El sombrero de tres picos - Pedro Antonio de Alarcón

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FEB 2 4 DEC

198!

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SI

4 v





EL SOMBRERO DE TRES PICOS.

ÍOÜ&*tf.L8?fcCRO¡


Es propiedad

del autor.

IMPRENTA DE LA BIBLIOTECA DE INSTRUCCIÓN Y RECREO Calle del Rubio,

núm. 25.

t


EL SOMBRERO

DE TEES PICOS HISTORIA VERDADERA

DI UN SUCEDIDO QUE ANDA EN ROMANCES ESCRITA AHORA TAL Y COMO PASÓ

POR

D.

PEDRO

A.

DE ALARCON

Bachiller en Filosofía y Teología, etc., etc.

MADRID CASA EDITORIAL DE MEDINA Y NAVARRO Calle del Rabio,

núm. 95



? US AJÍ

I

^*<,

EL AUTOR

S.



PREFACIO

Pocos españoles, aun contando á los menos sabidos y leídos , desconocerán la historieta vulgar que sirve de fundamento á la presente obrilla.

Un

zafío

que nanea escondida cortijada en

pastor de cabras,

habia salido de

que naciera, fué otros se la oimos

la

el

primero á quien nos-

referir.

Era

el tal

ano de

aquellos rústicos, sin ningunas letras, pero

naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de picaros. Siempre que en la cortijada habia fiesta con motivo de una boda, de un bautizo ó de una visita de los amos tocábale á él poner los juegos de chasco y pantomima, hacer las payasadas y ,


8

romances y relaciones..., y precisamente en una ocasión de estas (hace ya casi toda una vida... es decir, hace ya más de treinta y cinco años) fué cuando deslumhró y embelesó una noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de El Corregidor y la Molinera ó sea de El Molinero y la Corregidora, que hoy ofrecerecitar los

,

mos

nosotros

al

público bajo

el

nombre más

trascendental y filosófico (pues así lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El

Sombrero de

tres picos.

Recordamos, por cierto, que la noche en que el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allí reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (así se llamaba el pastor) no se mordió la lengua y contestó en el acto que no habia por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada se decia en su relación que no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años... Y si no, vamos á ver, preguntó el cabrero; ¿qué se saca en claro de la historia de El Corregidor y la Molinera? Que los casados duermen juntos, y que á ningún ,


marido le acomoda que otro hombre duerma con su mujer. ¡Me parece que la noticia!... respondieron las ¡Pues es veraad! madres, oyendo las carcajadas de sus hijas. La prueba de que el tio Repela tiene razón—observó en esto el padre del noes que todos los chicos y grandes vio, aquí presentes se han enterado ya de que esta noche, así que se acabe el baile, Juanete y Manolilla estrenarán esa hermosa cama de matrimonio que la tía Gabriela acaba de enseñarles á nuestras hijas para que admiren los bordados de los almohadones... Hay más,—dijo el abuelo de la novia. Hasta en el libro de la doctrina cristiana y en los sermones se habla á los niños de todas estas cosas tan naturales, al ponerlos al corriente de la larga esterilidad de nuestra señora Santa Ana de la virtud del casto José de la estratagema de Judit y de otros muchos milagros que no recuerdo ahora... Por consiguiente, señores... exclamaron ¡Nada, nada, tio Repela! valerosamente las muchachas. ¡Diga usted otra vez su relación que es muy diver-

— — —

— —

,

,

— —

,

tida!

muy — ¡Y —pues en hasta

abuelo;

decente!—continuó ella

no se

le

el

aconseja á


.

10

nadie que sea malo, ni se le enseña á serlo, ni

queda sin castigo

el

que

jVaya! ¡repítala V.!

madres de

lo es.

.

dijeron al finias

familia.

El tio Repela volvió entonces á recitar el romance, y considerándolo ya todos á la luz de aquella crítica tan ingenua, hallaron que no habia pero que ponerle; lo cual equivale á decir que le concedieron las licencias necesarias.

#

hemos oido muchas y muy diversas versiones de aquella misma aventura de El Molinero y la Corregidora, siempre de labios de graciosos de aldea y de cortijo, por el orden del ya difunto Repela habiéndola leido además en letras de

Andando

los años,

;

molde en diferentes romances de ciego, y hasta en el famoso Romancero del inolvidable D. Agustín Duran. El fondo del asunto es siempre idéntico tragi-cómico zumbón :

,

y terriblemente epigramático, como todas las lecciones dramáticas de moral de que se enamora nuestro pueblo; pero, en la forma, en el mecanismo accidental, en los procedimientos casuales, difiere mucho, muchísimo, del que relataba nuestro pastor; tanto, que


!

11

no hubiera podido recitar en la cortijada nmguna de dichas versiones, ni aun aquesin que antes se llas que corren impresas tapasen los oidos las muchachas en estado honesto, ó sin exponerse á que sus madres le sacaran los ojos. ¡A tal punto han extremado y pervertido los groseros patanes de otras provincias el caso tradicional que tan sabroso, discreto y pulcro resultaba en la versión del clásico Repela Hace, pues, mucho tiempo que concebimos el propósito de restablecer la verdad de las cosas, devolviendo á Id peregrina historia de que se trata su primitivo carácter, que nunca dudamos fuera aquel en que salia mejor librado el decoro. Ni ¿cómo dudarlo? Esta clase de relaciones, al rodar por las manos del vulgo, nunca se desnaturaliéste

,

zan para hacerse más bellas, delicadas y decentes, sino para estropearse y percudirse al

contacto de

la

ordinariez

y

la

chabaca-

nería.

Lo primero que hicimos con aquel intento

(como se dice á nuestro querido y malo-

fué cederle el asunto

entre escritores)

grado amigo D. José Joaquín Villanueva, que se enamoró perdidamente de él, y que tan á pedir de boca lo hubiera desempeñado


12

con aquella sana y castiza pluma que escribió las Avispas y la Franqueza. Pero, ;ay! Villanueva murió, cuando diz que apenas llevaba bosquejado el principio de una zarzuela titulada El que se fué á Sevilla... (cuyo argumento era el mismo de la presente obra), y todo se quedó en tal estado hasta el año de 1866. Regresó entonces á España, después de su larga permanencia en Méjico, el ilustre poeta D. José Zorrilla, y como llegásemos á referirle en uno de nuestros largos coloquios

de El Molinero y la Corregidora, según que nos la habia legado Repela, prendóse también del asunto el popular autor de D. Juan Tenorio, é hizonos entrever la posibilidad de que lo convirtiera inmediatamente en una comedia de espadin y polvos, que ya creíamos estar saboreando desde butaca de primera fila. Pero han pasado ocho años, y Zorrilla no se ha vuelto á acordar del corregimiento ni del molino. Nosotros nos vamos haciendo la historia

literarios

viejos entre tanto,

y podremos seguir á Redia que más descuidados

tumba el Es una cosa que se ve todos los estemos. dias. Ahora se vive poco. Villanueva, Aguspela á

la

.

tín

.

Bonnat, Javier Ramírez, Becquer, Egui-


13

eran casi de nuestra edad, y ya no Hemos decidido, por están en el mundo... consiguiente, escribir nosotros mismos en laz...

nuestra humilde prosa

genuina historia de El Corregidor y la Molinera, más que con la presunción de dar por realizado nuestro deseo y por concluida la tan suspirada obra, con el modesto fin de apuntar y divulgar su argumento, para que otras plumas puedan sacar de él mejor partido. ¡A no habernos quedado sin ninguna copia del romance de Repela, ó á ser nosotros hombres de más memoria, nos hubiéramos limitado á darlo á la estampa! la

Otra advertencia, y concluimos este in

-

digesto prefacio.

Cada uno de

los

muchos romances que

circulan por toda España

,

ya de boca en

boca, ó ya impresos, con relación á

y á la corregidora, fija escena en un pueblo distinto.

linera

el

la

mo-

lugar de

la

El incluido en el Romancero de D. Agustín Duran (tomo n, pág. 409, sección de Cuentos vulgares) la pone en la ciudad de Arcos de la Frontera, y así es que se titula El Molinero de Arcos.


:

14

Hay

monopolizado por que principia de este modo

los ciegos,

otro,

En

Jerez de

la

Frontera

Hubo un molinero honrado,

etc.

Nuestro insigne maestro (¿de quién no lo es?) D. Juan Eugenio Hartzenbusch, con quien hemos tenido á honra consultar acerca del particular, nos ha dicho unas coplejas verdes

populares asaz

y

hasta

coloradas

que sabe de memoria (¿qué no sabrá de memoria el erudito académico?), en las cuales se hace también mención de esta última ciudad como patria del molinero.

En Jerez de la Frontera Un molinero afamado... es el comienzo de

primera copla. Los campesinos extremeños suelen colocar la acción en Plasencia, en Gáceres y en otras ciudades de su país. Y finalmente, en el romance de Repela no se cita pueblo alguno como teatro de los la

sucesos.

En

situación, y considerando que Repela nació, vivió y murió en la provincia tal

de Granada; que su versión parece tica y fidedigna y que aquella es ,

la

autén-

la tierra


15

que mejor conocemos nosotros nos hemos tomado la licencia de figurar que sucediรณ el caso en una ciudad, que no nombramos, ,

del antiguo reino granadino.

Perdรณnesenos esta falta y todas las demรกs en que abunda la presente historia. ,



EL SOMBRERO DE TRES PICOS.

I.

De cuándo sucedió

Comenzaba vencida.

—No

la cosa.

que ya va de

este largo siglo,

se sabe fijamente el año: sólo

consta que era después del

de

4 y antes

del de 8.

España don

Reinaba, pues, todavía en Garlos

IV de Borbon,

por

la

gracia de

Dios, según las monedas, y por un olvido ó gracia especial de Bonaparte, según los boletines franceses.

—Los

demás soberanos

europeos descendientes de Luis perdido ya

la

corona (y

el jefe

XIV de

habían

ellos

2

la


18

cabeza) en

deshecha borrasca que corria

la

esta vieja parte del

mundo desde 1789.

Ni' paraba aquí la singularidad

en aquellos tiempos.

tra patria

de

la

revolución,

gado corso,

el

de nues-

El soldado

de un oscuro abo-

el hijo

vencedor de Rívoli, de

las

Pirámides, de Marengo y de otras cien batallas

acababa de ceñirse

Magno y de

corona de Carlo-

la

completamente

transfigurar

la

Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando fronteras, inventando dinastías, y haciendo mudar de forma,

de nombre, de

de costumbres y hasta de traje á los pueblos por donde pasaba con su corcel de

sitio,

guerra

como un terremoto

como

Antecristo, que le llamaban las po-

el

tencias del Norte...

ó

embargo, nues-

Sin

tros padres (Dios los tenga ria), lejos

animado,

en su santa glo-

de odiarlo ó de temerle, compla-

cíanse aún en ponderar sus descomunales

hazañas,

como

si

se tratase del héroe de

un

libro de caballería ó

de cosas que sucedían

en otro planeta,

que

les ocurriese

sin

ni

por asomos se

que pensara nunca en venir


19

por acá á intentar

países.

sumo) llegaba de

la

atrocidades que habia

Alemania y otros Una vez por semana (y dos á lo

hecho en Francia,

mayor

las

el

Italia,

correo de Madrid

á

la

parte de las poblaciones importantes

Península, llevando siete números de

Gaceta, y por ellos sabían las personas principales (suponiendo que la Gaceta hala

blase del particular)

más ó menos allende

si

existia

Pirineo,

el

un Estado se habia

si

reñido una batalla en que peleasen seis ú

ocho reyes y emperadores, y si Napoleón se hallaba en Milán, en Bruselas ó en Varsovia...

seguían

— Por

lo

demás, nuestros mayores

viviendo á

la

antigua

sumamente despacio, apegados

española, á sus ran-

cias costumbres, en paz y en gracia

con su Inquisición y con sus pintoresca desigualdad ante

de Dios,

frailes,

con su con sus

la ley,

y exenciones, con su carencia de toda libertad municipal ó política, privilegios, fueros

gobernados simultáneamente obispos

y

poderosos

por

insignes

corregidores

respectivas potestades no era

muy

(cuyas

fácil des-


20

unos y otros se metían en lo temporal y en lo eterno), y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, limoslindar, pues

nas y mandas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones,

tercias

reales,

gabelas,

frutos

y hasta cincuenta tributos más, cuya nomenclatura no viene á cuento ahora.

civiles

Y

aquí termina todo lo

historia tiene lítica

que ver con

el

el

la

la

presente

militar

y po-

de aquella época; pues nuestro único

objeto, al recordar lo

en

que

mundo, ha

año de que se

sido trata

que entonces sucedía venir á parar á que

(supongamos que

el

de 1805) imperaba todavía en España

el

antiguo régimen en todas las esferas de

la

vida pública

y

particular,

como

si

en medio

de tantas novedades y trastornos el Pirineo se hubiese convertido en otra muralla de la China.


II.

De como

En

vivia entonces la gente.

Andalucía, por ejemplo (pues precisa-

mente aconteció en una ciudad de Andalucía lo

que vais á

oir), las

personas de suposición

continuaban levantándose

yendo

á la catedral á

muy

temprano,

misa de prima, aun-

que no fuese diá de precepto; almorzando á las

nueve un huevo

frito

chocolate con picatostes; á dos

de

la

tarde

habia caza, y

miendo

la

si

siesta

seando luego por

y una jicara de comiendo de una

puchero y principio, si no, puchero sólo; durdespués de el

campo;

comer; pa-

yendo

al

ro-


III.

Do ut

En la

des.

aquel tiempo, pues,

habia

ciudad de *** (perteneciente

Granada,

y

al

cerca

de

reino de

cabeza de corregimiento) un

magnífico molino harinero (que ya no existe),

la

situado

como

á

un cuarto de legua de

población, en un delicioso paraje, entre

una colina poblada de guindos y cerezos y una fértilísima huerta que servia de margen (y algunas veces de lecho) á un traicionero é intermitente rio.

Por varias y diversas razones, hacia ya algún tiempo que aquel molino era el pre-


— 25

de llegada y descanso de los paseantes más caracterizados de la men-

dilecto punto

cionada ciudad...

un camino carretero, menos intransi-

á él

table

nos.

— Primeramente, conducía

que

los restantes

—En segundo

lino habia

bierta por

una

de aquellos contor-

lugar, delante del

empedrada, cu-

plazoletilla

un parral enorme, debajo del

cual se tomaba

muy

rano, y

en

el sol

bien

invierno,

el

en

el

ve-

merced

á la

el fresco

alternada ida y venida de los pámpanos.

En

tercer lugar, el

bre

muy

fino, tes,

que y

mo-

molinero

respetuoso, tenia lo

.

un hom-

discreto,

muy

que se llama don de gen-

que obsequiaba

solian honrarlo con su

ofreciéndoles... lo

habas verdes,

muy

era

.

á los

señorones que

tertulia

que daba

el

vespertina,

tiempo;

ora

cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están ora

muy buenas cuando

se

las

acompaña de

macarros de pan de aceite; macarros que se

encargaban de enviar por delante sus ñorías),

ora

melones,

misma parra que

se-

ora uvas de aquella

les servia

de dosel,

ora


III.

Do ut

En la

des.

aquel tiempo, pues,

había

ciudad de *** (perteneciente

al

cerca de reino de

y cabeza de corregimiento) un magnífico molino harinero (que ya no exisGranada,

te), situado

la

como

población, en

á

un

un cuarto de legua de delicioso

paraje, entre

una colina poblada de guindos y cerezos y una fértilísima huerta que servia de margen (y algunas veces de lecho) á un traicionero é intermitente rio.

Por varias y diversas razones, hacia ya algún tiempo que aquel molino era el pre-


— 2f>

punto de llegada y descanso de

dilecto

más caracterizados de

paseantes

cionada ciudad. á

men-

la

— Primeramente, conducía

un camino carretero, menos intransi-

él

table

nos.

. .

que

los restantes

—En segundo

lino habia

bierta por

una

de aquellos contor-

lugar, delante del

un parral enorme, debajo del

muy

rano, y

en

el sol

bien

invierno,

el

en

el

ve-

merced

á la

el fresco

alternada ida y venida de los pámpanos.

En

tercer lugar, el

bre

muy

fino,

que y

mo-

empedrada, cu-

plazoletilla

cual se tomaba

tes,

los

molinero

respetuoso, tenia lo

un hom-

discreto,

muy

que se llama don de gen-

que obsequiaba

solían honrarlo con su

ofreciéndoles... lo

habas verdes,

muy

era

.

.

á los

señorones que

tertulia

que daba

el

vespertina,

tiempo;

ora

cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están ora

muy buenas cuando

se

las

acompaña de

macarros de pan de aceite; macarros que se

encargaban de enviar por delante sus ñorías),

misma

ora

melones,

se-

ora uvas de aquella

parra que les servia

de dosel,

ora


— 26

rosetas de maíz,

si

era invierno, y castañas

y almendras, y nueces, y, de vez en cuando, en las tardes muy frias, un trago asadas,

de vino de pulso (dentro ya de

amor de

la

lumbre), á

pestiño,

tecado, algún rosco, ó

món

casa

y

al

que por Pascuas

lo

se solia añadir algún

la

algún

man-

alguna lonja de ja-

\

alpujarreño.

—¿Tan

rico era el molinero, ó tan

dentes sus tertulianos?

impru-

exclamareis, inter-

rumpiéndome. *

Ni

nia

lo

uno

ni lo otro. El

molinero sólo te-

un pasar, y aquellos caballeros eran

delicadeza y

el

la

orgullo personificados. Pero

en un tiempo en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes á la Iglesia

y

al

Estado, poco arriesgaba un rústico de

tan claras luces

nada

la

frailes,

como aquel en tenerse ga-

voluntad de regidores, canónigos, escribanos

demás personas de

y

campanillas. Así es, que no faltaba quien dijese

que

el tio

Lúeas

(tal

del molinero) se ahorraba á

fuerza de agasajar

á

era el

nombre

un dineral

todo

el

al

año

mundo.

\>


á

27

«Vuestra merced

de

tecilla vieja

la

casa que ha derribado»,

— «Vuestra

hoja para

me

para que

madera en

el

me me

censo.»

una

va á dar permiso

pinar H.»

va

á

poner una car-

una poca

permitan cortar

haga usarcé una

cueste nada.» el

del convento

una poca leña del monte X.»

traer

«Vuestra paternidad

me

va á

mis gusanos de seda.»—

«Vuestra ilustrísima

ta

subsi-

me

reverencia

dejar coger en la huerta

p'ara

el

alcabala, ó la contribución de fru-

tos civiles.»

poca

le

señoría (le decia á

mandar que me rebajen

otro) va á dio, ó

va á dar aquella puer-

— «Vuestra

uno.

decia á

la

me

— «Es menester que

escriturilla

que no

me

«Este año no puedo pagar

— «Espero que — «Hoy he dado de

el pleito se falle

mi favor.»

le

bofetadas

y creo que debe ir á la cárcel por haberme provocado.»- «¿Tendría su merced

á uno,

cosa de

tal

algo la?»

tal

otra?»

— «¿Le

— «¿Me puede

sirve á

prestar

«¿Tiene ocupado mañana

— «¿Le Y

sobra?»

parece que envié por

el

el

V. la

de

mu-

carro?»

burro?»...

estas canciones se repetían á todas ho-


28 ras,

obteniendo siempre por

un generoso

Conque ya taba en

a

Como veis

contestaciĂłn

se pide.Âť

que

el

tio

camino de arruinarse.

Lucas no

es-


IV.

una mujer

vista por fuera.

La última y acaso la más poderosa razón que tenia el señorío de la ciudad para frecuentar por las tardes

el

molino del

cas, era... que, así los clérigos

empezando por

glares,

el

tio

Lu-

como los

se-

señor obispo y

el

señor corregidor (que tampoco se desdeña-

ban de

visitarlo),

podían contemplar

sus anchas una de las obras

más

allí

bellas,

á

más

y más admirables que hayan salido llamado enjamás de las manos de Dios, graciosas

Ser Supremo por Jovellanos y toda escuela afrancesada de nuestro país...

tonces la

el

Esta obra era

la

seña Frasquita.


— 30

Empiezo por responderos de que Frasquita, legítima esposa del

Lúeas, era

tio

una mujer de bien, y de que

seña

la

así

lo

sabían

todos los ilustres visitantes del molino. Digo

más: ninguno de éstos daba muestras de considerarla con ojos concupiscentes ni con in-

tención pecaminosa. Admirábanla,

sí,

y

re-

quebrábanla en ocasiones (delante de su marido, por supuesto) lo los caballeros, los

mismo

los frailes

canónigos que los

que

golillas,

como un prodigio de belleza que honraba á su Criador, y como una diablesa de travesura y coquetería que alegraba inocentemente los espíritus más melancólicos. «Es un her-

moso animal»

solia decir

el

prelado.-^- «Es una estatua de

helénica» dito, toria.

virtuosísimo la

antigüedad

—observaba un abogado muy

académico correspondiente de

— «Es

prorumpia

«Es una

la

His-

propia estampa de Eva»

el prior

real

la

eru-

moza»

de

los

franciscanos.

—exclamaba

— «Es una un demonio» —

de milicias.

anadia

sierpe, el

el

una sirena,

corregidor.

ro es una buena mujer, es

coronel

— «Pe-

un ángel, es una


— 31

criatura, es

una chiquilla de cuatro años»

acababan por decir todos,

al

regresar del

molino, atiborrados de uvas ó de nueces, en

busca de sus tétricos y metódicos hogares.

La chiquilla de cuatro años, esto

es, la

seña Frasquita, frisaría en los treinta. Tenia

más de cinco

pies de estatura,

proporción, ó quizás lo

y era recia

más gruesa

á

todavía de

correspondiente á su arrogante

talla.

Pa-

recía una Niove colosal, y eso que no había

tenido hijos; parecía una Hércules-hembra; parecía una matrona

romana de

las

que aún

se ven ejemplares en el Trastevere. lo

más

notable en ella era

ligereza, la animación,

petable

la

la

—Pero

movibilidad,

la

gracia de su res-

mole. Para ser una estatua como

pretendía

el

académico,

le faltaba el

reposo

monumental. Se cimbraba como un junco,

como una veleta, bailaba como una peonza. Su rostro era más movible todavía, y por lo tanto menos escultural: avivábanlo giraba

donosamente hasta cinco hoyuelos; dos en una mejilla, otro en otra, otro cerca de

la

muy

chico

comisura izquierda de sus ríen-


32

y el último, muy grande, en medio de su redonda barba. Añadid á esto los tes labios,

picarescos mohines, los graciosos guiños y las variadas posturas de cabeza que ameniza-

ban su conversación

,

idea de

y formareis

aquella cara llena de sal

y de hermosura,

y

rebosante siempre de salud y de alegría.

Ni

la

seña Frasquista ni

andaluces:

Lúeas eran

el tio

navarra y él murciano. ciudad de ***, á la edad de

ella era

Él habia ido

á la

quince años, como medio paje, medio criado del obispo

anterior al que entonces gober-

naba aquella Iglesia á

y su señor le dejó su muerte aquel molino. El tio Lúeas sir-

vió luego al

de

,

Rey; hizo en 1793

los Pirineos occidentales,

za del valiente general D.

la

campaña

como ordenanVentura Caro;

de Castillo-Piñón, y permaneció largo tiempo en las provincias del

asistió al asalto

En

Norte, donde tomó

la

Estella conoció á

seña Frasquita, que en-

la

licencia absoluta.

tonces sólo se llamaba Frasquita; ró; se casó

con

ella,

y se

la

la llevó al

enamoreino de

Granada en busca de aquel molino que habia


33

de verlos tan el resto

pacíficos

y dichosos durante

de su peregrinación por este valle

de lágrimas y risas. La seña Frasquita, pues,

Navarra

á aquella soledad,

trasladada de

no habia adquiri-

do ningún hábito andaluz, y se diferenciaba mucho de las mujeres campesinas de los

más

contornos. Vestía con

sencillez, desen-

más sus

fado y elegancia que ellas; lavaba

carnes y permitía al sol y al aire acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta.

