Luis Mazzantini- D. Hermógenes (reedición 2023 Fundación Toro de Lidia)

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Colección Biografías

D. Hermógenes

Luis Mazzantini


LUIS MAZZANTINI D. HERMÓGENES

(MANUEL ÁLAMO ALONSO)

Prólogo

FERNANDO GONZÁLEZ VIÑAS


Biblioteca Taurina de la Fundación del Toro de Lidia Colección Biografías Título original:

Luis Mazzantini Prólogo: Fernando González Viñas Diseño de la cubierta y maquetación: Alexandra Larrad Hugo Navarrete Consejo editorial de la Colección Biografías: Carlos Ballesteros Rebeca Fuentes Domingo Delgado Guillermo Vellojín Juan José Montijano Ángel Antonio Sánchez Edición: Álvaro López Martín Fotografías e ilustraciones págs. 129, 130, 131, 132, 133, 134, 135 y 136 de la Biblioteca Nacional de España. Reservados todos los derechos de esta edición para: © Fundación del Toro de Lidia Calle Moreto 7, primero izquierda, 28014, Madrid.


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ÍNDICE

Nota de la edición.............................................................................07 Prólogo..............................................................................................09

Fernando González Viñas

Luis Mazzantini................................................................................31 Manuel Álamo Alonso

I - El aprendizaje..........................................................................33 II - Mazzantini, matador de toros................................................39 III - Un poco de historia..............................................................49 IV - La retirada. Algunas anécdotas............................................61 Mazzantin.........................................................................................75 Bosquejo cómico y lírico (obra teatral) Tomás Infnate Palacios

Galería............................................................................................135



NOTA DE LA EDICIÓN

NOTA DE LA EDICIÓN

En la presente publicación de Luis Mazzantini se ha realizado para la Fundación Toro de Lidia una revisión y actualización ortotipográfica de la edición original de este libro, publicado originalmente en Madrid en 1907 en los talleres de Ginés Carrión. A punto de celebrarse el primer centenario de su muerte (1926), esta lectura permite profundizar en la vida de uno de los diestros más carismáticos y singulares de la historia de la tauromaquia. Ante un contexto marcado por el dominio de nombres como Lagartijo, Frascuelo o Guerrita, este matador de padre italiano y madre vasca logró ubicarse entre las principales figuras de finales del siglo XIX. Esta obra constituye una de las mejores biografías publicadas sobre la vida taurina del polifacético don Luis o el señorito loco, como también era conocido Luis Mazzantini por su inusual origen familiar y estatus académico respecto al resto de sus compañeros —educado en una esfera superior y graduado en bachiller de Artes—, quien, tras retirarse del toreo, fue concejal y teniente alcalde de Madrid. Estructurado en cuatro bloques o capítulos diferenciados, este libro realiza un detallado recorrido desde sus inicios como trabajador

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de la Compañía del Ferrocarril hasta su consolidación como uno de los toreros más demandados por los públicos, no exento de luces y sombras. En ella se incluyen estadísticas y crónicas de la época que vienen a refrendar lo que a continuación se recoge. La última parte de la obra se articula en torno a su repentina retirada de los ruedos en 1905 a raíz del fallecimiento de su esposa, así como la inclusión de testimonios de personas próximas y del propio Mazzantini con los que se dan cuenta de algunas de las más curiosas anécdotas de la vida del diestro de Elgóibar.

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PRÓLOGO

PRÓLOGO

Tiene el lector en sus manos la reedición de una de las más tempranas biografías de don Luis Mazzantini. Escrita para la Biblioteca Sol y Sombra, colección monográfica de la revista homónima, tuvo que ser el propio autor quien en un subterfugio incluido en el propio texto confesase que su pluma respondía a D. Hermógenes, ya que no aparece su nombre en portada. Este D. Hermógenes era en realidad el periodista Manuel Álamo Alonso, quien, como era tradicional en el siglo XIX, utilizó diversos pseudónimos, uno de ellos no poco curioso, Paco Pica Poco. Nacido en Sevilla en 1867, muere en Madrid en 1924, dos años antes que el biografiado Mazzantini. Ni siquiera Cossío menciona en la sucinta biografía de su magna obra que Álamo Alonso es D. Hermógenes, limitándose a referir su apodo aviar. D. Hermógenes fue seudónimo que debió utilizar a su llegada a Madrid, tras su etapa en Sevilla, en la que fundó los periódicos taurinos La Muleta, El Arte Taurino, El Payaso y El Toril. Ya en Madrid, realizaría semblanzas o siluetas taurinas, como esta de Mazzantini, para Sol y Sombra, breves biografías que se publicaban en tomos independientes de la revista amatriz. Viene a cuento detenerse en el autor de esta obra porque más allá de acercarnos a la vida

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de un Mazzantini recién retirado de los ruedos y que apenas ha iniciado su carrera política que le llevará a ser gobernador —aquí solo se llega a decir, por razones cronológicas obvias, que fue elegido concejal por el distrito de Chamberí, su primer acercamiento a la política—, Álamo Alonso se entretiene en la obra en dar su visión no solo de lo que es el toreo de Mazzantini, sino de lo que es o debía ser el toreo. Esta visión, curiosa, por radical y por reveladora en diversos aspectos, viene de quien Cossío dice que era «de carácter muy crítico y capaz de zaherir aquello que no aceptaba en el toreo con gran ingenio, apoyándose siempre en un tipo de gracia agresiva muy andaluza». Esta definición se queda corta para quien en una biografía escribe del biografiado que «Mazzantini jamás ha sido torero. En su manos, el capote y la muleta resultaban objeto de puro adorno, complemento de indumentaria y nada más»; aunque, por suerte, sí valora un aspecto muy importante aún en el cambio de siglo: «No era torero, pero sí excelente matador de toros». En cuanto a su visión de lo que debía ser torear, Álamo Alonso o D. Hermógenes nos deja una crítica que pone patas arriba toda la historia de la tauromaquia, porque donde la historiografía nos dice que Belmonte, con la ayuda de Joselito, para el toreo, que se detiene hasta donde era posible, a la espera de ulteriores evoluciones, él nos dice que «al toreo clásico, sobrio, adornado, quieto, de brazos y cintura, sucedió el toreo modernísimo de piernas, movido, agitado, bullicioso y efectista». Y esto lo dice para definir el cambio que se produce con la retirada de la generación de Mazzantini, con la de Lagartijo, Frascuelo y Guerrita, algo anteriores a la del torero vasco. Es decir, atribuye a la de Bombita y los próximos Joselito y Belmonte un toreo agitado y bullicioso frente a un toreo anterior sobrio y, sobre todo, quieto. Pero, dejemos, de momento, disquisiciones generales, para centrarnos en esta obrita y su protagonista, Luis Mazzantini y

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Eguía (Elgóibar, Guipúzcoa, 10 de octubre de 1856 – Madrid, 23 de abril de 1926). Figura singular de la tauromaquia (¿alguien no lo ha sido?), debemos completar en este prólogo algunos aspectos de su persona que se quedan huérfanos en la biografía de Álamo Alonso. Mazzantini fue, básicamente, un elefante en una cacharrería. Fue un señor aficionado al bel canto, bachiller en artes, de ahí que fuese tratado como don por las gentes del toro, que renunció a vestir de corto y sombrero de ala ancha —como sí hacía Guerrita cuando caminaba fuera de la plaza— para colocarse un frac e irse a la ópera acompañado de su picador Badila. Que sus intereses vitales iban por derroteros distintos a los de sus compañeros de profesión pueden descifrarse sin demasiadas conjeturas en el óleo Las cuadrillas de Frascuelo, Lagartijo y Mazzantini, pintado por Daniel Vázquez Díaz en 1936-38, ya con todos los protagonistas fallecidos. Este aparatoso lienzo (244 x 235 cm), conservado en el Museo Reina Sofía madrileño nos muestra a los tres espadas rodeados de su cuadrilla. Vemos de pie a un Frascuelo agitanado, de tez oscura, adusto, con mirada de una España de ajuste de cuentas. A su izquierda, sentado, un Lagartijo de mirada orgullosa, recio, de rasgos esculturales. Ambos, detalle que supo captar Vázquez Díaz, llevan la montera puesta. Y a la derecha de Frascuelo, sentado, envuelto en su capote como si fuese una falda en su parte trasera, Mazzantini, el representante de una nueva estética, sin montera, brutal contraste con el resto de toreros y picadores que aparecen. La ausencia de montera permite ver los finos rasgos y pálida piel de cualquier cosa menos un torero; un político en ciernes, como fue, o un escritor que dicta el discurso de entronización de Amadeo de Saboya como rey de España, o tal vez un cantante de ópera en su momento álgido. Ese fue Mazzantini tanto en el óleo de Vázquez

