Educación Ético-Cívica

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Educación

ético-cívica 4º ESO Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero y Pedro Fernández Liria Ilustrado por

Miguel Brieva


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Diseño de cubierta: Miguel Brieva Diseño interior:

www.freepresscoop.net Con la colaboración de Martín Cúneo

Ilustraciones: Miguel Brieva

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.

© Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero, Pedro Fernández Liria , 2008 © de las ilustraciones, Miguel Brieva © Ediciones Akal, S. A., 2008 Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com educacion@akal.com ISBN: 978-84-460-2953-3 Depósito legal: M-18.887-2007 Impreso en Fernández Ciudad, S.L. Pinto (Madrid)


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GUÍA DE LECTURA En las páginas de este libro se intercala, junto al texto principal, una serie de complementos a la lectura. Estos recursos son fácilmente distinguibles por su forma, color y logotipo. He aquí algunos ejemplos:

1 CONCEPTOS: explicación de los principales

términos utilizados en el texto. 2 AUTORES: breve perfil biográfico de las

figuras más relevantes citadas en el libro.

1 3 ¿SABÍAS QUE..?: curiosidades

y datos de interés. 4 CINE-FORUM: fichas filmográficas

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y actividades relacionadas con éstas. 5 ACTIVIDADES: ejercicios para poner

en práctica lo aprendido. 6 TEXTOS: pequeños complementos

para profundizar y reflexionar.

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PÁGINAS ESPECIALES 7 LECTURAS COMENTADAS 8 Y DESARROLLOS:

al final de ciertas unidades, son una oportunidad para ampliar los conocimientos adquiridos.

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9 GRANDES CONCEPTOS: términos que, por

su importancia, ocupan una o más páginas.

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ÍNDICE

BLOQUE CUATRO

ÍNDICE

Problemas sociales del mundo actual (II). Desigualdad, sostenibilidad del actual modelo de desarrollo y conflictos armados

INTRODUCCIÓN

La aventura de la ciudadanía 9 UNIDAD 1. Érase una vez… Sócrates 10 12

El espacio de la ciudadanía El lugar de cualquier otro

153 UNIDAD 16. La desigual distribución de la riqueza a nivel mundial

160

· Pobreza y subdesarrollo · El imperialismo · La primera fase del imperialismo: el colonialismo · El conflicto bélico interimperialista y la descolonización

162

· Los nuevos mecanismos de depauperación

153 156 157

BLOQUE UNO

La libertad, el lugar de cualquier otro y la dignidad. El Derecho 29 UNIDAD 2. Primer contacto con el lugar de la ciudadanía: la razón y las matemáticas 36 UNIDAD 3. Segundo contacto con el lugar de la ciudadanía: la moral y la libertad 42 UNIDAD 4. La dignidad y el respeto 48 UNIDAD 5. De la Libertad a la Ley 56 UNIDAD 6. De la Ley a la Libertad 62 UNIDAD 7. El Derecho

BLOQUE DOS

La libertad, el lugar de cualquier otro y la dignidad. El Derecho

168 UNIDAD 17. La globalización

171

· En qué consiste la globalización · Qué «globaliza» la globalización · Globalización y ciudadanía · Tipos de globalización

175

· La expansión del capitalismo y la «doctrina social de la Iglesia»

169 169 171

187 UNIDAD 18. La insostenibilidad del actual sistema de desarrollo y de crecimiento

194

· Injusticia del actual modelo de desarrollo · Desarrollo y huella ecológica · La crisis energética

197

· Economía privada y supervivencia

187 189

194 UNIDAD 19. La guerra 201

· Las guerras de hoy

204

· La banalización de la guerra

71 UNIDAD 8. La división de poderes 77 UNIDAD 9. Democracia y Estado de Derecho 85 UNIDAD 10. El marco constitucional 86 92

· Legitimidad y justicia · El proyecto político de la Ilustración

96 UNIDAD 11. La corrección legal de las leyes 96 96

· La inconveniencia de la pretensión de ir más allá del Derecho · Condiciones de la corrección de las leyes