Usaba hasta

cierto punto el traje

señoras de aquella época,

de

las

las

mujeres de Goya,

ría Luisa; si

no

falda

el traje

de

traje

el

reina

la

de

Ma-

de medio paso, falda

de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus

menudos

su soberana pierna:

dondo y

pies

y

llevaba

arranque de

el

escote re-

el

donde se

bajo, al estilo de Madrid,

detuvo dos meses con su Lucas

al

trasladar-

se de Navarra á Andalucía; todo el pelo re-

cogido en

lo alto

jaba campear

la

déla coronilla,

lo

cual -de-

gallardía de su cabeza

su cuello; sendas arracadas en las

y de diminu-

3


34

y muchas sortijas en los ya celebrados dedos de sus duras pero limpias ma-

tas orejas,

nos.

— Por

último,

la

voz de

la

quita tenia todos los tonos del

seña Fras-

más extenso

y melodioso instrumento, y su carcajada era tan alegre y argentina que parecía un repi-

que de sábado de

gloria.

Retratemos ahora

al tio

Lúeas.


V.

ün hombre

El

tio

visto por fuera

Lúeas era más

habia sido toda su vida,

y por

feo

y ya

que

dentro.

Picio.

Lo

tenia cerca de

cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan

Dios

simpáticos y agradables habrá echado al

mundo. Prendado de su

su ingenio y de su gracia,

el

viveza, de

difunto obispo

se lo pidió á sus padres, que eran pastores,

no de almas, sino de verdaderas ovejas, á de darle educación y dedicarlo á eclesiástica.

que hubo

el

la

fin

carrera

Muerto Su Ilustrísima, y dejado mozo, voluntariamente, el semi-

nario por el cuartel, distinguiólo entre todo


36

su ejército

el

general Caro, y lo hizo su or-

denanza más íntimo, su verdadero criado de

campaña. Cumplido, en

fin,

su

empeño mi-

litar, fuéle

tan fácil al tio Lúeas rendir el

corazón de

la

seña Frasquita,

habia sido captarse

como

fácil le

aprecio del general y del prelado. La navarra, que tenia á la sael

zón veinte abriles, y era

el ojo

derecho de

todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos, no pudo resistir á los conti-

nuos donaires, á

las chistosas ocurrencias, á

de enamorado mono y á la bufona y constante sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan los ojillos

atrevido, tan locuaz, tan

avisado, tan dis-

y tan gracioso, que acabó por trastornar el juicio no sólo á la puesto,

tan valiente

codiciada beldad, sino también á su

padre

y á su madre.

Lúeas era en aquel entonces, y seguia siendo en la fecha á que nos referimos, de

pequeña estatura

(á lo

menos con

su mujer), un poco cargado

muy

relación á

de espaldas,

moreno, barbilampiño, narigón, oreju-


37

do y picado de viruelas. Únicamente su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea,

y que

tan luego

zaba á penetrarse dentro de

él

como empe-

aparecían sus

perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venia la voz,

que era vibrante,

elástica, atractiva; varonil

y grave unas veces, dulce y melosa cuando pedia algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba después

lo

que aquella voz decia:

todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo...

—Y

por último, en

Lúeas habia valor,

lealtad,

el

alma del

tio

honradez, senti-

do común, deseo de saber y conocimientos instintivos ó empíricos de muchas cosas, un profundo desden á

los

que fuese su categoría

cualquiera

necios,

social,

y

cierto espí-

de ironía, de burla y de sarcasmo que hacían pasar, á los ojos del académico,

ritu le

por un D. Francisco de Quevedo en bruto. Tal era por dentro y por fuera el

tio

Lúeas.


VI.

Habilidades de los dos cónyuges.

Amaba, pues, locamente queta al tio Lúeas,

más él.

feliz

No

del

seña

y considerábase

mundo en

la

Fras-

mujer

verse adorada por

tenían hijos, según que ya sabemos,

y habíase dedicado al otro

la

el

uno

á cuidar

y mimar

con un esmero indecible; pero sin

que aquella

solicitud

y ternura ostentase

el

carácter sentimental y empalagoso, por lo za-

lamero, de casi todos los matrimonios sin sucesión.

Por

el

contrario, tratábanse con

una llaneza, una alegría, una broma y una confianza semejantes á las de los niños, ca-


39

de juegos y de diversiones; los cuales se quieren con toda el alma sin de-

maradas

círselo jamás, ni darse á lo

mismos cuenta de

que sienten. ¡Imposible que haya habido sobre

la tierra

molinero mejor tratado, mejor vestido, más regalado en

la

mesa, rodeado de más como-

didades en su casa que

el tio

que ninguna molinera

ble

Lúeas! ¡Imposi-

ni

ninguna reina

haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos agasajos, de tantas

seña

Frasquita!

finezas

¡Imposible

como

también

la

que

ningún molino haya encerrado tantas cosas útiles, agradables, recreativas, necesarias

hasta supérfluas

como

el

y que va á servir de

teatro á casi toda la presente historia!

Contribuía Frasquita,

la

mucho

á

ello

que

pulcra, hacendosa,

la

seña

fuerte

y saludable navarra, sabia y podia guisar, coser, bordar, barrer, hacer dulces, lavar, planchar, blanquear su casa, fregar

el

cobre,

amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar

la

guitarra y los palillos, jugar á la

brisca y al tute,

y

otras

muchísimas cosas


40

cuya relación fuera interminable. tribuía no

menos

el tio

Lúeas sabia

tivar

el

— Y con-

mismo resultado

al

el

que

molienda, cul-

dirigir la

campo, cazar, pescar, trabajar de

carpintero, de herrero y de albañil, ayudar

mujer en todos

á su

los

quehaceres de

la

casa; leer, escribir, contar, etc., etc.

Y esto ó

lujo,

sin hacer

sea

de

mención de

sus

los

ramos de

habilidades extraor-

dinarias.

Por ejemplo: El res (lo

tio

Lúeas adoraba

mismo que su mujer), y

cultor tan

era

las flo-

un

flori-

consumado, que habia llegado

á

producir ejemplares nuevos por medio de laboriosas combinaciones. Tenia algo de inge-

niero natural,

y

lo

habia demostrado constru-

yendo una presa, un

que

sifón y

triplicaron el agua del

un acueducto molino. Habia

enseñado á bailar á un perro, domesticado

una culebra, y hecho que un loro diese la hora por medio de gritos, según las iba marcando un

reloj

de

sol

que

el

molinero habia

trazado en una pared; de cuyas resultas

el

loro daba ya la hora con toda precisión hasta


41

en

los

dias nublados y durante

la

noche.

Finalmente, en el molino habia una huerta,

que producía toda bres;

clase de frutas y

legum-

un estanque, encerrado en una especie

de kiosko de jazmines, donde se bañaban en el

un

verano jardín;

el tio

Lúeas y

la

seña Frasquita;

una estufa ó invernadero para

las

plantas exóticas; una fuente de agua 'potable; dos burras, la

ciudad ó á

gallinero;

los

en que

el

matrimonio iba á

pueblos de

palomar;

las

pajarera;

cercanías;

criadero de

peces; criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los jazmines; jaraíz ó lagar,

con su bodega correspondien-

ambas cosas en miniatura; horno,

te,

telar,

fragua, taller de carpintería, etc., etc.; todo ello

reducido á una casa de ocho habitacio-

nes y la

ádos

fanegas de tierra,

cantidad de diez mil reales.

y tasado en


VIL El fondo de la felicidad.

Adorábanse,

sí,

locamente

el

molinero y

ella lo

y aun se hubiera creído que quería más á él que élá ella, á pesar

de ser

él tan feo

la

molinera,

y

ella tan

hermosa. Dígolo

seña Frasquita solía tener celos y pedirle cuentas al tío Lúeas cuando éste se

porque

la

tardaba

de

los

tras las

mucho en

regresar de

la

ciudad ó

pueblos adonde iba por trigo, mien-

que

el tio

Lúeas veía hasta

atenciones de

que era

con

objeto

la

gusto

seña

Frasquita por parte de los señores que fre-

cuentaban

el

molino; se ufanaba y regocijaba


43

de que todos

como

la

encontrasen tan hechicera

aunque comprendía que en

él; y,

fondo del corazón se

de

les,

envidiaban algunos

la

codiciaban

ellos, la

como simples morta-

y hubieran dado' cualquier

cosa por-

que fuese menos mujer de bien, dias enteros sin el

sola

la

dejaba

menor cuidado, y

preguntaba luego qué habia he-

nunca

le

cho

quién

ni

el

habia estado

durante su

allí

ausencia...

No que

consistía

amor

el

que

el

de

que

él

tenia

ella

que

sin

embargo, en

del tio Lúeas fuese

la

ella

aquello,

seña Frasquita.

Consistía en

más confianza en en

de

la

aventajaba

en

él;

menos vivo virtud de

la

consistía en

que

penetración

y sabia hasta qué punto era amado y todo lo que su mujer se respetaba á sí misma; y consis-

él

tía

la

en que

el tio

Lúeas era todo un hombre;

un hombre como

el

de Shakspeare, de pocos

é indivisibles sentimientos; incapaz de du-

da; que creia ó moría; ba; que no

entre

la

admitía

suprema

que amaba ó mata-

gradación ni

felicidad y el

tránsito

exterminio


44

de su dicha.

— Era un Ótelo de Murcia, con

alpargatas y montera, en

el

primer acto de

una tragedia posible. Pero ¿á qué estas notas lúgubres en una tonadilla tan alegre? fatídicos

¿A qué

estos relámpagos

en una atmósfera tan serena? ¿A

qué estas reminiscencias trágicas historia

de género?

Vais á saberlo inmediatamente.

en una


VIII.

El

hombre

Eran

las

del sombrero de tres picos.

dos de una tarde de Octubre.

El esquilón de peras,

lo cual

comido todas

las

la

Catedral tocaba á vís-

quería decir que ya habían

personas principales de

la

ciudad.

Los canónigos se dirigían

al

coro, y los

seglares á las alcobas á dormir la siesta, so-

bre todo aquellos que, por razón de oficio, vg. las autoridades,

habían pasado

la

ma-

ñana entera trabajando. Era, pues, lla

muy

hora, impropia

de extrañar que á aque-

además para dar un pa-

seo, pues todavía hacia demasiado calor, sa-


46 liese

de

ciudad, á pié, y

la

seguido de un

solo alguacil, el ilustre señor corregidor de la

misma,

á

quien no podia confundirse con

ninguna otra persona así

por

picos

ni

de dia ni de noche,

enormidad de su sombrero de

la

y por

como por

lo vistoso

tres

de su capa de grana,

lo particularísimo

de su grotesco

donaire...

De

la

capa de grana y del sombrero de

tres picos, son

muchas

todavía las personas

que pudieran hablar con pleno conocimiento

de causa. Nosotros, entre

que todos en

las

nacidos

los

ellas, lo

en aquella

mismo ciudad

postrimerías del reinado del Señor

D. Fernando VII, recordamos haber

visto

colgados de un clavo, en medio de una des-

mantelada pared, en

la

ruinosa torre de

la

casa que habitó su señoría, (torre destinada á la sazón á los infantiles juegos tos,) aquellas lla

dos prendas anticuadas, aque-

capa y aquel sombrero,

brero encima y

mando una

de sus nie-

la

el

negro som-

capa roja debajo,

for-

especie de espectro del absolu-

tismo, una especie de sudario del corregidor,


47

una especie de caricatura con

su poder, pintada

como

retrospectiva de

carbón y almagre,

tantas otras, por los párvulos constitu-

cionales de

la

de

1

837 que

mos; una especie, en

fin,

nos reunía-

allí

de espanta-pá-

jaros, que en otro tiempo habia sido espan-

ta-hombres, y que hoy me da miedo de haber contribuido á escarnecer, paseándolo por aquella histórica ciudad en dias de carnestolendas, en lo alto de

un deshollinador, ó

sirviendo de disfraz irrisorio al idiota que

más

hacia reír á

la

pleble...

cipio de autoridad! ¡Así té

mismos que hoy

En

cuanto

al

te

¡Pobre prin-

hemos puesto

invocamos

los

tanto'

indicado grotesco donaire

del señor corregidor,

consistía (dicen)

en

que era cargado de espaldas... todavía más cargado

de espaldas que

casi jorobado, para decirlo

estatura

el

tio

de una vez; de

menos que mediana;

de mala salud; con

una manera de

Lúeas...

endeblillo;

arqueadas, y sui géneris (balan-

las piernas

andar

ceándose de un lado á otro y de atrás hacia adelante),

que sólo se puede describir con


48

absurda fórmula de que parecía cojo de

la

dos

los

pies.

—En

dición) su rostro

cambio (añade era

bastante arrugado dientes

de

por

tra-

aunque ya

regular, la

la

absoluta de

falta

y muelas; moreno verdoso, como

casi todos los hijos

de

las Castillas;

el

con

grandes ojos oscuros, en que relampaguea-

ban

la

cólera,

el

despotismo y

lujuria;

la

con finas y traviesas facciones, que no tenían

la

expresión del valor personal, pero

de una malicia artera capaz de todo, y con cierto aire de satisfacción, medio aristocrátila

co,

medio

libertino,

hombre habría

muy

sido,

que revelaba que aquel en su remota juventud,

agradable y acepto á

las

mujeres, á

pesar de sus piernas y de su joroba.

D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León (que

así se

llamaba su señoría) habia nacido

en Madrid de una familia á la sazón

en

los

ilustre,

y

frisaría

cincuenta y cinco años,

llevando cuatro de corregidor en

la

ciudad

de que tratamos, donde se casó, á poco de llegar,

con

mos más

la

principalísima señora que dire-

adelante.


49

Las medias de D.

Eugenio (única parte

que, además de los zapatos, dejaba ver de su

vestido

la

de grana)

extensísima capa

eran blancas, y los zapatos negros, con hebilla

de oro. Pero luego que

campo

le

el

obligó á desembozarse, vídose que

gran corbata de batista

llevaba

calor del

sarga de color de tórtola,

muy

chupa de

;

festoneada de

ramillos verdes, bordados de realce; calzón corto, negro, la

misma

de seda; una enorme casaca de

que

estofa

la

chupa; espadín con

empuñadura de acero; bastón con un respetable par de guantes de gamuza

la

y

(ó quirotecas)

que no se ponia nunca,

pajiza,

empuñados por

borlas,

mitad á guisa de cetro.

El alguacil que seguia á veinte pasos de distancia

al

Garduña, y nombre.

señor

corregidor

llamaba

se

era la propia estampa

Flaco, agilísimo,

de

mirando ade-

lante y atrás, á derecha é izquierda al

pio tiempo

que andaba; de largo

diminuto y repugnante rostro

manos como dos manojos de recía juntamente

su

,

pro-

cuello;

de

y con dos

disciplinas, pa-

un hurón en busca de 4

cri-


50

cuerda que había de atarlos, y instrumento destinado á su castigo...

mínales, el

la

El primer corregidor que

encima

le dijo sin

mi primer

le

echó

más informes:

alguacil...

—Y ya

lo

la vista

serás

habia sido

de cuatro corregidores. Tenia

cuarenta y ocho años,

sombrero de

que

el

tres picos

,

y llevaba

mucho más pequeño

de su señor (pues repetimos que

el

de éste era descomunal), capa negra como medias y todo el traje, bastón sin borlas, y una especie de asador por espada. Aquel otro espantajo negro parecía la

las

sombra de su vistoso amo.


IX.

¡Arre, burra! •

Por donde quiera que pasaban naje

y su apéndice,

el

los labradores

sus faenas y se descubrían basta

perso-

dejaban los pies,

con más miedo que respeto; después de

lo

cual se decian en voz baja:

— ¡Temprano — ¡Temprano...

va esta tarde

regidor á ver á

nos,

la

en

señor cor-

seña Frasquita! y solo!

acostumbrados á verlo

aquel paseo

el

anadian algu-

siempre

dar

compañía de otras varias

personas.

—Oye,

tú,

Manuel;

¿por qué

irá

solo

univers'ty oí iiuncis librar»


52

tarde

esta

navarra?

el

señor corregidor á ver á

le

preguntó una lugareña á su

que

marido,

la

en

grupas

llevaba á

la

la

bestia.

Y,

al

mismo tiempo que

la

pregunta, le

hizo cosquillas por via de retintín.

— ¡No mó

el

seas mal pensada, Josefa!

buen hombre.

— La

excla-

seña Frasquita es

incapaz...

—No

yo

digo

Pero

contrario...

lo

el

corregidor no es por eso incapaz de estar

enamorado de de todos molino,

los

ella...

que van

Yo he

oido decir que,

á las

francachelas del

único que lleva mal

el

fin es

ese

madrileño tan aficionado á faldas...

—¿Y qué —preguntó —No

sabes tú á su

faldas?

lo

namente

el

vez

el

aficionado

á

marido.

lo

corregidor que es, de de-

los ojos tienes negros!

La que

es

digo por mí... ¡Ya se hubiera

guardado, todo

cirme

si

así

hablaba era más que media-

fea.

¡Pues mira, hija,

llamado Manuel.

allá

—Yo no

ellos!

creo

replicó

al tio

Lú-


— 53

cas hombre de consentir... tiene el tio

— —

Lúeas cuando se enfada!

Pero, en

añadió

la

El

repuso

tia.

tio

ve que

fin, si

le

conviene.

.

.

Josefa, retorciendo el hocico.

Lúeas es un hombre de bien, lugareño;

el

¡Bonito genio

y á

un hombre de

bien nunca pueden convenirle esas cosas.

— Pues —

ellos!... Si

entonces, tienes razón...

yo fuera

¡Arre, burra!

mudar

Y pudo

la

la

la

¡Allá

seña Frasquita...

gritó

el

marido para

conversación.

burra salió

al trote;

con

oirse el resto del diálogo.

lo

que no


X. Desde

Mientras saludadan quita

así discurrían los

al

labriegos que

señor corregidor,

seña Fras-

la

y barría cuidadosamente la empedrada que servia de atrio ó

regaba

plazoletilla

compás de

la parra.

sillas

al

molino, y colocaba media docena

debajo de

lo

más espeso

rado, en el cual estaba subido

del

el tio

emparLúeas,

cortando los mejores racimos y arreglandolos artísticamente

—Pues

sí,

en una cesta.

Frasquita,

eas desde lo alto de

la

parra;

regidor está enamorado de

manera ...

decía et tio

Lú-

el

señor cor-

de

muy

mala


55

— Ya la

te lo dije

yo hace tiempo,—contestó

mujer del Norte.

¡Pero, déjalo que pene!

¡Cuidado, Lúeas, no

te

que — mucho También —Mira, no me des más rumpió — ¡Demasiado Descuida,

bien

estoy

gustas

le

vayas á caer!

del

noticias,

eres

inter-

sé yo á quién le

gusto! ¡Ojalá supiera

le

mismo modo por qué no

— Porque —Pues —Más de —

señor...

al

ella.

gusto y á quién no

agarrado.

muy

fea,

te

gusto á

tí!

contestó el tio

Lucas.

fea y todo,

la

soy capaz de subir á

parra y echarte de cabeza fácil

bajar

la

seria

al suelo...

que yo no

te

dejase

parra...

¡Eso es!... y cuando vinieran mis ga-

lanes, dirían

que éramos un mono y una

mona...

—Y

acertarian;

porque

eres

muy

mona y muy rebonita, y yo parezco un mono con esta joroba... Que á mí me gusta muchísimo... Entonces te gustará más la del corregidor, que es mayor que la mia.

— —


.

56

— ¡Vamos! ¡Vamos! que V. me yo de — Me mucho deque —¿Por qué? —Porque en pecado

Sr. D. Lúeas...

parece

tiene

celos...

ese viejo petate? Al con-

¿Celos

alegro

trario.

te quiera...

lleva la peniten-

el

cia.

que

Tú no has de

entre tanto

quererlo nunca, y yo seré verdadero corregidor de la

el

ciudad.

— ¡Miren

vanidoso! Pues figúrate que

el

llegase á quererlo...

ven en

el

más

¡Cosas

raras se

mundo!

—Tampoco —¿Por qué? — Porque

se

me

daria gran cosa.

.

entonces, tú no serias ya tú;

y, no siendo tú quien eres, ó

que

eres, maldito lo

te llevasen los

—Pero —¿Yo?

que

me

como yo creo

importaría que

demonios.

bien, ¿qué harías

en semejante

caso?

¡Mira lo que no sé!... Porque,

y no el que soy ahora, no puedo figurarme lo que pensaría

como entonces yo

seria otro

después de mi trasformacion...


57

—¿Y qué — Porque yo por

cree en

mismo, y que no tiene

esta creencia.

de creer en

al dejar

convertiría en

tí,

De

me

consiguiente,

moriría, ó

un nuevo hombre;

me

modo;

nacer;

soy ahora un hombre que

como en

más vida que

otro

serias entonces otro?

viviría

parecería que acababa

me de

de

tendría otros sentimientos. Ignoro,

pues, lo que aquel segundo yo haría enton-

ces contigo. Puede que se echara á reir y te volviera

espalda.

la

Puede que

ni siquiera

Puede que... Pero ¡vaya un

te conociese.

gusto que tenemos en ponernos de mal hu-

mor otros

que

te

Sí,

á nos-

quieran todos los corregidores

mundo? ¿No

del

¿Qué nos importa

sin necesidad!

eres tú mi Frasquita?

pedazo de bárbaro,

contestó

la

na-

yo soy tu

Frasquita, y tú eres mi Lúeas de

mi alma,

varra, riendo á

más los

feo

que

el

más no poder:

bú, con más talento que todos

pan y más que es eso de querido,

hombres, más bueno que

querido... ¡Ah,

cuando bajes de

lo la

el

parra lo verás! ¡Prepárate

á llevar más bofetadas y pellizcos que pelos


58 tienes en la cabeza! Pero, ¡calla!

¿Qué

es lo

que veo? El

viene

por

allí

señor corregidor

completamente

Ese

to!...

y no le digas que parra. Ese viene á decla-

aguántate,

estoy subido en á

¡Y tan temprani-

trae plan.

— Pues rarse

solo...

contigo,

solas

durmiendo

la

siesta.

la

creyendo pillarme Quiero

divertirme

oyendo su explicación. Así dijo

el tio

Lúeas, alargándole

la

cesta

á su mujer.

—No

está

mal pensado,

— exclamó — demonio ella,

lanzando nuevas carcajadas. del madrileño!

¿Qué

¡El

se habrá creído

un corregidor para mí? Pero aquí Por cierto que Garduña, que

lo

guna distancia, se ha sentado en á

la

Y

llega...

seguía á alla

ramblilla

sombra... ¡Qué majadería! Ocúltate tú

bien entre reir

que es

más de

los lo

pámpanos, que nos vamos que

dicho esto,

á cantar

te figuras.

hermosa navarra rompió

una copla de fandango, que ya

era tan familiar tierra.

la

á

como

las

canciones de

le

su


XI. £1 bombardeo de Pamplona.

— Dios

te

guarde,

Frasquita,

dijo

corregidor á media voz, apareciendo bajo

emparrado y andando de

ella

reverencias.

¡Y con

el

puntillas.