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Díaz como en su vida, un señor vestido de modo elegante, a la última moda, con sombrero de copa, guantes blancos y bastón. Un señor que un día dijo en una reunión de gentes del toro que por ser torero no había que estar alejado de la cultura. Naturalmente que aquello le sentó como un tiro al resto, porque sus palabras venían a decir que los toros no eran cultura. Para no ofender a nadie, podríamos resumir que Mazzantini fue un «señorito loco», como fue llamado, un señorito cultivado que tenía un espíritu elevado. Hijo del italiano Giuseppe Mazzantini Vangucci, quien residía en España por su cargo en las obras de los ferrocarriles vascos, y de la vizcaína Bonifacia de Eguía, Luis Mazzantini nunca conoció las penalidades que llevaron a tantos hombres del siglo XIX y XX a buscar una salida laboral en los toros. No obstante, y a pesar de ostentar el cargo de jefe de estación de ferrocarril de Malpartida y posteriormente de Santa Olalla (Badajoz), su llegada a los toros tuvo como finalidad aumentar sus ganancias para sacar adelante a su mujer y a sus hermanos. Claro que, en su caso, lo de más cornás da el hambre se filtró por su alma de señorito y pasó a ser, en frase que se le atribuye una boutade admirable: «En este país de prosaicos garbanzos no se puede ser más que dos cosas: o tenor del Teatro Real o matador de toros». Ciertamente, Mazzantini se relacionó con el mundo bajo parámetros distintos de los Lagartijos, Frascuelos y Guerra. De hecho, antes de decidirse por la tauromaquia como destino para su gloria, lo había intentado con el teatro y la ópera. Decidido a buscar la gloria y el éxito que lo alejase de un futuro de ferroviario, estuvo encuadrado en una compañía teatral ambulante, donde, aún sin destacar, pareció desenvolverse mejor que como cantante de ópera. Se dijo que consultó sus dotes como tenor con el mismísimo Antonio Vico y Pintos, que, eso es lo raro del asunto, no era cantante

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de ópera. Bien es verdad que Vico era el actor más reputado de su época y, además, empresario del Teatro Real, lugar donde se escenificaban las óperas en Madrid. No debió de ser muy entusiasta la opinión de Vico sobre la voz de Mazzantini, y este, antes que ser banderillero operístico prefirió los adornos de oro como matador. Vico, por cierto, representó algunas obras del dramaturgo José Echegaray, posteriormente premio Nobel de Literatura, quien, curiosamente, era jefe supremo de ferrocarriles, y cansado de las continuas ausencias de su empleado en busca de capeas acabó por tenderle un puente de plata hacia el procelosos mundo de los cornúpetas. La relación entre Vico y Echegaray fue tan estrecha que es el Nobel quien le escribe el prólogo a las Mis memorias (cuarenta años de cómico) de Vico, editadas en 1902. Un mundo en el que entraría ya con fama de distinto, pues no de otro modo puede referirse que nunca buscase su ascenso ejerciendo de banderillero de otro torero, como era costumbre en el XIX, sino en becerradas e incluso mojigangas, bien anunciado su nombre en los carteles. Bien puede ser aquí eufemismo o contribución a ese aire de señorito que él mismo publicitaba, como demuestra que en 1880 apareciese su nombre en el anuncio de una mojiganga en Madrid con el añadido de «joven de buena familia». Tan buena era su familia y sus estudios antes de dedicarse al toreo que fue uno de los hombres que acompañaron a Amadeo de Saboya a tomar posesión de la corona de España en 1871. Mazzantini era un simple secretario de un hombre de la corte que Amadeo I se trajo desde Italia para ejercer de monarca en nuestro país. Lo destacable es que el joven Mazzantini contaba con solo 14 años cuando estuvo al servicio de David Machino, Inspector General de las Caballerizas Reales de Amadeo de Saboya, y aunque algunas fuentes lo sitúan como mozo de escuadra de primera clase para el cuidado de caballos

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de tiro, él ya tenía en su bagaje cultural saber hablar español, italiano y francés. Dos años después, Amadeo se había hartado de los españoles y abdicó, dejándonos como regalo de despedida a Luis Mazzantini, quien posteriormente haría gala de su amistad con el Borbón Alfonso XII. Esta amistad quedaría sellada en un brindis que recoge Natalio Rivas, donde ya en el siglo XX, el torero brinda un toro a Alfonso XIII, el hijo de Alfonso XII, y lo hace extensivo a la reina, su madre, ausente ese día. Llamado al palco, Mazzantini le aclararía a Alfonso XIII que no le había brindado el toro a su madre por ser su madre, sino por ser la viuda de un hombre que le regaló su amistad y que él tanto apreció. Naturalmente que ese señor que vestía de frac o levita no se limitaría una vez retirado de los toros a ver pasar a sus admiradores, como hizo su contemporáneo Rafael Guerra, entronizado en su club Guerrita con vistas a la cordobesa calle Gondomar. Mazzantini, como refiere brevemente su biógrafo Álamo Alonso, se decantaría por la política. No vale en este caso remitirse a la famosa anécdota de Juan Belmonte, quien preguntado sobre la extraña carrera de un banderillero suyo que acabó de gobernador civil, respondió que la causa se debía a que había ido degenerando. En el caso de Mazzantini, quien también acabaría como gobernador, aunque esto ocurre con posterioridad a la biografía de Álamo Alonso, parecía natural su futuro como representante público. Aquí se nos dice que en 1906 fue elegido concejal por el distrito de Chamberí. La historia es tan sabrosa que merece ampliarse. Aquellas elecciones se celebraron en realidad el 25 de noviembre de 1905, el año en que el torero se había cortado la coleta, destrozado por la muerte de su esposa. Mazzantini, presentándose por el partido liberal, ganó en su distrito con 1.202 votos. El segundo más votado, y también con derecho a representación, fue un hombre no menos histórico, Pablo

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Iglesias, el dirigente del PSOE, partido que llegaba así por primera vez a las instituciones. El cuarto de los elegidos por Chamberí fue otro miembro del PSOE, Francisco Largo Caballero, quien fuese después presidente del Consejo de Ministros durante la Segunda República, entre septiembre de 1936 y mayo de 1937, en plena guerra civil. La carrera política del torero no llegó a más hasta tres lustros después, cuando sería nombrado, durante el reinado de Alfonso XIII, quién sabe si recordando el brindis ya referenciado, gobernador civil de Guadalajara (1919) y posteriormente de Ávila (1919–20). Aquello ocurrió durante una etapa muy convulsa de la política española. Aunque fue nombrado por Antonio Maura y amparado por el conde de Romanones, en muy poco tiempo se sucedieron tres presidentes del consejo de ministros, todos conservadores —recordemos que Mazzantini fue concejal por los liberales—, lo que nos da una idea del don de gentes del torero. Ese mundo distinto con el que se relacionaba Mazzantini se extendía incluso allí donde el rumor tal vez estaba simplemente creando unos acontecimientos que se non è vero, é ben trovato. Y así, mientras al resto de los toreros tenían romances y bodas con cupletistas y pronto con flamencas —denominación que comienza en la época de Mazzantini a ser de uso común gracias a la aparición de los cafés cantantes—, Mazzantini, más allá de su matrimonio, habría tenido un romance nada menos que con Sarah Bernhardt. La diva, que no se cansa de citar Marcel Proust en diferentes volúmenes de su obra magdaleniense en la busca del tiempo perdido, habría tenido un lío amoroso con Mazzantini en Cuba. Álamo Alonso, prudente, nada dice de ello, pero lo cierto es que la Bernhardt y Mazzantini coinciden en Cuba en enero de 1887 y que la prensa española de la época, recogiendo información de Le Figaro, informaba sobre una corrida a puerta cerrada organizada por el diestro en La

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Habana para la compañía de la actriz. Efectivamente, Bernhardt se encontraba en La Habana en enero de 1887 contratada para varias representaciones, y Mazzantini, acompañado de Cuatro-dedos como segundo espada, participó en dieciséis funciones taurinas en aquel invierno cubano de 1886/7. A buen seguro que un aficionado a la interpretación y el canto como Mazzantini no se perdió a la actriz francesa interpretando La dama de las camelias, Fedra, La extranjera y otras obras que interpretó en La Habana. El supuesto affaire causó cierto escándalo por un desdén de la actriz hacia las damas de alta alcurnia habanera, un asunto muy proustiano, se puede decir. Las damas del Círculo Habanero habían preparado un ágape a la Bernhardt, pero esta las dejó plantadas y se fue del brazo de don Luis Mazzantini hasta la plaza de toros, donde el diestro tenía que vérselas con unos cornúpetas. Aquel hecho hizo que se desatase alguna que otra lengua viperina, y Bernhardt contestó a las críticas a su comportamiento refiriéndose a los cubanos como «indios con levita», declaración que años después negaría en una entrevista con el dramaturgo Gustavo Robreño. Sin embargo, aunque D. Hermógenes solo habla en esta biografía de la esposa del diestro, aparecen más mujeres en su vida, y en una de ellas nos encontramos con que ese señor tan especial también tenía su debilidad por el folclore patrio. Aún existe en el Puerto de Santa María una finca llamada Recreo de Mazzantini. Su historia nos dice que el torero, cautivado por El Puerto, compró unos terrenos y mandó construir una finca que llamó Villa Concepción, en honor a su mujer. Mazzantini se aficionó también al flamenco y su hermano Tomás tuvo un café cantante en El Puerto. Se ha especulado con que la cantaora flamenca Teresita Mazzantini, no poco conocida a principios del siglo XX, fuese hija natural del torero por sus amores con la bailaora flamenca Teresa Uceda. También entra dentro de

