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<.
i
RETRATO DE BOABDIL SIGLO XV.
AUTOR DESCONOCIDO
s
-o
\^Vo
t^
LA BATALLA DE Ll'CENA Y EL VERDADERO RETRATO DE
BOABDIL ESTUDIO IIISTÓRICO-ARTÍSIICO
AGUSTÍN
G.
DE AMRZÜA Y MAYO •
Bibliotecario de la R.
^
ti
Academia de Jorisprudencia
18D150 (¡-4 4-3
MADRID IMPRENTA CLÁSICA ESPAÍiOLA
1915
SE HAN TIRADO DE ESTA OBRA: 2 ejemplares
25
»
400
>
en gran papel imperial Japón. • » de hilo. papel pluma.
ES PROPIEDAD (^ueda prohibida la reproduccióa de láminas de este libro.
la»
A MI
MADRE
CARTA ABIERTA
Sr. D. Luis V'ald¿s
Mi querido amigo:
A su
que llegue ahora
usted
el
brillo.
Sin
ella,
a
a sus
manos
este
li-
buen seguro que no se hu-
Nada habrían perdido,
cier-
su falta las letras españolas;
pero
biera escrito nunca.
tamente, con
cariñosa porfía debe
acaso hubiera seguido oscurecido
hermoso y curiosísimo que usted posee; bien que
retrato
el
bra arrumbado
me
y arrumbado
al
de Boabdil
estampar
la
pala-
expreso mal, porque harto
sé la alta estima con
que usted
honroso puesto de que goza en
lo el
guarda y
el
seguro de su
hogar.
A
dar a conocer públicamente esa joya his-
tórica, a sacarla a la luz del
mundo,
se han di-
rígido,
estas breves
pues,
usted recibir y agasajar
que debe
[)ág¡nas,
como
a heraldos
y
fa-
rautes de tan principal personaje. N¡ ellas aspi-
ran a más, este
P211o
las
tampoco otro
tienen
ni
valor
que
humilde y secundario. explicará a usted,
le
por otra parte,
andanzas guerreras en que nos hemos me-
tido
con no pequeño asom-
Boabdil y yo,
bro de cuantos conocen nuestro natural conciliador
pacífico.
y
no ha sido
Y
créame asimismo que
sin violencia.
Porque
ni
los tiem-
pos que corremos consienten ya arcaicas descripciones de las batallas... viejas, ni
ción
va
día
del
la
afi-
por esos derroteros, ávida
de novedades y modernismos donde se afíne
y
alquitare
cen,
la
mudando
como por
sensibilidad, los espíritus,
en mi pobre en-
tender, con tales alquitaramientos ciones,
ahí di-
y sublima-
de varoniles y vigorosos en muelles
y afeminados.
Literatura
dente, torpe y laico altísima
artificiosa
remedo de aquella
y arrobadora de nuestros
que de modo tan
sutil
y decaotra
místicos,
adelgazaron los afectos
encumbraron y ennoblecieron llevándola en alas del más puro y fedel alma,
y tanto
cundo de
los
la
amores.
Con todo no hacen
al
eso,
y aparte
caso,
no creo
tales minucias, inútil
ni
baldía esta
postuma exhumación de una de nuestras téritas grandezas,
que
pre-
hoy que tanto y tan desme-
didamente aplaudimos y ensalzamos
las ajenas.
Señal patente y desconsoladora de nuestra decadencia espiritual, y de lo hondo y oscuro del
barranco en que, míseramente, han ido a rodar nuestros hermosos y pasados quijotismos.
Ad-
mirar demasiado una cosa equivale a confesarse inhábil o impotente para obrarla. Flaca y torpe, en verdad,
nemos un
tanto
su punto.
No
teras
tenemos
memoria. Refre-
la
admiración y pongámosla en niego yo que, allende las fronla
y en longincuas regiones,
se estén
dando
ahora muestras gallardísimas de valentía y heroísmo. Pero recordemos también que en ellas
no han sido
las
primeras ni
las únicas.
Los
ríos
en cuyas márgenes se libran tan cruentas batallas
vieron
tinto
muchas veces
el
caudal de sus aguas
en roja sangre española;
las tierras feraces
y ubérrimas de sus campiñas acaso fueron fértiles por huesos castellanos; aún campean todavía
por esquinales y torres de sus poblados los
recios escudos españoles, voz
no apagada de sus
empresas, eco glorioso de nuestras hazañas de
antaño, que Dios ha permitido que perduren,
para que, sin encerrarnos en
la
menguada con-
templación de nuestras llagas y
mos animosos
lacerias, alce-
los ojos, seguros
de nosotros
mismos y de nuestros destinos
seculares, vol-
viendo atrás
menester (aun-
que
la
la
cabeza,
si
atrás es
ignorancia lo tache de reaccionarismo),
para tornar a ser españoles, que harto lo tene-
mos
olvidado, con grave daño nuestro.
Hom-
bres de carne y hueso fueron nuestros abuelos,
como hombres también, y no monstruos, nes
ni briareos,
tita-
son los héroes extraños que
admiramos. Separados por
siglos,
por
razas,
por montañas y abismos, hermanos pueden
marse unos y
otros, a quienes
común, un mismo
ideal,
que
lla-
movió un algo
glorificó su carne,
que sublimó sus pasiones, que hizo grande y divino el vaso ruin que nos contiene: el amor santo de
la Patria...
Por estas razones, que hará usted bien en culpar de prolijas, no juzgo del todo inútil ni
perdida
la
anticuada narración de
olvidadas hazañas que en este
Ya que
las bélicas
y
librillo le ofrezco.
con incansable afán rebuscamos en
nuestro siglo veneros y filones de donde extraer invisibles partículas
de ese mágico radio, que,
más
aisladas
comunican e infunden tan
tarde,
maravillosos efectos en cuanto las rodea o toca,
revolvamos también los amarillentos per-
gaminos de nuestra gajos,
para sacar asimismo de
léculas de
y
le-
unas mo-
ellos
radio espiritual que vigorice nues-
tro abatido ánimo, al
historia, sus crónicas
que dé
y calor reveses de
fuerza, luz
alma española, acobardada por
los
la fortuna, consumida y aherrojada por tan negros y odiosos pesimismos. Para acabar con
y para enseñar a las futuras generaciones que no ha habido pueblo en el mundo que pueellos,
da sentirse más ufano y orgulloso de su pasado, ni
más seguro de su
porvenir,
mano
estuviera, haría esculpir
letras
en todas
que
los niños
fíjasen
las
si
en
raí
con broncíneas
escuelas nacionales, a fin de
de hoy, hombres de mañana,
las
en su corazón y en su memoria, para no
olvidarlas nunca, aquellas bellas, dignas
y con-
fortadoras palabras de uno de los gloriosos escritores del gran siglo
de oro,
el
insigne Juan
de Mal Lara: cRkconozcamos a Dios la merced que nos hizo hombres, no bestias; cristianos, no moros;
españoles, no
de otra nación.»
Acoja usted, pues, mi querido don Luis, benévolamente este
librillo;
ayúdeme, ya que es
suyo, a llevar también su carga, y cordial
y buen amigo que
mande
le quiere,
Agustín G. üe Amezla.
Madrid y Marzo de
1915.
a su
PARTE
I
LA BATALLA
Sólo Dios e« vencedor.
(Empresa de
la dinastía Naaari.)
En so.
el nombre de Dios, clemente y misericordioLa bendición de Dios sea sobre nuestro señor
Abú-Abd-il-Lah Mohammad,
y
noble. Salud
el
profeta escogido
y paz.
¡Humillémonos ante
los sabios juicios
de Al-lah
(excelsa sea su grandeza), que llamó para
sí al
gran historiador y poeta granadino Aben-Aljathib, quebró su pluma y apagó la poderosa luz de su fantasía entre los crispados dedos del
vil es-
clavo que por inicua orden lo estranguló en Fez!
Dios
más
le
otorgue su misericordia y
alto del paraíso,
le
asiente en lo
en su celestial morada.
Para su fecunda pluma,
rica
en tiernas casidas y
bélicos cantares, debía de estar guardada la des-
—
4
—
cripción de la hermosísima salida que
el
príncipe
de los muslimes y amparador de los creyentes
Abú-Abd-il-Lah
Mohammad
XI, el sultán valeroso,
grande, ilustre y puro, señor de las conquistas,
de
las caritativas
Granada
obras y dilatado pecho, hacía de
frente de un
al
muy
lucido ejército,
uno
de los postreros días del mes de Rabea-el-Ajar,
año de
la
Hégira 888
romanos arcos de
y no para alientos
el
la
de 1483), bajo los
(abril
famosísima puerta de Elvira,
perro muladí que, con desmayados
y mal tajada péñola, intenta ahora re-
constituirla
y evocarla.
Es muy de mañana. Apenas
si
se dejan oir toda-
vía en lo alto de los alminares las primeras llama-
das de los almuédanos, cuando por calles de la
Granada de
los
desfilar la hueste poderosa
pen
la
las ensortijadas
romances comienza a
y aguerrida.
— Rom-
marcha unos adalides moros, de blancos
al-
maizares, cotas jacerinas y dorados yelmos, apre-
tando las ricas estriberas de sus velocísimos y africanos corceles; tras ellos, y divididos en es-
cuadras y cohortes, las batallas de los peones, capitaneada cada una por su arráez, sujetos varios
de éstos a su arif o general; mézclanse en sus filas
muestras de todas las razas que han venido
refugiándose en
el territorio
granadino ante
el
,
empuje
irresistible
de
los poéticos ajimeces
niños, ancianos
dida que pasan,
armas
las
o en
lo alto
de
los terrados
y mujeres van nombrando, a mela estirpe
de que proceden: me-
tangerinos, andaluces,
riníes,
desde
cristianas;
alarbes y berbe-
riscos.
Y
el
cuando llería
el
la
chusma sube de punto
ruido acompasado y férreo de
la
caba-
mora, que tras ellos se escucha, anuncia
paso de da,
entusiasmo de
los
más bravos
jinetes
el
que aloja Grana-
vencedores en mil singulares escaramuzas:
Ginés Pérez de Hita hubiera reconocido en
ellos
sus famosos Gómeles, los bravos Abencerrajes, los sufridos
Almoradíes, los generosos Gazules y
los terribles Sarrazinos,
que juntos con Banegas,
Alabezes y Mazas mantienen en su esplendor gloriosas tradiciones de la
nobleza granadina.
Visten muchos de ellos guerreramente a tiano,
las
lo cris-
y entre todos componen un tropel hermosí-
simo y alegre, con sus apretados turbantes de colores varios, sus capellares y marlotas de terciopelos, brocados
y damascos; sus largas lanzas
de limpios, anchos y cortadores hierros; alfanjes guarnecidos de plata y oro, adargas bien labradas, fuertes jacerinas, bruñidas cotas
tes almetes,
dando
al
y
brillan-
aire todos ellos los sueltos
-
6
-
rapacejos de sus vistosos almaizares. También
van divididos en escuadras, y llevan, respectivamente, a su frente
la
de
ficativo del barrio
la
raya o estandarte
signi-
ciudad donde cada una
habita.
Y
manteniendo
la
antigua tradición granadina,
ostentan casi todas por blasones las puertas de su muralla, bordadas en sedas de brillantes colores
y con flocaduras y recamados de doradas hebras.
Una
a una van pasando
dos ojos de
la
estática
además ante
los
muchedumbre:
asombra-
la del
Acei-
tuno, blanca toda ella, con su olivo dibujado
su alrededor aceituno»;
leyenda en árabe
la
la del
pescado, donde junto a
bólica figura rezan las palabras la
de Bib-Arambla,
Racha, y
así,
las puertas
Mas he real o
la
sim-
moras Bab Nayd,
de Monayta,
de Bib-
la
tras ellas, otras quince banderas,
hasta completar
de
la
y a
entrada del
«la
el
número de
veinte, que era el
o salidas que contaba Granada.
aquí que en pos de todas asoma
el
pendón de Boabdil: es de damasco
guión
rojo;
de
su asta dorada caen cordones y borlas; no lleva otras insignias que un escudo, él la
res,
y atravesado en
banda diagonal y bermeja de
los
Alahma-
donde se lee en bordados caracteres
famoso de
la dinastía nazari:
el
lema
<íGaale galib Ule
— Ila^: Sólo
7
—
Dios es uencedor
*.
^
Aparece
Boadbil: moro de razonable estatura, buena tra-
bazón de miembros, rostro alargado, moreno, cabello bién,
y barba en punta, negros, ojos negros tampresos en grave melancolía; viene montado
a la jineta, según su usanza, en un caballo rucio blanco, enjaezado ricamente,
armada su persona
de una fuerte coraza forrada en terciopelo carmesí, con clavazón dorada, capacete grabado y
dorado, espada jineta, riquísimamente guarnecida
de plata y ataujía, quino
al
al cinto,
puñal o gumía damas-
costado diestro, lanza y adarga fuertes.
Sobre su coraza trae ceñida una amplia aijuba o marlota de terciopelo brocado carmesí, abierta
de arriba abajo y pespunteada con fino y dorado galón; artísticos dibujos de medallones sembrados de delicadas flores realzan
la tela,
que a
los ojos
del naciente sol brilla siniestramente rojiza
como
si toda estuviera tejida de cuajada sangre...
Lleva, no obstante,
la
mente
llena
de levanta-
dos y animosos pensamientos; propónese emular
y obscurecer
las
guerreras hazañas de su viejo
padre Abul-Hacen, vencedor un mes antes en
lomas de
la
Ajarquía malagueña de
caballería andaluza, soñando *
Véanse
las notas al final
de
él
con
la obra.
la flor
de
las la
el prestigio
-
8
-
del imaginado triunfo reducir a obediencia a las
ciudades rebeldes de su reino, levantadas contra su poder
^.
La empresa no podía comenzar bajo más güeños auspicios:
el
hala-
estrago y carnicería ejecu-
tados en las huestes castellanas tenía que haber
acobardado su ánimo, menoscabando su valentía; no
así
en
los
pechos moros, que, con
imaginan renacidos para
toria,
el
la
pasada vic-
Islam los tiem-
pos memorables del glorioso Al-Mansur. Reencar-
nado parece
el
legendario caudillo en
la
del terrible Jeque Alí-Atar, suegro del
figura
Rey y
terror de las fronteras cristianas, que a su lado
cabalga; a pesar de su edad provecta (no se sabe setenta u ochenta años), lleva aún erguida y
si
vigorosa su persona, de espantable catadura; en su brazo derecho empuña ta,
a
la cual
debe
el
el
gorguz, o lanza cor-
haber escalado los más altos
destinos del reino, entre ellos
y
el
la
Alcaldía de Loja
señorío de Sagra, desde su humilde condi-
ción de especiero, bien revelada por su
musulmán
Alzase en
según
la
suenan
nombre
*.
las calles
ensordecedora algarabía,
usanza morisca,
las cajas
al
paso de Abdallah; re-
y tambores de guerra; rompen
los aires las notas estridentes
de los añafiles y
—9— melendías; agítanse tocas, imanas y cendales des-
de
los alicatados ajimeces;
tores
suben de punto
y bendiciones coránicas desde
las
los ví-
columnas
afiligranadas de arabescos de los corredores; le-
vántanse a los cielos los brazos; palpitan agitados los pechos,
henchidos de esperanzas, y
llosa naturaleza,
da en
el delicioso
al
maravi-
que envolvió pletórica a Granaparaíso de sus cármenes y
munias, asociase también a
enviando
la
la
al-
hermosísima salida,
través del purísimo ambiente que
circunda los rayos de oro del sol
más
rutilante
la
y
esplendoroso que alumbró jamás vergel alguno.
Confundido con presencia
la
chusma granadina, también
la
bélica parada un cautivo cristiano
trovador; emociónanle hondamente
de
la
escena y
la cálida
accidentes todos, y
al
poesía que
grandeza
volver ensimismado a su
negra mazmorra del barrio de
rompe su
la
emana de sus
la
Antequeruela,
inspiración en aquellas lujosísimas es-
trofas, destinadas a
guardarse más tarde, como
joya inapreciable, en tro glorioso
el
arca sacrosanta de nues-
Romancero:
Por esa puerta de Elvira sale
muy gran
cabalgada.
¡Cuánto del hidalgo moro! ¡Cuánta de
la
yegua baya!
—
10
—
¡Cuánta de
la
lanza en puAo!
¡Cuánta de
la
adarga blanca!
¡Cuánta de marlota verde! ¡Cuánta aijuba de escarlata! ¡Cuánta pluma y gentileza! ¡Cuánto capellar de grana! ¡Cuánto bayo borceguí!
¡Cuánto lazo que ¡Cuánto de
la
esmalta!
le
espuela de oro!
¡Cuánta estribera de plata!
Toda
es gente valerosa
y experta para batalla.
En medio de todos ellos el Rey Chico de Granada.
va
Míranlo
de
las
damas moras
las torres del
Alhambra.
La Reina Mora, su madre, desta manera
Alá
te
le habla:
guarde, mi hijo;
Mahoma vaya
en tu guarda...
Esperaban, no obstante, jarse de su corte, tristes
y
al
Rey, antes de
ale-
siniestros presagios
de
la infelicidad
de
ta de Elvira,
y espantado acaso su caballo con
las aclamaciones
la
jornada. Al salir por
y vaivenes de
más numerosa y hacinada
allí
la
la
puer-
muchedumbre,
que en parte algu-
na, recejó violentamente, haciendo astillas la lan-
—
li-
za real contra una de las puertas. Acudieron presurosos a las riendas algunos viejos alfaquíes que
presenciaron
el caso, y,
turbados ante lo sinies-
tro del suceso, intentaron disuadir al
empresa. Pero Boabdil, desnudando
Rey de
la
corva
ci-
la
mitarra e hiriendo los ijares de la bestia, los ahu-
yentó colérico, haciendo avanzar su corcel
tiempo que decía: «Yo sé desafiar a
la
fortuna».
Otro accidente, empero, no menos aciago, aguardaba:
como un
al
tiro
cruzar Boabdil
de ballesta de
al
le
la
rambla del Beiro,
la
ciudad, apareció
una zorra de pelo reluciente y poblada cola, la cual, atravesando por medio de toda la hueste, pasó casi junto a
la
persona del Rey, hasta esca-
par ilesa de las javalinas y flechas que los solda-
dos tiraron para matarla.
Túvose
el
caso por de peor agüero aún que
el
precedente, y muchos de los moros principales
aconsejaron de nuevo
al
Rey que suspendiera
correría y tornara a la ciudad, hicieron; ticos,
como algunos
la
lo
mas Boabdil, burlándose de sus pronós-
sordo a sus ruegos y amonestaciones, prosi-
guió su camino, y avanzando en
anochecer a las puertas de Loja
^.
él,
llegaba
al
II
Estaban todos los alcaides de
las principales
fortalezas de la frontera cristiana con gran temor
—cuenta Zurita— esperando cada uno que sobre él
había de descargar
la
preñada tormenta que se
avecinaba, y este temor, más avivado entonces
que nunca por quía,
cautos
lo reciente del
desastre de
habíales hecho también '.
más
la
Ajar-
vigilantes
y
Y, señaladamente, quien entre todos
mostraba más diligencia era los Donceles, señor
de
el
la villa
joven Alcaide de
de Lucena, don
Diego Fernández de Córdoba, mozo de pocos años (no llegaban a veinte), pero de gran espíri-
y más seso y prudencia que podía esperarse de su corta edad ^. Por muy
tu, varoniles bríos,
secreto que Boabdil y su
bían tenido
el
Mexuár
o Consejo ha-
guerrero designio de
la
algarada
—
—
13
que ahora emprendían, no
que no
lo fué tanto
gase a oídos de algunos de
lle-
los cautivos cristianos
que lloraban su perdida libertad en
las
mazmorras
granadinas, y de entre ellos a dos naturales de
Lucena: Bartolomé Sánchez Hurtado y su hijo
Andrés, o Miguel, que de uno y otro modo
le
Ambos, aprovechando
la
nombran
las historias.
salida de algún arriero, espías los
más de
lograron dar aviso a su señor y Alcaide de
presa que se preparaba contra
ellos,
la sor-
y principalmente contra Lucena, como lugar más avanzado
la tierra,
^.
Tuvo con
esto
el
diligente
mancebo tiempo bas-
tante para apercibir la defensa de su villa,
y
así,
aconsejándose del parecer de su alcaide Her-
nando de Argote y de otros experimentados en el
arte de la guerra, previno todo lo necesario:
trajo
de Córdoba algunos caballeros de su
linaje,
para tenerlos consigo en cualquier rebato que sobreviniese; fortaleció la plaza, acopiándola de ví-
veres y bastimentos, barreó sus calles
que pudo con maderos y fagina, dobló
lo
mejor
las postas
y centinelas (que entonces se llamaban escusañas) en las
las atalayas
cumbres de
los
y
torres del campo,
y sobre
montes puso guardas que
con fuegos y almenaras diesen aviso los unos
-
14
-
a los otros hasta que recibiera el rebato el cas-
de Lucena
tillo
^^.
Usábanse, en efecto, desde tiempos
muy remo-
tos de la Reconquista, en las costas y fronteras
de
los reinos cristianos, torres
emplazadas en
lu-
gares eminentes, llamadas atalayas de su nombre arábigo, desde las cuales, los que en ellas vivían,
cuando avizoraban desde
lejos la incursión
enemi-
ga, con ahumadas de hachos encendidos (almena-
ras
las
llamaron los árabes, y nosotros con ellos)
prevenían su llegada, avisando una torre a otra por toda
la
frontera, no sólo de la entrada del
adversario, sino también de su calidad y número,
según de
el
de
las
las hacían;
ahumadas y
los lugares hacia don-
y de esta suerte, apercibiéndose
todas las fronteras, se excusaban muchas veces los
daños que pudieran recrecerse a
zón por bién
la
la tierra, ra-
cual nuestras Partidas las llamaron tam-
guardas escusanas
^^
Sucedió, pues, que, gracias a
prudente Alcaide,
al
la
previsión del
amanecer del 20 de
abril, las
hogueras de las cumbres de Sierra Aras, taosos, el
Hacho y San
sus resplandores tificada
la
el
Ma-
Cristóbal, acusaron con
proximidad del enemigo, cer-
poco después por varios diligentes ata-
jadores que,
al
todo correr de sus caballos, en-
—
-
15
—
traron en la plaza confirmando la nueva ". Ta-
ñeron a todo vuelo
las
campanas llamando a
re-
bato; pusiéronse sobre las armas los moradores
de
la villa, y, sin
perder instante, envió
el
pruden-
te Alcaide urgente aviso de cuanto ocurría a su el Conde y señor de Cabra, uno de más esforzados y valerosos hombres de gue-
cercano deudo los
moros me cercan venid a ayudarme o rindo; no me yo y a darme sepultura^ ".—Con la misma preste-
rra de su tiempo ^'.— «Z«05
— dijo
za acudió a
la
defensa de
la plaza, villa
más gran-
de y rica que fuerte, haciendo recoger a
cena, inválidos para
la
pelea, a lo
te del recinto amurallado,
y
las
mu-
y ancianos del arrabal abierto de Lu-
jeres, niños
seis torres
más
alto
y fuer-
que guarnecido de diez
componía toda su defensa; mandó
partir las cerbatanas, pedreros y artillería de
re-
cam-
po, con toda la ballestería, por las entradas peli-
grosas y esgonces y redobló las guardas en las seis puertas que su
la
muralla tenía, mientras que
más escogida gente, coronaba
los
él,
con
adarves del
principal alcázar o castillo, fuerte de cuatro torres,
como
lugar
más peligroso y
arriscado, de-
jando, finalmente, libre y preparada la gran mina
o camino subterráneo que comunicaba con
el
resto de la
el castillo
plaza, ora para que desde ésta
-
16
—
acudiesen a su defensa, ora para buscar
suyos
la retirada,
él
con
los
en caso necesario.
A todo esto, ya se descubrían las primeras avanzadas del ejército granadino, pertenecientes a
la
primera hueste o batalla, que mandaba Boabdil
en persona, y a
la cual
pitaneadas por
Ahmed
seguían las otras dos, cael
Abencerraje ía quien
nuestras crónicas llaman Hamete), y por roso y experto Alí Atar, alcaide de Loja. la
formidable grita que
braban bal
los
al
el
Y
vale-
dando
entrar en pelea acostum-
moros, embistieron
la
parte del arra-
que creían más desguarnecida. Una
lluvia
de
piedras, flechas y pelotas de las bombardas y cer-
batanas recibió a los asaltantes, causando en ellos desolación y estrago, hasta hacerles replegarse desistir
Viendo Boabdil fracasada tener
la
y
de su intento. la
sorpresa, para no
gente ociosa, destacó a Hamete con tres-
cientos caballos, dándole orden de que devastase los
campos de Montilla, Santaella y pueblos veci-
nos, mientras que
él,
olivares, planteles
y viñedos que rodeaban a Lu-
cena.
Mal
le salió
por su parte, destruía los
su intento
al
Abencerraje; por-
que, apercibidos a la defensa los lugares que es-
peraba hallar desprevenidos, tuvo Hamete que volver grupas y recuperar
lo
andado, hasta jun-
— tarse de
nuevo con
17
el
-
grueso del ejército de
su rey, que continuaba acampado a
la
vista
de
Lucena, apretándola por los parajes más estratégicos y favorables, mientras los peones y taladores proseguían por ladora
^^.
la
campiña su labor deso-
III
Pero vengamos ahora
al
buen Conde de Cabra,
homónimo en nombre y apellidos de su joven no
el
arrestos del
de
ría
sobri-
Alcaide de los Donceles, y que a los bríos y
la
moro juntaba
la
prudencia y sabidu-
guerra, adquiridas en muchos años de
continuo pelear en las fronteras andaluzas
^^.
Despierto y vigilante como nunca, después de las últimas incursiones de los moros, había repasado
cuidadosamente
la línea
de atalayas y almenaras
de su estado, colocando en confianza, de la
ellas
hombres de toda
modo que desde su
más vecina a
la frontera,
enemigos, se diese pronto aviso a de ésta a
la
Puerto, en cía,
villa
la
de Cabra, y de Cabra a
el
de Iznájar,
habiendo entrada de
monte de Horguera, y
desde donde habían de recibir
de Lucena, y la Torre del a
Doña Men-
el aviso,
siem-
— —
19
-
pre por las mismas ahumadas, Baena, cabeza de su estado, y los pueblos circunvecinos.
Hallábase
prudente Conde dentro de
el
relata el puntualísimo
Abad de Rute
ella
" —cuando,
entre las once y las doce de
la
guió
Rey granadino, un
al
día de la entrada del
criado suyo
avisó que de
le
la
noche que se
si-
Torre del Puerto,
atalaya en el monte de Horguera, hacían ahu-
madas. Subió torre
mayor
el
Conde en persona
a verlas a la
del castillo dicho de las Arqueras,
viendo que arrojaban de
la
y
atalaya las hachas ar-
diendo de cinco en cinco hacia
la
parte de Cabra,
señal de que por ella había entrado el ejército real las
en nuestras fronteras, mandó tocar
campanas a rebato, con
al
punto
trompas y
las cajas,
y que los oficiales de justicia y guerra, con pregones y otras diligencias, hiciesen armar
clarines,
la
gente de a pie y de a caballo, y que antes de
amanecer estuviesen apercibidos para marchar fuera de
la
villa,
en los campos que llaman
Dehesilla; no reposó el
porque
lo
que de
marse y armar
Conde más que
más de
antes que
el sol
la
los suyos,
noche quedaba gastó en ar-
los caballeros
cuales, a
Cabra.
la
la
de su casa, con
gente que
le
los
esperaba, salió
de Baena, tomando
la
vuelta de
— No
20
-
había andado media legua de camino, cuan-
do enfrontó con
él
un mensajero enviado por Pe-
dro González de Hoces, alcaide de su
Cabra, confirmando ejército de
de
villa
hecho de que un poderoso
el
moros quedaba sobre Lucena, estre-
chándola apretadamente. Prudente y avisado,
buen Conde toma
mismo
allí
el
disposiciones
las
oportunas, solicitando los socorros de todos los
lugares comarcanos; despacha un correo a su mujer la
Condesa para que,
porase a
él el
sin dilación, se incor-
resto de la gente que había queda-
do en Baena; repite otros tantos
al
inválido señor
de Luque, Egas Venegas, a don Alonso de Córdoba, señor de Zuheros, y a los alcaides de
Doña
Mencía y de Cabra, para que todos, luego luego, sacasen
gente
la
pachados
do a Cabra a Era
el
al
campo, mientras que
los correos,
él,
des-
prosigue su camino, llegan-
las siete
de
la
mañana.
buen Conde de Cabra cristianísimo y
ligioso caballero, tanto,
cas manuscritas de
santo conde
*^;
la
que algunas de
época
le
re-
las cróni-
suelen llamar el
mas como en aquel
día la corte-
dad del tiempo y gravedad del caso no le daban asistir, como de ordinario lo hacía, al
lugar para
Sacrificio incruento de la misa, queriendo, sin
bargo, confortarse con
la vista
em-
de Aquél que es
— Señor de rias
y
ran
el
las batallas
los triunfos,
y dispensador de
ordenó a
lugar (sin entrar en
vieran),
y
la iglesia
los
él,
penetrando en
él,
a las puertas de ella,
—
21
las victo-
suyos que rodea-
para que no se detufué a apearse
la villa,
de Santa María, y ya en
hincadas las rodillas delante del santo taber-
náculo, puso sus
manos sobre
piedra altar y
la
adoróle devotamente, protestando querer vivir y
morir como católico cristiano, hasta derramar
la
última gota de su sangre en aquella arrojadísima
jomada,
si
fuera menester, en servicio y exalta-
ción de la santa
Fe
común de Es-
católica, causa
paña en aquella epopeya secular de
guerra con-
la
tra la morisma; y, hecho esto, lleno de viva y ale-
gre confianza en Dios, tomó a subir a caballo,
armándose antes de
acompañado al
las piezas
que
le faltaban,
del alcaide de la villa salió de
campo, dejándola antes, y por
lo
que pudiese
suceder, bien prevenida. Seguro, tanto por jano ruido de
como por
los
la artillería,
el
el le-
que ya se escuchaba,
nuevos emisarios que venía recibien-
do, de que el ejército
tomó
y
nuevo
moro estaba sobre Lucena,
camino derecho que va a este lugar, de-
jando orden para que
le
siguiesen los que venían
en alcance suyo, vasallos y aliados
^^.
Era también costumbre de aquel tiempo que
cuando
22
~
salían a la guerra tas ciudades
o
villas
en
voz de concejo llevase cada una su propia ensefla,
siguiéndola las particulares de sus dueños o
señores. Acaeció, pues, en este caso, que, antes
de partir de Cabra, y cuando comenzaba a marchar
Conde que con
gente, advirtió nuestro
la
prisa demasiada del rebato había
da en Baena
la
enseña o estandarte de esta
que consigo llevaba siempre en
como
detenerse o volver por
el
muy dañoso
sin duda,
mandó sacar
presa,
mas eran
el
la
para
el
las
ella
buen
fin
animal de su nombre,
la
no
púsose
al
campo. Hízose
frente de
la
y
de esta em-
enseña de Cabra, cuyas ar-
falta
salía al
villa,
batallas;
hubiera sido,
más de noventa años que, por divisa
la
quedado olvida-
así,
cual hacía
de ocasiones, la
gloriosa
hueste, y prosiguió ésta su
marcha camino de Lucena,
sin
sospechar que
aquel involuntario olvido e inopinado trueque de
pendones iba a
influir
pocas horas después provi-
dencial
y maravillosamente en
batalla
20.
el
éxito feliz de la
IV
Dejamos, a todo esto, a Boabdil con
el
grueso
de su ejército frente a Lucena, talando su vega, apretando
el
cerco y dispuesto a tomar
refugiarse en sus confines cristianos,
cuando
la
si
la villa
vuelta del arráez
Ahmed
Abencerraje, con sus trescientos caballos,
conocer
el
el
le
el
hizo
estado de apercibimiento y defensa
en que había hallado toda pues,
y
acudían los socorros
la tierra '^.
Dispuso,
regreso a Granada; mas antes, deseoso
de tomar y saquear plaza tan
rica
como
la
de Lu-
cena, quiso poner en ejecución (acaso por consejo del ladino
Ahmed) una estratagema, por
fuerza de
la astucia
logrado
de
Era
moro
la
las
si
la
alcanzaba lo que no había
armas.
Ahmed Ben Zeragh un
noble caballero
del glorioso linaje de los Abencerrajes, ga-
—
24
-
llardo y valeroso, el cual, a raíz de la famosísima
matanza que en
Hacen
nario Abul
mente
los
suyos hizo
el
(y no su hijo,
cruel y sangui-
como novelesca-
relató en su fábula de las Guerras civiles
Qinés Pérez de Hita), había huido de Granada, acogiéndose
al
amparo de don Alonso de Aguilar
en su casa de Córdoba.