¡Tanto bueno, señor corregidor!

pondió

el

res-

en voz natural, haciéndole mil

¡Usía por aquí á estas horas!

el calor

que hace!... ¡Vaya, siéntese

¿Cómo demás se-

su señoría!... Esto está fresquito...

no ha aguardado su señoría á

los

ñores? Aquí tienen' ya preparados sus asientos...

Esta tarde esperamos

en persona, que

le

al

señor obispo

ha prometido á mi Lucas


60

venir á probar las primeras uvas de

ra.—¿Y cómo pasa

la

pasa su señoría?

lo

la

par-

¿Cómo

lo

señora?

El corregidor estaba turbado.

La ansiada soledad en que encontraba la

seña Frasquita

lazo

que

le

hacerle caer en

el

un sueño, ó un

parecía

le tendía la

á

enemiga suerte para

abismo de un desengaño.

Limitóse, pues, á contestar:

—No

es tan temprano

como

dices...

Se-

rán las tres y media...

El loro dio en aquel momento un chillido.

—Son

las

mirando de Este

dos y cuarto,

en hito

hito

calló,

como

al

dijo la navarra,

madrileño.

reo convicto que renun-

cia á la defensa.

—¿Y

Lúeas? ¿Duerme?

— preguntó

al

cabo de un rato.

(Debemos advertir aquí que lo

mismo que

tes,

el

corregidor,

todos los que no tienen dien-

hablaba con una pronunciación

sibilante,

como

si

floja

y

se estuviese comiendo sus

propios labios.)

— De

seguro,

contestó

la

seña Fras-


61

quita.

— En

dormido donde primero en

el

de

lo

déjalo dormir...

corregidor, poniéndose

el viejo

lido

coge, aunque sea

le

borde de un precipicio...

— Pues mira... mó

se queda

llegando esta hora,

que ya

era.

—Y

mi

más pá-

mi querida

tú,

oye... ven acá...

Frasquita, escúchame... Siéntate aquí, á

excla-

lado...

Tengo muchas

cosas que decirte...

—Ya

estoy sentada,

nera, agarrando una

silla

respondió

baja

la

moli-

y plantándola

delante del corregidor, á cortísima distancia

de

la

suya.

Una vez que pierna sobre

se

hubo sentado, echó una

la otra,

adelante, apoyó

inclinó el cuerpo hacia

un codo sobre

la rodilla ca-

y la fresca y hermosa cara en una de sus manos; y así, con la cabeza un

balgadora,

poco ladeada,

la

sonrisa en los labios,

los

cinco hoyos en actividad, y las serenas pupilas clavadas

en

el

corregidor

declaración de su señoría.

,

aguardó

la

—Hubiera podido

comparársela con Pamplona esperando un

bombardeo.


62

El

hombre

pobre

quedó con

fué

boca abierta

la

aquella grandiosa

,

á

hablar y

se

embelesado ante

hermosura, ante aquella

esplendidez de gracias

,

ante aquella formi-

dable mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de limpia

y riente boca, de azué insondables ojos que parecía creada

les

,

por

el

pincel de Rubens.

Frasquita...

— murmuró

al fin el

dele-

gado del Rey con acento desfallecido, mientras

que su marchito

rostro, cubierto

de su-

dor, destacándose sobre su joroba, expresaba

una inmensa angustia.

Frasquita...

— —Me de —¿Y qué? — repuso —Lo que con una —Pues que yo — Lo que — llamo,

contestó

la hija

los Pi-

rineos.

tú quieras,

el

viejo

ternura sin límites.

quiero,

lo

nera,

es

que

ya

usía

miento de

sabe usía.

lo

la

nombre

dijo la moli-

yo quiero

secretario del ayunta-

ciudad á un sobrino mió que

tengo en Estella, y que así podrá venirse de aquellas montañas, donde está pasando mu-

chos apuros...


63

—Te he El —Es un — Ya

Frasquito, que eso es

dicho,

imposible.

secretario actual...

ladrón,

lo sé...

un borracho y un

bestia.

Pero tiene buenas alda-

bas entre los regidores perpetuos, y yo no

puedo nombrar otro do.

De

me

lo contrario,

— ¡Me

acuerdo del cabil-

sin

expongo!...

expongo...

¡Me expongo!... ¿A

qué no nos expondríamos por vuestra señoría hasta los gatos

de esta casa?

—¿Me deó que —No, —Mujer, no me

— tartamu-

querrías á ese precio?

el

corregidor.

señor;

quiero á usía de

lo

balde.

des tratamiento. Había-

me

de usted ó como se

que vas

á

te antoje...

¿Con-

quererme? Di...

—¿No — —No hay le

Pero...

digo á V. que lo quiero ya? .

pero que valga. jVerá V. qué

guapo y qué hombre de bien es mi sobrino!

— ¡Tú —¿Le

que eres guapa, Frasquita!...

gusto á V.?


64

— ¡Que me como — Pues mire V. —

¡No hay mujer

gustas!...

si

tú!

tizo.

.

contestó

.

de arrollar trando

al

la

.

.

Aquí no hay nada pos-

seña Frasquita acabando

la

,

manga de su jubón, y mos-

corregidor

resto de su brazo,

el

digno de una cariátide, y más blanco que una azucena.

— ¡Que me —De en —¿Pues qué? si

regidor.

gustas!

dia,

prosiguió

de noche,

ñora corregidora?

le

lástima!

tí...

gusta á V.

—preguntó

la

la

se-

seña Fras-

compasión que hu-

quita con una fingida

biera hecho reir á

cor-

á todas horas,

todas partes, sólo pienso en

¿No

el

un hipocondriaco.

— ¡Qué

Mi Lúeas me ha dicho que tuvo

el

gusto de verla y de hablarle cuando fué á

componerle

á

V.

el

reloj

muy guapa, muy muy cariñoso.

que es trato

de

la

alcoba,

y

buena, y de un

¡No — murmuró — ¡No con amargura. me han —En cambio, — muy mal — que tanto!-

tanto!

corregidor

el

cierta

otros

siguió la molinera,

dicho

tiene

pro-


65

muy

genio, que es bla

más que

— ¡No

celosa, y

que V.

le

tiem-

D.

Eu-

una vara verde...

á

tanto, mujer!...

repitió

genio de Zúñiga y Ponce de León, ponién-

dose colorado.

¡Ni tanto ni

¡Yo soy

— Pero, en quiere? —Te diré.

mejor decir,

.

el corregidor!...

¿la quiere V. ó no

fin,

.

Yo

quiero mucho.

la

te vi,

no sé

lo

que

me

misma conoce que me pasa

Bástete saber que hoy, cara á

. .

si

me

ó por

la

pasa, algo.

para mí, tomarle

mi mujer me hace

ción que

la

quería antes de conocerte.

la

Pero desde que y ella

La

hacerme temblar hay mucha

ello á

diferencia.

tan poco!

tiene sus manias, es cierto...

corregidora

Pero de

tomara á

la

misma operamí propio... Ya

la

ves que no puedo quererla más, ni sentir

menos.

. .

¡Mientras que por coger esa

ese brazo, esa cara lo

,

mano r daria

esa cintura...

que no tengo!

Y

hablando

así

el

corregidor, trató de

apoderarse del brazo desnudo que Frasquita

le

estaba

refregando

la

seña

material5


66

mente por

pero ésta, sin descom-

los ojos;

ponerse, extendió

de su señoría con

mano, tocó

la la

pacífica violencia é in-

contrastable rigidez de fante, y lo tiró ..

la

trompa de un ele-

de espaldas con

y todo. exclamó ensilla

— — ¡Ave María más — Por —exclamó en —¿Qué Purísima!

tonces

la

no po-

navarra, riéndose á lo visto, esa silla

der.

estaba rota...

pasa ahí?

tio

Lúeas asomando su

pámpanos de

la

pecho

el

esto el

feo rostro entre los

parra.

El corregidor estaba todavía en

suelo

el

boca arriba, y miraba con un terror indecible á aquel

hombre que aparecía en

los ai-

res boca abajo.

Parecia

el

guel, sino por otro

—¿Qué ponder

la

demonio del

ha de pasar?

— ¡Que

la silla

¡Jesús, María y José!

el

molinero.—¿Y

señor

el

en vago, fué á

cerse, y se ha caido...

vez

infierno.

se apresuró á res-

seña Frasquita.-

corregidor puso

Mi-

diablo vencido, no por San

—exclamó

se ha

meá

su

hecho daño su

señoría? ¿Quiere un poco de agua y vinagre?


67

— ¡No me he hecho regidor, levantándose

Y

luego añadió por

que pudiera

— ¡Me —

la

oirlo la

dijo el cor-

como pudo.

modo

pero de

lo bajo,

seña Frasquita:

pagareis!

salvado á mí

me

cambio, su señoría

Pues, en

sin

nada!

vida,

la

moverse de

lo

repuso

de

alto

la

el tio

parra.

ha

Lúeas,

Figú-

que estaba yo aquí sentado

rate, mujer,

contemplando

me quedé

uvas, cuando

las

dormido sobre una red de sarmientos y palos que dejaban claros suficientes para que paPor consiguiente,

sase mi cuerpo...

me

caída de su señoría no

si

la

hubiese desper-

tado tan á tiempo, esta tarde

me

habria yo

roto la cabeza contra esas piedras.

—Conque —Pues

dor.

¡vaya

me

¡Te digo que caido!

— ¡Me

,

la

pronunció

replicó el corregi-

hombre! me

alegro

pagarás!

la

dirigiéndose á

Y

¿eh?

sí...

alegro...

mucho de haberme

—agregó en

seguida

molinera. estas

palabras

con

presión de reconcentrada furia, que

Frasquita se puso

triste.

tal la

ex-

seña


68

Veia claramente que

el

corregidor

se

asustó al principio, creyendo que el molinero lo había oido todo; pero que, persuadido

ya de que no habia oido nada (pues

ma y

el

gañado

disimulo del

más

al

cal-

Lúeas hubieran en-

tio

lince),

la

empezaba

á

abando-

narse á toda su iracundia y á concebir pla-

nes de venganza.

— Vamos! j

á limpiar

á

¡Bájate ya de ahí

su

que se ha puesto

señoría,

perdido de polvo!

y ayúdame

— exclamó

entonces

la

mo-

linera.

Y al

en

mientras

el tio

Lúeas bajaba,

corregidor, dándole golpes con

el

delantal

casaca y alguno que otro en las orejas:

la

díjole ella

El pobre no ha oido nada...

Estaba

dormido como un tronco...

Más que

estas frí»ses, la circunstancia

de

haber sido dichas en voz baja, afectando produjo un efecto

complicidad y secreto, maravilloso:

¡Pícara! ¡Proterva!

genio de Zúñiga con

— balbuceó D. Eu-

la

pero gruñendo todavía...

boca hecha agua,


69

—¿Me la

guardará

usía

rencor?

replicó

navarra zalameramente.

Viendo

corregidor que

el

la

severidad

daba buenos resultados, intentó mirar

mucha

seña Frasquita con

le

á la

rabia, pero

se

encontró con su tentadora risa y sus divinos

en que brillaba

la

caricia de

una súpli-

ca, y, derritiéndosele la

gacha en

el acto, le

ojos,

dijo

bría

con un acento baboso, en que se descu-

más que nunca

la

ausencia

total

de sus

dientes y muelas:

—De En

el tio

depende, amor mió.

aquel

momento

Lúeas.

se descolgó de

la

parra


XII.

Diezmos y primicias.

Repuesto

el

linera dirigió

corregidor en su

mo-

una rápida mirada á su esposo:

no sólo tan sosegado como siempre,

viole,

sino reventando de ganas

de reir por re-

cambió con

de aquella ocurrencia:

sultas él

silla, la

desde

lejos

un beso

tirado,

aprovechando

un descuido del corregidor, ydíjole, en á éste,

con una voz de sirena que

le

fin,

hubie-

ra envidiado Cleopatra:

— Ahora j

va

su señoría

á

probar mis

uvas!

Entonces fué de ver á

la

hermosa navar-


71

ra (y así la pintaría

yo

si

tuviese el pincel

de Ticiano), plantada enfrente del embelesado corregidor tante,

,

fresca

,

magnífica

,

inci-

con sus nobles formas, con su an-

gosto vestido, con su elevada estatura, con

sus desnudos

brazos

levantados

sobre

la

cabeza y con un trasparente racimo en cada

mano, diciéndole, entre una sonrisa tible el

irresis-

y una mirada suplicante en que titilaba

miedo:

—Todavía obispo.

Son

no

las

las

primeras

ha probado

el

señor

que se cogen

este año.

una gigantesca

Parecía

Pomona, brin-

dando frutos á un dios campestre;

á

un

sátiro, vg.

En leta

esto apareció al

empedrada

diócesis,

el

extremo de

la

plazo-

venerable obispo de

la

acompañado del abogado acadé-

mico y de dos canónigos de avanzada edad, y seguido de su secretario, de dos familiares y de dos pajes.

Detúvose un rato su ilustrísima á contemplar aquel cuadro tan cómico y tan bello,


72 hasta que, por último, dijo con el reposado

acento propio de los prelados de entonces:

—El

cias

á

pagar diezmos y primi-

quinto...

de Dios, nos enseña

la Iglesia

la

doc-

trina cristiana; pero V., señor corregidor,

no se contenta con administrar

el

diezmo,

sino que también trata de comerse las primicias.

¡El

señor

obispo!

molineros, dejando

al

— exclamaron

los

corregidor y corriendo

á besar el anillo del prelado.

¡Dios se lo pague á su ilustrísima, por

venir á honrar esta pobre choza! tio

besando

Lúeas,

el

primero,

dijo el

y

con

el

acento de una sincera veneración.

— ¡Qué —exclamó —

señor obispo tengo tan hermo-

so!

la

seña Frasquita,

¡Dios lo bendiga y

después.

más años que

le

conservó

besando

me

lo

el

suyo á mi

conserve

Lúeas!

—No tú

me

echas

dírmelas pastor.

qué

las

falta

puedo hacerte, cuando

bendiciones en vez de pe-

contestó riéndose el bondadoso


— 73

Y, extendiendo dos dedos, seña Frasquita y después á

bendijo á

los

demás

la

cir-

cunstantes.

—Aquí —

tiene usía ilustrísima las primi-

dijo el corregidor,

cias

de manos de cortesmente

mos probado

la

al

tomando un racimo

molinera y presentándoselo obispo. Todavía no había-

las uvas...

El corregidor pronunció estas palabras, dirigiendo de paso una rápida y cínica mira-

da á

la

espléndida hermosura de

— Pues no porque — observó de — Las de —expuso

las

la

fábula! la

molinera.

estén verdes,

será

i

la

académico.

el

fábula

como

obispo

el

no estaban verdes, señor licenciado, sino fuera del alcance de la zorra.

Ni

el

uno

ni el otro

habia querido acaso

aludir al corregidor; pero

ron

ambas

frases fue-

casualmente tan adecuadas á

acababa de suceder

allí,

trísimo.

que

que D. Eugenio de

Zúñiga se puso lívido de cólera, y sando el anillo del prelado:

—Eso

lo

es llamarme zorro,

dijo,

be-

señor ilus—


.

74

— Tu

dixisti

replicó éste, con la afable

severidad de un santo (como diz que lo era

en efecto.)manifestó,. satis

O,

jam

Excusatio nonpetita, accusatio

— Qualis

dictum, nullus ultra

que es

lo

Y

muy

rando aquella uva

buenas!

racimo que

— exclamó —

al trasluz

en seguida á su secretario. á

el

le

corregidor.

el

¡Están

lati-

estas famosas uvas.

picó una sola vez en

presentaba

sit

mismo, dejémonos de

lo

y veamos

nes,

— Pero sermo —

vir, talis oratio.

mi-

y alargándosela

¡Lástima que

mí no me sienten bien! El secretario repitió

ñor,

y luego... colocó

acción de su se-

la la

uva en

la

cesta con

escrupuloso cuidado.

—Su

ayuna

—observó en voz

uno de sus familiares.

baja

El con

ilustrísima

tio

Lúeas,

la vista, la

mente, y se

la

que habia seguido cogió entonces

comió

sin

la

uva

disimulada-

que nadie

lo viera.

Después de esto, sentáronse todos: hablóse de

la

otoñada (que seguía siendo

muy

seca, á pesar de haber pasado el cordonazo


75

de San Francisco); discurrióse algo sobre la

probabilidad de una nueva guerra entre

Napoleón

y

el

Austria;

en

insistióse

la

creencia de que las tropas imperiales no invadirían nunca el territorio español; quejóse el

abogado de

aquella

lo

época,

revuelto y calamitoso de

envidiando

los

tranquilos

tiempos de sus padres (como sus padres habrían envidiado los de sus abuelos) las

cinco

obispo,

el loro..., y, á el

menor de

;

dio

una seña del señor

los pajes fué al

coche

de su ilustrísima, que se habia quedado en la

misma

ramblilla

que

el alguacil,

y volvió

con una magnífica torta sobada, de pan de aceite, polvoreada

de

sal,

que apenas haria

una hora habia salido del horno: colocóse una mesilla en medio de descuartizóse

la torta;

los concurrentes;

diósesu parte corres-

pondiente, á pesar de que se resistieron

mu-

Lucas y á la seña Frasquita, y una igualdad verdaderamente democrática

cho,

al tio

reinó durante una hora bajo aquellos

pám-

panos que filtraban los últimos resplandores

de un

sol poniente...


.

Le

XIII.

dijo el grajo al cuervo...

Hora y media después, todos los ilustres compañeros de merienda estaban de vuelta en

la

ciudad.

El señor obispo y su familia habían llegado con bastante anticipación, gracias al coche, y hallábanse ya en palacio, donde los

dejaremos rezando sus devociones.

El insigne abogado (que era

muy

seco)

y los dos canónigos (á cual más grueso y más respetable) acompañaron al corregidor hasta la

puerta del ayuntamiento (donde dijo que

tenia

que hacer), y tomaron luego

el

cami-


77

no de sus respectivas casas, guiándose por las

como

estrellas

teando á tientas gos;

— pues

navegantes, ó sor-

esquinas

ya había cerrado

no habia salido blico (lo

las

los

la

luna, y el

mismo que

las

siglo) estaba todavía allí

En cambio, no algunas calles

tal

como

los cie-

noche; aún

la

alumbrado pú-

demás luces de en

la

este

mente divina.

era raro ver discurrir por

ó cual linterna ó farolillo

con que respetuoso servidor alumbraba á su amo, que se dirigía á su tertulia ó de visita á

desús parientes...

casa

Cerca de casi todas

las rejas bajas se veía,

ó se olfateaba por mejor decir, un silencioso bulto negro.

—Eran

pendido su palique

— ¡Somos

novios, que habían susal

sentir pasos.

unos calaveras!

iban dicién-

abogado y los dos canónigos. ¿Qué pensarán en nuestras casas al vernos llegar

dose

el

á estas

horas?

— Pues ¿qué

dirán los que nos encuen-

tren en la calle, de este

pico de

la

modo,

á las siete

y

noche, como unos bandoleros am-

parados de

las tinieblas?


— 78

—Hay que mejorar de — —Mi mujer en boca estómago — académico con un conducta...

¡Ese dichoso molino!...

sentado

lo tiene

del

dijo

la

el

tono en que se traducía

el

miedo

á

un pró-

ximo regaño.

— de

—exclamó

uno

canónigos, que por señas era

pe-

¡Pues y mis sobrinas!

los

— Mis no deben embargo —

sobrinas dicen que los

nitenciario.

sacerdotes

Sin

visitar

comadres...

interrumpió su compa-

ñero, que era magistral:

lo

que

allí

pasa

no puede ser más inocente...

— ¡Toma! —Y

¡Como que va

el

mismo señor

obispo!

luego, señores, á nuestra edad...

repuso

el

penitenciario.

— Yo

he cumplido

ayer los setenta y cinco.

¡Es claro!

replicó el

Pero hablemos de otra cosa:

magistral.

¡qué guapa

estaba esta tarde la seña Frasquita!

¡Oh, lo que es eso... ¡Gomo guapa, es

guapa!

cialidad.

dijo el

abogado, afectando impar-


— 79

—Muy guapa — embozo. —Y no— pregunten —que enamorado de Indudablemente —exclamó — — agregó — De — Conque, repitió

,

penitenciario

el

dentro del

añadió

si

predicador de ofi-

el

al corregidor...

se lo

cio,

está

¡Ya

lo creo!

el

ella.

confesor de

la catedral.

seguro

académico...

el

yo

señores:

correspondiente.

corto por aquí para llegar

antes á casa...

¡Muy buenas noches!

— Buenas

noches,

le

contestaron los

dos capitulares.

Y

anduvieron algunos pasos en silencio.

—También

le

gusta á ese

murmuró entonces con

el

codo

al

molinera,

la

magistral,

el

dándole

penitenciario.

— — ¡Como rándose de — ¡Y qué mañana, compañe—Conque V. muy —Que si lo

respondió éste, pa-

viera!

á la puerta

bruto

hasta

es!

ro.

le

bien las uvas.

sienten á

— Hasta mañana,

pase V.

su casa.

muy buena

si

Dios quiere...

Que

noche.

—Buenas noches nos

dé Dios,:

rezó el


80 penitenciario, ya desde

el

portal,

que

tenia

por cierto farol y Virgen.

Y llamó

á la aldaba.

Una vez

solo en la calle el otro canónigo,

(que era más ancho que

que rodaba

al

y que parecía andar), siguió avanzando lenalto,

tamente hacia su casa; pero, antes de llegar á ella, infringió contra el

una pared

lo

que en

porvenir habia de ser un bando de poli-

cía

urbana, y díjose

al

mismo tiempo, pen-

sando sin duda en su cofrade de coro:

— ¡También —Y

quista!...

te la

gusta á

la

seña Fras-

verdad es (añadió

al

cabo

de un momento) que, como guapa, es guapa!


XIV. Los consejos de Garduña.

Entre tanto,

el

corregidor habia subido

al

Ayuntamiento, acompañado de Garduña, con quien mantenía hacia

rato,

sesiones, una conversación lo

en

más

el

salón de

familiar de

que debiera un hombre de su calidad y de

su oficio.

— conoce — La

Crea usía á un perro perdiguero que la

cil.

caza,

decia el

innoble algua-

seña Frasquista está perdidamente

enamorada de usía , y todo lo que usía acaba de contarme me lo hace ver más claro que esa luz. 6


— 82

Y

señalaba á un velón de Lucena, que

apenas esclarecía un pedazo del salón.

—No duña, — — Pues no

estoy yo tan seguro

como

,

Gar-

contestó D. Eugenio suspirando.

mos con

por qué.

Y

si

no, hable-

Usía (dicho sea con

franqueza.

perdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿No es verdad?

¡Bien,

sí!

pero esa tacha ¡Él es

— repuso

la tiene

más!

corregidor;

también

más jorobado que

— ¡Mucho

el

el tio

Lúeas.

yo!

¡muchísimo más!

¡sin

comparación de ninguna especie! Pero en

cambio (y es á lo que cara de muy buen ver. bella cara.

rece

al

.

.

iba), . .

lo

mientras que

usía tiene

una

que se llama una

el tio

Lúeas se pa-

sargento Utrera, que reventó de feo.

El corregidor sonrió con cierta ufanía.

—Además, —

prosiguió

el

alguacil,

la

seña Frasquita es capaz de tirarse por una

ventana con

tal

de agarrar

el

nombramiento

de su sobrino...

— Hasta

ahí estamos

de acuerdo.

nombramiento es mi única esperanza.

Ese


— 83

— Pues

manos

á

la

obra,

mi

Ya

señor.