BLOQUE TRES

Problemas sociales del mundo actual (I). Capitalismo y Ciudadanía

BLOQUE CINCO

Teorías éticas y Derechos Humanos 211 UNIDAD 20. Teorías éticas 211 212 219

220

108

· La (i)lógica del sistema · El ejemplo de las crisis · El derecho a parar

112 UNIDAD 13. El espacio público y el mercado. El destino histórico del programa ilustrado 123 UNIDAD 14. Parlamentarismo y capitalismo. 123 128

· ¿Existe realmente un marco legal para corregir las malas leyes? · La historia de la que no se habla: una lista sin excepciones

142 UNIDAD 15. La impotencia de lo político

· La ética kantiana

221 UNIDAD 21. Los Derechos Humanos 230 UNIDAD 22. El derecho a la diversidad. La diversidad sexual

101 INTRODUCCIÓN. El mito de Cronos 105 UNIDAD 12. El capitalismo 105 107

· Introducción · Éticas del bien y éticas del deber · Éticas del placer y éticas de la virtud: estoicismo y epicureísmo

BLOQUE SEIS

La igualdad entre hombres y mujeres 235 UNIDAD 23. Factores de discriminación a distintos colectivos 240 UNIDAD 24. La desigualdad de hecho entre el hombre y la mujer 240

· El patriarcado

245

· La reproducción material y las relaciones de parentesco

251 UNIDAD 25. Feminismo e Ilustración 258 UNIDAD 26. La familia en el mundo actual

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INTRODUCCIÓN La aventura de la ciudadanía


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La aventura de la ciudadanía

UNIDAD 1

Érase una vez... Sócrates

e

ntre todos los proyectos que ha emprendido el ser humano, la aventura de la ciudadanía ha sido la más arriesgada y la más sorprendente. Quizás esta afirmación pueda parecer exagerada, teniendo en cuenta la singularidad de algunas de las empresas que el hombre ha osado realizar a lo largo de la historia, desde viajar a la Luna a conquistar la mayor porción posible del mundo. Es verdad que, a primera vista, no hay nada que parezca excepcional en el hecho de que seamos ciudadanos. Se trata, simplemente, de que, en tanto que ciudadanos de un Estado tenemos ciertos derechos y determinados deberes, y podemos votar periódicamente a quien nos va a gobernar. Nada de esto parece muy sorprendente. Al contrario, parece más bien lo más normal del mundo; forma parte de nuestra vida más cotidiana. Sin embargo, toda nuestra existencia ciudadana, tan normal y tan cotidiana, se halla levantada sobre un misterio. Podemos hacernos una idea adecuada de este enigma si nos fijamos en cómo comenzó, para el ser humano, la historia de esta aventura de la ciudadanía. Por algún motivo, una democracia, la democracia ateniense del siglo v a.C., consideró necesario condenar a

ágora Espacio despejado en el centro de las ciudades griegas (póleis), donde se desarrollaba la vida pública. Era el lugar de encuentro y de comunicación por excelencia, el espacio en el que se realizaba el intercambio de productos, bienes y servicios (mercado) y, sobre todo, el lugar en el que se discutía sobre los asuntos que afectaban a la vida pública y se tomaban las decisiones políticas.

acrópolis

pólis ágora

Es la forma típica de organización sociopolítica griega. Las póleis son ciudadesestado. Son “estados” por cuanto que constituyen comunidades políticas soberanas. Son “ciudades” por cuanto que la vida social de cada una de ellas se organiza en torno a un núcleo urbano (desde el que se discute y se decide sobre los asuntos que afectan al conjunto de la comunidad). Las póleis disponían de una administración autónoma y tenían jurisdicción sobre un territorio relativamente pequeño. Grecia estaba compuesta por decenas de póleis, entre las que destacaron por su tamaño y su importancia Atenas y Esparta.

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Introducción

muerte a un ciudadano de setenta años, llamado Sócrates, cuyo único delito había sido ir por ahí haciendo preguntas aparentemente tan inocuas como qué es un zapato. Es cierto que Sócrates también preguntaba, por ejemplo, qué es la virtud, pero eso, ahora, es lo de menos. Lo importante, por el momento, es advertir que lo único que hacía era preguntar. Sócrates, en efecto, no enseñaba nada en especial, porque, tal como Sócrates él solía decir, lo único que sabía era que no sabía nada. O no enseñasea, que nada podía enseñar. Pero, eso sí, no paraba de ba nada en preguntar, qué es un zapato, qué es la virtud, y cosas así.

