese
rísimas veces,
como Gachard
les fuese bien
con
él
él
advierte.
el
mismo, sino
Y
mora-
tocante á que
á sus mujeres, frío y todo cual
siempre era, no cabe duda alguna. La primera, que fué
doña María de Portugal, acabó sus días á los dos años de matrimonio, siendo ambos muy jóvenes, por manera que nada tiene, en verdad, de extraño, que pasaran, cual pasaron aquel breve tiempo, la
muy enamorados; pero
segunda, doña María Tudor, su
eJad que
él,
y
fea, vivió
tía,
de mucha más
también echándole de menos,
BOSQUEJO HISTÓRICO
76
y anhelante siempre por su vuelta, todo durante su matrimonio^ estuvo
él
tiempo que,
el
ausente de Inglaterra,
cosa ya más notable. Admiraron los ingleses ta
de Felipe como marido;
reció
más
y,
dicho sea
al
la
conduc-
paso, les pa-
y menos duro que su mujer hasta en
tratable
las cuestiones religiosas:
no teniendo que echarle en
cara otra cosa, sino que por
el
amor que su mujer
le
profesaba, condescendiese con todos sus designios políticos,
la
haciendo de aquel pueblo altivo un satélite de
monarquía española.
No pudo
monarca español aunque le procurase con raro empeño, contraer matrimonio con su cuñada la sanguinaria, y al fin herética Isabel, de quien dijo
luego
Góngora
el
lo de:
Mujer de muclios y de muchos nuera; ¡Oh, Reina torpe! Reina no, más loba
Libidinosa y fiera.
A
habérsele logrado
tal
hubiera dado que decir, y
propósito á Felipe,
muy
mucho
singular, el matrimonio
de aquellos dos eternos rivales después, así religiosos,
como
políticos;
de aquellos príncipes, los mayores de
su tiempo, á no dudarlo. Pero ya que no tuvo que habérselas en su tálamo Felipe
II
con mujer tan peligrosa,
tomó por tercera esposa á la tierna y bella princesa doña Isabel de Valois, llamada de la Paz, por la que se ajustó al tiempo mismo que su matrimonio en Cambray; respecto de sas rábulas.
han corrido tan torpes y calumnioLo que de ella dice, sin embargo, la diplo-
la cual
macia veneciana, diligentísima escrutadora de secretos cortesanos, es que llena de amor esperaba á su marido
en vela noches enteras, por no perder su conversación
CASA DE AUSTRIA
77
y compañía, si se le ocurría visitarla. Existe, además, una carta, varias veces publicada y en este particular decisiva, en
cual dijo confidencialmente la reina Isa-
la
bel á su madre, <;que su esposo era tan
»y se sentía tan
feliz
bueno para
á su lado, que aunque
la
ella,
residen-
Madrid fuese cien veces más desagradable que »era, y lo era para ella mucho, no podría fastidiarse ja»más.» La cuarta y última esposa de Felipe, doña Ana de Austria, que fué madre de su sucesor, Felipe III, »cia de
sintió tanto la
grave enfermedad que aquél tuvo en Ba-
dajoz, corriendo
el
P. Florez, puesta 2
año de 1580, que según refiere
allí
en fervorosa oración, «ofreció á
Dios su vida, porque no quitase
»la
al
rey y á
la
Iglesia
de su marido, tan sumamente importante para
»dos.»
No
el
to-
podía ser, pues, un dechado de toda maldad
hombre que después de todo se hacia amar de tal suerte. Preténdese, sin embargo, no ya solo que fuese poco sensible, que esto en el fondo es bien cierto, el
sino que no conocía siquiera
cariño paternal; y eso,
el
sobre no ser verosímil de suyo, es manifiestamente inexacto. los,
Cuando
la caída, casi
en Alcalá de Henares,
mortal, de su hijo D. Car-
lo asistió el
rey con los ojos
preñados de lágrimas, y con un sentimiento tal «que >podía hacer llorarlas piedras,- conforme escribió entonces te;
al
duque de Florencia, su embajador en esta cor-
y varios embajadores vénetos convienen en que
amó entrañablemente, y doña
hasta con adoración, á su hija
Isabel Clara Eugenia,
que
ellos
llamaban delizia
del suo padre: su lectora, su secretaria, su única com-
pañera ó amiga íntima en los
tristes días
á quien apellidaba ya moribundo, su heredero, luz de sus ojos.
al
de
la
vejez, y
recomendársela á
No hay tampoco
razón,
BOSQUEJO HISTÓRICO
78
por consiguiente, para suponerle destituido de los inevitables sentimientos de padre.
Mas
que Felipe
ios principios políticos
de suyo ocasionados á
la intolerancia
parte; de otra las duras necesidades
y
del
profesaba,
II
rigor de
al
una
Gobierno en
tiempos tan revueltos,- con tantos estados y tantas cuestiones gravísimas sobre sí; su propio carácter, por último, no exento de defectos graves y aquí ya descrito
con
la
exactitud posible, de consuno con las singulares
desgracias públicas y privadas de que se vio afligido, darán siempre, de todos modos, un color sombrío al
reinado de Felipe
y
en
II
la historia.
Guerras constantes
sangrientas, sin resultados útiles las
con los gastos,
la
más de
ellas,
penuria, las pérdidas consiguientes
de hombres y dinero en las vastas regiones que gobernaba; grandes y costosísimas rebeliones alentadas entre subditos extranjeros, para contener ó destruir á otros
monarcas, que protegían á los suyos propios; tramas los
más
peligrosos de sus adversarios públicos ó secretos;
irre-
poco escrupulosas y crueles para gulares ejecuciones, en
fin,
librarse
de
de vasallos sacrificados
con más ó menos motivo á la razón de Estado; negras
y mal disipadas sospechas, de terribles resoluciones dide justificar, de ser ciertas, á la luz del senti-
fíciles
miento humano: todo concurre en para derramar sobre
él
el
reinado de Felipe
II
negras nubes. Sus mismos mi-
y generales participan, en gran parte, de las prevenciones con que á él le mira la historia, sobre toda nistros
el
cardenal Granvela, obispo de Arras, y
que de Alba. Todavía esperan,
sin
el
embargo,
gran dulo
mismo
aquel rey, que estos ministros, un cotejo imparcial con los reyes
y ministros contemporáneos suyos, para ver
CASA DE AUSTRIA
de
si
él
79
salen aventajados ó gravados: todavía falta ver
también, con algún despacio, ron parte en
la
si
los
gran lucha social del
hombres que tomasiglo xvi, á nombre
de España, fueron por ventura más severos, ó más
más crueles, que los que, desde que en 1789 comenzó la revolución moderna, han intervenido
violentos, ó
en
la
dirección y gobierno de las naciones.
juicio, lo
mismo Felipe
II,
A
nuestro
que sus ministros, están
muy
de poder ser comparados con los que en este siglo han empleado, ni más ni menos que él, la violencia lejos
para defender sus principios, ó sus intereses sociales,
y las más oscuras páginas del reique son, á no dudarlo, las que tocan
religiosos, políticos;
nado de Felipe á
II,
sublevación de Flandes, parecerán claras y limpias, alguna vez de buena fe se les coteja, con las de la in-
la
si
vasión de España por
inmotivada que harto
más
la
el
primer Bonaparte, harto más
de Flandes, por
sangrienta, harto
más
el
rica
duque de Alba,
en episodios crue-
les, asesinatos, asolamientos, y todo género de impiedad ó estrago. Pero estas consideraciones, que deben servir para juzgar con equidad á los hombres, no qui-
tan ni
pueden quitar
el
justo horror
que inspiran mu-
chos de los sucesos dolorosos del reinado de que tamos. ¡Ojalá que todas las cuestiones hubieran en
do
los
pasos prudentes, que
al fin
siguió, la
ginara, viviendo aun Carlos V, entre
una
parte,
tífice,
y de otra
el
Papa Paulo
IV.
él
él
tra-
segui-
que se
ori-
y su hijo de
Movido
este pon-
recto y santo varón, pero imperiosísimo y coléri-
co, de antiguos resentimientos contra los príncipes es-
pañoles y del deseo, común entonces en los papas, de echar de Italia á los extranjeros, no cesó de hallar en
BOSQUEJO HISTÓRICO
80
todo, desde su ascensión al Pontificado, pretextos de discordia con España. Incitábale también á ello hábil-
mente su sobrino Carlos Carrafa, por
él
convertido de
soldado en cardenal y primer ministro; el cual tenía resentimientos antiguos contra los españoles, y mucha
amistad con los franceses. Manifestóse ya á esta mala voluntad de tío y sobrino, lo
IV
al
las
claras
revocar Pau-
concesión sobre rentas eclesiásticas que, con
la
el
título de Subsidio de la cuarta y santa Cruzada tenía hecha la Santa Sede á Carlos V; alegando abusos en la
exacción é inexacto cumplimiento en las condiciones
con que se
hiciera.
obispo de Lugo, y
Hubo el
como
teólogos en España,
el
célebre Melchor Cano, que opina-
sen, no obstante, que el nuevo papa no podía revocar la
gracia de su antecesor: sosteniendo que debía se-
guir
rey con buena conciencia disfrutando aquella
el
parte de las rentas eclesiásticas, sin
ya de
Santa Sede.
la
Y
el
cuando llamó á
consentimiento
Roma
el
papa á
aquellos atrevidos eclesiásticos, con severos Breves,
por disposición de Felipe
fin
de evitarles
II,
modo que no
Real, se hizo de el
y acuerdo
la
Consejo
deber espiritual de cumplirlos. El úni-
co prelado que tomó con calor, á
de
del
llegasen á sus manos, á
potestad y de
la
la
sazón,
defensa
la
determinación del Papa,
como
se
había dictado en favor suyo y de su cabildo principal-
mente, fué Silíceo,
el
arzobispo de Toledo, D. Juan Martínez
que recibió
pensa; y
el
la
púrpura cardenalicia en recom-
solo de los sujetos consultados sobre este
punto especial que negase
la
razón
al
rey, fué el
ya bien
conocido catedrático de Salamanca, fray Domingo de Soto. Grandemente se agravaron los disgustos entre
ambas
cortes con haber quitado los Estados feudales
CASA DE AUSTRIA
81
Paulo IV á Marco Antonio Colonna, su vasallo, por ser
muy
éste
favorecido de España:
la cual,
desde los tiem-
pos del Gran Capitán, había contado para ción de Ñapóles, con
poderosa Ja
familia,
la
la
alianza de aquella turbulenta
que siempre tenía en jaque
el
y
poder y
el
ambición de los Papas. Llegaron á punto
que
conserva-
las
cosas
cardenal Carrafa vino á Francia, y persuadió á II á que rompiese la tregua de Vaucelles, ajus-
Enrique
tada por
el
emperador
al finalizar
tándose, en lugar de esto, con
el
su gobierno, concer-
Papa para
la
conquis-
ta del reino de Ñapóles. Entre tanto fueron presos en
Roma
el
enviado extraordinario de España, Garcilaso
Vega, y otros ministros reales, acusados de conspirar contra Paulo IV y su familia. Exasperados ya con de
la
esto, así Felipe
II
desde Inglaterra, como Carlos
V
des-
de Yuste, y la princesa gobernadora Doña Juana con el Consejo Real desde Valladolid donde á la sazón residía la Corte, rivalizaron en propósitos de hacer un es-
carmiento con Paulo IV, que enseñase de nuevo
de
al
jefe
que debían ser tratados los monarcas católicos de entonces. Con este fin formó el la Iglesia el respeto con
secretario Erasso, á lo que parece, un terrible rial
de agravios,
el
memo-
cual se sometió luego con ciertas
propuestas bien duras, de hostilidad
al
Papa,
examen
al
de una junta de teólogos, reunida en Valladolid; pidiéndose, además, parecer por escrito á otros políticos y juristas de importancia. Púsose á discusión, con este
motivo,
si
podría ó no declarar nula
el
rey de España
Papa Paulo, por suponerla nas condiciones canónicas; examinóse si la
elección del
falta
los
de alguconcilios
nacionales tendrían autoridad para arreglar puntos gra-
vísimos de disciplina eclesiástica en
la
Península, sin 6
el
BOSQUEJO HISTÓRICO
82
permiso y confirmación de la Santa Sede; tratóse de sí se podía ó no ordenar la salida de todos los españoles^
de Roma, y prohibir
España á aquella
cambio de gracias
corte, á
ventilóse, por último,
y armas para reducir les;
constante envío de dinero de
el
al'
si
era ó no
lícito
espiritua-
emplear las
Papa, y exigirle, ya reducido,
importantes concesiones tanto temporales
como
espi-
Entre los individuos de esta junta, cuidadosamente escogidos para el caso, y las demás personas consultadas, hubo pareceres diferentes, bien que mostrándose los más, favorables al empleo del rigor con el rituales.
Papa; distinguiéndose, por su virulencia irrespetuosa contra éste, el áspero, aunque profundo, Melchor Cano, dentro de
y fuera,
la junta;
el
sabio escritor y sagaz di-
plomático D. Francisco de Vargas. algunos,
como
el
mostrasen francamente,
la
No
tampoco
faltaron
de Aragón Bolea, que de-
canciller
gran contradicción que ha-
bía en tratar con dureza á la persona del Papa, cuando al
mismo tiempo se gastaban, en defensa de su
dad, todas las fuerzas de
por más
la
nación española. Felipe
II,
que viese con gusto los osados dictámenes de
muchos de sus consejeros, para apoyar con pretensiones, lo cierto es que se adhirió en al
autori-
ellos
la
sus
práctica
parecer de los más templados, comprendiendo todos
los inconvenientes
que para
él
ofrecía
tal
contienda.
Diéronse, sin embargo, rigurosas órdenes á las costas
y
fronteras, para que no se dejase penetrar á ningún
cursor de letras apostólicas, con blicación en
dispúsose
España de
la salida
que no se enviasen
la
el fin
de evitar
la
pu-
excomunión que se temía;
de todos los españoles de Roma, y allá
dineros por razón alguna; y de-
terminóse, en conclusión, que
el
duque de Alba, nom-
CASA DE AUSTRIA
83
brado ya lugarteniente general del rey en Italia, invadiese desde Ñapóles los Estados Pontificios. Comenzó
duque por escribir una soberbia carta al Papa para que entrase en razón, amenazándole con hacer temblar
el
á Roma á manos del
rigor; echó
mano, sin escrúpulo, rentas eclesiásticas del reino, para formar su ejército, y hasta de las campanas de la ciudad pontificia de
las
de Benevento, para fundir cañones. Pero el Papa, lejos de desalentarse con la invasión de su Estados, exco-
mulgó directamente aquel año en la Bula de la Cena, al rey católico, por haber ocupado á mano armada los lugares pontificios, comenzando, además, á formarle un solemne proceso, en el cual incluyó á su padre, bien que estuviese ya retirado en Yuste. Hizo entonces dos
campañas
el duque de Alba contra los Estados tomando en la primera á Ostia, tras de lo cual se ajustó una inútil tregua; y avistando secretamente en la segunda los mismos muros de Roma, con pro-
fáciles
de
la Iglesia,
pósito, sin duda, de apoderarse por sorpresa de alguna
puerta de
novar
Movió cia
de
la
ciudad:
más no lográndolo,
ni
queriendo re-
estrago de otro tiempo, se retiró sin combate. con todo eso aquella amenaza, junta con la noti-
el
la
á ceder
rota de sus aliados franceses, en
San Quintín,
Papa, abandonando
la causa de la independencia italiana, que tan prematuramente había tomado á su cargo; y el 8 de Septiembre de 1557 fué su ministro, al
cardenal Carrafa, al cuartel general del duque, en Cavi, y ajustó con él la paz en dos tratados, público el uno, el otro secreto. Sometióse en ellos el Papa á deel
clarar »el
»ría
«que abandonaría
que tenía pactada con rey cristianísimo, prometiendo que en adelante sepadre común de los
la liga
fieles,
y se conservaría entre
BOSQUEJO HISTÓRICO
84
y quedó además pactado, que para persuadir al rey católico de la sincera reconciliación de aquella corte, dentro de cuarenta días se presentaría en »ellos neutral»;
Bruselas á darle satisfacciones, rrafa.
No
el
propio cardenal Ca-
habiéndose convenido, sin embargo, expre-
samente que devolviese
el
Papa sus bienes á Marco
Antonio Colonna, su vasallo, pero aliado de España, ni
impuesto
Papa ninguna de
al
compensaciones y
las
.penas proyectadas por los juristas regios, pareció esta
mismo Carlos V en Yuste. Dada, no obstante, la posición que en el mundo católico ocupaba Felipe II, no podía ser más natural su moderación con Paulo IV: en cuanto al duque de
paz desventajosa á muchos, y
al
Alba, hállasele ya, en estos sucesos, con todas sus cualidades características: general de seguros, aunque no brillantes cálculos;
más
atento
gloria; ministro inflexible del
al
éxito que á la vana-
poder
real, hacia el
cual
profesaba más aun que respeto, cierto género de culto; capaz, por obedecer á su rey, de faltar á los deberes de
su conciencia, y
al
Papa mismo, y teniendo en nada sus
bulas y sus censuras comparadas con los decretos reales la
que cumplía. Por
ruptura de
la
la
parte de Flandes, en
el ínterin,
tregua de Vaucelles había sido funestí-
sima para Francia:
la
cual perdió, no tan solo la
ya
San Quintín, ganada facilísimamente por los nuestros á la vista del rey, y mandándolos el duque de Saboya, Manuel Filiberto, así como aquella plaza misma, luego entrada por asalto; sino otra nueva referida batalla de
batalla,
ejército
poco más tarde, en Gravelinas, rigiendo de España
gran soldado.
Y
el
el
Conde de Egmont, gran señor y
gracias que Felipe
II,
á quien se ha
culpado, quizá sin razón bastante de falta de decisión
CASA DE AUSTRIA
85
entonces, no se atrevió á proseguir
de recursos pecuniarios,
la victoria, falto
ya
cual le impedía mantener
lo
reunidas sus vencedoras tropas. «Pluguiese á Dios», decía en 1558 á este propósito,
de
Castilla tratando de dineros,
»con ellos
el
el
Comendador mayor
«que
el
rey se hallara
año pasado, que Calais estuviera
libre,
y
»París hecho carbón.» Pero lo cierto es que, á pesar de
haber perdido nuestra aliada, aquella plaza importante,
gloriosísima
pe
II,
tal
guerra,
mismo en
lo
Italia
la
como
corona de Inglaterra, se ganaron otras, fué
del todo ventajosa para Feli-
y que en Francia, comenzándose
con resolución, siguiéndose con fortuna, y terminándose con moderación discreta. Por el tratado de Chateau-
Cambresi, de 1559, se obligó, entre otras cosas, el rey de Francia, á dejar sus confederaciones con el turco y príncipes protestantes, y á proteger
la religión católica;
Cavi, anuló también las inteligencias, indudable-
y el de mente iniciadas por Papa, con luteranos
poso entre tiéndole
mente
al
y
cardenal Carrafa, ministro del
turcos, contra España; dando re-
dos á Europa por cierto tiempo, y permirey volver á la Península, donde urgente-
los
llamaba, no
menos que
estado de
Hacienda pública. La última con-
le
el difícil
el
la
la
agitación religiosa,
secuencia del gran rompimiento promovido por Paulo IV, fué un hecho singular, hasta aquí desconocido.
Ya hemos
apuntado que aquel Pontífice formó un proceso, ó más bien varios en
Roma, contra
ces, entre los que figuraba
rey Felipe y sus cómpliemperador su padre, acu-
el
el
sándose á todos, no ya de atentar únicamente contra la independencia de la Santa Sede, sino de conatos de en-
venenamiento y otros la
vida
al
delitos,
encaminados á privar de
cardenal Carrafa, su primer ministro. El pro-
BOSQUEJO HISTÓRICO
86
ceso, en especial formado contra Carlos
que dejó
sin fallar el
V
y Felipe II, y Papa Paulo, por causa de la paz,
fué luego declarado nulo y de ningún valor por su sucesor Pío IV, en Consistorio público, cierto,
que condenó á muerte
el
mismo
hermano, que tanta parte habían tomado en contienda. Hízose pública
la
Roma
1561; y habiendo pedido los procesos pañol, para quemarlos, dispuso al
por
la
pasada
primera de estas resolu-
ciones con una bula fechada en
de eso, se entregasen
día,
cardenal Carrafa, y su
al
Mayo de
á 9 de el
embajador es-
Su Santidad que, en vez
rey, á fin de
que hiciese por
sí
que gustase. Fueron en virtud de esto traídos los tales procesos á España, y recogidos de la casa del nuncio, que aquí había; por haber muerto antes de con ellos
lo
entregarlos, se les colocó en un arca, que se llevó
al
archivo de Simancas, formado cual es sabido en aquel
A
tiempo, donde intactos se encuentran todavía.
pesar
de investigaciones prolijas no ha hallado prueba alguna,
en
el
autor de este libro, de que Felipe
Roma
la
II
procurase
persecución y muerte que padeció
antiguo enemigo
el
al fin
su
cardenal Carrafa, por medio del
cual, principalmente, logró
protegido Pío IV. Pero
más
lo
tarde hacer
Papa á su
que es indudable es que
mandó á su embajador Francisco de Vargas, empeñado en favorecerle á causa del servicio últimamente prestado, que le dejase correr su triste suerte.
Y
es
que Carlos Carrafa, luego cardenal, ministro del Papa y arbitro de la paz del mundo, había nacido subdito en Ñapóles del rey de España, y tuvo por tema Felipe
II,
no perdonar jamás á aquellos de sus grandes
vasallos que desconocieron
mínimo. Fué, pues,
el
su autoridad en
éxito de la política
lo
más
de aquel
87
CASA DE AUSTRIA
monarca, en esta primera parte de su reinado, decisivo
y
completo.
No en
la
dejó de ser dichoso tampoco
el hijo
de Carlos
V
lucha que mantuvo durante toda su vida con los
mahometanos, á pesar de algunos descalabros como los de Bugia, Mazagran y los Gelves, y del apoyo que solían hallar las empresas de ellos donde menos pudiera esperarse.
En 1564 reconquistó, después de otra tenPeñón de la Gomera, que antes se ha-
tativa inútil, el
bía perdido, y años después hizo cegar la ría de Tetuán, abrigo constante de piratas berberiscos. Habien-
do dispuesto más tarde que los hijos de
los
moriscos
de Granada concurriesen á las escuelas castellanas, dejando el uso de la lengua y vestidos árabes, así como sus peculiares supersticiones, se originó hacia 1569 la gran rebelión de aquella gente, que aunque no dejó de dar cuidados y de traer gastos y pérdida de hombres, acabó en su derrota y sumisión completas, tras de la cual se proyectó por algunos su
completa expulsión
que no se llevó á cabo por la repugnancia ingénita de Felipe II á toda medida perturbadora y violenta. Señalóse ya como general en aquella guerra el hermano natural del rey, D. Juan de Austria, que de
la
Península,
tiernamente
desde
la
le
había recomendado Carlos V, y mostró
adolescencia
muy
altas
cualidades militares.
Por eso mismo, no bien acabado su aprendizaje en las Alpujarras,
mada
le
confió
el
rey
naval, reunida por
la
el
mando de
Papa San Pío V, se formó entre Venecia y España contra los turcos. La
cias del
panto, inmediatamente alcanzada por
no produjese todos
la
grande
Santa Liga, que á
los frutos
la
ar-
instan-
Santa Sede,
victoria de Lela
liga,
que debían de
aunque
ella
espe-
BOSQUEJO HISTÓRICO
88
acabó con
rarse,
la
superioridad marítima del imperio'
osmánlico, iniciando á no dudarlo su decadencia.
más que ñoles
el
los
honor de
la
diese anteponer á allí
adquirida por
nio la
Y por
venecianos disputasen á los marinos espa-
Colonna,
el
el
jornada, ó que en
la
Roma
se preten-
de D. Juan de Austria
general de
la Iglesia
mismo que había dado
guerra de Paulo IV con Felipe
tanta ocasión á
lo cierto
II,
la gloria
Marco Antoes que la
historia guardará siempre los m.ejores laureles
triunfo para el
de aquel monarca español y para su joven y vale-
roso hermano. Este último fué quien dirigió también la
afortunada expedición contra Túnez, conquistada ya
una vez por su padre, ocupando y fortificando el castillo de la Goleta, que para bien de España se perdió luego, á decir de Cervantes, porque no nos traía sino inútil. Hasta la derrota y muerte de D. Sebastián de Portugal, sobrino carnal del rey Felipe, por los ma-
gasto
que tuvo lugar en Alcázar-Quevir, y bien contra su voluntad, puesto que hizo cuanto pudo para
rroquíes,
impedir aquella empresa temeraria, fueron para larga
muy
á
la
dichosas. Porque muerto también en 1580
el
él
cardenal y arzobispo de Lisboa D. Enrique, sucesor de
D. Sebastián, pretendió
na por
el
el
rey de España aquella coro-
derecho de su madre,
hija primogénita del rey
Manuel
de D. Sebastián, que murió putaron infanta
el
emperatriz Isabel,
la el
célibe.
Grande, bisabuelo
Y
en vano se
la dis-
bastardo D. Antonio, prior de Ocrato, ó
doña Catalina,
hija del infante
la
D. Eduardo, her"
mano del cardenal y rey D. Enrique, y, por consiguiente, más cercana al último posesor, la cual estaba casada con lipe
II,
duque Juan de Braganza. El derecho de Fefundado en una hembra más cercana al tronco,. el
89
CASA DE AUSTRIA antes que en nada, se apoyó á
la
postre eficazmente en
una escuadra de cien velas, confiada á D. Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, y en un ejército poderoso formado en Castilla, con el cual entró en Portugal
duque de Alba, de edad ya de setenta y cuatro años, deshizo el de D. Antonio cerca de Lisboa, y ocupó
el
aquella capital en 24 de Agosto de 1580. Fácilmente
rendidas tras esto Coimbra y Oporto, convocó Feli-
pe
II
las
Cortes portuguesas en Thomar, y en
personalmente jurado por
la
fué
ella
grandeza, prelados y pro-
curadores como legítimo rey. La derrota del prior de
Ocrato y sus naves francesas por en
las Islas
Felipe
11.
la
escuadra de Bazán
Terceras, consumó después
el triunfo
de
Sin embargo, ni Portugal quedó sujeto por la-
zos bastantes, ni de buena voluntad reunido á
España
cual dejó el pon-
entonces, y la casa de Braganza, á
la
derado maquiavelismo de Felipe
residir en Portugal,
poderosa y
libre,
II
no renunció de verdad nunca á sus
pretensiones, disimulándolas únicamente hasta hallar
ocasión oportuna en que satisfacerlas. Felipe pues, en Portugal
lo
II
que en todas partes, cuando se
fué, tra-
taba únicamente de política: harto moderado en su triun-
Pero con ser tantas y tan grandes las empresas de que hemos hecho ya ligera memo-
fo para dejarlo seguro.
ria,
más
todavía puede afirmarse que no fueron ellas las que le
preocuparon en los largos años de su reinado. La
lucha con
el
protestantismo, herencia directa y principal
de su gran padre, como se ha dicho, fué
mió le
la
mejor parte de
la
vida de Felipe
II,
la
así
que consu-
como
la
que
ocasionó los mayores desastres y dolores. Hasta los
sucesos más personales y que más han hecho hablar de él desfavorablemente, están directa ó indirectamen-
BOSQUEJO HISTÓRICO
so
más ó menos relacionados con aquella lucha implacable. Al ciego ardor con que la mantuvo
te y siempre
Felipe
dentro de España, por medio de
II,
la Inquisi-
y en Flandes, Inglaterra ó Francia, ora por las las intrigas, ya valiéndose de legítimos recursos, ya de otros que justamente hoy reputa infación,
armas, ora por
mes
la
conciencia pública, débense de seguro las
negras páginas de su historia y muchas otras de su tiempo. Lo mismo turales,
que
el
la
más
las
de
exageración de sus defectos na-
singular ensañamiento con que
la
poste-
ridad ha tratado su nombre, no á otra cosa que á su
lucha con lipe
II
y
protestantismo deben atribuirse. Son Fe-
el
el
protestantismo, en suma, dos antagonistas
que viven todavía y aun puede decirse que combaten sin tregua, por medio de sus partidarios reseternos,
pectivos, en tica,
el
campo de
la historia
después de haber llenado
medio
siglo,
el
y en
mundo
el
de
real,
la polí-
durante
de escándalo, terror y sangre. los disturbios de Flandes, que siempre
Comenzaron
formarán época en
la historia
de España, por
la
impor-
tancia que en nuestra suerte alcanzaron, corriendo
el
año 1563, y con una liga entre el príncipe de Orange, Guillermo de Nassau, Lamoral, conde de Egmont y y Felipe de Montmorency, conde de Horns, seguidos de varios caballeros del Toisón de Oro, deudos
de
ellos
y otros muchos
tan solo,
al
partidarios.
Iba aquella liga
parecer encaminada, contra
el
gobierno del
antiguo obispo de Arras, ya cardenal de Granvela, principal ministro y consejero, señalado por Felipe II á su hermana Margarita de Parma, gobernadora de Flan-
des. Los tres principales señores referidos habían sido Jiasta allí
muy halagados por
los
monarcas españoles.
91
CASA DE AUSTRIA
Guillermo de Nassau, por su carácter, apellidado Taciturno, sirvió con gloria en los ejércitos del rador,
mandándolos, muerto Borbón
Roma, y
el
el
el
empe-
que asaltó á
día solemne en que abdicó aquél los Esta-
dos de Flandes en Bruselas, salió á la ceremonia apoyado en su hombro, dando así muestra pública de ser los más queridos y confidentes subditos que teEn cuanto á Egmont, ya queda dicho que mandó el ejército de España en la batalla feliz de Gravelinas, debiéndose, en buena parte, la de San Quintín también al
uno de nía.
que capitaneaba. No tan ilustre cuanto los anteriores, había desempeñado asimismo el de Horns altos empleos y servido con acierto en ellos á la corona de España. El más ambicioso, con mucho,
arrojo de
era
el
la
caballería
Taciturno; pero ninguno de ellos se creía tam-
poco suficientemente recompensado, ninguno respetaba ya tanto la sagacidad inteligente y laboriosa de Femiras y esforzado espíritu de Carlos V; ninguno veía con gusto á los españoles administrando ó guardando las provincias flamencas; nin-
lipe
II,
como
guno, en
fin,
Granvela de los consejos
las
altas
dejaba de tenerse por más digno que
negocios de aquellos países y princesa gobernadora. Tales motivos,
dirigir los
de
la
principalmente personales, antes que no las diferen-
condes de Egmont y de Horns murieron luego católicos, fueron los que poco
cias religiosas, puesto
que
los
á poco pusieron en oposición abierta á aquellos señores con Granvela primero, después con la duquesa Margarita, que llegó á no tenerles por leales, y con el
mismo rey Felipe por
último.
habían, en tanto, penetrado con
Las doctrinas luteranas mucho ardor en Flan-
des y de día en día ganaban adeptos, mas esto era es-
92
BOSQUEJO HISTÓRICO
pecialmente entre las clases inferiores del pueblo; que los grandes señores citados y los más de los que seguían su partido, ó no hiceron más que transigir al principio con los protestantes, ó
tes á la larga,
más
si
se declararon protestan-
bien que por convicción propia, fué
por buscar apoyo en elementos populares bastante fuertes para resistir al poder real. En tres puntos principales fijaron sus pretensiones los coligados.
Fué
el
primero que las tropas españolas abandonasen á Flandes, en lo cual «/?or la causa que ellos se saben fue»ron á S.
M. mucho á
la
mano
todos los caballe-
casi
aros de por acá», decía, hacia 1577,
el maestro Pedro Cornejo en su Sumario de las guerras civiles y causas de la rebelión en Flandes. Fué el segundo que se separase del gobierno al cardenal Granvela. Fué el
tercero que se revocasen ó dulcificaran en Flandes los edictos de Carlos V contra los luteranos. Accedió Felipe
II á la primera pretensión, aunque á las claras no tuviese otro objeto que desarmar su autoridad, y acce-
dió también á la segunda,
aunque no sin larga resistenordenando en secreto á Granvela que se retirara temporalmente al Franco-Condado, donde había nacicia,
do. Únicamente respecto de la tercera pretensión fué
después de varias consultas, y no sin disimular, como solía, aparentando lo contrario por algún tiempo, en el
fondo de su corazón inflexible,
este motivo,
al
pronunciando con
cabo, aquella frase famosa de que «más
quería no tener subditos que tenerlos luteranos». Tres
años enteros, rey, Margarita
sin
embargo, desde 1563 hasta 1566,
el
y Granvela estuvieron trabajando incesantemente, y casi siempre de acuerdo, para atraerse las voluntades de aquellos señores, y en particular la
CASA DE AUSTRIA del conde de
Egmont, no escaseando favores, promesas
y halagos. En todo los luteranos
93
y
este tiempo, hasta los edictos contra
el tribunal
mencos rechazaban,
de
la Inquisición,
el
los fla-
ó estuvieron del todo suspensos,
ó tibiamente ejercitaron sus rigores. Pero que
que
la
verdad es
príncipe de Orange, desde 1560, por lo menos,
en que tomó tan á pechos
de
la salida
las tropas
espa-
ñolas, se sentía poseído de la ambición hasta un punto
que, de todas suertes, tenía que hacerle incompatible
á
la
larga con todo gobierno extranjero, y que, desde
que en 1566 se decidió ya por
las doctrinas
luteranas
que había profesado, como su padre, en la niñez, y abandonado luego por seguir á Carlos V, quedando para siempre imposibilitado de ser Si fué la severidad inútil, sido, para él
como para
fiel
subdito de Felipe
inútiles
los suyos,
II.
no menos habrían
nuevas concesiones.
Sagaz, reservado, valeroso, perseverante, Guillermo
de Orange estaba destinado á
ser, cual fué, el
verdadero
caudillo de la independencia de aquellas provincias;
aunque
le
suponga
falto
y de ambición su apasionado
Motley, porque no aspiró á ceñirse en ellas
no puede dudarse que tenía en
alto
grado
el
la
corona,
amor
del
poder, y que, con el modesto nombre de conde, quiso ser, y fué al cabo soberano. Menos decidido, menos respetable también por su conducta personal, bastante
desarreglada, tocante á intereses, vanaglorioso, negli-
más corazón que cabeza, y estimándose mismo que despreciaba naturalmente á todo mundo, ni era Egmont á propósito para dirigir una
gente, con tanto á el
sí
revolución, ni podía resignarse á ser un subdito de los
que se querían ya en aquella época, y como era, por el mismo duque de Alba, á quien se encargó su
ejemplo,
BOSQUEJO HISTÓRICO
94
buen príncipe Filiberto de Saboya, que había
castigo. El
Egmont á sus órdenes en San
tenido á
ya su carácter de
cribió
Quintín, le des-
manera que decimos á
la
Branthóme, según refiere este autor, su contemporáneo, en las Vidas de los grandes capitanes extranje-
No
ros.
con mejores colores
Mr. Gachard en nuestros con
tratos
el
días,
le
ha pintado también
censurando sus dobles
partido de la independencia y con Feli-
y por más que otro escritor belga Mr. Teodoro Juste, haya pretendido poetizar después su carácter, pe
II
:
preciso es reconocer que no aparece de los documentos
muy
estimable. Hasta
el
ser valentísimo soldado,
según reconocía Filiberto de Saboya,
muy buen
juez
más peligroso su
carácter y
más
en
la
materia, hacía
sensible su equívoca actitud en la revolución iniciada.
Y en
el
entretanto que estos grandes señores conspira-
ban más ó menos abiertamente contra des, ó
le
el
rey en Flan-
entretenían con viajes á España,
Egmont y embajadas
cual la de
como
el
de
Montigny y Berghes,
pretendiendo tratar de un arreglo quizá imposible, y que no es seguro que de buena fe se buscase por parte del
mayor número, rompió
el
bajo pueblo flamenco en
feroces tumultos por varias partes. Estimulado por los
predicadores luteranos, comenzó ya á insultar las cosas sagradas, á destruir y saquear iglesias, á declararse por
fin
en abierta rebelión, política y religiosa. En-
tonces también fué cuando, de resultas de ciertas palabras de desprecio pronunciadas por
la
princesa gober-
nadora contra los sediciosos, adoptaron ellos
el
nom-
bre de Mendigos ó Gueux, y el principe de Orange y los condes de Egmont y de Horns, así como todos los
señores coligados, hicieron alarde de gritar Vivan tos
CASA DE AUSTRIA
Gaeusen
Ya en
sus banquetes.
Mr. Guizot en
la
1566,
introducción á
sucesos, escrita por
el
95
la
como reconoce
Historia de estos
anglo-americano Motley, eran,
de consiguiente, los señores citados, reconocidos ó secretos jefes de aquellos sediciosos iconoclastas, por
más que muchos de
no hubieran dejado de ser ó llamarse católicos. Puede, en verdad, defenderse, no ellos
buenas razones ahora, que no debían consentir los flamencos en ser gobernados por un monarca propio, sin
pero que, residiendo
lejos,
se servía de algunos minis-
tros extraños, pues no otros fueron precisamente los
motivos del levantamiento castellano en tiempos de Carlos V. También pudiera hoy sostenerse, aunque
desconociendo ya
las
condiciones humanas,
eternas
que debió preferir Felipe
II
á
resistencia que hizo, eí
la
espontáneo abandono de derechos que, dado
el princi-
Lo que
pio monárquico, eran incontestables en Flandes.
ya nadie sostendrá de buena
fe,
cuando también cono-
cida está la índole de las revoluciones, es que en 1566
no hubiese llegado para
el
gobierno español
la
hora de
defender su autoridad en Flandes; ó bien que algún poder antiguo ó moderno haya dejado de resistir con armas
y castigos en casos lento,
parte,
iguales. Antes, cual solía,
que no de precipitado, en esto Felipe
aunque fuera siempre
útil el
que le
viaje allá,
aconsejaron muchos, no habría hecho con ro, sino retardar
pecó de Por otra
II.
él,
de segu-
pocos años ó meses una revolución de
todas suertes inevitable. El caso fué, en tanto, que
monarca español, que nunca había cedido á gusto á exigencias de aquellos subditos, y que, sobre
la
el
las
sus-
pensión del Santo Oficio y los edictos, había hecho ya secretas protestas, profundamente irritado
al fin
con la
BOSQUEJO HISTÓRICO
96
más exasperado aún con el caque comenzaba á darse á la contienda,
Oposición política, pero rácter religioso
dispuso que pasara á ayudar á su hermana Margarita el gobierno de Flandes, y en realidad á encargarse de éste enteramente, como se encargó luego, el duque de Alba, D. Fernando Alvarez de Toledo, de quien se
en
Italia y se valió más tarde en Portugal; hombre de guerra de más confianza del emperador, su padre, en Alemania, el más respetado por él mismo de sus consejeros políticos, el jefe de uno de los dos partidos que dividían su corte. Consta hoy por la co-
había valido en
el
rrespondencia que ha publicado Gachard, que cuando el
duque de Alba
salió
de España, llevaba órdenes
terminantes del rey para prender y procesar como traidores á los grandes señores que protegían á los Gueux,
y en
primer lugar, naturalmente, á los condes de Eg-
mont y de Horns; para castigar del mismo modo á los demás que resultasen culpables; para restablecer en iodo su vigor los edictos de Carlos jes,
V
contra los here-
cuya ejecución estaba suspendida, y aun la Inquimisma, poniendo duro freno á las ciudades agi-
sición
tadas.
No
anteponía
era el
hombre aquel monárquico
servicio del
rey
al del
ardiente,
que
Papa, de dejar de
cumplir estos decretos reales. Entró en Flandes por
Agosto de 1567 les
sacados de
al
las
frente de tres tercios viejos españo-
guarniciones de
Italia,
desde donde
los condujo hasta allí por Saboya y Borgoña, no sin vencer grandísimas dificultades; y habiéndose puesto en salvo antes de su llegada, en Alemania, el príncipe
de Orange con su hermano Luis de Nassau, que eran
más comprometidos y los más avisados, prendió sólo á los condes de Egmont y de Horns, sujetándoles los
CASA DE AUSTRIA
97
á un proceso, que duró desde primeros de Septiembre de aquel año hasta 4 de Junio del siguiente. Considerando
las culpas
que resultaron, desde
el
punto de vis-
ta de justicia política ahora,
no cabe duda en que la pena de muerte, impuesta á los dos condes, fué excesiva: no hay porqué decir otro tanto si se atiende á la
extensión que, por consentimiento común, tenía lito
de lesa magestad en
el siglo
el
de-
décimo sexto. Habían
sido ambos condes fautores, con justo ó injusto fin, de verdaderas sediciones; habían formado una liga para resistir, hasta con la fuerza, la ejecución de ciertos
decretos reales; no habían dejado de estar nunca en
más
ó
menos
inteligencia con el príncipe de
que se hallaba en rebelión
Orange,
desde antes de terminar el proceso; tanto que, cuando se ejecutó la sentencia, ya había hecho invadir á mano armada, por medio de su
abierta,
hermano Luis de Nassau,
los
Estados de
Flandes. declarándolos independientes del nieto de Felipe el
los
Hermoso, su
legítimo soberano.
dos señores sobredichos,
ni
Verdad es que
dejaron realmente de
ser católicos, ni llegaron á tomar las armas contra el
monarca; pero
mera conspiración para oponerse á los solía ser castigada con la pena de muer-
la
decretos reales,
te en todas las naciones del
quiera que sea,
la
mundo entonces. Como
ejecución de los dos condes en Bru-
selas el 5 de Junio de 1568, constituye uno de los he-
chos que más han dado que hablar contra Felipe
como
lí,
así
duque de Alba, y en general, contra los españoles; y eso que, admitiendo que hubo rigor sobrado en la pena, ni puede decirse que fueron inocentes contra
el
los condes, ni
que dejasen de deplorar su castigo los españoles mismos. Sábese, por el contrario, que uno
BOSQUEJO HISTÓRICO
98
de nuestros maestres de campo, quizá el famoso Julián Romero, previno á tiempo á Egmont que se pusiese en salvo, igualmente que otros capitanes españoles;
y hasta D. Hernando de Toledo, hijo natural del duque de Alba, pocos momentos antes de su prisión, le aconBranthóme dice sejó reservadamente que escapase .
textualmente en su obra antecitada «que no hubo es»pañol que no llorase á Egmont, y que
el
duque de
»Alba dio grandes señales de tristeza, aunque hubiese condenado á muerte». Ni
»le
vista la,
extranjero que escribiese
y
al
él
mismo
faltó testigo
de
cardenal Granve-
relatándole el suceso, que había llorado á lágrima
propio duque de Alba.
viva, durante la ejecución,
el
Piénsese ahora de un modo
ú otro acerca de este asun-
to,
en que nos hemos detenido más de
el particular interés
que excita,
zó, á la par con él, la guerra
por
lo ordinario,
lo cierto
es que comen-
famosa de Flandes, que
duró no menos de ochenta años. Precisamente en los
mismos
días del
ejército real del
rrectos,
que mandaba
con gran trabajo, pronto
el
suplicio de los
condes, fué roto
conde de Aremberg por
si
el
el
el
de los insu-
No muy
invasor Luis de Nassau.
bien con habilidad suma, echó
duque de Alba á Luis de Nassau de Flandes;
levantó luego cindadelas durante su gobierno; hizo in-
numerables castigos; mas no pudo reducir con todo eso á los sublevados. Estrelláronse
allí
durante siete
años el bonísimo ingenio, la singular elocuencia, la reserva y previsión infinitas que
que
el
el
veneciano Antonio
duque de Alba, no menos rigor sangriento que por única vez empleó en
Ticpolo reconocía en
el
viejo
su dilatada vida. Ni tuvo mejor fortuna con su constancia invencible, su
consumada experiencia y su
habí-
CASA DE AUSTRIA lidad militar ni
y
política
alcanzaron más
el
99
D. Luis de Zúñiga y Requenses; brillante valor, la gloria, la astu-
y la blandura de Don Juan de Austria, ó las dotes de grandes capitanes y hábiles políticos del duque de Parcia
ma, Alejandro Farnesio, y del discípulo mejor del mismo duque de Alba, D. Pedro Enriquez de Guzmán, conde de Fuentes de Val de Opero. La guerra á tanta distancia de la Península, y entre tantas poderosas naciones
enemigas nuestras, que auxiliaban sin cesar á los insuera de imposible buen éxito; y convencido de
rrectos,
ello al cabo, Felipe
II
cedió,
al
morir, aquellas provin-
cias á su hija la infanta Clara Eugenia,
muy poco antes casada con Alberto, archiduque de Austria. No habrían podido, no, las siete provincias, que á la sazón formaron la república de Holanda, resistir por sí solas á los terribles tercios españoles,
que allí precisamente llevaron á cabo increíbles hazañas. Fué menester que todos los poderosos protestantes y todos los enemigos polí-
ticos de la supremacía española en Europa, estuviesen
á su lado en aquella tremenda lucha, para que pudieran alcanzar su independencia.
De
aquí nació, por otra
parte, que estuviese casi
España luego en mala inteligencia constante con Inglaterra y Francia, que eran las
principales naciones auxiliares de los insurrectos. Feli-
pe tal
que quiso casarse con Isabel de Inglaterra, con que se mantuviera fiel á la religión católica, no fué
11,
luego tan encarnizado enemigo suyo, sino porque ayudaba, más ó menos manifiestamente, á los herejes flamencos; y aun por eso envió contra Inglaterra su Invencible armada, de tan triste memoria, y otra menor,
pero igualmente desgraciada. Tal fué asimismo el prinmotivo de que con tanto calor abrazase el partido
cipal
BOSQUEJO HISTÓRICO
100
de María Stuardo, y de que prestara eficaz apoyo á ciertas conjuraciones de los señores escoceses, que tuvieron por objeto quitarle á su rival vida.
Tampoco tuvo
intervención de Felipe
de Médicis, por
la
hombres de
la
constante
felicitase á
matanza famosa de
de San Bartolomé, atento á que mil
la
en los negocios de Francia; y
II
no hay que maravillarse mucho de que talina
poder ó
el
diverso fundamento
ella evitó el
la
Ca-
noche
que doce
mejores de Francia, preparados
los
ios protestantes, invadiesen nuestras provincias
ya por
flamencas, según refiere Branthóme, y confiesan otros autores de
época,
la
nos declarase
y que
el
mismo rey Carlos IX
guerra. Por lo demás,
la
la
matanza de
San Bartolomé fué exclusivamente tramada por la reina madre de Francia y los grandes señores de aquella nación, bárbaramente enemigos del almirante de Coligny, abusando de la imbécil debilidad de Carlos IX, y
apoyándose en
el
fanatismo católico de
la
población
parisiense. Esto resulta con evidencia, entre otras partes,
en
no ha mucho publicado en francés por
el libro
Mr. de Croze, acerca de lipe II. Hasta talina
al
los
Guisas, los Valois y Femonarca á Ca-
escribirle este último
de Médicis que en aquella acción «había bien
mostrado
lo
que tenía en su cristiano pecho»,
clara-
mente dio á entender, que había sido secreta para él una resolución que le era tan úíi!, y de que tanto por eso mismo se
felicitaba.
de todo punto, en
el
No
fué,
en cambio, inocente
asesinato del príncipe de Orange,
su antiguo y rebelde subdito; porque siguiendo
tumbre
legal
puso como
la
cos-
de aquellos tiempos y los posteriores, su cabeza á precio. Sin duda que la in-
tal
tervención del duque de
Parma en aquel
trágico hecho,
CASA DE AUSTRIA
101
mismo que la muerte de Montigny, hermano del conde de Horns, y agente y cómplice de los señores flamencos, ejecutada secretamente en Simancas, fingienlo
do haber sido natural,
ni
más
ni
menos que
el asesi-
nato del Secretario Escovedo, cometido en Madrid más tarde, son justamente reprobados
hoy por
la
concien-
humana. Bien que sea notorio que no hubo príncipe en Europa, por aquel tiempo, de quien no se puedan referir casos iguales, no por eso hemos de pretender cia
excusarlos.
Mas no
seríamos tampoco imparciales
si
no dejásemos aquí consignado que Felipe II obró siempre de acuerdo con sus ministros, no haciendo en muchos casos sino permitir que ellos resolviesen por solos;
eso, tratándose á las veces de
y
sí
hombres como
Alejandro Farnesio, que fueron honor de su siglo. Quizá no será importuno que recordemos también, con esta ocasión, lo que ya en otra sito del
hemos
derecho que se arrogaban á
de sentenciar á muerte
sin
forma de
la
dicho, á propó-
sazón los reyes
juicio á sus subdi-
asombro se aprende» decíamos en la exposición de las Ideas políticas de los españoles durante la casa de Austria, tratando de los procesos escandalosos de Antonio Pérez, «que ni un rey sincera»mente cristiano, sin duda alguna, ni hombres de la ma-
tos.
«No
sin
»yor calidad en
el
Estado,
ni siquiera los
de
iglesia, ó
»consultados antes ó llamados luego á examinar nueva-
»mente
la
causa de Escovedo, para acallar inquietudes
»justas de la real conciencia, sospecharon siquiera, á lo
»que parece, que estuviese fuera de »luta
de los monarcas
la
la
disposición
autoridad abso-
y sanción de un
»hecho semejante; y eso que era preciso suponer nada »menos sino que el rey podía abocar así en secreto,
BOSQUEJO HISTÓRICO
102
»y resumir en las soledades de su conciencia, toda ^jurisdicción de
un tribunal único, todas
»de un procedimiento legítimo, toda
>una sentencia imparcial, toda »la
la
la
las garantías
solemnidad de
la
santidad también de
cosa juzgada, y que había que emplear ó consentir, la pena los instrumen-
»por último, en la ejecución de
»tos é intrigas peculiares á los delincuentes »tos
y á los delicomunes». Años después, decía en verdad Saave-
dra Fajardo, que «el que hace
la justicia
á escondidas,
»más parece asesino que príncipe»; pero
la
práctica
pasó sin grave escándalo, tanto en el caso de Escove-
do como en
cuando
el
los anteriores.
Ni podía ser de otro modo,
mismo confesor de Felipe
Chaves, se atrevió á decirle á
II,
Fray Diego de
éste, en cierta carta im-
presa por Antonio Pérez en sus Relaciones, «que
el
»príncipe seglar, que tiene poder sobre la vida de sus
»súbditos
y
vasallos,
como se
la
puede quitar por justas
»causas y por juicios formados, lo puede hacer sin él, »teniendo testigos; pues la orden en lo demás y tela de »los juicios es nacida por sus leyes,
en
las cuales él
»mismo puede dispensar». Falta añadir que no era esta .doctrina propia de políticos españoles solamente, sino
que
la
misma se profesó en Francia y en toda Europa
por muchos, durante aquel siglo.
Y
á un prínipe de
tal
manera aconsejado hasta en el tribunal de la conciencia, por hombres á quienes cegaba la exageración del principio monárquico, ni más ni menos que la del de la soberanía popular cegó á fines del siglo último á los terroristas franceses, bien
pudo por
crúpulos condenar á muerte, por
que eran ó
creía dignos
de
tal
sí
lo
mismo
sin es-
solo, á los subditos
pena,
de Orange, Montigny y Escovedo.
como
De
el
príncipe
aquí viene,
103
CASA DE AUSTRIA
hecho observado por Mr. Guizot, de que los actos más odiosos de este género los cumpliese Felipe II con una evidente seguridad de espíritu. Era él, en
pues,
el
suma, un fanático religioso y político, aunque profundamente sincero y hasta dotado de natural moderación;
y no es su mano
la
des, sino la negra
que se siente en
mano de
tales arbitrarieda-
su siglo: la triste práctica
que había engendrado como un anarquía feudal de la Edad Media, y que
del ideal monárquico,
progreso
la
estaban, á la sazón, vistiendo, con falsas galas científicas, los lógicos del Renacimiento, comenzando por
tomar ejemplos del régimen más tiránico que hasta aquí haya conocido la tierra: es, á saber, el de los Césares romanos.
Pero hemos hablado ya de Flandes y al paso de Mon tigny y de Escovedo; es hora de decir algo de ciertos sucesos, íntimamente relacionados con aquellas personas, que son de los
pe
II,
así
como
Hablemios de
la
los
más
siniestros del reinado
que más tocan á su vida
prisión
y muerte
del príncipe
de
Feli-
privada.
D. Carlos
por una parte, y por otra del proceso de Antonio Pérez, seguido de las alteraciones de Aragón y las graves consecuencias que produjeron. Mientras más de cerca se miran
las
relaciones del príncipe D. Carlos con Feli-
ha dicho Mr. Guizot con fundamento, mayor convicción se adquiere «de que no hubo por uno ni por :>otro lado crimen alguno, cometido ó proyectado; y que
pe
II,
sombría inquietud del padre, respecto á los senti»mientos y la conducta futura del hijo, en materias reli-
»la
>giosas, dan la verdadera explicación de todo.» Exac-
no dudar, estas palabras por lo que hasta aquí resulta sobre Felipe II. Pero en cuanto á D. Cartas son, á
BOSQUEJO HISTRICO
104
los bien
que sea
cierto
que
su inteligencia ni su ca-
ni
rácter le hacían á propósito para formales empresas,
no puede negarse que ostentó siempre una oposición sistemática, y, cos, culpable á
dado
el rigor
la política
trado Mr. Carlos de
de los principios monárqui-
de su padre. Así
Moüy
lo
ha demos-
recientemente, y lo ha con-
firmado luego Mr. Gachard, nada parcial, por cierto, del rey Felipe en este asunto.
Duda, á
verdad, este
la
último autor que conspirase D. Carlos con Montigny,
y
el
barón de Berghes, enviados en Madrid de los se-
ñores coligados ya en Flandes contra ñol, tratando cias,
el
gobierno espa-
de pasar secretamente á aquellas provin-
y apoderarse de
ellas,
en vida de su padre;
más
todos los historiadores españoles del tiempo, y con ellos
Mr. de Moüy, dan á esto crédito. Relata
el
propio Ga-
chard, en otra parte, extensamente, sus descabellados
proyectos de escaparse de
la
Península para
ir
á
Italia,
donde no podían llamarle ciertamente otros propósitos, que
los
mismos que, según parece, pretendía
llevar á
Flandes; es á saber, quitarle á su padre unas provincias que, por estar separadas del centro de
debían apetecer
la
la
monarquía,
independencia. La exactitud de lo
último confirma, á nuestro juicio, la de
lo
primero.
No
cabe dudar tampoco, que aborrecía mortalmente D. Carlos á su padre, sin
que se hallen otros fundamentos para
este aborrecimiento impío, que su ambición irreflexiva
ó vaga y su carácter, con todo prichoso, violento
y hasta
el
cruel.
mundo por
De
lo
igual ca-
que escribió
príncipe mismo, ya varias veces publicado,
el
al
doctor
Suarez de Toledo, hombre en quien él depositaba sus mayores confianzas, se deduce claramente, así que conspiró, en efecto, con Montigny, cuya secreta muer-
CASA DE AUSTRIA
105
de este modo muy explicable, como que á semejanza de su abuela Doña Juana la Loca, tenía el capricho á las veces de no cumplir sus deberes religiosos, sin que haya tampoco el menor motivo para pensar que le moviesen á ello opiniones heréticas. De otras de sus te seria
rarezas no hay que hablar aquí, por ser no nocidas, que inexplicables las más.
Y
menos
co-
es que,
lo cierto
contemplando serenamente los dichos ó hechos de aquel príncipe infortunado, parece imposible dejar de tenerle por
una de dos cosas: ó por malvado, ó por
loco; induciéndonos todo á preferir la suposición últi-
ma. Hállase realmente en toda esta Isabel,
madre de
algunos hasta el delirio,
cir
de
desde Doña
Reina Católica, hasta su cuarto nie-
D. Carlos, algo de singular que eleva á
to el príncipe
en
la
familia,
el
en
genio y hace caer á otros, cuando no la
Doña Juana
Nada hay ya que deLoca, primera nieta de Doña Isa-
extravagancia. la
prematuro y raro deseo de Carlos V de hacerse monje, así como de algunas de sus acciones en
bel,
y en
el
Yuste, sobre todo en ra cierta,
la
de
las
exequias en vida,
si
fue-
algo también se advierte que no es sano ni
natural. El propio Felipe
cie
II padeció siempre una espede hipocondría invencible, que solo aliviaba, algún
tanto, la continua lectura de papeles,
camente en cipe D.
la
soledad ó
el silencio.
y se calmaba úni-
En cuanto
odios y de sus arranques coléricos; lo vago y
minado de su proyectos en
al prín-
Carlos, lo completamente infundado de sus
políticos; el
lo
desca-
extraño desarreglo,
de su vida privada, antes y después de su prisión, dan á entender de sobra lo que sospechamos: es fin,
decir, que, por lo
menos, padecía pasajeros accesos de
demencia. En varias de las cartas que escribió sobre su
BOSQUEJO HIS TRICO
106
detención el padre, habla de defecto en el juicio de D. Carlos, y particularmente al emperador le dijo, que su determinación respecto á aquél no iba enderezada d castigo de culpa; explicándole, además, á la emperatriz, su hermana, la conducta del hijo «por su natural T>y
No
condición y la falta que en esto se entendía. »
pudo decir más tiempo, que
claro,
le tenia,
en
el
lenguaje
oficial
de aquel
no por criminal, sino por
seso.
¿Y se ha pensado
•en la
segunda mitad del
'bien lo
falto
que era carecer de
siglo xvi, el heredero
monarquía española? ¿Hánse todos hasta aquí
de él,
de
la
fijado
bastantemente sobre los amargos pensamientos, ó los cuidados acerbísimos, que debió esto causar á un hombre entregado con alma y vida, á fía
y
del
mundo en
la
gran
crisis
la
dirección de Espa-
de aquel siglo? El en-
cierro del príncipe acordado, á la postre, por el infeliz
padre, á quien desde niño tantos y tan hondos disgustos había traído, no es ya, en verdad, mirado
como
in-
justo por ningún célebre escritor de nuestro tiempo.
«Indudablemente, dice Mr. Gachard, tuvo graves moti-
»vos
el
monarca para privar de
la libertad
á su hijo,
»porque no podía permitir que este se pusiese en rebe^lión abierta contra
él,
y que con proyectos inconside-
»rados, cuando no facciosos, perturbase ó llevara la re»belión á las provincias de la monarquía; pero ¿no le
abastaba destruir estos proyectos, asegurándose de su » persona?
¿Era preciso que
le tratara
como
reo de Es-
y servidores, que le sometiendo á un espionaje
»tado, que le separara de amigos
^negara »
el
espacio y
el aire,
incesante, día y noche, sus acciones, sus palabras
>hasta sus pensamientos? ¿Debía reducirle, en
fin,
y
á la
^desesperación, precipitándole á atentar contra sus días
CASA DE AUSTRL\
Í07
>por cuantos medios quedaban á su alcance?
^solamente
el
hierro, el
veneno ó
el
No matan
garrote: los tor-
>mentos morales son un suplicio también, y difícilmen»te podrá justificarse ante la posteridad á Felipe II de
que hizo padecer á su
»los
Y
hijo.»
he aquí
lo
puede, hasta ahora, censurarse realmente, de
más que la
con-
ducta de Felipe en aquel asunto. Porque tocante á que
D. Carlos, fué inmediatamente víctima de su propio y voluntario desarreglo en la comida, la bebida y el sueño, ya entregándose á las tres cosas con exceso, ya absteniéndose de ellas de propósito, por muchos días seguidos, y del abandono de todo género de cuidados higiénicos, pocos son los que
manlo, por
contrario, de
el
dudan
consuno
al
presente. Afír-
los
despachos de
todos los historiadores españoles contemporáneos, sin
haber documento formal que
lo
contradiga.
No ha
des-
aparecido, con todo eso, la sospecha de que acabase
vida
el
príncipe, en
dre.
Y
es que
la
un suplicio,
la
condenado por su pa-
circunstancia de haberse ejecutado por
orden de éste otras muertes secretas, hasta largo tiem-
po después juzgadas naturales,
el
misterio con que ha-
blan varios historiadores españoles, y Cabrera entre ellos,
como
de un suceso singularísimo siempre y escandaloso, el de la prisión de D. Carlos, dadas las ideas mo-
nárquicas de
la
época, las reticencias de Antonio Pérez,
que bien pueden referirse solamente á
embargo, tes
las
la prisión, sin
acusaciones interesadas de los protestan-
y contemporáneos, principalmente, del príncipe de
Orange en su famosa Apología, la relación novelesca del Abate de San Real, copiada, traducida, esparcida por todas partes, cual
que entre
sí
si
se tratara de obras diversas,
confirmaran un propio suceso,
la antipatía
BOSQUEJO HISTÓRICO
108
profunda, en
moderno
fin,
el ideal
tiempo á que vertirle
la
que, no sin razón, inspira social de Felipe
opinión de
al
mundo
conspiran á un
II,
muchos se empeñe en con-
en parricida, luchando brazo á brazo con los re-
sultados que ofrece
el
estudio de los numerosos docu-
mentos contemporáneos. Entre tanto Mr. de Moüy, y Mr. Gachard juzgan ya, por su parte, completamente esclarecido
el
asunto, absolviendo de
la
nota de parri-
y aunque no hayan faltado habilidad ni erudición, á un moderno escritor español, para mantecida á Felipe
ner todavía
II;
la
versión opuesta, no son
las anteriores sus
más
eficaces que
pruebas. La opinión del autor de este
trabajo es, en el ínterin,
ya que no puede excusarse de que la falsa idea que Feli-
darla en tan grave asunto,
pe
II
tal
y como
tenía de sus deberes temporales
Sessa, en
la el
expuso
el
mismo al
espirituales, era
fuego para su propio
hallase en culpa semejante;
tratándose de salvar ó perder
empeño
y
herético D. Carlos de
auto de fe de Valladolid, diciéndole, que
no titubearía en llevar leña si le
al
la
hijo,
y que, por lo mismo, causa, que con tamaño
defendía, era capaz de condenar, en efecto, á
muerte á D. Carlos, á haberle juzgado verdadero reo
de to,
traición ó herejía.
que
el
Otro se maravillaría más, por tan-
autor de este libro, de que algún día se en-
contrase un documento, por donde resultara ser esa
verdad realmente; pero no
lo
espera.
Y
la
los datos hasta
aquí reunidos, que parece imposible que ya se aumenten, ral
no permiten creer sino que
falleció
de muerte natu-
D. Carlos, bien que provocada por sus ordinarios
excesos y otros más dañosos á que se entregó despechado, durante su breve encierro. Aquel pobre príncipe, que no estaba probablemente en su cabal juicio an-
CASA DE AUSTRIA tes,
109
con eso, cual suele acontecer, acabó de perderlo.
De que
no fué protestante,
ni
por principios adversario
del catolicismo, dieron, por otra parte, suficiente prue-
momentos,
ba, sus últimos tes.
decir de todos, edifican-
Detestó á veces, indeliberadamente, á los clérigos,
como la
al
detestaba, sin razón, á su propio padre, á su tía
princesa gobernadora
Doña Juana y
al
duque de el mun-
Alba; y según parece, en ciertos ratos á todo
do. Semejante rey para la monarquía española hubiera
sido su inmediata ruina, y Dios sabe que otro aspecto
habría ofrecido
respectiva historia del catolicismo y del protestantismo á haber reinado. Si fué suspicaz el la
padre durante
el
cer, á la par,
que como
encierro de su hijo, justo es reconoél
hubiera llegado en aquella
sazón á escapársele, pasando á
Italia
ó Flandes, habría
causado perjuicios irremediables. La muerte de D. Carios,
en
tal
estado, y cuando tantos peligros traía su
vida, libró, pues, sin duda, de un gran peso á Felipe
11;
pero de esto solo no es lógico deducir, que procurase ó celebrase su muerte.
Difícil sería,
por
el
contrario,
demostrar que, desde Francia, tuviera algún interés
Antonio Pérez en decirle á Mr. Zumet, en sus segundas cartas,
quinta de
«lloró tres días por su hijo,
no siendo
cierto.
la
centésima
que aquel monarca
con ser su perseguidor;
Precisamente
la
>-
dicha carta trataba
del fallecimiento de su propia hija Gregoria, á la cual
suponía Pérez víctima de las persecuciones del rey contra su familia;
y era mala ocasión, ciertamente, para
mentir en provecho de este último. Por las líneas
lo demás, en de Mr. Gachard, copiadas antes, parece como
que rinde
el ilustre
historiador algún tributo,
general de que Felipe
II
al
deseo
no resulte del todo inocente en
BOSQUEJO HISTÓRICO
lio el asunto.
De
tenerle en completa seguridad no podía
menos de provenir tormentos morales para cualquiera, y más para una persona de cerebro tan exaltado como el príncipe: pero eso era irremediable. Lo malo que hubo aquí, cual siempre, en Felipe II, fué además de su frialdad
más
de alma, cierta inclinación á mostrarse todavía
firme y duro que era, con
peto y hasta
y que
él
de mantener
el fin
el res-
espanto que llegó á inspirar su persona,
el
consideraba indispensable para su autoridad.
Negarse tenazmente á ver á su cuando más, y las luego,
sin
que
hijo, sino
advirtiese,
él lo
de modo que únicamente
to su confidente ter singular
Antonio Pérez, era
y
de
lejos,
llorarle á so-
lo
supiera de cier-
lo
propio del carác-
de aquel monarca. El embajador francés
Forquevaulx, que,
al referir la
muerte de
la reina Isa-
buen marido, notó, sin tiernísimas palabras con que se des-
bel á su corte, le calificaba de
embargo, que á pedía de
las
joven princesa, respondió siempre con
él la
fría constancia,
como
si
creyese que no estaba su
fin
tan
cerca. Otro tanto es sabido que afectaba creer respecto del fin de su hijo.
entero consagrado ba, hasta que
Y
es que aquel grande espíritu, por
al
poder y á
más no
manos; y aun no se rendía á tad manifiesta.
la
dominación, rehusa-
podía, rendirse á los afectos huellos sino contra su volun-
Su disimulo era
la
clave de un sistema
completo de conducta.
No milia
fueron los de Carlos los únicos disgustos de fa-
que tuvo Felipe
II.
Juan de Austria, según
Era su hermano natural don
le
pintó en 1572
el
veneciano
Antonio Tiépolo, hombre de temperamento colérico y sanguíneo, vivo, valiente y deseoso de gloria, habien-
do favorecido mucho, por
lo
que
el
mismo embajador
CASA DE AUSTRIA dice, la formación de la Liga,
llí
que dio en
fruto la bata-
de mejorar de estado, hallándose muy mal contento del que en España alcanzaba. Tiépalo suponía que aquel gran triunfo fué exclusivamente lla naval, con el fin
debido á lado,
industria
la
y de otro á
la
y valor de
los
venecianos de un
resolución del joven y exforzado
bastardo de Carlos V, cuyos laureles inútilmente querían traspasar á otro los
romanos. Felipe
II,
que
dijo al
saber las nuevas del gran suceso, con su frialdad ordinaria, aquella frase célebre
de
mucho ha aventurado
D. Juan, aunque no compartiera
ardor de éste, ni
el
mirase con gusto su creciente ambición, no dejó nunca de proporcionarle ocasiones en que adquirir nuevas glo-
miraba con amor, y de que no eran sus recelos, en los principios al menos, muy graves. Cuando debieron estos despertarse en su ánimo rias:
fué
prueba de que
al
le
verle pretender con insistencia, que para
él
se
fundase un reino cristiano en Túnez, que el año 1575 ganó sin resistencia; proyecto entonces quimérico, pero grande, y que, á no haber estado ocupada España en la lucha con los protestantes, pudiera quizá emprenderse con probabilidad, y no escaso provecho de la civilización
en África. Sordo Felipe
II
á tales deseos,
desde luego, y perdidas, poco después, Túnez y la fortaleza de la Goleta que la defendía, aspiró D. Juan, sucesivamente, á los tronos de Francia y de Inglaterra, mientras tuvo á su cargo
el
gobierno deFlandes. Acre-
centáronse ya con esto bastante príncipe
tal
como Felipe
II
tenía,
los recelos
que á un
necesariamente, que
inspirarle la ambición generosa, pero impaciente
hermano; más no hizo,
sin
embargo, contra
él
de su
demos-
tración alguna, ni le quitó de las manos, cual pudiera..
BOSQUEJO HISTÓRICO
112
los
medios de alimentar sus temerarias aspiraciones.
Contentóse con cerrar á
ellas las puertas
mente que nunca, por su vas, hasta
el título
más
estrecha-
parte, negándole, con evasi-
de infante de España, que
el glorio-
so bastardo pretendía por sus hechos. Comenzó,
al
pro-
pio tiempo á vigilarle secretamente, llegando á sospechar, al cabo, que su secretario, Juan de Escovedo,
le
estimulaba á poner por obra alguno de sus ambiciosos
pensamientos. Sugirióle, principalmente, esta idea, esforzándola de día en Pérez, por cuya
día,
mano pasaban,
cios de Flandes: hombre, to
Badoero, discretísimo,
ber, de
su famoso ministro Antonio
al
á
la
sazón, los nego-
decir del embajador Alber-
gentil,
de mucha crianza y sa-
maneras muy dulces, con que templaba
gustos que
la
sequedad
los dis-
del rey ocasionaba, macilento
y
de poca salud, de vida desordenada y aficionado con exceso á todo género de comodidades y placeres. Discípulo y criatura de
moso
ministro
gran
político,
que su
estilo,
Ruy Gómez de
más de
Silva, tuvo este fa-
y cortesano que no de siendo su carácter no menos obscuro intrigante
mezcla singular de frivolidad y sabiduría,
de arrogancia y flaqueza. Este sujeto, que tanto ha dado que hablar
al
mundo,
y,
que tan traidor fué,
patria, llegó á representarle
lipe la
al fin,
como indispensable
muerte del secretario de D. Juan, que, con
ta comisión
á su
á Fecier-
de su señor, se hallaba en Madrid por en-
tonces, y, después de sus acostumbradas vacilaciones, autorizóle
el
soberano,
tar de cualquier
al fin,
para que
la
hiciese ejecu-
modo. Fué, pues, en virtud de esto y no
sin varias tentativas inútiles
y odiosísimas, asesinado Escovedo junto al muro de la derruida iglesia de Santa María de la Almudcna, en Madrid, pasando por vengan-
CASA DE AUSTRIA •za particular
en
113
Murió, pocos meses des-
la apariencia.
pués que su secretario, D. Juan de Austria, corriendo
mes de Octubre de 1578, y en su campo cerca de Namur á la edad florida de 33 años. La pérdida de la sa-
el
lud
la
debió en gran parte á su propia ambición y tem-
pranos trabajos, agobiándole, sobre todo, en sus últimos días, la peligrosa situación
de
las
rebeladas provincias
de Flandes, que en vano procuraba reducir á
la
obe-
diencia por la política ó por las armas, y algo debió
también de contribuir
frialdad estudiada con
la
que
le
trataba su hermano. Pero no hay hasta aquí otros moti-
vos á que achacar con fundamento su muerte,
más que
cesitan
plicarla.
Mas
ni
se ne-
estos, ó su sola enfermedad, para ex-
ambicioso que tierno ó sensible, más es-
forzado que prudente, pero brillante y grande en todo, fué, á no dudarlo, D. Juan de Austria, después de su pa-
más simpático de
dre, el
No
tardaron, en tanto,
que Antonio Pérez cediese
la
los príncipes austro-españoles.
los
muchos y
altos
enemigos,
en sospechar que de
tenía,
misteriosa muerte de Escovedo.
él
pro-
Fué todo
.uno sospechar esto y atribuirlo, no á razones políticas,
sino
al
deseo de quitar de enmedio á aquel hombre sa-
gaz, porque no revelase bierto,
con
ya
la
el
secreto que había descu-
de estar en amorosas relaciones viuda de Eboli,
citada.
Llegó
al
el
dicho Pérez
Doña Ana Mendoza de
la
Cerda,
cabo á noticia del rey este rumor
con pruebas bastantes para darle crédito: juzgóse en-
gañado y aparentemente lo estaba en los dos primeros conceptos, como amante, amigo y juez; y, lleno de oculta
ira,
mandó prender con pretextos
Julio de 1579 á
la
frivolos, por
princesa y á Pérez. Contentóse, en
suma, con humillar á
la
primera, teniéndola guardada 8
BOSQUEJO HISTÓRICO
114
en Pinto hasta 1581, que la permitió retirarse á su villa de Pastrana; pero, en cuanto á Antonio Pérez, después de tenerle preso cinco años, sin causa aparente, permitió
que comenzara á formársele un proceso de cohecho
y más riguroso todavía, para averiguar el motivo cierto de la muerte de Escovedo. Nada hay que decir respecto á la justicia con que pudo y debió Feliy
otro luego
pe
procurar
II
esclarecimiento de este último asunto;
el
y aun es digno de elogio que se prestase para eso á hacer pública su participación en
ordenándole á Pé-
él,
rez que puntualmente refiriese cuanto había pasado, con
todos los antecedentes de
la
secreta sentencia ejecuta-
da. Si fué tratado el antiguo ministro,
como
el
desde
el
principio,
odio trata siempre á los ministros caídos, suje-
tándole, entre otras cosas ó durísimo tormento, no pue-
de decirse que tuviese jarle
el
rey más parte en ello que de-
largo de la persecución mostró bien, en
rencor que la
Y
lo
el ínterin,
el
á merced de sus émulos; pero era bastante.
el
rey
le tenía,
dando á sospechar de sobra,
pasión particular que en aquel caso
más que Ranke
le
estimulaba. Por
pusiera en duda su amor á
la
princesa,
no parece hoy posible negar que á esto se refiriesen los occulti rispetti, por los cuales dice
que
le
tomó odio
diplomáticos, y
el rey:
Tomás
Contarini
confirmándolo, además, otros
muy expresamente
el
francés Branthó-
y que precisamente se hallaba en Madrid cuando ocurrió el rompimiento. Ni hay por qué negar crédito á este capricho
me, antes favorable que adverso á Felipe
amoroso, sabiéndose ya lipe
II
lo
que sobre
II,
la afición
de Fe-
á las mujeres escribieron los embajadores vene-
cianos, Federico Badoero, Paulo Tiépolo zo, todos los cuales, de
y Juan Soran-
común acuerdo, afirman que
CASA DE AUSTRIA
115
"
fué desordenadísimo de costumbres en este punto. El
mismo Antonio Pérez hace, por
otra parte, frecuentes
alusiones á ello en sus Relaciones y Cartas que serían
inofensivas á no tratarse de cosa universalmente sabida
entonces;
si
bien lo que da á entender es, que
recibió sino repulsas de la princesa,
tuvo celos fué, de que
la
el
y que de
entereza que con
él
rey no
que
lo
mostraba,
no se extendiese también á su ministro. Era, entretan-
voz común que, de tercero, había pasado á
to la
cipal el ministro,
prin-
con perjuicio de su señor. Quizá
las
pruebas ciertas de esto se hallarían entre aquellos pa-
que D. Rodrigo Calderón estuvo encargado de recoger en Francia de manos del grande amigo de peles,
Pérez, Gil de Mesa, y que los consejeros de Felipe III calificaron en el proceso de Calderón de indecentes al
ejemplo de su gran prudencia y real grandeza, según ha consignado el autor de este libro en otra parte.
Que Pérez fuese ingrato y traidor ya al rey, parece, muy probable; pero no por eso era menos inno-
pues, ble,
dada
Felipe al fin
II.
la
índole del motivo, la saña implacable de
Meditaba, mientras se
Pérez, por dicha suya,
el
le
perseguía, y halló
medio de escaparse de
sus prisiones, dando con esto ocasión inesperada y extraña á las alteraciones de Aragón, que el marqués de Pidal,
con mucha mayor copia de datos que Argensola
ó Céspedes, ha historiado en nuestros días.
sados, cuando huyó Pérez,
desde su prisión, durante
muy
Ya eran
pa-
cerca de once años,
los cuales
pudo
mil
veces ha-
cerle morir secretamente Felipe
II y no lo hizo: prueba segura de que, para ejecuciones como la de Montigny,
necesitaba, con sus ideas y todo,
motivos.
No
le
hubiera sido
difícil
muy
excepcionales
tampoco hacerle con-
BOSQUEJO HISTÓRICO
116
denar á muerte, con todas las formas jurídicas, en aquel largo plazo de tiempo, ni
más
menos que se
ni
denó después de su fuga; porque le
detestaban más que
los jueces
todavía.
él
de
le
la
con-
causa
Lo que con su fuga
pasó en seguida en Aragón, y los disgustos que le ocasionó luego, desde Francia, demuestran, por otra parte,
que jamás había tenido Felipe II un preso más peligroso en sus cárceles, y esto mejor que nadie lo sabría él mismo. La razón de Estado, por tanto, tiempo se entendía, de cierto se lugar á
la
secretos de
le
tal
como en aquel
aconsejaba que no die-
fuga de Pérez, poseedor de los mayores
la
monarquía, una vez que con su lealtad
no podía ya contar. Felipe
II,
sin
embargo, aunque lleno
de rencor contra Pérez, no olvidó, sin duda, mientras le
tuvo en Madrid preso,
nal en la causa; jar á
'o
mucho que había de perso-
y su natural justificación
un lado, por entonces, los
terribles
movió á deconsejos de la le
razón de Estado. Posible es que lamentara más tarde tales escrúpulos al verle llegar á
Calatayud
libre
y
sal-
vo, y tomar sagrado en un convento, de donde no se le
pudo sacar ya por
los agentes reales, sino para en-
tregarle inmediatamente á la corte del Justicia de Ara-
gón, con arreglo
al
famoso privilegio de manifestación
de los aragoneses, y ser conducido á la cárcel foral de Zaragoza. Para un rey que, por medio de un alguacil, había podido prender con ligerísima causa á todo un du-
que de Alba, en
y en
el
los setenta
colmo de su
y cuatro años de su edad
gloria, la afortunada desobediencia
de Antonio Pérez y el amparo que hallaba en los fueros de Aragón, debieron ser motivos de singular despecho;
y éste le aconsejó que cediese á la opinión de algunos de sus consejeros, fiando la venganza, para hacerla
CASA DE AUSTRIA
más
segura,
que para
al
117
Santo Oficio. Fué
el
primer pretexto
ello sugirieron los tales á Felipe
II,
que Pérez
trataba de escaparse desde Zaragoza á Francia,
donde había herejes. Algunas palabras equívocas de aquél acabaron de preparar la causa de fé; y el Consejo de la suprema Inquisición ordenó, por fin, á la de Zaragoza llamar á
persona del reo, en virtud de sus
sí la
privile-
gios á todos superiores, poniéndole en sus cárceles secretas.
era ya
la
Nótese aquí, de una parte, hasta qué punto Inquisición un instrumento político; y de otra, con que procedía Felipe
la cautela
II
cuanto á los fue-
ros ó libertades antiguas de sus subditos, no atrevién-
dose á atacarlas á nombre de su potestad textando
el
gran interés religioso que
el
real, sino pre-
Santo Oficio
representaba. El vulgo de Aragón, que por
fuese este reino
el
más que
primero que hubiera conocido
quisición en España, era
el
menos
la In-
afecto de los de la
Península á aquel tribunal, pensaba, generalmente, que nadie, ni los inquisidores mismos, podían sobreponer
su jurisdicción á
la del
Justicia, y aunque éste se pres-
tase á entregar á Pérez, y
lo entregó con efecto, los zaragozanos se alteraron, sacaron violentamente por sí mismos á Pérez de las cárceles de la Inquisición y lo
devolvieron á
la
de los mam'fes fados. En vano los
le-
trados del reino declararon que no había contrafuero en
entregar á Pérez á la Inquisición; en vano los inquisidores de Zaragoza pidieron los presos y la Corte de' justicia acordó entregárselos de nuevo. Al ir á verificarse
la
entrega, alzáronse otra vez en tumulto los za-
ragozanos, arrollaron les pusieron
timo punto
las tropas
y
en libertad á Pérez.
la irritación
de
la
las
Con
autoridades reaesto llegó
al úl-
Junta de Estado, creada
BOSQUEJO HISTÓRICO
118
ya en Madrid para entender en este asunto, y en
la
más graves. Inclinábase el Cortes de Aragón y buscar todavía re-
cual figuraban los ministros
rey á reunir las
medios pacíficos para aquietar á la mayoría de la Junta se mostró
pero
los sublevados;
inflexible. Y, confor-
mándose con su opinión, dispuso aquél, al cabo, que entrase en Aragón el ejército formado, en tanto, en Castilla, al mando de D. Alonso de Vargas, so pretexto de defender la frontera
de Francia. Todo cambió de
aspecto en Aragón entonces: una gran junta de
letra-
dos, reunida por los diputados forales, opinó que era ilegal
no;
resistirse la entrada del ejército castella-
y debía
el tribunal
convocaron
del Justicia declaró el contrafuero
las fuerzas
de
las universidades
y se
y señores,
mayor parte se negaron á prestarlas, para formar un ejército. Era Justicia de Aragón D. Juan de Lanuza, en cuya casa hacía más de ciento cincuenta que en
la
años que estaba aquel importante oficio: joven de escasos veintisiete años de edad, de buena condición, pero débil é inexperto en demasía. Ni
goza
al
supo
resistir
en Zara-
vulgo acalorado por Antonio Pérez y el turbuni pudo lograr que los ara-
lento D. Diego de Heredia,
goneses, en general, hiciesen suya ragozanos;
ni
la
causa de los za-
mostró aliento para afrontar, con
ba insubordinada que mandaba, cando gloriosa muerte en el campo,
la tur-
el ejército real bus-
cia, al
cia,
ni
tuvo
la
pruden-
menos, que Antonio Pérez para escapar á Fran-
antes que D. Alonso de Vargas entrase en Zarago-
za sin resistencia. Lo que hizo fué abandonar en Utebo á los sublevados, huyendo á Epila para volver de á Zaragoza.