Tuvo car con
allí
el
hartas ocasiones de tratar y comuni-
Alcaide de los Donceles, tío de don
Alonso, naciendo entre moro y cristiano una estrecha amistad, a semejanza de otras parecidas
entre conquistadores y conquistados, en aquellos
tiempos de subido fervor caballeresco ^.
De
esta amistad quiso aprovecharse
el
astuto
arráez, quien, según las crónicas e historias
ma-
nuscritas de la batalla, adelantándose a la plaza,
púsose por debajo de
la muralla,
señor de
Acudió
con al
el
la villa.
el
pidiendo plática
de
los
Donceles
parlamento, acompañado de su alcaide Hernan-
do de Argote, práctico y sabedor de
la
árabe, y, asomándose por una ventana de ralla,
lengua la
mu-
que hace años aun se veía tapiada sobre
la
huerta de las Monjas Descalzas, llamada hoy el
postigo blanco, oyó
las
razones del moro, va-
liéndose de su trujamán
Argote. Persuadíale
aquél a que entregase la plaza, fiado en su gene-
-
25
-
rosa condición, y prometiéndole además, sobre
rehenes que pidiera, una liberalísima recom-
los
pensa. Conoció a las claras nuestro joven Alcaide
que
el
dando
moro pretendía engañarle, y
ladino el
dor, otro mayor», usó del
que admitía te
la
recor-
«A un
vulgar proverbio que dice:
mismo ardid y
trai-
fingió
propuesta, discutiéndola lentamen-
y alargándola con pedir condiciones que harto
sabía él no habían de admitírsele, porque,
como
tan conocedor de la tierra, tanteando
el
calculaba que no se harían aguardar
mucho
esperados socorros de su
tío
el
tiempo, los
Conde de Ca-
23.
bra
Y
así fué;
porque a
la
mitad de
cuando llevaba entretenidos a
los
dientes del resultado de su treta) hora,
comenzaron a asomar por
el
la plática,
y moros (pen-
más de una pequeño
re-
cuesto del camino de Cabra las banderas del Conde, precedidas por un adalid, que, en descubierta,
había enviado. Serían entonces las diez de la
mañana. Descubierto
abad de Rute
el
Conde— prosigue
nuestro
— por las atalayas de los moros,
re-
cogiéronse
al
punto sus taladores e interrumpió
su plática
el
engañado Abencerraje, mientras
Boabdil ordenaba a los suyos tomasen
por
el
camino de Loja,
el
la
retirada
mismo que habían
traí-
— 26 las batallas
do en su venida,
de peones con
la
ca-
balgata de cautivos y ganados, a más del recuaje los despojos,
de
quedando
milas, flor
que ascendería a trescientas acéél
a la vista de Lucena con la
de su hueste y ochocientos caballos, dando
rostro a los nuestros, por
picaban
salida o
la
si
acometían alguna
retaguardia de los fugiti-
vos ^. Como, en efecto, sucedió. Porque apenas conoció
el
Alcaide
el
socorro del
retirada de los moros, con nía de pelear con ellos, salió
de
la
Conde y
gran deseo que
el
la
te-
arengando a sus vasallos,
plaza y trabó escaramuza por intentar
detenerlos, en la cual se empleó ardorosamente
hasta
la
llegada del
alambores, punto en
Conde con sus trompetas y el
cual detúvola su sobrino,
esperando lo que aquél ordenaría, tro
y avezado capitán
Con no menor
como más
dies-
^•'i.
aplauso de instrumentos y mues-
tras de alegría recibió la hueste del Alcaide a la
valerosa del Conde, tan oportuna en
abrazáronse
tío
y sobrino, y
informóse prudentemente
de de
la villa
dos en
la
el
sin
el
socorro;
perder instante,
primero con
el Alcai-
y con otros hombres experimenta-
guerra (no fiándose de su sobrino, por
su poca edad) sobre
las
fuerzas que componían
ejército enemigo. Ellos le dijeron
que
el
la calcula-
»
—
27
—
ban en mil quinientos jinetes y siete mil peones, antes
más que menos. Púsose en consulta
si
se les
seguiría o no, y tomáronse los pareceres de los
caballeros
allí
presentes. Hernando de Argote,
con otros, opinaba que se hiciese alto hasta des-
pués del mediodía, así porque se,
como por
o, a
más
la
gente descansa-
estar ciertos de que para esa hora,
tardar, a la de nona, avistaríanse los so-
corros de Santaella, Aguilar, Montilla, Castro,
Puente y otros lugares que habían visto y res-
la
pondido a
las
almenaras del rebato, con
aseguraría más de,
la
empresa; mas
el
lo cual
se
valeroso Con-
«movido más por alguna inspiración divina
que por ninguna razón humana»
fué de opi-
*",
nión que, sin más tardanza, se pusiesen en segui-
miento de los moros, que por
la
continuidad de
la
jornada iban desvelados y desfallecidos, antes que
tuviesen lugar de alejarse y poner en salvo sa.
«Sobrino— dijo
al
Alcaide,
na con intento de pelear con
ayuda de Dios y con
los
—
el
yo
la
partí de
Rey, y
así,
pre-
Bae-
con
la
de mi casa, pienso se-
guirles luego y acometerles cuando ningún otro
quiera correr igual fortuna conmigo.
—Todos queremos— replicó de los Donceles
—
de vuestra señoría
el
y estaremos
^7.
brioso Alcaide a
las
órdenes
— 28Dicho esto, y por no perder más tiempo, sin mandó el Alcaide que saliera su
entrar en Lucena,
enseña con cincuenta caballos, bajo
también algunos de
los socorros
la
cual puso
de su estado, que
llegaban entonces. Juntáronse estas fuerzas con las del
Conde, que, según Zurita, serían doscien-
tos jinetes y hasta ochocientos peones, y toma-
ron
el
camino que llevaban
como descubridores Baena y Cabra con
los moros,
a los alcaides
enviando
de Lucena,
los cincuenta caballos
de
la
primera, y ordenándoles que, sin llegar a las ma-
nos con
el
enemigo, aunque
vieran a dar aviso
al
lo
Conde y
encontrasen, volal
Alcaide dónde
y cómo marchaban, mientras que resto de
la
ellos,
con
gente, iban en su seguimiento ^.
el
Entretanto habían llegado los moros (era pasa-
do ya
mediodía)
el
al
campo de Aras, que es un
como una
espacioso llano, distante de Lucena
gua, en
el
camino de Loja, y con
el
cansancio y
desmayo que llevaban (prosigue nuestro
mo Abad rio;
y en
les aviso
le-
fidelísi-
de Rute), paráronse a tomar un refrigeél
de
estaban cuando sus atalayas diéronla
venida de los cristianos y de
poca fuerza que eran, de
lo cual,
la
a su Rey, vién-
dose tan superior en número, nació voluntad de pelear y confianza en
la
victoria.
Mandó
alzar,
pues, a su gente, y hacer rostro hacia el camino
que nuestros descubridores
traían,
gentemente hiciéronlo saber
al
de, que
quienes
Conde y
al
dili-
Alcai-
marchaban en pos suyo. Detuvo también
su hueste
el
Conde, y deseando cerciorarse de
la
- 30situación
y fuerza de
los moros, adelantóse a re-
conocerlos con
el
casa, Jerónimo
y Ramiro de Valenzuela, y desde
Alcaide y dos caballeros de su
una serrezuela de monte alto que señoreaba bien gran parte de
la
campiña, cerca de donde se pa-
cómo Boabdil
raron sus descubridores, vieron
ordenaba y disponía su ejército para asegurándose
los nuestros
no era, ciertamente, de
cosas de
las
prudente capitán
la
el
con
la
batalla,
que veían que
lo
moro persona ignorante
guerra, sino
muy
avisado y
2».
Había aquel día una grande y espesa niebla que, desde los altos, permitía ver, a ratos, sin ser visto,
y gracias
observó
Conde de bien cerca que de
el
a tan providencial ventaja,
batallas o escuadrones de jinetes
moros juntaban
las cinco,
las seis
que venían,
los
haciendo una sola y
grande, dejando como de refresco otra de hasta trescientos cincuenta caballos en las espaldas de la batalla
sos.
A
Boabdil
gruesa, apartada
como
trescientos pa-
los costados
de esta batalla distribuyó
la infantería,
abrigándola exteriormente
con dos mangas de cincuenta a sesenta jinetes, a fin de que, apretándola, no les consintiesen rezagarse. Ordenados, pues, de esta suerte, a vista del
Conde y
del Alcaide, dieron
ambos
la
vuel-
—
-
31
ta a SU gente, a la cual hicieron
avanzar hasta
ponerse con sus banderas enfrente del enemigo, tan cerca de
él,
que saliéndose de
nos de los moros, menospreciando
las filas algula
cortedad de
nuestro número, llegaron por gallardía hasta un tiro
de ballesta, profiriendo insultos desdeñosos y
matanza de
alharacas y recordándoles
la
quía, ufanos y seguros de
que habrían de repetir-
la.
el
la
Ajar-
Oíanse bien sus voces en nuestro campo; pero
Conde encargó que nadie
palabra
mandó
ni
les
respondiese de
de obra, y, por no perder más tiempo,
a su gente que se acabase de armar, po-
niéndose los capacetes y baberas, hecho lo cual,
con gran prontitud los distribuyó en batalla. For-
ma de
su hueste un escuadrón solo; recibe en me-
dio una tropa de trescientos cincuenta caballos;
refuerza los cuernos con mil quinientos infantes; a
Diego de Cabrera, alcaide de Doña Mencía, en-
carga
a
el siniestro;
Lope de Mendoza, capitán
de sus propios soldados, el
cuidado de
blanca,
la
alcaide
mente, en
la
el
derecho; encomienda
caballería a
Pedro de Torre-
de Baena, reservando,
final-
reguarda algunos caballos, a las
órdenes de Diego de Clavijo, para que alentasen a la gente
romper
el
al
entrar en batalla y no
orden
ni
rezagarse en
el
la
dejaran
despojo de
— los muertos, hasta
—
32
haber conseguido totalmente
la victoria.
Y como
la
muchedumbre de enemigos y la inel Abad de Rute,
certidumbre del suceso— añade a quien casi
literalmente
voy siguiendo— colo-
rease diversamente las mejillas de algunos de los circunstantes, quiso animarles
breve y esforzada plática que
Conde con una
el
les hizo,
acomoda-
tiempo y más vestida de militares es-
da con
el
píritus
que de adornos retóricos. Lo cual no obs-
ta para
que
el
citado buen narrador de este suce-
so ponga en boca del caudillo una de aquellas
arengas clásicas, empedrada de citas de Virgilio, Milciades, Temístocles y Alejandro, con que los historiadores, a la usanza de aquel tiempo, deco-
raban a sus héroes guerreros antes de entrar con los
suyos en batalla.
Más
sobrios otros cronistas,
limitan la plática a lo que tan verosímil
debió de ser en tan apurado trance y a
y justo lo que se
redujeron tantas y tantas pronunciadas en ocasio-
nes parecidas de aquellos memorables siglos: a recordarles la limpieza de sus linajes, la fuerza del honor
y
la
santidad de
regada tantas veces con poniéndose bajo cilla
el
la
la
causa que defendían,
sangre de sus abuelos,
amparo de
la
Virgen
sin
man-
e invocando con altas y animosas voces
al
— tiempo de enristrar el
bélico
nombre
la
33
—
lanza o blandir
espada
la
del glorioso Santiago,
esta vez por los lucentinos al de
unido
San Jorge, por
ser patrono singular de su villa.
Acabada su arenga, mandó do con en
las
Conde echar ban-
prevenciones que habían de guardarse
la pelea:
que ninguno arrojase
que procurase dar con diera;
el
ella los
al
lanza, sino
más botes que pu-
que no se diese grita por
como era usanza
la
los nuestros,
entrar en combate, sino cuan-
do
la
el
avisado capitán que, siendo éstos y su grita
dieran los moros, temiendo discretamente
más clamorosa, desmayaran
los nuestros
o cobra-
sen los moros mayores bríos certificándose del corto número de los cristianos. Dadas estas ór-
denes, y asegurándose con
la
den de su hueste, haciendo
mandó mover
la
vista del
buen
or-
de
la
cruz,
bandera del Alcaide y
la
suya
contra los moros ^.
la señal
VI
Quedaban éstos formados dera hacia
la
a lo largo de una la-
bajada de una cuesta, y tanto por
desigualdad de
la tierra
espesaba aquel
día,
como por
la niebla,
según se ha dicho, no veían
del todo a los nuestros. Estaba junto al
Granada su suegro
el
la
Rey de
Jeque Alí Atar, Cabecera o
Alcaide de Loja, quien, como hombre de
ga experiencia en
la
que
muy
lar-
guerra contra los cristianos,
conocía casi todas las enseñas y banderas del Andalucía;
y dice
la relación
que, tomada por
Atar desconoció
el
de
los archivos
de Lu-
puntualísimo Abad, que Alí
la del
Conde cuando
la
vio aso-
mar, porque era una cabra, y, como queda dicho, hacía muchos años que no salía a campaña; pre-
guntando, pues, Boabdil a su suegro qué enseña era aquélla, respondió éste que había estado mi-
.35
-
rándola atentamente, pero que no
aunque
le
la
conocía bien,
parecía era de perro, divisa que solían
Baeza y Úbeda, y —«siendo esto
traer los de
así— añadió
viejo,— paréceme, señor, que An-
el
dalucía toda está movida contra vos, porque nin-
gún señor particular o concejo osaría solo acometeros», rara.
— aconsejándole
Mas
ora porque
el
en su vista que se
reti-
valeroso ánimo del
Rey
no desfalleciera, antes se enardeciese a
la
vista
de tantos enemigos, ora porque algunos de sus capitanes contradijeran
mandó
caide,
parecer del prudente Al-
el
se diese cara a los nuestros, y, to-
cando sus añafiles, atambores y melendías, ordenó
el
ataque, previa
lelilíes,
según
la
grita o algazara de sus
la
sabida y morisca costumbre.
Respondieron con otra tiempo,
como estaban
los cristianos al
mismo
advertidos, y, tocando tam-
bién sus instrumentos de guerra, avanzaron en or-
den a buen paso, hasta
monte a
salir del
lo
raso
de una roca o quemado; pero tan bajo, que los
moros
ra,
eran superiores y ventajosos en
Advertido por
tio.
lo
les
el
Conde
remedió con hacer subir a de suerte que,
al
tal
los
Creyó
el
inconveniente,
suyos una lade-
romper, fuesen iguales en
carrera a los moros y trabajasen llos.
el si-
menos
los caba-
enemigo que este cambio era para
huirle,
y a toda prisa mandó volver sus banderas
y acometer a y
to,
-
36
los lucentinos. Ejecutáronlo al
pun-
en sus atabales y añafiles con
sin cesar
movieron contra
consabida grita,
que estaban ya mejorados de
sitio.
la
los cristianos,
Viendo
el
Con-
de venir a los moros, arengó de nuevo a los suyos con breves palabras, y desabnKhándose
mangas
del jubón
y alzada
la
brazo derecho, sin codales
ni
lanza en
la
robusta
quitó también
tando
la
el
las
camisa, desnudo el
manoplas, tomó
la
mano (algunos quieren que se
capacete o cervillera), y levan-
adarga, dijo a grandes voces: •¡Santia-
go, Santiago, y a ellos, que hoy es nuestro
diah, y
así, él
y
el
Alcaide de los Donceles, es-
tribo con estribo, juntos, arrancaron con los caballos
y fuéronse cerro abajo contra
los
moros,
con tan gran alarido, que, en expresiva frase de
uno de nuestros cronistas, parecia que los aires
daban voces
^^.
Rómpense unas lanzas contra los botes
otras; redóblanse
y cuchilladas; chocan rodelas contra
ro-
delas; acribíllanse de heridas los valientes brazos;
abolíanse yelmos y armaduras; rájanse almetes
y
espaldares; caen medio muertos de los caballos
unos y otros combatientes; hace cada cual puede; muestra cada uno
lo
lo
que
que vale; húndese
la
— bramido de
tierra del
37
los
-
hombres y caballos; caen
espesos montones de enemigos; libres las cabalgaduras de sus jinetes, embístense unas contra otras
con terribles relinchos, bocados y coces; menu-
dean
los actos
de heroísmo;
el
Jurado lucentino
Juan Recio, no obstante su avanzada edad, mata
más de cincuenta granadinos con su lanza y deja él
también su vida en
el
campo, no por
las
manos
violentas de los moros, sino de la fatiga y cansancio de matarlos;
y
al
formidable empuje de las
huestes cristianas comienzan los moros a cejar,
cediendo terreno y volviendo algunos
las caras.
Boabdil, que advierte
suyos y
poco número de
el
temor de
los nuestros,
los
el
procura retenerlos,
diciendo en altas voces: «¡Tened, tened, caballeros: los
sepamos de quien
huís!
¡Mirad, mirad! ¡Son
que tenemos delante una pequeña parte de
los
muchos que fueron vencidos poco ha de poquísi-
mos de
vosotros! ¡Librad vuestra salud en vues-
tras manos, no
en vuestros pies
ni
en vuestros
caballos; defended vuestro Rey; tornad por vuestra fama!»
^'^.
Avergonzados con estas razones, volvieron gunos de te
un
ban,
los
rato;
al-
que huían y resistieron gallardamenpero cuando más esperanzas cobra-
comenzó
a
asomar por
lo alto
de
la
cuesta.
-
38
entre unas carrascas, Lorenzo de Porres, Alcaide
de Luque, con
el
socorro de cincuenta cuballos,
no más, que enviaba
inválido señor de aquella
ei
Egas Venegas; venía
villa,
una trompeta
italiana
que
el
mundo todo
Esta trompeta nos
caudillo tocando
con tantos bríos, que oyén-
dola Alí Atar, que seguía vió a él, diciéndole:
el
al
lado del Rey, se vol-
«¿No os decía yo, señor,
se había juntado contra vos? lo afirma,
del reino viene aquí»;
y
al
tas palabras, caían los de
que gente de fuera
tiempo de proferir es-
Luque sobre
la
atemo-
rizada morisma tan impetuosamente, que no pu-
diendo
resistir a los cristianos,
sus corazones, más que
su Rey,
el
temor de
la
la
prevaleciendo en
vergüenza y
el
amor de
muerte y deseo de escapar
vivos, viendo muertos ante sus ojos a los
más va-
lientes de los suyos, volvieron de todo punto las
espaldas y las riendas a todo correr de sus velocísimos corceles ^.
Vista por
el
Conde
la
rota de los moros, orde-
nó que una hueste de ochenta o cien lanzas, y a su frente su hermano don Gonzalo de Córdoba
con
el
señor de Zuheros, pasasen adelante,
guiendo
el
si-
alcance de los fugitivos, y procurasen
deshacer una batalla de cuatro cientos caballos
que iba junta; mientras que
él,
con cien lanzas
-
39
—
más que pudo recoger (quedando los demás en el lugar donde fué el desbarato matando y prendiendo moros), con su enseña y
de
los Donceles,
caminaba
balleros, haciéndoles espaldas,
poco número ^.
la
del Alcaide
tras los primeros ca-
por asegurar su
vil
¿Qué di I?
do
era, a todo esto,
Conformes todas
fin
que cupo
fué muerto
al
de Alí Atar y de Boab-
las historias
primero en
y su cuerpo nunca
en
ia
el
desastra-
batalla,
donde
hallado, contradí-
cense, no obstante, en los pormenores de su muerte.
Porque, según unos, viendo perdido
y huida
la
gente que
le
al
Rey
acompañaba, exclamó:
«iNunca plegué a Dios que a cabo de mi vejez
venga yo
a morir a
manos de
cristianos, ni ser
cautivo en poder suyo!»; y diciendo ñor,
abajo hasta encontrar un remanso
que
al
Rey: «Se-
Dios os ayude y esfuerce», marchó arroyo
la
crecida del arroyo formaba
muy
allí,
hondo,
y, apeán-
dose de su caballo, tendió su cabeza sobre su
adarga y lanzóse en
el
agua. Dicen que su cuer-
po jamás fué hallado. Créese que, como era vie-
—
- 41
jo
y de pocas carnes,
armas que llevaba
las
apesgarían para que no pudiese
el
le
agua echarlo
^^.
arriba
Mas según
otros cronistas, a la verdad, no tan
imparciales, en la carrera que
Conde dieron
tras los caballeros
las
huestes del
moros que huían,
rindiéronse éstos, y sólo Alí Atar se resistió,
debajo de una encina, a un peón de Lucena
mado Lucas Hurtado,
el
cual,
moro entregarse, enristró su lanza espuelas
al
lla-
no queriendo
el
y, poniendo
caballo, dio con el terrible Alcaide,
muerto, en tierra, despojándole de un rico alfanje
y de
lo
más preciado y
valioso que llevaba ^.
Boabdil, entretanto, procuraba en balde dete-
ner y rehacer a los suyos, y resistióse animosa-
mente
el
postrero en
el
lugar de
hasta
la batalla,
que, viéndose desamparado de todos los que
le
guardaban, por muerte de unos y cobardía de otros, dejó el último el
campo, retirándose
cesar en
arroyo de Martín Gon-
la
pelea hasta
el
sin
zález, cercano al lugar de la batalla. Allí perdió
su caballo, según Hernando de Baeza, porque se
atascó en
el
fango de su margen; y, según
de Rute y otros, porque se
como pudo, y embrazada conderse en
la
la
lo
mataron.
el
Abad
A
pie,
adarga, procuró es-
espesura de los sauces, zarzas
—
42
y tamariscos de que estaba guarnecida ra del arroyo.
la
ribe-
Pero su arrogante presencia,
la
blancura y riqueza de su atavío y sus preciosos arreos no
le
permitieron permanecer mucho tiem-
po oculto. Viole primeramente, a lo que con perfecta imparcialidad se infiere de las historias, un peón de
Lucena llamado Martín Hurtado, y muy poco después de los
él,
dos soldados de a pie, de Baena, de
que andaban a caza de moros y despojos; el uno
y
los otros siguiéronle para prenderle; trató
sistirles
de
re-
poniendo mano a su alfanje, y aun hirien-
do—dicen—a uno de
ellos;
pero apretándole con
algunos golpes de pica uno de los soldados de
Baena, que se llamaba Martín Cornejo,
el sin
ven-
tura Rey, solo e inferior en armas y en fortuna a los nuestros, se les rindió, dejándose prender y
maniatar de Cornejo y su compañero, los cuales le
sacaron
al
camino, dudosos de
si le
matarían o
no, inclinándoles a lo primero la codicia de las ar-
mas y vestidos cían.
del moro, a quien
Llegaron acaso,
al
ruido,
blanca, alcaide de Baena,
aun no cono-
Pedro de Torre-
y un criado
del
Conde
de Cabra llamado Diego Clavijo, que traían a su cargo,
como queda
dicho, el cuidado de la reza-
ga, y sabedores de lo que sucedía,
y
atraídos
— por
el
43
-
no vulgar aspecto y ornato del prisionero,
recogiéronle entre ellos, preguntándole quién era; a lo cual contestó el
xar, alguacil llero
muy
moro ser
hijo
de Aben Ala-
mayor que fué de Granada y caba-
principal de aquel reino. Sobrevino a
este punto
el
propio Alcaide de los Donceles, a
quien los dos caballeros se dirigieron, diciéndole:
«Señor, este moro habernos quitado a estos soldados, que
le
querían matar o despojar; parece
persona de cuenta y que podrá ser de provecho para trocarle por alguno de los cristianos presos
en
lo
de
la
Axarquia; vuestra señoría
llevar a Lucena, y vamos siguiendo
al
lo
mande
Conde mi
señor, que va delante peleando con los moros.»
Hízolo así
el
Alcaide; pero antes, desatacándose
una de sus agujetas, ató los pulgares
y
lo
al
aún no conocido rey
entregó a un caballero de su
casa, llamado Alonso Cortés, según unos, y Fu-
lano Bocanegra, según otros, para que lo llevase al castillo
de Lucena, como, con buena guarda de
diez lanzas, lo hizo
Mientras ocurría
^'.
la prisión
de Boabdil,
de de Cabra, con su hueste, seguía
el
el
Con-
alcance de
los
moros fugitivos, y singularmente de
lla
o escuadrón de cuatrocientos jinetes que
mos,
los cuales,
como vieron que
la
la
batadiji-
gente que
los
sefi^ia era poca,
y pelear con
-
44
probaron varias veces a revolver
Conde que
las cien lanzas del
iban en
persecución suya; de esta manera, prendiendo y
matando, llegaron vencedores y vencidos
pon-
al
tón de Biudera, distante de Iznájar cosa de una
legua y paso necesario en las épocas de avenida
y crecimiento del 8€
consumó
aprovechándose de
más
que
llano
acometieron a
como
río,
la
lo
era aquélla. Aquí
porque
victoria,
la
los
oportunidad del
cristianos, sitio,
algo
otro por que habían caminado,
el
los
desalentados moros y los rom-
pieron de todo punto, a causa de que, mientras
unos procuraban coger el
el
pontón, otros buscaban
vado; con que, embarazándose los más, les era
forzoso rendirse a los vencedores o a
la
muerte.
Pocos lograron escapar de una u otra fortuna, porque a
las
ahumadas y almenaras
rior, apellidando la tierra,
vecinos
la
más de su gente,
vez logrado pojar,
No
el
del día ante-
bajaron de los concejos a quien fué fácil, una
desbarato, prender, matar o des-
como, en efecto,
lo hicieron
poco contribuyó a recoger
victoria el gran
•**.
los frutos
de esta
don Alonso de Aguilar. que
no estuvo presente a
la
mente declaran algunos
batalla,
si
como errónea-
cronistas, concurrió a la
caza de moros que después de
ella se hizo,
y que
no fué pequeña
^^.
45
—
Conde de Cabra,
El
a quien
se había juntado ya su sobrino el Alcaide de los
Donceles después de con
él el
la prisión
de Boabdil, siguió
avance hasta Zagra, fortaleza enemiga,
una legua antes de Loja y casi cinco del lugar
donde se había dado
la batalla.
Desde
allí,
ya ano-
checido, se volvieron en orden y con riquísimo
despojo
al
Campo
de Aras, y
para mostrarse, según
la
allí
pasaron
la
noche,
costumbre tradicional de
España, señores del campo y de todo punto vencedores, no sin dar primeramente infinitas gracias,
hincadas las rodillas,
al
Dios de
las batallas,
de aquella tan singular y maravillosamente alcanzada.
Vino con
el
alba un nuevo día, en el cual las di-
ferentes cuadrillas enviadas por tío y sobrino corrieron y escudriñaron la campiña, recogiendo in-
menso despojo de que toda estaba cuajada,
a
más
de moros escondidos, ricos bagajes, buenos caballos, capellares
de grana, vistosos albornoces y
marlotas, alfanjes de subidos precios y labores,
adargas repujadas, dagas y plumas. Tanto fué
el
botín recogido, que, con sólo el que tocó a los lucentinos, después de separar cada uno lo que le
ofreció su fortuna, hubo para almonedear pública-
mente en su plaza un día entero,
sin contar las
preseas y arreos que se llevaron los hidalgos y pe-
cheros de los pueblos circunvecinos, que habían asistido al desbarato de los moros, o acudieron
después de to harta
rota a garbear en aquel río revuel-
la
y sabrosa ganancia
*".
Las pérdidas personales de talla
moros en
los
la
ba-
fueron tremendas. Por las relaciones coetá-
neas más fidedignas, confirmadas por algún cronista árabe
**,
sábese que de los caballeros su-
bieron los muertos o presos a ellos, lo
más de
mil,
más noble y valeroso de Granada. De
los peones, la pérdida alcanzó a cerca mil;
en suma, más de
las
aquella hueste aguerrida
de cuatro
dos terceras partes de
y lucidísima que dos días
antes había asombrado a
la
el espectáculo soberbio
y
file
y entre
plebe granadina con teatral
de su
des-
*2.
Las bajas de
los cristianos fueron contadísimas,
en comparación de las subir
dos, a
las
de los moros, no haciéndo-
nuestros cronistas, entre muertos y heri-
más de
cien.
Ganáronse
los añafiles
y alam-
bores y sobre novecientas acémilas, con riquí-
simo despojo; asimismo se cogieron las veintidós banderas granadinas, entre ellas con sí,
el
pendón
como
del
Rey
*^.
Todas
la
de Aliatar,
ellas pidió para
incuestionable caudillo y cabeza de la
-
47
—
empresa, y a cuyo acertado mando se debió toria, el
la vic-
santo Conde de Cabra, para adornar con
usanza del tiempo,
ellas, a la
las sepulturas
de sus
padres, y para que sirvieran de testimonio singular,
que imitasen
los hijos
y sucesores de su casa,
de cómo habían de aventurar sus personas y bienes en servicio de sus reyes: trasladáronse años
después a
la
Torre de
las
Arqueras o de
las
Cin-
co Esquinas de su castillo de Baena, de donde todos los años se sacaban en solemne procesión
23 de
abril, día del glorioso
abatidas delante de
la del
el
San Jorge, en son de
Conde, y
al
son de los
mismos añafiles y atabales moros. Cien años después, cuando el buen
Abad de Rute
inapreciable historia, estaban la polilla
del tiempo; pero
escribía su
ya consumidas por
quedó en aquellos
ar-
chivos conservada su memoria en un libro en que curiosa y puntualmente se veían pintadas sus for-
mas y colores **. Tal fué la memorable
batalla de Lucena, o de
Martín González, cuya victoria túvose en aquel tiempo unánimemente por milagrosa, pareciendo cosa increíble o sueño que un puñado de caballe-
y peones lograse romper el fortísimo que acaudillaba Boabdil, compuesto de ros
ejército lo
más
aguerrido y valeroso del reino de Granada, enso-
-
48
-
herbecidos y confiados más que nunca por cientísimo desastre de
la
el re-
Ajarquía, del cual fué
para las armas cristianas providencial y merecidí-
simo desquite
de
los escritores
libro
hace nos»
el
Su recuerdo
trajo a la
pluma
de entonces aquellas palabras del
de Job: Dominas uulnerat et medetur,
percutit et
en
*^.
la
llaga
**K
manas y
la
ejas sanabant:
tel
Señor
sana: hiere y cura con sus ma-
¡Venturosos aquellos tiempos que, así
los triunfos
corazón a
como en
las derrotas,
levantaban
y ponían allí su confianza, gran cantor de Lepanto:
las alturas
diciendo por boca del
Bendita, Señor, sea tu grandeza que, después de los daños padecidos,
después de nuestras culpas y castigo, rompiste
al
enemigo
de l'antigua soberbia
la
dureza.
¡Tú, Dios de las batallas,
salud y gloria nuestra!
Tú
eres diestra,
PARTE
EL
II
CAUTIVERIO
DE MULEY BOABDEÃ&#x153;
Sine ip»o factum est nihil (Divisa de la
Dejemos no fo
el
buen Conde de Cabra y a su
sobri-
Alcaide de los Donceles ufanos de su triun-
y atareados en hacer
habido en al
al
Casa de Cabra)
la
la repartición del
despojo
gloriosa pelea, otorgando para ello
siguiente día 22 una escritura de concierto,
por
la
cual se obligaban «a juntar e traer
tón todas líos
las
cosas vivas, así moros
a mon-
como caba.
e acémilas e asnos que por qualesquier per-
sonas se tomaron e ovieron de los moros en
el
dicho vencimiento de victoria, para dar e repartir a todos los caballeros e gente de a caballo e de a pie que se hallaron en la batalla lo que les cupiere
e perteneciere haber según las leyes de Partida e usos e
costumbres de guerra, jurando para
-
—
52
complacion de nuestras conciencias e honras, e
por Dios e por Sancta María e por las palabras
de la
los ti*
Santos Evangelios e por esta señal de
una, dos e tres veces que bien e verdade-
ramente
sin arte e
cumpliremos
lo
dejemos que
el
del alfaquí
sin
engaño guardaremos e
contenido en esta escríptura»
*';
desdichado Cide Zaleb, sobrino
mayor de Granada, y uno de
ros caballeros que, gracias a
los ra-
ligereza de su ca-
la
balgadura, lograron escapar del desastre, llegue
y sangre, en
solo, teñido en polvo
la
noche del
día de la batalla, a las puertas de Loja,
sus extrañados moradores,
al
donde
verle aparecer de
semejante modo, habrán de preguntarle: «Caballero,
¿dó está nuestro rey y su gente?», y des-
pués de responder con un doliente gemido: «Allá quedan, que
el cielo
cayó sobre
ellos e todos son
perdidos ó muertos», atravesando
la villa,
sumida
en un mar de plañidos y ayes, pique a su exte-
nuado corcel y siga a Granada para ser mensajero infeliz de
la
desdichada rota
gar exangüe y flaco a
do por sus
calles
Que y
los
la
***;
dejémosle
y zocos
se perdió
que con
él
lle-
dormida Corte, publican-
el
Rey Chiquito
han
ido,
y que no escapó ninguno
-
53
-
preso, muerto o mal herido;
que de cuantos
allí
fueron
yo solo me he guarecido á traer nueva tan triste
que ha sucedido;
del gran mal
a
cuyo son, levántase por
ciudad toda un
la
in-
descriptible alboroto, segün nos dejó relatado
el
mismo Romancero: Lloraba toda Granada
con grande llanto y gemido; lloraban mozos y viejos con algazara y ruido; lloraban todas las moras
un llanto muy dolorido;
mesan sus cabellos negros, desgarrando sus vestidos, arranadas blancas caras
y sus rostros tan lucidos; lloran tanto caballero
como
allá se
hubo perdido;
lloraban por su buen Rey,
tan
amado y
tan querido
dejemos también que maestresala de rra a Madrid, tólico,
la
casa del
portador de
cogidas,
buen Luis de Valenzuela,
el
donde a la
*•;
la
Conde de Cabra,
sazón estaba
nueva y de
que, en prenda de
la
el
las
co-
Rey Cabanderas
verdad, consigo
-54trae ^; dejemos, finalmente, que el venturoso triunfo alboroce a la Corte y se extienda por Es-
paña toda, inundándola de júbilo y alegría, y volvamos, que hora es ya de
dumbrado,
al
ello, al triste, al
y graves, aun no conocido por Rey, buena guarda de diez lanzas, sigue castillo
apesa-
melancólico cautivo de ojos negros que, con la
la
ruta del
de Lucena.