¡No hay más que ponerlo en ejecución esta misma he dicho á

le

usía

plan.

noche!

que no — he — D. Eugenio, acordándose de que costumbre de — que me Garduña. — ¡No me Garduña de Zú—¿Conque — —que misma noche puede

jos!

necesito conse-

dicho

¡Te

gritó

enfadarse.

tenia la

Creí

usía

los'

habia pedido. .

.

balbuceó

repliques!

saludó.

decías,

ñiga,

arre-

esta

glarse todo eso?... bien.

prosiguió el

Pues, mira,

me

parece

¡Qué diablos! ¡Así saldré pronto de

esta cruel incertidumbre!

Garduña guardó

silencio.

El corregidor se dirigió bió algunas líneas en llado,

que

selló

la

hecho

el

está

y

escri-

un pliego de papel se-

también por su parte, guar-

dándoselo luego en

—Ya

al bufete

faltriquera.

nombramiento del so-

brino,—dijo entonces, tomando un polvo de rapé. Mañana me las compondré yo con


84

regidores...

los

y,

acuerdo, ó habrá

la

ó lo

con un

ratifican

de San Quintín! ¿No

te

parece que hago bien?

—exclamó

¡Eso, eso!

siasmado, metiendo

la

Garduña entu-

zarpa en

corregidor y arrebatándole un polvo. eso! El antecesor de usía

¡Déjate de bachillerías!

¡Eso.

— repuso

el

sacudiéndole una guantada

corregidor, la ratera

no se paraba tam-

poco en barras. Cierta vez...

del

la caja

mano.

en

¡Mi antecesor era un bes-

tuvo de alguacil! Pero vamos

tia,

cuando

á lo

que importa. Acabas de decirme que

molino del

te

tio

Lúeas pertenece

al

el

término

del lugarcillo inmediato, y no al de esta población... ¿Estás seguro de ello?

— ¡Segurísimo!

ciudad acaba en senté está tarde ría...

á

la

La

jurisdicción

ramblilla

donde yo

¡Voto á Lucifer!

un

¡Basta!

la

me

esperar que vuestra seño¡Si yo hubiera

tado en su caso!

de

gritó

D.

Eugenio.

es-

¡Eres

insolente!

Y

cogiendo media cuartilla de papel, es-


85 cribió una esquela

;

cerróla

pico, y se la entregó á

—Ahí po— la

tienes

carta

doblándole un

,

Garduña.

mismo tiem-

dijo al

le

que me has pedido para

calde del lugar.

el

al-

de palabra

le explicarás

todo lo que tiene que hacer. ¡Ya ves que sigo tu plan al pié de

de

me metes en un No hay cuidado, si

— —

ña.

la letra!

¡Desgraciado

callejón sin salida!

El señor Juan López tiene

temer, y en cuanto vea

la

firma de

hará todo lo que yo le mande. le

debe mil fanegas de grano

y otro tanto al Pósito

Gardumucho que

contestó

al

Pió!...

¡

usía,

Lo menos

Pósito Real,

Esto último

contra toda ley, pues no es ninguna viuda ni

ningún labrador pobre para recibir

trigo sin

abonar creces

ni recargo, sino

el

un

jugador, un borracho y un sin vergüenza,

muy amigo de el

faldas,

pueblecillo...

que

¡Y aquel hombre

autoridad! ¡Así anda el

— ¡Te he

trae escandalizado

ejerce

mundo!

dicho que calles!... ¡Me estás

distrayendo!

— bramó

que vamos

al

el

asunto,

corregidor.

— Con-

añadió luego,

mu-


86

dando de tono.

—Son

Lo primero que

la

cuarto...

y

que hacer es

tienes

casa y advertirle á

siete

las

ir

me

señora que no

á

es-

pere á cenar ni á dormir. Dile que esta no-

che

me

estaré trabajando aquí hasta la hora

queda, y que después saldré de ronda secreta contigo, á ver si atrapamos á ciertos de

la

En

malhechores...

engáñala bien para

fin,

que se acueste descuidada. De camino, que

á otro alguacil

no

me

atrevo

traiga la cena...

lante de la señora

,

me

pues

leer en

conoce tanto,

mis pensamientos.

cocinera que ponga unos pes-

Encárgale á

la

tiños de los

que se hicieron hoy

alguacil que, sin

gue de

la

blanco.

En

que

taberna

lo

hallarte

te

me

muy

lugar,

al

las

ocho

allí!

— ex-

el

corre-

bien á

y media...

— ¡A ocho en punto clamó Garduña. — — ¡No me

estoy

las

contradigas!

rugió

gidor, acordándose otra vez de

alar-

de vino

cuartillo

marchas

dile al

y

,

vea nadie,

medio

seguida

donde puedes

Yo

noche de-

parecer esta

á

que es capaz de

me

dile

que

lo era.


..

87

Garduña saludó.

— Hemos

quilizándose,

en

tás

dicho,

—que

el lugar.

continuó aquel, tran-

á las ocho en punto es-

Del lugar

molino habrá

al

media legua...

— — No me — — Corta

interrumpas!

;

El alguacil volvió á saludar. Corta,

prosiguió

el

corregidor.

¿Crees tú que á

consiguiente, á las diez... las diez?.

—Por

.

—Antes de

las diez; á las

nueve y media

puede llamar usía descuidado

á la

puerta

del molino.

— ¡Hombre!

me

¡No

tengo que hacer!...

digas á mí lo que

— Por supuesto que

estarás?...

— Yo

estaré en todas partes...

cuartel general será la ramblilla.

me

olvidaba...

Vaya

Pero mi ¡Ah! se

usía á pié, y no lleve

linterna...

¡Maldita

la

falta

que

me

hacían tam-

poco esos consejos! ¿Si creerás tú que es primera vez que salgo á campaña?

la


88

— Perdone llame usía á

la

del caz

se

tú lo

Sí, señor.

me

hay

á la puerte-

otra puerta? ¡Mira

habia ocurrido!

La puertecilla del caz da

Lúeas no entra

al

los molineros... ni

y

nunca por

sale

De forma que, aunque

ella.

la

caz...

mismísimo dormitorio de tio

No

puerta grande que da á

que hay encima del

—¿Encima que no —

el

Otra cosa.

emparrado, sino

plazoleta del cilla

¡Ah!

usía...

volviese

de

pronto...

— Comprendo, comprendo... más Procure — Por

aturdas

¡No me

los oidos!

último.

usía escurrir el

bulto antes del amanecer.

Ahora amanece

á

las seis.

¡Mira otro consejo inútil!

estaré de vuelta en

hemos hablado sencia

mi

ya...

casa...

A

las

cinco

Pero bastante

¡Quítate de mi pre-

!

te!

— Pues —exclamó

al

corregidor y mirando

entonces, señor... ¡Buena suer-

tiempo.

el alguacil,

alargando al

techo

al

mano mismo

la


89

El corregidor dio una peseta á Garduña,

y éste desapareció como por ensalmo.

— murmuró — me

¡Por vida de!...

cabo de un instante.

¡Se

el viejo al

ha olvidado

me trajeran también una baraja! ¡Con ella me hubiera entretenido hasta las nueve y media, viendo si me salia aquel decirle

que

solitario!...


XV.

-

Despedida en prosa.

Serian las nueve de aquella

cuando

el

Lúeas y

tio

terminadas todas y de

la

las

la

misma noche

seña Frasquita,

haciendas del molino

casa, comiéronse una fuente de

en-

salada de escarola, una libreja de carne gui-

sada con tomates, y algunas uvas de las que

quedaban en

la

consabida cesta, todo ello

rociado con un poco de vino y con grandes risotadas á costa del corregidor; después de lo cual,

miráronse afablemente

como

los

dos es-

de Dios y de sí mismos, y se dijeron, entre un par de bosposos,

satisfechos


91

tezos

que revelaban toda

la

paz y tranqui-

lidad de sus corazones:

Pues, señor, vamos á acostarnos,

mañana

En

y

será otro día.

aquel

momento oyéronse dos

golpes aplicados á

fuertes

puerta grande del

la

mo-

lino.

El marido y

la

mujer se miraron sobre-

saltados.

Era

la

primera vez que oian llamar á su

puerta á semejante hora.

— Voy — encaminándose ¡Eso me —

dijo la intrépida

á ver...

ra,

hacia

¡Quita!

el tio

Lúeas con

Frasquita le cedió

que no

salgas!

viendo que

la

la plazoletilla.

toca á mí!

—exclamó

dignidad, que

tal

el

paso.

—añadió

navar-

¡Te

seña

la

he dicho

luego con dureza,

molinera quería seguirlo.

Esta obedeció, y se quedó dentro de

la

casa.

—¿Quién — preguntó desde en medio de — una — es?

el

la

¡La justicia!

lado del portón.

tio

Lúeas

plazoleta.

contestó

voz

al

otro


— 92

—¿Qué — La

justicia?

del lugar.

— ¡Abra V.

ai

señor al-

calde!

El

tio

Lúeas se habia asomado entre tanto

por una mirilla

muy

disimulada que tenia

y reconocido

el portón,

¡Dirás

guacil!

que

abra

le

— repuso

al

luna

la

borrachon del

molinero,

el

de

lugar inmediato.

al rústico alguacil del

á la luz

retirando

alla

tranca.

—Es lo

mismo

contestó

el

de afuera,

puesto que traigo una orden escrita de su

—Tenga V. muy buenas Lúeas — agregó menos Toñuelo — — murciano. — Veamos qué orden merced...

noches,

luego entrando, y con

tio

voz

oficial.

Dios

te

respondió

guarde,

el

es esa... ¡y

bien podia

el

señor Juan López escoger otra

hora más oportuna de dirigirse á los bres de bien! será tuya.

— Por

¡Gomo

emborrachando en

supuesto, que

si lo

las

viera, te

la

homculpa

has estado

huertas del camino!

¿Quieres un trago?

— No,

señor: no hay tiempo para nada.


93

que seguirme

Tiene V.

Lea V.

la

inmediatamente.

orden.

—¿Cómo

seguirte?

—exclamó

eas, penetrando en el molino

en

mano. ¡A

la

con

ver, Frasquita!

La seña Frasquita soltó una

Lú-

el tio el

papel

¡alumbra! cosa

que

mano, y descolgó el candil. Lúeas miró rápidamente el objeto

tenia en la

El

tio

que habia soltado su mujer, y reconoció su bocacha, ó sea un enorme trabuco que calzaba balas de media libra.

El molinero dirigió entonces á

una mirada le dijo,

llena

tomándole

de gratitud la

y

la

navarra

ternura, y

cara:

¡Cuánto vales!

La seña Frasquita, pálida y serena como

una estatua de mármol,

levantó

cogido con dos dedos, sin que

temblor agitase su

pulso,

el

el

candil,

más leve

y contestó seca-

mente:

¡Vaya,

lee!

La orden decia «Para

el

así:

mejor servicio de S. M.

el

Rey

«Nuestro Señor (Q. D. G.), prevengo á Lú-


94

de estos veci-

»cas Fernandez, molinero,

inmediatamente que

»nos, que

reciba

la

«presente orden comparezca ante mi auto»ridapl sin

excusa ni pretexto alguno; ad-

» virtiéndole

»no

que, por ser asunto reservado,

pondrá en conocimiento de nadie,

lo

»todo ello bajo las penas correspondientes, »caso de desobediencia.

El alcalde:

Juan López.»

Y

habia una cruz en vez de firma.

— Oye,

tú.

Lucas

el tio

¿Y qué

es esto?

al alguacil.

le

—¿A qué

preguntó

viene esta

orden?

—No

lo sé

contestó el rústico;

hombre

de unos treinta años, cuyo rostro esquinado

y de asesino, no mejor idea de su sinceridad. Creo

y avieso, daba

la

que se ó de

trata

moneda

usted. to...

rostro de ladrón

. .

En

de averiguar algo de brujería, falsa

.

.

.

Pero

Lo llaman como fin,

yo no

la

cosa no va con

testigo, ó

me he

El señor Juan López se

con más pelos y señales.

como

peri-

enterado bien... lo explicará á

V.


— 95

— que —

— exclamó

¡Corriente!

Dile

el

molinero.

mañana.

iré

¡Ca! no, señor...

Tiene V. que venirse

ahora mismo, sin perder un minuto... Es

orden que

la

Hubo un

me

ha dado

el

señor alcalde.

instante de silencio.

Los ojos de

seña Frasquita echaban

la

llamas.

El

tio

Lúeas no separaba

como

suelo,

— Me clamó

al

si

cuando

concederás

levantando

fin,

ir

la

menos

á la cuadra

burra ni que demontre!

alguacil.

¡Cualquiera

legua! La noche está

se

muy

— —

ex-

cabeza,

una burra.

— ¡Qué el

suyos del

buscara alguna cosa.

tiempo preciso para jar

los

el

y apare-

anda

replicó

media

hermosa, y hace

luna...

—Ya he que ha Pero yo tengo muy — Pues no perdamos Yo ayudaré Y. ¿Temes que me — —Yo no temo Lúeas — responvisto

salido...

hinchados.

los pies

entonces

le

tiempo.

á aparejar la bestia.

á

escape?

¡Hola! ¡Hola!

nada,

tio


96

dio Toñuelo con do.

—Yo

Y ver

soy

la justicia.

hablando retaco

el

— Pues — que

descansó armas, dejando

así,

que llevaba debajo

mira, Toñuelo

ra,

ya

tu oficio,

bién

la

de un desalma-

frialdad

la

vas á

hazme

moline-

dijo la

cuadra...

la

el

del capote.

ejercer

á

tam-

favor de aparejar

otra burra.

— qué?— — Para yo voy con —No puede — Tengo orden de ¿Para

interrogó

mí:

molinero.

el

vosotros.

ser, seña Frasquita

objetó

llevarme á su

el alguacil.

marido de V. nada más y de impedir que V. lo siga.

En

ello

me

va

el

destino y

el

pes-

Juan —Así me —Conque... vamos, Y más — tartamudeó mur— moverse. Fras— ¡Muy — que yo me — —Esto

cuezo.

lo advirtió

López.

el

tio

señor

Lúeas.

se dirigió hacia la puerta.

¡Cosa

rara!

el

ciano sin

contestó

rara!

la

seña

quita.

es algo...

tinuó balbuceando

el

sé...

tio

Lúeas,

con-

de modo

que no podia ser oido por Toñuelo.


97

—¿Quieres que vaya yo chicheó

navarra,-

la

—y

le

á la ciudad

dé aviso

cu-

cor-

al

regidor de lo que nos sucede?...

— — — Pues ¿qué con gran — —Que me

respondió en

¡No!

alta

voz

Lúeas.

quieres que haga?

el

tio

dijo la

ímpetu.

molinera

mires

respondió

el

antiguo

soldado.

Los dos esposos se miraron en silencio, y quedaron tan satisfechos ambos de la tranquilidad,

la

resolución y

la

energía que se

comunicaron sus almas, que acabaron por encogerse de hombros y reírse... Después

de

lo cual el tio

Lúeas encendió otro can-

dil

y se dirigió á

la

á

cuadra, diciéndole antes

Toñuelo con socarronería:

¡Vaya, hombre!

Ven y ayúdame, su-

puesto que eres tan amable.

Toñuelo

lo siguió,

canturriando una copla

entre dientes.

Pocos minutos después, del molino, caballero

menta y seguido del

el tio

Lúeas

salía

en una hermosa jualguacil.


98

La despedida de ducido á

los esposos

habíase re-

lo siguiente:

— — — Embózate, que Cierra bien

dijo el tio

Lúeas.

hace fresco

seña Frasquita, cerrando con llave,

y

dijo

la

tranca

cerrojo.

Y

no hubo más adiós,

más abrazo,

ni

¿Para qué?

ni

más mirada.

más beso,

ni


XVI.

Un ave de mal

agüero.

Sigamos por nuestra parte

Ya

habian andado un

al

borrica

y

el alguacil

Lúeas.

cuarto de legua

sin hablar palabra, el molinero la

tio

subido en

arreándola con

su

bastón de autoridad, cuando divisaron delante de

hacia

el

sí,

en

lo alto

camino,

la

de un repecho que

sombra de un enorme

pajarraco que se dirigía hacia ellos.

Aquella sombra se destacó enérgicamente sobre

el cielo,

bujándose en

esclarecido por

él

la

luna,

con tanta precisión, que

molinero exclamó en

el acto:

diel


100

—Toñuelo,

¡aquel

sombrero de

tres

es

Garduña, con su

picos

sus

y

patas

de

alambre!

Mas lado,

antes de que contestara el

la

sombra, deseosa sin duda de eludir

aquel encuentro,

echado

interpe-

camino y campo travieso con la

había dejado

á correr á

el

velocidad de un ave nocturna.

—No veo — Toñuelo con mayor —Ni yo tampoco— nadie

á

respondió entonces

naturalidad.

la

replicó

comiéndose

Y

la

molino

la

Lúeas,

el tio

partida.

sospecha que ya se

le

ocurrió en el

principió á adquirir cuerpo

sistencia en el

espíritu

receloso

y con-

del joro-

bado.

— Este — es

te.-

viaje

mió

que

díjose interiormen-

una estratagema amorosa del corre-

gidor. La declaración

desde

lo alto del

el vejete

que

le oí

emparrado

esta

tarde

me demuestra

madrileño no puede

esperar

más. Indudablemente, esta noche va á volmolino, y por eso ha principiado quitándome de en medio. Pero ¿qué

ver de

visita al


— 101

importa? abrirá

la

Frasquito

puerto aunque

Digo

la casa...

aunque

el

la

más;

le

peguen fuego

aunque

las

añadió

al

manos en

más temprano que me Llegaron con esto el alguacil,

Sin em-

cabo de un momento,

jbueno será volverme esta noche

alcalde.

abriese,

la

cabeza. ¡Frasquito es Frasquito!

á

sorprender á mi navarra,

pobre hombre saldría con

bargo

y no

corregidor lograse, por medio de

cualquier ardid, el

Frasquito...

es

al

á

casa lo

sea posible!

lugar

el tio

Lúeas y

y dirigiéronse á casa del señor


XVII.

Un

alcalde de monterilla.

El Sr. Juan López, que como particular y como

y

el

con

alcalde era la tiranía, la ferocidad

orgullo personificados

(cuando trataba

los inferiores), dignábase, sin

á aquellas horas, después

embargo,

de despachar

los

asuntos oficiales y los de su labranza, y de cotidiana paliza,

be-

berse un cántaro de vino en compañía

del

pegarle á su mujer

secretario

iba el

y

del

la

sacristán,

más de mediada

operación

que

aquella noche cuando

molinero compareció en su presencia.

¡Hola, tio Lúeas!

le dijo,

rascándose


.

103 la

cabeza para excitar en

—¿Cómo

embustes.

secretario, échele

Lúeas!

¿Y

he

ahora

ver,

V. un vaso de vino

al tio

mucho tiempo que no

hombre... ¡Qué bien sale

molienda!

pan de centeno pa-

¡El

rece de trigo candeal! Siéntese

.

.

Conque.

.

V.

y descanse, Dios, no tenemos prisa.

.

que,

vaya.

.

Lúeas,

.

gracias

¡Por mi parte, maldita aquella!

testó el tio

los

seña Frasquita? ¿Se conserva

la

visto! Pero, la

vena de

va de salud? ¡A

tan guapa? ¡Ya hace la

ella la

á

con-

que hasta entonces no

habia despegado los labios, pero cuyas sos-

mayores

pechas eran cada vez

amistoso recibimiento que se

pués de una

orden tan

al

ver

el

hacia des-

le

y apre-

terrible

miante.

— Pues el alcalde,

entonces,

tio

Lúeas

continuó

supuesto que no tiene V. gran

dormirá V. acá esta noche, y mañana temprano despacharemos nuestro asuntillo. prisa,

.

—Me

parece bien

respondió

el tio

Lú-

eas con un disimulo que no tenia nada que envidiar á

la

diplomacia del Sr. Juan Lo-


104

—Supuesto que me quedo. —Ni pez.

urgente,

añadió

engañado

quien creia engañar.

Oye

quilo.

tú,

cosa no es urgente...

V.

ni de. peligro para

alcalde,

el

la

por aquel á

— Puede V.

estar tran-

Toñuelo... Alarga esa media

fanega para que se siente

el tio

Lúeas.

— — clamó — ¡Venga de — buena mano. Médielo V. — — — Juan López, bebiéndose — de — apurando Manuela! — — ¡A — Dileá ama que de Entonces... ;venga el

ex-

otro trago!

molinero, sentándose.

repuso

ahí!

alargándole

el

el alcalde,

vaso lleno.

Está en

¡Pues, por su

salud!

dijo

V., señor alcalde!

-¡Por la

Lúeas,

la otra

tio

monterilla.

Lúeas se queda

¡Ga!

duermo en

no... el pajar

á

dormir aquí. el

creo!

Que

el le

granero.

¡De ningún modo!

como un

—Mire V. que tenemos Pero — ¡Ya lo

mitad.

tu

ponga una cabecera en

replicó

gritó entonces el

ver,

alcalde

señor

mitad del vino.

la

el tio

el

Yo

rey.

cabeceras...

¿á qué quiere V.


105

incomodar á

familia?

la

Yo

mi ca-

traigo

pote...

como V. —Pues ponga. ama que no — con— Lo que V. Lúeas, bostezando de un modo en — que me guste. ¡Manuela!

señor,

dile á tu

la

tinuó

atroz,

á permitirme,

va

el tío

seguida.

acueste

es

Anoche he

mucha- molienda, y no

tenido

he pegado todavía

los ojos...

majestuosa—Concedido — — Se puede V. mente cuando de que nos —Creo que también — asorecojamos de graduar mándose que quedaba. — Ya deben de ó poco menos. — — Las menos ,

respondió

recoger

alcalde.

el

quiera.

es hora

nosotros,

al

cántaro

dijo el sacristán,

vino para

lo

ser las diez...

diez

secretario,

notificó

cuartillo,

echando en

los vasos

del vino correspondiente á aquella

— ¡Pues — Hasta

el anfitrión,

el

el

resto

noche.

— exclamó — añadió

á dormir, caballeros!

apurando su parte.

mañana, señores,

molinero, bebiéndose

la

suya.

el


106

—Espere —

que

V.

ñuelo! Lleva al

tio

¡Por aquí,

lo,

llevándose

tio

el

alumbren...

le

Lúeas

al

¡To-

pajar.

Lúeas!...

cántaro por

dijo

si le

Toñue-

quedaban

algunas gotas.

Hasta

agregó

el

mañana

,

si

Dios

quiere,

sacristán, después de escurrir to-

dos los vasos.

Y

marchó tambaleándose, y cantando alegremente el De pro fundís. se

— Pues cretario

señor,

díjole el alcalde al

cuando se quedaron

solos.

El

setio

Lúeas no ha sospechado nada. Nos pode-

mos

acostar descansadamente, y ¡buena pro le haga al corregidor!


XVIII.

Donde se verá que

el tio

muy

Lúeas tenia el sueño

ligero.

Cinco minutos después, un descolgaba por

la

hombre

se

ventana del pajar del se-

ñor alcalde; ventana que daba á un corraIon

,

y que no distaría cuatro varas del

suelo.

En

el

corralón habia

una gran pesebrera,

un cobertizo sobre

á la cual

estaban ata-

das seis ú ocho caballerías de diferente alcurnia.

El hombre desató una borrica cierto estaba aparejada,

,

que por

y se encaminó,

vándola del diestro, hacia

la

lle-

puerta del cor-


108 ral; retiró

tranca y desechó

el

cerrojo

mucho

tien-

y se encontró en. medio del campo. Una vez allí montó en la borrica

me-

que to,

la

la

aseguraban; abrióla con

,

tióle

los

,

como una

talones, y salió

con dirección

á la

ciudad

carril ordinario, sino

;

flecha

mas no por

el

atravesando siembras

y cañadas...