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lo posible que fuese su sobrina, aunque algún investigador rechaza categóricamente la relación de parentesco entre la cantaora y los Mazzantini y asegura que aquel nombre fue un apodo artístico para aprovechar la fama del torero. Si así fuese, entramos de lleno en la literatura, pues no poca generó el diestro ya en su época. Dicha literatura quedó sobradamente plasmada en obras mayores que las de un apodo o las de los corbatas Mazzantini, pañuelos Mazzantini y bastones Mazzantini, incluso el verde Mazzantini, por el color de su traje de luces, que a todos estos artículos puso sin pretenderlo su rimbombante apellido, o pusieron los avispados comerciantes. Mucho antes de esta biografía de D. Hermógenes o Álamo Alonso —recordemos, 1907—, el escritor Eduardo López Bago escribiría una novela titulada Luis Martínez, el Espada (1887) que estaba inspirada en la vida y andanzas de Luis Mazzantini. Pero más sorprendente aún es que ya en 1884 el gran aficionado a la ópera que era el torero fuese el protagonista de la zarzuela Mazzantini, un «bosquejo cómico—lírico en un acto y cuatro cuadros, en verso», con libreto de Tomás Infante Palacios y música de Isidoro Hernández y que se estrenó en el Teatro de Recoletos. Tampoco sería descabellado pensar que el personaje protagonista de la obra teatral El señor vestido de violeta (estrenada en 1954), de Miguel Mihura, estuviese inspirado en Mazzantini: un torero que viste de modo elegante y se desvive por los cócteles, la vida burguesa y la cultura con mayúsculas, que prohibe a sus subalternos hablar en andaluz... aunque finalmente se descubra que él mismo lo es y solo disimula. Mazzantini alquiló un piso en Madrid, el nº 12 de la calle Carranza, con despacho, estanterías repletas de libros, esculturas y cuadros al óleo, donde reunía a artistas y literatos, y que contaba con un gabinete con piano de Pleyel, que a decir de López Bago en la obra ya citada, estaba «preciosamente amueblado

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con sillería a la emperatriz, de cretona rameada, armario de luna viselada y entredoses de marquetería». No está de más compararlo con la descripción que Miguel Mihura hace al inicio de su obra de teatro sobre el despacho de Roberto Zarzalejo, el torero señorito de El señor vestido de violeta: «Despacho–biblioteca en casa de Roberto Zarzalejo. Estanterías repletas de libros. Muebles del más severo estilo inglés. Tapicerías exquisitas. Alfombras riquísimas. Una gran mesa de trabajo, llena de papeles, de libros y teléfonos. Un gran sillón para trabajar, tapizado de carísima seda azul cobalto, con adornos de nácar «coulogne». Sobre el sillón, colgado en la pared, un gran retrato de don José Ortega y Gasset. En los huecos que dejan las estanterías, grabados belgas del primer tercio del siglo XVI. Porcelanas, miniaturas, pieles búcaros, etc. (...) En un piano distante se escucha una sonata de Beethoven». Luis Mazzantini fue tal vez el primer torero que se resistió a ser considerado un torero, entendido el término como partícipe de un canon y de un determinado modo de vivir. Cossío, en un alarde de casticismo, explica esa diferencia con los demás como un producto de «su porte europeo y falta de marchosería fuera de la plaza». Bleu lo definiría como «aquel empleado ferroviario con patillas de señorito a la moda», un evidente reproche a la contaminación de lo taurino —sea eso lo que sea— que Mazzantini representaba. No obstante, Bleu, al contrario que nuestro muy crítico D. Hermógenes, escribiría que fue un matador «rotundamente fenomenal, por más que a nadie se le ocurriese entonces a nadie de motejarle de fenómeno». Aquella consideración de Mazzantini como alguien ajeno a la tauromaquia y que representaba un nexo de unión, o al menos un contacto epidérmico con otros mundos, pero aceptado por la fuerza de sus volapiés, fue posible debido a unos factores sociales

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de los que participaba el mundo de la tauromaquia pero que iban más allá de ella. En lo político, en pocos años se había pasado de una monarquía isabelina a una revolución o sexenio democrático (1868–1874) que incluyó un gobierno provisional (1868–1871), un reinado efímero de una monarquía liberal (Amadeo I, 1871–1873), una Primera República Española (1873–74), que ha de subdividirse en una etapa federal (sin olvidar el fenómeno del cantonalismo) y otra unitaria con dictadura del general Serrano, y unos fuegos artificiales finales con el pronunciamiento del general Martínez Campos y el retorno de los Borbones con la figura de Alfonso XII en 1874. La vida taurina de Mazzantini se desarrolla, por tanto, dentro de la llamada Restauración. Pero aquellos convulsos años previos cambiaron muchas cosas y muchos comportamientos sociales. Un país que derribaba, aunque brevemente, una monarquía con medio milenio de vida era también capaz de poner en entredicho otras de sus sacrosantas instituciones como era el toreo. No hubo un movimiento antitaurino especialmente destacable, algo casi anecdótico hasta que Eugenio Noel supiese publicitarlo y publicitarse a sí mismo ya en el siglo XX, pero hubo una serie de espectáculos y movimientos que comenzaban a ser competencia directa del favor de los públicos. No hablamos aún de fútbol, aunque el Recreativo de Huelva se fundase en 1889. Pero hablamos de zarzuela, de cine, de espectáculos culturales. Hablamos de la llegada de la modernidad, simbolizada en el ferrocarril y el cinematógrafo. El cine no eran sino instantáneas detenidas, fotografías, proyectadas a endiablada velocidad. Podríamos hablar de una necesaria coincidencia que los hermanos Lumière enviasen a sus operarios a todo el mundo y en España se encontrasen con Mazzantini, cargasen con su cámaras al hombro y se fuesen a España para rodar lo que era España, y ese ser no era otra cosa para un francés que los toros. De este modo, por

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encargo de los hermanos que habían descubierto un mundo nuevo y acelerado, Alexandre Promio se desplaza a Madrid y el 14 de junio de 1896 rueda en los alrededores y la plaza de toros de la carretera de Aragón. El primer film taurino de la historia, 14 metros de celuloide, nos permite ver la llegada de Mazzantini y su cuadrilla en calesa a los aledaños de la plaza, ante la mirada atónita de público y guardias hacia el extraño aparato camarógrafo que nadie sabía aún para qué se había inventado. Mazzantini va acompañado de cuatro banderilleros, uno de ellos su hermano Tomás, a lo que hay que sumar el picador que llega cabalgando sobre su caballo. Para los interesados, ese día compartió cartel con Bombita, Juan Gómez de Lesaca y Nicanor Villa,Villita; los toros, de Ibarra. Y ahí tenemos que la unión entre algo tan ancestral como los toros y el último invento de la humanidad lo hacen por primera vez de la mano de Mazzantini. No quedó ahí la pasión del celuloide por el torero de Elgóibar: el 8 de mayo de julio de 1898, los Lumière ruedan en el anfiteatro de Nimes de nuevo a Mazzantini, acompañado de Reverte, haciendo el paseíllo con sus cuadrillas e imágenes de las diversas suertes. Y qué decir de la definitiva eclosión del ferrocarril, ese asombroso caballo de hierro que se anticipaba a la llegada del automóvil, el rey definitivo de la vida moderna. Si la Revolución Industrial nos trajo una nueva época, el ferrocarril y el cine nos trajeron otra, la de la adoración a la velocidad. Y el ferrocarril, su velocidad, permitía a las tropas prusianas desplazarse con rapidez para derrotar a franceses y austríacos y proclamar el nacimiento de la moderna Alemania en 1871 o a Guerrita sumar tres festejos en un día en tres ciudades distintas. El ferrocarril, qué ironía, que tan importante había sido en la vida del apellido Mazzantini. El ferrocarril veloz para el que trabajó Luis Mazzantini hasta que

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—¡oh ironía mayor!— se decantó por el toreo, el mayor enemigo de la velocidad, y que, en aquellos años de Lagartijo, Mazzantini y Guerrita, iba atemperando la celeridad de los toros para crear el temple y la lentitud que se convertiría en santo y seña del toreo del siglo XX. La tauromaquia, ante el envite de la modernidad, hubo de adaptarse, y Mazzantini fue, en esa adaptación, un pionero, o tal vez un adelantado. Si a alguien debe achacarse la rareza que se le atribuye a Mazzantini dentro de los toros es al propio gremio de los taurómacos. El sambenito que cargaba Mazzantini era el de ser un hombre culto. Con ello, se adscribía la tauromaquia, como siempre lo había estado, a lo popular, que, por contraste pasaba a ser lo in–culto. La llegada de Mazzantini a los toros no pudo ser más oportuna. En unos momentos en los que Giner de los Ríos y Joaquín Costa proclamaban el llamado regeneracionismo como salvación y europeización de España, la figura de Mazzantini mostraba que los protagonistas de la tauromaquia no eran necesariamente aquellos que, a decir de Costa, no les faltaban «los pulmones para apostrofar a los caballos ensangrentados con más calor, con más entusiasmo, con más crueldad, no digo que los romanos, sino que los antropófagos mismos alrededor de sus prisioneros atravesados en el asador». Frente a aquel espíritu que denunciaba que los males del país, o más bien de sus gentes, estaban encarnados en el espectador de toros, la tauromaquia necesitaba una respuesta o al menos una excusa. No debe olvidarse que tras el cambio del siglo XVIII del toreo caballeresco, protagonizado por aristócratas, al toreo a pie, con el torero del pueblo como adalid, los toros habían quedado definitivamente en lo popular. Aunque la asistencia a las corridas era masiva, lo culto tenía su público en la ópera a la que España era muy aficionada (más wagneriana en Barcelona y más italiana