El tirano «No tiene la polis peor enemigo que el tirano, bajo quien, ante todo, no puede haber leyes comunes, sino que uno gobierna teniendo en sus manos la ley, no gobernando equitativamente. » Eurípides, Las suplicantes, 429-430.

INVESTIGA

ACTIVIDAD

Haciendo uso de varias fuentes, realiza una pequeña investigación sobre el juicio y la condena de Sócrates y haz una síntesis de la información más relevante que hayas encontrado.

Cirio II el Grande

¿SABÍAS QUE..?

Ciro II el Grande (600/575 - 530 a. C.), rey de Persia, dominó el mayor imperio conocido hasta el momento. Las conquistas de Ciro se extendieron sobre Media, Lidia y Babilonia, desde el Mar Mediterráneo hasta la cordillera del Hindu Kush. El imperio fundado por Ciro mantuvo casi intactas sus fronteras durante más de doscientos años, hasta que el macedonio Alejandro Magno lo sometió a su dominio en el 332 a.C.

especial porque, tal Pues bien, es con este enigma como comenzó para como él decía, la humanidad la aventura de la ciudadanía. Con este lo único que enigma y con esta ignominia: la condena a muerte de sabía era que un anciano que no había hecho más que preguntar. Si no sabía Atenas hubiera sido una dictadura, si la muerte de Sócranada tes se hubiera debido al capricho de un tirano, la cosa no

tendría nada de sorprendente. Lo extraño es que Atenas era una democracia y, además, para nosotros es el modelo de referencia de lo que solemos entender por democracia. ¿Condenaríamos nosotros a muerte a un viejo que anduviese por ahí preguntando lo que es un zapato? La pena de muerte, se dirá, ni siquiera está reconocida en nuestra Constitución. Ahora bien, tenemos motivos para pensar –como vamos a intentar hacer ver en este libro– que si ese viejo preguntara de la misma manera y con la misma insistencia que Sócrates, nuestra saludable democracia encontraría alguna manera de condenarlo a muerte, aunque para ello tuviera que hacer una reforma constitucional o incluso sacrificar la Constitución. ¿Qué tenía de especial la forma de preguntar de Sócrates? ¿Por qué resultó, a la postre, insoportable para la democracia ateniense?

EL ESPACIO DE LA CIUDADANÍA Cuenta Heródoto que, cuando el rey Ciro emprendió su campaña militar contra los griegos, se refirió a éstos despectivamente en los siguientes términos: «Ningún miedo tengo de esos hombres que tienen por costumbre dejar en el centro de sus ciudades un espacio vacío al que acuden todos los días para intentar engañarse unos a otros bajo juramento» (Heródoto, Historia, trad. M. Balasch, Cátedra, Madrid, 1999). Poco podía sospechar el rey de los persas que sus palabras constituían una preciosa definición de la «democracia», el sistema de gobierno y de convivencia que Occidente adoptaría como modelo. El espacio de cuya vacuidad se burlaba Ciro, el ágora, la plaza pública, contenía dos realidades de potencia incalculable: la asamblea, lo que nosotros llamaríamos el Parlamento, y el mercado. En los dos sitios, en la asamblea y en el mercado, los hombres intentaban engañarse bajo juramento y, en verdad, no han dejado de hacerlo hasta nuestros días. Pero, en la asamblea, al intentar engañarse, tenían que argumentar y contraargumentar, tenían que dialogar, y de este diálogo iban surgiendo consensos, y de los consensos, leyes. Los griegos eran «ciudadanos» en la medida en que pisaban ese espacio vacío en el centro de sus ciudades. Podemos referirnos a este espacio como el espacio de la ciudadanía. En una cosa no se engañaba el rey Ciro: lo más significativo de este espacio es que se encuentra vacío. Que esté vacío supone, por ejemplo, que no


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está ocupado por un templo o por un trono, que no se halla administrado ni por un rey ni por los emisarios de tal o cual dios. He aquí lo que tiene de atrevido el proyecto político que hemos heredado de los griegos: poner en el centro de la ciudad un espacio vacío es como pretender que toda la vida política o ciudadana, todo el tejido social, se apoye sobre un lugar en el que no hay ni dioses ni reyes: ni tiranos terrestres ni déspotas que pretendan gobernar según los designios de algún ser ultraterreno. Se trata de preservar así, en el centro mismo desde el que emana la más alta autoridad de la vida social, un lugar sin amos ni siervos. Esto no quiere decir que en otras partes del tejido social, incrustados en otros barrios más o menos periféricos de la «ciudad», no pueda haber lugar para la vida religiosa o para otros tipos de servidumbre voluntaria. La gente puede decidir ir a rezar a los templos, puede aceptar una vida familiar en la que, por ejemplo, los hijos deban de obedecer a sus padres, puede aceptar un contrato basura en una empresa o incluso aceptar ser cabo en el ejército y obedecer las órdenes de un capitán. Pero sólo si así lo decide, pues, el lugar de la última y más legítima autoridad seguirá estando en otra parte.Y lo importante y lo sorprendente, lo que de inquietante tiene la democracia, es que el centro mismo de la ciudad, el lugar en el que reside la autoridad última de la vida social, es un lugar vacío, una especie de «hueco» que puede ser visita-

SÓCRATES 470 AC-399 AC

Nació en Atenas, en torno al año 470 a.C. Su madre era comadrona. Sócrates se comparó con ella diciendo que, al igual que las comadronas ayudan a parir, él se limitaba a intentar que los demás concibieran pensamientos. Él no sabía nada, sólo sabía que no sabía nada. Nada, por tanto, podía enseñar, pero sí podía ayudar a pensar a los demás. Sócrates participó como hoplita (soldado de infantería) en la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), dando muestras de gran valor y fortaleza física (en el Banquete de Platón, el general Alcibíades habla de Sócrates como de un hombre insensible a las fatigas y al frío, valiente, modesto y dueño de sí mismo aun en el momento en que el ejército estaba derrotado). Mostró la misma fuerza de ánimo en el terreno de la política. Como miembro del Consejo de los Quinientos, en el año 406 a.C.,

fue el único que se opuso a un procedimiento ilegal con el que se quería juzgar a los estrategas vencedores en la batalla de las Arginusas, acusados de no haberse ocupado de rescatar del mar y dar sepultura a las víctimas del naufragio que sufrió parte de la flota después de la batalla naval. Durante la dictadura de los Treinta Tiranos, se negaría también a arrestar al demócrata Leonte de Salamina, tal como le había ordenado su antiguo amigo Critias, que entonces era el principal jefe de los tiranos. En aquella ocasión, le salvó providencialmente la caída de la tiranía y la restauración de la democracia. Pero, aunque Sócrates se resistía a tomar parte activa en la política, se mostró muy crítico tanto con el gobierno democrático como con la antigua aristocracia. Acusó, al primero, de ineptitud y demagogia y, a la segunda, de defender exclusivamente los intere-

«Ningún miedo tengo de esos hombres que tienen por costumbre dejar en el centro de sus ciudades un espacio vacío al que acuden todos los días para intentar engañarse unos a otros bajo juramento.»

Ciro II

ses de su clase y de corrupción. En todo caso, Sócrates llegó a convertirse en un personaje muy incómodo para el grupo de los que, a la sombra de la Asamblea, ejercían realmente el poder. Y así, en el año 399 a.C., se formulan oficialmente tres graves acusaciones contra él: negar a los dioses del Estado, corromper moralmente a la juventud y tratar de introducir divinidades nuevas. Es probable que sus acusadores sólo quisieran provocar su destierro, pero Sócrates no aceptó ningún tipo de pacto ni componenda y se sometió voluntariamente a un proceso que culminaría en su condena a muerte. Rechazando el ofrecimiento de huir subrepticiamente de la ciudad, quiso, en obediencia a las leyes, cumplir su condena. Y en la primavera de aquel mismo año, rodeado de su mujer, Jantipa, sus hijos y sus amigos, ingirió un bebedizo elaborado con cicuta que le llevó a la muerte.