De
allí
esta suerte se entregó indefenso á la
cólera de la Junta de Estado de Madrid, que instaba
U9
CASA DE AUSTRIA
vivamente
al
rey para que escarmentase con grandes
castigos á los que le desobedecieron: ni
más
ni
menos
que habían aconsejado los mismos ú otros ministros que se hiciese cuando comenzó la rebelión de Flandes. Felipe
según su inclinación constante, acabó por
II,
di-
sus mayores golpes contra los más altos y nobles de sus vasallos desobedientes; y envió á D. Alonso de Vargas una orden concebida en los terribles términos rigir
que siguen: «en recibiendo ésta, prenderéis á D. Juan »de Lanuza, Justicia mayor de Aragón, y tan presto »sepa yo de su muerte como de su prisión.» suerte había tratado á los condes de
No de
otra
Egmont y de Horns,
aunque dejara observar, respecto de
ellos,
mayores
formalidades jurídicas. Murió, pues, á manos del ver-
dugo, Juan de Lanuza, más desgraciado que grande ciertamente; causando
tal
tristeza su castigo,
según
re-
par con otros autores Martín de Salas de Vi-
fiere á la
llamar, soldado del ejército de Vargas,
y testigo pre-
sencial en todo:
Que ninguno Para
el
del reino
mueve
entierro y fama de
Todo era
llanto,
él
el
paso
notoria;
que cada uno laso
Estaba de tristeza transitoria; Poniendo
luto á puertas
y ventanas
Por no ver su cabeza ya con canas
(1)
De
la
jornada
}'
(1).
entrada en Zaragoza con el ejército
del rey nuestro señor, en el cual se trata la causa y efectos de ella, con el ejemplar castigo de los inventores de las rebe-
malvadas herejías de Antonio Pérez, etcétera. Compuesta en octava rima por Martín de Salas de Villamar, criado del rey nuestro señor en las sus guardas de
liones de ella y
Castilla, dirigida á su capitán
Castañeda.
— Manuscrito
el
marqués de Aguilar y conde
puntual y curiosísimo, que trata de
BOSQUEJO HISTÓRICO
120
De
lo
marón
grande del sentimiento y de
la
lo
mucho que
atención estas alteraciones en todo
dedújose erradamente, y ha sido voz ahora, que Felipe
muy
el
lla^
reino,
general hasta
privó con esta ocasión de todos sus
II
La verdad es, que los redujo y modificó bastante, según Mignet observa; mas no por eso es inexacto lo que el marqués de Pidal escribiera fueros á los aragoneses.
de que,
si
«reformó estos fueros, fué por medios y
trá-
»mites legales en ellos establecidos; es decir, por me»dio de las Cortes legalmente convocadas;
y que des-
»pués de esta reforma, Aragón quedó con
lo
esencial
>de ellos intacto; quedó un reino aparte con su organi-
demás de
»zación diferente de los »
si
monarquía y con
la
sus leyes especiales.» Puede, en verdad, disputarse era esencial ó no bastante parte de
pero en
el
fondo
lo
que dice
el
moderno
lo
reformado;
historiador es-
pañol es cierto. Ni era propio del espíritu conservador
de Felipe
II
cabo
llevar á
golpe. Por eso
las obras
de demolición de un
mismo durante su reinado se reunieron
con tanta frecuencia
las
Cortes de Castilla, prefiriendo,
á prescindir de su concurso, ganar con dádivas y amonestaciones
la
voluntad de los procuradores, para que-
se rindiesen á sus deseos, y llevando con
mucha pa-
ciencia las repulsas que recibía de aquellos cuerpos,,
impotentes ya, porque les faltaban fianza de los pueblos;
el
mas no mudos
apoyo y
la
con-
todavía.
La
ver-^
dad era que aquellas Asambleas políticas en ninguno de los reinos de
la
Península podían
influir
mucho
corr
estos sucesos y otros de los últimos años del reinado de Felipe II,. y poseía en su escogida biblioteca el señor duque de Frías. (Nota del autor.)
CASA DE AUSTRIA las escasas facultades
121
que alcanzaban en
negocios
los
generales del Estado. Lo ordinario era llamarlas solo á
conceder ó negar recursos, cuando
el
gobierno estaba
ya empeñado en las empresas para las cuales se requerían; y lo más que lograban con su oposición, era que se llevasen á cabo mal ó á deshora. Esto, por lo que toca á sus facultades económicas, que en cuanto á pedir reformas en las leyes,
como estaban
la
de
tan domina-
das ó más que los ministros reales por los errores de época, pocas veces proponían cosas
Lo
útiles
y
la
prácticas.
único, pues, para que servían las libertades que en
aquel reinado quedaban, era para prestar fuerza con su
aquiescencia á ciertas leyes graves, para conceder servicios extraordinarios, harto
más copiosos siempre que
en Aragón en Castilla, ó para describir y lamentar los males públicos, sobre todo la pobreza y descaecimiento
que cada vez más iba sintiéndose en toda España. Las alteraciones de Aragón aumentaron, en el ínte-
rin, la
preocupación constante que ocasionó á Felipe
en sus últimos años
estado de las cosas de Francia.
unas veces y contrariados otras por la católicos franceses, habían acabado por darse
Auxiliados corte los
el
II
allí
una organización independiente, que se llamó bajo los auspicios de Felipe
cobo Clemente Enrique
III,
II.
la
Liga^
Muerto á manos de Ja-
que, aun después de lama-
tanza de San Bartolomé, no dejó de entenderse con los calvinistas
Felipe
II
y de causar recelos á
poner aquella corona en
los católicos, intentó las sienes
de su hija
querida Isabel Clara Eugenia, y cuando esto no fuera posible, impedir de todos
modos que
la
alcanzase
pretendiente Enrique de Borbón, príncipe de Bearne titulado rey
de Navarra, que profesaba
la religión
el
y
pro-
BOSQUEJO HISTÓRICO
122
testante. •ejército
Dos
veces, con este
fin,
hizo Felipe
II
el
Estados para socorrer á los católicos franceses.
llos
Gracias á
las
grandes cualidades militares del duque de
Parma, Alejandro Farnesio, que mandaba á tros, París
tantes; pero Felipe al fin
II
manos de
los protes-
no pudo impedir, con todo eso,
se sentase Enrique IV en el trono francés,
bien le forzó á hacerse antes católico.
nado
los nues-
primero y luego Rouen, fueron fácilmente
socorridas y libertadas de caer en
que
que
español de Flandes dejase desamparados aque-
del cetro el
No
si
bien posesio-
nuevo monarca francés, comenzó á
procurar su venganza, molestando á Felipe
en Flan-
II
des, en Aragón y en todas partes. Ni tardó
mucho en
declararle, corriendo el año de 1595, abierta
y formalmente la guerra. Pero á pesar de haber obtenido España en ella no pequeñas ventajas ganando la gran batalla de Doullens el conde de Fuentes, D. Pedro Enriquez de Guzmán, y adquiriendo algunas plazas, se apresuró Felipe II á consentir en la paz poco ventajosa de Vervins en 1598, por sentir ya cercana su muerte y no querer dejar á su joven heredero
le
empeñado en una lucha
y tan poderoso adversario. Y, con efecto, no engañaban sus tristes previsiones en este punto. El
contra
tal
día 13 de Septiembre de
anunciaron,
al fin,
las
aquel
campanas
mismo año de 1598, del Escorial á los le-
ñadores y humildes pastores del contorno, que en
la
obscuridad y desnudez de una de sus celdas de granito acababa de morir Felipe II. Y el eco de aquellos ta-
comunicándose de gente en gente, hizo que sucesivamente fueran levantándose túmulos funerales,
fíidcs,
aunque no tan grandes todos como
el
de Sevilla, que
celebró Cervantes, por los antiguos reinos de
la
Penín-
CASA DE AUSTRIA sula española, en
el
123
Rosellón, Ñapóles, Sicilia, Milán,
Cerdeña, Países Bajos,
el
Franco Condado,
las islas
Baleares, Canarias y Terceras, en las plazas propias ó tributarias de la costa septentrional
de África, en Méji-
Nueva Granada, Chile y
co, el Perú, el Brasil,
las pro-
Paraguay y de la Plata, en Guinea, Angola, Bengala y Mozambique, donde tenían grandes establemientos los portugueses, en los reinos de Ormuz, de vincias del
Goa y de Cambaya, cao y Ceylán, tillas,
las
la
costa de Malabar, Malaca,
Molucas,
las Filipinas
Ma-
y todas las An-
ijamás en tantos y tan diversos países se habían
alzado preces ó vestido lutos por ningún hombre en
Con
Historia!
ces
el
harta razón exclamaba, pues, por enton-
poeta Balbuena, uno de los mejores del Mas, ¿quién
En
la
siglo:
será, invencible, patria mía,
cien años, cien siglos, cien edades,
Bastante á ver
lo
que de
tí
podría?
Ya, y por primera vez desde el tiempo de los godos, formaba toda la Península entonces una sola nación, de
Lisboa á Valencia, de Perpiñán á Gibraltar. Ganáronse
también y se poblaron de españoles ó descendientes de estos, nuevos y grandes territorios en América, conti-
nuándose el
la
obra de Hernán-Cortés y los Pizarros, hasta la mejor parte de aquel
punto de quedar sometida
gran continente lipe
II
al
dominio español. Del reinado de Fe-
también procede
Filipinas,
la
reunión á España de las islas
que ofrecen tantas esperanzas á nuestra pros-
peridad todavía
(1).
Mantúvose^ además,
la
gloria de
Afortunadamente para el gran patriotismo del autor, su (1) muerte traidora, principio y base de pérdida tan considerable en todo el emporio, aun de nuestras colonias, al declinar el siglo xix,
BOSQUEJO HISTÓRICO
l24
nuestras armas á la altura misma en que tanto por
mar como por
tierra
con
la
dejó Carlos V,
las insignes victorias
de San Quintín y de Lepanto, y con aquella continua esmás que en parte alguna brilla-
cuela de Flandes, donde
ron por aquel tiempo nuestras armas. Llegó, por último,
en
la referida
época
mejores frutos
la
lengua castellana á producir sus adquiriendo toda su
literarios,
flexibili-
dad y riqueza, cual ya dijo Capmany, ó completándose, como D. Agustín Duran ha añadido después, «el amal-
»gama y fusión de
las partes
heterogéneas que consti-
»tuyen todo su mérito y originalidad.» Si Carlos bía conocido y llorado á Garcilaso
II,
ha-
y disfrutado en su
tiempo á Antonio de Guevara, Florian de
de Avila, tuvo Felipe
V
Ocampo y Juan
por su parte, un Fernando de
Herrera que cantase las glorias de su hermano D. Juan
y
la
batalla naval; un fray Luis de León que compu-
siese
el
epitafio de su desdichado hijo D. Carlos;
un
Hurtado de Mendoza, un fray Luis de Granada, una Santa Teresa, un Mariana, en
fin,
y un Cervantes, para ó Crónicas de Es-
recopilar, el primero, las Historias
paña y
hasta
allí
escritas con noble
ser maestro eterno,
el
y sentencioso
segundo, de
na. Dijo, pues, con acierto D.
la
estilo,
prosa castella-
Manuel Cañete en un no-
table discurso académico, que «durante el glorioso rei-
»nado de Felipe
II,
tres cosas subieron en nuestro país
»al
colmo de esplendor:
»la
monarquía y
le
la
la
unidad de
la fe, la
unidad de
unidad del idioma.» Y, sin embargo,
impidió ver la vergüenza de nuestros últimos desmembra-
mientos territoriales. ¡Fué preciso que Cánovas del Castillo (Nota del sucumbiera, para llevar á efecto tales despojos.
—
editor.)
125
CASA DE AUSTRIA
con ser verdad esto y haber hecho aquel rey de la monarquía española la mayor que hayan conocido los humanos, comenzó precisamente nuestra decadencia
No
punto mismo que sobrevino su muerte.
al
ser admirado Felipe
II
casi
dejó de
de los españoles, sobre todo des-
pués de muerto, porque mejor que nadie representaba su propio ideal religioso y político; pero no fué querido de
ellos,
afirma.
según
como Burke erradamente y como con sorpresa
De
los
grandes era, por
el contrario,
aborrecido,
veneciano Segismundo Cavalli; y los servían, como el duque de Alba, que con-
refiere el
mismos que
le
quistó luego á Portugal, deploraban poco antes que pu-
dieran llegar á estar juntos
ambos
reinos por ser eso pri-
varse de un lugar seguro y próximo á donde escapar en caso necesario de su despotismo. Del clero, nunca tan
duramente dominado por
el
poder temporal, no fué que-
rido tampoco personalmente, por
sentido general de su política. llano,
más que aprobase
Y por lo que toca
al
el
estado
oprimido cual nunca de nuevos tributos, disminui-
do y arruinado, pasó en continuo lamento todo su reinado, según consta por cien documentos auténticos. No hay que confundir, no, el respeto profundo, y hasta el miedo que le tuvieron sus propios subditos, ni tampoco la
admiración de los de su hijo y nieto, con
to del amor,
pe
II,
sentimien-
que no podía inspirar con su carácter
Feli-
á los que únicamente le conocían por su aparien-
cia ó sus hechos.
por
el
él
bel, aquel único
abdicó
La
sola persona que derramó quizá
copiosas lágrimas fué su dulce y tierna hija Isa-
la
amor de su vejez, en favor de
soberanía de Flandes,
declarando
al
el
6 de
Mayo
la cuaj
de 1598,
propio tiempo su matrimonio con
el car-
denal Alberto de Austria, que naturalmente para ello
126
BOSQUEJO HISTÓRICO
obtuvo dispensa
pontificia.
Mostró esta abdicación,
seguramente, que comprendía Felipe
II
con su gran sa-
gacidad, la conveniencia de dar monarcas propios á aquellas provincias, separándolas de la corona de Espafía;
pero no debió dejar de
mo
deseo de recompensar con eso
el
rable de su
quedar
hija.
libres
Fuera de
también en su áni-
influir
ella,
los
la
adhesión admi-
que no celebraron
de tan duro amo, se contentaron con res-
petar su memoria, ó temer por
el
porvenir de
la
monar-
quía en días ya tan críticos desamparada de sus talentos y
consumada experiencia.
UÉ FUÉ,
en realidad— tiempo es ya de con-
siderarlo
—
,
aquella grandeza pasajera de la
casa de Austria y de
la
España? Puesto que
de aquí adelante nos toca describir solo su decadencia común, preciso será hacer alto y detenernos más que
de ordinario consiente este trabajo. Para darse exacta
como moderna, hay
cuenta del poder de España á fines del siglo xvi, del de cualquiera otra nación antigua ó
que ver su estado
social
va, la riqueza general, el ritu militar
de
la
de
y su organización gubernatiejército, la marina y el espí-
las diversas clases, el
orden y situación
Hacienda pública, de que depende
el
que
las
fuerzas de mar ó tierra puedan estar debidamente pre-
paradas y asistidas, para imponer ó mantener en respeto á los extraños, la inteligencia, el saber, las ideas cardinales, en fin, la
que inspiran y guían
conducta de
la
nación de que se trata, sobre todo en
la
política;
porque una nación que no es verdaderamente gente, en su conjunto,
ni
inteli-
alimenta ideas profundas,
no puede mantener su actividad moral
ni
conservar
BOSQUEJO HISTÓRICO
128
SU poder material por
mucho tiempo. De todo
hemos de
por
tratar ahora,
esto
mismo, en pocos pá-
lo
rrafos.
No cial.
era, en primer lugar, lisonjero nuestro estado so-
Los pueblos, en comparación con
de otras
los
como escriSegismundo Cavalli y confirmó en 1598 Agustín Nani, diciendo ya cque, en particular, los caspartes, vivían, sin duda, pobrísimamente,
biera en 1570
>tellanos, cederían con gusto al fisco sus bienes por
no »pagar las contribuciones.» La propiedad, hecha tres partes casi iguales, de las que una sola poseían los particulares, otra la nobleza
y
el
clero otra, en los princi-
pios del siglo,
al decir de Lucio Marineo Sículo, pareya repartida en dos solas porciones: la una de los eclesiásticos, la otra del resto de la nación, por virtud de las donaciones que la piedad de los tiempos cada día
cía
más
estimulaba. Era, pues,
de contribuir á
las
muy
rico el clero
y exento
cargas públicas por regla general,
como no fuese por concesión
papa y violentado además por el rey, del cual y de su real Consejo dependía antes que no del Papa, al decir del veneciano Agustín Nani. Daban lugar
del
los privilegios del
clero á
frecuentes discordias con los ministros reales, sobre
todo cuando se trataba de cobrar siásticas obtenidas; pero Felipe
las
pocas rentas ecle-
no tenía en
II
crúpulos ningunos. Lejos de eso, refiere
el
ellas es-
embajador
antecitado «que no contaba por buen alcalde ó corregi-
>dor
al
que no había estado siquiera diez veces exco-
»mulgado, reputando, además, por
cierto,
que
las cen-
»suras injustas de nada valían, y que si los clérigos »tenían el derecho de excomulgar á los ministros que »los violentaban, estos tenían, en cambio, el de no ha-
CASA DE AUSTRLA.
129
»cer caso de sus censuras.» Los grandes de España por
su lado, aunque muy ricos aun en posesiones les,
territoria-
estaban todos llenos de deudas y no se sabía de
alguno que tuviese dinero á mano, en
lo
cual se halla-
ban de acuerdo con Nani, Segismundo Cavalli y otros. el segundo de estos diplomáticos eran ya los gran-
Para
des de España, en 1570, «gente vanísima y de ningún valor>, que no tenía,
como suele
«voz en
decirse,
el
capítulo» ó sea en el gobierno del Estado. Tratábanlos
peor que
el
dando
razón á los vasallos contra sus señores casi
la
siempre en
rey todavía
el
las diferencias
consejo real y las justicias,
que sobrevenían; recordando
frecuentemente sus contrarios
al
rey,
como cuenta Ca-
brera, para que no les diese paz ni tregua, que ellos
habían preso á Juan
II,
depuesto á Enrique IV, comba-
tido á la reina católica. Creían nistros,
como Antonio Pérez
,
de por
no pocos mi-
sí
que solo lejos estaban
bien, y aun esta fué en tiempo de Felipe
general de los políticos, quizá por seguir del rey; bien que alguno,
como Alamos
impugnase fuertemente, sosteniendo que
la
II
opinión
la inclinación
Barrientos, la la
corona real
debía apoyarse en las de los duques, marqueses y condes, para que de
nuevo no viniesen días como
precedieron
Villalar.
de
al
los
que
Triunfó este último principio
en los reinados siguientes; pero con los largos ocios del de Felipe
II
perdieron los
de
más de
los
grandes, en
negocios públicos y de entregándose, como los venecianos dicen, á
tanto, el hábito
los
la
guerra,
la disipa-
ción y á los placeres. Pronto hubo realmente por única diferencia de hidalgo á villano en Castilla, la de pagar
pechos y servicios
los
segundos y no
<iue por eso se considerasen ya,
en
los primeros; sin la
práctica,
9
los
BOSQUEJO HISTÓRICO
130
grandes cual de los de 1539 escribía Sandoval, con
la
obligación «de aventurar sus personas y haciendas en ^servicio del rey, gastándolas en la guerra», puesto que
eran cada día menos los que iban á las empresas leja-
nas en que estaba empeñada principales
y
la
monarquía. Virreinatos
principales cargos diplomáticos ó milita-
res no podía haber para todos, y los que los desempe-
ñaban solían ser tos en
los únicos luego
que alcanzaban pues-
Consejo de Estado, establecido en 1526 por
el
Carlos V. Los más de los señores de aquel tiempo, permanecían, pues, ociosos en sus casas, y lo mismo sus hijos, á no ser aquellos que, ó arruinados ó perseguidos por
la justicia
á causa de alguna aventura escan-
dalosa, pasaban á buscar impunidad ó fortuna en los
A
ejércitos de Italia
y Flandes.
ba ya reducida
antes poderosísima
la
tal
insignificancia esta-
y valerosa noble-
za de grandes y titulados, con sus inmediatas ramas, dejar la vida Felipe
II.
cambio, por entonces
el
Llegó
al
No
alto
punto, en
poder de los togados ó
com.o, por despique llamaban á los
señores.
más
hombres de
dejó nunca de haber letrados en
Consejo de Estado, principal de
la
al
golillas,
la ley, los el
mismo
monarquía por su
rey y por entender en los negocios de paz y guerra y en todas las negociaciones externas; pero cuya influencia no fué nunca en sustanautoridad, por presidirlo
cia tan
Consejo y Cámara de donde solo entraban ya togados, con su gober-
grande como
Castilla,
el
la del real
nador ó presidente, y á cuyo cargo corría el gobierno interior de la mayor parte de España, así como la provisión de innumerables empleos civiles
Equivalía
el
primero
para Castilla,
el
al
y
eclesiásticos.
actual Ministerio de Estado; era
segundo, Ministerio de
la
Gobernación»
CASA DE AUSTRIA
131
de Fomento y de Gracia y Justicia y con esto basta para comprender cuál sería la superioridad de poder el ;
de los togados que también, desde
de las Indias,
el
lo
formaban. Togados compusieron
Consejo de Aragón y Ordenes y gran parte del de
el principio, el
de
las
Guerra; sala de togados tuvo había igualmente en
el
el
la
de Hacienda; juristas Consejo de Italia y en el mismo el
de la Suprema Inquisición. La organización de estos cuerpos, consultivos y activos á un tiempo, con carácter más bien jurídico que político á los cuales estuvo fiada la administración de la monarquía por dos siglos,
fué poderosamente iniciada por Carlos V, con la base del
Consejo del rey que dejaron
Reyes Católicos y II. Lentos, rutinarios y apegados á los textos y prácticas legales, no es esta ocasión de exponer todo el inmenso influjo que tuvieron en la los
perfeccionado por Felipe
administración y gobierno de España durante la casa de Austria; pero sí debemos consignar que á ellos se debieron especialmente la parsimonia, la lentitud, el grande espíritu
conservador y tradicionalista que distingue
acción del poder en España, desde siglo
el
la
primer tercio del
decimosexto hasta los últimos años del siguiente. dicho que eran generalmente inclinados sus
Ya hemos ministros,
como hombres de
gios y derechos de
ley,
á cercenar los privile-
nobleza; y para eso no obstaba el ser muchos y aun todos los del Consejo de las Ordenes, la
colegiales mayores, hidalgos, poseedores
de buenas
ejecutorias. Perteneciendo á la nobleza pobre ó á la des-
heredada, por
lo
común, no detestaban menos á
los
ti-
tulados señores de vasallos, que pudieran los hijos del
estado llano,
como observó Agustín Nani. También
h'an atacar sin
so-
piedad los privilegios del clero, tomando
BOSQUEJO HISTÓRICO
132
generalmente, hasta los que tenían órdenes sagradas, la
parte del rey contra el Papa,
contra las inmunidades que
y
de
la
la justicia real
la limitaban.
Cabrera acu-
saba á los profesores de letras legales que componían estos Consejos, de «grandes dificultadores de lo políti»co, ser,
y en lo que se pretendía hacer sin escrúpulo», por aún en cosas de necesidad, «demasiadamente ce-
Ȗidos con
la letra
de
las leyes»,
bre, «por yerro, todo lo
No
»ellos.»
del
tener, por costum-
y
que no hacían ó mandaban
era este último cargo infundado, á juicio
que esto escribe,
si
es que podía pasar por cargo
siempre; pero algo lo remedió, de todos modos, en práctica, la fuerza creciente del poder
real, casi
ya
la
sin
que los Conmismos iban haciendo predominar en todas las
límites, gracias á los pincipios absolutistas
sejos
esferas del Estado. Entre tanto, para los letrados
el
rey Felipe
lí
de los Consejos no fueron sino instrumen-
tos complacientes, á no ser cuando
tomaban con más
calor que él todavía las cuestiones tocantes á la autori-
dad
real;
y para
los privados
y favoritos de
los reyes
sucesivos, ya se verá que también fueron dóciles ser-
vidores generalmente. Contribuyó á dar cierta
dad
al
régimen de
los
Consejos,
el
formadas de individuos de varios de
flexibili-
sistema de juntas, ellos; bien
que
así
se aumentasen las ruedas de aquella máquina compli-
más
y tardo su movimiento. Pero esto se verá después y más oportunamente. Basta con lo dicho ahora, para formar idea de la relación que cadísima, haciéndose
entre
sí
guardaban
difícil
su existencia
Respecto
y de la durante observó y
las diversas clases sociales,
forma de gobierno que adoptó
al fin,
la dinastía austríaca.
al
ejército,
nada tenemos que añadir á
lo
CASA DE AUSTRIA
que no ha mucho de
él
133
dijimos con otro motivo. Era
el
soldado español, y principalmente el de infantería, en el buen tiempo, un hombre que sentaba plaza voluntariamente, llevado por
deseo juvenil de correr aven-
el
de mejorar su fortuna y condición, y acaso también por huir de la persecución de la justicia, ó de la venganza de algún padre ó pariente turas, por el aliciente
malamente ofendido en
las
mujeres de su casa. Desde
sentaba plaza, teníase por hombre noble y despreciaba todo oficio mecánico; y aunque guardara,
que este por
tal
común, con gusto severísima
lo
cuencia ponía asimismo propios oficiales, no bien
honra
el
mano le
disciplina,
con
fre-
á la espada contra sus
parecía que ya tocaba en
castigo debido á sus faltas.
No
en vano, cuan-
do un general ó maestre de campo se veía maltratado en alguna acción de guerra por
la
fortuna, iba de ordi-
nario á recobrar ó depurar su honor en las filas de
aquella infantería, sirviendo con
una pica; no en vano
encerraban siempre sus primeras hileras multitud de capitanes y oficiales reformados ó de reemplazo; no pocos señores de vida airada ó de cortos haberes, que querían buscarse
la
vida en ejercicio honrado, y hasta
muchos señores de hábito, es
decir, caballeros
orgullosas órdenes militares. Las filas de
de
las
tal infantería,
eran una verdadera escuela y un asilo seguro para honor.
¿Cómo no
mismo soldado taba?
No
había de ser mal sufrido en ellas
raso,
cuando de casos de honor se
el el
tra-
habiendo, por otra parte, tiempo limitado de
enganche, sabía
el
soldado viejo que no podía ser des-
pedido del servicio sin causa legítima; por manera que era una profesión y carrera, desde
hasta
el
mayor
capitán, la de las
el
menor
infante
armas entonces. Para
BOSQUEJO HISTÓRICO
134
echar á uno del servicio se necesitaba que fuese jugador, pendenciero, hombre de muy malas costumbres en
suma; para pasarle por las picas, no se necesitaba, en cambio, más sino que, hallándose en campo seis contra ciento,
uno de
los seis
tomase por acaso
la
fuga, aban-
donando á sus compañeros en el riesgo. Cuenta, como cosa natural, un hecho de esos D. Bernardino de Mendoza, célebre escritor de las guerras de Flandes. Llo-
raban, por otro lado, los maestres de campo
al
tener
que reformar ó disolver cualquiera de aquellas feroces como cuando D. Sancho Martínez de
familias militares,
Leyva
castigó un tercio en Flandes, diciéndole á su al-
férez:
«Ea, batid
»agora nunca
irá
la
bandera y plegadla, pues ya de
delante del tercio viejo». Lloraban
también los encanecidos soldados á sus capitanes, como á sus propios padres, griento,
como
al
lloraron junto al
si
caían en algún trance san-
propio Borbón, con ser extranjero,
le
muro de Roma. Y eso que no necesi-
taban ellos, por ventura, tener capitanes señalados por el
rey, puesto
que en cualquiera necesidad sabían so-
los buscárselos.
tonces
la
No
era
la
guerra, por de contado, en-
lucha de una nación con otra,
presente. Sábese hoy, que á
la
como
lo
es
al
larga tiene que vencer
por necesidad, entre dos naciones contendientes, aquella
que cuente con más extensión, con más riqueza, con
más
fuerza, en suma. Tal ha sido
vitable del
aumento de
los tiempos
la
consecuencia ine-
los ejércitos que,
comenzado por
de Luis XIV en Europa, lleva en nuestros
campos de batalla cuantos hombres pueden poner los que gobiernan sobre las armas. días á los
lor individual,
la
útiles
El va-
habilidad y fortuna, en suma, de los
capitanes, ceden temprano ó tarde de esta suerte, como
(
CASA DE AUSTRIA
135
acabamos de ver con ocasión de la última guerra sostenida por los Estados del Sur contra los del Norte en la república anglo-americana(l), y se vio también
en
las
grandes luchas de Napoleón
gada, á
la
mayor población,
material del adversario.
I
con
la
al
cabo
Europa coli-
fertilidad, industria ó fuerza
Nada de
esto acontecía en el
XVI y la primera mitad del xvii, que fué cuando disfrutó España su superioridad militar. No era á la sazón aquí, ni fuera de aquí, cualquiera hombre soldado; siglo
éranlo solo los que el instinto y las pasiones de la guerra naturalmente llamaban á las armas.
Los pueblos,
por su parte, más acostumbrados que hoy á cambiar de señores, rara vez se mezclaban en las contiendas que sostenían sus respectivos ejércitos; y así era tos,
como
és-
aunque cortísimos en número, podían ganar ó con-
servar vastos y ricos Estados á sus caudillos ó príncipes. Palabra por palabra casi, copiamos esto ahora, de
nuestro artículo acerca de
la
Supremacía militar de
Europa, cual en otra ocasión ya hemos hecho, por no repetir un mismo trabajo en vano.
los españoles en
Y
en cuanto á
la
marina
militar,
que tanta importancia
comenzó á cobrar en toda Europa, desde cio del siglo XVI,
el
primer ter-
con ocasión, principalmente, de los
grandes armamentos marítimos de los turcos, también nos han dejado los embajadores venecianos muchas y minuciosas noticias, que apenas permite extractar
la
índole de este trabajo. Nadie, tanto
como estos venecia-
nos, entendía á
militar, ni
(1)
más
Estose
la
sazón de marina
nadie co-
escribía en 1866; después se han visto guerras
formidables:
por ejemplo
última ruso-japonesa.—
la
Nota del
franco-prusiana de 1871; la
editor.)
BOSQUEJO HISTÓRICO
136
nocía cual ellos toda su verdadera importancia. Mateo.
Zanne, por no
citar otros, escribía
mada de mar podía
en 1584, que de
la ar-
decirse que absolutamente depen-
y defensa de los Estados españoles; y que el rey católico podía armar entonces cuantas naves gruesas quisiese, tomando las de comercio, que de todía la seguridad
das las naciones acudían á sus puertos, así como ofender á sus contrarios con
el
corso, permitiendo á vizcaí-
nos y catalanes que lo practicasen por su cuenta, cual deseaban. La escuadra sutil se componía, según el di-
cho embajador, por aquel tiempo, de 92 galeras: 37 de España, 18 de Genova, que eran, á su
juicio, las
me-
y 24 de Ñapóles; esto, sin contar príncipes de Italia, que estaban á nues-
jores; 13 de Sicilia,
otras 12 de los tra
devoción siempre.
Un
sólo arsenal marítimo había,
Península, el de Barcelona, en el cual na más galeras que las que el rey necesitaba; buques pesados, pero más baratos que los de nación alguna. En Ñapóles había otro buen arsenal según parece. Tales fueron los elementos marítimos con que
en tanto, en
la
se construían
en 1588 formó Felipe
II
armada que aniquilaron la
la
invencible, pero desdichada,
las
mares bravas
del
Norte y
inexperiencia de las tripulaciones con que contaba;
tales los
que sirvieran para reunir
la
nueva escuadra,
menos poderosa y no más feliz que la primera, conque en 1597 quiso asaltar de nuevo las costas de Inglaterra para vengar la toma y saqueo de Cádiz por los ingleses el año anterior. Aquella marina en manos de don Juan de Austria, del marqués de Santa Cruz ó de los Dorias, llevó á cabo gloriosas hazañas; pero ¿qué podía esperarse de ella, entregada al joven duque de Medinasidonia, que mandó al cabo la invencible, y que no
CASA DE AUSTRIA
137
había navegado jamás? Estaba en las costumbres del tiempo, á
la
verdad, que los mandos supremos y
muy
se confiriesen siempre á príncipes ó grandes
vastos, sefíores;
y Felipe
aunque tan poco amigo de estos
II,
últimos, no pudo, por lo que se vio, dejar de rendir á
preocupación algún tributo. Lo mismo en mar que en
tal
tierra,
juzgábase que bastaba que los segundos capita-
nes fueran experimentados, teniéndose á los primeros
por representantes de
la
autoridad real, sin otra misión
que dar consideración y prestigio con su clase y nomal mando. Y mientras hubo príncipes como D. Juan
bre
de Austria, Filiberto de Saboya ó Alejandro de Farne-
y grandes como Alba ó Santa Cruz, pudo
sio,
se;
tolerar-
pero llegó tiempo en que tuvo esta costumbre
pequeña parte también en nuestros desastres Cuál fuera, en bajo
el
ínterin, el
el
aspecto de
la
estado de
población y de
últimos años del reinado de Felipe
haberse llevado del todo á término
la II,
la
la
nO'
militares.
monarquía
riqueza en los sabríase bien á
obra colosal, his-
y administrativa del Censo español, emprendida por aquel rey, de que dio razón no ha mucho tiempo^ D. Fermín Caballero en un discurso leído en la Acadetórica
mia de la Historia. Este proyecto, extendido por el mismo monarca al estudio de la historia y la estadística de América, que se estaba conquistando y poblando á la sazón, es, sin duda, de lo que más alta idea da de los talentos de
moderno
y administrador que pode completa luz acerca de este punto, ya hemos ido sentando los hechos que sobre él consignan político
seía. Faltos
los viajeros
de
la
época, principalmente los venecianos
que vinieron como embajadores, por reinados de Felipe
el
lo
que toca á los
Hermoso ó Carlos V, y
los pri-
BOSQUEJO HISTÓRICO
138
meros años
de Felipe
del
II.
Del testimonio de estos
extranjeros, conformes é imparciales, hemos deducido
que, á pesar de las afirmaciones contrarias del anglo-
americano Prescott, y del francés M. Weiss, en el libro que escribió acerca del estado de España antes del advenimiento de los Borbones,
y,
paros fundados que á algunas de
no obstante los
consecuencias de
las
Capmany ha opuesto modernamente son indudables ilustre
en
la
<acerca de
los
más de
re-
el
los asertos
Sr. Colmeiro,
de aquel catalán
primera de sus Disertaciones críticas, la industria,
si
la
agricultura
y
la
población
*de España de los siglos pasados han llevado ventaja >á las del tiempo presente.»
Cumple
fijar
aquí ahora con
la exactitud posible, qué alteraciones hubo en todo ello desde que empezó hasta que acabó de reinar Felipe II.
Y
comenzando por
rarse, á pesar
la
población, bien puede hoy asegu-
de los muchos cálculos infundados que
en otro tiempo se han hecho, y á los cuales hemos ya puesto algún correctivo, que no pasaba en tiempo de los
Reyes Católicos, de diez millones de almas;
cuales, durante
el
reinado de Felipe
II,
los
se disminuyeron
bastante todavía, hallándose reducidos en 1594 á poco
más de ocho los
millones. Las apreciaciones arbitrarias de
embajadores venecianos se ven hoy fortalecidas por
las cifras
mejor calculadas. La industria y
no debieron disminuir con mucha
prisa, sin
este periodo,' porque solo hacia
el
fué ya notoria
la
el
comercio
embargo, en
citado año de 1594
decadencia general de
las
ciudades
comerciantes é industriales, como Burgos, Valladolid,
Toledo, Segovia ó Córdoba; habiendo hasta do, desde 1530,
allí
creci-
casi todas en población y riqueza,
y conservando ó aumentando su prosperidad todavía de
CASA DE AUSTRIA
139
1594 en adelante, Sevilla y Murcia, La Coruña y CáMedina del Campo, por su lado, no obstante el
diz.
estrago que padeció en
la
guerra de
las
Comunidades,
continuó sus famosas ferias durante todo Felipe
II,
siendo
la
el
reinado de
de 1563 citada como una de
yores, y todavía con
más ponderación
las
ma-
de 1575, en
la
cual admite el Sr. Colmeiro contra la opinión de
la
Cap-
many, que se negoció por valor de 500 á 550 millones de reales de nuestra moneda actual. Pero ya, desde este año de 1575, empezaron á decaer aquellas ferias
famosas y á
la
establecimiento
par allí
la villa
de
misma; parte por virtud del
las alcabalas
y
el
del crédito de sus comerciantes Felipe
con
el
descubrimiento de las Indias y
abuso que hizo
II;
el
parte porque,
aumento de
navegación en nuestros mares, tenían que dejar de
la
ser,
por fuerza, ciertos pueblos del interior los principales
mercados de que
atribuir,
la
Península.
como
el
Nada más
injusto,
en tanto,
economista francés Blanqui,
al
sistema prohibitivo, que supone inventado por Car-
V
y continuado inexorablemente por la tiranía de sus sucesores, la ruina de la poca ó mucha industria los
que hubiese en España. Bien al principio del reinado emperador le pidieron las Cortes de La Coruña que
del
prohibiera
la
extracción de España de oro y plata,
la-
brada y por labrar, so pena de muerte; y en los capítulos definitivos, con que expusieron sus quejas los
Comuneros al mismo monarca, solicitaban igual prohibición, así como que alterase ya el valor de la moneda para evitar su extracción, y que no permitiese sacar de estos reinos trigo, ganados ó cueros de Sevilla. En
cambio, los propios Comuneros pretendían con caloría revocación de las licencias concedidas para introducir
BOSQUEJO HISTÓRICO
140
paños extranjeros en España. La verdad es, que por las peticiones de las Cortes castellanas, desde 1548 hasta 1588, se echa de ver que, contra ellas,
deseo general de
el
no había hasta entonces verdadero sistema pro-
España en materia de comercio, sino que, nosotros exportábamos con abundancia vinos, recibiendo libremente, en cambio, deFlandes ó Francia la mayor parte de las mercaderías de lujo ó difícil fabricación, que empleábamos en el consumo inhibitivo en
por
el contrario,
terior, lo
mismo que
las
viábamos á las Indias. to
mismo
comercio facilitando
del
géneros extraños
los
impidió
la
que por medio de
Lo que hubo
muy
las flotas en-
que
fué,
el
aumen-
introducción de
la
superiores ya á los nuestros,
conservación de
escasa industria nacional
la
y que no pudo competir con la extranjera por muchas y diversas causas que es imposible determinar completamente en este libro. Una de las princique
existía,
pales,
que era
la
escasez de población,
de atribuirse en gran parte á
la
ni
puede menos
expulsión de los judíos,
alas emigraciones constantes de los moriscos, aún antes
de su expulsión, y á la repoblación europea, tan rápidamente llevada á cabo por España sola en América; debiéndose también contar con
la
continua salida de
y aventureros para Flandes, Italia, Alemania ó África, que aunque no en gran número, según queda dicho, siempre se llevaban consigo, á no dudario, la parte más capaz, vigorosa y útil hombres
de
la
activos, inteligentes
nación.
La
industria, en
suma, de
las
aventuras
en ambos mundos, más brillante de seguro y más á propósito para enriquecer á tal ó cuál individuo afortunado
que
las
de
las
manufacturas, llegó á ocupar bien pronto
y por completo
la
actividad nacional;
y esto
solo basta-
ba,
CASA DE AUSTRIA
141
aunque no hubiese habido otras muchas causas
efi-
caces, para que fueran lentamente paralizándose los telares de
Toledo ó Segovia.
Pero no es posible echar en olvido lísima que indudablemente tuvo en
la
el
parte principa-
empobrecimien-
económico
to general del país el inaudito desarreglo
producido por
pe
íl.
la política
ambiciosa de Carlos
Pesaban muchísimo sobre
la
V
y Feliparte laboriosa de la
nación los tributos, y tanto ó más su mala distribución,
derivada de
la
mala organización social de
Basta recordar, respecto á
lo
último,
la
época.
que hallándose
dividida, á principios del siglo xvi, la riqueza de la Pe-
nínsula en tres partes iguales, conforme queda expues-
de los grandes y caballeros, y otra de los eclesiásticos, hacia el último tercio de aquel mismo siglo suponían ya los embajadores vene-
to,
una de
los reyes, otra
cianos que, por
el
adquisiciones de parte;
constante acrecentamiento de las
la Iglesia,
se elevaba á
la
mitad su
y que, aunque el clero pagase de mala voluntad de la Cuarta y la Cruzada y algo tam-
los subsidios
bién contribuyese
el
estado noble,
lo
que es los servi-
cios y las contribuciones generales estaban solamente á cargo del estado llano y civil, ó sea del pueblo. Los tributos mismos, por otro lado,
no dejaron de acrecen-
tarse constantemente desde la muerte de Fernando el
V
Católico en adelante.
No
acostumbrados,
almojarifazgos de Indias, estable-
ni los
bastándole ya á Carlos
los
cidos en 1522, ni los maestrazgos incorporados para
siempre á
la
Corona en 1523,
ni las
Cruzadas y compo-
siciones de que sacaba grandes sumas, quiso cual se
ha visto en la Sisa,
las
Cortes de Toledo de 1539, restablecer
abolida en los tiempos de
Doña María de Mo-
BOSQUEJO HISTÓRICO
142
bien que no pudiese lograrlo por
lina,
que estimuló
los nobles
de considerarse
la
la
de
la resistencia
las ciudades.
Y
de
es digna
pintura desconsoladora que después
de tantos esfuerzos para mejorarla, hizo Cabrera del estado de
la
hacienda pública
al
tiempo de abdicar Car-
los V. «Las deudas del emperador», decía, «eran mu-
»chas, y propusieron los ministros su abolición ó que
»no se pagasen; y parecía de mal ejemplo, no tanto ^por la pérdida de los acreedores, nunca igual á la
^ganancia
ilícita
inmoderada, cuanto de
las viudas,
^huérfanos, pueblo menudo, de su compañía y asientos
»y por
abertura para romper
la
»justos los pródigos,
»precios, con
»moderar
la
y tomar dinero en todas partes y la rescisión. Convenía
los intereses,
y parar
el
de los contratos
esperanza de
como
se hizo antiguamente en
»Roma y en Venecia, y guardar j>mas
la fe
las obligaciones legíti-
curso de las usuras, según
la
ley de
»Dios que
las prohibía, y la Genucia romana, bien admiy mal guardada. Mas contravenir luego á lapro•ihibición la necesidad de los príncipes y avaricia de
»tida
»los tratantes con dinero, en todo tiempo, haría
engaño
»á las leyes. Decían no debía pagar las deudas del pre-
»decesor »sí,
»nía
el
heredero, por ley del reino;
porque fué por resignación, con el
que
le dio,
las
mas D. Felipe cargas que
te-
viviendo, universalmente sus bienes
»y sus deudas. Había
sutiles tracistas
»todas artes los tributos,
de crecer con
inventores de extorsiones,
»llamados hombres de prudencia y arbitrio, en vender
>encomiendas, juros, jurisdicciones, hidalguías, regi»mientos, escribanías, alcaldías, tierras baldías, oficios,
^dignidades, y con esto la justicia, los premios de la yvirtud y nobleza, origen de la declinación de algunos
CASA DE AUSTRIA
143
:>Estados antiguamente, abriendo camino á la avaricia, »latroc¡n¡os, injusticias, ignorancia de los tiempos estra-
»gados. La venta de los regimientos comenzó en
»nado de D. Juan
dando en presa
el rei-
público y codicia dinero articular á la quizá -í>p adquirido con y II,
el bien
»malas artes, valiendo por esto á los vulgares, para ser
»mayoresen
haber sido peores. Querían
la república, el
»vender los lugares del episcopado y abadengo; aunque aparecía necesario revalidar
por ser
»ce,
que dio
el
al
el
breve del
Sumo
Pontífi-
emperador personal. Exten-
^díanle algunos alegando se había la concesión virtual-
»mente hecho á la corona defensora de la Iglesia por >el
rey D. Carlos, su natural señor y cabeza; y podía
»el
sucesor usar del mismo derecho sin limitación. Pe-
>dían servicio
al
Perú y á Méjico, y el obispo de Chiala corte, gran defensor de los indios
2pa que asistía en »é
indianos condenaba
el
vender los repartimientos,
»como se proponía por de grandísimos inconvenientes y »contra la buena gobernación de aquellas provincias y j-conciencia del rey, sustentando
que era mejor tentar
el servicio y aprovechamiento.» Vénse aquí indicados ya ciertos errores acerca del crédito
»por benevolencia
y
del
género de obligaciones contraída por
Estado
el
con sus acreedores, no del todo olvidados en nuestros días ni aun por naciones
que van á
la
cabeza de
la
mo-
derna cultura, como los Estados Unidos de América;
vénse ya nacer
los arbitristas
pos de gran penuria para cia
propuesto
el triste
como en todos
las naciones;
los tiem-
vése con insisten-
recurso de vender empleos y dig-
nidades públicas, que antes y después se empleara en
España y otras naciones de Europa, para proj^orcionar ingresos al Erario público; vése acudir á todos y á to-
BOSQUEJO HISTÓRICO
144
das partes por recursos extremos, hasta á las Indias, que aun se estaban conquistando. Pues todo cuanto Cabrera aquí dice sobre las necesidades de la época, lo confirma la correspondencia en gran parte inédita de Felipe II que sobre esta materia ,
se conserva en Simancas. En carta del príncipe rey dirigida á su hermana doña Juana desde Bruselas, con fecha 8 de Abril de 1556,
Vaucelles con Francia,
decía sobre la tregua de
le
lo siguiente:
«Considerando
»extremo en que todo está, é para mirar é
tratar
de
el al-
»gún remedio, por vía de medios ó negociaciones, é dar »orden en acortar todos los gastos que se pudiese, vetregua como, se os ha avisado, y »se comienza á entender en estos Estados en ello, y en
»nimos en
lo
de
la
»cumplir las deudas porque no nos y>reses
consuman
los inte-
tan grandes que corren; é porque los de
»son menores,
si
allá
no
no se atajan, tomando algún término,
»porque se gane tiempo en esto, que tanto nos importa, »os ruego afectuosamente mandéis á los del Consejo
»de Hacienda que con
el
cuidado y diligencia, como yo
»sé que ponen en todo, miren y platiquen desde luego »en los medios é forma que se podría tener, así por vía
»de
lo
de
»mismo
las Indias
como de
arbitrios é industria del
reino, que otras veces se hayan usado, ó de
»otros que podría haber.
Y
cuando estas no bastasen
»para lo que se debe, para lo que faltase, tratar con las
»mismas partes que contentasen con que se les pagase »y consignase en honras, haciendas ó juros; presupo»nierdo cuanto conviene, por una vía ó por otra, cum»plir y>ses,
y rematar con otros cambios é atajar los intereteniendo juntamente respeto d que el crédito se
•^conserve, en cuanto ser pudiese, satisfaciendo á los
CASA DE AUSTRIA
145
>mercaderes lo mejor que se pueda (1)». Al romper iuego dicha tregua los franceses, y saberse que Su Santidad no quería la paz, fueron, naturalmente, las dificultades
clero
y á
económicas. Pidió
los principales
el
personajes de
produjo algo, pero mucho menos de
como era
ba. Estuvo,
natural,
el
mayores
rey un donativo
al
nobleza, que que se espera-
la
lo
clero
más
reacio en
aquella ocasión que en otra ninguna, porque aparte de
su ordinaria resistencia á que se empleasen sus rentas
en gastos políticos y se dirigía contra
el
militares, la guerra de entonces Papa principalmente. Hubo serias
contestaciones con
el arzobispo de Toledo, iMartínez que no acabaron sino con su muerte, ocurrida
Silíceo,
en aquel tiempo; y también con el famoso D. Fernando de Valdés, aquel implacable inquisidor general que era al
propio tiempo arzobispo de Sevilla,
las abiertas
los
V
amenazas de D.
desde Yuste, á hacer
nativo,
al
cual obligaron
y aún de D. Caralgún préstamo ó do-
Felipe,
al fin
que de todo tuvo menos de voluntario. Pero no
fué esto aún
lo
escribió Felipe
más grave. En 2 de Febrero de 1557 II
á
la
princesa, que estaba resuelto á
entrar aquel verano en Francia;
y como era la primera cosa con que se hallaba en su reinado, echar el resto; por lo cual le ordenaba que se apoderase de cuanto hubiese traído
la flota
de Indias. «Lo que se ha hecho
>en este caso en las tomas pasadas,» decía textual-
mente, «es que se ha dado juro en pago de ellas. A los >que han querido ser pagados en las Indias, se les han ^librado allá y se les ha selos.
(\)
Y
lo
dado
el
juro en diferentes pré-
que últimamente se proveyó es que á
Archivo de Simancas.— Estado.— Legajo 5
11,
folio
10
1
los
H.
BOSQUEJO HISTÓRICO
146
^pasajeros se les diese 5>tar,
ó sea
al seis
el
juro á 16.000 el millar
y un cuarto por
»sen la renta de ello desde
les
qui-
y que goza-
ciento,
que
el día
al
suspendiesen
»de darles partidas; y que á los mercaderes se les diese el millar, -ó bien á siete y un séptimo por
ȇ 14.000
y que llevasen de intereses á razón de 14 por » 100 al año desde dicho día de la suspensión hasta que comenzasen á gozar de la renta del juro. Y los que j-ciento;
y>
:^quisiesen ser librados en las Indias llevasen el dicho
^interés hasta que allá fuesen pagados,
>meses para »seguro de
toma
>les
gió
traerlos,
y allende de esto se les diese el ú ocho por ciento. Y pues se
la traída, siete
la
hacienda contra su voluntad y reciben tan-
daño y perjuicio de
parece que
ello,
^particulares se les debería dar »les
y más cuatro
da á los mercaderes
(1 ). »
De
el
juro de los
mismo precio que se
al
conformidad con estos
regios acuerdos, se expidió orden rigurosa en 1.° de
Febrero de 1557, para que se entregase á Hernán Ló-
pez del Campo, factor general del rey, todo ta
y dinero de mercaderes, pasajeros y
flota había traído.
el oro, pla-
difuntos,
Pudieron los interesados con
que
la
la
com-
plicidad, sin duda, de los ministros reales, salvar la
mayor parte de sus tesoros; y cólera, no
ya solo de Felipe
los V, se redujo la presa á
así es II,
sino también de Car-
500 mil ducados, en lugar
de los millones que se esperaban. público en Septiembre del
que con grandísima
Más
feliz el
Tesoro
mismo año de 1557, pudo
apoderarse de otra flota que conducía á España 400.000
ducados para
él
y un millón para
particulares, indemni-
zándoles de igual manera que para los precedentemen-
(1)
Archivo de Simancas.— Legajo 514,
folio 17.
CASA DE AUSTRIA
147
despojados se había dispuesto. Las Cortes de 1558 reclamaron en vano contra estas inicuas medidas, dictadas por una necesidad que ya se juzgaba única y sute
prema,
lo
mismo que habían protestado con
sión, inútilmente, las
igual oca-
de Valladolid en 1555. Felipe
II,
en carta fechada en Gante á 12 de Marzo del propio princesa, de su
ano, decía á
la
auxilios,
siguiente:
lo
puño y
«Váme
letra,
pidiéndola
tanto en que el dinero
avenga con grandísima brevedad, y la gente," que no »puedo dejar de encomendárselo á V. A. muchas veces; »y así
le
mande
suplico que
á todos los que entienden
>en esto, que se den grandísima prisa á enviármelo;
>porque si no viene muy pronto, yo prometo á V. A. »que quedaré de manera que no podré alzar la cabeT>za en toda mi vida, ni ir á esos reinos, pues sin T>honra no quiero parecer en ellos (1).»
radamente veía ya, pues, zar á reinar, Felipe
II
las
Tan desespe-
cosas de España,
al
á causa del mal estado de
comenla Ha-
y no por sí solo, sino por lo que le decían los más experimentados ministros de su padre. El obispo cienda,
Arras, luego cardenal Granvela, plo,
le escribía,
en Abril de 1557, que veía todas
las
por ejem-
cosas tan á ca-
Y de intento nos hemos parado tanto, extractando documentos, algunos hasta aquí desconocidos, para que se forme idea
bo «que estaba
clara
atónito,
pensando en
de cómo dejó Carlos
V
la
elIo>.
Hacienda de España, y lo mismo, en sus
con qué trabajos se mantenía, por
mejores tiempos nuestra reinado de Felipe
continua penuria.
(1)
II
artificial
grandeza.
Todo
el
fué luego un puro lamento y una
Concíbese que aún haya espíritus
Archivo de Simancas.— Legajo 514,
folio
2
I,
BOSQUEJO HISTÓRICO
148
que den poca importancia á las funestas complicaciones, que el desarreglo de la Hacienda trae á superficiales
los pueblos,
mirando
la
reputación que mantuvo y dejó
una monarquía, tan aquejada ya de esta enfermedad, como la de Felipe II. Pero esta clase de padecimientos son los que no se borran nunca del todo de
las nacio-
Todavía hoy experimenta dolores España, cuya está en los descubiertos financieros que tuvimos siglos hace. En 1561, después de las paces con
nes. raíz
tres
Roma, consiguió Felipe
II
que
le
concediese
el
Papa
el
subsidio llamado de galeras,
y en 1567 la renta del excusado: todo bastante á despecho del clero español, que siempre dudaba que hubiese en la Santa Sede facultades, para disponer así de sus peculiares bienes.
Aumentóse creóse
el
la alcabala,
por entonces, de 5 á 10 por 100;
impuesto de exportación sobre
iban á Flandes ó
Italia;
el
las lanas,
que
llamado de los diezmos de
puertos entre Castilla y Portugal; la renta de la población de Granada: por último, el aborrecido servicio de millones en que iba envuelto
el
restablecimiento de la
Sisa, que no pudo conseguir Carlos V, y fué ya
nuándose en
los reinados sucesivos. Pidiéronse,
de esto, donativos á toda
la
conti-
demás
nación, con humildes tér-
minos, ya que faltaba ocasión de obtenerlos por fuerza, siendo notables las gestiones para
el
de 1596 á 1597,
por muchos comparadas á pedir limosna. Pero al exceso constante de los gastos sobre los ingresos nada basta,
mientras no se ataja á costa de cualquier sacrificio,
por rudo que sea; y
el
que España necesitaba entonces el mundo,
no era menos que abandonar su posición en
y
la
causa religiosa que á tanta costa sustentaba. Hubo,
pues, que -hacer
al fin
un arreglo de
la
deuda en 1575;
CASA DE AUSTRIA
149
ordenándose, por decreto del Consejo de Hacienda,
que
los
convenios celebrados para adquirir fondos des-
de 1560 hasta aquella fecha, se reformarían y «bajan»do los intereses, se fenecerían >>d
ellas se libraría la
paga
y conforme en vasallos y cosas, á
las cuentas,
aprecios tales que el rey saliese de deudas
y agravio.»
Cabrera, de quien son estas palabras, añade, que este decreto alborotó en
Genova y Flandes á
los
hombres
de negocios, que habían prestado dinero á España; y no les faltaba razón para ello, puesto que se les obligaba á cambiar sus valores fiduciarios con otros territoriales, á los precios que tuviera por conveniente
Dedúcese
fijar el fisco.
del capítulo xxvi, libro xii, del propio
ra que la necesidad de acudir de
nuevo
al
Cabre-
crédito hizo,
cual suele suceder, imposible la ejecución de las injustas
más
de aquellas disposiciones; «volviendo» dice
«arrepentido
el
rey á sus contratos ó asientos con los
y tomando ya medio general acerca del ^decreto: de manera que fué él ó el Estado como
^extranjeros,
el
decretado y damnificado, y los hacendistas
>satisfechos
mañosa y costosamente.» La transforma-
»siempre,
ción de valores se llevó á cabo, no obstante, dándose
á los acreedores, en cambio de los pagarés que poseían, lo
que, por concesión del Papa, produjo
la
venta de
bienes eclesiásticos del arzobispado de Toledo, y juros de la real Hacienda. Menos ejecución tuvo el proyecto,
ya concebido por Felipe
II,
de pedir á los señores,
títu-
posesión de sus
y grandes «que dieran razón de la ^mayorazgos y bienes,» proponiéndose incorporar al Estado todos los que sin títulos formales disfrutasen;
los
porque fué
,
como
era natural
,
tan vivo el descontento
que produjo, que apenas pasó de
intento. Justo es aña-
BOSQUEJO HISTÓRICO
150 dir
á
dicho que,
lo
si
Felipe
desmesuradas empresas piadosas como
gastaba mucho en sus
II
y no poco en fábricas jamás ha habido monar-
políticas,
la del Escorial,
ca que en su persona gastase menos, reduciendo á diez mil
ducados
mes, con extraordinario y todo, el preNo podía ocultarse á un hombre
al
supuesto de su casa.
de tan altas dotes de gobierno nación
ver
la
buen régimen de
lo
que importaba á
la
Hacienda pública; y es de amargura con que habló siempre, en su corresel
la
pondencia, del mal estado en que
la
Tiempo
tenía.
hace, por ejemplo, que corre impresa una carta suya
al
secretario Garnica, en la cual se lamenta de la discon-
formidad de consejos, pareceres y sistemas que para la Hacienda se le proponían de todas partes, que para nada aprovechase alguno de ellos: como
mejorar sin
que en realidad
lo
único que
aprovechar podía era
gastar menos. «Mirad» le decía entre otras cosas, «lo
>que con razón
lo sentiré,
viéndome en cuarenta y ocho
»años de edad, y con el príncipe de tres, dejándole la Hacienda tan sin orden como hasta aquí; y demás de :í
>esto qué vejez tendré, pues parece que ya >si
la
comienzo,
paso de aquí adelante con no ver un día con
»tengo de vivir otro, »tar lo
ni
que tanto es menester:
»pena que
me
lo
que
saber con qué se ha de sustenni
sé
como vivo con
la
da, por las causas
que aquí he dicho, y »por otras que hay para tenerla.» No con menor sentimiento sabían todo esto
las
principalmente llevaba sobre
Cortes de Castilla, que sí
las
cargas públicas,
puesto que, aparte de las provincias aún hoy exentas,
Corona de Aragón contribuía entonces con muy escasos subsidios. En la proposición real, ó discurso de la
la
Corona, de 1563,
díjoles
ya á aquellas Felipe
II
que
las
>
CASA DE AUSTRIA
151
rentas ordinarias estaban casi del todo vendidas y
peñadas; y en
el
de
las
de 1566 que
el
em-
patrimonio real
estaba casi del todo exhausto y consumido: no cesando
de hablar de igual manera en cuantas se celebraron hasta su muerte. Designados, entre tanto, los procura-
como
dores por la temeridad de la suerte,
Mariana, fácilmente se corrompían con
advirtió
esperanza á
la
las dádivas; constando auténticamente además, por
la
correspondencia de Simancas, que, no bien acabadas, remitía cada
uno su memorial
al
rey, de los cuales se
formaba una relación, anotada por en que se designaban
los ministros reales,
que debían ó no ser com-
los
placidos, según que se hubiesen ó no prestado á dar
ciegamente sus votos á
la
proposición real, imponiendo
á sus comitentes nuevas cargas. Injusto fuera callar aquí que este sistema de favorecer en sus empeños á los diputados
y,
no á
los
que votan
que no, está
los
proyectos de los gobiernos,
lejos
de ser peculiar de
Feli-
de aquel tiempo, puesto que se le ha visto usar, con semejante motivo, por todos y en todas partes. Fuerza es añadir, de otro lado, que ni aún por eso
pe
II
ni
dejaron de condenar con frecuencia aquellas Cortes el desarreglo económico del rey, así política
que
lo
como
ocasionaba. Las de 1566
la perjudicial
le
manifestaron
ya que tenían mucho sentimiento en ver «que >zas del reino no podían corresponder á
la
las fuer-
necesidad,
>obligación, voluntad y deseo, que tenían en servirlo: las
de 1570 á 71, reunidas primero en Córdoba, y en
Madrid luego, pusieron graves dificultades á votar el servicio que les pedía; y en las de 1573 á 1574, tuvo que dar con
los
licencia á los procuradores para
ayuntamientos de
las
ir
á consultar
ciudades que representa-
BOSQUEJO HISTÓRICO
152
ban, su propuesta sobre
no considerándose
desempeño de
el
la
Hacienda^
con poderes bastantes para
ellos
votarla: por lo cual se prorrogaron hasta 1575.
cansaba Felipe
II
de acudir á
medio de que los escritores
No
las Cortes, porque,
políticos
se
en
de su época llega-
ban ya á sostener que no había verdadera propiedad
y que toda la del reino pertenecía esencialmonarca, así como que la corona podía impo-
individual,
mente
al
ner los tributos necesarios, sin contar con los procuradores, jamás
él
ó sus teólogos familiares admitieron
semejante doctrina; y no llegó por eso mismo á concebir
tampoco
tencias á
propósito de concluir con aquellas resis-
el
mano
airada.
Las Cortes, por su
ban por ceder siempre, bien que no testas: diciendo entre otras las
parte, acaba-
sin dolorosas pro-
de 1579, que faltaba ya
hasta la esperanza del remedio, <por estar gastados los
^caudales de los tratantes, y del todo descompuesto y ^desbaratado el universal y particular comercio; y tan
y muy subidos >los precios de las cosas; y muy agotada la moneda. > Llegaron las cosas á punto que, para lograr que las de ^adelgazadas
las granjerias
1588 consintiesen en
las
de
la tierra;
propuestas reales, fué preciso
recurrir á los prelados, á fin de
que persuadieran á los
cabildos municipales á que otorgaran á sus procuradores los
amplios poderes indispensables. Por último: las
Cortes de 1592 declararon que no había, ni podía ha-
ber duda, en que el reino estaba consumido y acabado del todo. Nada tiene, pues, de extraño, que en, tiempos que inspiraban estas lastimeras frases, no solo destruyesen los tributos y el desorden de la Hacienda del Estado la riqueza pública, sino que decayera real-
mente tanto
la
población,
como
atrás
queda expuesto;.
CASA DE AUSTRIA
153
bajando, en breve plazo, de diez á ocho millones de
al-
mas. Fácil también ya era, según dijo D. Alejandro Llórente poco hace en un notable discurso, »
<
divisar
desde aquellas cumbres sombríos horizontes y no lejaY no podrá ya tacharse de exagerado
>janos abismos.»
tampoco, aunque sea caluroso, como de persona agra-
resumen que por estas y otras causas, hizo estado general en que dejó á España Felipe II, el
viada, el del
comentador de Tácito, Alamos Barrientes, con siguientes palabras, ya en otra ocasión dadas á luz
ilustre las
por
el
«Por
autor del presente trabajo:
las continuas
>enfermedades de aquel rey» decía, «ó por nuestros >pecados, ó por los secretos juicios de Dios, no ha sido >suficiente todo para
que no se
halle V.
M.
á la Iglesia
>más cercada que nunca estuvo de herejes y enemigos la persiguen. Los reinos, no sólo no son seguros, >sino indefensos, infestados, invadidos; todo el mar
>que
lOcéano y Mediterráneo,
casi
enseñoreado de los ene-
nación española rendida y amilanada, de ^descontenta y desfavorecida, siendo la que siempre se
>migos;
la
>tuvo por invencible, por ser con
la
ido todas las otras, y ganado los >juntado con esta corona;
que se han sujetareinos que se han
la justicia
>da; el patrimonio real consumido; la >dito acabado, juntamente con las
postrada y perdireputación y cré-
grandes cabezas del
íEstado, guerra y paz, de que han abundado estos refinos, y han sido tan temidos por esto como por todo su >poder.
De
lo
cual lo que ha resultado es:
que halla
>Vuestra Majestad universal desconsuelo y descontenyfo en los grandes, medianos y menores, juntamente >con
la
desconfianza y otros semejantes efectos, que el verdadero esta-
>necesariamente resultan de ser este
BOSQUEJO HISTÓRICO
154
>do en que queda, y está todo.j- Inútil sería añadir una palabra, después de las de este político contemporáneo:
mayores de su época, y que no hablaba así á cualquiera, sino al propio hijo de Felipe II. Respecto al estado intelectual de España, á su fin po-
uno de
lítico
los
y
y
religioso,
sistema de represión comen-
al
zado, cual hemos dicho, hacia esta época, para afirmar
ó mantener
unidad de creencias religiosas, preciso
la
también será decir algo más de
lo
queda expuesto, por ria. Siendo Felipe II
representante de aquel
la
que incidentalmente
especial importancia de la mate-
el principal
sistema, en ningún otro de los reinados de la casa de
Austria podría ser
punto más oportunamente tratado.
el
Es indudable, ante todo, que, cobró
la
represión religiosa
nes que hasta venir de
como reinando Felipe II mucho mayores proporcio-
muy
allí
así
hubiese conocido España, á pesar de
de lejos en
ella la intolerancia,
garon, cual ya se ha dicho, en aquel tiempo, la literatura
española
Conviene explicar
al
al
más
alto
también la
lle-
lengua y
grado de su esplendor.
paso esta contradicción aparente,
esclareciendo hasta donde sea posible hechos, que con
razón deben contarse por los de más transcendencia
de nuestra
historia.
instrumento de
la
Queda ya expuesto que
el
principal
represión, por medio de la cual se
logró mantener la unidad religiosa fué, y nadie lo ignora, la Inquisición española.
peciales de
la fe, distintos
rios, del célebre Concilio
dos bien pronto á los
Derivados
los tribunales es-
de los de los obispos ordina-
de Tolosa de 1229, y encarga-
frailes
dominicos, que se distin-
guían ya por su celo contra los herejes, fundáronse en Alemania, en Italia y Aragón, antes que en Castilla. Poco habían dado que decir de si tales tribunales, no
155
CASA DE AUSTRIA
habiendo intervenido aún en esta última, en ninguna gran causa colectiva ó social, cuando, estimulados por los clamores de la mayor parte de sus subditos, que aborrecían á los judíos, y temían su influjo creciente, solicitaron los Reyes Católicos bula del Papa para la creación de un tribunal especial de Inquisición, nombrado por la Corona; que atendiese á la conservación y
defensa del cristianismo en sus Estados. Obtúvose y comenzó á proceder en Sevilla hacia 1481, según parece, contra los que,
aparentando que eran cristianos, prac-
ticaban la doctrina judaica, esta nueva Inquisición, ó Inquisición española: distinta de la eclesiástica, hasta allí
conocida, tanto por su origen real,
como por sus
que fueron siempre no menos sociales ó políticos, que religiosos. Hízose este tribunal más especial por los antecedentes motivos, que no por sus procedimientos ó su rigor, que fueron, á poco más ó menos, los ordi-
fines,
narios del siglo en que se fundara y del siguiente.
Como
instrumento de unidad religiosa fué primero empleado contra los cristianos judaizantes, luego contra los judíos declarados y residentes á pesar de
la
expulsión, y algo
también después contra los mahometanos ó moriscos: aunque estos, recordándose sin duda las capitulaciones, mediante las cuales sucumbieron, fuesen tratados
siempre con bastante indulgencia. Ni dejó de entender la Inquisición
también en casos de mera herejía, ó sosdurante los reinados que precedieron al de
pecha de
tal,
Felipe
y aún
II;
los
Reyes Católicos dieron ya sobre
los
libros impresos una pragmática, bastante represiva, para
impedir que por causa de ellos penetrasen en España ciertas doctrinas extrañas. Mas nada de esto ni de lo
que se vio en tiempo de Felipe el Hermoso 6 Carlos V,
BOSQUEJO HISTÓRICO
156
puede compararse con Célebres son
lante.
acontecido desde 1557 en ade-
lo
las
ordenanzas de Madrid de 12 de
Septiembre de 1561, por
las cuales se rigieron princi-
palmente los tribunales del Santo Oficio en sus procedimientos contra las personas; pero más digna de celebridad es todavía
la
pragmática contra los libros de
1558, ya citada en este libro,
y que
tanta parte tuvo,
á no dudarlo, en la decadencia intelectual de España.
Desde
este tiempo hacia adelante, fué ya la Inquisición
un tribunal más
que religioso, formado y ardientemente protegido por la Corona, que cuidaba con mupolítico
cho empeño de que se
le
conservase su carácter regio y
nacional, y no fueran sus procesos en apelación á
Roma.
Hacíasele entender en negocios puramente de Estado
por
confianza especial que inspiraba, tomando motivo
la
para ello del enlace constante que á
la
sazón tenían
las
cuestiones religiosas y políticas; y por su medio se procuraba asimismo impedir que la discordia, que Qon pretextos religiosos, tanto había dado que hacer á Carlos
V
en Alemania, ó á Felipe
nicara á España.
Que
razón, aunque no seguramente
con que so á
la
el
poder
civil,
en Flandes, se comu-
II
esta última fuese la
una carta de Carlos
principal
única, de la crueldad
aún más que
el religioso,
introducción del protestantismo en
lo manifiesta
V
nadora Doña Juana, desde Yuste, en 3>él
muy
la
se opu-
Península,
á la princesa goberla cual le dijo:
«que
había visto, por experiencia, en Alemania y Flan-
»des, que no podía haber prosperidad ni reposo,
donde
>no había unidad de doctrina;» de donde tomaba pie para encargarla que acabase á toda costa con los herejes. pital
Y
este fué siempre, en lo sucesivo,
de
la política interior
el
principio ca-
de España. «Puede decirse,»
CASA DE AUSTRIA
pues, con acierto
escribía,
Agustín Nani, «que
el
jefe
embajador veneciano
el
de
IST
Inquisición es aquí el
la
>los
nombra á los inquisidores y sus ministros, y emplea en enfrenar á sus subditos, castigándolos
»con
el secreto,
»rey, que
»nal se procede,
>secular,
y la severidad con que en aquel tribucuando no basta la autoridad ordinaria
aunque suprema,
del
Consejo
real;
por mane-
y el Consejo se dan la mano, y >recíprocamente se ayudan para servir al rey en las >materias de Estado.» Lo exacto de este juicio, plenísiara que la Inquisición,
mamente confirmado
está en
Tocante á
tenemos además á
los libros,
el
caso de Antonio Pérez. la vista
varios
documentos inéditos de Simancas, por donde se prueba
que
la
idea de prohibir
y
castigar su introducción cruel-
mente, antes partió, que del Santo Oficio, de Felipe
En 4 de Marzo de 1558 mandó
este príncipe á los
quisidores, desde Flandes, que vigilasen
mucho
II.
in-
la in-
troducción de los libros heréticos, reprimiendo con severidad cualquier abuso que en esto se observase; y con
fecha 12 de Mayo, ral Inquisición,
le
respondió
que «en
el
el
Consejo de
la
gene-
recoger los libros prohibidos
»y que no se trajesen á estos reinos otros sospechosos el cuidado que >Su Majestad mandaba, y se había escrito á los inqui>sidores que cada uno en su distrito hiciese publicar
»y heréticos, se había tenido y tenía
>editos con grandes censuras para >ra, ni
que nadie
los tuvie-
ningún confesor pudiese absorver á las perso-
>nas que los tuvieran y no los diesen; por ser tanta la >desvergüenza y osadía de los herejes que no bastaba >el cuidado, según mostraban los muchos libros de esta >clase que cada día parecían:» proponiéndose, en suma,
«hacer todo
lo
posible por evitarlo y castigar con todo
BOSQUEJO HISTÓRICO
158
»r¡gorá los delincuentes.» tal
contento
el
monarca con
recomendación, escribió otra carta, á 5 de Junio del
propio año,
por
No
lo
al
Consejo de
la
luteranismo en España, con
vedad
Inquisición añadiendo, que
que importaba atajar y remediar
la
invasión del
mucho fundamento y
bre-
escribía á la serenísima princesa, su hermana, go-
bernadora del reino, que
les
encargase «tener
las
ma-
que solían y de ellos confiaba >para extirparlo, de manera que no pasase adelante,
:»nos
en
ello
y hacer
lo
^avisándole, particularmente de lo que se hiciere en lo
>de los
frailes
que huyeron de Sevilla»; los cuales eran
doce Jerónimos de San Isidro del Campo^ fugitivos para evitar la persecución testantes.
que tenían por sus doctrinas pro-
Secundando y no más
la Inquisición el
celo
del rey, contestó á esta carta en 26 de Octubre de 1558,
y decía, que con consulta de la serenísima princesa^ ya «se habían nombrado inquisidores y comisarios, que re>sid¡esen en las fronteras y puertos, donde aportaban >los libros sospechosos, para
que se remediase
el
daño
>que de traerlos resultaba.» Añadía después que, en
lo
tocante á los presos, «se entendía con todo cuidado para
»que S. M. fuera servido, y su real y santa intención »se ejecutara, habiendo ya mandado escribir la princesa ^gobernadora á todos los prelados, grandes y justicias >y otras personas del reino, para que tuviesen gran cui»dado, así en lo de los libros
como en
lo
demás, y de
La represión como decía la mis-
>todo diesen aviso á los inquisidores. > del luteranismo
ma
Inquisición,
más doctos
no
era, á todo esto,
ya muy
fácil;
porque algunos de los
eclesiásticos que siguieron
al
emperador á
Alemania, desde 1546 á 1552, lejos de convencer con sus predicaciones á los protestantes, habían sido impul-
CASA DE AUSTRIA
sados por su ejemplo, ó por
las
159
exigencias de
la
con-
troversia misma, á examinar detenidamente los textos
sagrados; y de este examen lengüístico y dogmático quedaron bastantes de ellos, no menos llenos de error
que sus contradictores. Constantino Ponce de la Fuente y Agustín Cazalla, dos de los primeros teólogos de Carlos V, se inficionaron por
tal
manera en
las doctrinas
protestantes, que otros
hombres de mérito, como Juan de Valdés, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, siguieron su ejemplo, que no tardó en imitar
gente y aún
mucha
y personas nobles. Eran, como se ve, bastante importantes y numerosos los autores ó cómplices de
frailes
la herejía,
para haber burlado
al
rey y á
la
mucho tiempo, de no apelarse, cual se á medidas extremas. La pragmática contra los de 7 de Diciembre de 1558, ya más de una vez
Inquisición, por
apeló, libros,
citada, lo fué tanto,
que prohibió á
los libreros
clase de personas, bajo pena de muerte,
y á toda
y perdimiento
de todos sus bienes, tener, vender, introducir, ni traer del extranjero ningún libro, ni obra impresa, ni por imprimir, de las vedadas por el Santo Oficio; sometiendo además, á la aprobación y licencia del Consejo real, cuantos libros hubieran de publicarse en España. Y no bastando todavía esto, en 21 de Agosto de 1572 se
mandaron visitar en un mismo día y hora por toda España, cuantas librerías hubiese, sellándolas, apoderándose de todos los libros, y reconociendo los que estuvieran prohibidos, para aplicar de una vez aquella rigo-
rosa pragmática á cuantas personas hubiesen contravenido á sus disposiciones. Ni hay que maravillarse mu-
cho de esas órdenes draconianas, cuando sabemos que Francisco
I
llegó á decretar en Francia, á 12 de
Enero
BOSQUEJO HISTÓRICO
160
de 1535,
la abolición del arte
de
la
imprenta; y que en
Inglaterra ó Alemania, la publicación de libros contrarios al
monarca ó á
la religión reinantes^ solían ser
á
la
sazón perseguidos, tanto ó más que en España, bien
que no tan constante y sistemáticamente, gracias á organización sólida y hábil del Santo Oficio. Pero aquí realizaron Carlos los herejes
y
la
V
ó Felipe
II
la
la si
persecución de
organización de tribunales á propósito
para exterminarlos, con mayor calor que otros monarcas, fué porque, aparte de las consideraciones políticas
y de utilidad inmediata, que quedan expuestas, había que contar con el sincero fanatismo religioso de ambos y con su decidido empeño de acabar con el protestantismo en iodo el mundo, para lo cual era lo primero no dejarle echar raices en la Península. Ni es posible du-
dar tampoco, que este sistema político-religioso de que
apoyo con
la
Inquisición fué instrumento, contase en su
la
opinón general del pueblo español, de todo punto
favorable á
intolerancia religiosa en aquel siglo y el
la
Hombres eminentes no vacilaban en prestar su elocuencia á los autos de fe, como Melchor Cano siguiente.
hizo en
de Valladolid contra Cazalla y sus secuaces.
el
Roma, bastante favorable á la Inquisición en tiempo de Paulo IV, parecía ya tibia con respecto á ella, en los días de su sucesor, el célebre jurista y di-
La
corte de
plomático Francisco de Vargas, no obstante ser
poco respetuoso con
más
realistas
de
la
él
tan
Santa Sede, así como á los
los Ministros
de
la
época. Fué, á no
dudarlo, aprobada por el intolerante y feroz fanatismo
de
la
multitud,
nunca amiga de
la
templanza, antes
afi-
cionada siempre á los extremos de rigor, en cualquier sentido en que se ejerza, la presencia de Felipe V
1
II,
en
CASA DE AUSTRIA el
161
auto de 8 de Octubre 1559 en Valladolid; y admirado
su piadoso juramento de prestar su espada á sición para
que defendiese
la fe.
eso mismo, únicamente, Felipe
títulos fiesta,
pudieron, con
Algo haría
el
la Inqui-
no honraron por
ó sus sucesores aque-
II
sino que, desde
llos juicios terribles,
grandes y tomaron á
Y
el principio,
los
y la generalidad de los españoles los engalanándose bien pronto, cuantos de familiares del Santo Oficio.
título
no
fingir el temor,
lebles del íntimo espíritu
que
dudamos; pero
lo
paña de entonces ha dejado en
la
la
Es-
lengua señales inde-
la
animara, dando á
la
acepción de mal intencionado y perverso, y haciendo equivalente la frase cara de hereje, palabra hereje
la
de cara fea ó propia de hombre desalmado. Debiéronse hacer á
la
par tan sospechosos los sabios
al vulgo, que y aplicable á cualquier homde está en peligro de ser luterano.
llegó á ser frase corriente,
bre estudioso
No
la
entró nunca seguramente en el ánimo de Felipe
perseguir
el
II
saber, ni reducir á la ignorancia á sus
subditos: bastara la protección eficacísima que dispensó
á Arias de Montano, en líglota,
la
publicación de su Biblia po-
para demostrar que, aun siendo los estudios
escriturarios
y lingüísticos los más peligrosos entonbuenos é indispensables. El mal esen-
ces, juzgábalos
cialmente estaba en
el
sistema de protección y repre-
sión por él tan enérgicamente adoptado. sin
duda alguna, que mantener
en
la
la
No
quería más,
unidad de doctrina
ciencia de las ciencias, que es la de Dios; no
defendía aquella doctrina, en su unidad, sino porque
con toda sinceridad
la
tenía
como
única cierta: no pre-
tendía otra cosa, con sus inquisidores, que amparar
saber verdadero, y castigar
el falso;
el
pero en este dis11
BOSQUEJO HISTÓRICO
162
cernimiento, para todo gobierno y todo tribunal impo-
que aconteció á
sible, lo
la larga fué,
que toda especie
de saber sucumbió.