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en Madrid) y el teatro. La zarzuela era también considerada un asunto popular y por tanto competencia directa de la corrida de toros. La tauromaquia, ninguneada en ocasiones como algo soez por ser popular, debía encontrar acomodo que la salvase de su mala fama, aunque ella misma no quisiese ser salvada. Casualmente, o no, en la época de Lagartijo, con el que Mazzantini aún alternaría, se empieza a hablar de sus protagonistas como «artistas». Y así, se comenzó a decir que por ver hacer el paseíllo a Lagartijo ya merecía la pena pagar la entrada, algo que un siglo después se diría de Curro Romero. Los revisteros taurinos comenzaron a halagar la gracia del torero, su figura decorosa, sus adornos y su estética, en lugar de centrase en su valentía, desdén por el peligro y rotundo estoconazo. Si bien Mazzantini nunca fue un torero de lo que hoy llamaríamos artista, el aura que le precedía contribuía no poco a sacar los toros de la endogamia de lo popular e in–culto. La llegada de Mazzantini a los toros resultaba importante porque proyectaba una imagen culta de la tauromaquia. Él mismo sentenció su presencia y su importancia fuera de los ruedos como embajador del toreo y cómo debía ser el futuro comportamiento de los toreros y afirmó que «el torero es un ciudadano digno, que no están reñidas la cultura y la buena educación con el arte del toreo». Aquella frase la pronunció en un discurso en otoño de 1887, justo antes de partir para La Habana, que un cronista de El Imparcial, bajo el seudónimo de Sentimientos, reprodujo parcialmente. Mayor interés aún produce que la revista La Lidia, no solo recogiese lo reflejado en El Imparcial sino que bajo el título de «Un revolucionario», tratase de desacreditar lo dicho por Mazzantini, aduciendo que lo que el diestro defendía era pura vacuidad. El texto, que aparecía, por cierto, en portada, nos señala con nitidez las luchas internas y externas de la tauromaquia por posicionarse en el ya cercano nuevo

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siglo. El lector podrá hacerse una cabal idea de la polémica con el largo texto aparecido en La Lidia, y donde deben en primer lugar destacarse ciertas frases que el torero pronunció en el banquete en la finca Los Leones y que ejemplifican su ideario. Los comentarios a las frases vertidas vendrían firmados en La Lidia por el reputado crítico Don Jerónimo, que no era otro que el musicólogo y escritor Antonio Peña y Goñi, a la sazón director de La Lidia, y a quien le harían poca gracia las afirmaciones en las que Mazzantini afirmaba haber iniciado «una revolución en las costumbres de los toreros, demostrando a los que ridiculizan y censuran la fiesta nacional y la manera de ser de los que a tal ejercicio de dedican, que el torero es un ciudadano digno, que no están reñidas la cultura y la buena educación con el arte del toreo, que así puede vestir el traje corto, como el frac o la levita». Don Jerónimo le respondía al pie en una larga diatriba castiza en la que, entre otras cosas, destacaba que: «Un torero rodeado de todas las clases sociales; un torero comiendo trufas y bebiendo Champagne con el hombre de ciencia, con el literato, con el artista y con el jornalero, no podía mostrarse a la altura de la concurrencia, sino diciendo algo extraordinario, algo trascendental, que dejara con la boca abierta a todos los comensales. Y así sucedió que D. Luis se remontó a las esferas en que solo se libran de la asfixia las águilas y los cóndores… (…) Observen ustedes que el hombre no se para en barras. Los que ridiculizan y censuran la fiesta nacional han estimado, por lo visto, que el torero es un ciudadano indigno, un ser inculto y mal educado, porque viste chaqueta y lleva sombrero calañé o pavero de anchas alas. Pero viene D. Luis, se pone la gabina, endosa un frac, preside funciones teatrales, habla italiano y francés, pronuncia discursos, se dedica, en una palabra, a fantasías de tocado, de idiomas y de

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oratoria, y ya tenemos al torero convertido en un ciudadano digno, en un petit Castelar, ente el cual la sociedad se inclina respetuosa, batiendo palmas, y elevándose a un nivel que no alcanzarán nunca Lagartijo ni Frascuelo. (...) Sí, amigo Mazzantini, está usted en un error, en un crasísimo error, al hacerse ciertas ilusiones. Ha creído V. de buena fe que el hábito hace al monje; ha creído V. que la sociedad eleva el nivel del individuo, midiendo su valor por el del traje que viste, y es necesario que deseche V. esa creencia. (...) Eso no es una revolución sino una extravagancia que no cundirá. El toreo es una diversión popular en la cual se admiran el valor, la temeridad, la agilidad y la ligereza del hombre. Y el traje de los toreros, el pantalón ajustado, la airosa chaquetilla, el sombrero y la faja, son prendas de vestir que responden perfectamente a la profesión; son prendas que dan una idea anticipada del espectáculo, y revelan en los que las llevan las cualidades que los hacen dignos de admiración ante el público. (…) Que pueda V. llegar a ser un gran señor, líbrenos Dios de ponerlo en duda; pero de ahí a convertir el asunto en regla general, hay una enorme diferencia. (...)» Este asunto, tan revelador de esa lucha entre lo clásico y lo revolucionario, entre lo aceptado como canon y la transgresión de las normas no quedó ahí. Con fecha 10 de abril de 1887, es decir, cinco meses después, el asunto aún coleaba y en La Lidia se reprodujo de nuevo todo el texto de noviembre de Don Jerónimo porque había aparecido un panfleto exigiendo rectificar sus palabras contrarias a Mazzantini a Peña y Goñi. Hasta tal punto debió de crecer la polémica que en aquel mismo número, además de defender que no se había faltado el respeto a Mazzantini, se advertía en grandes caracteres lo siguiente:

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PRÓLOGO

«Última hora No sabemos con qué objeto se propaló ayer por Madrid la noticia de que había un lance personal pendiente entre nuestro director D. Antonio Peña y Goñi y el Sr. D. Luis Mazzantini y Eguía. Desmentimos en absoluto este rumor del cual consideraciones de delicadeza nos impiden ocuparnos con más detalles.» El duelo, a espada o pistola, nunca se llevó a cabo, aunque algún autor aporta incluso el nombre de los padrinos designados por Mazzantini. Lo cierto es que la personalidad y singularidad de Mazzantini le hizo no solo vestir como le placía, sino reivindicar lo que él creía justo y merecedor de cambio. Así, se vio envuelto en otra polémica que provocó no menos ríos de tinta que la anteriormente citada. Y aunque él fuese quien definitivamente reclamase el cese del sistema anquilosado del lugar en el que se habían de lidiar los toros, no fue ni suya la idea ni el primero que impuso el sorteo de las reses. Ya Cúchares había reivindicado que no fuese el ganadero el que designase el orden de los toros, ganadero que en busca del éxito propio siempre colocaba a los mejores toros en el lugar en que fuesen lidiados por el espada de mayores garantías. Posteriormente, en 1890, Federico Mínguez, periodista (El tío Capa) reclamó en la prensa el sorteo de las reses. La idea de este inquieto personaje, que apoderaría posteriormente a Mazzantini, fue recogida, con opiniones a favor o en contra, por otros periodistas. Y aunque ya Frascuelo había impuesto en alguna ocasión que se sorteasen los toros, fue Mazzantini quien lo exigió siempre, creyéndose perjudicado en sus duelos con el Guerra, el mandamás del toreo tras la etapa Lagartijo/Frascuelo. La exigencia provocó que Guerrita vetase al torero de Elgóibar (por ejemplo en 1899 en Madrid, a decir de Federico Mínguez en declaraciones al Heraldo de Madrid), si bien, para la historia ha quedado que Mazzantini impuso definitivamente

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el sorteo. El torero que menos aires de torero se había dado en toda la historia de la tauromaquia, era un hombre inquieto con cierta vocación universal y social. Solo así se entiende su entrada en política, pero también sus aventuras como empresario de la plaza de toros madrileña, con resultados catastróficos en lo económico y mayores aún en su prestigio, porque aún estaba en activo en los ruedos, lo que se vio como una incongruencia y le deparó no pocas críticas. Tampoco se entendería sin ese espíritu tan poco sosegado la creación en 1912 de una revista de ferrocarriles, llamada Adelante, un modo de volver a sus orígenes y de ser pionero de un mundo que aún se encontraba en desarrollo. Que aquella revista incluyese artículos como «Los trenes en la China» daba una idea de la amplitud de miras de su propietario y director. Resulta curioso que el período histórico en el que Mazzantini desarrolla plenamente su arte sea llamado el de la Restauración. Paradójico que una restauración conllevase un cambio y no un retroceso. Pero de la monarquía de Isabel II a la de su hijo Alfonso XII media un abismo. Si bien habían pasado solo seis años desde que Isabel II dejó de ser reina (1868) hasta que Alfonso XIII inicia su reinado (1874), debe tenerse en cuenta que Isabel II inició su reinado (bajo la tutela de la regencia de su madre) en un lejano 1833. Había pasado medio siglo y el país, aprovechando todas las graves y necesarias convulsiones políticas, se había transformado en otro. La España de la Restauración es desde la Constitución de Cánovas de 1876 un país con amplias libertades políticas, con derecho a la libertad de expresión y de reunión. Aquellas libertades, a pesar de sus limitaciones, harán creer a la sociedad española que vive una época de prosperidad y casi algarabía. Los toros, el festejo popular por excelencia y lugar en el que el noble y el