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do por cualquiera y al que se acude para dialogar, para argumentar y contraargumentar, e incluso para intentar, ¿por qué no?, engañar a los demás bajo juramento, como decía el rey Ciro. No hay, por tanto, inconveniente en que los hombres sean padres o hijos, amos o siervos, empleados o patrones, varones o mujeres, subordinados o jefes, fieles de un dios o miembros de una casta sacerdotal que pretende hablar en su nombre. Pero, en la medida en que penetren en ese espacio vacío del que hablamos, se convierten en ciudadanos.Y bajo dicha condición, son todos iguales. En el «espacio vacío» de la ciudadanía todos son iguales... para hacer lo que se hace en ese espacio vaEn cío, es decir, para hablar, para dialogar, para argumentar. ese «esPor supuesto que todos estos que ahora se reconocen pacio vacío» como ciudadanos seguirán siendo distintos y desigua- de la ciudadales a la hora de rezar, de trabajar, de obedecer, de conía del que hamer, de tener hijos, etc. Pero ello se debe a que tales blamos todos cosas no se hacen en ese centro de la ciudad del que son iguales... estamos hablando, sino en lo que podríamos conside- para hablar, parar los «barrios de la vida privada». ra dialogar,

demos Formaban parte del demos todos los ciudadanos libres y, excepcionalmente, algunos «metecos» (residentes extranjeros), pero no las mujeres ni los esclavos. En el compuesto «democracia», demos significa «pueblo». La democracia es, por tanto, el gobierno (kratos) del pueblo (gobierno que el pueblo ejercería a través de sistemas de representación política más o menos directa).

para argu-

Ahora bien, la ciudad en cuestión sólo será una ciudad mentar verdaderamente democrática en la medida en que haya adquirido el compromiso de hacer gravitar toda la vida ciudadana según lo que se decida en ese central lugar vacío en el que todos son ciudadanos y, por consiguiente, iguales. Lo cual quiere decir que el rezar, el trabajar, el obedecer, el comer, el tener hijos y todas esas cosas tan humanas a las que antes nos referíamos se harán de acuerdo con las normas y leyes que se vayan decidiendo desde el espacio vacío de la ciudadanía. Esto quiere decir también que, en algún sentido, en algún sentido muy importante, los hombres y las mujeres, los padres y los hijos, los obreros y los patrones, los fieles y los sacerdotes, son, de modo prioritario a todas esas cosas, ciudadanos. Un obrero será antes que obrero un ciudadano.Y lo seguirá siendo siempre de manera fundamental, aunque las circunstancias le lleven a dejar de ser el obrero que es. Por supuesto que uno vive de su trabajo y no de su condición de ciudadano. Pero, en una «ciudad» verdaderamente democrática, las leyes que decidan cómo, cuándo y cuánto se ha de trabajar para comer habrán de ser decididas en el «espacio de la ciudadanía» –en el que todos somos iguales– y no, por ejemplo, en el círculo privado constituido por un puñado de empresarios.

EL LUGAR DE CUALQUIER OTRO

PERICLES 429 AC

Político y orador ateniense, que dirigió la ciudad en su momento de mayor esplendor. Su famoso Discurso fúnebre es una encendida defensa de democracia.

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Frente a la maledicencia de sus enemigos, los atenienses se sentían orgullosos de su modo de organización política. En su famoso discurso, el gran estadista Pericles explica que el secreto del poder que Atenas había demostrado en tan diversos terrenos residía en la eficacia política de ese espacio vacío del que tan neciamente se burlaba el rey Ciro. Los griegos –incluidos los que juzgaron y condenaron a Sócrates– tenían mucho aprecio por este discurso. Se trata de un precioso canto de alabanza a la democracia que todavía hoy se cita con admiración.Y, sin embargo, Sócrates sentía un larvado desprecio por ese discurso. ¿Por qué? Porque le parecía absolutamente insuficiente. Tan insuficiente como esa «vida ciudadana» de la que sus compatriotas se


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ese lugar, al mismo tiempo, permanezca vacío. Se dirá que lo máximo que pueden pedir los ciudadanos en el lugar de la ciudadanía es que cada uno pueda ir ahí con su templo y su trono preferido, de tal modo que en el lugar de la ciudadanía lo que encontremos sea una multitud de religiones y de despotismos tolerándose entre sí. Ahora bien, de ese modo sólo se lograría que uno de los templos o uno de los tronos, el que acabara por tener más fuerza, terminara por dominar a los otros.Y, entonces, lo que tendríamos en el centro de la ciudad sería eso, un trono o un templo, y no un espacio vacío. Es decir, lo que tendríamos sería precisamente la ausencia de ciudadanía y no una «ciudadanía más realista». Incluso si eso es lo que siempre acaba por suceder, porque así son las cosas –que el pez grande se come al chico y, así, un trono o un templo acaba siempre por apropiarse del lugar de la ciudadanía, predominando siempre sobre los demás tronos y sobre los demás templos–, sería absurdo que nos empeñáramos en decir que eso es la ciudadanía en realidad. Lo que habría que decir, más bien, es que en esa realidad la ciudadanía brilla por su ausencia. Por el contrario, si de lo que se trata es de que los distintos tronos y los distintos templos tengan que tolerarse entre sí, de que tengan la obligación de aguantarse y respetarse unos a otros, entonces, es preciso que haya algún tipo de instancia, algún tipo de autoridad desde la que se dicte esa obligación, esa norma, esa ley.Tiene, pues, que haber un lugar vacío desde el cual se diga, se obligue, se legisle lo que los tronos y los templos deLa ben cumplir.

pregunta

Igualdad ante la ley «Cuando hay leyes escritas, el débil como el rico tienen igual derecho, y aquél, si se le insulta, puede del mismo modo contestar, y el pequeño, siempre que la razón le asista, prevalece sobre el grande. No es otra cosa la libertad que aquello de «¿quién quiere levantarse a exponer a la ciudad alguna buena idea que tenga?» Y el que quiera se luce mientras los otros callan. ¿Cabe más igualdad en comunidad alguna? Y además goza el pueblo que es dueño de un país con que empiecen los jóvenes a ser ya ciudadanos, mientras que el rey ve en ellos algo hostil.» Eurípides, Las suplicantes, 430-445.

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clave que Pero esto no hace sino devolvernos la pregunta que nos planteamás arriba nos planteábamos: ¿Cómo podrían los ciumos es: ¿cómo dadanos ocupar el lugar de la ciudadanía sin llenarlo? podrían los ¿Qué tiene de especial ese lugar que Sócrates se emciudadanos peñó en defender, ese lugar que puede llenarse de ciudadanos sin dejar de estar vacío? ¿Cuál puede ser ese ocupar el lugar lugar sobre el que habría, por tanto, que levantar la de la ciudadanía sin lleasamblea, el parlamento, el edificio de la ley, la «ciudad»? narlo? Para los que se aproximan al caso por primera vez, constituye realmente un misterio que una democracia se sintiera incapaz de aguantar a un viejo como Sócrates que lo único que había hecho era preguntar qué es un zapato. Quizá ahora estemos en condiciones de entender lo que pasó. El problema es que Sócrates se obstinaba en preguntar constantemente desde ese lugar del que estamos hablando ahora. Un lugar tan vacío que, comparado con él, aquel «hueco» en el centro de las ciudades griegas que llamó la atención de Ciro, estaba lleno a rebosar.Y lo que ocurrió fue que el deambular de Sócrates por la ciudad en esa actitud inquisitiva era como si fuese abriendo un agujero, un abismo en el que la ciudad entera amenazaba con precipitarse. Ahora bien, ese abismo no era, ni más ni menos, que la democracia misma: la fuerza de la democracia, que exigía a la vida entera de la ciudad caminar hacia otro sitio de donde estaba caminando. Sócrates parecía empeñado en recordar a los ciudadanos que, si verdaderamente lo eran, no podían estar satisfechos de la ciudad en la que vivían. Sócrates era la voz que denunciaba que la potencia encerrada en ese espacio vacío que Grecia había inventado para la humanidad entera había sido secuestrada por una camarilla de oligarcas que sólo se cuidaban de sus intereses particulares. Sus conciudadanos encontraron el medio de acallarlo a él, condenándolo a muerte, y de acallar también las propias exigencias de la ciudadanía y de la democracia, suplantando a éstas por una apariencia de ciudadanía y una apariencia de


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democracia. Es obvio que en este dilema nos encontramos aún, veinticinco siglos después. ¿A qué estamos llamando democracia nosotros, todos los días? ¿A qué se llama democracia desde las instituciones y en los medios de comunicación?

EL TIRANO TIRAO. Ni siquiera con Manolo, el tirano pasota y bonachón, podríamos hablar de una ciudadanía plena.

¿Cómo haremos para distinguir la democracia de la apariencia de democracia? Empecemos por intentar comprender en qué consiste ese nuevo vacío que Sócrates abrió en aquel vacío ateniense que tanto asombrara a Ciro. Intentemos comprender eso que hemos dicho: que se trata de un lugar que los ciudadanos pueden ocupar sin llenarlo o, al menos, sin llenarlo de otra cosa que de su propia ciudadanía. ¿En qué consiste este «lugar de la ciudadanía» del que hasta aquí hemos venido hablando?

ACTIVIDAD

INVESTIGA Haciendo uso de varias fuentes, realiza una pequeña investigación sobre la historia política griega del siglo V a.C. Expón los elementos clave del contexto histórico, político y cultural de Sócrates y Platón.

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Introducción

DESARROLLOS · SÓCRATES I

El juicio de Sócrates

«Así pues, ¡venga, atenienses!, aquí nos despedimos. Yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a un destino mejor es algo desconocido para todos, excepto para el dios.»

LA MUERTE DE SÓCRATES de Jacques Louis David.

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ócrates fue llamado a juicio cuando tenía setenta años (en el 399 a.C.). No es fácil hacerse una idea de qué es lo que la democracia ateniense podía tener contra él, pero el caso es que acabaron por condenarlo a muerte. Sócrates, aparentemente, no tenía nada de especial. No hacía nada de particular, sólo andaba por ahí conversando con la gente, haciendo preguntas la mayor parte de las veces muy idiotas. En una ocasión, por ejemplo, estaba en el mercado preguntando a un zapatero qué es un zapato. Pasó por ahí un famoso sofista que se iba a dar un ciclo de conferencias por Asia Menor y se despidió de él. Al cabo de unos meses, cuando regresó, se encontró con que Sócrates seguía ahí, en el mismo sitio, empeñado en que el zapatero le contestara a su pregunta por los zapatos. Sócrates ni siquiera sabía lo

que era un zapato. No sabía nada y, por tanto, tampoco enseñaba nada. Sabía, eso sí, que no sabía nada. Eso le hacía preguntar de un modo muy insistente por las cosas más evidentes, por cosas que todo el mundo daba por supuestas. Más que nada, era un pesado. Pero tenía una manera muy peculiar de ser pesado. En principio, una democracia no se dedica a condenar a muerte a los pesados. Los que le denunciaron le acusaban, al parecer, de no creer en los dioses y de corromper a los jóvenes. Sin embargo, Sócrates interrogó a uno de sus acusadores sobre este particular, delante de los jueces, y éste acabó reconociendo que su acusación no tenía pies ni cabeza. ¿Qué pudo ser, entonces, lo que les movió a condenarlo? Primero hablaron los acusadores, ante la Asamblea de los atenienses. Pidieron la pena de muerte contra Sócrates. Luego, habló Sócrates, en su propia defensa. Conservamos su discurso tal como lo recogió su discípulo Platón. Su lectura es apasionante. Sócrates demostró bastante bien que las acusaciones vertidas contra él eran falsas y explicó también los motivos por los que todo el mundo estaba tan irritado con él. No se trataba, ni mucho menos, de que él enseñara cosas molestas o delictivas.Todo lo contrario: él no sabía nada y, por lo tanto, nada podía enseñar. Lo único que quería es que los que iban por ahí presumiendo de saber algo, se lo explicaran. Por ejemplo, los políticos. Los políticos siempre saben muchas cosas. Sócrates, cuando se encontraba con ellos, les hacía preguntas aparentemente muy


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