Los
frutos, sin
embargo, del sistema no se recogieron
todos inmediatamente.
A
pesar de los bien conocidos
contratiempos de Fray Luis de León y otros,
la
lengua
y la literatura, propiamente dicha, alcanzaron su siglo de oro, cual se ha dicho con repetición, en el reinado de Felipe II, así como en los primeros años del castellana
siguiente, prolongándose, según
veremos luego, hasta
más de
el
la
mitad del de su nieto,
esplendor de
la
poe-
y hasta allí no interrumpido de la lengua, de una parte; de otra los continuos viajes, y la gran comunicación en que estuvieron los españoles con las escuelas y los grandes hombres sía dramática. El adelanto natural,
de toda Europa, durante Felipe
II,
deben contarse
gran progreso
literario
los
reinados de Carlos
como causas
Vy
principales del
de que hablamos, y de que, á
pesar de las trabas interiores, puestas ya á los buenos estudios, no se sintiera con rapidez la decadencia.
De
advertir es también que, en ciertos géneros literarios, la
Inquisición
se limitó, por
lo
común, á expurgar de
obscenidades ó irreverencias los libros, como hizo con
Propaladla de Torres Naharro procediendo hasta en esto mismo con mucha más parsimonia y descuido, que en la persecución de doctrinas y proposiciones heréticas, ó que tenía por peligrosas. Por eso mismo, la la
crítica
;
y
las ciencias naturales,
que indispensablemente
necesitan de alguna libertad para
el
examen, fueron
que quedaron aquí ahogadas en su cuna, sin poder aprovechar el movimiento general de progreso las solas
iniciado en ellas por aquel tiempo. Florecieron extraor-
CASA DE AUSTRIA
163
dinariamente, en cambio, las ciencias morales en los días de Felipe II, la teología, lo mismo que la jurisprudencia, y que la filosofía
gloria
la política,
bien que informadas todas por
Y
escolástica.
es grande,
que deben dar á España
materias, por
más que no basten
que en
otras, primero,
diera,
con
ciertamente,
los escritores
la
de estas
á compensarla, de lo
y luego en estas mismas per-
perseverante y nimia intolerancia que paulatinamente fué desarrollando el Santo Oficio. la
Pero es sobre todo notable y digna de atención la importancia que llegó á alcanzar por entonces el derecho público, en lo tocante al origen de las sociedades
humanas,
al principio y formación del poder público, á derechos y deberes de los gobiernos para con los gobernados, á la índole y distinción de las dos grandes potestades de la época, la regia y la pontificia. Tenía
los
aquella sociedad española un doble ideal social:
dad
del
poder y
la
unidad de
la
la uni-
doctrina religiosa.
La
alianza ó la discordia de estos dos ideales, y las relaciones continuas de las potestades que los representa-
ban, obligaba, como nunca, á estudiarlos. Y así se vio que descaecían rápidamente las grandes instituciones históricas de la Edad Media, que, como ías Cortes
y
los
Concejos,
las clases
y
los fueros, ó los Concilios
nacionales y los Cabildos, representaban la instintiva necesidad de los individuos, de limitar de algún modo los
poderes supremos, fatalmente inclinados á
ción, sea cualquiera la forma en
la
absor-
que estén organizados;
y en los propios momentos se desenvolvía activamente una escuela político-religiosa, libre y profunda, aunque fundada en un estudio incompleto del individuo y de la el espíritu de estos
sociedad. Para comprender bien
BOSQUEJO HISTÓRICO
164
tiempos, hay precisamente que advertir que de cuela se derivaron dos teorías fundamentales:
apoyada en
pasadas sumisiones
las
es-
tal
una,
la
imperio de
del
Occidente, que sujetaba los monarcas temporales á
suprema dirección
de
política del jefe
ca; la otra, derivada
de
la
la
Iglesia católi-
las primitivas tradiciones,
que
pretendía que los soberanos católicos, y sobre todo los
emperadores de Alemania, debían ejercer, á los Pontífices, el
gobierno externo de
la
par con
Iglesia,
la
como
sus naturales protectores. Lo mismo los príncipes cató-
que
licos
los protestantes, sostenían,
en virtud de esta
última teoría, que su potestad era de derecho divino, ni
más
ni
menos que
lo divino ni
en
lo
la
que ejercía
y que
la Iglesia,
en
ni
humano podían desobedecerlos sus
subditos, para quienes su voluntad, conforme ordena-
ban
las antiguas leyes
romanas, debía ser
ley. Hefele,
escritor alemán^ en su libro acerca del cardenal Cisneros, refiere, por ejemplo, que,
después de haber aban-
donado
habitantes del Palatina-
la religión católica los
do, pasaron, en 1563, del luteranismo
un decreto del elector Federico vertido
el
sucesor de éste, Luis,
vo en 1576, obligó por rar el calvinismo,
que
la
III;
al
al
calvinismo, por
y habiéndose con-
luteranismo de nue-
fuerza á sus subditos á abju-
les había
impuesto su padre.
eran pasados apenas siete años, cuando
el tutor
derico IV, Juan Casimiro, impuso de nuevo
mo
al
Electorado. La
misma paz
religiosa,
el
No
de Fe-
calvinis-
de 1555, ce-
lebrada en tiempo de Carlos V, dejó á los príncipes
alemanes tre
el
derecho de dar á escoger á sus subditos en-
abrazar las creencias religiosas que ellos para
adoptasen, ó emigrar, no sin satisfacer antes
al
sí
Tesoro
soberano buenas multas. Esto pasaba aún en Alemania
CASA DE AUSTRIA
165
durante
el reinado de Felipe lí; y lo que ya había acontecido en Inglaterra, reinando Enrique VIH, ó aconte-
ció, en contrapuestos sentidos, bajo el cetro de María ó de Isabel, no hay que recordarlo, por sobrado sabido. Ni la conducta de España con los judíos y los moriscos
estuvo guiada por otro que por este mismo principio; el cual, sin embargo, castigaba la Inquisición, y conde-
naban
doctores católicos, en
los
sí mismo y en absode que no pudiera, con razón, aplicarse á los verdaderos fieles. Pero en el ínterin, la conquista de Navarra,, hecha durante la niñez de Carlos V, se justificaba únicamente con una bula del Papa, de una parte;
luto, á fin
y de otra, el alto derecho de protección de que se juzgaban investidos los emperadores de Alemania, y aun los reyes, daba aliento á Carlos V para asistir como juez á '
la
famosa disputa teológica de Worms, exigir
imperiosamente
la
celebración del Concilio de Trento,
y publicar uno y otro Interim de conciliación, entre el Catolicismo y la Reforma. Marchaban así de frente y en contradicción
las dos teorías expuestas: la de la superioridad temporal del Papa sobre los soberanos y la de la participación de éstos, por derecho propio, en el
gobierno de
la Iglesia.
gaba con potestad
al
Felipe
II,
Papa para
por ejemplo, que juzquitarle el reino á Isa-
bel de Inglaterra, por herética,
asimismo se creía en deber de tomar eficacísima parte en las declaraciones dogmáticas de Trento. Y todos los monarcas de
el
aquella dinastía se creyeron igualmente obligados á intervenir en la elección de los Papas, pensando que á ellos
también les tocaba procurar, por todo género de y hasta por dádivas, con tal que no pacta-
influencias,
sen obligación expresa de votar, que ocuparan
la silla
BOSQUEJO HISTÓRICO
166
de San Pedro personas determinadas.
No
puede, cier-
tamente, negarse que en todo ésto, además del interés
veces
espiritual, tratasen á las
sus conveniencias políticas,
España, dejaran de tener
ni
muy
los reyes de favorecer
que, en especial los de
en cuenta, en todo
lo
de
Roma, las de los grandes Estados que poseían en Italia. En todos los sistemas políticos, y por sinceramente que
los profesen
los
hombres, se abre paso
el interés
personal con frecuencia, y aun en ocasiones, sin advertirlo, aquellos
con los principios
mismos que confunden su provecho que sustentan. Lo que no puede du-
darse es que Felipe
II
fuese sinceramente católico y
hasta fanático católico; y, con todo eso, es indudable
que no creía
faltar á los
deberes de
tal,
constituyéndo-
se en una especie de curador oficioso y constante de la Iglesia,
desobedeciendo cuantas bulas y breves del cuai se ha visto, y hasta
Papa contrariaban sus miras,
ordenando una vez á todos sus subditos católicos, con
más ó menos motivo, que no es del caso apreciar ahora, salir de Roma, ciudad común, y capital constante de
que sólo cuando gratis
los católicos, ó
sen en
Roma
les
concedie-
gracias espirituales, recibiesen las que
únicamente puede otorgar
el
vicario de Cristo.
Tan
sólo la confusión del derecho temporal y espiritual, que
acabamos de explicar, hacía prácticas contradicciones semejantes. Los doctores españoles juristas y teólogos, desde Palacios Rubios en adelante, examinaron hondamente
las
gravísimas cuestiones de principio que ofre-
cía la conjunción,
en una época dada, de aquellos dos
distintos ideales: el
monárquico ó
civil,
y
el pontificio
eclesiástico, procurando determinar los límites de
bas potestades, y concertar
las
ó
am-
opuestas teorías que
CASA DE AUSTRIA
mantenían entre
ellas
perenne
al
Hiciéronlo,
la discordia.
muy
en verdad, desde puntos de vista
que
167
diferentes,
encomendada
antecitado autor le fué
como
la justifica-
ción de la conquista de Navarra, hecha mediante una
bula de exoneración expedida'por
á Melchor Cano, por ejemplo, la
Papa; mientras que
el
que se
lo
cuestión de saber hasta qué punto
le
el
sometió fué
rey temporal
podía corregir los desmanes de los Pontífices con
armas.
Difícil era
sobre tales y tan opuestos preceden-
tes fundar una verdadera y única doctrina; pero
durante
el
Siglo de Oro de nuestra
nó en España
las
la
de
la
al
cabo,
predomi-
literatura,
escuela político-religiosa ya
mencionada, cuyos principales representantes fueron ciertamente
el
sabio Francisco Vitoria, maestro de Mel-
chor Cano,
el
insigne dominico
Domingo de Soto y
el
jesuíta Francisco Suárez, llamado
el
Todos estos autores sostuvieron
recíproca y armó-
la
doctor eximio.
nica independencia de las dos potestades, espiritual y
temporal; ción y en
el la
origen divino del pontificado en
persona;
dencial de las sociedades
constitución del poder;
la institu-
origen también divino y provi-
el
humanas, y
mas no
el
de
el
de
la
primaria
las dinastías ó los
reyes, reconociendo, á la par de esto último, la libertad natural de los hombres, no sólo para seguir la religión
verdadera, sino para escoger
que han de regirse, y
Y
excitados por
tiranía
el
las
la
forma de gobierno por
personas que deben
calor de
la
controversia, ó por la
de los protestantes contra
la
católicos, los jesuítas, nacidos de lo píritu
conciencia de los
más íntimo
español de entonces, y á pesar de
ción que hallaron,
muy
dirigirlos.
influyentes
la
del es-
viva oposi-
ya, desde Felipe
en adelante, no solamente comenzaron á enseñar
lí
el
BOSQUEJO HISTÓRICO
168
principio de la soberanía nacional, sino aun la teoría
de el
la
insurrección legítima, llegando hasta á excusar
regicidio en ciertos casos. Surgió así
exagerado, y á deshora de
la
un liberalismo
lucha misma de
potes-
la
tad regia y pontificia, y del doble ideal de la época. Mas no puede negarse que fuese aquélla, con sus más ó
menos
inconsecuencias, sus exageraciones y
claras
todo, una grande escuela científica. Ella echó con Al-
fonso de Castro los cimientos de
la ciencia del
derecho
del derecho de gentes con Francisco Vitoria
penal, y la y Baltasar de Ayala.
dos de derecho
Ella dio de sí innumerables trata-
político, entre los cuales se
chos dignísimos de estima aún hoy en
ha demostrado en otra ocasión
el
cuentan mu-
conforme
día,
autor de este traba-
cuando profundamente llegue á estudiar-
jo. Ella será,
se y conocerse del todo,
nado de Felipe
II,
el
timbre mayor quizá del
y uno de
los
mejores,
si
no
el
rei-
más
celebrado fruto, del talento español hasta ahora. La
de escribirse los más profundos de es-
circunstancia tos
libros
en
comúnmente,
latín
el
género de per-
sonas que los escribían y los propósitos inmediatos á que
los
dedicaban, hicieron que dejase
ción suelta la rienda los
autores, por
al
la Inquisi-
atrevido espíritu filosófico de
mucho espacio de tiempo más que
de los que componían
las
obras en romance, y
al
al al-
cance, por consiguiente, de la multitud, ó al de los que tomaban por norte asuntos menos protegidos de uno ú otro de los grandes intereses dominantes en la época.
Tal era en tanto lipe
lí
según
el
liberalismo doctrinal de la de Fe-
todavía, que la refiere
escandalosa,
Inquisición no permitió
una vez,
Antonio Pérez, antes bien, castigó como la
proposición de que los reyes eran due-
CASA DE AUSTRIA
nos absolutos de
las vidas
169
y haciendas de sus vasallos.
Ni un solo autor creía, por otra parte, en España, donde tan violentamente estaba estableciéndose la unidad
de doctrina, que
Y
conciencia.
el
rey tuviera jurisdicción sobre
es que
la
la
lógica impera rara vez por
completo entre los hombres. La Inquisición misma, que por su parte
la
tenía inexorable, no podía realizar,
quizá concebir toda su obra de un golpe.
claramente que en
cuando se tocaran
xvi
el siglo
ni
Mucho más
sería, pues,
en
el xvii,
consecuencias todas del riguroso sistema de próiección, iniciado por Carlos V y Feli-
pe
II
las
en España. Hasta entonces no sólo en las buenas en las ciencias morales, y en especial en la
letras, sino
Teología, critores
como
de
la
resplandeció
Pero
si
la
tan altamente demostraron nuestros esgrande época del Concilio de Trento, talento español
el
forma de gobierno,
estado del ejército, de la industria, del
la
la
con
marina, de
comercio, de
la
brillo
inmortal.
política exterior, el la
propiedad, de
Hacienda pública, todo
lo demás que hasta aquí hemos expuesto, en fin, daban ya á entender bastantemente la no lejana ruina del po-
der y la grandeza española, nada contribuyó tanto, sin embargo, á extremar nuestra decadencia y hacerla duradera,
como
la
final
dirección tomada desde el
glo XVI hacia adelante, por
si-
y someramente señalada en los precedentes párrafos. Por sí mismo resultará esto demostrado en lo que sigue. el espíritu
nacional,
^¡BmM^s^M^^^
VI
o ES LA PRIMERA VEZ
que escribe
el
autor de este bosquejo acerca de los tres úl-
timos reinados de car de nuevo
el
la
casa de Austria. Al to-
asunto, quince años después de dada
á luz su imperfecta y breve Historia de la decaden-
cia de España, son no pocos los errores ó juicios te-
merarios que
le
más demás que no deba éste mucho menos, con gusto
obligan á deshacer mayores y
tenidas investigaciones; y por ser un trabajo completo, ni
aprovecha
la
con exactitud
ocasión que se el
le
presenta de describir
carácter y circunstancias de los prin-
cipales personajes españoles del
siglo
xvn. Obró
el
autor de buena fe siempre, siguiendo las versiones
más
generalmente recibidas; pero no por eso se juzga
dis-
pensado de volver hoy por la justicia.
tículo
los fueros
Propónese, en cambio,
de
utilizar
la
verdad y
en este
ar-
cuanto convenga de aquella obra, para dar bien á
conocer los monarcas en cuyo tiempo se realizó nuestra decadencia.
Desde
el
apogeo en que España y
casa de Austria aparecían aún durante Felipe
II,
irémoslas viendo descender
el
la
reinado de
lentamente
al
BOSQUEJO HISTÓRICO
172
principio, rapidísimamente después, á la
tencia política en el reinado de Carlos grata, pero quizá
más
útil,
que
la
II
,
mayor impotarea menos
fastuosa descripción
de nuestra nunca bien cimentada grandeza.
Nació Felipe la
III
en Madrid, á 14 de Abril de 1578, de
cuarta mujer de Felipe
II
,
doña Ana de Austria. Su
educación dejó mucho que desear, porque, según decía
ya en 1598 Agustín Nani, túvole siempre su padre
sin-
gularmente sujeto, por manera que se hizo humilde y «Tiene», le decían por lo mismo á su
obedientísimo.
padre sus maestros y servidores, «todas las partes de »príncipe cristiano: es muy religioso, devoto y hones»to; vicio
ninguno no se sabe»; pero ninguna otra cosa
acertaban á alabarle en su adolescencia. Acaso plo de Carlos,
aumentando en Felipe
pios de su carácter, le movieron á dar
pe educación semejante. Quiso, de morir
sin
ejem-
al
nuevo
prínci-
embargo, que antes
comenzara á tomar parte en
él
el
los recelos pro-
II
las deliberacio-
nes y prácticas políticas, para irle instruyendo en ellas; y hasta mandó que presidiese dos veces por semana
una especie de Junta de Estado, para que oyera
lo
que
se trataba y se lo relatase luego. Pero no parece que el príncipe, ó bien por los defectos de su primera educación,
ó bien por su naturaleza negligente,
atención á esto
ni hiciese
prestara
esperar nunca notables pro-
gresos á su padre, puesto que se lamentaba éste ya de la
incapacidad de su hijo con
yerno, que era
al
el
archiduque Alberto, su
propio tiempo su confidente y amigo,
cuando aquél estuvo en Madrid á la infanta.
contrario
solicitar la
Suponíasele, con todo eso, al
al
mano de
morir Felipe
II,
sistema de gobierno por aquél seguido; y
no faltaba quien temiese también que resultara más co-
CASA DE AUSTRIA
173
que aquél, y más vivo, atrevido y armígero; pretendiendo que las malas voces que corrían sobre su calérico
pacidad y carácter nacían del padre, para excusarse de no haberle dado parte en el gobierno, como había con él hecho, aun antes de su abdicación, Carlos V. Nani, que
oyó todo que
esto,'
suspendió directamente su
los acontecimientos
que era
la
juicio,
hasta
se encargaron de demostrar
expuesta una de tantas imaginadas habilida-
dades como imputaban sus contemporáneos á Felipe fuera de las que por obra realmente ponía
él.
II.
Tenía Fe-
cuando heredó, poco más de veinte años, y había sido jurado como príncipe heredero de Portugal en lipe
III,
Lisboa, en 1583; de Castilla y León, en 1584; de Ara-
gón, Cataluña y Valencia, en 1585, y en 1586 de Navarra. Al morir su padre estaba ya ajustado su matri-
monio con doña Margarita, tria
D. Carlos, y
el
hija del
archiduque de Aus-
casamiento se verificó, por pode-
en Ferrara, echando á la desposada la bendición el Papa mismo, el 13 de Noviembre de 1598. No llegó á juntarse la nueva reina con su marido hasta el 18 de
res,
Abril del año siguiente, en la ciudad de Valencia. Contá-
base que, habiéndose mostrado á Felipe
III
los retratos
de tres princesas para que escogiese mujer, no había querido tener en esto opinión siquiera, dejando ción á su padre; y bien
pudo ser esto
cierto,
la elec-
según
los da-
tos que Francisco Soranzo, sucesor de Nani, en la emba-
jada de España recogió de sus primeros años, y cripción que hizo de su
la
des-
temperamento y carácter
(1).
Desde aquí en adelante, los embajadores venecianos que (1) iremos citando pertenecen á la colección de Barezzi y Berchet, publicada en Venecia, la cual en dos volúmenes, comprende ,
BOSQUEJO HISTÓRICO
174
Ofreció
el
nuevo rey, según dicen, hasta
los
siete
años, poquísimas esperanzas de vida, porque padecía de una grave enfermedad en la piel, atribuida á las pésimas calidades de su nodriza, Al reinar se hallaba en muy buena salud, no obstante, aunque no sin reli-
quias de la enfermedad antigua, pareciendo de buena
complexión, ágil y bien formado; y,
si
bien su mirada
era un tanto melancólica, solía convertirla,
al
saludar ó
por Madrid, y oyó Soranzo, que en tiempo de su padre no tenía otro recreo que salir algunas veces á caza; mas no se atrevía á
hablar, en amable. Decíase de
matar
las fieras, sin
permiso. Nani.
A
tal
él
que aquél
punto llevaba
el
le
otorgase primero su
respeto de que ya habló
Soportaba, además, muchas cosas que
le
des-
quietud y el retiro, de su padre le tray hasta se refería que los mmistros taban con poca consideración, sin que él perdiera por
agradaban, viviendo contento en
la
eso su calma. Cuantas dudas pudo haber, mientras vió
el
padre, sobre
si
vi-
era esto modestia ó flaqueza, se
disiparon pronto. Soranzo consigna que continuó vi-
viendo de rey como de príncipe, y en los propios humildes términos. Frecuentaba los oficios divinos; procuraba, con la bondad de sus acciones, hacerse
más
perfecto cada día, con la inocencia de sus costumbres servir de ejemplo á los demás, con la justicia tener quie-
y contento á su pueblo, con los honores y las gracias satisfacer á los grandes señores; dando bien á en-
to
tender, desde
el
principio,
que gobernaría siempre más
Aunque publicados estos volúsabemos de ningún historiador que hasta el presente haya hecho uso de ellos para ilustrar el siglo xvii. todas las Relaciones de España.
menes en
1862, no
CASA DE AUSTRIA
como verdadero
cristiano,
175
que como puro
que
político,
por su propia voluntad á nadie haría injuria y que no emprendería guerras inicuas contra príncipes cristianos.
Con
todo esto, dice Soranzo, había que tener cuida-
do en no ofenderle, porque, á pesar de su bondad, nía también algunos puntos de rencoroso;
como su
te-
pa-
y no parecía fácil acomodar con él amistades rotas. Aquel apacible y débil nieto de Carlos V tenía en sí también algo, aunque muy escondido, del brillante valor de su abuelo; porque, según dre, era bastante susceptible,
Soranzo cuenta, de
cierta
noche que
lo
despertó
el
ruido
pasos de un alabardero que, por casualidad, ha-
los
bía llegado hasta su cuarto, lejos
de llamar á
la servi-
dumbre que
tenía inmediata, saltó súbitamente del le-
cho, y puso
mano
á
la
espada para defenderse por
mismo, cosa que hizo hablar mucho en lo
pe
que predominaba en
la
mente y
el
la corte.
sí
Pero
carácter de Feli-
era la piedad religiosa, y ella acabó por regir,
III
más ó menos discretamente, su vida entera. No era tampoco diferente en esto de Carlos V ni de Felipe II; pero como tenía mucho menos entendimiento lo que ,
fué en aquéllos grande y produjo importantísimas consecuencias en el mundo, era en él pequeño, y paró en
escrúpulos ó supersticiones. Manifestó ya desde los el más profundo respeto á su confesor, Gaspar de Córdoba, hombre, al decir de Soranzo,
primeros años fray
de talento sumo y de ideas purísimas, al cual procuraba imitar en todo, ni más ni menos que si él fuese también fraile,
no tan sólo en
neras.
No
pe
III
Por
la
conducta, sino hasta en las ma-
todos los que guiaron
la
conciencia de Feli-
fueron tan apreciables cual Córdoba, ciertamente.
lo
mismo que
este rey era, dice su historiador iné-
BOSQUEJO HISTÓRICO
176
Bernabé de Vivanco, «muy dado á oración, fué y>más salteado de religiosos^-). Dura frase, en verdad;
dito,
pero originada de que no solamente sus confesores,
maestro Xavierre y el padre Luis de Aliaga, tuvieron principal parte en su gobierno, sino de que, á lo que Vivanco dice, al verse en su tiempo «un
como Córdoba,
el
>hombre con hábito de sayal de jerga, ya le parecía »que era digno de gobernar y no otro»; añadiendo
que «los
tales, á la
primera plática de Dios, luego ha-
»c{an de los privados ó ministros y los rebajaban». Señala Vivanco, entre los más osados, á fray Juan de
Santa María, autor de
la
República
y Policía cristia-
na, libro político de no escasa importancia para entonces; al
Padre Florencia, de
ta á la priora ni
Felipe
II
de
la
la
Compañía de Jesús, y has-
Encarnación. Nunca,
ni
Carlos V,
habían dado semejante entrada á las perso-
nas eclesiásticas en sus Consejos. Aquellos príncipes
gustaban más de participar del poder eclesiástico, que de obedecerle á ciegas, y se daban más trazas de protectores, que de servidores de la Iglesia. Pero Felipe ÍII era
tal,
que,
riador, se
como
dijo Virgilio
de Malvezzi, su histo-
recontara entre los mejores hombres, á no
haber sido rey; y más bien que
rey, fué, con efecto,
un
beato ó casi un monje. «En su corazón», dice por su parte Quevedo en los Grandes anales de quince días, «sólo existían la religión y la piedad; fué de costumbres »tan candorosas, que con su mirar
daba tanta devoción
»como respeto; tan virtuoso, que se podía esperar de »su espíritu tantos milagros
como hazañas de su po-
»der.» Por eso mismo osó calificar aquel satírico de milagro continuado la conservación de la monarquía durante su vida. Y lo cierto es que, en tanto que dicho-
CASA DE AUSTRIA
sámente cultivaba Felipe
su virtud propia, dejó del
III
todo sueltas las riendas del Estado firme habían hasta
podía ya temer
la
allí
177
,
que con mano tan
Mal
regido sus antecesores.
Europa
la
ambición del que, viendo á
sus hijos con rosarios en las manos, les decía: «hijos »míos, esas son las espadas con que habéis de defenel reino». Mal podía recelar de él tenebrosos placomo los de su padre, al verle consagrar su actividad mayor á la declaración del dogma de la Inmaculada
»der
nes,
Concepción, que no se ha logrado hasta nuestros
Sobre esto
sí
que escribió á
obispos eficazmente: y aun viaje á pie á
Roma
le
las
días.
universidades y á los
ofreció
Papa hacer un
al
para moverle más á adelantar
la
de-
claración dogmática que deseaba, llenándose de ante-
mano de
júbilo al oir rezar con él á sus hijos:
Santa
María, sin pecado concebida. Tuvo también singular
empeño en que se canonizasen santos españoles, como San Isidro labrador, Santa Teresa de Jesús, San Raimundo de Peñafort y San Ignacio de Loyola, logrando que se santificasen de una vez más de doscientos mártires
de España.
Como
era, pues, natural,
tomaron por
aquel tiempo inaudito acrecentamiento las fundaciones
de conventos de frailes y monjas, y
edificación de
la
todo género de templos, bien que fuesen estos de pobre arquitectura, en general, porque eran escasos los teso-
ros
y escasos ya también
los arquitectos
de mérito.
De
este carácter exclusivamente religioso y contemplativo
de Felipe
III,
se derivaron dos cosas:
ministros gobernasen por
sí
solos con
el
la
una, que los
nombre
áo.
pri-
sentar lo
apenas oído, y que nunca pudo repreentonces con monarcas como los anteque
riores;
otra,
vados, hasta
la
allí
que estos
tales privados ó ministros» 12
BOSQUEJO HISTÓRICO
178
para congraciarse mejor con sincero ardor religioso ta
que
el
rey, aparentando
el
secundaran y hasfundación de conventos
él tenía,
exagerasen su deseo en
la
y obras piadosas de todas clases, abandonando, por ellos ó ellas, los más importantes servicios públicos. del rey. y sus ministros,
Aquel ejemplo imitación
,
en todas partes, produjo
seguido, por
exceso del esta-
el
do eclesiástico, que muy luego criticaron justamente el canónigo Navarrete y tantos otros economistas ó politicos.
Fué Felipe
el III,
mayor y más constante de su ayo, D. Francisco
los
privados de
Gómez de Sandoval y
Rojas, marqués de Denia, que era conde á
poco después duque de Lerma: jo
el
la
vasallo de
sazón, y
más
influ-
sobre su rey que hubiese conocido España desde
D. Alvaro de Luna. Tuvo este privado, ó primer ministro,
sus propios privados ó ministros subalternos, que
hicieron casi tanto ruido
bién enemigos
ni
como
él;
y no
le faltaron
adversarios políticos, siendo,
tam-
al fin, el
más afortunado su propio hijo el duque de Uceda, como se verá luego, que, si no en el favor, le sucedió en el ministerio. Desde el día, por consiguiente, en que expiró Felipe II, con el dolor de saber ya qué manos inhábiles iban á tomar las riendas que de las suyas
soltaba, hasta 1618, que se
Lerma, puede decirse que pe
III,
él
consumó la desgracia de más bien fué, que Feli-
quien reinase en España. Cuál fuera
general de su política,
lo
el
carácter
señaló bien pronto Francisco
Soranzo, determinando ya,
al
paso, esenciales diferen-
de éste y la del anterior reinado. Mientras que Felipe II, por su gran experiencia y larga práctica,
cias entre la
todo
lo discutía,
ventilaba y resolvía por su propio con-
CASA DE AUSTRIA 'sejo,
Felipe
III,
ó
Lerma en su nombre,
179
se entregaban
casi por completo á las deliberaciones de los Consejos.
Mientras Felipe
II
tenía por costumbre rebajar á los
grandes, para reprimir su soberbia y la sobrada elevación de ánimo que tenían, Lerma ó Felipe III, siguiendo
de Alamos Barrientos, tan amigo de Antonio Pérez como opuesto á él en opiniones políticas, cola doctrina
menzó
á favorecer á los grandes, sirviéndose de ellos
siempre, concediéndoles con plena confianza los cargos
más
importantes, frecuentando, además, su trato; cosas
en que bien se desmostraba
la
clase á que
Lerma
perte-
necía. Plebeyos eran, en verdad, los privados del pri-
vado, ó sean los favoritos particulares de Lerma; pero esto, aunque no lo advierta el veneciano, debía consistir
en que los otros no se presentasen á servir á su
igual, ó quizá inferior
de manifestar Felipe
de origen. Lejos, por otra parte,
la libre conciencia que había formado su padre en las cosas eclesiásticas, á causa de la altísima idea que tenía de su potestad, y quizá también de su largo trato con teólogos, que no siempre
osarían
ni
III
querrían contradecirle, mostrábase en ellas
delicadísimo; no atreviéndose á coartar la autoridad ó libertad de la Iglesia, ni á exigirla cosa alguna que no estuviese fundada en razón y justicia. A tales diferencias, nacidas de opuestos sentimientos é ideas de go-
bierno, había que añadir las que originaba la diversidad de caracteres. Porque había sido el padre muy parco en
dar y premiar, y era
placiéndose lo
que
le
el
hijo
sobremanera
liberal,
com-
hacer mercedes; cosa en que Lerma, por convenía, no le iba á la mano. Fué también el al
padre muy tardo en resolver las cosas importantes, fiando lo más al tiempo, al paso que el hijo era, á las veces,
BOSQUEJO HISTRICO
180
muy
resuelto, pero inútilmente, puesto que, no enten-
diendo por
sí
de nada,
co, en la política,
por
ni
sí
solo su privado tampo-
andaba ésta entregada á
las lentas
no menor presente^ reservándose premiarlos él mismo
deliberaciones de los Consejos. El padre, en fin, quería que sus ministros aceptasen fuera de quien fuera,
como por
le
sí
parecía; y el hijo no sólo les daba
corte
para
y premiaba
larguísimamente, sino que tenía gusto en que se
les hiciesen regalos; la
el
sí
la
con
lo cual
pronto se introdujo en
costumbre, que, lejos de combatir, aprovechó
Lerma copiosamente, de
todo, llegando á ser
el
recibir dádivas
por
cohecho, no sólo general, sino,
en apariencia, inocente. Lo que Soranzo en esto escribe, confírmalo »las
el político
leyes que vedaban
^escritas en el papel, »letras
y
Santa María, diciendo: <que el
la
cohecho estaban entonces
costumbre de cometerle, con
de oro, en los corazones»; tras de
añade
lo cual
que era vicio más usado en aquel tiempo que en otro «alguno». Hasta dio ya á entender Santa María que
algunas veces, y á algún gran privado, se había dado cencia para ejercitar
el
li-
cohecho; y esto, que pudiera
parecer increíble, no sólo
lo
confirma
la relación
de So-
ranzo, sino que lo hace patente cierta Real orden que figuró en
proceso de D. Rodrigo Calderón, principal
el
agente del duque de Lerma durante su gobierno. Bien á las claras
de
daá entender todo
él dijo el
ello
que Felipe
III,
como
veneciano Octavio Bon, que reemplazó á
Soranzo, era, en realidad, hombre de entendimiento escaso; y aunque sencillo,
humano y
cortés,
incapaz de
cumplir sus reales deberes. Por más que á las veces hablara cuerdamente de los negocios, según refirió tarde
Simón Contarini, no había más que
oirle,
más para
CASA DE AUSTRIA
181
comprender que no
le inspiraban interés alguno; pasanen el ocio los días enteros, ó vagando por y los bosques, y sin prestar atención apenas á las pocas
do á
solas
personas que recibía; sobre todo si se hablaba de algo importante. Simón Contarini, por cierto, dice, tratando
de esta por
el
afición del rey á los
vulgo corría
bosques y á
la
frase de que aquéllos
la
de Lerma eran entonces
los
con todo, tan exclusiva su
caza, que
y
el
verdaderos reyes.
duque
No
fué,
afición á la caza que,
cuentan los embajadores Francisco
según y Francisco
Pruili
de Soranzo, no gustase también Felipe
III
de ver repre-
sentar comedias ó ver danzar; y, lo que es ya menos inocente, de jugar, vicio al cual se entregaba con tal ardor, no teniéndolo quizá por cosa mala, que se pasaba
con él las noches en claro perdiendo grandes sumas que enriquecían á sus cortesanos. Verdad es que su ,
ignorancia del valor del dinero era la corte, dio
más
él
nado, que en toda
tal,
que,
decir de
al
en los primeros nueve años de la
vida su padre. Fué
tal,
rei-
en tanto,
de Lerma sobre su soberano, y espíritu supersticioso que iba invadiendo la Penín-
la particular influencia tal el
sula, que de buena
el
citado Contarini da por cierto que
muchos
sospechaban ya que á Felipe III le tenía su ministro hechizado. Esta sospecha ridicula, bastante á indicar por sí sola el estado intelectual de España, fe
ochenta años antes que comenzara á gobernar Carlos II, no puede achacarse sólo á ignorancia ó malicia de los
que
la
abrigaban, teniendo presentes los documentos
contemporáneos. «La ineludible verdad, hemos dicho ya en otra parte, que guardar suelen los archivos, de-
muestra que
mos de
la
las brujas
y
los hechizos,
hermanos
legíti-
superstición, fueron poderosas armas políti-
BOSQUEJO HISTÓRICO
182
cas ó eficacísimos argumentos de nuestra historia
chos años antes que naciese esta dinastía; luta,
y que
aunque tan
exceso ninguno,
religiosos, si
de
la
vastago de
monarquía abso-
no retrocedían delante de
se trataba de alcanzar los fines de
su ambición y codicia,
que cuando
último
el
los ministros
mu-
lo
mismo cuando eran
los cubrían, en
seglares,
mal hora, sagrados hábitos.»
Varios son los procesos políticos originales guardados
en Simancas, que dan clarísima luz acerca de
mas medidas de Estado y gobierno de
las ínti-
esta época, cuyo
conocimiento prueba, una vez más, cuan bien enterados
de todo estaban los embajadores venecianos. En uno de los el
que
el
autor de este Bosquejo ha visto, se halla que
marqués de Camarasa, descendiente por parte de pa-
dre de Francisco de los Cobos, secretario del empera-
dor Carlos V, con deseo desordenado
de tomar parte en »
contra
el
áo,
privar, ó sea
gobierno, y llevado «de pasión
señor duque de Lerma por pleitos de hacien-
el
»da, ó con
el fin
de quitarle
el
lugar que tenía, procuró
»por miles medios de hechicerías y conjuros é invoca»
clones de demonios, alcanzar
»rey Felipe
como
las
III».
Y
la
con efecto, así
gracia de S. las
M.
el
pruebas hechas
confesiones mismas del marqués, no permi-
ten dudar que éste quiso, por tales medios,
voluntad del rey, según afirmaba siendo por extremo notable
el
el fiscal
forzar Ja
de
la
causa;
gran número de perso-
nas que, en concepto de actores ó testigos, figuraron
en aquellos extravagantes autos, entre los cuales se contaba nada menos que
el
ya citado padre Florencia,
tan metido en la política,
el
primero de los predicado-
res de
la
corte y el
momentos
á aquel
mismo que
asistió en sus últimos
piadoso rey. También
el
proceso
CASA DE AUSTRIA
183
de D. Rodrigo Calderón, á que hemos aludido, ofrece plenísimas pruebas de que este ministro fió en mucha parte
conservación del favor que alcanzaba á
la
hechizos y hechiceros. De la consulta elevada al rey en 28 de Julio de 1619 por \2i Junta de los Jueces que
en su causa entendieron, aparece que se hallaron en casa de D. Rodrigo, entre otras cosas, objetos de brujería
y materia de hechizos. Existían
allí
libros
y pa-
pales con caracteres y cifras supersticiosas, figuras ex-
travagantes, lienzos manchados de sangre, hojas de
verbena con
el
conjuro para usar de ellas, migajas de
pan carcomidas, un pedazo de uña que parecía ser de la gran bestia, atado con un pedazo de seda colorada, cabellos
al
parecer de mujeres de diferentes eda-
des, unos entre ellos que se sospechaba haber pertene-
cido á
la
reina
Doña Margarita ya entonces
otros del que fué luego Felipe IV y de
Ana, tar
lo cual
la
difunta,
infanta
y
Doña
constaba en los sobrescritos. Esto sin con-
con otros muchos papeles con polvos é infinidad de
adminículos que, examinados por dos médicos y un boticario, declararon ser «de los
que solían usar los he-
»ch¡ceros para conseguir amistades, atraer voluntades
»y ofender á
las
los caracteres
religioso
muy
de
personas». Entregados, los libros
y conjuros
docto y entendido en
la
como era justo examen de un
al
materia, declaró
ser todo aquello «caso diabólico y pacto tácito ó ex» preso con el demonio». Tantas y tan repetidas supersticiones no hay por qué derivarlas,
pretende, de siglos
ma formación la
muy
anteriores;
geológica ó
la
como Buckie
y hasta de
la
mis-
meteorología peculiar de
Península española, como aquel escritor hace.
A
pesar de los frecuentes temblores de tierra de que ha-
BOSQUEJO HISTÓRICO
184
pesar de ser cierta
bla; á
torio, lo cual
solía
la
sequedad general
ya representar á
del terri-
los labradores es-
pañoles las lluvias como beneficio especial del cielo; á pesar de las frecuentes apariciones de santos, en las
grandes batallas de cristianos y moros,
que narran
realmente los viejos cronicones castellanos,
no parece,
en verdad, que los escritores anteriores ó contemporá-
neos de los Reyes Católicos, de Carlos Felipe el
II,
V
ó del
mismo
fuesen más supersticiosos en España que en
resto de Europa. Lejos de eso, se advierte una des-
preocupación en
la
manera de pensar ó
escribir,
de
que los versos del arcipreste de Hita y del Cancionero de Buena, así como las varias Celestinas, y las comedias de Torres Naharro dan razón bastante. Esta despreocupación, que para los meros escritores paraba en
obscenidades, burlas de clérigos ó exceso de llaneza, al
tratar
de cosas de Iglesia, llegaba en los ministros
reales á desafiar, cuando convenía, las iras de
como
hicieron, sin
ir
más
Megía, Martín Velasco y de Carlos
mos
la
V
ó Felipe
lejos,
el
Roma,
Francisco de Vargas
duque de Alba en tiempo ,
inspirándoles á los reyes mis-
II,
grande independencia de espíritu que mostraron
siempre en
el
gobierno.
No
eran, no, nimios ni supers-
ticiosos, aunque fuesen fanáticos por los dogmas católicos y la iglesia tradicional, que á tanta costa defen-
dían contra los infieles y los innovadores, Carlos
Felipe
II;
no
lo eran, no,
V
ni
sus ministros, según se vio
aun en los que heredó Felipe
III
de su padre, como
el
condestable de Castilla D. Juan Fernández de Velasco, gobernador de Milán, que tan enérgicamente defendió la jurisdicción real contra el arzobispo y cardenal Bo-
rromeo, ó
el
conde de Fuentes; no
lo
eran siquiera los
CASA DE AUSTRIA
hombres de
185
de terminar
letras antes
ya serlo en mucha parte
el
el siglo
manera
xvi. Podía
lo es
siempre
ridicula
que apa-
vulgo, que
un tanto; pero
ni
aun
el
de
rece ya que
era en
el
reinado de que ahora tratamos.
lo
la
¿A
qué se debió, pues, una transformación tan rápida y patente? A nuestro juicio no hay que acudir tan lejos
como Buckle,
ni
dar tanta parte
como
él
á la natu-
raleza física. Exterminados los infieles, los herejes, y
amordazados tían acerca la
que con alguna libertad discudogmas de la Iglesia, ó los textos de
los críticos
de
los
Santa Escritura; prohibida ó estorbada toda
ditación á los seglares, lo
y en especial
las
alta
me-
que tocaban á
sobrenatural; miradas con desconfianza profunda las
renacientes ciencias físicas y naturales; reducido
el es-
tudio de las del espíritu á los doctores latinos, y prin-
cipalmente á los teólogos, fué bien pronto
creen-
la
y tras ella la superstición, el único alimento de los entendimientos comunes: entre los cuales tenían,
cia ciega,
como siempre, que contarse
muchos de
los de
los po-
derosos y de los cortesanos. Este primero é inevitable efecto del absoluto sistema represivo, tan duramente
ejercitado por
el
Santo Oficio, fué estimulado en gran
manera ¿cómo dudarlo? por lipe
III,
el
su escasa instrucción y
tendimiento, que
le
carácter débil de Fela
cortedad de su en-
hizo rodearse de personas, también
sin valor intelectual,
como Lerma
pues, aquí á experimentarse
ó Uceda. Comienza,
el fruto triste del sistema
político religioso iniciado por Carlos lo
previeron,
sobre todo Oficio,
el
no,
seguramente
primero; no
lo
V
y Felipe
previo siquiera
que lealmente persiguió todas
ciones, siendo no
menos
inflexible
las
que con
II.
No
monarcas,
aquellos
el
Santo
supersti-
los herejes
BOSQUEJO HISTÓRICO
186
Ó judíos, con los pretendidos endemoniados ó hecliiceros.
Pero era luchar en vano con
hombre,
del
el espíritu
que necesita tener algo propio y desconocido en que emplear su innata curiosidad y su actividad incesante. Experimentáronlo en aquel tiempo los que quisieron reducir la razón
humana
credulidad religiosa, y
al
lo
estrecho espacio de
la
están experimentando,
ciega pre-
al
sente los ateos, materialistas ó positivistas, que, detrás lo espiritual y lo sobrenatural que pretenden destruir, ven ya también levantarse, con el nombre de espiritis-
de
mo
y otros,
las
más
ridiculas supersticiones
y hasta
la
propia y genuina hechicería.
Pero hemos tratado ya de diversas influencias de aquel reinado: de los privados, de los frailes ó monjas, hechiceros. Falta ahora hablar de otra
y hasta de
los
influencia
mucho más
natural en
la
vida práctica
que
,
quiso y no pudo, sin embargo, llegar á serlo: es á sa-
aunque
ber, la de la reina. El pueblo español, que,
petaba muchísimo esperar de
él
la
res-
santidad de su rey, dejó pronto de
cosa buena, tuvo por mucho espacio de
tiempo los ojos
fijos
en
Doña
Margarita; adivinando
sus deseos y sus amarguras, persiguiendo con tenaces
sospechas á los que fueron sus contrarios en
la vida,
haber procurado por violentos medios quitársela.
hay de este último racional
indicio alguno,
aunque cons-
cosas que más se investigaran en
te
que fué una de
el
proceso de D. Rodrigo Calderón, y no
elevase
la
culpa
las
al
propio Lerma. Pero
este último y su partido mantuvieron con garita para
de
No
impedirla todo influjo en
el
la la
faltó
quien
lucha que reina
Mar-
gobierno es
cierta; y de eso nos han dejado los embajadores venecianos curiosas noticias. Era aquella princesa, al decir
CASA DE AUSTRIA
187
de todos, muy viva y astuta, y empleaba grandes artificios para ganar la voluntad del rey, aspirando á que se creyese que tenía con
Merecíala, en verdad, por
mostraba para el
marido por
las
el
mayor
él
la
influencia que tenía.
excelente aptitud que de-
cosas de gobierno; pero dominado ya
duque de Lerma, y vigilada siempre
ella
la
duquesa, nunca pudo conseguirla. Hacíala Lerma
callar,
á las veces, concediéndola todas sus pretensio-
por
misma
nes, después, sobre todo, que se convenció ella
de no poderlas conseguir de distinta suerte, y empleaba otras el rigor para vencerla, prohibiéndola, según se dijo,
hasta que hablase con su esposo,
ni
aun en
intimi-
dad, de asuntos públicos. Claro es que á esto último no prestaría fácil obediencia la reina; pero
modo seguro de caza
al
Lerma
reducirla entonces, que era llevarse á
rey, dejándola con diversos pretextos en el al-
cázar, y teniéndola apartada de su marido teras.
Cedía
al
cabo,
semanas en-
como no podía menos,
de quien no parece, por
esposo
tenía un
las
muy enamorado, aunque
que no cabía en su ánimo
la
la
reina,
muestras, que estuviera su le
fuese
muy
fiel,
por-
idea de un pecado mortal.
Después de infructuosa y larga lucha abandonó Doña Margarita
el
intento de mezclarse en el gobierno; pero
con tanto disgusto propio, que solía decir
al
emba-
jador imperial, que habría preferido ser monja en Gratz,
su patria, á ser reina en España de se, pues,
exclusivamente á
la
tal
suerte. Entregó-
oración, á la limosna, á
su confesor y á obedecer exclusivamente á su esposo, que, en tanto, y casi de la propia manera obedecía á su privado; y después de haber tenido siete hijos, de los
cuales cinco llegaron á parto
el
mayor edad,
falleció
de sobre-
3 de Octubre de 1611, en Madrid, á
la
tem-
BOSQUEJO HISTÓRICO
188
prana edad de veintisiete anos no cumplidos, dejando excelente memoria en todo
el
reino. Singular es
que
lo
que no había logrado en vida contra Lerma y sus partidarios aquella reina desgraciada, lo lograse con su muerte,
que fué quebrantar la privanza de Lerma. Rompió á que moríaf envenenada ó por Calderón ó
decir la gente
por Lerma, según queda indicado.
Y desde
1611 en que
1618 en que cayó Lerma, y luego hasta muerte de éste y la de Calderón, no parecía sino que
ella murió, hasta ¡a
su sombra los persiguiese, y aun á toda su parcialidad, tan defendida por el historiador Vivanco: la cual fué desgraciadísima á
la
postre,
agrupaciones políticas
y que por
lo
,
como suelen
serlo todas las
por mucho tiempo triunfantes,
mismo despiertan grandes envidias ó emu-
laciones.
Los acontecimientos políticos del reinado cuyos prinacabamos de pintar, no fueron entre
cipales actores tanto, ni
muy numerosos, ni de muy transcendental «No son las guerras de Germania ni los
portancia.
»gocios de Flandes, de
Italia
im-
ne-
ó las Indias, lo que prin-
»cipa]mente preocupa á esta corte ó atentamente se
»mira en »
ella,
por parte de los que gobiernan, sino
ver quién ha de ocupar
»para
lo cual
el
no se omite diligencia
tal
decía Pedro Contarini en
pe
III,
y era
cierto.
el
primer puesto y conservarle, ni
1619, de
estudio alguno»; la
corte de Feli-
Ni sólo los acontecimientos exte-
riores, sino los interiores también, padecieron en gene-
completo abandono. Fué de los más notables que hubo entre estos últimos la definitiva traslación de la
ral
corte á Madrid, después de haber ensayado Felipe
Lerma
fijarla
III y en Valladolid, donde solía estar en tiem-
po de Carlos V. Por
lo
que toca
al
orden público en
la
CASA DE AUSTRIA
189
Península, habíanlo dejado de. tal suerte seguro
mando de
Felipe
en su tiempo
tró
II
y
la
el
largo
severidad con que se adminis-
que
la justicia,
el
ya referido Pedro
Contarini observaba en 1619 que en España podía
rey proceder contra
que quisiese ó
el
el
por
castigarle,
rigurosamente que fuera, sin peligro ninguno; cosa que atribuían á su propia religiosidad
los del país
dad;
pero que
el
veneciano
de una parte, por
producida,
que vivía
el
pueblo,
y
la
y
fideli-
consideraba más bien la
falta
miseria
misma en
de grandes capitales
con que mantener parcialidades peligrosas, y de otra por el rigor sumo con que aún se ejercía el gobierno, y administraban
la justicia los
tribunales formados en el
reinado anterior. Buckleha seguido
la
versión de los es-
nuestros días, sosteniendo
pañoles de entonces, en
que
su antigua y celebrada fidelidad ó sumisión y su ardiente fe religiosa eran hermanas gemelas; pero la ver-
dad
es, á juicio del autor
de este Bosquejo, que
de espíritu de obediencia
que
sin
el
gran-
duda hubo en España,
desde mediados del siglo xvi en adelante, fué obra
in-
mediata y práctica de los tribunales político -religiosos de la Inquisición, que como con una red de hierro cubrían ya
la
Península. Por
se ejercitaba
pe
II,
lo
demás, cuando
la justicia
con esmero como en tiempo de
Feli-
ó en los primeros años sucesivos, hasta que se
apagaron
las tradiciones ,y
costumbres de aquel largo
reinado, la obediencia era completa y la tranquilidad igual en todos conceptos; pero
no bien se aflojó
ministración de justicia y se debilitó días de Felipe IV,
el
la
ad-
poder, en los
comenzaron á multiplicarse más que
en época alguna los excesos y delitos privados. El
Santo Oficio atendió
solícito á
lo esencial
y
lo
logró
BOSQUEJO HISTÓRICO
190
común, aunque no precisamente siempre, según veremos más adelante que era mantener inviolable el por
lo
:
respeto cual la
al
rey, su cabeza
y su brazo, y de
fuerza del
la
suya propia pendía. Nada tanto como
con-
la
fusión de potestades, realizada por aquella perseveran-
y sistemática
te
la
Dios y
respeto
ello,
el
las
al
el
monárquicos de ni
los poetas,
contradicciones, la
doctrina del derecho divino con que ejercía
cada persona favorable á
real.
la
Pero
ni
influjo.
queda, fué
soberanía nacional, que por entonces
y
Quien
la tenía
Santo Oficio.
el
y
Y
legiada, desde
Felipe
el
tiempo en que
menos de
como dicho
la
generalidad
la
fuerza material seglar privi-
la clase
más cada
los estudios literarios
la
redujo día,
muy
práctica
la ejercitó,
poder monárquico,
se esterilizaba
II,
la
mientras
nación estaba casi sujeta, por
espiritual, al
poder
el
esta doctrina, ni la contraria,
contenían los libros, podían tener en
la
cierto á
doctrinas de los escritores políticos y hasta
extendiendo, no sin resistencia
de
respeto á
Algo ayudaban por
rey.
los sentimientos idealmente
grande
en los
institución, podía hacer uno,
generalidad de los españoles,
ánimos de
al retiro
de
burlándose no
que del comercio,
te-
niendo casi por infames ambas profesiones, y no dán-
dose mucho tampoco ni
ni
á los ejercicios caballerescos,
á la profesión de las armas. Seguían los señores
consumiendo, en lugar de eso, nían á la corte á disputarse
todo desde que Felipe
donando
los
III
el
la
vida en
el ocio,
ó ve-
favor del poder, sobre
se echó en sus brazos aban-
principios del padre.
Fueron, por
mo, mayores y más ardientes que antes
las
tesanas en este
la
reinado, declarando,
lo
mis-
luchas coraristocracia
sobre todo, una guerra implacable á los pocos hombres
CASA DE AUSTRIA
191
estado llano que osaban disputarle los primeros
del
como D. Rodrigo Calderón, por ejemplo,
puestos,
quien no perdonó, hasta verle muerto en
el
Pero todo esto hacía más y más incontrastable, en ínterin, el orden, principalmente te del antiguo reino
á
cadalso.
en Castilla ó en
el
la
par-
de Aragón, recién castigada.
Una
sola causa de temor ó peligro interior quedaba en pie,
esa desapareció en 1610, con
la
y
expulsión de los mo-
más osado y bárbaro consejo que hubiese el mundo, según dijo Richelieu más tarde. Ya hemos visto que meditó esto, y no osó llevarlo á cabo el prudente Felipe II. La extrema piedad de su hijo, que le hizo detestar más que su padre todavía á
riscos:
hasta
el
allí
oído
los vasallos
de fe falsa ó dudosa, y el predominio que la sazón los eclesiásticos, partidarios de
adquirieron á la
expulsión en
graron
al fin
la
mayor
parte, por indiscreto celo, lo-
que se emprendiese aquella
terrible
y cos-
tosa medida. Resuelta, pues, desde 1600 y decretada en 1601, para los moriscos del reino de Valencia, que eran
más numerosos, fuese ordenando que salieran todos de sus casas, bajo pena de muerte, yendo á donde el colos
misarioreal de su comarca señalase, para ser de allítrans-
portados á Berbería, sin permitirles llevarse otra cosa
que
lo
que pudieran conducir por
sí
mismos. Sus bienes
raíces fueron, sin excepción, confiscados; concediéndo-
seles no
de
los
más que un plazo de sesenta
días para disponer
muebles y semovientes y llevarse
el producto, no en metales ó letras de cambio, sino en mercaderías de estos reinos, á no ser que prefiriesen dejar la mitad de la
hacienda para
el
rey.
En vano apelaron en algunas
tes los infelices moriscos á las armas.
anticipación reunidas en los puntos
par-
Las tropas, con
más amenazados,
BOSQUEJO HISTÓRICO
192
los redujeron fácilmente á la obediencia ó los aniquila-
ron,
y
la
expulsión se realizó por entero.
Que
los
mo-
riscos solían tener inteligencia con los piratas berberis-
cos, ayudándoles en los frecuentes robos que cometían
en nuestras costas; que miraban con malos ojos á
la
raza conquistadora, y que no eran so capa muy buenos cristianos, son cosas fuera de duda. Pero es imposiblerecordar, con todo eso, los pormenores de aquella catás-
corazón oprimido y lamentar la suerde tantos hijos de España, criados al fin á nuestro
trofe, sin sentir el
te
sol,
y alimentados en nuestros campos, víctimas de las mar, de la impiedad dé los que los conducían,
iras del
ó de la barbarie de los habitantes de África, donde fue-
ron los
más conducidos, que no
los reconocían
compatriotas, ni siquiera ya por correligionarios.
quedaron
por
No
solos destruidos, sino que de nuestra
ellos
parte fué también grandísimo
todos los economistas de
la
el
daño, según reconocen
época: arruináronse mise-
y populosas costas de Valencia y Granada; olvidóse buena parte de la poca industria que
rablemente
las ricas
nos quedaba y los moriscos ejercían; se abandonaron
muchos campos, que
ellos solos cultivaban bien; cen-
tenares de pueblos desiertos y millares de casas destruidas, dieron larga señal
diversas maneras
el
número de
que no llegara ciertamente han pretendido algunos, que fué
muy
mentándose
de su partida. Calcúlase de
al
lo
considerable
así
los expulsados,
millón, ni
aun
al
que no puede dudarse es el
de los expulsados, au-
en gran manera
la
despoblación de
Península. Algo, en cambio, ganaron todavía
de
la fe,
la
uniformidad de las costumbres y
público, haciéndose
y aun-
medio que
más y más
fácil el
la el
la
unidad
orden
despotismo del
CASA DE AUSTRIA
poder político-religioso de
la
193
corona, tan grande ya y
constantemente ejercido después por favoritos.
Tocante
al
exterior,
hubo un solo pensamiento pre-
dominante en este reinado, que fué
la
conservación de
la
paz; y apenas se hubiera oído hablar de España en
el
mundo
entonces, á no ser por algunos de los servi-
dores que
la
quedaban formados en
cuela de Felipe
II.
el
pudiendo decirse que durante acciones lo
que
al
la
yes
Fué, no obstante,
bien afortunado que infeliz en
la
ambiciosa essingular,
más
exterior este reinado; no él
se descubriese en sus
decadencia de España. Pero como en todo
exterior se refiriese,
si
se emprendía algo, no
era sino procurando seguir las huellas de Felipe
II,
aprestóse en 1602 en Flandes una nueva expedición á favor de los católicos de Irlanda, y en contra de Isabel
de Inglaterra, lo del
mando de D. Juan
al
duque de Alba y
del príncipe
del Águila, discípu-
de Parma,
la cual,
por las pocas fuerzas de que se componía, se vio for-
zada á capitular con los enemigos, obteniendo que se la condujese á España. Muerta Isabel, de allí á poco su sucesor Jacobo
I
mostró
tal
deseo de
tratar
con España
y comenzó á ser tan tolerante con los católicos, que parecía prudente intimar con él, esperando de esta suerte atraerle á la religión de su
madre,
la infeliz
María
Stuardo. Tuvieron así principio las corteses relaciones
que hubo entre Inglaterra y España, grandemente favorecida, hasta la mitad de este reinado, por la amistad que alcanzó de Jacobo
I
el
célebre D. Diego Sarmiento
de Acuña, conde de Gondomar, y por la afición que efectivamente aquél tenía á la religión católica. Esta era tal,
que
le
hizo pensar
con sus vasallos á
muchas veces en la
obediencia de
el
medio de volver
la Iglesia
de Roma, 13
BOSQUEJO HISTÓRICO
194
que confesaba ser la madre y verdadera, y desear macho ser oído en un Concilio (1), siendo la causa que le
apartó
de
al fin
tal
propósito,
el libro
en que
el
famo-
so Francisco Suárez desconocía su absoluto poder monárquico, ni
más
ni
menos que
el
de todos
los reyes,
y
admitía, con Mariana, el regicidio en ciertos casos.
Quemóse
el libro
de Suárez en Londres y París, como
en esta última ciudad se había ya quemado, el de Mariana; y pusieron nuestros enem.igos el nombre de doctrina
de España á
la del regicidio, ó
monarcomaquia. Por
la parte de Francia, entre tanto, todo fué peligros á
de aquel reinado; porque Enrique IV,
los principios
tranquilizados ya sus subditos, y organizadas sus
fuer-
zas, anhelaba por pretextos para formar contra nosotros
una la
liga general
en Europa, que destruyese
casa de Austria, y con
quía española. Todavía lo
mismo,
las
él
la
el
grandeza de
Lerma continuó en
maquinaciones de Felipe
poder de
la
monar-
Francia, por
II,
sirviéndose
de dádivas é intrigas con los grandes señores, mal contentos con Enrique IV, á fin de distraer su atención é
impedirle poner por obra sus peligrosos intentos; sin lograr otro
fruto
que
el
que ejecutara
el
mas
francés
grandes escarmientos y asegurase más su autoridad. Quien mejor se opuso á la ambición de Enrique IV y le dio miás cuidados, fué D. Pedro Enríquez de
Guzmán,
conde de Fuentes de Val de Opero por su mujer, vencedor de Doullens, como se ha dicho. Era éste, al decir de Bentivoglio, que lo del
le
conoció personalmente, discípu-
duque de Alba; preciábase de tener sus mismos
Correspondencia de Gondomar. Archivo de Simancas. (1) Estado. Legajo núm. 2.59L folios 102 y 103.
CASA DE AUSTRIA
195
sentimientos y observar igual disciplina; sagaz, altivo, íastuoso, despreciador de todos los hechos militares de los demás, y de toda otra nación ó potencia que España;
miraba á Enrique IV como un
vechándose de
la libertad
cia del gobierno
en que
de Felipe
III
de
rival
vez de temerle, apetecía medir con
él las la
digno, y, en
él
armas. Apro-
inaudita negligen-
dejaba á los virreyes ó
generales, no perdonaba ocasión, por su parte, de mortificar
á Francia, aumentando
fluencia española.
De
al
paso en
1609 á 1610,
el
Italia la in-
rompimiento en-
España y Francia parecía, por todos conceptos, inevitable; y tanto, que al pedir cuentas á Enrique IV
tre
nuestro embajador, D. Iñigo de Cárdenas, de los arma-
mentos grandísimos que estaba haciendo,
le
respondió
aquél por toda satisfacción: «¿Quiere vuestro rey ser
mundo?, pues yo tengo la mi espada tan larga como otra»; á lo cual respondió
>señor de todo >en el
el cinto
el
español gravemente,
T>ño del
«
que su rey no quería ser due-
mundo, porque ya se había hecho señor de
lo
»mejor de éh, y que, «sin meterse en el tamaño de las ^espadas, era tal el de la espada de su rey, que en Eu»ropa y las demás partes del
mundo podía
sustentar lo
>que tenía y mantener su reputación, de modo que >quien
la
provocase, habría de sentirla».
De
propósito
mencionamos esto y los atrevidos pensamientos del conde de Fuentes, para dar á entender la arrogancia que conservaban los ministros españoles en fico de Felipe
III.
Por
fin, el
el
reinado pací-
asesinato de Enrique IV en
1610 ocurrido, y en que ninguna parte tuvieron, seguramente, el monarca ni el gobierno español, les dejó libres de aquel peligroso enemigo, y
el
conde de Fuen-
tes pudo, á su sabor, tomar las llaves de la Valtelina,
BOSQUEJO HISTÓRICO
196
adquirir el dominio de Final,
y aun obligar á
la repúbli-
ca de Venecia á ceder en sus gravísimas disidencias
con
el
Papa,
sin
más que amenazarla con
de orden del rey. Proclamó éste en cierto,
su ejército,
ocasión, por
tal
según refiere Gil González Dávila, que no
le
más que para ponerla
había dado «Dios su monarquía
»á los pies de la Iglesia, sirviéndola y defendiéndola».
Fué mientras
tanto
menos afortunado todavía que
de los monarcas españoles, en Flandes, archiduque Alberto y de bel Clara Eugenia, por
estimados, sobre todo
el
gobierno del
el
generosa y pía infanta Isaellos fuesen de por sí
la
más que
la infanta,
y que
los protegiera
con todas sus fuerzas España. Perdió nuestro ejército, por sobra de ardor,
la
allí
entonces
primera batalla
campal, que hacía un s'glo que hubiese deslustrado su gloria,
que la
que fué
el ¡lustre
cabeza de
la
de Niewport ó de
Ambrosio de Spínola él, la
Dunas; y aun-
la rindió
después, á
gran fortaleza de Ostende, no pudo
esto lograrse sin larguísimo asedio sas.
las
Los frecuentes motines de
y pérdidas inmen-
las tropas,
ocasionados
por falta de pagas, contribuyeron mucho en este tiem-
po y
los anteriores, á impedir la reducción de las pro-
vincias holandesas,
de hecho ya independientes. Al
cabo, en 1609 se determinó
guas por doce años con mediante
las
la
el
archiduque á ajustar
tre-
nueva república de Holanda,
cuales púdose librar España, por algún
tiempo, del peso de aquella guerra, hasta que
nimiento de Felipe IV se renovó. Muerto primero, y luego
la
el
al
archiduque
infanta Isabel sin sucesión,
desde antes de casarse habían previsto
adve-
como
los curiosos ve-
necianos, recobramos también entonces y en mal hora las provincias flamencas.
CASA DE AU5TRIA
Del lado de
Italia,
197
que fué donde más ocupación
halló
nuestra política en este reinado, siempre defendió
buen ó mal éxito de
de
ella
de
las particulares
el
condiciones
y generales, más bien que de la habilidictámenes de los ministros y Consejos en la
los virreyes
dad ó
los
Debióse en especial al ya citado conde de Fuencuyo principal anhelo era morir guerreando cual había vivido, no tan sólo la reducción de Venecia á la
corte. tes,
paz con
Papa, sino mantener también en respeto
el
al
belicoso duque de Saboya, Carlos Manuel, hijo del cau-
de San Quintín,
dillo
Filiberto,
que debió á España
restitución de sus Estados. Felipe
inútilmente le
la
mano de
II
le
la
había dado ya
su hija doña Catalina para tener-
firme en su alianza. Viudo á los pocos años, y muer-
to su suegro, Carlos aspiraba tulo glorioso de libertador
nada menos ya que
al tí-
de Italia. Habían comenza-
do los disgustos con él y aun las nando en Milán el condestable de
hostilidades, goberCastilla,
de quien se
mando de las armas por el marqués de San Germán y de la Hinojosa, D. Juan de Mendoza. Acusó á este último el de Fuentes, hombre de formalidad probada, de haber ayudado en aquella ocasión secretamente al duque de Saboya para que acoha hablado, asistido en
metiese lo,
con
el
la
el
Estado de Monferrato en lugar de impedírse-
esperanza de recibir de
él
recompensas. Y,
sin
embargo, este mismo Hinojosa, acusado también por
la
opinión general de haberse enriquecido en Milán por
malos medios, fué nombrado en 1612 sucesor de Fuentes; encargándosele como tal la dirección de la guerra,
que
ya formalmente, con motivo de siones entre las casas de Saboya y Mantua estalló
sionó
la
las disen,
que oca-
sucesión del Monferrato, y en que tomó parte
BOSQUEJO HISTÓRICO
198
España. Fué poco fecunda hizo,
y terminóla por
aprobado en Madrid;
el
la
campaña que Hinojosa
tratado de Asti de 1615, des-
lo cual dio
lugar á que se decla-
rase ya por traidor generalmente, confirmándose al
parecer
la
este por
secreta acusación del de Fuentes.
donde se advierte, entre
otros,
ser deudo de Lerma, ó repartir con
como se suponía de Hinojosa, para á
sazón, con evidente daño de
la
ganos, no obstante,
la
él
Hecho es
que bastaba
los
provechos,
ser virrey ó general la
monarquía. Oblí-
imparcialidad á decir que, en un
manuscrito inédito, que original poseemos, y que, bien examinado, parece compuesto en justificación de la
conducta de Hinojosa, se alega como razón de haber éste consentido en la paz desventajosa de Asti, la equívoca conducta que observaba Catalina de Médicis en la contienda, y que hacía esperar al saboyano la
ayuda de Francia. Preténdese, además, que con aquel
mucha satisfacción particularmente el Papa y los demás príncipes y repúblicas de Italia, que deseaban más que nadie ver quietud tratado habían recibido todos
en
ella (1).
Pero
las aníeriores cartas
habérsele quitado luego, á pesar de pariente Lerma, del
,
el
la
de Fuentes,
el
protección de su
gobierno de Milán, por dictamen
Consejo de Estado, y
la
opinión general de Espa-
El manuscrito se titula Disensiones entre las casas de y Mantua en la muerte del duque Francisco Gonzaga, escritas por D. Juan Rosales, de relaciones de papeles de diferen(1)
Saboya
ambas casas y algunas halladas en poder de Don Pedro Herrera, deán de Tudela. Termina este manuscrito precisamente con la paz de Asti, último hecho del marqués de Hinojosa en aquel gobierno; y, si no se escribió de su orden fué muy parcial suyo el autor, sin duda aunque á lo primero es á lo que
tes ministros de
,
se inclina
el
autor de este estudio.
199
CASA DE AUSTRIA
embargo, á aquel magnate contra cual se hicieron unas célebres coplas que empiezan:
ña, condenaron, sin el
Vuestra Majestad despache Al marqués de San Germán,
Que
si
nos vendió á Milán
También nos ganó á Larache.
Aludíase en esto último á
la fácil
ocupación de Ala-
rache en África, llevada á cabo en Noviembre de 1610,
por aquel general, de orden de Felipe III. Fué á suceder en Milán á Hinojosa el marqués de Villafranca, Don
Pedro Alvarez de Toledo, y quiso la buena fortuna de España por entonces que se reuniesen en Italia los tres más inteligentes españoles que quizá quedaban: Villafranca, que era uno, donde hemos dicho; el marqués de
Bedmar; D. Alonso de bajador en Venecia, y
la
Cueva, que era
el otro,
en
fin,
otro,
de em-
en Ñapóles, que
eraD. Pedro Téllez Girón, Duque de Osuna y conde de Ureña. Este famoso triunvirato logró por casi sin auxilios de España, reducir al fin por
sí
solo,
las
y armas
Manuel á contentarse con sus propios Estados, sometiéndose á razonables condiciones; y llenó de terror ala república de Venecia, rival de la casa de Austria en el Adriático, y principal, aunque secreto, apoyo á Carlos
del saboyano, así
paña en
la
como de todos
Península
itálica.
los
enemigos de Es-
Pocos personajes hay
más
singulares en la historia que aquel duque de Osuna, llamado el grande: hombre de valor y de superior inteli-
gencia, sin duda alguna, extravagante, audaz,
fácil
en
tomar y dar dineros, perseverante, soberbio, violento, fértil en recursos de ingenio; mezcla notable, en suma,
de vicios bajos y
altas
condiciones de inteligencia ó
BOSQUEJO HISTÓRICO
200
Después de derramar copiosamente su san-
carácter.
gre en Flandes, volvió á España, y casó á su primogénito
con una nieta del duque de Lerma, gracias
obtuvo en seguida
el
virreinato de Sicilia.
ai
cual
Dióse buenas
trazas para que el Parlamento de aquel reino votase
contra su costumbre grandes servicios
pensión
duque de Uceda, su consuegro, á
al
favorecedor del reino. Conocía flaco de la corte de
hombre á quien lo.
rey, y una
al
muy
bien
título
de
Osuna
el
España en aquel tiempo, y no era
los escrúpulos impidiesen
Parece, pues, que mientras estuvo en
de enviar gruesas cantidades á Uceda,
al
aprovecharItalia
P.
no cesó
Confesor
Luis de Aliaga, á D. Rodrigo Calderón y á cuantas
personas de influjo había en
guado esto de
los
la corte.
Y
está tan averi-
cohechos en aquella época, que no
hay razón ninguna para que se tache de exagerada en el
fondo
la carta del
agente de Osuna en Madrid,
Don
Francisco de Quevedo, ya varias veces impresa, en cual decía éste que, con una letra de
dos que de aquel había recibido, se andaba tras dia corte,
y no había hombre que no
la
treinta mil ducaél
me-
le hiciese mil ofre-
cimientos, pareciendo que hubiese jubileo en su casa,
según salían y entraban. Aunque mantenida con tan malos medios y bastante gravosa á los pueblos que regía,
no puede negarse que
Italia,
sobre todo en
ascendido desde
el
el
de
mismo que Bedmar. Dedúcese de España,
lo
la
estancia del duque en
virreinato de Ñapóles, á que fué Sicilia, fué ventajosísima la
la
para
de sus amigos Villafranca y copiosa correspondencia en-
el tomo xlvi de la documentos Colección de inéditos para la Historia de España, cuan en poco tenían todos tres el gobier-
tre estos
señores, que contiene
201
CASA DE AUSTRIA
no de Madrid, proponiéndose servirle á pesar suyo. Mostrábase el Consejo de Estado contentísimo de Osuna en particular, en su consulta de 14 de Noviembre de 1617, dos meses después de celebrado
el
nuevo
convenio de Pavía, con Saboya, del cual no todos pa-
comenzó á premismo duque de Lerma el
recían satisfechos, sin embargo. Pronto
ocupar
al
Consejo y hasta
al
aborrecimiento que los tres magnates, y principalmente Osuna, manifestaban á los venecianos; aun después
de ajustada
la
paz en París, entre estos y
el
archidu-
que Fernando, rey de Bohemia, el virrey mantener su escuadra en
á favor del cual sola-
mente pretendía
el
Adriático, y después de ratificada en Madrid, á 26 de Septiembre de 1617, la capitulación de Pavía, mediante la cual, del
todo se restableció
la
buena armonía entre
Saboya y España. Reclamaba el embajador veneciano en Madrid que retirase el duque de Osuna su escuadra de
las
aguas del golfo, donde había ejercido hasta allí la república; pedía con más razón
completo dominio
ciertamente, que cesase
el
virrey deperseguir en plena
paz sus bajeles y apresarlos, como si Ñapóles fuese potencia independiente de España; prohijaban los Consejeros de Estado estas demandas y el mismo duque ,
de Lerma, Felipe
III;
influidos todos por el pacífico espíritu de
mas Osuna y sus compañeros á todo se ha-
cían sordos.
Alegaba
por los tres, «que
si
el
primero, que llevaba
había entrado en
el
mar
la
voz
Adriático
»con bajeles redondos, había sido por divertir á los » venecianos los socorros que daban á Saboya, y estor»bar los daños que podían hacer á » Bohemia; que, conseguido esto,
»
la
marina del rey de
lo
que pretendía era
destruir la intrusa soberanía de los venecianos en aque-
BOSQUEJO HISTÓRICO
202 »]los mares; »
que en obececer
al
rey, sacando su cscua-
le haría un grande servicio, y que con armada que tenía junta no sólo aspiraba á humillar á
dra del Adriático,
»la
venecianos sino á contener las invasiones del turco
»
los
»
y espantar ó exterminar á
taba
la
Venecia contra
cuando, de repente, escribió
correspondencia-,
Bedmar
confidencialmente
acusaba á
los
de Argel». Tal es-
los piratas
él
áVillafranca, que
vulgo de
el
Osuna de una conjuración
yá
República, protestando ser cosa ajena de la
la
verdad;
sin
marqués
lo
embargo de
lo cual creía
conveniente que
llamase á Milán por veinte días, á
fin
eí
de evi-
en que estaba de algún insulto popular,
tar el peligro
siendo notoria
voluntad del rey de que se excusasen
la
como el embajador en Venecia. Decía Bedmar
ocasiones de discordia, y más una tan grande atropello de su
también, que
el
rados quemar da,
rumor era que habían querido arsenal
el
donde estaba
el
y saquear
dinero de
la
la
los conju-
casa de
la
República. Por
monela
testación de ViJlaf ranea, manifestando el temor de
«se perdiese »cia»,
ción,
el
derecho de
parece que
si la
había.
él al
Un
la
inocencia con
menos no estaba en
la
la
con-
que
ausen-
conjura-
papel presentado por D. Francisco
de Quevedo, á nombre del duque, y los partes dados á 10 y 21 de Julio de 1618 sobre los sucesos de Venepor Bedmar y Osuna, prueban plenamente, por otra parte, con el tono de exculpación en que están cia,
escritos,
que, aun dado que hubiese conjuración, no
menor participación en ella ni el rey, ni el Consejo de Estado. Eso resulta asimismo, con eviden-
tenían la
cia
de
las instrucciones del
ministros en evitar todo
Italia,
Gobierno español á sus
recomendándoles constantemente
compromiso ó discordia; y
el
verídico his-
CASA DE AUSTRIA
203
toriador veneciano,
Juan Bautista Nani
bien los papeles de
la
propio
República,
,
que conoció
confirma con su
lo
dictamen. Pero ¿tuvieron alguna participación
trama supuesta Bedmar y Osuna? Y si la tuvieron, ¿qué se proponían, ó adonde alcanzaban sus proen
la
pósitos? Esta cuestión es la que divide ha
po á
los historiadores.
mucho tiem-
Mr. Daru, después
El francés
de haber hecho reconocer los archivos de Venecia, y examinado cuantos historiadores han hecho mención del caso, declaró ésta conjuración pura fábula, inventa-
da por
el
gobierno véneto para ocultar sus inteligen-
cias secretas con el
duque de Osuna
,
á quien supone
que estimulaba y ayudaba so capa la República, para que se alzase con el reino de Ñapóles; fábula metodizada y adornada luego con detalles novelescos por el abate de San Real, autor también de
de
la
la falsa
relación
muerte del príncipe D. Carlos. Un escritor vene-
Domingo Tiépolo, en
ciano de nuestro siglo,
de sus rectificaciones á
la historia del
la
quinta
citado Daru, ha
pretendido demostrar, no obstante, con muchos argu-
mentos y algún nuevo dato, que cierta, cia al
y
el
dominio español.
Y en
el
cambio,
Guerra, en un discurso leído ante la
conspiración fué
la
objeto probable reducir
la
Estado de Veneel Sr.
Fernández
Real Academia de
Historia, ha reforzado en nuestros días la opinión de
Daru, en
la
parte de que
raron contra
cumentos otros
la
ni
Osuna
ni
Bedmar conspimuchos do-
República, apoyándose en
inéditos.
De
ellos
mismos, no obstante, y de la gran Colección
más copiosos, publicados en
anteriormente citada, dedúcese, en concepto del autor
de este
libro,
que hubo conjuración formada por unos
cuantos aventureros, sin
que hoy se sepa á punto
BOSQUEJO HISTÓRICO
204
SU verdadero objeto; aunque por la calidad y el número de los comprometidos, pueda desde luego afirmarse que no tuvo la importancia que quiso dársela. Pretendía Bedmar, en su parte al gobierno de Madrid, que era todo invención pura de los nobles venefijo
cianos, «que aborrecían, capitalmente
el
nombre de Es-
»paña, y que habían tenido siempre miras de hacerlo > odioso á sus vasallos para quitarles el deseo de ,
i>
serlo del rey de
España, movidos de
afición antigua
y de la fama de la gran justicia y religión que había »en sus reinos y Estados»; y en verdad que son algo sospechosas estas palabras, dando á entender que no >
tenía
Bedmar por
tan imposible, cuanto en realidad era,
someter también Venecia
al
de seguro habrían impedido
dominio español el
cosa que
,
resto de Italia
y
la
Eu-
ropa entera. Pero aunque abrigase esta temeraria idea
en su mente, ¿era posible que Bedmar y Osuna se propusiesen sorprender á Venecia y hacerla española, no sólo sin licencia, sino contra la voluntad expresa del pacífico y hasta tímido gobierno de Felipe III?
habrían podido guardar su conquista,
¿Cómo
ras,
la
¿Cómo
lograban?
responder á su gobierno del mal éxito,
había? El poco ruido que hizo esto,
si
dándose ligerísima cuenta á
y aun á
la
si
le
Senado véneto sobre
el
las
Cortes extranje-
de España, cosa de tantas diversas ma-
neras interpretada, confirma nuestro aserto de que conspiración en
sí
misma tuvo muy
la
corta importancia.
Dijo con sospechosa franqueza Osuna, tratando de los
aventureros franceses y holandeses, presos y ajusticiados, como autores de la conspiración, «que si aquella »
gente tuviera fuerza para saquear á Venecia
>ra, y
que holandeses también
le
lo hicie-
ayudaran»; los cuales,
CASA DE AUSTRIA
según »
él
añadía, se amotinaron
pagas que se
205
por
«
les habían ofrecido».
no cumplirles las
Y
aquí se ven dos
cosas: la una que la conspiración no la negaba la otra,
que,
el
virrey;
decir suyo, era obra de mercenarios mal
al
pagados, que querían cobrarse por sus manos,
queando
la
ciudad.
sa-
No negaba Bedmar tampoco que
conociese á los jefes de aquellos aventureros; antes bien, confesó
que ocho días antes de aparecer colga-
dos, recibió en audiencia á dos de le
ellos, los cuales
se
quejaron de que, por no haberles respondido á tiem-
po Osuna, «se habían perdido buenas ocasiones de em»presas grandes».
No
cabe duda, por último, puesto que consta en una
carta remitida por
no español dos
le
el
duque de Osuna mismo
al
Gobier-
respecto á que los principales conjura-
atribuían
grandes designios en perjuicio de
y en particular de la República véneta; por cual contaban con él para sus planes. Bastaba que
toda lo
(1),
Italia,
fuese pública
la antipatía
de Osuna á los venecianos, y el golfo, para que los con-
que tuviera una escuadra en jurados confiasen en
él,
seguramente,
sin
que haya
motivo para deducir, de esto solo, que aquél se prestaba á auxiliarlos. Pero en cuanto á que ignorase virrey,
y sobre todo Bedmar, que habló con
conspiración, parece
difícil
creerlo; y
el
el
ellos, la
último, sobre
todo, ni siquiera niega expresamente que la ignorase.
más probable, por consiguiente, en todo esto que, como Osuna decía, los soldados venecianos de la Re-
Es
lo
pública mal pagados, y acaso algunos plebeyos, de los Adjunta con la letra E al despacho de 24 de Julio de 1618. de la Colección de documentos inéditos para la historia de España. (1)
Tomo XLVí
BOSQUEJO HISTÓRICO
206
que Bedmar suponía que estaban inclinados á ser vasallos de España y no debían ser sino mal contentos del régimen aristocrático de su patria, tramaran una conjuración, ó para alterar la forma de gobierno, ó, lo
que
es más probable, para despojar á los ricos de sus bie-
Repú-
nes, fiados en la falta de tropas nacionales de la
blica; que para asegurarse buena retirada ó tener á
quien entregar
la
presa,
vor de Osuna,
el
más próximo,
conocido de
los
Osuna y Bedmar,
salían bien,
si
enemigos sin
del
buscasen
el fa-
más fuerte y el más Senado véneto; que
el
comprometerse mucho, dejasen
correr á sabiendas una conjuración que podía, destruir aquella República, Italia
si
no
que tanto embarazaba en
nuestra política, cuando
menos ocasionarla males
y pérdidas difíciles de reparar en mucho tiempo, sobre todo si ardían su arsenal y su escuadra; y que el Senado véneto, advertido, por una delación, de
la
conjuración
que se preparaba, y viendo mezclados en ella nombres de Osuna y Bedmar, sin hallar pruebas
militar
los
que directamente
los
comprometiesen, adoptara
el
pru-
dente camino que tomó de castigar duramente á los conspiradores, y disimular con los españoles. Así se explica bien que los medios preparados por la mercenaria gente conjurada fueran tan insuficientes para su
empresa, aunque hubiesen podido intentarla tranquilamente; que, descubierta encontrara en
el
la
conspiración,
embarazo que
la
Bedmar
se
doblez siempre pro-
lo cual ni acertó á mantener su serenidad ante Senado véneto, ni osó permanecer más en Venecia, aunque nadie llegara á amenazar directamente su per-
duce, por el
sona.
Que
clarar el
esta sea la verdad y no otra, lo vino á de-
duque de Lerma, que debió estar mejor ente-
207
CASA DE AUSTRIA
rado que nadie, en
la
consulta del Consejo de Estado
de Madrid de 25 de Junio de 1618, sobre que acerca del asunto hizo
el
Dijo Lerma entonces, y nótese que era en las deliberaciones: «que,
si
la instancia
embajador de Venecia. el
secreto de
en Venecia hubo subleva-
mal contentos y recelosos del bien público, que acudirían al recurso que allí » tenían, que era el embajador de España, el cual, sin ción
>
,
sería de naturales
y>
y
aconsejarles ni inducirlos, podría haberles gaar-
y>dado secreto, por
confianza que tenían de
la
á
'¿por no hallarse obligado
otra cosa».
él
y
¿Estaría
Lerma personalmente enterado, de antemano, de un suceso que, con tanta exactitud á nuestro cribía luego,
aunque no
lo
estuviesen
juicio, des-
ni el
Rey
ni el
Consejo? No es improbable. De éste, y no de otro modo, como el francés Mr. Daru ha demostrado, y es notorio, se entendía en
el siglo
xvii
la fe
diplomática; y bien
podían ver con indiferencia, y hasta con gusto, los gobiernos de entonces, las conjuraciones tramadas contra
un Estado enemigo, cuando nada era tan frecuente urdirlas unos contra otros. No nos hemos deteni-
como
do, pues, tan excesivamente en este punto, sino por
poner algo en claro una cuestión muy controvertida; que, por lo demás, á haber sido otro el gobierno de Felipe III, y si el intento de hacer á Venecia provincia española no hubiera sido tan temerario, con razón podría sospecharse, sin necesidad de conocer los docu-
que
la
cosa formal. Desde
la
mentos
citados,
conjuración contra Venecia fué traición
de Antonio Pérez, no
dejó ya más Francia de intrigar en
la
corona de Ara-
gón para que se levantase contra España, como gró en parte
al
lo lo-
cabo en 1640; y España, por su lado,
BOSQUEJO HISTÓRICO
208 ni
en tiempo de Felipe
II,
ni
aun en tiempo de su
hijo,
mientras tuvo recelos de Enrique IV, dejó de favorecer
cuanto pudo á los descontentos franceses. Lo que nos
parece sin fundamento, es
el
proyecto atribuido por
duque de Osuna, de alzarse con ayuda de Venecia, rey de Ñapóles; y derivado sólo de voces vagas, que corrieron por Ñapóles, cuando en 1620 fué
Daru
al
Osuna
destituido del
A
virreinato.
haber tenido
tal
proyecto, no hubieran quedado en vanas palabras ó
amenazas
las
demostraciones de aquel hombre tan osa-
do y fecundo en recursos, el día en que, contando sólo con sus enemigos, y con órdenes secretas de la corte, se presentó repentinamente
el
cardenal D. Gaspar de
Borja en Prócida, acompañado del famoso D. Diego
Saavedra Fajardo, y algunos pocos caballeros particulares que le asistían en Roma, y violentamente se hizo conocer por virrey. Quieto, aunque despechado, dio entonces lugar Osuna á que todas las autoridades del reino prestasen obediencia
que era hombre de
al
cardenal, y á que éste,
aliento, se metiera
una noche se-
cretamente en Castello Nuovo, obligándole así á entregar
el
le faltara
mando. Pudo alegar para
resistir
Osuna, y no
razón, que no era conveniente forma aquella
de reemplazarle en su gobierno. Francisco Zazzera, autor de unos diarios del gobierno de les, refiere
de pena, viéndose tratado de
bundo y acariciando contra
el
al
tal
suerte;
que andaba furi-
parecer terribles pensamientos
cardenal; pero no indica siquiera
de que tratara de rebelarse. Ni dad,
Osuna en Ñapó-
que estuvo éste para volverse loco ó morir
fácil,
enajenado
porque las
los defectos
le
la
especie
hubiera sido, en ver-
de su carácter
le
habían
voluntades de todos los españoles y de
CASA DE AUSTRIA
209
todos los italianos, con excepción de algunos pocos plebeyos, y el día de su relevo fué todo júbilo Ñapóles, el mismo Zazzera añade. Aquellas mismas faltas de su carácter y el poco favor que, después de la caída de Lerma y Uceda, tenía en la corte, fueron causa
á lo que
de que se dispusiese en Madrid una forma de
sin duda,
relevarlo tan desusada
y violenta. Por lo demás, los mayores y más hábiles enemigos del duque en Ñapóles, de lo que le acusaron no fué de traidor, sino de enriquecerse por medios no ya
ilícitos,
sino hasta bár-
baros, de vida licenciosa y aun desvergonzada, y hasta de no oír misa, ni creer en Dios; y gente que á tanto llegaba no habría dejado de acusarle de traición tam-
bién por poco que valiera el
cardenal Borja
Ñapóles,
le
al
la
sospecha. Al dar cuenta
rey de haber echado á Osuna de
hablaba en verdad de
ciones de éste para dejar
las artificiosas dila-
mando, y de los peligros en que por su culpa estaba ya la tranquilidad pública, pero nada de traición; terminando, por cierto su parte, el
con estas severas palabras:
«si
V.
M. no arrima con
el hombro al gobierno de los reinos, ex»perimentará cada día mayores inconvenientes». Felipe III no oyó el consejo; y el haberse sacado á Villa-
j>más cuidado
franca de Milán, á Bedmar de Venecia y á Osuna de Ñapóles, no sirvió más que para disminuir en Italia
nuestro poder; porque tales eran, valían
mucho más que
como los
aquellos hombres
que desde Madrid los
censuraban.
Las de Alemania fueron, después de las cosas de las que más llamaron la atención de Espa-
Italia,
ña en este ella,
en
el
reinado.
mundo, que
No
había mayor
hallar
interés
comunicación
fácil
14
para entre
BOSQUEJO HISTÓRICO
210
SUS lejanas provincias de Lombardía y Flandes,
vés de los extensos países, que atravesó
al tra-
gran duque
el
de Alba con sus tercios en el siglo anterior. Por eso levantó el conde de Fuentes el fuerte de su nombre en los
confines de la Suiza católica y de los grisones,
asegurando á nuestras, tropas
y
si
hemos de dar
la
entrada en Alemania;
crédito al conde de
KhevenhüUer, em-
bajador del Imperio en Madrid y autor de los Anales
de Fernando
II,
muy
llegaron asimismo á estar
tados los tratos para cederle á Felipe los derechos que podía alegar á
las
III,
adelan-
en cambio de
coronas de Hungría
y Bohemia, una parte del Austria occidental, con el fin de abrirnos para siempre el paso de los Alpes, mediante el dominio de sus dos vertientes, itálica y germánica.
De
esta suerte se hubieran
dado más
dos ramas, alemana y española, de
y
facilitádose,
además,
bardía, hasta el Rhin,
el
la
la
las
casa de Austria,
paso de los ejércitos de Lom-
donde iban ya también tomando
oportunas posiciones nuestras armas; con habría
mano
acudido mucho mejor
al
lo cual
se
socorro y defensa de
Flandes.
Precisamente
el
transporte
allí
de tropas, por mar,
sobre todo desde que dejamos de disponer de
la pla-
za de Calais, en tiempo de María de Inglaterra, había ya llegado á ser tan
difícil,
que
una pica en Flandes quedó en
la
la frase
de poner
lengua castellana
para determinar una enorme dificultad vencida.
nunca
el
gobierno de Felipe
III,
pacífico
como
No
dejó
era, de
hacer esfuerzos grandes para alcanzar tamañas ventajas.
D.
Gómez Suárez de
sus contemporáneos
Figueroa, á quien llamaron
gran duque de Feria, y fué el último de los magnates españoles de aquel siglo, que el
CASA DE AUSTRIA
211
algo mereciera semejante calificación, sucedió á Villafranca en el gobierno de Milán; y, aprovechándose de las continuas diferencias lina
de los habitantes de la Valtecon los grisones, que los tiranizaban, intervino á
mano armada en sus gran parte del
contiendas, y se apoderó de una
territorio.
Acababa de estallar entretanaños en Alemania
to la guerra llamada de los treinta
entre
la
unión evangélica
formada por los protestanemperador, y que estaba, como todos sus antecesores desde Carlos V, á la cabeza del parti-
tes alemanes
,
el
do católico alemán. Púsose también España de parte
de el
éste,
como correspondía
marqués de Spínola
á su tradicional política; y Alemania nuestro ejérci-
llevó á
to de Flandes, á la sazón ocioso, dejándonos
ñados para empresas.
el
No
ya empe-
reinado siguiente, en nuevas y costosas tuvo ocasión de lograr Felipe ÍII ninguna
ventaja notable contra los protestantes, privilegiados
enemigos de su padre. En cambio hizo más que él contra los moros de África, porque, después de ocupada Alarache, cual se ha indicado, envió en 1614 áD. Luis la conquista de la fortaleza de la Mamora, tomando con tal calor la empresa, que, al decir de Gil
Fajardo á
González Dávila, ninguno de los nobles que podían ir «se atrevió á quedar en la corte, teniendo por cosa » vergonzosa estar en ella cuando las armas de su rey »
entraban victoriosas en África». También fueron ca-
ñoneadas en este tiempo por
las
nunca
de Salé y Arcila escuadras españolas; y más perseguidos que
los corsarios turcos.
Pero en
que tan perezosamente caminaba de España, y que la interior estaba apariencia reducida á fundar y dotar conventos, el ínterin
la política exterior
en
la
las plazas
BOSQUEJO HISTÓRICO
212
no obstante 1619 y
la
piadosas, de
la
eclesiásticas, políticos,
famosa consulta
censuras que
las
el
Consejo Real de
del
exceso de
las
fundaciones
amortización y número de las personas
arrancaban ya á los mejores escritores
dos cosas se encaminaban á su
fin
más de tres años de distancia: duque de Lerma y la vida de Felipe
y
le tuvie-
ron, con poco
la
za del
III.
privan-
Aquel
breve espacio de tiempo, puede decirse que, por entero, se
ocupó ya en Madrid en guerras cortesanas.
era tan torpe caída,
Lerma que no viese
y negoció que
con razón de
la
le
hiciese cardenal
el
papa, fiando
piedad del rey, que aquella dignidad
defendería de sus enemigos, por influjo,
No
venir con tiempo su
que hasta
allí
más que
el
le
prodigioso
había tenido sobre su ánimo, se
convirtiese en despego, sino en aborrecimiento. Vistióse,
en suma, de colorado para no ser ahorcado, según
decía uno de los libelos aconsonantados de la época. Porque es de advertir que, desde la muerte de Felipe II, no cesó ya de haber una especie de periodismo
Un
clandestino y manuscrito en España.
cierto
Iñigo
Ibáñez, que fué secretario del duque de Lerma, escribió un terrible papel contra Felipe
II
después de muer-
to, intitulándole El Confuso y mal gobierno del rey pasado; y estuvo varias veces preso por otras diatribas contra D. Pedro Villafranqueza y D. Rodrigo Calderón. Y en este reinado comenzó también á hacer correr de mano en mano sus versos satíricos contra los
ministros,
y hasta contra
el
rey mismo,
el
célebre con-
de de Villamediana. Eran ya generales, en todas mas,
do
el
la
murmuración y
rey
historiador
le
el
odio contra
apartó de su lado.
el favorito,
for-
cuan-
En vano pretende
el
Bernabé de Vivanco, partidario acérrimo de
213
CASA DE AUSTRIA
Lerma, que,
de >
al
mandarle dejar á éste
los papeles, lo
mundo de
el
rey
el
manejo
hizo «más por dar satisfacción
al
su fidelidad, que con pretexto de que hu-
»biese cometido delito; y con intento de volverle á su hubiera visto > palacio más que de apartarle, como se »
claro
si
se viera».
Mucho
le
engañaban,
propios deseos á Vivanco. Atacado
el
sin
duda, sus
favorito,
no ya
sólo por los libelistas, que esto poco importaba segu-
ramente, sino por
el
confesor Aliaga, y cuantos
gos, frailes y monjas solían rodear
al
cléri-
rey, en particular
por el padre Juan de Santa María; no bien defendido por sus deudos y amigos, el conde de Lemos y D. Fernando de Borja; fuerte y astutamente contradicho, hasta por su propio hijo,
el
duque de Uceda, aliado
del
confesor Aliaga, con cuya ayuda le disputaba tiempo había ya la real gracia, estaba sin remedio perdido
cuando
le
despidió
el rey.
Tanto ó más, que sus pro-
pios hechos contribuyeron ciertamente á desacreditarle y facilitar su caída los principales agentes de quien se servía.
Era
el
más caracterizado D. Rodrigo Calderón, nom-
brado marqués de Siete Iglesias; hombre soberbio y codicioso, y que de humilde condición se había levantado á los más altos puestos con escándalo de la corte, donde á la sazón lo invadía todo la alta nobleza, si no
ya ganosa de influjo social y político, sedienta de aquellos mismos empleos provechosos, que abrían la puerta al ocio y al placer. Fué después de Calderón, el
mayor
favorito de
Pareja, joven, de
Lerma un
muy buen
cierto
D. García de
parecer, y también de me-
diano origen, sobre cuya vida ha publicado poco ha Sr.
Gayangos curiosos
detalles;
el
sospechando, como
BOSQUEJO HISTÓRICO
214
ya había sospechado el autor de este estudio, que este sea el verdadero nombre del que, con el supuesto de Gil Blas, dejó las curiosas
aquel tiempo, que publicó
y exactísimas memorias de el
y forma de novela, y no
tilo
francés
Le Sage, con
sin añadir, sin
A
tantes accidentes ó detalles propios.
como más los cuales
alto,
que
le
cio antes
le
probó plenamente:
dar á un
quitaba
de
la
duda, bas-
D. Rodrigo,
se le acusaba de graves crímenes, de
uno se
que mandó
es-
tal
de
el
la
muerte
Francisco Juara, pretextando
crédito. Apartóle el rey de su servi-
el
caída de Lerma, mandándole formar un
proceso, y aun darle tormento para que declarase to-
das sus culpas, derogando para aquel caso especial,
por medio de una especie de rescripto ,
la
ley que pro-
hibía dársele á las personas de su condición, fuera de
pocos casos determinados. Nada hay más seguro
más pe
ni
singular que el odio implacable que mostró Feli-
III
á Calderón, en lo que le quedó de vida, compla-
ciéndose en tener noticia de su proceso, y en que se le
tratase rigurosamente. Por lo que toca á la privanza
de Pareja, corrían, á nes que
las cuales
de
la
hacían
la
lo
que parece, por
muy vergonzosa
para
corte versio-
la él
y Lerma, de
no sólo se hallan indicios entre los satíricos
época, sino en
el
proceso original de Calderón
que se conserva en Simancas. ¡Triste idea dan de moralidad secreta de aquella época, en tan santa ó entregada á la devoción
de Calderón como
y Calderón
,
el
,
la
la
apariencia
así este
proceso
de Camarasa antes citado! Lerma
sobre todo, aparecen
como
codiciosos y
preocupadísimos, de una parte, y de otra destituidos de escrúpulos para mandar envenenar ó matar á hierro á quien quiera que les estorbase;
siendo varias las
215
CASA DE AUSTRIA
muertes repentinas y sospechosas de que, aparte de una probada, se hallan indicios graves. Aparece también de su proceso, que Calderón trataba bastante mal á los pajes favorecidos por
Lerma
manera que
á la
García de Pareja, y que el contar lo que pasaba en casa del gran privado de Felipe III, podía fácilmente conducir
al
hablador á prisión y á
traño, pues,
íntima, llegara á tener tan
que
el
la
muerte.
No
es ex-
que trasluciéndose poco á poco su vida
mismo Felipe
III,
pareciese inexcusable,
le
poquísimos amigos Lerma, y de algo advertido, que ya perdiera
el
le
cariño tenaz que
le tuvo.
Mandóle, por último, retirarse á Lerma á Valladolid, donde todavía años después se descubrió que tenía parte en una trama urdida por medio de su confesor para asesinar al conde- duque de Olivares, ministro de Felipe IV. ¡A tanto llegaba la ambición de aquel magembargo, dulce y humano, según y á tanto la perversión secreta de
nate,
que
todas
las apariencias,
era,
su tiempo!
A
la
sin
verdad, las faltas expuestas ó somera-
mente indicadas de Lerma,
le
señalan por uno de los
hombres menos estimables, que hayan puesto hasta mano en el gobierno de España. La Inquisición
aquí
daba evidentemente más religión á los labios que á los corazones, ó al menos los que la manejaban no se aplicaban á
sí
propios
la
severidad que á los demás,
íbase rápidamente degradando, en tanto, español, y convirtiéndose pocresía.
Se
era cada día
la
carácter hi-
advierte, sin embargo, que la Inquisición
más
intolerante con las ideas
peligrosas, ó con las prácticas heréticas sas; pero
el
antigua turbulencia en
y
que juzgaba supersticio-
no tan dura como pudiera creerse con los pe-
BOSQUEJO HISTÓRICO
216
cados comunes. Así obedecía á su carácter más bien político que religioso; dependiendo además, en esto
como en le
comunicaba
servía.
de
todo, la eficacia de su acción, del impulso que
la
te la
Nada
el
poder real
más
sería
á quien principalmente
,
curioso ahora, bien que ajeno
índole de este trabajo, que relatar minuciosamen-
persecución de que fueron objeto, uno tras otro,
no sólo
los
deudos, sino los amigos todos de Lerma,
después de su caída, y hasta su propio hijo, miserable instrumento de los enemigos de su casa para derribar
más temible de
al
Vivanco, que la
la
ella,
que era
muy
cuenta
padeció, siempre atribuye
al
al
gos, frailes y monjas, no sólo
ma, sino
las
el
padre. Bernabé de
por menor, como quien
partido de los las desgracias
cléri-
de Ler-
de todos los suyos.
La última acción notable de Felipe IH, fué su viaje á Portugal, donde celebró Cortes, porque ya, á la vuelta, estuvo para morir en Casa-Rubios, donde llegó á hacer testamento. Alivióse, el
poco tiempo que
le
al
parecer, algún tanto; y en
quedó de vida, apenas le preoel proceso de Calderón. Pero
cupó ya otra cosa que
bien pronto volvió á caer enfermo, y
de 1621 acabó sus rias
el
31 de
días, asistido, entre otros,
Marzo
por
el
va-
veces referido Florencia, á quien no sin razón dijo hallo cosa buena que
poco antes de expirar: «Ahora no >
me
vos cuando prediquéis en mis honras que decir; pero encargóos que miréis por
aliente, ni
»la hallaréis
»la honra de los muertos». Atormentábale, con efecto,
y más que nunca, en aquella hora suprema el recuerdo de las omisiones que había tenido en el reinar; de no haber gobernado por su persona; de haber entregado su voluntad á otro que á Dios. Los famosos cohechos
CASA DE AUSTRIA
por
217
consentidos debieron también ponérsele enton-
él
ces con su verdadero carácter, ante los ojos; y
más
si
pensó en que hubo hombre, como el conde de Villalonga, D. Pedro Franqueza, secretario de Estado de Aragón, que, en treinta y seis años con su padre, no tuvo nota, y en su tiempo dio lugar, llevado del mal ejemplo de otros más altos, á que se le capitulase por cuatrocientas setenta y cuatro cargos nada menos; de
No
resultas de lo cual murió en la cárcel.
rado que su padre
el
fué
más hon-
último primer ministro de Felipe,
D. Cristóbal de Sandoval y Rojas, duque de Uceda; de suerte que, con ser tan devoto y casi santo, dejó Feli-
pe
III
corrompido
gobierno, cual nunca,
el
lo cual
debió
producirle profundísima amargura. Al exhalar su último
suspiro tenía en las
manos
el
propio crucifijo con que
habían muerto su abuelo y su padre; lar
tradición de familia!
Y
j
piadosa y singu-
es digno de notarse aquí,
por último, que los minuciosos detalles que quedan de aquellos postreros
momentos de Felipe
nó con fecha 13 de Abril de aquel año, las cartas
impresas que, con
la
III,
los consig-
la
primera de
firma de Andrés de Al-
mansa y Mendoza, ó simplemente Andrés Mendoza, pasan por ser en España el primer ensayo del periodismo.
^éM^x^mM'OX^íí^M^o
vil
ENOS POBLADA anterior,
quedó
á parte de ejército,
con
la
al
quizá que en
terminar éste
la
el
reinado
Península,
expulsión de los moriscos. El
misma organización y reputación
la
toda-
vía que en los tiempos pasados, tocante á los cuerpos viejos,
aunque ya comenzaran á mermar su
sobre todo
el
de
la infantería,
prestigio,
algunos sobrado bisónos,
que pasaron á la guerra de Saboya. La marina, con más reputación quizá que nunca, gracias á los armamentos felices de Osuna en Ñapóles. Luego que pasaron, dice con respecto á las letras Capmany, «los días » felices aún del reinado de Felipe III, que disfrutó de »los ingenios que habían sobrevivido »
padre,
el
lenguaje
hasta entonces
,
declinó
reinado de su
insensiblemente»;
continuó brillando
nuestra literatura
al
con los mayores
el
pero,
Siglo de Oro de
prosistas
y poetas
que haya alcanzado España. Los Argensolas, Jáuregui, Villegas,
el
mismo Lope de Vega,
florecieron en este
tiempo; pero también Góngora, de suerte que dentro
de este progreso estaba ya
la
decadencia. Sigüenza y
BOSQUEJO HISTÓRICO
220
Yepes, fueron con Mariana y Cervantes, heredados de II, los principales prosistas de la época; y basta
Felipe
para decir cuáles eran citarlos. Los padres Juan Márquez y Juan de Santa María, con su Gobernador Cristiano y República Cristiana vulgarizaban el
Derecho público
,
en tanto,
del siglo, escribiendo acerca de él
en romance, y no sin mantener atrevidas opiniones; al paso que el canónigo Pedro Fernández de Navarrete en su Conservación de Monarquías, el Padre Juan de Mariana sobre la moneda, y otros echababan los cimientos
de
la
Economía
y en especial
política. Por lo que toca á las Cortes
las
de Castilla,
ni
más
ni
menos
ron que antes, habiéndolas reunido Felipe
íl
influye-
once veces,
y seis su hijo, en la mitad de tiempo de reinado. La Hacienda no tuvo tan graves ni tan frecuentes compromisos como en
el
reinado anterior, porque hubo menos
ocasiones de gastarla. Mas, sin embargo, los mayores errores económicos que se cometieron en España durante la dinastía austríaca, en este reinado, tuvieron lu-
Hemos
gar precisamente.
por Luis Cabrera, que comenzar á reinar Felipe II, estaba en buen arreglo la moneda, no habiéndose pensado aún en sacar partido visto,
al
de
ella,
blica,
Con ron
al
para proporcionar recursos á
con daño de todos y de
la
Hacienda pú-
riqueza de
la
nación.
Reyes Católicos, ni Carlos V tocala moneda, bien que no les falta-
efecto, ni los justo valor
la
de
sen antiguos y malos ejemplos que seguir; y Felipe II los imitó generalmente en este punto, cediendo en algo á las exageradas y erróneas pretensiones de las Cortes; pero resistiendo en lo más importante. Desde este reinado de Felipe Sr. Colmeiro,
III,
«una
«desatóse ya», dice con razón
el
de pragmáticas alterando
la
lluvia
CASA DE AUSTRIA
amoneda, tan »
221
indiscretas y contradictorias, que no es
necesario recogerlas», ó sea exponerlas. Pues
fácil ni
aunque profundamente perturbador, de
esto,
los
cam-
y contrario al desarrollo del comercio, no fué nada comparado con el daño de acuñar sin tasa la moneda de vellón, como si se creasen así valores reales, ó no debiera ella ser meramente supletoria; daño desde
bios,
1603 experimentado. Inundaron bien pronto ciantes extranjeros de
moneda de cobre,
comer-
los
falsificada
en
sus fábricas, nuestros mercados, llevándose en cambio oro y plata que venía de América; de suerte que por uno que el gobierno ganó, perdieron ciento los particu-
el
y
el
ya todo
el
lares,
que de
desorden ocasionado por siglo xvíi.
muy
manera, duró
lejos, estas cosas, el napolitano
Campanella, y entonces
tal
Contemplando, finalmente, aun-
la
el
Tomás de
holandés Juan de Laet, predijeron ya
ruina próxima del poderío español.
Y
en
España mismo, escribió al morir Felipe III el novelista é historiador Gonzalo de Céspedes y Meneses, al dar principio á la historia de Felipe IV, estas solemnes pa« el gran empeño y diversiones de sus riquezas y tesoros, cargas de pechos y gabelas, arbitrio in» fausto y detestable de la moneda de vellón, y la larga
labras: »
amagan seguros nuevo
»
invasión de sus rebeldes, parece que
»
males
»
príncipe español, que ha venido á ser reparo ó á ser
al
imperio, y que es
^testigo de su ruina».
como veremos bastaba
él
No
ahora: fué
lícito
argüir del
fué ni reparo,
tal el
ni testigo,
nuevo príncipe, que se
para perder cualquier monarquía, dado un
régimen político en que tanto dependía ya de diciones personales del gobernante,
zón
el
de España.
como
las con-
era á
la sa-
C^íi^Tf^f^í^ Í^f3 íí^l^ ^T(13 r?^^^
vm
UVO FELIPE cuales
al frisar
amó
IV dos hermanos varones, á los
tiernamente: D. Carlos
el
uno que
nunca se separó de su lado, hasta que murió en veinticinco años, y D. Fernando, de quien
se hablará más largamente después. Así
como
el
prime-
ro se entregó á lecturas literarias, llegando á ser
que mediano poeta,
el
más
segundo, á quien se dio un cape-
y el arzobispado de Toledo, de niño nunca pensó más que en armas, caballos y planos de fortalezas ó batallas, según refieren los embajadores vénetos. También tenía aquel monarca dos hermanas, que habrá que mencionar lo
más
adelante,
Doña Ana que fué
reina de Francia, y
Doña
María que estuvo para ser reina de Inglaterra, y fué al cabo emperatriz. Comenzó, á poco de empezar este reinado,
de
los
la
desaparición insensible en palacio del influjo
eclesiásticos;
porque, aunque era puntual en
cumplir los deberes de cristiano nía, sin
embargo, de devoto. Si
el
nuevo rey, nada
al fin
te-
de sus cansados
años comunicó pensamientos íntimos con alguna persona consagrada á Dios, para
aliviar su alma,
no puede
BOSQUEJO HISTÓRICO
224
decirse que entonces, antes, ni después, estuviese la corte de
España bajo
En cambio
estado.
dre á su privado
conde de Olivares; llegando, por
el
Maestro Laynez y otros escritores mala costumbre de tener privados, ó per-
eso, á contar políticos, la
como había más que su pa-
la influencia clerical,
se sometió tanto ó
el
P.
sonas en quien soltar
el
peso del gobierno, como
insti-
tución particular y propia de la monarquía absoluta.
Vivamente combatida antes por los escritores y res
el
nombre de
el clero,
tal;
'
supuesta institución
la
rehusó
principio Oliva-
al
pero tomó luego todas las atribu-
ciones de Lerma, acabando por recibir también, sin escrúpulo,
el título
de privado ó valido. El privado, pues,
Consejos y las Juntas transitorias que con los individuos de ellos solían formarse para casos especiales, los
continuaron constituyendo en
el
nuevo reinado
bierno español. La oposición, que te,
mucho tiempo
go-
el
laten-
á causa de la avasalladora influencia de Olivares
sobre
el
rey, se
compuso
al
nobles, llamados por Felipe trigantes;
y
al
calor
grandeza y y convertidos ya en
cabo de III,
la
los in-
de esta clase privilegiada se
reunían todos los descontentos del poder. Este, no hallándose ya ejercido por
la
persona
real,
que era á
quien tributaban una especie de culto los subditos altos
y bajos, comenzó á perder algo de día en día de su antiguo prestigio; y aflojada además la administración de justicia, y relajado el gobierno político, poco á poco se fué obrando una transformación
tal
en
las
costumbres,
que parece imposible en tan breve espacio. Comparan-
do los
las
Relaciones del historiador Luis de Cabrera, con
Avisos de Pellicer (una y otra obra ya publicadas),
adviértese una diferencia inmensa en
el
número y
cali-
CASA DE AUSTRIA
225
dad de excesos ó crímenes, desde Felipe III á FeliIV. El pueblo, que no había hecho más que oir, ad-
pe
mirar, ó temer en tiempo de Felipe
lamentarse con prudencia en
el
y murmurar ó III, comienza
II,
de Felipe
aquí á dar claras señales de seguir con
que respeto,
la
más atención
miarcha de las cosas palaciegas, que
son las únicas políticas un tanto á su alcance.
Y
las
publicaciones clandestinas, nacidas á raíz de la muerte de Felipe II y bastante leídas ya en los días de Fe,
lipe
rápidamente se aumentaron,
así en número como en éxito, llegando á ostentar por último una licencia, no superada en ninguna monarquía, ni en las más libres, III,
hasta ahora. Faltaba aplicar
la imprenta á estas murmuraciones, cosa que nadie osaba, por la dificultad del secreto en una industria, que andaba en tan pocas ma-
nos; faltaba la comunicación general de unas
y otras provincias, y de unos subditos con otros, que habría hecho aquel género de oposición mucho más peligroso; pero en Madrid, por lo menos, todos los actos del gobierno eran áspera
y libremente zaheridos no ya de
palabra, sino también por escrito.
compuestos muchos de corrido
el
ellos por
mundo y estaban
vulgares, no sólo se decía nistros,
libres la
En estos papeles,
personas que habían
de
las
verdad
sino á la nación misma.
al
preocupaciones rey y á los mi-
Cuerpo fantástico,
llamó, por ejemplo, á su celebrado poder
y grandeza, Tales caracteres distinguieron, en suma, de otros tiempos, la política interior de España,
uno de de
la
en
el
ellos.
largo período de reinado que comienza á ocuparLos nos. principales personajes de entonces darémoslos á
conocer como hasta aquí, valiéndonos ordinarialas Relaciones venecianas. Pedro Gritti, que
mente de
15
BOSQUEJO HISTÓRICO
226
conoció á Felipe IV en vida de su padre, y á
la
edad de
diez y seis años, le atribuye gran vivacidad de ingenio
y plácido, aunque algo más inclinado á de aquel, y suma cortesía. No asistía Consejo de Estado, ni siquiera como su padre á una
natural, quieto la al
cólera que
e!
junta especial, para enterarse de los negocios, cosa que él
lamentaba, más que convenía
loso de la época;
y según
al
añade, los ministros
Gritti
vigilaban por eso sobremanera,
monarquismo recele
y no decía una palabra
que no se pusiese al punto en conocimiento de su padre. El único rey de esta dinastía que tuvo, por lo que se ve, generosa confianza en su sucesor, fué Carlos V. Tal
Felipe IV,
pués
dijo
como
describe Gritti tenía que ser aún
le
cuando sucedió á su padre; y once años desde él Luis Mocénigo, que era en todos los
ejercicios corporales fatiga,
amigo de
la
muy
gran jinete, sufrido á
ágil,
la
caza y en general de diversiones,
sobre todo de las corridas de toros, en que solía tomar parte,
y de
las
comedias, para ver las cuales iba de
incógnito á los teatros ó corrales,
además de hacerlas
representar en palacio frecuentemente. Conocíase que
presumía mucho de
sí
propio, daba con facilidad au-
diencias, contestaba brevemente y con generalidades, aparentaba gravedad, vestía con modestia de ordinario; pero se complacía mucho también en mostrarse de
gran gala: no se ocupaba poco cios públicos, y era
muy dado
ni
al
mucho en
los
nego-
amor, con mujeres de
condición humilde por lo común. «Si gobernase, se cree
puntualmente y con equidad y jus»tic¡a»; decía Francisco Córner en 1634, resumiendo
>>dé él
que
lo haría
en dos palabras
muy dado
las condiciones
de su carácter. Estaba
á la lectura de libros históricos por entonces;
CASA DE AUSTRIA parecía
menos entregado que antes á
gustaba ya bastante de que saba;
aun
le
mas
227
,
mujeres y enterasen de cuanto pa-
le
las
cual siempre lo fiaba todo en su favorito,
contaba cuanto
le decían,
por
lo cual
y
nadie osa-
ba hablarle con franqueza. Poco á poco los años, el quebranto de salud nunca robusta y muy gastada en los placeres, y las grandes desgracias de su reinado, fueron convirtiendo
carácter de Felipe IV, de pla-
el
centero que era, en melancólico; pero no se empeora-
ron por eso sus cualidades morales. En 1643, después
de despedir de su servicio
al
conde-duque, ya esta
transformación se había verificado; y Gerónimo Justiniani,
mo
que
le
conoció á
la
sazón, dijo que era amabilísi-
con sus servidores, y más aún con los embajado-
que era más compasivo que liberal; que su repugnancia á derramar sangre era tal, que la impunidad más escandalosa comenzaba á enseñorearse res extranjeros;
y que amargamente lamentaba ya la disipala pérdida de Estados, la destrucción de ejércitos y escuadras, la aflicción de unos vasallos, del reino;
ción de tesoros,
la rebelión
de otros, cuantas desventuras, en
presenciado desde
el
trono.
Añade
fin,
Justiniani
había
que su
capacidad era bastante para todo; sin embargo de
lo
mismo, y tenía
la
cual desconfiaba
muchísimo de
sí
responsabilidad moral de las resoluciones, gustando de seguir los consejos de otros, y echarles
la
culpa de
cualquier mal éxito. Por último, resume Justiniani su juicio acerca
de
lo
que aquel rey era en
su edad, con estas severas palabras »
forma que substancia^ y á
>tiguos,
él
la
:
«
la
madurez de
Hay en
manera de
él
más
los ídolos an-
recibe la adoración, y sus ministros dan por
Ȏl las respuestas-^.
La
reina Isabel, en tanto, su pri-
BOSQUEJO HISTÓRICO
228
mera mujer, nada
intervino en los negocios póblicos,
hasta que llegaron los grandes desastres de quía: contentándose con llorar en silencio del rey,
que enamoraba á
las
la
monar-
la infidelidad
mujeres de su propia ser-
vidumbre, y llegó á tener, según en Madrid se decía y refirió á su corte un veneciano, hasta veintitrés hijos bastardos. Piadosa, dulce, poco dotada de salud en la última parte de su vida, tan estimada en la corte
como su difunta suegra Doña Margarita, que murió en opinión de santa, ner, confirmado por otros
al
casi
decir de Francisco Cór-
embajadores vénetos,
ni el
menor motivo existe para sospechar de su virtud, como cierta tradición poética ha hecho. Prestó á ello ocasión muerte violenta, dada de orden del conde -duque, y con asentimiento, sin duda, del rey, al conde de Villa-
la
mediana. Mas, de una parte, ha demostrado D. Juan
Eugenio Hartzenbusch, en cierto Discurso académico, los falsos fundamentos en que la tradición de los amores de Villamediana se apoya; y todo da á entender, de otra,
que
lo
mismo Villamediana, que
Quevedo, Adán de
la
Parra,
si
el
gran amigo de
cual parece murieron
por sentencias secretas, iguales á las que costaron
la
vida á Montigny y Escovedo, no fueron motivados sino de sus excesos de pluma.
Villamediana, sobre
y vuelto á de Felipe IV, se puso
todo, desterrado ya en tiempo de Felipe la
gracia y séquito real, en
de nuevo en oposición
menzó contra
él
al
el
III,
gobierno bien pronto; y co-
una guerra de papeles,
gramas sangrientos, que no perdonaban privado, El ser
ni
al
á ningún personaje influyente de
anónimos
los papeles
y
letrillas
rey, ni la
;
el
ai
época.
y epigramas, impedía
mar procesos solemnes contra ellos
epi-
ser tales
for-
como
CASA DE AUSTRIA
229
eran solían señalar con certidumbre á los autores; y aunque notoriamente humano y bondadoso Felipe IV, no era difícil que, á instancia de su primer ministro, resolviese hacer ciertos ejemplares con un género de
enemigos, como los en
ni siquiera
el
que en ninguna época, en que vivimos, han sido trata-
libelistas,
siglo
dos con indulgencia, á
la larga,
por ninguno de los po-
deres, que han combatido, y que han terminado por echar mano de todas sus armas. La calidad, la reincicidencia, el exceso y la generalidad de los ataques, la
dureza penal de los tiempos, todo esto junto, contribuel caso de Villamediana, por ejemplo, fue-
yó á que, en se
el
castigo desproporcionado; pero
el
de Quevedo y
otros escritores enemigos del gobierno, excedió poco
de
los
que ha presenciado en España misma, con todos
los partidos, la
que quiera de
generación contemporánea. Pero sea
esto, lo cierto es
aquí menos probado que
en
lo
más mínimo, á
la
el
que
lo
que nada aparece hasta faltara á la reina Isabel
severidad de conducta usada
por todas las reinas de España desde los días infelices de Enrique IV. Queda por pintar brevemente la per-
sona y
los
hechos
del
pleta de las personas
más
privado, para formar idea com-
que figuraron en
primera, y larga é interesante parte de este reinado. la
Tenía al
el conde de Olivares, D. Gaspar de Guzmán, tomar realmente las riendas del poder, menos de
y era hombre de temperamento sanguíneo, memoria y buen discurso, aunque sin experiencia política alguna; habiendo mostrado ya grande astucia con saber mantenerse en la cámara del treinta años;
colérico,
de
feliz
príncipe, á pesar de los recelos primero,
enemistad de Lerma, contra
el
y luego de
la
cual trabajó en verdad
BOSQUEJO HISTÓRICO
230
cuanto pudo, durante
gado con
el
la
decadencia de su favor,
coli-
partido que le era opuesto. Parece que
al
principio no fuese Olivares simpático al príncipe, que
no supo pasarse luego
sin él
por tantos años. Verdad
es que, al decir de Luis Mocénigo, era muy distinto su proceder del de otros favoritos; veía poco á su señor, le trataba
con rigor, en lugar de persuadirlo ó rogarle;
como
parecía
si
diese órdenes, y aunque
viera ya
le
con opinión formada, mantenía á todo trance
la
suya
propia. Era, de otra parte, incansable en los negocios;
abandonó todo género de diversiones, asistiendo sólo por acompañar al rey. Su
y, por consagrarse á ellos,
entendimiento se inclinaba naturalmente á
complacíase en todo
lo
nuevo y
la
paradoja;
extraordinario; forjába-
se fácilmente quimeras; cualquier intento imposible, lo tenía por obvio, hasta
ciaba
que
las dificultades,
principio, sobrevenían
al
dole de improviso.
De
lleno de verdad, sin
y
lo
que despre-
aterraban, cogién-
este retrato de Luis Mocénigo,
duda alguna, se trasluce bien
lo
que era en substancia aquel ministro: hombre de entendimiento no vulgar, lleno de buen deseo, y hasta de noble ambición de servir á su patria; pero falto de aplomo, y
la
experiencia que solamente
la larga práctica
el
hondo estudio ó
de los negocios proporcionan; un
tico visionario, en fin,
polí-
de esos que engendran todos los
tiempos, y en todos traen' sobre los pueblos, que ciegamente los siguen confusión y estrago. Lo que Mo,
cénigo
y lo que el autor de este trabajo piensa, lo embajador Francisco Córner, diciendo, que conde-duque de muy capaz entendimiento , que dijo,
confirma era
el
el
estaba siempre sobre los negocios, alimentando única-
mente su alma con
las ideas del poder;
que no era sen-
CASA DE AUSTRIA
231
ambición; y que los ya numerosísimos y poderosos enemigos, que contaba, de 1631 á 1634, «no sible
»
sinoá
la
ponían en duda su integridad, no negaban su aplicaardiente de acertar y engrandecer
»ción, ni su deseo »
»ba su »
que
reino, sino
le
el
culpaban del mal éxito que alcanza-
política, atribuyéndolo á la
carácter, á su afición á
impetuosidad de su
novedades, á sus pretensiones
mismas de hacer más grande á la monarquía, que pená poca ma» saban otros ministros y que podía serlo »
»
,
durez, en suma, de su juicio. Acusábanle también, y no sin razón,
según
las noticias todas,
de insoportablemente
altanero en su trato, de hablar demasiado, y con
ve-
tal
hemencia, que dejaba descubrir sus intenciones á los
enemigos; y aun quizá
les
pesaba á
los cortesanos
de
que
si-
entonces, bien que no hablaran de eso tanto,
guiendo
la
inclinación natural del rey, fuera
el
más avaro
que pródigo en m.ercedes, y que ya que él no se apropiaba los dineros públicos, impidiese que otros se lo apropiaran,
como
Justiniano,
que sucedió á Córner, decía también
solían,
en tiempo de Felipe
III.
Juan
favorito en 1638, cuando ya iba de capa caída,
era Señor «de grande y pronto ingenio, inteligente,
»cansable en »
fácil
la fatiga,
y amable en
las
del
que in-
solícito en el servicio del rey,
audiencias», refiriéndose á las
de los embajadores probablemente. Añade Justiniano que, ni le
más
ni
menos que
al
rey, cual
hemos
repugnaban á D. Gaspar de Guzmán
los
dicho,
severos
ejemplares de justicia; que gustaba de oir proyectos y experimentarlos; que por la vivacidad de su genio se
dejaba arrastrar de
la
cólera á veces;
que vivía
sin os-
tentación, y con integridad y honradez, y no solo él
mismo, sino también cuantos
le
rodeaban. El único de
BOSQUEJO HISTÓRICO
232
estos que dio que decir de su persona, según los venecianos, fué
jesuíta Salazar, su confesor, contra quien
el
descargaron también su saña impíamente los escritores clandestinos de
la
época; y aquel de sus secretarios de
quien fiaba más, sin que se murmurase, era
gués Meló;
mismo,
el
sin
portu-
el
duda, que mandó luego en
Rocroy. Lejos
de tomar para
nada,
sí
en
el
Justiniano suponía que su amor á las tranjeras
llegó á punto de dar
dinero. Por lo
demás,
el
entretanto,
empresas ex-
para ellas su propio
veneciano advierte que cual-
quier mediano éxito político ó militar, le llenaba de es-
peranzas extraordinarias, y que para ser bien oído, no había más que hablarle de proyectos de engrandecimiento de cia,
la
monarquía; todo propio de su inexperien-
de su ignorancia
cio. El
política
y de su poco exacto
último embajador véneto que de
es Luis Contarini,
Guzmán
jui-
trata,
que desde 1638 á 1641 estuvo en
España; y esforzando cuanto habían dicho los anteriores, le proclama «hombre capaz y astuto, no bastante-
mente estimado, muy prudente y perspicaz, desinte»resado, asiduo al trabajo día y noche, religioso, pío, » amante de lo justo y de lo honesto; pero colérico,
»
»
impetuoso, terco, hasta
el
punto de no querer
oír
mu-
»chas veces á los que mantenían opiniones contrarias». Tal
le
había hecho á
Merece, á
la
la
verdad,
patente su decadencia
larga la práctica del gobierno.
el
la
hombre en cuyas manos hizo monarquía española, «apeán-
»dosenos del concepto altísimo, en que hasta »
tenían los extranjeros»
como Vivanco
hayamos detenido en dar á conocer, por
allí
nos
dice, que nos
testigos con-
formes é irrecusables, su verdadero carácter y circuns-
CASA DE AUSTRIA
233
La excesiva duración de su mando, y á un
tancias.
tiempo mismo así sus buenas como sus malas cualidades, le enajenaron la voluntad de los más poderosos de sus contemporáneos; y el vulgo, que juzga siempre por el éxito á sus gobernantes también le aborreció, porque ,
fué desgraciado, condenando sin defensa su memoria.
Pero es hora ya de que
meníe su torias
fallo,
y graves
la
historia pronuncie imparcial-
no absolviendo ciertamente de sus nofaltas al
desdichado ministro, sino
duciéndolas á su justo valor.
un hombre vulgar,
No
re-
era Olivares, no, ni
un malvado; y su carácter merece respeto más bien que otra cosa. Aun es difícil calcular qué otra persona hubiera podido reemplazarle con ventaja en
el
ni
gobierno, durante aquel reinado,
porque desde que Felipe
II,
abandonando
la
generosa
coníianza de su padre, dejó de educar para rey á su hijo;
y desde que
los
nuevos reyes no guardaron
ministros de sus antecesores, lipe
II
los
dición y
al
de su padre, á costa de humillaciones,
la
los
modo que retuvo Fe-
experiencia, que forman
el
alma de
la tra-
las
mo-
narquías absolutas, se rompieron de un golpe; quedan-
do entregado costa de
la
el
poder á aprendices
nación se ensayaron en su
políticos, difícil
que á
ejercicio.
más inteligente, el más trabajador, el más honrado, el de más buena fe de todos aquellos ambiciosos inexpertos, fué D. Gaspar de Guzmán, sin duda alguna; pero El
no era posible que
tal
errada dirección á
la política,
cual era, dejase de imprimir una
y cuando
la
quiso acaso
cambiar, no era ya tiempo. Esto es cuanto hay que decir de la persona; y, tocante á los sucesos ocurridos
durante su gobierno, preciso es recordar, referirlos, lo
que eran
la
grandeza y
el
antes de
poder de Es-
BOSQUEJO HISTÓRICO
234
paña en
el
de Felipe
momento mismo de su apogeo: en
el
reinado
II.
El carácter pacífico del tercer Felipe, la prudencia de
Lerma, única buena cualidad
que nada
la
política
que poseía, y más la minoridad de
muerte de Enrique ÍV, con
Luis XIII, en Francia, aplazaron por algunos años triste
espectáculo de
la
el
impotencia radical que tenía Es-
paña para mantener su posición y su política en el mundo; pero la hora había de llegar y llegó en tiempo de Felipe IV y de su gran favorito. Restableció, á
dad. Olivares
el
gobierno personal de Felipe
ner su experiencia
II,
la
ver-
sin te-
su gran juicio; pero los ministros
ni
y de Carlos II siguieron más que él los dictámenes de los Consejos, y no les fué por eso mejor.
de Felipe
III
Hubo menos calma, menos en
el
prudencia, es indudable,
gobierno personal de Olivares que en
magnates de
rutinarios juristas ó
los
el
de los
Consejos; pero
hubo mayor actividad, en cambio, más fertilidad de recursos, más unidad, sobre todo en el mando. Las provincias, principalmente las lejanas, se
según
el
capricho ó
la
gobernaron solas,
condición de sus virreyes, en
el
III, como ya se ha visto, y en el de como veremos después. Olivares con su cons-
reinado de Felipe
Carlos
II
tante atención á los negocios,
con su actividad quizá
excesiva, con su inteligencia evidentemente superior, dio cierta unidad de
acaso
le
nuevo á
permitió resistir á
gún más tiempo. Pero
la
la
la
acción del poder, que
contraria fortuna por al-
lucha principal había de ser con
Francia, que contaba ya á la sazón con veinte millones
unidos de almas, cuando
la
de España, que algún tanto
creció, no obstante, en este reinado, con la
poca paz
que hubo, no debía de pasar de ocho apenas. Por otra
CASA DE AUSTRIA
235
parte, los Estados de fuera de la Península,
aunque
ri-
cos y poderosos en sí, nos obligaban á diseminar nuestras ya escasas fuerzas; los fueros de las provincias
Vascongadas, de Navarra y de Aragón, echaban todo el peso de los tributos y de la guerra sobre la Corona de
y ninguna de estas
Castilla;
dificultades las había crea-
do Olivares. Tampoco estableció él la
superstición
España,
y
Santo Oficio, y con ruina pronta de todo saber útil en
la
ocasionó
el
desaparición de las industrias, y de las célebres ferias nacionales, del todo ya realizada ni
la
en tiempo de Felipe
III,
rienda suelta á
ni dio
la
amorti-
zación y á las fundaciones monásticas, que tanta parte tuvieron en
el
empobrecimiento material de España,
expulsó judíos ó moriscos,
estimuló las per-
ni siquiera
secuciones religiosas contra judíos ó heréticos, por
sí
solo lugar
al
descontento de
gón que venía desde Felipe
II,
tugal tan suelto del resto de
ni
la
ni
la
ni dio
Corona de Ara-
fué quien dejó á Por-
monarquía, y tan poco
afecto á su unión con los
demás
voluntad aceptada. En
que pecó principalmente, fué
lo
reinos,
nunca de buena
en no estudiar bastante á fondo aquellos m.ales que, no
menos, y en querer remediarlo y salvarlo todo á un tiempo. Pero mantener más en pie aquel deforme coloso de la monarporque no
los
hubiese originado
él,
existían
quía española era imposible de todas suertes,
desde
el
principio
como
de esta obra dejamos ya indicado;
y dado que no era verosímil que rindiera España, combate,
la
su propio
amor á
cerviz
al
sin
destino, quizá fué Olivares, por
lo imposible, el
hombre propio de
las
circunstancias.
De mucho se,
por
lo
tiempo antes que Felipe
demás, en
la
III
muriera, sabía-
corte quién había de ser
el
mi-
BOSQUEJO HISTÓRICO
236 nistro
y
favorito de su sucesor;
y no tardó
por cierto
él
en demostrar su privanza. En los últimos días del rey difunto, los villa
amigos de Lerma, que estaba retirado en su
de éste nombre, movidos de
de que se
la ilusión
hizo eco Vivanco, quisieron tentar de nuevo
la
fortuna,
mandándole venir á toda prisa. Era temida su llegada de muchos, por si prolongaba el moribundo rey la vida y
lo
volvía á su gracia; pero Olivares cortó
aconsejando
al
príncipe
la dificultad
que ejerciese jurisdicción
anti-
cipada, y ordenara al cardenal que se volviese á Lerel príncipe, y Lerma obedeció, no que no reconocía aún autoridad en quien
ma. Hízolo
sin
tir
lo
adver-
manda-
y tomando aquel odio á Olivares, que paró en un Tampoco había muerto todavía Felipe III cuando Olivares le dijo públicamente al duque de Uceda, su antecesor, según se cuenta: «ya ba;
conato de envenenamiento.
todo es mío'¿. Tres días después de muerto Felipe
ill,
logró asimismo reparación del agravio que de aquél
había recibido, no queriéndole hacer grande. Propúsose
con gran calor en seguida desagraviar á los ministros
y cortesanos de Felipe
que pagó sus culpas fué la corte.
el
III,
nación de
la
y
el
primero
Padre Aliaga, desterrado de
Continuóse apresurando, por otro lado,
ceso de D. Rodrigo Calderón, contra
el
traño rencor, no sólo de parte de Felipe
cual III,
el
pro-
hubo ex-
sino de su
y Olivares, que, humanos con todo el mundo, fueron con él implacables. Habíase hecho odioso D. Rodrihijo
go por su desmesurada soberbia, sobre todo á la nobleza, que se la perdonaba menos por su origen humilde, y no halló alrededor sino acusadores ó verdugos. Fué, pues, á la postre condenado á muerte, y degollado en la Playa Mayor de Madrid; y la noble entereza con que
237
CASA DE AUSTRIA
año de 1621, disculpó en la opinión veleidosa del pueblo todos sus yerros. Si no hubo otro motivo para su castigo que el asesinato de Juara,
murió, corriendo aún
confesado en
el
el
proceso, fué aquel sin duda excesi-
como dijo Vivanco aludiendo á la muerte que se dio más tarde á Villamediana, «si mandar matar á un hombre ordinario, »puso á un hombre tan grande en tal estrago, si fuera »noble, y el aplauso de los más valientes ingenios, ¿qué vo para las ideas del tiempo, porque,
»debería hacerse con
el
agresor?
taba ignorar Vivanco, que dió seguramente, como
lo
»
Desconocía, ó afec-
lo de Villamediana no procede Juara, de venganza priva-
da de un ministro, sino de castigo
real;
aunque
destituí-
do de formas jurídicas y odioso como todos los de su especie. «En este instante, se
comenzó á
be también Vivanco,
estos primeros pasos del
nuevo
al referir
tocar», escri-
ministro, «la destrucción de la casa de
Lerma y
de sus criados»; y, con efecto, no bien acabado el proceso de Calderón, comenzaron los de tres duques »la
muy famosos en Osuna. Andaba
el
anterior reinado:
Lerma, Uceda y
éste último por la corte desde 1620 que
vino de Ñapóles, suscitándose enemistades, antes que
aplacando
las antiguas,
con
la
soberbia de su condición,
y el lujo desmesurado de su casa y persona. Públicamente se le acusaba en corrillos y papeles de haberse enriquecido malamente en el gobierno de Ñapóles; y el conde de Villamediana le apellidó, antes de morir, el ladrón, en unas coplas. Despreciaba tales murmuraciones Osuna, y aun las alentaba cada día con su conducta, llevando tras sí siempre veinte coches con multitud
de caballeros españoles y napolitanos, sus favorecidos, haciéndose, además, guardar por cincuenta capitanes y
BOSQUEJO HISTÓRICO
238
alféreces reformados, vistiendo, en
fin, telas
extrañas y
En una Plaza Ma-
costosísimas, sembradas de piedras preciosas.
de
de Madrid entró á justar en
las fiestas
la
yor con cien lacayos vestidos de azul y plata; y no había príncipe ó grande que le igualase en magnificencia, ni el
rey apenas. Mientras vivió Felipe
y Uceda, á
III
quien tan suyo tenía por parentesco y dádivas, dirigió el
gobierno,
la
emulación nada pudo contra
conde-duque, íntegro de por
sí
pero
él;
y con vivo deseo de
el
se-
ñalarse por justo, no quiso dejarle sin castigo.
Ya
nobleza y tribunales de Ñapóles habían hecho una
infor-
mación para ja.
Sobre
justificar el
haber llamado
los datos ciertamente
formación, se decretó
la
al
la
cardenal Bor-
exagerados de esta
in-
prisión del duque, que llevó su
desgracia con entereza durante los dos años y medio
que estuvo encerrado, ya en
el castillo
de
la
cuyos muros, á medio caer, se ven aún no
Alameda,
lejos
de
la
quinta que con aquel nombre tenían ha poco sus sucesores,
ya en Madrid, donde murió, más de despecho que
de otra cosa. Libró á Lerma de andar los mismos pasos
que Calderón ú Osuna bía previsto,
y
ni
el
aun por
capelo cardenalicio, la
como
ha-
indigna conjuración urdida
contra Olivares, recibió otro castigo que darle á enten-
der que
la
sabía
el rey.
Mas Uceda, que
no tenía
tal
defensa, cayó en poder de los tribunales, y sabe Dios
á dónde llegara su castigo,
si el
rey no hubiese interve-
nido, contra su costumbre, en aquel asunto, declarando
en una cédula autógrafa, que no había faltado á sus obligaciones.
Lo mismo Lerma que su
hijo llevaron al
sepulcro bien pronto sus pesares; pero entretanto estuvieron sujetos á una junta llamada de reformación de
costumbresy constituida con
el
objeto de que á todos
239
CASA DE AUSTRIA
que eran y habían sido ministros, desde 1603, se les registrase la hacienda que poseían ó habían enajenado, los
modo que
bajo penas gravísimas, de
conocido
el
fuera fácilmente
patrimonio de cada uno, para calcular
si lo
había ó no aumentado por malos medios. Fué, en virtud
de este retrospectivo examen, condenado Lerma á pagar al fisco setenta y dos mil ducados anuales y el atraso de veinte años, por las rentas y riquezas adqui-
Dio con este motivo
ridas en su ministerio.
pueblo
el
de Madrid señales de gran contento y hasta de freneque se desató contra sí, muy á despecho de Vivanco él en imprecaciones, como si entonces no tuviera la ,
multitud razón, aunque no
la
tenga siempre.
No
se con-
tentó, naturalmente. Olivares con rebajar á los contrarios, sino
que elevó
al
mismo tiempo
á otros, procuran-
do hacerse también clientela. Alzó los destierros á personas importantes que los padecían por su oposición al gobierno pasado, y devolvió plazas y dignidades que se tenían por mal quitadas; siendo entonces cuando, entre otros,
volvieron á
la
corte Villamediana del monaste-
de Fitero y Quevedo de la Torre de Juan Abad, famoso ya éste último por sus obras y su amistad con Osuna. Pero lo más importante que debe considerarse
rio
en este cambio de rey y ministro, es
de verdaderamente
político.
lo
que en
Extractándolo de
él
la
hubo
extensa
y confusa obra del tan repetidas veces citado Vivanco, ha publicado en otra ocasión ya el autor de este trabajo, el
programa de Olivares
que da idea clara tiempo.
al
encargarse del gobierno,
del estrecho sentido político
Comenzó por
insinuarle
al
nuevo rey, «que
»muchos, viéndole de tan pocos años, se s-introducir á darle
de aquel
le
querrían
consejos y gobernarle, y que esto
BOSQUEJO HISTÓRICO
240
»sería dejarle caer á cada
paso en notable confusión, y buen gobierno, y que así S. M. »había de ser servido de que hombre humano no pu»se perturbaría todo
»síese la
mano en
Ofreciólo con
tal
el
esto
más que
condición obrar
él
su persona sola». en su servicio cosas
que no se hubiesen visto más raras ó prodigiosas mundo, y hacerle «el mayor, más grande, temido »y amado rey que hubiesen tenido los siglos». La Hacienda quedaba en malísimo estado por causas antiguas,
tales,
en
el
harto conocidas ya, y Olivares
también, «que
le dijo al
rey nuevo
había de desempeñar, y ponerle deba»jo de sus pies á sus enemigos con la maña y con la le
»fuerza, y en su dominio las provincias de Holanda», casi
abandonadas, mediante
justamente expiró á
más que
la
la
la
tregua de diez años, que
par que
el
hipocresía de condenar
tercer Felipe. Pero el oficio
de privado,
quien manifiestamente lo era; más que aquellas vanas promesas de prosperidades futuras y de curar los males tan añejos de la Hacienda de España; más, en fin, que la política
guerrera con que pretendía sustituir
la
pací-
de Lerma y Uceda, parecióle injusto á Vivanco el propósito que pregonaba Olivares «de recuperar al real
fica
^patrimonio
el
exceso de
las
mercedes de su padre, que
»montaban en todo sesenta mil ducados de renta»;
muy
corto exceso, á juicio del consecuente amigo de los ministros anteriores, para
un rey de España. Aunque lleno
de orgullosos intentos, reconoce Vivanco que mostraba Olivares,
sin
embargo, grandísima modestia en los como que fiaba todos los negocios
principios, haciendo
de
la
experiencia de su
cambio hablaba, según
tío
D. Baltasar de Zúñiga. En
el
mismo autor añade, «con ni alegraban mucho ni
»equívocos y otros ambajes, que
CASA DE AUSTRIA ^entristecían poco, pronosticando
241
y prometiendo gran-
»des cosas: de suerte, que todos partían de su presen»cia
preñados de extrañas imágenes é ilusiones, sobre
»las cuales se platicaba luego en todos los corrillos,
»plazas y calles, y se escribía en estafetas y correos á
»todas partes; por
tal
»que novedades del
manera que no se esperaban más nuevo reinado y de los recientes
»gobernadores». Decía, finalmente,
como Vivanco también
refiere,
el
nuevo ministro,
que en adelante había
de haber rey para todos, no para uno solo; que cedes habían de repartirse iguales, y alcanzar
el
la
las
mer-
virtud había de
primer lugar en los premios; que habían de
ser castigados
los
malos y
los
cumpliesen con su objigación y
que derechamente no que había de
oficio;
haber asistencia, prontitud y limpieza en los empleados;
que no á
los oficios públicos los daría á los criados del rey, los
suyos propios, ensalzando, en primer lugar, á
la milicia, y estableciendo el orden de antigüedad en los ascensos de todos; que no había de haber en palacio, ni
fuera de
que todas «de las
él,
las
quien tuviese dos empleos á un tiempo;
cosas habían de ponerse
,
en
costumbres más esclarecidas, de
fin
,
al
uso
las jnejores
»políticas, y de aquellos que las escribieron». Grande honor fuera, sin duda, para cualquiera de los escritores
políticos de aquellos siglos haber hecho pasar de
la
teoría á la práctica estos principios, ajustándose á su ideal el
régimen práctico del Estado; pero esta dicha,
poco lograda en la los
el siglo
presente, mal podían alcanzar-
de los primeros años del xvii, por más que
diera, al ofrecerlo. Olivares cierto tributo
de
la
imprenta. Tal era
el
ya
al
rin-
poder
programa que, aunque ma-
lignamente expuesto por Vivanco, corresponde exacta16
BOSQUEJO HISTÓRICO
242
mente á
la
idea que de su autor nos han dado los vene-
cianos.
Con
el fin
de poner mano á
la
se fué Olivares á vivir á Palacio,
que solían tener
mismo Felipe IV
los príncipes
obra más fácilmente,
tomando
la
habitación
de Asturias, donde
el
había- residido hasta morir su padre.
todos los papeles importantes saca-
Allí se hacía traer
dos de los archivos y secretarías sin cuenta ni resguardo alguno; origen, sin duda, de la pérdida que muchos
de
y de que, hallándose tan comcolección de los de Carlos V, Fe-
ellos experimentaron,
Simancas la y Felipe íll, sean tan escasos los que de Felipe IV se encuentran. Allí daba audiencias, como antes pleta en
lipe
II
solían los reyes;
despachaba con
los secretarios
del
despacho; dictaba órdenes á los Consejos; hacía todos los alardes
rona.
za á
No
de mando que pudiera, siendo suya
tardó,
como Lerma, en hacer
la
Co-
sentir su privan-
Llevóse mal siempre con los infan-
la real familia.
D. Carlos y D. Fernando, muy bien vistos ambos en la corte, y que de mal grado le miraban influir hasta tes
tal
punto en su hermano.
De
todos los arbitrios que
imaginaba, en tanto, para mejorar las cosas públicas, y situación de la monarquía, formó una extensa Me-
la
muy
moria, que dirigió
al
rey,
verdad es que, por
lo
que observaron exteriormente
alabada entonces: y
venecianos, jamás se había conocido tan holgada cienda, tan puntual
el
la
la
los
Ha-
pago de todo, tan ordenado
el
como en los primeros años de la de Olivares. Su único asesor notable fué
gobierno, en resumen, administración
D. Baltasar de Zúñiga, que murió antes de mucho, y cuya larga experiencia debió servirle bastante, aunque los
murmuradores dijeran que
le
tenía solo
al
lado para
CASA DE AUSTRIA
243
disimular su privanza. Luego, atraídos por su carácno tardaron en pulular á su alrededor los arbitris-
ter,
hombres incansables que no dejaban de publicar peregrinas ideas y remedios para todas las necesidades públicas, disparatadamente chistosos, cuando no funestas,
De éstos recogió inspiraciones el inexperto condeduque, y así fueron algunas de sus pragmáticas. Determinó que los servicios no se recompensasen con cantitos.
dad de maravedises ó ducados como antes, sino que, á cuenta de ellos, se repartiesen los honores y las dignidades, con lo cual se evitaron gastos; pero se envilecieron las grandezas y las encomiendas á fuerza de prodigarse, olvidando que el buen orden de una nación exi-
ge economía, no dades.
sólo de dinero, sino también de digni-
Además de
la costumbre ya existente de crear juntas especiales compuestas de individuos de diversos
Consejos, y que entonces creció mucho, introdújose la de que no deliberasen los consejeros de viva voz, sino dirigiéndose por escrito
menes
al
favorito.
al rey, que enviaba los dictáPor aquel tiempo se comenzó á nom-
brar sucesores á los empleos, antes que vacasen, aunque repartiéndoles por merecimientos y no por dinero.
Tratóse también de acortar los términos de los pleitos, reduciendo á la tercera parte el número, en verdad exorbitante, que había de consejeros, escribanos, procuradores, alcaldes, alguaciles y demás oficiales públicos, fijando un plazo á los litigantes forasteros para residir en la corte,
que se viesen ante los privilegiados.
y disponiendo, para evitar su venida, las justicias ordinarias los pleitos
A
los
que residiesen entre ciertas
de señores de vasallos se mandó
Por último, se prohibieron modas costosas. Dieron de rebato, con este moellos.
BOSQUEJO HISTÓRICO
244 tivo, los alcaldes
de casa y corte en
las tiendas,
y sa-
cando todas las valonas, zapatillas bordadas, almillas, ligas,
bandas, puntas, randas, abanicos, puños adere-
zados y otras galas prohibidas, hacían con todo ello como una especie de autos de fe. Calculóse, además, que había cuello cuyo aderezo costaba al año seiscientos escudos,
y se prohibió su uso, dando
el
rey y
el fa-
vorito el ejemplo. Hasta aquí las medidas propiamente
económicas ó administrativas. Por lo que toca á la Hacienda, rebajóse de nuevo violentamente el interés de los
desdichados juros, que constituían
la principal
deu-
da del Estado; prohibióse sacar del reino oro ó plata é introducir en él moneda de vellón, y, poco después, que el
cambio de
la
moneda de oro
ú plata por
la
de vellón,
tan depreciada por su propio exceso, no pasase de 10
por 100. Pero no bastó esto á evitar que sobrase todavía el vellón en nuestros mercados, y en 1626 se pre-
gonó una
real cédula
para que no se labrase más mone-
da de aquella clase en veinte años. Al siguiente huba que publicar otra famosa pragmática para su disminu-
encomendándola á una especie de Junta y Caja de amortización, con el nombre de diputación general del consumo del vellón, cuya tarea consistía en recoger en las primeras capitales del reino aquella moneda, ción,
trocándola por oro y plata, para inutilizar una parte y poner otra en curso por su valor ordinario. Aunque la dicha diputación debió hacer algo, fuerza fué expedir,
en 1628, nueva pragmática, rebajando ya violentamente el
valor de la
moneda de
vellón á
la
mitad, sin abono
alguno á los tenedores, que pertenecían, por
paña
el
lo
común,
más pobres. Salían, á pesar de todo, de Esoro y la plata, como que, además de satisfacer
á las clases
CASA DE AUSTRIA
245
consumo á los extranjeros, teníamos que enviar fuera grandes sumas para las atenciones militares y políticas; y en 1628 se pensó detener
mucha
parte de nuestro
aquellos metales revocando las antiguas disposiciones
que permitían exportar moneda, con tase igual valor en mercaderías.
dida
más fortuna que
tal
No
de que se impor-
alcanzó esta me-
las otras; y, creciendo las necesi-
dades, se deshizo en 1636 cuanto hasta
allí
se había
hecho, mandando que la moneda de vellón, resellada cuando se redujo, se resellase otra vez para triplicar su valor. Conminóse con la pena de muerte, nada menos, á los que llevasen más interés que el señalado en la
pragmática por se,
al
paso,
la
cambio en oro y plata, prohibiéndointroducción de cobre en la Península.
el
Tales medidas contradictorias dieron lugar ya entonces al
negocio, repetido en tiempos
más cercanos, de apro-
vecharse los que tenían noticias anticipadas de las
alte-
raciones, para expender ó recoger moneda, según caso, y realizar no cortas ganancias.
cada día necesarios más
osado Felipe
quedaba á
II
las
tributos;
para menguar
la
y
A
el
todo esto, eran
lo
que no había
escasa autoridad que
Cortes, se emprendió en tiempo de su
Decretó éste, en 1632, que los procuradores trajedecisivos en adelante para otorgar servipoderes sen
nieto.
cios, sin
necesidad de
municipales; con suadirse, y
lo
más aún
la
confirmación de los cabildos
cual acabaron estos últimos de per-
de que eran inútiles, y poco que podía costar sus-
los pueblos,
les salían caros, hasta
por
lo
tentarlos mientras duraban las Cortes. Para Olivares
fué aquel buen medio de evitar las dificultades que, con la apelación á las
ciudades que representaban, ponían
algunos pocos procuradores indóciles á
la
concesión ó
BOSQUEJO HISTÓRICO
246
prorrogación de tributos. En cada uno de los veintiún
ayuntamientos que tenían á se hizo
él
la
sazón voto en Cortes,
mismo conceder, por
otra parte, una plaza
de regidor perpetuo, para intervenir en los procuradores. influjo,
como
y
el
No
la
elección de
satisfecho con estos elementos de
de ganar á los procuradores con mercedes,
á los de Sevilla en 1636, según se ve por
la
Co-
rrespondencia de los jesuítas, no ha mucho publicada en
el
Memorial
histórico, llegaba
el
caso de amenazar
hasta con procesos á los procuradores desobedientes,
por más que no llegaran á incoarse.
Y
los políticos ó
comenzaron á sostener, á la par, Cortes no eran de necesidad, sino de consejo y
jurisconsultos realistas
que
las
ó que cuando más, debían servir para la buena distri-
bución de los servicios, no para concederlos,
si
eran
necesarios, porque á esto consideraban obligados á los
procuradores.
Con
tales antecedentes,
no hay que ex-
trañar que, reunidas en 1621, de 1623 á 1629, de 1632
á 1636, y de 1638 á 1643, continuasen otorgando las
Cortes
el servicio
de cuatro millones anuales de duca-
dos, por seis años cada vez, en la
se practicó
manera
la
exacción en
el
misma forma con que
anterior reinado. Por tal
llegó á ser este tributo ordinario,
de millones, formando, con
la
con
el
nombre
alcabala y otros hasta
nuestros días, las llamadas rentas provinciales. Habían ido, entretanto,
títulos
rápidamente creciendo
las ejecutorias
ó
de nobleza, con facilidad otorgados ó vendidos,
como todo, en el anterior reinado; y el número de hidalgos aumentaba el de exentos de pechos, haciéndose éstos cada día más pesados en Castilla. Tuvo el natural deseo Olivares de que
la
Corona de Aragón contribuyese
con igual eficacia á levantar
las
cargas del Estado, y
CASA DE AUSTRIA
para eso llevó
al
247
rey á aquellas provincias, corriendo
el
año de 1626, después de convocar sus respectivas Cortes en Barbastro las
en Calatayud;
las
de Aragón, que concluyeron luego
de Valencia en Monzón; en Lérida
las
de Cataluña, terminadas, más tarde, en Barcelona.
La
inclinación á la unidad del poder, de Olivares,
carácter valeroso del
y el rey cuando ya tomaba á pechos
algún asunto, dieron lugar durante aquel viaje á esce-
nas y contestaciones violentísimas, que dejaron ya
preparadas en los ánimos
De
los valencianos,
no
muy
las turbulencias posteriores.
sin
amenazas, obtuvo
rey en-
el
tonces setenta y dos mil libras de su moneda, por quince años, para sostener mil hombres igual tiempo; de los
aragoneses consiguió con alguna más facilidad, ciento cuarenta y cuatro mil escudos, por otros quince años,
para costear dos mil soldados; pero nada pudo obtener
de los catalanes, y, abandonando precipitadamente y lleno de cólera á Barcelona, se volvió el monarca con su primer ministro á
la corte.
Ya en 1620
se había tratado
inútilmente de que diese Cataluña alguna cuenta de sus rentas,
pagando
el
quinto de ellas;
mas Barcelona
por su parte, que tenía privilegios, que ta
la
alegó,
hacían exen-
de tributos: cosa no extraña, puesto que
lo
estaban
en Castilla misma Burgos, Granada, Toledo y otros
gares de los más ricos, á causa de
la
fusión administrativas de aquel tiempo. Pero
ción de Cataluña entera era
camino recibió
el
lu-
desigualdad y conla
exen-
más grave; y aunque en
el
rey una diputación de sus Cortes ofre-
ciéndole algún servicio, y continuándose éstas, con asistencia del cardenal infante D. Fernando, otorgaron, fin,
una regular cantidad de
libras catalanas,
haber ya nunca mala inteligencia entre
el
al
no dejó de gobierno y
BOSQUEJO HISTÓRICO
248
aquella provincia. Tornóse, por lo mismo, algo después
á
pretensión primera de que Barcelona diese cuenta
la
de sus rentas para pagar
que á
virrey, trar
por
porte,
sí
la
sazón era
los libros
de
la
el el
quinto
al
Erario; quiso el
duque de Cardona,
ciudad, para averiguar
regisel
im-
y estuvo ya paraestallar un gran tumulto. Pero
cuando se hallaba invencible resistencia en una parte, se acudía á otra sin descanso. Pidiéronse, pues, nuevos donativos á
la
nobleza y
al clero,
que
na cuantía, enviando solamente
Roma, quinientos siempre, igual
el
mil ducados;
los hicieron
el
de algu-
cardenal Borja, de
y dando, á su pesar, como
estado eclesiástico hasta siete millones de
moneda. Mediante una bula
del
Papa, se obtuvie-
ron más tarde, del mismo estado eclesiástico, otros diez
y nueve millones de ducados. Al propio tiempo se creó en 1632 la contribución de lanzas y medias annatas; luego
papel sellado, con mucha repugnancia recino admitida en Vizcaya; después la de un tanto y por ciento más en las ventas, que se llamó de extensión de alcabalas; por último, á los artículos de consumo, la del
bida,
gravados por
el tributo
chos, y entre otros
de millones, se aumentaron mu-
la sal,
dejando sólo excluidos algu-
nos de los de mayor necesidad.
de llevar adelante
tió
dozavo
(1),
la
Y
gracias que se desis-
singular contribución del
medio
por las generales reclamaciones que origi-
A tanta costa y con tales esfuerzos logró en los principios Olivares tener con alguna holgura la Hacienda; pero no sin librar además sobre el nó su planteamiento.
porvenir, porque en 1622 tenía ya dispuesto del produc-
(
1
)
Consistía esta contribución en quitarle á cada vara de tela
medio dozavo en provecho
del
Tesoro público.
249
CASA DE AUSTRIA to de todas las rentas hasta 1625,
Con
y
así
estos empeños, los gastos de la
sucesivamente.
recaudación salían
carísimos; llegando á ser los contadores reales y sus
y los arrendadores de rentas, los más crueles enemigos que hubiesen jamás conocido los infelices castellanos. Procedían tales apuros y tamaños males
tenientes,
de donde habían nacido: de á poner en actividad por
el
la política exterior,
vuelta
genio emprendedor de Oli-
vares.
Muy
á punto estuvieron ya de aliarse estrechamente,
por medio de un matrimonio,
coronas de Inglaterra
las
y España, tan irreconciliables enemigas en los días de Felipe II. Hacia 1617 se hablaba ya confidencialmente del matrimonio de la infanta doña María, hermana de Felipe IV, con los
I,
príncipe de Gales, que fué luego Car-
el
tratándolo
el
rey Jacobo, de una parte, y de otra
su grande amigo D. Diego Sarmiento de Acuña, conde
de Gondomar.
Más
tarde, el
dor inglés en Madrid,
de
la infanta,
sus Estados los,
solicitó^
juntamente con
embajala
mano
que España y el conde Palatino, que acababa de perder-
al
los fautores
de
la
guerra de Alemania.
Olivares separar ambos asuntos; y en cambio
tampoco Inglaterra logró separar monio, de
Bristol,
emperador devolviesen
como uno de
No pudo
conde de
la
de
la libertad
la
cuestión del matri-
de los católicos en aquel reino,
que pretendía España. Caminaban, pues, lenta y embarazosamente las negociaciones, cuando en 1623 se preel príncipe de Gales, marqués de Buckingham y otros caba-
sentó en Madrid, de incógnito,
acompañado
del
lleros ingleses.
Pasáronse en festejos y cumplimientos y gustó
los primeros días; visitó el príncipe á la infanta
de
ella,
y como
el
Papa, á quien se consultó sobre
el
BOSQUEJO HISTÓRICO
250
caso, respondiese bien, y lo mismo las dos Juntas formadas de teólogos y de consejeros, llegó á juzgarse
arreglado todo, fijándose día para los desposorios.
Mas
por las causas indicadas antes, ó por otras que cubre
aún
el
velo del misterio, á pesar del interesante libro
de M. Guizot, de
otra-
muel Gardiner sobre
el
moderna obra
inglés Sa-
del
asunto, y de otra española no
tan conocida, lo cierto es que, después de
muchos des-
pachos, conferencias y ceremonias, nada se concertó
y
el
príncipe se marchó de Madrid con tan buen sem-
como agraviado en
blante
el
fondo.
para continuar las negociaciones, pero
Dejó poderes quedaron.
alli
El conde de la Roca, D. Juan Antonio de
Vera y
Fi-
gueroa, grande amigo de Olivares, y que escribió un panegírico de la privanza, alaba mucho á aquel ministro
por haber evitado
la
proyectada alianza; pero para eso
parece que habría sido mejor no llevar adelante. Si el
tal
las
cosas tan
matrimonio hubiera llegado á cele-
brarse, la desdichada suerte de los esposos nos hubiera al
cabo traído más perjuicios quizá que ventajas;
pero, por de pronto, fué desacierto grave no aprove-
char
la
alianza de una nación que
empezaba á
ser temi-
ble en los mares, exponiendo á su resentimiento nuestro comercio,
colonias,
nuestras flotas, y
del autor de este trabajo, lo
obrar de
tal
suerte fué
el
tes,
A
juicio
que movió á Olivares á
sentimiento general del país,
que debía mirar con muy malos
como
más tarde nuestras
mal seguras ya de los holandeses.
ojos,
después de tanto
se había predicado, ó dicho contra los protestan-
el
enviar una infanta á ser reina de ellos.
aquella hora era ción que
la
más
Ya á
fanática la generalidad de la na-
corte ó los Consejos, y
el
mismo Santo
CASA DE AUSTRIA Oficio; porque siempre
251
que echan raíces en
los pue-
blos opiniones verdaderas ó falsas, cuesta tanto arrancarlas,
por
gar de
la
menos, cuanto costó arraigarlas. En
lo
lu-
alianza inglesa. Olivares entonces se dio de
y hallando encendida la guerra de el combate entre el procasa de Austria, intentó restaurar del
lleno á la alemana;
los treinta años, y renovado
testantismo y
todo
la
la
de Felipe
política
no prorrogar
la
II,
para
comenzó por
cual
lo
tregua de Holanda, que había expirado
precisamente con
el
anterior reinado. Las
ñolas enviadas á Alemania,
Fernández de Córdoba,
armas espa-
mando de D. Gonzalo
al
duque de Sessa y bizGran Capitán, contribuyeron mucho á la vicde Hoecht contra los protestantes; por el mar don hijo del
nieto del toria
Fadrique de Toledo, hijo del marqués de Villafranca, dio
buen principio á
la
guerra contra los holandeses,
destruyéndoles una escuadra en tar.
el
Pasó de Alemania á Flandes
el
Estrecho de Gibral-
nuevo D. Gonzalo
de Córdoba y ganó también contra los holandeses la batalla de Fleurus, mandando su caballería D. Felipe de Silva.
Poco después
dirigió Felipe IV al capitán general
de nuestras armas en Flandes aquel mandado célebre:
^Marqués de Spínola, tomad á Breday>\ y meses de
se tomó,
con inmenso gasto y pérdidas. Nuevamente afortunado D. Fadrique de Toledo, echó
tras diez
del Brasil
y de
sitio,
las Antillas á los
holandeses que infes-
taban aquellas regiones. Siguió así felizmente, por general,
mas no
sin
algún descalabro,
con Holanda, que Olivares y
sumo
error, sin
tanto
como
la
el
la
lo
nueva guerra
Consejo de Estado, con
duda calculaban que apenas costaba
paz armada. En
encendió de nuevo
la
Italia,
en
el
ínterin, se
guerra con motivo de
la
ocupa-
BOSQUEJO HISTÓRICO
252
ción de
la Valtelina,
luchando
el
duque de Feria venta-
josamente con Saboya, auxiliada ya por un ejército francés, bien que estuviesen todavía en paz las dos co-
Tan aparente amistad había entre ellas, que, el Tratado de Monzón en 1636, por el
ronas.
apenas ajustado cual se arregló
cuestión de
la
la Valtelina,
quedando
ésta libre de los grisones y aliada de España, envió
Olivares
escuadra de D. Fadrique de Toledo á
la
Rochela, para que ayudase
al
rey de Francia á someter
del todo á los protestantes de sus Estados. rra nació antes de
mucho en
Italia,
Saboya, para aprovecharse de de Mantua. Era ya
el
arbitro de la Francia, política Italia,
un
la
la
Nueva gue-
coligada España con
sucesión del ducado
Cardenal de Richelieu ministro y ardía en deseos de reanudar la
y
de Enrique IV contra España. Envió, pues, á
sin otro
ejército;
motivo que estorbar nuestros intentos,
y desde 1628 hasta 1639, pelearon
allí
con
varia fortuna contra las francesas las tropas españolas,
y Saboya. Obró Gonzalo de Córdoba; y aun
auxiliadas por las del Imperio
sin acier-
el mismo Ambrosio de Spínola, llamado á sucederle, tuvo el dolor de ver ceder á su hijo delante de los franceses, y per-
to entonces D.
dió
el juicio:
como
dijo
«muriendo de
los
que no osaron morir»,
elocuentemente Quevedo. Los Tratados de
Quierasco, que pusieron término á esta contienda, fueron ya más favorables á Luis XIII que á Felipe IV. La
guerra de Flandes, en tanto, comenzaba á ser por
tie-
y mar bastante desgraciada; y, muerta la infanta Isay reincorporadas á España aquellas provincias, se pensó en enviar allí un gobernador de importancia. Fijáronse, por dicha, los ojos en el Cardenal infante don rra
bel,
Fernando, cada día menos aficionado á
la
carrera ecle-
CASA DE AUSTRIA siástica
y enamorado de
la militar
253
más cada día, y que,
al
decir de los embajadores vénetos, no podía ver sin tris-
teza salir del alcázar á sus hermanos con caballos y armas: ya que no podía en esto, los imitaba secreta-
mente en sus galanteos, considerándose aquel biznieto de Carlos tes legítimos la
dénesele,
como
el ejército
vesando
el
Fué
único de sus descendien-
que tuviera naturaleza y espíritu militar, y Historia de España glorioso recuerdo. Or-
merece en con
V
seglar.
al
duque de Alba en otro tiempo, que
veterano de
Italia
pasase á Flandes, atra-
Alemania occidental y la Alsacia, donde el duque de Feria había ya conducido antes un cuerpo de tropas para defender el Rhin del impetuoso valor de la
Gustavo Adolfo de Suecia. El Cardenal tante
más afortunado en
infante fué bas-
esta expedición que
el
de Fe-
mayor parte de su ejército. Habiéndose reunido con el suyo al rey de Hungría, Fernando, y al duque de Baviera, tomó parte en la ria,
que sucumbió
al
clima con
la
batalla de Nordlinghen contra los suecos, casi tenidos
por invencibles, los cuales cedieron roica de la infantería española.
La
allí
á la firmeza he-
gloria de este triunfo
acabó de decidir á Richelieu á lanzar á
la
Francia en
la
casa de Austria, y principalmente contra España, y tomando pretexto de haber mandado el arena, contra
la
Cardenal infante ocupar á Tréveris y prender al elector como enemigo de España, envió en 1635 un heraldo á Bruselas á declararle
la
guerra, publicando además un
largo manifiesto contra España. Respondieren
Céspedes de Meneses y
otros,
y
el
Quevedo,
conde-duque que
con Richelieu estaba lleno de emulación, según los venecianos cuentan, dijo á uno de ellos que tan le
había sido
al
fácil
heraldo del rey de Francia hallar
como el
ca-
BOSQUEJO HISTÓRICO
254
mino de Bruselas para declarar la guerra, tan difícil le sería hallar el de Madrid para pedir la paz. Pero á pesar de
tal
jactancia, no sin razón acusó el insigne padre
Moret á Olivares de que
saber
al
la
declaración que, en
su concepto, deseaba por aquello de que hay
que hagan famosa
critores
tase la fuerza moral de
bandos
la
la
guerra que
la
más
es-
paz, debili-
monarquía, publicando por
la
pobreza del Erario, para suavizar
el
desabri-
miento de las levas y contribuciones. Imposible sería apuntar aquí los accidentes innumerables de aquella dilatada y decisiva guerra, sostenida
en Europa á un tiempo en lia,
Flandes, Alemania y
en todos los mares por
las fronteras del Pirineo, Ita-
Franco-Condado, y á
el
la
la
par
Francia ó sus aliados contra
España. Jamás alarde mayor ó más desesperado esfuer-
zo hizo nación alguna que
la
española entonces, pe-
leando por todos lados con desiguales medios, é impo-
niendo respeto á sus enemigos por largo espacio de
tiempo todavía. Perdimos ñida batalla, pero
de Schenck. Mientras Francia,
el
al
ganamos lo
emipezar en Aveiro una reá los holandeses
el
fuerte
recobraban entró, en 1636 en
Cardenal infante, tomó muchas plazas de
Picardía hasta Corbie y llenó á París de espanto, culpándole algunos, como á Felipe II, por no haber llegado
hasta sus muros, sin pensar que, carecía de recursos para
guiente año
el
ir
tan
mismo que aquél, adelante. Ganó al silo
propio Cardenal infante una gran batalla
en Callóo sobre los holandeses, y contra ellos y los franceses sostuvo luego tres desiguales campañas en
que no
les dejó adquirir ventajas, á
rioridad numérica.
mando
pesar de su supe-
Los imperiales, por su
parte,
que
al
del general italiano Piccolomini vinieron á auxi
CASA DE AUSTRIA
en 1639
liar
al
255
Cardenal infante, ganaron
la batalla
de
Thionville contra los franceses; pero, en cambio, aso-
Franco-Condado y la grande escuadra que regía D. Antonio de Oquendo, después de varios laron éstos
el
fué destruida por holandeses y
reñidos encuentros,
franceses unidos en las costas de Inglaterra. En entretanto, D.
Italia,
Diego Messia de Guzmán, marqués de
Leganés y deudo de Olivares, que había peleado valerosísimamente en Nordlinghen, se encargó del gobierno
de Milán, hijo
del
y,
acometido por
el
nuevo duque de Saboya,
turbulento Carlos Manuel,
Francia, emprendió con vigor
la
que se
guerra.
La
alió
á
la
batalla que
se llamó del Tessino, aunque indecisa, fué gloriosa para los españoles;
y
duque de Rohan, general francés,
el
quedó expulsado de
la Valtelina,
que ocupaba. Muerto
prematuramente aquel duque de Saboya, su mujer, que era francesa, continuó la guerra. Forzó
Harcourt
las líneas
rín, sitiada
rio
por
el
conde de
de Leganés delante del Casal, y TuTomás de Saboya, partida-
príncipe
el
entonces de España, no pudo ser, después de acci-
dentes varios, conquistada. Ejercitábanse á todo esto las
armas
lejos
de
la
Península española,
la cual tenía
como en tiempo de paz sus fronteras, cuando Olivares, con mucha imprevisión, dispuso aco-
tan tranquilas
meter
las
de Francia. Pocas ventajas logró
el
marqués
de Valparaíso por la parte de Navarra, y el duque de Cardona, encargado de tomar del lado del Rosellón á Leucata,
fué completamente batido.
que con un grande
ejército
En cambio
los franceses,
y numerosa escuadra sitiaron
á Fuenterrabía, fueron forzados en su campo, y deshe-
chos del todo por un ejército que descendió sobre de los montes,
al
mando
del almirante
ellos
de Castilla don
BOSQUEJO HISTÓRICO
256
Juan Alonso Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Ríosecú. Al otro extremo del Pirineo se recuperó bien pronto á Salsas, recién pérdida. La escuadra de
D. García de Toledo, hermano de D. Fadrique y duque de Fernandina, se apoderó también, por entonces, de las
islas
de San Honorato y Santa Margarita en
las
costas provenzales. ¡Tan reñida iba esta guerra á fines
de 1639 todavía! Pero acercábase
el
incendio, oíase
el
chisporroteo de los combustibles, sentíanse las llama-
humo ennegrecía ya
radas,
el
desde
la irresistible
el
horizonte, elevándose
hoguera, destinada á consumir
el
frágil, aunque bien defendido alcázar, de nuestro poder.
No pudo
ser acometida Leucata, ni recobrada Salsas,
venciendo en más de un combate á los franceses, sin que los catalanes prestasen grande ayuda y tuviesen
que soportar
las naturales molestias
de tan vecina gue-
Necesitaba en tanto Olivares, más que nunca, de unidad en el mando para mantener aquella gran lucha;
rra.
y, com.o los catalanes le
pusiesen á cada paso dificul-
tades con sus fueros, previno
al
virrey D.
Queralt, conde de Santa Coloma, que
concertarse con
el
si
Dalmau de ellos
podían
servicio público, los respetara;
mas
que, en otro caso, tuviera á quien los alegase por «ene-
»migo de Dios y del rey, de su sangre y patria». No pudo Santa Coloma, aunque lo intentó, poner de acuerdo á
la
corte y á sus paisanos, los catalanes, ni repri-
mir todos los excesos de los soldados que habían toma-
do en Cataluña cuarteles de invierno. En una de las contestaciones que, á causa de esto, tuvo el virrey con la ciudad, se exaltó
su impetuoso carácter
al oir al
men-
sajero de ésta, Francisco de Tamarit, diputado militar
y voz de
la
nobleza catalana, y
le
metió preso.
No
se
CASA DE AUSTRIA
257
necesitó ya más. El pueblo de Barcelona sacó violen-
tamente á Tamarit de
la cárcel,
y alentado
al
ver que
no se castigaba su atrevimiento, se alzó en abierta
re-
belión el día del
Corpus de 1640, asesinando á Santa
Coloma y con
á cuantos castellanos encontrara. Lé-
él
Balaguer, Gerona, y más enérgicamente Tortosa,
rida,
movimiento, y al grito de vía fora fueron por donde quiera acometidos del paisanaje siguieron bien pronto
armado
el
cuerpos españoles acuartelados en aquella
los
frontera, obligándolas á refugiarse en el Rosellón ó en
Aragón. todo
Tomó
el alto
como
muy
parte
principal en esta revolución
clero de Cataluña, considerándola
y bajo
nacional, por lo mal borradas que se hallaban las
antiguas diferencias de Estado á Estado en
Y aunque
la.
al
que no iban contra
como supieron que
la
de
do
se formaba ejército para sujetarlos,
muy buen grado
juich, tal
les dieron
el ejército,
marqués de
del
celoneses
Penínsu-
corona de España, tan pronto
se echaron en brazos de Richelieu y de
Entretanto
la
principio proclamasen los sublevados
la
Francia, que
todo género de auxilios.
dificilísimamente reunido,
al
man-
los Vélez, fué derrotado por los bar-
al intentar
apoderarse de
para dominar
la
la
montaña de Mont-
ciudad. Pero cuando aconteció
desastre, no era ya sólo Cataluña entera quien ayu-
daba á nuestros enemigos, sino todo Portugal también; porque
el 1."
de Diciembre de 1640 se alzó Lisboa,
duque Juan de Braganza, nieto de infanta Catalina, que tan tibiamente disputó la suce-
aclamando por rey la
sión á Felipe
como
tal
por
clero
el
II;
al
siendo aquél desde luego reconocido
por todas
mismo y
las clases,
las
y con más entusiasmo
órdenes religiosas.
No
le falta-
ban quejas á Portugal como á Cataluña, ora de 17
la vi-
BOSQUEJO HISTÓRICO
258 rreina, italiana
Margarita de Saboya, duquesa viuda de
Mantua, ora de la conducta de los principales ministros que la servían, Miguel de Vasconcellos y Diego de Suápedía dinero y guerra en Europa, y en cambio se guarda-
rez; pero las principales eran
gente para
la
que se
les
ban mal sus antiguas colonias. Mas la verdad era, según ya se ha dicho, que Portugal no llegó á estar nunca de buena voluntad unida á España, y que Felipe II y Felipe
no habían hecho nada para apagar
ÍII,
la antipatía
aquellos naturales contra los castellanos, cosa
difícil
de de
cualquier modo, ni para quitarles los medios de rebelarse
en
la
primera ocasión que se les viniera á las manos.
¿Qué especie de
tiranos eran aquellos
monarcas espa-
ñoles que dejaban residir tranquilamente á los duques
de Braganza en Portugal, aun después de sospechar que conspiraban? Con la parsimonia del gobierno de aquella époc a, con su respeto generalmente nimio en la práctica de los fueros y leyes especiales de cada provincia,
con
la falta
de tropas permanentes que
las guar-
necieran y lo reciente de los lazos que juntaban unas á otras, no era posible conservar la unidad de la nación, ni siquiera
mantener
divorciaba de
la
el
orden público, donde
el
clero se
Corona, como en Cataluña y Portugal,
en que hasta los jesuítas é inquisidores se declararon contra España. Empeñado en una lucha suprema que debía do,
fijar,
por siglos,
la
posición de España en
el
mun-
y sintiendo ya su verdadero peso, después de ha-
berla aceptado tan gustosamente, natural era que Oli-
vares pidiese tributos y hombres á
la
nación entera, no
contentííndose con que diese solamente unos y otros
y por no ser bastante. Pero la desgracia era que España no era una, sino uno el soCastilla, por ser injusto
CASA DE AUSTRIA
259
berano; que había monarquía común, no patria común,
y que
ni los
catalanes y portugueses primero, ni los na-
politanos ó sicilianos después, miraban
como suyos
pios los intereses ó las necesidades, la gloria ó
pro-
el infor-
tunio de la Corona. Únicamente los castellenos, á decir
verdad, se sentían siempre identificados con
la
suerte
de nuestros ejércitos ó de nuestras escuadras y con los aciertos ó errores de nuestra diplomacia. En toda Euro-
pa representaba
e!
rey aún
había también ya patria
la patria;
pero, en realidad,
común en algunas
partes, prin-
cipalmente en Francia, que era nuestra enemiga. Por
atender demasiado á
la
unidad religiosa y á
del poder, desatendió bastante Felipe
permanente,
la territorial,
la
de
la
II
la
otra unidad
II,
el
más
nación, que, cuando
llega á establecerse bien, es la única perpetua.
Felipe
unidad
Desde
único gobernante español capaz de com-
prender aquel grande interés político fué Olivares; pero ninguno se halló en circunstancias menos oportunas para realizarlo. Su inexperiencia, su espíritu paradójico y su soberbia le hicieron esperar lo contrario; quiso más
de
lo que era posible en la nación que regía y en el momento histórico en que se encontraba, y fué por eso
sólo el piloto destinado á conducir á los escollos el pe-
sado bajel que gobernaba, entregando su nombre á la execración irreflexiva, pero quizá imperecedera, de los españoles. Para completar las desdichas de España en 1640, hay que decir que, á principios de Noviembre de aquel año infausto, acabó sus días en Flandes el inteligente y valeroso Cardenal-infante D. Fernando, de unas malignas tercianas que cogió en su campo, delante de la
plaza de Ayre, que sitiaba.
aquella hora crítica á España
No
le
quedaba, pues, en
más que un
solo elemento
BOSQUEJO HISTÓRICO
260
de los que constituían su fuerza: sus viejos tercios de infantería. tenido
el
Cardenal-infante
el
prestigio militar de
Con
ellos había entre-
grueso de los ejércitos
el
franceses en Flandes hasta su muerte; con ellos
guo
secretario de Olivares
el anti-
y luego embajador, general,
virrey de Sicilia y conde de Assumar, D. Francisco de
Meló, ganó todavía, en 1642,
la batalla
contra los franceses, que le valió
de Tordelaguna; con
ellos,
en
de Honnecourt
el título
de marqués
se puso
fin,
al
año
si-
la plaza de Rocroy para atraer á sí el mayor empuje de las fuerzas enemigas, separándolas de las ya abiertas fronteras de Cataluña. Esto último
guiente sobre
Mayo de 1643, en española. Mandó allí á
dio lugar á la funesta batalla de 19 de
que sucumbió
la
vieja infantería
duque de Enghien, conocido luego por el Gran Conde, y á los españoles el dicho Meló, que se condujo como mal general y buen soldado, acompañalos franceses el
do de su decrépito maestre de campo general, Pablo Bernardo de Fontaine, de nación lorenés, en una
de
litera
la batalla.
jeros con
el
á los primeros
tiros, sin
el
cual murió
alcanzar lo reñido
Este Fontaine, confundido por los extran-
gran conde de Fuentes, que murió tantos
años antes, se ha creído, con error, hasta poco ha, que fué quien dirigió
la
fantería española, tria
postrera y heroica defensa de
la in-
y sobre su verdadero nombre y pamuchas dudas, hoy completamen-
se han suscitado
te disipadas.
Lo
croy murieron
el
sabido, desde entonces, es que en Ro-
antiguo espíritu y
la
organización po-
derosa, que hizo tan temible durante siglo y medio la infantería española (1).
Después de lo que el Sr. Gayangos ha publicado sobre el (1) conde de Fontaine y del opúsculo acerca de la Supremacía mili-
I
261
CASA DE AUSTRIA
de este último y decisivo golpe, bien velada por cierto, llegó á Madrid, ya había dejado de ser privado y ministro D. Gaspar de Guzmán
Pero cuando
la noticia
desde mediados de Enero. En vano pretendió ocultar todavía al rey la importancia de los desastres ocurridos, ó distraer al pueblo español para que no hiciese alto en ellos.
las
Tenía éste último demasiado dentro de
sí
mismo
revoluciones de Cataluña y Portugal, para no darlas
su justo valor; y á las levas, y los alojamientos, y los tributos y hasta otra de las bajas de la moneda de vellón
que tanto
le
afectaban, ordenada en 1642 por una
nueva pragmática, acabaron de hacerle prorrumpir en unánimes quejas contra el privado. ^Cazad franceses, T>que son los lobos que tememos>^, le gritaron las turbas al
rey mismo, uno de los días que salió á caza por en-
XVI y XVII, con una relade Rocroy, que imprimió en la Revista de España primero, y luego en el segundo tomo de sus Estudios literarios, el autor de este trabajo, parece que ninguna duda debería haber quedado respecto al personaje de que se trata. Sin emtar en Europa, durante los siglos ción de la batalla
bargo, habiendo traducido
M. Amedée
la
Revue Britannique, que dirige
Pichot, la antecitada relación de la batalla de Ro-
croy, el caballero de Failly, jefe de escuadrón de artillería francés, envió hace tres
meses á aquella publicación un breve
artícu-
lo y un fragmento de árbol genealógico, pretendiendo con ellos probar que el personaje de que se trata no se titulaba Fontaine, sino Fontaines, que era natural de la provincia de Picardía y de la familia
de los señores de
la
NeuvilIe-aux-Bois. Afortunadamen-
autor de esta obra y de aquel opúsculo, en la misma Revue Britannique ha tomado su defensa el general Guillaume,
te para
el
miembro de
la
Academia de Bélgica, demostrando que son
cier-
tos los datos biográficos sobre Fontaine que, de acuerdo con el Sr. Gayangos, había publicado en la pequeña obra á que se refiere esta polémica.
BOSQUEJO HISTRICO
262
La oposición palaciega y cortesana, latente al principio y mal descubierta hasta allí, estalló también
tonces.
ya públicamente, poniéndose á su cabeza la reina doña Isabel de Borbón. Era diestra aquella princesa, como criada en la corte de María de Médicis, orgullosa ade-
más en su ciencia
y dominante, y no llevaba con pa-
interior
carácter imperioso del conde-duque, habién-
el
dose propuesto derribarle mucho tiempo hacía ya, mas
modo de
sin hallar
mente
la
conseguirlo. Vigilábala constante-
condesa de Olivares, doña Inés de Zúñiga,
dama de no vulgar da con su esposo,
talento la
y completamente
cual ejercía en palacio una autori-
dad absoluta, tratando de igual á igual á
como
la
de Mantua y
identifica-
la
las princesas,
de Carinan, cuando estuvieron
en Madrid, echando ó intimidando á todas las demás se-
ñoras de
la corte.
Alentada
la
reina con la desconfianza
de los consejos del ministro, que comenzó á notar en su esposo, púsose enfrente de aquél sin reparo. Fué
ella
rey para que marchase á Cataluña y mismo viera el estado de los pueblos y de la gue-
quien persuadió
al
por
sí
rra,
y aunque no pasó de Zaragoza y se volvió sin hacer el pueblo echó la culpa á Olivares y alabó mucho
nada,
á la reina.
Quedó
ella
en Madrid gobernando, y dio no
pocas muestras de actividad y energía para buscar cursos, pretendiendo hasta empeñar sus joyas con objeto. Fortalecida entonces con el aura popular
re-
que
tal
la
rodeaba, representóle ya á su marido, cuando volvió á
Madrid, los desaciertos del conde-duque; y aun dícese que, mostrándole un día
al
príncipe D. Baltasar, su pri-
mogénito, prorrumpió en lágrimas, exclamando que por
causa de aquel ministro llegaría á ser un ro particular.
A
triste caballe-
este tiempo ya los grandes no asis-
263
CASA DE AUSTRIA tían á palacio ni al servicio del rey, el clero, el
mundo, estaba conjurado contra
como todo
favorito
el
y
era,
partido nacional la reina.
pues, jefe de un verdadero Dos mujeres ofendidas secundaron también sus planes, que fueron doña Ana de Guevara, ama del rey, á quien él
amaba sobremanera, y
la
primera Margarita de Sa-
boya, duquesa de Mantua, que echada de Portugal, vino á Ocaña, y no teniendo allí siquiera con qué alimentarse, se presentó de improviso en
la corte á
elevar
sus quejas. También fué menester que vivamente atacasen al rey su maestro Don fray Galcerán Albanell, arzobispo de Granada, y
el
conde del
Castrillo, presidente
Consejo de Hacienda, muy respetado por el monarca, escribiéndole el primero una carta muy libre y dirigiéndole el otro oportunas y bien encaminadas in-
del
marqués de GranaCarretto, enviado del emperador, que, por lo que á éste importaba, miraba con dolor la mala suerte de Olivares,
dicaciones. Por último, hasta
el
se declaró en oposición con
él.
¡Tanto era menester
para destruir aquella privanza! Conoció Olivares mismo
que sería
inútil la resistencia;
ó queriendo hacer
y, ó rendido de luchar,
menos dolorosa su
caída, pidió al
rey licencia para retirarse de los negocios, que le fué negada dosveces; pero cuando quizá comenzaba á dar
un suelta otra vez á sus ilusiones, recibió de improviso de propia mano del rey, mandándole que no se entrometiera más en el gobierno y se retirase á Loeches hasta nueva disposición. De allí pasó Olivares á la
billete,
ciudad de Toro, donde murió, mostrando grande entereza en su desgracia. Estuvo Felipe IV con él tan ge-
neroso como
solía.
y romper todos
Mandó que
los papeles
se le dejasen registrar
que quisiera y pudieran
BOSQUEJO HISTÓRICO
264
Consejos honrándole mucho apartaba de los negocios por sus re-
perjudicarle; escribió á los
y diciendo que
le
y para tomar sobre
petidas instancias
más de
sin fiarlo
sí el
gobierno,
otro alguno; y, habiendo expuesto el
presidente de Hacienda, Castrillo, que ciertas urgencias del Estado no podían cubrirse sin echar mano de una cantidad de plata para Olivares venida de Améri-
negóse á aprobar
ca,
que se
le
chó
la
oculto
el
lo hiciera,
apro-
el
palacio
favorito para insultar-
el
á no tomar
el
buen partido de
irse
y disfrazado, pues uno de sus coches, donde se
creyó que
iba,
fué apedreado. Frustrado
rrieron las turbas por las calles
tal intento,
co-
dando vivas á cuantas
personas habían tenido parte en
No
No
pueblo, que en numerosas turbas ace-
hora de dejar
como
remedio; antes bien, encargó
pagasen puntualmente sus sueldos.
bó su bondad
le,
el
la
caída del privado.
tardaron aquellas en lograr que á su hijo bastardo,
D. Enrique de Guzmán, se cio,
desterrándole de
mismo
del
que no
sin
le
echase también de pala-
y que se despidiese asireal servicio á la condesa de Olivares, aunlos gajes y emolumentos de su oficio. Quela corte,
jóse de todo ésto el conde-duque
con motivo de
la
al
rey en una carta,
cual escribió este último á D. José
González de Uzqueta, por cuyo conducto siguientes benignas palabras:
«He
la recibió, las
visto el papel del
»conde, que os devuelvo, y verdaderamente que apusiera
el
si
negocio en disputa creo tuviera muchas
»zones para rebatir
que
se ra-
conde da, y no sé si sus »mayores amigos se conformarían con que se recibiese las
»esto á justicia; pero
vehementes de >pantaréis de lo que >^nes
el
como vos conocéis la
las aprensio-
condición del conde, no os es-
dice: en todo lo
que yo pudiere no
2:5
CASA DE AUSTRIA í-dejaré
de
n'ido^^
0)-
asistirle
por los muchos años que
me ha ser-
Después de tan largo favor, ningún ministro de narquía absoluta fué tratado,
al
caer, tan
la
mo-
blandamente
y parte porque, así como no consta que llegase éste á amarle nunca, se sabe que nunca tampoco dejó de respetarle y estimarle. Sus enemigos, que prosiguiendo y au-
como
Olivares: parte por
mentándose cada día
el
buen natural
la circulación
del rey
de papeles clandes-
habían llenado ya de improperios en ellos, durante su ministerio, naturalmente, aprovecharon su
tinos,
lo
caída para desatarse en mayores invebtivas. Al Patcr
Monopantos, de Quevedo, libelos bastante famosos, siguió la Cueva de Meliso, que es una especie de poema satírico en que no hay género de calumnia que no se amontone contra el con-
nostcr y á
La
isla de los
de-duque, atribuyéndole todos los defectos del rey é interpretándose torcidamente todos sus hechos. En cambio se imprimió públicamente su defensa en Madrid, atribuyéndose á un tal Humena ó Ahumada, clérigo y
muy amigo
suyo, con
el título
de Xieandro ó antídoto
eontra las ealumnias que la ignoraneia v envidia han esparcido para deslucir y manchar las heroicas c in-
mortales acciones del conde-duque de Olivares después de su retiro; obra curiosa, en la cual se hace alarde de que
la política interior del
dentemente á
inutilizar el
conde-duque tendía pru-
poder que habían recobrado
grandes y á reformar los privilegios de los pueblos, á fin de hacer la sujeción más inmediata y absoluta, y los
Correspondencia entre Felipe IV y D. José González de (1) Uzqueta, sacada del archivo del conde viudo de Rodezno.
BOSQUEJO HISTÓRICO
26G
que fuese
el
rey verdadero rey, no vasallo de sus vasa-
tratándose despiadadamente
llos (1),
enemigos
cipales
entonces á Felipe ÍV á Felipe
lí;
paso á los prin-
al
ministro caído. Sugirieron éstos
del
que
lo
los
émulos de Antonio Pérez
es á saber: que entregase á
la
Inquisición el
Nicandro, con su autor y su inspirador naturalmente; pero aquel monarca se contentó con prohibir en público á su joven hijo que leyese el escrito y rogarle á la reina
Y eso que el defensor del conde-duque, no buenas razones, osaba echar gran parte de la culpa de las desgracias que se experimentaban sobre sus anlo
mismo.
sin
tecesores, Fernando
el
Católico y Felipe
II,
y que
é!,
personalmente, no salía bien librado del todo. Por de contado que la constancia con que todos los embajadores vénetos hablan de la honradez del conde-duque,
debe hacer sospechosos de pasión los altos cálculos que formaron sus enemigos de las riquezas que había atesorado en
mente
el
el ministerio.
Más
crédito
merece segura-
cargo de que protegió con exceso á sus deu-
dos. Recordábase, con fundamento, que sólo había dado altos puestos á D. Baltasar de Zúñiga, su tío, á su pri-
mo en
D. Diego Messia de Guzmán, marqués de Leganés, cuando le tenía al lado, descargaba una par-
el cual,
te de los negocios públicos,
dos de
ejército, ó al
y á quien fió muchos manconde de Monterrey, su cuñado,
que fué virrey de Ñapóles, lo mismo que al duque de Medina de las Torres, su yerno. En el virreinato de Milán, se tropieza
taluña, asi
con Leganés de nuevo y
como en
el
generalato de
la
lo
mismo en Ca-
frontera de Por-
Esta frase textual es idéntica á una del Cardenal Cisne(1) ros en sus Cartas.
CASA DE AUSTRIA
267
tugal se encuentra otra vez á Monterrey; y aun se dice
que su
hijo el bastardo,
autoridad del
ni talento,
D. Enrique,
mozo
estuvo para ocupar
Consejo de Indias. Siendo
el
disoluto y sin la presi.dencia
conde-duque Guzmán
y su mujer Zúñiga, Zúnigas y Guzm.anes se ven siempre en los más altos empleos, exceptuando algún Velasco, por ser su abuelo
materno de aquella casa, y
te-
ner casado en ella á su bastardo. Ni aun su sucesor en el ministerio,
D. Luis de Haro, hubiera llegado á aquel
puesto sin ser sobrino suyo, porque á eso sólo debi(5 entrada en
la corte
y
la
embargo, consecuencia legítima de
Tampoco
de
la
los
empleos y dignidades que
época.
la
amistad del rey. Esta era, sin la política
se escaseó á le
sí
personal
mismo Olivares
daban á un tiempo im-
portancia y provecho. Pero en suma, nada de cuanto de él se sabe desmiente la opinión de los embajadores venecianos: que era un buen caballero, aunque no fuese un
buen
político.
\
IX
ESDE tres
21
de
Mayo
de 1643, poco más de
meses después de
anunció ya á su corte
do
privanza de D. Luis
la
el
retirado
Olivares,
veneciano Sagre-
Méndez de Haro,
á pesar
de los públicos propósitos del rey de gobernar por sí solo en adelante. Justo es reconocer, con todo eso, que en los veintidós años que todavía vivió Felipe IV, no volvió
en
la
más
á desentenderse tanto de los negocios
como
primera parte de su reinado. Es D. Luis, de todas
suertes, después del rey y de Olivares, la persona que
más importa conocer de aquel
reinado. Hizo de
rónimo Justiniani, en 1649, una pintura extensa,
él
Je-
y,
por
cuanto aparece, exactísima. Exteriormente, agradable y cortés, inclinado á la paz, ambicioso de gloria, pero no
de
la
de Olivares, sino de
era ya grata á
la
la
de Lerma, cuya memoria
nación entonces, recordando los pací-
maneras dulces, y olvique hubo de censurable en su
ficos años de su privanza y sus
dandO;, ó
no sabiendo,
lo
vida íntima. Este D. Luis fué, y no Olivares,
pe de
los secretos placeres
de
la
el partíci-
juventud del rey y aun
BOSQUEJO HISTÓRICO
270
SU tercero, bien contra
el
gusto de aquél, que quiso ya
separarle de palacio varias veces, celoso de tanta
inti-
midad. Paciente en las audiencias, recto de intención, razonable aunque poco activo, más
fácil
en ofrecer que
en cumplir, de más luces naturales que experiencia, bien que reputado siempre por de no gran talento, des-
interesado
bien no tanto que no admitiese algunos
si
más
regalos,
cualidades:
rico,
tal
en suma, de buenas que de malas
era el
nuevo primer
ministro.
En cuanto á
sus facultades, venían á ser las mismas que las de Ler-
ma y
Olivares, con la sola diferencia de que no permi-
tía el
rey que en su presencia se
vado, como
si
le
reconociese por
pri-
eso bastara para no serlo. Fué, pues,
D. Luis, menos en
tal
nombre, heredero en todo de Oli-
vares, hasta de la hacienda y los títulos, que, muerto
aunque no usara otro Carpió, que llevó su padre. Fri-
aquél, recayeron en su persona,
que
de marqués del
el
saba, por último, el segundo favorito, serlo,
en los cuarenta años.
bien ni mal con
él la
No
En
comenzar á
tuvo tiempo de llevarse
reina doña Isabel, porque en
tubre de 1644 falleció en Madrid,
pueblo.
al
el ínterin,
muy
Oc-
sentida por el
no se había señalado
la
caída de
Olivares con grandes persecuciones de sus partidarios. Sin embargo, su primo Leganés, acusado, con razón ó sin ella,
por
el
público de faltas graves, no tan sólo fué
separado del mando de Cataluña, sino que se á un proceso, reemplazándole
el
le
sujetó
portugués D. Felipe
de Silva, sacado de prisión en cambio. D. Francisco de
Quevedo y corte,
tuidos,
otros desterrados volvieron á
la
vez á
la
y algunos deudos del conde-duque fueron desticomo Medina de las Torres, de Ñapóles. Y en
medio de
las
grandísimas dificultades y desgracias con
CASA DE AUSTRIA
que recogió D. Luis
el
271
poder, tuvo
al
de que, pocos días antes de caer su denal de Richelieu y casi
menos
tío,
la
mismo tiempo Luis
al
fortuna
muriese
el car-
XIII, de-
jando una nueva minoridad en Francia á cargo de reina
doña Ana de Austria, hermana de Felipe
circunstancia y
la
IV. Esta
pacífico de Haro, hicieron
el espíritu
por algún tiempo esperar que, en las largas conferencias de Munster, por entonces
comenzadas, y que
al
produjeron ios tratados de Westfalia, entre casi todas las naciones beligerantes, lograra España la paz fin
de que necesitaba tanto. Pero á pesar de los hábiles esfuerzos de D. Diego Saavedra Fajardo, que asistió á aquellas conferencias desde
como segundo
el principio,
negociador, nada pudo concertarse. «Jamás hará Espa-
»ña una paz que no sea honrosa»
vedra á uno de
los
— dijo cierto día Saa— «Pues
embajadores franceses
te-
.
»ned por seguro»— contestó éste— «que no será menos »terca Francia en su prosperidad, que quiera serlo Es-
»paña en su desgracia.»
No
pudo, pues,
allí
entenderse
D. Luis de Haro, sino con Holanda, poniéndose térmi-
no de este modo, en 1647, á
la
guerra comenzada en
tiempo del gran duque de Alba. Pero entre los dos gios hermanos continuó
estaba
tal
de Madrid
la
re-
guerra. La corte de España
para sostenerla, que á fines de 1643 escribió Pellicer,
en uno de sus Avisos, estas gráfipaga».
Y
go, no solamente continuó resistiendo en
la
cas palabras: «aquí nadie cobra
ni
sin
embar-
frontera de
Rosellón, y en Cataluña y Portugal, en Lombardía y Flandes, sino que bien pronto tuvo que atender á do-
minar asimismo
sublevaciones de Sicilia y Ñapóles. Digna es de admirar la constancia que, en medio de sus faltas,
las
mostraron Felipe IV y su gobierno en aquellas
BOSQUEJO HISTÓRICO
272
circunstancias,
de
la
y digno de admiración también
fuerzas, aplazando
más y más tiempo aún
No hay
confesión de su decadencia.
como en
to en las pérdidas sible
el
valor
nación, que hizo frente á todo con sus débiles
lo
dolorosa
la
que reparar ya tan-
mucho que parece impo-
que se conservase.
Fué al fin de veras Felipe IV á la guerra. Con un nuevo ejército que ayudaron á formar la flota de Indias y los
grandes recursos enviados por los virreyes de
lia,
se aproximó á la plaza de Lérida, con cuya ocupa-
Ita-
amenazaban ya los franceses el corazón de la Península, y aunque no pudo tomarla en aquella campaña, detuvo con la recuperación de Monzón la marcha triunción
fante del enemigo.
Tornó
el
rey
al
de Aragón,
ejército
en 1644, presentándose ante él, en Barbastro, vestido de general, por primera \ez en su vida, y casi á su vista ganó D. Felipe de Silva la batalla de Lérida, que ocasionó
la
rendición de la plaza. Entró
no
ella,
rosamente
fuego enemigo
al
sin
el
rey
como
haberse expuesto antes vale-
vencedor en
(1).
No
mereció ya, pues,
en esta campaña Felipe ÍV los duros sarcasmos de sus
Aragón con
subditos, que le costó su primera salida á el
conde-duque, cuando se escribieron contra
conocidas diatribas en verso. Metióse en
el
él
tantas
fuego, hasta
el
punto que D. Felipe de Silva tuvo que apartarle de
él
con violencia.
De
halló Felipe IV en
resultas de esta expedición no se
Madrid
al
morir
la reina,
y en Marzo
Refiere este hecho incidentalmente, como cosa bien sabi(1) da entonces, el marqués de la Mina, conde de la Pezuela, en su Historia inédita de la guerra de Cerdcña y Sicilia en los años de 17 17 , 18, 19 y 20; obra en dos tomos, dignísima de ser dada á la estampa y universalmente desconocida.
CASA DE AUSTRIA
273
de 1645 volvió de nuevo á Zaragoza para seguir á la vista de la guerra, acompañado de su único hijo D. Baltasar Carlos, allí
por cierto,
que en Octubre
año siguiente murió
del
no cumplidos aún diez y
siete años. Pro-
siguió con varia fortuna, entretanto, la guerra de Cataluña,
mandando nuestro
después de Silva,
ejército,
napolitano Cantelmo, tras éste Meló, y otra vez
qués de Leganés,
el
cual logró una
nueva
el
mar-
victoria con-
de Lé-
tra los franceses, obligándoles á levantar e! sitio rida,
el
de cuyos muros fué también rechazado, en 1647,
el
famoso duque de Enghien, vencedor de Rocroy. El vigor poco usado con que, á causa de
la
hizo la guerra por aquella parte;
presencia del rey, se
la
sor de Leganés, D. Juan de Garay, carácter de franceses
y
prudencia del suce-
y
las diferencias
de
catalanes, fueron poco á poco
inclinando á estos últimos á incorporarse
nuevamente á
España, y después de muchos accidentes no muy importantes, llegó ya al pie de Barcelona en la primavera
nuevo virrey y capitán general D. Juan Orozco Manrique de Lara. Aquella gran ciudad, cuna y alma de la rebelión, después de un sitio bastante largo, se de 1651
el
rindió con júbilo de la mayoría de sus moradores, esto, las plazas
que ocupaban
y tras
los catalanes se fueron
sucesivamente entregando, por manera que en corto plazo quedaron expulsados de casi toda Cataluña los
Lo peor fué que durante esta sublevación se perdió Perpiñán y todo el Rosellón para siempre, siendo destruido el ejército mandado por el marqués de Pofranceses.
var, con el cual se había intentado la imposible
empre-
sa de socorrer aquella provincia, atravesando toda Cataluña, entonces en armas.
Más
Mortara en Cataluña una
batalla,
adelante ganó todavía
sobre
el
Ter, á los 18
BOSQUEJO HISTÓRICO
274
donde se juzgó, no sin menos urgente acudir que á Cataluña,
franceses. Del lado de Portugal,
razón, qué era
se dio una batalla dudosa en Montijo, aunque algo favorable para los españoles, mandados por
de Torrecusa, buen general napolitano. En
el
más
marqués
el ínterin
en
Alsacia ganaron los españoles, combinados con los imperiales, la batalla
corriendo
mos
año de 1644; pero en
en Flandes
tados y
A
el
de Tuttlingen contra
la
los franceses,
de 1647 perdi-
el
de Lens, gobernando aquellos Es-
el ejército el
archiduque Leopoldo de Austria.
todo esto seguíamos combatiendo también en Lom-
bardía contra los franceses, aliados del duque de Sabo-
ya y luego del de Módena, haciendo allí bastante felices campañas el condestable de Castilla D. Bernardino
Fernández de Velasco y D. Luis de Benavides, marqués de Caracena, que en 1649 llegó á obligar al de Módena á pedir
la
paz.
Lo que más preocupó,
sin
gobierno español en este período, fueron
embargo,
al
las rebeliones
de Palermo y Ñapóles, causadas ambas por exceso de los tributos y levas de hombres que de aquellas fértilísimas y pobladas provincias sacaba, sin cesar, España la guerra. Extenuada ya Castilla, los Es-
para sostener tados de
de
ella
Italia
llevaban sobre
sí
parte del peso
en estos años de que tratamos. Los silicianos,
aunque alzados contra su virrey, lez,
mucha el
marqués de
los
Vé-
á quien atribuían todos sus males, no quisieron, por
aquella vez, sustraerse
al
dominio español
ni
llamar al
enemigo; pero los de Ñapóles, que, capitaneados por el insensato Massaniello, también daban al principio mue-
duque de Arcos, y vivas al rey de España, acabaron, después de muerto Massaniello, por
ras á su virrey, el
erigirse en república independiente, bajo la dirección
CASA DE AUSTRIA
275
duque de Guisa, Enrique de Lorena, que arribó allá seguido de algunos aventureros franceses. Con motivo
del
de esta sublevación, ocurrida en 1647, comenzó su carrera militar y política D. Juan José de Austria, el más aciago de los hijos naturales de Felipe IV, habido en una cómica llamada María Calderón y nacido por Abril
de 1629. Habíale por
ción de Olivares, que, Justificar
de este modo
te él también hizo
reconocido
tal
reconocimiento que de su par-
el
de un
rey, por media-
decir de sus enemigos, quiso
al
bastardo suyo, que fué
el
tal
el
Julián Valcárcel,
como
hijo
conocido por D. Enrique Felí-
pez de Guzmán. Este segundo D. Juan de Austria mostró sin duda, desde sus primeros años, gran valor personal y ayudó bien en Ñapóles á que el nuevo virrey, D. Iñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate, hombre de muchos servicios, experiencia y talento, redujese los napolitanos á la obediencia, prendiendo
á España
al
la paz, fué
y enviando duque de Guisa. Hasta 1658, en que se hizo
todavía
de un lado, y degollado Carlos ña,
muy
vigorosa
la
guerra entre Espa-
del otro, Francia, Inglaterra,
donde
gobernaba ya Cromwell, Portuduques de Saboya y Módena, el último de los cuales nos declaró de nuevo la guerra. Sin la debilidad de la regencia y las internas discordias que impidieron
gal
á
y
I,
los
Mazzarino sacar á
sazón todo
partido posible de de Francia, no se concebirían siquiera estos diez últimos años de lucha desigualísima, bajo todos la
el
las fuerzas
conceptos, y honrosa para los españoles. Por la parte de Cataluña, como estaban ya á nuestro favor los natu-
obtuvimos constantemente ventajas. El marqués de Caracena y después de él D. Alonso Pérez de Vivero, conde de Fuensaldaña, lograron conservar la Lomrales,
BOSQUEJO HISTÓRICO
276
bardía á pesar de las superiores fuerzas de los coligados; y de Ñapóles fué rechazado otra vez
Guisa, ingrato
Mas
gracias á lo al
al
lo principal la
rey Felipe, á quien debía
de
la libertad.
guerra se trasladó á Flandes,
la
ayuda que
duque de
el
las provincias fieles,
y que por
mismo se habían mantenido católicas, solían prestar gobierno español. La larga lucha de la independen-
cia
de Holanda dividió para siempre, en dos trozos, los
Países Bajos, bien
la
como en
siglo anterior
el
ha demostrado
violenta sublevación de Bélgica contra
e!
sucesor
de Guillermo de Orange. Aprovechándose de aquel espíritu católico
y separatista hábilmente, los gobernadores allí siempre algunos medios para
españoles hallaron
guerrear contra Holanda, y estos medios mismos se
emplearon después contra Francia, que sólo ofrecía á aquellos naturales
y por
lo
el
cambio de un dueño lejano y
débil,
mismo ya condescendiente, por
otro engreído,
Hubo también alguna
ventaja en que
próximo y
fuerte.
vinieran á servir por aquellos años en nuestro ejército, á causa de sus disidencias con la Regente doña
Austria,
Conde, y
el el
Ana de
antiguo duque de Enghien, príncipe ya de
vizconde de Turena, los más ilustres de los
generales franceses del siglo.
con D. Juan de Austria y
el
Mandando
el
primero,
marqués de Caracena, nues-
obtuvo un triunfo en Valenciennes salvando aquella plaza sitiada; pero en cambio D. Juan de Austria y Conde, acompañados del duque de York, tro ejército, se
que fué más tarde Carlos dos años después
II
de Inglaterra, perdieron
la batalla
de las Dunas contra los
franceses y tras ella
la
plaza de Dunquerque. Al
fin,
en 1658, después de muchos meses de inútiles tratos, abrieron España y Francia formales negociaciones para
CASA DE AUSTRIA
277
la paz, la primera, por medio de D. Luis de Haro, y la
segunda, del cardenal Mazzarino. Fué
el
lugar de la con-
ferencia una casilla de madera, construida de por mitad
en
Bidasoa, llamada de los Faisanes, á
la isla del
la
raya de España y Francia, y que se supuso que pertenecía á ambas coronas, para que ni una ni otra pasara por negociar en territorio enemigo. Concertáronse los
negociadores en ciento veinticuatro artículos, que
man en
for-
aquella paz famosa de los Pirineos, tan importante
la historia
de España. Por
mero de plazas y
territorios
ella
cedimos un gran nú-
de Flandes, y
lo
más
sensi-
ble fué que tuviésemos que abandonar también los con-
y Conflent, señalando allí, como líla cima de los montes Pirineos; de modo que todo lo del lado de acá quedase dados
del Rosellón
mites entre las dos naciones,
á España, y
lo'
de
allá á Francia.
No
es
fácil calcular
pudieron ó no obtenerse muchas mayores ven-
ahora
si
tajas
de aquel Tratado, porque, naturalmente, Fran-
cia persistiría en conservar las conquistas les para sí juzgase.
celar
que más
Pero hay bastante motivo para
que por falsos cálculos de
la
abandonarse Rosellón, debió darse doble ó interés
re-
corte y orgullo de su
ministro, faltó acierto en las negociaciones. Antes
torio en
úti-
que
triple terri-
Flandes y aun todos aquellos Estados. Si
de Francia
la
inclinaba á traer al Pirineo su
frontera meridional, tanto ó varla hacia
el
el
más debía
inclinarla á lle-
Rhin, objeto preferente de su política
desde entonces. Sea como quiera,
allí
acabó
el
duelo á
muerte de España y Francia, que duró veintisiete años, asegurando á la segunda el primer lugar en el continente europeo.
Quedó también pactado
allí el
matrimonio del joven
BOSQUEJO HISTÓRICO
278
monarca francés Luis XIV con mediante
el cual,
de sus derechos hizo el
tiempo, á
la
la infanta
y á pesar de
María Teresa,
renuncia expresa que
la
había de suceder, con
la infanta,
casa de Austria
de Borbón en Espa-
la
mismo rey Felipe IV, y así volvió á ver á su hermana Ana de Austria, con quien tan funesta lucha había mantenido, como ña.
Fué á entregar á su
reina de Francia.
A
hija á la frontera el
todo esto, y desde 1649, hallábase
casado, por segunda vez, Felipe IV con doña Mariana
de Austria, su sobrina, antes destinada á su difunto hijo D. Baltasar. Hízose este matrimonio á petición de
las
nación entera, sumamente inquieta
ya
Cortes y de la por la falta de heredero varón. Nació de tes de la paz
de los Pirineos,
dado Próspero, por pondía,
lo cual
Teresa á
la
las
el
él,
un año an-
príncipe Felipe, apelli-
grandes esperanzas á que res-
permitió que se diese la infanta María
Francia. Pero aquel niño, que llegó á ser ju-
rado príncipe de Asturias, murió á los cuatro años, y túvose á gran fortuna que, quince días después, naciera el
que fué luego Carlos
sas disgustos amargos en
menores se política.
interés,
II.
el
Causaron todas estas cocorazón de Felipe IV, y no
los produjo su última
y burlada esperanza
Cifrábase ésta en reducir á Portugal,
el
mayor
con efecto, de su corona, y para alcanzarlo
se-
había ya negado firmemente á que entrase aquel reino la paz de los Pirineos. Eran muertos, á la sazón, el duque de Braganza, que se llamó D. Juan IV, y su hijo Teodosio, y ocupaba el nuevo trono D. Alonso, joven
en
licencioso y de flaco juicio; pero aquella ambiciosa hija
de Huelva, doña Luisa de Guzmán, su madre, supo, no obstante, defenderse con siva.
sumo
brío
Quería Felipe IV, ya viejo,
ir
y aun tomar la ofenla campaña formaí
á
I
—
CASA DE AUSTRIA
que emprendió contra ello su favorito él
los portugueses,
completa derrota en
alterar
las líneas
Nuevos el
dirigirla
aquel aprendizaje militar
una
de Elvas, que nuestro
y entre otros el de valor de la moneda, mez-
arbitrios,
de nuevo, en 1661,
clando en ella
mas se opuso á
Haro, ofreciéndole, en cambio,
en persona. Costónos
ejército sitiaba.
279
cobre y
el
se inventaron con
la plata,
motivo de esta guerra desgraciada. Diez y siete veces decía Jacobo Quirino por entonces -que se había alte-
—
rado durante los últimos catorce años
el
neda; añadiendo, con fundamento, que,
valor de la mosi al
pronto se
ganaba un 40
por 100 en la alteración, á la larga se per-
dería toda
plata
la
rentas estaban
que con el cobre se mezclara. Las empeñadas hasta 1667; no entraba la me-
nor cosa en las poblaciones que no pagase crecidísimos derechos, exceptuándose sólo
San
y el caudal de que se esperaba de Nueva España estaba desti-
nado, en
les
pan, que en honor de
Isidro labrador se respetaba todavía,
la flota
cia,
el
la
mayor
parte, para dote de la reina de Fran-
indemnizaciones
al
príncipe de
y deudas ya contraídas. Con
Conde
ó sus parcia-
tales apuros se orga-
nizó un nuevo ejército contra Portugal,
al
mando de
D. Juan de Austria, que en los campos de Estremoz fué también derrotado, quedando, como dijo un papel del tiempo,
''í
destruida
la flor
de España,
lo
mejor de Flan-
»des, lo lucido de Milán, lo escogido de Ñapóles, lo
»granado de Extremadura; perdiéndose 8.000.000 que la empresa y millares de muertos y priNadie se ha portado bien escribía de allá D. Juan—, rá yo mismo, puesto que vivo.y^ Murió en esto D. Luis de Haro, y Felipe IV, que parecía más activo y más inteligente, mientras más edad tenía, halló
»había costado
sioneros».
^
—
,
BOSQUEJO HISTÓRICO
280
manera aún de reunir otro
órdenes del
ejército, á las
marqués dé Caracena, que fué también vencido, aunque no deshecho, en Montesclaros, media legua de Villavi-
Debiéronse tantos desastres, en mucha parte, á
ciosa. los
cuerpos veteranos ingleses, franceses ó portugue-
ses, delante de los cuciies
ralmente bisónos. Pero
poníamos regimientos gene-
al recibir la
nueva
del último,
exclamó ya Felipe IV: ^^Hágasela voluntad de Dio s»
y cayó acongojado. Su alma, como su cuerpo, estaba, y con razón, rendida. Pasaba ya esto en 1665, y ocho años antes había dicho de él D. Jerónimo de Barrionuevo en uno de sus Avisos inéditos, refiriéndose á ruidosa fiesta que se
Ȓaban
como á
los
le dio
en
la
gusanos de seda, á
los cuales, para
»que no se mueran, cuando se encapota »truenos y rayos, no hay
cierta
Zarzuela, «que lo tra-
y hay
el cielo
más remedio que
tocarles
»guitarras, sonarles adufes, repicarles sonajas
»con ellos de todos los instrumentos alegres».
y usar
A la rota
de Villaviciosa no sobrevivió ya Felipe IV sino tres meses, rindiendo al Criador su espíritu el 15
de Septiem-
bre de 1665. Las postreras palabras que dirigió á su hijo,
incapaz aún de comprenderlas,
fueron
<Dios os bendiga y haga más dichoso que tres hijos legítimos,
de tantos com.o tuvo,
vieron: el niño D. Carlos
y
las infantas
yo.>>
le
Sólo
sobrevi-
doña María Te-
resa y doña Margarita, que fué emperatriz. timos,
estas:
De
los ilegí-
mucho más numerosos,
sólo reconoció á D. Juan de Austria. Llamóse á este rey Felipe el Grande, al comenzar su reinado, y es bien conocido el donaire que acerca de esto se dijo, comparándole con los agujeros del
campo, que
quitando.
son más cuanta más tierra se
les
va
En su testamento nombró por heredero
al
lo
281
CASA DE AUSTRIA
quedaba de matrimonio, llamando al trono, á falta de descendencia suya, á la infanta doña Margarita con sus descendientes; á falta de éstos también, á los hijos y descendientes de la emperatriz doña Único varón que
le
María, su hermana, con las mismas condiciones y precedencias dispuestas en la sucesión de sus hijos; á falta los hijos y descendientes legítidoña Catalina, su tía, duquesa de
de éstos, por último, á
mos de
la infanta
Saboya; excluyendo, en todos los casos, á los desc^dientes de la reina de Francia, doña María Teresa, su con estas formales palabras: «Queda excluida la ^infanta doña María Teresa y todos sus hijos y descen-
hija,
varones y hembras, aunque puedan decir ó »pretender que en su persona no corre ni pueden con»siderarse las razones de la causa pública, ni otras en
^>dientes
»que se pueda fundar esta exclusión; y »enviudar
la
-monio, en
si
acaeciere
serenísima infanta, sin hijos de este matri-
tal
caso quede libre de
la
exclusión que
»queda dicha y capaz de los derechos de poder y suce»der en todo.» ¿Quién había de decir que de tantas personas y líneas llamadas á la sucesión del trono, sólo había de venir á ocuparla aquella tan terminantemente excluida por las anteriores palabras? Determinó también rey que fuese tutora del príncipe y gobernadora del reino, durante la menor edad de aquél, su esposa doña el
Mariana, asistida de una junta ó consejo de gobierno,
que había de componerse del presidente del Consejo de Castilla, que era á la sazón el conde del Castrillo; del vicecanciller de
Aragón, que
lo
era
el
jurisconsulto
D. Cristóbal Crespí de Valldaura; del arzobispo de Toledo, primado del reino, que lo era el cardenal Sandoval;
del
inquisidor general, que lo era
el
cardenal
BOSQUEJO HISTÓRICO
282
D. Pascual de Aragón, ó los que sucediesen en tales puestos, y además, por la clase de grandes,
de Aytona, y por
Peñaranda. de
la
Con
el
Consejo de Estado,
el el
marqués conde de
esta junta se pretendía que la regencia
reina fuese tranquila, pero no bastó, por cierto,
como hemos de ver más
adelante.
A ERA notoria, palpable, la decadencia de España: las semillas que á fines del siglo xvi aparecían
sembradas habían germinado y
producido todos sus frutos infaustos. En 1640, llegó casi inadvertida la hora crítica de la catástrofe pero no sin;
tiéndose todavía en Madrid impresión desfavorable ninguna. Merece la pintura de lo que fué la frivola cor-
de Felipe IV, y el estado de la nación en su tiempo, que hagamos un nuevo alto. Comparando lo que escribimos ahora con lo que antes de hablar de Felipe III te
dejamos consignado, puede formarse idea exacta de lo más íntimo y cardinal de la historia de España en los siglos
XVI y XVII.
Celebrábase entonces, con costosos festejos, no sólo cada suceso de familia como el matrimonio del rey de ,
Hungría, sino cada rumor de triunfo que corría, verdadero ó falso, y los había también, no pocas veces, sin pretexto alguno.
De
se representó cierta
más señalados fué uno en que comedia de magia, ó más bien alelos
goría, con el título de la Circe, invención de un tal Cos-
BOSQUEJO HISTÓRICO
284
me
Leti, sobre el estanque
grande de
los
nuevos Jar-
dines del Retiro, con máquinas, tramoyas, luces y toldos, parte fundados en el lecho mismo del estanque, parte sobre barcas que iban á la par navegando. Estan-
do
la
representación en un punto en que se fingían tor-
mentas, estalló una verdadera con viento
,
que
tal
de
torbellino
desbarató todo y algunas personas
lo
peli-
graron de golpes y caídas; mas no se desistió del espectáculo, repitiéndose pocos días después, delante del rey
con
la
corte primero, y luego delante de los
Consejos, comunidades religiosas y pueblo. Acrecentándose cada día
la afición al
arte dramático,
donde
más de continuo asistía el pueblo era á los teatros ó corrales, así como el rey y los cortesanos cultivaban la misma afición en las salas de Palacio, donde llegaron á hacerse comedias improvisadas por los primeros ingenios de la época, que
allí
mismo tramaban
el
plan,
y
re-
partiéndose los papeles, las ejecutaban luego, siguiendo á su voluntad los diálogos.
Con
tal
género de favor no
tardó este arte en extenderse y progresar sobremanera. Los antiguos corrales de la Cruz y del Príncipe se convirtieron en teatros, para aquel siglo lujosos,
mecanismo de
la
y todo
el
imitación alcanzó una perfección hasta
entonces desconocida en Europa. Los comediantes, no contentos con las ganancias que Madrid les ofrecía, cru-
zaban continuamente los caminos, grandes hasta
las
y,
más pequeñas, todas
desde las
las
más
poblaciones
del reino veían levantarse telones
y ejecutarse comedias, bailes y entremeses. Nada habría que decir de este entusiasmo escénico en otra época; pero dadas las misedesgracias y peligros de la monarquía, resístese á aplaudirlo la pluma severa de la historia. Miserable rias,
2S3
CASA DE AUSTRIA
espectáculo ofrecía por cierto Felipe ÍV, regocijado y planceníero en las comedias, mientras su herm.ano, el infante cardenal D. Fernando, rendido el cuerpo de tan
campañas y trabajos en Alemania ó Flandes, y acosado el ánimo de presentimientos y temores por la suerte de la patria, enflaquecía de hora en hora, y en largas
florida
edad bajaba
al
sepulcro. Faltábanle soldados
al
sobraban representantes y truhanes, porque, según dejó escrito uno de ellos con
buen infante, y
al
rey
le
imparcialidad notable, <'Como su vida era libre
y apete-
»cida de gente moza, se aum.entaban considerablemente »cada día». No había dinero; á punto que el rey se echó sobre la plata que trajo en 1639 la flota de Indias de
propiedad particular, tomando
la
mitad para
sí
y pagan-
do de la otra mitad mucha parte en calderilla: nuevo despojo y no menos inicuo que los del tiempo de Feli-
pe
II;
y en medio de
dose á mucha costa
tales el
apuros continuaban labrán-
Buen
Retiro, comenzado por
y un teatro en él donde se representasen comedias con más lujo que antes en los salones; obra grande, al decir de un autor contemporáneo. Allí, entre comediantes, farsas, bailes, los reyes perdían no poco Olivares,
de su dignidad,
al
paso que estimulaban
el
ocio ruinoso
de los vasallos. Porque gustaba la reina de ver silbar comedias, dieron los cortesanos en silbarlas todas,
buenas ó malas, con igual diligencia. Para que viese asimismo la reina lo que pasaba en las cazuelas de los teatros, se representó bien al vivo en el
Buen
Retiro,
trayendo mujeres que se mesasen y arañasen unas, que se diesen vayas ó insultos otras, y mosqueteros ó truhanes que de propósito las enojasen. Hasta se echaron
alguna vez entre ellas reptiles que las asustaran; y
BOSQUEJO HISTÓRICO
236
«ayudado esto», exclama un contemporáneo, con
liber-
tad singular, «del son de silbatos, chiflos y castradores, »se hacía espectáculo
A
más de gusto que de decencia».
esto vino á parar, á las veces, la admirada gravedad
de nuestros reyes de otro tiempo. Felipe, tan ceremonioso, constituido casi en un ídolo antiguo, cían los venecianos, toleraba esto,
como
de-
no obstante, en pre-
sencia suya, de su esposa y de sus hijos; dando tales
que uno, de nombre Juan
alas á los representantes,
Rana, que hacía de gracioso, osó mofar públicamente por los afeites que usaban en
rostro, durante
el
una de
representaciones del Buen Retiro, á dos damas prin-
las
cipales de la corte. Semejantes devaneos, comunicán-
dose á
generalidad de
la
nación, rápidamente acaba-
la
ron de corromper por aquel tiempo las venerables cos-
tumbres de
los antepasados.
No hubo
en Madrid, bien
pronto, moralidad alguna; quedaban la soberbia, que-
daban
el
valor y algunos rasgos externos del antiguo
carácter español; pero no las virtudes que describió en el
siglo anterior Luis
Cabrera(de Córdoba). Pintaba con
exactitud, sin duda, D. Francisco de
de
la
Quevedo
los vicios
época; no hay grande encarecimiento en sus des-
cripciones.
Su desenfado podía
ser
muy
tonces; y fué, con efecto, perseguido
peligroso enel
poeta, con
pretextos varios, entre los cuales hubo uno injustísimo,
que fué ses.
el
de que mantenía inteligencias con los france-
La verdad era que había
hallado medio de poner
ante los ojos del rey un memorial en verso, donde apun-
taba las desdichas de principal
la
causa de ellas
república, señalando al
aborrecimiento de éste hasta za,
y
así
como
conde-duque. Siguióle el
el
último día de su privan-
estuvo Quevedo en San Marcos de León,
\
CASA DE AUSTRIA
287
durante cerca de cuatro años, los dos de ellos metido
en un subterráneo, con cadenas é incomunicado. fué poco que no
le
como
degollasen,
al
Y
no
principio se
creyó en Madrid, recordando otros ejemplares. Pero mientras aquel terrible censor pagaba así sus libertades, la corte, los
magistrados y los funcionarios de todo gé-
nero acrecentaban sus abusos cada
día,
y entretanto
hervía España, y principalmente Madrid, en riñas, robos
ó asesinatos. Los capeadores, ó ladrones de capas, no
perdonaban siquiera
las entradas
y
salidas de palacio,
despojaban de noche á todo transeúnte, clase ó persona.
Pagábanse cada
tábase notoriamente
conventos,
el oficio
saqueábanse
sin distinción
día muertes
y
y de
ejerci-
de matador; violábanse
iglesias,
galanteábanse sin
reserva monjas, como mujeres particulares; eran innumerables, á
la
semana,
los desafíos, riñas, asesinatos
y venganzas. Léense en las cartas y avisos de la época continuas y horrendas tragedias, que muestran no mucho más respeto á las cosas de Dios que á las de los hombres. Tal caballero, rezando á sia,
la
puerta de una igle-
era acometido de asesinos, robado y muerto;
llevaba á confesar á su mujer para quitarle
al
tal
otro
día
si-
vida y que no se perdiese con el cuerpo el alma; éste, acometido de facinerosos en la calle, se aco-
guiente
la
y allí mismo era muerto aquél se despertaba de noche al sentir puñaladas en su almohada, y era que su propio ayo le erraba
gía debajo del palio del Santísimo, ;
golpes mortales, disparados por levísima ofensa. Una
compañía de naturales de Antequera, y
los soldados
del tercio de Madrid, estuvieron batallando todo
en ó
la
un día
corte por pequeña ocasión y se dieron hasta doce
más acometidas en
las calles, á
pesar de haber sacado
BOSQUEJO HISTÓRICO
288
de una iglesia
el
Santísimo Sacramento para aplacarlos.
El corregidor de
Málaga prendió, por leve disgusto, á
un hombre principal, y omitiendo el proceso le hizo decapitar de noche, sin confesión y por un esclavo. En quince días hubo en Madrid sólo ciento diez muertes de
hombres y mujeres, muchas en personas
principales.
Tales datos, años ha sacados de los Avisos de Pellicer por
el
autor de esta obra, se han enriquecido sobre-
manera con
la
la Correspondencia de modernamente en el Memorial his-
publicación de
los Jesuítas, hecha
tórico. Allí los delitos privados, los desacatos á la justicia, las
contiendas violentas de jurisdicción, los atro-
pellos, las
excomuniones,
los sacrilegios
yá
la
par con
todo esto las hechicerías, los embaucamientos y las supersticiones ridiculas, se encuentran por centenares. Escándalos, muchos de ellos no extraños ciertamente
en otros países y épocas, donde se han visto iguales, si
no mayores, pero casi inconcebibles en España, que
tan severas costumbres tenía en tiempos de Felipe
II.
Atribuíase no poca porción de estos crímenes á los sol-
dados de
los
nuevos tercios que se formaban, tan sólo
ejercitados en la facción de los sacos,
como
decía un
papel del tiempo; y bien podía ser, porque con tinua guerra estaban casi agotados los
dadero espíritu
militar.
la
con-
hombres de ver-
Apenas acudía á ponerse volun-
tariamiente bajo las banderas sino gente perdida, m.ucha
por engaño ó por fuerza, y que, por lo mismo, no tardaba en desertar y darse á mala vida, no poca que tomaba por oficio el engancharse, y recibida la paga desertaba antes de
salir
á campaña, quedándose en
la
modo de vivir que el robo, hasta hallar nueva ocasión de engancharse. Formaban estos tamcorte sin otro
CASA DE AUSTRIA bien cuadrillas de malhechores en despoblado, que co-
metían inauditos desmanes; m.as no eran ellos sólo, sino
que se dedicaban á este ejercicio, especialmente en Cataluña. Allí corrían en
los labradores
cuadrillas, ó
y lugareños
los
por quejosos de
la
autoridad, ó por facine-
muchos hombres de valor y conocimiento en el terreno, burlando las iras de la justicia. Llamaban á rosos,
aquella vida
andar en trabajo, y había entre
ellos
sus
y capitanes. Tales ó semejantes cuadrillas de foragidos ¿e vieron asimismo en las llanuras de la desierta Mancha. Y en tanto los tribunales del reino, unas caudillos
veces mandaban ahorcar ó degollar por leves causas, por precipitación, á inocentes, y otras se mostraban descuidados con los criminales más peligrosos. El gobierno solía ser menos severo todavía
y aun
ajusticiaban,
que los alcaldes de corte ó los corregidores para los delincuentes, perdonando con frecuencia los mayores excesos, ó por vicios,
la
calidad de las personas, ó por sus ser-
ó por mero capricho
del príncipe
y su privado.
Así se vio á D. Pedro de Santa Cilia entrar con alto puesto á servir en los ejércitos y armadas de España después de haber dado muerte por sus manos ó su industria á trescientas veinticinco personas. Era este
don
Pedro mallorquín, y, siguiendo los impulsos vengativos, que asemejaban entonces á sus paisanos á los naCórcega, determinó vengar la muerte de un hermano suyo y se lanzó á cometer tantas en personas casi siempre inocentes, echándose á bandido. Hallábase en Madrid Santa Cilia cuando sacaron de palacio un turales de
caballo que nadie osaba montar por su bravura; ofreció-
se á hacerlo Santa Cilia, y
lo
ejecutó con tanta habili-
dad que todos los presentes quedaron maravillados. 19
BOSQUEJO HISTÓRICO
290
Violo también
el
rey; mandóle subir y que le contase
su historia, y por último le perdonó y admitió á su seren gracia de su atrevimiento. Portóse luego San-
vicio,
ta Cilia
como soldado y
capitán de valor, señalándose
en Nordlinghen y otras ocasiones; pero creíble de sus crímenes pedía, á
Con
tales caprichos
y
la
el
número
impunidad frecuente que ofre-
pretendido derecho de asilo á cuantos
cía el
in-
verdad, otro rigor.
la
tomaban
La Inquisición hacía más de estos desafueros, lim.i-
iglesia, no había justicia posible.
ya
la vista
gorda á
los
tando su atención y cuidado á los casos de herejías y supersticiones del vulgo ó á los delitos que le encomen-
daba
el
rey.
Sorprende hoy
la facilidad
con que corrían
de ideas y palabras obscenas, que no se tolerarían en los tiempos modernos siendo así que tan libros llenos
,
rigurosa censura se ejercitaba contra los autores en
tocante á pensamientos religiosos y políticos. Notaron ya los venecianos la flojedad de la conducta
todo
del
lo
Inquisidor general,
poderosa, en
el
cuando se trataba de gente
negocio escandaloso de
las
monjas de
San Plácido, convento fundado por el protonotario de Aragón D. Jerónimo de Viilanueva, uno de los principales ministros de
la
época. El proceso acerca de este
asunto, cuya principal pieza está en Simancas y otra
también notable en lá (1),
el
nuevo Archivo general
da á conocer detalles
áo,
muy repugnantes de
Alcapros-
y supersticiones por parte del D. Jerónimo, del del convento, de la abadesa, amiga antigua del pri-
titución
prior
mero, y de
(1)
las
monjas. Jamás
Trasladado posteriormente
nal, de Madrid.
la
ignorancia y
al
el vicio
han
Archivo Histórico Nacio-
CASA DE AUSTRIA
291
aparecido quizá en tan singular consorcio; y aunque
D. Jerónimo estuvo preso por
la Inquisición,
sele sólo «por algunas causas,
sentenció-
y justos respetos», en
lugar de «las grandes penas en que se pudiera conde-
»narle» á ser «gravemente reprendido y advertido de »lo que resultaba contra él de su proceso»; y á abjurar de levi , por suponerse que cabía en todo ello opinión
herética (1). Esta desigualdad de los procedimientos ó
castigos llegó á
tal
punto, á las veces, que repugna
sentido común, cuanto
más
al
al
derecho. Vense en los
autos de fe, ó quemadas ó duramente castigadas mu-
chas personas por delitos como corren impunemente
la
bigamia, mientras
muchos atentados seguramente
más graves. Cualquier palabra de doble
sentido ó sos-
pechosa, en materia de fe ó de culto, era también castigada con
más crueldad que
el
robo de una monja ó
la
violación de unos votos; bien que esto último llegó á ser cosa frecuente.
Y
era á todo esto tan general
el
fanatismo, que
el cronista D. José Pellicer y Tovar, después de narrar en sus Avisos tan grandes peligros é
iufelicidades, exclama:
«De verdad, una de
las desdi-
>chas que se deben reparar con más atención y lástima, »es ver á
España tan
llena por todos lados
:s>enemigos de nuestra santa fe católica».
Pellicer
de judíos
Lamentábase
de esto cuando en 1632 se había celebrado en
Madrid un solemne auto de fe y con asistencia del rey, para quemar á algunos pobres judaizantes; y se les seel reino, como en Tan extraña confu-
guía persiguiendo á muerte en todo los días -sión
<1)
más severos de Felipe
II.
en las ideas y las costumbres había introducido
Archivo de
¿"///ra.^cí?^.
— Inquisición.— Legajo
la
núm. 412.
BOSQUEJO HISTÓRICO
292
mezcla de
austeridad antigua con la liviana vida de
la
Felipe IV y la política irreflexiva de su privado.
Hubo quien
dijo,
en
el
entretanto, que llegaron á cua-
en tiempo de Felipe IV, y aunque no dejaron de ganarse muchas, lo cierto es que, renta las batallas perdidas
lo
mismo
las
ganadas que
las perdidas, inútilmente con-
sumieron nuestra sangre. Podía pelear España, desde antes de mediar triunfo,
él siglo,
por
el
honor,
mas no ya por
el
que era de todas suertes imposible. Las pérdi-
das de territorio fueron á
la
par inmensas, aumentándo-
se varias á los últimos años á las que hubo en tiempo del conde-duque.
de
No
solían pasar á todo esto las tropas
Península de 20.000 hombres, y esos sin instruc-
la
ción ni pundonor; cuadrillas de holgazanes y foragidos
más
bien que no escuadrones y tercios, mientras que
Flandes, Lombardía, Sicilia y Ñapóles, solían hallarse casi del todo
desguarnecidas de soldados nacionales.
Bien pronto se empleó comúnmente
de
el
nombre glorioso
infantería española, para designar con
la
respetado antes, á
la
él,
tan
turba que en los patios de los tea-
tros se ejercitaba en silbar ó aplaudir comedias,
compás que se agotaban
y
al
los soldados desaparecían los
generales y capitanes. La marina, á pesar de que de-
pendían casi totalmente ya
el
del monopolio, del comercio rica,
estaba reducidísima, y
comercio y
la
Hacienda
y de las minas de Amécomo no había quien es-
coltase las ilotas, ó no llegaban ó llegaban tarde á
nuestros puertos, robadas y perseguidas con frecuencia, ya por las escuadras de las potencias enemigas, ya
por piratas de todas las naciones que, alentandos con la
impunidad y
el
cebo de una segura ganancia, salían
á buscarlas por los mares.
Con
el
nombre de Hermanos
CASA DE AUSTRIA
de la costa ó de
293
filibusteros, llegaron los piratas á ata-
car formalmente alguna de nuestras escuadras y á hacer
desembarcos en islote
de
la
y hasta se apoderaron del Norte de Santo Domingo, estor-
tierra firme,
Tortuga,
al
bándonos desde allí la navegación. Señaláronse entre ellos el francés Pedro Legrand, el holandés Juan David, los ingleses Mansfield y Scott y un mestizo de Nueva
España llamado Diego
Mulato,
el
cual propuso nues-
al
de España, con
tra corte, sin rubor, hacerle almirante
sueldo crecido y perdón de sus innumerables crímenes. Ni dejaban los argelinos de recoger las pocas naves que libraban bien de los
Hermanos de
la costa, apresán-
dolas luego en nuestras mismas aguas,
paso que ro-
al
baban nuestras propias costas é impedían
Y
gación del Mediterráneo.
la libre
nave-
en tanto, se pedían naves
de limosna á Genova, se alquilaban á los holandeses, y el conde de Castrillo, D. García de Avellaneda, como presidente del Consejo de Hacienda, declaraba que era preciso renunciar á tener armada.
constantemente en este tos,
infeliz
Con todo
eso, sonaban
período, ya en ejérci-
ya en escuadras, todos los antiguos nombres favo-
recidos de
la
fortuna y de
la gloria,
mas no ciertamente
para acrecentar su esplendor. Ejército mandó un duque
de Alba en Portugal, y fuera mejor para su nombre que no lo mandara, donde tan alto había dejado el suyo su abuelo; ejército
mandó
allí
na, bastante diferente del
de; ni el D.
de Felipe
II;
también un duque de Osu-
que mereció
el título
Juan de Austria de ahora era ni
el
de gran-
de los días
fué un Colonna que se halló en Catalu-
ña semejante á aquellos otros valerosos y experimenta-
dos compañeros del Gran Capitán;
ni
tuvo que ver otro
Alejahdro Farnesio que sirvió en Portugal con aquel
BOSQUEJO HISTÓRICO
294
de Flandes;
ilustre
ni los
Dorias y
Cruz eran tampoco invencibles dres;
Guzmanes y Zúñigas,
el
marqués de Santa
como sus pa-
m.arinos
primero, luego Toledos,
Benavides, Ponces de León y Haros, perdían á ción en
el
gabinete y en los campos de
la
na-
'batalla; princi-
el mismo rey más funestos enemi-
palmente aquellos Guzmanes á quienes
D. Felipe llegó á contar por los
gos que por entonces hubiese tenido España, poco antes de su muerte. Guzmán, era el conde-duque; Guzmán,
doña Luisa, duquesa de Braganza y su hermano el sospechoso duque de Medina-Sidonia; Guzmán, el marqués de Ayamonte, de quien se hablará luego; Guz-
manes se
hallan en las conjuraciones todas y en todas
las derrotas.
De
ellos
solamente
el
marqués de Lega-
nés, á pesar de sus faltas, sirvió bien en la guerra.
Á la
par con éstos hallábanse, en poder é influencia, casi
todos los nobles de otros tiempos, porque los favoritos eran siempre nobles.
Fernando V,
ni los
no por eso daban
Ya no
oprimía
altas
los contenía la el
venganza de
brazo de Felipe
muestras de
sí, ni
íí,
pero
reconquistaban
su antiguo prestigio. Si iban á los ejércitos no era por
deber ó gloria, sino por los sueldos y comodidades; por poseerlos y disfrutarlos se disputaban los destinos públicos, sin consultar si su
capacidad bastaba ó no para
desempeñarlos; ninguno entendía servir á á
sí
propios. Viéronse también aparecer
la patria,
muchos
sino
títulos
nuevos; personas de humilde ó mediano nacimiento llegaban hasta á ser contados entre los grandes, y los hábitos de las órdenes militares sacados á pública su-
y las ejecutorias de hidalguía vendidas á precio servicios, continuaban aniquilando la clase pequeños de contribuyente del país, al paso que socavaban los ci-
basta,
CASA DE AUSTRIA
mientos de
la aristocracia
295
verdadera y crecía
la
vanidad
general, pueril ó funesta. Los que ya eran nobles se
juzgaban aptos para todo; unos mismos de ellos gobernaban, indistintamente, ejércitos ó armadas,
la
hacienda
ó los tribunales, asistían á los Consejos del rey y
vez componían, en
los
ratos
tal
de ocio, entremeses y
comedias.
En cambio ñola
la religiosa fidelidad
la
nobleza espa-
rey flaqueó á toda prisa, abriendo y enseñando
al
prácticamente
al
pueblo
el
camino, ya por
de las revoluciones.
No hay que
gal ó Cataluña, ni
menos de
donde
de
él
hablar sólo de Portu-
las provincias
antiguo espíritu nacional arrastró á
el
olvidado,
de
la
Italia,
subleva-
La docmonarcomaquía, profesada de impunemente en España por mucho tiempo y ya desacreditada en todas partes, comenzaba á tener adeptos hasta en Castilla, y lo mismo el derecho de insurrección. Punto es éste en ción á todas las clases, pueblo, clero ó nobleza.
trina
el
la
que conviene acaso una digresión, para mejor
gencia de los tiempos.
mances
satíricos
de
la
No
inteli-
en vano, en uno de los ro-
época, se leían estos versos:
España gime oprimida, la iglesia está peligrosa,
Y
aun pienso que de los grandes
la lealtad v fe
Con
efecto;
además
zozobran.
del alzamiento
de Braganza, que
cabo era descendiente de reyes, y de la sospecha fundada de que Medina-Sidonia, su cuñado, quiso imitarle
al
en Andalucía, hubo otras conjuraciones y procesos de muy principales, por delitos intentados ó co-
personas
metidos contra
la
corona.
En
ciertos
Avisos de corte y
BOSQUEJO HISTÓRICO
296
publicados en
el
tomo VII de
la
ya citada Colección de
cartas del Memorial histórico, está impresa una de
D. Carlos Padilla, teniente general que había sido de caballería, tan incoherente é incompleta
allí,
que más
bien que obra de un conspirador, parece fruto de una
imaginación extraviada. Pero en
dada en Simancas, sible,
la
causa original, guar-
carta está entera y
la
con otras varias, y
las
más compren-
confesiones hechas por su
autor dan idea completa de que hubo en realidad delito.
Pasaba este sujeto por agente
del ministro D. Luis
de Haro, con quien se entendía, en realidad, acerca de
una comisión que debía llevar á Francia, para alimentar allí la
discordia entre
sangre; pero,
la
reina viuda
y
los príncipes
de
la
propio tiempo, negociaba con los por-
al
tugueses, que conspiraban en Andalucía á favor, según parece, del duque de Medina-Sidonia, y sobre todo tra-
taba con
el
duque de
Híjar,
propósito entre las manos.
poseer á un tiempo los
que contra
él
tas dispuesto á
la
que supo que tenía un gran
De
esta
manera procuraba
confianza del Gobierno y
la
de
maquinaban, mostrándose en sus car-
aprovechar esta doble circunstancia, ya
para mejorar de fortuna, ya para vengar sus agravios.
Comparábase á
mismo en una de sus cartas á los conjurados contra César, manifestando además que le guiaba la opinión de que, yóndole á España mal, siensí
do una, la convendría estar otra vez repartida en diversos Estados. Debía ser, por
lo
que se ve, Padilla uno
de esos hombres á quienes, en
las
épocas de desespera-
ción de las naciones, enloquece el deseo de las
cosas públicas, frecuentemente junto con
vecharse de
la
inevitable ruina general,
enmendar el
de apro-
que esperan,
para mejorar de fortuna. Lo cierto fué, entre tanto, que
297
CASA DE AUSTRIA
D. Luis de Haro, receloso de
él
por su conducta en
la
guerra de Cataluña y por sus libres conversaciones, comenzó á espiarle, logrando al fin interceptar una carta,
que D. Carlos enviaba á su hermano D. Juan,
castella-
no de Milán, per medio del conde de Asentar, D. Pedro
de Acuña. Formado proceso contra
él
y
las
personas á
quienes en su carta aludía y seguido con rapidez inusitada, fueron
condenados á muerte y degollados en á 5 de Diciembre de 1648,
Mayor de Madrid,
Plaza
la
el
y D. Pedro de Silva, marqués Sagra de Toledo, como convictos, sepregón decía, «de que trataban y solicitaban que
citado D. Carlos Padilla
de
Vega de
la
gún
el
la
»se cometiese traición contra
portugués, llamado
la
corona»
(1).
Un
capitán
Domingo Cabral, que había
sido
confidente de éstos y fué condenado también, pocos días antes murió en la cárcel.
En una Relación que hay
manuscrita de este suceso (2), se dice que era el don Carlos «hombre de ingenio agudo^ inquieto, sedicioso, »soberbio y no poderoso de sí mismo». D. Pedro de Silva, á quien se le sorprendió
es
dilla,
»dito,
Pero
allí
mismo
calificado
más culpado, en
la
carta,
con
la
de Pa-
de «legista de algún cré-
prudencia y gravedad». apariencia, de todos era don
aunque se deseaba en
el
una
él
Rodrigo de Silva, duque de Híjar y conde de Salinas, que, según declararon los reos precedentes, trataba con su ayuda de hacerse rey de Aragón. Basta para demostrar el
que era capaz de cualquier cosa aquel personaje,
hecho de haber declarado en
el
proceso,
como prue-
Archivo general de Simancas: Diversos de Castilla. Le(1) gajo 32, piezas 1, 2, 3 y 6. En un tomo de Papeles varios, de mi propiedad. (2)
BOSQUEJO HISTÓRICO
298
ba de su lealtad
al
rey,
que formalmente
le
había pro-
puesto á éste encargase de envenenar, por medio de un criado suyo
muy
diestro en ello, al
duque de Braganza;
propuesta que por cierto desechó con nobleza Feli-
pe IV. Tiene
el
autor de esta obra á
la vista el
testimo-
y una relación particular del tormento que hizo dar al duque el implacable D. Pedro de Amezquenio legal,
uno de sus jueces, durante hora y cuarto, y esos documentos no permiten dudar que era de robustísimo
ta,
temple
el
corazón de aquel magnate. Después del cuar-
to garrote, sajado al
ponerse en
y destrozado le» llevaron al lecho, y á uno de los presentes que «toda-
él dijo
»vía estaba para hacer dos versos».
Mucho
le valió
tan
extraordinaria firmeza, porque habiéndolo negado todo,
antes y después del tormento, las declaraciones de los otros reos contra su persona quedaron en meras pre-
sunciones, que
como
se decía entonces,
purgó
el tor-
mento. Los jueces se limitaron, pues, á condenarle á reclusión, advirtiéndole al rey que, por lo
que habían
notado del carácter del duque, convenía que fuese perpetua. Impresa está también la defensa del duque,
en respuesta á
la
que
acusación del fiscal D. Agustín del
Hierro, escribieron los letrados D. Esteban de Prado
D. Pedro Muriel Berrocal, en
la
cual consideran á
y
don
Carlos Padilla como un hombre «totalmente fuera de
y su carta como un conjunto de delirios (1); alegando además que si el propio D. Carlos y D. Pedro >razón>>
acusaron á aquél, no fué sino con apremio de tormento
¡Tan antiguo es el recurso de considerar locos á los auto(1) tores de los grandes crímenes, sobre todo políticos, los leguleyos a quienes la piedad legal confía la defensa!— J. P. de G.
299
CASA DE AUSTRIA
y rechazando el testimonio de los otros testigos á causa de hablar de oídas, ó por referencia casi todo. Don Pedro de Silva declaró, sin embargo, de ciencia propia, duque y á D. Carlos en el Prado, «que España estaba ya perdida, y que así se había de í>tomar partido con Francia, antes que muriese sin su»cesión S. M.>, que estaba viudo entonces, «para que
haber oído decir
al
duque, sobre ser rey
»ella asistiese á la pretensión del
»de Aragón». Las frecuentes entrevistas y tratos entre duque y los otros reos, nadie los negaba, por otra
el
y confrontados, en suma,
parte, ción,
los cargos
que también cerré impresa, con
los
de
de
la
la
acusa-
defensa,
parece que los tribunales de nuestros días difícilmente habrían sido menos severos que
duque de
Híjar.
el
Nunca mejor que,
de entonces con
al
el
salvar éste la vida
á fuerza de sufrimiento, se demostró quizá
la
verdad de
aquellos versos de un largo romance contemporáneo
ti-
tulado Sueño político, cuyo autor se supone que fué
un D. Melchor de Fonseca y Almeyda, y en
el
cual se
decía ya, entre otras cosas, á Felipe IV:
Aunque
las leyes lo ordenen,
advierte que en ios tormentos,
no se averiguan gran
re}',
las culpas,
sino los esfuerzos.
Justo es añadir, no obstante, que, habiendo alcanza-
do
la
muerte
preso,
el día
al
duque en 1663, estando todavía en León recibió el viático dirigió una
mismo en que
carta al rey, por medio de su confesor el P. Francisco de
Gandía, protestando de su inocencia y apelando
al
Tri-
bunal de Dios, que tenía vecino, contra su sentencia.
La
ocasión suprema en que escribió aquella carta, los térmi-
BOSQUEJO HISTÓRICO
300
nos de
ella
y la confirmación que dio á tal protesta el conde su ministerio, pueden hacer
fesor, con la autoridad
dudar de pero
la
culpabilidad del duque, á pesar de lo dicho;
que aparentemente dan á entender los documen-
lo
tos, es lo contrario.
Por
los
mismos
días en que se ejecu-
taron los mencionados castigos fué degollado en la cárcel
de Segovia D. Francisco Manuel Silvestre de Guzmán,
marqués de Ayamonte y jefe de aquellos descontentos de Andalucía, de que hablaba en su carta Padilla. Hay relación particular de este suceso, hecha por el famoso Diego de Colmenares y dada también á rrespondencia de los jesuítas, del
Fueron á todos
luz en la co-
Memorial
histórico.
los tres citados caballeros cortadas las
cabezas por detrás, aunque
de Ayamonte logró
el
el
favor de que esto se hiciese con
él
después de muerto;
pregón de los que salieron
al
público decía,
mas la
el
como
sentencia, «por traidores y coiispiradores contra la
»corona», según se lee en unas cartas de Pellicer cronista
1663, dio tro del
Ustarroz
(1).
mucho que
Buen
al
Algunos años después, hacia
hablar también
el
Retiro, entre cuyas tablas
suceso del tea-
y
al
pie de los
lienzos pintados de las decoraciones, se descubrieron cierta
mañana
las cenizas
habían colocado
allí,
de una cuerda quemada que
tocando con tres ó cuatro papeles
en que se contenía más de una
cuerda había resultado corta,
al
libra
de pólvora. La
consumirse, por no
puso y le prendió fuego, haber calculado bien el que lo que había de embeber conforme fuera ardiendo. Al la
Biblioteca Nacional: V, 104.— Híjar, que aparece como (1) D. Rodrigo de Silva en la causa, se llama á sí propio en su carta al rey D. Rodrigo Sarmiento de la Cerda, Mendoza y Villandrando, apellidos que muestran bien su antigua y esclarecida nobleza.
CASA DE AUSTRIA
301
punto se puso preso, con sospechas fundadas, á un berberisco, esclavo del marqués de Heliche y del Car-
y no se tardó en averiguar que este marqués había procurado envenenarle en la cárcel, por medio de un
pió,
paje suyo, á quien se cogió
negar
el
marqués
mandato suyo
el
No
pudiendo
calumniara, atribuyendo á
lo
proyectado incendio. El esclavo, en
tanto, superior por lo que se
sabía aprovechar
veneno.
alegó para justificarlo que
tal intento,
temía que aquel infeliz
el
ve á su amo, que tan mal
las lecciones del célebre doctor
Váz-
quez Siruela, que lo educara, nada declaró, aunque se tormento, que pudiera comprometerle. Pero antes de mucho se averiguó también, por más que lo negase
le dio
el
marqués
al
principio,
que tenía en su poder una
llave,
con la cual podía abrirse una puerta que conducía teatro y al lugar
mismo en que
pólvora. Habitaba entonces milia en el
Buen
al
se hallaron cuerda y
rey Felipe ÍV con su fa-
y que
Retiro,
quiso prender fuego
el
al
el
marqués
del
Carpió
teatro con manifiesta probabili-
el edificio y la familia que precede, por demás demostrado. Pero este marqués del Carpió, D. Gaspar de Haro y Guzmán, era Hijo del ya difunto primer ministro D. Luis Méndez de Haro y sobrino carnal y heredero
dad de que ardiese á real pereciese, está,
la
par todo
con
lo
conde-duque de Olivares, y con singular blandura, por eso sin duda, hizo el rey que se siguiese su procedel
so.
Nombrósele un
fiscal,
que más bien
le
favoreciera
que lo culpara, atribuyendo á motivos y fines insignificantes aquel hecho y considerándolo como simple incendiario para to,
que
el
librarle, entre otras cosas, del
tormen-
presunto delito de lesa majestad llevaba
consigo. Los hechos constan de esta propia manera,
BOSQUEJO HISTÓRICO
302
aquí narrada, en un escrito formado en defensa del marqués, de qué corren muchas copias, y que se intitula
causa que motivó la prisión del marqués del Carpió, duque de Montoro. Sentó luego plaza el marqués de soldado particular Arte de lo bueno y lo Justo
y
sirvió bien
en
la
la
guerra; pero ésta fué
ción de un delito tan grave,
haberle hecho
para
el rey,
al
la
única expia-
parecer intentado por no
como á su padre, primer ministro. más respetuosos seguramente
No
eran los nobles así,
con
la
corona que los del tiempo de Enrique IV ó Fernan-
do V. La
política
do, pues, á
la
de Felipe
lí
con ellos no había logra-
larga otra cosa que hacerlos cortesanos
y conspiradores en vez de guerreros y osados; y pe IV, que
al
Feli-
firmar la sentencia de los cómplices de
Híjar había puesto de su letra que con harto dolor de
su corazón la firmaba y sólo por respeto á la justicia, y que, á tan poca costa, dejó libre á Heliche, tampoco logró con sus bondades sino desmoronar lo principal
de
la
dad
obra levantada por su abuelo: que era
la seguri-
interior del reino (1).
Cuando
tal
era
el
estado social,
la
desorganización é
inmoralidad administrativa tenían que ser, naturalmente,
inmensas. Pagábase en cada plaz^de guerra ó cada ejército
doble número de gente de
la
que había; abastecíanse
á gran costa las fortalezas y armadas, y luego se halla-
ba que los bastimentos no llegaron ó se vendieron. escribía precisamente en aquel <Por cuyo engaño»
—
El examen de estos procesos, hasta aquí no conocidos, (1) merece mayor detención; pero eso es propio de un trabajo de otra índole. Aún se lia dilatado más aquí el autor que debiera, por la
extraña obscuridad en que han estado hasta aliora aquellos su-
cesos.
CASA DE AUSTRIA
tiempo
el
autor de Estebanillo
muchas
»ron
303
González— «se
perdie-
y se malograron muchas ocasiopudiera decir acerca de esto y de otros
victorias
»nes; que de ello
»sucesos que han pasado y pasan de esta misma calidad, »no sólo á patrones de galeras, sino á gobernadores de »villas
y castellanos de fortalezas, y á municioneros y
»pfoveedores, en quien puede más
>que
el
blasón de
la lealtad.»
fuerza del interés
la
Vendíanse hasta
las
muni-
ciones de las plazas y bajeles, y los capitanes de las compaíiías buscaban gente perdida que
el
día de la re-
vista hiciese de soldados para fingir número, no llevan-
do consigo la
la
mitad del que cobraba.
De
aqui nacía que
corte dispusiese una empresa, fiando en que basta-
con arreglo á los documentos y partes de los generales, y luego se malograba, porque éramos
ban
las fuerzas,
inferiores á los contrarios.
ces hasta
la
Comenzó
á menguar enton-
antigua lealtad española; porque no se vio
en tiempo de Carlos
V
y
los
primeros Felipes, capitán
ó soldado que vendiese un puesto
ahora se hallan,
ni
más
ni
al
enemigo, y aquí
menos que en
otras nacio-
nes, íbase perdiendo, asimismo, la rigurosa subordina-
ción de clase á clase, que anteriormente se observaba.
En 1654 hubo un caso que, así por demostrar bien esto último, como por la precipitación y anarquía judicial que revela, es digno de citarse. Servía un D. Antonio de
Amada
al
marqués de Cañete, y era muy querido de el marqués golpease á la mujer
todos. Aconteció que
de uno de sus lacayos, porque quiso impedirle castigar á su marido, con lo,
y
al bajar,
detrás de
lo cual,
ofendido éste, determinó matar-
ya anochecido,
Amada,
murió, huyendo
al
dio
al
punto.
las escaleras,
escondido
marqués una estocada de que
Fué preso Amada
y,
aunque
BOSQUEJO HISTÓRICO
304
protestó de su inocencia hasta lo último, fué condenado
á muerte, sin oírsele apenas. Tenía órdenes menores
y
lo
reclamó
la justicia eclesiástica;
pero, no atendién-
de Toledo, con cono-
dola, envió el cardenal arzobispo
cimiento del rey, cuadrillas de frailes y de criados que
robaron de
al
supuesto reo, conduciéndole en
ejecución á casa del prelado.
la
ordinaria en forzar la casa de éste
nuevo, ejecutando,
Todos
cia.
los
al
No y
el
llevarse al reo de
cabo de una semana,
grandes acudieron á escoltar
go, porque, con
la
muerte
momento
tardó la justicia
senten-
la al
verdu.
de Cañete, cada cual
del
te-
mía ya por su vida; citándose con horror que un cocheal duque de
ro había ya respondido por aquellos días
Pastrana, «que todos eran hombres y que cada uno se »tenía por hijo de su padre»; palabras y temor que ha
conservado Barrionuevo en sus Avisos inéditos, y que indican la subordinación hasta allí acostumbrada y el inopinado recelo que de nuevo comenzaba á inspirar
el
bajo pueblo. Este, excitado por los clérigos, estaba, en el ínterin,
de parte de Amada, y hubo que mandar
de Madrid á muchos de aquellos y aun nal, la
que se negó á cumplir
grandeza y
el clero,
la
al
salir
mismo carde-
orden. Temíase que entre
apoyado por
el
pueblo, se llega-
ra á las armas, cuando un suceso inopinado acabó de llenar á la corte
de espanto. El lacayo que había mata-
de Cañete, estando á punto de morir de heridas que se ocasionó en la fuga, declaró que D. Antonio de do
al
Amada el
era inocente. El dolor del rey fué
escándalo
tal,
muy
que en mucho tiempo no se
otra cosa en Madrid. Por los
mismos
grande; trató
de
días el condesta-
ble de Castilla mató á un criado suyo é hizo armas
contra un alcalde de corte, y
el
hecho fué quedar
sin
CASA DE AUSTRIA
porque
castigo,
que se
le
ni siquiera
305
cumplió
el
impuso. Tal se practicaba ya
corto destierro la justicia
con tanto esmero hizo administrar Felipe
La
superstición general no podía
más que
esto aumentando, por
fruto alguno los castigos, las
más
altas
menos de
Mas ¿cómo
ir
á todo
no dejara
la Inquisición
de perseguirla en ciertos casos.
podían dar
cuando participaban de
personas del Estado?
No
que
II.
ella
solamente
el
protonotario D. Jerónimo de Villanueva abusaba de sus
entradas en San Plácido, aparentando dar crédito á mu-
chas de las absurdas opiniones que sino que hizo creer
allí
se profesaban,
conde-duque que algunas monjas,
al
poseídas del demonio, habían revelado, entre otros dislates políticos, sión.
Y
que
condesa, su mujer,
la
suce-
consta del proceso, aunque sin nombrarle, que
estuvo aquel ministro en labios de los supuestos
halagaba. Por
cada en ellos
le daría
el
la
el
convento para
oir
de los
demonios profecía que tanto
le
correspondencia de los jesuítas, publi-
Memorial
histórico español, se ve que ni
mismos, con ser generalmente discretos y doctos,
se atrevían á burlarse siempre de las patrañas supersticiosas que corrían y recíprocamente se contaban. Ni
era
cuando en Valladolid, á presencia del obispo y salía el demonio del cuerpo de una doncella de
fácil
clero,
veinte años, á fuerza de solemnes conjuros, exponerse
á negar hechos semejantes. La célebre madre Luisa,
de Carrión de
los
Condes, vivió en olor de santidad
por muchos años de
aquella era, refiriéndose frecuen-
tes milagros
y coloquios frecuentes suyos con Dios y su Santa Madre, y fué muy visitada en su convento de graves consejeros, obispos y superiores de las órdenes religiosas. Propúsose examinar la Inquisición de 20
BOSQUEJO HISTÓRICO
306
Valladolid hasta qué punto fuera su santidad cierta;
en
el
mas
tránsito á aquella ciudad, los pueblos acudieron
en turbas á aclamarla, y
la
chancillería
y
el
obispo
manera que murió monja hubo de más alto influOtra sentenciada. sin ser jo todavía: la venerable sor María de Jesús, abadesa de
mismo se pusieron de su
parte, por
Concepción descalza de Agreda. Esta mujer insigne escribió un libro intitulado Mystica ciudad de Dios, la
de Jesucristo y su Santísima Madre, por ningún otro conducto conocidos, y que hay que suponer inspirados ó revelados. Condenado tal rico en detalles de la vida
libro por la Sorbona y anatematizado por Bossuet, pero vivamente defendido por el docto cardenal Aguirre, la Universidad de Lovaina, las de Alcalá y Salamanca y
por muchos prelados y doctores españoles, no llegó á ser puesto en el índice; porque
por
de
la la
si
congregación, suspendió
bien fué desaprobado
el
censura. Merece, por tanto,
monja que
las
Papa la publicación mayor respeto esta
demás que anunciaron revelaciones ó mimas no es posible
lagros en la época de que se trata;
dejar de lamentar, con todo eso, que de sus singulares silicios
tar
con
y trabajos ella
la distrajese
Felipe IV, para consul-
negocios políticos. Concíbese, en verdad,
que tuviera mucha necesidad de
mucha
alivio
espiritual
y
sed de remedios maravillosos Felipe IV, cuando
en Julio de 1643 dirigió su primera carta á sor María de Agreda, después de rota su antigua amistad con el conde-duque, perdido Portugal y casi Cataluña, deshechos en Rocroy los tercios viejos. Pero lo cierto es que,
desde aquella fecha hasta 27 de Marzo de 1665, es decir, menos de dos meses antes de morir la monja, mediaron entre ella y
el
rey 234 cartas, que contiene
el
í
CASA DE AUSTRIA
manuscrito de
que
la
307
Biblioteca Nacional,
el
más completo
y otras probablemente perdidas. Escribía rey á media margen para que contestase la monja en existe,
el la
otra mitad del papel, y los sitios, las batallas, las negociaciones,
buen
el
éxito, en
principalmente los
pe
fió,
resumen de toda su
política,
por aquellos largos años, Feli-
IV, á la intervención de la monja; la cual se conten-
taba con ofrecérsele, anunciarle buenos sucesos é
insi-
nuar virtuosos consejos. Justo es decir, para acabar este punto, que no se advierte en toda
menor deseo de abusar de su
cia el
monja,
para
la
corresponden-
favor, por parte de
para nadie, y que del rey Felipe IV tampoco se saben supersticiones indignas, como la
ni
sí
ni
de tantos otros personajes de su época; denotando únicamente su excesiva confianza en sor María de Agreda estado de su ánimo, tras las desgracias referidas y espíritu general de la época. el
De
espíritu participaron,
tal
vez más
las letras.
chada entonces por
La
como
historia se
el
era natural, cada
ve confundida ó man-
falsos cronicones, y por las inscripciones y escrituras falsas que, desde los últimos años de Felipe II, habían comenzado á poner en circulación rito,
los
hombres de gran calidad y hasta autores de mé-
seglares ó eclesiásticos. Inventábanse, á porfía,
concilios, obispos, santos, religiosos, para halagar la
piedad de los gías
fieles
de una parte, y de otra, genealo-
y personajes que no habían
contentar
la
existido jamás, para
vanidad de los nuevos nobles, faltando poco
para que pasara ya por un incrédulo
el
discreto pero
piadoso Mariana. Por de contado que nada se escribía, al propio tiempo, de verdadera filosofía en España
como no
fuesen exposiciones de Aristóteles ó alguna
BOSQUEJO HISTÓRICO
308
de Platón, hechas en
como
tinguido
Fox
generalmente. Habíase dis-
latín
filósofo,
en
el siglo anterior,
Sebastián
Morcillo, que estuvo para ser maestro del príncipe
D. Carlos y profesaba una doctrina mixta de los dos mayores filósofos griegos y algún otro. En romance,
Juan Huarte y doña Oliva Sabuco, Venegas, Mejía, Oliva y Cervantes de Salazar, publicaron también obras notables de especulación, aunque no de verdadera filo-
Pero
sofía.
la
dirección predominante del espíritu na-
cional llevó á escribir libros místicos, antes cos, á
muchos más
la
des místicos entre nosotros, siendo,
Granada
como
tal,
el
merezca
el
mismo, gran-
lo
como
es sabido,
primero de todos por su elo-
jesuíta
leerse.
que
Teología. Después de Juan
de Avila y de Santa Teresa hubo, por
cuencia y estilo y
filosófi-
escritores, sin contar con los
enseñaban formalmente
fray Luis de
que
Nieremberg
Mas
el
último, que,
bien pronto se corrom-
pió totalmente el gusto de este género de escritores,
hasta venir á parar en ridículos catálogos de citas sa-
gradas é intrincados conceptos, que indeliberadamente
pecaban de panteísmo algunas veces. Las
letras filosó-
ficas y místicas puede decirse que fueron las primeras
que decayeron por completo. Resistió casi tanto
como
la
Teología misma,
la
la
jurisprudencia
decadencia, des-
pués de haber sido con no menor gloria que
vada en
el
ella culti-
Siglo de oro, resplandeciendo aquella cien-
cia, tras los
famosos Gregorio López y Antonio
Gómez
obras del insigne D. Diego de Covarrubias y Leiba, altamente alabado por los venecianos que le co-
en
las
nocieron y en las de Alfonso de Acevedo, Luis Vázquez
de Avendaño, D. Cristóbal Crespí de Valldauray otros innumerables autores. Después de los teólogos y
juris-
CASA DE AUSTRIA
que más brillaron en
tas, ios líticos
que desde Felipe
III
309
las ciencias fueron los po-
comenzaron á
escribir fre-
cuentemente en castellano,
y los economistas, que
también usaban casi siempre
el
perjudicado
mucho
dido con ellos
la
romance, aunque haya
á estos últimos
haberse confun-
el
vocinglera turba de los arbitristas, pro-
época y aun por el carácter del conde-duque, como se ha dicho. Señaláronse entre los políticos, por sus ideas liberales, el autor de la Ley regia, en Portugal, Juan Salgado de Araujo, que admitegidos por los apuros de
la
Pacto de las sociedades humanas y la soberanía nacional, combatiendo como dañosa la doctrina de que
tía el
debían tener los reyes privados, y entre los absulutistas, Jerónimo de Ceballos, que en su Arte real sostuvo que, en
lo
temporal, no debían reconocer los reyes supe-
rior,
por
á su
juicio,
lo
que no era otorgar servicios lo que hacían, las Cortes, sino pagar deudas de vasallos
á sus soberanos, llegando hasta admitir que los reyes
de España poseían gracia
natural para echar los
demo-
nios del cuerpo. Juan Pablo Mártir Rizo, D. Diego de
Tovar, D. Francisco de Quevedo, D. Diego de Saavedra Fajardo, Baltasar Gracián y otros muchos, escribieron también
muy
notables libros de Derecho pú-
como fuera de España; porque Empresas políticas, de Saavedra, por ejemplo,
blico, tan famosos dentro
de
las
se hicieron doce ediciones castellanas y tres traducciones, en latín, francés é italiano,
y
y
el
Oráculo manual
arte de prudencia, de Gracián, no tan sólo fué tra-
ducido á estas lenguas sino también á viendo además
allí
de texto en
en este punto es que mientras
la
alemana,
las escuelas. el
Lo
sir-
raro
Santo Oficio hacía
quitar del libro de Eugenio de Narbona, intitulado
Doc-
BOSQUEJO HISTÓRICO
310
trina civil y política, las menores alusiones á la pereza de los reyes y al favor excesivo de los ministros,
que pudieran
referirse á Felipe
ó Felipe IV, y no fal-
líl
taban inquisidores que hallasen olor de herejía en el
hecho de no citarse en aquella obra escritores sagrados, sino gentiles ó profanos (1), los jesuítas publicasen á
mejor papeles en castellano, agitando cuestiones
lo
como
la
quico,
que
de
es mejor tener gobierno que no tener-
si
es preferible el gobierno democrático
lo, si
si
es
más conveniente
la hereditaria, si
monár-
monarquía electiva
la
es ó no
al
lícito
matar
al
tirano
y mandó recoger el Conordenando que no imprimiese la Compañía
otras semejantes, que en 1632
sejo real,
más conclusiones sin su permiso. Á las veces sorprende, más todavía que el atrevimiento de los políticos, de los ecomistas, sobre todo
el
enecían, entre estos
Ya to
el
de
últimos,
el
de los que perte-
estado eclesiástico.
al
canónigo Navarrete había condenado las
comunidades religiosas y
la
el
aumen-
expulsión de los
moriscos, después de hecha, que era bastante; pero
en 1651 hubo un secretario del Supremo Consejo de Inquisición,
la
de nombre D.
Felipe Antonio Alosa
Rodarte, que, en una obra intitulada Exhortación al
estado eclesiástico, anunció ya á éste que llegaría tiempo en que los seglares volvieran á cobrar, necesitados, lo que sin necesidad «les dieran sus antepasados tan
liberalmente».
Muchos de
estos economistas, á
ejemplo de Mariana, pero cuando precisamente cada día se estaba alterando
(1)
el
valor de
la
Archivo general de Simancas:
moneda, negaron que
\n(\n\s\c.\6n.
calificaciones de Libros. Legajos 5", núm.
6.
Censuras y
CASA DE AUSTRIA
311
y son durísimas las censuras, fundadas unas, infundadas otras, que dirigie-
el
rey tuviese potestad para
ello,
ron todos á cuantas disposiciones se dieron para mejorar la
Hacienda ó remediar
la
miseria pública.
No
estaba,
en suma, en aquel tiempo tan destituido de censura ó fiscalización el poder como se piensa generalmente. Los predicadores convertían los pulpitos en tribunas, sobre
todo en las Cuaresmas, y tronaban libremente contra cuantos eran ó ellos juzgaban abusos y errores del poder civil; los
escritores clandestinos atacaban sin piedad, en
prosa ó verso, á los ministros y
al
quien circulaban impunemente las las;
rey mismo, contra
más sangrientas
bur-
los políticos y economistas, cual queda expuesto,
criticaban á la par en tono grave todo lo que era ó les
parecía digno de reprobación. Si hubiera habido tanta libertad entonces para tratar de historia, de filosofía,
ciencias naturales,
y
el
Consejo
real
como
para examinar los actos de los gober-
nantes y juzgarlos, otro habría sido de seguro intelectual de la nación en aquella era.
Mas
de
solían permitir el Santo Oficio
rey y de
la afición del
la
corte á
la
el
estado
poesía dra-
mática hizo que sin disputa fuese este género de
litera-
como escribimos tiempo hace y aquí literalmente copiamos, el que más cultivase y en el que más brillara
tura,
entonces ficar
como
el
ingenio español; de
tal
manera, que, á
cali-
por su rasgo más característico este reinado, así del
de Felipe
III
puede decirse que fué de
frailes
y monjas, de éste habría que decir que fué de cómicos y comedias. Jamás en tiempo ó nación alguna se ha cultivado con igual entusiasmo y talento
como en España y durante Catorce años duró
la
el
el arte
dramático
reinado de Felipe IV.
vida á Lope de Vega, después de
BOSQUEJO HISTÓRICO
312
muerto Felipe
ÍIÍ,
y en todo este tiempo no dejó de comnombre va unido también al
ponerlas; de suerte que su
de Felipe IV.
Mas Calderón
Tirso y Moreto y Rojas y
fué ya todo suyo, y
corcovado Alarcón
el
,
él
y
escri-
bieron para su placer y el de la corte, La vida es sueño, El desdén con el desdén, El burlador de Sevilla, García del Castañar y La verdad sospechosa, inmortales obras.
Á
la
par de estos ingenios de primer orden, hizo
Guillen de Castro
el original
de El Cid; Luis Vélez de
Guevara y Moníalván, lograron aplausos; la Hoz y Mata, escribió su Castigo de la miseria; Diamante, su
Judía de Toledo; Solís, sus obras dramáticas que eclipsó más tarde el mérito singular de sus páginas históricas; D. Fernando de Zarate y el judaizante Enríquez
Gómez,
las suyas,
sean dos ó sean una propia persona.
Florecieron también Mira de Mescua, Matos Fragoso y
D. Antonio Hurtado de Mendoza, Belmonte y Ley va, si no con tan grande ingenio como los primeros, con bastante para ser recordados:
y aun detrás de
los poetas
de
primero y segundo orden, aparecen otros no despreciables todavía: Villayzán, á cuyas comedias asistía siem-
pre disfrazado Felipe IV, las tenía; Zabaleta, el
tal
era
la
estimación en que
primero que escribió en España
artículos de costumbres, tan ingenioso en ellas cuanto
penoso en sus reflexiones y escritos morales; el noveSalas Barbadillo, infeliz en la poesía épica y no
lista
muy
aventajado en
la lírica;
D. Alonso del Castillo So-
lórzano, también novelista y bueno,
mas no
así poeta,
aunque algunas de sus novelas estén en verso; Coello, D. Jacinto y D. Rodrigo, los hermanos Figueroa, D. José y D. Diego, Jiménez Enciso, D. Jerómino de Cáncer, que pudiera llamarse medio poeta, los Herreras,
CASA DE AUSTRIA
313
pues sólo escribió por mitad; Villaviciosa y Avellaneda, colega del anterior; Vélez, el hijo; Monroy; un cierto maestro León, harto distinto del gran
lírico
en mérito y el doctor
fama; Muxet y Solís, Matías de los Reyes y
más dado que á las humanas á las comedias religiosas. En estas últimas emplearon también Felipe Godínez,
su ingenio
el
maestro José de Valdivielso, no mejor dra-
mático que épico;
fray Hortensio Félix Fa-
el trinitario
lavicino, predicador
de Felipe IV, hombre no
talento, pero de deplorable gusto é ingenio, las delicias
de todo
el
de
falto
de
que hacía
corte con sus sermones y la desdicha
la
mundo con sus comedias;
los jesuítas
Céspe-
des y Calleja y otra multitud, en fin, de frailes, caballeros y autores anónimos, indignos ya de memoria.
Mas no
es de olvidar con ellos
el
nombre de Luis Qui-
ñones de Benavente, que pretendió resucitar en España la ditirámbica imitación
tro géneros en
de Aristóteles (uno de
que éste dividía
cual consistía en juntar en una sica ni el
á
y
baile.
nombre
ella,
No
podría ser
ni la
y sólo fué
la
la
los cua-
imitación poética), la
misma pieza verso, múmás alta; pero
pretensión
materia de sus obras correspondieron al
cabo ingenioso autor de bailes, en-
tremeses y saínetes, en cuyo género de escribir
le
acom-
pañaron Cáncer, Avellaneda y otros de los escritores vulgares de la época. También escribió comedias y medias comedias D. Francisco de Quevedo, y no falta quien suponga que las compuso el propio monarca, bajo el título
de Un ingenio de esta corte, anónimo enton-
ces empleado de muchos.
Con
tantos poetas y comedias
no podían menos de ser muchos y buenos también los comediantes. Señaláronse, desde fines del reinado de Felipe
III
hasta
la
muerte de Felipe IV, aquella María
BOSQUEJO HISTÓRICO
314
Calderón,. en quien tuvo á D. Juan de Austria; sara,
la
Balta-
que purgó sus libertades de cómica con penitente
hermosa Josefa Vaca y su marido Alonso Mollamado el príncipe de los representantes; los
vida; la rales,
dos Olmedos, padre é
hijo,
hidalgos é infanzones;
el
desvergonzado Juan Rana, encanto, por sus gracias, de la corte;
Roque de Figueroa,
Néstor de los cómicos;
el
María Riquelme, notable por haber sido virtuosa en
las
tablas en aquel tiempo; Bárbara Coronel, mujer varonil,
célebre en aventuras y costumbres impropias de su
sexo y homicida á lo que se cree de su marido; Eufrasia de Reina, casada á un tiempo con dos maridos; la
famosa Amarilis, María de Córdoba;
el
noble caballero
D. Pedro de Castro; Sebastián del Prado, que fué con
doña María Teresa á París, y durante mucho tiempo representó allí comedias españolas con grande la
infanta
aplauso, y otros innumerables hidalgos, clérigos, frailes
y personas de toda condición y estado, aficionados la justicia de la época
á un género de vida que miraba
con particular indulgencia. Queda en esto por decir que, así
como
al
rey se
le
cuenta por muchos entre los
poetas dramáticos, á las princesas españolas podría
también contárselas entre las cómicas de su época. Por el
mes de Mayo de 1622 se representó, en
los jardines
de Aranjuez, una comedia fantástica del conde de mediana, titulada tro
La gloria de
Villa-
Niqítea, labrándose tea-
de madera y telas á mucha costa; asistieron el rey, D. Carlos y D. Fernando y gran concurso de
los infantes
cortesanos, de
modo que no
se vio, según
lugar vacío. Hizo en esta comedia la
el
hermosura, doña Isabel de Borbón;
María, representó
el
de Niquea, y
el
narrador,
papel de Reina de la
infanta
los otros las
doña
damas
CASA DE AUSTRIA
y criados de fué
muy
315
casa y hasta una negra esclava, que
la real
aplaudida. Es igualmente sabido que la infanta
doña María Teresa, reina luego de Francia, representó con sus damas una comedia lírica de D. Gabriel Bocángel Unzueta, para celebrar
la
venida á España de
su madrastra dona Mariana. Pero á pesar de afición
que
hechos demuestran á
tales
mática, decayó ésta también
géneros de
al fin,
la
la inaudita
poesía dra-
como todos
los otros
literatura.
Había heredado Felipe IV de su abuelo y su padre á Góngora, poeta de grande originalidad, el cual, hallando ya manoseada
la
forma clásica, inventó, para
guirse, una extraña y contraria á todos los
distin-
buenos
prin-
que de su nombre se llamó gongorismo, y también culteranismo, por la afectación de cultura de que cipios,
se hacía alarde.
En vano
escribió Rioja su Epístola
moral, de tan noble y clásico estilo, y sus puras Silvas á las flores; en vano Jáuregui hizo aquella correcta traducción poética, que es
rado
al original;
la
única aún que haya supe-
en vano rivalizó en sencillez Villegas
con Anacreonte, y Espinosa con Teócrito en buen gusto; en vano Quevedo descargó directamente los terribles golpes de su crítica contra los innovadores.
arrastrado otro de sus
él
mismo por
con los más de los
líricos
entre los sectarios de
forma,
ella antes
mayores enemigos, con
el hijo infeliz
de mucho con Lope, el
mismo Jáuregui y
de aquella Edad. Señaláronse
Góngora y apóstoles de de
Fué
la
la
nueva
casa de Oñate, que con
el
nombre de conde de Villamediana fué tan trágicamente famoso; y Baltasar y Lorenzo Gracián, que redujeron á reglas y doctrina lo que era solo deplorable extravío.
No
tardó éste en comunicarse de
la
poesía
lírica
á
la
BOSQUEJO HISTÓRICO
316
Lope y
dramática, afeando sobremanera los dramas de
de Calderón, introduciendo una afectación de sentimiento que mataba la verdad, y un alambicamiento de estilo
que obscurecía los más bellos rasgos del ingenio;
á la poesía épica, en que produjo tan miserables abortos
como algunos de
los'
cantos del mismo Lope;
al
Ma-
cabeo, de Silveira, y la Virgen de Atocha, de Salas Barbadillo; á la historia, que ennoblecida aún con las páginas inmortales de Moneada y Meló, tuvo que soportar que
Céspedes de Meneses,
el
novelista, narrase
en culto los primeros años de Felipe IV;
mo, donde
el
al
pulpito mis-
padre Paravicino explicaba también
la
noble y sencilla doctrina de chado y pedantesco, salpicado de retruécanos, paranomasias, conceptillos, trasposiciones, neologismos, Cristo, en el lenguaje hin-
latinos ó griegos,
y alusiones mitológicas que, en ver-
so ó prosa, formaban los especiales caracteres de la
nueva escuela.
No
se comprende, sin recordar los ante-
cedentes y meditarlos, cómo pudo sobrevenir en breve plazo revolución tan completa. El genio y
la
fatalidad
de un solo hombre no bastaban para eso; y más cuando él, aunque eminente, no alcanzaba superioridad alguna sobre varios de sus secuaces. Traslúcese antes de estudiar
el
asunto, que algo debía haber en los espíritus,
y algo en
lo
general de
la
que voluntariamente no algo no podía ser cias tras.
la
más que
que facilitara la emnueva escuela á muchos
nación
presa, y aun impusiese acaso
la
,
habrían seguido jamás. Este el
apartamiento de
las cien-
y el casi exclusivo culto de la poesía y buenas leOciosa ya la razón y falta de ideas nuevas la inte-
¿qué había de hacer la poesía, ceñida á los estrechos límites de lo pasado y entregada á su sola ligencia,
CASA DE AUSTRIA actividad, sino devorarse á
sí
317
misma? Tarde ó tempra-
no eso tenía que suceder, y sucedió á fines del reinado de Felipe IV. Porque ni la literatura en general, ni la poesía,
la
más
nes, son sino
y perfecta de sus m.anif estacioforma de ideas preexistentes, un cier-
flexible
la
to espejo donde se reflejan las épocas con sus senti-
mientos justos ó injustos y sus verdaderos ó falsos principios;
y como forma y espejo que son
potencia para crear por sentan. Tal vez nacen
poetas juntan
la
,
no tienen
solas la substancia que reprehombres que á su cualidad de
sí
de filósofos, é inquieren y crean, y can-
tan á un tiempo; pero la singularidad de tales ingenios
no contradice
la
les condiciones,
marcha general ni,
en
el
del arte en sus natura-
caso presente, perseguida
con sistemática saña, hubiera andado
la filosofía
más
segura debajo del manto vistoso de los versos que debajo de los latinos infolios, salmantinos ó complutenses,
Y
así
poderoso
como mientras manan y corren río,
las ideas
en
producen sus riberas lozanas é innumera-
bles las flores literarias, así
cuando suspenden su movi-
miento las aguas, no acuden nuevas y se estancan las antiguas, vienen la putrefacción ó la decadencia, tarde ó temprano. ¡Dichosos los primeros que, bebiendo las
aguas corrientes y claras, pudieron hacerse inmortales! Los segundos las encuentran turbias y escasas, y quizá con tanto ingenio como los primeros, son mucho menos felices en sus producciones. Los terceros sienten ya sed y repugnancia, anhelan por nuevas aguas, cla-
y copiosas; quisieran descubrir manantiales nuevos; los buscan por todas partes, y entonces nace precisamente el hombre de la decadencia. Es éste, de ordina-
ras
rio,
un ingenio creador, de poderosa fantasía, de
alto
BOSQUEJO HISTÓRICO
318 aliento,
que debió ser de
y no
los primeros,
lleva
con
paciencia ser de los últimos; que quisiera ser original,
y no halla cómo serlo; ofendido de la gloria de sus antecesores, no más dotados de genio, sino más oportunos en nacer; deseoso de igualarlos é imposibilitado de seguirlos; jardinero de estío, espigador de invierno, sin flor ni
grano que recompense su
fatiga. Tal fué,
en
suma, Góngora. Y cuando llegan tales circunstancias, y cuando el hombre de la decadencia busca camino por donde huir del desierto que le rodea, no halla, no puede hallar más que uno solo, que es
el
de alterar
la for-
ma, ya que le falta el fondo: distinguirse por la palabra, ya que no por el sentimiento ó la idea. Entonces, en lugar de encerrar en frases sencillas ideas sublimes,
pomposas é hinchadas palabras; hermosa desnudez el estilo, le vis-
presta á vulgares ideas
y en vez de dejar en
de paranomasias, y cuantas galas afecla metáfora natural por la vio-
te retruécanos,
tadas imagina. Desecha lenta;
abandona
nacional por
con
el
la
la
palabra propia por
extranjera; confunde
ingenio, lapedanter'a con
la
el
la
extraña, la
alambicamiento
erudición, lo relum-
y verdadero. Y por ser todo esto efecto de circunstancias comunes, se explica solamen-
brante con
te
que
los
lo claro
más de
los ingenios cedieran tan pronto al
hubo algunos que por cierto tiempo contagio, y que resistieran, no hubiese ninguno al fin que se salvara. si
Aquellos ingenios afortunados, que habían nacido en
época de buen gusto, y alimentado su espíritu con los buenos modelos, todavía en medio de las aberraciones de
la
nueva escuela dejaron inmortales obras,
palmente en criados ya en
la el
princi-
poesía dramática. Pero sus sucesores, cieno de
la
corrupción
literaria,
no
imi-
CASA DE AUSTRIA
más que sus
taron
y con
la
pues,
la
faltas,
319
no aprobaron sino sus
delirios;
poesía desaparecieron los poetas. Acabó
primera de las artes,
la
de
la
así,
palabra, entre
nosotros, perdida en las tinieblas del gongorismo, á par que en Francia anunciaba Descartes
moderna, á
la
la
la filosofía
par que Corneille y Racine creaban
la
tragedia francesa, y Moliere perfeccionaba la comedia
de nuestros días sobre modelos españoles. Aquella gloria poética tan grande, aunque seguida de
acompañada de
tan mortal caída, fué
de
la pintura.
Este otro arte, tan favorecido por Car-
y aun por el propio Felipe III, llegó reinado de Felipe íV á su apogeo. No en bal-
los V, por Felipe
durante
el
otra no menor: la
II,
de aquellos dos primeros monarcas habían hecho venir á España los primeros maestros y los mejores cuadros de su tiempo. lipe
III,
Con
ellos se formaron, en
tiempo de Fe-
pintores inmortales, que reinando Felipe IV
fueron ya asombro de las gentes.
monarca, entre sus vanidades,
la
Tuvo
este último
de que se empleasen
en su servicio los primeros pintores que entonces tuviese
el
mundo, españoles
los
más, no pocos
italianos
y
flamencos, de sus provincias subditas ó dependientes; los cuales transcribieron al lienzo todos los objetos
su amor y cuantos asuntos podían halagarle. ofrece larga muestra
el
Museo
retrato de su padre Felipe
pincel de este grande
de
la
niñez hasta
las huellas
que
la
la
III,
hombre
De
del Prado. Allí está el
obra de Velázquez; y le
de
ello
sigue á
él
el
mismo, des-
edad madura, acertando á trazar
edad y
los placeres iban
dejando en
su rostro, con sagacidad inimitable. Allí están doña Isa-
doña Mariana, la príncipes infortunados don
bel de Borbón, la bella francesa, y
orgullosa austríaca;
allí
los
BOSQUEJO HISTÓRICO
320
Baltasar y D. Felipe Próspero; garita y aun
el
,
doña Mar-
infanta
allí la
conde-duque á quien
el
rey,
consideró más que á nadie de su familia, por pincel de Velázquez retratados.
La
no amó,
si
el
propio
historia de la Vir-
gen, casi entera, representada por Bartolomé Murillo, y los muchos cuadros místicos de éste y de Zurbarán encantan asimismo
allí
de haber presenciado en sus palacios. allí
do
los ojos
el
allí
Y
después
flam.enco Snayers ha dejado
pintadas sus cacerías, y
des.
artistas,
devociones del licencioso rey
las
También
de los
el
P.
Mayno ha
conserva-
en alegoría su vana esperanza de reducir á Flaná la par se ven por donde quiera, las pasajeras
y últimas glorias de los primeros días de su reinado; de una parte de tra el
la
campaña
del
gran duque de Feria con-
Monferrato, representada en
la
marcha sobre
Acqui, cuadro del aragonés José Leonardo; de
campaña el
mismo duque en
del
socorro de Constanza y
la
otra, la
Alsacia, representada con
expugnación de Reinfeldt,
cuadro del florentino Vicente Carducci; ya
el
cuadro
del madrileño Eugenio Caxes, que señala
el
nuevo des-
embarco de
al
mando
los ingleses cerca
de Cádiz,
del
conde de Lest, y la conducta valerosa de aquel maestre de campo, D. Fernando de Girón, que, enfermo y atormentado de
la
gota, se hace llevar en
á disponer tan gloriosa' victoria; ya el
antecitado Vicente Carducci
,
el
silla
de manos
cuadro con que
pinta á D.
Gonzalo de
Córdoba venciendo en la memorable batalla de Fleurus; ya el cuadro de Leonardo, donde pinta la rendición de Breda y al buen marqués de Espinóla, que acompañado del de Leganés, D. Diego Felípez de Guzmán, recibe las llaves
de
la
ciudad, ó
el
que
al
propio asunto dedi-
có Velázquez, uno de los mejores de este autor, y
el
CASA DE AUSTRIA
321
el nombre del cuadro de las lanzas. Por último, por Velázquez y Van-Dick está allí retratado el victorioso cardenal-infante, y por Rubens, amigo del
conocidísimo con
rey y del conde-duque,
de Nordlinghen. Nun-
la victoria
ca iguales asuntos han sido tratados por
más
altos pin-
Zurbarán, en tanto, con sus trabajos de Hércu-
celes.
les; Toledo, con sus batallas marítimas; Alonso Cano,
y arquitecto de grandes obras y poco el Españólelo, Esteban March, Rizi, los floristas Arellano y Vander Hamen, y otros muchos que fuera ocioso enumerar, se emplean en adorpintor, escultor
afortunada vida Ribera ;
nar
el
alcázar regio,
del Pardo, Aranjuez,
el Buen Retiro, los sitios reales San Ildefonso y el llamado la Zar-
zuela, y hacen que aquél sea, con razón, reputado en
España, por Para no
el siglo
de oro también de
ninguna de
callar
las
la pintura.
cosas que distinguieron
y el reinado de Felipe IV, preciso es decir algo también de los juegos de cañas, toros y fiestas caballela corte
rescas, que ocultaron por algún tiempo los funerales
de
la
monarquía.
cios nació
No
parece sino que para tales ejerci-
ya predestinado este príncipe, porque en
los
regocijos que por su nacimiento se celebraron en Valladolid,
hubo famosísimas cañas, en
con los caballeros de
la corte,
las cuales corrieron
contra su costumbre,
el
mismo Felipe III y el privado Lerma. Hijos de la antigua galantería española y árabe fueron ordinarios en ,
tiempo de Carlos V, pocos en los días de Felipe II, raros en los de Felipe III. Felipe IV les dio más vida que hubiesen tenido nunca. Apenas hubo fiesta en su reinado en que
él
no corriese cañas por su persona,
siendo celebradísimas las de 1623, con ocasión de
venida del príncipe de Gales, en
la
Plaza 21
la
Mayor de
BOSQUEJO HISTÓRICO
322
Madrid. Las cuadrillas fueron diez, con más de quinientos caballos, gobernándolas el conde-duque y Monterrey, el
marqués de Villaíranca y
los principales seño-
res de la corte: el lujo increíble, la destreza del rey
y
del principe inglés fueron
Corriólas también
el
muy
rey en 163S con diez y seis cua-
de á doce caballeros, rompiendo
drillas
zas. El casamiento de
de Hungría;
la
y gallardía celebradas.
la infanta
elección de éste
él
solo tres lan-
doña María con
el
rey
como rey de romanos;
D. Baltasar Carlos y otros tales sucesos, dieron igual ocasión á fiestas de toros y cañas, de gran magnificencia, donde el rey lució igualel nacimiento del príncipe
mente su
gallardía.
En
las del
nacimiento de D. Balta-
mismo rey, con número inmenso de músicos y escuderos. La
sar fueron los caballeros sesenta, contándose el
edad y
mo
los pesares
de Felipe IV trajeron hasta esto mis-
á decadencia en los últimos años de aquel reinado,
cuando ya dejaba
discutir
si
eran ó no
lícitas las
come-
dias mismas, y las prohibía en ocasiones. De Cortes nada hay que decir ya de nuevo en
el
entretanto. Celebráronse algunas veces todavía en los
reinos de
la
Corona de Aragón y Navarra,
y,
tilla
especialmente, húbolas de 1646 á 47,
á 51
,
en Cas-
de 1649
de 1655 á 58, de 1660 á 64 y en 1665, aunque
estas no tuvieron ya efecto por la muerte de Feli-
pe IV. Lo único que merece advertirse es que fueron las de 1665 las últimas de Castilla, reunidas por dinastía austrica.
«Ha cesado
»vió convocarlas el rey,
»ción>; decía disolvieron.
el
la
causa para que se
la
sir-
y no es necesaria esta fun-
decreto de
la
Regente, por
el
cual se
Las anteriores trataron todas, como de
ordinario, de la prorrogación del servicio
de millones
CASA DE AUSTRIA
323
y de
la extensión de alcabalas, ventas de juros y nuevos arbitrios sobre consumos. En lo sucesivo se fué ya prorrogando la cobranza de los millones con licencia
individual de los ayuntamientos de voto en Cortes, que de esta suerte se evitaban enviar y mantener en Madrid
á sus procuradores; y preferían este modo sencillo de prestar aquiescencia á lo que no hallaban ya modo de negar en la antigua forma. Todavía en el posterior rei-
nado hubo escritores
políticos, como el P. Mendo en y D. Lorenzo Matheu y Sanz en Valencia, que sostuviesen la necesidad de convocar Cortes para nuevas imposiciones de tributos todavía algunos gran-
Castilla,
;
des del reino quisieron echar mano de las Cortes para que ellas regularan la sucesión de la Corona, designan-
do sucesor á Carlos
II,
mas
el
muertas.
cS
gobierno
las dio
ya por
XI
AS REGENCIAS,
en todos tiempos agitadas
y peligrosas, lo eran más ciertamente en las monarquías absolutas de fines del siglo xvii, faltas de toda institución nacional en que apoyarse, que pueden serlo ahora, en cualquier nación regularmente el poder personal y condiciones de éxito con ejercerse para absoluto exige
constituida.
juicio,
Añádase á esto que
experiencia y carácter, que es
muy
difícil
que
una mujer, y fácilmente se comprenderá lo mucho que le faltó á doña Mariana de Austria para darle á España el gobierno que necesitaba. Al individuo aislado, ha dicho ya en otra ocasión el autor de reúna en
sí
esta obra, le arrastran
como
leve arista las circunstan-
que no hubiera alcanzado á
y estas eran ya el monarca de más valor y de más genio, y mucho menos una regencia y una mujer. Se necesitaba «fundir la campana rota de esta monarquía, para que voltales
cias;
dominarlas
» viese
en nueva fundición á cobrar su antiguo sonido»,
BOSQUEJO HISTÓRICO
326
según decía un papel anónimo de la época; ó en otros términos, lo que hacía falta era una verdadera revolución
que arrancase de
,
estaba ya
al
alcance de
nos era indispensable
raíz ciertos la
lo
males
,
no
lo cual
casa de Austria. Cuando me-
que hubo
al fin:
una gran muti-
y un cambio de dinastía, que nos convirtiese en Estado peninsular y marítimo, de Estado
lación territorial
continental que éramos, sacándonos del palenque de las
luchas europeas, y trayéndonos grandes períodos de
reposo de una parte, y de otra ideas nuevas que ani-
masen
la
ya yerta monarquía de Felipe
más
mirar, pues, en general, con
que se ha solido hasta ahora, del gobierno
mo
II.
Hay que
equitativa indulgencia
las
desgracias políticas
de doña Mariana de Austria. Hasta
el
mis-
P. Flórez, tan sesudo, tan diligente, tan imparcial,
tan benévolo ordinariamente para las reinas católicas^
es harto severo con
la
viuda de Felipe IV. Tardó, á
verdad, poco en producir gran disgusto
nadora, con fesor
el
la
la reina
la
gober-
pública confianza que hacía de su con-
P. Juan Everardo Nithard, jesuíta,
nombrándole
consejero de Estado é Inquisidor general; para
lo
cual
fué preciso primeramente naturalizarlo. Hasta entonces los confesores habían
tomado parte en
ciéndose parciales de éste ó thard
comenzó
favoritos hasta
el
la política,
á hacer de ministro único. allí,
desde
los
ha-
otro ministro; pero Ni-
Todos
los
famosos flamencos de
Carlos V, habían sido españoles, y Nithard era extran-
Bastaban estas dos novedades y las flacas condiciones de la persona que representaba el poder real,
jero.
para resolverlo todo en poco tiempo. Pero había ade-
más una persona cerca Austria,
el
del trono,
que era D. Juan de
cual por su posición equívoca
y grande á un
327
CASA DE AUSTRIA tiempo, por
la
reputación de esforzado y hasta de buen
general que conservaba, y no sin alguna razón, á pesar de sus desgracias militares, y por haber quedado fuera del gobierno, estaba naturalmente destinado á ser jefe,
y
de una oposición sistemática á
lo fué,
la
regente y á
cuantos ministros merecieran su confianza. Los grandes
que habían pasado todo aquel
siglo disputándose secre-
y que habían llegado ya hasta á formar, como hemos visto, tenebrosas tramas políticas, sin miedo á la reina, de un lado, por ser mujer
tamente
el
poder ó
el influjo,
y regente, y alentados, de otro, por D. Juan de Austria, que, además de tener sangre real, era hombre de guerra y capaz de cualquiera aventura, rompieron ya desembozadamente el largo respeto que habían guardado á
la
Corona, desde que Carlos
alta,
volviendo á recobrar
el
V y Felipe
siglo.
pusieron
la
espíritu inquieto
animara en tiempo de Enrique IV, salva
costumbres de siglo á
11
Llena, por
la
que
los
diferencia de
tal
manera,
largo espacio de once años el antagonismo de doña
el
Ma-
riana y D. Juan de Austria, servida aquélla por el Padre Nithard, ó su segundo favorito D. Fernando de Valen-
zuela y algunos pocos grandes; capitaneando
do á
la
mayor parte de
la
el
segun-
grandeza y apoyado en
opinión popular, de una parte, porque hacía
la
la
oposi-
ción al poder, y de otra, porque los que tenían este poder en sus manos, ó eran extranjeros, como doña Mariana y Nithard, ó como Valenzuela, un hombre nuevo y de elevación rápida, circunstancias que rara vez la
multitud respeta ó perdona.
la cual
En
esta lucha, durante
se apeló á todo, hasta á la violencia, quedó
triunfante
catorce años
D. Juan, que apenas cumplió el rey á nombre de él se encargó del gobierno
fin
al ,
BOSQUEJO HISTÓRICO
328
para dar á
la
nación unos tres años no menos infelices
que los once que ya de su padre. El la
reina
morir
y
la
juicio
habían dado entre
él y la viuda la de administraciones, ambas de
le
de D. Juan,
resumió exactamente,
lo
marqués de
el último, el
rias de la corte de
España durante dice,
»vez en España», es decir,
al
Memode
el reinado
«cuando estuve por primera al
pe IV, «todavía se hallaban »ción en los Consejos,
en sus
las siguientes palabras:
Carlos II (\G79 á 1682), con
«Hace quince años»,
Villars,
y en
terminar su reinado Feliallí
el
ministros de reputa-
tesoro del rey, ó en las
»cajas de los comerciantes, bastante dinero para acor-
»darse de las riquezas que daban las Indias en días de
»mejor gobierno; pero ahora, en mi segundo viaje, he »tenido ocasión de ver continuamente la corte y los ^ministros, y apenas he encontrado restos de la anti-
»gua España, »cambio es
en
ni
tal,
lo
público ni en
que parecería
lo particular;
increíble, si
no fuese
el
fácil
»demostrarlo».
Lo
esencial y vital de la
España antigua había, con
efecto, desaparecido ya por entonces del todo:
mero
del exterior
organización y
de
la
misma
las
pri-
y de las fronteras, después de la costumbres sociales, por último
constitución de la corte y el poder
mo-
nárquico. Pero en esta época, mejor que nunca, puesto
que fué personal
el
origen de las cuestiones que acaba-
ron de engendrar consecuencias tales, tiene que fijarse
en las personas
la historia,
preguntando: ¿cuál era
verdadero carácter de doña Mariana? ¿cuál dre Nithard? ¿cuál
el
de Valenzuela?
el
¿cuál el del
el
del Pa-
segun-
do D. Juan de Austria? Responder sucesivamente á esto, es explicar la minoridad de Carlos II, con mucha
329
CASA DE AUSTRIA
más
exactitud que pueden hacerlo los sucesos, que pre-
sentaremos á
la
par en resumen.
que hizo en 1667 el veneciano Marino Zorzi, de doña Mariana de Austria. «Viuda», dice, «en la florida edad de treinta años, edi»fica lo ejemplar de su vida y la inocencia de sus cos»tumbres, semejantes á un espejo purísimo; emplea
Nada más
bello
que
el
retrato
muchas horas gustosamente en ejercicios devotos, y >otras tantas en las audiencias y despacho de los nego»
»cios, repartiendo así su vida en el servicio
»en
el del
rey su hijo, ó
el
de Dios,
de sus vasallos; nueva
en la dirección del gobierno,
va de
él
total-
enterán-
emente »dose con mucha solicitud, y sólo sus indisposiciones ^frecuentes retardan más que conviniera la expedición »de las materias del Estado». Más concreto Catterino Bellegno, dijo en 1670 que indebidamente la acusaban los castellanos de no haber sabido despojarse de sus inclinaciones alemanas, ó distinguir los intereses de la
conciencia de los del gobierno; y, tratando luego de su persona, la alaba por el hábito hereditario y constante
que tenía de amar á Dios y observar sus preceptos, esperando que ni la Providencia podría menos de recompensar
el
candor de princesa tan grande,
posteridad de hacerla vencedora sobre
ni dejaría la
la
maldad de
aquellos tiempos, bendiciendo las lágrimas y las oracio-
constantemente consagraba á la paz del mundo y á la realización de la justicia en su gobierno. «En suma», exclama luego, «cada vez que se quieran mancha, » buscar ejemplos de devoción y pureza sin
nes que
ella
»preciso será contar á esta princesa entre los primeros,
de
los
»siglos ensalzado en todas las historias verídicas».
De
»porque su gran nombre ha de ser hasta
el fin
BOSQUEJO HISTÓRICO
330
costiimbres inocentes y de ejemplar piedad,
declaró
también Carlos Contarini, hacia 1673, á doña Mariana.
Su sucesor, Jerónimo Zeno, que la conoció ya en el momento de triunfar D. Juan y salir de palacio, añade que era imposible describir
imperturbable constancia
la
de su ánimo heroico en aquella desgracia, y la resignación y tranquilidad con que supo llevarla; muy diversa de
reconcentrada cólera con que se había sometido
la
años antes á separarse de su confesor, prorrumpiendo en improperios contra
la
nación española. Este
embajador cuenta que durante zuela,
de que tanto, según
él,
aparentes pretextos, ejercitó
la
mismo
elevación de Valen-
murmuraba, y no reina como siempre
se
la
sin
los
vivos sentimientos de piedad en su familia hereditarios;
y que su bolsillo lo repartía entero entre los pobres, aunque fuese por otro lado amiga de adquirir riquezas. Apartada ya del gobierno, la pinta, por último, en su honroso
retiro,
Federico Córner, por los años de 1682,
de un lado aparentando cautamente no ingerirse en
el
gobierno, aunque alguna que otra vez influyera todavía; el
de otro lado conservando
el crédito, la
estimación,
respeto de todos, observando piadosa vida y ejem-
plares costumbres; en
el
conjunto, confirmando
el
gran
concepto que merecía y «que la hacía inaccesible á » todas las censuras, con que el diente mordaz de la »
malignidad intenta herir también á los monarcas en
»
ocasiones». Tantos y tan diversos testimonios pare-
cen demostrar plenamente dos cosas: era
la
primera, que
regente bastante religiosa, para hacer en reali-
dad arbitro de cual
la
misma y del reino á su confesor, publicaba D. Juan y repetían sus parciales y la
nación entera;
sí
la
segunda, que en
el
favor de Valen-
CASA DE AUSTRIA
331
como pregonaron muchos entonces y han pensado no pocos más tarde. En cuanto á Nithard, había sido, al decir de Zorzuela no tuvo parte ninguna pasión
ilícita,
soldado en sus primeros años, pasó de
zi,
la
celda á
palacio y de la dirección de una conciencia á la de una
monarquía con talento
si
,
no superior, bastante, con
in-
tención excelente, y desinterés y moderación propias de su frío temperamento alemán. Del buen deseo de Nithard
nada en resumen tenía que decir
el
veneciano; mas
sí
de
sus acciones, que habrían debido ser, á su juicio, má,s
prontas y eficaces. Bellegno, que habló también del confesor, pero
por
la
ya después de su caída,
medianía de su talento, de
había otorgado
la
le
juzgaba indigno,
la
autoridad que le
reina; cosa debida sólo, en su con-
cepto, á ser compatriotas sí
y á haberle ella tenido junto á nada menos que por espacio de veinticuatro años. Al
espíritu religioso de la reina hubo, pues, de juntarse en
Nithard para con ella
el
de su más íntima
ser la persona
confianza. Por lo demás, aquel jesuíta no tuvo en
sí
más
que dos faltas, bien averiguadas: la de ser impacientemente ambicioso y la de ser extranjero. El gobierno fué poco más ó menos en sus manos lo que después de su caída.
Y
por
lo
que hace á Valenzuela, está fuera
de duda que hubo murmuraciones acerca del carácter de sus relaciones con la reina. Lo dicen expresamente
Zeno y Córner,
y que ha
sido ello creído
por historiadores verídicos, á pesar de
la contraria es-
citado antes,
peranza de Bellegno, el
lo
demuestran
maestro Flórez emplea,
al
las
palabras que
hablar del puesto de ca-
mayor y de la grandeza de Valenzuela, dicien«ser cosa que, aunque no estuviera revestida de otros
ballerizo
do: »
excesos y desórdenes, pudiera exasperar los ánimos
BOSQUEJO HISTÓRICO
332
»de
más contenidos». Era este segundo de Ronda (1); vino á buscar fortuna en
los
tural
entró á servir
duque
al
del Infantado,
con
del cual obtuvo un hábito de Santiago.
la
valido nala
corte y
protección
Logró luego
in-
y como era galán y poeta, dióse también buena traza, con sus entradas en palatroducirse con
cio,
el
P. Nithard,
para enamorar á una camarista de
la reina,
llama-
da doña María Ambrosia de Uceda, con quien contrajo matrimonio. Sobrevino
y quedó
la
la salida
reina sin ningún
de Nithard de
hombre
al
la corte,
lado, de su con-
fianza íntima: ella que, parte por la rigurosa etiqueta
de palacio, parte por su carácter generalmente reservado, continuaba siendo en
España extranjera. Nadie tan
á propósito para sustituir en su confianza particular al
jesuíta alemán,
como un amigo de
éste,
marido
además de su camarista preferida, sobre todo cuando fácil y ameno trato, activo y diestro. Digan lo que quieran para excusarla los venecianos, lo menos que puede pensarse de doña Maera Valenzuela de comprensión
riana es que, por falta de experiencia y aun de instinto político,
confundía fácilmente sus simpatías y deseos
personales, con
como
la
opinión y
la
conveniencia públicas;
nombrar inquisidor general, y hasta pretender hacer arzobispo de Toledo, á un jesuíse vio primero,
ta extrajere,
y
al ir
al
dando luego dignidad
tras dignidad
á Valenzuela, elevándole desde segundo introductor de
embajadores, hasta capitán general de
la
costa de Gra-
Por natural de Ronda ha sido tenido; pero recientemente (1) fué liaiJada su fe de bautismo en la parroquia de Santa Ana, de Ñapóles, de padre rondeño, el maese de campo D. Francisco de Valenzuela, gobernador del Castillo de Santa Ágata, en tierra
deBari.~J.
P.
di-
G.
CASA DE AUSTRIA
333
nada, á caballerizo mayor y grande de España, con título de marqués de Villasierra; aunque en este postrero favor tuviese luego.
Y
mucha
parte
el
rey su hijo según se verá
eso que en cualquier tiempo habría disgustado
la corte y á la nación, en uno en que el prestigio de la Corona estaba tan rebajado, y su poder tan flaco, tenía que dar alientos, no solamente á las más injustas mur-
á
muraciones, sino á
La
envidia,
violencia y á
la
hermana carnal de
la
sedición misma.
la
ambición desapodera-
da, inspiraba principalmente entonces las acciones
de
todos, y era desafiar con temeridad aquellas peligrosas
pasiones proteger tanto á sus particulares amigos. En
vano derramaba á
par, la reina, á
la
manos
llenas las
que
él recibía,
gracias sobre todos; pues nadie miraba sino lo que otros,
lo
y en especial Nithard ó Velenzuela,
alcanzaban. Aquella princesa causó, por tanto, perjuicios á
España, que pudiera evitar con otro
periencia lo
y
talento,
de su tiempo,
ni
aunque no fué suya
la
haya por qué negarle
instinto, ex-
culpa de todo la
integridad
de su honra particular ligeramente.
Rompió
las hostilidades contra la reina
D.Juan,
reti-
rado por orden del rey, su padre, de Madrid en Consuegra, residencia ordinaria de los grandes priores de Castilla, allí
en
la
Orden de San Juan, cuya dignidad poseía; el Consejo
publicó que, después de haber presidido
secreto de su padre inferior
,
no podía tolerar compañero tan
en los negocios, como
tentaron á éste ni á
la
el
P. Nithard.
No
con-
reina aquella ruidosa protesta ni
su inopinada vuelta á Madrid, recelando, no sin razón, hacía para conspirar mejor; y no tardaron en ha-
que
lo
llar
pretexto con que alejarle de España, aunque no lo
lograron. Por entonces un leguleyo, de
nombre Duhau,
BOSQUEJO HISTÓRICO
334
natural de Turena, descubrió en ciertos libros antiguos
que en
el
Estado de Brabante estaba vigente una ley
que disponía que, siempre que un poseedor pasase á segundas nupcias, reservara
los
bienes patrimoniales
para los hijos del primer matrimonio.
No
Luis XIV; y extendiendo un manifiesto pretendía probar que aquella ley
considerarse
como
civil
ley política, exigió
necesitó
al
más
punto donde
debía también
que España
le
entregase por su mujer, María Teresa, única sucesora
que había quedado del primer matrimonio de Felipe
IV,
Brabante y cualquiera otro país donde hubiese tal derecho de reserva. Rechazó como era natural doña
el
,
Mariana de Austria francés,
y refutó éste
Manzano, con negativa de
la el
pretensión y
manifiesto del
doctor D. Francisco
Ramos
del
sólidas y eruditas razones. Pero ni
la reina, ni los
buenos argumentos del
consulto Manzano, apartaron á Luis sito.
,
el
XIV de
la
juris-
su propó-
Concertóse con Portugal para que nos entretuviese
en su frontera; y en 1667, entró sin más declaración de guerra en los Países Bajos, con cincuenta mil soldados.
Tan pronto como sospechó
la
invasión, escribió el mar-
qués de Castel-Rodrigo, D. Rodrigo de Moura, á na, diciéndola: »
«Que mientras Francia hacía
la rei-
tan grandes
preparativos de su parte, todo era desnudez y falta de
»
recursos en Flandes; que tenía necesidad de soldados
»
españoles é italianos, y hasta de tiempo para mejorar
»algo las cosas; que había abastecido á Namur, Char-
>lemont y Charlerois, alentando los abatidos ánimos; »pero que no por eso podían contarse por seguras tan -^importantes plazas, puesto que continuaban haciendo »
falta provisiones,
»era
la
y
sola cantidad
los doscientos mil
escudos, que
que había recibido en dos meses.
CASA DE AUSTRIA »
no bastaban para cubrir
»gencias; que »
si
335
centésima parte de
la
los franceses entraban,
cómo habían de
aquella primavera, no veía
»las plazas, sino era de milagro;
decía,
salvarse
y que bien pudiera
»
darse una provincia, con
»
rompimiento». Poco de todo esto pudo lograr
tal
las ur-
como se
de evitar entonces el
el
mar-
qués, aunque los Estados de Flandes ayudaron bien,
como -solían, y en España,
la reina
y
el
confesor acu-
dieron á todos los medios posibles aún para buscar recursos. Rebajaron de nuevo
la
deuda de
los tristes
juros, repartieron un donativo entre los grandes lados, se impuso un
nuevo
muías, pensóse en echar
tributo sobre carruajes
mano de
ticulares que trajese la flota,
ber
y pre-
los caudales
y de par-
acusando muchos de ha-
sugerido otra vez esta idea que no se ejecutó
entonces
al
cabo á D. Juan de Austria. Luis XIV, en
tomó en aquella campaña de 1667 muchas plazas de Flandes, y en la siguiente se apoderó por primera vez del Franco-Condado, provincia aislada en Francia,
tanto,
que parece imposible que conservara España tanto tiempo.
Forzoso fué resignarse en circunstancias conocer
la
tales á re-
independencia de Portugal, que era evi-
dentemente imposible reconquistar ya, y que aseguraba siembre un aliado vecino y temible á la Francia; y por Febrero de 1668, se ajustó en efecto un tratado de paz,
según
el cual
una de
se devolvieron Portugal y España cuanto
poseía, con excepción de Ceuta, que á modo de memoria quedó en nuestro poder. Siguióse á esta paz la de Aquisgran con la Francia misma, negociada por las demás potencias interesadas en el equila
librio
la otra
europeo, idea que comenzaba á
dirigir la política
BOSQUEJO HISTÓRICO
336
de los gobiernos continentales. Por ella recobramos algunas de las plazas perdidas y todo el Franco-Condado.
D. Juan de Austria, á quien en el ínterin se había mandado que fuese de Madrid á Flandes á regir el ejército, procuró entretenerse en Galicia hasta que se acabó la guerra. Todavía estaba allí, cuando fué preso en Madrid un cierto Malladas (1)^ agente suyo
según
el
al
cos, por aquel tiempo, tan pronto fué preso
rrotado, sin que se conociese bien
es que,
parecer, y
estilo usado en no pocos procedimientos
al
la
causa.
políti-
como agaLo cierto
saberlo, hizo D. Juan una dura representa-
ción á la reina,
negándose á
ir
por de pronto á Flandes,
y protestando contra aquella ejecución con un calor, que dio que sospechar á los que no conocían el proceso que aquél era efectivamente por de pronto agente suyo y que andaba ya metido en una conjuración. La reina contestó á su representación, mandtmdole volver á Consue,
gra sin tocar en
la corte;
y poco después, con mayores
indicios ya de que conspiraba, envió al marqués de Salinas con un destacamento de tropa á prenderle en aquella
Pero D. Juan, advertido á tiempo, se escapó y pasó á Barcelona; levantó el espíritu de aquellas provincias villa.
regente y su confesor; y, acompañado al fin de tres compañías de caballería y doscientos infantes contra
la
escogidos, se encaminó por Zaragoza á Madrid, pre-
sentándose con actitud amenazadora en
de Torrejón de Ardoz. Entonces
los
el
vecino lugar
grandes de su parti-
Al capitán Malladas, que vivía en una posada de la calle con pruebas, de tener preparada una emboscada para asesinar al P. Nithard al pasar por delante de la Encarnación para dirigirse al Noviciado, donde residía, al salir del despacho de Palacio con la reina.— J. P. de G. (1)
del Olivo, se le delató,
CASA DE AUSTRIA do, Alba, Infantado, Pastrana, jiliana
y
337
Maqueda, Heliche,
Fri-
que acababa de dejar la presidencia comenzaron á agitar el pueblo de Madrid
Castrillo,
de Castilla, contra
la reina; mientras el confesor, ayudado sólo por marqueses de Aytona y Peñalva, y el almirante de Castilla, el nuevo presidente de Castilla y el inquisidor
los
general, llamaban, por su parte, los cortos destacamentos de tropa
que había en
las provincias limítrofes,
procurando formar un pequeño tiempo
ejército.
No
les dieron
audacia de los señores austríacos, que
la
lla-
maban everardos á sus contrarios y la insolencia y cólera que con asombro de todos comenzaba á mostrar la multitud del pueblo, parcial de D. Juarf y su partido. Los Consejos de Estado y Aragón, ó prudentes ó atemorizados, consultaron que debía despedirse al confesor del reino;
de Castilla se dividió, y la Junta de gobierno; en presencia de la reina misma, opinó, por el
tres votos contra dos,
cesaria á
que
la salida
paz pública. Pretendía
la
de Nithard era ne-
la
so partido resistir aún, fiados en que
reina la
y su esca-
autoridad de
Corona impondría en último extremo á
los
pero era temeraria
el
la lucha.
Medió, pues,
bastante inclinado á D. Juan, y dido con
el
la
rebeldes;
nuncio, ya
confesor fué despe-
de embajador extraordinario á Roma, estando en poco que antes de salir de Madrid no le el título
despedazase
el
de 1669,
el
y con
acabó
la
él
pueblo. Así terminó corriendo
el
año
primer pronancíamíenfo militar de España, el influjo
del primero de los validos
de
Regencia.
No sucumbió doña Mariana
á todo, sin embargo. Si
bien se despidió á su confesor, negó, en cambio, licencia á
D. Juan para entrar en Madrid, mandándole disol22
BOSQUEJO HISTÓRICO
338
ver
la
entre
corta fuerza
armada que
ambos continuó
tal
ó aún
Exigía D. Juan, por su parte,
tenía,
y
la
enemistad
más sañuda que antes. que se nombrase una
mayores y más experimentados ministros, don-
junta de
de se tratase de aminorar los tributos, de repartirlos por igual entre los vasallos, de hacer economías en
Hacienda, distribuir bien los empleos, reformar
la
la mili-
y restablecer la buena administración de justicia. Quería al propio tiempo que se proveyesen los puestos cia,
de confesor é inquisidor general, que conservaba á su nombre el padre Nithard, en personas naturales de estos reinos, y que no se mezclasen en negocios políticos; que se separase de la presidencia de Castilla al
obispo de Placencia por ser enemigo suyo, y que, de no separársele, no tomara parte al menos en los negocios
na,
que
tocasen, lo
le
mismo que
al
marqués de Ayto-
que se había señalado tanto contra su persona.
A
estas pretensiones juntó D. Juan luego la de que se
pusiese en libertad
al
hermano de su secretario Patino, la de que se des-
preso por agente de otra conspiración; pojase
al
y
la
res,
padre Everardo de todos sus empleos y honode que á él se le conservase en propiedad el
gobierno de Flandes, de que, por no haber ido
cuando se
le
mandó,
le
había destituido
bió todo esto D. Juan en Guadalajara, á retirado desde Torrejón;
mas
la reina,
la reina.
allá,
Escri-
donde se había
en lugar de ceder
á tales exigencias redobló las suyas, preparándose para resistir otra
vez con más
eficacia.
junta que pedía D. Juan, con
el
alivios, á fin de que no creyese
Nombró realmente nombre el
áo.
pueblo que des-
cuidaba sus intereses, y negoció astutamente, por
gunos
días,
la
Junta de al-
con D. Juan para entretenerle; pero en
CASA DE AUSTRIA
339
entretanto ordenó la formación de una coronelía ó regimiento, ya proyectado antes que saliese el con-
el
fesor,
el
na y con
á las órdenes del marqués de Aytonombre de Guardias de la Reina, de-
cual, el
bía atender á su defensa. A la par con esto enviaba despachos á Ciudad-Rodrigo y Galicia para que los destacamentos de tropas, que allí quedaban, del ejército de Portugal, se acercasen á la corte.
Por último, juzgándose ya bastante fuerte, mandó de improviso á Guadalajara al general de la caballería D. Diego Correa, para que, ballería, diese
no licenciaba D. Juan al punto su caorden á los capitanes de abandonarles, si
so pena de desleales. No obedecieron los capitanes, y D. Juan, lejos de licenciar su escolta, comenzó á reforzarla con algunos migueletes catalanes y paisanos que
acudían á su servicio. Pero, al propio tiempo, el regimiento de la Guardia se engrosaba á toda prisa, y el marqués de Aytona, su coronel pudo responder ya de ,
contener con
él
grandes de
oposición y
las
la
á D. Juan, y sujetar en Madrid á los
trario á
D. Juan, como
mirante de Castilla, ta, el
al
compañías jóvenes de
el
el
pueblo. Entraron á mandar
altas casas, del partido con-
conde del Melgar, luego
de Fuensalida,
luego duque de Montalto,
de
las
Navas,
ros particulares.
el
al-
de Cartagine-
marqués de Jarandillo, duque de Abrantes y otros caballeComponíase la tropa de sargentos y el
el
cabos viejos y algunos soldados veteranos, y, para completarlo más pronto, de cuantos hombres de vida airada quisieron sentar plaza. Acuartelóse en
el barrio de San Francisco y se uniformó y armó con un esmero desusado en regimientos de España. Representó el Ayunta-
miento de Madrid contra
la
formación de este cuerpo
BOSQUEJO HISTÓRICO
340
con notable energía, formulando en veinte proposiciones los perjuicios que habían de originarse, y hizo
el
Consejo de
Pero
la
propio
reina desatendiólas
y ordenó callar al Consejo asunto. Quejóse D. Juan de todo esto altamen-
reclamaciones de sobre
Castilla.
lo
el
la villa,
y no recibió otra respuesta, sino la de que se abstuviera de escribir y entrometerse tanto en los negocios públicos. Aguardábase, pues, un rompimiento entre los te,
dos partidos, y que se convirtiesen en campo de batalla las calles déla corte; hasta se señalaba ya el día
y
drid,
la
hora en que D. Juan había de caer sobre
Ma-
y se proveían de víveres los vecinos, alarmados,, salir de sus casas. Faltaban en el mercado los
para no
mantenimientos: todo era, en
fin,
cuando, de improviso, se deshizo
confusión y espanto, la
nube aquella
pací-
ficamente. El nuncio, que seguía siempre de mediador,,
logró que D. Juan se contentase con
el
virreinato ordi-
nario de Aragón, á título de vicario general de aquella
Corona, y que se alejase de Madrid, no
sin
gran dis-
gusto de los más ardientes de sus partidarios y de los
que comenzaban á aficionarse á
las
obscuras peripe-
Apenas habría quizá llegado á Zaragoza D. Juan, cuando comenzó ya á ser público en Madrid el nuevo valimiento de Valenzuela. Habían quedado tan inquietos los ánimos y tan quecias
de
las revoluciones.
brantada
la
autoridad, á pesar de la imprevista energía
demostrada por
la reina,
que durante
duró, desde su origen hasta su
y á
la
par con
él
la
fin, el
los seis
años que
nuevo valimiento,
Regencia, puede decirse que no
hubo ya día tranquilo en este Madrid, tan silencioso, respetuoso y hasta humilde bajo
el
cetro de Felipe
todavía, y tan obediente aún, bien que
III
murmurador y
CASA DE AUSTRIA
desmoralizado, en
la
época de Felipe IV. Para alarmar-
correr alguno de los
lo hizo
voz de que
341
iba á darse
muchos descontentos
la
un decreto mandando recoger
todas las armas ofensivas y defensivas y prohibiendo su uso, por tiempo limitado, y en poco estuvo que no
produjese ya esto un levantamiento; porque las
el
uso de
espadas y broqueles era tan general aún, que no
había ciudadano alto ó bajo que no se sintiese agraviado. Desvanecida aquella alarma, comenzaron á originar otras cada día las fechorías de los soldados de
va Guardia. Andaba pesar de todo
el
la
Hacienda de
tal
la
nue-
modo, que á
cuidado que se puso en asistirlos, les
meses las pagas. No se más para que se recrudeciesen en Madrid
faltaron desde los primeros
ne-
cesitaba
las
lastimosas escenas de los peores tiempos de Felipe IV. El
mayor reposo en que había estado
el
reino por
algunos años había favorecido á los tribunales para corregir algo los desórdenes y castigar no pocos mal-
vados; pero
las recientes
turbaciones de nuevo engen-
draron criminales sin número que, por medio del re-
gimiento de
la
Guardia, vinieron en gran parte á reunir-
se en Madrid. Bien habían previsto esto
Consejo en sus representaciones; pero
la
y el reina no oyó la villa
nada entonces, aguijada del deseo de asegurarse contra D. Juan,
ger de
y ahora
los naturales
indiferencia
tal
amargos
comenzaban á reco-
frutos.
Viéronse casos espantosos en pocos días. Dos de los soldados, yendo á robar unos melonares, mataron
dueño de quearon
ellos,
la
averiguar
que era
el
al
ventero de Alcorcón, y sa-
venta. Salieron los alguaciles de Madrid á
el
caso y tropezaron con los del regimiento,
que ya estaban
allí;
vinieron á las manos, peleando
BOSQUEJO HISTÓRICO
342
justicia contra justicia, hasta
que
los
de
la militar
con
los soldados obligaron á sus contrarios á encerrarse en la
venta, y
dejar
allí
les pusieron
uno á vida. Pudieron
cerco determinados á no
Cara-
los sitiados avisar á
banchel, de donde salieron en su socorro la hermandad del lugar
y
las
de otros comarcanos, y como también á
los soldados les llegaran
de refuerzo no pocos de sus
compañeros, se empeñó en aquellos campos una formal
donde hubo muchos muertos y heridos de ambas
batalla,
partes, retirándose inferiores en tante,
al
cabo
número á sus
los soldados,
por hallarse
contrarios. Juraron,
no obs-
vengarse de los de Carabanchel, y una noche se al lugar con propósito de saquearlo; pero
acercaron
tamibién tuvieron
poca ventura, porque salieron
los ve-
cinos contra ellos, mataron dos y trajeron tres prisio-
neros á
la cárcel
de corte. Entonces, irritados ya
al úl-
timo punto los soldados, se juntaron en cierto número, arreo y ordenanza militar fueron á talar y los panes del pueblo. Estaba este aparejado á
y con todo
quemar la
el
defensa, cerradas las bocacalles,
portillo
más que un
sin
por donde se entrase, con cuerpo de guardia
No
constante.
bien sus espías les avisaron
el
propósito
y número de soldados, los lugareños salieron á su encuentro, no pareciéndoles número desproporcionado á sus fuerzas, y pelearon con ellos tan valerosamente, que mataron hasta doce, retirándose los demás escarmentados.
Aunque
insignificante en sí este suceso,
recordarse, porque de
en Madrid
él
sólo se infiere
merece
cómo andaría
el
gobierno, cuando á sus puertas se verifi-
caba esto
sin
que nadie pusiese remedio. Lo más eficaz
que se
ocurrió
le
al
marqués de Aytona para corregir á
sus soldados, fué encerrarlos en
el
barrio de
San Fran-
343
CASA DE AUSTRIA cisco,
mandando desocupar todas
noche
la salida.
del
Consejo de
sión,
Pasó
la
las
casas y prohibir de
reina este proyecto á consulta
Castilla, el cual,
aprovechando
la
oca-
representó con gran libertad y firmeza, que no
había otro remedio sino echar
exonerándolo: «que
al
la principal
regimiento de
la corte,
obligación de los re-
»yes era castigar los delitos, carga de
muy
gran peso,
»pero estrechísima, porque pasó á los reyes con »
traslación
que
hicieron los pueblos».
Así
la
las disputas
iban poco á poco encendiendo los espíritus
y haciendo
brotar todavía doctrinas liberales, de entre las cenizas á que
la
Inquisición había reducido todo libre examen-
Poco después
el
mismo Consejo hizo una
descripción
de los excesos del regimiento, verdaderamente curiosa: -^^Son los testigos más vecinos, decía, las quejas uni>>
versales que dan los caminantes y trajineros de lo
»que á »lo »
las entradas
que traen, y á
de Madrid los
les
sucede, quitándolos
que no tienen los maltratan ó
matan, dejándolos desnudos. Los frutos de
las viñas
»los han talado. Las huertas las han destruido; del ga-
znado que se apacentaba en prados en contornos de villa, han quitado muchas cabezas y tratado mal
»esta
>á los pastores; las casas de los hombres de negocios, >
depositarios y hacendistas no se ven libres de tien-
»tos y papeles en que les piden socorros con amena»zas; pocas personas se escapan de las peticiones que »les hacen los soldados, á título de la necesidad 3
padecen».
tal,
que
la
Y
la
evidencia de estos daños llegó á ser
Junta grande de gobierno y
el
Consejo de
Guerra, que habían opinado porque se formase miento, aconsejaron
Madrid.
que
al
cabo á
la
la
el regi-
reina que lo echase de
BOSQUEJO HISTÓRICO
344
Era el marqués de Aytona, D. Ramón Guilién de Moneada, que lo mandaba, hombre devoto y de honradas costumbres, pero no poco ambicioso y de
y por todas estas cualidades irreD. Juan, de quien estaba ofenenemigo de conciliable carácter firme y terco,
dido. Sabía y deploraba los desórdenes del regimiento; buscaba y proponía de buena fe maneras de remediarlo; pero no consentía ni en salirse con su regimiento de
Madrid,
ni
en oprimir tanto á sus soldados que llega-
sen los ciudadanos á perderles el
mismo que
el
miedo. Su objeto era
tan indeliberadamente llevaban á cabo
sus soldados: dominar y espantar á Madrid para que no se apoyasen en las turbas D. Juan y su partido.
que
la
Y
para
gente del regimiento se separase todavía más
del vulgo, dióle
Aytona un
traje extraño
que se llamó
mismo que usa-
chamberga, según unos, porque era
el
ban
Schomberg; según
los soldados del general francés
otros,
porque
los traía
á servir á España en
un cierto Mr. Chavaget que vino el ejército
de Portugal.
procedió llamarse aquel regimiento de
la
De
aquí
chamberga ó
cham.bergos; y chambergos por un lado y golillas por otro, que así llamaban ellos á los cortesanos, continuaron revolviendo á Madrid por
mucho
tiempo.
Pero entre tanto aquella exigua fuerza ocupa, por eso solo, lugar importante en
España, dio reposo á doña Mariana ó principal agente Valenzuela,
duró de derecho. zuela contentar
No al
,
militar,
que
la historia
de
y á su consejero
mientras
la
regencia
descuidaba, sin embargo, Valen-
pueblo de Madrid. Procuró, antes
que todo, que estuviesen provistos los mercados y baratos los mantenimientos,
ces poniendo tasa
al
lo cual
se lograba enton-
precio de las cosas y obligando á
CASA DE AUSTRIA traer aquí^, de
buenas ó de malas
gares vecinos.
De
,
345
sus frutos á los lu-
esta suerte la intervención de los
madrileños con sus gritos y amenazas en los sucesos políticos llegó á producir algo semejante á los preto-
y algo también parecido
rianos,
guo pueblo romano, mantenido cias por los
al privilegio del anti-
á costa de las provin-
emperadores, para obtener su apoyo. Lle-
vado, por otra parte, de su carácter alegre y de su afición á la poesía dramática,
que
protegió Valenzuela los teatros
das y
las corridas
él
así
,
también cultivaba,
como
las
mascara-
de toros. Llevó á cabo asimismo im-
portantes obras públicas para facilitar salarios á los que ios querían,
siendo de ellas
puente de Toledo,
jÁ
el
arco de Palacio, según se cree (1), y uno de los ángulos
de
la
dio.
Plaza Mayor, años antes destruido por un incen-
La Junta de gobierno,
zuela
al
cabo, y
el
entretanto, lenta y
ci
ya dirección tomó Valen-
Consejo ce Estado, atendían, en dificilmeite,
provincias de fuera de
como siempre, á
Pen nsula y á
la
los
el
las
negocios ex-
teriores.
Ajustóse un tratado en freno
á
las
16'
provocaciones
ción insaciable de Luis
XI^
tuvo en Flandes y en
Cata.'
3 con Holanda para poner continuas y á
y
la
ambi-
rota la guerra, se sos-
aña con poca fortuna. El
Franco-Condado se perdió fitonces para siempre. Valenciennes, Cambray, Gafüíi y otras de las mayores plazas de Flandes cayeroíf/ igualmente en poder del
enemigo. Donde únicamenl/; pudo hacerse una campa-
Este arco recientementí ha desaparecido, con el edificio (1) á que estaba adosado^ para o nstruir la gran verja que ahora cierra la llamada plaza de Arn as. J. P. de G.
—
BOSQUEJO HISTÓRICO
346
ña bastante gloriosa fué en
el
ayudaban en buen número á
Rosellón, cuyos naturales los nuestros, para librarse
de los conquistadores franceses, y en Cataluña hubo
también algunas
muy
reñidas, en que tomaron grandí-
sima parte los almogábares y migueletes del país, organizados en partidas- y somatenes, que impedían
al-
canzar ventajas notables á los ejércitos de Luis XIV.
Pero como lear
solía suceder, no tuvo España sólo que petampoco entonces contra los extranjeros, sino
contra sus propios subditos con ellos coligados.
Levantóse Mesina en 1674, gritando al principio «muera el virrey» y «viva Carlos II», y de allí á poco «viva Francia». Llamaban los mesineses conjuración
de los ministros españoles contra ellos, á
la
resisten-
que encontraron para llevar adelante sus
cia natural
mas
propósitos;
el
hecho es que no pararon hasta
prestar juramento de fidelidad á Luis XIV, recibiendo
duque de Vivonne. Procediegobernadora y sus ministros con más acti-
de su parte por virrey ron
la reina
al
vidad que solían, en aquel caso; enviaron tropas de Cataluña, fueron
quedaban
al
pocos bajeles y galeras que marqués del Viso, y la escua-
allá los
mando
del
dra holandesa del famoso almirante Ruytter, que nos
prestaron nuestros aliados. Después de varios combates navales,
uno de
los españoles,
los cuales costó á Ruytter la vida,
apoyados por
la
inmensa mayoría de los
sicilianos, estrecharon á los franceses
de suerte, que
éstos acabaron por abandonar sigilosamente á los mesi-
neses, con
tuvo
lo cual
la
insurrección fácil término.
En Cerdeña hubo también graves turbaciones por aquel tiempo, á causa de haber sido asesinado
qués de Camarasa
,
el virrey,
mar-
atribuyéndole infundadamente una
\
CASA DE AUSTRIA
347
muerte; pero se aplacaron sin gran dificultad, aunque
no
sin tener
En
la
desórdenes. la
que enviar
allí
también bajeles y soldados. teatro Valencia de graves
misma Península, fué
Y
á la par los filibusteros ó hermanos de
costa, continuaron destruyendo nuestras flotas de
América; y uno de ellos, por nombre Morgan, llevó su audacia hasta saquear á Portobello, y la isla de Santa Catalina.
Mientras acontecía todo esto, iba de hora en hora creciendo
el
favor de Valenzuela. Jerónimo Zeno, que
tanto exalta, cual se ha visto antes, la religiosa con-
ducta, en esta época riana, dice, sin
misma observada por doña Ma-
embargo, que aunque
carrera de Va-
la
lenzuela debía atribuirse á un simple
capricho de
la
fortuna, y fuese obra de envidioso rencor suponerla hija
de ciertos afectos de
la reina, la
verdad era que
la
vanidad inconsiderada de aquél acumulaba todos los indicios posibles para creer lo peor. tre otros
empleos,
el
Desempeñaba, en-
de superintendente de
las fábricas
de palacio, y con este pretexto tenía dobles llaves de los aposentos del mismo, y entrada y salida libre por todas partes. Esto último, y el quedarse hasta las altas horas de
la
noche en compañía de
la reina,
principal origen de las murmuraciones.
aquel valido daba sólo audiencias, los corredores
al
salir
como por
fueron lo
el
demás,
ó entrar en
de palacio, no admitiéndolas en su casa
hasta los últimos meses de su ministerio. valor; hablaba
Por
No
carecía de
poco de negocios, no tanto por cautela,
ocultar su insuficiencia,
y era excesivamente
avaro, por lo cual no logró nunca tener,
como hubiera
podido, amigos particulares. Es indudable que aunque fuera siempre la reina quien
le
protegiese más, debió á
BOSQUEJO HISTÓRICO
348
Carlos
II
también bastante favor en sus primeros tiem-
pos, sin duda por
la
amenidad de su
viembre de 1675 cumplió Carlos aquella fecha
misma
II
trato. El
6 de No-
catorce años, y con
escribió la reina á los ministros,
que diesen ya todos los decretos á nombre del rey, que entraba en posesión del reino, según
el
testamento de su
padre. Púsosele también poco antes casa aparte. Pues
en Noviembre del año siguiente, fué cuando Valenzuela se hospedó ya en palacio, y en las mismas habitaciones
de los infantes, haciendo ministro, recibiendo en la
allí
alarde del título de primer
cama
visitas
de embajadores,
llamando á los grandes señores que componían
la
Junta
oride gobierno á deliberar en su cuarto. De ginal de aquel tiempo, que á la vista tenemos (1), resulta que el rey mismo bajó al aposento que había de
una carta
ocupar Valenzuela, para ver
si
estaba bien preparado,
mismo que la reina, la cual, hallándolo desabrigado, mandó que ardiese allí constantemente una chimenea (2). En la concesión de la grandeza de España tuvo también mucha parte cuando menos el rey, como apa-
lo
rece de otra carta original, que forma colección con
la
anterior, en que se cuenta que, cazando aquél cierto
día
con
el
almirante de Castilla y
el
marqués de
Villasie-
Varias cartas de 1676 á 80. Tomo de manuscritos de don (1) Pascual Qayangos, que perteneció á la gran biblioteca del conde de Villa-Umbroso, presidente que fué del Consejo de Castilla. Esta particularidad, que mostraría gran consideración de (2) parte de una reina de aquel tiempo á Valenzuela, y sería tanto más notable, cuanto que, según resulta de la correspondencia, no ha mucho publicada, de la primera mujer de Felipe V con su madre, no halló todavía entonces ninguna chimenea en palacio, sino sólo braseros. La especie de la chimenea parece debió ser una de las muchas invenciones que contra él fraguaron después de su caída los partidarios de D. Juan de Austria.
CASA DE AUSTRIA
D. Fernando de Valenzuela, erró
rra,
y
acertó á dárselo
al
joven rey, se
le dio
luego
grande de España, conforme
y poco grave que punto
al
rey, de que posee copia
No
la
el
le
hizo
dignidad de
la citada carta dice,
firma un memorial (1) que dirigió al
á un ciervo
el tiro
marqués en un muslo. Por indemni-
zarle de la herida involuntaria el
349
y con-
más tarde Valenzuela
autor de este trabajo.
mayor de edad al rey, auntutela como antes, contrario á la reina, y los mu-
bien se hubo declarado
que en realidad continuara tan en grandes del partido
los
chos que se fueron haciendo enemigos de Valenzuela, resolvieron ya hacer un esfuerzo supremo para apoderarse del poder.
Todo estaba en separar
la
madre
del
y tomar el nombre de éste, casi niño todavía, para ordenar á su gusto las cosas. La legitimidad de su au-
hijo
toridad había dado hasta
para
resistir,
rey,
á doña Mariana una fuerza
que ya del todo
pues, á correr el
allí
que ya
la
lo
voz
le faltaba.
los del partido
Comenzaron,
de D.Juan, deque
era de derecho, estaba cohibido por
su madre y por Valenzuela, dando á entender al pueblo que cuando quedase libre, sería capaz, adolescente y todo,
como
mente,
los
era, de remediar la monarquía. Verdadera-
venecianos dicen que en sus primeros años
manifestaba Carlos esto,
II
exagerado por
maravillosas disposiciones; y en el
interés, se fundarían
también
aquellas esperanzas, no sólo burladas luego, sino ala
Forma parte de una Colección de copias de documentos (1) tocante á la vida r muerte de aquel ministro, regalada al autor, y que ha pertenecido á la marquesa del Vado, nieta segunda de D. Bartolomé de Rivera y Valenzuela, que debió ser su heredero, por haberse extinguido la rama directa de aquél en su único hijo, que murió sin sucesión. De esta Colección son otros de los documentos que se citan.
BOSQUEJO HISTÓRICO
350
sazón inverosímiles. Llamado por sus partidarios, vino entonces D. Juan á Madrid de improviso, pensando
que su sola presencia bastaría para dominar al joven rey y atemorizar á la madre; pero ésta se negó á verle, y no pasó del Buen Retiro. Valenzuela, por su lado, tuvo bastante resolución para querer prenderle
modo que
noche; de
el
allí
una
príncipe juzgó prudente vol-
verse á Aragón y Cataluña, aplazando de nuevo sus
Burlado por este camino, pensó valerse
propósitos. otra vez lencia,
aquel partido de las amenazas ó de
comenzando á conspirar con
tando una de
las cartas
de
la
la
objeto.
tal
vio-
Tra-
Colección ya citada de
las diferencias
que tenía
zuela, con
ciudad de Granada, sobre organización
la
general de
el
la
costa, Valen-
de un tercio, dice,
al paso, que corría la voz de que Consejo de Estado había consultado al rey que no convenía que aquél entrase en palacio; mas que lo »que parecía cierto era haber misterios tan profundos
«el 1^
»
que
los
hombres no
los podían sondar».
entró en palacio á pesar de la consulta, salió
de
él ni
aun con
la
Valenzuela
si la
hubo, y no
llegada de D. Juan; pero otra
carta añade luego que estaban ya concertados, armados y dispuestos los grandes á echar de allí, por fuerza, no ya sólo al ministro, sino á la reina. No teniendo
ya autoridad propia, y sintiéndose abandonada poco á poco por su
para evitar mayor perturbación en el pueblo y humillaciones más graves, convino doña Mariana
al
hijo,
cabo, según
Zeno cuenta, en que
escribiese á
D. Juan
el
rey que viniera á e'ncargarse del gobierno.
Procuró
el
príncipe no llegar á Madrid hasta que logra-
ron sus amigos que saliera para Cataluña el famoso regimiento de la chamberga donde sin duda temía que ,
CASA
DP:
conservara tales simpatías difícil tratarla
La
como
351
AUSTRIA la
reina
madre que
fuera
le
quería.
reina, por su parte, debió procurar ante todo sal-
vida de Valenzuela, que, entregada ella á discreción, era lo que más peligraba. Probablemente por su consejo, pero no sin que él manifestase también dolor
var
la
al prior del Escorial, y II fiarse más que de él, quien de tenía no diciéndole que le suplicó que se llevase secretamente al monasterio á
grandísimo, llamó Carlos
Valenzuela, mandándole para mayor seguridad, por escrito, que le tuviese allí alojado, en los aposentos mis-
mos que con para
allá,
el
rey había ocupado otras veces. Salió
por tanto, Valenzuela, abandonado de los
pocos grandes que seguían aún el partido de la reina, los cuales, sin esperar orden ninguna, se habían ya negado á seguir concurriendo á las juntas de gobierno, en el cuarto del
desventurado primer ministro. En
la
segun-
da mitad de Diciembre de 1676 ocurría esto; en 21 de Enero de 1677 escribió al cardenal Nithard en Roma, desde Madrid, uno de sus antiguos amigos y servidores, cierta carta en cifra que da bastante luz sobre el estado de las cosas. Enviábale uno de los ejemplares
de un escrito esparcido por la corte, en infinitas copias, «encaminado al descrédito de la reina, y á su total »ru¡na», y por su cuenta le decía: «que no sólo trataba »el partido
de D. Juan de prender inmediatamente á
» Valenzuela,
y>por tal
sino de darle tormentos f ierísimos v probar
medio
»na, y después
lo
»línea austríaca».
>en
el
que deseaban para destruir á
inhabilitar al
La
mismo
rey,
la rei-
y extinguir la
carta concluía observando «que,
entretanto, aquella santa señora estaba sin direc-
»ción de nadie en todas sus cosas, y tan abandonada
BOSQUEJO HISTÓRICO
352
»que era grandísima lástima»; por Dios,
que
el
lo cual
«que asistiese y amparase su
la escribía,
innocencia-». Por estas palabras de un
portancia, sin duda,
suplicaba á
hombre de im-
y muy íntimamente enterado de
todo, se ve hasta qué punto llegaban las pretensiones del partido
reina.
De
vencedor, cuando vieron ya indefensa á
más á favor de la virtud de esta, tan defendida, hemos visto, por los embajadores venecianos. No ga, sin embargo,
el
autor de
la
lo
cual nie-
presente obra, que caben
dudas aún acerca de este punto. Aunque los
la
puede también sacarse un testimonio
ellas
los dichos
de
venecianos parece como que hacen plena prueba,
que
P. Flórez da á entender y lo que resulta de
el
los hechos
mismos que acabamos de exponer
mente, no permite
fallar
ligera-
de un modo inapelable este
proceso histórico. La más sincera piedad religiosa no
puede á veces lo
libertar al
demás, tuvo
más de un
la
reina
corazón de las pasiones. Por al llegar
desaire de su hijo, y
de palacio, é irse luego á residir
Y
en cuanto á Valenzuela,
tan lejos
como
al
mal de su grado,
alcázar de Toledo.
bien no llegó la venganza
si
se pensaba, pagó bien, con todo esto,
A pesar del
exageración de su valimiento. rior del
D. Juan que soportar
salir,
la
decreto ante-
rey fueron, de acuerdo con D. Juan de Austria,
al Escorial el duque de Medina-Sidonia y D. Antonio de Toledo, hijo del de Alba, acompañados del conde de
Fuentes y los marqueses de Valparaíso y de Falces, y seguidos de quinientos caballos de los que por escolta habíp.
traído
el
bastardo de Cataluña.
prior al exministro, sitiaron
hambre; y no empeciendo
primero
el
las protestas
dad, acabaron por entrar en
él
Negándoles
el
convento por de
la
comuni-
violentamente y sacar á
CASA DE AUSTRIA
Valenzuela, tan pronto el sitio
ta le
353
como supieron por una
delación
en que estaba. La relación de este suceso, escri-
por un monje del monasterio, afirma que Valenzuela allí en cara á D. Antonio de Toledo el haber soli-
echó
citado su amistad así
y pedídole
como una buena suma
padre, que se hallaba
el
del
muy
Consejo de Estado; por todo
Toisón, que
le
concedió,
Tesoro Real
al
duque su
alcanzado, y plaza en el lo cual le había ofrecido
con palabras textuales que los dos serían sus esclavos. No tuvo el descendiente del conquistador de Portugal palabra alguna que responder; que
tal era la corrupción de aquel tiempo. Expidió una bula el Papa
para que se devolviese
al asilo del Escorial la persona de Valenzuela, pero no fué obedecida; y en lugar de eso autorizó el nuncio, por ser el ex ministro caballero
profeso de Santiago, que desde Consuegra donde estaba preso, en poder de los criados de D. Juan, se le relegase á
la fortaleza
de Cavite, en Filipinas, por diez
años. Mandósele, de consiguiente, poner en libertad en 1687, conservándole todos sus títulos y honores. Por último, en Méjico, á
donde pasó desde aquellas
islas,
recibió ya licencia para volver á España; pero antes que
pudiera realizar su viaje,
lo mató un caballo por Diciembre de 1691. Lo desconocido de la vida de este
favorito justificará quizá el él
que merece
que se den más noticias de
(1).
Quedó D. Juan dueño absoluto del poder, aunque no por largo tiempo. Lo mismo que el primer D. Juan de Entre otras particularidades que constan en la ya. citada (1) Colección de papeles, se halla un catálogo de sus escritos, que fueron muy numerosos, contando entre ellos nada menos que seis tomos de obras poéticas. 23
BOSQUEJO HISTÓRICO
354
mucho empeño en
Austria tuvo
España,
sin
terio. Era,
y
gentil;
poder conseguirlo,
al
ser declarado infante de ni
aun durante su minis-
decir de Carlos Contarini, D. Juan, afable
y otros venecianos concuerdan en que su valor
y su talento militar estaban altamente estimados en España, de modo que llegó al poder con aplauso de la nación entera, deseosa de ser gobernada por un hom-
bre enérgico que
la
defendiera bien de los extranjeros.
Su desgracia quiso
que^ abandonada España de la
landa, é incapaz de
resistir á
Luis
XIV por
sí sola,
Hohu-
biera que firmar, durante su ministerio, la triste paz de
Nimega, complemento de la de los Pirineos, que trajo consigo otra gran desmembración de territorio. Este tratado dio ocasión á la venida á Madrid,
como emba-
jador de Francia, del marqués de Villars, que, en sus
Memorias, nos ha dejado un te ajustado á la verdad,
por
retrato lo
que parece bastan-
que dan á entender sus
hechos. «Su mayor desgracia», dice aquél diplomático, primer puesto del Estado. Jamás
«fué llegar á ocupar
el
»persona alguna
ocupó con mejores circunstancias:
le
»su ilustre nacimiento, »el favor
de
los
la
buena opinión de
los pueblos,
grandes, los pocos años del
rey^,
todo
aparecía ayudarle, de suerte que puede decirse que »fué
el
solo quien se faltó á
sí
mismo. Era un hombre
»compuesto de apariencias y de genio más brillante que »sólido, presuntuoso, poseído de sí propio y sin esti»mación
ni fe
alguna en los demás, harto preocupado
»de pequeneces y falto á menudo de amplitud de miras »y de resolución en las cosas grandes, capaz de preci»pitarlas, sin
embargo, por terquedad de carácter. Estas
»faltas estaban
compensadas con muchas cualidades
»brillantes: era
de buena presencia, ameno, cortés, ha-
CASA DE AUSTRIA
355
»blaba bien varias lenguas, tenía ingenio, valor perso-
suma, todas
»nal; poseía, en
las exterioridades del
mé-
y no un mérito verdadero». Tomó á su cargo, con tales ó parecidas cualidades, D. Juan, no sólo el arre»rito,
glo de una nación totalmente ya desorganizada, sino ejercicio de
sí mismo quebrantado y hasta mismo y sus partidarios. Pocas ex-
un poder en
deshonrado por piaciones hay el
el
él
más seguras que
poder con altos
la
de los que recogen
después de haberlo destrozado
fines,
ó anulado con sus propias manos. Bien pronto
lo
expe-
rimentó D. Juan, teniendo que empezar por desterrar
de Madrid á muchos grandes de
los del partido
de
la
poco á poco con que eran ya
reina, y encontrándose
también enemigos suyos, casi todos los que habían pertenecido
de
al
suyo propio hasta
Valle-Umbroso,
el
el
día del triunfo.
Consejo de Castilla
la presidencia del
mismo de quien proceden
al
Separó
conde de
los papeles
citados antes; hombre tan recto que, habiendo recibido
un decreto de la reina para decapitar á un hombre, sin forma de proceso, como se solía, echó el papel á un brasero diciendo: «así cumplo yo órdenes tan contrarias á
»mis obligaciones». Para reemplazar á un sujeto de tan raras condiciones, á la sazón,
nombró á un simple canó-
nigo de Toledo. Deshizo luego casi
Guardia ó de la
do
el
regimiento de
la
Chamberga, por su antigua adhesión á reina madre. Pasábase de allí á poco los días leyenla
los innumerables papeles satíricos
que por Madrid
circulaban, desesperándose ó imaginando terribles ven-
ganzas contra
los
que
tores castigados fué le
le
el
censuraban.
Uno de
atribuyeron ciertos versos sangrientos.
sido echados de
la
los escri-
marqués de Mondéjar, á quien
Ya habían
corte Osuna, Astillano, Mansera,
BOSQUEJO HISTÓRICO
356
Humanes, Aguilar, y hasta
el
conde de Monterrey, jefe
de su partido en Madrid, mientras él estaba en Zaragoza, por sospechar que quería suplantarle en el ministerio,
enviándole á mandar en Cataluña primero, y deste-
rrándole y procesándole después. Antes de mucho tiempo comenzó á echar todo el mundo de menos la re-
gencia tan aborrecida antes, aunque á decir verdad no llevara
mucha ventaja
al
de D. Juan
Valenzuela. Pero en política,
siempre mayor mal tras el
el
el
de
ministerio
más que en nada, parece
presente que los pasados.
Y
mien-
pueblo, que no había mejorado de condición
realmente
ni
poco
ni
mucho con
cambio, murmura-
el
ba de su suerte y de la del Estado, los grandes, mal satisfechos de las recompensas recibidas, ó muy agraviados, entraron de nuevo en relaciones con la reina
madre. Trataban ahora de reuniría con su propia manera que
la
habían separado de
él,
hijo,
con
de el
la fin
de derribar á D. Juan, á quien los más de ellos habían contribuido á enaltecer. Bastó que el marqués de Vi-
muchas de estas particularidades, se infante de España al bastardo de negara á tratar Felipe IV, para estar bien visto al punto por la mayor llars,
que
refiere
como
grandeza y por el pueblo. A estas diferenmismas entre el embajador francés y D. Juan, se
parte de cias
la
debió también en
mucha parte que, cuantos trataban
rey, prefiriesen su matrimonio con la
al
princesa María
Luisa de Orleans á los otros con alemanas, de que se hablaba. Ya comenzaban á volver uno á uno los gran-
des desterrados, sin conocimiento de D, Juan y con licencias particulares del rey: ya había consultado éste
mismo con Medinaceli, Oropesa y
el
inquisidor general
Sarmiento y Valladares, sobre la forma mejor de despe-
CASA DE AUSTRIA dir á
357
D. Juan y de traer á Madrid á Doña Mariana otra
vez; ya había escogido
al fin
por mujer Carlos
II
á
Doña
María Luisa de Orleans, y hasta estaba acordado
el
matrimonio, por poderes, en Fontainebleau, cuando
D. Juan de Austria, que había estado gravemente enfermo, por Julio del mismo año, cayó postrado en
el
lecho, de donde no se levantó más. El día 17 de Sep-
tiembre de 1679, acabó así sus días á los cincuenta años de edad. Propalaron sus enemigos por entonces que llegaba su ambición hasta caería la corona en
Pero
si
él, si
el
punto de esperar que re-
moría
sin
sucesión Carlos
II.
esta ilusión tuvo, debió durarle poco tiempo, y
ser antes de alcanzar
el poder, porque durante todo el tiempo que ejerció éste, estuvo ya poseído de una profunda melancolía, á la cual atribuyó Villars su fin única-
mente, aunque
el
veneciano Federico Córner, dice:
«que fué tan imprevista y violenta su indisposición, que »dejó incierto el juicio y el hecho de su muerte». La versión de Villars le parece, al que esto escribe, bastante probable; porque bastan para matar, en realidad, los
desengaños de una ambición irreflexiva y
plar impotentemente,
desde
el
el
contem-
poder, las miserias de los
adversarios políticos, sobre todo cuando, por
conducta anterior, no se tiene bien adquirido de condenarlas ó despreciarlas.
la
el
propia
derecho
XII
ASTA QUE murió D. Juan y se casó Carlos
II,
no pudo decirse que terminase su minoridad, la única que hubiese experimentado España en muchos siglos. Ocurrió tal de 1679 á 1G80; y sólo desde entonces hay que contar el infeliz reinado de este príncipe.
Abandonadas ya anteriormente
provincias de
que,
con
la
monarquía
frivolos
las diversas
á las frecuentes acometidas
pretextos,
les
daba
el
poderoso
Luis XIV, y cada vez con ejércitos más bisónos (1) y escasos, y más cortas y mal pertrechadas escuadras, sin dinero, ni
generales capaces, sólo impidieron
la to-
monarquía durante los veintiún
desmembración de la años que gobernó Carlos II, tres cosas: una, el nativo valor de los pueblos marítimos y fronterizos, armando
tal
de su cuenta corsarios los primeros, y deteniendo los segundos la marcha al interior de los ejércitos franceses, con el sistema de guerrillas
(1) Italia,
ya adoptado por los
Bisónos llamaban á los soldados nuevos de España en ir allá llenos de bisogni, ó necesidades.
por
BOSQUEJO HISTÓRICO
360 terribles
migueletes ó voluntarios catalanes, poseídos
de aborrecimiento á sus vecinos, después de los sucesos pasados; otra, el grande interés que tenían Inglate-
y Holanda, con ella unida por aquel tiempo, y más que nadie el Imperio, en que no cayesen todas nuestras
rra
plazas y territorios de Flandes bajo la tercera,
en
el
fin,
proyecto á
la
el
dominio francés;
larga concebido por
Luis XIV, nuestro mayor enemigo, de recoger de una
vez todos
los
Estados españoles para su dinastía. Pero,
entretanto, nos declaró en el período de que tratamos
dos nuevas guerras, de ventajas, bien que
las cuales
sacó como siempre
sin arrancarnos del
todo las nuevas
provincias que ambicionaba en Flandes. Inevitablemente
vencida ya aquella
triste
España de Carlos
defen-
II,
no obstante, palmo á palmo su territorio, y una por una sus almenas. Ni fueron á la sazón nuestros solos enemigos los de Europa; los bucaneros ó filibusteros dió,
infestaron también por aquellos años las Antillas,
y Ceuta Oran moros embistieron con repetición á y éxito alguno.
Mas
en
la
los sin
imposibilidad de recordar aquí
todas aquellas campañas, más ricas en reveses que en
y en que no hubo de notable más que la pérdida de una batalla sobre el Ter, la de Gerona y Barcelona en Cataluña, por la paz recobradas, ó la de Mons, en
glorias,
Flandes, preferimos dejar á un lado los sucesos milita-
para extendernos mejor en los de la corte, aprovechando algunas pocas páginas de nuestra historia de la
res,
Decadencia de España. Al cabo en encerrada, por entonces,
la
la
escasa actividad de
tica española; y fueron los sucesos de
prepararon
el fin
de
corte estuvo
la dinastía austríaca,
la polí-
ella los
que fué
lo
que
más
importante de que ha de tratar ya este trabajo. Es tam-
CASA DE AUSTRIA
361
bien digno, por otra parte, de estudio atento este reinado, porque él hace patente lo que es la monarquía abso-
por legítima que sea, por segura que se
ta,
muy muy
unida que esté con
la
halle,
por
potestad eclesiástica, por
rodeada que se vea de instituciones similares,
luego que dejan por cierto espacio de representarla
hombres extraordinarios. La gran tradición de Fernando V, Carlos y Felipe II mantuvo todavía las aparienI
cias
de
la
dignidad en
el
poder, y
le
conservó toda su
fuerza externa, durante
el reinado de Felipe III; y Felipe IV y Olivares no carecían aún de muchas condicio-
nes de gobierno,
el
aunque indolente, y
primero por su carácter varonil, el
segundo por su aplicación, per-
severencia y firmeza. Aquellos reinados, sin embargo, fueron desatando los lazos del respeto tradicional, y
mando sordamente que, durante
ra,
la
los resortes del poder,
minoridad de Carlos
de
tal
por el
el
la
cual
menos el pueblo, tan profundamente disciplinado Santo Oficio, tomaron activa parte. Después, en
gobierno de Carlos
que á
mane-
estuvo Espa-
II,
ña entregada á una anarquía oligárquica, en todos,
li-
II,
se hizo total
las continuas disputas
la
anarquía, por-
de poder, nunca en miserias
igualadas por ningún sistema parlamentario; á
la inter-
vención de todo género de influencias ilegales en
el
mando, principiando por la de los gobiernos extranjeros y más émulos de España; al rumor, en fin, de las innobles pasiones políticas desencadenadas en la corte, se juntó ya también alguna vez furia suelta
de
las
Entraba Carlos
en
el
rugido temeroso ó
la
tempestades populares. II,
cuando se encargó del gobierno,
años de edad; y, según afirmó el veneciano Federico Córner, todos sus actos respiraban malos veintidós
BOSQUEJO HISTÓRICO
362
jestad, prudencia
y veneración,
sin
que se trasluciesen
todavía sus inclinaciones. Templado en todo, no tenía vicios, ni hijo
ninguna virtud elevada; conocíasele que era
de padre viejo, por su
falta
de vigor y frescura;
mostraba bien no haber dejado de niño
los tiernos bra-
zos de su madre, por su carencia de estudio, tanto sensible, cuanto
que poseía claras luces naturales.
comenzó por buscar
si
que
le
servían los
se sometía
al
No
como su padre y abuelo, peso del gobierno, y á todos trataba con igual indiferencia, y
favorito,
sobre quien descargar los
más
el
cabo á los consejos de los demás, era
por desconfianza de su propia suficiencia. Religioso lo fué mucho, é incapaz de consentir nada injusto; y hasta
con pasión deseaba que se remediasen los males de monarquía, estimulando constantemente
el
la
celo de sus
manera que no fué falta de voluntad el no remediarlos. Mas, por lo mismo que nada adelantaba con sus buenos deseos, y que era su temperamento tan débil, bien pronto comenzó á cansarse de oir hablar de ministros, de
al decir de Juan Córner, vino á ser casi un suplicio hasta despachar maquinalmente con
negocios; y,
para
él
Era muy aprensivo, y no sin razón, á el cuidar de su salud tanto le robaba
la
poca atención de que disponía. Su carácter, anónimo
al
la estampilla.
verdad; pero
principio,
la
fué apareciendo luego, por lo que en 1686
decía Sebastian Foscarini, se hizo ya inquieto, y
más
bien doble que disimulado; capaz de ser cruel antes que entero;
amigo de chismes y cuentos; receloso, tímido y Con haber sido tantas como fueron las mudan-
voluble.
zas de ministros en su tiempo, pensaba Foscarini que
más habrían
sido,
si
no
le faltara
con frecuencia valor
para despedir á los que tenía. El tiempo y
la
madurez
CASA DE AUSTRIA
363
consiguiente del juicio parece que mejoraron algo las cualidades de Carlos los Ruzzini,
II,
porque en 1695 decía de
que dedicaba ya muchas horas
enterándose por
mismo de todas
sí
él
Car-
despacho,
al
las consultas
de los
Consejos, comprendiendo fácilmente los negocios más arduos, reteniéndolos con
suma
memoria.
felicidad en la
Afirma
el
dad
pasiones é intereses de sus cortesanos y minis-
las
propio embajador que distinguía con sagaci-
que amaba mucho á sus vasallos, prefiriendo para
tros;
como su padre y
todo,
abuelo, á los grandes; que sabía
disimular el dolor profundo que en realidad las
desconfianza de ción,
y
cierto
sí
mismo, su perplejidad é
deseo invencible de alcanzar
que
le
y
mediano, ó tropezar con
lo
causaban
le
desdichas públicas. Continuaban, no obstante,
lo
hacía perder las ocasiones de recoger lo
la
irresolu-
lo
mejor,
bueno
más malo. No gustaba,
por recelo, de tratar con hombres de talento superior, prefiriendo los medianos; fijábase con dificultad en las
cosas, movido siempre, sibilidad
y
imitar á su padre,
y
la
dió
al
parecer, de una extrema sen-
agitación nerviosa; iba á caza tan sólo por
y cultivaba por eso mismo
música. Para aquel primer arte tenía, á
la
lo
pintura
que aña-
Pedro Venier en 1698, más habilidad que para nada,
siendo singular jaba. Tal
la facilidad
y perfección con que dibu-
como aparece, en suma, de estos retratos de II era más digno de amor que de y más de compasión por su flaca salud que de
los venecianos, Carlos antipatía,
menosprecio; y el último de aquellos que le conoció, que fué Luis Mocenigo, refirió al Senado que, tal como era, á su
muerte fué universalmente llorado. Sin duda
comprendían aquel tiempo,
los si
que
le lloraron
que
las
en parte se debieron á
la
desdichas de
poca salud y
BOSQUEJO HISTÓRICO
364
energía del rey, fueron mayormente nacidas de causas ajenas á su persona: las
más
del sistema
político
y apogeo
administrativo, precisamente establecidos en el
de
grandeza nacional;
la
las otras
de
la
ambición, desa-
sosiego y falta de patriotismo de los ministros y hombres políticos que
tocaron en suerte, y de
le
crasa
la
ignorancia y fanatismo del pueblo.
Mucho
se fijaron
pañoles en
la
principiar este gobierno los es-
al
nueva reina María Luisa de Orleans,
que entró en Madrid por Enero de 1680; la cual era realmente digna de amor por sus virtudes, mas no llegó á lograrlo,
parte por sus maneras francesas y
su antipatía á las costumbres españolas, parte por no
haber dado sucesor laba.
Fué muy
al
trono
como toda
bien recibida por
el
vertirla con frecuentes espectáculos
y
farsas,
presentando
la corte,
la
nación anhe-
rey, que procuró
di-
de toros, comedias
por algún tiempo,
el
pro-
pio alegre aspecto que en los mejores días de Feli-
pe
IV.
No
fe Carlos
había á todo esto disfrutado de un auto de II,
y para satisfacer su deseo, dispuso
quisidor geneneral que viniese á celebrar uno en drid la Inquisición de Toledo, puesto
había en
la corte.
el in-
Ma-
que aún no
Vino, pues, de Toledo
la
la
de aquella
diócesis con todos sus familiares y los de Avila, Sego-
via y
demás
comarcanas; reuniéronse
iglesias
las cau-
sas de hasta ciento veinte de los desdichados que tenía el
Santo Oficio en cárceles, y se mandó levantar un Mayor de Madrid, más ostentoso que
teatro en la Plaza el
en que asistió
al
auto de 1632 Felipe IV. El nuevo
Rey, que no era más tos,
ni
acogió con gratitud
ral, lo
propio que
la
menos
fanático que sus subdi-
el
obsequio del inquisidor gene-
reina
madre Doña Mariana; y Doña
CASA DE AUSTRIA
365
Luisa misma, sin duda por no disgustar á su esposo,
hubo de poner buen semblante al extraño regocijo que se preparaba. Pero fué mayor que en la corte el entusiasmo en
la
nobleza y
el
pueblo. Hiciéronse familiares
más de
grandes y títulos ilustres de España; y los Alencastre, los de Aguilar, los Zúñiga, Osorio, Pimentel, Pacheco, la Cueva, Silva, del Santo Oficio los
los
Mendoza, Fonseca, iMoncada, Cardona, Guzmán, Fernández de Córdoba, la Cerda, Toledo, Portocarrero, Guevara y Manrique de Lara, modestamente presentaron pruebas de nobleza para alcanzar
el
honor de ser
y acompañarle con su cruz auto. Los plebeyos, rivales en esto de
familiares del Santo Oficio, al
pecho en
los nobles,
el
formaron también presurosos, para escoltar
á los reos, una compañía llamada de soldados de la fe.
Hízose
la
ceremonia de llevar
habían de ser zar; el
y
allí
quemados
se ofreció uno
los al
primero que se echase
fe,
rey,
al
por Madrid ostentosamente
los
haces de leña con que
más culpables
el
real alcá-
que ordenó que fuese
fuego. Paseáronse luego las cruces
llevando en tales procesiones
Inquisición
al
el
llamadas de
la
estandarte de la
duque de Medinaceli, Cardona y Lerma, la Cerda, Enríquez, Afán de Rivera,
D. Francisco de
declarado ya primer ministro; y mandando la guardia del tribunal el marqués de Pobar y Malpica, con cin-
cuenta alabarderos de su casa. El día del auto discurrió el
pueblo por las calles, desde
¡viva la fe de Cristo!
el
amanecer, gritando
Los nobles aprovecharon
tal
oca-
sión para hacer alarde de cuantas galas poseían; acudió el
clero numerosísimo,
como quien presencia un
triunfo
propio; fueron los reyes de los primeros que aparecie-
ron en
la
Plaza Mayor, para no perder un ápice del es-
BOSQUEJO HISTÓRICO
366
pectáculo; y hasta las
más hermosas damas de
la corte,
no queriendo ser menos, llevaban bordados en los vestidos el hábito y las insignias de la Inquisición. Permítasenos, por ser este auto el último célebre, y el último
también de los celebrados por tar estos detalles,
la
casa de Austria, apun-
comunes á todos. Los reos muertos
en las cárceles, comparecieron
al
auto en estatua con
de sus huesos; los vivos y pertinaces con mordazas en los labios, otros sin ellas, pero todos con sam-
las cajas
benitos y corozas.
Tomó
el
inquisidor general, D. Die-
go Sarmiento de Valladares, juramento
al
rey de que
perseguiría siempre á los herejes y apóstatas,
y de que
los entregaría al santo tribunal, sin excepción alguna:
más
ni
ni
más que se tomó en Valladolid á Felipe
Tras esto probó un citas
en
fraile
de autores paganos,
el pulpito,
la justicia
II.
con no pocas
de castigar á los
acusaciones y sentencias de los condenados, y por último salieron á un brasero, para aquella ocasión expresamente levantado según escri-
infieles.
Leyéronse
bió en sus la
y
las
Memorias
el
marqués de
puerta de Fuencarral, hasta
el
Viilars, fuera
de
número de cincuenta
uno: los treinta y dos en estatua, los otros en perso-
que eran trece hombres y seis mujeres, entre ellas una madre y dos hijas. Cuenta el propio Viilars que los espectadores, encaramados en el brasero, pinchaban na,
con sus espadas á los míseros condenados, mientras los consumía fuego lento, y que la turba del pueblo de
Madrid
nubes de piedras. Triste especpero ¿hay razón para culpar de él
les arrojaba
táculo, por cierto;
solamente á Carlos
II,
ni
á
la dinastía austríaca?
(l)De
Lo raro de estas Memorias nos hace aquí citarlas. Están (1) impresas en Londres en 1861, y añaden en este asunto y otros
CASA DE AUSTRIA
367
esta manera juzgaban celebrar bien todos los madrile-
ños, sin distinción de sexo ni de clases,
el
nuevo go-
bierno de un rey á fines del siglo xvii. logró, sin grandes intrigas, llegar Medinaceli á
No
primer ministro. Pretendieron también este cargo,
el
condestable de Castilla y duque de Frías, D. Iñigo Fer-
nández de Velasco y D. Jerónimo de Eguía, hombre de bajos principios y de menores talentos; pero algo favorecido ya por el rey, y que había contribuido no
poco á desacreditar á D. Juan. Bien que no lograse este D. Jerónimo para
medio año
al
sí la
privanza, entretuvo por
rey con pretextos diversos, á
fin
más de de que
no nombrase primer ministro; y en el ínterin rigió casi á su antojo la monarquía. Apoyaba la reina madre al condestable, á Medinaceli el rey, y Eguía principalmente contaba con la ayuda del confesor, que no quería ver primer ministro á ningún magnate. Pero después de muchas idas, venidas y manejos, en que tomaron alguna parte las dos reinas, la vieja y la nueva, quedó por Medinaceli la victoria. Estaba este
magnate bien reputado:
creíase que superaban sus talentos á su ambición;
otra cosa mostró su conducta. Faltaba ya tanto ro,
que
traba.
ni
En
para los
el
gasto diario de
mismos
la
mas
el dine-
casa real se encon-
días del matrimonio llegó la flota
de Indias ricamente cargada; pero cuanto tocaba
al
rey
se gastó en los festejos, y luego no se halló otro arbitrio
que bajar de nuevo
originó,
el
valor de
la
moneda;
lo
cual
principalmente en Toledo, graves tumultos.
Medinaceli, para quitar de
sí
responsabilidad, acudió
al
remedio, tan usado ya en España, de crear una junta mencionados antes, algunos detalles á Josef del Olmo.
la
conocida /Pe/ac/o/z de
BOSQUEJO HISTÓRICO
368
del condestable, el almirante, el
compuesta Astorga,
marqués de
confesor y otros dos teólogos, que
el
le
acon-
sejasen. Pero mientras la junta deliberaba, Ñapóles an-
daba llena de salteadores, los filibusteros desolaban á Portobello, y poco después á Veracruz, dominando casi
completamente
mares de América,
los
los
gobernado-
res de las provincias obraban cada cual á su placer, y el
de Buenos Aires, entre otros, D. José Garro, echó
de la colonia del Sacramento á los portugueses, comprometiéndonos en nuevas desavencias con ellos. Francia nos amenazaba insolentemente, entretanto, con bombardear nuestros puertos por una supuesta
en Madrid mismo hubo un tumulto
inaudito,
por algunos días no poca inquietud
rey y á toda
la
sirva de muestra de las costumbres
y que un
corte. Originóle,
del tiempo, el
al
injuria, y que causó
Marco Díaz, de profesión
cierto
comerciante, hizo ventajosas proposiciones para tomar las rentas del rey en arrendamiento.
blo,
de Díaz; pero
los interesados hasta
bro oyeron mal
pagasen to
Regocijóse
que pensaba ganar mucho con
el
propósito.
crimen, sea que
el
enemigo,
lo cierto
el
Y
entonces en
to al rey,
co-
Díaz tuviese algún ocul-
es que, camino de Alcalá, fué aco-
ron varias heridas mortales. La ira del tanta,
el
sea que ellos mismos
metido cierto día por unos enmascarados, que
Madrid fué
pue-
el
las proposiciones
que se temió ya que
volviendo así
aunque no muda, desde
le hicie-
pueblo de
faltase al respe-
quieta y sumisa, Comunidades, á querer
la multitud,
las
intervenir, con su fuerza material, en las cosas públicas.
En
tales circunstancias,
agravadas por
las
malas
cosechas, se rompió otra vez la guerra con Francia, que se sostuvo hasta
la
tregua de Ratisbona de 1684, me-
CASA DE AUSTRIA diante
la
cual dejó
369
España en depósito á Luis XIV
las
plazas de Luxemburgo, Bovines y Chimay, recobrando
demás que había perdido. Genova, fiel aliada nuestra hasta allí, se reconcilió tambiém con los franceses, bajo condiciones humillantes, abandonando nuestro partido. Esta tregua, lo mismo que la guerra, se hicieron por las
sí solas, sin
traída con
que
apenas se ocupara en
la corte
ellas, dis-
que por doquiera ardían. Jamás
las intrigas
ji-
rones de poder y grandeza han sido más reñidos, ni por más pequeños medios. A semejanza de lo que pasó ya
en
la
corte de Felipe
III,
figuraban ahora entre los con-
tendientes bastantes frailes, y además señoras, poco em-
pleadas todavía en la
la política.
Señalábanse entre estas
duquesa de Medinaceli, de elevado
sa,
talento, ambicio-
que tenía dominado á su marido, y disponía de todo mayor de la
á su antojo, y la de Terranova, camarera reina,
dama de imperioso
por su igual á el
la reina.
carácter,
De
que apenas juzgaba
entre los frailes de influjo,
principal era el P. Reluz, confesor del rey. Hallóse
un tanto en peligro
la
de Terranova con
la reina, y,
bien se traslució, comenzaron á disputarse
de los Vélez,
la
de Aytona,
la
el
puesto
no la
de Alburquerque y otras
señoras principales, apoyada cada cual por deudos y amigos. Declaráronse los duques de Medinaceli contra la
de Terranova, que
les
daba celos, y
propuso derribarlos, coligándose con
el
Jerónimo de Eguía. Llegó á celebrar conferencia con
el
ella á
su vez se
y don confesor una
P. Reluz el
rey para probarle, con abundante
copia de razones teológicas, que debía separar á Medi-
y nombrar otro ministro; pero Carlos, que según los venecianos dijeron, no era nada reservado, enteró
naceli,
de todo á Medinaceli, y éste, ganando á su partido á 24
BOSQUEJO HISTÓRICO
370
Eguía, logró con ayuda de fesor y á fante. retiro,
con
la
que se despidiese
él
al
con-
de Terranova, quedando por entonces triun-
La camarera fué cortésmente invitada á pedir su cosa no vista en un empleo que solía acabar sólo propia vida, ó
la
entrando en su lugar
la
la
de
la reina
á quien se servía,
duquesa de Alburquerque, amiga
madre y del ministro. Parecía natural que Doña Mariana quisiese ver acomodados en destinos públicos á los que la habían acompañado en la desgracia; de
la
reina
mas, lejos de tolerarlo los cortesanos, era esta una de las cosas con que más alborotaban á Madrid, diciendo que el
rey estaba otra vez en tutela.
parte, á nadie,
No
se pagaba, por otra
porque no había con qué;
empleados se negaban á
asistir,
los
buenos
por consiguiente, á sus
puestos, donde no podían vivir con honra, y á algunos
hubo que obligarlos á continuar por fuerza. Dio esto ocasión á que Medinaceli, falto de recursos, y no atre-
viéndose á pedirlos
al
reino en las ya olvidadas Cortes,
sacase á subasta casi todos los empleos, llegando á ser general
lo
con esto,
que era excepción hasta entonces. Adquirió la
enfermedad de
la
empleomanía, inauditas
proporciones. Los pocos empleos y gracias que no se vendían, se daban por influjo de la reina madre, ó por aplacar descontentos, como,
al
cesar
la
de Terranova
en su cargo, se dieron á su yerno y nieto los duques de Híjar y de Monteleón, al
el
virreinato de Galicia
al
uno, y
otro el Toisón de Oro. Si alguna vez se concedía
mérito algún empleo, entonces era
quejas se levantaban,
como
se vio en
virreinato del Perú á favor de D.
al
cuando m.ayores la
provisión del
Melchor de Navarra
y Aragonés, hombre de saber y virtud, aunque de cuna humilde. Los grandes y nobles de altas familias lo que-
CASA DE AUSTRIA rían todo para
sí,
del estado llano,
371
y cada día eran más rigurosos con los cualquiera que fuese su mérito. Llegó
un momento en que todos, con razón ó sin ella, estaban contra Medinaceli, siendo tan malos como él, por lo menos,
que
los
Y
para imitarlo.
combatían, ansiando sólo suplantarle
le
el
carácter de ejercer
rey, en tanto, incapaz por salud
poder absoluto que
el
tenía,
y
y
sin
principios ni instituciones que le ayudasen á limitar ó
regular las ambiciones individuales, tener
ni
á derribar
ministro.
al
Por
ni
fin,
acertaba á sos-
se decidió á esto
último, instigado por las dos reinas, que
aunque no se
amaran, se entendían frecuentemente en políticos,
obraba
según
cuando no seguía
del embajador de su nación;
Pero toda
terio
la intriga el
desde
las inspiraciones
Doña Mariana
tenía que-
porque no pagaba su pensión pun-
jas contra el ministro
tualmente, y era en todo
fondo por
asuntos
venecianos cuentan. María Luisa
los
sin cálculo
los
de
más entrometida que su nuera. las reinas
estuvo dirigida en
conde de Oropesa, que pretendía
el
el
minis-
presidencia del Consejo Real de Castilla,
la
ora valiéndose secretamente de aquellas altas señoras
ó de algunos criados del rey que
creando á su
le
eran adictos, ora
rival las públicas é insuperables dificulta-
des que estaba en su mano crearle; gracias á
las atri-
buciones inmensas del alto Cuerpo, cuyo jefe era, y en el cual residían realmente todos los medios de administración y gobierno. Al li
fin,
en 1685 sucumbió Medinace-
á tan duros embates, recibiendo orden del rey para
retirarse al lugar
de Cogolludo, privado de todos sus
empleos. Entraron en
el
regio favor, á un tiempo,
Oropesa y D. Manuel de
el
vencedor
Lira. Pertenecía D.
Manuel
BOSQUEJO HISTÓRICO
372
Garci-Álvarez de Toledo y Portugal, conde de Orope-
una rama segunda de
sa, á
la
casa de Braganza, de ori-
gen bastardo, aunque él no lo fuese; hallábase en la flor de la edad, y había ya figurado mucho en las turbulencias
de los últimos años; distinguiéndose por
la
destre-
za con que logró mantenerse bien quisto de D. Juan^
Valenzuela, Medinaceli y todos los primeros ministros, hasta que vio ocasión de serlo. Era devoto; gobernaba
hermandades y favorecía monasterios, todo á propósito para medrar entonces; y tenía, como Medinaceli, una mujer muy intrigante y ambiciosa que le impulsaba
y le asistía. Para distinguirse algo de su antecesor, no quiso tomar el nombre de primer ministro, guardando el de presidente de Castilla, ni gobernar solo, por lo cual compartió el poder con D. Manuel de Lira. Era éste ya secretario de Estado y del despacho universal, por influjo de
Oropesa, hombre de algunos ser-
vicios en los ejércitos y negocios políticos, instruido,
probo y diestro; pero todavía de mayor ambición que mérito. Lo más notable de Lira fué ciertamente que se atreviese aún á proponer la vuelta á España de los ju-
y que se permitiese practicar secretamente su culto, y tener cementerios á los protestantes, como uno de tantos medios necesarios para levantar el arruinado codíos,
mercio y
la industria
de España. Nunca
la
Inquisición
se atrevió con los primeros ministros, de quienes era sólo instrumento; y así es que Lira
manifestar proyectos que, hasta
pudo impunemente
más de
siglo
y medio Espa-
despi'és, nadie ha osado defender á las claras en
Oropesa y Lira tardaron poco en más que aliados en el gobierno, olvi-
ña. Pero entretanto,
ser antagonistas
dando fácilmente este último
lo
que debía
a!
primero.
CASA DE AUSTRIA
373
Sucedía ya esto durante aquel período, señalado por ^venecianos, en que
que
el
los
rey prestaba alguna más atención
solía á los negocios:
preguntaba por todo y de todo
quería enterarse, y gustaba mucho de la facilidad con que ponía á su alcance las cosas Oropesa, por lo cual íio le
apartaba de su lado. El vulgo de Madrid, que,
decir de los
mismos venecianos, pensaba que
al
no ha-
el
ber tenido hijos María Luisa, nacía de algunas medici-
nas que
le
habían dado en Francia, para que faltase
sucesor á España,
lo cual
muestra que era suspicaz en
demasía, atribuyó entonces á Oropesa una maldad increíble.
Supúsose que, alarmado
que comenzaba á tomar
el
ministro con
á los negocios
el
rey,
repente de sistema, y en lugar de facilitarle prensión de
ellos,
la afición
cambió de
más
la
com-
puso particular estudio en embrollár-
selos y confundirle para que los aborreciese de nuevo.
Pero
lo cierto es,
en
el ínterin,
que Oropesa suprimió
y secretarías, reformó €l Consejo de Hacienda, abolió empleos militares inútiles, ordenando que se recompensase con otros civiles
muchas plazas en
los tribunales
á los que habían servido bien en las armas, rebajó ciertos sueldos, ordenó que no se emplease
más que
á los
cesantes por orden de antigüedad y servicios, y emprendió, en suma, un sistema de economías y de orden administrativo que hacía ya muchísima
además, en materia de gobierno,
Publicó
ciertos reglamentos
órdenes bastante acertados, con algunos €l
falta.
inútiles,
y como
prohibir de todo punto la entrada de mercaderías
-extranjeras, á fin
de que no saliera
el
oro,
ordenando
hasta que dejasen de usarlas las personas de real para dar ejemplo.
No
la
casa
produjo esto otra cosa que
algunos nuevos autos de fe de mercaderías en Madrid,
BOSQUEJO HISTÓRICO
374 tales
como
que señalaron
los
pe IV. Aboliéronse
los principios
de Feli-
ciertos impuestos gravosos,
pensando violentamente,
como
com-
se solía, con réditos en
juros á los negociantes á quienes estaban hipotecados,
Tesoro público; y también se mandó perseguir enérgicamente á los bandidos, que infestaban el reino, prohibiendo el uso de armas de fuego por adelantos hechos
al
que favorecían
cortas,
Tuvo Oropesa,
los crímenes.
por último, particular cuidado en que no faltasen en
Madrid
los abastos,
paña, porque
al
aunque faltasen en
el
resto de Es-
pueblo de Madrid, único que conocían
de cerca, comenzaban ya á tenerle aquellos ministros no infundado respeto. Pero no bastó nada de
lo
dicho
para librar á Oropesa de inmensa impopularidad bien pronto. Acusábase á
de ser tan dada á
condesa, su mujer, no ya sólo
la
como
influir
cesora, sino de codicia, y creérsele tan inclinado
como
de Medinaceli, su ante-
la
mismo conde comenzó á
al
que
los
le
precedieron
al
provecho propio y de sus amigos. Citábanse en Madrid, cual antes, crímenes duramente castigados en unos, y
no en
otros, por ser criados ó
ministro.
deudos de
Sospechábase que en
los
abasto de
el
amigos la
del
carne, á
cargo de unos negociantes llamados los Prietos, tenía parte la mujer del ministro. Notóse, en especial, con
mucho escándalo, la
que, cuando
la
superintendencia de
Hacienda pedía persona más competente que nunca,
pusiera en
tal
puesto Oropesa
al
marqués de
los Vélez,
su primo, hombre de cortísimos alcances, aunque era
ya presidente de
indias.
Tenía
el
de los Vélez á su lado
á un cierto García de Bustamente, paje,
sin
más
talento
que una
que había sido su
bachillería agradable,
pero con ínfulas ya de ministro. Este, que halló estable-
CASA DE AUSTRIA
375
cido por Medinaceli, cuando fué presidente de Indias, el arbitrio
de vender todos
los
empleos y beneficios de
aquellas provincias en beneficio del Tesoro,
y acrecentó de modo, que hasta
lo
continuó
las magistraturas
y
los
obispados se vendieron en almoneda. Pronto hubo corredores de esto que públicamente ejercían su oficio, señalándose entre ellos un marqués de Santillana, indigno de tal
nombre. Públicamente se decía que
los corredores,
después de entenderse con Bustamante en particular, compartían con la marquesa de los Vélez la ganancia
empleos por mucho más de
que resultaba de dar
los
que ingresaba en
Erario.
bién á lo cual
mún;
la
No
lo
salir
tam-
venta los indultos. Veíase á Bustamente
rico,
el
hacía contra
tardaron en
plena prueba en
él
y, queriendo añadir á su riqueza
proporcionados
honores, pretendió y obtuvo plaza en
Hacienda, y luego en
el
de
Indias.
concepto co-
el
el
Consejo de
Todos estos desma-
nes y murmuraciones los pagaba con su crédito Oropesa, por ser quien aconsejaba en primer lugar al rey.
Para asegurarse del favor de éste
le
había puesto por
confesor Oropesa á fray Pedro Matilla, sujeto obscuro,
con ambición y sin talento; mas le salió mal la cuenta, como á otros de sus predecesores, porque viéndose aquél en
tal
posición, convirtió en rivalidad el agrade-
cimiento. Instaban la
muchos
á
Oropesa para que dejase
presidencia de Castilla, quedando sólo de primer mi-
nistro,
con
el
intento de debilitar el poder,
que sólo re-
uniendo ambos cargos podía ejercerse con eficacia en aquel tiempo, siendo
el
pretexto,
que andaban muy
retrasados los negocios. El confesor tomó á su cargo
lo
comprendió
al
principal de la intriga;
Oropesa, que
punto, quiso poner á prueba con
el
la
rey
el
desinterés del
BOSQUEJO HISTÓRICO
376
confesor, ofreciéndole la presidencia de Castilla para
cuando
la
la oferta.
rado de
dejase
sin la
él,
Pero Matilla
ello el rey,
menor intención de cumplir
aceptó lleno de júbilo; y ente-
la
que, por
lo visto,
sabía estimarle en
un día con menosprecio: ^<¿por ventura
lo justo, le dijo
ha de ser presidente de Casti'l/aP». aquel golpe Oropesa; mas el confesor le
»soís vos quien
Paró con esto
ya desde entonces guerra á muerte. Coligóse, para
juró
hacérsela, con D.
po de Toledo,
el
Manuel de
Lira, el cardenal arzobis-
viejo almirante de Castilla, los
duques
de Arcos y y otros señores principales; y entre todos lograron que Oropesa dejase al fin la predel Infantado
sidencia al arzobispo de Zaragoza. Bastante indicado
queda ya que
cargo de primer ministro y
el
el
de presi-
dente de Castilla, eran naturalmente antagónicos, pu-
diendo sólo subsistir en dos personas, cuando ministro disponía del rey á todo su placer,
ú Olivares. ritos, tilla
No
teniendo Carlos
II
el
primer
como Lerma
de esta clase de favo-
sus primeros ministros y los presidentes de Cas-
no podían
Así fué que
existir juntos. el
arzobispo de Zaragoza formó parte
instante de la oposición contra Oropesa,
nocido era á
la
bre, al decir de
sazón
el
al
cuyo jefe reco-
condestable de Castilla, hom-
un contemporáneo, «tan negado á hacer
»bien con su amistad,
como capaz de hacer mucho daño como
»siendo enemigo». Apoyábase esta oposición,
todas y las mismas del tiempo de Felipe frenadas aquéllas por
la
II,
aunque
re-
gran personalidad del rey, en
todo género de acontecimientos infaustos. Faltaba dinero para otra guerra que nos
promovía la Francia, y Oropesa, como sus antecesores, persistía en no reunir
más Cortes, contentándose con pedir donativos, que
CASA DE AUSTRIA principalmente de
377
vinieron cuantiosos entonces,
Italia
ó acudir á las ordinarias trampas y anticipos. Pero no
podían por menos de crecer así los apuros, y con ellos las quejas generales. Oropesa se defendía de la terrible oposición que ya tenía enfrente, trayendo
rey de acá
al
para allá en cacerías de lobos y jabalíes, ó llevándole á diversiones pomposas de comedias y toros para no dejarle
tiempo en que
oír.
De
sacaba también estar en
este sistema de diversiones
decir de todos,
Mapero como
francesa que era, poco amiga del retiro y
la tristeza.
ría
Luisa, dulce y tierna,
Hasta aquel apoyo
la al
buena gracia de
le faltó al
la reina
combatido ministro, antes
de mucho, porque á principios de 1689, murió
murmurándose que de veneno, como
la reina,-
casi siempre
que
alguna persona real moría en aquel siglo, pero sin nin-
gún fundamento. Verdad es que
la
malograda princesa
tenía tanta aprensión de morir así, que, según los vene-
cianos cuentan, tomaba á todo pasto un dañoso contra-
veneno;
lo cual nacía sólo del
los españoles á
<:Si parís,
decía con
tal
parís á España,
no parís, á París»;
si
el
disgusto que advertía en
causa de no tener sucesión.
motivo una copla que corría á
pueblo. Pero
la
la
generalidad juzgaba que
sazón por
la falta
de-
pendía del estado valetudinario del rey, y de todos modos, no era para intentado tan execrable crimen, por
puro patriotismo,
ni
había nadie cerca del rey á quien
se tuviese por capaz de intentarlo.
Bien que sintiera mucho Carlos esposa;
el
viendo ya
II
la
deseo de tener sucesión, que las cuestiones sangrientas
pérdida de su le
agitaba, pre-
que de no tenerla
BOSQUEJO HISTÓRICO
378
se seguirían, le hizo buscar bien pronto otra esposa.
Los inconvenientes experimentados en la francesa, le movieron á fijarse esta vez en Alemania, y por elección del emperador y emperatriz, más que suya propia, fué reina de
España
la
elector Palatino.
princesa
hija del
Manifestó Carlos en los principios
cierta curiosidad pueril por
y aunque
Ana de Neoburg,
conocer á su nueva mujer,
decir de los españoles se convirtió la curio-
al
sidad luego en melancólica indiferencia, Carlos Ruzzini,
embajador de Venecia, afirmó en 1695, que estaba ella que de la precedente. Vino
no menos apasionado de
con gran pompa, corriendo ría
Ana, escoltada por
las
el
año de 1690, Doña Ma-
escuadras aliadas de
la
casa
de Austria (1), y desde luego comenzó á hacer notar sus defectos, no escasos. Era soberbia, imperiosa, altiva, de
capacidad mediana, sin moderación en sus antojos, codiciosa
y aficionada á
las
cosas de gobierno; gustando,
no solamente de entender en
las resoluciones
sino en la provisión de mercedes,
Llevaba con
tal
sumisión hasta
cargos y honores.
impaciencia cualquiera cosa que se opu-
siese á su voluntad, que hasta con
menor cosa en
graves,
el
rey rompía á
injurias, contraviniendo á la allí
la
singular
observada con sus maridos por
las
reinas de España. Para colmo de desgracia padecía
convulsiones de nervios y accidentes terribles, que apa-
rentemente
la
ponían á las puertas de
la
muerte, obli-
gando con eso á todos á tratarla con ma^^or mimo que al rey. Lo primero que esta nueva reina hizo, fué ponerse á
la
cabeza del partido contrario á Oropesa, ga-
nada por D. Manuel de Lira, que se anticipó á ofrecer-
(1)
Inglaterra y Holanda.
379
CASA DE AUSTRIA
todo SU influjo y ser su instrumento. Con ésto ya Lira, que de humilde nacimiento se veía á las puertas
la
del
supremo poder, rebosó de vanidad, juzgando que
nada podía
resistirle.
vecindad, porque les
contaba
lo
Convirtióse
como
el
la
corte en casa de
rey no sabía callar, á todos
que unos de otros murmuraban, y contu-
vo algún tiempo aún
la
caída de Oropesa la reina ma-
dre, que, sintiéndose menospreciada por
se puso de su parte. raro incidente, resuelto Luis
En
el
nueva
reina,
ínterin perdió Lira, por un
cuanto hasta
XIV en 1691
la
el
allí
sitio
tenía logrado.
Haba
de Mons, plaza im-
portantísima de Flandes, disponiéndolo con gran sigilo;
mas no
tanto que no comprendiese su intento nuestro
Orange, llamado ya Guillermo Ili cual lo participó al marqués de Gasta-
aliado, el príncipe de
de Inglaterra,
el
ñaga, gobernador general de aquellos Estados, rogándole que dijese la verdadera situación de Mons, á fin de atender entre todos á su conservación. Respondió jac-
tanciosamente Gastañaga que
Mons
estaba
muy
segu-
ra en sus manos, asegurando que había dentro hasta
doce mil hombres, y cuantas municiones de boca ó gue-
y fiados en esto nuestros aliados, inquietud que la sitiase el rey Luis, acompa-
rra se necesitaban,
vieron sin
ñado de todos sus ministros y generales, y hasta ciento y diez mil soldados, con doscientas piezas de artillería, ejército el más poderoso que hubiese visto Europa desde los tiempos antiguos. Pero Gastañaga había faltado á la verdad en todo: la guarnición de Mons no llegaba conde de Berghes, su gobernador, se defendió esforzadamente, a! fin tuvo que á seis mil hombres; y aunque
el
ceder, falto de todo, con solos veinticinco días de trin-
chera abierta. Sorprendió
la
pérdida á los aliados, que
BOSQUEJO HISTÓRICO
380
lentamente, y fiados en una larga defensa, preparaban el
socorro; y
rey de Inglaterra, irritado contra Gasta-
el
naga, escribió de su puño y letra á Carlos
pudo
discurrir sobre su conducta.
Gastañaga, por su
escribió también á Lira implorando su protec-
parte, ción;
cuanto
II
éste, arrastrado
y
favor de
la reina,
mientras
él
tuvo
por su vanidad y seguro del
audacia de contestarle que,
la
se hallase en
el
despacho, aunque en Flan-
des no quedara más que una almena,
tendría
la
cargo. Llegó, sin saber cómo, esta carta á
Guillermo
III, el
él
á su
manos de
cual, ardiendo en ira, la envió á nues-
con los naturales comentarios. Era Oro-
tro soberano,
pesa bastante hábil, y sobrado celoso de su autoridad el rey para que no cayese Lira de aquel golpe. Retirado, pues, á la
Cámara de
Indias,
murió de
de pesadumbre, no pudiendo conllevar esperanzas burladas. Pero
la
el
pérdida de
allí
á poco
peso de sus
Mons
produjo
tan mal efecto en todos los ánimos, que, no contentos
con
y
la
éste,
la del
mismo Oropesa;
triunfo,
deseaba también
caída de Lira, solicitaban
no desvanecido con su
retirarse
y dejar pasar
el
nublado, impidiéndole sólo
ejecutar su pensamiento la altanería m.ujer.
y ambición de su
Singular y constante síntoma de todas las deca-
dencias es esta superioridad de carácter de las mujeres
sobre los hombres y su influjo directo y decisivo en los negocios públicos. La reina Doña iMaría Ana, más irritada que nunca con
la
separación de su confidente Lira,
conde de Joculis,
Oropesa sus esfuerzos, y el embajador de Alemania, de una parte
excitado por
de otra inclinado contra Oropesa por
redobló, en tanto, contra
la
ella,
pérdida de Mons, vino á juntarse con sus enemigos.
No
era posible resistir más, y sirvió de ocasión
el
nom-
CASA DE AUSTRIA
381
bramiento de sucesor á Lira. Logró Oropesa que se extendiese
el
decreto en favor de cierto Ángulo,
parcial suyo; pero
table hicieron
la
muy
reina y los del partido del condes-
que no corriese. En lugar
que recibió Oropesa
del rey fué
un
del decreto, lo
billete,
cuyos
tér-
minos merecen recordarse, para muestra de lo que pensaba el rey, y de cómo se creían á la sazón las cosas
manera si por justos juicios de Dios v por
públicas: ^Oropesa, decía •»que está esto, y
el
rey, viendo de la
y'da,
pecados, quiere castigarnos con su pérdipor lo que te estimo v te estimaré mientras vivie-
>re,
no quiero que sea en tus manosT>. Entendió harto
y>nuestros
el
ministro lo que quería decir Carlos
ofrecerle su dimisión
salió oculto
y
II;
se apresuró á
de Madrid, como
solían salir todos los ministros caídos entonces, para la
Puebla de Montalbán. Quedó con esto triunfante y señora de todo la nueva reina; y la verdad es que no podían haber venido las cosas públicas á peores manos.
Sobre ser
ella
mujer de notables defectos, tuvo
la
des-
gracia de rodearse de gente ruin, famosa por los males
que aún supo causar á la
la
cabeza de esta gente
vulgo llamada
la
postrada España. Figuraba á
la
baronesa de Berlips, por
el
Perdiz, contrahaciendo burlescamente
su nombre, mujer alemana y de obscuro origen, que había traído consigo
la reina.
Secundaba á
la anterior
un alemán llamado Enrique Wiser, y apellidado el Cojo vulgarmente, mozo de airada vida, que echado de la
donde servía en empleo ínfimo, se había introducido también en la servidumbre de la rei-
corte de Portugal,
na.
Todo
entre
ambos
lo
vendían y dilapidaban procu-
rando hacer de prisa fortuna, por ocasión, com.o hacía temer
la
si
pronto perdían
la
escasa salud del rey. Des-
BOSQUEJO HISTÓRICO
382
de que vio llegar á ni
la
Berlips y á Wiser, Carlos Ruzzi-
calculó ya, con la singularísima sagacidad de los
venecianos, que serían causa de muchos males. Lograron unidos echar de España á un virtuosísimo jesuíta
que tenía por confesor
la reina,
duda porque
sin
estorbaba; y en su lugar trajeron
chino alemán, que no aconsejaba á
les
P. Chiusa, capu-
al
la
reina sino lo que
á los tres podía convenirles. Dieron luego participación la
y
Berlips
el
Cojo en su compañía
caballerizo del rey,
conde de Baño,
al
hombre digno de
servirlos por sus
míseras condiciones de carácter, y con tales consejeros
emprendió su campaña pendiente
la
política la reina.
provisión de la Secretaría de Estado, cau-
sa de tantas intrigas, y no pudo lograrla á costa de
Había quedado
siete mil
el
Ángulo sino
doblones de oro, según se
dijo.
Conócese á este Ángulo, llamado D. Juan, en los documentos de la época por el sobrenombre del Macho ó el Mulo, que le puso el monarca mismo, á causa de su ineptitud incleíble. Pensó luego la reina en proveer por sí los demás cargos de importancia, desposeyendo á los parientes y deudos de Oropesa, y fueron nombrados consejeros de Estado varios grandes; pero no
marqués de Mortara, que era quien el
lo
el
buen
merecía, por ser
nombre en en cambio, esperar mucho la
último de los generales que ilustrase su
aquel siglo.
No
se dejó,
caída del marqués de los Vélez, y de su criado favorito el
rey mismo sorprendió en concu-
siones, y que se había
hecho insoportable por su mal-
Bustamante, á quien
dad á
los
nejo de ó poco
mantes.
más malos. Pero
la
los ministros
que en
el
ma-
Hacienda sucedieron á Vélez, valían menos
más que
él,
y no dejó de haber ya nunca Bustala reina, en medio del
Sorprendió mucho á
CASA DE AUSTRIA imperio que tenía ya en todo, del rey de
383
resolución inesperada
la
nombrar presidente de
Castilla á D.
Manuel
Arias Mon, caballero del hábito de San Juan y embaja-
dor del gran maestre en España, á quien conocía sólo
por una obra suya que había leído manuscrita, sobre
males públicos. Asombrada
los
la
juzgaron unos por aquel paso que
de mandar por
Mon
Arias mintió sentía
el
era
rey era ya capaz
el
y sospecharon otros que la aptitud de grande. Pero ambas cosas las des-
sí,
muy
tiempo. El rey,
más
corte de la novedad,
como
solía
siempre que se
fuerte, se dedicó por algunos días á los ne-
gocios, recayendo en su ordinaria flaqueza, y Arias
Mon
probó antes de mucho que era en
moderadísimo, en débil, quizá
la
experiencia escaso, en
no escrupuloso en
la
el
talento
el espíritu
honra. Llevó
la reina
con poca paciencia aquel golpe, y más al ver que el duque de Montalto iba ganando la gracia del rey, á punto de parecer ya su privado. Pugnó por conservar la
superioridad de su influjo;
descuidaba,
el
mas como Montalto no se
confesor tampoco abandonaba su parte
de dominación, y
el
condestable, y Monterrey, y
almirante, querían todos á un tiempo
vó
la
guerra de intrigas en
pusieron unos y otros
magna
al
la
corte.
el
el
poder, se reno-
Para transigir pro-
rey que formase una Junta
de gobierno, compuesta de todas aquellas per-
sonas rivales, en
de buscar remey se gobernase todo. Pero lo se resolvió fué que los hábitos de las órlas cuales se tratase
dio á los males públicos,
único que
allí
denes militares no se diesen en adelante sino á los que hubiesen servido bien en la guerra; y el Cojo, la Berlips
y
la reina
misma
hicieron inútil aquella justa medi-
da, vencidos de la ordinaria codicia. Tratóse también
BOSQUEJO HISTÓRICO
384
de hacer economías, y no fué posible; porque todas habían de parar en detrimento de los gobernantes
ellas
ó de sus parciales. Al cabo
nombre de primer ministro
el
duque de Montalto,
sin
llegó á serlo del
ni valido,
y para afirmarse imaginó una traza, por extremo extraña, que muestra h.asta qué punto había llegado ya la sed de mando, y fué repartir en pedazos la monartodo;
quía, para
Con talto,
que tocase uno á cada cual de
efecto, expidió Carlos
un decreto, en
el
cual
II,
los rivales.
por consejo de
nombró
al
Mon-
condestable
teniente general y gobernador de Castilla la Vieja;
al
almirante, de las Andalucías y Canarias,
y á Monterrey
de Aragón y Cataluña; reservándole nencia genei'al y gobierno de Castilla
al
primero
la
Nueva. Así se
la te-
pensaba tenerlos á todos contentos; y no parecía mal imaginado, ya que estaba convertida la monarquía en botín.
Mas Monterrey no
quiso aceptar
porque aspiraba á recoger todo hacer otra nueva, en
la cual
el
la repartición,
mando; fué preciso
Montalto tomó los reinos
de Aragón, Navarra, Valencia y Cataluña, yol condestable, Galicia, Asturias y las Castillas, dejando las Andalucías
al
almirante. Estos tres tenientes generales ó
ministros acordaron reunirse dos veces por semana, y decidir entre
sí las
cosas grandes, dirigiendo en particu-
cada uno los tribunales y capitanías generales de sus territorios respectivos. La burla de unos y la irrita-
lar
ción de otros llegó con esto
al
último punto: todos los
tribunales representaron en contra, y Villena, virrey de Navarra,
de
la
y
el
el
marqués de
duque de Sesa, general
costa de Andalucía, hicieron dejación de sus car-
gos. Nombróse, entretanto, otra junta de ministros para
atender
al
remedio de
la
Hacienda, y
allí,
después de
CASA DE AUSTRIA
385
largos debates é intrigas, se acordó que no se pagase
merced alguna por todo el año de 1694; que durante mismo año cediesen todos los empleados del reino
el
la
tercera parte de sus sueldos; que á cada título se saca-
sen trescientos ducados, y á cada caballero de las órdenes doscientos y á los negociantes y demás personas de caudal cuanto se juzgase prudente, todo á título de donativo. Ordenóse también que en todos los pueblos se sorteasen los vecinos, y que de cada diez fuese es-
cogido uno para servir en los ejércitos. Causaron estas
medidas horrible perturbación y ningún fruto, recogiéndose poco dinero, y menos soldados útiles. Todas estas desgracias las hacía valer éste,
la
reina contra Montalto;
por su lado, hacía vanidad de despreciarla á
y
elia
y á sus hechuras. Pero coligada estrechamente con el confesor, no tardó en sembrar entre los tenientes generales la semilla
de
su partido con
la
nos.
De
la discordia,
atrayendo
al
almirante á
oferta de poner el gobierno en sus
ma-
aquí nuevas, múltiples, desesperadas intrigas.
Tal, en resumen, era
cuando Luis XIV
fijó
el tristísimo
ya en
estado de España
ella los ojos,
echar mano de cuanto fuera
útil al
proponiéndose
gran propósito que
ocupaba su ánimo.
25
XIII
|RA
ÉSTE
obtener
la
sucesión de
la
monarquía
española para su nieto Felipe de Anjou, hijo
^^^^
i
l
tar
segundo
del delfín de Francia;
y por conten-
á los españoles y hacerles olvidar sus anteriores
violencias, se apresuró á ajustar, ante todo,
la
paz ge-
nerosa de Riswich en 1697, poniendo en seguida manos á la obra con vivo empeño.
Ningún otro asunto llamaba ya tanto la atención de del mundo; ninguno ha sido más importante
España y
de cuantos se han tratado en esta obra. Justo es, pues, considerarle aparte.
Tan muerta moralmente estaba ya
la dinastía austríaca,
que cuando acabó no tenía quizá
un solo defensor desinteresado. El mal gobierno de Felipe
III
y Felipe IV,
los errores
de
la
regente,
la
nulidad
de Carlos II y los defectos de su mujer Doña María Ana, habían hecho odioso á la generalidad de los españoles todo
lo
austríaco y alemán. Los socorros que con
tan poca cordura se habían dado
al
emperador,
el
des-
precio con que últimamente había aquél mirado nuestros intereses,
y
la
intervención deplorable de algunos
BOSQUEJO HISTÓRICO
388
alemanes en
el
gobierno, durante los últimos años, eran
otras tantas causas
que impulsaban á nuestros conciu-
dadanos á desear un cambio de taban
A
dinastía.
cosas, que hubiera sido necesario un gran
las
príncipe y un gobierno fuertísimo para que
de Carlos trono.
No
punto es-
pudiera continuar por
II
posteridad
la
mucho tiempo en
el
habiendo sucesión y teniéndose que llamar á la corona, difícil era que la mayoría
un príncipe alemán á de
la
nación
á disputarle
le el
aceptase aun cuando no hubiese venido cetro un pretendiente de
más derecho
ó
que excitase mayores simpatías. Fué también fortuna
mismo tiempo que el nombre alemán caía en menosprecio, su nombre fuese ganando respeto en la opinión de los más de los españoles. A la para Francia, que
al
verdad, Francia había sido hasta
allí
nuestra natural
enemiga; su grandeza había sido nuestra ruina, como fué la nuestra su humillación; pero los daños que de ella
nos vinieron podían ser olvidados por pechos genero-
Nos vencían los franceses en rosos, ó más diestros; pero no nos sos.
lides por
destruían fingiéndose
amigos: no devoraban las entrañas de los alemanes.
Hasta
las princesas
más nume-
la
nación,
como
que Francia nos llegó
á dar habían dejado de sí dulces recuerdos, al paso las
bón no se olvidó un punto fué
que
alemanas excitaban antipatías. Doña Isabel de Bor-
más querida que
la
del bien
de los vasallos, y Doña María
reina gobernadora
Ana; y de las dos mujeres de Carlos II, Doña María Luisa de Orleans había sido personalmente tan respetada,
como
era
Doña María Ana de Neoburg
Júntese con esto
la
gloria
aborrecida.
que alcanzaba entonces
la
casa de Francia. Los españoles, que creían, no sin error,
que todas sus desdichas venían de
los
malos
389
CASA DE AUSTRIA
reyes, viendo que la casa alemana los daba á cual peores, se lisonjeaban con la idea de ser
gobernados por
príncipes de una familia que los producía tan afortuna-
dos. Falsos fundamentos, sin duda, eran todos estos
para inclinar
la
opinión á los franceses; pero no los
más
necesitan los pueblos
justificados para decidirse.
Estudiando bien nuestras conveniencias políticas, se hubiera encontrado que, si un cambio era indispensable, donde
era en
el
narquía
menos había de buscarse nueva
vecino reino de Francia. Sin
salir
dinastía
de
la
mo-
podían también hallarse razones
ni del siglo,
y ejemplos bastantes para temer el influjo de los franceses, tanto ó más que el de los alemanes. Público era que Ñapóles y
Sicilia,
provincias nuestras, después de
admitir á los franceses por librarse del mal gobierno
de
la
casa de Austria, habían tenido que echarlos de
nuevo, coadyuvando poderosamente á restablecer el gobierno antiguo. Y sobre todo pudo España pedir ,
lecciones á Cataluña.
mente tratada por
más en
lo
,
Fué esta provincia
los franceses,
tan indigna-
que no
permitió
sucesivo que echasen raíces en su suelo, á
pesar de los continuos disgustos que traía con la corte, y no aceptó á la casa de Borbón sino á viva fuerza,
después de largos y heroicos esfuerzos por arrojarla de la Península. Pero en el resto de España faltaba previ-
y conocimiento de lo pasado, y así los ánimos se inclinaron desde el principio de la cuestión al partido francés. Los hombres de Estado que tenía España entonces valían también poco, y no estaban en el caso de juzgar con más acierto que el vulgo. Empeñasión política
dos, por otro lado, en sus míseras discordias, no mira-
ron en
la
nueva cuestión, tan inmensa como
era, sino
BOSQUEJO HISTÓRICO
390
pretextos ó enseñas diferentes de combate.
Cuantos
gobierno y cuantos aspiraban á figurar en adelante, se apresuraron á escoger puesto en los dos nuevos y grandes partidos, excepto
habían figurado hasta aHí en
el
como
aquellos, no escasos en número, que prefirieron,
suele acontecer en tales ocasiones, hacerse mediadores ó indiferentes con rrota
el fin
de no arriesgar nada en
y compartir con cualquier vencedor
la
el triunfo,
de-
no
se vieron bien determinados los dos partidos opuestos hasta la paz de Riswich, porque la guerra con Francia hacía arriesgado y deshonroso cial
se
declararse algo par-
el
suyo; pero no dejaban ya desde antes de traslucirdiversos sentimientos
los
Doña María Luisa intrigaron ya en
vivió, los
de
la
gente.
Mientras
embajadores franceses algo
Madrid en favor de su
Muer-
dinastía.
ocasión de ser pa-
emperador aprovechó suya y cercana la nueva reina, para enviar á España de embajador al conde de Harrach, uno de los principales señores de su Consejo, señalándole por sula
ta ella, el
rienta
cesor
al
hijo, á fin
motivo alguno
las
de que no padeciesen dilación por
negociaciones. Logró este diplomático
que ante los apuros de la última guerra con Francia
lle-
gase á prometerle Carlos II nombrar heredero duque Carlos, hijo segundo del emperador, y en quien al
archi-
éste y su hijo primogénito José renunciarían sus derechos, si enviaba doce mil hombres á su costa para de-
fender á Cataluña.
No
accedió á
la
pretensión
el
empe-
rador, aunque envió algunos refuerzos, por no consentir tal
Riiin
y
expedición el
la
escasa suerte de sus armas en
Danubio; pero no por eso cejó en
el
las intrigas.
Díjose en cambio que Francia, aun en medio de
la
guerra,
halló modo de ganar á su partido á no pocos grandes y
CASA DE AUSTRIA
391
señores principales; y á esto atribuían, al menos los catalanes, la flojedad con que los defendieron algunos virreyes. Austríacos
mente se disputaban
y franceses eran los que principalprocurando formar
así la sucesión,
grandes partidos en España, que apoyasen sus pretensiones;
mas no eran
los únicos
que presentasen candi-
datos.
Fundaba
emperador Leopoldo sus derechos en su
el
cuarto abuelo D. Fernando
I,
hijo
de Doña Juana la
Loca, y hermano de Carlos V, así como en su madre María, hija de Felipe III, sosteniendo que, extin-
Doña
guida
primogénita de varón, debía acudirse á
la línea
la línea
segundogénita, de donde
él era, sin
pasar á las
hembras, y que aun dado caso de pasarse á éstas, según la costumbre de la casa de Austria, debía preferirse
la
cercana
al
tronco á
la
El rey de Francia negaba,
cercana
al
último poseedor.
por su parte, que por las
leyes de España, que eran las que debían regir en este caso, fuese llamada la línea segundogénita de varón, á falta
de
la
primera, con preferencia á las hijas de los
últimos poseedores, y que excluyeran á éstas las más cercanas del tronco; con lo cual daba por inconcusos los
derechos del
delfín, hijo
de María Teresa, primogénita
de Felipe IV y hermana mayor de Carlos II. Podía también apoyarse en los de su propia madre Ana de Aushija mayor de Felipe IIÍ, que debía ser preferida, como primogénita, á la madre del emperador Leopoldo.
tria,
Para evitar que pudieran considerarse incompatibles las rial
coronas de Francia y España
y
la
española,
primogénito
chos en
el
el
al
lo
mismo que
la
impe-
propio tiempo que Leopoldo y su
archiduque José, renunciaban sus dere-
archiduque Carlos, hijo de aquél y hermano
BOSQUEJO HISTÓRICO
392
de este último, renunció
suyos
los
infanta María Teresa, en su hijo
de Anjou. Llevaban
los
el delfín,
de
hijo
la
segundo Felipe, duque
de Austria á
los
de Borbón
la
notable ventaja de que no hubiese incompatibilidad,
por los tratados, en que las coronas imperial y española
se reuniesen; antes á la infanta
del emperador Fernando
derecho á suceder, por
con exclusión de
¡II,
se
la
Doña María, mujer había confirmado
los conciertos
los hijos
el
matrimoniales,
de Francia. Lejos de esto,
la
casa de Borbón tenía contra sí las renuncias solemnes de Doña Ana y Doña María Teresa, de donde procedía la expresa exclusión que de ellas y sus descendientes hizo en su testamento Felipe IV. Pero contra una y otra
casa alegaba en tanto derechos nieto de la infanta
príncipe de Baviera,
el
Doña Margarita María,
hija
menor
de Felipe IV, y primera mujer del emperador Leopoldo. Y aunque éste había hecho que su hija única, llamada
María Antonieta, renunciase
de España,
al
los
derechos á
contraer matrimonio con
Baviera, semejante renuncia no
corona
la
el
Elector de
la tenía el
bávaro por
válida, á causa de no haber sido confirmada por Carlos
II,
ni
narquía,
por sus Consejos,
ni
por las Cortes de
la
mo-
pareciendo reducida á un contrato privado
entre hija y padre,
muy
diferente de aquel en que se
habían pactado las renuncias de las hembras de Francia.
Por
lo
mismo,
los
más de
los jurisconsultos se incli-
naban á este último pretendiente, sosteniendo que, muerto Carlos tando una de
de
II,
debían sucederle sus hermanas; y es-
ellas
impedida por
la
renuncia del tratado
los Pirineos, debía sucederle la otra, ó, por repre-
sentación, su nieto
el
príncipe de Baviera.
No
eran de
despreciar tampoco los derechos del rey de Portugal:
CASA DE AUSTRIA
venían de los de
la
infanta
393
Doña María, hermana menor
de Doña Juana la Loca, casada con
el
rey D. Manuel,
de cuyo matrimonio nacieron los reyes D. Juan
III y D. Enrique, y el príncipe D. Duarte, duque de Braganza, padre de la infanta Doña Catalina, que fué abuela de
aquel D. Juan VI, por quien se separó este reino de
España. Por último, se ofrecían como pretensores los
duques de Saboya y Orleans, como descendiente el primero de la infanta Catalina, hija de Felipe II, y mujer del duque Carlos Manuel, tan famoso por su carácy el segundo, como hijo de Ana de AusTres grandes cuestiones de derecho había en estas
ter turbulento, tria.
pretensiones contrarias. Era
la
primera,
si
extinguida
la
línea primogénita de varón, debía acudirse ó no á la
con preferencia á todas
línea segundogénita,
bras; la
segunda
bía preferirse la
ma
al
era,
si
las
hem-
llegada la sucesión á éstas, de-
más cercana
del tronco ó la
último posesor; la tercera,
si la
más
próxi-
renuncia del ante-
cesor podía ó no perjudicar á su sucesor, en desapare-
ciendo los motivos y circunstancias que
hubiesen
la
provocado.
De
resolverse negativamente esta última cuestión,
derecho de Castilla,
la
donde
el
casa de Francia era incontestable en las
hembras sucedían á sus hermanos
varones; pero no tanto en Aragón, ni en otros Estados
de
la
monarquía. Por otra parte, iba á carecer
cho público de Europa de bases seguras, cias
y tan solemnes como
la
si
el
dere-
tales renun-
de Doña María Teresa
podían ser olvidadas á placer por las personas interesadas.
Con
preferir la línea segundogénita de varón se
evitaban las dificultades que podía engendrar to derecho de suceder
acostumbrado en
el
distin-
los varios rei-
BOSQUEJO HISTÓRICO
394
nos de
monarquía, se dejaban firmes las renuncias
la
como base
derecho público, y
del
nía legítimamente
al
la
herencia total ve-
emperador Leopoldo, descendiente
de Doña Juana la Loca.
De
del
segundo
te,
había que acudir á las hembras; y circunscrita á
hijo
otra suer-
éstas la cuestión, ó eran ó no válidas las renuncias.
Porque no siéndolo era imposible disputar con cia,
y siéndolo,
la
duda venía á estar entre
las
la
Fran-
casas de
Baviera, Portugal y Saboya, dado que las pretensiones
de la
la de Orleans eran mucho más graves. De preferirse hembra más cercana del último poseedor, el derecho
estaba en favor del príncipe de Baviera, nieto de
menor de Felipe que ofrecía las
la hija
quedaba en pie la dificultad regir distintos derechos y costumbres en
el
IV; pero
diversas partes de España: de
modo que
si
en unas
partes era legítimo heredero, en otras quizá no podía
considerársele
Atendiéndose á
tal.
la
hembra
más
cercana del fundador, no había duda en que pertenecía la
da
corona de España la línea
al
rey de Portugal, una vez exclui-
segundogénita de varón representada por
el
emperador de Alemania; porque tomando como punto de partida á los Reyes Católicos, en cuyo tiempo vino á formarse
la
monarquía, se halla que todos sus dere-
chos los transmitieron á sus dos hijas Doña Juana y Doña María, únicas de quien hubo sucesión. De Doña
Juana quedaron dos hijos y dos líneas de varón: la una, que iba á extingirse en Carlos II; la otra, que representaba á
la
excluida la
sazón la
el
emperador. Extinguida
la
primera y
segunda por cualquier causa que fuese,
hembra más cercana
si
del tronco debía preferirse, esta-
ban delante de todos los derechos de Doña María y sus descendientes, que eran los monarcas de Portugal. Ta-
395
CASA DE AUSTRIA
no podían prevalecer nunca sobre los casa de Austria, que tenía varones descendientes
les derechos, si
de
la
de hembra de
la línea
primogénita, podían excluir los
casas de Baviera y de Saboya, que venían de hembras mucho más lejanas del origen ó fundador, y
de
las
sobre todo, los de
casa de Francia.
la
Tenían estos
también la ventaja de conciliar las opuestas leyes de sucesión de nuestras provincias, porque, remontándose el
origen de
la
Doña Juana y á Doña María,
sucesión á
que no tuvieron varones que nencia, y
que eran
les
excluidos los únicos los
en Aragón,
disputasen
la
preemi-
varones que quedaban,
de Austria, no podían ser desconocidos
ni
en Castilla,
ni
en ninguna parte.
Aun
ni
las
razones políticas, que exigían que los reinos de España y Francia, ó España y el Imperio, no estuviesen en una
misma casa, aconsejaban
lo
contrario
tratándose de
reinos que eran pedazos de uno mismo, y que habían constituido hacía tan poco tiempo un solo Estado. Úni-
camente contrastaba
suma de derechos, acrecenta-
tal
dos antes de mucho con viera, el
que por
las leyes
del fundador excluye á
muerte del príncipe de Ba-
la
la
de Castilla
la
hembra lejana
cercana, en cuyo caso debía
obtener preferencia, sobre
la
de Portugal,
la
casa de
Saboya. Pero como estas cuestiones de sucesión de
cuando se complican, suelen antes resolverse por derecho constituyente que no por derecho constituido, la pretensión de Portugal habría parecido harto
reinos,
más aceptable que casa con empeño.
la
No
porque no quisieran
de Saboya, á sostenerla aquella lo hizo ni cuidó nadie de ello, ó
los
mismos interesados
reunir otra
dos coronas, ó porque, como antes indicamos, estaba ya fija la atención general, no en quien tuviese
vez
las
BOSQUEJO HISTÓRICO
396
mejor derecho, sino en quien se hallaba con más poder
No bien comenzó á discutirse la cuespudo bien verse que no eran parte los discursos ni alegatos á resolverla, y que las armas tendrían al fin
para sostenerlo. tión,
los
que tomarla por su cuenta. Para este caso se preparaban ya
aprovechando
principales- competidores,
los
de su enemigo y haciendo valer todos sus recursos y sus medios, pero sin descuidar las cada uno
las flaquezas
y negociaciones. al conde de Harrach, que de acuerdo con Dofia María Ana trabajaba en favor de su casa,
intrigas
En contraposición
rey de Francia á Madrid
envió
el
court,
después de
las
al
marqués de Har-
paces de Riswich; y no bien llegó,
se entabló una lucha desesperada de manejos é intrigas entre él y
el
embajador del Imperio. Era
el
de Harcourt
soldado valiente y capitán afortunado, cualidades
muy
estimadas en España; de gran penetración y de no escasa ciencia, fastuoso
una corte donde ble, cortés,
el lujo
dotado, en
como convenía que
lo
fuese en
era la perdición del reino; afa-
de cuantas cualidades se
fin,
necesitaban para ser bien recibido del pueblo y de los
grandes y hacerse lugar entre todos. Puso además Luis XIV á disposición del embajador sus arcas, á fin de que no sidad
ni
excediese nadie en Madrid
le
sos frutos de eficacia
ni
en genero-
en magnificencia; y no tardó en recoger copiola
buena elección de
de los medios que
Alarmado
el
le
la
persona y de
la
había proporcionado.
partido austríaco, y sobre todo la reina,
con su venida, hicieron de modo que Harcourt fuese
muy
mal recibido en los principios. Ni siquiera se
permitió ver
al
rey, sino de
paciosa y mal alumbrada, á
le
noche y en una cámara esde que no advirtiese que
fin
CASA DE AUSTRIA
397
estaba á las puertas del sepulcro, como realmente ya estaba. Pero Harcourt,
como
sa y no correspondió á
ella,
diestro, disimuló la ofen-
sino llenando de delicados
regalos y obsequios á los hijos de los grandes, y á los
grandes mismos menos aficionados á Francia. Logró
con eso mayor estimación que Harrach,
el
sobre
cual,
ser de aquellos alemanes tan aborrecidos, era altivo y duro, aunque inteligente y experimentado. Muy semejante á la de los maridos era la condición de las muje-
res de los embajadores,
poderosamente en Harcourt nerlas
al
el
interviniendo
Ganó
los sucesos.
cariño de
la
corriente de las
reina
la
ellas
también
marquesa de
y de sus damas, con po-
modas que por
París se usa-
ban y con tratar á éstas de igual á igual en las ceremonias. Por el contrario, la de Harrach se hizo un enemi-
damas de palacio, á causa de haber pretendido que le diesen mayor tratamiento del que la correspondía. Poco faltó para que hasta la reina
go en cada una de
se pusiese á
la
las
cabeza del partido francés, contradicien-
do su naturaleza y
de su casa. El oro fran-
los intereses
cés ganó á la Perdiz y al Cojo, que al ver que se formaban dos partidos, no pensaron más sino en que les ofrecían buenos compradores, y
de
la reina,
el
P. Chiusa, confesor
abandonó por un momento también
sa de sus compatriotas; y
como
al
la
cau-
poco tiempo descu-
briesen los intrigantes alemanes ciertas inteligencias
embajador imperial, Leganés y Monterrey, encaminadas á apartarlos del lado de la reina, para ser entre
el
ellos los únicos
que predominasen en sus Consejos, se
decidieron de todo punto por Harcourt. Aprovecháronse de las benévolas relaciones que mantenía
con
la
esposa de Harcourt, y
la
la
reina
persuadieron de que
BOSQUEJO HISTÓRICO
398
tuviese una entrevista con este mismo, para tratar de reconciliar los recíprocos intereses. Harcourt
perdició
la
ocasión, y manifestó á
mediación quería que
el
la
no des-
reina que sólo á su
duque de Anjou debiese
la co-
rona, con lo cual halagaba su vanidad, indicándola al
propio tiempo que se trataría de desposarla con fín
el del-
de Francia, muerto su esposo; que se darían ricos
heredamientos á su favorita
Berlips y
la
púrpura car-
la
denalicia á su confesor, concluyendo por prometerla
que se devolvería á España ría
Rosellón, y se
el
bían dejado ya correr por
el
ayuda-
la
ambas que se ha-
á reconquistar á Portugal, cosas
pueblo, y en
hicieron
él
mejor efecto que en aquella princesa, sólo ocupada en su particular conveniencia.
No
atreviéndose
con todo, á abandonar de un golpe
al
la
reina,
partido austríaco,
estuvo mucho tiempo indecisa, aunque más inclinada á Francia que no
al
Imperio. Pero viendo que sus ma-
yores enemigos se ponían en contra de tria, se mantuvo firme al cabo en este
pañábanla
el
almirante D.
antes conde de Melgar, y
cha parte de
la
la
casa de Aus-
partido. AcomTomás Enríquez de Cabrera,
el
confesor Matilla, con mu-
grandeza, ministros y magistrados poco
amigos de novedades, y que temían ó aborrecían á la casa de Borbón como reformadora ó extranjera. No pudieron
resistir, sin
embargo,
al
impulso de
la
opinión
general, tan enemiga de los austríacos, y también mane-
jada por Harcourt.
dó
la
La especie de neutralidad que guar-
reina durante cierto tiempo,
se inclinase
al
y
los recelos
de que
partido francés, acabaron de poner de
parte de éste todas las probabilidades del triunfo: de
modo
que, cuando aquella princesa, vuelta á sus prime-
ros propósitos, quiso deshacer
lo
hecho, era tarde.
Ya
CASA DE AUSTRIA
no quedaba más apoyo sólido la
ral,
partido austríaco sino
al
voluntad del enfermizo Carlos
399
II,
como era
que,
natu-
se inclinaba á los intereses de su familia, Pero
indiscreción y la altanería de los agentes imperiales
No
garon hasta á enajenarles este apoyo. hablar de
la
cia,
cesaban de
sucesión delante del rey, sin miramiento
alguno á su dignidad irritado
piedad de su estado. Carlos,
ni
de que tan codiciosamente disputasen su heren-
como
si él
ya no
existiera,
excusaba cuanto podía
verse con Harrach y los austríacos, yHarrach, diferente en esto de Harcourt, resentido le
la
lle-
mirase con despego
do en su lugar á un
mozo
ya
inexperto.
Con
cardenal D. Luís Manuel Por-
el
tocarrero, arzobispo de Toledo, á francés, parecía
muy
punto de que
rey, se retiró á Viena, dejan-
el
hijo suyo,
esto y haberse puesto
al
el triunfo
la
cabeza del partido
de éste indudable. Era
el
cardenal hombre de rápida carrera, gran cortesano, pero
de talento
inferior á su posición
tomar mucha parte en la
las
y de pocas
letras.
Sin
cosas políticas, había seguido
voz del almirante, cuyo amigo fué hasta que, rompien-
do con
él
por motivos privados, tomó puesto en
tido contrario.
Su actividad y
baron de traer las cosas franceses. Tras
él
al
el influjo
el par-
de su mitra aca-
punto que pod'an desear los
vinieron á alistarse en este partido
el
inquisidor general Rocabertí, que había sucedido á don
Di¿go Sarmiento, y
los
marqueses
del
Fresno y de Ma-
ceda, con otros señores, y conociendo de cuánta importancia era que poseyese él solo el cia del rey, logró
manejo de
la
concien-
de éste Portocarrero que apartara de
y llamase á su lado al P. Froilán Díaz, catedrático de prima de Alcalá, y hombre de más virtud sí al P.
que
Matilla
juicio,
dándole por auxiliares á dos
frailes
hechu-
BOSQUEJO HISTÓRICO
400
ras suyas, á los cuales dictó cuantas instrucciones nece-
y estorbar los de sus enemigos. Hubiera sido definitivamente nombrado ya entonces heredero de España el duque de Anjou á sitaban para favorecer sus propósitos
no aparecer de nuevo en conde de Oropesa.
y en
la corte
los negocios el
Pero este ministro, dotado de más cualidades que ninguno de sus émulos, acechaba, desde la Puebla de jMontalbán, la ocasión de recobrar lo perdido.
Nombró-
sele gentilhombre, sin otro intento que el de hacerle destierro; pero
más llevadero su
Oropesa
lo
entendió de
distinto
modo: se vino á Madrid y comenzó á hacer co-
diciar ó
temer sus servicios á
dientes.
La
que estimaba sus cualidades, por más
reina,
que personalmente
mano de
él
y
lo
dos partidos conten-
los
le
aborreciese, se apresuró á echar
elevó á
esto algún aliento
al
la
presidencia de Castilla. Dio
decaído partido austríaco; pero
antes de mucho riñó Oropesa con el almirante, que habiendo sido hasta allí el hombre de confianza de la reina, temía verse suplantado por él tilizarle. el
Entonces
el
y no cesaba de hos-
nuevo presidente, viendo que en
partido austríaco no cabía y que no era digno para
pasarse
al
él
de los franceses, determinó formar un tercer
partido con su candidato y todo para vencer los otros dos. Prohijó con
tal
fin las
pretensiones del Elector de
Baviera, que, aunque apoyadas por los m.ás de los jurisconsultos, no tenían, desde poco antes que murió
la
reina madre, quien les hiciese valer en la corte; y tanto hizo,
que quedara triunfante en
nerse
mente
la
la
lucha á no interpo-
contraria voluntad del cielo,
le quitó
que inopinada-
su candidato de las manos. Ayudóle á
progresar un grande error de Luis XIV. Este monarca,
CASA DE AUSTRIA
no fiándolo todo á
las
401
negociaciones y manejos, había
discurrido vencer á los españoles, con ponerlos en la alternativa de dar la corona á su nieto ó someterse á la
desmembración y repartimiento de su imperio. Para ello el emperador y los príncipes más ó
entró en tratos con
menos interesados en
la sucesión de España. Ya en 1668 había habido semejante idea; y aun se añade que llegó á ajustarse sobre el particular un tratado, entre el
emperador y el rey de Francia, que quedó en depósito del duque de Toscana, y sirvió de norma á los posteriores. Sea esto ó no, el caso es que corriendo el año de 1698 se ajustó en Inglaterra, Francia
la
Haya un
tratado solemne entre
y Holanda, por
el
cual se estable-
que Ñapóles y Sicilia, los puertos de Toscana y el marquesado de Final con la provincia de Guipúzcoa, ció
vendrían á poder del delfín, ó de otro
agregados á
Francia; que
modo
serían
ducado de Milán quedaría por el archiduque Carlos, y el resto de la monarquía por el príncipe de Baviera, ó por su padre á falta suya, aunque este último no pudiese alegar el más remoto la
el
derecho; comprometiéndose las tres potencias á llevarlo
todo á efecto por fuerza de armas,
si
era indispensa-
y secuestrando sus porciones á las casas de Austria y Baviera cuando no las admitiesen de buen grado. Sin duda que este tratado era muy ventajoso para ble,
Francia; Guillermo de Inglaterra no sacaba de él otro provecho sino que ésta abandonase la causa del pretendiente, y á Holanda nada le tocaba. Pero Luis XIV^ quería
era el
más, para su familia, ya que para Francia no, que el total de la monarquía; desde este punto de vista, tratado fué una falta que aprovechó diestramente
Oropesa. Mientras
el
emperador ardía en cólera contra 26
BOSQUEJO HISTÓRICO
402
Carlos
Francia,
que
11,
herido en
más
lo
así dispusiesen los extranjeros
vivo,
con ver
de sus reinos, y
el
pueblo español, como siempre, digno y soberbio, lejos
de amedrentarse, protestaron enérgicamente contra el tratado. Todo lo que Francia había adelantado con su destreza, se perdió, en un punto; Carlos se deter-
minó á nombrar sucesor de por que
bir sino al
favor de
la
sí, el
pueblo á no reci-
designase su soberano, y Oropesa, á
le
confusión de Harcourt y Portocarrero y del
decaimiento en que sin
se hallaba de nuevo
él
do austríaco, logró levantar sobre todos su candidato tros
el
príncipe de Baviera.
y magistrados de
los diferentes
la
pertenecía
corona; y
pro de
lo
mismo,
aunque era
De
Consejos resolvió,
Consejo de Estado votó en
el
sin asistencia
de Portocarrero, que,
partido francés, no quiso com-
el alm'a del
prometerse con exaltado.
nombre de
el
junta de minis-
opinión común, que á aquél y no á otro
á impulsos de la
Una
el parti-
con
el rey, ni
el
pueblo, demasiado
acuerdo con estos dictámenes, firmó
el
rey
un decreto entonces nombrando por sucesor y heredero en todos sus Estados
al
príncipe José Leopoldo de
Baviera. Quísose guardar sigilo;
que lo
al
punto supiesen
el
decretado. Protestó
acabó de
irritar
contra
el
él
segundo, aleccionado en
mucha templanza. Ya
mas no pudo
emperador y
el
evitarse
rey de Francia
primero con una altivez que á toda la nobleza y pueblo; la
el
pasada experiencia, con
parecía, pues, resuelta
la
cuestión
y asegurada la paz de Europa, aunque en verdad no era fácil que ni aun así se evitase la guerra, cuando el rey presunto de España murió en Bruselas á
la
edad de
seis
años, en 8 de Febrero de 1699. Supúsose que de veneno,
y
al
menos
así lo
creyó su padre, porque en un ma-
CASA DE AUSTRIA nifiesto
403
que publicó con este motivo, decía: «que laesque perseguía á cuantos eran obstáculo
»trella fatal
»engrandecimiento de
>que su
hijo
muriese de una ligera indisposición, que
»solía antes padecer sin peligro».
más con
tal
sospecha,
No hay que
impresión que
la
partido francés, con
el
odio acrecentado
el
y
crédito del
al austriaco;
ya citado Arias Mon, destituido de
el
decir,
muerte del
la
príncipe causaría en España. Restablecióse
como
al
casa de Austria, había hecho
la
la
y
presiden-
de Castilla por causa de Oropesa, y D. Francisco Ronquillo, separado del corregimiento de Madrid, vi-
cia
nieran á ponerse
al
lado de Harcourt y Portocarrero,
juzgaron éstos llegado esfuerzos. El
más
momento de hacer nuevos
el
temible de sus enemigos era Orope-
sa, que aunque inconsolable por la muerte de su candidato, pronto halló nueva bandera en la casa de Austria.
No
tardó en sentirse su hábil
mano en
este parti-
do. Logró, entre otras cosas, que el rey llamase á
Ma-
drid al príncipe de la Hesse-Darmstad, con doscientos
caballos imperiales,
que habían servido en Cataluña
durante
la
última guerra, no con otro objeto, sin duda,
que con
el
de intimidar
franceses.
No
pueblo,
al
muy
parcial
había tiempo que perder,
si
ya de
los
Harcourt y
su partido querían evitar que con aquellas disposicio-
nes entrase en los unos fianza,
el
temor, en otros
la
descon-
y sucumbiese su causa. Resolvió, pues,
el
par-
tido francés echar el resto.
Olvidada
la
gobernación pública con tales contiendas,
no era ya que se hiciesen mal las cosas, sino que nada se hacía y todo estaba abandonado á la ventura. El gobierno de los tenientes generales había caído por
en una especie de desuso;
modo
sí
solo
inaudito de caer gober-
BOSQUEJO HISTÓRICO
404
nantes. El
duque de Montalto y
ban ya en
la política;
condestable no sona-
el
únicamente
el
más am-
almirante,
que ninguno de sus compafíeros, continuaba
bicioso
influyendo y trabajando. Oropesa y Portocarrero, sin
más impor-
ser ninguno de ellos ministro, eran los que
la corte; y la reina, ya unida con uno ya combatiéndolos á los dos, no deseaba otra
tancia tuvieron en
de
ellos,
cosa sino conservar su funesto
influjo.
Como
la
muerte
de Carlos estaba evidentemente tan próxima, nadie se disputaba ya lo del
el
honor de ser su favorito, sino
rey futuro, para
lo cual
se eligiese á su antojo. Por lo cual en otro tiempo, de
el
de ser-
pretendía cada uno que mismo nadie se cuidaba,
que en Madrid no
timentos aunque le faltasen á todo
el
faltasen bas-
reino;
mas como
hubiese malísimas cosechas en aquellos años, llegó á invadir á la corte
el
hambre.
No
se necesitaba
más para
promover una sublevación, tiempo hacía contenida solamente por
el
antiguo hábito de obedecer del pueblo
español.
Nada más
fácil
que achacar
la
culpa del hambre á
Oropesa, que, como presidente de Castilla,
dirigía el
gobierno, estando especialmente encargado, por su empleo,
de los mantenimientos.
denuestos contra
él,
Por doquiera se oían
acusándole, no de negligente sólo,
sino de que comerciaba con su mujer en trigo
beneficiando ciones contra el
la el
los
aceite,
carestía. Ni dejaban de oírse impreca-
rey, harto injustas por cierto;
infeliz no era ya posible que atendiese á
que
y
porque
más dolores
que lentamente iban consumiendo su vida. «De
:>todo aquesto, ¿qué se le da
al
rey?», decían ciertos
cantares de entonces después de enumerar las miserias del pueblo.
Y
Harcourt y sus amigos, para que no pu-
CASA DE AUSTRIA
405
diera dirigirse contra ellos igual pregunta, y con el
objeto también de poner en peor lugar á sus adversarios, repartían á
manos
caridad nimia, que
el
llenas limosna
y afectaban una
tesoro de Francia pagaba y
el
pueblo agradecía pródigamente. Servíalos en esto don Francisco Ronquillo, que, como corregidor que había las necesidades y la genque excitar y contentar, según viniese no es mucho suponer que el mismo Ron-
sido, conocía
mejor que nadie
te á quien había
á cuento.
Y
quillo fuese quien
preparó los sucesos de que vamos á
dar cuenta, demasiado útiles y bien aprovechados para
pasar por casuales, y no por fruto del deseo de echar el resto los
franceses. Ello es que cierta
D. Francisco
Abril, estando en la plaza el corregidor,
de Vargas, atendiendo á
mañana de
deberes de su
los
uno
oficio,
de sus alguaciles maltrató por pequeña ocasión á una verdulera. Desatóse ella en injurias, y la gente que
presenciaba hostil,
la
escena tomó
al
punto una actitud tan
que Vargas juzgó prudente
retirarse. Siguióle la
gente con insultos y amenazas, y en un momento
el
es-
la Plaza Mayor y el arco de Pade hombres y mujeres que presurosos acudían de todos los extremos de la villa gritando:
pacio que media entre lacio, se vio lleno
MViva
el rey!
¡Pan! ¡Pan! ¡Muera Oropesa!»
tud no se detuvo en
cones mismos del alcázar, redoblando sus los el rey
con más amargura que cólera,
partido tomar.
La
multi-
arco, sino que llegó hasta los bal-
el
gritos.
sin
Oyó-
saber qué
Súpose que Ronquillo había estado á
punto de morir á tronchazos y pedradas y que se amenazaba con peor suerte á Oropesa, con lo que ni el cardenal de Córdoba,
conde de Benavente,
ni el
marqués de Leganés,
ni otros
ni el
muchos grandes que acu-
BOSQUEJO HISTÓRICO
406
dieron á Palacio sabían tampoco qué aconsejar ó hacer.
La
reina,
minó á
con alguna más presencia de ánimo, se deter-
salir al
doles que
el
balcón y habló á los amotinados, dicién-
rey dormía; pero que no bien despertase
le
comunicaría sus quejas. «Ya hace mucho que duerme y >es tiempo de que despierte», respondieron á grandes voces. Entonces se asomó
no por eso cesaron
el
propio rey
al
balcón; pero
los clamores. El peligro arreciaba;
y Benavente, que disfrutaba de algún favor con el vulgo, se ofreció al fin á hablarle, fuera de Palacio. Sus palabras templadas, pero
que tenía con
tal
vez mejor
la inteligencia
de los insurrectos, lograron aca-
los jefes
tumulto y que el gentío ofreciera retirarse, con tal que de nuevo se nombrara corregidor á Ronquillo y no
llar el
se castigase á ninguna de las cabezas del desorden.
Consintió
la Plaza,
rey en todo; vino Ronquillo á Palacio, y
el
acompañado
del
conde de Benavente
llenándolos á
bendiciones. Y, por
uno y
si
ambos
la
salió á caballo
multitud de vítores y
esto no bastase para probar que
otro se entendían secretamente con los motores
del motín, demostráronlo
de todo punto ciertas palabras
de Benavente, que volvieron á encender acabada. «El rey os perdona», les »to á la carestía
»os
por
dirijáis al
no puede
él
dijo;
la
confusión
«pero en cuan-
remediarla, y será bien que
presidente de Castilla».
No
fué menester
más. El vulgo dejó desierta en un instante
la
Plaza de
Palacio y se encaminó á las casas de Oropesa, enfrente
de Santo Domingo almif ante,
el
Real.
Fué fortuna de
con quien estaba á
la
éste que
el
sazón de acuerdo, pu-
diera avisarle á tiempo lo que pasaba.
No
habían deja-
do también de oirse amenazadores gritos contra
el
astuto almirante, jefe también de los austríacos, aunque
CASA DE AUSTRIA
407
no tan continuos como contra Oropesa. La casa de este último fué en un tencia
momento invadida
armada que opusieron
muerto alguno de
peó
los
los asaltantes, la
muebles y
echó por
los
á pesar de la resis-
los criados;
las
y habiendo
muchedumbre
estro-
ventanas, destrozó
y los papeles, y no hubo, en fin, exceso que no creyese poco para satisfacer sus iras. Habíase
las pinturas
refugiado Oropesa en casa del inquisidor general, su vecino, y
el terrible
á sus puertas á tarlas.
la
nombre de
esta dignidad contuvo
multitud, que no osó siquiera insul-
Aproximábase
la
noche, en tanto, y
el
tumulto no
cedía, pidiendo á voces la cabeza de Oropesa, cuando el
cardenal de Córdoba y otros sacerdotes salieron de
Santo Domingo con un las
crucifijo,
y sus exhortaciones y
de Ronquillo, que ya debía tener por bastante
lo
calma. Así terminó
la
hecho, lograron restablecer
la
primera revolución del pueblo de Madrid, desde que era corte, contra el gobierno,
y
la
única que desde Enri-
que IV hubiese presenciado un rey de España. ¡Hasta en
lo
que toca
al
orden interior quedaba ya deshecha
herencia de Felipe
III
la
!
Habían pensado seguramente
los del partido francés
que con esto bastaría para que el rey separase de nuevo á Oropesa; pero se engañaron, porque habiendo solicitado él su retiro, á causa de que no se castigaba á los culpables, resuelta y firmemente se negó el moribundo Carlos á consentirlo, mandándole permanecer en la presidencia. Entonces sus adversarios celebraron una
junta en casa de Portocarrero, donde después de oir la
opinión del jurisconsulto Pérez de Soto, favorable al
duque de Anjou, se acordó á toda costa alejar á Oropesa la corte. Fué Portocarrero á ver al rey, y prevale-
de
BOSQUEJO HISTÓRICO
408
ciéndose de su calidad cardenalicia y del influjo espiri-
que en tal concepto tenía, le obligó á decretar la vuelta de Oropesa á la Puebla de Montalbán, el destietual
de
rro del almirante á treinta leguas
la
y
corte,
nom-
el
bramiento de D. Manuel Arias Mon, parcialísimo, como
sabemos, del de Anjou, para
la
presidencia de Castilla.
Quedó ya por entonces el partido francés sin más apoyo el austríaco que la reina,
triunfante, el
y conde de
y de Aguilar y D. Antonio de Ubilla, secredespacho universal, que á falta de otros más
Frigiliana tario del
calificados llegó á ser
tan singular
como
la
uno de sus
caudillos.
Un suceso
revolución de Madrid, aunque me-
nos público, ocurría entretanto. Hablamos de los supuestos hechizos que, imaginados ya en Felipe
III,
mu-
chos atribuían con honda convicción á su nieto Carlos Viéndole
el
vulgo dotado de entendimiento
muy
lí.
claro,
de rectísima conciencia, de tanto amor á sus vasallos,
que hiciese valer ninguna de
y no comprendiendo tampoco cómo desde edad temprana había podido padecer una flaqueza tal de cuerpo, que
sin
le
tales calidades,
impidiera ejercitar sus buenas prendas, dio por segu-
ro que algunos hechizos ó enemigos malos estaban apo-
derados de su persona.
A
punto llegó
el
rumor, que ya
en tiempo del Inquisidor Sarmiento y Valladares, bunal Supremo de guaciones.
la fe llegó
el Tri-
á intentar algunas averi-
Suspendiéronse por respeto á
la
persona
monarca; y así continuaron las cosas, hasta que en los principios de 1698 el mismo Carlos llamó al inquisidel
dor general Rocaberti, y
le
ó no víctima de hechizos, berti
rogó que indagase
como
se creía.
si
era
él
Oyólo Roca-
con atención proporcionada á su ignorancia, que
era grande, porque de pobre dominico se había elevado
CASA DE AUSTRIA
á
tal
más por
categoría
Dio parte del asunto discretos
al
y doctos que
asunto.
No
poco
consultó con
lo
intrigas
409
que por fama ó mérito.
él,
se negaron á entender en el
se desalentó por eso Rocaberti, y de
Díaz, que no teniendo
más
Tribunal, cuyos ministros,
el
allí
á
Padre confesor Fray Froilán
más
luces que
él,
fácilmente se
conformó con sus propósitos. Diéronse entonces ambos á cazar los tales hechizos, y no tardaron en saber casualmente que un cierto Fray Antonio Álvarez Arguelles, vicario de un convento de monjas de la villa de Cangas, tenía gracia particular para exorcizar endemo-
niados y platicar con los mismos demonios, por quienes averiguaba curiosísimos secretos. Escribieron, pues, al
Obispo de Oviedo para que interrogase los
al
vicario sobre
hechizos del rey; pero aquel prelado contestó, con
desprecio, que
rey no tenía hechizos, sino flaqueza
el
de ánimo y de cuerpo, y que antes que exorcismos neel confesor
cesitaba buenos consejos. Ni Rocaberti ni
se avergonzaron con la respuesta: llenos de buena fe se
pusieron á buscar otros conductos por donde entenderse
con
el vicario,
y
pondencia entre locuras,
lo
lograron, entablándose una corres-
los tres,
fecundísima en puerilidades y
que asombra que pudiera seguirse. Notóse,
embargo, que
los
demonios á quienes interrogaba
sin
el vi-
cario Arguelles no cesaban de hablar mal de los parcia-
casa de Austria, y principalmente de la reina y del almirante, sin perdonar á la reina madre, ya cosa
les
de
la
del otro
mundo,
ni
á ninguno de cuantos antes ó des-
pués, habían abogado con seriedad contra Francia.
Y dando
la
casa de
por cierto los hechizos, solían,
al
pro-
pió tiempo, proponer para el rey remedios capaces de
causar su muerte, aunque estuviese robusto y sano. Ni
BOSQUEJO HISTÓRICO
410
Rocaberti ni
Froilán sospechaban eso de los demonios
ni
de su interlocutor, y molestaban sin cesar
más de
príncipe, haciendo los
pobre
al
que aqué-
los remedios
prevenían, y así transcurrió algún tiempo, hasta
llos les
demonios se cansaron de pronto de hablar, y respondieron al vicario que no dirían palabra más, si no que
los
era en Madrid, en
la capilla
de Atocha. Asombró
fesor y al inquisidor tan extraña demanda; y
si
al
con-
la die-
ron crédito no se sabe, mas ello es que no les pareció bien traer tan cerca del rey persona que poseía rable privilegio de hablar con los malos.
el
admi-
Negáronse de
consiguiente á su venida y continuaron carteándose con él
hasta
la
muerte del inquisidor Rocaberti,
sin obtener
otra cosa que nuevos embustes. Pero este vicario y estos
demonios tenían
cierto olor francés,
que puso en
alarma á los austríacos, no bien se susurró la corte.
No
era este partido
menos
el
caso en
rico en hechizos
diablos que podía serlo su adversario
,
y y antes de mu-
cho se recibió en Madrid una información auténtica del
Obispo de Viena, donde se contenían graves respuestas traídas por el demonio á la boca de unos energú-
menos á quienes la iglesia
él y su clero estaban exorcizando en de Santa Sofía, sobre los hechizos del rey
Carlos
De
II.
ellas se
deducía que este príncipe había
nombre Isabel, que de Silva. Dio el embajador
sido hechizado por una mujer, de vivía en Madrid, en la calle
imperial la información
al
rey; pasó luego
al
Tribunal,
y
se hicieron inútiles pesquisas. Parecía ya indispensable
exorcizar á Carlos
II;
se llamó para ello de Alemania
al
mejor exorcista del imperio, por nombre Fray Mauro de
Tenda, capuchino de religión y dotado de gran torrente lo cual atormentaba día y noche al pobre
de voz, con
CASA DE AUSTRIA rey, llamando á voces á los
demonios que se alberga-
ban en su cuerpo. Empeoró mucho salto;
411
el
rey con
el
sobre-
y como estaba en poder de diablos y exorcistas
austríacos, era de temer cualquier extravío en su opinión,
que hiciese aún pasar
la
corona á poder del archi-
duque. Entonces un nuevo demonio, más audaz que los otros, se apoderó de el
una pobre mujer y
condujo hasta
la
palacio mismo, donde entró desgreñada y furiosa sin
que nadie pudiese contenerla, llegando á la presencia del rey, que no halló otro medio de librarse de ella, que ponerse por delante un
relicario. Interrogóse á este
nue-
vo demonio y acusó claramente de autores del hechizo á la reina y al almirante, de donde se supo ser este de-
monio francés. Encolerizóse cuanto era
justo la reina;
hizo que su marido apartase de su lado
Padre Froilán
Díaz, y
mucho ti,
mandó que
se
le
al
formase un proceso que duró
tiempo, y del cual resultó que
él,
como Rocaber-
no eran culpables sino de ignorancia y fanatismo.
larga relación, así
como
la
No
mismo; y esta del motín contra Oropesa,
de todos los cortesanos puede decirse
lo
debe perdonársenos que reproduzcamos, en gracia de
que
tales sucesos
partidos,
dan medida exacta de
y hasta de
tendían en
la triste
la
nación, de los
los gobiernos extranjeros
herencia de Carlos
que en-
II.
La muerte estaba en el ínterin tan cercana del desdichado príncipe, que no podía ya aplazarse ningún esfuerzo. Al
empezar
la
primavera del año 1700, dentro
y fuera de España se esperaba ya con viva zozobra la proximidad del inmenso problema político, que con ella iba á plantearse.
ya recobrado
lo
Viendo Luis XIV que en Madrid tenía perdido,
comenzó á moverse por fuera
con nuevo empeño. Persistía en
el
propósito de hacer
BOSQUEJO HISTÓRICO
412
entender á los españoles que tenían que darse á
someterse á
desmembración
la
goció un nuevo tratado de repartición con llermo
que
él,
ó
del reino. Para ello ne-
rey Gui-
el
en Londres, sin intención de cumplirlo más
III
los otros, en su interior.
Disponíase en
muerte del príncipe de Baviera, pasasen
al
él
que, por
archiduque
Carlos los Estados que estaban á aquel asignados, añadiéndose
Lorena á
la
dándole en cambio Si
el
al
los
que debía
recibir Francia,
posesor del ducado
archiduque no admitía
tres meses, determinábase
el
tratado en
el
el
y de Milán.
término de
que toda su parte sería
se-
cuestrada, nombrando los aliados otro príncipe que ocu-
pase su puesto. Protestó también este tratado, y
el
el
emperador contra
rey de España hizo fuertísimas recla-
maciones en Londres y París, de cuyas resultas el marqués de Canales, nuestro embajador, fué expulsado de Inglaterra,
y se rompieron
las relaciones entre las
dos
coronas.
Aprovechóse
el
partido austríaco de esta nueva falta
de Luis XIV, y puso en tal disposición el ánimo del rey, que Harcourt tuvo que volverse á Francia llamado por su soberano, procurando remediar ficio.
Prometióse en tanto á
casarla con
el
el
la reina,
heredero imperial
si
daño con su
sacri-
por los austríacos, lograba que fuese
mombrado sucesor de la corona el archiduque, y Doña María Ana no sólo admitió el partido, sino que delató á su marido casarla con
la el
promesa que delfín
la
había hecho Harcourt de
después que
él
muriese. Pudieran
estas promesas extrañas dudarse á no constar por bue-
nos testimonios, y la última, por el embajador véneto, que asistió á aquellas miserables intrigas, no menos verídico y sagaz que sus antecesores.
Ya se habían
CASA DE AUSTRIA
dado órdenes á
los virreyes
niciones imperiales, y
el
de
413
para admitir guar-
Italia
partido francés parecía de
nuevo perdido. Estorbó lo de las guarniciones la amenaza que hicieron Francia é Inglaterra de declarar inmediatamente la guerra, y, más que la habilidad, la audacia de Portocarrero puso definitivamente de su parte
la victoria.
Porque en sión
en
el
el
verano de 1700, después de una excur-
Escorial,
al
donde
sintió
algún
alivio,
cayó Carlos
lecho de que no había de levantarse jamás; insta-
lóse Portocarrero en su aposento,
y
sin hablarle
que de cosbs religiosas logró ahuyentar á Ubilla
y á todos sus parciales, incluso
Padmota y
el
inquisidor
al
rey,
la reina, á
confesor Torres
Mendoza; pues, para
tencia espiritual del enfermo, traía ya frailes
más
él
la asis-
consigo dos
que suponía en olor de santidad nada menos. El
que veía ya su muerte inmediata, entregó á Porto-
carrero
el
corona á
cuidado de su salvación, que fué entregar su
la
casa de Francia. Indújole
denal á que hiciese testamento, que
el artificioso car-
aún no quería,
él
persuadiéndole de que pidiese dictamen á los diferentes
nombramiento de herederos. La made Castilla, de acuerdo con el cardenal, opinó
Consejos sobre yoría del
el
por que fuese preferido tado fué
la
discusión
el
francés.
más
viva. El
En
el
Consejo de Es-
duque de Medinasi-
donia, los marqueses de Villafranca, de
Maceda y
del
Fresno, y los condes del Montijo y de San Esteban, opi-
naron con Portocarrero en favor de
la
casa de Anjou.
conde de Frigiliana y Aguilar y el de Fuensalida se opusieron, pidiendo que se convocasen Cortes generaEl
les del
reino,
donde se eligiese sucesor libremente.
Apoyábanse en muy
sólidas razones, en especial aque-
BOSQUEJO HISTÓRICO
414 lia
de que no era
fácil conciliar
en ninguno de los pre-
Aragón y Castilla. mayoría todo pensamiento de convocar Cor-
tendientes las distintas leyes de
Desechó
la
y el de Frigiliana, levantándose entonces conmovido, pronunció estas solemnes palabras: «Hoy destruís »la monarquía». Acordóse, pues, allí también que el
tes,
duque de Anjou debía tíase
el
nombrado heredero. Resis-
ser
rey todavía, y sabiendo Portocarrero que
Papa estaba muy
el
emperador, aconse-
irritado contra el
jó que se sometiese á su decisión el caso. Gustó Carlos del consejo, y la respuesta de Inocencio XII fué, como
esperaba Portocarrero, favorable
francés. Entonces
al
Carlos no resistió más, y llamando á Ubilla, en presencia de Portocarrero y de D. Manuel Arias Mon, le hizo
que extendiera un testamento nombrando por heredero en todos sus Estados y señoríos al duque de Anjou: «reconociendo, decía, que
la
razón en que se funda
la re-
Doña Ana y Doña María Teresa,
»nuncia de las señoras
-reinas de Francia, mi tía y hermana, á la sucesión de
»estos reinos, fué evitar
el
prejuicio de unirse á la co-
»rona de Francia; y reconociendo que, viniendo á cesar »este motivo fundamental, subsistía el derecho á la su-
»cesión en
el
pariente
más inmediato, conforme
á las
»leyes de estos reinos, y que se verificaba este caso con »el hijo
segundo
del delfín».
Nombró una
junta para que
gobernara sus reinos, durante la ausencia del de Anjou,
compuesta de
su esposa, Portocarrero, Montal-
la reina
to. Arias, Frigiliana,
Benavente,
Mendoza, con D. Antonio de hecho esto exclamó con «Dios es quien da repugnancia que
Ubilla
inquisidor general
como
los ojos llenos
los reinos»; le
el
en
lo
secretario.
Y
de lágrimas:
que manifestó
la
costaba desheredar á su familia.
415
CASA DE AUSTRIA
Cerróse
testamento solemnemente, y Portocarrero y los suyos lo notificaron al punto á Luis XIV, cercioránel
dose de que estaba dispuesto á tomar entera cia
la
heren-
y defenderla con las armas, no obstante los simula-
dos convenios de repartimiento que había hecho. Pocos días después Carlos se halló ya incapaz de entender en
asunto alguno de gobierno, y expidió un decreto confiándolo en lo civil y militar
al
cardenal Portocarrero,
hasta su muerte. Quiso éste por cortesanía que se le asociase la reina; pero Carlos no consintió en ello,
mostrando
así
que había llegado en sus últimos momen-
tos á desestimarla. Llevaba ya, á la sazón, el pobre rey
cuatro años de enfermedad casi continua, y cuarenta días de una disentería mortal. Al cabo, el día de
Santos de 1700, después de haber recibido
muy
Todos devo-
tamente los Sacramentos y la absolución papal, por mano del nuncio, exhortando tiernamente á los españoles á la unión,
y rogándoles que cumpliesen su
mento tranquilamente, expiró los
II,
el
repitiendo estas palabras:
Príncipe,
como
al
testa-
malaventurado Car«ya nada somos>.
principiar su vida indicamos, digno
de lástima y de amor, más bien que de desprecio, con otra salud habría sido el mejor, seguramente, de los sucesores de Felipe
II.
XIV
SERÁ
!0 lo
por no conocerla exactamente, por
que no nos detendremos en describir
miserable situación de España, los
II,
morir Car-
como de D. Modesto Lafuente ha sospechado
Mr. Bukle
sin
fundamento. Ni aquel historiador
gún otro puede con
al
la
las
ignorarla,
Memorias de
las propias.
ni nin-
aunque poco haya contado
los extranjeros,
porque sobran
Los documentos ya impresos en
el
Sema-
nario erudito y las grandes colecciones inéditas que hay de otros papeles de aquel reinado, en que se escribía tan
desnudamente como en
los
tiempos actuales,
aunque con mucha menos publicidad, acerca de la corte, de los hombres políticos y de los acontecimientos, nada dejan que desear en este punto. Los más de los
males que á Bukle parecen sorprenderle en aquella
época, venían ya de lejos y
de Felipe
II.
muchos
La despoblación,
sin
ir
del reinado
más
mismo
lejos, era casi
igual en el punto de descender al sepulcro
uno y otro
27
.
BOSQUEJO HISTÓRICO
418 rey:
que
se sospecha alguna ventaja, está de parte
si
tiempo de Carlos
del
Á
que
los
ÍI
(1).
recuerden cuál quedó, al abdicar Carlos V,
nación española y hayan seguido con atención
la
gligente reinado de Felipe
mantenida en de
la
el
III, la
el
ne-
lucha colosal é infeliz
de Felipe IV, los naturales desórdenes
Regencia, nada pudiera haberles ya sorprendido
II, y poco nada hay que añadirles para que formen de tod^)
de cuanto aconteciese en los días de Carlos ó
exacto
juicio.
Pero
mos de nuevo aquí
si
les
son todavía útiles, copiare-
las siguientes palabras
de un con-
temporáneo y anónimo autor, dadas á luz en
el
Sema-
nario erudito: «Hallábanse», dice éste, «los reales »
erarios, sobre consumidos,
>da vendida; »
los
empeñados;
vendía
las
muy
satisfechos, lo traían
las
al
precio de quien
necesidades; los vestuarios falsos
»ticos; los puertos marítimos
Ȗa y
Hacien-
hombres de caudal unos apurados y no
satisfechos, y otros que de
»todo apurado; los mantenimientos »
la real
con
como exó-
muelle para Espa-
el
mercaderías para fuera, sacando los extran-
»jeros los géneros para volverlos á vender beneficia-
»dos; galeras y flotas pagadas á costa de España, pero »
alquiladas para los tratos de Francia, Holanda é In-
»glaterra; el Mediterráneo sin galeras ni bajeles; las »
ciudades y lugares sin riquezas
ni
habitadores;
los
fronterizos sin más defensa que su planta, más soldados que su buen terreno; los campos sin » labradores; la labor pública olvidada; la moneda tan
>
castillos
»ni
El Sr. Colmeiro, autor el más autorizado en este particuhasta ahora, calcula la población del tiempo de Felipe II en 8.118.520 habitantes, y en 8.202.812 la del de Carlos II. Historia (1)
lar
de la Economía política.
Tomo
ii,
pág.
1
1
'
CASA DE AUSTRIA »
incurable que era ruina
419
se bajaba, y era perdición
si
se conservaba; los tribunales achacosos: la justicia
» si
>con pasiones; los jueces >tos
como de quien
sin
temor á
la
fama; los pues-
los posee, habiéndolos
comprado;
»las dignidades hechas herencias ó compras; los hono-
»res tan vendidos en pública almoneda que sólo faltaba
voz
>la
del pregonero; letras
y armas
sin
mérito y con
»
desprecio; sin máscara los pecados y sin honor los
2>
delitos;
»
desperdicios; los espíritus
real
el
á
Francia ó
patrimonio sangrado á mercedes y apegados á la vil tole-
la violenta impaciencia; las
campañas
medios para tenerlos; los cabos, ó » caudillos, procurando vivir más que merecer; los sol»sin soldados
ni
»
dados con
»
nudos y mal pagados; el francés, como victorioso, atrevido; el emperador defendiendo con nuestros te-
»
la
precisa tolerancia que pide traerles des-
»soros sus dominios; y finalmente, sin reputación nues»tras armias, sin crédito nuestros Consejos, >
con des-
precio los ejércitos y con desconfianza todos». Tal
era España, en verdad, los
mas
II;
durante
el
reinado de Car-
solo con leerlo se advierte que no poco de
esto pudiera haberse ya dicho antes, y sabido es que
en substancia político
Con
lo dijo
ya en
el
reinado de Felipe
III,
el
D. Baltasar Alamos Barrientes. esta triste España, sin embargo, decíamos ha
quince años (1) y hoy repetimos, pereció
grande España de
la
verdadera,
Reyes Católicos, no quedando vivo de aquello más que el odio que nos han profesado y que á pesar de nuestros inmensos desmemla
antigua,
(1)
la
Alude aquí
el
los
autor á su Historia de la decadencia de el presente Bosquejo.
España, publicada quince años antes que
BOSQUEJO HISTÓRICO
420
bramientos territoriales nos siguen profesando desde entonces muchos extranjeros. Tal fué
el
temor que
in-
fundió la monarquía española durante siglo y medio,
que no parece sino que por largo tiempo se ha dudado de nuestra ruina, á la manera que el león mal herido en
selvas todavía' inspira horror con su cuerpo
las
exánime y desangrado. Diríase que no juzgaban á España bien caída los que la daban tan inútiles golpes. Entretanto, cuanto hubo de desproporcionado en nuestra política, de utópico en
el
sistema social que
defendimos y de malo en nuestros gobernantes
,
reyes
ó ministros, en una sola enfermedad se comprendió y cifró al cabo:
financiera.
en
Un
la
enfermedad que podríamos llamar
escritor inglés,
Mr. Davenent, decía ya
en 1698, para explicar nuestra decadencia, con exacsingular,
titud
lo
siguiente:
«España es un notorio
»
ejemplo de los funestos efectos que producen en un
»
Estado
las antiguas
deudas públicas y del embarazo y
la
impotencia misma que causan en su administra-
»ción.
Las principales rentas de este reino se emplean
»de
»en pagar los intereses de sumas tomadas á préstamos
»ha cien años; y distraída
así
en otro uso
cuerpo
la
substancia
ha quedado
»
destinada á alimentar
»
éste débil é incapaz de resistir á los menores acciden-
el
político,
Cuando un pueblo reducido á esta posición se compromete en guerras extranjeras, ni deben temerle » mucho sus enemigos, ni tienen que esperar grandes » auxilios de él sus aliados. Los enormes anticipos so»bre las rentas futuras comenzaron hacia 1608 en Es»paña, continuando de año en año, sin que se haya »tes. »
»
pensado nunca en disminuir
»
contribuido
más
á debilitar
la la
carga; y esto sólo ha
monarquía española
CASA DE AUSTRIA
>que todas
las otras faltas juntas
La fecha de 1608
421
que ha cometido».
es, quizá, lo único
girse, sustituyéndola por otra
que deba corre-
más antigua en
parcial juicio de la decadencia española.
este im-
Dicho también
sea en honor de su singular talento político, Felipe vio, al
tomar
propio que
las riendas del gobierno, lo
Mr. Davenent cuando iba á morir Carlos
como
11,
mos demostrado con documentos. Lo que tuvo camente peor
el
he-
prácti-
hacernos campeones del antiguo
tema político-religioso en Europa,
11
fué, por lo tanto,
sis-
que
eso sólo bastara para inutilizar todos los esfuerzos de aquel monarca y los siguientes para ordenar da.
Los otros frutos
la
Hacien-
mencionado sistema,
finales del
pueden cumplidamente saborearse leyendo
la relación,
algún tanto minuciosa, que hemos hecho de los hechi-
zos de Carlos
que al
tras sí
II.
la
y Cañizares, no hubo ni
siquiera.
los Francisco Victoria, los
Domingo y Pedro,
Candamo, Zamora más políticos, ¿Dónde estaban tam-
brillo
más poetas
más grandes teólogos
Sotos,
lo
casa de Austria. Fuera del teatro,
que aún daban algún escaso
poco
suma
Superstición y miseria fué en
nos dejó
ya; no
Melchor Cano,
los Valencias, los
los
dos
Vázquez,
los Suárez; aquellos doctores salmantinos ó aquellos
prelados que cuenta hoy
Roma en
por regeneradores de
teología? Sólo lucían un tanto
la
sus libros
más doctos
y respecto de ellos conviene hacer una observación importante. Los de este siglo habían los jurisconsultos,
tomado especialmente á su cargo, dándole carácter más concreto que antes, ta
la
difusión de aquel espíritu regalis-
que hemos señalado en Carlos
Vy
Felipe
11,
y de que
no dejó de participar Felipe IV. Bien conocido es
morial
el
Me-
escrito durante el reinado de este último, por
BOSQUEJO HISTÓRICO
422
D. Fr. Domingo Pimentel, Obispo de Córdoba, y don Juan Chumacero y Carrillo, del Consejo y Cámara de abusos que
Castilla, sobre los
curia de
Roma con
solía
cometer
la corte y Contempo-
los subditos españoles.
ráneo de estos regalistas célebres fué D, Francisco Sal-
gado,
el
más atrevido quizá de
los escritores españoles
de estas materias, tan mal visto en Roma, como bien defendido en España por
desobedecieron
Y
niones.
el
rey y
el
anatema
no hay duda que
allí
el
Consejo Real que
lanzado contra sus opi-
los jurisconsultos regalistas
como D. Juan Luis López, marautor de la Historia de ¡a Bula In
de fines del siglo xvii,
qués del Risco,
Cosna y
otros, prepararon con sus escritos los
Concor-
datos y aun las violentas resoluciones del siguiente en los
negocios eclesiásticos. Ninguno de ellos llegó á pin-
tar,
en verdad, con tan vivos colores los abusos roma-
nos y
las corruptelas introducidas
Iglesia con
el
Estado,
como
lo
en las relaciones de
la
había hecho aquel D. Pe-
dro Guerrero, cuyos principios fundamentales mencio-
namos
al tratar
de Carlos
tan osado defensor de siástica
la
V
y Felipe
II;
ninguno fué ya
monarquía seglar contra
como D. Francisco de Vargas. Pero
tas del siglo XVI,
si
la ecle-
los regalis-
hacían á los príncipes partícipes de
soberanía y gobierno de ía iglesia, no negaban á ésta, en cambio, ninguna de sus nativas ó consuetudinarias
la
facultades sobre las personas y las cosas.
piraban era á establecer
el
y
la espiritual,
fuerza^que de
ella
la
que as-
la
la
potestad tem-
dando á ésta siempre tanta ó más
tomaban. Los jurisconsultos de fines
y campeones celoque pretendían por su
del siglo XVII, humildes servidores
sos de
lo
régimen teocrático, bajo
forma de una alianza indisoluble entre poral
A
monarquía absoluta,
lo
CASA DE AUSTRIA parte era
la
independencia y
la
423
secularización del Esta-
xvi y
do. Si esta diferencia entre los teócratas del siglo los regalistas del siguiente fuera
clarísimamente
la
obscura en principio,
demostrarían las vidas de los diversos
personajes de que se habla. Carlos V y D. Francisco Vargas Megía, por ejemplo, pararon en sendos claustros,
donde murieron como piadosos monjes, después de mejor á
liaber luchado, sobre quién servía
Dios, con los Papas mismos. sultos regalistas
Carlos
De la
la
causa de
escuela de juriscon-
que florecía en España por
siguientes, ni uno solo acabó
los días
de
ya por ser mon-
y y algunos dejaron más sospechas de incrédulos que de fanáticos. Otros eran, pues, los hombres; y aunque íl
je,
n) fuesen otras, en realidad, ya bastante de
para los publicistas de crítica la
las tendencias,
apartábanse
Era llegada precisamente
las antiguas.
monarquía absoluta
la
la
hora
de negar toda independencia y toda libertad en
nación; y
la Iglesia
tuvo que soportar los mismos ata-
ques jurídicos que se habían lanzado antes contra Cortes, tintos
la
de
grandeza y todos la
comprender lítico
los
elementos sociales
autoridad real. Carlos ni
de concebir acaso
y teocrático á que Carlos
la
II
las dis-
no era capaz de
unidad de poder po-
V y Felipe
II
habían aspi-
rado, y en no poca parte realizaron; pero los juristas de
su tiempo comprendían con
más
propios reyes ó sus ministros,
la
de
la
autoridad secular de
claridad que aquellos
necesaria independencia
la eclesiástica,
y eran además
campeones más desembarazados y audaces de
la
supe-
rioridad del poder real sobre todos los otros poderes de la tierra.
No
es de extrañar esto: porque la doctrina del
absolutismo monárquico alcanzó en todos sentidos entonces su mayor apogeo,
si
bien no fué nunca tan irra-
BOSQUEJO HISTÓRICO
424
cionalmente aquí planteada cuanto en otras naciones de
época y señaladamente en Francia, por lo mismo que poder real, en aquel país representado por Luis el
la el
Grande,
lo
estaba en España por Carlos
II.
Por
lo
demás,
toda alta especulación, como toda literatura, estaba ya muerta. Digno es de notar, no obstante, que en medio de la
ruina general de las letras, la decadencia déla Inqui-
sición y de sus calificadores, la lenidad de la censura del Consejero Real, ya reducida por lo común á una vana
fórmula, y
el
relajamiento, en
fin,
de todos los resortes
de la autoridad durante este reinado, dieron lugar á que comenzaran á mejorar en España por entonces los estudios críticos. El marqués de Mondéjar, D. Juan Lucas Cortés, D. Nicolás Antonio,
arcediano Dormez, y
el
que Burriel, Mayans,
otros, fundaron la escuela crítica
Pérez Bayery Flórez habían de llenar de esplendor en el siglo
Un
inmediato.
inesperado soplo de libertad re-
España en
frescó, sin duda, la atmóstera de
años de
la
dinastía austríaca;
y
lo
los últimos
mismo que en
los con-
ciliábulos de los grandes, ó en los atrevidos propósitos
y resoluciones del pueblo, se le siente en la crítica, madre de la buena historia. Pero un soplo sólo y venido de
lo alto,
cuando
la
entregada á aquella
universalidad de
triste ignorancia,
la
nación estaba
con que luchó más
tarde Feijóo, no podía producir maduros
ni
muy
sos frutos. Pasó, pues, vanamente, sin dejar de
copiosí
otro
rastro que las obras de aquellos pocos eruditos insignes,
que rebuscaban entre
los
escombros de
la
patria, las
glorias pasadas, para consolarse quizá mejor de las miserias
que tenían delante.
por otra parte,
ni
poca
ni
No
se encuentra ya industria
mucha,
ni
comercio,
ni
íilguna de inteligencia ó prosperidad, de aquellas
obra
que
CASA DE AUSTRIA
425
aquí ó allá aparecían, despertando esperanzas, sin duda excesivas,
al
su cauce la
la
Todo induce
morir los Reyes Católicos.
creer, con todo eso,
que
la
á
casa de Austria no sacó de
actividad nacional, sino que
la
dejó seguir ó
impelió sólo rápidamente, por el que los
mismos Re-
yes Católicos dejaron abierto. ¿Por qué pretender hacer exótica la política de la causa de Austria en nuestra His-
¿Fué diversa
en suma, de
que creó
la In-
quisición, expulsó á los judíos, conquistó á Oran,
fuéá
toria?
ella,
buscar á los turcos á
la
de Grecia, y conquistó y guardó á Ñapóles? No: aquella España de la casa de las islas
modo que
Austria, mejor ó peor, de cualquier
hoy juzgársela, genuina,
la
era, á
que engendró en esta
madre común de bierto
el
no dudarlo,
las
la
quiera
antigua España,
tierra la
naciones modernas.
la
Edad Media,
No ha
encu-
autor de este larguísimo trabajo ninguna de
sus faltas maliciosamente; pero ¡calumniarla! ¡escarnecerla!, jamás.
Y
ya que se trata de
saberla ó reconocerla por entero. los últimos
de
la
la dinastía austríaca;
¿era mejor que ellos
la
verdad justo es
Malos reyes fueron pero por ventura,
nación que gobernaban? Todas
más ó menos en las cohemos descrito, y todas cometieron parecidas faltas. Fué la nobleza inquieta, codiciosa, atenta al bien individual más que al público en los días de Felipe el Hermoso; imprevisora, aunque esforzada, en los de las Comunidades; vanidosa, más bien que enérgica, con Carlos V; egoísta ó las clases sociales intervinieron
sas públicas durante este gran período que
servil
con su
hijo;
cortesana ó ambiciosa con los dos
últimos Felipes; atrevida é interesada con
torpemente oligárquica,
sin
la
regencia;
escrúpulos de ordinario, y
hasta poco patriótica, en tiempo del postrer vastago de
BOSQUEJO HISTÓRICO
426
la dinastía austríaca.
Fué
poder político en
Santo Oficio, y complaciente con
el
el
clero íácíl instrumento del
exceso para los reyes, en las cosas de jurisdicción y aun de conciencia, é to,
ind'ócil,
cuando eran rentas
en cambio, con ellos y avarien-
lo
que pedían; insaciable,
intri-
gante, mundano, cada vez que tuvo influjo notable en-
tonces en
la
gobernación de! país. Fué
indisciplinado con el cardenal Cisneros,
y con
el
estado llano
el
que
lo protegía,
joven Carlos V, que aún no osaba tiranizarlo
de veras; exagerado y temerario en sus pretensiones contra la corona y la nobleza, a! comenzar las Comunidades; necio y turbulento rar la lucha
que
é!
mismo
organizar su poder y prepaprovocaba; cobarde al soste-
al
nerla en las almenas ó en los campos; humilde en ¡a
adversidad, cuanto soberbio en su pasajera fortuna.
Y
todas tres clases, nobleza, clero, estado llano, rivalizaron luego en fanatismo religioso; todas en protección á
conventos y en entusiasmo por los autos de fe; todas, al fin, en vicios privados, y en hipocresía pública; los
hasta en
la
pereza puede decirse, con alguna exactitud,
que rivalizaron. Conviene aquí observar que á hora de ría, casi
la
monarquía austríaca
nada era en
tomaba de
ella
jos de ser lo
la
la
práctica;
corona, todo en
y corno
el
última la
teo-
Santo Oficio
toda su fuerza, estaba también
que antes. De
la
cierta consulta
muy
le-
elevada á
Carlos II, en Mayo de 1696, por una Junta formada, según costumbre, para el caso, y que ha dado á luz don Modesto Lafuente en su Historia generat de España, aparece que en aquel tiempo se pretendió ya remediar el mal antiguo de »
Santo Oficio», fuese
que «donde había tribunales del tal «la
turbación de las jurisdic-
»ciones», que apenas quedara «ejercicio á
la jurlsdic-
CASA DE AUSTRIA >ción real ordinaria,
427
autoridad á los que
ni
la
adminis-
»
traban; no habiendo especie de negocio, por ajeno que
»
fuese de su instituto y facultad en que con cualquier
»
flaco motivo
no se arrogasen
sido remediar bien esto, ni
conocimiento». Habría
el
más
ni
menos que acabar en tal como quiso
realidad con la Inquisición española,
que fuera Felipe rona
al
Pero en
II.
el
entretanto, atada la co-
lecho de dolor de Carlos
sición á la emulación
de
II,
entregada
la Inqui-
las otras jurisdicciones,
y des-
prestigiada por los ineptos jefes que los favoritos ó pri-
meros ministros
daban, cual Rocaberti ú otros, no
la
habiendo arraigado de
él
hiciera
el
militarismo aquí todavía, aunque
ya un buen ensayo D. Juan de Austria, ¿en
manos de quién estuvo
el
sino del pueblo español?
de
la
plebe y los de
la
poder durante este reinado
Lo que hubo
fué que los hijos
nobleza, tan inteligentes y glo-
riosos soldados y capitanes á las órdenes de un rey guerrero
como Carlos V;
también, bajo prudente
el
hijo; tan
tan leales y discretos subditos
duro cetro de su despótico, aunque
capaces para conquistar imperios y
reinos y gobernar provincias extrañas; tan grandes, en fin,
individual y colectivamente, para servir á un gobier-
no personal enérgico y sabio; por completo carecían ya á la sazón de las condiciones necesarias para ser ver-
daderos ciudadanos. La lenidad y la humanidad de Felipe IV, más que sus otras faltas, engendraron una anarquía horrible en las costumbres:
de Doña Mariana,
el
la
debilidad de mujer
menosprecio del poder mismo;
bondad impotente de Carlos
II,
la
confusión
la
más com-
y el desorden mas insoportable; desorden en que todos tomaron parte, nobles y plebeyos, cada cual á su pleta
manera y en su hora. La
historia
debe ser
útil
ya, no
BOSQUEJO HISTÓRICO
428
solamente para los reyes, como Bossuet pensaba, sino tanto ó más para los pueblos; y la de la casa de Austria para todos guarda amarguísimas lecciones. No presenta, en tanto, la Historia ejemplo de des-
membración
igual de territorios á la
España, desde que cesó de reinar hasta ahora. Ni
la
caída del
la
que ha padecido casa de Austria,
imperio romano
dio lugar á
una separación semejante. De los dominios de esta flaca monarquía de Carlos II, cuya dolorosa pintura terminamos, formáronse luego en Europa la de Ñapóles y gran de Cerdeña y del llamado reino LombardoVéneto, que hoy constituye el de Italia, así como el de Bélgica. En América, las repúblicas de Haití, Santo Do-
parte de
la
mingo, Méjico Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela, el Ecuador, el Perú, Solivia, Paraguay, Chile, Uruguay y la Confederación argentina, sin contar con los inmensos territorios de Florida, la
la
Luisiana, Tejas y California, que hoy están
comprendidos entre los de
la
Unión americana,
ni las
innumerables posesiones que nos ha quitado Inglaterra.
En África, Asia ó América, y en la Europa misma, á cada paso se tropieza con nombres españoles que señalan hoy provincias y fortalezas pertenecientes á nuestra val de otros tiempos. te, sin
Queda de
ri-
aquella herencia bastan-
embargo, para que pudiera otra vez
y más nación es-
ser,
sólidamente que nunca, poderosa y grande la pañola, si lo mereciera por sus pensamientos y por sus obras. No nos cansaremos de repetirlo: Dios daá cada nación á
la
larga lo que
merece en
el
mundo.
De
esta obra se ha hecho una tirada especial de diez ejemplares en papel de hilo. Se acabó de imprimir en Madrid,
en la imprenta de Fortanet, calle de la Libertad, 29,
ú los veintitrés días del
mes de Octubre del año de
1911
V
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