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PRÓLOGO

banquero se dejan ver para mostrar sus alhajas y su poder, tienen una seria competencia. La ópera entre los estamentos más nobles, la zarzuela entre los más populares. Ese pueblo zarzuelero no es tampoco ajeno al teatro, donde triunfa Echegaray, quien fue jefe de Mazzantini en su etapa de ferroviario. Como se ha mencionado, el incipiente cine está a punto de robar horas a los amantes de nuevas sensaciones que no se conforman con los nuevos toreros. Frente a estas novedades, se asienta definitivamente un cante ancestral, el cante jondo, que aunque restringido a una parte de España, escapa del guetto para proyectarse a través de los cafés–cantantes a los más nobles estamentos. Casualmente, el principal causante del auge de los cafés–cantantes tiene apellido italiano: Franconetti. Silverio de nombre, es hijo de una sevillana y un italiano. No se quedan ahí los paralelismos porque, al igual que Mazzantini marchó pronto a torear a Uruguay, Franconetti viajó en 1856 al Uruguay donde ejerció de picador de toros, antes de abrir el café de Silverio en la calle del Rosario en Sevilla. La sangre italiana, por partida doble, reivindicaba los ancestros del pueblo hispano y los modernizaba. O, tal vez, si hacemos caso a Néstor Luján, «el cante flamenco y el baile van crispando una pincelada de flamenquería que liga con la Fiesta de los toros. Pero esta flamenquería es auténtica y así se mantiene durante la primera década del siglo XX, como algo exquisito y profundo —popular— del folclore andaluz. En lo que va de siglo, esta vena pura y estremecida se perderá y se convertirá en un espectáculo de teatro, como los toros se convierten asimismo en algo comercial». Mazzantini, personaje incómodo para la mayoría del mundo taurómaco de la época, desde compañeros de profesión a críticos taurinos, solo era, en definitiva, un síntoma de una nueva era. El mundo se aceleraba y nuevas costumbres y tradiciones amenazaban

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la pervivencia de ciertos usos sociales. El desastre de 1898 suponía más que una pérdida de las últimas provincias españolas en ultramar, salvo las africanas, la constatación de que España no era ya nada ni a nivel político ni intelectual, y mucho menos científico. En la llamada corrida patriótica celebrada para ayudar a los soldados que regresaban de la derrota en Cuba, Mazzantini brindó por la destrucción de ese «país de aventureros». Aquellos aventureros representaban un nuevo mundo, una revolución, aunque ni siquiera Mazzantini, él, al que llamaban revolucionario, se diese cuenta. Sí lo hizo la llamada Generación del 98, los escritores que realizan una profunda reflexión sobre la situación del país. Su idea es la de regenerar el país, en otras palabras, vestir con levita, como en Europa, en lugar de hacerlo de flamenco. No son ellos solos los que harán avanzar el país, al menos en el deseo de avance, porque el periodismo vive un enorme desarrollo, un periodismo muy crítico, terriblemente sarcástico, como puede comprobarse de modo ejemplar en las revistas taurinas, que se multiplican como hongos y, como podemos comprobar en esta biografía de Álamo Alonso a Mazzantini, utilizan los toros para hablar de algo más. Es, con amplitud de miras, lo mismo que el señorito loco realizaba con su comportamiento, gustos y aficiones, tan ajenos a esa España cañí que representaba tan bien la tauromaquia. Llegaba un nuevo mundo y resulta revelador que la presente biografía esté escrita desde el mundo antiguo, con unas frases y definiciones tan castizas como aún lo era el toreo o lo era el Guerra, el máximo exponente del taurinismo castizo, casi amanerado. Y así, nos encontramos para definir la labor o carácter de Mazzantini con expresiones como «agradó a los inteligentes» o que poseía «viriles arrestos». Solo queda sumergirse en las páginas que siguen y recibir de primer mano el juicio sobre un personaje carismático de alguien que lo

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PRÓLOGO

vio dar fulminantes volapiés y pasearse por la Gran Vía vestido de burgués con ínfulas. Como dice el autor de esta biografía, su juicio «tendrá por base la verdad de los hechos». Veamos esa verdad. Fernando González Viñas Doctor en historia, escritor y traductor

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LUIS MAZZANTINI D. HERMÓGENES

(MANUEL ÁLAMO ALONSO)



I - EL APRENDIZAJE

I EL APRENDIZAJE

Luis Mazzantini es ejemplo viviente que patentiza el poder incontrastable de una enérgica voluntad, puesta al servicio de una ambición tan grande como legítima. Nacido en rango, aunque modesto, muy superior y, sobre todo, muy distinto al en que viven y se desarrollan la mayor parte de los individuos que al toreo se dedican; mal avenido con los escasos bienes de fortuna que sus burocráticas tareas le proporcionaran; ardiente aficionado a la lidia de reses bravas, tanto, por lo menos, como lo fuera al bel canto; impaciente en su anhelo de ocupar una posición desahogada y distinguida en la sociedad; estimulado en sus ansias de riqueza por las pingües ganancias que con su trabajo adquirían toreros y cantantes; reconociéndose, al mismo tiempo, carente de condiciones para ser un artista lírico notable; sintiéndose, a la vez, dueño del valor necesario a luchar con las fieras; seducido quizás por los encantos que a las almas grandes ofrecen los peligros en cualquiera profesión, y más a quien se considera con la indispensable fortaleza de espíritu para arrostrarlos y vencerlos, decidió Mazzantini, en su juventud, hacerse matador de toros, aunque carecía de los conocimientos fundamentales que debe poseer todo el que aspire a conquistar el título de maestro en taurina. 33


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«Cuando apenas le sombreaba el bozo, servía ya el cargo de secretario particular del caballero Marchino, jefe de las caballerizas reales en tiempo del rey D. Amadeo; de allí salió a desempeñar el empleo de factor telegrafista en las compañías de ferrocarriles del Mediodía y de Ciudad Real a Badajoz, pasando más tarde, en clase de jefe, a la estación de Santa Olalla, en la línea de Cáceres». No era en este cargo tan buen empleado como debiera: lo abandonaba por ir a torear en todas las capeas de los pueblos inmediatos; venía a Madrid con igual fin a las becerradas de los Campos Elíseos, y rara vez perdía una corrida de toros de nuestra gran plaza, fingiéndose para el servicio de su empleo unas veces enfermo y otras dejando en su lugar a gente subalterna. De tal modo cansó a la Compañía del ferrocarril su comportamiento, que, llamado por el jefe superior de dicha línea, D. José Echegaray, y reconvenido fuertemente, contestó que sus inclinaciones le llevaban a torear mejor que al desempeño de su modesto empleo, que nunca le había de proporcionar el bienestar que él ansiaba. Dejó su destino, y se encontró, como suele decirse, sin oficio ni beneficio. [...] No quería empezar por echar un capote ni clavar un par de banderillas, que eso tiene el mismo peligro que el de matar toros, se tarda en adelantar y la utilidad es corta; así que ensayó sus fuerzas a presencia de varios inteligentes aficionados en la ciudad de Talavera de la Reina, donde mató dos toros de cinco años a satisfacción del público, y luego en Madrid en alguna becerrada de las que anualmente celebraba la sociedad de socorros de los empleados de ferrocarriles. Mazzantini se presentó por primera vez en Madrid, como matador de novillos, el 5 de diciembre de 1880 y su trabajo agradó a los inteligentes, que apreciaron en el neófito condiciones nada comunes para ser algún día excelente estoqueador de reses bravas. Después toreó varias corridas en las plazas francesas, y el año 1882

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embarcó, ventajosamente ajustado, para Montevideo, donde hizo una campaña brillantísima y lucrativa. En otra ocasión, al trazar la silueta de nuestro biografiado, expresamos en esta forma la impresión que produjo entre los aficionados la aparición de Mazzantini en el estadio taurino. Cuando empezaba a declinar la estrella de aquellos colosos que se llamaron Lagartijo y Frascuelo, ya en el ocaso de su vida torera, apareció en el horizonte de la tauromaquia contemporánea un astro, cuyos brillantísimos fulgores deslumbraron a la afición, prometiéndole días de entusiasmos y bienandanzas; Luis Mazzantini, vino a compartir con Rafael y Salvador las simpatías, la admiración y los aplausos. Los que, por suerte o desgracia, hemos asistido a los comienzos de la existencia taurina de Mazzantini, recordamos con fruición, no exenta de ciertos dejos de amargura, aquella época de engrandecimiento para el arte, en la que Luis, recién llegado al palenque, logró mantenerse a la altura de los incomparables maestros Lagartijo y Frascuelo, que, aunque iniciada ya su decadencia, conservaban todavía facultades más que suficientes para no consentir que cualquier advenedizo se les pusiera por delante. La primera tarde que Mazzantini alternó como matador de toros en la plaza de Madrid, la afición, cansada de quemar incienso un día y otro, durante muchos años, en las aras de los mismos ídolos, sintió profunda sacudida, y entusiasmada ante los viriles arrestos del nuevo espada, sacudió la modorra en que su aburrimiento la había sumido y llevó de boca en boca el nombre de Luis Mazzantini, como el único digno competidor de los dos colosos que hasta entonces pisara los taurinos ruedos. Cundió la fama del neófito de un extremo a otro de la Península, repercutió en las lejanas playas de América, y pronto el modesto