Lleva todavía sus ricas vestiduras;
las fuertes
corazas forradas en terciopelo carmesí, capacete,
la
bordada marlota
^*;
el
dorado
por ellas y por
su caballeroso continente, vese, desde luego, no ser cautivo vulgar, sino personaje de cuenta valía;
rica
pero
la
y lujosamente ataviados
uno de tantos,
y de
misma abundancia de prisioneros
sin
le
hace pasar por
que sus guardianes sospechen
siquiera la calidad de su linaje
^2.
Confundido con todos, y, como todos, con sus algemas o
grillos a los pies ^^, transcurrieron
días en las
mazmorras
careciendo a los suyos callaran
persona y ocultándola hijo
él,
la
condición de su
para que, pasando por
de Benalaxar, cupiera negociar más
mente su rescate; descubrirse
Desde
el
al
dos
del castillo de Lucena, en-
cabo de
fácil-
los cuales vino a
engaño de una extraña manera.
el día
mismo de
la batalla recorrían la
—
55
—
comarca— como
se ha dicho— cuadrillas de peones
destacadas por
el
Conde y
el
Alcaide, sin las de
otros concejos, que habían acudido al ruido del
desastre o
al
humo de
las
almenaras, empleándo-
se unas y otras en descubrir a los moros perdidos
por
la
campiña u ocultos en sus breñas, haciendo
caza de ellos y de sus despojos harto provechosa. Sucedió, pues, que en
la
mañana
del jueves 24,
tres días después de la batalla, llegó al castillo
de Lucena una de estas cuadrillas, trayendo presos algunos moros que habían hallado ocultos entre
unos
jarales,
y
al
tiempo de juntarles con
los
demás, vieron acaso a Boabdil, y no estando prevenidos del silencio que habían de guardar, con-
templando a su rey aprisionado y sin armas, rompieron en grandes lloros y alarido^, postrándose a sus pies
y haciéndole acatamiento con palabras
y obras, como a rey que era suyo, y nombrándole porlal muchas veces. Advirtiéronlo algunos de los guardianes cristianos, sabedores de garabía, e interrogando
aunque
al
al
la
morisca
al-
desdichado cautivo,
principio se resistió, no
pudo
al fin
ne-
gar su condición, que pronto vino a ser conocida del Alcaide
Acudió sionero,
el
y de todos
los suyos.
generoso mozo adonde estaba su
pri-
y con palabras nobles y caballerescas
-
50
-
procuró consolarle en su infortunio, mandando,
además, que se
le
sacara de
la
mazmorra común
y, con vigilante guarda, fuese llevado a una de las estancias del castillo,
sirvieran
como
donde
le
regalaran y
a su linaje correspondía
•'*.
II
Alegre por demás con
el
hallazgo, envió in
continentí un correo suyo a los Reyes, haciéndoles
saber
la
buena nueva de
la prisión del
Rey
Chico, y otro tanto repitió con su allegado y
vecino
el
gran Conde de Cabra. Recibióla éste
contentísimo,
despidió con
muy buenas
albri-
cias al mensajero, y escribió al Alcaide congra-
tulándose con él de
la
buena dicha en que ambos
tenían tanta parte, y pidiéndole
sona del
Rey moro
presentarlo a los
De
enviase
le
per-
tendría consigo hasta
Reyes en nombre de
los dos,
justo.
mal talante oyó esta demanda
Alcaide,
la
a su castillo de Baena, porque
deseaba verle, donde
como era
le
el
joven
y orgulloso, por un lado, de tener
prisionero a sujeto de tanta calidad, y apreta-
— 58 do,
además, del consejo de sus deudos y vade que fuera
sallos, partidarios
del
Rey moro, no
él
el
guardador
quiso desprenderse de su
cautivo, y así, con fingidas razones, contestó a
su tío excusándose de acceder a lo que éste le pedía.
Nació de aquí entre los dos una viva conticnda, que
amenazó convertirse en hoguera
y devoradora. Porque
el
terrible
Conde de Cabra, no
dándose por satisfecho con estas excusas, có
al
Alcaide, contradiciendo
repli-
suposición de que
y gente de Lucena hubiesen sido
vasallos de éste los aprehensores
de Boabdil, y afirmando, por
el
que a Martín Cornejo, soldado del
contrario,
Conde y a otros sus a más de acumular trar
la
cómo
le
vasallos se debía la presa,
otras razones para demos-
pertenecía
Granada por legítimo
la
persona del
Rey de
prisionero, conforme a le-
yes de caballería y gratitud,
Y como
sospechase
que tales argumentos no habían de hacer mella en el juvenil
y envanecido ánimo del Alcaide,
le re-
ambos
esta-
cordó, además,
ban, conforme a
manifiesto
al
la
firmada concordia, de poner de
prisionero en el montón de las cosas
vivas (¡junto con
para que de
obligación en que
la
la
allí lo
chusma, acémilas y asnos!),
adjudicase a uno de los dos
la
— — suerte o
arbitrio
el
59
—
de amigos comunes y des-
apasionados.
Nada de esto logró sacar
me
resolución,
y
Alcaide de su
al
insistió
así,
fir-
en que Boabdil
no saldría de su prisión sino con orden expresa
de
los
Reyes Católicos y adonde
ellos
mandasen,
arraigándose más en este dictamen— dice
de Rute, cuya es
después que a
garon
la
la
inclinación de su
los consejos
el
Abad
relación de esta disputa,
ánimo se
lle-
por cartas y aun dicen que a
boca de don Alonso de Aguilar, enemistado años hacía con el Conde, a causa de un famoso y no
realizado desafío, del que hacen mención
muy
singular las historias de aquel tiempo ^. Visto, pues, por el
Conde de Cabra que todas
le salían vanas, y que de las demandas y respuestas se iban encendiendo dema-
sus diligencias
siadamente
los ánimos,
para evitar que
el alter-
cado pasase más adelante con grave daño de dos, acordó, desistir
to-
como varón magnánimo y prudente,
de sus pretensiones por
el
momento, de-
jando en quieta posesión a su sobrino, y hasta
que
los
Reyes Católicos
que su buena fortuna
No
le
interviniesen, de aquello
había concedido ^.
paró aquí, sin embargo,
la
pendencia; por-
que, abrazando cada uno de los vasallos del
Conde
-
-
eo
y del Alcaide su respectiva causa, reavivóse todavía más la disputa; y para que se perdiera toda esperanza de arreglo, acertó a personarse también en
el
reñido pleito
de los mayores culpables,
de
pal
las fábulas,
amor propio
el
si
no
local,
uno
el culpable princi-
mentiras y desatinos que pulu-
lan por las abundantísimas historias de pueblos de
nuestra patria, mezclando y hermanando
dad con mil patrañas increíbles
Por de
la
lató
tal
tengo
ver-
la
'"''.
que un apasionado defensor
la
causa de Lucena, López de Cárdenas, re-
en sus Memorias, especie acogida años des-
pués, no sé
si
de
ligero,
por
el
sesudo y ele-
gante historiador de Granada, Lafuente Alcántara.
Según ambos
entre baenenses y
escritores, surgida la porfía
lucentinos sobre
cuestión de a quién correspondía la prisión
del
la
la
reñida
gloria de
Rey, atribuyéndosela cada bando
y agriándose en términos que amenazaban graves males, recurrió cada uno a su señor y
jefe,
quienes, por falta de imparciales testigos o ter-
ceros que atestiguasen tidos en el
mayor de
ban, cuando
al
la
verdad, veíanse me-
los aprietos.
En
él
esta-
discreto Alcaide de los Donceles
ocurriósele un ingenioso arbitrio para zanjar cuestión, a saber: que el propio Rey,
como
la
in-
—
61
—
diferente y ajeno a la discordia, fuese en perso-
na quien
la dirimiese.
Aceptada por Boabdil
la
propuesta, pasaron a presencia suya, y, en pri-
mer
lugar, los soldados de
el cautiverio;
ca
si
Baena que se atribuían
y preguntando
al
melancólico monar-
habían sido ellos sus aprehensores, Boabdil
no desplegó
los labios; pero,
moviendo
la
cabeza,
contradijo su pregunta con signos negativos de
inequívoca expresión. Acto seguido
mandó
caide de los Donceles que entrase en el
la
el
Al-
estancia
regidor lucentino Martín Hurtado, y apenas
le
hubo visto Boabdil, cuando, levantándose de su asiento
y echándole
los
brazos
al
cuello, dijo
voz clara que todos entendieron: «Éste es ejecutó mi prisión»
^'*.
el
en
que
III
Mientras que en Andalucía agitábanse estas ferencias,
di-
Luis de Valenzuela, maestresala del
Conde, llegaba a Madrid, reuniéndose con cos días después
él
po-
segundo mensajero del Al-
el
caide de los Donceles, dando cuenta a los Reyes
de haberse hallado entre los cautivos
al
propio
monarca granadino, Muley Boabdelí. Alborozóse la
Corte con
denó
las
nuevas, y
el
Rey
Católico or-
se aparejasen sin dilación las cosas para su
viaje a
Córdoba, donde quería recibir
la
persona
del regio cautivo, dirimiendo la contienda que
sobre su posesión se había originado, y de cual tenía
ya
noticia por los ^^.
de los pleiteantes el
día
28 de
reclamaban a
abril la
,
Partió, pues,
solo,
la
mismos mensajeros de Madrid
pues a Doña Isabel
la
sazón en Navarra los tratos del
-
63
—
convenido matrimonio del malogrado Príncipe don
Juan con una Princesa de
la
Casa de Francia, con
cual pensaban los prudentes
el
Reyes afianzar
las paces, algo inseguras, con aquel reino
^'.
Por sus jornadas lentas llegó don Fernando a
Córdoba
el
9 de mayo, y apenas se hubo conoci-
do su venida en
como
la
comarca, propuso
el
Conde,
tan prudente y caballero, a su sobrino que,
olvidando las pasadas rencillas, fueran los dos
como buenos deudos y amigos, a besar la mano al Rey su señor, y a ofrecerle el prisionejuntos,
ro.
Aceptólo
el
Alcaide, y partido el
Baena con lucida comitiva, incorporóse pejo, con no
Conde de a él en Es-
menos honrosa compañía; abrazáron-
se ambos, y juntos tomaron la ruta de Córdoba.
Súpose de
la
el viaje
de
los
dos valientes campeones
gloriosa batalla y prendimiento, y súpolo
asimismo
el
Monarca aragonés, quien, deseando
dar públicas muestras de su contento y honrar en las
personas de los caudillos
tía
de sus vasallos, ordenó que toda
el
esfuerzo y valenla
nobleza
que en Córdoba había por entonces saliera a cibir al
Conde y
haciéndolo
él
al
Alcaide fuera de
también a
la
ciudad,
cabeza de todos, en
lucido tropel, rico en colores,
vestiduras.
la
re-
armas, arreos y
—
-
64
Iban su Alteza don Fernando,
el
Arzobispo de
Sevilla con otros obispos y prelados, los Maestres
de Calatrava y Santiago,
duques de Nájera y
los
Alburquerque con cincuenta o más señores, los
e hidalgos. Llegaron a
la
Cuesta de
como medio cuarto de legua de to que acababan de bajarla el
la
los Visos,
ciudad, a pun-
Conde y
con su gente, y advertidos éstos de del
títu-
Alcaide
el
presencia
la
Rey, apeáronse con presteza, yendo a besar
su mano. Recibiólos
el
Monarca con demostracio-
nes de gran contento y alegría, echándoles los cuello y besándoles en el carrillo, tras
brazos
al
lo cual
mandó que cabalgasen de nuevo,
semblante risueño, tomó cha y
al
Alcaide a
sentidas razones
el
y,
con
a su dere-
otra mano, alabando con
la
al
derrota y prendimiento
la
Rey de Granada. Así
donde
Conde
gran servicio que a Dios y
reino habían hecho en del
al
entraron en Córdoba,
los afortunados adalides, entre repiques de
campanas y música alegre de varios instrumentos, recibieron
entusiasmo de
nuevas y honrosas muestras del la
ciudad toda, acompañándoles a
sus moradas, después de haber dejado tólico
al
en su palacio del Alcázar, toda
hueste que a esperarlos
Tratóse otro día de
al
la
campo había
Rey Cala lucida
salido ^^
suerte de Boabdil, y
-estante
el
Conde como
el
Alcaide declararon estar
prestos para traerle, a fin de que don Fernando
escogiese libremente
la
conferirse su guarda; y
persona a quien había de el
prudentísimo Monarca,
para excusar diferencias entre
tío
ordenó que entrambos juntamente
y sobrino, lo
les
condujesen
a Córdoba,
y que el recibimiento se hiciese solemnemente, como a persona real que era el cautivo, aunque él no le vería, porque no acos-
tumbraban
los
sioneros
no era para darles
si
reyes de España a ver a sus la
pri-
libertad con su
presencia.
Con
esta resolución ordenó el Alcaide de los
Donceles a Alonso de Rueda, caballero de su casa, en quito,
cuyo poder había quedado
el
Rey
chi-
que desde Lucena, y con buena guarda
y recámara,
lo trajese a
dos jornadas. Hízolo
Córdoba por Espejo en
así: partió
Boabdil de Luce-
na acompañado de su alcaide y otros caballeros y criados, con tanta
pompa y
regalo, que se gasta-
ron en aquel breve viaje 27.000 maravedís, gran
suma para aquel tiempo. Saliéronle relata nuestro
a
Abad — el Conde y
encontrar— el
Alcaide,
casi a
una legua de
dajoz,
y trajéronle en medio ambos, y con
salieron también
la
ciudad, cerca del río Gua-
y acompañaron
al
ellos
monarca gra5
—
66
-
nadíno, por orden del aragonés, todos los Gran*
des y caballeros que había en cuarto de legua de
Corte, éstos un
la
ciudad; y cuando el Rey,
la
con sus venturosos aprehensores, llegó adonde le
aguardaban, cada uno de
como es-
los señores,
taba a caballo, llegaba a hacerle acatamiento y reverencia
(¡tal
y se daba a
la
era
la
fuerza que entonces tenía
realeza, aun caída, presa y humi-
llada!), y el Conde y el Alcaide y dignidad de los que venían a
forme a
ella,
decían
le
y con-
midiendo sus cortesías a su modo y
usanza, contestaba
el
moro
Acabados que fueron,
el
a los saludos.
Conde y
el
maron en medio a Muley Boabdelí, no
mero
el linaje
saludarle,
Alcaide tosin
que
pri-
brindasen generosamente esta honra a los
Grandes que
allí
había, no aceptándola éstos, por
juzgar que, en todo caso, era debida a quienes
con tanto valor y riesgo de sus personas
le
habían
preso. Boabdil, por su parte, trabándoles de los
brazos, dio a entender también que no gustaba de
que
le
dejasen.
De
esta suerte, y tan honrosa-
mente acompañado, encaminóse a
la
ciudad, cuyos
moradores agolpábanse a sus puertas e inmediaciones, ansiosos de presenciar la entrada del
Rey
moro. Iba éste vestido de terciopelo negro, sobre
un caballo morcillo bien enjaezado, cubierto
el
-
67
—
rostro de grave melancolía
'^^
y tanta era
chedumbre de gente que llenaba
Campo de ba,
la
Verdad, hasta
el
la
mu-
anchísimo
puertas de Córdo-
las
que solamente a fuerza de brazos hacíanse
lugar los más decididos para acercarse
por donde venía
al
camino
acogiéndole todos
el prisionero,
con muestras de gran respeto, cortesía y ánimo
generoso y caballeresco. Apeóse Boabdil en casas del obispo de
la
gos, y despidiéronse
las
ciudad, don Alonso de Bur-
allí los
que
le
acompañaban,
con excepción del Conde, del Alcaide y sus criados, que no le abandonaron hasta dejarle descan-
sando en su estancia; pasaron luego nuestros caudillos a presencia del
trató de la entrega
Rey
Católico, con quien se
y guarda del de Granada, y
aquél, que lo tenía todo prevenido, ordenóles lo
entregasen a don Enrique Enríquez, su
tío,
y a
Rodrigo de UUoa, su contador. Llevóse a cabo así
con las formalidades acostumbradas, otorgán-
dose público documento de los
la entrega y reato, y nuevos custodios, con consentimiento del Rey,
diéronle en guarda
al
comendador de Calatrava,
Martín de Alarcón, alcaide de Porcuna, quien, pocos días después, conducía
tamente a aquella fortaleza Y, a
la
verdad,
si
al
granadino secre-
^^.
Boabdil,
como buen musul-
-«tnán, era
dado a agorerías y supersticiones,
gularmente después del aciago suceso de sadas,
sin-
las pa-
más de una vez debió de pensar durante
su viaje en
con que
le
el
hado infausto y desventurado sino
perseguía en esta empresa
del bendito patrono de Arles,
el
nombre
San Martín. Mar-
arroyo donde fué pre-
tín
González llamaban
so;
Martín Hurtado y Martín Cornejo sus apre-
el
hensores, y, para burla e ironía cruel de su destino,
Martín Ruiz de Alarcón apellidábase, por
último, el custodio
y guardador de su persona,
que unas horas después trasponía con su regio prisionero llo
el
puente levadizo del fortísimo casti-
de Porcuna
'^.
IV
¿Cuánto tiempo duró
de Muley
el cautiverio
Boabdelí? Punto es éste de los más obscuros e trincados de siglos,
y en
el
in-
de aquellos turbulentos
historia
]a
cual las relaciones de los cronistas
o nada dicen explícitamente, o se contradicen y confunden. Según res cristianos, el
la
mayoría de los historiado-
Rey Chiquito obtuvo
su liber-
tad pocos meses después de haber caído prisionero: hacia el de septiembre de 1483, habiéndose dirigido desde
Córdoba a Guadix, donde
blevación de
ciudad a favor de su hermano
la
la suel
Zagal originó su precipitada fuga, teniéndose
que acoger de nuevo
al
amparo de
los
Reyes Ca-
tólicos ^.
Con
todo, eruditas y modernas investigacio-
nes, hechas a vista de las crónicas del tiempo
y
—
70
de documentos inéditos antes ignorados, parecen contradecir esta creencia, y no dan por segura la libertad del
Rey moro
mienzos de 1486, esto
de cautiverio
"".
Y
hasta fines de 1485 o co-
es, tras
aunque
la
dos años y medio aclaración de tal
extremo- tiempo que duró su prisión— pudiera afectar,
y no poco, a
del retrato, haciéndose
la
autenticidad e historia
más verosímil su pintura
cuanto más se prolongase aquélla, habrá de per-
donarme
el lector
que, ahorrándole largas y eno-
josas disquisiciones, y sin entrar de lleno en el
esclarecimiento de una u otra versión, remate
concisamente en unas breves líneas Boabdil cautivo, dando alas
por
el
buen resultado de
al
la historia
de
tiempo, hasta que,
los tratos abiertos para
su codiciada libertad, obtúvola completa, volvien-
do a
la
amada
vista de los cármenes, almunias
y
quintas reales que a los pies de su Alhambra se
extendían.
Era Porcuna por entonces una plaza fuerte, conquistada en 1240 por San Fernando a los moros
y donada por
clita
mismo santo monarca a
la ín-
Orden de Calatrava, en cuyo nombre regía
la villa,
tío
el
como
alcaide suyo, Martín de Alarcón,
de aquel Señor de Alarcón que tan altos puso
los timbres
de su casa en
las
guerras de
Italia.
A
— poca distancia de
71
como
situado
ella,
sobre una rocosa eminencia, a
la villa
toda
que servían en
la
algunos lados de naturales murallas hondas y tajadas cortaduras de piedra, alzábase castillo
el
extenso
o fortaleza, de fundación antiquísima, con
murallas también de piedra
muy
bien conserva-
das, torreones, a cortas distancias, de cantería la-
brada y un cuerpo interior a modo de ciudadela, defendido por dos torres, cuya construcción hacíase subir por algunos
Coronaba
la
al
tiempo de
misma ciudadela una
los
romanos.
torre de figura
octógona, toda de piedra, edificada con posterioridad
al castillo
por los grandes Maestres de
Orden de Calatrava,
a cuya costa corría
ro y conservación de la temible fortaleza
En
ella,
la
repa-
*'.
Homenaje hubo de alojarse
esta Torre del
Boabdil, y en
el
tratado con todo
el
decoro y
regalo que aquellos guerreros e incómodos tiem-
pos consentían, asistido de numerosa servidumbre mora, fué transcurriendo todo
de su prolonga-
el
do cautiverio, y no en Baena
ni
Lucena, como
erróneamente escribieron algunos cronistas
Los recios muros de
la torre del
Homenaje
•*.
fue-
ron mudos oyentes de los suspiros del moro, quien, triste soñador los
y melancólico, asomado a
duros hierros de su cárcel,
fijos los
graves
72 ojos en las lejanas sierras de Luque, esperaba día tras día el
de
la
los
almendros y
que
arribo de
la
libertad codiciada,
cual eran avivadoras ansias los olores de la
vista
los olivos
memoria
traían a la
le
de
el
y jarales
recuerdo de
los
ííuavísimos de azahar de sus jardines del Generalife,
o de los floridos Alijares, regados con
el
agua mansa de sus albercas y vestidos pintores-
camente de caprichosos arrayanes de perenne verdor.
Y
no era vano su recuerdo. Porque desde ellos
también se trabajaba día y noche por del cautivo.
Boabdil, sobreponiéndose
con
la
el
retorno
La valiente sultana Aixa, madre de
nueva de
la
al
dolor vivísimo que
prisión de su hijo le trajo la
relación del desastre, envió desde el Albaicín,
lugar adonde se había retirado con sus deudos,
esclavos y tesoros, una lucida embajada, com-
puesta por real, Ali el
Rey
Aben Comixa, Muley
pendón
Alacer y otros caballeros, a tratar con
Católico
do para
el del
la libertad
de Boabdil, ofrecien-
ello las condiciones
Por su parte,
el
más ventajosas.
padre del prisionero,
Muley Hacen, dueño
a la sazón de
el viejo
Granada por
derrota del bando de su hijo, movido acaso de propósitos crueles y sanguinarios, o, cuando me-
— ranos, deseoso de rematar su victoria estorbaFido la
vuelta de su rival para quedar
él
por solo due-
ño y señor de Granada, dio libertad a un principal caballero sevillano llamado
don Juan de Pine-
da, bajo el fingido pretexto de
que viniera a ne-
gociar
de otros cautivos, pero con instruccio-
la
nes secretas para que, en su nombre, consiguiese del
Rey Católico una de
estas dos cosas: o la
prolongación del cautiverio de Boabdil, mejor,
la
tables partidarios, a cambio del tes, Asistente
pués de
la
Ajarquía, con otros cautivos que
ficado emisario,
Y
no contento con tan
eli-
cali-
y ansioso de lograr resueltamen-
te su propósito, destinó
a un
Conde de Cifuen-
de Sevilla, preso en Granada des-
giera don Fernando.
mismo
aún
o,
entrega de su persona y de sus más no-
también para logro del
mercader genovés llamado Federico
o Francisco Centurión, que, ocupado en sus tratos comerciales, vivía en Granada, relacionado
también, a causa de ellos, con del
Rey
damente fruto,
la
corte y oficiales
Católico. Cumplieron su misión separael
castellano y el genovés, aunque sin
porque
la
hidalguía y caballerosidad cris-
tianas rechazaron indignadas semejantes condiciones, hijas de un sentimiento de bárbara cruel-
dad y refinada venganza
^*'.
Vino tras esto
la
tala
y correría que en
vega de Granada emprendieron
mes de
junio de aquel
los nuestros
mismo año de
llos,
aparato guerrero a que respondió
monarca nazarí levantando un lucido yas hazañas hicieron reverdecer en
en
el
1483, con
toma de algunas fortalezas, poblados y
la
la
el
casti-
brioso
ejército, cu-
las
canas del
viejo los juveniles laureles de otros tiempos; tanto,
que, ora fuese pwr
ora porque
más en
la
el
Rey
la
inesperada resistencia,
Católico no quisiera arriesgar
campaña, dio por terminada
la
de aquel
año, dando la vuelta a Córdoba, donde le aguar-
daban
los emisarios
de
la
arrogante sultana Aixa,
con grandes deseos y esperanzas de lograr
la
an-
las historias
y a
siada libertad de su desdichado hijo.
Aquí comienzan a confundirse
— nublarse
75
—
verdad, no haciéndose
la
hasta
la luz
famosa Junta de grandes y señores que
la
la
Reina
Católica, dando nuevas muestras de aquel singular
don de consejo que tanto encarecieron sus con-
temporáneos, dispuso que se reuniera en trópoli
cordobesa para tratar en
más a
nía
la
causa de España en
benditas de su reconquista:
si la
ella
la
me-
qué conve-
las postrimerías
libertad, o la pri-
sión de Boabdil.
Celebróse, en efecto, currencia de lo
que
el referir
nos llevaría
la
Junta con mucha con-
más granado de
puntualmente
muy
lejos, sin
lo
la
nobleza, aun-
sucedido en ella
necesidad, porque de
este Consejo hicieron caso especial los cronistas
de entonces, en cuyos libros se hallará minuciosa-
mente relatado
"".
Sepa, pues, o recuerde, más
bien, el lector, tan sólo
que
el
Maestre de Santia-
go don Alonso de Cárdenas fué cabecera y cuente defensor del bando que pedía
la
elo-
continua-
ción de la guerra con el cautiverio de Boabdil,
alentando
el ejercicio
recogiendo
el
de
la caballería castellana,
fruto de las pasadas talas
y victo-
y prosiguiendo la campaña contra un rey viedoliente y desamado de los de su reino, muy al
rias, jo,
revés de vo,
y con
lo
que acaecería dando libertad
ella a
al
cauti-
sus partidarios un caudillo joven.
-
76
animoso y querido, contra quien sería más difícil y cruenta la conquista. A cuyas razones contradijo,
oponiendo
las
suyas, don Rodrigo Fonce de
León, heroico Marqués de Cádiz, partidario de
que se consiguiesen del Rey Chiquito
más
fa-
vorables condiciones a cambio de su libertad,
la
las
cual no habría de servirle de otra cosa que de en-
cender más aún padre e los
hijo,
el
fuego de
la
discordia entre
atizando las luchas intestinas entre
secuaces de uno y otro bando, con
vidido
el
lo cual, di-
reino enemigo, y consumiendo en sus
guerras civiles y odios de partido
fuerzas
las
que pudieran oponernos, se caminaría más breve-
mente a su destrucción. Perplejo anduvo
el
Mo-
narca entre ambos pareceres, alabando
el
uno
por valiente, y consultada decidió del
la
la
el
incertidumbre, inclinando
el
suyo
al
Marqués de Cádiz.
Admitióse, pues,
de
otro por astuto, hasta que,
Reina, que se hallaba en Vitoria,
la
el
concierto con los emisarios
Sultana; conviniéronse sus cláusulas, acep-
tadas días después por
el
propio y regio cautivo,
a quien fueron consultadas en Porcuna,
do totalmente aquél, firmóse
el
y cerra-
oportuno tratado,
cuyas principales condiciones eran
las
que siguen:
reconocería Boabdil su vasallaje del rey
Don
Fer-
nando y de
la
reina
77
Doña
Isabel,
mente por parias y acatamiento
Reyes
pagando anual-
del señorío
de
los
doce mil doblas zahénes (unos catorce mil
ducados castellanos); entregaría de una vez cuatrocientos cautivos de los que se hallaban en las
mazmorras de Granada, más sesenta cada año durante cinco, dejando en rehenes a su hijo
mayor
con otros doce mancebos de los más principales de su casa, para seguridad y
fiel
cumplimiento de
la
ajustada concordia.
Por su parte,
los
Reyes Católicos
le
otorgaban
obligábanse a no llevar su señorío a
la libertad;
cosa alguna que fuese contraria a su secta mahomética; prometiéronle su ayuda para
de
las
el
recobro
ciudades rebeladas de su reino granadino,
las cuales,
una vez reducidas, tendrían asimismo
que prestar juramento de vasallaje a cristianos,
treguas a
guiesen a
los
monarcas
y acordaron, por último, dar mutuas la
guerra durante los dos años que
la libertad
de Boabdil
•'.
si-
VI
Firmadas estas capitulaciones, cuyo original se ha perdido, conservándose tan sólo incompletos extractos,
y llegados
a
Córdoba
los cautivos cris-
tianos señalados para su rescate, así
como
henes moros, escribieron los Reyes
comendador
al
los re-
Martín de Alarcón, en cuyo poder seguía Boabdil,
para que
lo trajese
a Córdoba, con vistoso
acompañamiento, y haciéndole honra como a Rey,
y Rey
libre
que era.
Hubo sobre
la
forma de recibirle por
el
Monar-
ca cristiano muchas y diversas opiniones entre los
de su Corte, diciendo
los
más que pues
el
Rey
moro había firmado concordia, declarándose vasallo del católico, había éste
mano.
A
lo cual
de darle a besar su
contestó magnánimamente
gonés: «Diérasela, por cierto,
si
el
ara-
estuviese libre
-roen su reino; mas no se so en
el
mío»
Llegado
el
la
daré aquí, por estar pre-
''*.
día de la entrada,
que fué
el
2 de
Septiembre— cuenta nuestro Abad de Rute— salieron también a recibirle un cuarto de legua la
de
ciudad todos los caballeros y señores que ha-
bía a la sazón en ella,
y entre
res, nuestros olvidados
de
ellos sus aprehenso-
Conde de Cabra y Alcaide
Donceles, Llenáronse ventanas, celosías,
los
y plazas, de abigarrada y compacta muchedumbre. Lucían los señores y titulados vistocalles
sas galas, ostentando el poder de su príncipe,
cuya grandeza consiste en
la
riqueza y calidad de
Sumábanse a
la
galana comitiva to-
sus vasallos.
dos
los
curar
moros que habían venido a Córdoba a pro-
la libertad
de su Rey, que eran más de cin-
cuenta, galanes y gentiles con las vestiduras de
paños,
sedas y brocados, que, con otros ricos
arreos y no escasa
bido de
suma de zahénes, habían
la liberalidad del
Rey
reci-
Católico. Detrás de
ellos venía Boabdelí, ricamente vestido
con
gres colores, jubilosa señal de
alcanza-
da,
la libertad
ale-
y a su lado Martín de Alarcón con otros deu-
dos y caballeros de su
En
linaje.
esta forma entraron en Córdoba, y llegados
a la presencia del
Monarca, hizo entrega de su
-
-
80
prisionero Martín de Alarcón; recibiólo
nando, y
el
granadino hincó
mano de aquél para
la rodilla
besársela.
generoso cristiano, a pesar de
No las
lo
Don
Fer-
pidiendo
la
consintió el
grandes instan-
que hacía
el
musulmán, sino que, tomándolo
en sus brazos,
le
ayudó a levantar, con muestras
cias
de gran agasajo y cortesía.
A esta sazón,
un moro
trujamán que venía con el Rey Chico, locuaz, adulador y retórico como todos los de su casta, ora porque Boabdil se lo tuviera ordenado, ora
porque se
comenzó
lo dictase su
condición baja y rastrera,
a entonar altos y ampulosos loores de la
generosidad y munificencia del Rey Católico; mas éste,
no sufriendo semejante bajeza, atajó a su
apologista con estas palabras: «Basta: no es necesaria esta gratificación;
yo espero de su bondad
que hará todo aquello que buen ome e buen rey
debe fazer», con
lo cual,
moro sobre su Alcorán dio por terminada
una vez jurados por
el
los capítulos del concierto,
audiencia; entregáronse los
la
rehenes, y entre ellos
el hijo
mayor
del
Rey moro,
a Martín de Alarcón, para que los custodiase en el castillo
como
lo
de Porcuna, hecho guardián del
había sido del padre;
do que regalasen
al
arreos, vestiduras
hijo
mandó Don Fernan-
granadino un rico presente de
y
caballos, y,
acompañado de
un capitán de escolta,
de
le
la
al
—
guarda castellana con una fuerte
tomó Boabdil
dejaron
81
el
camino de su reino, don-
pie de la primera fortaleza en que
declaró hallarse seguro.
Mas para sus vasallos ya no volvió a llamarse Abu Abdallah. Hasta el fin de su vida tenía que perseguirle
el
humillante mote que, por razón del
pasado cautiverio, y como en señal de oprobio, pusiéronle los suyos: el Zogoybi, que quiere decir el desüenturüdillo...
'^
VII
Tres semanas después, y partido ya el rey Fernando para Burgos y Vitoria, donde se reunió con Doña Isabel, acordaron
y
el
Alcaide de los Donceles
el ir
Conde de Cabra a aquella ciudad a
besar las manos de su Reina, a quien todavía no habían visto
ni
hecho acatamiento después del me-
morable hecho de armas. Salieron, pues, de sus estados a últimos de no-
viembre de aquel año de 1483, con numeroso y lucido acompañamiento de deudos, escuderos
y
y trompetas bastardas, y Corte el viaje de los insignes cau-
criados, con sus cajas
conocido en dillos,
la
ordenaron los Reyes
al
gran Cardenal de
España, don Pedro González de Mendoza, que preparase
el
les
recibimiento triunfal, con la autori-
dad y pompa necesarias, haciéndoles
la
honra que
— merecían por
el
valor y fortuna desplegados en la
pasada batalla. Cumpliólo
que entró
el
—
83
Conde
solo,
así el
Cardenal, y
el
día
habiéndose quedado fuera
de Vitoria, por puntillosas razones de etiqueta, su sobrino
el
Alcaide, todos los grandes, prelados, du-
ques, condes, marqueses, caballeros y ricos-hom-
bres que en Vitoria había a cibirle,
sazón salieron a re-
la
precedidos de los reyes de armas, farau-
trompetas y atabales de sus Al-
tes, pasabantes,
que fue-
tezas, con otros instrumentos. Llegados
ron a la
tomó
comitiva del Conde,
a par de
el
gran Cardenal
y llevando delante a
sí,
los
le
reyes
de armas, tocando los añafiles y trompetas, fueron a apearse zas.
al
palacio donde posaban sus Alte-
Estaban los Reyes Católicos sentados en un
estrado,
al
cabo de una gran cuadra o
Conde de Cabra, levantáronse de sus lieron a recibirle a
más de
la
y cuan-
sala,
do vieron que por su puerta entraba
el
heroico
sitiales
mitad de
y
sa-
la pieza,
con señales de grande alegría y contentamiento.
Hincada
la rodilla,
besó
el
esforzado caudillo las
manos de sus Reyes, y vuelto con mandáronle tomar asiento en
él,
ellos al estrado,
junto con
denal, en muestra de señaladísima honra. esto, descorrióse
de
ella veinte
el
Car-
Hecho
una cortina y salieron de detras
damas de
la
Corte, rica y galana-
-
-
84
mente aderezadas, y tocando triles
que había en
lo alto
los
músicos o minis-
de un corredor sus chi-
rimías y otros instrumentos, danzaron y festeja-
ron
al
Conde hasta
la
media noche.
Pocos días después hizo asimismo su entrada el
joven Alcaide de los Donceles con
gente de
la
muy
su casa, habiéndosele también recibido con
honroso acompañamiento de grandes, señores y titulados,
y acogido por
los
Reyes con muestras
de no pequeño favor. Juntos
tío
y sobrino tuvieron aviso de
ellos,
boca del Marqués de Villena, mayordomo
que otro
día,
que era domingo, pasasen
la
por
real,
noche a
palacio a ser sus convidados. Estaba el salón real
guarnecido de doseles de brocado y de chapería,
con ricos y bordados tapices, y en
los aparadores,
en diversas piezas, mucha plata dorada y blanca.
Llegados
el
Conde y
el
Alcaide, hiciéronles los
Reyes tomar asiento junto a real, señaladísima
que
los
ellos
en
el
merced para entonces, mientras
mayordomos y maestresalas, con hachas
encendidas en las manos, hacían lugar en
de una y otra parte.
Doña
estrado
Isabel, hija
De
allí
mayor de
a poco salió
los
la sala
la infanta
Reyes, con treinta
y cinco damas muy ataviadas, vestidas todas de brocado y chapado, a cuya vista pusiéronse a
to-
—
85
car los ministriles altos. vistosa danza, bailando
tomando parte en llos,
los
Comenzó entonces una
damas con damas y caba-
con caballeros, a
lleros
—
ella, a
la
usanza del tiempo, y
más de nuestros caudi-
mismos reyes Don Fernando y Doña
Isabel.
Acabada la
la
danza, púsose
cena; sentóse
y junto
al
el
la
Conde cabe
Conde, su sobrino
de mayordomo
el
el
Marqués de
mesa y la
sirvieron
señora Infanta,
Alcaide. Servía
ayudado
Villena,
de tres maestresalas, y tocando más de cuarenta trompetas bastardas y más de diez pares de atabales y tres coplas de ministriles altos, traían el
manjar. Venían tres platos: dos para
Reina y otro para
el
Conde y
el
el
Rey y Duró
Alcaide.
la
la
cena más de dos horas, y cada vez que traían platos tocaban las trompetas, atabales triles.
de,
Acabado
y yendo a
el real
la
y minis-
convite, levantóse el
Con-
cabecera donde estaban los Re-
yes, besóles las manos; ellos le dijeron: «Conde, ésta sea para con otras muchas», contestando el caudillo:
«En
el
Hizo otro tanto
servicio de vuestras Altezas». el
Alcaide, y juntos pasaron con
sus reyes a otra cámara, donde estuvieron hasta tres horas pasada la media noche, hora en la cual el
Conde se levantó para que reposasen sus Al-
-88y sobrino a sus mo«
tezas, tornando también tío
radas a descansar.
Venido otro tario
día, llamaron los
Reyes a su secre-
Fernán Alvarez de Toledo, para que fuera
portador cerca del caudillo de Cabra de las mer-
cedes que
le
hacían en premio de
pasada victo-
la
ria y prendimiento, mandándole que trajese en
adelante
la
cabeza del Rey de Granada que
armas y en dor, a
él
ha-
y preso dentro del escudo de sus
bía vencido
lo
bajo de
modo de
él,
y acoladas a su alrede-
orla, las veintidós
banderas gana-
das a los moros en aquella acción memorable, a
más de
trescientos mil maravedís de juro de he-
redad, con otros derechos y sacas sobre las villas
y
tierras
que
tenía.
mercedes, y por
el
Agradeció
el
Conde
mismo secretario
suf)o
tantas
que
los
Reyes concedían asimismo
igual gracia del escu-
do, con la cabeza del rey
y
sobrino
el
las banderas, a
su
Alcaide, con otra importante cantidad
de maravedís de juro, aunque, naturalmente, algo
menor
''*.
Ufanos y orgullosos con
las
mercedes
das, volvieron a sus estados por sus
dinarias el
Conde y
dos de los Reyes.
Y
el
recibi-
jomadas
or-
Alcaide, una vez despedi-
de todas
ellas, la
que más es-
—
87
—
timaban por principal y honrosa era
el
nuevo
blasón, hasta entonces por nadie usado, del
me-
dio cuerpo de un rey con su corona, y asida de
su cuello una cadena,
como en
servidumbre, con
glorioso nimbo circular de
el
las veintidós banderas.
señal de perpetua
Arribados a Córdoba, se-
paráronse uno y otro, con dirección
Cabra y
Y
el
el
Conde
a
Alcaide a Lucena.
no habían transcurrido muchos días, cuando
a oídos del primero llegó el rumor de que su sobri-
no
el
Alcaide, queriendo añadir un lema o divisa
al
honroso blasón concedido por sus Reyes, movido, acaso, de juvenil orgullo, había escrito en el tim-
bre de su escudo un mote latino sacado del Apóstol
San Pablo, en
el
capítulo 12 de la carta
escribió a los Corintios, donde, hablando el
I
que
Doc-
tor de las gentes de la diversidad de gracias
virtudes que
el
y
Espíritu divino comunica, dando a
unos unas y a otros otras, concluye: «Haec autem
omnia operatur unus atque idem Spiritus,
divi-
dens singulis prout vult»: <i'Pero todas estas co-
sas las obra uno y un mismo Espíritu, dicien-
do a cada cual conforme quiere^, de palabras había formado
mote,
como
diciendo: si
el
las cuales
Alcaide su referido
Hcec omnia operatur unus,
aspirase a que la voz de la historia se re-
-as
—
pétreamente esculpida en sus blasones, y arrogándose a sí solo con jactanciosos bríos la flejara
gloria de aquella hazaña que se mostraba en las
armas; a cuyas altaneras vanidades, y aludiendo» ora a su intervención decisiva en
cho de armas, ora
el
pasado he-
brazo de Aquél que es Se-
al
ñor de las batallas y soberano dispensador de sus victorias o derrotas, respondió
santo
Conde con
hermosamente
de San Juan, síntesis purísima de tura,
el
aquellas palabras del Evangelio la
pasada aven-
y que campean desde entonces en
los escu-
dos de los descendientes de esta gloriosísima
rama de
la
esclarecida
SINE IPSO
Casa de Córdoba:
FACTVM EST
Sin él nada se hizo
NIHIL '^...
PARTE
EL
III
RETRATO
El profundo cambio que en la constitución polí-
de España imprimieron
tica
las
Cortes de Cádiz
(segundo y definitivo en los nacionales destinos
después del advenimiento de canzó en cial
y a
la
los
los
primeros años a
la
Borbones) no
al-
organización so-
vida privada de una buena parte de las
provincias españolas, las cuales, sordas a las in-
novaciones y quiméricas promesas del nuevo ré-
gimen, continuaron manteniendo las mismas cos-
tumbres y prácticas que de sus mayores habían recibido. Singularmente, en la clase aristocrática
provinciana, alejada del bullicio de la Corte, fué
más viva y pronunciada esta repugnancia a nuevos usos, y
así se explica
que
la
los
llamada so-
ciedad del siglo XVIII prolongase su vida hasta
muy
entrado
el
xix,
y que
las
grandes casas, he-
-
92
—
rederas de los caudales y glorias de sus progenitores,
mantuviesen su organización y prosiguie-
sen su curso durante bastantes años, ellas
no hubiera resonado
campanuda
la
como
si
para
voz altisonante y
del canónigo Torrero en el Oratorio
de San Felipe. Representante ilustre y genuino de esta aristocracia era en Granada, en el primer tercio de la
pasada centuria, don Cristóbal Rafael Fernández
de Córdoba y Pérez de Barradas,
vi
marqués
Algarinejo, xi marqués de Cardeñosa,
qués de Valenzuela, de
la
vii
viii
del
mar-
conde de Luque y señor
Real Villa de Zuheros con su castillo y otros
lugares, quien, ora de paso en sus haciendas,
ora recluido en su palacio de Granada, llevaba la
vida pacífica y ociosa del noble provinciano del
siglo del peluquín
y
la
casaca, sin otros aconteci-
mientos que
la
religiosa del
Santo Oficio, en cuyos bancos tenía
alterasen que
tal
cual solemnidad
preferente asiento como Alguacil Mayor, alguna
que otra junta del Regimiento de
Córdoba, como Veinticuatro suyo, y ción solemne que en
Alférez
Granada
Mayor perpetuo, por
Carlos IV,
do Carlos
al III
la la
ciudad de
proclama-
hizo, actuando el
de
nuevo Monarca
fallecimiento de su padre el insípi'6.
Mas como
93
—
tranquilidad y el sosiego,
la
aun
cuando se busquen, no siempre se encuentran, que todo
diablo,
lo
el
añasca, vino a turbar los del
buen Conde, empeñándole durante bastantes años, mal de su grado, en reñidos y costosos pleitos sobre las particiones de su padre y otros derechos,
con su menor hermano don Antonio de Padua, bizarro militar, quien, no aviniéndose a la poltro-
nesca vida del mayorazgo, abrazó desde la
carrera de las armas, alcanzando
muy
muy
niño
notables
triunfos en las empresas bélicas a que asistió du-
rante
el
transcurso de su dilatada vida.
Independientemente de cia
que exigían
parte,
casas,
por otra
entonces entre unas y otras
disputándose rama por rama señoríos y
resto de
el
dirección y asisten-
los susodichos pleitos,
muy comunes
privilegios,
siglos,
la
y
la
conservaban
las
más
principales,
como
organización señorial de los anteriores
al
igual de otros oficios
de sus nóminas,
cargo o cargos de Abogados de Cámara, no
con
la
independencia y señorío que aparentemente
ostenta hoy vitalicio
la
arrastrada toga, sino
como empleo
y subalterno de aquella entonces aún po-
derosa institución. Fuera, pues, porque los perdurables pleitos lo pidiesen, ora porque aspirase el
mozo a una
colocación segura y de provecho, harto
-
94
—
de soflamas liberalescas por
las botillerías
grana-
dinas, fué el caso que, por los años de 1818, entró
en
la
casa del
Conde de Luque en concepto de
se-
segundo Abogado de Cámara un joven
cretario y
granadino llamado don José Fernández-Guerra,
poco conocido entonces, pero que años más tarde había de hacer famoso su apellido en su propia
persona primero, y en
las
de sus hijos don Aure-
y don Luis después, beneméritos todos de letras castellanas ". Contaba por entonces
liano las
don José sobre veintisiete años, y hacía solamente dos que lucía
la
garnacha en
Real Chancillería
la
de su ciudad natal, donde se había recibido de
abogado en 23 de diciembre de 1816 diligente
el
'".
Listo
y
mozo, pronto logró hacerse lugar en
su nuevo oficio; y transigiendo aquí un pleito, ga-
nando
allí
otro, exigiendo cuentas atrasadas
de
esta hacienda, o enderezando la buena marcha de
aquella otra, con tanto acierto
y
celo encauzó los
asuntos judiciales y administrativos de
la
casa del
Conde, que se hizo su hombre de confianza, sin que en
lo
sucesivo se atreviese a emprender
ni
decidir cosa ninguna en la cual no hubiera dado
antes su consejo o parecer
Poseía
el
el
joven secretario.
Conde, como señor de
la
villa
de Zu-
heros, extensas tierras en su término, abandona-
— das o desatendidas,
95
—
igual de tantas otras,
al
y
comisionado con poder general suyo, púsolas Fer-
nández-Guerra en buen orden y marcha para en
Tan acertadas y
adelante. del
discretas gestiones
abogado y secretario colmaron
de su mayor y
principal,
el
la
quien deseando darle muestras de
que
ella,
a la vez
premio que merecían tan relevantes servi-
el
cios,
satisfacción
Conde de Luque,
aprovechó una ausencia que de Granada hizo
Fernández-Guerra en
el
otoño de 1821, a
la
sazón
en Zuheros, para escribirle varias cartas, ofreciéndole en ellas la donación de dos hazas de
de entre
tierra
que
las
la
casa poseía en aquel
término; y aunque en los comienzos se resistió el secretario a paga tan delicada al fin
cia,
y generosa, hubo
de acceder, consintiendo en
pero solamente a
siempre, y que años
título
la
ofrecida gra-
de censo, que pagó
más tarde redimieron sus
herederos, liberando totalmente los flamantes do-
minios
'*.
Corriendo con
el
tiempo esta alta estimación y
confianza, convirtióse de abogado y secretario en
íntimo amigo y asiduo concurrente a tulia del
Conde, con tan confiado
había solemnidad los
ni
la
casa y ter-
trato,
que no
acontecimiento familiares a
que no asistiera Fernández-Guerra, animan-
—
96
—
dolos con su vivo ingenio, cuando no quedaban
conmemorados en odas,
letrillas
y sonetos, mues-
tras felices de su abundante y poética vena, siem-
pre aplaudidas, ora en
el
honesto solaz de los hoy
olvidados juegos con que nuestros abuelos distraían las largas horas de las veladas invernales,
como aquel llamado echar los años, en
cual
el
figuraban los Condes, su familia y amigos, con
y regalos de broma que
los versos
solían esti-
larse en tales esparcimientos, ora en las solemni-
dades patronímicas del Conde y a
la
Condesa. Y,
verdad, era ciertamente estimable
versificador del joven secretario,
garse por
en
la
el
talento juz-
siguiente soneto, leído de sobremesa
de
los días
el
como puede
la
muy
ilustre señora
doña Micaela
Catalina Diez de Tejada, tercera mujer del Conde, composición que no niega la pinta de
la
cuela granadina o antequerana, pues trae a
memoria
la
manera de
Luis Martín de
y Pedro Espinosa.
SONETO Ciñe Geni! en pámpanos y flores sien, y el gozo y el placer más vivo
La
Su
distintivo son,
De
mil
y
y
el distintivo
mil zagalas
y pastores.
la
esla
Plaza
—
97
Por esta vez suspende sus rigores
Con
el
Llena
Y
ser desgraciado el liado esquivo;
la
copa
apúranla Brilla,
en
el
el
Mérito festivo,
Candor y
fin,
Amores.
los
de Macelia
el sol
hermoso;
Sol de paz, y de gloria, y de ventura.
Yo gocé
un tiempo su fulgor precioso;
¡Mas hoy
suerte despiadada y dura,
la
Robándome mi
Me
dicha y mi reposo. condena a destierro y noche oscura!
*•
Tantas y tan cariñosas relaciones traducíanse en regalos y obsequios que de
la liberal
mano de
su mayor recibía Fernández-Guerra, y por uno
de
ellos,
allá
por los años de mil ochocientos
veintitantos, algunos antes del fallecimiento del
Conde, ocurrido en 1833, acaeció la
familia de
la
entrada en
Fernández-Guerra del curiosísimo
retrato de Boabdil que ha motivado este librillo.
Como
en tan rancia y rica familia, atesorábanse
de antiguo en
la
del
Conde de Luque todo
linaje
de los preciados objetos y alhajas que en tales casas acostumbraba a verse, aunque hoy, arrui-
nadas por desdicha
las
más de
éstas, conser-
ven tan pocas de sus antiguas preciosidades. En los inventarios particionales,
morias que con ocasión de alcánzase
la noticia
de
las
y en algunas Aíe-
ellos se imprimieron,
muchas y
ricas pre-
7
seas que en
el
tían. Cítanse,
Conde de Luque
palacio del
exis-
en efecto, nominativamente, entre
otras, «un vaso la
—
98
de unicornio», «una naranja de
Pasión» y «unas bolas de marfil», que enton-
ces,
y dados
rían en
los
gustos de
mucho; un
violín
época, se estima-
la
de traza de Stradiva-
riusy numerosas alhajas de oro, plata y pedrería.
Mas donde mostraba
su abolengo y riqueza seme-
como
legítima andaluza, era en la
jante morada,
colección de pinturas que adornaban las salas y
corredores de su palacio de
la calle
de Granada. El autor de una de
morias hacíase lenguas de del
Conde de Olivares»,
de
Duquesa
la
las citadas
Me-
pintura «del caballo
la
tan maravillosamente
reproducido, que un notable pintor del tiempo,
don Fernando Marín, arrojábase a ofrecer por el
de Andalucía; no faltando notables cuadros,
y
él
mejor potro de carne y hueso que pisara tierras
el
de
las
«Once
como
el
mención de otros
la
de
la
«Cena
mil Vírgenes»,
del
aunque es cosa
de pensar en este último cómo lograría vencer título,
la
Señor»
el
pintor
natural dificultad, para cumplir con su
de encajar a todas en su lienzo ^^
Por su parte, Fernández-Guerra, adelantándose a los gustos de su época,
y
culto, era aficionado,
como
tan ilustrado
por demás, a antigüeda-
des, libros raros
de
ellas lo
tían, iba
99
—
y buenas pinturas, y reuniendo
que sus modestos recursos
formando en su casa un
muy
le
consen-
curioso ga-
binete con sus hallazgos ^.
Entre
cuadros que poseía
los
que figuraba
el
el
Conde de Lu-
del busto de un rey, de cobriza
tez, cabello oscuro
y
tristes ojos,
con
la
extraña
particularidad de que a su cuello se veía ceñida,
a
modo de
dogal, una recia cadena de anchos
Más de una vez
fuertes eslabones.
se en él
y alabarlo
cida por el
pinturas
Conde
como
la
retrato, a raíz de
el
debió de
y
fijar-
joven Secretario, y cono-
tanto su afición a las viejas
admiración que mostraba por
uno de
los
el
muchos y señalados
servicios que prestó a la casa, y con ocasión de
ser los días de Fernández-Guerra, dióle la agra-
dabilísima sorpresa de enviárselo a la suya, para
que en adelante fuera
la
joya inapreciable y úni-
ca de su naciente colección
"'.
II
De manera familia del
tan natural y sencilla salió de la
Conde de Luque
retrato de Boabdil
el
de Fernández-Guerra, donde
para entrar en
la
hoy todavía,
cabo de casi un
al
siglo, lo conser-
van sus herederos.
Mas
antes que pase a describirlo, a buen se-
guro que habrá de preguntarse preguntaba yo tener
la
rase en
al
comienzo: «¿Qué origen pudo
pintura y a qué causa atribuir el que figula
colección del
Conde de Luque?»
Afortunadamente para to,
y
como me
el lector,
la
autenticidad del retra-
gracias al testimonio del
famoso historiador,
tantas veces citado en estas páginas, el
Rute,
la
antigüedad de
cado y nebuloso en ricos,
los
la tabla,
Abad de
punto tan
intrin-
modernos hallazgos
aparece diáfana e innegable en
el
pictó-
retrato
—
101
-
de Boabdil. Describiendo, en efecto, tan diligente
y verídico cronista moro,
tal
persona y arreos del Rey
la
transcrito en las primeras
como quedó
páginas de este
libro,
con aquellas valientes pin-
celadas de su pluma diciendo que «era
moro de
el
razonable estatura... rostro alargado, moreno... etcétera», agrega las siguientes y curiosísimas palabras, que pueden estimarse
dera ejecutoria de «
como
la
autenticidad de
la
la
verdatabla:
Tal nos lo pintan muchos retratos que oy
oemos suyos en Luzena, Baena, Granada y otras partes^ •**. Uno de ellos, sin disputa, era el del
Y
Conde de Luque.
para confirmar
el
buen crédito y veracidad
de historiador tan minucioso, consta además que, en efecto, no era tampoco
único conocido has-
el
ta hace poco más de medio
siglo,
del xix, un cronista cordobés, historia de su ciudad,
1849,
y entre
la
daba
la
la
que en
Córdoba don Francisco
Díaz de Morales, única en su retrato en tabla del
clase, figuraba
un
Rey Chico de Granada, muy
curioso, cuadro que vio el
celoso de
noticia de
excelente galería de cuadros y
retratos que poseía en
pués, por
muy
pues a fines
el cronista,
aunque des-
tiempo en que escribía estas pala-
bras, ignorase su paradero.
¿Qué ha
sido de él?
¿Adonde ha la
dil,
* No tengo de
ido a esconderse?
más mínima
dado nunca
102
la
noticia,
recuerdo que se haya
ni
de otro auténtico retrato de Boab-
fuera del que adquirió Fernández-Guerra, por
no dudo en concluir que de
lo cual
tratos
que un siglo después de
la
Abad de Rute,
el
cena conoció
y cuyo neció a
Y
el
historial la
los varios re-
batalla
de Lu-
único existente,
no ofrece dudas, es
el
que perte-
casa condal de Luque.
aquí se empareja
ber: ¿a qué
la
segunda cuestión, a sa-
pudo obedecer
el
que figurase esta
tabla en la colección de aquel noble?
y
ello
lógica aún que en el anterior
Más
sencilla
extremo es
la res-
puesta a esta pregunta. Basta acudir, para dar
con
ella,
a los apellidos y abolengo del vn conde
de Luque.
Don
Cristóbal Rafael Fernández de
Córdoba y Pérez de Barradas era descendiente directo, por agnación no legítima, de
don Diego
Fernández de Córdoba, Conde de Cabra y héroe de esta
historia,
los señores
como
nieto, por línea paterna,
de Zubia y de
la
Taha de órgiva.
de
Y
por su tatarabuela doña Leonor de Morales y Fer-
nández de Córdoba, hija
ii
marquesa
mayor y sucesora en
el
del Algarinejo,
mayorazgo de
los se-
ñores de Zuheros, era descendiente legítimo y directo también de don Alonso de Córdoba, aquel
—
—
103
señor de Zuheros que, a los avisos del
de Cabra, acudió con su hueste a
Conde
la batalla
Martín González, peleando valerosamente en
y mereciendo asimismo sus cuarteles
el
galardón de añadir a
el
nuevo de
de
ella,
cabeza de Boabdil,
la
que gloriosamente ostentaron sus descendientes, entre ellos
el vii
conde de Luque
Por una u otra rama, pues, retrato no podía ser llosos
de su hazaña
más
los
*^.
procedencia del
la
natural ni lógica. Orgfu-
vencedores del Rey moro,
para conmemorarla y perpetuarla, aprovechando el
la
estancia en
los pintores
de cámara
largo cautiverio del prisionero y
Córdoba de algunos de
que habitualmente seguían
te,
la
corte del
Rey Ca-
o acaso de algún otro, local y principian-
tólico,
mandarían pintar su retrato con
tes muestras de la derrota.
Pues
si
las humillanlas
banderas
y pendones se depositaban al pie de las sepulturas de quienes en buena lid los habían ganado,
como con
los
de Boabdil ordenó
el
Conde de Ca-
bra en su testamento que se hiciese, y con los trofeos y armas se adornaban las cámaras sepulcrales,
como también dispuso respecto de
con los del Rey Chiquito celes
^",
el
suya
Alcaide de los Don-
¿qué de extraño tenía que
tos se les
la
si
daba esta gloria, tuvieran
a los muerlos vivos
y
—
—
104
sucesores suyos, en sus casas solariegas, públicos
y
visibles testimonios de sus hazañas, para glorio-
so y edificante estímulo?
más apropiado y
Y
ninguno, por cierto,
natural que la figura del vencido,
uniendo a los atributos de
la
realeza las señales
del vencimiento, y a este deseo de perpetuar su
hazaña se debe venturosamente
la
pintura del ros-
tro de Boabdil, que hoy se conoce,
primera,
No
al
si
no por vez
menos, por modo indudable y
es ésta, por otra parte,
la
fiel.
única y verosí-
En
el
inventario de los cuadros que
dejó a su muerte
la
Reina Católica hállase, en
mil conjetura.
cuarto legajo, ta
y
la
siete tablas
el
relación de una partida de trein-
y lienzos de retratos de
yes Católicos, príncipes de
su familia,
Re-
los
extranje-
ros y otros personajes ^. ¿Por qué no pudo ser
uno de
los últimos el
del
desdichado Boabdil?
¿Qué de extraño pudo tener que durante
su cau-
tiverio deseasen aquellos monarcas conocer
el
semblante de su regio prisionero, y que, para
lo-
grarlo, comisionaran a alguno
de
los
muchos
pin-
tores de su cámara?
Emparéjase asimismo esta sospecha con otra
muy
curiosa. Sabido es
Isabel, taría,
que a
la
muerte de doña
y para levantar las cargas de su testamenvendiéronse casi todos los cuadros de su
—
105
—
recámara en pública almoneda, según da costumbre de aquellos
siglos,
la
y por
invetera-
lo
tocante
a esta venta hay el dato histórico y documental de
que en
ella el
Alcaide de los Donceles compró un
cuadro que representaba a acaso la
el
único?
^^
¿Entra
culpable conjetura
ría retratos
el
tal
la
Samaritana. ¿Sería
vez en los linderos de
imaginar que
gale-
la
muerte de
la
Reina Católica,
lo
la
adquiriesen para
mencionado Alcaide, o
el
Rey Chico,
sí
y su fami-
señor de Zuheros,
o algún otro de los concurrentes a sión del
en
el
de Boabdil, y se puso en precio a
lia el
si
de personajes extranjeros figuraba
la batalla
y
pri-
a quienes tanto interesaba,
conservándose en su casa, hasta que con los años, por herencia o donación, entrase en cendiente directo
el
la
de su des-
Conde de Luque? No me
atre-
veré a asegurarlo; mas, por ahora, quédense hechas aquí estas conjeturas, como aspiración infatigable del espíritu a una oculta verdad, y que, a
comprobarse, explicarían, naturalmente, del retrato y su paradero en
conde de Luque.
la
la
razón
colección del
vii
III
Pasemos ahora
a describirlo. Osténtase el re-
trato en una tabla alargada, de alto por 12
37
y 3 líneas de ancho, que equivalen a
X 26 centímetros,
guiendo
la
17 pulgadas de
respectivamente. Pero
tempera, no se pintó directamente sobre
a
la tabla.
Otro fué su aparejo. Asido fuertemente a la cual la
si-
técnica tradicional de los pintores
ella,
de
separa en algunas partes un ligero bom-
beado que
los distingue, adhirióse
en un principio
fuertemente un pergamino. Este, antes de pintarse,
recibió la clásica imprimación de yeso,
hoy
perfectamente visible, gracias a algunos pequeños descascarillados de sus márgenes, y, excep-
tuando
el sitio
que habían de ocupar
el
retrato y
cabellera, fué toda la extensión del cuadro dora-
da y bruñida antes que
el pincel fijase los
colores
— y
el
punzón labrara
dena. Fijóse
el
107
la
—
corona, las ropas y
pergamino a
la
la
ca-
medio de
tabla por
unos clavitos dorados de cabeza cuadrilonga en
forma de muletilla. Boabdil aparece en veintitantos años: los
el
tiempo de su prisión y cautiverio;
moreno y alargado,
como de
retrato joven,
mismos que debía tener
rostro es
el
proporcionada, los
la nariz
ojos verdinegros, de mirar dulce
y melancólico;
muy
un ralo bozo sombrea su boca, dejando sibles los labios, sonrosados
la
puntiaguda
das y rubíes engarzan
la rica
asienta sobre un bonetillo de ta es
oro
vi-
suavemente, y cas-
taño-oscuras y finas sobremanera son
dante cabellera y
al
la
abun-
Esmeral-
barbilla.
y dorada corona que
La jaque-
tisú verde.
de dos colores: verde, recamada de Uses de
la
una mitad, y carmesí, recamada de rosas
del propio metal, la otra; tiene
con un vivo de terciopelo,
tomado
y por
el
el
escote
lado dere-
cho bajan botones de azabache, dejando ver a través de
la
abertura en ángulo de
la
jaqueta,
tan clásica en todas las pinturas del siglo xv, la
alcandora, o camisa morisca, bordada y pespunteada de encarnado. La cadena simula el bronce, con ancha argolla
al
cuello,
de
la
que parten grue-
sos eslabones, picados unos y otros con numero-
sos puntos hechos por
108-
la
labor del punzón. El fon-
do del cuadro, muy oscuro, tachonado de oro.
La cabeza está bien plantada,
sin vacilaciones ni
timideces; su aire es severo y majestuoso, ema-
nando una impresión de dulce y melancólica
tris-
teza.
En
reverso del retrato, sobre
el
tabla mis-
la
ma, prolijamente dorada con adornos geométricos de pronunciado sabor morisco, hay pintado un rostro del Señor tal
como
lo
representan en
la
Santa Faz de Jaén, de mano antigua; pero mucho
más
posterior e inhábil que
blante del desgraciado
Cuando
Rey
la
que trazó
sem-
Chiquito.
Conde de Luque regaló
el
el
la
tabla a
don José Fernández-Guerra, no tenía marco,
o, al
menos, hoy no se conserva; y habiéndola hereda-
do sus
D. Luis y D. Aureliano,
hijos
talló
el
primero un marco dorado moderno de forma oval,
dorando y pintando con apropiados arabescos granadinos la tabla,
la
parte de cerco en que se sujetaba
en cuya cabeza y pie doró asimismo en
caracteres arábigos el
la
leyenda de los Nazarís y
nombre de Boabdil. El
de encajaba
la tabla,
interior del
marco don-
dejando todavía un mediano
hueco, fué forrado de damasco rojo, y adherida a
su fondo se
fijó
una bolsa de
fuelle,
con sus cordo-
-
109
nes trenzados, dentro de
han venido guardĂĄndose,
mentos relativos a retrato.
â&#x20AC;&#x201D;
la cual
se guardaban, y
las cartas
la historia
y demĂĄs docu-
y autenticidad
del
IV
Métamenos ahora en
la
parte
más
oscura de este estudio, a saber: en ción del autor a
la
y
determina-
cuyo pincel se debiera obra tan
peregrina. Y, a la verdad, cia le
intrincada
aproximasen a
la
sosegado se nos haría
el
si
su estilo o proceden-
escuela catalana, llano y
camino, siguiendo los pa-
sos de su vigoroso historiador Sanpere y Miquel,
restaurador celosísimo de las glorias pictóricas del
Mas
Principado.
siendo nuestro retrato de
origen y asunto castellanos, hay que enfrascarse, para hacer
la luz,
fías que, sueltas
en
las
ya abundantes monogra-
y perdidas, corren por Boletines
y Revistas, apuntando aquí un
dato, dando
allí la
primera noticia de un desconocido autor, exhu-
mando documentos o subsanando parcial
errores, todo
y aisladamente; pero sin que nadie en
—
111
—
nuestra patria se haya arrojado todavía a empren-
der
el
estudio total y de conjunto que tanto ne-
cesitamos, y que
la
personalidad indiscutible de
escuela castellana, anterior
la
al
Renacimiento,
está reclamando en sus tres importantes ramas:
la
salmantina, la sevillana y la cordobesa.
Desdeñados por nuestros clásicos historiadores.
Palomino, Ceán y Ponz, los orígenes de
la
pintura primitiva nacional, relegada desdeñosa-
mente por
ellos a la despreciativa calificación
gótica, y faltos de
la
de
documentación necesaria,
nos hemos reducido durante muchos años a barajar
por todo caudal dos nombres famosos, Anto-
nio del Rincón y
Hernando Gallegos, a quienes,
gratuitamente, y a barrisco, dábamos en atribuir
cuantas pinturas viejas castellanas aparecían por tiendas de anticuarios, monasterios o catedrales.
Ha
sido menester que, rompiendo esta rutina
y dejándonos de tanteos, atacásemos
como la
él
el
asunto
lógicamente pedía, esto es, acudiendo a
investigación de nuestros archivos municipales,
de protocolos, cabildos y nobiliarios, única cantera de donde pueden salir, casi labrados e incon-
movibles, los soberbios sillares con que se ha de levantar el edificio histórico de nuestros primitivos. Así lo habían hecho en Cataluña Puiggarí
y
Sanpere, y
así lo están
otras partes
112
-
haciendo modernamente en
Gómez Moreno, Tramoyeres,
Arco,
Tormo, Gestoso, Ramírez de Areliano, Alonso Cortés, Agapito Revilla y Sentenach, obreros incansables todos ellos de esta patriótica empresa,
gloriosamente comenzada con los trabajos de
los
beneméritos Pérez Pastor y Martí y Monsó
No
era otro
el
*",
verdadero camino. Acudiendo a
los papeles viejos, sacó
Madrazo
la noticia
cuatrocientos sesenta y más cuadros que
la
de
los
Reina
Católica atesoraba en su cámara, entre los cuales,
no
aun cuando figuraban ya muchos flamencos,
faltarían
tampoco otros tantos de pintores
in-
dígenas, perdidos, por desdicha, casi totalmente.
Merced
a la investigación documental, obtuvo el
Barón de Alcahalí su lencianos. Por los
lista
de sesenta y nueve va-
mismos pasos, Puiggari y San-
pere exhuman nada menos que ciento setenta y cinco catalanes, en su mayoría desconocidos, y no
pequeño es villa
el
número de
los descubiertos
en Se-
por Gestoso, a más de los que en Córdoba
ha hallado Ramírez de Areliano, datos éstos que
demuestran de modo palpable que en
y singularmente durante
el
el siglo
xv,
reinado de los Reyes
Católicos, hubo un poderoso movimiento pictórico,
precursor del vecino Renacimiento,
el
cual
—
—
113
no será conocido hasta tanto que no acaben de desempolvarse por completo
de nuestros
duermen su sueño secular tantas
archivos, donde
y tan peregrinas
Con
los legajos
noticias.
todo eso, no basta resucitar nombres,
ni
es tampoco prudente encariñarse demasiado con
y pequeneces de la labor erudita; también los ojos de los pergalevantar que hay
las minucias
minos, para fijarlos en los cuadros; hay que asociar fechas a tablas, reconstituyendo estilos
neras, único
modo de que
la historia
y ma-
de nuestra
pintura primitiva no se convierta en la seca y árida enumeración de unas cuantas docenas de
nombres vulgares, que por
sí
solos nada nos
dicen.
Y
aquí es donde radica la principal dificultad.
Porque
la injuria
de
los tiempos, el
mal gusto
restaurador imperante en los siglos xvii y xviii, el
salvajismo de la invasión napoleónica y sus con-
siguientes robos, nuestras guerras civiles del
si-
glo XIX y la nunca bastantemente maldecida barbarie de los expoliadores de la Desamortización, junto a
la
codicia de anticuarios
han reducido
la
y chamarileros,
riqueza artística de España a casi
una cuarta parte, singularmente en los primitivos,
y de ahí que a
lo
que atañe a
los hallazgos 8
docu-
—
114
-
mentales de nuestros beneméritos investigadores
responda muchas veces un marco vacío, un retablo quemado, una talla perdida,
como
si
de
la
co-
piosa hacienda que nuestros mayores nos legaron,
malbaratada torpemente, conservásemos tan sólo los inútiles títulos
de propiedad en unos pocos y
apolillados pergaminos.
Todas estas pérdidas, dolorosísimo es
decirlo,
han producido por consecuencia grandes huecos y lagunas en
la historia
las dificultades
de nuestra pintura, y de ahí
con que tropiezan nuestros mo-
dernos críticos para
la
identificación de sus hallaz-
gos y reconstitución de ahí también las
las escuelas locales;
y de
que detienen a mi pluma, novicia
y vacilante en estos achaques,
al
tratar de la pa-
ternidad artística del retrato de Boabdil.
¿A
quién atribuirlo?
Para acercarse siquiera a una conclusión
satis-
factoria, precisa que despejemos, ante todo, estas
dos incógnitas: tiempo en que se pintó, y escuela a
que pertenece.
En cuanto
a lo primero, los antecedentes histó-
ricos del cuadro,
ya relatados, no dejan lugar a
dudas: la figura de Boabdil no pudo pintarse di-
rectamente sino durante su cautiverio: ora en 1483, ora se prolongase éste hasta 1486,
como
-
115
opina algún historiador.
-
En uno u
otro caso, hubo
tiempo sobrado para componerlo: sus cortas mensiones, junto a
di-
de su factura, no
la sencillez
debieron de exigir, y no exigirían ciertamente,
más
allá
de cuatro meses para dar
fin
a tan leve
obra.
¿Hízose en Córdoba, aprovechando su estancia, en cualquiera de
las
dos jornadas ya descritas,
por alguno de los pintores de cámara que seguían la
comitiva del rey don Fernando, o trazóse en
Porcuna, sosegada y holgadamente, como opinó
Fernández-Guerra y ha repetido modernamente
un sesudo y erudito
crítico?
*^.
Sea como
sea,
que por imposible tengo el averiguarlo, lo racional es
que se pintase durante su prisión;
de Boabdil en 1483 responde zana juventud que en
el
singular coincidencia de cuello, privativa
de
edad
la
a los rasgos
de
retrato campean, la
y
lo-
la
cadena asida de su
la batalla
de Lucena, aleja
todo indicio de que quisiera representársele tarde, verbigracia, a raíz de la
más
toma de Granada.
Pintólo, pues, un artista que vivía en el reino
de Córdoba por fué?
los
años de 1483 a 1486. ¿Quién
Cuando menos,
¿a qué escuela pertenecía?
Clara, en mi entender, aparece ésta. Puestos
enfrente del cuadro, y analizándolo detenidamente,
nos encontramos con un ejemplar más, indu-
dable y definido, de
A
pesar de
la
la
escuela castellano-gótica.
firmeza con que están dibujadas las
líneas del rostro de Boabdil, lancólica
y dentro de
y noble gravedad que
la
refleja su
blante, adviértense en el retrato la dureza
gidez características de esta escuela;
la
me-
sem-
y
ri-
figura
está presentada de frente; los tonos, singularmente en las carnes, son sombríos, tostados
zos; predomina
rencia
y
el amarillo; falta
y
cobri-
aquella transpa-
libertad que dieron flamencos e Italia-
— nos a sus cuadros, y
117 la
—
figura carece de pers-
pectiva aérea; los ojos están iluminados con aquella
sencillez con
que Luis Borrassá trataba
los su-
yos en Cataluña; hay, en suma, un no sé qué de rudo, sobrio, seco e ingenuo en
el
conjunto de
la
pintura que se armoniza a maravilla con el adusto carácter castellano
'2;
es su autor, pues, un
oscuro artista, novato y principiante, que no ha sufrido aún influencia alguna, ni de la escuela de
Van Eyck nacimiento
ni
de
itálico;
los
traduce libremente, sión, lo
primeros alientos del Re-
pintor indígena nacional que
aunque con pobre expre-
que sus ojos castellanos ven, sin ajenas
ayudas.
No tal
es nuevo, por otra parte, en aquel tiempo,
fenómeno. Repítese en nuestro anónimo
ta el
mismo curiosísimo caso para
artis-
la historia del
pensamiento español que Sanpere notó ya en Cataluña
'••'
y Bertaux en Salamanca:
la
tradición
nacional defendiendo su independencia pictórica,
buena o mala (que eso nada importa), contra tutelas e innovaciones extranjeras. na, centro cosmopolita por su
Y
si
las
Barcelo-
comercio de tantas
razas y naciones durante los siglos xiv y xv, re-
pugna
el
entregarse, imagínese cuan dura, intran-
sigente y zahareña debió de ser esta resistencia
— al
118
píe de las fragosidades
-
y asperezas de
la
indó-
mita Sierra de Córdoba.
Y
es tanto más notable esta resistencia con
atribución del retrato de Boabdil a la
la
la
vieja escue-
cordobesa, cuanto que las modernas investiga-
ciones de los eruditos han venido a descubrir en aquella ciudad, 1480,
la
y precisamente por
los
años de
existencia de un núcleo brillantísimo de
pintores, entre cuyas filas se contaron los repre-
más notables de
sentantes
la
escuela hispano-
flamenca, con tanto brío y pujanza, que, no contentos con sembrar en
su
tierra las gallardas
muestras de su talento, quisieron asimismo enriquecer con
él
a las ajenas, y, traspasando sus
fronteras, sentaron valerosamente sus reales en el
punto de España donde más gloriosamente
flo-
recía la pintura, en Barcelona, midiendo sus pin-
celes con los expertos dias
y
los
Vergós
Con todo ligera,
sin
los
Guar-
y recordados estos hechos a
para explicar
que nació car,
eso,
y habilísimos de
•*.
el retrato
la
la
atmósfera artística en
de Boabdil, no hay que bus-
embargo, entre
los corifeos
de
la
es-
cuela cordobesa a su ignorado autor. Tanto en
Pedro de Córdoba como en Bartolomé Bermejo las influencias exóticas son visibles
y
reitera-
das,
—
119
y en nuestro ignoto
artista,
digámoslo de
nuevo, no se nota ninguna, fuera de aquella
in-
clinación a la sequedad bizantina, viejo legado
que a
la
pintura castellana del siglo
los siglos anteriores,
libre el
y de
la
xv dejaron
tampoco se vio
cual
mismo Pedro de Córdoba,
Descartados de plano
maestros, hay que
los
acudir a alguno de los pintores de segunda
fila,
cuyos nombres ha exhumado Ramírez de Arellano, pintores de quienes únicamente se conoce la
escueta noticia documental, sin cuadro alguno; pintores exclusivamente nacionales, continuadores de la tradición, liar
y que, por su apego
al
fami-
terruño, pudieron mantener sin violencia los
caracteres de la vieja escuela
pues, debemos otros,
el
A
**.
uno de
ellos,
que haya perdurado hasta nos-
perfectamente conservada,
la
auténtica
imagen del desdichado Boabdil. Y, en mi entender, sobre ser un artista de se-
gunda
fila,
debió de pintar
muy
poco. Todos los
pintores se repiten, ora en su estilo, ora en ni-
mios pormenores, por donde ce e identifica;
he visto que se
mas le
la crítica los
del autor de Boabdil
nada
asemeje. Ni entre los primiti-
vos de nuestro Museo del Prado, sa colección de la
recono-
ni
en
Duquesa de Parcent
la
hermo-
^'^,
ni
en
— las
120
—
numerosas reproducciones de primitivos que
pululan por Historias y Boletines, en parte algu-
na he hallado cuadro o retrato que apunte su her-
mandad
A
artística
con
el
nuestro.
su vista, hay que descartar asimismo los
nombres famosos y tradicionales de
la
pintura
castellana. Ni participa el retrato del áspero rea-
lismo de Gallegos, del Rincón finir
su
del asendereado Antonio
ni
conservamos obras bastantes para de-
estilo,
estando todavía por identificar,
primero, su personalidad pictórica *\
ni la
ampli-
tud y desembarazo de Pedro de Aponte encajan
en
rigidez de la figura
la
""*,
ni
las
influencias
eyckianas en Sánchez de Castro se muestran en esta tabla. Pero
el
que no sea uno de
ellos,
nada
dice en contrario. Ni el arte procede por saltos, ni
las
escuelas artísticas son
únicamente alzan su copa
las
desiertos donde
contadas palmeras
de unos breves oasis: nada hay más armónico, trabado y unido que plica
el
arte mismo,
y
así se ex-
que junto a Pedro de Córdoba o Bartolomé
Bermejo levanten hoy tímidamente su cabeza, entre los
mamotretos de
de escasa
talla,
los archivos, otros pintores
como Bartolomé y Juan
Ruiz, Pe-
dro García, Andrés Martínez, Juan de Córdoba,
Pedro de Guadalajara, Pedro Romana y otros
*•,
-
121
—
de quienes, a excepción del último, no ha llegado a nosotros obra ninguna, conservándose tan sólo
su noticia documental; pero que, entre todos, con-
firman
certidumbre del brío y brillantez que
la
alcanzó
la
escuela cordobesa por los tiempos en
que perennemente se
Rey
fijaba la
vera efigies del
Chiquito.
Asóciese este florecimiento a
la
emancipación
individual del retrato, que, saliéndose del papel
secundario que jugaba en los retablos, comienza por entonces a cobrar independencia y señorío, imitando los ejemplos que venían de Flandes y de Italia ^^,
y se tendrá asimismo lógicamente ex-
plicada su aparición.
En suma, una
incógnita más, con
la
cual brindo
a los investigadores cordobeses: la averiguación del
nombre
del autor de este retrato, al
que en-
tretanto podríamos dar estimable cabida en nuestras historias
Maestro de
y diccionarios con el Boabdií.
el título
de El
VI
No
basta, sin embargo, cuando se trata de un
hallazgo de esta cuantía, ni
para
el lector
ni
para
la crítica
descontentadizo,
la
severa
autenticidad
histórica de la tabla; es menester, además,
bar cumplidamente
la pictórica,
su análisis minucioso, labor a
cabo con
la
la
pro-
arrancándola de
que espero dar
más concisa brevedad que consiga mi
pluma.
Que
la
pintura es antigua
y no se
trata
de una
superchería más, sobre las muchas a que tan acos-
tumbrados nos tiene
la
chamarilería andante,
la
reconstitución de su pasado, hecha en los anteriores capítulos, pruébalo debidamente, alejando
toda sospecha. Conocemos su historia como asunto desde hace trescientos años, la existencia
No
y singularmente
de esta tabla desde cerca de ciento.
cabe, pues,
el
engaño.
— Pero (objetará
el
—
123
pudo pintarse más
lector)
tarde, durante el siglo xvi, para la vanidosa satisfacción de alguno de los descendientes de cual-
quier héroe de
entonces
la
la batalla
de Lucena, y no ser
auténtica semblanza del
rostro de
Boaddil, sino una caprichosa figura, pintada con-
vencionalmente, de memoria y
ad
libitum.
Lejos de eso, todas las circunstancias, tanto externas
como indumentales, que
asisten en el cua-
dro, demuestran que, indudablemente, fué pinta-
do a fines del siglo xv. Dícelo primeramente clase de pintura, pintura
al
la
temple, forma tradi-
cional de nuestros artistas del siglo xv, tradicional aún en Andalucía,
según
y más
expreso y
el
autorizado testimonio de Francisco Pacheco
****,
sabiéndose por otros que sólo por raras excepciones se admitía
el óleo.
del cuadro, con su
Dícelo asimismo
pergamino adherido e imprima-
ción de sutil estuco, aparejo
de
las pinturas del
como en Aragón
aparejo
el
mismo
común a
siglo, tanto
la
mayoría
en Castilla
^^\ dícelo, por último, el carac-
terístico estofado del
fondo de
la tabla,
cuya sen-
y pobreza, exentas de adornos, contrastan con el lujo y profusión de palmas, relieves y dicillez
bujos que decoraban las tablas catalanas.
Acudamos
a otros detalles,
y singularmente
a
—
que rara vez engañan. Ofré-
los indumentarios,
cese
la
-
124
jaqueta de Boabdil entreabierta, conforme
uso de entonces, pormenor familiarísimo a mul-
al
titud de cuadros de aquella centuria; el bonetillo
que cubre su cabeza,
así
como
la
forma del pei-
nado, son clásicos también, viéndose reproducido el
segundo en
el
retrato del
tro
Museo; y en cuanto a
ma
traza
y dibujo que
Rey Católico de nuescorona, es de
la
las
que ostentan
la
mis-
los perso-
najes reales en las monedas, en los cuadros, en las estatuas yacentes,
en suma, en todas
táneas representaciones externas de
Nótese asimismo
la
estructura de
las coe*<^.
la
realeza
la
argolla y la
cadena, cuyos eslabones son en un todo parejos a los
que todavía cuelgan de
los
muros exteriores
de San Juan de los Reyes de Toledo, eslabones,
como
los cuales
es bien sabido, proceden en gran
parte de las cadenas de los cautivos cristianos que hallaron su libertad a raíz del tratado por virtud del cual
asimismo recobró
la
suya Boabdil.
Sobre estas coincidencias, acumúlanse otras de carácter
más
singular, que abonan la autenticidad
histórico-artística
cómo debió de do a en
los detalles
el retrato.
del cuadro,
y que confirman
pintarse a la vista del modelo; alu-
Es
de ropería árabe que concurren el
primero
la
alcandora o camisa
-
morisca,
común
125
—
a hombres y mujeres, y que entre
ellos usábase con los cabezones labrados en sedas
de colores o con oro y aljófares treabierta
*'^,
jaqueta deja visible en
Boabdil, adivinándose en
su alcandora
el
el
y que el
la en-
busto de
pespunteado rojo de
deseo del incógnito artista de
reproducir este necesario pormenor para alcanzar
la
propiedad que pedía
la fiel
representación
de su modelo.
Más característico aún es el segundo. Sabemos, por el testimonio de Aben Jaldún y de otros historiadores musulmanes, que entre las prácticas recibidas en sus Imperios de Oriente y de Occi-
dente para realzar
el brillo
de
la
Califas o Sultanes, existía desde
España acaso desde jer
en
los reinos
soberanía en sus
muy
de
las vestiduras exteriores
antiguo (en
taifa) la
de
te-
destinadas a los
príncipes ciertas inscripciones o dibujos, repro-
duciendo su nombre o
las divisas
de sus casas,
las
cuales se tramaban con la tela misma de seda o
brocado, por medio de hilos de oro u otro hilo diferente por su color de aquel que formaba el
fondo de
la tela.
Estas vestiduras, llamadas en
Oriente hollas y en España Ubis, eran como
emblema de
la
el
dignidad real, y se tejían en unos
telares especiales, encerrados en el interior de los
— palacios de los Califas,
-
126
y que, a causa
del
nombre
arábigo del bordado dibujo o taracea, llamábanse
pabellones del tiraz
Conocedor
el
^^.
puntual retratista de Boabdil de
esta morisca costumbre (cosa nada extraña por las
frecuentes e íntimas relaciones que entre cristia-
nos y granadinos fronterizos había entonces),
y para dar más exactitud a su personaje, tiólo
de
jaqueta, en
la
la cual,
res árabes, que ignoraría,
sembró
un lado, y pequeñas rosas en
mente dispuestas
al
revis-
a falta de caracteflores
de
en
lis
geométrica-
el otro,
gusto árabe, imitando
la ta-
racea clásica de los Ubis, que casi seguramente tendría delante de los ojos, en las vestiduras reales
que
de
las
el
mísero Boabdil llevaba en
la batalla,
y
que fué despojado por uno de sus aprehen-
sores, el joven Alcaide de los Donceles.
Concurriendo, pues, como concurren en trato de Boabdil, estos inconfundibles
el
re-
y preciosos
pormenores, tan fáciles de imitar en 1483, tenien-
do todavía ejemplos a
la vista,
¿cabe presumir
ni
imaginar siquiera que se pintasen años más tarde,
cuando por
la
tre los moros, los
desaparición de la dignidad real en-
agravada por
los
severos bandos de
Reyes Católicos prohibiendo a
los
moriscos
el
uso de sus trajes, tenían que faltar forzosamente
al
127
-
pintor los necesarios modelos de esta inconfun-
dible
y morisca vestimenta? No, ciertamente, y
su misma concurrencia en
el retrato
abona con valentísima certidumbre autenticidad, tanto histórica
que puede hacer gala.
como
de Boabdil la
coetánea
artística,
de
VII
Hora es ya de acercarse
a!
fin
estudio; mas, antes de acabarlo,
de este prolijo
me
permitirá
el
amable lector que dedique unas breves líneas a ciertos puntos que, ora inmediata, ora mediata-
mente, se relacionan con nuestra tabla.
No
fué
el
retrato de Boabdil la única manifes-
tación artística que nos legó la batalla de Lucena.
También
la
gloriosa cerámica sevillana
tributo
y perpetuó
llísima
de sus
la
alfares.
pagó su
hazaña con una muestra be-
Cumpliendo con
la
costum-
bre tan generalizada en Andalucía por aquellos
tiempos de colocar en los centros de los tableros
de
los zócalos,
o como remate o crestería de
las
puertas, en los palacios señoriales, azulejos o lo-
setas con los escudos de sus linajes, fabricáronse
en
el siglo xvi,
y consérvanse todavía, algunos
-Mti^i; v^ 4 b*i i#m\' 1
HUÍ
ESCUDO DE LA CASA DE CABRA AZULEJOS 5RVILLANOS DEL SIGLO
XVI.
— azulejos nobiliarios de
—
129 la
casa de Cabra que osten-
tan el nuevo blasón concedido a su insigne caudillo
por los Reyes Católicos. Son ya rarísimos, y
por su mérito y escasez aprécianlos mucho los aficionados.
En
lo
que
mí toca, conozco sola-
a
mente dos: uno existente en ción del J.
muy
magnífica colec-
la
entendido arqueólogo don Guillermo
de Osma, y otro que, procedente del
Baena, poseen asimismo
los
castillo
de
herederos de Fernán-
dez-Guerra, por fino obsequio que de ellos hizo a
don Aureliano, hace más de treinta años, orientalista
Forman los
el
llamados de ladrillo por tabla, y en
vierte, se
sabio
escudo dos azulejos rectangulares de
por excepción rarísima que en
ven unidos
muy pocos
uno 28
X
capital
como
ellos,
se ad-
dos procedimientos de
los
cuenca o bajo-relieve y relieve
tal
el
don Leopoldo Eguílaz y Yanguas.
Mide cada
alto.
13 centímetros, y tanto la inscripción los cuarteles
como se advierten en
y banderas
la
del escudo,
adjunta lámina, están
vivamente coloridos y esmaltados.
De
las veinti-
dós banderas, esmaltadas todas, ocho son amarillas,
siete azules
y siete verdes, color que rara-
mente se usaba en dorado, por
la
o sea de teñir
los azulejos
juntamente con
el
cualidad que tiene de albaazar, los fondos blancos
con
los
vapores 9
— que en
la
130
—
cocción se desprenden del cobre, como,
en efecto, se nota en
los
contornos de algunas de
las
banderas de estos azulejos. En
los
Córdobas, seis de
las
los cuarteles
de
barras están doradas con
esmalte melado cobrizo, así como los cantillos de
y ventanas, que
los Carrillos, salvo sus puertas
son azules; y, en cambio, los
la
corona,
mismos rasgos fisonómicos de
la
Boabdil están lineados con un dorado
y
brillante.
letras
bra:
Sobre
el
de azul claro
Sine
i'pso
cadena y
cabeza de
la
muy
fino
escudo campea en hermosas la
leyenda del Conde de Ca-
factum est
nihil. El
fondo es
blanco, ligeramente teñido de rosa, y en su conjunto,
muy animado y
vistoso por
la
variedad y
alegría de los colores, parece obra de alguno de los
maestros olleros sevillanos de
segunda mi-
la
tad del siglo XVI, aunque, siguiendo su tradicional costumbre,
no contengan estos azulejos firma
ni indicación alguna por las cuales se pueda venir
en conocimiento del alfarero que
los hizo ^^.
¿Existe alguna analogía entre
el
retrato de
Boabdil y los de los diez personajes moros de
llamada Sala de Justicia de
la
Alhambra? Pocas
obras de arte han merecido en España
y estudio que
la
la
atención
estas famosas pinturas, y pocas
—
~
131
también habrán originado tan empeñadas y no concluidas controversias entre críticos e historiadores, sin que hasta hoy hayan logrado ponerse
de acuerdo, finitivo, ni
sobre
el
pronunciado
ni
sobre su asunto,
la crítica
ni
su fallo de-
sobre su época,
pincel que las compuso.
Para unos,
ni
re-
presentan los diez Reyes Nazarís desde Moha-
med V
hasta Abul-Hacen, padre de Boabdil; para
moros principales de su
otros, son diez
Mexuaro
Consejo; cuáles opinan que se deben a una mano
musulmana y cuáles
contradicen, atribuyén-
lo
dolas a un pintor cristiano, para unos italiano y
español para otros; y, en
fin,
poen que se pintaron existe
hasta sobre el
el
tiem-
desacuerdo, me-
diando nada menos que todo un siglo (del xiv al
xv) entre
las opiniones
Aun aproximándolas
de ambos bandos
i"'.
a los tiempos de Boabdil,
es indudable, y por todos reconocido, pues reina
en este punto
más perfecta unanimidad, que
la
entre los diez graves y solemnes personajes, figura Boabdil retrato.
,
ni
Hay una
puede buscarse entre circunstancia,
sí,
muy
ni
ellos su
curiosa,
que empareja estas pinturas con nuestra tabla y robustece su antigüedad: los accidentes externos
son idénticos en una y otra obra.
Como
en
el
retrato de Eoabdil, pintáronse los de estos die
—
-
132
moros sobre pergaminos de
pieles curtidas de
animales, pergaminos que se cosieron juntamente, sufriendo
luego
la
tradicional imprimación de
estuco destinada a recibir
la
pintura, y claván-
dose, por último, sobre las bóvedas de madera de
Sala de Justicia, donde se han conservado.
la
Pero, fuera de esta circunstancia, común a
ma-
la
yoría de las pinturas de aquel tiempo, y que, a no ser por
analogía de asuntos,
la
siquiera, del doble color de
la
ni
advertiríamos
jaqueta del retra-
que asimismo se observa en
to, dualidad
Iotas
que visten
de
Alhambra, y de que en ambas obras
la
o pergamino se
los personajes
fijó a
la
las
mar-
de estas pinturas el
cuero
madera por medio de
unos clavitos de cabeza cuadrilonga en forma de muleta, no cabe establecer otras analogías o se-
mejanzas
^'^.
Dediquemos, por último, cuatro palabras a retratos que hasta ahora han venido pasando
los
como
legítimas reproducciones del rostro de Boabdil.
En una de neralife de
las salas laterales del palacio del
Granada, y entre
la
Ge-
galería de re-
tratos de la familia árabe-cristiana poseedora un
tiempo del
edificio, los
Granadas- Venegas, seña-
lado con el núm. 11, muéstrase por guías y ci-
ceroni a curiosos y viajeros, como auténtico re-
— trato del
Rey
Chico,
133
—
de un moro de alargado
el
semblante e inexpresivos ojos, de negra barba y cabellera, cuyas crenchas le caen hasta los
bros,
y tocado con
del siglo XV.
hom-
y puntiagudo bonetillo
el alto
Don Aureliano Fernández-Guerra
opinó en su tiempo que este cuadro representaba a
Aben-Hud,
rival
del primer
Rey Alhamar, y
fundador del linaje de los Granadas, timaríamos inapelable
si
fallo
que es-
pasara por bueno
el le-
trero que en la parte superior del cuadro reza
esta leyenda:
Córdoba y de
«Abed Hud, Rey de Granada y Pero demás de Andalucía» *"'"*.
lo
cuantos escritores se han ocupado modernamente del real palacio contradicen a
reputándola errónea.
De
una esta creencia,
todos modos, su atribu-
ción a Boabdil es caprichosa y gratuita, no ha-
biéndola prohijado tampoco en nuestros días nin-
gún
crítico serio,
pues tanto por
la
factura del
cuadro como por los antecedentes históricos de galería donde figura,
glo XV, sino
muy
parece obra, no del
posterior, acaso de fines del
glo XVI!, de cuya época son asimismo
la
la sisi-
mayoría
de las pinturas familiares de esta colección.
Menos fundamento aún
tiene para mí la atribu-
ción que modernamente se trato conservado en el
le
Museo
ha hecho de un reprovincial de San-
ta
134
Cruz de Tenerife, según
noticia
que publicó
el
infatigable cronista granadino don Francisco de
en su revista
P. Valladar,
La Alhambra
"". El
cuadro representa a un adolescente, como de
doce años, que está en
en actitud humilde,
pie,
cerrados los ojos y cruzadas las manos. Viste un traje a lo turco
o persa: ropón largo hasta abajo,
de anchas mangas y puños,
al
parecer, de tercio-
pelo,
y jaqueta cerrada con largas y transversales
filas
de botones. La cabeza está tocada con
la
imana o turbante turco, listado a trechos, con adorno de pedrería. Del rico broche sale erguido el
lucido plumaje del paraíso. Ateniéndose a la fo-
tografía, nada
hay en
el
cuadro que parezca del
siglo xv: ni la actitud del adolescente, ni las
neas de su rostro, dro; parece
muy
ni el traje, ni el
fondo del cua-
posterior, acaso del siglo xvii,
y, en mi opinión, representa el retrato del
de algún sultán, compañero de mejantes que por mis ojos pla en el maravilloso
en
el
Museo de
lí-
vi
los
hijo
se-
en Constantino-
Tesoro de
los Jenízaros.
muchos
los
La
Sultanes y sola
compa-
ración entre la imana que ciñe su cabeza, cerra-
da toda, y
el
reles, bastan
almaizar morisco, de flotantes cai-
para pronunciarse en este sentido;
como tampoco guarda analogía
el
ropón turco
de este retrato con
135 la
—
marlota clásica árabe-
española.
Fuera, pues, de estas dos gratuitas afirmaciones, no conozco ningún retrato de Boabdil sino
que al
el
que ha originado este
librillo ^'^
De
Abad de Rute, algunos más
fidelísimo
creer debie-
ron de pintarse, copiados acaso del nuestro, y en
su tiempo adornarían cuadras y estancias en los viejos palacios andaluces.
vez más con
consumió su tente, para
El tiempo, cruel una
las glorias tradicionales españolas,
noticia,
dejándonos tan sólo subsis-
más mérito y valor suyo,
y curiosísimo que perteneció a
la
el
auténtico
galería del sép-
timo Conde de Luque.
Más de una
vez, cuando trazaba
la
obrita
ahora fenece, teniéndolo ante mi vista en
la
que
quie-
tud y silencio de mi despacho, envuelto en
la
suave penumbra de aquellas melancólicas horas del crepúsculo
que convidan a
ensueño, vaga
la
leyendo en
la
las tristes líneas del
moro su agitado
meditación y
al
pluma, semicerrados los ojos o
vivir
semblante del
y su suerte infortunada,
parecióme que, ora fuese mentirosa ilusión de mis sentidos, ora quimérica esperanza nacida de mis deseos, huía de mis ojos
el
retrato,
y que,
-
136
-
por su libre albedrío o por inspirada gestión de quien podría hacerlo, iba a colgarse solo,
en su más apropiado paradero, de uno de
como
los
ma-
Leones de
ravillosos ajimeces del Patio de los
la
Alhambra.
Y
que, cuando las sombras de
dían calladamente su recinto, y
noche inva-
la la
pálida luz de
errabundas comunicaban misteriosa
las estrellas
poesía a aquel bellísimo lugar, donde se encierra tanta,
como evocados por
los tétricos conjuros
de
un alfaquí moro, en sus corredores, en sus alhe-
mas, en sus
patios
y
salas,
comenzaban
sombras y espectros, lentamente
al
a bullir
comienzo, y
en agitado y sordo vértigo después.
Y
que,
al
eco de
la
zambra, con férreo rechinar
de alfanjes y gumías, asomaban sus rostros cetrinos si
y azorados Gómeles y Abencerrajes, cual
en ellos se volviese a ejecutar de nuevo
tanza terrible.
E
imaginé percibir que en
moso cuadro, y por gromante moro, dil
las líneas del
la
venas, y, vuelto a taban,
ma-
el fa-
las artes recónditas del ni-
semblante de Boab-
comenzaban a perder rigidez y
naba a circular
la
tiesura, tor-
ardiente sangre por las heladas la vida,
de sus negros ojos bro-
más amargas que nunca, lágrimas de dolor
mezclado con rabioso despecho. Y, en
fin,
que, en
—
137
—
medio de este ensueño, y entre roso son de
la
el
vago y rumo-
pelea, dominándola toda, oíanse
dos voces: una, áspera, colérica, imperativa, del viejo la cual
Muley Hacen, padre
del
Rey Chico;
parecía oponerse con firmeza, que,
la
a
más
que de mujer, creyérase salida del pecho de un varón fuerte, otra persistente y aguda, voz en
la
cual vibraban los tonos y matices de aquella mis-
ma
que, en
el fin
de un reinado, una
ñana, había de exclamar desde dul, dirigiéndose a Boabdil, el bí,
el
triste
ma-
Viso del Pa-
mísero rey Zogoy-
con despreciativo apostrofe: iLlora, llora
como mujer
lo
que no supiste defender como
hombre
»
FIN
NnTA
s
A
de no caer en
fin
algunos por
la
la
censura en que incurrí para
excesiva abundancia de notas y
madas en otro de mis
libros,
donde gocen
carlas del texto, trayéndolas aparte, ellas
de más libertad y holgura y
bierto de mis críticos.
Porque en todos
tla-
en éste he preferido sa-
Pero
me vea yo a
sin omitirlas
los trabajos históricos,
cu-
por eso.
cuantas
afir-
maciones se hagan tendrán forzosamente que basarse en uno de estos dos fundamentos: o en
de autoridad, o en
aun
el
el
mismo primero, que ahorra toda
faltarme a mí, cuando se trata de relación de hechos no basta por
como
está su intervención
de
fuentes acumuladas.
las
Amén de del
mío
la
pura y simple
sí solo,
juicio
reducida
y prudente uso
cuerpo principal de
cimientos y pilares que
ro es que cuanto
mayor
al
la
nota, sobre
estas razones, en los estudios del linaje
las notas sirven al
como de
el criterio
dato documental y escrito, y
la
más hondos y robustos
solidez y permanencia que
resto del edificio. Acaso,
la
obra
sostienen, y cla-
sean, será
comuniquen
al
como en todo monumento.
—
142
—
convendrá enterrarlos y obscurecerlos para no afear la
presencia de éste
ni
descomponer su ornato, y eso
mismo he querido hacer yo ahora, dejando
el
texto
limpio y desnudo de enojosas notas que interrumpan al
curioso lector en su fácil lectura, sin perjuicio de
que
crítico erudito
el
compruebe con su
calicata,
em-
en los susodichos cimientos,
si
los materiales
pleados fueron de buena ley y
la
obra sólida y ma-
ciza, y
no de pacotilla
engañosa
la
nales, con que. a falta
siempre construir mis
Como
los
primeros y chapucera y
segunda. Honradez, y probidad profesio-
de
títulos
mejores, procuraré
libros.
cabecera ahora de estas notas, y a
modo de
reseña bibliográfica que aligere las sucesivas de una
desordenada enumeración, describiré aquí concisa-
mente la
las
fuentes históricas de que
composición de este
Sobre
do de
los
las crónicas
me he
valido para
librillo.
impresas y coetáneas del reina-
Reyes Católicos, tan conocidas, como
de Hernando del Pulgar,
el
Cura de
las
los Palacios,
Marineo Sículo, Pedro Martyr de Anglería, y Alonso de Palencia, proseguidas en los siglos xvi y xvii por los Anales de Zurita, las historias de Mariana, Salazar de Mendoza, Pedraza. Mármol Carvajal, Garibay, Bleda y otros, alegadas todas ellas en las
monografías modernas que se irán citando, seis han sido las relaciones manuscritas, coetáneas o posterio-
res a
la batalla,
en que he asentado mi narración:
—
143
-
A) La Prisión del Rey Chico de Granada..., lato que por todas las trazas parece escrito
re-
muy
poco después de acaecida, y del cual conozco cuatro copias, dos entre los manuscritos
demia de
la Historia, utilizadas
tara (E.) para las
la
de
Real Aca-
la
por Lafuente Alcán-
impresión que de
la
misma hizo en
Relaciones de algunos sucesos de los últimos
tiempos del Reino de Granada, Madrid, 1868 (Bibliófilos Españoles), otra inserta
Historia general de la
íntegramente en
de sus nobdissimas familias, (Bib. R. Acad. de Hi8t., Salazar.,
y
sigs.)
Mss: 12-H-ll y
12;
parte
II,
fols.
la
876
y una cuarta que poseyó D. Aureliano Fer-
nández-Guerra y que tengo a siglo XVII,
en
la cual, al folio
esta curiosa e inédita «Nota.
de acaba tiene,
la
muy leal ciudad de Córdoba y
[el
A
la vista,
letra del
corta distancia don-
manuscrito original] en
aunque desgastado
de
28 y postrero, léese
del tiempo,
la
misma
llana,
un letrero que
parece decía Fernando Pulgar, de letras encarnadas,
y en
la
hoja de enfrente, lo siguiente: «Dio
»en merced
»Doña
Rey nuestro Don Fernando
el
Isabel
e
ademas la
Reym
una merced que de aqui adelante llama-
»sen e digesen a Diego Fernandez de Córdoba Al-
»cayde de los Donceles sobrino del Conde de Cabra
»Don Diego como se llaman »des en Castilla e de ello
»Como
lo escribe
le
e son llamados los gran-
hicieron carta de merced.
Alfonso de Falencia en
»de los Reyes Católicos
Don Fernando
e
la
Crónica
Doña
Isabel
—
144
—
como presente a
«nuestros SS- e díolo
•Alfonso de Falencia». Creo errónea paternidad de esta relación
la
al
la
la
merced.
atribución de
cronista
Pul(;ar,
pues, a ser suya, no hubiera dejado de incluirla ínte-
gra en su conocida obra. Para mí, debió de escribirla algún sujeto afecto a
la
casa del
muy poco tiempo después de
Conde de Cabra,
librada la batalla, re-
cogiendo de labios de los mismos concurrentes a
ella
pormenores y detalles que en ninguna otra se
los
encuentran, y que tampoco, a no ser
así,
se explica-
rían.
B) Las llamadas Relaciones de Hernando de baeza, escritas, a lo que de su lectura se colige, a principios del siglo XVI, muerta ya la Reina Católica,
pero viviendo aún muchos de los testigos presenciade
les res,
la
batalla,
muy
ricas asimismo en
pormeno-
que parecen también recogidos personalmente en
aquella tierra, e incluidas por Lafuente Alcántara
en
el
volumen citado de
los Bibliófilos,
no sin que,
en estos años últimos, se haya dudado por algunos escritores de su autenticidad, creyéndolas apócrifas,
sospecha que se ha lanzado de ligero y
sin aportar
pruebas eficaces que nos hagan desconfiar de su valía.
*
* Sobre Hernando de Baeza léese una cita expresa en la correspondencia de la Reina Católica con Fray Hernando de Talavera, dato que, desde que lo notó Clemencín, nadie ha repetido, siendo, como es, muy interesante para este punto. (Véase Memorias de la R. Academia de la Historia. VI, 378.)
—
145
-
C) La Relación árabe, anónima y manuscrita, que el orientalista
alemán Marc Joseph Müller halló en y que, en unión de
la Biblioteca Escurialense,
tada de Baeza, publicó en 1863 bajo este
la ci-
título:
Die
letzten zeiten vori Grí2/iflí/a...München-Christian Kaiser, 1863.
D) Una Historia manuscrita de he alcanzado a ver, por no en Madrid,
ni
lograr que
Lucena, pero de
la cual
me
la batalla,
existir copias la
que no de
ella
proporcionaran de
corrían algunas copias por
su tierra a fines del siglo xviu: una de ellas (sa-
cada en 1670 del original antiguo)
la
poseían por
entonces, entre otros papeles de su familia, las se-
D"
María y D." Teresa de Cuenca Hurtado.
Trae esta
noticia el infatigable y desaliñado defen-
ñoras
sor de las glorias de Lucena, D. Fernando Ramí-
rez de Luque, quien en todos sus escritos se apro-
vechó de esta Historia manuscrita y singularmente en su Lucena desagraviada... (Córdoba, 1782, página 16.)
E) La Información prisión del
testifical
Rey Chico, que
de lo ocurrido en la
treinta y seis
años des-
pués de acaecida se abrió en Lucena, a pedimento de Bartolomé Hurtado,
hijo del
Martín aprehensor
de Boabdil, por Jorge de Ángulo, Alcayde y Justicia
mayor de su
fortaleza, en los días 17 a 20 de octubre
de 1520, ante Alfonso Pérez de Mercado, escribano público de la
villa.
Sacáronse del original
seis copias 10
—
146
-
testimoniadas, que, rodando por las pliMMt de loft escritores, vinieron a
sembrar más aún
la
confusión y
discordia entre lucentinos y baenenses en
punto de
la prisión del
el
la
vidrioso
Rey, Es documento
muy
in-
teresante, pero del cual hay que servirse con cautela,
por estar dictado todo
cal,
él
por
el
amor propio
lo-
tan patrañero siempre.
F) Una nueva Información, abierta sesenta aflos
después de en
la anterior,
y un siglo casi de
la batalla,
mismo Lucena, a pedimento de Alonso Hernán-
el
dez, biznieto de Martín, en los
meses de noviembre
y diciembre de 1579 y enero de 1580, por Pedro González de Medina, Alcalde Mayor de Lucena, ante Juan del Espino, escribano de se
de
la
cual
sacaron varias copias, utilizadas asimismo por
los contendientes. rés;
ella,
Es asimismo documento de
inte-
pero su mismo alejamiento del tiempo en que
ocurrieron los sucesos que atestigua obliga a extre-
mar en
ella la cautela
De todas estas
recomendada para
fuentes, y de alguna
la anterior.
más que no ha
llegado a nosotros (como una Relación de los Archi-
vos de Luque, con una Historia manuscrita, de aquel tiempo (siglo xv), de los hechos del Conde de Cabra), sirvióse el doctísimo D. Francisco
doba,
Fernández de Cór-
Abad de Rute y Racionero de
de aquella Catedral, en
la relación
la
de
cluida en su valiosísima Historia de la
Santa Iglesia la batalla in-
Casa de Cór-
doba, manuscrito en folio que se custodia en nuestra
—
147
—
Biblioteca Nacional (Sección de Mss., núm. 3.271) y
que escrita hace tres
siglos, hacia 1618, está
aguar-
dando todavía una mano piadosa (que bien pudiera ser la de los dormidos Bibliófilos Andaluces) que la
saque a
luz,
como merece.
Fué su autor
hijo natural
Córdoba, señor de dó
el
la
de D. Luis Fernández de
Zubia, a quien su siglo apelli-
Bárbaro, porque, desempeñando
corregi-
el
miento de Toledo, condenó a muerte a su único hijo legítimo y sucesor de su casa por haber muerto en
desafío a un caballero toledano (aunque algunos opi-
nan que
condenado fué nuestro Abad, entonces
el
mozo), sentencia que no llegó a ejecutarse porque piedad de Felipe
alma
el
de
II
indultó al reo.
los nobles
la
¡Qué temple de
de antaño! (Vid. Béthencourt,
Historia genealógica y heráldica de la Monarquía
No
española...,
tomo
biógrafos
fecha de su nacimiento; pero consta,
la
la
xii,
págs. 160-164.)
de su muerte, que ocurrió en Rute a 26 de
1626. (Vid.
Gómez Bravo, Catálogo de
de Córdoba. Córdoba, 1778, tomo a
dicen sus
mano
el
ii,
la
sí,
de
los Obispos
pág. 608.)
Abad de Rute para componer su
como descendiente de
julio
Tuvo
historia,
casa de Cabra, cuantas
y documentos coetáneos y la misma puntillosa cues-
relaciones, informaciones existían sobre la batalla; tión entre
Lucena y Baena, extendida a
vas casas señoriales de una y otra, nerse más concienzudamente en
las respecti-
le
hizo dete-
la relación
de
ella,
—
— protestando de
con que
la
—
148
imparcialidad y desapasionamicnto
con estas vehementes palabras:
la escribía
«Referirela de la suerte que la hallo escrita en auto-
res graves y relaciones fidedignas manuscriptas y
una en particular del archivo de
los
Señores de Lu-
Condes oy, y que como de Casa diversa parece que no se inclinaría a fauorecer más a la de Vaena
que,
que a
la
de Luzena,
tán opuestas entro
ni sí
por
el
contrario, en lo que es-
las pretensiones
punto fuera de los límites de quitando a ninguno,
de de Cabra...»
la
cogió,
como
Rey Chico
un
lleva
verdad, o dando o
sangre que tengo del Con-
(fol. 311);
nes que repitió de nuevo la prisión del
la
Y
de ambas.
hago testigo Al que nada ignora no me
nobles y sinceras razo-
al llegar
(fol. 319),
a
la
materia de
para
la cual
re-
historiador celoso, cuantos testimonios
podían alegar uno u otro lugar en pro de su causa.
Esto hizo que fuera su
libro fuente copiosa
agotada donde han venido a beber todos riadores modernos de
la prisión
do algunos pormenores muy
y no
los histo-
de Boabdil, toman-
significativos,
porme-
nores que de unos a otros libros han venido corriendo, pero desdeñando lo principal.
De
aquí que,
sobre las relaciones manuscritas y crónicas generales ya citadas,
me haya
servido principalmente
del puntualísimo Abad, a quien
— como tengo dicho
sigo literalmente en bastantes pasajes del presente estudio.
— A
149
—
estas fuentes principales pueden agregarse otras
secundarias, que se irán citando en sus lugares respectivos.
El
1
doba
Abad de Rute: Historia de
(op.
cit., fol.
32).
Sobre
la
Casa de Cór-
las puertas
de Granada
véase a Bermúdez de Pedraza: Antigüedad y excelencias de Granada. Madrid, 1608, fols. 10-1
1
,
y a
Sí-
monet, Descripción del reino de Granada, Madrid, 1860, págs. 55-56.
Argote de Molina en su Nobleza
del Andalucía (Sevilla, 1588,
de
fundación del linaje de los Alhamares y de
la
significación
«De
100 vto.), hablando
fol.
de su
la cual trato
la
la prisión del
la
escribe estas palabras:
en particular en
no de Córdoba, en que en
divisa,
la historia del
Rei-
declaración de los pendones
Rey Chico se ganaron.» Con
esta noticia y la que Gallardo dejó entre sus papeles
(Ensayo,
I,
col. 281),
de hallarse, aunque desleída
después por otra mano, esta Historia de Córdoba entre los manuscritos de Salazar, dime a buscar en la
Biblioteca de la Real
Academia de
la
donde paran, y con ayuda de su excelente
Historia jefe
y mi
amigo D. José Gómez Centurión, esta continuación de
la
Nobleza, siendo estériles nuestros esfuerzos.
Acaso la
la
mano que pudo
Nobleza fué
la
del
desleír esta continuación de
Doctor Andrés de Morales en
su citada Historia general de la
muy
leal
ciudad de
—
—
150
Córdoba y de sus nobilísimas crita se halla
Pero,
familias, que manus-
asimismo entre los papeles de Salazar.
describir la batalla de Lacena, se limita a tras»
al
ladar íntegramente la Prisión del
Rey Chico de Gra-
nada, como ya he dicho, sin que agregue noticia nue-
va alguna sobre rastrear
el
los
pendones y banderas, por donde
pecaminoso desleimiento a que aludía Ga-
llardo. Sensible,
en verdad, es
la
pérdida de esta
obra de Argote. El Duque de T'Serclaes posee en su riquísima librería algunos retazos de
pero
ella,
relativos tan sólo a la historia de ciertos linajes sevillanos.
La
'
descripción del semblante de Boabdil está
tomada también
del
Abad de Rute
(fol.
318) y con-
cuerda exactamente con su retrato, como podrá com-
probar
el lector.
Sabidísimo es de todos que
'
Lomas de
la
el
desastre de las
Axarquía malagueña ocurrió del 18
de marzo de 14S3, un mes justo antes de que se
la
al 21
salida
pinta, sufriendo el ejército cristiano, por su
temeridad y espíritu de codicia, una terrible y sangrienta derrota, en la cual perdieron la libertad o la
vida
más de cuatrocientos
caballeros de la mejor san-
gre de Andalucía. Capitaneábanlo, no obstante, tres
de los más famosos caudillos de entonces: D. Alonso
de Aguilar
el
Grande,
el
Maestre de Santiago. Tal viejo
Marqués de Cádiz y
el
cobrada por
el
victoria,
Muley Hacen, inflamó
el
pecho de su
hijo
y
—
151
—
arrastróle a la desdichada empresa de Lucena, que
en estas líneas se narra. Pero algunos cronistas convienen en que, quince días antes de acometerla, a
primeros de
abril,
Boabdil corrió con
feliz
éxito los
campos de Baena y Luque, talando sus campos y regresando victorioso a Granada con presa conai» derable de cautivos, sin haber encontrado quien enristrase su lanza ni desnudara su
Abad de Rute,
(Vid.
op.
cit., fol.
espada contra
él.
309; Baeza: Reía-
Clones, pág. 21, y el autor de la Prisión del
Rey Chi-
co de Granada, publicada también por Lafuente Alcántara (pág. 48), y a quien en
lo
sucesivo llamaré
Anónimo.
el
Todos
*
de
la
los cronistas cristianos,
desde
el
autor
Relación de los fechos de don Miguel Lucas
hasta Zurita, hablan con espanto de este famoso caudillo,
quien, a pesar de su provecta edad, que algu-
nos hacen subir a noventa años, era
el
terror de las
fronteras cristianas, que
continuamente corría y desolaba, y singularmente de las cordobesas, hasta el
punto de que los moros granadinos decían que
vega de Lucena era
No
la
obstante, por documentos descubiertos moder-
namente, se ha venido en conocimiento de que rrible
la
huerta de Ali Atar.
el te-
Jeque guardó en un tiempo buenas relaciones
de vecindad con
el
Conde de Cabra, habiendo con-
venido ambos en Loja, a 8 de septiembre de 1471, con ocasión, sin duda, de los no realizados rieptos
dd
—
152
—
primero con su primo don Alonso de Af^uilar, una €•• pecie de tratado de amistad. (Vid.
la noticia
documentos, que son tres cartas de Ali Atar
de de Cabra, con
la
la librería
al
Con-
firma autógrafa de aquél, en el
Catálogo de algunos manuscritos posee
de e«to«
Garda
que
interesantes...
Rico. Madrid, 1913 (Tirada
de 50 ejemplares), págs.
2-3.
Vid. sobre este famoso romance, (uno de lo»
*
más
trozos de
brillante
y lujosa dicción que pueden
encontrarse en los fronterizos, según Menéndez Pelayo) su Antología de poetas
tomo
XII,
Guerras
líricos castellanos,
págs. 212-213, y Ginés Pérez de Hita:
civiles
de Granada, en
la edición crítica
de
Paula Bianchard: Madrid, 1913, págs. 165-166. •
cia
De
estos siniestros agüeros dio primero
Mármol Carvajal en su Historia
la noti-
del rebelión
y
castigo de los moriscos del reino de Granada (Málaga, 1600),
lib.
I,
XII, a quien
cap.
garon por conducto de
la tradición
parece que
lle-
morisca. «Con-
táronnos algunos moros antiguos— escribe— que saliendo
el
cétera».
Rey de Granada por
De Mármol
los historiadores
de
la
Puerta Elvira...
et-
copiaron estos agüeros todos
la batalla, a partir del
Abad de
Rute. 7
Anales de Aragón, libro XX, cap. XLVIII.
8
Don Diego Fernández de Córdoba,
bre en su
línea, VII
III
del
nom-
alcaide de los Donceles, VI se-
ñor de las Villas de Lucena y Espejo, y más tarde,
—
—
153
primer marqués de Gomares, Capitán general del
Rey
Gobernador y Ca-
Católico, Virrey de Navarra,
pitán general de
Oran y Mazalquivir,
etc., etc.,
un esforzadísimo y cumplido caballero que con lentía
de su brazo y
la
la
fué va-
prudencia de su ánimo prestó
señaladísimos servicios a sus Reyes en los cincuenta
y cuatro años que Dios
le
concedió de vida. Contaba
tan sólo diez y nueve en 1483, al ocurrir estos sucesos; era hijo
de don Martín Fernández de Córdoba,
ya difunto, y de doña Leonor de Arellano, única her-
mana de don Alonso de Aguilar
Grande y de don Gonzalo Fernández de Córdoba, más tarde el Gran el
Capitán, y, por consiguiente, sobrino camal de bos. Aleccionado el
mozo en
nes caudillos después de
nuó sirviendo
al
la
la batalla
la
las talas, sitios
rendición de Gra-
toma de Mazalquivir en 1506 y en
nada; en
la
Oran en
1509;
del
de Lucena conti-
Rey Católico en todas
y campañas que precedieron a
am-
escuela de tan insig-
acompañóle también en
la
la
de
conquista
Reino de Navarra, mereciendo ser nombrado su
primer Virrey, y muerto África,
donde murió en
la
Su cuerpo fué trasladado
el
Rey
Católico, volvió a
Alcazaba de Oran, en 1518. al
monasterio de San Jeró-
nimo de Córdoba, fundado un siglo hacía bajo
el
pa-
tronato de su familia, coronando su sepultura los trofeos de Boabdil ganados por su esfuerzo en la batalla
que ahora narro, y de los cuales había hecho en
su testamento generosa donación
al
convento men-
—
154
-
donado. Casó con doAa Juana Pacheco,
meso Marqués de este enlace con la
Casa
r
reinante. (Vid.
Historia genealógica, op.
39 a
hija del fa*
Villena, habiendo eni
cit.,
tomo
VII,
páginas
52.)
Consigna estos interesantes pormenores
"
toria manuscrita
de
la batalla,
la his-
que no he logrado ver,
aunque, como tengo dicho, procuré habérmela de Lucena; pero, con otros muchos, los aprovechó, transcribiéndolos literalmente, don Fernando Ramírez de
Luque, en su Lacena desengañada. Málaga, 1796, pág.81. 'O
Ibidem. Confirman estas prevenciones todos
los cronistas cristianos: el totia, fol. 311;
Alonso de Falencia en su Guerra de
Granada. (Madrid, rita, loe. cit.;
Abad de Rute en su His-
1909),
tomo V, págs.
Zu-
71-72;
Baeza, Relaciones, pág. 22, y
el
Anó-
nimo, pág. 48, etc. »»
tít.
El
Historia, fol. 31
1 ;
Partida
2.',
26, ley 10.
'*
de
Abad de Rute,
la
Fernando José López de Cárdenas: Memorias ciudad de Lacena y su
territorio, Écija, 1777
(pág. 205), quien debió de sacar esta noticia de la referida Historia manuscrita de la batalla, que con
otros documentos originales utilizó para la composición de estas chapuceras y desaliñadas Memorias,
tan plagadas de errores.
De
ellas se sirvió bastante
Laf uente Alcántara en su elegante Historia de Gra-
— nada (Granada,
1846),
155
-
que también he tenido a
la
vista.
"
Zurita, loe.
cit.;
Falencia, pág. 72; Anónimo,
pág. 49.
Trae estas palabras, atribuyéndolas
'*
Rute,
el
Abad de
al
moderno cronista de Lucena don Lucas Ro-
dríguez de Lara en sus Apuntes para una Historia
de Lucena, publicados en Lucena, 1896, tomo
I,
el folletín
pág. 155.
de El Lucentino.
Yo no
las
he encon-
trado en aquel escritor. El mismo Rodríguez de Lara describe minuciosamente las puertas, torres y estado
de Lucena en aquel tiempo. 0-262 y
"
Relaciones, y bién
en
el
de
detalles el
la batalla, sino
bro VI, dedicado a les (ff.
Baeza,
cit.;
Anónimo, págs. 47-48. Confirma tam-
muchos de estos
la relación
'•
sigs.)
Falencia, págs. 72-73; Zurita, loe.
Abad de Rute, no en
el
cap.
V
del
li-
vida del Alcaide de los Donce-
la
420 a 430).
De don Diego Fernández de Córdoba,
de Cabra (y homónimo de su sobrino los Donceles), señor
el
II
conde
Alcaide de
de Baena, Mariscal de Castilla,
Alcaide de los Reales Alcázares,
etc.,
podrá
el
cu-
rioso lector hallar circunstanciadas noticias en el
tantas veces mencionado
Abad de Rute, puntualísimo
cronista de las personas y glorias de su Casa. Había
nacido en 1438, y desde sus años mozos, hasta que
murió en su
villa
de Baena en 1487 de sólo cuarenta
y nueve de edad, fué su vida un constante pelear en
.
defensa de su
158
-
de su patria y de sus reyes.
fe,
S<i»-
tuvo en los últimos años del reinado de Enrique IV, la lealtad debida y con ocasión de Io« bandos que se alzaron en Castilla a raíz del destro-
por guardar
namiento de aquél en Avila, agrias y continuadas
di-
ferencias con su primo don Alonso de Aguilar
el
Grande y con su hermano el Gran Capitán, diferencias que en 1470, reinando ya doña
Isabel, dieron lugar
a
aquellos famosos rieptos y desafíos entre don Diego
más
singular-
Abad de Rute, y modernamente
el seflor
y don Alonso, que recogió
mente
el
la Historia,
Béthencourt, quien sirviéndose del Abad y de otros papeles, traza una vigorosa biografía de este perso-
naje (op.
cit.,
también por
VII-36 a 57).
el
Su
testamento, copiado
Abad, es uno de los más notables do-
cumentos de aquella época, y retrata de vivo
el
ca-
rácter caballeroso, cristiano y justiciero del gran
Conde de Cabra,
singular adelanto para su turbu-
lento siglo del noble castellano del venidero XVI,
digno siempre, pero más disciplinado y reducido, y que,
fiel
a sus reyes, había de poner tan alto
bre de España por
"
El
el
Abad de Rute, Historia
Según otro
cit., fol.
31
historiador de los hechos del
Cabra, Tomás Pedro Bolaterano, cuando le
el
nom-
orbe todo. 1
Conde de
el
Alcaide
envió sus avisos, hallábase aquél en Castro del
Río tratando con
el
Corregidor de Córdoba
la
mane-
ra de atajar la violencia de los granadinos, que des-
de
la rota
de
la
157
—
Anarquía menudeaban los robos,
in-
cursiones, correrías y cabalgadas en territorio cris-
De Castro
tiano.
volvió precipitadamente el
Baena, donde los atajadores y adalides ron
le
Conde a
confirma-
entrada de los moros. (Vid. Relación de la oida
la
y obras hazañosas
del excelentissimo señor
don Die-
go Fernández de Córdoba, segundo Conde de Ca* bra, por Thomas Pedro Bolaterano. Bib. Nac, Mss: núm. 7595, **
fols. 24-25.)
«Entretanto que los moros tomaban este acuer-
do, el sancto
yo
le
Conde tomó
otro, y digo sancto
conocí y comuniqué mucho y
me
porque
confesó mu-
chos años un frayle de San Hieronimo, con quien
él
se confesaua, y digo en verdad que a lo que yo
al-
cancé a sauer yo pienso que de persona lega fue
la
mas excelente que en nuestros tiempos aya habido en Castilla, y
ay muchos testimonios dello en su vida».
(Baeza, Relaciones, págs. 24-25.) 1»
El
loe. cit. 2«
El
Abad de Rute, Bolaterano,
fol.
fol. 25.
Abad de Rute,
312. Baeza: Relaciones,
Anónimo, pp. 49 a
**
Falencia: Guerra de Granada, V, 73.
•*
Conde: Historia de
la
dominación de tos ára-
bes en España. Barcelona, 1844,
de Rute y Falencia, op.
"
Abad de Rute,
lencia, 73-74. Historia
51.
loe. cit.
III,
392. El
Abad
cit.
fol.
313. Zurita, loe.
ms. de
la batalla,
cit.
Fa-
apud López
de Cárdenas: Memorias de Lacena, págs. 207-208.
*
El
••
Zurita, loe.
1S8
-
Abad de Rute, Zurita y Anónimo,
" Son
loe. cft.
cit.
palabras textuales de Pulgar en su Chrcf
nica de los Reyes Católicos. Cito por la edición castellana, Valladolid.
"
l.'iív'),
fol. 171 vto.
Vega Mnrillo en su Historia ms. de Cabra
re-
Conde y Alcaide en esta forma: «—Sobrino— dixo el Conde — yo partí de Baena
lata el diálogo entre
con intento de pelear con parece. Respondió
el
el
Rey: ved
Alcayde: Temeridad
lo
que os
me parece
con tan poca gente acometer a tantos: espere V. S.
que dentro de dos horas llegarán
me han de
la
ofrecido de
la
los socorros
que
Rambla, Santaella, Montilla,
Puente, de Aguiiar y de otros lugares.
»— Si
eso aguardamos (replicó
el
Conde) ya se ha-
brán ido los moros y nuestro trabajo habrá sido en vano; quédese V. m., que yo resuelto estoy de pelear
y no aguardaré más.» (Historia y antigüedad de
la
nobilísima ciudad de j^gabra oy Villa de Cabra en la diócesi
de Cordoua en el Andaluzia que escriuio
el doctor
don Juan de Vega Muriilo y Aguiiar, año
de 1668. Bib.
"
El
Nac
Mss.,
Abad de Rute,
n.*»
1692, fol. 2í^.)
loe. cit.
Anónimo, págs. 51-
52; Palencia, 74; Zurita, loe. cit. *•
El
Abad de Rute,
fol.
314, a quien casi literal-
mente vengo siguiendo en este pasaje, y Bolaterano, ms. 3»
cit., fol.
El
29.
Abad de Rute,
fol.
314-315; Bolaterano, loe.
— cit.;
159
-
Falencia, pp. 74-75; Zurita, loe
cit.;
Baeza:
Relaciones, pp. 25-26; Anónimo, pp. 52-53; Pulgar, fol. 171.
"
El
Abad de Rute
(fols. 315-317),
citadas en la nota anterior. El
con las obras
Cura de
los Palacios,
en su Historia de los Reyes Católicos (Sevilla 1860,
tomo
I,
págs. 171-172), da otra versión que substan-
cialmente coincide con la de Baeza, a saber: que
viendo los cristianos su poco número y
dumbre de enemigos, ideó
el
que fué
did para engañar a los moros,
hueste en dos batallas, una mandada por
por su sobrino
el
la
muche-
avisado Conde un ardividir su él
y
la
otra
Alcaide, las cuales, separándose,
asomaron cada una por
distinto lado del monte, to-
cando separadamente también sus instrumentos bélicos,
a cuyo ruido, los moros que estaban en
fondo del
valle,
y acobardáronse, siendo rotos
empuje de todavía
la
la
la
escasa gente del
cuerda alta del cerro, uno a par de
simulando una gran hueste, El
Baeza, extrema
estratagema con otros detalles, como true-
Conde sobre
"
doble y encontrado
al
los adalides cristianos.
que de pendones, colocación de
otro,
el
creyéndose copados, desfallecieron
etc.
Abad de Rute, Bolaterano y
los
demás
his-
toriadores citados, con Suárez de Alarcón en sus
Comentarios de los hechos del señor Alarcón. (Madrid, 1665, fol. 13), talla
donde también se
relata la ba-
con algunos pormenores originales. Las haza-
—
leo-
nas del jurado luccntino Juan Recio refiérense en Historia ms. de
la batalla,
agraviada, pág. **
16,
y Cárdenas, op.
Abad de Rute,
£1
la noticia
de
la citada
la
apud Luque: Lacena des-
fol.
pág. 211.
cit.,
317, quien dice que
tomó
Relación ms. de los Archivos de
Luque, confirmada por
el
Dr, Reyes de Castro en su
Historia ms. de la nobleza de los Córdobas, cap. 37.
Martyr de Angleria en sus Epístolas, quien venía tocando
la
lib.
I,
dice que
trompeta era un capitán del
Conde, valentísimo hombre de armas, con solos ciséis
de a caballo. Pero fuese quien fuera,
es que su intervención tuvo
mucho de
la
die-
verdad
providencial
y milagrosa-
Abad de Rute,
**
El
"
Baeza: Relaciones, pág. 26.
••
Cárdenas: Memorias de Lacena, pág. 214.
fol. 317.
No
dice dónde bebió la noticia, pero es verosímil lo hiciera de la referida Historia ms.., que
manejó a su
gusto. Sobre los despojos de Aliatar véase en
Maseo Español de Antigüedades, tomo y
sigs.,
"
tratado de
Abad de Rute,
ca,
el
págs. 585
un artículo del Sr. Fernández y González.
He
la prisión del
de los documentos coetáneos de el
I,
pueden hacer
Rey Chico a
la batalla,
vista
únicos con
que, en buena hermenéutica histórife,
porque
las restantes
y posterio-
res relaciones y crónicas contribuyeron sólo a au-
mentar más aún
la
confusión y
el
embrollo. Si en la
rendición de Boabdil hubieran intervenido únicamen-
—
—
161
s^uro que
te soldados de un solo lugar, a buen
noceríamos hoy participando,
la
verdad
como
sin
co-
sombra alguna. Pero
participaron, en aquella
empresa
lucentinos y baenenses, los historiadores de cada
bando tiraron cada uno de jando a
la
la
manta por su
lado, de-
pobre Verdad más desnuda aún de
lo
que
Un meritísimo essimbólicamente se critor moderno, don Rodrigo Amador de los Ríos, ha la
representa.
recogido en un notable artículo, con erudición en
él
la diligencia
y
acostumbradas, cuantas versiones
provocó este famoso acontecimiento, comparando unas con otras, oponiendo testimonios a testimonios, procurando, en suma, iiacer
y desesperado
casi
la luz definitiva
y clara,
de lograrlo, con gran acierto
tetiza su criterio diciendo:
hubo informaciones de
«En una y otra
testigos: y, cual
sin-
localidad
no podía me-
nos de ocurrir, los de Baena declararon a favor de sus paisanos, y los de Lucena en
que
lo
las
de los suyos, con
el
cosas han quedado en
la
propia incerti-
dumbre. Hecho accidental, producido aisladamente
y
al
acaso, en medio del desorden y desbandada del
enemigo, y presenciado sólo por los mismos que en
él
fueron actores, y no por otros, no podía ser en realidad testificado en forma.» Exacto.
Véase sus Motas
acerca de la batalla de Lucena y la prisión de Boabdil
en 14S3, artículo publicado en
chivos,
Pues
111
si
la
Revista de Ar-
época, tomo XVI. págs. 37 a 68. los
mismos concurrentes a
la batalla lí
no pu-
-
1Q2
—
dieron concretar la verdad, imagine
el
lector el valor
que podrá darse a crónicas e historias escritas, apasionadamente algunas de
ellas,
como
de Salazar de
la
Mendoza, muchos años después. Por esta razón nunciaría a cansar
remitiéndole los Ríos, si la
al
más
al lector
con nuevas
acabado estudio del Sr. Amador de
mi deseo de no omitir nada esencial en
cuestión batallona de
la prisión del
Rey no me
ciera copiar la segunda versión que el
sostenida por
la tradición
hi-
mismo Abad
de Rute recogió en su inapreciable Historia
tores
re-
citas,
(fol. 319),
de Lucena y algunos
escri-
como Bleda y Pedro Martyr, y que es como
sigue:
«Otros afirman que los moros,
al
acometer de los
nuestros, antes del encuentro se pusieron en huida, y
que llegando a esta sazón Luis de Qodoy, Comendador de Almodouar del Campo, mayordomo que fué del
Maestre de Calatraua don Pedro Girón, con
treynta o quarenta lanzas y algunos peones de Santaella
los
cuyo alcaide era, fueron de todo punto rotos
enemigos y muertos muchos
dellos;
que
el
Rey
queriendo rehacer alguna gente de a cauallo para pelear no pudo juntar sino hasta solo treinta o quarenta, de suerte que
él
se perdió
arroyo entre un ^arpal, donde
le
allí
y se entró en
el
hallaron tres vecinos
de Lucena, Martin Hurtado, Juan de Quenca y Antón Guerrero; que este tomó su cauallo, que los moros le
volvieron a tomar después; que Martin Hurtado
le
— tomó
—
adarga; que estando en
la
ron sacar la
163
al
Rey
del sin
que
le
arroyo no pudie-
el
diesen seguridad de
vida y de llevarle a algún capitán; que esto lo hizo
jurar a Martin
Hurtado y a Juan de Cuenca, en
señal de la cruz, y de esta
manera
le
la
sacaron; que
luego asieron del tantos soldados para despojarlo,
que
le
querían matar, y lo hicieran
los
si
que
le
pren-
dieran para assegurarse y asegurarle no apellidaran
Lacena; que a esta voz acudió
el
Alcaide de los Don-
celes y los soldados se apartaron del preso dicién-
dole quien era
el
que llegaba; que
el
moro se
le asió
manos y del estribo pidiéndole la vida; que el Alcaide mandó a un caballero de su casa su pariente de
las
y criado suyo, fulano de Bocanegra,
ignorando que era Benalaxar,
como
de a cauallo
le
el
cia, *9
a
el
hijo
de
y que con otros diez llenase a Lacena y entregase a Fer-
co] de Bocanegra, y
»8
maniatase,
él dijo serlo,
nando de Argote su Alcaide, como
guió
le
Rey, y creyendo ser
el
lo hizo [en
blan-
Alcaide de los Donceles
si-
alcance.»
El
Abad de Rute,
fols. 317-319.
Zurita y Anónimo, loe.
Pulgar, Falen-
cit.
Por no haber concurrido don Alonso de Aguijar
la batalla
no pudo gozar de
la
merced
del
nuevo
blasón que los Reyes Católicos concedieron a los asistentes a ella, y que, con impropiedad, se atribu-
yeron siglos después los descendientes de aquel memorable caudillo.
la
rama de
— *•
Sobre
164
—
los documentosprincipales,
suceso que describí
al
coetáneosdd
comienzo de estas notas, exis-
ten otros de importancia
más secundaria, que. por no
hacer interminable aquélla, preferí dejar para este
lu-
gar, aunque tampoco puedan omitirse, porque en sa
antigüedad y certeza aclaran y rematan este famosísimo acontecimiento. 1.*
Una
lista
se hallaron en
Son
cuadro de
de todos los vecinos de Lucena que
la batalla
y vivían aún en 1495. Hálla-
se en un papel del tiempo, hoy en
Casa de Medinaceli, encabezado y peones de
el
los siguientes:
la villa
el
así:
Archivo de
de Lucena que se fallaron con
Alcayde mi Señor en
el
la
«Los caballeros el
desbarato y prisión del Rey
de Granada y son aora vivos...» y continúa con
la
relación de los soldados de a pie y a caballo, suman-
do 18 caballeros y 87 peones.
2°
El empadronamiento general de Lucena, hecho
también en 1495, por orden de los Reyes Católicos, tanto de los vecinos que vivían muros adentro
que moraban afuera, en
de
los
él
que doce años después de
el
como
arrabal. Resulta
la batalla
González tenía Lucena 324 vecinos, repartidos en siguiente forma (y es dato ria social
muy
de
de Martín la
curioso para la histo-
de entonces): Tres clérigos, un alcayde,
dos alcaldes, dos regidores, dos jurados, dos escribanos, un maestro de escuela, un albardonero, tres sastres, dos carpinteros, un zapatero,
un
un hortelano,
curtidor, un cantarero o alfaharero, dos herrado-
-
165
—
un barbero, un cantero, un cerero, un molinero,
res,
dos tejedores, un cardador, un pr^onero, hidalgos
y labriegos. «Relación de las almonedas que se fizieron en
3.''
la villa
de Lucena en lunes 28 dias del mes de
de ochenta y llos
tres, la cual
almoneda fué de
e acémilas que se tomaron en
el
abril
los caba-
desbarato y
prendimiento del Rey de Granada.» Existente también en
el
4.°
Un
archivo del
Duque de Medinaceli. mayordomo de
papel de Diego Ruiz,
la
casa del Alcaide de los Donceles, dando cuenta del
gasto de los maravedís que se
le
entr^aron por ma-
no de Cristóbal de Mesa, cuadrillero de aquél, y que comienza así: «De los maravedis que yo Diego Ruiz tengo gastados del desbarato y prendimiento del Rey
Chico de Granada desde
el
martes 22 de
abril
de
ochenta y tres años, los cuales maravedis se dieron
por mano de xpoval de Mesa quadrillero puesto por
Alcayde mi señor», documento conservado también
el
en
el
archivo de Medinaceli, y en
los lucentinos el
el
cual se
enumeran
que fueron heridos y curados, así como
gasto que se causó en su cura.
Del estudio en conjunto de estos documentos se saca en consecuencia que
el
número
tinos que asistieron a la batalla,
plena noticia por sus nombres, fué afirma y concluye
el
total
de lucen-
y de que se tiene el
de
180. Así lo
celoso don Fernando Ramírez
de Luque en una obra inédita titulada Tardes diver-
— tidas...
166
—
sobre la verdadera historia de Lacena, escrita
de 1797 a 1808, y de
la cual,
en un manuscrito en folio
de de 26 pliegos, poseía copia don Aureliano Fernández-Guerra (procedente de los papeles del P. Fr. José Jurado), hoy a mi vista.
En
esta obra se describen y
extractan los citados documentos, aprovechados también por
mismo
el
infatigable cronista en otros escri-
tos impresos suyos.
Las noticias proporcionadas por
*'
cronistas árabes de la batalla,
el
los
dos únicos
Escurialense, publi-
cado por Müller, y Al-Makkarí, traducido por Gayangos, no pueden ser más pobres y escasas. Recogiéndolas y combinándolas escribió don Leopoldo
Eguílaz y Yanguas su Reseña histórica de la conquista del reino
de Granada por los R. R. C. C. según
los cronistas árabes (Granada, 1894). curialense, la derrota de los pleta,
que
la
Según
el
Es-
musulmanes fué tan com-
mayor parte perdieron
la vida,
cayendo
en cautiverio los restantes.
"
El
Abad de Rute,
Falencia, Zurita, Salazar de
Mendoza. Vid. también Garibay: Compendio historial
de las chronicas... de todos los rey nos d' Espa-
ña. Anveres, 1571,
tomo
mero de todos trae caballeros y cadíes
II,
págs. 1144-1145. El pri-
la lista
de
los
más
principales
moros que fueron presos o muer-
tos, la cual, por larga, se omite aquí. Eguílaz {Reseña...,
"
pág. 17) también la reproduce.
A
lo
que parece,
el
pendón
del
Rey no se ganó
—
167
por los lucentinos, sino que
de
la
— lo
cobraron unos peones
Rambla, que con los de otros pueblos bajaron en
socorro cuando vieron las ahumadas. Así se despren-
de del papel-cuenta de Diego Ruiz, descrito ya
mero 4 de
la
por aquél, se
hombres de
al
nu-
nota 40, donde, entre los gastos hec hos lee:
la
«Que di
a Pedro Puertollano y a u nos
Rambla que venian con
él el
dia del des-
barato mil mrs. por mandado del Alcayde mi señor por-
que
le
dieron a su merced un pendón del
nada.» (Luque: Tardes divertidos, ms.
Acaso
los
las
así se explicaría bien el
número
banderas: 20 representativas de las puertas
2 pendones reales
"
pliego 12).
pendones reales fueran dos: uno de Boabdil
y otro de Aliatar, y de
Rey de Gra-
cit.,
El
= 22,
Abad de Rute,
que fueron
fol.
-\-
las cobradas.
320 vto.; Anónimo, pá-
gina 58; Salazar de Mendoza, págs. 188-189.
"
Así
entonces,
lo
declaran todos los cronistas cristianos de
confirmando
éxito contribuyó
Reconquista.
la
los
modernos que su
poderosamente a
En cuanto a
la
la
feliz
suerte final
de
desproporción de los
combatientes, Qaribay notó, y sin incurrir en hipérbole,
que por cada cristiano que pudo pelear hubo
diez moros.
"
Diego de Valera: Epístolas.
bliófilos Españoles),
.
págs. 75-76,
.
Madrid, 1878 (Bi-
Su
epístola
XXI
está dedicada al desastre de la Axarquía y a la batalla
de Lucena. Las palabras citadas son del Libro de
Job, cap. V, vers. 18.
i
"
Copíala
168
-
buen Abad en su inapredt*
fnte)2:ra el
ble Historia, fols. 321 vto. y 322. *•
Bernáldez,
*•
Vid.
I,
pág. 173.
Menéndez y Pelayo: Antología de poetas
líricos castellanos,
Como dijo
pág. 212.
tomo
VIII,
págs. 182-183 y XII,
inolvidable maestro,
el
mance no puede ser más prosaico
el tal
ro-
adocenado. Por
ni
8u valor histórico he querido, no obstante, reprodu-
en parte.
cirle
En
*o
le
la
«Relación de
la
nombra por «Valenzuela
Rute
le
almoneda de Lucena» se el
camarero». El Abad de
llama «Juan Pérez de Valenzuela^»
aunque más adelante habla de Luis
(fol. 326),
(fol. 330).
Acaso
fueran dos distintos, Juan y Luis, como opina Béthencourt {Historia Genealógica, Vil, 47), enviados uno tras otro. **
De
los despojos
bra—como
de
Conde de Ca-
la batalla, el
se ha dicho— reservó para
sí las
veintidós
banderas, tocando en cambio a su sobrino las vestiduras y armas de Boabdil. dillo
generosa donación
De unas y al
otras hizo
el
cau-
monasterio de S. Jerónimo
de Valparaíso de Córdoba, lugar de su enterramiento depositándose las armas en
dedicada
al
culto
la librería,
como capa, en
y
la
la sacristía,
marlota,
no sé
si
en su primitivo estado o transformada. Allí permanecieron (fol.
en
muchos años, y
318) haberlas visto
el siglo
allí
el
atestiguó en su Historia
Abad de
pasado, poco antes de
Rute; hasta que
la
exclaustración,
—
169
—
los descendientes del Alcaide recogieron los glorio-
sos trofeos, acaso para evitar su pérdida. Gracias a esto se salvaron y hubieron de figurar en la Exposición Histór ico-europea de 1892, presentados por 808
afortunados poseedores los Marqueses de Viana, quienes, noble e hidalgamente, completaron su obra
regalándolos
al
Museo de
Artillería,
donde hoy
dadosamente se conservan en su Sala árabe. De armas,
muy
estudio
el
ricas
cui-
las
y curiosas, hizo detenido y erudito
benemérito orientalista don Francisco Fer-
nández y González en
el
Museo Español de Antigüe-
dades, (tomo V, págs. 389-400), acompañado de unas
hermosas reproducciones en colores; habiendo
asi-
mismo discurrido sobre los restantes despojos, con so excelente criterio y erudición acostumbrada,
Amador de uno sobre
los Ríos (don
las celadas,
el
señor
Rodrigo) en dos trabajos:
que falsamente atribuidas a
Boabdil se han venido enseñando durante muchos
años en
la
Armería Real, junto a un capacete morisco
que, en mi entender, y mejor que aquéllas, responde al
que según
el
el
Abad de Rute
llevaba en la batalla
Rey Chico (Museo Español de Antigüedades,
tomo IX, págs.
191-215); y el segundo, sobre las ves-
tiduras, en su citado artículo A'o/as acerca de la batalla
de Lucena. Dicho sea todo esto en extracto y como
de pasada, pues
el
detenerse más en estos puntos
equivaldría a empeñarse en otras tantas monografías,
afortunadamente escritas ya por doctísimas plumas.
— " Conformes en ello
-
170
todas las relaciones manuscri-
tas coetáneas; sólo disienten las impresas,
como
Pul-
gar, Zurita, Bleda y Mariana, quienes afirman que
fué reconocido por los nuestros en la batalla,
según unos, o que
él
el
que no
le
risímil,
realmente, es lo relatado en
"
mismo lugar de
se dio a conocer para
mataran, según los demás. Pero
lo
más ve-
el texto.
Bolaterano escribe que «una noche y un día en-
tero pasó Boabdil encubierto entre los otros captivos, en grillos» (Ms.
cit., fol. 35).
Abad de Rute,
»*
El
*»
Ibidetn, fols. 326 vto. a 329.
fol.
328 vto.
Sobre
el
frustrado
desafío: vid. Baeza, pp. xiii-xvi y 68 y sigs. y Bé-
thencourt, loe. '"
De
la
cit.
prudencia y magnanimidad del
Cabra en su controversia con
el
Conde de
Alcaide dieron tes-
timonio todos sus contemporáneos, y por eso Zurita escribió que «con su valor y prudencia se apaciguó
todo».
Un
temiendo
cronista árabe, Al-Makkarí, escribe que el
Alcaide que, reconocido Boabdil, su tío
el
Conde de Cabra
en
la
quisiera arrebatárselo, escapó
misma noche con su
Corte del Rey de
prisionero, llevándolo a la
Castilla.
La especie es totalmente
Mohammedan by Ahmed Ibn Mohammed
fabulosa. (Vid. The history of the
dy-
nasíies in Spain...
Al-
Makkarí... translated... by Pascual de Gayangos.
London, 1840-1843, tomo *^
La
II.
pág. 374.)
bibliografía de la controversia entre
Baena
.
y Lucena sobre
Rey Chico
es
el
muy
-
171
verdadero autor de
la prisión del
copiosa y fatigó sobremanera las
prensas del siglo xviii, en
cual baenenses y lucen-
el
tinos reanudaron la batalla de Martín González, ha-
ciendo de pedreros y cerbatanas librotes y papeles.
De
Muñoz y Romero en
casi toda ella dio noticia
su
excelente Diccionario... (Madrid, 1858, art. Lucena)
y
al
mismo me remito para abreviar esta
perjuicio de que el las
nota, sin
curioso acuda para la consulta de
obras que describe (como yo
tra Biblioteca Nacional,
lo
he hecho), a nues-
donde se encuentran
las
más
importantes, con excepción de la Lucena desagra-
viada (Córdoba,
que
s. a., [1782]),
servirme del ejemplar
para cuya lectura tuve
que en su riquísima
ría
guarda mi buen amigo
En
la
el
libre-
Duque de T'Serclaes.
citada Biblioteca Nacional se hallan los tres
opúsculos que, sobre
el
mismo tema, Muñoz no
a ver, y de que da somera noticia en su
apunto sus signaturas para
el
cit. art.
llegó
n."7:
futuro y necesario adi-
cionador de Muñoz, que bien pudiera y debiera ser el
mencionado Duque: 3=37.096
— 37.097 y
4=^91
Rey Dar a Es-
Existe, además, una comedia sobre la prisión del
Chico, titulada Comedia nueva historial:
paña gloria
llena, sólo lo
logra Lucena y triunfo de
sus patricios, compuesta por Joseph Concha, cómico español, representada en
el
teatro de Lucena en
30 de mayo de 1783, e impresa en Antequera en Imprenta de D. Antonio de Gálvez y Padilla,
la
Año
— de
172
1783. Finalmente, en el
—
mismo
siglo xviii se
com-
pusieron también algunos romances de cordel sobre este suceso, que públicamente se cantaban. Ramírez
de Luque da noticia de algunos, y Rodríguez de Lara, en sus citados Apuntes para una historia de Lacena (I,
pp. 242 a
copia otro sobre
25í>),
del vate lucentlno Francisco
en 1679, en
"
muy
pedestre
el
mismo asunto
Dueñas Arjona,
escrito
estilo.
El fundamento de esta especie hállase en la
Información
testifical
de 1520, ya descrita, declara-
ción de Leonor Hernández, de setenta años de edad y
cuarenta de vecindad en Lucena. Era dama de doña
Leonor de Arellano, madre les,
del Alcaide
que vido esta testigo juntarse señoría
el
los
Donce-
allí
el
Conde de Cabra y su
Alcaide y ante muchas personas que
estaban y que SS. SS.
que
de
y jura que «otro día después de preso dicho Rey,
estaban
le
le
allí
preguntaron que cual de los
había preso. A que
que Martin Hurtado, que estaba
el
allí
Rey respondió
presente: y que
esto vido esta testigo porque se halló a todo lo susodicho.» Si el testimonio de una anciana de setenta años
de edad y parte interesada en el sobre sucesos ocurridos treinta y ciera prueba plena, estaría fallado sin
el pleito
litigio,
seis
deponiendo
años había,
hi-
entre Lucena y Baena
duda alguna a favor de
la
primera.
Pero una declaración prestada en semejantes condiciones tiene
mucho de sospechosa, y prudentemente
hay que abstener
el
juicio definitivo
y concluyente.
— "
Abad de Rute,
El
Zurita, loe. cit «"
,
fol. 330;
Falencia, pág. 78.
y demás cronistas.
Ya
Ibidem.
-
173
en camino, escribió una carta con-
gratulándose del suceso
al
en Espinar a 2 de mayo de
Conde de Cabra, fechada
Abad de Rute
1483, que el
inserta en su Historia (fol. 330) y
modernamente ha
reproducido D. Francisco Val verde y Perales en su
Baena (Toledo,
Historia de la Villa de
1903), pá-
gina 105. «'
Abad de Rute,
El
Anónimo, pági-
330.
fol.
nas 60-62.
Así
«2
fol.
lo
declara Bolaterano en su manuscrito,
40 vto. y 41.
6»
El
Abad de Rute,
330-331
fols.
.
Alarcón: Co-
mentarios, págs. 13-14. Falencia, pp. 77-78. Zurita, loe. cit.
"
y Anónimo, pp. 60-62.
Vega
Murillo, en su ya citada y manuscrita
Historia de Cabra
({o\. 228),
fué
el
primero que notó
estas singulares coincidencias.
*
Falencia, Fulgar, Zurita, Garibay, etc.
•*
Mariano Gaspar Remiro: Primeros pactos y
correspondencia intima entre los Reyes Católicos
y Boabdil sobre publicados en
la
la entrega
de Granada (artículos
Revista de Archivos,
tomo XXII, págs. 260-269 y
421-431).
Son
III
época,
tantas las
cuestiones incidentales que se levantan alrededor de este
memorable acontecimiento, que,
viera en cada una, haría este
librillo
si
me
detu-
interminable.
— Acuda, pues, de
el
-
curioso lector a los artículos citados,
los cuales creo,
"
174
además, que existe tirada aparte.
Difiniciones de la
Orden y Cavalleria de Ca-
latraoa. Madrid, l(i61, págs, 316 y 447.
Véase
••
el
Amador de
citado artículo del Sr.
los
Ríos, donde se recopilan y comentan todas las noticias ••
y versiones de
lencia, pp. 85-88;
na
los cronistas en este punto.
Garibay: Compendio historial, pág. 1146; Fa-
188;
Conde,
Anónimo, pág.
Alarcón: Comentarios, pág.
" Singularmente samente todo ''
63; Salazar, pági-
303-394; Zurita, loe.
pp.
III,
15;
Pulgar,
fol.
cit.;
175 vto.
en Pulgar, quien relata minucio-
Chronica,
lo ocurrido:
Baeza debió tener a
fols.
176 a 179.
la vista el original
de es'e
tratado, porque en sus curiosísimas Relaciones dice
que
los
Reyes Católicos soltaron a Boabdil «con
ciertos capítulos
que con
él
mandaron asentar,
los
quales no ponemos aquí por su prolijidad y porque ya en otros muchos lugares estarán scriptos» (pági-
nas 27-28). ¡Lástima que no
porque con
lo hiciera!,
la
fecha del documento se hubieran despejado todas las nieblas que rodean al tiempo que duró
de Boabdil. Las cláusulas que
tomadas de
los extractos
yeron Pulgar, Zurita
"
cito
en
el
el
cautiverio
texto están
que en sus crónicas
(lib.
XX,
inclu-
cap. LI) y Palencia.
Alarcón: Comentarios, pág.
15,
y restantes cro-
nistas.
"
El
Abad de Rute,
fol.
335; Pulgar, fol. 179;
— Zurita,
lib.
XX,
175
— Már-
cap. LI; Garibay, pág. 1146, y
mol Carvajal: Rebelión de los moriscos,
lib.
ca-
I,
pítulo XII. '*
El
Abad de
Rute, fols. 337-339; Anónimo, pági-
nas 65 a 67.
«
El
'•
Vid. su biografía en Béthencourt: Historia ge-
Abad de Rute,
fol. *40.
nealógica, tomo VII, págs. 196-199.
"
De don José Fernández Guerra tengo a
la
mano
abundantes materiales para trazar su biografía, cosa
que espero hacer, Dios mediante, a luz una inédita y
muy
al
tiempo que saque
curiosa correspondencia
li-
que mantuvo durante bastantes años con
el
famoso bibliógrafo don Bartolomé José Gallardo,
la
teraria
cual ocasionó a
ambos no pequeños sinsabores y
gustos. Por esta razón,
me
me he
limitaré en las notas, a lo
con *
la historia del retrato
dis-
limitado en el texto,
y
puramente relacionado
de Boabdil.
Relación de los méritos literarios del licenciado
don José Fernández Guerra, Abogado de Chancilleria de
Granada
(2 hojas imp.
la
Real
n. a.,
pero
las cartas
y pa-
s.
I.
en Granada, hacia 1829). ^9
Constan todos estos hechos de
peles manuscritos que, procedentes de don José Fer-
nández Guerra, conservan sus herederos y disfruto ahora.
^
De
entre las muchas composiciones poéticas
que en loor de
la
tercera mujer del
Conde de Luque
,
— entonó don José
Fi
se conservan, he
vAi
—
178
Guerra, y que inéditas
"
tu; .
pero existen bastantes
más, alusivas a fiestas o acontecimientos familiares. •'
Con
ocasión de los referidos pleitos entre
el
Conde de Luque y su hermano menor don Antonio sobre las particiones de su padre, escribiéronse y publicáronse varias Memorias, de donde he tomado los
datos que figuran en
el texto.
En obsequio a
la for-
malidad bibliográfica, daré una noticia brevísima de ellas:
Memoria formada por Contador del M.
I.
S-
los
Abogados de Cámara y
Conde de Luque sobre
la tes-
tamentaria de su difunto padre el señor don Francis-
co de Paula en contestación a la escrita por el señor f
don Antonio Fernández de Córdoba en 15 de Noviembre de 1822. (S.
I.
n. a.,
34 págs. y una hoja ple-
gada.)
Aclaración de la Memoria escrita en 10 de
mayo
de 1824 por los abogados de Cámara y Contador del
M.
I.
S.
Conde de Luque, sobre
de su señor padre.
(S.
1.
n. a.,
la testamentaría
29 págs, y una hoja
plegada.)
Segunda aclaración de
la
Memoria
escrita en 10
de mayo de 1824 por los abogados consultores y contador del M. I. S. Conde de Luque actual, sobre la testamentaria del
padre del mismo.
señor don Francisco de Paula,
(S.
1.
n. a.,
62 págs)
Todas estas Memorias fueron redactadas por don
—
177
—
José Fernández Guerra, y, aunque
sin indicación ti-
pográfica alguna, imprimiéronse en Granada.
De
*'
turas,
su
muy
rico gabinete
de antigüedades, pin-
Historia natural, Física, libros escogidos y
manuscritos singularísimos, que, corriendo con los
años esta
afición, reunió
daron sus
Fernández Guerra y here-
hacíase lenguas don Manuel Ca-
hijos,
ñete en un foUetillo impreso en
Madrid en
1851, a los cinco
primero, acaecida en 9 de
8.°,
que publicó en
años de
mayo de
los principales rasgos biográficos
la
muerte del
1846, conteniendo
de nuestro Aboga-
do-poeta. El folleto no tiene pie de imprenta. Fór-
manlo 12 págs. en
8.°
y se
titula
Don José FernándeM
Guerra.
^
Constan estos hechos, aparte
miliar, fielmente
la tradición fa-
conservada, de varias cartas de don
José y don Luis Fernández- Guerra, de que asimismo disfruto. **
lio
Historia de la
Casa de Córdoba,
op.
cit.,
fo-
318.
*'
Ramírez de Arellano (don Teodomiro): Paseos
por Córdoba, o sean apuntes para su doba, 1873, tomo cribí a su hijo,
I,
pág. 302.
Con
historia.
Cór-
estas noticias es-
don Rafael, laureado y meritísimo
ilustrador de la historia de
mío, quien, en carta de este
Córdoba y buen amigo mismo año, me daba los
siguientes y curiosos informes: «Respecto al retrato
[de Boabdil] no sé nada.
Lo que sí puedo asegurar es 12
que en
178
edificios públicos,
-
y en
la
clausura de los con-
ventos de Lucena, Cabra, Luque, Baena, Zuheros, etcétera, lo
donde podría
estar,
no
existe.
Tampoco sé
que se haría del que mi padre [don Teodomiro]
dice que le enseñó mi tío don Francisco Díaz de
porque su
rales,
hija
no
lo tiene.
Don
niente coronel de artillería, escritor, era
mi abuelo materno, y
si
viviese,
hermano de
tampoco sabría a
quién se lo había dado, porque era un señor pecial.»
Realmente se
lo
Mo-
Francisco, te-
muy
es-
debe de haber tragado
la
tierra.
w
Vid. para todos estos entronques a Béthencourt,
en su citada Historia genealógica, tomo IX, páginas 148-167 y tomo VII, 180 a 196.
^
Constan estos hechos de sus respectivos
tes-
tamentos, extractados asimismo por Béthencourt:
ibi-
dem, VII, pág. 55 y IX, pp. 51-52. ••
Vid. Madrazo: Viaje artístico de tres siglos...
Barcelona, 1884, págs. 1-15. Harto merecía este ventario
el
na de nuestras Revistas de Arte, por ticias curiosas
que en
él
Madrazo no consignó *»
Justi:
Como
las
muchas no-
deben de estar encerradas.
sino extractos
muy someros.
Estudios de arte español, Madrid (La Es-
paña Moderna), *>
in-
que se reprodujera íntegramente en algu-
las
s. a.,
págs. 283-285.
obras de estos autores están en ma-
nos de todos los buenos amantes de
las glorias pictó-
ricas nacionales, creo innecesario describirlas, limi-
— tándome a
179
citar aquellas
—
que arrojan alguna luz so-
bre nuestro retrato. «*
Don Rodrigo Amador de los
Ríos, en su notable
Las celadas de Boabdií, publicado en
artículo
Museo español de antigüedades, tomo
el
IX, pág. 204.
Pero, siguiendo la opinión de don Aureliano Fernán-
dez-Guerra, pone
el
cautiverio en Baena, en lugar
de Porcuna. •*
Para
el
estudio de las escuelas primitivas cas-
tellanas consúltese
bajo de conjunto, grafía de
mejor y acaso único tra-
imperfecto todavía, la mono-
au XIV'
et
XVe
et la sculp-
siécles, publicada
en
soberbia Histoire de fArt (Paris-CoHn, 1908), to-
mos él,
muy
el
M. Émile Bertaux La pelnture
ture espagnoles la
como
111,
págs. 743 a 828 y IV, pp. 892-924. Fuera de
no hay más remedio que arrojarse en
las revistas
mar de
el
y boletines, donde parcial y desordena-
damente se vienen escribiendo
de esta
los capítulos
necesaria historia.
"
S.
Sanpere y Miquel: Los cuatrocentistas ca -
talones, Barcelona, 1906,
blanca de
la
que se ve en con
el labio inferior
los idénticos
vierte en
tomo
I,
córnea de los ojos y
pág. 267. la
La nota
punta de rosado
de Boabdil, coinciden
pormenores que
el
mismo autor ad-
una cabeza de Borrassá. (Ihtdem,
" Sobre
la
I,
169.)
escuela cordobesa, y aparte la citada
monografía de Bertaux, consúltese a Ramírez de Arellano (don Rafael) en su Diccionario biográfico
— de
artistas
180
-
de la propínela de Córdoba. (Documeri'
tos inéditos,
tomo CVII);
los trabajos publicados por
dicho benemérito escritor en
el
Boletín de la Socie-
dad Española de Excursiones, que
citaré luego;
Sanpere y Miquel, Los cuatrocentistas catalanes,
tomo
II,
págs. 184 y sigs. y
270y
entre otros trabajos insertos en del señor
Romero de Torres
sigs., y, finalmente,
el
mismo
Boletín,
uno
Los Primitioos
titulado
Cordobeses, Pedro de Córdoba y Bartolomé Bermejo.
(Año XVI, págs. 55 y
**
sigs.)
Continuando sus meritísimos trabajos, conteni-
dos en
el
citado Diccionario de artistas de la provin-
cia de Córdoba, publicó llano en el Boletín
don Rafael Ramírez de Are-
de ¡a Sociedad Española de Ex-
cursiones, una de las revistas
España y que más título
la
menos conocidas en
honran, varios artículos con el
de Artistas exhumados (tomo
VIII,
año
fruto de sus pesquisas e investigaciones en
el
1900),
archivo
de protocolos de Córdoba, revisado totalmente por él
en los cinco o seis tomos de escrituras, únicos que
se conservan del siglo xv. El día que se haya hecho otro tanto en las principales poblaciones españolas,
podrá intentarse satisfactoriamente
la historia total
y definitiva de nuestros primitivos. Hasta entonces, y todo •*
lo
que no sea eso, será andar por
Véase
el
hermoso Catálogo de
las
ramas.
las tablas de
primitioos españoles de la colección de la Excelentísima Sra.
Doña
Trinidad Scholtz- Hermensdorf,
—
181
—
Viuda de /turbe (Madrid, 1911) debido a
la
experta
pluma de D. Elias Tormo. También disfruté de vista
de los cuadros, merced a
la
la
amable amistad de
su dueña, entusiasta defensora de las glorias pictóricas nacionales.
Por
•^
lo
mismo que
la
única afirmación seria que
hasta ahora se había hecho del autor del retrato de
Boabdil adjudicábale a Antonio del Rincón (como diré luego), he perseguido con vivo interés cuantas noticias se conservan acerca de este
«más
A
por libros y revistas.
la
mano
recogidos para este punto, así
de
la
famoso
tenía los materiales
como las conclusiones
controversia mantenida por los señores
y Sentenach en
pintor,
que documentado», desperdigadas
tradicional
los Boletines
de
las
Tormo
Sociedades Espa-
ñola y Castellana de Excursiones, y en la revista gra-
nadina La Alhambra, sobre
el
famoso retablo de Ro-
bledo de Chávela; pero en mi deseo de aligerar estas notas, recomiendo al lector acuda a los artículos
que con tilla
el título
de Los pintores de los Reyes de Cas-
está publicando en
el
ven escritor D. Francisco 1914, págs. 75 a 80), las noticias •*
mencionado Boletín J.
el jo-
Sánchez Cantón (véase
donde hallará recopiladas todas
que sobre Rincón existen.
Además de
las
conocidas noticias que sobre
Aponte nos dejaron Ustarroz, y más particularmente Jusepe Martínez en sus Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura (Madrid 1866, pág. 104),
y de
los trabajos
182
—
de D. Ricardo del Arco, consúlte-
se asimismo a D. Elias
Tormo en
sus artículos
La
pintura aragonesa cuatrocentista (Boletín citado,
año XVll, todo, y especialmente págs. 125 y
En
mi entender, por mucha que sea
nal y literaria de
Boabdil.
Pedro de Aponte en
no cabe en modo alguno
retratos,
De
la
nuestra tabla
al
fama el
sigs.).
tradicio-
arte de los
de
atribuirle el
San Orencio de
la
Co-
lección Parcent, obra indudablemente suya por el
autorizado testimonio del Sr. Tormo, hay un abismo. »•
De
algunos de estos primitivos dio noticia Ra-
mírez de Arellano en sus citados artículos Artistas
exhumados:
la
de los restantes débola asimismo a
su afectuosa amistad, en cartas que
me ha
escrito, a
instancias mías.
No
he querido tocar en
el
texto la cuestión de
si
este retrato pudo deberse al pincel del algún pintor
moro, no porque no los hubiera, sino porque no parece presumible que un vasallo suyo se atreviese a representarle con las humillantes insignias del venci-
miento. Pero cabe,
sí,
que fuera obra de algún
ta mudejar o judío de los
artis-
muchos que en aquel tiempo
dábanse en Castilla a imaginería de retablos y
pin-
turas devotas, y de los cuales tenemos la sintética noticia que nos dejó la
Católicos
al artista
famosa cédula de
los
Reyes
toledano Francisco Chacón, ha-
ciéndole su pintor mayor. (Documentos inéditos,
tomo LV, págs.
315-17).
-
—
183
Véase para este punto a Sentenach, en Los
ICO
grandes retratistas de España. (Madrid, 1914, páginas 14-15.) «Estos retratos de busto
— agrega, — no
son, sin embargo, frecuentes en España, aunque to-
muy
dos 'O*
notables; apenas pudieran citarse algunos.»
Arte de la pintura, Sevilla, 1649, (cito por
la
reproducción de Cruzada Villaamil, Madrid, 1866,
tomo
'"2
Los cuatrocentistas ca-
pág. 21); Sanpere:
II,
talanes,
tomo
El
I,
págs. 94 a 96.
mismo Pacheco daba
que siguen sobre
la
pintura al
las curiosas noticias
temple, y que consti-
tuyen una excelente ilustración para rial del
retablo y su antigüedad.
los viejos,
factura mate-
después de enervadas o encañamadas por
las juntas, ponerlas
ma
la
«Las tablas usaban
un lienzo delgado pegado enci-
con cola más fuerte, y aparejarlas de yeso grue-
so y mate, después de
muy
bien lijadas, pintar en
ellas a temple; dibujándolas y perfilándolas
sobre
el
blanco, y luego metiendo sus colores limpiamente
carnes y ropas con variedad, y oscurecer con sus
medias tintas en seco, a
y después
ir
la
manera de
las
aguadas,
apretando con los oscuros más fuertes,
hasta dejarlo en su perfección; esto se hacía en seco,
en pared, en lienzos o sobre tablas, y era lo
usado.» Arte de la pintura...; *°3
II,
más
pág. 23.
Tengo acotadas numerosas reproducciones de
coronas reales en grabados, cuadros y monedas de aquel tiempo; pero tan característica del siglo
xv es
— la
\H4
—
que ostenta Boabdil en nuestro retrato, que no
creo necesario alargarme en este indudable extremo. Sin embargo, no dejaré de notar
la
grande semejan-
za que guarda con las coronas de los reales de Enrique IV que reproduce
el
Sr.
Osma
en su estudio
Las divisas del Rey en los pavimentos de obra de Manises, Madrid, 1909, pág. 50. Eguílaz y Yanguas: Glosario etimológico de
'°*
las palabras españolas de origen oriental, Granada, 1886, pág. 30.
Eguílaz y Yanguas: Étude sur les peintures
'*'•
de l'Alhambra, Granada, ia96, págs. 17 a
Véase para
'<>•
el
19.
estudio de este punto
la
lente obra del insigne arqueólogo sevillano D.
exce-
José
Gestoso: Historia de los barros vidriados sevillanos, Sevilla, 1904, págs. 249, 296, 299, 300, 327 y 353. '<"
La
bibliografía histórico artística de las pintu-
ras de
la
Alhambra es muy copiosa. Anotaré breve-
mente
las
obras que han llegado a mi noticia. Sobre
las Historias generales
y Guías de Granada de Pe-
Gó-
draza, Echevarría, Oliver, Contreras, Valladar,
mez Moreno,
etc.,
han tratado más particularmente
de estas pinturas:
Owen tails
Jones: Plans, elevations sections
of the Alhambra, London, 1842,
and
de-
(2 vols. folio
extra imperial). Las láminas 46 a 50 son las
más
her-
mosas reproducciones que hasta hoy se han hecho de las famosas pinturas.
-
185
-
Rafael Contreras: Ligero estudio sobre las pintu-
ras de la Alhambra (Madrid, Noguera, 1875), folleto en 4,°, de 23 págs.
Amador de
los
Ríos (D. Rodrigo): Discurso de re-
Ma-
cepción en la Real Academia de Bellas Artes,
de
drid, 1891. (Trata especialmente la
las pinturas
de
Alhambra.) Eguílaz y Yanguas: Étude sur les peintures de F Al-
hambra (Granada,
donde refundió su anterior
1896),
y notable Estudio sobre las pinturas de la Alhambra publicado en 1881 en La Ilustración Católica,
tomo V, págs. 154 y
sigs.
Valladar (D. Francisco de Paula): un artículo publicado en su revista
nas 25 y
sigs.),
La Alhambra
(Aflo 1903, pági-
y otra larga serie de ellos bajo
tulo Rafael Contreras
las pinturas
y
el tí-
de la Alham-
bra (Año 1909, todo). Súmanse a éstas otras obras
de Contreras y Calvert que citaré más adelante. '°*
Consignan estos detalles
Owen
Jones en su
citada obra y Contreras en su Estudio descriptivo
de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y
Córdoba (Madrid, mente en su citado
1878, pág. 260) incluidos anteriorfolleto
Estudio ligero sobre las
pinturas de la Alhambra, pág. ""
13.
Escribo en Madrid, a muchas leguas de Gra-
nada, donde (¡vergüenza
me da
decirlo!),
con haber
recorrido media Europa, no he estado nunca. Por
eso no puedo aclarar
la
contradicción que advierto
-
-
186
entre las noticias que sobre este cuadro da
el ftehor
Valladar en su Novísima Guía de Granada (Graiuh da, 1890, pág. 216) y una fotografía que del misino
retrato tengo a la vista.
Según dicho
escritor, el le-
trero del cuadro atribuyelo a
Abed Hud con
las pa-
labras que he copiado en
texto; mientras
que en
mi fotografía leo
el
el
siguiente rótulo: El
Rey Chico
de Granada. Tal vez se trate de cuadros pero no teniéndolos presentes, no
me
distintos;
es fácil averi-
guarlo, aunque por informes epistolares lo he intentado.
Gómez Moreno,
nada (Granada,
por su parte, en su Guía de Gra-
1892, pág. 172), dice que el atribuido
con algún fundamento a Boabdil era el
núm.
12.
En cambio,
el
señalado con
el
crítico inglés Albert J.
Calvert, en sus dos obras sobre Granada, juzga apócrifa e inadmisible la atribución a Boabdil
trato.
de este re-
(The Alhambra, London, John Lañe, 1907, pá-
gina 422, y Granada present
and
bijgone, London,
Dent, 1908, pág. 191.) "O
La Alhambra. (Año
"*
Deseoso, no obstante, de apurar
1913, págs. 341-42.) la investiga-
ción en tan interesante extremo,
me
ducto de un buen amigo mío,
insigne autor de
al
dirigí,
por con-
La
Rendición de Granada, D. Francisco Pradilla, ro-
gándole
me
informase sobre los antecedentes
cos de que se valió para componer
la
artísti-
cabeza de
Boabdil en aquel su célebre cuadro, habiéndome co-
municado amablemente
las siguientes noticias, que,
a
—
187
—
buen seguro, me agradecerán reproduzca tes
de
pintura española:
la
«Me
aman-
los
pregunta usted de qué documentos
me
serví
para los rasgos de Boabdil en mi «Rendición de Granada». Tratándose de un pasado para mí remoto,
he registrado mis carteras de apuntes para hacer memoria y dar a usted alguna respuesta, porque ferente
al retrato
lo re-
de Boabdil fué para mí punto os-
curo.
«Cuando
el
Senado me confió
mento trascendental de nuestra tre los
la
pintura de ese
mo-
historia, tenía yo, en-
numerosos apuntes y calcos que iba reuniendo,
llevado de mi afición a la historia y de los gustos de
entonces, varios calcos del pretendido retrato de Boabdil, representado con un dogal al cuello, y todos ellos procedentes, al parecer,
dos, del
no
del
mismo
original.
más o menos
altera-
Paréceme que calqué algu-
Semanario Pintoresco, que se publicaba en
tiempos de Mesonero Romanos, y quizá también de la
Iconografía española de V. Carderera; pero
leí,
no sé en dónde, que ese pretendido retrato del Rey Chico era una muestra de hostería pintada tiempos después de
la
toma de Granada, y como en
los
dos
meses de rebusca que pasé en esta ciudad nada encontré referente a retrato de Boabdil, y los artistas
granadinos que en
tal
rece que reconocían retrato,
me
rebusca la
me
asistieron,
no pa-
autenticidad del pretendido
atuve, para representar al último
Rey de
Granada, a
las
—
188
breves descripciones que de su figura
hicieron cronistas e historiadores, asistido con nu-
merosos apuntes
del natural
que yo
tenía,
muchos
de ellos tomados de moros y árabes nobles, visitantes
de
la
Exposición Universal de París de 1878, y
otros pintados en Tánger.
En cuanto
taria fui, por el contrario,
muy
Efectivamente,
a su indumen-
afortunado...»
como en breve comprobará
el
lec-
tor en el Apéndice, fué el
Semanario Pintoresco
primero que dio a conocer
el
de el
él
el
retrato de Boabdil, y
pudieron sacarse los calcos a que se refiere
Sr. Pradilla; pero
a ver entonces
el
como
el
original,
la harto imperfecta
insigne artista no llegó
guiándose tan sólo por
reproducción del patriarca de
nuestras revistas gráficas,
la cual,
a
la
verdad, era
para inspirar desconfianza, nada tiene de extraño
que
lo repudiase.
En cuanto a
la
especie de que
este cuadro fué en un tiempo muestra de hostería, Pradilla lo recuerda, ni imagino yo siquie-
ni el Sr.
ra dónde pudo leerla, con los fundamentos en que
se apoyaba. Sí diré que
el
perfecto y casi impe-
cable estado de conservación en que se encuentra aleja toda
sospecha en
tal
sentido, pues, de haber
servido para tales fines, no hubieran dejado de producirse en carece.
él
indudables huellas de que, por fortuna,
APÃ&#x2030;NDICE
Seguro y en poder de D. José Fernández Guerra retrato de Boabdil, por el
el
modo
relatado, y ve-
nido su dueño a Madrid, trájolo consigo, donde pa-
saron muchos años sin que trasluciesen su existencia otras personas que sus amigos y contertulios, hasta que, poco después de su muerte, dióla a conocer por
vez primera su hijo D. Aureliano en
el
Semanario
Pintoresco Español, en cuyas páginas (número correspondiente
al
18 de abril de 1852) publicó un corto
artículo, explicando
de
la tabla,
de
brevemente
la cual,
el
origen histórico
asimismo, hacía una ligera y
externa descripción, aunque sin aludir para nada a su procedencia familiar. Presidía
bado en madera, en acierto, trato,
el cual,
al
texto un gra-
con mejor voluntad que
intentábase reproducir los rasgos del re-
con aquella candorosa ingenuidad y sencillez
gráficas con que vistió sus ilustraciones tan simpática revista, gloriosa
y meritísima progenitora de
todas las semejantes que hoy pululan por España.
Pero no fué tan sólo
el
deseo de dar a conocer
obra tan perc{;rina publicar
el
lo
192
—
que movió a D. Aureiiano a
susodicho artículo: arrastrábale, además,
malicioso afán de descubrir, de
el
torio, cierta picaresca jugarreta
mordaz ex Bibliotecario de
las
modo público y
no-
áspero y Cortes D. Bartolomé urdida
al
José Gallardo, inocente venganza de unas atrasadas cuentecillas pendientes entre tas
que acertó a liquidar
el
ambos
con mucho ingenio, causando del maleante
escritores, cuen*
Quevedo
biógrafo de la
gremio de eruditos y
zumba y regocijo bibliófilos,
no era bienquisto
del cual, a la verdad,
el
dentro avina-
grado bibliógrafo. Tal fué
el
origen de
la lindísima
Flor de Amores, que en
el
leyenda intitulada
mismo número
del
Sema-
la
noticia
nario Pintoresco, y a renglón seguido de
del retrato, insertó Fernández-Guerra, y reproduzco
yo ahora como apéndice, muestra pasmosa familiaridad que de
las fablas
La
gentilísima de la
llegó a adquirir en el estilo
y decires viejos aquel insigne
literato.
•
burla (que pronto conocerá el lector) corrió
por todas parte e hizo fortuna; y pocos años después, D. Juan Valera dióla mayor publicidad por
medio de una carta que
dirigió
desde Madrid
al
di-
• Un contemporáneo de D. Aureiiano, famoso asimismo en la república de las letras, exclamó al conocer la leyenda juntamente con el retrato: «¡Lástima que también no sea verdad este papel, teniendo todas las vislumbres de antiguo!» Nótese que en esta leyenda Fernández-Guerra hace al retrato obra de Antonio del Rincón.
—
193
-
rector de la Reoista Peninsular de Lisboa, bajo
el
chasco seudónimo de D. Silvio Silois de la Selva
*,
carta en la cual
campean su gracejo y donaire acos-
tumbrados, y que voy a reproducir aquí para solaz de mis lectores y sabroso conocimiento de
de marras. Con
ello saldrán
la
jugarreta
ganando ciento por uno,
al
gustar una vez más de los sabrosísimos frutos de
la
magistral pluma de Valera, a cambio de los desa-
bridos de
la
mía, novicia y pecadora. Dice así:
• En el número de mayo de 1856 (vol. I, págs. 395 a 390), e incluida novísimamente por el diligente colector de sus obras completas entre su Correspondencia (tomo I, pági-
nas 211-13), aunque equivocando
pone en
la fecha,
que erróneamente
1858.
13
FALSA LEYENDA (carta)
Muy
estimado señor Director de
la
Revista:
La ad-
junta leyenda, escrita con lenguaje y estilo del
si-
glo XV, es de D. Aureliano Fernández-Guerra, que tan célebre ha venido a ser en
por
la
la
república literaria
sabia crítica y profunda erudición con que ha
sabido coleccionar, comentar y anotar las obras de nuestro gran poeta, discreto estadista y cortesano, y maravilloso polígrafo D. Francisco de Quevedo.
La leyenda, además de su mérito
efectivo e inne-
gable, se recomienda por una circunstancia, con vi-
sos de novela también, que no puedo
menos de apun-
tar aquí.
Siendo aún muy mozo D. Aureliano, escribió tos romances, que sometió
al juicio
José Gallardo. Era éste un oráculo entre tos,
cier-
de D. Bartolomé los litera-
y verdaderamente hubiera merecido pasar por
— tal, si
—
195
su extremada propensión a burlarse de todo,
a no hallar nada bueno, sino blasen
el brillo
lo
que
él
hacía,
y
no anu-
de sus calidades, y no amargasen con
dejos ponzoñosos
de Gallardo son
la
el
dulzura de sus escritos. Obras
Diccionario critico-burlesco, que
alcanzó tanta y tan merecida fama, y que ejerció tanta influencia allá por los años de 1812, la
los palos, y la sátira contra
el
falso
Apología de
Buscapié de Cer-
vantes, publicado por D. Adolfo de Castro. ellas se
En todas
descubre ingenio grandísimo, pero mayor
acrimonia y malevolencia.
Gallardo era erudito de nuestras cosas, gran cono-
cedor y maestro de nuestro hermoso idioma, y apegadísimo a nuestros autores de los siglos xvi y xvu, a cuya manera de decir ajustaba la
fácil
y naturalmente
suya, teniéndose y considerándole todos por
muy
purista. — Lástima es que su correspondencia inédita
no se publique, pues escribió muchas cartas que pueden pasar por modelo en este
linaje
que están llenas de noticias curiosas
de escritos, y *.
Pero vamos a nuestro cuento.— Fernández-Guerra sometió,
como
llevo dicho, sus versos al juicio
de
Gallardo, y éste, que no se cuenta que haya jamás
• Como digo en una de las Notas de este librillo, parte de esta correspondencia literaria ha llegado a mis manos, y abrigo el propósito de darla a luz más adelante. Con ello noque-
darán incumplidos totalmente los iustos deseos de Valera.—
Nota del autor.
—
196
—
elogiado a nadie sino de mala gana, notó en los po-
bres versos tizó,
más
faltas
que palabras, y
los
anatema-
principalmente por poco castizos, y llenos de
frases y locuciones francesas. Entonces fué cuando escribió esta leyenda Fernandez-Guerra; y habiéndola
hecho copiar en papel antiguo, y de tan perfecta y
singular manera, que no parecía sino que estat)a escrita a principios del siglo xvi, la
presentó a Gallardo,
o a fines del xv, se
como quien
ensefla
una
anti-
gualla a un entendido arqueólogo, y por antigualla la
tuvo éste, y nunca Fernández-Guerra quiso sacarle del error en que estaba, ni descubrir a nadie su ino-
cente fingimiento. Gallardo ha muerto poco ha, y
poco ha también se ha sabido que
la
leyenda mencio-
nada es obra de D. Aureliano. Ahí va, para que Ud. la
publique en su Reoista, haciendo notar en sustan-
cia a los lectores lo
go, etc.
que
le
dice en esta carta su ami-
\
Silvio Silvis de la Selva.
A
continuación de esta carta incluía Valera la
leyenda Flor de Amores, tomándola del
nario Pintoresco, de donde, asimismo,
yo ahora, como hermosísima gen de nuestro
retrato.
Sema-
la
copio
fantasía sobre el ori-
xntxtutabo
gfCor be Jlntoree, eC quaC, con ntu^ puCtbo e apacible «atiCo, oc cuentan t^erbabera» l^istoria», e se nO'
en
ian mutj
proi"»ecl?oaos abx>ertimien»
toB. ^onipiieato
caftafCero "^ero
cC Gonrabo ^emanbea, «
por
enberecabo á ta mittj no»
,#
BCe
aeñora boña ^Coi« ra be "^eCaaco.
pues
me ordenades,
discreta señora,
que
os fable de amores, fablaros vos quiero de Baudilin el
rey postrero de Granada e de toda la gente mora
de Andalucía, de cuyos sospiros non se dolieron las paredes de esta cuadra de que faced es vueso aposentamiento, e cuya semblanza fallaredes
al
respaldo
de ese sancto rostro, que a vuestra madre donó doña Francisca antes que profesasse.
— E
%
—
198
digo vos que cuando
el
conde don Diego de
Córdoba, señor de Cabra e Baena, prendió en batalla,
junto al arroyo de Martin-Gon9alez, á
Baudilin
e
le
Chiquito, vigésimo rey
el
truxo a esta su
como saliesse a
la
cava a
condesa Doña Maria con todos sus
rescibir la fijas e
villa,
Mahomad
moro de Granada,
servidores et escuderos, y viesse
quito a la fija
mayor de
la
el
les
fijos
e
rey Chi-
condesa, fembra de
muy
grand fermosura, e muy granada e cumplida, fincó
mas pobre cella,
que
e lacerado, preso en ios amores de lo
captividad.
la
don-
fuera con los hierros e desdichas de
E como
le
la
tomasse gran tristura e pena
luego que fué puesto a recaudo en esta torre del Homenaje,
el
conde Don Diego
le facia
muy grand cor-
tesia e placer por le consolar e animar en su desven-
tura, diciéndole
que
las
malas suertes e
las
buenas
eran como las pluvias de verano, que tan pronto venian
como se
iban,
o como yervecicas de los oteros
antes secas que nascidas: e de esta guisa
le
grand consolación con falagueras razones. celle toda
honra e merced
le
condesa doña Maria, que era
daba muy
E
por fa-
llevaba a la cámara de la
muy grand
entendida. Acontesció una noche que
señora e
muy
como Baudilin
se veyesse en su cuadra, e contemplasse quan aviesa le iba la fortuna, e
recordasse en su reyno desampa-
rado, e a los sus parciales
muy apretados
e perdidos,
comentó de sospirar tan tiernamente, que daba muy grand compasión a
los
que
le oian.
E como
quier que
— non podiesse dormir, e
199
la
luna que parescia en
la
—
noche f uesse muy clara con el cielo,
e le viniessen a las
mientes las visiones de aquel amor, que otrosí nia
mucho
le te-
acoitado, forjaba por se asomar a las lum-
breras e f inestras de
la
torre por se consolar con las
de aquella donde se aposentaba
la doncella.
Gallegos se oviesse imaginado que
el
E como
cativo se iba a
preguntóle qué facía, e dixole que parasse mien-
f uyir,
tes que
más forzado era
hí
por su palabra que por los
cerrojos e candados, e que no complia a los varones fuertes la furia del basilysco cuanto la prudencia e el Sufrimiento, ca fuera mejor caballero quien sopo sufrir.
Baudilin le replicó que non era de sesudos nin de
cuerdos hombres afrentar
al
caballero que no se po-
día valer por su mal andanza, et dixole que un rey facia
non
nunca desaguisado por ende perdiesse su honra.
E como
Gallegos acatasse las razones del rey Chi-
quito,
le
y
apretasse a que
prometiendo
le servir
le
descobriesse sus penas,
en todo,
el
rey se las descobrió:
e Gallegos fi^o en adelante porque
el
rey Chiquito
fablasse con doña Francisca la fija del conde, que
era
muy
fermosa, e
muy buena
otrosí, e
mucho hon-
rada: et estaba a esta sazón el conde en Córdoba.
E
acóntesela que la doncella e Baudilin comentaban
de quistionar en por que
el
las vistas
&
en burlas,
doncella
la
rey Chiquito se convirtiesse a nuestra
sancta fée cathólica, e rescibiesse baptismo, et
el
rey por que
el
agua
del sacro
Doña Francisca
se tor-
— nase mora, prometiendo e Xenealarife et
el
flOO la
—
facer reyna del Alhambra,
XaragUf, e los floridos Alixares:
e les placia fablar e volver a
e tanto que las
ello,
burlas se tornaron veras, e quedó tan cativa la se-
ñora como sejado; ca
^ la
el
mozo mal acon-
rey desleal, e falso, e
amor no es en poder
el
del hombre.
Doña Francisca pugnando con
su passión e con
ofensa que facia a Dios, se quiso confiar de
la
su
hermana Doña Brianda que después casó con don Diego Ramirez de Guzman e fué condesa de Teua: e tanto se comprimió
el
corazón de doña Francisca
con los consejos e advertimientos de
la
mas pequeña, e con que Doña Brianda
su hermana lo
hoviesse
contado todo a Doña Marina vuestra madre, que calecho asaz doliente, llegara a punto de
yendo en
el
morir de
muy apretada
le
malatía,
si
doña Brianda no
dixesse que aquel non era fecho de cristiana y hon-
rada, e que lo descobriria todo a la condesa doña
non pusiesse remedio.
Maria,
si
andada
la luna,
duras e de flores, et
muy
dulces.
E como ya fuera muy
e los campos se avian covierto de verel
vientecico traia sus olores
Doña Francisca dábase
priesa a conva-
lescer y a se alegrar en las huertas a alearías que se
parescen por bajo de Luque, e en hí
corren de
mendros e
muy
olivas e jarales.
pudiese parar le
la
las fontecicas
que
claras e frescas aguas, entre los al-
memoria de
E como los sus
quier que non le
amores, e otro
sí
oviessen venido nuevas de que un jueves en aquel
— dia llevarían a
201
Córdova a
—
Baudilin,
eque non
le vol-
vería a ver por aventura, llamó una siesta a Gallegos
e
encomendó que
le
mesmo
sacasse
le
la sembian(;:a
vestido e ropas que tenia en la ba-
dilin
con
talla
en que fué cativado, ca Gallegos era
el
tro en el arte ció
de
la imaginería:
muy
del rey Chiquito,
et plógole
Baudihn, mas non se pudo facer llevado
el
% Doña pasaba
la
rey a Córdoua, e dende
que se acordaron
dies-
e Gallegos ge lo ofre-
mucho honradamente, e fué a Baena, e ge
mandó
ta
de Bau-
lo
de-
grandemente a
semblanza cá fué
allí
a Porcuna, fas-
los pactos.
Francisca non quiso tornar a Baena, e
los días
en aquellas huertas e alearías asaz
malencólíca, fasta que una alborada vido que los gí-
netes de Luque corrían por los campos et
sa a facerle saber
cómo
el
el castillo
mandaderos a
la
conde-
rey de Granada
le
quería
facía la salva, e que llegaron
besar las manos antes de seguir
la vía
que para su
reino facía, ca se fallaba libre e desembarazado de su
captivídad por largueza de los señores reyes catholi-
cos
Don Hernando
e doña Isabel. La condessa
muy grand
cortesía e
presente de
muy
lía,
mucha honra,
ricos paños, et
res, et fijas
et el rey le fizo
de alambar
e de otras buenas especias, et de
le fizo
et alga-
muy buenos olo-
muy grand obra para las otro sí para Doña Francisca
de sendos briales de
de
la
condessa: et
una tabla con un sancto rostro de nuestro Redemptor Jesu-Chrísto, e la cobrían cendales e brocado: et el
Rey Chiquito
202
Doña
dizole a
— Francisca que aquel don
no era de moro, antes de cristiano caballero, esto ficiera por
mas
le
et
que
servir et le monstrar lo que
sabia facer. Dofla Francisca gelo agradesció
como
podedes entender que podria lo agradescer; e fincó que
arrancaban
le
con
sintió
la
partida, ca et
el
alma, segund era
mas
%
dolor que
pluguiera tenerle preso en la torre:
le
estuvo a punto de caer
Luego que
gueros por
el
venida de Baudilin, et las nuevas de su
partió el
las sierras
sin sentido.
Rey e se perdieron
los za-
de Luque, Gallegos dixo asaz
recatadamente a Dofla Francisca que levantasse los
paños que covrian có espantada con
el
sancto rostro; e
semejanza de
la
la
doncella fin-
la pintura,
respaldo del sancto rostro avia trasladado tonio en
Córdoua
arreos que dixiera doncella
la
ca en el
Maese An-
semblanza de Baudilin, con los
E
la doncella.
desde aquel dia
la
comenzó de adolescer muy mal, e todo su
cuerpo fué covierto de llagas, que gafedad parescian, con
muy gran
como
dolor e queja: e
quier que enten-
diesse que non podia escapar de la muerte, fizo
lla-
mar a Doña Marina de Velasco vuessa madre para que fablase con un que era
muy grand
fraile
de
la
orden de sant Agustín,
siervo de Dios: et
el
fraile dixo
enfermedad de Doña Francica era por pecado
que
la
que
ficiera: et
et pidió al
doña Francisca
lloró
conde e a la condesa
la
muy
fieramente,
metiessen monja en
sancto Domingo, e antes fizo que Gallegos pintase
— una argolla
go
le
—
203
conde don Die-
cuello de Baudilin, ca el
al
había vencido en batalla e
la christiana
doncella
había vencido los encantamientos que ficieran en la
semblanza del Rey Chiquito: y non la
la fizo
semblanza habia tomado iglesia en del
Redemptor
del
mundo.
el
quemar ca
sancto rostro
% E dio otro sí la tabla
a vuestra madre para que
la
guardasse: e
pi-
dió al conde que echasse a Gallegos de la tierra,
Et
el
e que non volviesse mas.
mesmo dia que
prof essó la
doncella fué sana, ca trocara la muerte e tira
por
la
la
men-
vida e
la bienaven-
turanza.
AuRELiANO Fernandez-Guerra y Orbe.
FIN
v'
« Fué impreso este drid,
en
la
libro
en
la Villa
y Corte de
Ma-
Imprenta Clásica Espaftola, siendo
su Regente O. José Álvarez Reyes, y se
acabó a
III
días del
sábado santo, gracia
mes de
Abril,
del afio de
deMCMXV.
Laus Deo.
ÍNDICE Pig*.
Portada
ni
v vu
Dedicatoria
Carta a D. Luis Valdés. Parte
I.— La Batalla
Parte II.— El cautiverio de
1
Muley Boab49
DELI Parte III.— El
retrato
80
Notas
139
Apéndice
190
índice
204
Colofón
205
LÁMINAS Retrato de Boabdil
Escudo de glo XVI
la
Casa de Cabra. Azulejos
Portada. del si-
129
PUBLICACIONES DEL AUTOR
Un dato para
las fuentes de
<-<El
Médico de su hon-
ra*. París, 1909. (Folleto.)
El casamiento engañoso y el Coloquio de los perros, de Cervantes. Edición crítica. Obra premiada con medalla de oro por
la
Real Academia Española e
impresa a sus expensas. Madrid, 1912. (15 pesetas.)
Obras de D. Ramón Nocedal, [Recogidas y anotadas por Agustín G. de Amezúa.J Madrid, 1907-1914.
[Van publicados ocho tomos.] D. Pedro José Pidal, Marqués de Pidal. (1799-1865).
Bosquejo biográfico. Madrid, 1913. [Tirada de 40 ejemplares.]
Catálogo de la
las
obras ingresadas en
la Biblioteca
Real Academia de Jurisprudencia durante
el
de
cur-
so académico de 1912-1913, siendo su Bibliotecario.
Madrid, 1914.
Memoria
leída ante la Junta
Academia, planteando del
las
de gobierno de bases para
la
la
misma
formación
Catálogo general y reorganización de
la Biblio-
teca. Madrid, 1914.
Catálogo de la
las
obras ingresadas en
la Biblioteca
Real Academia de Jurisprudencia durante
el
de
cur-
so académico de 1913-1914. Madrid, 1915.
Memoria leída ante la Junta de gobierno de la Real Academia de Jurisprudencia dando cuenta de los trabajos del curso anterior. Madrid, 1915.
n
^'WQ U5T AUG151949
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