Era molino.

el

tio

Lúeas, que se dirigía á su


XIX. Voces clamantes in deserto.

— ¡Alcaldesa mí que soy de Archena!

-

iba diciéndose el la

mañana pasaré

mo medida que me ha

murciano.

—Mañana

por

á ver al señor obispo, co-

preventiva, y le contaré todo lo

ocurrido esta noche. ¡Llamarme

con tanta prisa y con tanta reserva á las nueve de la noche; decirme que vaya solo;

hablarme del servicio del Rey, y de moneda falsa, y de brujas, y de duendes, para

echarme luego dos vasos de vino y mandarme á dormir!... ¡La cosa no puede ser

más

clara!

Garduña

trajo al lugar esas

ins-


110

trucciones de parte del corregidor, y esta es la hora en

que

corregidor estará ya en

el

campaña contra mi mujer... ¡Quién sabe

me

lo

encontraré llamando á

molino! ¡Quién sabe

dentro decir?

.

!

.

. ¡

¡

me

Quién sabe!

.

.

lo

puerta del

encontraré ya

Pero ¿qué voy

.

Dudar de mi navarra!... ¡Oh, que

¡Imposible

es ofender á Dios!

¡Imposible que mi ble!...

si

la

si

á

esto

ella!...

¡Imposi-

Frasquita!...

Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Acaso

hay algo imposible en

el

mundo? ¿No

se

casó conmigo, siendo ella tan hermosa y yo tan feo?

Y

al

hacer esta última reflexión,

jorobado se echó á

Entonces paró

el

pobre

llorar...

la

burra para serenarse;

se enjugó las lágrimas; suspiró hondamente;

sacó los avios de fumar;

garro de tabaco negro;

picó y

lió

un ci-

empuñó luego pe-

dernal, yesca y eslabón, y al cabo de algu-

nos golpes, consiguió encender candela.

En

aquel

mismo momento

de pasos hacia allí

el

sintió

camino (que

unas trescientas varas).

rumor

distaría

de


111

— ¡Qué imprudente soy!—

me

andarán ya buscando y yo dido al echar estas yescas! Escondió, pues,

la

ocultándose detrás de

Pero ferente

la

dijo.

¡Si

me

habré ven-

lumbre, y se apeó, la

borrica.

borrica entendió las cosas de di-

modo, y lanzó un rebuzno de

satis-

facción.

¡Maldita seas!

—exclamó

tratando de cerrarle

la

Lúeas,

el tio

boca con

las

manos.

Al propio tiempo resonó otro rebuzno en el

camino, por vía de galante respuesta.

— ¡Estamos

sando el

aviados!

molinero.

el

mayor mal de

los

¡Bien

prosiguió pendice el

refrán:

males es tratar con ani-

males!

Y

así diciendo, volvió á

bestia

salió

y

traria al sitio

montar, arreó

la

disparado en dirección con-

en que habia sonado

el

se'gundo

que

la

persona

rebuzno.

Y que

lo

iba

más

particular fué

en

jumento interlocutor debió de

el

asustarse tanto del tio Lúeas

Lúeas se habia asustado de

,

ella,

como

el tio

pues apar-


!

112

camino y salió á escape sembrados de la otra banda.

tose también del

por los

murciano, y tranquilo ya por aquella parte, continuó discurriendo de este Notólo

el

modo:

— ¡Qué

noche! ¡Qué mundo!

lamia desde hace una hora!

¡Qué vida ¡Alguaciles

metidos á alcahuetes; alcaldes que conspiran contra mi honra

;

burros que rebuznan

cuando no es menester, y aquí, en mi pecho, un miserable corazón que se ha atrevido á dudar de

la

mujer más noble que

Dios ha criado! ¡Oh! ¡Dios mió, Dios mió! ¡Haz que llegue pronto á mi casa y que encuentre allí á mi Frasquita! Siguió caminando

sando fin,

el tio

Lucas

siembras y matorrales,

,

atrave-

hasta que al

á eso de las once de la noche, llegó sin

novedad

á la puerta

grande del molino.

¡Condenación! ¡La puerta del molino estaba abierta


!

XX. La duda y

la realidad.

¡Estaba abierta...

y él,

al

marcharse,

habia oido á su mujer cerrarla con

llave,

tranca y cerrojo

Por

consiguiente

,

su

mujer

la

habia

abierto sin duda alguna.

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿De

resultas

¿A

de una

de un engaño?

consecuencia

orden? ¿O bien deliberada y voluntariamente, en virtud de previo acuerdo con el corregidor.

¿Qué le

iba á ver?

¿Qué

iba á saber?

¿Qué

aguardaba dentro de su casa? ¿Se habría 8


114

fugado

la

seña Frasquita? ¿Se

habrian ro-

la

bado? ¿Estaria muerta, ó estaría en brazos

de su rival?

El corregidor contaba con que yo no

podría venir en toda

gubremente.

noche,

la

se dijo lú-

El alcalde del lugar tendría

orden hasta de encadenarme biese

empeñado en

si

me hu-

yo

volver...

¿Sabia todo

en

complot? ¿O

esto Frasquita? ¿Estaba

el

ha sido víctima de un engaño, de una violencia, de

una infamia?

No empleó más

tiempo

el sin

ventura en

hacer todas estas crueles reflexiones que

que tardó en atravesar

la plazoletilla

del

el

em-

parrado.

También estaba casa, las

abierta

la

puerta de

la

cuyo primer aposento, como en todas

viviendas rústicas, era

Dentro de

la

la

cocina.

cocina no había nadie.

Sin embargo, una enorme fogata ardia en la

chimenea... ¡chimenea que

él

dejó apa-

gada, y que no se encendía nunca hasta mes de Diciembre!

Por último, de uno de

los

el

ganchos de


115 la

espetera pendía un candil

¿Qué

encendido...

significaba todo aquello?

¿Y cómo se

compadecía semejante aparato de de sociedad con reinaba en

el silencio

vigilia

y

de muerte que

casa?

la

¿Qué habia

sido de su mujer?

Entonces, y sólo entonces, reparó

el tio

Lúeas en unas ropas que habia colgadas en de dos ó tres

los espaldares

alrededor de Fijó

la

chimenea...

rugido tan intenso, que se

zo

mudo y

se llevó

le

quedó atreve-

garganta, convertido en un sollo-

la

Creyó

puestas

en aquellas ropas, y lanzó un

la vista

sado en

sillas

sofocante.

el

infortunado que

se ahogaba, y

las

manos

mientras que,

lívido, convulso,

al cuello;

con

los ojos desencajados,

contemplaba aquella vestimenta, poseído de tanto horror le

presentan

Porque grana,

y

la

el

lo

como la

el

reo en capilla á quien

hopa.

que

allí

sombrero de

chupa de color de

veia era

la

capa de

tres picos, la casaca tórtola, el calzón

de

seda negra, las medias blancas, los zapatos


116

con hebilla, y hasta

el

bastón, el espadín y los

guantes del execrable corregidor!... Lo que allí

taja

veía era

hopa de su ignominia,

la

de su honra,

el

sudario de su ventura.

El terrible trabuco seguía en

en que dos horas antes El

tío

queta,

y

Sondeó

él.

el

rincón

dejóla navarra...

lo

Lúeas dio un

apoderó de

mor-

la

de tigre y se canon con la ba-

salto

el

que estaba cargado. Miró

vio

la

piedra, y halló que estaba en su lugar.

Volvióse entonces hacia

conducía á

la

la

escalera que

cámara en que había dormido

tantos años con

la

seña

Frasquita, y

mur-

muró sordamente:

¡Allí están!

Avanzó, pues, un paso en aquella dirección; pero en seguida se detuvo para mirar

en torno de

servando...,

— Dios!

¡Nadie! ...

y ver

y ese.

Confirmada

.

.

dijo

si

alguien lo estaba ob-

mentalmente.

ha querido

esto!

así la sentencia, fué á

paso, cuando su errante

un pliego que había sobre

¡Sólo

dar otro

mirada distinguió la

mesa...


:

117

Verlo, y haber caido -sobre él, y tenerlo

entre sus garras, fué todo cosa de un se-

gundo.

Aquel papel era brino de

la

el

nombramiento

del so-

seña Frasquita, firmado por don

Eugenio de Zúñiga y Ponce de León. ¡Este ha sido el precio de la venta!

pensó la

el tio

boca

mento

Lúeas, metiéndose

á su

rabia.

quisiera á su familia

¡No hemos tenido

papel en

y dar ali¡Siempre recelé que

sofocar sus

para

el

gritos

más que

hijos!

.

.

.

á mí!...

¡He aquí

la

¡Ah!

causa

de todo!

Y

el

infortunado estuvo á punto de vol-

ver á llorar.

Pero luego se enfureció nuevamente, dijo con la

un ademan

ya que no con

voz

¡Arriba! ¡Arriba!

Y

empezó

gatas con una la

terrible,

y

otra,

á subir la escalera

andando

mano, llevando

trabuco en

y con

el

papel

el

á

infame entre los

dientes.

En

corroboración de sus naturales sospe-


118

chas, al llegar á

puerta

la

dormitorio

del

(que estaba cerrada), vio que salían algunos rayos de luz por las junturas de las tablas y por el ojo de la llave.

— ¡Aquí Y

están!

se paró

un

volvió á decir.

como para pasar

instante,

aquel nuevo trago de amargura.

Luego continuó subiendo... hasta á la

misma puerta

Dentro de

¡Si

mente

la

él

llegar

del dormitorio.

no se

oia el

no hubiera nadie!

más

leve ruido.

le dijo

tímida-

esperanza.

Pero en aquel mismo

instante el

infeliz

oyó toser dentro del cuarto.

Era

la tos

medio asmática

del corregidor.

¡No habia duda posible! ¡No habia

tabla

de salvación en aquel naufragio! El molinero sonrió en

modo

horroroso.

— ¿Cómo

oscuridad semejantes todo

con

el

el

las tinieblas

de un

no brillan en

la

relámpagos? ¿Qué es

fuego de las tormentas, comparado

que arde

á

veces en

el

corazón del

hombre? Sin embargo,

el

tio.

Lucas

(tal

era

su


119

alma, según dijimos ya en otro lugar) principió á tranquilizarse no bien

oyó

la tos

de

su enemigo...

La realidad

menos daño que

hacia

le

la

duda.

Según á la

le

anunció

seña Frasquita,

en que perdia

la

él

mismo

punto y hora que era vida de su

desde

única

fe

aquella tarde

el

alma, empezaba á convertirse en otro

hom-

bre nuevo.

Semejante

al

moro de Venecia (con quien

comparamos

ya

lo

el

desengaño mataba en

todo

el

al

describir su carácter), él

de un solo golpe

amor, trasfigurando de paso

raleza de

la

natu-

y haciéndole ver el mundo como una región extraña á que acasu

espíritu

bara de llegar. La única diferencia consistía

en que

menos que

el

el tio

Lúeas era por idiosincrasia

menos austero y más egoísta insensato sacrificador de Desdémona. trágico,

¡Cosa rara; pero propia de tales situacio-

nes! La duda, ósea el

la

esperanza (que para

caso es lo mismo), volvió todavía á

tificarlo

un momento...

mor-


!

120

¿Si

me

pensó.

tribulación de su infortunio olvidá-

la

basele ya

al

cuitado que habia visto las ro-

pas del corregidor cerca de

habia encontrado abierta

que habia leido

lino;

hubiese sido de Frasquita!...

¡Si la tos

En

hubiera equivocado?

la

chimenea; que

la

puerta del

mo-

credencial de su in-

la

famia...

Agachóse, pues, y miró por el ojo de la llave, temblando de incertidumbre y de zozobra

.

El rayo visual no alcanzaba

más que un pequeño

triángulo de cama, por

la

parte del cabecero...

te

en aquel

extremo de

mohadas

la

¡pero precisamen-

pequeño triángulo las

descubrir

á

almohadas,

se

veia el

y sobre las al-

cabeza del corregidor

Otra risa diabólica contrajo

el

rostro del

molinero. Dijérase que volvía á ser

¡Soy dueño de

la

feliz.

verdad!

— murmuró,

irguiéndose tranquilamente.

Y

volvió á bajar la escalera con el

tiento

que empleó para

subirla...

mismo


121

El asunto es delicado... Necesito re-

iba

á la cocina, sentóse

en

Tengo tiempo para

flexionar.

todo...

pensando mientras bajaba. Llegado que hubo

medio de

ella,

y ocultó

frente

la

entre las

manos. Así permaneció lo

mucho

tiempo, hasta que

despertó de su cavilación un leve golpe

que

sintió

Era

el

en un pié...

trabuco, que se habia deslizado de

sus rodillas, y que

le

hacia aquella especie

de seña...

— tio

¡No!

Lúeas,

— murmuró con arma. —No

¡Te digo que no!

encarándose

el

el

me convienes. Todo el mundo tendría lástima de ellos... y á mí me ahorcarían! ¡Se de un corregidor... y matar á un corregidor es todavía en España cosa indiscultrata

pable! ¡Dirían

que

lo

maté por infundados

desnudé y lo metí en mi cama!... Dirían, además, quémate á mi

celos,

y que luego

lo

mujer por simples sospechas... ¡Y meahorcarian!

tener

Además, yo habría dado muestras de

muy

poca alma,

muy

poco talento,

si


122 al

remate de mi vida fuera digno de compa¡Todos se reirian de mí!

sión!

muy

mi desventura era

natural

¡Dirían

que

siendo yo

,

jorobado y Frasquita tan hermosa! ¡Nada! ¡no!

Lo que yo

necesito es vengarme; y des-

pués de vengarme, reir,

despreciar,

triunfar,

reírme mucho, reírme de todos... evi-

tando por

nunca de

tal

medio que nadie pueda

esta

reírse

que yo he llegado

jiba

á

hacer hasta envidiable, y que tan grotesca seria en una horca!

Así discurrió

el

Lúeas,

tio

vez sin

tal

darse cuenta de ello puntualmente, y, en

arma

virtud de semejante discurso, colocó

el

en su

con los

sitio,

y principió

brazos atrás y

la

cabeza

cando su venganza en en

las

ruindades de

la

á pasearse

como bus-

baja,

el suelo,

en

la tierra,

vida, en alguna es-

tratagema vulgar y bufona

que dejase en

completo ridículo á su mujer y al corregidor, en vez de buscar aquella misma venganza en

la

muerte, en

la

justicia,

el

ho-

como huhecho en su lugar cualquier otro hom-

nor, en el cadalso, en el cielo... biera

en


123

bre de condición menos rebelde que

la

suya

á toda imposición de la naturaleza, de la so-

ciedad ó de sus propios sentimientos.

En

tal

estado, paráronse

sus ojos en

la

vestimenta del corregidor...

Luego

se paró él mismo...

Después fué iluminándose poco

á

poco su

semblante de una alegría, de un gozo, de

un triunfo

indefinibles... hasta

que por úl-

timo se echó á reir de una manera formidable... estoes, á grandes carcajadas, pero sin hacer

ningún ruido

(á fin

de que no

oyesen desde arriba), metiéndose

los

lo

puños

por los ijares para no reventar, estremeciéndose todo

como un

y teniendo que concluir por dejarse caer en una silla

epiléptico,

hasta que le pasó aquella convulsión de

sarcástico regocijo.

— Era

la

propia risa de

Mephistópheles.

No

bien se sosegó, principió á desnudarse

con una celeridad

en

las

mismas

febril: colocó toda su

sillas

que ocupaba

la

ropa

del cor-

regidor: púsose cuantas prendas pertenecían á éste,

desde

los zapatos

de hebilla hasta

el


126 paraje, el

allí

muy

próximo, por donde corría

agua del caz.

¡Socorro! ¡que me ahogo! ¡Frasquita!...

¡Frasquita!...

— clamaba una voz de

con todo

el

¿Si

Lucas?

bre,

acento de

hom-

desespera-

la

ción.

será

—pensó

navarra,

la

de un terror que no necesitamos des-

llena

cribir.

En

mismo dormitorio habia una puer-

el

de que ya nos habló Garduña,

tecilla,

que daba efectivamente sobre del caz.

la

seña

más que no hubiera recono-

voz que pedia auxilio, y encontróse

la

de manos á boca con aquel

parte alta

Abrióla sin vacilación

Frasquita, por cido

la

momento

salia,

el

corregidor, que en

todo chorreando, de

impetuosísima acequia...

y

¡Dios me perdone! ¡Dios

balbuceaba

el

infame viejo.

me perdone!

¡Creí

que

la

— me

ahogaba!

—¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué se atreve?...

¿A qué viene

molinera con

gritó

la

significa?

¿Cómo

V. á estas horas?...

más indignación


127

que espanto, pero retrocediendo maquinalmente.

¡Calla!

¡calla,

mujer!

corregidor, colándose en

de

ella.

— Yo

— tartamudeó

aposento detrás

el

diré todo...

te lo

el

¡He estado

me llevaba ya como ¡mira cómo me he puesto!

para ahogarme! ¡El agua

una pluma! ¡Mira!

ña

¡Fuera! ¡fuera de aquí!

Frasquita

replicó la se-

violencia.

comprendo

todo!

— ¡No

¡Dema-

nada que explicarme!...

tiene V.

siado lo

mayor

con

¿Qué me importa

á

mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo

á

V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha man-

dado V. prender á mi marido!

—Mujer, — ¡No

escucha...

escucho! ¡Márchese V. inmedia-

tamente, señor corregidor!

.

.

.

¡Márchese V.

,

ó no respondo de su vida!...

—¿Qué — que V.

dices?

¡Lo

oye!

Mi marido no

mi casa; pero yo me basto en cerla

respetar...

ha venido, vez

al

si

ella

está

en

para ha-

¡Márchese V. por donde

no quiere que yo

lo arroje otra

agua con mis propias manos!


— 126 paraje, el

allí

muy

próximo, por donde corría

agua del caz.

¡Socorro! ¡que me ahogo! ¡Frasquita!...

¡Frasquita!...

— clamaba una

con todo

el

¿Si

Lucas?

bre,

hom-

voz de

acento de

desespera-

la

ción.

llena de

será

—pensó

navarra,

la

un terror que no necesitamos des-

cribir.

En

mismo dormitorio habia una puer-

el

de que ya nos habló Garduña,

tecilía,

que daba efectivamente sobre del caz.

la

seña

más que no hubiera recono-

voz que pedia auxilio, y encontróse

la

de manos á boca con aquel

parte alta

Abrióla sin vacilación

Frasquita, por cido

la

y

momento

salia,

el

corregidor, que en

todo chorreando, de

la

impetuosísima acequia...

— ¡Diosme balbuceaba

el

perdone! ¡Dios

infame viejo.

me perdone!

¡Creí

que

me

ahogaba!

—¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué se atreve?...

¿A qué viene

molinera con

gritó

la

significa?

¿Cómo

V. á estas horas?...

más indignación


127

que espanto, pero retrocediendo maquinalmente.

¡Galla!

mujer!

¡calla,

corregidor, colándose en

de

ella.

— Yo

una pluma! ¡Mira! ¡mira

ña

replicó la se-

violencia.

nada que explicarme!...

tiene V.

siado lo

mayor

con

;He estado

me llevaba ya como cómo me he puesto!

¡Fuera! ¡fuera de aquí!

Frasquita

comprendo

el

aposento detrás

el

diré todo...

te lo

para ahogarme! ¡El agua

— tartamudeó

todo!

— ¡No

¡Dema-

¿Qué me importa

á

mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo

á

V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha man-

dado V. prender á mi marido!

—Mujer, — ¡No

escucha...

escucho! ¡Márchese V. inmedia-

tamente, señor corregidor!

.

.

.

¡Márchese V.

,

ó no respondo de su vida!...

—¿Qué — que V.

dices?

¡Lo

mi casa; pero yo cerla

respetar...

ha venido, vez

al

si

oye!

me

Mi marido no

está

basto en ella para

en

ha-

¡Márchese V. por donde

no quiere que yo

lo arroje otra

agua con mis propias manos!


— .

las

[Chica! ¿chica!

soy sordo

— exclamo

Cuando yo estoy Tengo á libertar

no el

grites tanto, viejo

que no

libertino.

al tío

Lúeas, á quien ha

preso por equivocación un alcalde de terñla...

—Pero

Yo

aquí, por algo será...

mon-

ante todo, necesito que

seques estas ropas. .

.

me

;Estov calado hasta los

V. que marche! — — ¿Qué nombramiento de —Enciende lumbre, v hablaremos. ;Le digo á

se

sabes tú? Mira...

Calla, tonta...

aquí te traigo

tu sobri-

el

no. . .

la

Mientras se seca

la

ropa, vo

me

.

acostaré eo

esta cania...

;Ah! ¡ya! ¿Conque declara Y. que ve-

nia por

mí? ¿Gorüique declara Y. que para

e~

ha mandado arrestar á mi Lúeas? ¿Conque traía

T. su nombramiento v

tod

?

S

s

Santas del cielo! ¿Qué se habrá figurado de

este mamarracho?

— — Aunque

;Frasquita! ;Soy el corregidor!

fuera Y. el rey! á mí. ¿qué?

Yo soy la mujer de mi marido, y el ama de mi casa! éCree Y. que yo me asusto de


— loe corregidores?

Madrid, y al

.

.

Yo

fin del

sé ir a Granada,

y a

tnund© y a pedir justicia

contra el viejo insolente

que

autoridad por fes sodas!

Y

sabré mañana ponérmela

mantüb. éiráier

así arrastra

sobre todo: yo

a la señora corregidora..

— So

harás nada de esoü

—repuso

corregidor, perdiendo la paciencia,

dando de

táctica.

porque yo

so

el

ó mu-

de eso; ve© que no

IX© harás nada

te pegaré

un

taro»,

si

entiendes de razones. .

— ¡Un con t©z —Un

tir©!!—exclamo la seña Frasquito

sorda... tir©,. so.

perjuicio

dicho en

Y de ello

no

me resultara

alguno. Casualmente he dejado

h

ciudad que salía esta noche a

caza de criminales...

—Conque no

seas ne-

y quiéreme... como yo te ador©. Señor corregidor; ¿un tir©? v©frvi© a decir la navarra, echando los brazos atrás y cia...

el

cuerpo hacia adelante, como para lanzar-

se sobre su adversan©.

Si te empeñas, te 1© pegaré,

veré bbre de tus amenaza*

y de

tu

y

asi


130

sura...

respondió

corregidor, lleno de

el

miedo y sacando un par de cachorrillos. ¿Conque pistolas también? ¡Y en

otra faltriquera el

brino!

nombramiento de mi so-

dijo la seña Frasquita,

no es

momento, que voy

Y

así

á

encender

y

la

la

usía

la

un

lumbre.

bajó en tres brincos.

El corregidor cogió la

Pues, señor,

la

hablando, se dirigió rápidamente á

la escalera,

de

moviendo

— dudosa. — Espere

cabeza de arriba á abajo. elección

la

la

luz y salió detrás

molinera, temiendo que se escapara;

pero tuvo que bajar

mucho más

de cuyas resultas, cuando llegó tropezó con

la

despacio,

á la cocina,

navarra, que volvía ya en su

busca.

—¿Conque —exclamó un

decia V. que

tiro?

dando un paso caballero,

me

iba á pegar

aquella indomable mujer

atrás.

que yo ya

Pues, ¡en guardia,

lo estoy!

y se echó á la cara el formidable trabuco que tanto papel representa en esta Dijo,

historia.

¡Detente, desgraciada!

¿Qué vas

á ha-


— 131

— — Lo de mi

cer? to.

gritó

corregidor, muerto de sus-

el

cachorrillos

los

están

cambio, es verdad

Aquí

Y

lo tienes... lo

le

Lo que

es de V.

lia,

nombramiento...

repuso

la

guise

el

mesa.

navarra.

la

servirá para encender

cuando

si

lo del

Tómalo... De balde...

está bien,

Mañana me

En

descargados...

colocó temblando sobre

—Ahí y

una broma... Mira...

tiro era

lumbre

la

almuerzo á mi marido.

no quiero ya

ni la

gloria;

mi sobrino viniese alguna vez de Estepara pisotearle á V.

seria

la

fea

mano

con que ha escrito su nombre en ese papel indecente! jEa, lo dicho!

mi

{Márchese V. de

casa! ¡Aire, aire! ¡Pronto!...

me

sube

la

pólvora á

la

¡Que ya se

cabeza!

El corregidor no contestó á este discurso. Habíase puesto

lívido, casi

ojos torcidos, y

un temblor, como de

azul; tenia los

ciana, agitaba todo su cuerpo.

principió á castañetear ai suelo, presa

Por último,

dientes, y cayó

de una convulsión espantosa.

El susto del caz,

sus ropas,

los

ter-

lo

la violenta

muy mojado

de todas

escena del dormitorio,


.

132

y el miedo

trabuco con que

al

le

apuntaba

la

navarra, habían agotado las fuerzas del en-

fermizo anciano.

— ¡Me muero! —

balbuceó.

— Llama

á Gar-

duña... llama á Garduña, que estará ahí...

en

la

ramblilla ...

No pudo

Yo no debo morirme

aquí

.

.

continuar. Cerró los ojos, y se

quedó como muerto.

— ¡Y

se morirá

como

seña Frasquita.

pió la

lo dice!

— prorum-

¡Pues

esta

es

la

más negra! ¿Qué hago yo ahora con este hombre en mi casa? ¿Qué dirían de mí si se muriera? ¿Qué diría Lúeas?... ¿Cómo podría justificarme, la

cuando yo misma

puerta? ¡Oh! no...

aquí con

él.

he abierto

Yo no debo quedarme

¡Yo debo buscar

yo debo escandalizar

le

el

á

mi marido,

mundo

antes que

comprometer mi honra!

Tomada

esta

resolución, soltó el trabu-

co, fuese al corral, cogió la burra

daba en abrió

de un

la

él,

la

aparejó de cualquier modo,

puerta grande de

salto, á

que que-

la

cerca,

montó

pesar de sus carnes, y se di-

rigió á la ramblilla.


— 133

— ¡Garduña, Garduña! — conforme acercaba — —

iba gritando

navarra

se

respondió

¡Presente!

la

á aquel sitio.

al

cabo

el

al-

apareciendo detrás de un seto.

guacil,

¿Es V., seña Frasquita?

tu

yo soy. Vé

Sí,

amo, que se

—¿Qué

está

al

molino y socorre á

muriendo.

dice V.?

— Lo que —¿Y V.? —¿Yo? Yo —

oyes... ¿á

la

la

la

á estas horas?

ciudad por un mé-

seña Frasquita arreando

burra.

Y tomó

la

voy... á

contestó

dico,

dónde va

camino del lugar... y no ciudad, como acababa de decir. el

Garduña no reparó en cunstancia; pues hacia esta

¡La él

es

dando zancajadas

iba

al

par de

:

infeliz

no

puede hacer más!...

un pobre hombre... ¡Vaya una

ocasión de ponerse malo! fites á

de

esta última cir-

molino y discurriendo

manera

— Pero

el

ya

el

..

.

¡Dios le da con-

quien no puede roerlos!


XXII.

Garduña

se multiplica.

Cuando Garduña

llegó al molino, el cor-

regidor principiaba á volver en

sí,

procuran-

do levantarse del suelo.

En el

el

suelo también, y á su lado, estaba

velón encendido que bajó

el

corregidor

del dormitorio.

primera —¿Se marchado — —¿Quién? Quiero mo— ha marchado... y Ya — ha

ya?

fué

la

frase del corregidor.

¡El demonio!...

decir, la

linera...

Sí, señor...

no creo que iba de

se

muy buen humor.


!

135

muriendo... — ¡Ay, Garduña! me de —¿Pero qué hombres hecho en —Me he y me de Los huesos una con — ¡Toma, —Garduña... ve que —Yo no sácame de —Pues qué pronto Verá —Voy estoy

tiene usía? ¡Por vida

caido

sopa.

parten

se

. .

estoy

caz,

el

los

toma! ¡ahora salimos

frió.

eso!

te dices!...

lo

digo nada, señor...

este apuro...

bien,

volando...

usía

lo arreglo todo.

Así dijo cogió

la

metió

al

el alguacil,

luz con

en un periquete,

y,

una mano, y con

la otra

se

corregidor debajo del brazo; subiólo

al

dormitorio; púsolo en cueros; acostólo en

la

cama; corrió

al jaraíz;

reunió un brazado

de leña; fué ala cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo; colocólas en los espaldares de dos ó tres sillas;

encendió un candil;

lo

colgó de

la

espetera,

y tornó á subir á la cámara. ¿Qué tal vamos? preguntóle entonces

á D. Eugenio, levantando

para verle bien el rostro.

en

alto el

velón


!

136

—Admirablemente. Conozco que voy ¡Mañana Garduña!... —¿Por qué, señor? preguntármelo? ¿Crees —¿Y

á

sudar...

te

ahorco,

te atreves á

tú que, al

esperaba

seguir

el

plan que

me

trazaste,

yo acostarme solo en esta cama,

después de recibir por segunda vez

el sa-

cramento del bautismo? ¡Mañana mismo

te

ahorco

—Pero cuénteme —La

usía

algo...

¿La seña

Frasquita?...

seña Frasquita ha querido asesinar-

me. ¡Es todo consejos! la

que he logrado con tus

lo

Te digo que

te

ahorco mañana por

mañana.

—Algo menos repuso —¿Por qué me —No,

será, señor corregidor,

el alguacil.

lo

dices,

insolente? ¿Porque

ves aquí postrado? señor.

Frasquita no ha

inhumana como la

Lo digo porque

la

seña

debido de mostrarse tan

usía cuenta,

cuando ha ido

á

ciudad á buscarle un médico...

¡Dios santo!

¿Estás seguro de que ha


137

ido á

ciudad?—exclamó D. Eugenio, más

la

aterrado que nunca.

—A —

lo

menos, eso

seña Frasquita á

¡Ah. estoy

mi mujer!... ¡A decirle que estoy

¿Cómo ha-

yo de figurarme esto? ¡Yo creí que se

habría ido

como

y,

me

la

ciudad? ¡A contárselo

la

aquí! jOh, Dios mió, Dios mió! bía

ella...

remedio! ¿Sabes á qué va

perdido sin

todo á

ha dicho

Garduña!

corre,

¡Corre,

me

al

lo

lugar en busca de su marido;

tengo

allí

á

buen recaudo, nada

importaba su viaje!

ciudad!!...

¡Pero irse

¡Garduña, corre,

á

la

corre...

que eres andarín,

y evita mi perdición!

que

molinera entre

¡Evita

mi

la

terrible

en

casa!

—¿Y no me go?— preguntó —

ahorcará usía

lo

consi-

el alguacil.

¡Al contrario!

tos

si

Te regalaré unos zapa-

en buen uso, que

me

están grandes.

¡Te regalaré todo lo que quieras!

—Pues

vov

volando.

tranquilo. Dentro de

Duérmase

usía

media hora estoy aquí

de vuelta, después de dejar en

la

cárcel á


138 la

navarra. ¡Para algo soy

más ligero que una

borrica!

Dijo Garduña, y desapareció por

la

esca-

lera abajo.

Se cae de su peso que durante aquella ausencia del alguacil fué cuando

nero estuvo en el ojo

de

el

lecho

hacia

la

moli-

molino y vio visiones por

la llave.

Dejemos, pues, el

el

ajeno

,

al

y

corregidor sudando en á

Garduña

corriendo

ciudad (adonde tan pronto habia

de seguirlo

el tio

Lucas con sombrero de

y capa de grana), y, convertidos también nosotros en andarines, volemos con

tres picos

dirección

al

lugar,

en seguimiento

valerosa seña Frasquita.

de

la


XXIII. Otra vez

el desierto

y

las consabidas voces.

La única aventura que navarra en su viaje desde blo, fué asustarse

le

el

un poco

ocurrió á

molino al

al

la

pue-

reparar que

echaba yescas alguien en medio de un sembrado...

¿Si será

irá á

detenerme?

En

esto se

mismo

un esbirro

— pensó

la

molinera.

oyó un rebuzno hacia aquel

lado.

¡Burros en

siguió pensando lo

del corregidor? ¿Si

el la

campo

á estas horas!

seña Frasquita.

— Pues

que es por aquí no hay ninguna huerta

ni


140 cortijo...

¡Vive Dios que los duendes se es-

despachando

tán

esta

noche á su gusto!

La burra que montaba

la

seña Frasquita

creyó oportuno rebuznar también en aquel instante.

¡Calla,

demonio!

clavándole un

alfiler

le dijo la

navarra,

de á ochavo en mitad

de la cruz.

Y le

temiendo

ella

conviniese, sacó

algún encuentro que no bestia fuera

la

de cami-

no y la hizo trotar por los sembrados. Pero pronto se tranquilizó al comprender

que

el

hombre que echaba yescas y

del primer rebuzno

caso una

,

asno

en aquel

constituían

sola entidad

el

y que esta entidad

habia salido huyendo en dirección contraria á la su va.

— ¡A un cobarde la

otro mayor!

— exclamó

molinera, burlándose de su miedo y del

ajeno.

Y

sin

más

tas del lugar á

de

la

noche.

accidente, llegó á las puer-

tiempo que serian

las

once


XXIV. Un rey de

entonces.

Hallábase ya durmiendo

ñor alcalde, dando

la

la

mona

espalda á

la

se-

el

espalda

de su mujer, y formando así aquella figura de águila austríaca de dos cabezas que dice nuestro inmortal Quevedo, cuando To-

nudo cial

llamó á

y avisó

al

la

puerta de

la

cámara nup-

señor Juan López que

la

seña

Frasquita, la del molino, quería hablarle.

No tenemos

para qué referir

todos

los

gruñidos y juramentos que acompañaron al acto de despertar y vestirse del alcalde de raonterilla

,

y nos trasladamos desde luego


142 al instante

en (pe

la

molinera

lo vio llegar,

desperezándose como un gimnasta que ejercita la

musculatura, y exclamando en medio

de un bostezo interminable:

—Téngalas V.

muy

buenas, seña Fras-

quita.

¿Qué

dijo á

V. Toñuelo que se quedase en

la

trae á V. por

aquí?

¿No el

le

mo-

lino? ¡Así desobedece V. á la autoridad!

— la

le

¡Necesito ver á mi Lúeas!

navarra.

respondió

¡Necesito verlo al instante! ¡Que

digan que está aquí su mujer!

— hablando con que — Déjeme V. mí de

¡Necesito! ¡necesito! Señora, á V. se le

olvida

está

á

el

Rey...

reyes, señor Juan,

que no estoy para bromas. ¡Demasiado sabe usted

lo

que me sucede!

¡Demasiado sabe

para qué ha preso á mi marido!

—Yo no

sé nada, seña Frasquita...

Y

en

cuanto á su marido de V., no está preso, sino casa,

nas.

durmiendo tranquilamente en y

tratado

como yo

esta su

trato á las perso-

¡A ver, Toñuelo! ¡Toñuelo! Anda

al

Lúeas que se despierte y venga corriendo... Conque vamos... cuén-

pajar y dile al

tio


143

teme V.

lo

que

¿Ha tenido V.

pasa...

le

miedo de dormir sola?

— ¡No

sea V. desvergonzado, señor Juan!

me gustan Lo que me pasa

¡Demasiado sabe V. que á mí no sus bromas ni sus veras! es una cosa

muy

sencilla:

que V. y

el

señor

corregidor han querido perderme; pero que se han llevado

un solemne chasco. Yo estoy

aquí, sin tener de qué abochornarme, y el

señor corregidor se queda en

el

molino

mu-

riéndose...

— ¡Muñéndose corregidor!—exclamó —Señora, ¿sabe V. que — Lo que V. Se en el

su subordinado.

lo

se dice?

ha caido

oye.

y

casi se

corregidora. sin

caz,

ha ahogado, ó ha cogido una pul-

monía, ó yo no sé...

do,

el

Eso es cuenta

Yo vengo

perjuicio de

á buscar á ir

de

la

mi mari-

mañana mismo

á

Granada...

— ¡Demonio,

demonio!

señor Juan López.

—A

— murmuró

ver,

el

¡Manuela!...

¡muchacha!... anda y aparéjamela mulilla...

Seña Frasquita,

al

molino voy...

¡Desgra-


— 144

ciada de

V.

le

si

ha hecho algún daño

al

señor corregidor!

—Señor en — ¡i

alcalde, señor alcalde!

más muerto que

esto Toñuelo, entrando

El

vivo.

tío

Lúeas no

—exclamó

está

en

Su

el pajar.

burra no se halla tampoco en los pesebres,

y

la

puerta

modo que

del

el

corral

está

De

abierta...

pájaro se ha escapado.

—¿Qué — Juan López. Carmen! ¡Qué — en mi —exclamó

gritó el señor

diciendo?

estás

¡Virgen del casa!

la

va á pasar

seña Frasquita.

Corramos, señor alcalde; no perdamos tiempo...

Mi marido va

encontrarlo

allí

á

matar

corregidor

al

á estas horas...

—¿Luego V. en —¿Pues no he de

cree que

el

al

el tio

Lúeas

está

molino...?

creerlo? Digo más...

Cuando yo venia me he cruzado con

él sin

conocerlo. El era sin duda uno que echaba

yescas en medio de un sembrado... ¡Dios mió! ¡Cuando piensa una que los animales tienen

más entendimiento que

las

personas!

Porque ha de saber V., señor Juan, que


145

nuestras dos burras se reconocieron y se sa-

ludaron, mientras que mi

Lucas y yo

ni

nos saludamos ni nos reconocimos...

— ¡Bueno — En

está su

el alcalde.

Lúeas de V!

replicó

vamos andando, y ya que hay que hacer con todos fin,

veremos

lo

ustedes.

¡Conmigo no se juega! ¡Yo soy

Rey!... Pero no un rey

como

tenemos en Madrid, ó sea en

como aquel que hubo en llamaban D. Pedro

el

me

el

que ahora Pardo, sino

Sevilla,

Cruel.

nuela! ¡Tráeme el bastón,

que

el

y

el

á

quien

¡A ver,

Ma-

dile á tu

ama

marcho!

Obedeció

la

sirvienta

más buena moza de

lo

(que era por cierto

que convenia

á la

y á la moral) y como la mulilla del señor Juan López estuviese ya aparejaalcaldesa

,

,

da, la seña Frasquita y él salieron para el

molino, seguidos del indispensable Toñuelo.

10


XXV. La

estrella

de Garduña.

Precedámosles nosotros, supuesto que te-

nemos

carta blanca para andar

más de

prisa

que nadie.

Garduña se hallaba ya de vuelta en molino, después de haber buscado á Frasquita por todas las calles de

la

la

el

seña

ciudad.

El astuto alguacil había tocado de camino

en

el

muy

corregimiento, donde lo encontró todo sosegado. Las puertas seguían abiertas

como en medio cuando

la

del dia,

según costumbre

autoridad está en la calle ejer-

ciendo sus sagradas funciones. Dormitaban


147

en

meseta de

la

escalera

la

y en

el recibi-

miento otros alguaciles y ministros, esperando

descansadamente

cuando sintieron

llegar á

su

á

amo; mas,

Garduña, despere-

záronse dos ó tres de ellos y le preguntaron al

que era su decano y jefe inmediato: ¿Viene ya el señor?

— —Ni asomos. ha habido —Ninguna. —¿Y — Recogida en —¿No ha hace poco? — Nadie ha —Pues no por

á saber

si

la

Estaos quietos.

Vengo

novedad en

casa...

la

señora?

sus aposentos.

entrado una mujer por estas

puertas

parecido por aquí en toda

noche.

la

.**

dejéis entrar á persona algu-

na

,

sea quien

contrario,

del alba

sea y diga lo

echadle

que venga

ñor ó por

la

mano á

mismo

preguntar por

señora, y llevadlo á

—¿Parece que

esta

de pájaros de cuenta? esbirros.

al

que diga

la

noche se anda

.

Al

lucero el se-

cárcel. á caza

— preguntó uno de

los


— 148

— mayor! — — ¡Mayúscula! — lemnemente. — ¡Caza

añadió otro.

respondió Garduña so-

¡Figuraos

cuando

delicada,

hacemos

si

la

cosa será

señor corregidor y yo batida por nosotros mismos!

la

el

mu-

Conque... hasta luego, buenas piezas, y

cho

ojo.

— Vaya — ¡Mi

V. con Dios, señor Bastian

repusieron todos, saludando á Garduña. se

estrella

eclipsa!

éste al salir del corregimiento.

mujeres

me

minó

lugar en busca

al

Y la

se ha

la

de su esposo, en

ciudad. ¡Pobre Garduña!

hecho de

tu olfato?

discurriendo de este modo, emprendió

vuelta al molino.

Razón

tenia el alguacil para echar

nos su antiguo á

¡Hasta las

engañan! La molinera se enca-

vez de venirse á

¿Qué

— murmuró —

olfato,

de

me-

puesto que no venteó

un hombre que se escondía en aquel mo-

mento detrás de unos mimbres tancia de la ciudad,

pote, ó

más bien

— ¡Guarda,

á poca dis-

exclamando para su ca-

para su capa de grana:

Pablo!

Por

allí

viene Gar-


149

duna...

Era

que se

Es menester que no me

el tio

vea...

Lúeas, vestido de corregidor,

dirigía á la ciudad, repitiendo

en cuando su diabólica

— ¡También

la

de vez

frase:

corregidora es guapa!

Pasó Garduña sin verlo, y el falso corregidor dejó su escondite y penetró en la población...

Poco después llegaba

el alguacil al

no, según dejamos indicado.

moli-


.

.

XXVI. Reacción.

El corregidor seguía en

como acababa de ojo

de

verlo

tal

Lúeas por

y el

bien sudo, Garduña! ¡Me he sal-

una enfermedad!

vado de

luego como penetró

—¿Y

ella?

el tio

cama,

la llave.

— ¡Qué cia.

la

la

— exclamó

el alguacil

en

la

tan

estan-

seña Frasquita? ¿Has dado con

¿Viene contigo? ¿Ha hablado con

la

señora?

— La

molinera, señor,

me engañó como

á un pobre hombre,

y no

sino al pueblecillo.

en busca de su esposo.

¡Perdóneme usía

la

. .

se fué á la ciudad,

torpeza!

.

.

.


.

151

— Mejor! I

con

los ojos

¡mejor!

dijo

el

madrileño,

chispeantes de maldad.

— ¡Todo

Antes de que ama-

se ha salvado entonces!

nezca estarán caminando para las cárceles

de

la

Inquisición de Granada, atados codo

con codo, y

allí

el tio

Lúeas y

la

seña Frasquita,

se podrirán sin tener á quien contarle

sus aventuras de esta

noche.

—Tráeme

la

ropa, Garduña; que ya estará seca. ¡Trae—

mela, y vísteme! El amante se va á convertir

en corregidor!

Garduña bajó

. .

á la cocina por la ropa.


XXVII. ¡Favor al Rey!

Entre tanto,

la

seña Frasquita,

Juan López y Toñuelo molino,

al

el

señor

avanzaban hacia

el

cual llegaron pocos minutos des-

pués.

— [Yo

entraré delante!

calde de monterilla.

—exclamó

¡Para algo soy

la

el al-

auto-

Sigúeme, Toñuelo, y V., seña Frasquita, espérese á la puerta hasta que yo la ridad!

llame.

Penetró, pues, la

el

señor Juan López bajo

parra, donde vio á

hombre

la

luz de la luna

casi jorobado, vestido

como

un

solia el


153

molinero, con chupetín y calzón de paño pardo,

faja

negra, medias azules, montera

ciana de felpa y el capote de monte

¡Él es!

gritó el

Rey! ¡Entregúese V.,

alcalde. tio

¡Date!

tando sobre

gritó á su

él,

¡Favor

al

Lúeas!

El hombre intentó meterse en

hombro.

al

mur-

vez

molino.

el

Toñuelo,

cogiéndolo por

sal-

pescuezo,

el

aplicándole una rodilla al espinazo y hacién-

dole rodar por tierra...

mismo tiempo

Al

saltó sobre

de

otra especie

Toñuelo, y,

cintura, lo tiró sobre el

fiera

agarrándolo de

empedrado y

la

princi-

pió á darle de bofetones.

Era

la

seña Frasquita, que exclamaba:

¡Tunante! ¡Deja á mi Lúeas!

Pero en esto otra persona, que había aparecido llevando del diestro una borrica, tióse resueltamente entre los dos,

y

me-

trató

de

salvará Toñuelo...

Era Garduña, que tomando del lugar por D.

al

Eugenio de Zúñiga,

cía á la molinera:

alguacil

Señora, respete V. á mi amo.

le

de-


— 154

Y

la

derribó de espaldas sobre

el

luga-

reño.

La seña Frasquita, viéndose entre dos fuegos, descargóle entonces

revés en medio del

que

estómago,

como

caer de boca tan largo

Y, con

Garduña

á

que rodaban por

hizo

era.

ya eran cuatro

él,

le

tal

las

personas

el suelo.

El señor Juan López impedia entre tanto levantarse

al

supuesto

tío

Lúeas, teniéndole

plantado un pié sobre los ríñones.

— soy

¡Garduña! ¡Socorro! ¡favor

el

corregidor!

sintiendo que

la

al

Rey! ¡Yo

gritó al fin este último,

pezuña del alcalde, calzada

con albarca de

piel

de toro,

reventaba

lo

materialmente.

— —

¡El corregidor!

dijo el señor Juan

Y

¡Pues es

verdad!

López, lleno de asombro...

¡El corregidor!

repitieron todos.

pronto estaban de pié los cuatro derri-

bados.

— ¡Todo

el

mundo

á la cárcel!

—exclamó

— ¡Todo

mundo

D. Eugenio de Zúñiga. la

horca!

el

á


— 155

Pero, señor...—observó

López, poniéndose de usía

que

lo

el

rodillas.

señor Juan

— ¡Perdone

haya maltratado! ¿Cómo babiade

conocer á usía con esa ropa?

¡Bárbaro!

replicó

¡alguna había de ponerme!

me han

robado

corregidor:

el

¿No sabes que

mia? ¿No sabes que una

la

compañía de ladrones, mandada por

el

tío

Lúeas...

— — —Escúcheme V ¡Miente V.!

.

gritó la navarra.

,

— —Con permiso V. compaña. —

seña Frasquita

,

le dijo

Garduña, llamándola aparte. del señor corregidor

Si y la nos van á ahorcar á todos,

no arregla esto,

empezando por

el tio

— Pues ¿qué —Que

Lúeas...

— preguntó

ocurre?

la

seña

Frasquita.

el tio

Lúeas anda á estas horas

ciudad vestido de corregidor... y que Dios sabe si habrá llegado con su disfraz por

la

hasta el propio dormitorio de

Y

el alguacil le refirió

la

corregidora!

en cuatro palabras

todo lo que ya sabemos.

— Jesús!—exclamó ;

la

molinera.

¡Con-


.

156

que mi marido que ha ido á

vamos á

la

la

me

cree deshonrada

ciudad á vengarse!

!

Con-

¡Vamos,

ciudad, yjustificadmeá los ojos de

mi Lúeas!

—Vamos

á la ciudad, é

impidamos que

hable ese hombre con mi mujer y

le

cuente

todas las majaderías que se haya figurado, dijo el corregidor, arrimándose á

burras.

—Déme V. un

una de

las

pié para montar, se-

ñor alcalde.

—Vamos —y

añadió Gardu-

quiera el cielo, señor corregidor, que

ña;

el tio

á la ciudad, sí,

Lúeas se haya contentado con hablarle

á la señora!

—¿Qué

dices, desgraciado?

D. Eugenio de Zúñiga. capaz?.

— prorumpió

¿Crees tú que será

.

—De

todo!

contestó

la

seña Frasquita.


XXVIII. ¡Ave María purísima! ¡Las doce y media,

y Así gritaba quien la

por las calles de

facultades para

tenia

molinera y

una de

las

sereno!

la

ciudad

tanto,

cuando

corregidor, cada cual en

el

burras del molino,

López en su muía andando, llegaron á

,

y la

los

el Sr.

Juan

dos alguaciles

puerta del corregi-

miento...

La puerta estaba cerrada. Dijérase que para el Gobierno, lo

que para

los

gobernados, habia

todo por aquel dia.

¡Malo!

—pensó Garduña.

mismo

concluido


.

158

Y

llamó con

el

Pasó mucho

aldabón dos ó tres veces.

tiempo,

y ni abrieron, ni

contestaron

La

que

seña Frasquita estaba

más

amarilla

cera.

la

El corregidor se habia comido ya todas las

uñas de ambas manos.

Nadie decia una palabra. jPum!...

¡Pum!...

más golpes

á

la

¡Pum!...

golpes

y

puerta del corregimiento

(aplicados sucesivamente por los dos algua-

y por el Sr. Juan López)... ¡Y, nada! ¡No respondía nadie! ¿No abrían!... jNo

ciles

se

movia una mosca! Sólo se oía

el claro

rumor de

una fuente que habia en

Y

el patio

caños de

de

la casa.

de esta manera trascurrian minutos,

largos

Al

los

como fin,

eternidades.

cerca de

tanillo del piso

la

una, abrióse un ven-

segundo, y dijo una voz

fe-

menina:

—¿Quién? —Es la

voz del ama de leche...

muró Garduña.

—mur-


159

D. Eugenio de Zú— — — Pasó un de no—¿Y quién V.?— — Pues no me V. oyendo! Soy respondió

¡Yo!

¡Abrid!

ñiga.

instante

silencio.

replicó luego

es

la

driza.

está

¡

amo...

el

Hubo

corregidor...

otra pausa.

— ¡Vaya

V. mucho con Dios!

:

buena mujer.

la

el

—Mi

amo

vino hace una

y se acostó en seguida. ustedes también, y duerman

hora,

tendrán en

Y

la

el

el

vino que

ventana se cerró de golpe. el rostro

con

manos.

— — —¿No oye V. ¡Ama!-

sí.

Acuéstense

cuerpo.

La seña Frasquita se cubrió las

—repuso

puerta?

tronó el corregidor,

que

le

fuera de

digo que abra

la

¿No oye V. que soy yo? ¿Quiere

usted que

la

aho'rque también?

La ventana volvió á abrirse.

—Pero vamos —

á ver... ¿Quién es V. para

dar esos gritos? ¡Soy

el

corregidor!


.

160

¡Dale, bola!

¿No

digo á V. que

le

el

señor corregidor vino antes de las doce...

y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las habitaciones de la señora? ¿Se quiere V. divertir conmigo? ¡Pues espere usted y verá lo que le pasa!

Al mismo

mente

la

tiempo

se

puerta, y una

abrió

repentina-

nube de criados y

ministriles, provistos de sendos garrotes, se

lanzó 'sobre los de afuera, exclamando fu-

riosamente:

— ¡A

¿Dónde

ver!

es el corregidor?

¿Dónde

Y

se

está ese

¿Dónde

que dice que

está ese

chusco?

está ese borracho?

armó un

en medio de

la

lio

de todos

los

demonios,

oscuridad, sin que nadie

pudiera entenderse, y no dejando de recibir

algunos palos

el

corregidor,

López y Toñuelo. Era la segunda paliza que

Garduña,

el

Sr. Juan

le

costaba

á

D. Eugenio su aventura de aquella noche,

además del remojón en

la

acequia del molino.

La seña Frasquita, apartada de aquel rinto, lloraba

por

la

labe-

primera vez en su vida.

.


161

;

Lúeas! ¡Lúeas!

decia.

— ¡Y

has po-

dido dudar de mí! ¡Y has podido estrechar entre tus brazos á otra! ¡Ah! ¡nuestra des-

ventura no tiene ya remedio!

11


.

XXIX. Post nubila... Diana.

—¿Qué

escándalo

es

este?

dijo al fin

una voz tranquila, majestuosa y de gracioso timbre, resonando encima de aquella baraúnda.

Todos levantaron

la

cabeza y vieron una

mujer, vestida de negro, asomada

al

balcón

principal del edificio.

— — pendiendo de —tartamudeó D. Eugenio. — —Que pasen que permite — agregó ¡La señora!

dijeron los criados, sus-

la retreta

palos.

¡Mi mujer!

esos señores. El señor cor-

regidor

dice

corregidora

lo

la


163

Los criados cedieron paso, y

el

de Zú-

ñiga y sus acompañantes penetraron en el portal y

tomaron por

la

escalera arriba.

Ningún reo ha subido

al

patíbulo con

paso tan inseguro y semblante tan

dado como

el

corregidor subia las escaleras

de su casa... Sin embargo, deshonra

demu-

principiaba ya

la

idea

de su

á descollar,

noble egoísmo, por encima de todos

con los

que habia causado y que lo afligían, y sobre las demás ridiculeces de la situación en que se hallaba. infortunios

¡Antes que todo

iba pensando,

—soy

un Zúñiga y un Ponce de León!... ¡Ay de aquellos que lo hayan echado en olvido!


XXX. Una señora de La corregidora recibió su rústica comitiva en

el

clase.

á su esposo

y á

salón principal del

corregimiento.

Estaba vados en

sola, la

de

pié,

y con

los ojos cla-

puerta.

Érase una principalísima dama, bastante joven todavía, de plácida y severa hermosura,

más propia

del

cincel

toda

la

el

que

y estaba vestida con seriedad que consentía

gentílico,

nobleza y

gusto de

del pincel cristiano

la

trecha falda y

la

época.

Su

traje,

de corta y es-

mangas huecas y subidas,

era


165

de alepín negro: una pañoleta de blonda blanca, algo amarillenta, velaba sus redon-

deados hombros; y larguísimos maniquetes ó mitones de

tul

negro cubrían

mayor

la

Abanicá-

parte de sus alabastrinos brazos.

base majestuosamente con un pericón enor-

me, la

traído de las islas Filipinas,

mano un pañuelo de

otra

y

tenia en

encaje, cuyos

colgaban simétricamente con

cuatro picos

una regularidad sólo comparable á

la

de

su actitud y menores movimientos.

Aquella

hermosa

mujer tenia algo de

y mucho de abadesa, é infundía por ende veneración y miedo á cuantos la mirareina

ban. Por traje á

lo

demás,

el salón,

de su

atildamiento

semejante hora,

continente y las

ban

el

muchas

la

gravedad de su

luces que alumbra-

demostraban que

la

corregi-

dora se habia esmerado en dar á aquella escena

una solemnidad

teatral

y un

ceremonioso que contrastasen con ter villano

y grosero de

la

el

tinte

carác-

aventura de su

marido.

Advertiremos,

finalmente,

que aquella


166

señora se llamaba doña Mercedes Carrillo

de Albornoz y Espinosa de

que era

hija, nieta,

biznieta,

hasta vigésimanieta de

la

familia, por razones

Monteros, y tataranieta

y

ciudad, como des-

cendiente de sus ilustres

Su

los

conquistadores.

de vanidad munda-

na, la habia inducido á casarse con el viejo

y acaudalado corregidor, y otro

modo hubiera

cación natural

la

ella,

que de

sido monja, pues su voiba llevando

al

claustro,

consintió en aquel doloroso sacrificio.

A la

sazón tenia ya dos vastagos del arris-

cado madrileño, y aún se susurraba que habia otra vez moros en

Conque volvamos

la costa...

á nuestro cuento.


XXXI. La pena

del Talion.

— Mercedes! —exclamó i

el

corregidor al

comparecer delante de su esposa

saber inmediatamente...

— la

i

Hola,

tio

Lúeas! ¿V. por aquí?

corregidora, interrumpiéndole.

alguna desgracia en

¡Señora!

repuso tes

el

el

dijo

—¿Ocurre

molino?

chanzas!— hecho una fiera. An-

¡no estoy para

corregidor

de entrar en explicaciones por mi parte,

necesito saber qué ha sido de

lo

Necesito

— ¡Esa ha —

mi honor...

no es cuenta mia! ¿Acaso

me

dejado V. á mí en depósito?

Sí, señora... ¡A V.!

replicó D.

Eu-


168

genio.

;Las mujeres son las depositarías

del honor de sus maridos!

— Pues mujer por

entonces, pregúntele el

suyo.

V.

á

su

Precisamente nos está

escuchando.

La seña Frasquita, que dado

se

habia que-

á la puerta del salón, lanzó

una espe-

de rugido.

cie

— PaseV., dió

la

señora, y siéntese...

—aña-

corregidora, dirigiéndose á la moli-

nera con una dignidad soberana.

Y

por su parte, encaminóse

al sofá.

La generosa navarra supo comprender desde luego toda

la

grandeza de

la

actitud

de aquella esposa injuriada... é injuriada acaso doblemente... Así es que, alzándose

en

el acto á igual altura,

rales ímpetus,

roso.

—Esto

dominó sus natu-

y guardó un silencio decosin contar con que la seña

Frasquita, segura de su inocencia y de su fuerza, no tenia prisa de defenderse... ¡Te-

de acusar, y mucha!... pero no Con quien ciertamente á la corregidora. níala, sí,

ella

deseaba ajustar cuentas era con

el tio


169

Lúeas...,

—Seña ma,

al

Lúeas no estaba

el tio

y

— — he

Frasquita

ver que

vido de su

la

sitio:

allí.

noble da-

repitió la

molinera no se habia mole

dicho á V. que

puede pasar y sentarse. Esta segunda indicación fué hecha con

más

voz ra...

afectuosa

Dijérase

y

sentida que la prime-

que

la

corregidora habia

adivinado también por instinto, el

reposado continente y en

la

al fijarse

en

varonil her-

mosura de aquella mujer, que no

iba á ha-

un ser bajo y despreciable, sino quizás más bien con otra infortunada bérselas con

como ella;

¡infortunada,

cho de haber conocido

al

sí,

por

el

solo

he-

corregidor!

Cruzaron, pues, sendas miradas de paz y de indulgencia aquellas dos mujeres que se consideraban dos veces rivales, y notaron

con gran sorpresa que sus almas se aplacieron

la

una en

la

otra,

como dos hermanas

que se reconocen.

No de

otro

modo

se divisan v se saludan

á lo lejos las castas nieves de las encumbra-

das montañas.


— 170

Saboreando estas dulces emociones, molinera entró majestuosamente en

y se sentó en

A

su paso por

que en

de una

el filo

el salón,

silla.

molino,

el

la

calculando

ciudad tendría que hacer visi-

la

de importancia, se habia arreglado un

tas

poco y puéstose una mantilla de franela negra, con grandes felpones, que le sendivinamente.

taba

Parecía toda una se-

ñora.

Por

que toca

lo

al

habia

corregidor,

guardado silencio durante aquel episodio. El rugido de ción en

la

la

seña Frasquita y su apari-

escena, no habían podido

de sobresaltarlo. Aquella mujer ya

más

terror

que

la

—Conque vamos, tiene

V

.

causaba

suya propia. tio

Lúeas

Doña Mercedes, dirigiéndose Ahí

le

menos

prosiguió

á su marido.

á la seña Frasquita .

.

.

¡

Puede

V

.

volver á formular su demanda!

—Mercedes,

¡por los clavos de Cristo!

gritó el corregidor.

de

lo

que soy capaz!

juro á que dejes

la

¡Mira que tú no sabes

¡Nuevamente

te

Con-

broma y me digas todo

lo


171

que ha pasado aquí durante mi ausencia!

¿Dónde

está ese

—¿Quién?

hombre?

¿Mi marido? Mi marido se

está levantando,

y

ya no puede tardar en

venir.

—bramó D. Eugenio. — V. —¿Se asombra V.?Pues ¿dónde ¡Levantándose!

queria

que estuviese

á estas horas

un hombre de

bien, sino en su casa, en su cama,

miendo con su

y dur-

como

consorte,

legítima

manda Dios?

¡Merceditas! ¡Ve lo que te dices!

para en que nos están oyendo!

que yo soy

el

¡Re-

¡Repara en

corregidor!...

— ¡A mí no me dé V. mandaré V. que — poniénde — ¡Yo de — de déla Rey apoderado —repuso gran con una voces,

á los alguaciles

á la cárcel!

dose

Lúeas, ó

lleven á

replicóla corregidora,

pié.

á

la

lo

tio

la cárcel!

¡Yo!

corregidor

¡El

ciudad!

El corregidor

sentante

la

ciudad,

severidad

señora

y una energía que ahogaron

repre-

del

justicia, el

la

el

la

voz del fin-


172

gido molinero,

llegó á su

casa á

la

hora

debida, á descansar de las nobles tareas de

su

oficio,

honra y

para seguir

la

mañana amparando

la

vida de los ciudadanos, la santi-

dad del hogar y el recato de las mujeres, impidiendo de este modo que nadie pueda entrar disfrazado de corregidor ni de nin-

guna

otra cosa en la alcoba

de

la

que nadie pueda sorprender

na;

mujer ajeá la virtud

en su descuidado reposo; que nadie pueda abusar de su casto sueño...

jMerceditas!

¿Qué

es lo

que profieres?

con labios y encías. jSi es verdad que ha pasado eso en mi casa, silbó el corregidor

diré

que eres una picara, una

pérfida,

una

licenciosa!

—¿Con quién rumpió

la

pasando

la vista

tes.

habla este hombre?

pro-

corregidora desdeñosamente,

—¿Quién

y

por todos los circunstan-

es este loco? ¿Quién

es este

ebrio? ¡Ni siquiera puedo ya creer que sea

un honrado molinero como

el tio

Lucas, á

pesar de que viste su traje de villano!

ñor Juan López, créame V.

—Se-

continuó, en-


— 173

carándose con

el

estaba aterrado.

de

que

alcalde de monterilla,

—Mi marido,

el

corregidor

ciudad, llegó á esta su casa hace dos

la

horas, con su sombrero de tres picos,

su

capa de grana, su espadín de caballero y su bastón de autoridad... Los criados y alguaciles

que

me escuchan

saludaron la

escalera

al

se levantaron

y

lo

verlo pasar por el portal, por

y por

el

en seguida todas

recibimiento. Cerráron-

y desde entonces no ha penetrado nadie en mi hogar

se

las puertas,

que llegaron VV.

hasta

¡Es esto cierto?

Responded vosotros...

¡Es verdad! ¡Es

taron

la

triles;

muy

verdad!

nodriza, los domésticos

y

contes-

los minis-

todos los cuales, agrupados á

la

puerta

del salón, presenciaban aquella singular es-

cena.

¡Fuera de aquí todo

el

mundo!

gritó

D. Eugenio, echando espumarajos de rabia.

— ¡Garduña!

á estos viles peto!

que

¡Todos á

¡Garduña! ¡Ven y prende

me

están faltando al res-

la cárcel!

¡Todos á

Garduña no parecía por ningún

la

horca!

lado.


— 174

— Además, señor— continuó Doña Mercedes, cambiando de tono y dignándose ya

mirar á su marido y tratarle como á

tal, te-

merosa de que

á

las

chanzas llegaran

irre-

—Supongamos que

mediables extremos.sea

mi esposo.

.

.

Supongamos que V.

sea

V.

don

Eugenio de Zúñiga y Ponce de León...

— —Supongamos, ¡Lo soy!

alguna culpa

además, que

me

cupiese

en haber tomado por V.

hombre que penetró en mi

al

alcoba vestido

de corregidor...

mano

¡Infames!

gritó

echando

y encontrándose sólo con faja de molinero murciano.

y con

la

La navarra se tapó la

viejo,

á la espada,

el sitio,

de

el

el rostro

con un lado

mantilla para ocultar las llamaradas

de sus celos.

—Supongamos

todo lo que V. quiera,

continuó doña Mercedes con una impasibilidad inexplicable.

— Pero dígame V.

ahora,

señor mió: ¿Tendría V. derecho á quejarse? ¿Podría V. acusarme

como

fiscal?

¿Podría V.

sentenciarme como juez? ¿Viene V. acaso


175

del

sermón? ¿Viene V. de confesar? ¿Vie-

ne V. de oír misa?

¿O de dónde viene V.

con ese traje? ¿De dónde viene V. con esa señora? ¿Dónde ha pasado V.

mitad de

la

la

noche?

—Con

permiso,

—exclamó

queta, poniéndose de

pié,

seña Fras-

la

como empujada

por un resorte, y atravesándose arrogante-

mente entre

la

corregidora y su marido.

Este, que iba á hablar, se quedó con

boca abierta

al

ver que

la

navarra entraba en

la

fuego.

Pero doña Mercedes se anticipó, y dijo: Señora, no se fatigue V. en darme á

mí explicaciones... Yo no se ted,

ni

mucho menos...

puede pedírselas á justo

V. con

las

pido á us-

Allí viene quien

título.

[Entiéndase

él!

Al mismo tiempo se abrió

un gabinete, y apareció en

la

puerta de

ella el tío

Lúeas,

vestido de corregidor de pies á cabeza, y con bastón, guantes y espadín, como si se

presentase en las salas de Cabildo.


XXXII. La fe mueve

—Tengan pronunció

las

montañas.

VV. muy buenas

noches,

recien llegado, quitándose el

el

sombrero de

y hablando con la boca sumida, como D. Eugenio de Zúñiga.

En

tres picos,

seguida se adelantó por

el salón,

ba-

lanceándose en todos sentidos, y fué á besar la

mano de

la

corregidora.

Todos se quedaron estupefactos. El parecido del

tio

Lúeas con

el

verdadero corre-

gidor era maravilloso.

Así es que

mismo

Sr.

la

servidumbre, y hasta

el

Juan López, no pudieron conte-

ner una carcajada.


— 177

D. Eugenio

nuevo agravio, y Lúeas como un basi-

sintió aquel

se lanzó sobre el tio lisco.

Pero

la

apartando

seña Frasquita metió al

corregidor

el

montante,

el

brazo de

con

y su señoría, en evitación de otra

marras,

y del consiguiente escarnio, se dejó atropellar sin decir oxte ni moxte. voltereta

Estaba visto que aquella mujer habia nacido para domadora del pobre viejo.

El

tio

muerte

al

Lúeas se puso más pálido que ver que su mujer se

le

la

acercaba;

pero luego se dominó, y, con una risa tan horrible que

tuvo que llevarse

corazón para que no se dijo,

remedando siempre

¡Dios te

le hiciese al

al

pedazos,

corregidor:

el

nombramiento?

¡Hubo que ver entonces á la

mano

guarde, Frasquita! ¿Le has

enviado ya á tu sobrino

Tiróse

la

la

mantilla atrás, levantó

navarra! la

frente

con una soberbia de leona, y, clavando en el falso corregidor dos ojos como dos puñales,

¡Te desprecio, Lúeas!

le dijo

tad de la cara. 12

en mi-


178

Todos creyeron que gesto, tal

tal

ademan y

le

tal

habia escupido:

tono de voz acen-

tuaron aquella frase.

El rostro del molinero se transfiguró oir la

al

voz de su mujer. Una especie de ins-

piración, semejante á

la

de

la fe religiosa,

alma, inundándola

habia penetrado en su

de luz y de alegría... Así es que, olvidándose por el momento de cuanto habia visto

y creído ver en

el

molino, exclamó con las

lágrimas en los ojos y

la

sinceridad en los

labios:

—¿Conque — — — ¡Yo no soy

tú eres

¡No!

sí.

respondió

mi Frasquita! la

navarra fuera de

ya tu Frasquita!

Yo

soy...

¡Pregúntaselo á tus hazañas de esta noche,

y

ellas te dirán

lo

corazón que tanto

Y hielo

que has hecho de este te quería!...

se echó á llorar,

como una montaña de

que se hunde y principia

á derretirse.

La corregidora se adelantó hacia

ella sin

poder contenerse, y la estrechó en sus brazos con el mayor cariño.

La seña Frasquita se puso entonces

á

be-


179

tampoco

sarla, sin saber

sus

entre

diciéndole

lo

que se hacia,

sollozos,

como una

niña que busca amparo en su madre:

— Señora — ¡No ;

señora

,

! ¡

Qué

desgraciada

soy!

tanto

como V.

tábale la corregidora,

se figura!

contes-

llorando también ge-

nerosamente.

— ;Yo al

que soy desgraciado!

mismo tiempo

el

tío

—gemia

Lúeas, andando á

puñetazos con sus lágrimas, como avergon-

zado de verterlas.

— Pues

¿y yo?

— prorumpió

al

Eugenio, sintiéndose ablandado por tagioso lloro de los

varse

también

decir, por

la

por

fin

Don

el

con-

demás, ó esperando la via

sal-

húmeda; quiero

via del llanto.

— ¡Ah,

yo soy

un picaro! ¡Un monstruo! ¡Un calavera deshecho, que ha llevado su merecido!

Y zado á

Y

rompió la

á berrear tristemente,

abra-

barriga del Sr. Juan López.

éste

y

los

criados lloraban de igual

manera, y todo parecía concluido, y sin embargo, nadie se habia explicado.

-


XXXIII. Pues ¿y

El flote

tío

Lúeas fué

el

primero que

salió á

en aquel mar de lágrimas.

Era que empezaba lo

tú?

que habia

á acordarse otra vez

visto por el ojo

vamos — —No hay —exclamó una de V. — — ¡Nada de Señores,

de

de

la llave.

á cuentas!...

dijo

de

pronto.

cuentas que valgan, la

eas,

es

corregidora.

tio

— ¡Su

Lú-

mujer

bendita!

Bien... sí... pero... pero!... Déjela V. hablar, y

verá

cómo

se justifica.

Desde que

la vi,

me


— .

181

dio

el

corazón que era una santa, á pesar

de todo

lo

que V.

— ¡Bueno, Lúeas. — ¡Yo no — que El

ra.

Porque

Y

la

la

me

que

habia contado...

hable!...

el

hablo!

tiene

que hablar eres

contestó

verdad es que

la

tio

molinetú...

tú...

seña Frasquita no dijo más, en vir-

tud del invencible respeto que la

dijo

le inspiraba

corregidora.

— Pues ¿y — perdiendo de nuevo —Ahora no tú?

respondió toda

se trata

el

tio

Lúeas,

ella,

gritó el

fe.

de

corregidor, tornando también á sus celos. ¡Se trata de V.

!

...

Se

trata

de esta señora.

.

]Ah! Merceditas... ¿Quién habia de decir-

me que

tú...

—Pues

¿tú?

midiéndolo con

— repuso

la

corregidora,

la vista.

Y durante algunos

momentos

los

dos ma-

trimonios repitieron cien veces las mismas frases:

—¿Y

tú?

—¿Pues y

tú?


.

182

— ¡Vaya, que — ¡No que —Pero ¿cómo has podido tú!

tú!

.

.

Etc., etc., etc.

La cosa hubiera sido interminable

si

la

no

corregidora, revistiéndose de dignidad, dijese por último á

D. Eugenio:

¡Mira, cállate tú ahora! Nuestra cues-

más adelanmomento es devol-

tión particular la ventilaremos te.

Lo que urge en

ver

la

muy

paz

Sr. Juan

corazón del

al

fácil á

este

mi

á Toñuelo,

tando por justificar á

— ¡Yo no hombres! —

pues

juicio;

López y

la

necesito que

de mayor crédito,

que he seducido

Lúeas; cosa

allí

distingo al

que están

sal-

seña Frasqulta...

me justifiquen

respondió ésta.

tigos

tio

á

—Tengo dos

los

tes-

quienes no se dirá

ni sobornado...

—Y ¿dónde —preguntó en —Están — Pues que suban, con permiso de —Las pobres no están?

el

nero.

abajo,

la

puerta...

diles

esta señora.

podrían subir...

moli-


183

¡Vaya un — son —Tampoco dos dos hembras... que — nombres. Hazme de decirme Li— La una Piñona y — — yendo de mí? hablando muy —No: que ¡Ah!

¡Son dos mujeres!...

testimonio fidedigno!

mujeres.

son

Sólo

peor! ¡Serán dos niñas!...

¡Peor

sus

el favor

se llama

la otra

viana...

¡Nuestras dos burras!

estás

Frasquita: ¿te

ri

estoy

Yo puedo

formal.

probarte con

nuestras burras que el

no

el

me

testimonio

de

encontraba en

molino cuando tú viste en

él

al

señor

corregidor...

¡Por Dios te pido que te expliques!...

—Oye,

Lúeas... y muérete de vergüenza

por haber dudado de mi honradez. Mientras tú ibas esta noche desde el lugar á nuestra

casa, yo

me

dirigía

desde nuestra casa

al

lugar, y por consiguiente, nos cruzamos en el camino. Pero tú marchabas fuera de él, ó

por mejor decir,

te

habías detenido á echar

unas yescas en medio de un sembrado...


184

—Es verdad que me —En rebuznó —

detuve... Continúa.

tu borrica...

esto

¡Justamente! ¡Ah, qué

bla, habla,

feliz

soy! ¡Ha-

que cada palabra tuya me de-

vuelve un año de vida!

—Y — —Eran

rebuzno

á aquel

el

contestó otro en

le

camino... ¡Oh!

sí...

sí...

¡Me

¡Bendita seas!

parece estarlo oyendo! Liviana y Piñona, que se habian

y se saludaban como buenas amigas, mientras que nosotros dos ni nos reconocido

saludamos

nos reconocimos...

ni

— ¡No me —Tan no

digas más!...

¡No

me

digas

más!...

nos reconocimos

seña Frasquita,

— que

los

mos y salimos huyendo en trarias...

en

el

continuó

la

dos nos asustadirecciones con-

¡Conque ya ves que yo no estaba

molino!

Si

qué encontraste nuestra cama,

quieres saber ahora por al

señor

corregidor

tienta esas ropas

que

en

llevas

y que todavía estarán húmedas, y dirán mejor que yo. ¡Su señoría se

puestas, te lo


185

cayó en

molino, y Garduña

caz del

el

lo

desnudó y lo acostó allí! Si quieres saber por qué abrí la puerta... fué porque creí

que eras

que se ahogaba y me llamaba Y, en fin, si quieres saber lo

tú el

á gritos...

del nombramiento... Pero no tengo

decir por te

presente.

la

masque

Cuando estemos

enteraré de ese y otros particulares.

solos .

que

.

no debo referir delante de esta señora.

— ¡Todo

que ha dicho

lo

quita es verdad!

la

gritó el Sr.

seña Fras-

Juan López,

deseando congraciarse con Doña Mercedes, visto

que

ella

— guiendo —

la

regidor,

muy

¡Todo!

imperaba en ¡Todo!

el

corregimiento.

añadió Toñuelo,

si-

corriente de su amo.

¡Hasta ahora... todo!

caciones de

la

—agregó

complacido de que

el

cor-

las expli-

navarra no hubieran ido

más

lejos...

— ¡Conque Lúeas, en — eres

tanto el tio

dencia.

¡Frasquita

alma! ¡Perdóname te

dé un abrazo!...

inocente!

— exclamaba

rindiéndose á mia!

la

evi-

¡Frasquita de

la injusticia,

mi

y deja que


186

— Esa

es harina de otro costal...

hurtando

testó la molinera,

tes de abrazarte,

necesito

el

— con—An-

cuerpo.

oir

tus explica-

ciones...

— Yo — y por Doña Mercedes. que — ¡Hace una de — —Pero no — mamirando desdeñosamente — que hayan las

daré por

mí,

dijo

estoy

espe-

él

hora

las

profirió el corregidor, tratando

rando!

erguirse.

continuó

daré

las

corre-

á su

gidora, rido

la

des-

estos señores

hasta

cambiado vestimentas... y aun entonces, se las daré tan sólo á quien merezca oirías.

—Vamos... Vamos jole el

murciano

mucho de no

á

á

descambiar...

dí-

D. Eugenio, alegrándose

haberlo asesinado, pero mi-

rándolo todavía con un odio verdaderamente morisco.

¡El traje de Vuestra Señoría

ahoga! ¡He sido lo

muy

desgraciado mientras

he tenido puesto!...

— ¡Porque no — ¡Yo

lo entiendes!

el

me

corregidor.

respondióle

estoy, en cambio,

seando ponérmelo, para ahorcarte

á tí

dey

á


187

medio mundo,

si

no

me

satisfacen las

ex-

culpaciones de mi mujer!

La corregidora, que oyó estas palabras, tranquilizó á risa,

propia

la

reunión con una suave son-

de aquellos afanados ángeles

cuyo ministerio es guardar

á los

hombres.


XXXIV. También

la corregidora es

Salido que hubieron de

gidor y

Lúeas

el tio

corregidora en

,

el sofá;

guapa.

la sala

el

corre-

sentóse de nuevo

la

colocó á su lado á

la

seña Frasquita, y, dirigiéndose á los domésticos

y ministriles que obstruían

les dijo

puerta,

con afable sencillez:

¡Vaya! muchachos, contad ahora vos-

otros todo lo malo

Avanzó

el

ama de en

leche, la

que sepáis de mí.

cuarto estado, y diez voces qui-

sieron hablar á

tenia

la

un mismo tiempo; pero

como

casa,

la

el

persona que más alas

impuso

silencio á los

mas, y dijo de esta manera:

de-


— 189

— Ha de

saber V., seña Frasquita, que

estábamos yo y mi señora esta noche cuidado de los niños, esperando á ver

al si

amo, y rezando el tercer rosario para hacer tiempo, pues la razón que habia

venia

el

traído

Garduña era que andaba

el

señor cor-

regidor detrás de unos facinerosos

muy

ter-

y no era cosa de acostarse hasta verlo entrar sin novedad, cuando sentimos ribles,

ruido de gente en es

la

alcoba inmediata

,

que

donde mis señores tienen su cama de

matrimonio. Cogimos

la

luz,

muertas

de

miedo, y fuimos á ver quién andaba en

la

cuando ¡ay Virgen del Carmen!

al

alcoba, entrar,

vimos que un hombre, vestido como

mi señor, pero que no era

él

(¡como que

era su marido de V!), trataba de esconderse debajo de

la

cama.

«¡Ladrones!» prin-

cipiamos á gritar desaforadamente,

momento después

la

y

un

habitación estaba llena

de gente, y los alguaciles sacaban arrastrando de su escondite al fingido corregidor.

—Mi

conocido

señora, que, al

tio

Lúeas

como ,

todos, habia re-

y que lo vio

con


— 190

matado

aquel traje, temió que hubiese

amo, y empezó

á dar

unos lamentos que

«¡A

partían las piedras...

((¡Ladrón! ¡Asesino!» era

bra que oia taba

y

el tio

como un

Lúeas, y

jo... lo

— Pero viendo

llevaban ya á

lo

que voy

á repetir,

cárcel, di-

la

aunque verdade«Señora,

seria para callado:

»yo no soy un ladrón el

que es-

es

difunto, arrimado á una pared

ramente mejor

»y

demás.

mejor pala-

la

así

sin decir esta boca es mia.

luego que se

¡A

la cárcel!

la cárcel! y> decíamos entre tanto los

al

ni

un asesino;

el

ladrón

asesino de mi honra está en mi casa,

«acostado con mi mujer.»

— —

¡Pobre Lúeas!

quita.

¡Pobre de

—murmuró —

mí!

suspiró

la

seña Fras-

corregi-

la

dora.

— Eso dijimos

todos...

«¡Pobre

eas y pobre señora!»... porque...

tio

Lú-

vamos

..

ya teníamos ciertos antecedentes de que mi

señor había puesto los ojos en V...; y, aunque nadie se figuraba que V...

— ¡Ama! —exclamó

severamente

la

cor-


191

regidora.

— ¡No

siga V. por ese camino!...

— Continuaré alguacil

,

yo por

— —

otro

un

dijo

aprovechando aquella coyuntura

para apoderarse de eas,

el

palabra.

la

que nos engañó de

El

tio

Lú-

con su traje

lo lindo

y su manera de andar cuando entró en

la

tomamos por

el se-

ñor corregidor, no habia venido con

muy

casa, tanto

que todos

lo

buenas intenciones que digamos, y si la señofigúrese V. ra no hubiera estado levantada .

.

.

que habría sucedido...

lo

— ¡Vamos! rumpió

la

más que

¡Cállate

tú también!

— ¡No —

cocinera.

tonterías!

Pues,

estás

inter-

diciendo

seña Fras-

sí,

quita: el tio Lúeas, para explicar su presencia

en

la

alcoba de mi ama, tuvo que con-

fesar las intenciones

que y

le

la

que

traia...

¡Por cierto

señora no se pudo contener

al oirlo,

arrimó una bofetada en medio de

boca, que le dejó

la

dentro del cuerpo!

mitad de

las

—Yo misma

la

palabras

lo llené

de

y denuestos, y quise sacarle los ojos... Porque ya conoce V., seña Frasinsultos

quita,

que aunque sea su marido de V.,


— 192

de

eso

— ro,

venir

con

manos

sus

¡Eres una bachillera!

poniéndose delante de

más hubieras querido

lavadas...

— —¿Qué —En

gritó el porte-

oradora.

la

tú?...

fin,

seña

y vamos al asunto. La señora hizo y dijo lo que debia... pero luego, calmado ya su enojo, compadeFrasquita, óigame V. á mí,

cióse del

tio

Lúeas y paró mientes en

el

mal proceder del señor corregidor, viniendo á pronunciar estas ó parecidas palabras:

«Por infame que haya sido su pensamiento »de V.,

tio

Lúeas, y aunque nunca podré

«perdonar tanta insolencia, es menester que »su mujer de V. y mi esposo crean durante

«algunas horas que han sido cogidos en sus «propias redes y que V., auxiliado por ese «disfraz, les ha devuelto afrenta por afren»ta!

¡Ninguna venganza mejor podemos

«mar de

ellos

que

este

engaño tan

«desvanecer cuando nos acomode!

»

to-

fácil

de

— Adop-

tada tan graciosa resolución, la señora y el tio

Lúeas nos aleccionaron

á todos

de

lo

que

teníamos que hacer y decir cuando volviese su señoría, y por cierto que yo le he pegado


193 á

Garduña

no se

le

tal

palo en

olvidará en

la

que creo

rabadilla,

mucho tiempo

la

noche

de San Simón y San Judas... Cuando el portero dejó de hablar, ya hacia rato

que

cuchicheaban

la al

corregidora y

la

molinera

oido, abrazándose

y besán-

dose á cada momento, y no pudiendo en ocasiones contener ;

lo

la risa.

Lástima que no haya llegado á saberse

que hablaban!...

—Pero

figurará sin gran esfuerzo; y

el

lector se lo

si

no

el lector,

la lectora.

13


XXXV. Decreto imperial.

Regresaron en esto á dor y

sala el corregi-

la

Lúeas, vestido cada cual con su

el tio

propia ropa.

— ¡Ahora me el

toca á mí!

entró diciendo

insigne D. Eugenio de Zúñiga.

Y, después de dar en bastonazos, (á guisa

oficial,

y una

corregidora con un én-

frescura indescriptibles:

Merceditas: estoy

plicaciones.

que no se sentía

que su caña de Indias tocaba en

la tierra), díjole á la

fasis

suelo un par de

como para recobrar su energía

de Anteo

fuerte hasta

el

esperando tus ex-


195

Entre tanto,

do y

la

le tiraba al

molinera se habia levantatio

Lúeas un pellizco de

paz, que le hizo ver estrellas, mirándolo al

mismo tiempo con desenojados y hechiceros ojos.

El corregidor, que observara aquella pan-

tomima, quedóse hecho una pieza, tar á explicarse

sin acer-

una reconciliación ian inmo-

tivada. Dirigióse, pues, de le dijo

nuevo á su mujer, y

hecho un vinagre:

Señora:

¡Todos se entienden menos

Sáqueme V. de dudas. ¡Se do como marido y como corregidor! nosotros!

Y

man-

dio otro bastonazo en el suelo.

—¿Conque -

lo

se

— exclamó doña Eugenio. — Pues no —

marcha V.?

Mercedes acercándose

á la seña

Frasquita

y sin hacer caso de D. vaya V. descuidada, que este escándalo tendrá

alumbra

ningunas

á estos señores,

marchan...

consecuencias.

¡Rosa!

que dicen que se

—Vaya V. con — eldeZúñiga, Lúeas no — que Dios,

¡Oh... no!

poniéndose.

¡Lo

gritó

tio

Lúeas. inter-

es el tio

se


— .

196

marcha! El

Lúeas queda arrestado hasta

tio

que sepa yo toda les!

¡Favor

la

verdad. ¡Hola, alguaci-

al rey!...

Ni un solo ministro obedeció genio. Todos miraban á

— jA

ver,

la

hombre, deja

á

D.

Eu-

corregidora. el

paso libre!

añadió ésta, pasando casi sobre su marido y despidiendo á todo el mundo con la mayor finura; es decir, con la cabeza ladeada, co-

giéndose

la falda

con

la

punta de los dedos

y agachándose graciosamente, hasta completar la reverencia que á la sazón estaba de

moda, y que se llamaba Pero yo. Pero tú

.

.

pero aquellos...

.

la

pompa.

. .

Pero nosotros.

seguía mascujando

el

.

ve-

mujer del vestido y perturbando sus cortesías mejor iniciadas.

jete, tirándole á su

¡Inútil afán!

Nadie hacia caso de su se-

ñoría.

Marchado que ya en

el

se hubieron todos, y solos

salón los desavenidos cónyuges, la

corregidora se dignó

al fin

decirle á su es-

poso, con el acento de una Czarina de todas las

Rusias que fulminase sobre un ministro


:

197

caido

orden de perpetuo destierro

la

á

la

Siberia

Mil años que vivas ignorarás

lo

que ha

pasado esta noche en mi alcoba. Si hubieras estado en

ella,

como

no

regular,

era

tendrías necesidad de preguntárselo á nadie.

Por

lo

que

á

toca,

no hay ya ni habrá

jamás razón ninguna que pues

tisfacerte;

que

si

te

no fueras

arrojaba ahora

el

me

obligue á sa-

desprecio de

tal

modo,

padre de mis hijos,

mismo por

ese balcón.

te

—Con-

que buenas noches, caballero. Pronunciadas estas palabras, que D. genio oyó sin pestañear (pues

lo

Eu-

que es

á

solas no se atrevía con su mujer), la corre-

gidora penetró en el gabinete y del gabinete

en

la

sí,

y

alcoba, cerrando las puertas detrás de el

pobre hombre se quedó plantado en

medio de

la sala,

murmurando

entre encías

(que no entre dientes) y con un cinismo de que no habrá habido otro ejemplo:

— Pues

señor, no esperaba

tan bien... ¡Garduña

me

yo escapar

buscará otra!


XXXVI. Conclusión, moraleja y epílogo.

Piaban

cuando lían

de

los pajarillos

alba,

Lúeas y la seña Frasquita saciudad con dirección á su molino.

la

á pié, y delante

caminaban apareadas

le

el

el tio

Los esposos iban

saludando

las

la

ellos

dos burras.

El domingo tienes que

decia

de

ir á

confesar

molinera á su marido;

— pues

necesitas limpiarte de todos los malos juicios

y criminales propósitos de esta noche. Has pensado muy bien contestó el

molinero.

—Pero

cerme otro

favor,

tú, entre tanto, vas á

y

ha-

es dar á lo» pobres los


.

199

ropas de nuestra cama, y Yo no me acuesto ponerla toda de nuevo.

colchones y

las

donde ha sudado aquel bicho venenoso!

— ¡No la

me

nombres, Lúeas!

lo

seña Frasquita.

—Mejor

es que

replicó

hablemos

de otra cosa. Tengo que pedirte un segundo favor.

.

—Habla.

— verano que tomar baños Solan de Cabras. —¿Para qué? — Para tenemos Te —

viene vas á llevarme á

El

del

los

ver

hijos.

si

¡Felicísima idea!

llevaré,

si

Dios

nos da vida.

Y con esto llegaron al sin

el sol,

las

haber salido todavía, doraba ya

cúspides de

A

la

las

esperaban nuevas visitas de

altos personajes el

montañas.

tarde, con gran sorpresa de los es-

posos, que no

como

molino, á punto que

de

la

después de un escándalo

precedente noche, concurrió

al

molino más señorío que nunca. El venerable


200

prelado,

muchos canónigos,

dos priores de

jurisconsul-

el

y otras varias personas (que luego se supo habían sido convoto,

cadas

allí

frailes

por Su Señoría Ilustrísima) ocupa-

ron materialmente

la

empe-

plazoletilla del

drado. Sólo faltaba

el

corregidor.

Una vez reunida obispo tomó

la

la

palabra,

tertulia,

y

yendo

á ella lo

cosas en

ciertas

aquella casa, sus canónigos

mismo que

ni los

honrados molineros ni

sonas

allí

y

señor

que, por lo

dijo:

mismo que habían pasado

el

él

seguirían

antes, para las

que

demás per-

presentes participasen de

la

cen-

sura pública, que sólo merecía aquel que

había profanado con su torpe conducta una

reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó paternalmente á

que en

lo

la

sucesivo fuese

seña Frasquita para

menos provocativa

y tentadora en sus dichos y ademanes, y procurase llevar más cubiertos los brazos y más alto el escote del jubón. Aconsejó al tio Lúeas el desinterés, la circunspección

y

la

verdadera modestia, y concluyó dando


201

como comería con mucho

bendición á todos, y diciendo que,

la

aquel dia no ayunaba, se

gusto un par de racimos de uvas.

Lo mismo opinaron este último particular.

.

todos... .

,

y

la

respecto de

parra se quedó

temblando aquella tarde.

— ¡En dos

de uvas apreció

el

el

gasto

arrobas

molinero!

Cerca de tres años continuaron estas sabrosas reuniones, hasta que, contra visión de todo el los ejércitos

de

la

de Napoleón y se armó

guerra

la

Independencia. el

magistral y

el

tenciario murieron el año de 8, y el los

pre-

mundo, entraron en España

El señor obispo,

y

la

demás

contertulios en los de

y 12, por no poder

peni-

abogado

9,10,11

sufrir la vista

franceses, polacos y otras alimañas

de

los

que in-

vadieron aquella tierra y que fumaban en pipa, en el Presbiterio de las iglesias, durante la Misa de la tropa!

El corregidor, que nunca más tornó molino, fué destituido por bastiani,

y murió en

el

mariscal

la cárcel alta

al

Se—

de Gra-


202

nada, por no haber querido ni

un

solo ins-

tante

(dicho sea en honra suya) transigir

con

dominación extranjera.

la

Doña Mercedes no

se volvió á casar, y

educó perfectamente á sus á la vejez á

un convento

,

hijos, retirándose

donde acabó sus

dias en opinión de santa.

Garduña

se hizo afrancesado.

El Sr. Juan López fué guerrillero y mandó

una partida, muriendo, alguacil,

en

la

lo

mismo que su

famosa batalla de Baza, des-

pués de haber matado

muchísimos fran-

ceses.

Finalmente:

el tio

Lúeas y

la

seña Fras-

quita (aunque no llegaron á tener hijos, á

pesar de haber ido

al

Solan de Cabras y de

haber hecho muchos votos y rogativas), siguieron siempre amándose del propio do, y alcanzaron una edad

viendo desaparecer

el

muy

mo-

avanzada,

absolutismo en

1812

y 1820, y reaparecer en 1811 y 1823, hasta que, por último, se estableció de nue-

vo

el

Rey

Sistema Constitucional á

la

muerte del

Absoluto, y ellos pasaron á mejor vida


203

(precisamente

Guerra

al estallar la

los siete aĂąos),

sin

que

copa que ya usaba todo

los el

civil

de

sombreros de

mundo pudiesen

hacerles olvidar aquellos tiempos... simbolizados por el

sombrero de

FIN.

tres picos.



.

ÍNDICE ugius.

Prefacio I. II

.

De cuándo sucedió la cosa De cómo vivia entonces la gente.

III.

Doutdes

IV.

Una mujer vista por fuera Un hombre visto por fuera y

V.

VI

.

Vn

.

VHI

7 17

21

24 29

35 38 42

por dentro Habilidades de los cónyuges El fondo de la felicidad El hombre del sombrero de tres

45

picos

IX X. XI .

f

Arre, burra!

51

Desde la parra El bombardeo de Pamplona .... Diezmos y primicias

54

Xin. XIV.

Le dijo el grajo al cuervo Los consejos de Garduña

76

XV

Despedida en prosa Un ave de mal agüero Un alcalde de monterilla

90 99

.

Xn

XVI

X Vn

.

.

.

.

59 70 81

1

02


.

206 PAGINAS.

XVIII

Donde

que el tio Lúeas tenia el sueño muy ligero. ... Voces clamantes in deserto La duda y la realidad ¡En guardia, caballero!

.

XIX.

XX

.

XXI. *XXI1 XXIII.

se verá

Garduña

se multiplica

Otra vez

el desierto

y

Un

rey de entonces

XXV.

La

estrella

XXIX XXX. .

XXXI. XXXII. XXXIII.

XXXIV.

XXXV

.

XXXVI.

113 125

las consa-

139

XXIV.

XXVII. XXVIII.

109

134

bidas voces

XXVI.

107

141

de Garduña

146

Reacción

150

¡Favor al rey ¡Ave María purísima, las doce y

152

media y sereno! Post nubila. Diana

157

Una

164

!

.

162

.

señora de clase

La pena del Talion La fe mueve las montañas

167

Pues... ¿y tú?

180

También la corregidora es guapa.

188

Decreto imperial

194

Conclusión, moraleja

y

epílogo.

176

198


OBRAS DEL MISMO AUTQR:

COSAS QUE FUERON.— Un tomo de 400 páginas, 16

POESÍAS SERIAS tomo en logo de

8.°, I).

con

rs.;

en

en provincias

8.°

de

más

18.

Y HUMORÍSTICAS. — Un

el retrato del

Juan Valera, de

la

autor y un pró-

Academia Espa-

ñola; 20 rs.

EL AMIGO DE LA MUERTE. tomo en

8.°,

(Novelas.)— Un

10 rs; en provincias 12.

AMORES Y AMORÍOS.— Un tomo (en prensa.)

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8.°

de lujo









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