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exfuncionario de ferrocarriles fue el hombre del día, la actualidad palpitante, el espada de moda; las empresas se disputaban su cooperación, y sobre él llovían, materialmente, los contratos, hasta el punto de poder asegurarse que Mazzantini ha sido el torero contemporáneo que más dinero ha ganado en menos tiempo. ¿A qué obedecía el entusiasmo con que la afición acogió el nombre del nuevo astro? ¿Era Luis Mazzantini un torero tan perfecto que eclipsara las gallardías de Lagartijo y el arrojo, casi temerario, de Salvador? No, ni mucho menos; Mazzantini jamás ha sido torero. En sus manos, el capote y la muleta resultaban objeto de puro adorno, complemento de indumentaria y nada más: eso lo han reconocido siempre, desde el primer día, hasta sus más entusiastas partidarios. La clave de aquel éxito portentoso estribó en la elegancia de Luis cuando se perfilaba a dos pasos de la fiera, y en el valor con que arrancaba a herir, cruzando los brazos con matemática exactitud al consumar la suerte del volapié; la ejecutaba con tal maestría, con precisión tan grande, que rara vez se vio en la necesidad de repetir para acabar con la existencia de sus feroces adversarios. No era torero, pero sí un excelente matador de toros. Luis Mazzantini promovió una verdadera revolución en las costumbres de la torería. Hijo de modesta familia, educado en una esfera superior a la de la mayoría de sus compañeros, hizo gala de ciertos refinamientos de cultura y elegancia entre la gente de coleta que le revistieron de gran prestigio, hasta el punto de que los toreros, casi siempre, le distinguieron llamándole don Luis con respetuosa deferencia, como si se tratase efectivamente de un individuo ajeno a la profesión. Desechó por impropio de su modo de ser y pensar el pantalón entallado, la chaquetilla corta, la faja y el calañé, prendas clásicas de la indumentaria taurina, sustituyéndolas por el traje de calle usual, siempre de corte irreprochable, arreglado al último figurín, como

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vestir pudiera el más delicado getleman. Su carácter expansivo, su cultura nada vulgar y los legítimos triunfos que alcanzó en los comienzos de su carrera, le captaron muchas simpatías, que aún conserva, y le hicieron el niño predilecto de los aficionados durante muchas temporadas. El ejemplo de Mazzantini ha contribuido eficazmente a la actual decadencia del arte; sentó plaza, por decirlo así, de capitán general, y su buena suerte le ayudó a subir rápidamente a lo más alto de la montaña. Después, salvo algunas, muy pocas, excepciones, todos los toreros han querido ser espadas sin haber toreado; y a diario vemos que surgen diestros embrionarios, que más o menos pronto ruedan al abismo de la indiferencia para morir olvidados en el montón anónimo de los toreros mediocres. No hay que hacerse ilusiones: los que para dedicarse a la lidia de reses bravas sólo cuentan con el valor, a veces temerario, cuando este se acaba, que suele ser más pronto de lo que creen los interesados, como carecen de esos recursos que presta la inteligencia y el conocimiento profundo del arte, se anulan, y en una hora de desfallecimiento borran los éxitos obtenidos y que, por carecer de sólida base, fueron efímeros como el súbito fulgurar de los relámpagos. Cuando Mazzantini regresó a España desde Montevideo, se presentó en las principales plazas de Andalucía, con tan brillantes auspicios, que dos años más tarde —1884— a los veintiocho de edad, decidió tomar la alternativa de matador de toros, creyéndose ya en aptitud suficiente para alternar con los más afamados maestros de su época.

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II - MAZZANTINI, MATADOR DE TOROS

II MAZZANTINI, MATADOR DE TOROS

Pocas figuras del toreo contemporáneo fueron quizás tan discutidas como la de Luis Mazzantini. Era una especie de planta exótica, aparecida en los jardines de la tauromaquia. Caracter, cultura, educación, costumbres le hacían un torero desemejante en absoluto a casi todos sus colegas. Esa circunstancia dio enseguida marcado relieve a su personalidad. Las multitudes, impresionables ante todo lo que, por extraordinario, logra conmoverlas, se entusiasmaron al ver un señorito, que vestía con elegancia, era concurrente asiduo al Teatro Real, alternaba con lo más selecto de la buena sociedad madrileña, poseía idiomas y se expresaba en términos correctísimos, mostrándose en todas ocasiones cumplido caballero, vestir el traje de luces y luchar en la plaza con las fieras, fiado más en su valor personal que en su destreza —de la que carecía— para dominarlas y vencerlas, compitiendo con los toreros más famosos de la época. Cuando Mazzantini regresó de su primera excursión a las playas americanas, de tal manera cundió por la Península el renombre de Luis, que pronto las empresas se disputaban el concurso del novel matador para combinar carteles que ofrecieran al público alicientes 39


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que, reforzando los ingresos en taquilla, les proporcionasen pingües beneficios. Y el novillero Mazzantini, ya célebre estoqueador de reses bravas, recorrió en triunfo continuado las plazas más importantes de España y el extranjero, haciéndose pagar largamente y siendo, durante algún tiempo, el ídolo de los jóvenes aficionados. Los antiguos, en cambio, no veían con buenos ojos aquella intrusión de un advenedizo, sin abolengo taurino, que no había hecho su aprendizaje como los demás toreros y que, de la noche a la mañana, vino a ocupar un puesto en primera fila para disputar aplausos, contratos y simpatías, nada menos que a los dos incomparables maestros Lagartijo y Frascuelo. Tal atrevimiento en un hombre cuyos antecedentes eran opuestos en todo a los hábitos de la torería, levantó verdaderas tempestades de censuras entre los apasionados admiradores del ayer, quienes no perdonaban ocasión de zaherir al intruso. Mazzantini hubo entonces de soportar las amarguras y sinsabores que experimentan siempre los revolucionarios, tanto en política, como en religión, o en cualquiera otro medio social: toda revolución significa choque violento entre el pasado y el presente, lastima intereses, ataca ideales y trastorna, en fin, cerebros y conciencias, por virtud del momentáneo desequilibrio que se produce al entablar la lucha. Luis había promovido una intensa revolución en la tauromaquia. Primero, comenzando el ejercicio de la profesión por donde los demás solían acabar; no figuró nunca como peón ni banderillero en cuadrilla, ni tomó lecciones de ningún maestro. Empezó matando, y apenas si poseía más conocimientos del arte que los imprescindibles para deshacerse de los toros con arrojo, no exento de habilidad. Después, su espíritu revolucionario llegó a reformar algunos usos muy arraigados hasta entonces entre los toreros, quienes poco a

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poco fueron adoptando los gustos y costumbres del innovador, por encontrarlos quizás más cómodos y en armonía con las necesidades de la época. Eso también fue causa de que los aficionados de ¡aquellos tiempos! se rebelasen contra el hombre que de ese modo rompía con la tradición veneranda y venerada durante un siglo, como intangible y perdurable por toda una eternidad. Pero a la vez el revolucionario hacía prosélitos y, sin gran esfuerzo, logró muy pronto contar con un partido grande, formado por valiosos elementos, que no tardaron en imponerse, proclamando a Mazzantini rey del volapié. Lo era, y esa fue la base de su encumbramiento. Para demostración de la notoriedad alcanzada por Mazzantini, bastará consignar un hecho esencialmente significativo. Conocida es, de antiguo, la pasión que a los aficionados sevillanos domina en favor de los toreros nacidos en la capital andaluza. Son los preferidos siempre, y rara vez han logrado triunfar en la plaza de Sevilla los diestros procedentes de otras regiones, a no contar con méritos indiscutibles e insuperables. El mismo Rafael Molina hubo de experimentar terribles amarguras en el coso sevillano, del que salió una tarde tan maltrecho y desalentado, que hizo propósito de no presentarse en él otra vez. Allí han fracasado muchos diestros, que en las demás plazas eran estimados y aplaudidos como excelentes lidiadores, quizás por el solo hecho de no ser sevillanos. Parece lógico que, tratándose de un matador tan distanciado, personal y artísticamente de lo que era costumbre entre sus compañeros de profesión, se acentuara aquel despego con que los aficionados de Sevilla suelen tratar a los diestros que no son paisanos suyos. Lejos de ser así, puede asegurarse que a los sevillanos debe

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Mazzantini gran parte del éxito alcanzado por sus faenas. Su aparición en el coso sevillano fue acogida con simpáticas demostraciones; Luis —como César— llegó, vio y venció a los aficionados andaluces, produciendo entre ellos un verdadero alboroto, que muy pronto cundió de un extremo a otro de España. Los periódicos de la antigua Bética se constituyeron heraldos de la fama del matador guipuzcoano. Sus ditirámbicos elogios hallaron eco en otras regiones, que pusieron todo su ahínco en ver y celebrar las excepcionales aptitudes del novel espada. Así las cosas, en tan próspero camino para nuestro biografiado, el día 13 de abril de 1884 recibió aquél la suprema investidura, que le otorgara en la plaza de Sevilla, donde tan señalados triunfos obtuviera, el célebre Salvador Sánchez, Frascuelo. Alternativa que le fue plenamente confirmada en Madrid por Rafael Molina, Lagartijo, la tarde del 29 de mayo del mismo año, en la que el recipiendario Luis Mazzantini mató, en primer lugar, el toro Morito, de Murube. De ese modo quedó Luis consagrado matador de toros por los dos maestros más famosos y queridos en su época. Como dice el refrán ultrapirenáico: a tal señor, tal honor. Diremos algo ahora de los méritos que poseía Mazzantini como lidiador. Su nombre —aunque él afortunadamente vive— pertenece a la historia. A fuer de historiadores imparciales, expondremos clara, terminante y francamente nuestra opinión respecto al particular objeto del presente estudio. Nuestros juicios tendrán por base la verdad de los hechos. Ni censuramos por sistema, ni aplaudimos por capricho. Este género de trabajos, más pertenece al porvenir que al presente; escribimos, pues, para los aficionados de mañana. Si ese criterio guiara a cuantos del toreo escriben en la actualidad, no veríamos tanta medianía endiosada, ni confundiríamos con lamentable frecuencia el oro y el oropel.

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Los que, al andar del tiempo, dentro de veinte años se dediquen a la interesante labor de revolver y estudiar papeles viejos, formarán un concepto muy erróneo de lo que es hoy la tauromaquia, si no encuentran más fundamento para sus investigaciones, que los muy deleznables ofrecidos de presente por críticos y revisteros. Consultando unos y otros, se encontrarán con la grata sorpresa de que apenas habrá existido un mal torero desde los comienzos del siglo XX. Todos son buenos, excelentes, óptimos: unos, porque matan más que el cólera morbo; otros, porque torean como no soñara el mismísimo Paco Montes; y otros, porque, aunque ni matan, ni torean, tienen mucho ángel y mucho aquel y requetemuchísima gracia para llevarse de calle bombos y simpatías… Las almas tiernas, los corazones sensibles, siempre encuentran resquicio para la benevolencia, y se muestran más dados al aplauso que a la censura; y aun si alguna vez necesitan apelar a ésta, lo hacen con tales atenuaciones y miramientos, que apenas dejan ver la amargura de los juicios envuelta por el almíbar de la expresión. Aristarcos de guante blanco y grandes agradadores de todos los Segismundos, ellos contribuyen, en parte, a que la afición ande un poco desorientada en eso de juzgar las cosas del toreo. Sin querer, hemos ido más allá de donde nos propusimos llegar. Perdone el lector esta digresión, que acaso no resulte inoportuna, y volvamos al tema de Mazzantini. «No maneja el capote con soltura, ni gracia, sirviéndose únicamente de poderoso auxiliar para hacer quites oportunos y arriesgados, con tan valiente arrojo como los hacía el inolvidable Frascuelo, que nadie ha repetido desde que aquél se retiró de la arena; clava de frente las banderillas, y al cuarteo perfectamente, midiendo bien los tiempos, pero lo debe a su fuerza de piernas y elevada estatura en muchos casos; maneja la muleta sin considerarla en toda su importancia, aunque siempre la utiliza con

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gran golpe de vista, en oportuna defensa; para menos de lo que hay derecho a esperar de él, por más que últimamente ha dado pases a pie quieto, de mérito indisputable, y en cuanto a matar, lo hace comúnmente arrancando o a volapié; pero, ¡de qué manera! Se coloca en línea recta con el testuz del toro, se arma con elegancia y lía con soltura, formando una figura que nos recuerda la de Pedro Romero pintada por D. Juan de la Cruz Cano, se arranca rápidamente y consuma el volapié de tan magistral manera, que no pudo soñarlo su inventor. Esto en la mayor parte de los casos. Pero nada más. No hay que pedirle que reciba toros, que esa admirable suerte la han olvidado todos los modernos toreros». Otra manifestación de lo que puede una voluntad firme dirigida a un propósito determinado por una inteligencia no común, vemos en el ejemplo de Mazzantini que, ignorando casi en absoluto las prácticas del toreo cuando empezó su ejercicio, dedicado exclusivamente a matar toros, no tardó mucho tiempo en hacerse un banderillero muy aceptable, como indica en el párrafo transcripto el Sr. Sánchez de Neira, y un excelente director de lidia, mérito que ni sus intransigentes adversarios pudieron negarle; por otra parte, aunque sin adornos ni filigranas, se dedica, con especial empeño, a hacer quites, metiéndose en terrenos de verdadero compromiso para él, fiado en sus portentosas facultades. Ésa fue su especialidad; los picadores solían decir: —Cuando Mazzantini está en la plaza, vamos al toro con la mayor tranquilidad. En efecto: Luis no descuidó nunca ese importantísimo deber de todo matador, y con la sobriedad característica de su toreo, entraba a los quites de poder a poder, llevándose los toros, más que empapados en los vuelos del capote, consentidos con su cuerpo, y aun, si el caso apuraba, luchando poco menos que a brazo partido con la fiera. Supo

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siempre colocarse en el sitio que le correspondía y por eso llegaba con oportunidad a todas partes. En cuanto a sus aptitudes como director de plaza, ya lo hemos dicho: pocos matadores, antiguos ni modernos, le han igualado; ninguno ha conseguido aventajarle. Cuando él ocupaba el puesto de primer espada, no consentía desmanes de ningún género, y la lidia se llevaba con tal orden, que rara vez hubo ocasión de censurar el descuido más insignificante. Dispuesto a llegar hasta donde fuera preciso para conseguir que sus aspiraciones tuvieran rápida realización, procuraba practicar todo género de suertes con los toros y perfeccionarse en ellas al objeto de poder alternar dignamente con los maestros contemporáneos suyos y, si no en totalidad, en parte al menos vio logrados sus propósitos. Poco a poco fue soltándose en el manejo del capote, y aunque su estilo de torear nada tenía de afiligranado, careciendo, como carecía, de esa salsa que caracteriza al torero andaluz, dentro de la sobriedad, tal vez excesiva, que le era propia, llegó a cubrir su puesto en primera fila, sin desmerecer de los compañeros en boga a la sazón. Esa misma voluntad a la que nos hemos referido anteriormente, le llevó a ser un banderillero muy apreciable, si bien no pudiera competir nunca ni con Lagartijo, ni con Guerrita, ni con otros de menos categoría. Fue Mazzantini un banderillero seco, desprovisto de adorno, pero valiente, concienzudo y de facultades extraordinarias. Iba de frente a los toros paso a paso, cuadraba en la misma cabeza, levantaba los brazos artísticamente y sus pares de rehiletes quedaban, por lo general, como dibujados sobre el morrillo de la res, y eran de castigo. Pero todos esos esfuerzos, siempre dignos de aplauso, nada hubieran valido para sostener la fama de Luis en auge durante algunos años, si otros méritos más positivos y reales no le acompañaran como

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matador de toros. A título de tal únicamente figurará su nombre en la historia de la tauromaquia, y en ese concepto vivirá con alabanza en el recuerdo de los buenos aficionados de su época. Verdad es que sus faenas de muleta, meramente defensivas, sobrias hasta la exageración, movidas y desgarbadas, no resultaban artísticas ni vistosas; pero en el momento en que liaba la tela al palo, perfilándose tan cerca del toro como su estatura le permitía, erguido, arrogante y bravo, se agigantaba su figura en estéticas proporciones, y admiradores y adversarios no podían menos de aplaudir a la vista de aquel conjunto primoroso formado por el hombre y la fiera, frente a frente los dos y ambos apercibidos para la suprema lucha en la que uno de ellos forzosamente, o quizás los dos, había de sucumbir. Y luego, cuando Mazzantini arrancaba hacia su astado enemigo y, marcando clara y distintamente los tiempos del volapié, enterraba todo el estoque en el morrillo de la res, que al poco tiempo caía desplomada por efecto de la herida mortal que recibiera, los aplausos y las aclamaciones entusiastas atronaban el espacio y el intrépido matador triunfante hacía olvidar en un momento las deficiencias no escasas, como hemos dicho, de las que el diestro adolecía. Al cabo de ocho o diez años de incesante batallar por las plazas de España, Francia y América, donde su paso dejara gratos recuerdos a la afición, inició la decadencia de facultades y comenzó ese período de amarguras y desengaños, verdadero calvario para el artista que ve derrumbarse el dorado edificio de sus ensueños de gloria y convertidos en huraños censores de su labor a los mismos que ayer le admiraban con fanática admiración. Desde entonces, sólo muy de tarde en tarde, y cuando las circunstancias le favorecían, ejecutaba algo que pudiera ser considerado como pálido reflejo de lo que en sus buenos tiempos practicaba.

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En cuanto comenzó a distanciarse de los toros, buscando ventajas en el momento de arrancar a herir, como carecía de recursos artísticos que suplieran aquellas deficiencias, éstas se hicieron más patentes en él que en otros y su estrella se eclipsaba de día en día, próxima a oscurecerse para siempre. Al mismo tiempo, Guerrita venía empujando. La partida, pues, resultaba muy desigual, llevando Mazzantini la peor parte. El diestro cordobés, con su toreo bullicioso, alegre, inteligente y de extraordinaria visualidad, se llevó pronto al público de calle, y donde quiera que se presentaba era el amo. Luis sintió profunda herida en su amor propio y no vaciló en empeñarse en una lucha para la que carecía de elementos adecuados al logro del triunfo. Guerra y Mazzantini fueron, durante algunos años, base obligada en las combinaciones de carteles. Cierta rivalidad, que no debiera existir, entre los partidarios de uno y otro bando, mantuvieron vivo, aunque por poco tiempo, el interés que perdieran las fiestas de toros después de las retiradas de Frascuelo y Lagartijo y el trágico fin del desgraciado Espartero. La competencia que quiso entablarse de Guerra y Mazzantini era imposible. El cordobés llevaba siempre la de ganar. No en vano se ha reconocido por todos los que entienden algo en achaques taurinos, que Guerrita fue el torero más completo del siglo XIX. Aun a aquellos famosísimos maestros que se llamaron Rafael Molina y Salvador Sánchez les hubiera costado gran esfuerzo competir con Guerra. Mazzantini, bien por afición, por cálculo, por razones de índole privada, en las que no hemos de penetrar, o por causas más o menos justificativas de su permanencia en el toreo, no supo, no quiso o no pudo retirarse a tiempo, y prefirió devorar en las plazas las amarguras de la derrota en plena decadencia, a retirarse tranquilamente al hogar, para vivir en él saboreando el dulce recuerdo

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de glorias no marchitadas por el acíbar de los desengaños. Una horrible desgracia de familia —el fallecimiento de su amada esposa, Dña.Concepción Lázaro— sorprendiéndole en la última expedición que hizo por las plazas americanas, el año 1905, determinó en Mazzantini la resolución definitiva de abandonar el toreo para siempre. Poco después de su regreso a España dedicó a la política su actividad, y en las elecciones municipales efectuadas el año 1906 para la renovación por mitad de los ayuntamientos, resultó elegido concejal por el distrito de Chamberí —de reciente creación— en la villa de Madrid. De sus aptitudes como político y edil juzguen otros; aquí solo tratamos del torero, y nuestra misión termina en el momento en que Mazzantini abandonó las lides con las fieras para empezar otras, quizás más formidables, con la opinión pública. Aunque con la brevedad requerida por las dimensiones de estos volúmenes, en el capítulo siguiente resumiremos, hasta donde nos sea posible, la labor taurina realizada por Luis Mazzantini durante los veinte años que ha dedicado al ejercicio de profesión tan arriesgada.

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III - UN POCO DE HISTORIA

III UN POCO DE HISTORIA

Mazzantini dio numerosas y frecuentes muestras de valor en la plaza, cualidad que le acompañó hasta su retirada de las lides taurinas; y el Sr. Sánchez de Neira, en su Gran Diccionario Taurómaco, página 48, da cuenta de un hecho memorable, realizado por Luis, en estos términos: «Todos le reconocen valor y no olvidan aquella hazaña que realizó con un toro de D. Anastasio Martín en la plaza de Madrid el día 12 de octubre de 1890, cuando al saltar tras él la barrera, quedó encunado contra las tablas del tendido, y forcejeando con sus fuerzas hercúleas, agarrado a las astas, desvió al toro con gran serenidad, golpeándole en los ojos, y salió del embroque libre cual otro Panchón a quien un hecho parecido le valió una pensión del rey Fernando VII». Hombre emprendedor y ambicioso, no conforme con el puesto eminente que por el esfuerzo y los méritos propios lograra conquistar entre sus más afamados colegas en tauromaquia, quiso extender la esfera de sus negocios buscando nuevas fuentes de riqueza que saciaran sus deseos de vivir a lo grande, y no solo adquirió de D. Antonio Fernández Heredia una vacada de toros bravos, sino que

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también se hizo empresario de la plaza de toros de Madrid, sin perjuicio de continuar ejerciendo como matador. Muchas amarguras y múltiples sinsabores hubo de soportar en aquella época, además del gravísimo quebranto que para sus intereses supuso la mala marcha del negocio que, al fin, se vio precisado a abandonar con pérdidas considerables, de las que acaso no pudo reponerse en mucho tiempo. Como escribió muy bien el Sr. Sánchez de Neira en su obra citada, página 487: «Este fue un error que le costó caro. Es absolutamente imposible que el público en general prescinda del derecho que tiene, o cree tener, a exigir de las empresas los mejores toros y los mejores toreros; así es que, aun satisfecho este último punto con la presentación de espadas tan acreditados como Lagartijo, Frascuelo y el mismo Mazzantini, era de rigor que las demostraciones de desagrado al ver un toro cobarde o manso fuesen a parar a los oídos del torero–empresario, y por lo mismo, su prestigio se amenguaba y sus intereses se resentían». En los comienzos de su arriesgada profesión, Luis Mazzantini se sintió acariciado por el divino soplo de las auras populares, que él se complacía en recibir como definitiva consagración de sus bien probados méritos. Después, aquella especie de culto que la multitud le tributara fue poco a poco entibiándose, hasta desaparecer casi por completo, cuando el pueblo se convenció de que Mazzantini, quizás sin darse cuenta de ello, por inclinación, por carácter, por causas tal vez ajenas a su voluntad, buscaba en otras esferas más elevadas y menos extensas, la admiración y la simpatía de gentes que rehúsan, en lo posible, todo contacto con las muchedumbres. Y esa fue causa también de que Luis perdiera demasiado pronto el apoyo de gran parte del público aficionado, mal avenido con los

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desdenes de que el ídolo, acaso inconscientemente, le hiciera objeto en algunas ocasiones. No es nuestro ánimo, ni la índole de estos trabajos lo consiente, inmiscuirnos en las intimidades sacratísimas del individuo; pero apuntamos el hecho, por ser notorio y explicar, en parte, la especie de hostilidad con que Mazzantini fue tratado durante algún tiempo, mucho antes de que se iniciase en él la decadencia de facultades que tan patente se hiciera en el último período de su vida de torero. Aunque por motivos diferentes, le ocurrió a Mazzantini algo muy semejante a lo acaecido con Guerrita: uno y otro se hicieron impopulares fuera de la plaza, tal vez sin pretenderlo. Hacemos aquí punto en consideraciones que nos llevarían más allá de lo que a nuestros propósitos conviene y, dedicado este capítulo, como su rótulo indica, a hacer algo de historia, ofreceremos en ligerísimos apuntes a los lectores una síntesis, lo más concisa que posible sea, del trabajo por Mazzantini realizado en veinte años de constante ejercicio. Como dijimos oportunamente, Luis Mazzantini tomó la alternativa de matador de toros en la plaza de Sevilla, el 13 de abril de 1884. Se la concedió Salvador Sánchez, Frascuelo. Los toros procedían de la vacada de D. José Antonio Adalid. El neófito mató los corridos en primero, cuarto y sexto lugares. El Burladero, periódico taurino que a la sazón se publicaba en la capital andaluza, juzgó en esta forma el trabajo de Luis aquella tarde: «Mazzantini, que hoy ha tomado la alternativa, no es posible juzgar su trabajo, por lo cual sólo diremos que con la espada ha cumplido como bueno; en sus tres toros se ha tirado, corto y derecho, resultando buenas las estocadas. Con la muleta, regular. En la brega, bien. La corrida se celebró lloviendo y haciendo imposible toda buena faena, por ser la plaza una laguna».

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El 29 de mayo de 1884, le confirmó en Madrid Rafael Molina, «Lagartijo», la investidura que recibiera el mes anterior. He aquí el trabajo de Mazzantini en la expresada corrida: «Primero, Capitán, negro zaíno. […] Tres al natural y uno cambiado, sin dejar el brazo izquierdo, fue el comienzo de la faena; después uno con la derecha rematando en una navarra para empezar nuevos pases. El animal se cuadra de los delanteros, tirándose el diestro desde largo, pero por derecho, con una honda hasta la empuñadura. (Muchas palmas). Dos minutos después, el toro se echó junto a los tableros del 8. (Se repiten los aplausos). […] Cuarto, Estornino, negro zaíno. […] ¡Y ya tenemos a D. Luis frente al cuarto toro de la tarde! El primero fue al natural, el segundo cambiado, alternó con estos pases por segunda y tercera vez, y uno en redondo fue el preliminar de dos pinchazos en su sitio. Tercer pinchazo, después de algunos pases, junto a la querencia de un caballo. Un desarme. Nuevo trasteo para cuadrarse el matador y rematar con una honda hasta la empuñadura, engendrando un buen volapié. (Palmas, sombreros, una bota prendida de una faja, etc.). […] Sexto, Alcaparrero, negro entrepelao, salpicao. […] Mazzantini emplea siete pases para despachar a su adversario de la primera estocada, que resultó un tanto caída. El diestro hirió muy en corto y por derecho. (Aplausos en toda la línea). