La batalla de lucena y el verdadero retrato de boabdil 1915

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i


RETRATO DE BOABDIL SIGLO XV.

AUTOR DESCONOCIDO


s

-o

\^Vo

t^

LA BATALLA DE Ll'CENA Y EL VERDADERO RETRATO DE

BOABDIL ESTUDIO IIISTÓRICO-ARTÍSIICO

AGUSTÍN

G.

DE AMRZÜA Y MAYO •

Bibliotecario de la R.

^

ti

Academia de Jorisprudencia

18D150 (¡-4 4-3

MADRID IMPRENTA CLÁSICA ESPAÍiOLA

1915


SE HAN TIRADO DE ESTA OBRA: 2 ejemplares

25

»

400

>

en gran papel imperial Japón. • » de hilo. papel pluma.

ES PROPIEDAD (^ueda prohibida la reproduccióa de láminas de este libro.

la»


A MI

MADRE



CARTA ABIERTA

Sr. D. Luis V'ald¿s

Mi querido amigo:

A su

que llegue ahora

usted

el

brillo.

Sin

ella,

a

a sus

manos

este

li-

buen seguro que no se hu-

Nada habrían perdido,

cier-

su falta las letras españolas;

pero

biera escrito nunca.

tamente, con

cariñosa porfía debe

acaso hubiera seguido oscurecido

hermoso y curiosísimo que usted posee; bien que

retrato

el

bra arrumbado

me

y arrumbado

al

de Boabdil

estampar

la

pala-

expreso mal, porque harto

sé la alta estima con

que usted

honroso puesto de que goza en

lo el

guarda y

el

seguro de su

hogar.

A

dar a conocer públicamente esa joya his-

tórica, a sacarla a la luz del

mundo,

se han di-


rígido,

estas breves

pues,

usted recibir y agasajar

que debe

[)ág¡nas,

como

a heraldos

y

fa-

rautes de tan principal personaje. N¡ ellas aspi-

ran a más, este

P211o

las

tampoco otro

tienen

ni

valor

que

humilde y secundario. explicará a usted,

le

por otra parte,

andanzas guerreras en que nos hemos me-

tido

con no pequeño asom-

Boabdil y yo,

bro de cuantos conocen nuestro natural conciliador

pacífico.

y

no ha sido

Y

créame asimismo que

sin violencia.

Porque

ni

los tiem-

pos que corremos consienten ya arcaicas descripciones de las batallas... viejas, ni

ción

va

día

del

la

afi-

por esos derroteros, ávida

de novedades y modernismos donde se afíne

y

alquitare

cen,

la

mudando

como por

sensibilidad, los espíritus,

en mi pobre en-

tender, con tales alquitaramientos ciones,

ahí di-

y sublima-

de varoniles y vigorosos en muelles

y afeminados.

Literatura

dente, torpe y laico altísima

artificiosa

remedo de aquella

y arrobadora de nuestros

que de modo tan

sutil

y decaotra

místicos,

adelgazaron los afectos

encumbraron y ennoblecieron llevándola en alas del más puro y fedel alma,

y tanto

cundo de

los

la

amores.


Con todo no hacen

al

eso,

y aparte

caso,

no creo

tales minucias, inútil

ni

baldía esta

postuma exhumación de una de nuestras téritas grandezas,

que

pre-

hoy que tanto y tan desme-

didamente aplaudimos y ensalzamos

las ajenas.

Señal patente y desconsoladora de nuestra decadencia espiritual, y de lo hondo y oscuro del

barranco en que, míseramente, han ido a rodar nuestros hermosos y pasados quijotismos.

Ad-

mirar demasiado una cosa equivale a confesarse inhábil o impotente para obrarla. Flaca y torpe, en verdad,

nemos un

tanto

su punto.

No

teras

tenemos

memoria. Refre-

la

admiración y pongámosla en niego yo que, allende las fronla

y en longincuas regiones,

se estén

dando

ahora muestras gallardísimas de valentía y heroísmo. Pero recordemos también que en ellas

no han sido

las

primeras ni

las únicas.

Los

ríos

en cuyas márgenes se libran tan cruentas batallas

vieron

tinto

muchas veces

el

caudal de sus aguas

en roja sangre española;

las tierras feraces

y ubérrimas de sus campiñas acaso fueron fértiles por huesos castellanos; aún campean todavía

por esquinales y torres de sus poblados los

recios escudos españoles, voz

no apagada de sus

empresas, eco glorioso de nuestras hazañas de


antaño, que Dios ha permitido que perduren,

para que, sin encerrarnos en

la

menguada con-

templación de nuestras llagas y

mos animosos

lacerias, alce-

los ojos, seguros

de nosotros

mismos y de nuestros destinos

seculares, vol-

viendo atrás

menester (aun-

que

la

la

cabeza,

si

atrás es

ignorancia lo tache de reaccionarismo),

para tornar a ser españoles, que harto lo tene-

mos

olvidado, con grave daño nuestro.

Hom-

bres de carne y hueso fueron nuestros abuelos,

como hombres también, y no monstruos, nes

ni briareos,

tita-

son los héroes extraños que

admiramos. Separados por

siglos,

por

razas,

por montañas y abismos, hermanos pueden

marse unos y

otros, a quienes

común, un mismo

ideal,

que

lla-

movió un algo

glorificó su carne,

que sublimó sus pasiones, que hizo grande y divino el vaso ruin que nos contiene: el amor santo de

la Patria...

Por estas razones, que hará usted bien en culpar de prolijas, no juzgo del todo inútil ni

perdida

la

anticuada narración de

olvidadas hazañas que en este

Ya que

las bélicas

y

librillo le ofrezco.

con incansable afán rebuscamos en

nuestro siglo veneros y filones de donde extraer invisibles partículas

de ese mágico radio, que,


más

aisladas

comunican e infunden tan

tarde,

maravillosos efectos en cuanto las rodea o toca,

revolvamos también los amarillentos per-

gaminos de nuestra gajos,

para sacar asimismo de

léculas de

y

le-

unas mo-

ellos

radio espiritual que vigorice nues-

tro abatido ánimo, al

historia, sus crónicas

que dé

y calor reveses de

fuerza, luz

alma española, acobardada por

los

la fortuna, consumida y aherrojada por tan negros y odiosos pesimismos. Para acabar con

y para enseñar a las futuras generaciones que no ha habido pueblo en el mundo que pueellos,

da sentirse más ufano y orgulloso de su pasado, ni

más seguro de su

porvenir,

mano

estuviera, haría esculpir

letras

en todas

que

los niños

fíjasen

las

si

en

raí

con broncíneas

escuelas nacionales, a fin de

de hoy, hombres de mañana,

las

en su corazón y en su memoria, para no

olvidarlas nunca, aquellas bellas, dignas

y con-

fortadoras palabras de uno de los gloriosos escritores del gran siglo

de oro,

el

insigne Juan

de Mal Lara: cRkconozcamos a Dios la merced que nos hizo hombres, no bestias; cristianos, no moros;

españoles, no

de otra nación.»


Acoja usted, pues, mi querido don Luis, benévolamente este

librillo;

ayúdeme, ya que es

suyo, a llevar también su carga, y cordial

y buen amigo que

mande

le quiere,

Agustín G. üe Amezla.

Madrid y Marzo de

1915.

a su


PARTE

I

LA BATALLA



Sólo Dios e« vencedor.

(Empresa de

la dinastía Naaari.)

En so.

el nombre de Dios, clemente y misericordioLa bendición de Dios sea sobre nuestro señor

Abú-Abd-il-Lah Mohammad,

y

noble. Salud

el

profeta escogido

y paz.

¡Humillémonos ante

los sabios juicios

de Al-lah

(excelsa sea su grandeza), que llamó para

sí al

gran historiador y poeta granadino Aben-Aljathib, quebró su pluma y apagó la poderosa luz de su fantasía entre los crispados dedos del

vil es-

clavo que por inicua orden lo estranguló en Fez!

Dios

más

le

otorgue su misericordia y

alto del paraíso,

le

asiente en lo

en su celestial morada.

Para su fecunda pluma,

rica

en tiernas casidas y

bélicos cantares, debía de estar guardada la des-


4

cripción de la hermosísima salida que

el

príncipe

de los muslimes y amparador de los creyentes

Abú-Abd-il-Lah

Mohammad

XI, el sultán valeroso,

grande, ilustre y puro, señor de las conquistas,

de

las caritativas

Granada

obras y dilatado pecho, hacía de

frente de un

al

muy

lucido ejército,

uno

de los postreros días del mes de Rabea-el-Ajar,

año de

la

Hégira 888

romanos arcos de

y no para alientos

el

la

de 1483), bajo los

(abril

famosísima puerta de Elvira,

perro muladí que, con desmayados

y mal tajada péñola, intenta ahora re-

constituirla

y evocarla.

Es muy de mañana. Apenas

si

se dejan oir toda-

vía en lo alto de los alminares las primeras llama-

das de los almuédanos, cuando por calles de la

Granada de

los

desfilar la hueste poderosa

pen

la

las ensortijadas

romances comienza a

y aguerrida.

— Rom-

marcha unos adalides moros, de blancos

al-

maizares, cotas jacerinas y dorados yelmos, apre-

tando las ricas estriberas de sus velocísimos y africanos corceles; tras ellos, y divididos en es-

cuadras y cohortes, las batallas de los peones, capitaneada cada una por su arráez, sujetos varios

de éstos a su arif o general; mézclanse en sus filas

muestras de todas las razas que han venido

refugiándose en

el territorio

granadino ante

el


,

empuje

irresistible

de

los poéticos ajimeces

niños, ancianos

dida que pasan,

armas

las

o en

lo alto

de

los terrados

y mujeres van nombrando, a mela estirpe

de que proceden: me-

tangerinos, andaluces,

riníes,

desde

cristianas;

alarbes y berbe-

riscos.

Y

el

cuando llería

el

la

chusma sube de punto

ruido acompasado y férreo de

la

caba-

mora, que tras ellos se escucha, anuncia

paso de da,

entusiasmo de

los

más bravos

jinetes

el

que aloja Grana-

vencedores en mil singulares escaramuzas:

Ginés Pérez de Hita hubiera reconocido en

ellos

sus famosos Gómeles, los bravos Abencerrajes, los sufridos

Almoradíes, los generosos Gazules y

los terribles Sarrazinos,

que juntos con Banegas,

Alabezes y Mazas mantienen en su esplendor gloriosas tradiciones de la

nobleza granadina.

Visten muchos de ellos guerreramente a tiano,

las

lo cris-

y entre todos componen un tropel hermosí-

simo y alegre, con sus apretados turbantes de colores varios, sus capellares y marlotas de terciopelos, brocados

y damascos; sus largas lanzas

de limpios, anchos y cortadores hierros; alfanjes guarnecidos de plata y oro, adargas bien labradas, fuertes jacerinas, bruñidas cotas

tes almetes,

dando

al

y

brillan-

aire todos ellos los sueltos


-

6

-

rapacejos de sus vistosos almaizares. También

van divididos en escuadras, y llevan, respectivamente, a su frente

la

de

ficativo del barrio

la

raya o estandarte

signi-

ciudad donde cada una

habita.

Y

manteniendo

la

antigua tradición granadina,

ostentan casi todas por blasones las puertas de su muralla, bordadas en sedas de brillantes colores

y con flocaduras y recamados de doradas hebras.

Una

a una van pasando

dos ojos de

la

estática

además ante

los

muchedumbre:

asombra-

la del

Acei-

tuno, blanca toda ella, con su olivo dibujado

su alrededor aceituno»;

leyenda en árabe

la

la del

pescado, donde junto a

bólica figura rezan las palabras la

de Bib-Arambla,

Racha, y

así,

las puertas

Mas he real o

la

sim-

moras Bab Nayd,

de Monayta,

de Bib-

la

tras ellas, otras quince banderas,

hasta completar

de

la

y a

entrada del

«la

el

número de

veinte, que era el

o salidas que contaba Granada.

aquí que en pos de todas asoma

el

pendón de Boabdil: es de damasco

guión

rojo;

de

su asta dorada caen cordones y borlas; no lleva otras insignias que un escudo, él la

res,

y atravesado en

banda diagonal y bermeja de

los

Alahma-

donde se lee en bordados caracteres

famoso de

la dinastía nazari:

el

lema

<íGaale galib Ule


— Ila^: Sólo

7

Dios es uencedor

*.

^

Aparece

Boadbil: moro de razonable estatura, buena tra-

bazón de miembros, rostro alargado, moreno, cabello bién,

y barba en punta, negros, ojos negros tampresos en grave melancolía; viene montado

a la jineta, según su usanza, en un caballo rucio blanco, enjaezado ricamente,

armada su persona

de una fuerte coraza forrada en terciopelo carmesí, con clavazón dorada, capacete grabado y

dorado, espada jineta, riquísimamente guarnecida

de plata y ataujía, quino

al

al cinto,

puñal o gumía damas-

costado diestro, lanza y adarga fuertes.

Sobre su coraza trae ceñida una amplia aijuba o marlota de terciopelo brocado carmesí, abierta

de arriba abajo y pespunteada con fino y dorado galón; artísticos dibujos de medallones sembrados de delicadas flores realzan

la tela,

que a

los ojos

del naciente sol brilla siniestramente rojiza

como

si toda estuviera tejida de cuajada sangre...

Lleva, no obstante,

la

mente

llena

de levanta-

dos y animosos pensamientos; propónese emular

y obscurecer

las

guerreras hazañas de su viejo

padre Abul-Hacen, vencedor un mes antes en

lomas de

la

Ajarquía malagueña de

caballería andaluza, soñando *

Véanse

las notas al final

de

él

con

la obra.

la flor

de

las la

el prestigio


-

8

-

del imaginado triunfo reducir a obediencia a las

ciudades rebeldes de su reino, levantadas contra su poder

^.

La empresa no podía comenzar bajo más güeños auspicios:

el

hala-

estrago y carnicería ejecu-

tados en las huestes castellanas tenía que haber

acobardado su ánimo, menoscabando su valentía; no

así

en

los

pechos moros, que, con

imaginan renacidos para

toria,

el

la

pasada vic-

Islam los tiem-

pos memorables del glorioso Al-Mansur. Reencar-

nado parece

el

legendario caudillo en

la

del terrible Jeque Alí-Atar, suegro del

figura

Rey y

terror de las fronteras cristianas, que a su lado

cabalga; a pesar de su edad provecta (no se sabe setenta u ochenta años), lleva aún erguida y

si

vigorosa su persona, de espantable catadura; en su brazo derecho empuña ta,

a

la cual

debe

el

el

gorguz, o lanza cor-

haber escalado los más altos

destinos del reino, entre ellos

y

el

la

Alcaldía de Loja

señorío de Sagra, desde su humilde condi-

ción de especiero, bien revelada por su

musulmán

Alzase en

según

la

suenan

nombre

*.

las calles

ensordecedora algarabía,

usanza morisca,

las cajas

al

paso de Abdallah; re-

y tambores de guerra; rompen

los aires las notas estridentes

de los añafiles y


—9— melendías; agítanse tocas, imanas y cendales des-

de

los alicatados ajimeces;

tores

suben de punto

y bendiciones coránicas desde

las

los ví-

columnas

afiligranadas de arabescos de los corredores; le-

vántanse a los cielos los brazos; palpitan agitados los pechos,

henchidos de esperanzas, y

llosa naturaleza,

da en

el delicioso

al

maravi-

que envolvió pletórica a Granaparaíso de sus cármenes y

munias, asociase también a

enviando

la

la

al-

hermosísima salida,

través del purísimo ambiente que

circunda los rayos de oro del sol

más

rutilante

la

y

esplendoroso que alumbró jamás vergel alguno.

Confundido con presencia

la

chusma granadina, también

la

bélica parada un cautivo cristiano

trovador; emociónanle hondamente

de

la

escena y

la cálida

accidentes todos, y

al

poesía que

grandeza

volver ensimismado a su

negra mazmorra del barrio de

rompe su

la

emana de sus

la

Antequeruela,

inspiración en aquellas lujosísimas es-

trofas, destinadas a

guardarse más tarde, como

joya inapreciable, en tro glorioso

el

arca sacrosanta de nues-

Romancero:

Por esa puerta de Elvira sale

muy gran

cabalgada.

¡Cuánto del hidalgo moro! ¡Cuánta de

la

yegua baya!


10

¡Cuánta de

la

lanza en puAo!

¡Cuánta de

la

adarga blanca!

¡Cuánta de marlota verde! ¡Cuánta aijuba de escarlata! ¡Cuánta pluma y gentileza! ¡Cuánto capellar de grana! ¡Cuánto bayo borceguí!

¡Cuánto lazo que ¡Cuánto de

la

esmalta!

le

espuela de oro!

¡Cuánta estribera de plata!

Toda

es gente valerosa

y experta para batalla.

En medio de todos ellos el Rey Chico de Granada.

va

Míranlo

de

las

damas moras

las torres del

Alhambra.

La Reina Mora, su madre, desta manera

Alá

te

le habla:

guarde, mi hijo;

Mahoma vaya

en tu guarda...

Esperaban, no obstante, jarse de su corte, tristes

y

al

Rey, antes de

ale-

siniestros presagios

de

la infelicidad

de

ta de Elvira,

y espantado acaso su caballo con

las aclamaciones

la

jornada. Al salir por

y vaivenes de

más numerosa y hacinada

allí

la

la

puer-

muchedumbre,

que en parte algu-

na, recejó violentamente, haciendo astillas la lan-


li-

za real contra una de las puertas. Acudieron presurosos a las riendas algunos viejos alfaquíes que

presenciaron

el caso, y,

turbados ante lo sinies-

tro del suceso, intentaron disuadir al

empresa. Pero Boabdil, desnudando

Rey de

la

corva

ci-

la

mitarra e hiriendo los ijares de la bestia, los ahu-

yentó colérico, haciendo avanzar su corcel

tiempo que decía: «Yo sé desafiar a

la

fortuna».

Otro accidente, empero, no menos aciago, aguardaba:

como un

al

tiro

cruzar Boabdil

de ballesta de

al

le

la

rambla del Beiro,

la

ciudad, apareció

una zorra de pelo reluciente y poblada cola, la cual, atravesando por medio de toda la hueste, pasó casi junto a

la

persona del Rey, hasta esca-

par ilesa de las javalinas y flechas que los solda-

dos tiraron para matarla.

Túvose

el

caso por de peor agüero aún que

el

precedente, y muchos de los moros principales

aconsejaron de nuevo

al

Rey que suspendiera

correría y tornara a la ciudad, hicieron; ticos,

como algunos

la

lo

mas Boabdil, burlándose de sus pronós-

sordo a sus ruegos y amonestaciones, prosi-

guió su camino, y avanzando en

anochecer a las puertas de Loja

^.

él,

llegaba

al


II

Estaban todos los alcaides de

las principales

fortalezas de la frontera cristiana con gran temor

—cuenta Zurita— esperando cada uno que sobre él

había de descargar

la

preñada tormenta que se

avecinaba, y este temor, más avivado entonces

que nunca por quía,

cautos

lo reciente del

desastre de

habíales hecho también '.

más

la

Ajar-

vigilantes

y

Y, señaladamente, quien entre todos

mostraba más diligencia era los Donceles, señor

de

el

la villa

joven Alcaide de

de Lucena, don

Diego Fernández de Córdoba, mozo de pocos años (no llegaban a veinte), pero de gran espíri-

y más seso y prudencia que podía esperarse de su corta edad ^. Por muy

tu, varoniles bríos,

secreto que Boabdil y su

bían tenido

el

Mexuár

o Consejo ha-

guerrero designio de

la

algarada


13

que ahora emprendían, no

que no

lo fué tanto

gase a oídos de algunos de

lle-

los cautivos cristianos

que lloraban su perdida libertad en

las

mazmorras

granadinas, y de entre ellos a dos naturales de

Lucena: Bartolomé Sánchez Hurtado y su hijo

Andrés, o Miguel, que de uno y otro modo

le

Ambos, aprovechando

la

nombran

las historias.

salida de algún arriero, espías los

más de

lograron dar aviso a su señor y Alcaide de

presa que se preparaba contra

ellos,

la sor-

y principalmente contra Lucena, como lugar más avanzado

la tierra,

^.

Tuvo con

esto

el

diligente

mancebo tiempo bas-

tante para apercibir la defensa de su villa,

y

así,

aconsejándose del parecer de su alcaide Her-

nando de Argote y de otros experimentados en el

arte de la guerra, previno todo lo necesario:

trajo

de Córdoba algunos caballeros de su

linaje,

para tenerlos consigo en cualquier rebato que sobreviniese; fortaleció la plaza, acopiándola de ví-

veres y bastimentos, barreó sus calles

que pudo con maderos y fagina, dobló

lo

mejor

las postas

y centinelas (que entonces se llamaban escusañas) en las

las atalayas

cumbres de

los

y

torres del campo,

y sobre

montes puso guardas que

con fuegos y almenaras diesen aviso los unos


-

14

-

a los otros hasta que recibiera el rebato el cas-

de Lucena

tillo

^^.

Usábanse, en efecto, desde tiempos

muy remo-

tos de la Reconquista, en las costas y fronteras

de

los reinos cristianos, torres

emplazadas en

lu-

gares eminentes, llamadas atalayas de su nombre arábigo, desde las cuales, los que en ellas vivían,

cuando avizoraban desde

lejos la incursión

enemi-

ga, con ahumadas de hachos encendidos (almena-

ras

las

llamaron los árabes, y nosotros con ellos)

prevenían su llegada, avisando una torre a otra por toda

la

frontera, no sólo de la entrada del

adversario, sino también de su calidad y número,

según de

el

de

las

las hacían;

ahumadas y

los lugares hacia don-

y de esta suerte, apercibiéndose

todas las fronteras, se excusaban muchas veces los

daños que pudieran recrecerse a

zón por bién

la

la tierra, ra-

cual nuestras Partidas las llamaron tam-

guardas escusanas

^^

Sucedió, pues, que, gracias a

prudente Alcaide,

al

la

previsión del

amanecer del 20 de

abril, las

hogueras de las cumbres de Sierra Aras, taosos, el

Hacho y San

sus resplandores tificada

la

el

Ma-

Cristóbal, acusaron con

proximidad del enemigo, cer-

poco después por varios diligentes ata-

jadores que,

al

todo correr de sus caballos, en-


-

15

traron en la plaza confirmando la nueva ". Ta-

ñeron a todo vuelo

las

campanas llamando a

re-

bato; pusiéronse sobre las armas los moradores

de

la villa, y, sin

perder instante, envió

el

pruden-

te Alcaide urgente aviso de cuanto ocurría a su el Conde y señor de Cabra, uno de más esforzados y valerosos hombres de gue-

cercano deudo los

moros me cercan venid a ayudarme o rindo; no me yo y a darme sepultura^ ".—Con la misma preste-

rra de su tiempo ^'.— «Z«05

— dijo

za acudió a

la

defensa de

la plaza, villa

más gran-

de y rica que fuerte, haciendo recoger a

cena, inválidos para

la

pelea, a lo

te del recinto amurallado,

y

las

mu-

y ancianos del arrabal abierto de Lu-

jeres, niños

seis torres

más

alto

y fuer-

que guarnecido de diez

componía toda su defensa; mandó

partir las cerbatanas, pedreros y artillería de

re-

cam-

po, con toda la ballestería, por las entradas peli-

grosas y esgonces y redobló las guardas en las seis puertas que su

la

muralla tenía, mientras que

más escogida gente, coronaba

los

él,

con

adarves del

principal alcázar o castillo, fuerte de cuatro torres,

como

lugar

más peligroso y

arriscado, de-

jando, finalmente, libre y preparada la gran mina

o camino subterráneo que comunicaba con

el

resto de la

el castillo

plaza, ora para que desde ésta


-

16

acudiesen a su defensa, ora para buscar

suyos

la retirada,

él

con

los

en caso necesario.

A todo esto, ya se descubrían las primeras avanzadas del ejército granadino, pertenecientes a

la

primera hueste o batalla, que mandaba Boabdil

en persona, y a

la cual

pitaneadas por

Ahmed

seguían las otras dos, cael

Abencerraje ía quien

nuestras crónicas llaman Hamete), y por roso y experto Alí Atar, alcaide de Loja. la

formidable grita que

braban bal

los

al

el

Y

vale-

dando

entrar en pelea acostum-

moros, embistieron

la

parte del arra-

que creían más desguarnecida. Una

lluvia

de

piedras, flechas y pelotas de las bombardas y cer-

batanas recibió a los asaltantes, causando en ellos desolación y estrago, hasta hacerles replegarse desistir

Viendo Boabdil fracasada tener

la

y

de su intento. la

sorpresa, para no

gente ociosa, destacó a Hamete con tres-

cientos caballos, dándole orden de que devastase los

campos de Montilla, Santaella y pueblos veci-

nos, mientras que

él,

olivares, planteles

y viñedos que rodeaban a Lu-

cena.

Mal

le salió

por su parte, destruía los

su intento

al

Abencerraje; por-

que, apercibidos a la defensa los lugares que es-

peraba hallar desprevenidos, tuvo Hamete que volver grupas y recuperar

lo

andado, hasta jun-


— tarse de

nuevo con

17

el

-

grueso del ejército de

su rey, que continuaba acampado a

la

vista

de

Lucena, apretándola por los parajes más estratégicos y favorables, mientras los peones y taladores proseguían por ladora

^^.

la

campiña su labor deso-


III

Pero vengamos ahora

al

buen Conde de Cabra,

homónimo en nombre y apellidos de su joven no

el

arrestos del

de

ría

sobri-

Alcaide de los Donceles, y que a los bríos y

la

moro juntaba

la

prudencia y sabidu-

guerra, adquiridas en muchos años de

continuo pelear en las fronteras andaluzas

^^.

Despierto y vigilante como nunca, después de las últimas incursiones de los moros, había repasado

cuidadosamente

la línea

de atalayas y almenaras

de su estado, colocando en confianza, de la

ellas

hombres de toda

modo que desde su

más vecina a

la frontera,

enemigos, se diese pronto aviso a de ésta a

la

Puerto, en cía,

villa

la

de Cabra, y de Cabra a

el

de Iznájar,

habiendo entrada de

monte de Horguera, y

desde donde habían de recibir

de Lucena, y la Torre del a

Doña Men-

el aviso,

siem-


— —

19

-

pre por las mismas ahumadas, Baena, cabeza de su estado, y los pueblos circunvecinos.

Hallábase

prudente Conde dentro de

el

relata el puntualísimo

Abad de Rute

ella

" —cuando,

entre las once y las doce de

la

guió

Rey granadino, un

al

día de la entrada del

criado suyo

avisó que de

le

la

noche que se

si-

Torre del Puerto,

atalaya en el monte de Horguera, hacían ahu-

madas. Subió torre

mayor

el

Conde en persona

a verlas a la

del castillo dicho de las Arqueras,

viendo que arrojaban de

la

y

atalaya las hachas ar-

diendo de cinco en cinco hacia

la

parte de Cabra,

señal de que por ella había entrado el ejército real las

en nuestras fronteras, mandó tocar

campanas a rebato, con

al

punto

trompas y

las cajas,

y que los oficiales de justicia y guerra, con pregones y otras diligencias, hiciesen armar

clarines,

la

gente de a pie y de a caballo, y que antes de

amanecer estuviesen apercibidos para marchar fuera de

la

villa,

en los campos que llaman

Dehesilla; no reposó el

porque

lo

que de

marse y armar

Conde más que

más de

antes que

el sol

la

los suyos,

noche quedaba gastó en ar-

los caballeros

cuales, a

Cabra.

la

la

de su casa, con

gente que

le

los

esperaba, salió

de Baena, tomando

la

vuelta de


— No

20

-

había andado media legua de camino, cuan-

do enfrontó con

él

un mensajero enviado por Pe-

dro González de Hoces, alcaide de su

Cabra, confirmando ejército de

de

villa

hecho de que un poderoso

el

moros quedaba sobre Lucena, estre-

chándola apretadamente. Prudente y avisado,

buen Conde toma

mismo

allí

el

disposiciones

las

oportunas, solicitando los socorros de todos los

lugares comarcanos; despacha un correo a su mujer la

Condesa para que,

porase a

él el

sin dilación, se incor-

resto de la gente que había queda-

do en Baena; repite otros tantos

al

inválido señor

de Luque, Egas Venegas, a don Alonso de Córdoba, señor de Zuheros, y a los alcaides de

Doña

Mencía y de Cabra, para que todos, luego luego, sacasen

gente

la

pachados

do a Cabra a Era

el

al

campo, mientras que

los correos,

él,

des-

prosigue su camino, llegan-

las siete

de

la

mañana.

buen Conde de Cabra cristianísimo y

ligioso caballero, tanto,

cas manuscritas de

santo conde

*^;

la

que algunas de

época

le

re-

las cróni-

suelen llamar el

mas como en aquel

día la corte-

dad del tiempo y gravedad del caso no le daban asistir, como de ordinario lo hacía, al

lugar para

Sacrificio incruento de la misa, queriendo, sin

bargo, confortarse con

la vista

em-

de Aquél que es


— Señor de rias

y

ran

el

las batallas

los triunfos,

y dispensador de

ordenó a

lugar (sin entrar en

vieran),

y

la iglesia

los

él,

penetrando en

él,

a las puertas de ella,

21

las victo-

suyos que rodea-

para que no se detufué a apearse

la villa,

de Santa María, y ya en

hincadas las rodillas delante del santo taber-

náculo, puso sus

manos sobre

piedra altar y

la

adoróle devotamente, protestando querer vivir y

morir como católico cristiano, hasta derramar

la

última gota de su sangre en aquella arrojadísima

jomada,

si

fuera menester, en servicio y exalta-

ción de la santa

Fe

común de Es-

católica, causa

paña en aquella epopeya secular de

guerra con-

la

tra la morisma; y, hecho esto, lleno de viva y ale-

gre confianza en Dios, tomó a subir a caballo,

armándose antes de

acompañado al

las piezas

que

le faltaban,

del alcaide de la villa salió de

campo, dejándola antes, y por

lo

que pudiese

suceder, bien prevenida. Seguro, tanto por jano ruido de

como por

los

la artillería,

el

el le-

que ya se escuchaba,

nuevos emisarios que venía recibien-

do, de que el ejército

tomó

y

nuevo

moro estaba sobre Lucena,

camino derecho que va a este lugar, de-

jando orden para que

le

siguiesen los que venían

en alcance suyo, vasallos y aliados

^^.

Era también costumbre de aquel tiempo que


cuando

22

~

salían a la guerra tas ciudades

o

villas

en

voz de concejo llevase cada una su propia ensefla,

siguiéndola las particulares de sus dueños o

señores. Acaeció, pues, en este caso, que, antes

de partir de Cabra, y cuando comenzaba a marchar

Conde que con

gente, advirtió nuestro

la

prisa demasiada del rebato había

da en Baena

la

enseña o estandarte de esta

que consigo llevaba siempre en

como

detenerse o volver por

el

muy dañoso

sin duda,

mandó sacar

presa,

mas eran

el

la

para

el

las

ella

buen

fin

animal de su nombre,

la

no

púsose

al

campo. Hízose

frente de

la

y

de esta em-

enseña de Cabra, cuyas ar-

falta

salía al

villa,

batallas;

hubiera sido,

más de noventa años que, por divisa

la

quedado olvida-

así,

cual hacía

de ocasiones, la

gloriosa

hueste, y prosiguió ésta su

marcha camino de Lucena,

sin

sospechar que

aquel involuntario olvido e inopinado trueque de

pendones iba a

influir

pocas horas después provi-

dencial

y maravillosamente en

batalla

20.

el

éxito feliz de la


IV

Dejamos, a todo esto, a Boabdil con

el

grueso

de su ejército frente a Lucena, talando su vega, apretando

el

cerco y dispuesto a tomar

refugiarse en sus confines cristianos,

cuando

la

si

la villa

vuelta del arráez

Ahmed

Abencerraje, con sus trescientos caballos,

conocer

el

el

le

el

hizo

estado de apercibimiento y defensa

en que había hallado toda pues,

y

acudían los socorros

la tierra '^.

Dispuso,

regreso a Granada; mas antes, deseoso

de tomar y saquear plaza tan

rica

como

la

de Lu-

cena, quiso poner en ejecución (acaso por consejo del ladino

Ahmed) una estratagema, por

fuerza de

la astucia

logrado

de

Era

moro

la

las

si

la

alcanzaba lo que no había

armas.

Ahmed Ben Zeragh un

noble caballero

del glorioso linaje de los Abencerrajes, ga-


24

-

llardo y valeroso, el cual, a raíz de la famosísima

matanza que en

Hacen

nario Abul

mente

los

suyos hizo

el

(y no su hijo,

cruel y sangui-

como novelesca-

relató en su fábula de las Guerras civiles

Qinés Pérez de Hita), había huido de Granada, acogiéndose

al

amparo de don Alonso de Aguilar

en su casa de Córdoba.

Tuvo car con

allí

el

hartas ocasiones de tratar y comuni-

Alcaide de los Donceles, tío de don

Alonso, naciendo entre moro y cristiano una estrecha amistad, a semejanza de otras parecidas

entre conquistadores y conquistados, en aquellos

tiempos de subido fervor caballeresco ^.

De

esta amistad quiso aprovecharse

el

astuto

arráez, quien, según las crónicas e historias

ma-

nuscritas de la batalla, adelantándose a la plaza,

púsose por debajo de

la muralla,

señor de

Acudió

con al

el

la villa.

el

pidiendo plática

de

los

Donceles

parlamento, acompañado de su alcaide Hernan-

do de Argote, práctico y sabedor de

la

árabe, y, asomándose por una ventana de ralla,

lengua la

mu-

que hace años aun se veía tapiada sobre

la

huerta de las Monjas Descalzas, llamada hoy el

postigo blanco, oyó

las

razones del moro, va-

liéndose de su trujamán

Argote. Persuadíale

aquél a que entregase la plaza, fiado en su gene-


-

25

-

rosa condición, y prometiéndole además, sobre

rehenes que pidiera, una liberalísima recom-

los

pensa. Conoció a las claras nuestro joven Alcaide

que

el

dando

moro pretendía engañarle, y

ladino el

dor, otro mayor», usó del

que admitía te

la

recor-

«A un

vulgar proverbio que dice:

mismo ardid y

trai-

fingió

propuesta, discutiéndola lentamen-

y alargándola con pedir condiciones que harto

sabía él no habían de admitírsele, porque,

como

tan conocedor de la tierra, tanteando

el

calculaba que no se harían aguardar

mucho

esperados socorros de su

tío

el

tiempo, los

Conde de Ca-

23.

bra

Y

así fué;

porque a

la

mitad de

cuando llevaba entretenidos a

los

dientes del resultado de su treta) hora,

comenzaron a asomar por

el

la plática,

y moros (pen-

más de una pequeño

re-

cuesto del camino de Cabra las banderas del Conde, precedidas por un adalid, que, en descubierta,

había enviado. Serían entonces las diez de la

mañana. Descubierto

abad de Rute

el

Conde— prosigue

nuestro

— por las atalayas de los moros,

re-

cogiéronse

al

punto sus taladores e interrumpió

su plática

el

engañado Abencerraje, mientras

Boabdil ordenaba a los suyos tomasen

por

el

camino de Loja,

el

la

retirada

mismo que habían

traí-


— 26 las batallas

do en su venida,

de peones con

la

ca-

balgata de cautivos y ganados, a más del recuaje los despojos,

de

quedando

milas, flor

que ascendería a trescientas acéél

a la vista de Lucena con la

de su hueste y ochocientos caballos, dando

rostro a los nuestros, por

picaban

salida o

la

si

acometían alguna

retaguardia de los fugiti-

vos ^. Como, en efecto, sucedió. Porque apenas conoció

el

Alcaide

el

socorro del

retirada de los moros, con nía de pelear con ellos, salió

de

la

Conde y

gran deseo que

el

la

te-

arengando a sus vasallos,

plaza y trabó escaramuza por intentar

detenerlos, en la cual se empleó ardorosamente

hasta

la

llegada del

alambores, punto en

Conde con sus trompetas y el

cual detúvola su sobrino,

esperando lo que aquél ordenaría, tro

y avezado capitán

Con no menor

como más

dies-

^•'i.

aplauso de instrumentos y mues-

tras de alegría recibió la hueste del Alcaide a la

valerosa del Conde, tan oportuna en

abrazáronse

tío

y sobrino, y

informóse prudentemente

de de

la villa

dos en

la

el

sin

el

socorro;

perder instante,

primero con

el Alcai-

y con otros hombres experimenta-

guerra (no fiándose de su sobrino, por

su poca edad) sobre

las

fuerzas que componían

ejército enemigo. Ellos le dijeron

que

el

la calcula-


»

27

ban en mil quinientos jinetes y siete mil peones, antes

más que menos. Púsose en consulta

si

se les

seguiría o no, y tomáronse los pareceres de los

caballeros

allí

presentes. Hernando de Argote,

con otros, opinaba que se hiciese alto hasta des-

pués del mediodía, así porque se,

como por

o, a

más

la

gente descansa-

estar ciertos de que para esa hora,

tardar, a la de nona, avistaríanse los so-

corros de Santaella, Aguilar, Montilla, Castro,

Puente y otros lugares que habían visto y res-

la

pondido a

las

almenaras del rebato, con

aseguraría más de,

la

empresa; mas

el

lo cual

se

valeroso Con-

«movido más por alguna inspiración divina

que por ninguna razón humana»

fué de opi-

*",

nión que, sin más tardanza, se pusiesen en segui-

miento de los moros, que por

la

continuidad de

la

jornada iban desvelados y desfallecidos, antes que

tuviesen lugar de alejarse y poner en salvo sa.

«Sobrino— dijo

al

Alcaide,

na con intento de pelear con

ayuda de Dios y con

los

el

yo

la

partí de

Rey, y

así,

pre-

Bae-

con

la

de mi casa, pienso se-

guirles luego y acometerles cuando ningún otro

quiera correr igual fortuna conmigo.

—Todos queremos— replicó de los Donceles

de vuestra señoría

el

y estaremos

^7.

brioso Alcaide a

las

órdenes


— 28Dicho esto, y por no perder más tiempo, sin mandó el Alcaide que saliera su

entrar en Lucena,

enseña con cincuenta caballos, bajo

también algunos de

los socorros

la

cual puso

de su estado, que

llegaban entonces. Juntáronse estas fuerzas con las del

Conde, que, según Zurita, serían doscien-

tos jinetes y hasta ochocientos peones, y toma-

ron

el

camino que llevaban

como descubridores Baena y Cabra con

los moros,

a los alcaides

enviando

de Lucena,

los cincuenta caballos

de

la

primera, y ordenándoles que, sin llegar a las ma-

nos con

el

enemigo, aunque

vieran a dar aviso

al

lo

Conde y

encontrasen, volal

Alcaide dónde

y cómo marchaban, mientras que resto de

la

ellos,

con

gente, iban en su seguimiento ^.

el


Entretanto habían llegado los moros (era pasa-

do ya

mediodía)

el

al

campo de Aras, que es un

como una

espacioso llano, distante de Lucena

gua, en

el

camino de Loja, y con

el

cansancio y

desmayo que llevaban (prosigue nuestro

mo Abad rio;

y en

les aviso

le-

fidelísi-

de Rute), paráronse a tomar un refrigeél

de

estaban cuando sus atalayas diéronla

venida de los cristianos y de

poca fuerza que eran, de

lo cual,

la

a su Rey, vién-

dose tan superior en número, nació voluntad de pelear y confianza en

la

victoria.

Mandó

alzar,

pues, a su gente, y hacer rostro hacia el camino

que nuestros descubridores

traían,

gentemente hiciéronlo saber

al

de, que

quienes

Conde y

al

dili-

Alcai-

marchaban en pos suyo. Detuvo también

su hueste

el

Conde, y deseando cerciorarse de

la


- 30situación

y fuerza de

los moros, adelantóse a re-

conocerlos con

el

casa, Jerónimo

y Ramiro de Valenzuela, y desde

Alcaide y dos caballeros de su

una serrezuela de monte alto que señoreaba bien gran parte de

la

campiña, cerca de donde se pa-

cómo Boabdil

raron sus descubridores, vieron

ordenaba y disponía su ejército para asegurándose

los nuestros

no era, ciertamente, de

cosas de

las

prudente capitán

la

el

con

la

batalla,

que veían que

lo

moro persona ignorante

guerra, sino

muy

avisado y

2».

Había aquel día una grande y espesa niebla que, desde los altos, permitía ver, a ratos, sin ser visto,

y gracias

observó

Conde de bien cerca que de

el

a tan providencial ventaja,

batallas o escuadrones de jinetes

moros juntaban

las cinco,

las seis

que venían,

los

haciendo una sola y

grande, dejando como de refresco otra de hasta trescientos cincuenta caballos en las espaldas de la batalla

sos.

A

Boabdil

gruesa, apartada

como

trescientos pa-

los costados

de esta batalla distribuyó

la infantería,

abrigándola exteriormente

con dos mangas de cincuenta a sesenta jinetes, a fin de que, apretándola, no les consintiesen rezagarse. Ordenados, pues, de esta suerte, a vista del

Conde y

del Alcaide, dieron

ambos

la

vuel-


-

31

ta a SU gente, a la cual hicieron

avanzar hasta

ponerse con sus banderas enfrente del enemigo, tan cerca de

él,

que saliéndose de

nos de los moros, menospreciando

las filas algula

cortedad de

nuestro número, llegaron por gallardía hasta un tiro

de ballesta, profiriendo insultos desdeñosos y

matanza de

alharacas y recordándoles

la

quía, ufanos y seguros de

que habrían de repetir-

la.

el

la

Ajar-

Oíanse bien sus voces en nuestro campo; pero

Conde encargó que nadie

palabra

mandó

ni

les

respondiese de

de obra, y, por no perder más tiempo,

a su gente que se acabase de armar, po-

niéndose los capacetes y baberas, hecho lo cual,

con gran prontitud los distribuyó en batalla. For-

ma de

su hueste un escuadrón solo; recibe en me-

dio una tropa de trescientos cincuenta caballos;

refuerza los cuernos con mil quinientos infantes; a

Diego de Cabrera, alcaide de Doña Mencía, en-

carga

a

el siniestro;

Lope de Mendoza, capitán

de sus propios soldados, el

cuidado de

blanca,

la

alcaide

mente, en

la

el

derecho; encomienda

caballería a

Pedro de Torre-

de Baena, reservando,

final-

reguarda algunos caballos, a las

órdenes de Diego de Clavijo, para que alentasen a la gente

romper

el

al

entrar en batalla y no

orden

ni

rezagarse en

el

la

dejaran

despojo de


— los muertos, hasta

32

haber conseguido totalmente

la victoria.

Y como

la

muchedumbre de enemigos y la inel Abad de Rute,

certidumbre del suceso— añade a quien casi

literalmente

voy siguiendo— colo-

rease diversamente las mejillas de algunos de los circunstantes, quiso animarles

breve y esforzada plática que

Conde con una

el

les hizo,

acomoda-

tiempo y más vestida de militares es-

da con

el

píritus

que de adornos retóricos. Lo cual no obs-

ta para

que

el

citado buen narrador de este suce-

so ponga en boca del caudillo una de aquellas

arengas clásicas, empedrada de citas de Virgilio, Milciades, Temístocles y Alejandro, con que los historiadores, a la usanza de aquel tiempo, deco-

raban a sus héroes guerreros antes de entrar con los

suyos en batalla.

Más

sobrios otros cronistas,

limitan la plática a lo que tan verosímil

debió de ser en tan apurado trance y a

y justo lo que se

redujeron tantas y tantas pronunciadas en ocasio-

nes parecidas de aquellos memorables siglos: a recordarles la limpieza de sus linajes, la fuerza del honor

y

la

santidad de

regada tantas veces con poniéndose bajo cilla

el

la

la

causa que defendían,

sangre de sus abuelos,

amparo de

la

Virgen

sin

man-

e invocando con altas y animosas voces

al


— tiempo de enristrar el

bélico

nombre

la

33

lanza o blandir

espada

la

del glorioso Santiago,

esta vez por los lucentinos al de

unido

San Jorge, por

ser patrono singular de su villa.

Acabada su arenga, mandó do con en

las

Conde echar ban-

prevenciones que habían de guardarse

la pelea:

que ninguno arrojase

que procurase dar con diera;

el

ella los

al

lanza, sino

más botes que pu-

que no se diese grita por

como era usanza

la

los nuestros,

entrar en combate, sino cuan-

do

la

el

avisado capitán que, siendo éstos y su grita

dieran los moros, temiendo discretamente

más clamorosa, desmayaran

los nuestros

o cobra-

sen los moros mayores bríos certificándose del corto número de los cristianos. Dadas estas ór-

denes, y asegurándose con

la

den de su hueste, haciendo

mandó mover

la

vista del

buen

or-

de

la

cruz,

bandera del Alcaide y

la

suya

contra los moros ^.

la señal


VI

Quedaban éstos formados dera hacia

la

a lo largo de una la-

bajada de una cuesta, y tanto por

desigualdad de

la tierra

espesaba aquel

día,

como por

la niebla,

según se ha dicho, no veían

del todo a los nuestros. Estaba junto al

Granada su suegro

el

la

Rey de

Jeque Alí Atar, Cabecera o

Alcaide de Loja, quien, como hombre de

ga experiencia en

la

que

muy

lar-

guerra contra los cristianos,

conocía casi todas las enseñas y banderas del Andalucía;

y dice

la relación

que, tomada por

Atar desconoció

el

de

los archivos

de Lu-

puntualísimo Abad, que Alí

la del

Conde cuando

la

vio aso-

mar, porque era una cabra, y, como queda dicho, hacía muchos años que no salía a campaña; pre-

guntando, pues, Boabdil a su suegro qué enseña era aquélla, respondió éste que había estado mi-


.35

-

rándola atentamente, pero que no

aunque

le

la

conocía bien,

parecía era de perro, divisa que solían

Baeza y Úbeda, y —«siendo esto

traer los de

así— añadió

viejo,— paréceme, señor, que An-

el

dalucía toda está movida contra vos, porque nin-

gún señor particular o concejo osaría solo acometeros», rara.

— aconsejándole

Mas

ora porque

el

en su vista que se

reti-

valeroso ánimo del

Rey

no desfalleciera, antes se enardeciese a

la

vista

de tantos enemigos, ora porque algunos de sus capitanes contradijeran

mandó

caide,

parecer del prudente Al-

el

se diese cara a los nuestros, y, to-

cando sus añafiles, atambores y melendías, ordenó

el

ataque, previa

lelilíes,

según

la

grita o algazara de sus

la

sabida y morisca costumbre.

Respondieron con otra tiempo,

como estaban

los cristianos al

mismo

advertidos, y, tocando tam-

bién sus instrumentos de guerra, avanzaron en or-

den a buen paso, hasta

monte a

salir del

lo

raso

de una roca o quemado; pero tan bajo, que los

moros

ra,

eran superiores y ventajosos en

Advertido por

tio.

lo

les

el

Conde

remedió con hacer subir a de suerte que,

al

tal

los

Creyó

el

inconveniente,

suyos una lade-

romper, fuesen iguales en

carrera a los moros y trabajasen llos.

el si-

menos

los caba-

enemigo que este cambio era para


huirle,

y a toda prisa mandó volver sus banderas

y acometer a y

to,

-

36

los lucentinos. Ejecutáronlo al

pun-

en sus atabales y añafiles con

sin cesar

movieron contra

consabida grita,

que estaban ya mejorados de

sitio.

la

los cristianos,

Viendo

el

Con-

de venir a los moros, arengó de nuevo a los suyos con breves palabras, y desabnKhándose

mangas

del jubón

y alzada

la

brazo derecho, sin codales

ni

lanza en

la

robusta

quitó también

tando

la

el

las

camisa, desnudo el

manoplas, tomó

la

mano (algunos quieren que se

capacete o cervillera), y levan-

adarga, dijo a grandes voces: •¡Santia-

go, Santiago, y a ellos, que hoy es nuestro

diah, y

así, él

y

el

Alcaide de los Donceles, es-

tribo con estribo, juntos, arrancaron con los caballos

y fuéronse cerro abajo contra

los

moros,

con tan gran alarido, que, en expresiva frase de

uno de nuestros cronistas, parecia que los aires

daban voces

^^.

Rómpense unas lanzas contra los botes

otras; redóblanse

y cuchilladas; chocan rodelas contra

ro-

delas; acribíllanse de heridas los valientes brazos;

abolíanse yelmos y armaduras; rájanse almetes

y

espaldares; caen medio muertos de los caballos

unos y otros combatientes; hace cada cual puede; muestra cada uno

lo

lo

que

que vale; húndese

la


— bramido de

tierra del

37

los

-

hombres y caballos; caen

espesos montones de enemigos; libres las cabalgaduras de sus jinetes, embístense unas contra otras

con terribles relinchos, bocados y coces; menu-

dean

los actos

de heroísmo;

el

Jurado lucentino

Juan Recio, no obstante su avanzada edad, mata

más de cincuenta granadinos con su lanza y deja él

también su vida en

el

campo, no por

las

manos

violentas de los moros, sino de la fatiga y cansancio de matarlos;

y

al

formidable empuje de las

huestes cristianas comienzan los moros a cejar,

cediendo terreno y volviendo algunos

las caras.

Boabdil, que advierte

suyos y

poco número de

el

temor de

los nuestros,

los

el

procura retenerlos,

diciendo en altas voces: «¡Tened, tened, caballeros: los

sepamos de quien

huís!

¡Mirad, mirad! ¡Son

que tenemos delante una pequeña parte de

los

muchos que fueron vencidos poco ha de poquísi-

mos de

vosotros! ¡Librad vuestra salud en vues-

tras manos, no

en vuestros pies

ni

en vuestros

caballos; defended vuestro Rey; tornad por vuestra fama!»

^'^.

Avergonzados con estas razones, volvieron gunos de te

un

ban,

los

rato;

al-

que huían y resistieron gallardamenpero cuando más esperanzas cobra-

comenzó

a

asomar por

lo alto

de

la

cuesta.


-

38

entre unas carrascas, Lorenzo de Porres, Alcaide

de Luque, con

el

socorro de cincuenta cuballos,

no más, que enviaba

inválido señor de aquella

ei

Egas Venegas; venía

villa,

una trompeta

italiana

que

el

mundo todo

Esta trompeta nos

caudillo tocando

con tantos bríos, que oyén-

dola Alí Atar, que seguía vió a él, diciéndole:

el

al

lado del Rey, se vol-

«¿No os decía yo, señor,

se había juntado contra vos? lo afirma,

del reino viene aquí»;

y

al

tas palabras, caían los de

que gente de fuera

tiempo de proferir es-

Luque sobre

la

atemo-

rizada morisma tan impetuosamente, que no pu-

diendo

resistir a los cristianos,

sus corazones, más que

su Rey,

el

temor de

la

la

prevaleciendo en

vergüenza y

el

amor de

muerte y deseo de escapar

vivos, viendo muertos ante sus ojos a los

más va-

lientes de los suyos, volvieron de todo punto las

espaldas y las riendas a todo correr de sus velocísimos corceles ^.

Vista por

el

Conde

la

rota de los moros, orde-

nó que una hueste de ochenta o cien lanzas, y a su frente su hermano don Gonzalo de Córdoba

con

el

señor de Zuheros, pasasen adelante,

guiendo

el

si-

alcance de los fugitivos, y procurasen

deshacer una batalla de cuatro cientos caballos

que iba junta; mientras que

él,

con cien lanzas


-

39

más que pudo recoger (quedando los demás en el lugar donde fué el desbarato matando y prendiendo moros), con su enseña y

de

los Donceles,

caminaba

balleros, haciéndoles espaldas,

poco número ^.

la

del Alcaide

tras los primeros ca-

por asegurar su


vil

¿Qué di I?

do

era, a todo esto,

Conformes todas

fin

que cupo

fué muerto

al

de Alí Atar y de Boab-

las historias

primero en

y su cuerpo nunca

en

ia

el

desastra-

batalla,

donde

hallado, contradí-

cense, no obstante, en los pormenores de su muerte.

Porque, según unos, viendo perdido

y huida

la

gente que

le

al

Rey

acompañaba, exclamó:

«iNunca plegué a Dios que a cabo de mi vejez

venga yo

a morir a

manos de

cristianos, ni ser

cautivo en poder suyo!»; y diciendo ñor,

abajo hasta encontrar un remanso

que

al

Rey: «Se-

Dios os ayude y esfuerce», marchó arroyo

la

crecida del arroyo formaba

muy

allí,

hondo,

y, apeán-

dose de su caballo, tendió su cabeza sobre su

adarga y lanzóse en

el

agua. Dicen que su cuer-

po jamás fué hallado. Créese que, como era vie-


- 41

jo

y de pocas carnes,

armas que llevaba

las

apesgarían para que no pudiese

el

le

agua echarlo

^^.

arriba

Mas según

otros cronistas, a la verdad, no tan

imparciales, en la carrera que

Conde dieron

tras los caballeros

las

huestes del

moros que huían,

rindiéronse éstos, y sólo Alí Atar se resistió,

debajo de una encina, a un peón de Lucena

mado Lucas Hurtado,

el

cual,

moro entregarse, enristró su lanza espuelas

al

lla-

no queriendo

el

y, poniendo

caballo, dio con el terrible Alcaide,

muerto, en tierra, despojándole de un rico alfanje

y de

lo

más preciado y

valioso que llevaba ^.

Boabdil, entretanto, procuraba en balde dete-

ner y rehacer a los suyos, y resistióse animosa-

mente

el

postrero en

el

lugar de

hasta

la batalla,

que, viéndose desamparado de todos los que

le

guardaban, por muerte de unos y cobardía de otros, dejó el último el

campo, retirándose

cesar en

arroyo de Martín Gon-

la

pelea hasta

el

sin

zález, cercano al lugar de la batalla. Allí perdió

su caballo, según Hernando de Baeza, porque se

atascó en

el

fango de su margen; y, según

de Rute y otros, porque se

como pudo, y embrazada conderse en

la

la

lo

mataron.

el

Abad

A

pie,

adarga, procuró es-

espesura de los sauces, zarzas


42

y tamariscos de que estaba guarnecida ra del arroyo.

la

ribe-

Pero su arrogante presencia,

la

blancura y riqueza de su atavío y sus preciosos arreos no

le

permitieron permanecer mucho tiem-

po oculto. Viole primeramente, a lo que con perfecta imparcialidad se infiere de las historias, un peón de

Lucena llamado Martín Hurtado, y muy poco después de los

él,

dos soldados de a pie, de Baena, de

que andaban a caza de moros y despojos; el uno

y

los otros siguiéronle para prenderle; trató

sistirles

de

re-

poniendo mano a su alfanje, y aun hirien-

do—dicen—a uno de

ellos;

pero apretándole con

algunos golpes de pica uno de los soldados de

Baena, que se llamaba Martín Cornejo,

el sin

ven-

tura Rey, solo e inferior en armas y en fortuna a los nuestros, se les rindió, dejándose prender y

maniatar de Cornejo y su compañero, los cuales le

sacaron

al

camino, dudosos de

si le

matarían o

no, inclinándoles a lo primero la codicia de las ar-

mas y vestidos cían.

del moro, a quien

Llegaron acaso,

al

ruido,

blanca, alcaide de Baena,

aun no cono-

Pedro de Torre-

y un criado

del

Conde

de Cabra llamado Diego Clavijo, que traían a su cargo,

como queda

dicho, el cuidado de la reza-

ga, y sabedores de lo que sucedía,

y

atraídos


— por

el

43

-

no vulgar aspecto y ornato del prisionero,

recogiéronle entre ellos, preguntándole quién era; a lo cual contestó el

xar, alguacil llero

muy

moro ser

hijo

de Aben Ala-

mayor que fué de Granada y caba-

principal de aquel reino. Sobrevino a

este punto

el

propio Alcaide de los Donceles, a

quien los dos caballeros se dirigieron, diciéndole:

«Señor, este moro habernos quitado a estos soldados, que

le

querían matar o despojar; parece

persona de cuenta y que podrá ser de provecho para trocarle por alguno de los cristianos presos

en

lo

de

la

Axarquia; vuestra señoría

llevar a Lucena, y vamos siguiendo

al

lo

mande

Conde mi

señor, que va delante peleando con los moros.»

Hízolo así

el

Alcaide; pero antes, desatacándose

una de sus agujetas, ató los pulgares

y

lo

al

aún no conocido rey

entregó a un caballero de su

casa, llamado Alonso Cortés, según unos, y Fu-

lano Bocanegra, según otros, para que lo llevase al castillo

de Lucena, como, con buena guarda de

diez lanzas, lo hizo

Mientras ocurría

^'.

la prisión

de Boabdil,

de de Cabra, con su hueste, seguía

el

el

Con-

alcance de

los

moros fugitivos, y singularmente de

lla

o escuadrón de cuatrocientos jinetes que

mos,

los cuales,

como vieron que

la

la

batadiji-

gente que

los


sefi^ia era poca,

y pelear con

-

44

probaron varias veces a revolver

Conde que

las cien lanzas del

iban en

persecución suya; de esta manera, prendiendo y

matando, llegaron vencedores y vencidos

pon-

al

tón de Biudera, distante de Iznájar cosa de una

legua y paso necesario en las épocas de avenida

y crecimiento del 8€

consumó

aprovechándose de

más

que

llano

acometieron a

como

río,

la

lo

era aquélla. Aquí

porque

victoria,

la

los

oportunidad del

cristianos, sitio,

algo

otro por que habían caminado,

el

los

desalentados moros y los rom-

pieron de todo punto, a causa de que, mientras

unos procuraban coger el

el

pontón, otros buscaban

vado; con que, embarazándose los más, les era

forzoso rendirse a los vencedores o a

la

muerte.

Pocos lograron escapar de una u otra fortuna, porque a

las

ahumadas y almenaras

rior, apellidando la tierra,

vecinos

la

más de su gente,

vez logrado pojar,

No

el

del día ante-

bajaron de los concejos a quien fué fácil, una

desbarato, prender, matar o des-

como, en efecto,

lo hicieron

poco contribuyó a recoger

victoria el gran

•**.

los frutos

de esta

don Alonso de Aguilar. que

no estuvo presente a

la

mente declaran algunos

batalla,

si

como errónea-

cronistas, concurrió a la

caza de moros que después de

ella se hizo,

y que


no fué pequeña

^^.

45

Conde de Cabra,

El

a quien

se había juntado ya su sobrino el Alcaide de los

Donceles después de con

él el

la prisión

de Boabdil, siguió

avance hasta Zagra, fortaleza enemiga,

una legua antes de Loja y casi cinco del lugar

donde se había dado

la batalla.

Desde

allí,

ya ano-

checido, se volvieron en orden y con riquísimo

despojo

al

Campo

de Aras, y

para mostrarse, según

la

allí

pasaron

la

noche,

costumbre tradicional de

España, señores del campo y de todo punto vencedores, no sin dar primeramente infinitas gracias,

hincadas las rodillas,

al

Dios de

las batallas,

de aquella tan singular y maravillosamente alcanzada.

Vino con

el

alba un nuevo día, en el cual las di-

ferentes cuadrillas enviadas por tío y sobrino corrieron y escudriñaron la campiña, recogiendo in-

menso despojo de que toda estaba cuajada,

a

más

de moros escondidos, ricos bagajes, buenos caballos, capellares

de grana, vistosos albornoces y

marlotas, alfanjes de subidos precios y labores,

adargas repujadas, dagas y plumas. Tanto fué

el

botín recogido, que, con sólo el que tocó a los lucentinos, después de separar cada uno lo que le

ofreció su fortuna, hubo para almonedear pública-

mente en su plaza un día entero,

sin contar las


preseas y arreos que se llevaron los hidalgos y pe-

cheros de los pueblos circunvecinos, que habían asistido al desbarato de los moros, o acudieron

después de to harta

rota a garbear en aquel río revuel-

la

y sabrosa ganancia

*".

Las pérdidas personales de talla

moros en

los

la

ba-

fueron tremendas. Por las relaciones coetá-

neas más fidedignas, confirmadas por algún cronista árabe

**,

sábese que de los caballeros su-

bieron los muertos o presos a ellos, lo

más de

mil,

más noble y valeroso de Granada. De

los peones, la pérdida alcanzó a cerca mil;

en suma, más de

las

aquella hueste aguerrida

de cuatro

dos terceras partes de

y lucidísima que dos días

antes había asombrado a

la

el espectáculo soberbio

y

file

y entre

plebe granadina con teatral

de su

des-

*2.

Las bajas de

los cristianos fueron contadísimas,

en comparación de las subir

dos, a

las

de los moros, no haciéndo-

nuestros cronistas, entre muertos y heri-

más de

cien.

Ganáronse

los añafiles

y alam-

bores y sobre novecientas acémilas, con riquí-

simo despojo; asimismo se cogieron las veintidós banderas granadinas, entre ellas con sí,

el

pendón

como

del

Rey

*^.

Todas

la

de Aliatar,

ellas pidió para

incuestionable caudillo y cabeza de la


-

47

empresa, y a cuyo acertado mando se debió toria, el

la vic-

santo Conde de Cabra, para adornar con

usanza del tiempo,

ellas, a la

las sepulturas

de sus

padres, y para que sirvieran de testimonio singular,

que imitasen

los hijos

y sucesores de su casa,

de cómo habían de aventurar sus personas y bienes en servicio de sus reyes: trasladáronse años

después a

la

Torre de

las

Arqueras o de

las

Cin-

co Esquinas de su castillo de Baena, de donde todos los años se sacaban en solemne procesión

23 de

abril, día del glorioso

abatidas delante de

la del

el

San Jorge, en son de

Conde, y

al

son de los

mismos añafiles y atabales moros. Cien años después, cuando el buen

Abad de Rute

inapreciable historia, estaban la polilla

del tiempo; pero

escribía su

ya consumidas por

quedó en aquellos

ar-

chivos conservada su memoria en un libro en que curiosa y puntualmente se veían pintadas sus for-

mas y colores **. Tal fué la memorable

batalla de Lucena, o de

Martín González, cuya victoria túvose en aquel tiempo unánimemente por milagrosa, pareciendo cosa increíble o sueño que un puñado de caballe-

y peones lograse romper el fortísimo que acaudillaba Boabdil, compuesto de ros

ejército lo

más

aguerrido y valeroso del reino de Granada, enso-


-

48

-

herbecidos y confiados más que nunca por cientísimo desastre de

la

el re-

Ajarquía, del cual fué

para las armas cristianas providencial y merecidí-

simo desquite

de

los escritores

libro

hace nos»

el

Su recuerdo

trajo a la

pluma

de entonces aquellas palabras del

de Job: Dominas uulnerat et medetur,

percutit et

en

*^.

la

llaga

**K

manas y

la

ejas sanabant:

tel

Señor

sana: hiere y cura con sus ma-

¡Venturosos aquellos tiempos que, así

los triunfos

corazón a

como en

las derrotas,

levantaban

y ponían allí su confianza, gran cantor de Lepanto:

las alturas

diciendo por boca del

Bendita, Señor, sea tu grandeza que, después de los daños padecidos,

después de nuestras culpas y castigo, rompiste

al

enemigo

de l'antigua soberbia

la

dureza.

¡Tú, Dios de las batallas,

salud y gloria nuestra!

eres diestra,


PARTE

EL

II

CAUTIVERIO

DE MULEY BOABDEÜ



Sine ip»o factum est nihil (Divisa de la

Dejemos no fo

el

buen Conde de Cabra y a su

sobri-

Alcaide de los Donceles ufanos de su triun-

y atareados en hacer

habido en al

al

Casa de Cabra)

la

la repartición del

despojo

gloriosa pelea, otorgando para ello

siguiente día 22 una escritura de concierto,

por

la

cual se obligaban «a juntar e traer

tón todas líos

las

cosas vivas, así moros

a mon-

como caba.

e acémilas e asnos que por qualesquier per-

sonas se tomaron e ovieron de los moros en

el

dicho vencimiento de victoria, para dar e repartir a todos los caballeros e gente de a caballo e de a pie que se hallaron en la batalla lo que les cupiere

e perteneciere haber según las leyes de Partida e usos e

costumbres de guerra, jurando para


-

52

complacion de nuestras conciencias e honras, e

por Dios e por Sancta María e por las palabras

de la

los ti*

Santos Evangelios e por esta señal de

una, dos e tres veces que bien e verdade-

ramente

sin arte e

cumpliremos

lo

dejemos que

el

del alfaquí

sin

engaño guardaremos e

contenido en esta escríptura»

*';

desdichado Cide Zaleb, sobrino

mayor de Granada, y uno de

ros caballeros que, gracias a

los ra-

ligereza de su ca-

la

balgadura, lograron escapar del desastre, llegue

y sangre, en

solo, teñido en polvo

la

noche del

día de la batalla, a las puertas de Loja,

sus extrañados moradores,

al

donde

verle aparecer de

semejante modo, habrán de preguntarle: «Caballero,

¿dó está nuestro rey y su gente?», y des-

pués de responder con un doliente gemido: «Allá quedan, que

el cielo

cayó sobre

ellos e todos son

perdidos ó muertos», atravesando

la villa,

sumida

en un mar de plañidos y ayes, pique a su exte-

nuado corcel y siga a Granada para ser mensajero infeliz de

la

desdichada rota

gar exangüe y flaco a

do por sus

calles

Que y

los

la

***;

dejémosle

y zocos

se perdió

que con

él

lle-

dormida Corte, publican-

el

Rey Chiquito

han

ido,

y que no escapó ninguno


-

53

-

preso, muerto o mal herido;

que de cuantos

allí

fueron

yo solo me he guarecido á traer nueva tan triste

que ha sucedido;

del gran mal

a

cuyo son, levántase por

ciudad toda un

la

in-

descriptible alboroto, segün nos dejó relatado

el

mismo Romancero: Lloraba toda Granada

con grande llanto y gemido; lloraban mozos y viejos con algazara y ruido; lloraban todas las moras

un llanto muy dolorido;

mesan sus cabellos negros, desgarrando sus vestidos, arranadas blancas caras

y sus rostros tan lucidos; lloran tanto caballero

como

allá se

hubo perdido;

lloraban por su buen Rey,

tan

amado y

tan querido

dejemos también que maestresala de rra a Madrid, tólico,

la

casa del

portador de

cogidas,

buen Luis de Valenzuela,

el

donde a la

*•;

la

Conde de Cabra,

sazón estaba

nueva y de

que, en prenda de

la

el

las

co-

Rey Cabanderas

verdad, consigo


-54trae ^; dejemos, finalmente, que el venturoso triunfo alboroce a la Corte y se extienda por Es-

paña toda, inundándola de júbilo y alegría, y volvamos, que hora es ya de

dumbrado,

al

ello, al triste, al

y graves, aun no conocido por Rey, buena guarda de diez lanzas, sigue castillo

apesa-

melancólico cautivo de ojos negros que, con la

la

ruta del

de Lucena.

Lleva todavía sus ricas vestiduras;

las fuertes

corazas forradas en terciopelo carmesí, capacete,

la

bordada marlota

^*;

el

dorado

por ellas y por

su caballeroso continente, vese, desde luego, no ser cautivo vulgar, sino personaje de cuenta valía;

rica

pero

la

y lujosamente ataviados

uno de tantos,

y de

misma abundancia de prisioneros

sin

le

hace pasar por

que sus guardianes sospechen

siquiera la calidad de su linaje

^2.

Confundido con todos, y, como todos, con sus algemas o

grillos a los pies ^^, transcurrieron

días en las

mazmorras

careciendo a los suyos callaran

persona y ocultándola hijo

él,

la

condición de su

para que, pasando por

de Benalaxar, cupiera negociar más

mente su rescate; descubrirse

Desde

el

al

dos

del castillo de Lucena, en-

cabo de

fácil-

los cuales vino a

engaño de una extraña manera.

el día

mismo de

la batalla recorrían la


55

comarca— como

se ha dicho— cuadrillas de peones

destacadas por

el

Conde y

el

Alcaide, sin las de

otros concejos, que habían acudido al ruido del

desastre o

al

humo de

las

almenaras, empleándo-

se unas y otras en descubrir a los moros perdidos

por

la

campiña u ocultos en sus breñas, haciendo

caza de ellos y de sus despojos harto provechosa. Sucedió, pues, que en

la

mañana

del jueves 24,

tres días después de la batalla, llegó al castillo

de Lucena una de estas cuadrillas, trayendo presos algunos moros que habían hallado ocultos entre

unos

jarales,

y

al

tiempo de juntarles con

los

demás, vieron acaso a Boabdil, y no estando prevenidos del silencio que habían de guardar, con-

templando a su rey aprisionado y sin armas, rompieron en grandes lloros y alarido^, postrándose a sus pies

y haciéndole acatamiento con palabras

y obras, como a rey que era suyo, y nombrándole porlal muchas veces. Advirtiéronlo algunos de los guardianes cristianos, sabedores de garabía, e interrogando

aunque

al

al

la

morisca

al-

desdichado cautivo,

principio se resistió, no

pudo

al fin

ne-

gar su condición, que pronto vino a ser conocida del Alcaide

Acudió sionero,

el

y de todos

los suyos.

generoso mozo adonde estaba su

pri-

y con palabras nobles y caballerescas


-

50

-

procuró consolarle en su infortunio, mandando,

además, que se

le

sacara de

la

mazmorra común

y, con vigilante guarda, fuese llevado a una de las estancias del castillo,

sirvieran

como

donde

le

regalaran y

a su linaje correspondía

•'*.


II

Alegre por demás con

el

hallazgo, envió in

continentí un correo suyo a los Reyes, haciéndoles

saber

la

buena nueva de

la prisión del

Rey

Chico, y otro tanto repitió con su allegado y

vecino

el

gran Conde de Cabra. Recibióla éste

contentísimo,

despidió con

muy buenas

albri-

cias al mensajero, y escribió al Alcaide congra-

tulándose con él de

la

buena dicha en que ambos

tenían tanta parte, y pidiéndole

sona del

Rey moro

presentarlo a los

De

enviase

le

per-

tendría consigo hasta

Reyes en nombre de

los dos,

justo.

mal talante oyó esta demanda

Alcaide,

la

a su castillo de Baena, porque

deseaba verle, donde

como era

le

el

joven

y orgulloso, por un lado, de tener

prisionero a sujeto de tanta calidad, y apreta-


— 58 do,

además, del consejo de sus deudos y vade que fuera

sallos, partidarios

del

Rey moro, no

él

el

guardador

quiso desprenderse de su

cautivo, y así, con fingidas razones, contestó a

su tío excusándose de acceder a lo que éste le pedía.

Nació de aquí entre los dos una viva conticnda, que

amenazó convertirse en hoguera

y devoradora. Porque

el

terrible

Conde de Cabra, no

dándose por satisfecho con estas excusas, có

al

Alcaide, contradiciendo

repli-

suposición de que

y gente de Lucena hubiesen sido

vasallos de éste los aprehensores

de Boabdil, y afirmando, por

el

que a Martín Cornejo, soldado del

contrario,

Conde y a otros sus a más de acumular trar

la

cómo

le

vasallos se debía la presa,

otras razones para demos-

pertenecía

Granada por legítimo

la

persona del

Rey de

prisionero, conforme a le-

yes de caballería y gratitud,

Y como

sospechase

que tales argumentos no habían de hacer mella en el juvenil

y envanecido ánimo del Alcaide,

le re-

ambos

esta-

cordó, además,

ban, conforme a

manifiesto

al

la

firmada concordia, de poner de

prisionero en el montón de las cosas

vivas (¡junto con

para que de

obligación en que

la

la

allí lo

chusma, acémilas y asnos!),

adjudicase a uno de los dos

la


— — suerte o

arbitrio

el

59

de amigos comunes y des-

apasionados.

Nada de esto logró sacar

me

resolución,

y

Alcaide de su

al

insistió

así,

fir-

en que Boabdil

no saldría de su prisión sino con orden expresa

de

los

Reyes Católicos y adonde

ellos

mandasen,

arraigándose más en este dictamen— dice

de Rute, cuya es

después que a

garon

la

la

inclinación de su

los consejos

el

Abad

relación de esta disputa,

ánimo se

lle-

por cartas y aun dicen que a

boca de don Alonso de Aguilar, enemistado años hacía con el Conde, a causa de un famoso y no

realizado desafío, del que hacen mención

muy

singular las historias de aquel tiempo ^. Visto, pues, por el

Conde de Cabra que todas

le salían vanas, y que de las demandas y respuestas se iban encendiendo dema-

sus diligencias

siadamente

los ánimos,

para evitar que

el alter-

cado pasase más adelante con grave daño de dos, acordó, desistir

to-

como varón magnánimo y prudente,

de sus pretensiones por

el

momento, de-

jando en quieta posesión a su sobrino, y hasta

que

los

Reyes Católicos

que su buena fortuna

No

le

interviniesen, de aquello

había concedido ^.

paró aquí, sin embargo,

la

pendencia; por-

que, abrazando cada uno de los vasallos del

Conde


-

-

eo

y del Alcaide su respectiva causa, reavivóse todavía más la disputa; y para que se perdiera toda esperanza de arreglo, acertó a personarse también en

el

reñido pleito

de los mayores culpables,

de

pal

las fábulas,

amor propio

el

si

no

local,

uno

el culpable princi-

mentiras y desatinos que pulu-

lan por las abundantísimas historias de pueblos de

nuestra patria, mezclando y hermanando

dad con mil patrañas increíbles

Por de

la

lató

tal

tengo

ver-

la

'"''.

que un apasionado defensor

la

causa de Lucena, López de Cárdenas, re-

en sus Memorias, especie acogida años des-

pués, no sé

si

de

ligero,

por

el

sesudo y ele-

gante historiador de Granada, Lafuente Alcántara.

Según ambos

entre baenenses y

escritores, surgida la porfía

lucentinos sobre

cuestión de a quién correspondía la prisión

del

la

la

reñida

gloria de

Rey, atribuyéndosela cada bando

y agriándose en términos que amenazaban graves males, recurrió cada uno a su señor y

jefe,

quienes, por falta de imparciales testigos o ter-

ceros que atestiguasen tidos en el

mayor de

ban, cuando

al

la

verdad, veíanse me-

los aprietos.

En

él

esta-

discreto Alcaide de los Donceles

ocurriósele un ingenioso arbitrio para zanjar cuestión, a saber: que el propio Rey,

como

la

in-


61

diferente y ajeno a la discordia, fuese en perso-

na quien

la dirimiese.

Aceptada por Boabdil

la

propuesta, pasaron a presencia suya, y, en pri-

mer

lugar, los soldados de

el cautiverio;

ca

si

Baena que se atribuían

y preguntando

al

melancólico monar-

habían sido ellos sus aprehensores, Boabdil

no desplegó

los labios; pero,

moviendo

la

cabeza,

contradijo su pregunta con signos negativos de

inequívoca expresión. Acto seguido

mandó

caide de los Donceles que entrase en el

la

el

Al-

estancia

regidor lucentino Martín Hurtado, y apenas

le

hubo visto Boabdil, cuando, levantándose de su asiento

y echándole

los

brazos

al

cuello, dijo

voz clara que todos entendieron: «Éste es ejecutó mi prisión»

^'*.

el

en

que


III

Mientras que en Andalucía agitábanse estas ferencias,

di-

Luis de Valenzuela, maestresala del

Conde, llegaba a Madrid, reuniéndose con cos días después

él

po-

segundo mensajero del Al-

el

caide de los Donceles, dando cuenta a los Reyes

de haberse hallado entre los cautivos

al

propio

monarca granadino, Muley Boabdelí. Alborozóse la

Corte con

denó

las

nuevas, y

el

Rey

Católico or-

se aparejasen sin dilación las cosas para su

viaje a

Córdoba, donde quería recibir

la

persona

del regio cautivo, dirimiendo la contienda que

sobre su posesión se había originado, y de cual tenía

ya

noticia por los ^^.

de los pleiteantes el

día

28 de

reclamaban a

abril la

,

Partió, pues,

solo,

la

mismos mensajeros de Madrid

pues a Doña Isabel

la

sazón en Navarra los tratos del


-

63

convenido matrimonio del malogrado Príncipe don

Juan con una Princesa de

la

Casa de Francia, con

cual pensaban los prudentes

el

Reyes afianzar

las paces, algo inseguras, con aquel reino

^'.

Por sus jornadas lentas llegó don Fernando a

Córdoba

el

9 de mayo, y apenas se hubo conoci-

do su venida en

como

la

comarca, propuso

el

Conde,

tan prudente y caballero, a su sobrino que,

olvidando las pasadas rencillas, fueran los dos

como buenos deudos y amigos, a besar la mano al Rey su señor, y a ofrecerle el prisionejuntos,

ro.

Aceptólo

el

Alcaide, y partido el

Baena con lucida comitiva, incorporóse pejo, con no

Conde de a él en Es-

menos honrosa compañía; abrazáron-

se ambos, y juntos tomaron la ruta de Córdoba.

Súpose de

la

el viaje

de

los

dos valientes campeones

gloriosa batalla y prendimiento, y súpolo

asimismo

el

Monarca aragonés, quien, deseando

dar públicas muestras de su contento y honrar en las

personas de los caudillos

tía

de sus vasallos, ordenó que toda

el

esfuerzo y valenla

nobleza

que en Córdoba había por entonces saliera a cibir al

Conde y

haciéndolo

él

al

Alcaide fuera de

también a

la

ciudad,

cabeza de todos, en

lucido tropel, rico en colores,

vestiduras.

la

re-

armas, arreos y


-

64

Iban su Alteza don Fernando,

el

Arzobispo de

Sevilla con otros obispos y prelados, los Maestres

de Calatrava y Santiago,

duques de Nájera y

los

Alburquerque con cincuenta o más señores, los

e hidalgos. Llegaron a

la

Cuesta de

como medio cuarto de legua de to que acababan de bajarla el

la

los Visos,

ciudad, a pun-

Conde y

con su gente, y advertidos éstos de del

títu-

Alcaide

el

presencia

la

Rey, apeáronse con presteza, yendo a besar

su mano. Recibiólos

el

Monarca con demostracio-

nes de gran contento y alegría, echándoles los cuello y besándoles en el carrillo, tras

brazos

al

lo cual

mandó que cabalgasen de nuevo,

semblante risueño, tomó cha y

al

Alcaide a

sentidas razones

el

y,

con

a su dere-

otra mano, alabando con

la

al

derrota y prendimiento

la

Rey de Granada. Así

donde

Conde

gran servicio que a Dios y

reino habían hecho en del

al

entraron en Córdoba,

los afortunados adalides, entre repiques de

campanas y música alegre de varios instrumentos, recibieron

entusiasmo de

nuevas y honrosas muestras del la

ciudad toda, acompañándoles a

sus moradas, después de haber dejado tólico

al

en su palacio del Alcázar, toda

hueste que a esperarlos

Tratóse otro día de

al

la

campo había

Rey Cala lucida

salido ^^

suerte de Boabdil, y


-estante

el

Conde como

el

Alcaide declararon estar

prestos para traerle, a fin de que don Fernando

escogiese libremente

la

conferirse su guarda; y

persona a quien había de el

prudentísimo Monarca,

para excusar diferencias entre

tío

ordenó que entrambos juntamente

y sobrino, lo

les

condujesen

a Córdoba,

y que el recibimiento se hiciese solemnemente, como a persona real que era el cautivo, aunque él no le vería, porque no acos-

tumbraban

los

sioneros

no era para darles

si

reyes de España a ver a sus la

pri-

libertad con su

presencia.

Con

esta resolución ordenó el Alcaide de los

Donceles a Alonso de Rueda, caballero de su casa, en quito,

cuyo poder había quedado

el

Rey

chi-

que desde Lucena, y con buena guarda

y recámara,

lo trajese a

dos jornadas. Hízolo

Córdoba por Espejo en

así: partió

Boabdil de Luce-

na acompañado de su alcaide y otros caballeros y criados, con tanta

pompa y

regalo, que se gasta-

ron en aquel breve viaje 27.000 maravedís, gran

suma para aquel tiempo. Saliéronle relata nuestro

a

Abad — el Conde y

encontrar— el

Alcaide,

casi a

una legua de

dajoz,

y trajéronle en medio ambos, y con

salieron también

la

ciudad, cerca del río Gua-

y acompañaron

al

ellos

monarca gra5


66

-

nadíno, por orden del aragonés, todos los Gran*

des y caballeros que había en cuarto de legua de

Corte, éstos un

la

ciudad; y cuando el Rey,

la

con sus venturosos aprehensores, llegó adonde le

aguardaban, cada uno de

como es-

los señores,

taba a caballo, llegaba a hacerle acatamiento y reverencia

(¡tal

y se daba a

la

era

la

fuerza que entonces tenía

realeza, aun caída, presa y humi-

llada!), y el Conde y el Alcaide y dignidad de los que venían a

forme a

ella,

decían

le

y con-

midiendo sus cortesías a su modo y

usanza, contestaba

el

moro

Acabados que fueron,

el

a los saludos.

Conde y

el

maron en medio a Muley Boabdelí, no

mero

el linaje

saludarle,

Alcaide tosin

que

pri-

brindasen generosamente esta honra a los

Grandes que

allí

había, no aceptándola éstos, por

juzgar que, en todo caso, era debida a quienes

con tanto valor y riesgo de sus personas

le

habían

preso. Boabdil, por su parte, trabándoles de los

brazos, dio a entender también que no gustaba de

que

le

dejasen.

De

esta suerte, y tan honrosa-

mente acompañado, encaminóse a

la

ciudad, cuyos

moradores agolpábanse a sus puertas e inmediaciones, ansiosos de presenciar la entrada del

Rey

moro. Iba éste vestido de terciopelo negro, sobre

un caballo morcillo bien enjaezado, cubierto

el


-

67

rostro de grave melancolía

'^^

y tanta era

chedumbre de gente que llenaba

Campo de ba,

la

Verdad, hasta

el

la

mu-

anchísimo

puertas de Córdo-

las

que solamente a fuerza de brazos hacíanse

lugar los más decididos para acercarse

por donde venía

al

camino

acogiéndole todos

el prisionero,

con muestras de gran respeto, cortesía y ánimo

generoso y caballeresco. Apeóse Boabdil en casas del obispo de

la

gos, y despidiéronse

las

ciudad, don Alonso de Bur-

allí los

que

le

acompañaban,

con excepción del Conde, del Alcaide y sus criados, que no le abandonaron hasta dejarle descan-

sando en su estancia; pasaron luego nuestros caudillos a presencia del

trató de la entrega

Rey

Católico, con quien se

y guarda del de Granada, y

aquél, que lo tenía todo prevenido, ordenóles lo

entregasen a don Enrique Enríquez, su

tío,

y a

Rodrigo de UUoa, su contador. Llevóse a cabo así

con las formalidades acostumbradas, otorgán-

dose público documento de los

la entrega y reato, y nuevos custodios, con consentimiento del Rey,

diéronle en guarda

al

comendador de Calatrava,

Martín de Alarcón, alcaide de Porcuna, quien, pocos días después, conducía

tamente a aquella fortaleza Y, a

la

verdad,

si

al

granadino secre-

^^.

Boabdil,

como buen musul-


-«tnán, era

dado a agorerías y supersticiones,

gularmente después del aciago suceso de sadas,

sin-

las pa-

más de una vez debió de pensar durante

su viaje en

con que

le

el

hado infausto y desventurado sino

perseguía en esta empresa

del bendito patrono de Arles,

el

nombre

San Martín. Mar-

arroyo donde fué pre-

tín

González llamaban

so;

Martín Hurtado y Martín Cornejo sus apre-

el

hensores, y, para burla e ironía cruel de su destino,

Martín Ruiz de Alarcón apellidábase, por

último, el custodio

y guardador de su persona,

que unas horas después trasponía con su regio prisionero llo

el

puente levadizo del fortísimo casti-

de Porcuna

'^.


IV

¿Cuánto tiempo duró

de Muley

el cautiverio

Boabdelí? Punto es éste de los más obscuros e trincados de siglos,

y en

el

in-

de aquellos turbulentos

historia

]a

cual las relaciones de los cronistas

o nada dicen explícitamente, o se contradicen y confunden. Según res cristianos, el

la

mayoría de los historiado-

Rey Chiquito obtuvo

su liber-

tad pocos meses después de haber caído prisionero: hacia el de septiembre de 1483, habiéndose dirigido desde

Córdoba a Guadix, donde

blevación de

ciudad a favor de su hermano

la

la suel

Zagal originó su precipitada fuga, teniéndose

que acoger de nuevo

al

amparo de

los

Reyes Ca-

tólicos ^.

Con

todo, eruditas y modernas investigacio-

nes, hechas a vista de las crónicas del tiempo

y


70

de documentos inéditos antes ignorados, parecen contradecir esta creencia, y no dan por segura la libertad del

Rey moro

mienzos de 1486, esto

de cautiverio

"".

Y

hasta fines de 1485 o co-

es, tras

aunque

la

dos años y medio aclaración de tal

extremo- tiempo que duró su prisión— pudiera afectar,

y no poco, a

del retrato, haciéndose

la

autenticidad e historia

más verosímil su pintura

cuanto más se prolongase aquélla, habrá de per-

donarme

el lector

que, ahorrándole largas y eno-

josas disquisiciones, y sin entrar de lleno en el

esclarecimiento de una u otra versión, remate

concisamente en unas breves líneas Boabdil cautivo, dando alas

por

el

buen resultado de

al

la historia

de

tiempo, hasta que,

los tratos abiertos para

su codiciada libertad, obtúvola completa, volvien-

do a

la

amada

vista de los cármenes, almunias

y

quintas reales que a los pies de su Alhambra se

extendían.

Era Porcuna por entonces una plaza fuerte, conquistada en 1240 por San Fernando a los moros

y donada por

clita

mismo santo monarca a

la ín-

Orden de Calatrava, en cuyo nombre regía

la villa,

tío

el

como

alcaide suyo, Martín de Alarcón,

de aquel Señor de Alarcón que tan altos puso

los timbres

de su casa en

las

guerras de

Italia.

A


— poca distancia de

71

como

situado

ella,

sobre una rocosa eminencia, a

la villa

toda

que servían en

la

algunos lados de naturales murallas hondas y tajadas cortaduras de piedra, alzábase castillo

el

extenso

o fortaleza, de fundación antiquísima, con

murallas también de piedra

muy

bien conserva-

das, torreones, a cortas distancias, de cantería la-

brada y un cuerpo interior a modo de ciudadela, defendido por dos torres, cuya construcción hacíase subir por algunos

Coronaba

la

al

tiempo de

misma ciudadela una

los

romanos.

torre de figura

octógona, toda de piedra, edificada con posterioridad

al castillo

por los grandes Maestres de

Orden de Calatrava,

a cuya costa corría

ro y conservación de la temible fortaleza

En

ella,

la

repa-

*'.

Homenaje hubo de alojarse

esta Torre del

Boabdil, y en

el

tratado con todo

el

decoro y

regalo que aquellos guerreros e incómodos tiem-

pos consentían, asistido de numerosa servidumbre mora, fué transcurriendo todo

de su prolonga-

el

do cautiverio, y no en Baena

ni

Lucena, como

erróneamente escribieron algunos cronistas

Los recios muros de

la torre del

Homenaje

•*.

fue-

ron mudos oyentes de los suspiros del moro, quien, triste soñador los

y melancólico, asomado a

duros hierros de su cárcel,

fijos los

graves


72 ojos en las lejanas sierras de Luque, esperaba día tras día el

de

la

los

almendros y

que

arribo de

la

libertad codiciada,

cual eran avivadoras ansias los olores de la

vista

los olivos

memoria

traían a la

le

de

el

y jarales

recuerdo de

los

ííuavísimos de azahar de sus jardines del Generalife,

o de los floridos Alijares, regados con

el

agua mansa de sus albercas y vestidos pintores-

camente de caprichosos arrayanes de perenne verdor.

Y

no era vano su recuerdo. Porque desde ellos

también se trabajaba día y noche por del cautivo.

Boabdil, sobreponiéndose

con

la

el

retorno

La valiente sultana Aixa, madre de

nueva de

la

al

dolor vivísimo que

prisión de su hijo le trajo la

relación del desastre, envió desde el Albaicín,

lugar adonde se había retirado con sus deudos,

esclavos y tesoros, una lucida embajada, com-

puesta por real, Ali el

Rey

Aben Comixa, Muley

pendón

Alacer y otros caballeros, a tratar con

Católico

do para

el del

la libertad

de Boabdil, ofrecien-

ello las condiciones

Por su parte,

el

más ventajosas.

padre del prisionero,

Muley Hacen, dueño

a la sazón de

el viejo

Granada por

derrota del bando de su hijo, movido acaso de propósitos crueles y sanguinarios, o, cuando me-


— ranos, deseoso de rematar su victoria estorbaFido la

vuelta de su rival para quedar

él

por solo due-

ño y señor de Granada, dio libertad a un principal caballero sevillano llamado

don Juan de Pine-

da, bajo el fingido pretexto de

que viniera a ne-

gociar

de otros cautivos, pero con instruccio-

la

nes secretas para que, en su nombre, consiguiese del

Rey Católico una de

estas dos cosas: o la

prolongación del cautiverio de Boabdil, mejor,

la

tables partidarios, a cambio del tes, Asistente

pués de

la

Ajarquía, con otros cautivos que

ficado emisario,

Y

no contento con tan

eli-

cali-

y ansioso de lograr resueltamen-

te su propósito, destinó

a un

Conde de Cifuen-

de Sevilla, preso en Granada des-

giera don Fernando.

mismo

aún

o,

entrega de su persona y de sus más no-

también para logro del

mercader genovés llamado Federico

o Francisco Centurión, que, ocupado en sus tratos comerciales, vivía en Granada, relacionado

también, a causa de ellos, con del

Rey

damente fruto,

la

corte y oficiales

Católico. Cumplieron su misión separael

castellano y el genovés, aunque sin

porque

la

hidalguía y caballerosidad cris-

tianas rechazaron indignadas semejantes condiciones, hijas de un sentimiento de bárbara cruel-

dad y refinada venganza

^*'.


Vino tras esto

la

tala

y correría que en

vega de Granada emprendieron

mes de

junio de aquel

los nuestros

mismo año de

llos,

aparato guerrero a que respondió

monarca nazarí levantando un lucido yas hazañas hicieron reverdecer en

en

el

1483, con

toma de algunas fortalezas, poblados y

la

la

el

casti-

brioso

ejército, cu-

las

canas del

viejo los juveniles laureles de otros tiempos; tanto,

que, ora fuese pwr

ora porque

más en

la

el

Rey

la

inesperada resistencia,

Católico no quisiera arriesgar

campaña, dio por terminada

la

de aquel

año, dando la vuelta a Córdoba, donde le aguar-

daban

los emisarios

de

la

arrogante sultana Aixa,

con grandes deseos y esperanzas de lograr

la

an-

las historias

y a

siada libertad de su desdichado hijo.

Aquí comienzan a confundirse


— nublarse

75

verdad, no haciéndose

la

hasta

la luz

famosa Junta de grandes y señores que

la

la

Reina

Católica, dando nuevas muestras de aquel singular

don de consejo que tanto encarecieron sus con-

temporáneos, dispuso que se reuniera en trópoli

cordobesa para tratar en

más a

nía

la

causa de España en

benditas de su reconquista:

si la

ella

la

me-

qué conve-

las postrimerías

libertad, o la pri-

sión de Boabdil.

Celebróse, en efecto, currencia de lo

que

el referir

nos llevaría

la

Junta con mucha con-

más granado de

puntualmente

muy

lejos, sin

lo

la

nobleza, aun-

sucedido en ella

necesidad, porque de

este Consejo hicieron caso especial los cronistas

de entonces, en cuyos libros se hallará minuciosa-

mente relatado

"".

Sepa, pues, o recuerde, más

bien, el lector, tan sólo

que

el

Maestre de Santia-

go don Alonso de Cárdenas fué cabecera y cuente defensor del bando que pedía

la

elo-

continua-

ción de la guerra con el cautiverio de Boabdil,

alentando

el ejercicio

recogiendo

el

de

la caballería castellana,

fruto de las pasadas talas

y victo-

y prosiguiendo la campaña contra un rey viedoliente y desamado de los de su reino, muy al

rias, jo,

revés de vo,

y con

lo

que acaecería dando libertad

ella a

al

cauti-

sus partidarios un caudillo joven.


-

76

animoso y querido, contra quien sería más difícil y cruenta la conquista. A cuyas razones contradijo,

oponiendo

las

suyas, don Rodrigo Fonce de

León, heroico Marqués de Cádiz, partidario de

que se consiguiesen del Rey Chiquito

más

fa-

vorables condiciones a cambio de su libertad,

la

las

cual no habría de servirle de otra cosa que de en-

cender más aún padre e los

hijo,

el

fuego de

la

discordia entre

atizando las luchas intestinas entre

secuaces de uno y otro bando, con

vidido

el

lo cual, di-

reino enemigo, y consumiendo en sus

guerras civiles y odios de partido

fuerzas

las

que pudieran oponernos, se caminaría más breve-

mente a su destrucción. Perplejo anduvo

el

Mo-

narca entre ambos pareceres, alabando

el

uno

por valiente, y consultada decidió del

la

la

el

incertidumbre, inclinando

el

suyo

al

Marqués de Cádiz.

Admitióse, pues,

de

otro por astuto, hasta que,

Reina, que se hallaba en Vitoria,

la

el

concierto con los emisarios

Sultana; conviniéronse sus cláusulas, acep-

tadas días después por

el

propio y regio cautivo,

a quien fueron consultadas en Porcuna,

do totalmente aquél, firmóse

el

y cerra-

oportuno tratado,

cuyas principales condiciones eran

las

que siguen:

reconocería Boabdil su vasallaje del rey

Don

Fer-


nando y de

la

reina

77

Doña

Isabel,

mente por parias y acatamiento

Reyes

pagando anual-

del señorío

de

los

doce mil doblas zahénes (unos catorce mil

ducados castellanos); entregaría de una vez cuatrocientos cautivos de los que se hallaban en las

mazmorras de Granada, más sesenta cada año durante cinco, dejando en rehenes a su hijo

mayor

con otros doce mancebos de los más principales de su casa, para seguridad y

fiel

cumplimiento de

la

ajustada concordia.

Por su parte,

los

Reyes Católicos

le

otorgaban

obligábanse a no llevar su señorío a

la libertad;

cosa alguna que fuese contraria a su secta mahomética; prometiéronle su ayuda para

de

las

el

recobro

ciudades rebeladas de su reino granadino,

las cuales,

una vez reducidas, tendrían asimismo

que prestar juramento de vasallaje a cristianos,

treguas a

guiesen a

los

monarcas

y acordaron, por último, dar mutuas la

guerra durante los dos años que

la libertad

de Boabdil

•'.

si-


VI

Firmadas estas capitulaciones, cuyo original se ha perdido, conservándose tan sólo incompletos extractos,

y llegados

a

Córdoba

los cautivos cris-

tianos señalados para su rescate, así

como

henes moros, escribieron los Reyes

comendador

al

los re-

Martín de Alarcón, en cuyo poder seguía Boabdil,

para que

lo trajese

a Córdoba, con vistoso

acompañamiento, y haciéndole honra como a Rey,

y Rey

libre

que era.

Hubo sobre

la

forma de recibirle por

el

Monar-

ca cristiano muchas y diversas opiniones entre los

de su Corte, diciendo

los

más que pues

el

Rey

moro había firmado concordia, declarándose vasallo del católico, había éste

mano.

A

lo cual

de darle a besar su

contestó magnánimamente

gonés: «Diérasela, por cierto,

si

el

ara-

estuviese libre


-roen su reino; mas no se so en

el

mío»

Llegado

el

la

daré aquí, por estar pre-

''*.

día de la entrada,

que fué

el

2 de

Septiembre— cuenta nuestro Abad de Rute— salieron también a recibirle un cuarto de legua la

de

ciudad todos los caballeros y señores que ha-

bía a la sazón en ella,

y entre

res, nuestros olvidados

de

ellos sus aprehenso-

Conde de Cabra y Alcaide

Donceles, Llenáronse ventanas, celosías,

los

y plazas, de abigarrada y compacta muchedumbre. Lucían los señores y titulados vistocalles

sas galas, ostentando el poder de su príncipe,

cuya grandeza consiste en

la

riqueza y calidad de

Sumábanse a

la

galana comitiva to-

sus vasallos.

dos

los

curar

moros que habían venido a Córdoba a pro-

la libertad

de su Rey, que eran más de cin-

cuenta, galanes y gentiles con las vestiduras de

paños,

sedas y brocados, que, con otros ricos

arreos y no escasa

bido de

suma de zahénes, habían

la liberalidad del

Rey

reci-

Católico. Detrás de

ellos venía Boabdelí, ricamente vestido

con

gres colores, jubilosa señal de

alcanza-

da,

la libertad

ale-

y a su lado Martín de Alarcón con otros deu-

dos y caballeros de su

En

linaje.

esta forma entraron en Córdoba, y llegados

a la presencia del

Monarca, hizo entrega de su


-

-

80

prisionero Martín de Alarcón; recibiólo

nando, y

el

granadino hincó

mano de aquél para

la rodilla

besársela.

generoso cristiano, a pesar de

No las

lo

Don

Fer-

pidiendo

la

consintió el

grandes instan-

que hacía

el

musulmán, sino que, tomándolo

en sus brazos,

le

ayudó a levantar, con muestras

cias

de gran agasajo y cortesía.

A esta sazón,

un moro

trujamán que venía con el Rey Chico, locuaz, adulador y retórico como todos los de su casta, ora porque Boabdil se lo tuviera ordenado, ora

porque se

comenzó

lo dictase su

condición baja y rastrera,

a entonar altos y ampulosos loores de la

generosidad y munificencia del Rey Católico; mas éste,

no sufriendo semejante bajeza, atajó a su

apologista con estas palabras: «Basta: no es necesaria esta gratificación;

yo espero de su bondad

que hará todo aquello que buen ome e buen rey

debe fazer», con

lo cual,

moro sobre su Alcorán dio por terminada

una vez jurados por

el

los capítulos del concierto,

audiencia; entregáronse los

la

rehenes, y entre ellos

el hijo

mayor

del

Rey moro,

a Martín de Alarcón, para que los custodiase en el castillo

como

lo

de Porcuna, hecho guardián del

había sido del padre;

do que regalasen

al

arreos, vestiduras

hijo

mandó Don Fernan-

granadino un rico presente de

y

caballos, y,

acompañado de


un capitán de escolta,

de

le

la

al

guarda castellana con una fuerte

tomó Boabdil

dejaron

81

el

camino de su reino, don-

pie de la primera fortaleza en que

declaró hallarse seguro.

Mas para sus vasallos ya no volvió a llamarse Abu Abdallah. Hasta el fin de su vida tenía que perseguirle

el

humillante mote que, por razón del

pasado cautiverio, y como en señal de oprobio, pusiéronle los suyos: el Zogoybi, que quiere decir el desüenturüdillo...

'^


VII

Tres semanas después, y partido ya el rey Fernando para Burgos y Vitoria, donde se reunió con Doña Isabel, acordaron

y

el

Alcaide de los Donceles

el ir

Conde de Cabra a aquella ciudad a

besar las manos de su Reina, a quien todavía no habían visto

ni

hecho acatamiento después del me-

morable hecho de armas. Salieron, pues, de sus estados a últimos de no-

viembre de aquel año de 1483, con numeroso y lucido acompañamiento de deudos, escuderos

y

y trompetas bastardas, y Corte el viaje de los insignes cau-

criados, con sus cajas

conocido en dillos,

la

ordenaron los Reyes

al

gran Cardenal de

España, don Pedro González de Mendoza, que preparase

el

les

recibimiento triunfal, con la autori-

dad y pompa necesarias, haciéndoles

la

honra que


— merecían por

el

valor y fortuna desplegados en la

pasada batalla. Cumpliólo

que entró

el

83

Conde

solo,

así el

Cardenal, y

el

día

habiéndose quedado fuera

de Vitoria, por puntillosas razones de etiqueta, su sobrino

el

Alcaide, todos los grandes, prelados, du-

ques, condes, marqueses, caballeros y ricos-hom-

bres que en Vitoria había a cibirle,

sazón salieron a re-

la

precedidos de los reyes de armas, farau-

trompetas y atabales de sus Al-

tes, pasabantes,

que fue-

tezas, con otros instrumentos. Llegados

ron a la

tomó

comitiva del Conde,

a par de

el

gran Cardenal

y llevando delante a

sí,

los

le

reyes

de armas, tocando los añafiles y trompetas, fueron a apearse zas.

al

palacio donde posaban sus Alte-

Estaban los Reyes Católicos sentados en un

estrado,

al

cabo de una gran cuadra o

Conde de Cabra, levantáronse de sus lieron a recibirle a

más de

la

y cuan-

sala,

do vieron que por su puerta entraba

el

heroico

sitiales

mitad de

y

sa-

la pieza,

con señales de grande alegría y contentamiento.

Hincada

la rodilla,

besó

el

esforzado caudillo las

manos de sus Reyes, y vuelto con mandáronle tomar asiento en

él,

ellos al estrado,

junto con

denal, en muestra de señaladísima honra. esto, descorrióse

de

ella veinte

el

Car-

Hecho

una cortina y salieron de detras

damas de

la

Corte, rica y galana-


-

-

84

mente aderezadas, y tocando triles

que había en

lo alto

los

músicos o minis-

de un corredor sus chi-

rimías y otros instrumentos, danzaron y festeja-

ron

al

Conde hasta

la

media noche.

Pocos días después hizo asimismo su entrada el

joven Alcaide de los Donceles con

gente de

la

muy

su casa, habiéndosele también recibido con

honroso acompañamiento de grandes, señores y titulados,

y acogido por

los

Reyes con muestras

de no pequeño favor. Juntos

tío

y sobrino tuvieron aviso de

ellos,

boca del Marqués de Villena, mayordomo

que otro

día,

que era domingo, pasasen

la

por

real,

noche a

palacio a ser sus convidados. Estaba el salón real

guarnecido de doseles de brocado y de chapería,

con ricos y bordados tapices, y en

los aparadores,

en diversas piezas, mucha plata dorada y blanca.

Llegados

el

Conde y

el

Alcaide, hiciéronles los

Reyes tomar asiento junto a real, señaladísima

que

los

ellos

en

el

merced para entonces, mientras

mayordomos y maestresalas, con hachas

encendidas en las manos, hacían lugar en

de una y otra parte.

Doña

estrado

Isabel, hija

De

allí

mayor de

a poco salió

los

la sala

la infanta

Reyes, con treinta

y cinco damas muy ataviadas, vestidas todas de brocado y chapado, a cuya vista pusiéronse a

to-


85

car los ministriles altos. vistosa danza, bailando

tomando parte en llos,

los

Comenzó entonces una

damas con damas y caba-

con caballeros, a

lleros

ella, a

la

usanza del tiempo, y

más de nuestros caudi-

mismos reyes Don Fernando y Doña

Isabel.

Acabada la

la

danza, púsose

cena; sentóse

y junto

al

el

la

Conde cabe

Conde, su sobrino

de mayordomo

el

el

Marqués de

mesa y la

sirvieron

señora Infanta,

Alcaide. Servía

ayudado

Villena,

de tres maestresalas, y tocando más de cuarenta trompetas bastardas y más de diez pares de atabales y tres coplas de ministriles altos, traían el

manjar. Venían tres platos: dos para

Reina y otro para

el

Conde y

el

el

Rey y Duró

Alcaide.

la

la

cena más de dos horas, y cada vez que traían platos tocaban las trompetas, atabales triles.

de,

Acabado

y yendo a

el real

la

y minis-

convite, levantóse el

Con-

cabecera donde estaban los Re-

yes, besóles las manos; ellos le dijeron: «Conde, ésta sea para con otras muchas», contestando el caudillo:

«En

el

Hizo otro tanto

servicio de vuestras Altezas». el

Alcaide, y juntos pasaron con

sus reyes a otra cámara, donde estuvieron hasta tres horas pasada la media noche, hora en la cual el

Conde se levantó para que reposasen sus Al-


-88y sobrino a sus mo«

tezas, tornando también tío

radas a descansar.

Venido otro tario

día, llamaron los

Reyes a su secre-

Fernán Alvarez de Toledo, para que fuera

portador cerca del caudillo de Cabra de las mer-

cedes que

le

hacían en premio de

pasada victo-

la

ria y prendimiento, mandándole que trajese en

adelante

la

cabeza del Rey de Granada que

armas y en dor, a

él

ha-

y preso dentro del escudo de sus

bía vencido

lo

bajo de

modo de

él,

y acoladas a su alrede-

orla, las veintidós

banderas gana-

das a los moros en aquella acción memorable, a

más de

trescientos mil maravedís de juro de he-

redad, con otros derechos y sacas sobre las villas

y

tierras

que

tenía.

mercedes, y por

el

Agradeció

el

Conde

mismo secretario

suf)o

tantas

que

los

Reyes concedían asimismo

igual gracia del escu-

do, con la cabeza del rey

y

sobrino

el

las banderas, a

su

Alcaide, con otra importante cantidad

de maravedís de juro, aunque, naturalmente, algo

menor

''*.

Ufanos y orgullosos con

las

mercedes

das, volvieron a sus estados por sus

dinarias el

Conde y

dos de los Reyes.

Y

el

recibi-

jomadas

or-

Alcaide, una vez despedi-

de todas

ellas, la

que más es-


87

timaban por principal y honrosa era

el

nuevo

blasón, hasta entonces por nadie usado, del

me-

dio cuerpo de un rey con su corona, y asida de

su cuello una cadena,

como en

servidumbre, con

glorioso nimbo circular de

el

las veintidós banderas.

señal de perpetua

Arribados a Córdoba, se-

paráronse uno y otro, con dirección

Cabra y

Y

el

el

Conde

a

Alcaide a Lucena.

no habían transcurrido muchos días, cuando

a oídos del primero llegó el rumor de que su sobri-

no

el

Alcaide, queriendo añadir un lema o divisa

al

honroso blasón concedido por sus Reyes, movido, acaso, de juvenil orgullo, había escrito en el tim-

bre de su escudo un mote latino sacado del Apóstol

San Pablo, en

el

capítulo 12 de la carta

escribió a los Corintios, donde, hablando el

I

que

Doc-

tor de las gentes de la diversidad de gracias

virtudes que

el

y

Espíritu divino comunica, dando a

unos unas y a otros otras, concluye: «Haec autem

omnia operatur unus atque idem Spiritus,

divi-

dens singulis prout vult»: <i'Pero todas estas co-

sas las obra uno y un mismo Espíritu, dicien-

do a cada cual conforme quiere^, de palabras había formado

mote,

como

diciendo: si

el

las cuales

Alcaide su referido

Hcec omnia operatur unus,

aspirase a que la voz de la historia se re-


-as

pétreamente esculpida en sus blasones, y arrogándose a sí solo con jactanciosos bríos la flejara

gloria de aquella hazaña que se mostraba en las

armas; a cuyas altaneras vanidades, y aludiendo» ora a su intervención decisiva en

cho de armas, ora

el

pasado he-

brazo de Aquél que es Se-

al

ñor de las batallas y soberano dispensador de sus victorias o derrotas, respondió

santo

Conde con

hermosamente

de San Juan, síntesis purísima de tura,

el

aquellas palabras del Evangelio la

pasada aven-

y que campean desde entonces en

los escu-

dos de los descendientes de esta gloriosísima

rama de

la

esclarecida

SINE IPSO

Casa de Córdoba:

FACTVM EST

Sin él nada se hizo

NIHIL '^...


PARTE

EL

III

RETRATO



El profundo cambio que en la constitución polí-

de España imprimieron

tica

las

Cortes de Cádiz

(segundo y definitivo en los nacionales destinos

después del advenimiento de canzó en cial

y a

la

los

los

primeros años a

la

Borbones) no

al-

organización so-

vida privada de una buena parte de las

provincias españolas, las cuales, sordas a las in-

novaciones y quiméricas promesas del nuevo ré-

gimen, continuaron manteniendo las mismas cos-

tumbres y prácticas que de sus mayores habían recibido. Singularmente, en la clase aristocrática

provinciana, alejada del bullicio de la Corte, fué

más viva y pronunciada esta repugnancia a nuevos usos, y

así se explica

que

la

los

llamada so-

ciedad del siglo XVIII prolongase su vida hasta

muy

entrado

el

xix,

y que

las

grandes casas, he-


-

92

rederas de los caudales y glorias de sus progenitores,

mantuviesen su organización y prosiguie-

sen su curso durante bastantes años, ellas

no hubiera resonado

campanuda

la

como

si

para

voz altisonante y

del canónigo Torrero en el Oratorio

de San Felipe. Representante ilustre y genuino de esta aristocracia era en Granada, en el primer tercio de la

pasada centuria, don Cristóbal Rafael Fernández

de Córdoba y Pérez de Barradas,

vi

marqués

Algarinejo, xi marqués de Cardeñosa,

qués de Valenzuela, de

la

vii

viii

del

mar-

conde de Luque y señor

Real Villa de Zuheros con su castillo y otros

lugares, quien, ora de paso en sus haciendas,

ora recluido en su palacio de Granada, llevaba la

vida pacífica y ociosa del noble provinciano del

siglo del peluquín

y

la

casaca, sin otros aconteci-

mientos que

la

religiosa del

Santo Oficio, en cuyos bancos tenía

alterasen que

tal

cual solemnidad

preferente asiento como Alguacil Mayor, alguna

que otra junta del Regimiento de

Córdoba, como Veinticuatro suyo, y ción solemne que en

Alférez

Granada

Mayor perpetuo, por

Carlos IV,

do Carlos

al III

la la

ciudad de

proclama-

hizo, actuando el

de

nuevo Monarca

fallecimiento de su padre el insípi'6.


Mas como

93

tranquilidad y el sosiego,

la

aun

cuando se busquen, no siempre se encuentran, que todo

diablo,

lo

el

añasca, vino a turbar los del

buen Conde, empeñándole durante bastantes años, mal de su grado, en reñidos y costosos pleitos sobre las particiones de su padre y otros derechos,

con su menor hermano don Antonio de Padua, bizarro militar, quien, no aviniéndose a la poltro-

nesca vida del mayorazgo, abrazó desde la

carrera de las armas, alcanzando

muy

muy

niño

notables

triunfos en las empresas bélicas a que asistió du-

rante

el

transcurso de su dilatada vida.

Independientemente de cia

que exigían

parte,

casas,

por otra

entonces entre unas y otras

disputándose rama por rama señoríos y

resto de

el

dirección y asisten-

los susodichos pleitos,

muy comunes

privilegios,

siglos,

la

y

la

conservaban

las

más

principales,

como

organización señorial de los anteriores

al

igual de otros oficios

de sus nóminas,

cargo o cargos de Abogados de Cámara, no

con

la

independencia y señorío que aparentemente

ostenta hoy vitalicio

la

arrastrada toga, sino

como empleo

y subalterno de aquella entonces aún po-

derosa institución. Fuera, pues, porque los perdurables pleitos lo pidiesen, ora porque aspirase el

mozo a una

colocación segura y de provecho, harto


-

94

de soflamas liberalescas por

las botillerías

grana-

dinas, fué el caso que, por los años de 1818, entró

en

la

casa del

Conde de Luque en concepto de

se-

segundo Abogado de Cámara un joven

cretario y

granadino llamado don José Fernández-Guerra,

poco conocido entonces, pero que años más tarde había de hacer famoso su apellido en su propia

persona primero, y en

las

de sus hijos don Aure-

y don Luis después, beneméritos todos de letras castellanas ". Contaba por entonces

liano las

don José sobre veintisiete años, y hacía solamente dos que lucía

la

garnacha en

Real Chancillería

la

de su ciudad natal, donde se había recibido de

abogado en 23 de diciembre de 1816 diligente

el

'".

Listo

y

mozo, pronto logró hacerse lugar en

su nuevo oficio; y transigiendo aquí un pleito, ga-

nando

allí

otro, exigiendo cuentas atrasadas

de

esta hacienda, o enderezando la buena marcha de

aquella otra, con tanto acierto

y

celo encauzó los

asuntos judiciales y administrativos de

la

casa del

Conde, que se hizo su hombre de confianza, sin que en

lo

sucesivo se atreviese a emprender

ni

decidir cosa ninguna en la cual no hubiera dado

antes su consejo o parecer

Poseía

el

el

joven secretario.

Conde, como señor de

la

villa

de Zu-

heros, extensas tierras en su término, abandona-


— das o desatendidas,

95

igual de tantas otras,

al

y

comisionado con poder general suyo, púsolas Fer-

nández-Guerra en buen orden y marcha para en

Tan acertadas y

adelante. del

discretas gestiones

abogado y secretario colmaron

de su mayor y

principal,

el

la

quien deseando darle muestras de

que

ella,

a la vez

premio que merecían tan relevantes servi-

el

cios,

satisfacción

Conde de Luque,

aprovechó una ausencia que de Granada hizo

Fernández-Guerra en

el

otoño de 1821, a

la

sazón

en Zuheros, para escribirle varias cartas, ofreciéndole en ellas la donación de dos hazas de

de entre

tierra

que

las

la

casa poseía en aquel

término; y aunque en los comienzos se resistió el secretario a paga tan delicada al fin

cia,

y generosa, hubo

de acceder, consintiendo en

pero solamente a

siempre, y que años

título

la

ofrecida gra-

de censo, que pagó

más tarde redimieron sus

herederos, liberando totalmente los flamantes do-

minios

'*.

Corriendo con

el

tiempo esta alta estimación y

confianza, convirtióse de abogado y secretario en

íntimo amigo y asiduo concurrente a tulia del

Conde, con tan confiado

había solemnidad los

ni

la

casa y ter-

trato,

que no

acontecimiento familiares a

que no asistiera Fernández-Guerra, animan-


96

dolos con su vivo ingenio, cuando no quedaban

conmemorados en odas,

letrillas

y sonetos, mues-

tras felices de su abundante y poética vena, siem-

pre aplaudidas, ora en

el

honesto solaz de los hoy

olvidados juegos con que nuestros abuelos distraían las largas horas de las veladas invernales,

como aquel llamado echar los años, en

cual

el

figuraban los Condes, su familia y amigos, con

y regalos de broma que

los versos

solían esti-

larse en tales esparcimientos, ora en las solemni-

dades patronímicas del Conde y a

la

Condesa. Y,

verdad, era ciertamente estimable

versificador del joven secretario,

garse por

en

la

el

talento juz-

siguiente soneto, leído de sobremesa

de

los días

el

como puede

la

muy

ilustre señora

doña Micaela

Catalina Diez de Tejada, tercera mujer del Conde, composición que no niega la pinta de

la

cuela granadina o antequerana, pues trae a

memoria

la

manera de

Luis Martín de

y Pedro Espinosa.

SONETO Ciñe Geni! en pámpanos y flores sien, y el gozo y el placer más vivo

La

Su

distintivo son,

De

mil

y

y

el distintivo

mil zagalas

y pastores.

la

esla

Plaza


97

Por esta vez suspende sus rigores

Con

el

Llena

Y

ser desgraciado el liado esquivo;

la

copa

apúranla Brilla,

en

el

el

Mérito festivo,

Candor y

fin,

Amores.

los

de Macelia

el sol

hermoso;

Sol de paz, y de gloria, y de ventura.

Yo gocé

un tiempo su fulgor precioso;

¡Mas hoy

suerte despiadada y dura,

la

Robándome mi

Me

dicha y mi reposo. condena a destierro y noche oscura!

*•

Tantas y tan cariñosas relaciones traducíanse en regalos y obsequios que de

la liberal

mano de

su mayor recibía Fernández-Guerra, y por uno

de

ellos,

allá

por los años de mil ochocientos

veintitantos, algunos antes del fallecimiento del

Conde, ocurrido en 1833, acaeció la

familia de

la

entrada en

Fernández-Guerra del curiosísimo

retrato de Boabdil que ha motivado este librillo.

Como

en tan rancia y rica familia, atesorábanse

de antiguo en

la

del

Conde de Luque todo

linaje

de los preciados objetos y alhajas que en tales casas acostumbraba a verse, aunque hoy, arrui-

nadas por desdicha

las

más de

éstas, conser-

ven tan pocas de sus antiguas preciosidades. En los inventarios particionales,

morias que con ocasión de alcánzase

la noticia

de

las

y en algunas Aíe-

ellos se imprimieron,

muchas y

ricas pre-

7


seas que en

el

tían. Cítanse,

Conde de Luque

palacio del

exis-

en efecto, nominativamente, entre

otras, «un vaso la

98

de unicornio», «una naranja de

Pasión» y «unas bolas de marfil», que enton-

ces,

y dados

rían en

los

gustos de

mucho; un

violín

época, se estima-

la

de traza de Stradiva-

riusy numerosas alhajas de oro, plata y pedrería.

Mas donde mostraba

su abolengo y riqueza seme-

como

legítima andaluza, era en la

jante morada,

colección de pinturas que adornaban las salas y

corredores de su palacio de

la calle

de Granada. El autor de una de

morias hacíase lenguas de del

Conde de Olivares»,

de

Duquesa

la

las citadas

Me-

pintura «del caballo

la

tan maravillosamente

reproducido, que un notable pintor del tiempo,

don Fernando Marín, arrojábase a ofrecer por el

de Andalucía; no faltando notables cuadros,

y

él

mejor potro de carne y hueso que pisara tierras

el

de

las

«Once

como

el

mención de otros

la

de

la

«Cena

mil Vírgenes»,

del

aunque es cosa

de pensar en este último cómo lograría vencer título,

la

Señor»

el

pintor

natural dificultad, para cumplir con su

de encajar a todas en su lienzo ^^

Por su parte, Fernández-Guerra, adelantándose a los gustos de su época,

y

culto, era aficionado,

como

tan ilustrado

por demás, a antigüeda-


des, libros raros

de

ellas lo

tían, iba

99

y buenas pinturas, y reuniendo

que sus modestos recursos

formando en su casa un

muy

le

consen-

curioso ga-

binete con sus hallazgos ^.

Entre

cuadros que poseía

los

que figuraba

el

el

Conde de Lu-

del busto de un rey, de cobriza

tez, cabello oscuro

y

tristes ojos,

con

la

extraña

particularidad de que a su cuello se veía ceñida,

a

modo de

dogal, una recia cadena de anchos

Más de una vez

fuertes eslabones.

se en él

y alabarlo

cida por el

pinturas

Conde

como

la

retrato, a raíz de

el

debió de

y

fijar-

joven Secretario, y cono-

tanto su afición a las viejas

admiración que mostraba por

uno de

los

el

muchos y señalados

servicios que prestó a la casa, y con ocasión de

ser los días de Fernández-Guerra, dióle la agra-

dabilísima sorpresa de enviárselo a la suya, para

que en adelante fuera

la

joya inapreciable y úni-

ca de su naciente colección

"'.


II

De manera familia del

tan natural y sencilla salió de la

Conde de Luque

retrato de Boabdil

el

de Fernández-Guerra, donde

para entrar en

la

hoy todavía,

cabo de casi un

al

siglo, lo conser-

van sus herederos.

Mas

antes que pase a describirlo, a buen se-

guro que habrá de preguntarse preguntaba yo tener

la

rase en

al

comienzo: «¿Qué origen pudo

pintura y a qué causa atribuir el que figula

colección del

Conde de Luque?»

Afortunadamente para to,

y

como me

el lector,

la

autenticidad del retra-

gracias al testimonio del

famoso historiador,

tantas veces citado en estas páginas, el

Rute,

la

antigüedad de

cado y nebuloso en ricos,

los

la tabla,

Abad de

punto tan

intrin-

modernos hallazgos

aparece diáfana e innegable en

el

pictó-

retrato


101

-

de Boabdil. Describiendo, en efecto, tan diligente

y verídico cronista moro,

tal

persona y arreos del Rey

la

transcrito en las primeras

como quedó

páginas de este

libro,

con aquellas valientes pin-

celadas de su pluma diciendo que «era

moro de

el

razonable estatura... rostro alargado, moreno... etcétera», agrega las siguientes y curiosísimas palabras, que pueden estimarse

dera ejecutoria de «

como

la

autenticidad de

la

la

verdatabla:

Tal nos lo pintan muchos retratos que oy

oemos suyos en Luzena, Baena, Granada y otras partes^ •**. Uno de ellos, sin disputa, era el del

Y

Conde de Luque.

para confirmar

el

buen crédito y veracidad

de historiador tan minucioso, consta además que, en efecto, no era tampoco

único conocido has-

el

ta hace poco más de medio

siglo,

del xix, un cronista cordobés, historia de su ciudad,

1849,

y entre

la

daba

la

la

que en

Córdoba don Francisco

Díaz de Morales, única en su retrato en tabla del

clase, figuraba

un

Rey Chico de Granada, muy

curioso, cuadro que vio el

celoso de

noticia de

excelente galería de cuadros y

retratos que poseía en

pués, por

muy

pues a fines

el cronista,

aunque des-

tiempo en que escribía estas pala-

bras, ignorase su paradero.

¿Qué ha

sido de él?


¿Adonde ha la

dil,

* No tengo de

ido a esconderse?

más mínima

dado nunca

102

la

noticia,

recuerdo que se haya

ni

de otro auténtico retrato de Boab-

fuera del que adquirió Fernández-Guerra, por

no dudo en concluir que de

lo cual

tratos

que un siglo después de

la

Abad de Rute,

el

cena conoció

y cuyo neció a

Y

el

historial la

los varios re-

batalla

de Lu-

único existente,

no ofrece dudas, es

el

que perte-

casa condal de Luque.

aquí se empareja

ber: ¿a qué

la

segunda cuestión, a sa-

pudo obedecer

el

que figurase esta

tabla en la colección de aquel noble?

y

ello

lógica aún que en el anterior

Más

sencilla

extremo es

la res-

puesta a esta pregunta. Basta acudir, para dar

con

ella,

a los apellidos y abolengo del vn conde

de Luque.

Don

Cristóbal Rafael Fernández de

Córdoba y Pérez de Barradas era descendiente directo, por agnación no legítima, de

don Diego

Fernández de Córdoba, Conde de Cabra y héroe de esta

historia,

los señores

como

nieto, por línea paterna,

de Zubia y de

la

Taha de órgiva.

de

Y

por su tatarabuela doña Leonor de Morales y Fer-

nández de Córdoba, hija

ii

marquesa

mayor y sucesora en

el

del Algarinejo,

mayorazgo de

los se-

ñores de Zuheros, era descendiente legítimo y directo también de don Alonso de Córdoba, aquel


103

señor de Zuheros que, a los avisos del

de Cabra, acudió con su hueste a

Conde

la batalla

Martín González, peleando valerosamente en

y mereciendo asimismo sus cuarteles

el

galardón de añadir a

el

nuevo de

de

ella,

cabeza de Boabdil,

la

que gloriosamente ostentaron sus descendientes, entre ellos

el vii

conde de Luque

Por una u otra rama, pues, retrato no podía ser llosos

de su hazaña

más

los

*^.

procedencia del

la

natural ni lógica. Orgfu-

vencedores del Rey moro,

para conmemorarla y perpetuarla, aprovechando el

la

estancia en

los pintores

de cámara

largo cautiverio del prisionero y

Córdoba de algunos de

que habitualmente seguían

te,

la

corte del

Rey Ca-

o acaso de algún otro, local y principian-

tólico,

mandarían pintar su retrato con

tes muestras de la derrota.

Pues

si

las humillanlas

banderas

y pendones se depositaban al pie de las sepulturas de quienes en buena lid los habían ganado,

como con

los

de Boabdil ordenó

el

Conde de Ca-

bra en su testamento que se hiciese, y con los trofeos y armas se adornaban las cámaras sepulcrales,

como también dispuso respecto de

con los del Rey Chiquito celes

^",

el

suya

Alcaide de los Don-

¿qué de extraño tenía que

tos se les

la

si

daba esta gloria, tuvieran

a los muerlos vivos

y


104

sucesores suyos, en sus casas solariegas, públicos

y

visibles testimonios de sus hazañas, para glorio-

so y edificante estímulo?

más apropiado y

Y

ninguno, por cierto,

natural que la figura del vencido,

uniendo a los atributos de

la

realeza las señales

del vencimiento, y a este deseo de perpetuar su

hazaña se debe venturosamente

la

pintura del ros-

tro de Boabdil, que hoy se conoce,

primera,

No

al

si

no por vez

menos, por modo indudable y

es ésta, por otra parte,

la

fiel.

única y verosí-

En

el

inventario de los cuadros que

dejó a su muerte

la

Reina Católica hállase, en

mil conjetura.

cuarto legajo, ta

y

la

siete tablas

el

relación de una partida de trein-

y lienzos de retratos de

yes Católicos, príncipes de

su familia,

Re-

los

extranje-

ros y otros personajes ^. ¿Por qué no pudo ser

uno de

los últimos el

del

desdichado Boabdil?

¿Qué de extraño pudo tener que durante

su cau-

tiverio deseasen aquellos monarcas conocer

el

semblante de su regio prisionero, y que, para

lo-

grarlo, comisionaran a alguno

de

los

muchos

pin-

tores de su cámara?

Emparéjase asimismo esta sospecha con otra

muy

curiosa. Sabido es

Isabel, taría,

que a

la

muerte de doña

y para levantar las cargas de su testamenvendiéronse casi todos los cuadros de su


105

recámara en pública almoneda, según da costumbre de aquellos

siglos,

la

y por

invetera-

lo

tocante

a esta venta hay el dato histórico y documental de

que en

ella el

Alcaide de los Donceles compró un

cuadro que representaba a acaso la

el

único?

^^

¿Entra

culpable conjetura

ría retratos

el

tal

la

Samaritana. ¿Sería

vez en los linderos de

imaginar que

gale-

la

muerte de

la

Reina Católica,

lo

la

adquiriesen para

mencionado Alcaide, o

el

Rey Chico,

y su fami-

señor de Zuheros,

o algún otro de los concurrentes a sión del

en

el

de Boabdil, y se puso en precio a

lia el

si

de personajes extranjeros figuraba

la batalla

y

pri-

a quienes tanto interesaba,

conservándose en su casa, hasta que con los años, por herencia o donación, entrase en cendiente directo

el

la

de su des-

Conde de Luque? No me

atre-

veré a asegurarlo; mas, por ahora, quédense hechas aquí estas conjeturas, como aspiración infatigable del espíritu a una oculta verdad, y que, a

comprobarse, explicarían, naturalmente, del retrato y su paradero en

conde de Luque.

la

la

razón

colección del

vii


III

Pasemos ahora

a describirlo. Osténtase el re-

trato en una tabla alargada, de alto por 12

37

y 3 líneas de ancho, que equivalen a

X 26 centímetros,

guiendo

la

17 pulgadas de

respectivamente. Pero

tempera, no se pintó directamente sobre

a

la tabla.

Otro fué su aparejo. Asido fuertemente a la cual la

si-

técnica tradicional de los pintores

ella,

de

separa en algunas partes un ligero bom-

beado que

los distingue, adhirióse

en un principio

fuertemente un pergamino. Este, antes de pintarse,

recibió la clásica imprimación de yeso,

hoy

perfectamente visible, gracias a algunos pequeños descascarillados de sus márgenes, y, excep-

tuando

el sitio

que habían de ocupar

el

retrato y

cabellera, fué toda la extensión del cuadro dora-

da y bruñida antes que

el pincel fijase los

colores


— y

el

punzón labrara

dena. Fijóse

el

107

la

corona, las ropas y

pergamino a

la

la

ca-

medio de

tabla por

unos clavitos dorados de cabeza cuadrilonga en

forma de muletilla. Boabdil aparece en veintitantos años: los

el

tiempo de su prisión y cautiverio;

moreno y alargado,

como de

retrato joven,

mismos que debía tener

rostro es

el

proporcionada, los

la nariz

ojos verdinegros, de mirar dulce

y melancólico;

muy

un ralo bozo sombrea su boca, dejando sibles los labios, sonrosados

la

puntiaguda

das y rubíes engarzan

la rica

asienta sobre un bonetillo de ta es

oro

vi-

suavemente, y cas-

taño-oscuras y finas sobremanera son

dante cabellera y

al

la

abun-

Esmeral-

barbilla.

y dorada corona que

La jaque-

tisú verde.

de dos colores: verde, recamada de Uses de

la

una mitad, y carmesí, recamada de rosas

del propio metal, la otra; tiene

con un vivo de terciopelo,

tomado

y por

el

el

escote

lado dere-

cho bajan botones de azabache, dejando ver a través de

la

abertura en ángulo de

la

jaqueta,

tan clásica en todas las pinturas del siglo xv, la

alcandora, o camisa morisca, bordada y pespunteada de encarnado. La cadena simula el bronce, con ancha argolla

al

cuello,

de

la

que parten grue-

sos eslabones, picados unos y otros con numero-


sos puntos hechos por

108-

la

labor del punzón. El fon-

do del cuadro, muy oscuro, tachonado de oro.

La cabeza está bien plantada,

sin vacilaciones ni

timideces; su aire es severo y majestuoso, ema-

nando una impresión de dulce y melancólica

tris-

teza.

En

reverso del retrato, sobre

el

tabla mis-

la

ma, prolijamente dorada con adornos geométricos de pronunciado sabor morisco, hay pintado un rostro del Señor tal

como

lo

representan en

la

Santa Faz de Jaén, de mano antigua; pero mucho

más

posterior e inhábil que

blante del desgraciado

Cuando

Rey

la

que trazó

sem-

Chiquito.

Conde de Luque regaló

el

el

la

tabla a

don José Fernández-Guerra, no tenía marco,

o, al

menos, hoy no se conserva; y habiéndola hereda-

do sus

D. Luis y D. Aureliano,

hijos

talló

el

primero un marco dorado moderno de forma oval,

dorando y pintando con apropiados arabescos granadinos la tabla,

la

parte de cerco en que se sujetaba

en cuya cabeza y pie doró asimismo en

caracteres arábigos el

la

leyenda de los Nazarís y

nombre de Boabdil. El

de encajaba

la tabla,

interior del

marco don-

dejando todavía un mediano

hueco, fué forrado de damasco rojo, y adherida a

su fondo se

fijó

una bolsa de

fuelle,

con sus cordo-


-

109

nes trenzados, dentro de

han venido guardĂĄndose,

mentos relativos a retrato.

—

la cual

se guardaban, y

las cartas

la historia

y demĂĄs docu-

y autenticidad

del


IV

Métamenos ahora en

la

parte

más

oscura de este estudio, a saber: en ción del autor a

la

y

determina-

cuyo pincel se debiera obra tan

peregrina. Y, a la verdad, cia le

intrincada

aproximasen a

la

sosegado se nos haría

el

si

su estilo o proceden-

escuela catalana, llano y

camino, siguiendo los pa-

sos de su vigoroso historiador Sanpere y Miquel,

restaurador celosísimo de las glorias pictóricas del

Mas

Principado.

siendo nuestro retrato de

origen y asunto castellanos, hay que enfrascarse, para hacer

la luz,

fías que, sueltas

en

las

ya abundantes monogra-

y perdidas, corren por Boletines

y Revistas, apuntando aquí un

dato, dando

allí la

primera noticia de un desconocido autor, exhu-

mando documentos o subsanando parcial

errores, todo

y aisladamente; pero sin que nadie en


111

nuestra patria se haya arrojado todavía a empren-

der

el

estudio total y de conjunto que tanto ne-

cesitamos, y que

la

personalidad indiscutible de

escuela castellana, anterior

la

al

Renacimiento,

está reclamando en sus tres importantes ramas:

la

salmantina, la sevillana y la cordobesa.

Desdeñados por nuestros clásicos historiadores.

Palomino, Ceán y Ponz, los orígenes de

la

pintura primitiva nacional, relegada desdeñosa-

mente por

ellos a la despreciativa calificación

gótica, y faltos de

la

de

documentación necesaria,

nos hemos reducido durante muchos años a barajar

por todo caudal dos nombres famosos, Anto-

nio del Rincón y

Hernando Gallegos, a quienes,

gratuitamente, y a barrisco, dábamos en atribuir

cuantas pinturas viejas castellanas aparecían por tiendas de anticuarios, monasterios o catedrales.

Ha

sido menester que, rompiendo esta rutina

y dejándonos de tanteos, atacásemos

como la

él

el

asunto

lógicamente pedía, esto es, acudiendo a

investigación de nuestros archivos municipales,

de protocolos, cabildos y nobiliarios, única cantera de donde pueden salir, casi labrados e incon-

movibles, los soberbios sillares con que se ha de levantar el edificio histórico de nuestros primitivos. Así lo habían hecho en Cataluña Puiggarí

y


Sanpere, y

así lo están

otras partes

112

-

haciendo modernamente en

Gómez Moreno, Tramoyeres,

Arco,

Tormo, Gestoso, Ramírez de Areliano, Alonso Cortés, Agapito Revilla y Sentenach, obreros incansables todos ellos de esta patriótica empresa,

gloriosamente comenzada con los trabajos de

los

beneméritos Pérez Pastor y Martí y Monsó

No

era otro

el

*",

verdadero camino. Acudiendo a

los papeles viejos, sacó

Madrazo

la noticia

cuatrocientos sesenta y más cuadros que

la

de

los

Reina

Católica atesoraba en su cámara, entre los cuales,

no

aun cuando figuraban ya muchos flamencos,

faltarían

tampoco otros tantos de pintores

in-

dígenas, perdidos, por desdicha, casi totalmente.

Merced

a la investigación documental, obtuvo el

Barón de Alcahalí su lencianos. Por los

lista

de sesenta y nueve va-

mismos pasos, Puiggari y San-

pere exhuman nada menos que ciento setenta y cinco catalanes, en su mayoría desconocidos, y no

pequeño es villa

el

número de

los descubiertos

en Se-

por Gestoso, a más de los que en Córdoba

ha hallado Ramírez de Areliano, datos éstos que

demuestran de modo palpable que en

y singularmente durante

el

el siglo

xv,

reinado de los Reyes

Católicos, hubo un poderoso movimiento pictórico,

precursor del vecino Renacimiento,

el

cual


113

no será conocido hasta tanto que no acaben de desempolvarse por completo

de nuestros

duermen su sueño secular tantas

archivos, donde

y tan peregrinas

Con

los legajos

noticias.

todo eso, no basta resucitar nombres,

ni

es tampoco prudente encariñarse demasiado con

y pequeneces de la labor erudita; también los ojos de los pergalevantar que hay

las minucias

minos, para fijarlos en los cuadros; hay que asociar fechas a tablas, reconstituyendo estilos

neras, único

modo de que

la historia

y ma-

de nuestra

pintura primitiva no se convierta en la seca y árida enumeración de unas cuantas docenas de

nombres vulgares, que por

solos nada nos

dicen.

Y

aquí es donde radica la principal dificultad.

Porque

la injuria

de

los tiempos, el

mal gusto

restaurador imperante en los siglos xvii y xviii, el

salvajismo de la invasión napoleónica y sus con-

siguientes robos, nuestras guerras civiles del

si-

glo XIX y la nunca bastantemente maldecida barbarie de los expoliadores de la Desamortización, junto a

la

codicia de anticuarios

han reducido

la

y chamarileros,

riqueza artística de España a casi

una cuarta parte, singularmente en los primitivos,

y de ahí que a

lo

que atañe a

los hallazgos 8

docu-


114

-

mentales de nuestros beneméritos investigadores

responda muchas veces un marco vacío, un retablo quemado, una talla perdida,

como

si

de

la

co-

piosa hacienda que nuestros mayores nos legaron,

malbaratada torpemente, conservásemos tan sólo los inútiles títulos

de propiedad en unos pocos y

apolillados pergaminos.

Todas estas pérdidas, dolorosísimo es

decirlo,

han producido por consecuencia grandes huecos y lagunas en

la historia

las dificultades

de nuestra pintura, y de ahí

con que tropiezan nuestros mo-

dernos críticos para

la

identificación de sus hallaz-

gos y reconstitución de ahí también las

las escuelas locales;

y de

que detienen a mi pluma, novicia

y vacilante en estos achaques,

al

tratar de la pa-

ternidad artística del retrato de Boabdil.

¿A

quién atribuirlo?

Para acercarse siquiera a una conclusión

satis-

factoria, precisa que despejemos, ante todo, estas

dos incógnitas: tiempo en que se pintó, y escuela a

que pertenece.

En cuanto

a lo primero, los antecedentes histó-

ricos del cuadro,

ya relatados, no dejan lugar a

dudas: la figura de Boabdil no pudo pintarse di-

rectamente sino durante su cautiverio: ora en 1483, ora se prolongase éste hasta 1486,

como


-

115

opina algún historiador.

-

En uno u

otro caso, hubo

tiempo sobrado para componerlo: sus cortas mensiones, junto a

di-

de su factura, no

la sencillez

debieron de exigir, y no exigirían ciertamente,

más

allá

de cuatro meses para dar

fin

a tan leve

obra.

¿Hízose en Córdoba, aprovechando su estancia, en cualquiera de

las

dos jornadas ya descritas,

por alguno de los pintores de cámara que seguían la

comitiva del rey don Fernando, o trazóse en

Porcuna, sosegada y holgadamente, como opinó

Fernández-Guerra y ha repetido modernamente

un sesudo y erudito

crítico?

*^.

Sea como

sea,

que por imposible tengo el averiguarlo, lo racional es

que se pintase durante su prisión;

de Boabdil en 1483 responde zana juventud que en

el

singular coincidencia de cuello, privativa

de

edad

la

a los rasgos

de

retrato campean, la

y

lo-

la

cadena asida de su

la batalla

de Lucena, aleja

todo indicio de que quisiera representársele tarde, verbigracia, a raíz de la

más

toma de Granada.


Pintólo, pues, un artista que vivía en el reino

de Córdoba por fué?

los

años de 1483 a 1486. ¿Quién

Cuando menos,

¿a qué escuela pertenecía?

Clara, en mi entender, aparece ésta. Puestos

enfrente del cuadro, y analizándolo detenidamente,

nos encontramos con un ejemplar más, indu-

dable y definido, de

A

pesar de

la

la

escuela castellano-gótica.

firmeza con que están dibujadas las

líneas del rostro de Boabdil, lancólica

y dentro de

y noble gravedad que

la

refleja su

blante, adviértense en el retrato la dureza

gidez características de esta escuela;

la

me-

sem-

y

ri-

figura

está presentada de frente; los tonos, singularmente en las carnes, son sombríos, tostados

zos; predomina

rencia

y

el amarillo; falta

y

cobri-

aquella transpa-

libertad que dieron flamencos e Italia-


— nos a sus cuadros, y

117 la

figura carece de pers-

pectiva aérea; los ojos están iluminados con aquella

sencillez con

que Luis Borrassá trataba

los su-

yos en Cataluña; hay, en suma, un no sé qué de rudo, sobrio, seco e ingenuo en

el

conjunto de

la

pintura que se armoniza a maravilla con el adusto carácter castellano

'2;

es su autor, pues, un

oscuro artista, novato y principiante, que no ha sufrido aún influencia alguna, ni de la escuela de

Van Eyck nacimiento

ni

de

itálico;

los

traduce libremente, sión, lo

primeros alientos del Re-

pintor indígena nacional que

aunque con pobre expre-

que sus ojos castellanos ven, sin ajenas

ayudas.

No tal

es nuevo, por otra parte, en aquel tiempo,

fenómeno. Repítese en nuestro anónimo

ta el

mismo curiosísimo caso para

artis-

la historia del

pensamiento español que Sanpere notó ya en Cataluña

'••'

y Bertaux en Salamanca:

la

tradición

nacional defendiendo su independencia pictórica,

buena o mala (que eso nada importa), contra tutelas e innovaciones extranjeras. na, centro cosmopolita por su

Y

si

las

Barcelo-

comercio de tantas

razas y naciones durante los siglos xiv y xv, re-

pugna

el

entregarse, imagínese cuan dura, intran-

sigente y zahareña debió de ser esta resistencia


— al

118

píe de las fragosidades

-

y asperezas de

la

indó-

mita Sierra de Córdoba.

Y

es tanto más notable esta resistencia con

atribución del retrato de Boabdil a la

la

la

vieja escue-

cordobesa, cuanto que las modernas investiga-

ciones de los eruditos han venido a descubrir en aquella ciudad, 1480,

la

y precisamente por

los

años de

existencia de un núcleo brillantísimo de

pintores, entre cuyas filas se contaron los repre-

más notables de

sentantes

la

escuela hispano-

flamenca, con tanto brío y pujanza, que, no contentos con sembrar en

su

tierra las gallardas

muestras de su talento, quisieron asimismo enriquecer con

él

a las ajenas, y, traspasando sus

fronteras, sentaron valerosamente sus reales en el

punto de España donde más gloriosamente

flo-

recía la pintura, en Barcelona, midiendo sus pin-

celes con los expertos dias

y

los

Vergós

Con todo ligera,

sin

los

Guar-

y recordados estos hechos a

para explicar

que nació car,

eso,

y habilísimos de

•*.

el retrato

la

la

atmósfera artística en

de Boabdil, no hay que bus-

embargo, entre

los corifeos

de

la

es-

cuela cordobesa a su ignorado autor. Tanto en

Pedro de Córdoba como en Bartolomé Bermejo las influencias exóticas son visibles

y

reitera-


das,

119

y en nuestro ignoto

artista,

digámoslo de

nuevo, no se nota ninguna, fuera de aquella

in-

clinación a la sequedad bizantina, viejo legado

que a

la

pintura castellana del siglo

los siglos anteriores,

libre el

y de

la

xv dejaron

tampoco se vio

cual

mismo Pedro de Córdoba,

Descartados de plano

maestros, hay que

los

acudir a alguno de los pintores de segunda

fila,

cuyos nombres ha exhumado Ramírez de Arellano, pintores de quienes únicamente se conoce la

escueta noticia documental, sin cuadro alguno; pintores exclusivamente nacionales, continuadores de la tradición, liar

y que, por su apego

al

fami-

terruño, pudieron mantener sin violencia los

caracteres de la vieja escuela

pues, debemos otros,

el

A

**.

uno de

ellos,

que haya perdurado hasta nos-

perfectamente conservada,

la

auténtica

imagen del desdichado Boabdil. Y, en mi entender, sobre ser un artista de se-

gunda

fila,

debió de pintar

muy

poco. Todos los

pintores se repiten, ora en su estilo, ora en ni-

mios pormenores, por donde ce e identifica;

he visto que se

mas le

la crítica los

del autor de Boabdil

nada

asemeje. Ni entre los primiti-

vos de nuestro Museo del Prado, sa colección de la

recono-

ni

en

Duquesa de Parcent

la

hermo-

^'^,

ni

en


— las

120

numerosas reproducciones de primitivos que

pululan por Historias y Boletines, en parte algu-

na he hallado cuadro o retrato que apunte su her-

mandad

A

artística

con

el

nuestro.

su vista, hay que descartar asimismo los

nombres famosos y tradicionales de

la

pintura

castellana. Ni participa el retrato del áspero rea-

lismo de Gallegos, del Rincón finir

su

del asendereado Antonio

ni

conservamos obras bastantes para de-

estilo,

estando todavía por identificar,

primero, su personalidad pictórica *\

ni la

ampli-

tud y desembarazo de Pedro de Aponte encajan

en

rigidez de la figura

la

""*,

ni

las

influencias

eyckianas en Sánchez de Castro se muestran en esta tabla. Pero

el

que no sea uno de

ellos,

nada

dice en contrario. Ni el arte procede por saltos, ni

las

escuelas artísticas son

únicamente alzan su copa

las

desiertos donde

contadas palmeras

de unos breves oasis: nada hay más armónico, trabado y unido que plica

el

arte mismo,

y

así se ex-

que junto a Pedro de Córdoba o Bartolomé

Bermejo levanten hoy tímidamente su cabeza, entre los

mamotretos de

de escasa

talla,

los archivos, otros pintores

como Bartolomé y Juan

Ruiz, Pe-

dro García, Andrés Martínez, Juan de Córdoba,

Pedro de Guadalajara, Pedro Romana y otros

*•,


-

121

de quienes, a excepción del último, no ha llegado a nosotros obra ninguna, conservándose tan sólo

su noticia documental; pero que, entre todos, con-

firman

certidumbre del brío y brillantez que

la

alcanzó

la

escuela cordobesa por los tiempos en

que perennemente se

Rey

fijaba la

vera efigies del

Chiquito.

Asóciese este florecimiento a

la

emancipación

individual del retrato, que, saliéndose del papel

secundario que jugaba en los retablos, comienza por entonces a cobrar independencia y señorío, imitando los ejemplos que venían de Flandes y de Italia ^^,

y se tendrá asimismo lógicamente ex-

plicada su aparición.

En suma, una

incógnita más, con

la

cual brindo

a los investigadores cordobeses: la averiguación del

nombre

del autor de este retrato, al

que en-

tretanto podríamos dar estimable cabida en nuestras historias

Maestro de

y diccionarios con el Boabdií.

el título

de El


VI

No

basta, sin embargo, cuando se trata de un

hallazgo de esta cuantía, ni

para

el lector

ni

para

la crítica

descontentadizo,

la

severa

autenticidad

histórica de la tabla; es menester, además,

bar cumplidamente

la pictórica,

su análisis minucioso, labor a

cabo con

la

la

pro-

arrancándola de

que espero dar

más concisa brevedad que consiga mi

pluma.

Que

la

pintura es antigua

y no se

trata

de una

superchería más, sobre las muchas a que tan acos-

tumbrados nos tiene

la

chamarilería andante,

la

reconstitución de su pasado, hecha en los anteriores capítulos, pruébalo debidamente, alejando

toda sospecha. Conocemos su historia como asunto desde hace trescientos años, la existencia

No

y singularmente

de esta tabla desde cerca de ciento.

cabe, pues,

el

engaño.


— Pero (objetará

el

123

pudo pintarse más

lector)

tarde, durante el siglo xvi, para la vanidosa satisfacción de alguno de los descendientes de cual-

quier héroe de

entonces

la

la batalla

de Lucena, y no ser

auténtica semblanza del

rostro de

Boaddil, sino una caprichosa figura, pintada con-

vencionalmente, de memoria y

ad

libitum.

Lejos de eso, todas las circunstancias, tanto externas

como indumentales, que

asisten en el cua-

dro, demuestran que, indudablemente, fué pinta-

do a fines del siglo xv. Dícelo primeramente clase de pintura, pintura

al

la

temple, forma tradi-

cional de nuestros artistas del siglo xv, tradicional aún en Andalucía,

según

y más

expreso y

el

autorizado testimonio de Francisco Pacheco

****,

sabiéndose por otros que sólo por raras excepciones se admitía

el óleo.

del cuadro, con su

Dícelo asimismo

pergamino adherido e imprima-

ción de sutil estuco, aparejo

de

las pinturas del

como en Aragón

aparejo

el

mismo

común a

siglo, tanto

la

mayoría

en Castilla

^^\ dícelo, por último, el carac-

terístico estofado del

fondo de

la tabla,

cuya sen-

y pobreza, exentas de adornos, contrastan con el lujo y profusión de palmas, relieves y dicillez

bujos que decoraban las tablas catalanas.

Acudamos

a otros detalles,

y singularmente

a


que rara vez engañan. Ofré-

los indumentarios,

cese

la

-

124

jaqueta de Boabdil entreabierta, conforme

uso de entonces, pormenor familiarísimo a mul-

al

titud de cuadros de aquella centuria; el bonetillo

que cubre su cabeza,

así

como

la

forma del pei-

nado, son clásicos también, viéndose reproducido el

segundo en

el

retrato del

tro

Museo; y en cuanto a

ma

traza

y dibujo que

Rey Católico de nuescorona, es de

la

las

que ostentan

la

mis-

los perso-

najes reales en las monedas, en los cuadros, en las estatuas yacentes,

en suma, en todas

táneas representaciones externas de

Nótese asimismo

la

estructura de

las coe*<^.

la

realeza

la

argolla y la

cadena, cuyos eslabones son en un todo parejos a los

que todavía cuelgan de

los

muros exteriores

de San Juan de los Reyes de Toledo, eslabones,

como

los cuales

es bien sabido, proceden en gran

parte de las cadenas de los cautivos cristianos que hallaron su libertad a raíz del tratado por virtud del cual

asimismo recobró

la

suya Boabdil.

Sobre estas coincidencias, acumúlanse otras de carácter

más

singular, que abonan la autenticidad

histórico-artística

cómo debió de do a en

los detalles

el retrato.

del cuadro,

y que confirman

pintarse a la vista del modelo; alu-

Es

de ropería árabe que concurren el

primero

la

alcandora o camisa


-

morisca,

común

125

a hombres y mujeres, y que entre

ellos usábase con los cabezones labrados en sedas

de colores o con oro y aljófares treabierta

*'^,

jaqueta deja visible en

Boabdil, adivinándose en

su alcandora

el

el

y que el

la en-

busto de

pespunteado rojo de

deseo del incógnito artista de

reproducir este necesario pormenor para alcanzar

la

propiedad que pedía

la fiel

representación

de su modelo.

Más característico aún es el segundo. Sabemos, por el testimonio de Aben Jaldún y de otros historiadores musulmanes, que entre las prácticas recibidas en sus Imperios de Oriente y de Occi-

dente para realzar

el brillo

de

la

Califas o Sultanes, existía desde

España acaso desde jer

en

los reinos

soberanía en sus

muy

de

las vestiduras exteriores

antiguo (en

taifa) la

de

te-

destinadas a los

príncipes ciertas inscripciones o dibujos, repro-

duciendo su nombre o

las divisas

de sus casas,

las

cuales se tramaban con la tela misma de seda o

brocado, por medio de hilos de oro u otro hilo diferente por su color de aquel que formaba el

fondo de

la tela.

Estas vestiduras, llamadas en

Oriente hollas y en España Ubis, eran como

emblema de

la

el

dignidad real, y se tejían en unos

telares especiales, encerrados en el interior de los


— palacios de los Califas,

-

126

y que, a causa

del

nombre

arábigo del bordado dibujo o taracea, llamábanse

pabellones del tiraz

Conocedor

el

^^.

puntual retratista de Boabdil de

esta morisca costumbre (cosa nada extraña por las

frecuentes e íntimas relaciones que entre cristia-

nos y granadinos fronterizos había entonces),

y para dar más exactitud a su personaje, tiólo

de

jaqueta, en

la

la cual,

res árabes, que ignoraría,

sembró

un lado, y pequeñas rosas en

mente dispuestas

al

revis-

a falta de caracteflores

de

en

lis

geométrica-

el otro,

gusto árabe, imitando

la ta-

racea clásica de los Ubis, que casi seguramente tendría delante de los ojos, en las vestiduras reales

que

de

las

el

mísero Boabdil llevaba en

la batalla,

y

que fué despojado por uno de sus aprehen-

sores, el joven Alcaide de los Donceles.

Concurriendo, pues, como concurren en trato de Boabdil, estos inconfundibles

el

re-

y preciosos

pormenores, tan fáciles de imitar en 1483, tenien-

do todavía ejemplos a

la vista,

¿cabe presumir

ni

imaginar siquiera que se pintasen años más tarde,

cuando por

la

tre los moros, los

desaparición de la dignidad real en-

agravada por

los

severos bandos de

Reyes Católicos prohibiendo a

los

moriscos

el

uso de sus trajes, tenían que faltar forzosamente


al

127

-

pintor los necesarios modelos de esta inconfun-

dible

y morisca vestimenta? No, ciertamente, y

su misma concurrencia en

el retrato

abona con valentísima certidumbre autenticidad, tanto histórica

que puede hacer gala.

como

de Boabdil la

coetánea

artística,

de


VII

Hora es ya de acercarse

a!

fin

estudio; mas, antes de acabarlo,

de este prolijo

me

permitirá

el

amable lector que dedique unas breves líneas a ciertos puntos que, ora inmediata, ora mediata-

mente, se relacionan con nuestra tabla.

No

fué

el

retrato de Boabdil la única manifes-

tación artística que nos legó la batalla de Lucena.

También

la

gloriosa cerámica sevillana

tributo

y perpetuó

llísima

de sus

la

alfares.

pagó su

hazaña con una muestra be-

Cumpliendo con

la

costum-

bre tan generalizada en Andalucía por aquellos

tiempos de colocar en los centros de los tableros

de

los zócalos,

o como remate o crestería de

las

puertas, en los palacios señoriales, azulejos o lo-

setas con los escudos de sus linajes, fabricáronse

en

el siglo xvi,

y consérvanse todavía, algunos



-Mti^i; v^ 4 b*i i#m\' 1

HUÍ

ESCUDO DE LA CASA DE CABRA AZULEJOS 5RVILLANOS DEL SIGLO

XVI.


— azulejos nobiliarios de

129 la

casa de Cabra que osten-

tan el nuevo blasón concedido a su insigne caudillo

por los Reyes Católicos. Son ya rarísimos, y

por su mérito y escasez aprécianlos mucho los aficionados.

En

lo

que

mí toca, conozco sola-

a

mente dos: uno existente en ción del J.

muy

magnífica colec-

la

entendido arqueólogo don Guillermo

de Osma, y otro que, procedente del

Baena, poseen asimismo

los

castillo

de

herederos de Fernán-

dez-Guerra, por fino obsequio que de ellos hizo a

don Aureliano, hace más de treinta años, orientalista

Forman los

el

llamados de ladrillo por tabla, y en

vierte, se

sabio

escudo dos azulejos rectangulares de

por excepción rarísima que en

ven unidos

muy pocos

uno 28

X

capital

como

ellos,

se ad-

dos procedimientos de

los

cuenca o bajo-relieve y relieve

tal

el

don Leopoldo Eguílaz y Yanguas.

Mide cada

alto.

13 centímetros, y tanto la inscripción los cuarteles

como se advierten en

y banderas

la

del escudo,

adjunta lámina, están

vivamente coloridos y esmaltados.

De

las veinti-

dós banderas, esmaltadas todas, ocho son amarillas,

siete azules

y siete verdes, color que rara-

mente se usaba en dorado, por

la

o sea de teñir

los azulejos

juntamente con

el

cualidad que tiene de albaazar, los fondos blancos

con

los

vapores 9


— que en

la

130

cocción se desprenden del cobre, como,

en efecto, se nota en

los

contornos de algunas de

las

banderas de estos azulejos. En

los

Córdobas, seis de

las

los cuarteles

de

barras están doradas con

esmalte melado cobrizo, así como los cantillos de

y ventanas, que

los Carrillos, salvo sus puertas

son azules; y, en cambio, los

la

corona,

mismos rasgos fisonómicos de

la

Boabdil están lineados con un dorado

y

brillante.

letras

bra:

Sobre

el

de azul claro

Sine

i'pso

cadena y

cabeza de

la

muy

fino

escudo campea en hermosas la

leyenda del Conde de Ca-

factum est

nihil. El

fondo es

blanco, ligeramente teñido de rosa, y en su conjunto,

muy animado y

vistoso por

la

variedad y

alegría de los colores, parece obra de alguno de los

maestros olleros sevillanos de

segunda mi-

la

tad del siglo XVI, aunque, siguiendo su tradicional costumbre,

no contengan estos azulejos firma

ni indicación alguna por las cuales se pueda venir

en conocimiento del alfarero que

los hizo ^^.

¿Existe alguna analogía entre

el

retrato de

Boabdil y los de los diez personajes moros de

llamada Sala de Justicia de

la

Alhambra? Pocas

obras de arte han merecido en España

y estudio que

la

la

atención

estas famosas pinturas, y pocas


~

131

también habrán originado tan empeñadas y no concluidas controversias entre críticos e historiadores, sin que hasta hoy hayan logrado ponerse

de acuerdo, finitivo, ni

sobre

el

pronunciado

ni

sobre su asunto,

la crítica

ni

su fallo de-

sobre su época,

pincel que las compuso.

Para unos,

ni

re-

presentan los diez Reyes Nazarís desde Moha-

med V

hasta Abul-Hacen, padre de Boabdil; para

moros principales de su

otros, son diez

Mexuaro

Consejo; cuáles opinan que se deben a una mano

musulmana y cuáles

contradicen, atribuyén-

lo

dolas a un pintor cristiano, para unos italiano y

español para otros; y, en

fin,

poen que se pintaron existe

hasta sobre el

el

tiem-

desacuerdo, me-

diando nada menos que todo un siglo (del xiv al

xv) entre

las opiniones

Aun aproximándolas

de ambos bandos

i"'.

a los tiempos de Boabdil,

es indudable, y por todos reconocido, pues reina

en este punto

más perfecta unanimidad, que

la

entre los diez graves y solemnes personajes, figura Boabdil retrato.

,

ni

Hay una

puede buscarse entre circunstancia,

sí,

muy

ni

ellos su

curiosa,

que empareja estas pinturas con nuestra tabla y robustece su antigüedad: los accidentes externos

son idénticos en una y otra obra.

Como

en

el

retrato de Eoabdil, pintáronse los de estos die


-

132

moros sobre pergaminos de

pieles curtidas de

animales, pergaminos que se cosieron juntamente, sufriendo

luego

la

tradicional imprimación de

estuco destinada a recibir

la

pintura, y claván-

dose, por último, sobre las bóvedas de madera de

Sala de Justicia, donde se han conservado.

la

Pero, fuera de esta circunstancia, común a

ma-

la

yoría de las pinturas de aquel tiempo, y que, a no ser por

analogía de asuntos,

la

siquiera, del doble color de

la

ni

advertiríamos

jaqueta del retra-

que asimismo se observa en

to, dualidad

Iotas

que visten

de

Alhambra, y de que en ambas obras

la

o pergamino se

los personajes

fijó a

la

las

mar-

de estas pinturas el

cuero

madera por medio de

unos clavitos de cabeza cuadrilonga en forma de muleta, no cabe establecer otras analogías o se-

mejanzas

^'^.

Dediquemos, por último, cuatro palabras a retratos que hasta ahora han venido pasando

los

como

legítimas reproducciones del rostro de Boabdil.

En una de neralife de

las salas laterales del palacio del

Granada, y entre

la

Ge-

galería de re-

tratos de la familia árabe-cristiana poseedora un

tiempo del

edificio, los

Granadas- Venegas, seña-

lado con el núm. 11, muéstrase por guías y ci-

ceroni a curiosos y viajeros, como auténtico re-


— trato del

Rey

Chico,

133

de un moro de alargado

el

semblante e inexpresivos ojos, de negra barba y cabellera, cuyas crenchas le caen hasta los

bros,

y tocado con

del siglo XV.

hom-

y puntiagudo bonetillo

el alto

Don Aureliano Fernández-Guerra

opinó en su tiempo que este cuadro representaba a

Aben-Hud,

rival

del primer

Rey Alhamar, y

fundador del linaje de los Granadas, timaríamos inapelable

si

fallo

que es-

pasara por bueno

el le-

trero que en la parte superior del cuadro reza

esta leyenda:

Córdoba y de

«Abed Hud, Rey de Granada y Pero demás de Andalucía» *"'"*.

lo

cuantos escritores se han ocupado modernamente del real palacio contradicen a

reputándola errónea.

De

una esta creencia,

todos modos, su atribu-

ción a Boabdil es caprichosa y gratuita, no ha-

biéndola prohijado tampoco en nuestros días nin-

gún

crítico serio,

pues tanto por

la

factura del

cuadro como por los antecedentes históricos de galería donde figura,

glo XV, sino

muy

parece obra, no del

posterior, acaso de fines del

glo XVI!, de cuya época son asimismo

la

la sisi-

mayoría

de las pinturas familiares de esta colección.

Menos fundamento aún

tiene para mí la atribu-

ción que modernamente se trato conservado en el

le

Museo

ha hecho de un reprovincial de San-


ta

134

Cruz de Tenerife, según

noticia

que publicó

el

infatigable cronista granadino don Francisco de

en su revista

P. Valladar,

La Alhambra

"". El

cuadro representa a un adolescente, como de

doce años, que está en

en actitud humilde,

pie,

cerrados los ojos y cruzadas las manos. Viste un traje a lo turco

o persa: ropón largo hasta abajo,

de anchas mangas y puños,

al

parecer, de tercio-

pelo,

y jaqueta cerrada con largas y transversales

filas

de botones. La cabeza está tocada con

la

imana o turbante turco, listado a trechos, con adorno de pedrería. Del rico broche sale erguido el

lucido plumaje del paraíso. Ateniéndose a la fo-

tografía, nada

hay en

el

cuadro que parezca del

siglo xv: ni la actitud del adolescente, ni las

neas de su rostro, dro; parece

muy

ni el traje, ni el

fondo del cua-

posterior, acaso del siglo xvii,

y, en mi opinión, representa el retrato del

de algún sultán, compañero de mejantes que por mis ojos pla en el maravilloso

en

el

Museo de

lí-

vi

los

hijo

se-

en Constantino-

Tesoro de

los Jenízaros.

muchos

los

La

Sultanes y sola

compa-

ración entre la imana que ciñe su cabeza, cerra-

da toda, y

el

reles, bastan

almaizar morisco, de flotantes cai-

para pronunciarse en este sentido;

como tampoco guarda analogía

el

ropón turco


de este retrato con

135 la

marlota clásica árabe-

española.

Fuera, pues, de estas dos gratuitas afirmaciones, no conozco ningún retrato de Boabdil sino

que al

el

que ha originado este

librillo ^'^

De

Abad de Rute, algunos más

fidelísimo

creer debie-

ron de pintarse, copiados acaso del nuestro, y en

su tiempo adornarían cuadras y estancias en los viejos palacios andaluces.

vez más con

consumió su tente, para

El tiempo, cruel una

las glorias tradicionales españolas,

noticia,

dejándonos tan sólo subsis-

más mérito y valor suyo,

y curiosísimo que perteneció a

la

el

auténtico

galería del sép-

timo Conde de Luque.

Más de una

vez, cuando trazaba

la

obrita

ahora fenece, teniéndolo ante mi vista en

la

que

quie-

tud y silencio de mi despacho, envuelto en

la

suave penumbra de aquellas melancólicas horas del crepúsculo

que convidan a

ensueño, vaga

la

leyendo en

la

las tristes líneas del

moro su agitado

meditación y

al

pluma, semicerrados los ojos o

vivir

semblante del

y su suerte infortunada,

parecióme que, ora fuese mentirosa ilusión de mis sentidos, ora quimérica esperanza nacida de mis deseos, huía de mis ojos

el

retrato,

y que,


-

136

-

por su libre albedrío o por inspirada gestión de quien podría hacerlo, iba a colgarse solo,

en su más apropiado paradero, de uno de

como

los

ma-

Leones de

ravillosos ajimeces del Patio de los

la

Alhambra.

Y

que, cuando las sombras de

dían calladamente su recinto, y

noche inva-

la la

pálida luz de

errabundas comunicaban misteriosa

las estrellas

poesía a aquel bellísimo lugar, donde se encierra tanta,

como evocados por

los tétricos conjuros

de

un alfaquí moro, en sus corredores, en sus alhe-

mas, en sus

patios

y

salas,

comenzaban

sombras y espectros, lentamente

al

a bullir

comienzo, y

en agitado y sordo vértigo después.

Y

que,

al

eco de

la

zambra, con férreo rechinar

de alfanjes y gumías, asomaban sus rostros cetrinos si

y azorados Gómeles y Abencerrajes, cual

en ellos se volviese a ejecutar de nuevo

tanza terrible.

E

imaginé percibir que en

moso cuadro, y por gromante moro, dil

las líneas del

la

venas, y, vuelto a taban,

ma-

el fa-

las artes recónditas del ni-

semblante de Boab-

comenzaban a perder rigidez y

naba a circular

la

tiesura, tor-

ardiente sangre por las heladas la vida,

de sus negros ojos bro-

más amargas que nunca, lágrimas de dolor

mezclado con rabioso despecho. Y, en

fin,

que, en


137

medio de este ensueño, y entre roso son de

la

el

vago y rumo-

pelea, dominándola toda, oíanse

dos voces: una, áspera, colérica, imperativa, del viejo la cual

Muley Hacen, padre

del

Rey Chico;

parecía oponerse con firmeza, que,

la

a

más

que de mujer, creyérase salida del pecho de un varón fuerte, otra persistente y aguda, voz en

la

cual vibraban los tonos y matices de aquella mis-

ma

que, en

el fin

de un reinado, una

ñana, había de exclamar desde dul, dirigiéndose a Boabdil, el bí,

el

triste

ma-

Viso del Pa-

mísero rey Zogoy-

con despreciativo apostrofe: iLlora, llora

como mujer

lo

que no supiste defender como

hombre

»

FIN



NnTA

s



A

de no caer en

fin

algunos por

la

la

censura en que incurrí para

excesiva abundancia de notas y

madas en otro de mis

libros,

donde gocen

carlas del texto, trayéndolas aparte, ellas

de más libertad y holgura y

bierto de mis críticos.

Porque en todos

tla-

en éste he preferido sa-

Pero

me vea yo a

sin omitirlas

los trabajos históricos,

cu-

por eso.

cuantas

afir-

maciones se hagan tendrán forzosamente que basarse en uno de estos dos fundamentos: o en

de autoridad, o en

aun

el

el

mismo primero, que ahorra toda

faltarme a mí, cuando se trata de relación de hechos no basta por

como

está su intervención

de

fuentes acumuladas.

las

Amén de del

mío

la

pura y simple

sí solo,

juicio

reducida

y prudente uso

cuerpo principal de

cimientos y pilares que

ro es que cuanto

mayor

al

la

nota, sobre

estas razones, en los estudios del linaje

las notas sirven al

como de

el criterio

dato documental y escrito, y

la

más hondos y robustos

solidez y permanencia que

resto del edificio. Acaso,

la

obra

sostienen, y cla-

sean, será

comuniquen

al

como en todo monumento.


142

convendrá enterrarlos y obscurecerlos para no afear la

presencia de éste

ni

descomponer su ornato, y eso

mismo he querido hacer yo ahora, dejando

el

texto

limpio y desnudo de enojosas notas que interrumpan al

curioso lector en su fácil lectura, sin perjuicio de

que

crítico erudito

el

compruebe con su

calicata,

em-

en los susodichos cimientos,

si

los materiales

pleados fueron de buena ley y

la

obra sólida y ma-

ciza, y

no de pacotilla

engañosa

la

nales, con que. a falta

siempre construir mis

Como

los

primeros y chapucera y

segunda. Honradez, y probidad profesio-

de

títulos

mejores, procuraré

libros.

cabecera ahora de estas notas, y a

modo de

reseña bibliográfica que aligere las sucesivas de una

desordenada enumeración, describiré aquí concisa-

mente la

las

fuentes históricas de que

composición de este

Sobre

do de

los

las crónicas

me he

valido para

librillo.

impresas y coetáneas del reina-

Reyes Católicos, tan conocidas, como

de Hernando del Pulgar,

el

Cura de

las

los Palacios,

Marineo Sículo, Pedro Martyr de Anglería, y Alonso de Palencia, proseguidas en los siglos xvi y xvii por los Anales de Zurita, las historias de Mariana, Salazar de Mendoza, Pedraza. Mármol Carvajal, Garibay, Bleda y otros, alegadas todas ellas en las

monografías modernas que se irán citando, seis han sido las relaciones manuscritas, coetáneas o posterio-

res a

la batalla,

en que he asentado mi narración:


143

-

A) La Prisión del Rey Chico de Granada..., lato que por todas las trazas parece escrito

re-

muy

poco después de acaecida, y del cual conozco cuatro copias, dos entre los manuscritos

demia de

la Historia, utilizadas

tara (E.) para las

la

de

Real Aca-

la

por Lafuente Alcán-

impresión que de

la

misma hizo en

Relaciones de algunos sucesos de los últimos

tiempos del Reino de Granada, Madrid, 1868 (Bibliófilos Españoles), otra inserta

Historia general de la

íntegramente en

de sus nobdissimas familias, (Bib. R. Acad. de Hi8t., Salazar.,

y

sigs.)

Mss: 12-H-ll y

12;

parte

II,

fols.

la

876

y una cuarta que poseyó D. Aureliano Fer-

nández-Guerra y que tengo a siglo XVII,

en

la cual, al folio

esta curiosa e inédita «Nota.

de acaba tiene,

la

muy leal ciudad de Córdoba y

[el

A

la vista,

letra del

corta distancia don-

manuscrito original] en

aunque desgastado

de

28 y postrero, léese

del tiempo,

la

misma

llana,

un letrero que

parece decía Fernando Pulgar, de letras encarnadas,

y en

la

hoja de enfrente, lo siguiente: «Dio

»en merced

»Doña

Rey nuestro Don Fernando

el

Isabel

e

ademas la

Reym

una merced que de aqui adelante llama-

»sen e digesen a Diego Fernandez de Córdoba Al-

»cayde de los Donceles sobrino del Conde de Cabra

»Don Diego como se llaman »des en Castilla e de ello

»Como

lo escribe

le

e son llamados los gran-

hicieron carta de merced.

Alfonso de Falencia en

»de los Reyes Católicos

Don Fernando

e

la

Crónica

Doña

Isabel


144

como presente a

«nuestros SS- e díolo

•Alfonso de Falencia». Creo errónea paternidad de esta relación

la

al

la

la

merced.

atribución de

cronista

Pul(;ar,

pues, a ser suya, no hubiera dejado de incluirla ínte-

gra en su conocida obra. Para mí, debió de escribirla algún sujeto afecto a

la

casa del

muy poco tiempo después de

Conde de Cabra,

librada la batalla, re-

cogiendo de labios de los mismos concurrentes a

ella

pormenores y detalles que en ninguna otra se

los

encuentran, y que tampoco, a no ser

así,

se explica-

rían.

B) Las llamadas Relaciones de Hernando de baeza, escritas, a lo que de su lectura se colige, a principios del siglo XVI, muerta ya la Reina Católica,

pero viviendo aún muchos de los testigos presenciade

les res,

la

batalla,

muy

ricas asimismo en

pormeno-

que parecen también recogidos personalmente en

aquella tierra, e incluidas por Lafuente Alcántara

en

el

volumen citado de

los Bibliófilos,

no sin que,

en estos años últimos, se haya dudado por algunos escritores de su autenticidad, creyéndolas apócrifas,

sospecha que se ha lanzado de ligero y

sin aportar

pruebas eficaces que nos hagan desconfiar de su valía.

*

* Sobre Hernando de Baeza léese una cita expresa en la correspondencia de la Reina Católica con Fray Hernando de Talavera, dato que, desde que lo notó Clemencín, nadie ha repetido, siendo, como es, muy interesante para este punto. (Véase Memorias de la R. Academia de la Historia. VI, 378.)


145

-

C) La Relación árabe, anónima y manuscrita, que el orientalista

alemán Marc Joseph Müller halló en y que, en unión de

la Biblioteca Escurialense,

tada de Baeza, publicó en 1863 bajo este

la ci-

título:

Die

letzten zeiten vori Grí2/iflí/a...München-Christian Kaiser, 1863.

D) Una Historia manuscrita de he alcanzado a ver, por no en Madrid,

ni

lograr que

Lucena, pero de

la cual

me

la batalla,

existir copias la

que no de

ella

proporcionaran de

corrían algunas copias por

su tierra a fines del siglo xviu: una de ellas (sa-

cada en 1670 del original antiguo)

la

poseían por

entonces, entre otros papeles de su familia, las se-

D"

María y D." Teresa de Cuenca Hurtado.

Trae esta

noticia el infatigable y desaliñado defen-

ñoras

sor de las glorias de Lucena, D. Fernando Ramí-

rez de Luque, quien en todos sus escritos se apro-

vechó de esta Historia manuscrita y singularmente en su Lucena desagraviada... (Córdoba, 1782, página 16.)

E) La Información prisión del

testifical

Rey Chico, que

de lo ocurrido en la

treinta y seis

años des-

pués de acaecida se abrió en Lucena, a pedimento de Bartolomé Hurtado,

hijo del

Martín aprehensor

de Boabdil, por Jorge de Ángulo, Alcayde y Justicia

mayor de su

fortaleza, en los días 17 a 20 de octubre

de 1520, ante Alfonso Pérez de Mercado, escribano público de la

villa.

Sacáronse del original

seis copias 10


146

-

testimoniadas, que, rodando por las pliMMt de loft escritores, vinieron a

sembrar más aún

la

confusión y

discordia entre lucentinos y baenenses en

punto de

la prisión del

el

la

vidrioso

Rey, Es documento

muy

in-

teresante, pero del cual hay que servirse con cautela,

por estar dictado todo

cal,

él

por

el

amor propio

lo-

tan patrañero siempre.

F) Una nueva Información, abierta sesenta aflos

después de en

la anterior,

y un siglo casi de

la batalla,

mismo Lucena, a pedimento de Alonso Hernán-

el

dez, biznieto de Martín, en los

meses de noviembre

y diciembre de 1579 y enero de 1580, por Pedro González de Medina, Alcalde Mayor de Lucena, ante Juan del Espino, escribano de se

de

la

cual

sacaron varias copias, utilizadas asimismo por

los contendientes. rés;

ella,

Es asimismo documento de

inte-

pero su mismo alejamiento del tiempo en que

ocurrieron los sucesos que atestigua obliga a extre-

mar en

ella la cautela

De todas estas

recomendada para

fuentes, y de alguna

la anterior.

más que no ha

llegado a nosotros (como una Relación de los Archi-

vos de Luque, con una Historia manuscrita, de aquel tiempo (siglo xv), de los hechos del Conde de Cabra), sirvióse el doctísimo D. Francisco

doba,

Fernández de Cór-

Abad de Rute y Racionero de

de aquella Catedral, en

la relación

la

de

cluida en su valiosísima Historia de la

Santa Iglesia la batalla in-

Casa de Cór-

doba, manuscrito en folio que se custodia en nuestra


147

Biblioteca Nacional (Sección de Mss., núm. 3.271) y

que escrita hace tres

siglos, hacia 1618, está

aguar-

dando todavía una mano piadosa (que bien pudiera ser la de los dormidos Bibliófilos Andaluces) que la

saque a

luz,

como merece.

Fué su autor

hijo natural

Córdoba, señor de dó

el

la

de D. Luis Fernández de

Zubia, a quien su siglo apelli-

Bárbaro, porque, desempeñando

corregi-

el

miento de Toledo, condenó a muerte a su único hijo legítimo y sucesor de su casa por haber muerto en

desafío a un caballero toledano (aunque algunos opi-

nan que

condenado fué nuestro Abad, entonces

el

mozo), sentencia que no llegó a ejecutarse porque piedad de Felipe

alma

el

de

II

indultó al reo.

los nobles

la

¡Qué temple de

de antaño! (Vid. Béthencourt,

Historia genealógica y heráldica de la Monarquía

No

española...,

tomo

biógrafos

fecha de su nacimiento; pero consta,

la

la

xii,

págs. 160-164.)

de su muerte, que ocurrió en Rute a 26 de

1626. (Vid.

Gómez Bravo, Catálogo de

de Córdoba. Córdoba, 1778, tomo a

dicen sus

mano

el

ii,

la

sí,

de

los Obispos

pág. 608.)

Abad de Rute para componer su

como descendiente de

julio

Tuvo

historia,

casa de Cabra, cuantas

y documentos coetáneos y la misma puntillosa cues-

relaciones, informaciones existían sobre la batalla; tión entre

Lucena y Baena, extendida a

vas casas señoriales de una y otra, nerse más concienzudamente en

las respecti-

le

hizo dete-

la relación

de

ella,


— protestando de

con que

la

148

imparcialidad y desapasionamicnto

con estas vehementes palabras:

la escribía

«Referirela de la suerte que la hallo escrita en auto-

res graves y relaciones fidedignas manuscriptas y

una en particular del archivo de

los

Señores de Lu-

Condes oy, y que como de Casa diversa parece que no se inclinaría a fauorecer más a la de Vaena

que,

que a

la

de Luzena,

tán opuestas entro

ni sí

por

el

contrario, en lo que es-

las pretensiones

punto fuera de los límites de quitando a ninguno,

de de Cabra...»

la

cogió,

como

Rey Chico

un

lleva

verdad, o dando o

sangre que tengo del Con-

(fol. 311);

nes que repitió de nuevo la prisión del

la

Y

de ambas.

hago testigo Al que nada ignora no me

nobles y sinceras razo-

al llegar

(fol. 319),

a

la

materia de

para

la cual

re-

historiador celoso, cuantos testimonios

podían alegar uno u otro lugar en pro de su causa.

Esto hizo que fuera su

libro fuente copiosa

agotada donde han venido a beber todos riadores modernos de

la prisión

do algunos pormenores muy

y no

los histo-

de Boabdil, toman-

significativos,

porme-

nores que de unos a otros libros han venido corriendo, pero desdeñando lo principal.

De

aquí que,

sobre las relaciones manuscritas y crónicas generales ya citadas,

me haya

servido principalmente

del puntualísimo Abad, a quien

— como tengo dicho

sigo literalmente en bastantes pasajes del presente estudio.


— A

149

estas fuentes principales pueden agregarse otras

secundarias, que se irán citando en sus lugares respectivos.

El

1

doba

Abad de Rute: Historia de

(op.

cit., fol.

32).

Sobre

la

Casa de Cór-

las puertas

de Granada

véase a Bermúdez de Pedraza: Antigüedad y excelencias de Granada. Madrid, 1608, fols. 10-1

1

,

y a

Sí-

monet, Descripción del reino de Granada, Madrid, 1860, págs. 55-56.

Argote de Molina en su Nobleza

del Andalucía (Sevilla, 1588,

de

fundación del linaje de los Alhamares y de

la

significación

«De

100 vto.), hablando

fol.

de su

la cual trato

la

la prisión del

la

escribe estas palabras:

en particular en

no de Córdoba, en que en

divisa,

la historia del

Rei-

declaración de los pendones

Rey Chico se ganaron.» Con

esta noticia y la que Gallardo dejó entre sus papeles

(Ensayo,

I,

col. 281),

de hallarse, aunque desleída

después por otra mano, esta Historia de Córdoba entre los manuscritos de Salazar, dime a buscar en la

Biblioteca de la Real

Academia de

la

donde paran, y con ayuda de su excelente

Historia jefe

y mi

amigo D. José Gómez Centurión, esta continuación de

la

Nobleza, siendo estériles nuestros esfuerzos.

Acaso la

la

mano que pudo

Nobleza fué

la

del

desleír esta continuación de

Doctor Andrés de Morales en

su citada Historia general de la

muy

leal

ciudad de


150

Córdoba y de sus nobilísimas crita se halla

Pero,

familias, que manus-

asimismo entre los papeles de Salazar.

describir la batalla de Lacena, se limita a tras»

al

ladar íntegramente la Prisión del

Rey Chico de Gra-

nada, como ya he dicho, sin que agregue noticia nue-

va alguna sobre rastrear

el

los

pendones y banderas, por donde

pecaminoso desleimiento a que aludía Ga-

llardo. Sensible,

en verdad, es

la

pérdida de esta

obra de Argote. El Duque de T'Serclaes posee en su riquísima librería algunos retazos de

pero

ella,

relativos tan sólo a la historia de ciertos linajes sevillanos.

La

'

descripción del semblante de Boabdil está

tomada también

del

Abad de Rute

(fol.

318) y con-

cuerda exactamente con su retrato, como podrá com-

probar

el lector.

Sabidísimo es de todos que

'

Lomas de

la

el

desastre de las

Axarquía malagueña ocurrió del 18

de marzo de 14S3, un mes justo antes de que se

la

al 21

salida

pinta, sufriendo el ejército cristiano, por su

temeridad y espíritu de codicia, una terrible y sangrienta derrota, en la cual perdieron la libertad o la

vida

más de cuatrocientos

caballeros de la mejor san-

gre de Andalucía. Capitaneábanlo, no obstante, tres

de los más famosos caudillos de entonces: D. Alonso

de Aguilar

el

Grande,

el

Maestre de Santiago. Tal viejo

Marqués de Cádiz y

el

cobrada por

el

victoria,

Muley Hacen, inflamó

el

pecho de su

hijo

y


151

arrastróle a la desdichada empresa de Lucena, que

en estas líneas se narra. Pero algunos cronistas convienen en que, quince días antes de acometerla, a

primeros de

abril,

Boabdil corrió con

feliz

éxito los

campos de Baena y Luque, talando sus campos y regresando victorioso a Granada con presa conai» derable de cautivos, sin haber encontrado quien enristrase su lanza ni desnudara su

Abad de Rute,

(Vid.

op.

cit., fol.

espada contra

él.

309; Baeza: Reía-

Clones, pág. 21, y el autor de la Prisión del

Rey Chi-

co de Granada, publicada también por Lafuente Alcántara (pág. 48), y a quien en

lo

sucesivo llamaré

Anónimo.

el

Todos

*

de

la

los cronistas cristianos,

desde

el

autor

Relación de los fechos de don Miguel Lucas

hasta Zurita, hablan con espanto de este famoso caudillo,

quien, a pesar de su provecta edad, que algu-

nos hacen subir a noventa años, era

el

terror de las

fronteras cristianas, que

continuamente corría y desolaba, y singularmente de las cordobesas, hasta el

punto de que los moros granadinos decían que

vega de Lucena era

No

la

obstante, por documentos descubiertos moder-

namente, se ha venido en conocimiento de que rrible

la

huerta de Ali Atar.

el te-

Jeque guardó en un tiempo buenas relaciones

de vecindad con

el

Conde de Cabra, habiendo con-

venido ambos en Loja, a 8 de septiembre de 1471, con ocasión, sin duda, de los no realizados rieptos

dd


152

primero con su primo don Alonso de Af^uilar, una €•• pecie de tratado de amistad. (Vid.

la noticia

documentos, que son tres cartas de Ali Atar

de de Cabra, con

la

la librería

al

Con-

firma autógrafa de aquél, en el

Catálogo de algunos manuscritos posee

de e«to«

Garda

que

interesantes...

Rico. Madrid, 1913 (Tirada

de 50 ejemplares), págs.

2-3.

Vid. sobre este famoso romance, (uno de lo»

*

más

trozos de

brillante

y lujosa dicción que pueden

encontrarse en los fronterizos, según Menéndez Pelayo) su Antología de poetas

tomo

XII,

Guerras

líricos castellanos,

págs. 212-213, y Ginés Pérez de Hita:

civiles

de Granada, en

la edición crítica

de

Paula Bianchard: Madrid, 1913, págs. 165-166. •

cia

De

estos siniestros agüeros dio primero

Mármol Carvajal en su Historia

la noti-

del rebelión

y

castigo de los moriscos del reino de Granada (Málaga, 1600),

lib.

I,

XII, a quien

cap.

garon por conducto de

la tradición

parece que

lle-

morisca. «Con-

táronnos algunos moros antiguos— escribe— que saliendo

el

cétera».

Rey de Granada por

De Mármol

los historiadores

de

la

Puerta Elvira...

et-

copiaron estos agüeros todos

la batalla, a partir del

Abad de

Rute. 7

Anales de Aragón, libro XX, cap. XLVIII.

8

Don Diego Fernández de Córdoba,

bre en su

línea, VII

III

del

nom-

alcaide de los Donceles, VI se-

ñor de las Villas de Lucena y Espejo, y más tarde,


153

primer marqués de Gomares, Capitán general del

Rey

Gobernador y Ca-

Católico, Virrey de Navarra,

pitán general de

Oran y Mazalquivir,

etc., etc.,

un esforzadísimo y cumplido caballero que con lentía

de su brazo y

la

la

fué va-

prudencia de su ánimo prestó

señaladísimos servicios a sus Reyes en los cincuenta

y cuatro años que Dios

le

concedió de vida. Contaba

tan sólo diez y nueve en 1483, al ocurrir estos sucesos; era hijo

de don Martín Fernández de Córdoba,

ya difunto, y de doña Leonor de Arellano, única her-

mana de don Alonso de Aguilar

Grande y de don Gonzalo Fernández de Córdoba, más tarde el Gran el

Capitán, y, por consiguiente, sobrino camal de bos. Aleccionado el

mozo en

nes caudillos después de

nuó sirviendo

al

la

la batalla

la

las talas, sitios

rendición de Gra-

toma de Mazalquivir en 1506 y en

nada; en

la

Oran en

1509;

del

de Lucena conti-

Rey Católico en todas

y campañas que precedieron a

am-

escuela de tan insig-

acompañóle también en

la

la

de

conquista

Reino de Navarra, mereciendo ser nombrado su

primer Virrey, y muerto África,

donde murió en

la

Su cuerpo fué trasladado

el

Rey

Católico, volvió a

Alcazaba de Oran, en 1518. al

monasterio de San Jeró-

nimo de Córdoba, fundado un siglo hacía bajo

el

pa-

tronato de su familia, coronando su sepultura los trofeos de Boabdil ganados por su esfuerzo en la batalla

que ahora narro, y de los cuales había hecho en

su testamento generosa donación

al

convento men-


154

-

donado. Casó con doAa Juana Pacheco,

meso Marqués de este enlace con la

Casa

r

reinante. (Vid.

Historia genealógica, op.

39 a

hija del fa*

Villena, habiendo eni

cit.,

tomo

VII,

páginas

52.)

Consigna estos interesantes pormenores

"

toria manuscrita

de

la batalla,

la his-

que no he logrado ver,

aunque, como tengo dicho, procuré habérmela de Lucena; pero, con otros muchos, los aprovechó, transcribiéndolos literalmente, don Fernando Ramírez de

Luque, en su Lacena desengañada. Málaga, 1796, pág.81. 'O

Ibidem. Confirman estas prevenciones todos

los cronistas cristianos: el totia, fol. 311;

Alonso de Falencia en su Guerra de

Granada. (Madrid, rita, loe. cit.;

Abad de Rute en su His-

1909),

tomo V, págs.

Zu-

71-72;

Baeza, Relaciones, pág. 22, y

el

Anó-

nimo, pág. 48, etc. »»

tít.

El

Historia, fol. 31

1 ;

Partida

2.',

26, ley 10.

'*

de

Abad de Rute,

la

Fernando José López de Cárdenas: Memorias ciudad de Lacena y su

territorio, Écija, 1777

(pág. 205), quien debió de sacar esta noticia de la referida Historia manuscrita de la batalla, que con

otros documentos originales utilizó para la composición de estas chapuceras y desaliñadas Memorias,

tan plagadas de errores.

De

ellas se sirvió bastante

Laf uente Alcántara en su elegante Historia de Gra-


— nada (Granada,

1846),

155

-

que también he tenido a

la

vista.

"

Zurita, loe.

cit.;

Falencia, pág. 72; Anónimo,

pág. 49.

Trae estas palabras, atribuyéndolas

'*

Rute,

el

Abad de

al

moderno cronista de Lucena don Lucas Ro-

dríguez de Lara en sus Apuntes para una Historia

de Lucena, publicados en Lucena, 1896, tomo

I,

el folletín

pág. 155.

de El Lucentino.

Yo no

las

he encon-

trado en aquel escritor. El mismo Rodríguez de Lara describe minuciosamente las puertas, torres y estado

de Lucena en aquel tiempo. 0-262 y

"

Relaciones, y bién

en

el

de

detalles el

la batalla, sino

bro VI, dedicado a les (ff.

Baeza,

cit.;

Anónimo, págs. 47-48. Confirma tam-

muchos de estos

la relación

'•

sigs.)

Falencia, págs. 72-73; Zurita, loe.

Abad de Rute, no en

el

cap.

V

del

li-

vida del Alcaide de los Donce-

la

420 a 430).

De don Diego Fernández de Córdoba,

de Cabra (y homónimo de su sobrino los Donceles), señor

el

II

conde

Alcaide de

de Baena, Mariscal de Castilla,

Alcaide de los Reales Alcázares,

etc.,

podrá

el

cu-

rioso lector hallar circunstanciadas noticias en el

tantas veces mencionado

Abad de Rute, puntualísimo

cronista de las personas y glorias de su Casa. Había

nacido en 1438, y desde sus años mozos, hasta que

murió en su

villa

de Baena en 1487 de sólo cuarenta

y nueve de edad, fué su vida un constante pelear en


.

defensa de su

158

-

de su patria y de sus reyes.

fe,

S<i»-

tuvo en los últimos años del reinado de Enrique IV, la lealtad debida y con ocasión de Io« bandos que se alzaron en Castilla a raíz del destro-

por guardar

namiento de aquél en Avila, agrias y continuadas

di-

ferencias con su primo don Alonso de Aguilar

el

Grande y con su hermano el Gran Capitán, diferencias que en 1470, reinando ya doña

Isabel, dieron lugar

a

aquellos famosos rieptos y desafíos entre don Diego

más

singular-

Abad de Rute, y modernamente

el seflor

y don Alonso, que recogió

mente

el

la Historia,

Béthencourt, quien sirviéndose del Abad y de otros papeles, traza una vigorosa biografía de este perso-

naje (op.

cit.,

también por

VII-36 a 57).

el

Su

testamento, copiado

Abad, es uno de los más notables do-

cumentos de aquella época, y retrata de vivo

el

ca-

rácter caballeroso, cristiano y justiciero del gran

Conde de Cabra,

singular adelanto para su turbu-

lento siglo del noble castellano del venidero XVI,

digno siempre, pero más disciplinado y reducido, y que,

fiel

a sus reyes, había de poner tan alto

bre de España por

"

El

el

Abad de Rute, Historia

Según otro

cit., fol.

31

historiador de los hechos del

Cabra, Tomás Pedro Bolaterano, cuando le

el

nom-

orbe todo. 1

Conde de

el

Alcaide

envió sus avisos, hallábase aquél en Castro del

Río tratando con

el

Corregidor de Córdoba

la

mane-

ra de atajar la violencia de los granadinos, que des-


de

la rota

de

la

157

Anarquía menudeaban los robos,

in-

cursiones, correrías y cabalgadas en territorio cris-

De Castro

tiano.

volvió precipitadamente el

Baena, donde los atajadores y adalides ron

le

Conde a

confirma-

entrada de los moros. (Vid. Relación de la oida

la

y obras hazañosas

del excelentissimo señor

don Die-

go Fernández de Córdoba, segundo Conde de Ca* bra, por Thomas Pedro Bolaterano. Bib. Nac, Mss: núm. 7595, **

fols. 24-25.)

«Entretanto que los moros tomaban este acuer-

do, el sancto

yo

le

Conde tomó

otro, y digo sancto

conocí y comuniqué mucho y

me

porque

confesó mu-

chos años un frayle de San Hieronimo, con quien

él

se confesaua, y digo en verdad que a lo que yo

al-

cancé a sauer yo pienso que de persona lega fue

la

mas excelente que en nuestros tiempos aya habido en Castilla, y

ay muchos testimonios dello en su vida».

(Baeza, Relaciones, págs. 24-25.) 1»

El

loe. cit. 2«

El

Abad de Rute, Bolaterano,

fol.

fol. 25.

Abad de Rute,

312. Baeza: Relaciones,

Anónimo, pp. 49 a

**

Falencia: Guerra de Granada, V, 73.

•*

Conde: Historia de

la

dominación de tos ára-

bes en España. Barcelona, 1844,

de Rute y Falencia, op.

"

Abad de Rute,

lencia, 73-74. Historia

51.

loe. cit.

III,

392. El

Abad

cit.

fol.

313. Zurita, loe.

ms. de

la batalla,

cit.

Fa-

apud López

de Cárdenas: Memorias de Lacena, págs. 207-208.


*

El

••

Zurita, loe.

1S8

-

Abad de Rute, Zurita y Anónimo,

" Son

loe. cft.

cit.

palabras textuales de Pulgar en su Chrcf

nica de los Reyes Católicos. Cito por la edición castellana, Valladolid.

"

l.'iív'),

fol. 171 vto.

Vega Mnrillo en su Historia ms. de Cabra

re-

Conde y Alcaide en esta forma: «—Sobrino— dixo el Conde — yo partí de Baena

lata el diálogo entre

con intento de pelear con parece. Respondió

el

el

Rey: ved

Alcayde: Temeridad

lo

que os

me parece

con tan poca gente acometer a tantos: espere V. S.

que dentro de dos horas llegarán

me han de

la

ofrecido de

la

los socorros

que

Rambla, Santaella, Montilla,

Puente, de Aguiiar y de otros lugares.

»— Si

eso aguardamos (replicó

el

Conde) ya se ha-

brán ido los moros y nuestro trabajo habrá sido en vano; quédese V. m., que yo resuelto estoy de pelear

y no aguardaré más.» (Historia y antigüedad de

la

nobilísima ciudad de j^gabra oy Villa de Cabra en la diócesi

de Cordoua en el Andaluzia que escriuio

el doctor

don Juan de Vega Muriilo y Aguiiar, año

de 1668. Bib.

"

El

Nac

Mss.,

Abad de Rute,

n.*»

1692, fol. 2í^.)

loe. cit.

Anónimo, págs. 51-

52; Palencia, 74; Zurita, loe. cit. *•

El

Abad de Rute,

fol.

314, a quien casi literal-

mente vengo siguiendo en este pasaje, y Bolaterano, ms. 3»

cit., fol.

El

29.

Abad de Rute,

fol.

314-315; Bolaterano, loe.


— cit.;

159

-

Falencia, pp. 74-75; Zurita, loe

cit.;

Baeza:

Relaciones, pp. 25-26; Anónimo, pp. 52-53; Pulgar, fol. 171.

"

El

Abad de Rute

(fols. 315-317),

citadas en la nota anterior. El

con las obras

Cura de

los Palacios,

en su Historia de los Reyes Católicos (Sevilla 1860,

tomo

I,

págs. 171-172), da otra versión que substan-

cialmente coincide con la de Baeza, a saber: que

viendo los cristianos su poco número y

dumbre de enemigos, ideó

el

que fué

did para engañar a los moros,

hueste en dos batallas, una mandada por

por su sobrino

el

la

muche-

avisado Conde un ardividir su él

y

la

otra

Alcaide, las cuales, separándose,

asomaron cada una por

distinto lado del monte, to-

cando separadamente también sus instrumentos bélicos,

a cuyo ruido, los moros que estaban en

fondo del

valle,

y acobardáronse, siendo rotos

empuje de todavía

la

la

la

escasa gente del

cuerda alta del cerro, uno a par de

simulando una gran hueste, El

Baeza, extrema

estratagema con otros detalles, como true-

Conde sobre

"

doble y encontrado

al

los adalides cristianos.

que de pendones, colocación de

otro,

el

creyéndose copados, desfallecieron

etc.

Abad de Rute, Bolaterano y

los

demás

his-

toriadores citados, con Suárez de Alarcón en sus

Comentarios de los hechos del señor Alarcón. (Madrid, 1665, fol. 13), talla

donde también se

relata la ba-

con algunos pormenores originales. Las haza-


leo-

nas del jurado luccntino Juan Recio refiérense en Historia ms. de

la batalla,

agraviada, pág. **

16,

y Cárdenas, op.

Abad de Rute,

£1

la noticia

de

la citada

la

apud Luque: Lacena des-

fol.

pág. 211.

cit.,

317, quien dice que

tomó

Relación ms. de los Archivos de

Luque, confirmada por

el

Dr, Reyes de Castro en su

Historia ms. de la nobleza de los Córdobas, cap. 37.

Martyr de Angleria en sus Epístolas, quien venía tocando

la

lib.

I,

dice que

trompeta era un capitán del

Conde, valentísimo hombre de armas, con solos ciséis

de a caballo. Pero fuese quien fuera,

es que su intervención tuvo

mucho de

la

die-

verdad

providencial

y milagrosa-

Abad de Rute,

**

El

"

Baeza: Relaciones, pág. 26.

••

Cárdenas: Memorias de Lacena, pág. 214.

fol. 317.

No

dice dónde bebió la noticia, pero es verosímil lo hiciera de la referida Historia ms.., que

manejó a su

gusto. Sobre los despojos de Aliatar véase en

Maseo Español de Antigüedades, tomo y

sigs.,

"

tratado de

Abad de Rute,

ca,

el

págs. 585

un artículo del Sr. Fernández y González.

He

la prisión del

de los documentos coetáneos de el

I,

pueden hacer

Rey Chico a

la batalla,

vista

únicos con

que, en buena hermenéutica histórife,

porque

las restantes

y posterio-

res relaciones y crónicas contribuyeron sólo a au-

mentar más aún

la

confusión y

el

embrollo. Si en la

rendición de Boabdil hubieran intervenido únicamen-


161

s^uro que

te soldados de un solo lugar, a buen

noceríamos hoy participando,

la

verdad

como

sin

co-

sombra alguna. Pero

participaron, en aquella

empresa

lucentinos y baenenses, los historiadores de cada

bando tiraron cada uno de jando a

la

la

manta por su

lado, de-

pobre Verdad más desnuda aún de

lo

que

Un meritísimo essimbólicamente se critor moderno, don Rodrigo Amador de los Ríos, ha la

representa.

recogido en un notable artículo, con erudición en

él

la diligencia

y

acostumbradas, cuantas versiones

provocó este famoso acontecimiento, comparando unas con otras, oponiendo testimonios a testimonios, procurando, en suma, iiacer

y desesperado

casi

la luz definitiva

y clara,

de lograrlo, con gran acierto

tetiza su criterio diciendo:

hubo informaciones de

«En una y otra

testigos: y, cual

sin-

localidad

no podía me-

nos de ocurrir, los de Baena declararon a favor de sus paisanos, y los de Lucena en

que

lo

las

de los suyos, con

el

cosas han quedado en

la

propia incerti-

dumbre. Hecho accidental, producido aisladamente

y

al

acaso, en medio del desorden y desbandada del

enemigo, y presenciado sólo por los mismos que en

él

fueron actores, y no por otros, no podía ser en realidad testificado en forma.» Exacto.

Véase sus Motas

acerca de la batalla de Lucena y la prisión de Boabdil

en 14S3, artículo publicado en

chivos,

Pues

111

si

la

Revista de Ar-

época, tomo XVI. págs. 37 a 68. los

mismos concurrentes a

la batalla lí

no pu-


-

1Q2

dieron concretar la verdad, imagine

el

lector el valor

que podrá darse a crónicas e historias escritas, apasionadamente algunas de

ellas,

como

de Salazar de

la

Mendoza, muchos años después. Por esta razón nunciaría a cansar

remitiéndole los Ríos, si la

al

más

al lector

con nuevas

acabado estudio del Sr. Amador de

mi deseo de no omitir nada esencial en

cuestión batallona de

la prisión del

Rey no me

ciera copiar la segunda versión que el

sostenida por

la tradición

hi-

mismo Abad

de Rute recogió en su inapreciable Historia

tores

re-

citas,

(fol. 319),

de Lucena y algunos

escri-

como Bleda y Pedro Martyr, y que es como

sigue:

«Otros afirman que los moros,

al

acometer de los

nuestros, antes del encuentro se pusieron en huida, y

que llegando a esta sazón Luis de Qodoy, Comendador de Almodouar del Campo, mayordomo que fué del

Maestre de Calatraua don Pedro Girón, con

treynta o quarenta lanzas y algunos peones de Santaella

los

cuyo alcaide era, fueron de todo punto rotos

enemigos y muertos muchos

dellos;

que

el

Rey

queriendo rehacer alguna gente de a cauallo para pelear no pudo juntar sino hasta solo treinta o quarenta, de suerte que

él

se perdió

arroyo entre un ^arpal, donde

le

allí

y se entró en

el

hallaron tres vecinos

de Lucena, Martin Hurtado, Juan de Quenca y Antón Guerrero; que este tomó su cauallo, que los moros le

volvieron a tomar después; que Martin Hurtado

le


— tomó

adarga; que estando en

la

ron sacar la

163

al

Rey

del sin

que

le

arroyo no pudie-

el

diesen seguridad de

vida y de llevarle a algún capitán; que esto lo hizo

jurar a Martin

Hurtado y a Juan de Cuenca, en

señal de la cruz, y de esta

manera

le

la

sacaron; que

luego asieron del tantos soldados para despojarlo,

que

le

querían matar, y lo hicieran

los

si

que

le

pren-

dieran para assegurarse y asegurarle no apellidaran

Lacena; que a esta voz acudió

el

Alcaide de los Don-

celes y los soldados se apartaron del preso dicién-

dole quien era

el

que llegaba; que

el

moro se

le asió

manos y del estribo pidiéndole la vida; que el Alcaide mandó a un caballero de su casa su pariente de

las

y criado suyo, fulano de Bocanegra,

ignorando que era Benalaxar,

como

de a cauallo

le

el

cia, *9

a

el

hijo

de

y que con otros diez llenase a Lacena y entregase a Fer-

co] de Bocanegra, y

»8

maniatase,

él dijo serlo,

nando de Argote su Alcaide, como

guió

le

Rey, y creyendo ser

el

lo hizo [en

blan-

Alcaide de los Donceles

si-

alcance.»

El

Abad de Rute,

fols. 317-319.

Zurita y Anónimo, loe.

Pulgar, Falen-

cit.

Por no haber concurrido don Alonso de Aguijar

la batalla

no pudo gozar de

la

merced

del

nuevo

blasón que los Reyes Católicos concedieron a los asistentes a ella, y que, con impropiedad, se atribu-

yeron siglos después los descendientes de aquel memorable caudillo.

la

rama de


— *•

Sobre

164

los documentosprincipales,

suceso que describí

al

coetáneosdd

comienzo de estas notas, exis-

ten otros de importancia

más secundaria, que. por no

hacer interminable aquélla, preferí dejar para este

lu-

gar, aunque tampoco puedan omitirse, porque en sa

antigüedad y certeza aclaran y rematan este famosísimo acontecimiento. 1.*

Una

lista

se hallaron en

Son

cuadro de

de todos los vecinos de Lucena que

la batalla

y vivían aún en 1495. Hálla-

se en un papel del tiempo, hoy en

Casa de Medinaceli, encabezado y peones de

el

los siguientes:

la villa

el

así:

Archivo de

de Lucena que se fallaron con

Alcayde mi Señor en

el

la

«Los caballeros el

desbarato y prisión del Rey

de Granada y son aora vivos...» y continúa con

la

relación de los soldados de a pie y a caballo, suman-

do 18 caballeros y 87 peones.

El empadronamiento general de Lucena, hecho

también en 1495, por orden de los Reyes Católicos, tanto de los vecinos que vivían muros adentro

que moraban afuera, en

de

los

él

que doce años después de

el

como

arrabal. Resulta

la batalla

González tenía Lucena 324 vecinos, repartidos en siguiente forma (y es dato ria social

muy

de

de Martín la

curioso para la histo-

de entonces): Tres clérigos, un alcayde,

dos alcaldes, dos regidores, dos jurados, dos escribanos, un maestro de escuela, un albardonero, tres sastres, dos carpinteros, un zapatero,

un

un hortelano,

curtidor, un cantarero o alfaharero, dos herrado-


-

165

un barbero, un cantero, un cerero, un molinero,

res,

dos tejedores, un cardador, un pr^onero, hidalgos

y labriegos. «Relación de las almonedas que se fizieron en

3.''

la villa

de Lucena en lunes 28 dias del mes de

de ochenta y llos

tres, la cual

almoneda fué de

e acémilas que se tomaron en

el

abril

los caba-

desbarato y

prendimiento del Rey de Granada.» Existente también en

el

4.°

Un

archivo del

Duque de Medinaceli. mayordomo de

papel de Diego Ruiz,

la

casa del Alcaide de los Donceles, dando cuenta del

gasto de los maravedís que se

le

entr^aron por ma-

no de Cristóbal de Mesa, cuadrillero de aquél, y que comienza así: «De los maravedis que yo Diego Ruiz tengo gastados del desbarato y prendimiento del Rey

Chico de Granada desde

el

martes 22 de

abril

de

ochenta y tres años, los cuales maravedis se dieron

por mano de xpoval de Mesa quadrillero puesto por

Alcayde mi señor», documento conservado también

el

en

el

archivo de Medinaceli, y en

los lucentinos el

el

cual se

enumeran

que fueron heridos y curados, así como

gasto que se causó en su cura.

Del estudio en conjunto de estos documentos se saca en consecuencia que

el

número

tinos que asistieron a la batalla,

plena noticia por sus nombres, fué afirma y concluye

el

total

de lucen-

y de que se tiene el

de

180. Así lo

celoso don Fernando Ramírez

de Luque en una obra inédita titulada Tardes diver-


— tidas...

166

sobre la verdadera historia de Lacena, escrita

de 1797 a 1808, y de

la cual,

en un manuscrito en folio

de de 26 pliegos, poseía copia don Aureliano Fernández-Guerra (procedente de los papeles del P. Fr. José Jurado), hoy a mi vista.

En

esta obra se describen y

extractan los citados documentos, aprovechados también por

mismo

el

infatigable cronista en otros escri-

tos impresos suyos.

Las noticias proporcionadas por

*'

cronistas árabes de la batalla,

el

los

dos únicos

Escurialense, publi-

cado por Müller, y Al-Makkarí, traducido por Gayangos, no pueden ser más pobres y escasas. Recogiéndolas y combinándolas escribió don Leopoldo

Eguílaz y Yanguas su Reseña histórica de la conquista del reino

de Granada por los R. R. C. C. según

los cronistas árabes (Granada, 1894). curialense, la derrota de los pleta,

que

la

Según

el

Es-

musulmanes fué tan com-

mayor parte perdieron

la vida,

cayendo

en cautiverio los restantes.

"

El

Abad de Rute,

Falencia, Zurita, Salazar de

Mendoza. Vid. también Garibay: Compendio historial

de las chronicas... de todos los rey nos d' Espa-

ña. Anveres, 1571,

tomo

mero de todos trae caballeros y cadíes

II,

págs. 1144-1145. El pri-

la lista

de

los

más

principales

moros que fueron presos o muer-

tos, la cual, por larga, se omite aquí. Eguílaz {Reseña...,

"

pág. 17) también la reproduce.

A

lo

que parece,

el

pendón

del

Rey no se ganó


167

por los lucentinos, sino que

de

la

— lo

cobraron unos peones

Rambla, que con los de otros pueblos bajaron en

socorro cuando vieron las ahumadas. Así se despren-

de del papel-cuenta de Diego Ruiz, descrito ya

mero 4 de

la

por aquél, se

hombres de

al

nu-

nota 40, donde, entre los gastos hec hos lee:

la

«Que di

a Pedro Puertollano y a u nos

Rambla que venian con

él el

dia del des-

barato mil mrs. por mandado del Alcayde mi señor por-

que

le

dieron a su merced un pendón del

nada.» (Luque: Tardes divertidos, ms.

Acaso

los

las

así se explicaría bien el

número

banderas: 20 representativas de las puertas

2 pendones reales

"

pliego 12).

pendones reales fueran dos: uno de Boabdil

y otro de Aliatar, y de

Rey de Gra-

cit.,

El

= 22,

Abad de Rute,

que fueron

fol.

-\-

las cobradas.

320 vto.; Anónimo, pá-

gina 58; Salazar de Mendoza, págs. 188-189.

"

Así

entonces,

lo

declaran todos los cronistas cristianos de

confirmando

éxito contribuyó

Reconquista.

la

los

modernos que su

poderosamente a

En cuanto a

la

la

feliz

suerte final

de

desproporción de los

combatientes, Qaribay notó, y sin incurrir en hipérbole,

que por cada cristiano que pudo pelear hubo

diez moros.

"

Diego de Valera: Epístolas.

bliófilos Españoles),

.

págs. 75-76,

.

Madrid, 1878 (Bi-

Su

epístola

XXI

está dedicada al desastre de la Axarquía y a la batalla

de Lucena. Las palabras citadas son del Libro de

Job, cap. V, vers. 18.


i

"

Copíala

168

-

buen Abad en su inapredt*

fnte)2:ra el

ble Historia, fols. 321 vto. y 322. *•

Bernáldez,

*•

Vid.

I,

pág. 173.

Menéndez y Pelayo: Antología de poetas

líricos castellanos,

Como dijo

pág. 212.

tomo

VIII,

págs. 182-183 y XII,

inolvidable maestro,

el

mance no puede ser más prosaico

el tal

ro-

adocenado. Por

ni

8u valor histórico he querido, no obstante, reprodu-

en parte.

cirle

En

*o

le

la

«Relación de

la

nombra por «Valenzuela

Rute

le

almoneda de Lucena» se el

camarero». El Abad de

llama «Juan Pérez de Valenzuela^»

aunque más adelante habla de Luis

(fol. 326),

(fol. 330).

Acaso

fueran dos distintos, Juan y Luis, como opina Béthencourt {Historia Genealógica, Vil, 47), enviados uno tras otro. **

De

los despojos

bra—como

de

Conde de Ca-

la batalla, el

se ha dicho— reservó para

sí las

veintidós

banderas, tocando en cambio a su sobrino las vestiduras y armas de Boabdil. dillo

generosa donación

De unas y al

otras hizo

el

cau-

monasterio de S. Jerónimo

de Valparaíso de Córdoba, lugar de su enterramiento depositándose las armas en

dedicada

al

culto

la librería,

como capa, en

y

la

la sacristía,

marlota,

no sé

si

en su primitivo estado o transformada. Allí permanecieron (fol.

en

muchos años, y

318) haberlas visto

el siglo

allí

el

atestiguó en su Historia

Abad de

pasado, poco antes de

Rute; hasta que

la

exclaustración,


169

los descendientes del Alcaide recogieron los glorio-

sos trofeos, acaso para evitar su pérdida. Gracias a esto se salvaron y hubieron de figurar en la Exposición Histór ico-europea de 1892, presentados por 808

afortunados poseedores los Marqueses de Viana, quienes, noble e hidalgamente, completaron su obra

regalándolos

al

Museo de

Artillería,

donde hoy

dadosamente se conservan en su Sala árabe. De armas,

muy

estudio

el

ricas

cui-

las

y curiosas, hizo detenido y erudito

benemérito orientalista don Francisco Fer-

nández y González en

el

Museo Español de Antigüe-

dades, (tomo V, págs. 389-400), acompañado de unas

hermosas reproducciones en colores; habiendo

asi-

mismo discurrido sobre los restantes despojos, con so excelente criterio y erudición acostumbrada,

Amador de uno sobre

los Ríos (don

las celadas,

el

señor

Rodrigo) en dos trabajos:

que falsamente atribuidas a

Boabdil se han venido enseñando durante muchos

años en

la

Armería Real, junto a un capacete morisco

que, en mi entender, y mejor que aquéllas, responde al

que según

el

el

Abad de Rute

llevaba en la batalla

Rey Chico (Museo Español de Antigüedades,

tomo IX, págs.

191-215); y el segundo, sobre las ves-

tiduras, en su citado artículo A'o/as acerca de la batalla

de Lucena. Dicho sea todo esto en extracto y como

de pasada, pues

el

detenerse más en estos puntos

equivaldría a empeñarse en otras tantas monografías,

afortunadamente escritas ya por doctísimas plumas.


— " Conformes en ello

-

170

todas las relaciones manuscri-

tas coetáneas; sólo disienten las impresas,

como

Pul-

gar, Zurita, Bleda y Mariana, quienes afirman que

fué reconocido por los nuestros en la batalla,

según unos, o que

él

el

que no

le

risímil,

realmente, es lo relatado en

"

mismo lugar de

se dio a conocer para

mataran, según los demás. Pero

lo

más ve-

el texto.

Bolaterano escribe que «una noche y un día en-

tero pasó Boabdil encubierto entre los otros captivos, en grillos» (Ms.

cit., fol. 35).

Abad de Rute,

»*

El

Ibidetn, fols. 326 vto. a 329.

fol.

328 vto.

Sobre

el

frustrado

desafío: vid. Baeza, pp. xiii-xvi y 68 y sigs. y Bé-

thencourt, loe. '"

De

la

cit.

prudencia y magnanimidad del

Cabra en su controversia con

el

Conde de

Alcaide dieron tes-

timonio todos sus contemporáneos, y por eso Zurita escribió que «con su valor y prudencia se apaciguó

todo».

Un

temiendo

cronista árabe, Al-Makkarí, escribe que el

Alcaide que, reconocido Boabdil, su tío

el

Conde de Cabra

en

la

quisiera arrebatárselo, escapó

misma noche con su

Corte del Rey de

prisionero, llevándolo a la

Castilla.

La especie es totalmente

Mohammedan by Ahmed Ibn Mohammed

fabulosa. (Vid. The history of the

dy-

nasíies in Spain...

Al-

Makkarí... translated... by Pascual de Gayangos.

London, 1840-1843, tomo *^

La

II.

pág. 374.)

bibliografía de la controversia entre

Baena


.

y Lucena sobre

Rey Chico

es

el

muy

-

171

verdadero autor de

la prisión del

copiosa y fatigó sobremanera las

prensas del siglo xviii, en

cual baenenses y lucen-

el

tinos reanudaron la batalla de Martín González, ha-

ciendo de pedreros y cerbatanas librotes y papeles.

De

Muñoz y Romero en

casi toda ella dio noticia

su

excelente Diccionario... (Madrid, 1858, art. Lucena)

y

al

mismo me remito para abreviar esta

perjuicio de que el las

nota, sin

curioso acuda para la consulta de

obras que describe (como yo

tra Biblioteca Nacional,

lo

he hecho), a nues-

donde se encuentran

las

más

importantes, con excepción de la Lucena desagra-

viada (Córdoba,

que

s. a., [1782]),

servirme del ejemplar

para cuya lectura tuve

que en su riquísima

ría

guarda mi buen amigo

En

la

el

libre-

Duque de T'Serclaes.

citada Biblioteca Nacional se hallan los tres

opúsculos que, sobre

el

mismo tema, Muñoz no

a ver, y de que da somera noticia en su

apunto sus signaturas para

el

cit. art.

llegó

n."7:

futuro y necesario adi-

cionador de Muñoz, que bien pudiera y debiera ser el

mencionado Duque: 3=37.096

— 37.097 y

4=^91

Rey Dar a Es-

Existe, además, una comedia sobre la prisión del

Chico, titulada Comedia nueva historial:

paña gloria

llena, sólo lo

logra Lucena y triunfo de

sus patricios, compuesta por Joseph Concha, cómico español, representada en

el

teatro de Lucena en

30 de mayo de 1783, e impresa en Antequera en Imprenta de D. Antonio de Gálvez y Padilla,

la

Año


— de

172

1783. Finalmente, en el

mismo

siglo xviii se

com-

pusieron también algunos romances de cordel sobre este suceso, que públicamente se cantaban. Ramírez

de Luque da noticia de algunos, y Rodríguez de Lara, en sus citados Apuntes para una historia de Lacena (I,

pp. 242 a

copia otro sobre

25í>),

del vate lucentlno Francisco

en 1679, en

"

muy

pedestre

el

mismo asunto

Dueñas Arjona,

escrito

estilo.

El fundamento de esta especie hállase en la

Información

testifical

de 1520, ya descrita, declara-

ción de Leonor Hernández, de setenta años de edad y

cuarenta de vecindad en Lucena. Era dama de doña

Leonor de Arellano, madre les,

del Alcaide

que vido esta testigo juntarse señoría

el

los

Donce-

allí

el

Conde de Cabra y su

Alcaide y ante muchas personas que

estaban y que SS. SS.

que

de

y jura que «otro día después de preso dicho Rey,

estaban

le

le

allí

preguntaron que cual de los

había preso. A que

que Martin Hurtado, que estaba

el

allí

Rey respondió

presente: y que

esto vido esta testigo porque se halló a todo lo susodicho.» Si el testimonio de una anciana de setenta años

de edad y parte interesada en el sobre sucesos ocurridos treinta y ciera prueba plena, estaría fallado sin

el pleito

litigio,

seis

deponiendo

años había,

hi-

entre Lucena y Baena

duda alguna a favor de

la

primera.

Pero una declaración prestada en semejantes condiciones tiene

mucho de sospechosa, y prudentemente

hay que abstener

el

juicio definitivo

y concluyente.


— "

Abad de Rute,

El

Zurita, loe. cit «"

,

fol. 330;

Falencia, pág. 78.

y demás cronistas.

Ya

Ibidem.

-

173

en camino, escribió una carta con-

gratulándose del suceso

al

en Espinar a 2 de mayo de

Conde de Cabra, fechada

Abad de Rute

1483, que el

inserta en su Historia (fol. 330) y

modernamente ha

reproducido D. Francisco Val verde y Perales en su

Baena (Toledo,

Historia de la Villa de

1903), pá-

gina 105. «'

Abad de Rute,

El

Anónimo, pági-

330.

fol.

nas 60-62.

Así

«2

fol.

lo

declara Bolaterano en su manuscrito,

40 vto. y 41.

El

Abad de Rute,

330-331

fols.

.

Alarcón: Co-

mentarios, págs. 13-14. Falencia, pp. 77-78. Zurita, loe. cit.

"

y Anónimo, pp. 60-62.

Vega

Murillo, en su ya citada y manuscrita

Historia de Cabra

({o\. 228),

fué

el

primero que notó

estas singulares coincidencias.

*

Falencia, Fulgar, Zurita, Garibay, etc.

•*

Mariano Gaspar Remiro: Primeros pactos y

correspondencia intima entre los Reyes Católicos

y Boabdil sobre publicados en

la

la entrega

de Granada (artículos

Revista de Archivos,

tomo XXII, págs. 260-269 y

421-431).

Son

III

época,

tantas las

cuestiones incidentales que se levantan alrededor de este

memorable acontecimiento, que,

viera en cada una, haría este

librillo

si

me

detu-

interminable.


— Acuda, pues, de

el

-

curioso lector a los artículos citados,

los cuales creo,

"

174

además, que existe tirada aparte.

Difiniciones de la

Orden y Cavalleria de Ca-

latraoa. Madrid, l(i61, págs, 316 y 447.

Véase

••

el

Amador de

citado artículo del Sr.

los

Ríos, donde se recopilan y comentan todas las noticias ••

y versiones de

lencia, pp. 85-88;

na

los cronistas en este punto.

Garibay: Compendio historial, pág. 1146; Fa-

188;

Conde,

Anónimo, pág.

Alarcón: Comentarios, pág.

" Singularmente samente todo ''

63; Salazar, pági-

303-394; Zurita, loe.

pp.

III,

15;

Pulgar,

fol.

cit.;

175 vto.

en Pulgar, quien relata minucio-

Chronica,

lo ocurrido:

Baeza debió tener a

fols.

176 a 179.

la vista el original

de es'e

tratado, porque en sus curiosísimas Relaciones dice

que

los

Reyes Católicos soltaron a Boabdil «con

ciertos capítulos

que con

él

mandaron asentar,

los

quales no ponemos aquí por su prolijidad y porque ya en otros muchos lugares estarán scriptos» (pági-

nas 27-28). ¡Lástima que no

porque con

lo hiciera!,

la

fecha del documento se hubieran despejado todas las nieblas que rodean al tiempo que duró

de Boabdil. Las cláusulas que

tomadas de

los extractos

yeron Pulgar, Zurita

"

cito

en

el

el

cautiverio

texto están

que en sus crónicas

(lib.

XX,

inclu-

cap. LI) y Palencia.

Alarcón: Comentarios, pág.

15,

y restantes cro-

nistas.

"

El

Abad de Rute,

fol.

335; Pulgar, fol. 179;


— Zurita,

lib.

XX,

175

— Már-

cap. LI; Garibay, pág. 1146, y

mol Carvajal: Rebelión de los moriscos,

lib.

ca-

I,

pítulo XII. '*

El

Abad de

Rute, fols. 337-339; Anónimo, pági-

nas 65 a 67.

«

El

'•

Vid. su biografía en Béthencourt: Historia ge-

Abad de Rute,

fol. *40.

nealógica, tomo VII, págs. 196-199.

"

De don José Fernández Guerra tengo a

la

mano

abundantes materiales para trazar su biografía, cosa

que espero hacer, Dios mediante, a luz una inédita y

muy

al

tiempo que saque

curiosa correspondencia

li-

que mantuvo durante bastantes años con

el

famoso bibliógrafo don Bartolomé José Gallardo,

la

teraria

cual ocasionó a

ambos no pequeños sinsabores y

gustos. Por esta razón,

me

me he

limitaré en las notas, a lo

con *

la historia del retrato

dis-

limitado en el texto,

y

puramente relacionado

de Boabdil.

Relación de los méritos literarios del licenciado

don José Fernández Guerra, Abogado de Chancilleria de

Granada

(2 hojas imp.

la

Real

n. a.,

pero

las cartas

y pa-

s.

I.

en Granada, hacia 1829). ^9

Constan todos estos hechos de

peles manuscritos que, procedentes de don José Fer-

nández Guerra, conservan sus herederos y disfruto ahora.

^

De

entre las muchas composiciones poéticas

que en loor de

la

tercera mujer del

Conde de Luque


,

— entonó don José

Fi

se conservan, he

vAi

178

Guerra, y que inéditas

"

tu; .

pero existen bastantes

más, alusivas a fiestas o acontecimientos familiares. •'

Con

ocasión de los referidos pleitos entre

el

Conde de Luque y su hermano menor don Antonio sobre las particiones de su padre, escribiéronse y publicáronse varias Memorias, de donde he tomado los

datos que figuran en

el texto.

En obsequio a

la for-

malidad bibliográfica, daré una noticia brevísima de ellas:

Memoria formada por Contador del M.

I.

S-

los

Abogados de Cámara y

Conde de Luque sobre

la tes-

tamentaria de su difunto padre el señor don Francis-

co de Paula en contestación a la escrita por el señor f

don Antonio Fernández de Córdoba en 15 de Noviembre de 1822. (S.

I.

n. a.,

34 págs. y una hoja ple-

gada.)

Aclaración de la Memoria escrita en 10 de

mayo

de 1824 por los abogados de Cámara y Contador del

M.

I.

S.

Conde de Luque, sobre

de su señor padre.

(S.

1.

n. a.,

la testamentaría

29 págs, y una hoja

plegada.)

Segunda aclaración de

la

Memoria

escrita en 10

de mayo de 1824 por los abogados consultores y contador del M. I. S. Conde de Luque actual, sobre la testamentaria del

padre del mismo.

señor don Francisco de Paula,

(S.

1.

n. a.,

62 págs)

Todas estas Memorias fueron redactadas por don


177

José Fernández Guerra, y, aunque

sin indicación ti-

pográfica alguna, imprimiéronse en Granada.

De

*'

turas,

su

muy

rico gabinete

de antigüedades, pin-

Historia natural, Física, libros escogidos y

manuscritos singularísimos, que, corriendo con los

años esta

afición, reunió

daron sus

Fernández Guerra y here-

hacíase lenguas don Manuel Ca-

hijos,

ñete en un foUetillo impreso en

Madrid en

1851, a los cinco

primero, acaecida en 9 de

8.°,

que publicó en

años de

mayo de

los principales rasgos biográficos

la

muerte del

1846, conteniendo

de nuestro Aboga-

do-poeta. El folleto no tiene pie de imprenta. Fór-

manlo 12 págs. en

8.°

y se

titula

Don José FernándeM

Guerra.

^

Constan estos hechos, aparte

miliar, fielmente

la tradición fa-

conservada, de varias cartas de don

José y don Luis Fernández- Guerra, de que asimismo disfruto. **

lio

Historia de la

Casa de Córdoba,

op.

cit.,

fo-

318.

*'

Ramírez de Arellano (don Teodomiro): Paseos

por Córdoba, o sean apuntes para su doba, 1873, tomo cribí a su hijo,

I,

pág. 302.

Con

historia.

Cór-

estas noticias es-

don Rafael, laureado y meritísimo

ilustrador de la historia de

mío, quien, en carta de este

Córdoba y buen amigo mismo año, me daba los

siguientes y curiosos informes: «Respecto al retrato

[de Boabdil] no sé nada.

Lo que sí puedo asegurar es 12


que en

178

edificios públicos,

-

y en

la

clausura de los con-

ventos de Lucena, Cabra, Luque, Baena, Zuheros, etcétera, lo

donde podría

estar,

no

existe.

Tampoco sé

que se haría del que mi padre [don Teodomiro]

dice que le enseñó mi tío don Francisco Díaz de

porque su

rales,

hija

no

lo tiene.

Don

niente coronel de artillería, escritor, era

mi abuelo materno, y

si

viviese,

hermano de

tampoco sabría a

quién se lo había dado, porque era un señor pecial.»

Realmente se

lo

Mo-

Francisco, te-

muy

es-

debe de haber tragado

la

tierra.

w

Vid. para todos estos entronques a Béthencourt,

en su citada Historia genealógica, tomo IX, páginas 148-167 y tomo VII, 180 a 196.

^

Constan estos hechos de sus respectivos

tes-

tamentos, extractados asimismo por Béthencourt:

ibi-

dem, VII, pág. 55 y IX, pp. 51-52. ••

Vid. Madrazo: Viaje artístico de tres siglos...

Barcelona, 1884, págs. 1-15. Harto merecía este ventario

el

na de nuestras Revistas de Arte, por ticias curiosas

que en

él

Madrazo no consignó *»

Justi:

Como

las

muchas no-

deben de estar encerradas.

sino extractos

muy someros.

Estudios de arte español, Madrid (La Es-

paña Moderna), *>

in-

que se reprodujera íntegramente en algu-

las

s. a.,

págs. 283-285.

obras de estos autores están en ma-

nos de todos los buenos amantes de

las glorias pictó-

ricas nacionales, creo innecesario describirlas, limi-


— tándome a

179

citar aquellas

que arrojan alguna luz so-

bre nuestro retrato. «*

Don Rodrigo Amador de los

Ríos, en su notable

Las celadas de Boabdií, publicado en

artículo

Museo español de antigüedades, tomo

el

IX, pág. 204.

Pero, siguiendo la opinión de don Aureliano Fernán-

dez-Guerra, pone

el

cautiverio en Baena, en lugar

de Porcuna. •*

Para

el

estudio de las escuelas primitivas cas-

tellanas consúltese

bajo de conjunto, grafía de

mejor y acaso único tra-

imperfecto todavía, la mono-

au XIV'

et

XVe

et la sculp-

siécles, publicada

en

soberbia Histoire de fArt (Paris-CoHn, 1908), to-

mos él,

muy

el

M. Émile Bertaux La pelnture

ture espagnoles la

como

111,

págs. 743 a 828 y IV, pp. 892-924. Fuera de

no hay más remedio que arrojarse en

las revistas

mar de

el

y boletines, donde parcial y desordena-

damente se vienen escribiendo

de esta

los capítulos

necesaria historia.

"

S.

Sanpere y Miquel: Los cuatrocentistas ca -

talones, Barcelona, 1906,

blanca de

la

que se ve en con

el labio inferior

los idénticos

vierte en

tomo

I,

córnea de los ojos y

pág. 267. la

La nota

punta de rosado

de Boabdil, coinciden

pormenores que

el

mismo autor ad-

una cabeza de Borrassá. (Ihtdem,

" Sobre

la

I,

169.)

escuela cordobesa, y aparte la citada

monografía de Bertaux, consúltese a Ramírez de Arellano (don Rafael) en su Diccionario biográfico


— de

artistas

180

-

de la propínela de Córdoba. (Documeri'

tos inéditos,

tomo CVII);

los trabajos publicados por

dicho benemérito escritor en

el

Boletín de la Socie-

dad Española de Excursiones, que

citaré luego;

Sanpere y Miquel, Los cuatrocentistas catalanes,

tomo

II,

págs. 184 y sigs. y

270y

entre otros trabajos insertos en del señor

Romero de Torres

sigs., y, finalmente,

el

mismo

Boletín,

uno

Los Primitioos

titulado

Cordobeses, Pedro de Córdoba y Bartolomé Bermejo.

(Año XVI, págs. 55 y

**

sigs.)

Continuando sus meritísimos trabajos, conteni-

dos en

el

citado Diccionario de artistas de la provin-

cia de Córdoba, publicó llano en el Boletín

don Rafael Ramírez de Are-

de ¡a Sociedad Española de Ex-

cursiones, una de las revistas

España y que más título

la

menos conocidas en

honran, varios artículos con el

de Artistas exhumados (tomo

VIII,

año

fruto de sus pesquisas e investigaciones en

el

1900),

archivo

de protocolos de Córdoba, revisado totalmente por él

en los cinco o seis tomos de escrituras, únicos que

se conservan del siglo xv. El día que se haya hecho otro tanto en las principales poblaciones españolas,

podrá intentarse satisfactoriamente

la historia total

y definitiva de nuestros primitivos. Hasta entonces, y todo •*

lo

que no sea eso, será andar por

Véase

el

hermoso Catálogo de

las

ramas.

las tablas de

primitioos españoles de la colección de la Excelentísima Sra.

Doña

Trinidad Scholtz- Hermensdorf,


181

Viuda de /turbe (Madrid, 1911) debido a

la

experta

pluma de D. Elias Tormo. También disfruté de vista

de los cuadros, merced a

la

la

amable amistad de

su dueña, entusiasta defensora de las glorias pictóricas nacionales.

Por

•^

lo

mismo que

la

única afirmación seria que

hasta ahora se había hecho del autor del retrato de

Boabdil adjudicábale a Antonio del Rincón (como diré luego), he perseguido con vivo interés cuantas noticias se conservan acerca de este

«más

A

por libros y revistas.

la

mano

recogidos para este punto, así

de

la

famoso

tenía los materiales

como las conclusiones

controversia mantenida por los señores

y Sentenach en

pintor,

que documentado», desperdigadas

tradicional

los Boletines

de

las

Tormo

Sociedades Espa-

ñola y Castellana de Excursiones, y en la revista gra-

nadina La Alhambra, sobre

el

famoso retablo de Ro-

bledo de Chávela; pero en mi deseo de aligerar estas notas, recomiendo al lector acuda a los artículos

que con tilla

el título

de Los pintores de los Reyes de Cas-

está publicando en

el

ven escritor D. Francisco 1914, págs. 75 a 80), las noticias •*

mencionado Boletín J.

el jo-

Sánchez Cantón (véase

donde hallará recopiladas todas

que sobre Rincón existen.

Además de

las

conocidas noticias que sobre

Aponte nos dejaron Ustarroz, y más particularmente Jusepe Martínez en sus Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura (Madrid 1866, pág. 104),


y de

los trabajos

182

de D. Ricardo del Arco, consúlte-

se asimismo a D. Elias

Tormo en

sus artículos

La

pintura aragonesa cuatrocentista (Boletín citado,

año XVll, todo, y especialmente págs. 125 y

En

mi entender, por mucha que sea

nal y literaria de

Boabdil.

Pedro de Aponte en

no cabe en modo alguno

retratos,

De

la

nuestra tabla

al

fama el

sigs.).

tradicio-

arte de los

de

atribuirle el

San Orencio de

la

Co-

lección Parcent, obra indudablemente suya por el

autorizado testimonio del Sr. Tormo, hay un abismo. »•

De

algunos de estos primitivos dio noticia Ra-

mírez de Arellano en sus citados artículos Artistas

exhumados:

la

de los restantes débola asimismo a

su afectuosa amistad, en cartas que

me ha

escrito, a

instancias mías.

No

he querido tocar en

el

texto la cuestión de

si

este retrato pudo deberse al pincel del algún pintor

moro, no porque no los hubiera, sino porque no parece presumible que un vasallo suyo se atreviese a representarle con las humillantes insignias del venci-

miento. Pero cabe,

sí,

que fuera obra de algún

ta mudejar o judío de los

artis-

muchos que en aquel tiempo

dábanse en Castilla a imaginería de retablos y

pin-

turas devotas, y de los cuales tenemos la sintética noticia que nos dejó la

Católicos

al artista

famosa cédula de

los

Reyes

toledano Francisco Chacón, ha-

ciéndole su pintor mayor. (Documentos inéditos,

tomo LV, págs.

315-17).


-

183

Véase para este punto a Sentenach, en Los

ICO

grandes retratistas de España. (Madrid, 1914, páginas 14-15.) «Estos retratos de busto

— agrega, — no

son, sin embargo, frecuentes en España, aunque to-

muy

dos 'O*

notables; apenas pudieran citarse algunos.»

Arte de la pintura, Sevilla, 1649, (cito por

la

reproducción de Cruzada Villaamil, Madrid, 1866,

tomo

'"2

Los cuatrocentistas ca-

pág. 21); Sanpere:

II,

talanes,

tomo

El

I,

págs. 94 a 96.

mismo Pacheco daba

que siguen sobre

la

pintura al

las curiosas noticias

temple, y que consti-

tuyen una excelente ilustración para rial del

retablo y su antigüedad.

los viejos,

factura mate-

después de enervadas o encañamadas por

las juntas, ponerlas

ma

la

«Las tablas usaban

un lienzo delgado pegado enci-

con cola más fuerte, y aparejarlas de yeso grue-

so y mate, después de

muy

bien lijadas, pintar en

ellas a temple; dibujándolas y perfilándolas

sobre

el

blanco, y luego metiendo sus colores limpiamente

carnes y ropas con variedad, y oscurecer con sus

medias tintas en seco, a

y después

ir

la

manera de

las

aguadas,

apretando con los oscuros más fuertes,

hasta dejarlo en su perfección; esto se hacía en seco,

en pared, en lienzos o sobre tablas, y era lo

usado.» Arte de la pintura...; *°3

II,

más

pág. 23.

Tengo acotadas numerosas reproducciones de

coronas reales en grabados, cuadros y monedas de aquel tiempo; pero tan característica del siglo

xv es


— la

\H4

que ostenta Boabdil en nuestro retrato, que no

creo necesario alargarme en este indudable extremo. Sin embargo, no dejaré de notar

la

grande semejan-

za que guarda con las coronas de los reales de Enrique IV que reproduce

el

Sr.

Osma

en su estudio

Las divisas del Rey en los pavimentos de obra de Manises, Madrid, 1909, pág. 50. Eguílaz y Yanguas: Glosario etimológico de

'°*

las palabras españolas de origen oriental, Granada, 1886, pág. 30.

Eguílaz y Yanguas: Étude sur les peintures

'*'•

de l'Alhambra, Granada, ia96, págs. 17 a

Véase para

'<>•

el

19.

estudio de este punto

la

lente obra del insigne arqueólogo sevillano D.

exce-

José

Gestoso: Historia de los barros vidriados sevillanos, Sevilla, 1904, págs. 249, 296, 299, 300, 327 y 353. '<"

La

bibliografía histórico artística de las pintu-

ras de

la

Alhambra es muy copiosa. Anotaré breve-

mente

las

obras que han llegado a mi noticia. Sobre

las Historias generales

y Guías de Granada de Pe-

Gó-

draza, Echevarría, Oliver, Contreras, Valladar,

mez Moreno,

etc.,

han tratado más particularmente

de estas pinturas:

Owen tails

Jones: Plans, elevations sections

of the Alhambra, London, 1842,

and

de-

(2 vols. folio

extra imperial). Las láminas 46 a 50 son las

más

her-

mosas reproducciones que hasta hoy se han hecho de las famosas pinturas.


-

185

-

Rafael Contreras: Ligero estudio sobre las pintu-

ras de la Alhambra (Madrid, Noguera, 1875), folleto en 4,°, de 23 págs.

Amador de

los

Ríos (D. Rodrigo): Discurso de re-

Ma-

cepción en la Real Academia de Bellas Artes,

de

drid, 1891. (Trata especialmente la

las pinturas

de

Alhambra.) Eguílaz y Yanguas: Étude sur les peintures de F Al-

hambra (Granada,

donde refundió su anterior

1896),

y notable Estudio sobre las pinturas de la Alhambra publicado en 1881 en La Ilustración Católica,

tomo V, págs. 154 y

sigs.

Valladar (D. Francisco de Paula): un artículo publicado en su revista

nas 25 y

sigs.),

La Alhambra

(Aflo 1903, pági-

y otra larga serie de ellos bajo

tulo Rafael Contreras

las pinturas

y

el tí-

de la Alham-

bra (Año 1909, todo). Súmanse a éstas otras obras

de Contreras y Calvert que citaré más adelante. '°*

Consignan estos detalles

Owen

Jones en su

citada obra y Contreras en su Estudio descriptivo

de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y

Córdoba (Madrid, mente en su citado

1878, pág. 260) incluidos anteriorfolleto

Estudio ligero sobre las

pinturas de la Alhambra, pág. ""

13.

Escribo en Madrid, a muchas leguas de Gra-

nada, donde (¡vergüenza

me da

decirlo!),

con haber

recorrido media Europa, no he estado nunca. Por

eso no puedo aclarar

la

contradicción que advierto


-

-

186

entre las noticias que sobre este cuadro da

el ftehor

Valladar en su Novísima Guía de Granada (Graiuh da, 1890, pág. 216) y una fotografía que del misino

retrato tengo a la vista.

Según dicho

escritor, el le-

trero del cuadro atribuyelo a

Abed Hud con

las pa-

labras que he copiado en

texto; mientras

que en

mi fotografía leo

el

el

siguiente rótulo: El

Rey Chico

de Granada. Tal vez se trate de cuadros pero no teniéndolos presentes, no

me

distintos;

es fácil averi-

guarlo, aunque por informes epistolares lo he intentado.

Gómez Moreno,

nada (Granada,

por su parte, en su Guía de Gra-

1892, pág. 172), dice que el atribuido

con algún fundamento a Boabdil era el

núm.

12.

En cambio,

el

señalado con

el

crítico inglés Albert J.

Calvert, en sus dos obras sobre Granada, juzga apócrifa e inadmisible la atribución a Boabdil

trato.

de este re-

(The Alhambra, London, John Lañe, 1907, pá-

gina 422, y Granada present

and

bijgone, London,

Dent, 1908, pág. 191.) "O

La Alhambra. (Año

"*

Deseoso, no obstante, de apurar

1913, págs. 341-42.) la investiga-

ción en tan interesante extremo,

me

ducto de un buen amigo mío,

insigne autor de

al

dirigí,

por con-

La

Rendición de Granada, D. Francisco Pradilla, ro-

gándole

me

informase sobre los antecedentes

cos de que se valió para componer

la

artísti-

cabeza de

Boabdil en aquel su célebre cuadro, habiéndome co-

municado amablemente

las siguientes noticias, que,

a


187

buen seguro, me agradecerán reproduzca tes

de

pintura española:

la

«Me

aman-

los

pregunta usted de qué documentos

me

serví

para los rasgos de Boabdil en mi «Rendición de Granada». Tratándose de un pasado para mí remoto,

he registrado mis carteras de apuntes para hacer memoria y dar a usted alguna respuesta, porque ferente

al retrato

lo re-

de Boabdil fué para mí punto os-

curo.

«Cuando

el

Senado me confió

mento trascendental de nuestra tre los

la

pintura de ese

mo-

historia, tenía yo, en-

numerosos apuntes y calcos que iba reuniendo,

llevado de mi afición a la historia y de los gustos de

entonces, varios calcos del pretendido retrato de Boabdil, representado con un dogal al cuello, y todos ellos procedentes, al parecer,

dos, del

no

del

mismo

original.

más o menos

altera-

Paréceme que calqué algu-

Semanario Pintoresco, que se publicaba en

tiempos de Mesonero Romanos, y quizá también de la

Iconografía española de V. Carderera; pero

leí,

no sé en dónde, que ese pretendido retrato del Rey Chico era una muestra de hostería pintada tiempos después de

la

toma de Granada, y como en

los

dos

meses de rebusca que pasé en esta ciudad nada encontré referente a retrato de Boabdil, y los artistas

granadinos que en

tal

rece que reconocían retrato,

me

rebusca la

me

asistieron,

no pa-

autenticidad del pretendido

atuve, para representar al último

Rey de


Granada, a

las

188

breves descripciones que de su figura

hicieron cronistas e historiadores, asistido con nu-

merosos apuntes

del natural

que yo

tenía,

muchos

de ellos tomados de moros y árabes nobles, visitantes

de

la

Exposición Universal de París de 1878, y

otros pintados en Tánger.

En cuanto

taria fui, por el contrario,

muy

Efectivamente,

a su indumen-

afortunado...»

como en breve comprobará

el

lec-

tor en el Apéndice, fué el

Semanario Pintoresco

primero que dio a conocer

el

de el

él

el

retrato de Boabdil, y

pudieron sacarse los calcos a que se refiere

Sr. Pradilla; pero

a ver entonces

el

como

el

original,

la harto imperfecta

insigne artista no llegó

guiándose tan sólo por

reproducción del patriarca de

nuestras revistas gráficas,

la cual,

a

la

verdad, era

para inspirar desconfianza, nada tiene de extraño

que

lo repudiase.

En cuanto a

la

especie de que

este cuadro fué en un tiempo muestra de hostería, Pradilla lo recuerda, ni imagino yo siquie-

ni el Sr.

ra dónde pudo leerla, con los fundamentos en que

se apoyaba. Sí diré que

el

perfecto y casi impe-

cable estado de conservación en que se encuentra aleja toda

sospecha en

tal

sentido, pues, de haber

servido para tales fines, no hubieran dejado de producirse en carece.

él

indudables huellas de que, por fortuna,


APÉNDICE



Seguro y en poder de D. José Fernández Guerra retrato de Boabdil, por el

el

modo

relatado, y ve-

nido su dueño a Madrid, trájolo consigo, donde pa-

saron muchos años sin que trasluciesen su existencia otras personas que sus amigos y contertulios, hasta que, poco después de su muerte, dióla a conocer por

vez primera su hijo D. Aureliano en

el

Semanario

Pintoresco Español, en cuyas páginas (número correspondiente

al

18 de abril de 1852) publicó un corto

artículo, explicando

de

la tabla,

de

brevemente

la cual,

el

origen histórico

asimismo, hacía una ligera y

externa descripción, aunque sin aludir para nada a su procedencia familiar. Presidía

bado en madera, en acierto, trato,

el cual,

al

texto un gra-

con mejor voluntad que

intentábase reproducir los rasgos del re-

con aquella candorosa ingenuidad y sencillez

gráficas con que vistió sus ilustraciones tan simpática revista, gloriosa

y meritísima progenitora de

todas las semejantes que hoy pululan por España.

Pero no fué tan sólo

el

deseo de dar a conocer


obra tan perc{;rina publicar

el

lo

192

que movió a D. Aureiiano a

susodicho artículo: arrastrábale, además,

malicioso afán de descubrir, de

el

torio, cierta picaresca jugarreta

mordaz ex Bibliotecario de

las

modo público y

no-

áspero y Cortes D. Bartolomé urdida

al

José Gallardo, inocente venganza de unas atrasadas cuentecillas pendientes entre tas

que acertó a liquidar

el

ambos

con mucho ingenio, causando del maleante

escritores, cuen*

Quevedo

biógrafo de la

gremio de eruditos y

zumba y regocijo bibliófilos,

no era bienquisto

del cual, a la verdad,

el

dentro avina-

grado bibliógrafo. Tal fué

el

origen de

la lindísima

Flor de Amores, que en

el

leyenda intitulada

mismo número

del

Sema-

la

noticia

nario Pintoresco, y a renglón seguido de

del retrato, insertó Fernández-Guerra, y reproduzco

yo ahora como apéndice, muestra pasmosa familiaridad que de

las fablas

La

gentilísima de la

llegó a adquirir en el estilo

y decires viejos aquel insigne

literato.

burla (que pronto conocerá el lector) corrió

por todas parte e hizo fortuna; y pocos años después, D. Juan Valera dióla mayor publicidad por

medio de una carta que

dirigió

desde Madrid

al

di-

• Un contemporáneo de D. Aureiiano, famoso asimismo en la república de las letras, exclamó al conocer la leyenda juntamente con el retrato: «¡Lástima que también no sea verdad este papel, teniendo todas las vislumbres de antiguo!» Nótese que en esta leyenda Fernández-Guerra hace al retrato obra de Antonio del Rincón.


193

-

rector de la Reoista Peninsular de Lisboa, bajo

el

chasco seudónimo de D. Silvio Silois de la Selva

*,

carta en la cual

campean su gracejo y donaire acos-

tumbrados, y que voy a reproducir aquí para solaz de mis lectores y sabroso conocimiento de

de marras. Con

ello saldrán

la

jugarreta

ganando ciento por uno,

al

gustar una vez más de los sabrosísimos frutos de

la

magistral pluma de Valera, a cambio de los desa-

bridos de

la

mía, novicia y pecadora. Dice así:

• En el número de mayo de 1856 (vol. I, págs. 395 a 390), e incluida novísimamente por el diligente colector de sus obras completas entre su Correspondencia (tomo I, pági-

nas 211-13), aunque equivocando

pone en

la fecha,

que erróneamente

1858.

13


FALSA LEYENDA (carta)

Muy

estimado señor Director de

la

Revista:

La ad-

junta leyenda, escrita con lenguaje y estilo del

si-

glo XV, es de D. Aureliano Fernández-Guerra, que tan célebre ha venido a ser en

por

la

la

república literaria

sabia crítica y profunda erudición con que ha

sabido coleccionar, comentar y anotar las obras de nuestro gran poeta, discreto estadista y cortesano, y maravilloso polígrafo D. Francisco de Quevedo.

La leyenda, además de su mérito

efectivo e inne-

gable, se recomienda por una circunstancia, con vi-

sos de novela también, que no puedo

menos de apun-

tar aquí.

Siendo aún muy mozo D. Aureliano, escribió tos romances, que sometió

al juicio

José Gallardo. Era éste un oráculo entre tos,

cier-

de D. Bartolomé los litera-

y verdaderamente hubiera merecido pasar por


— tal, si

195

su extremada propensión a burlarse de todo,

a no hallar nada bueno, sino blasen

el brillo

lo

que

él

hacía,

y

no anu-

de sus calidades, y no amargasen con

dejos ponzoñosos

de Gallardo son

la

el

dulzura de sus escritos. Obras

Diccionario critico-burlesco, que

alcanzó tanta y tan merecida fama, y que ejerció tanta influencia allá por los años de 1812, la

los palos, y la sátira contra

el

falso

Apología de

Buscapié de Cer-

vantes, publicado por D. Adolfo de Castro. ellas se

En todas

descubre ingenio grandísimo, pero mayor

acrimonia y malevolencia.

Gallardo era erudito de nuestras cosas, gran cono-

cedor y maestro de nuestro hermoso idioma, y apegadísimo a nuestros autores de los siglos xvi y xvu, a cuya manera de decir ajustaba la

fácil

y naturalmente

suya, teniéndose y considerándole todos por

muy

purista. — Lástima es que su correspondencia inédita

no se publique, pues escribió muchas cartas que pueden pasar por modelo en este

linaje

que están llenas de noticias curiosas

de escritos, y *.

Pero vamos a nuestro cuento.— Fernández-Guerra sometió,

como

llevo dicho, sus versos al juicio

de

Gallardo, y éste, que no se cuenta que haya jamás

• Como digo en una de las Notas de este librillo, parte de esta correspondencia literaria ha llegado a mis manos, y abrigo el propósito de darla a luz más adelante. Con ello noque-

darán incumplidos totalmente los iustos deseos de Valera.—

Nota del autor.


196

elogiado a nadie sino de mala gana, notó en los po-

bres versos tizó,

más

faltas

que palabras, y

los

anatema-

principalmente por poco castizos, y llenos de

frases y locuciones francesas. Entonces fué cuando escribió esta leyenda Fernandez-Guerra; y habiéndola

hecho copiar en papel antiguo, y de tan perfecta y

singular manera, que no parecía sino que estat)a escrita a principios del siglo xvi, la

presentó a Gallardo,

o a fines del xv, se

como quien

ensefla

una

anti-

gualla a un entendido arqueólogo, y por antigualla la

tuvo éste, y nunca Fernández-Guerra quiso sacarle del error en que estaba, ni descubrir a nadie su ino-

cente fingimiento. Gallardo ha muerto poco ha, y

poco ha también se ha sabido que

la

leyenda mencio-

nada es obra de D. Aureliano. Ahí va, para que Ud. la

publique en su Reoista, haciendo notar en sustan-

cia a los lectores lo

go, etc.

que

le

dice en esta carta su ami-

\

Silvio Silvis de la Selva.

A

continuación de esta carta incluía Valera la

leyenda Flor de Amores, tomándola del

nario Pintoresco, de donde, asimismo,

yo ahora, como hermosísima gen de nuestro

retrato.

Sema-

la

copio

fantasía sobre el ori-


xntxtutabo

gfCor be Jlntoree, eC quaC, con ntu^ puCtbo e apacible «atiCo, oc cuentan t^erbabera» l^istoria», e se nO'

en

ian mutj

proi"»ecl?oaos abx>ertimien»

toB. ^onipiieato

caftafCero "^ero

cC Gonrabo ^emanbea, «

por

enberecabo á ta mittj no»

,#

BCe

aeñora boña ^Coi« ra be "^eCaaco.

pues

me ordenades,

discreta señora,

que

os fable de amores, fablaros vos quiero de Baudilin el

rey postrero de Granada e de toda la gente mora

de Andalucía, de cuyos sospiros non se dolieron las paredes de esta cuadra de que faced es vueso aposentamiento, e cuya semblanza fallaredes

al

respaldo

de ese sancto rostro, que a vuestra madre donó doña Francisca antes que profesasse.


— E

%

198

digo vos que cuando

el

conde don Diego de

Córdoba, señor de Cabra e Baena, prendió en batalla,

junto al arroyo de Martin-Gon9alez, á

Baudilin

e

le

Chiquito, vigésimo rey

el

truxo a esta su

como saliesse a

la

cava a

condesa Doña Maria con todos sus

rescibir la fijas e

villa,

Mahomad

moro de Granada,

servidores et escuderos, y viesse

quito a la fija

mayor de

la

el

les

fijos

e

rey Chi-

condesa, fembra de

muy

grand fermosura, e muy granada e cumplida, fincó

mas pobre cella,

que

e lacerado, preso en ios amores de lo

captividad.

la

don-

fuera con los hierros e desdichas de

E como

le

la

tomasse gran tristura e pena

luego que fué puesto a recaudo en esta torre del Homenaje,

el

conde Don Diego

le facia

muy grand cor-

tesia e placer por le consolar e animar en su desven-

tura, diciéndole

que

las

malas suertes e

las

buenas

eran como las pluvias de verano, que tan pronto venian

como se

iban,

o como yervecicas de los oteros

antes secas que nascidas: e de esta guisa

le

grand consolación con falagueras razones. celle toda

honra e merced

le

condesa doña Maria, que era

daba muy

E

por fa-

llevaba a la cámara de la

muy grand

entendida. Acontesció una noche que

señora e

muy

como Baudilin

se veyesse en su cuadra, e contemplasse quan aviesa le iba la fortuna, e

recordasse en su reyno desampa-

rado, e a los sus parciales

muy apretados

e perdidos,

comentó de sospirar tan tiernamente, que daba muy grand compasión a

los

que

le oian.

E como

quier que


— non podiesse dormir, e

199

la

luna que parescia en

la

noche f uesse muy clara con el cielo,

e le viniessen a las

mientes las visiones de aquel amor, que otrosí nia

mucho

le te-

acoitado, forjaba por se asomar a las lum-

breras e f inestras de

la

torre por se consolar con las

de aquella donde se aposentaba

la doncella.

Gallegos se oviesse imaginado que

el

E como

cativo se iba a

preguntóle qué facía, e dixole que parasse mien-

f uyir,

tes que

más forzado era

por su palabra que por los

cerrojos e candados, e que no complia a los varones fuertes la furia del basilysco cuanto la prudencia e el Sufrimiento, ca fuera mejor caballero quien sopo sufrir.

Baudilin le replicó que non era de sesudos nin de

cuerdos hombres afrentar

al

caballero que no se po-

día valer por su mal andanza, et dixole que un rey facia

non

nunca desaguisado por ende perdiesse su honra.

E como

Gallegos acatasse las razones del rey Chi-

quito,

le

y

apretasse a que

prometiendo

le servir

le

descobriesse sus penas,

en todo,

el

rey se las descobrió:

e Gallegos fi^o en adelante porque

el

rey Chiquito

fablasse con doña Francisca la fija del conde, que

era

muy

fermosa, e

muy buena

otrosí, e

mucho hon-

rada: et estaba a esta sazón el conde en Córdoba.

E

acóntesela que la doncella e Baudilin comentaban

de quistionar en por que

el

las vistas

&

en burlas,

doncella

la

rey Chiquito se convirtiesse a nuestra

sancta fée cathólica, e rescibiesse baptismo, et

el

rey por que

el

agua

del sacro

Doña Francisca

se tor-


— nase mora, prometiendo e Xenealarife et

el

flOO la

facer reyna del Alhambra,

XaragUf, e los floridos Alixares:

e les placia fablar e volver a

e tanto que las

ello,

burlas se tornaron veras, e quedó tan cativa la se-

ñora como sejado; ca

^ la

el

mozo mal acon-

rey desleal, e falso, e

amor no es en poder

el

del hombre.

Doña Francisca pugnando con

su passión e con

ofensa que facia a Dios, se quiso confiar de

la

su

hermana Doña Brianda que después casó con don Diego Ramirez de Guzman e fué condesa de Teua: e tanto se comprimió

el

corazón de doña Francisca

con los consejos e advertimientos de

la

mas pequeña, e con que Doña Brianda

su hermana lo

hoviesse

contado todo a Doña Marina vuestra madre, que calecho asaz doliente, llegara a punto de

yendo en

el

morir de

muy apretada

le

malatía,

si

doña Brianda no

dixesse que aquel non era fecho de cristiana y hon-

rada, e que lo descobriria todo a la condesa doña

non pusiesse remedio.

Maria,

si

andada

la luna,

duras e de flores, et

muy

dulces.

E como ya fuera muy

e los campos se avian covierto de verel

vientecico traia sus olores

Doña Francisca dábase

priesa a conva-

lescer y a se alegrar en las huertas a alearías que se

parescen por bajo de Luque, e en hí

corren de

mendros e

muy

olivas e jarales.

pudiese parar le

la

las fontecicas

que

claras e frescas aguas, entre los al-

memoria de

E como los sus

quier que non le

amores, e otro

oviessen venido nuevas de que un jueves en aquel


— dia llevarían a

201

Córdova a

Baudilin,

eque non

le vol-

vería a ver por aventura, llamó una siesta a Gallegos

e

encomendó que

le

mesmo

sacasse

le

la sembian(;:a

vestido e ropas que tenia en la ba-

dilin

con

talla

en que fué cativado, ca Gallegos era

el

tro en el arte ció

de

la imaginería:

muy

del rey Chiquito,

et plógole

Baudihn, mas non se pudo facer llevado

el

% Doña pasaba

la

rey a Córdoua, e dende

que se acordaron

dies-

e Gallegos ge lo ofre-

mucho honradamente, e fué a Baena, e ge

mandó

ta

de Bau-

lo

de-

grandemente a

semblanza cá fué

allí

a Porcuna, fas-

los pactos.

Francisca non quiso tornar a Baena, e

los días

en aquellas huertas e alearías asaz

malencólíca, fasta que una alborada vido que los gí-

netes de Luque corrían por los campos et

sa a facerle saber

cómo

el

el castillo

mandaderos a

la

conde-

rey de Granada

le

quería

facía la salva, e que llegaron

besar las manos antes de seguir

la vía

que para su

reino facía, ca se fallaba libre e desembarazado de su

captivídad por largueza de los señores reyes catholi-

cos

Don Hernando

e doña Isabel. La condessa

muy grand

cortesía e

presente de

muy

lía,

mucha honra,

ricos paños, et

res, et fijas

et el rey le fizo

de alambar

e de otras buenas especias, et de

le fizo

et alga-

muy buenos olo-

muy grand obra para las otro sí para Doña Francisca

de sendos briales de

de

la

condessa: et

una tabla con un sancto rostro de nuestro Redemptor Jesu-Chrísto, e la cobrían cendales e brocado: et el


Rey Chiquito

202

Doña

dizole a

— Francisca que aquel don

no era de moro, antes de cristiano caballero, esto ficiera por

mas

le

et

que

servir et le monstrar lo que

sabia facer. Dofla Francisca gelo agradesció

como

podedes entender que podria lo agradescer; e fincó que

arrancaban

le

con

sintió

la

partida, ca et

el

alma, segund era

mas

%

dolor que

pluguiera tenerle preso en la torre:

le

estuvo a punto de caer

Luego que

gueros por

el

venida de Baudilin, et las nuevas de su

partió el

las sierras

sin sentido.

Rey e se perdieron

los za-

de Luque, Gallegos dixo asaz

recatadamente a Dofla Francisca que levantasse los

paños que covrian có espantada con

el

sancto rostro; e

semejanza de

la

la

doncella fin-

la pintura,

respaldo del sancto rostro avia trasladado tonio en

Córdoua

arreos que dixiera doncella

la

ca en el

Maese An-

semblanza de Baudilin, con los

E

la doncella.

desde aquel dia

la

comenzó de adolescer muy mal, e todo su

cuerpo fué covierto de llagas, que gafedad parescian, con

muy gran

como

dolor e queja: e

quier que enten-

diesse que non podia escapar de la muerte, fizo

lla-

mar a Doña Marina de Velasco vuessa madre para que fablase con un que era

muy grand

fraile

de

la

orden de sant Agustín,

siervo de Dios: et

el

fraile dixo

enfermedad de Doña Francica era por pecado

que

la

que

ficiera: et

et pidió al

doña Francisca

lloró

conde e a la condesa

la

muy

fieramente,

metiessen monja en

sancto Domingo, e antes fizo que Gallegos pintase


— una argolla

go

le

203

conde don Die-

cuello de Baudilin, ca el

al

había vencido en batalla e

la christiana

doncella

había vencido los encantamientos que ficieran en la

semblanza del Rey Chiquito: y non la

la fizo

semblanza habia tomado iglesia en del

Redemptor

del

mundo.

el

quemar ca

sancto rostro

% E dio otro sí la tabla

a vuestra madre para que

la

guardasse: e

pi-

dió al conde que echasse a Gallegos de la tierra,

Et

el

e que non volviesse mas.

mesmo dia que

prof essó la

doncella fué sana, ca trocara la muerte e tira

por

la

la

men-

vida e

la bienaven-

turanza.

AuRELiANO Fernandez-Guerra y Orbe.

FIN



v'

« Fué impreso este drid,

en

la

libro

en

la Villa

y Corte de

Ma-

Imprenta Clásica Espaftola, siendo

su Regente O. José Álvarez Reyes, y se

acabó a

III

días del

sábado santo, gracia

mes de

Abril,

del afio de

deMCMXV.

Laus Deo.



ÍNDICE Pig*.

Portada

ni

v vu

Dedicatoria

Carta a D. Luis Valdés. Parte

I.— La Batalla

Parte II.— El cautiverio de

1

Muley Boab49

DELI Parte III.— El

retrato

80

Notas

139

Apéndice

190

índice

204

Colofón

205

LÁMINAS Retrato de Boabdil

Escudo de glo XVI

la

Casa de Cabra. Azulejos

Portada. del si-

129



PUBLICACIONES DEL AUTOR

Un dato para

las fuentes de

<-<El

Médico de su hon-

ra*. París, 1909. (Folleto.)

El casamiento engañoso y el Coloquio de los perros, de Cervantes. Edición crítica. Obra premiada con medalla de oro por

la

Real Academia Española e

impresa a sus expensas. Madrid, 1912. (15 pesetas.)

Obras de D. Ramón Nocedal, [Recogidas y anotadas por Agustín G. de Amezúa.J Madrid, 1907-1914.

[Van publicados ocho tomos.] D. Pedro José Pidal, Marqués de Pidal. (1799-1865).

Bosquejo biográfico. Madrid, 1913. [Tirada de 40 ejemplares.]

Catálogo de la

las

obras ingresadas en

la Biblioteca

Real Academia de Jurisprudencia durante

el

de

cur-

so académico de 1912-1913, siendo su Bibliotecario.

Madrid, 1914.

Memoria

leída ante la Junta

Academia, planteando del

las

de gobierno de bases para

la

la

misma

formación

Catálogo general y reorganización de

la Biblio-

teca. Madrid, 1914.

Catálogo de la

las

obras ingresadas en

la Biblioteca

Real Academia de Jurisprudencia durante

el

de

cur-

so académico de 1913-1914. Madrid, 1915.

Memoria leída ante la Junta de gobierno de la Real Academia de Jurisprudencia dando cuenta de los trabajos del curso anterior. Madrid, 1915.

n





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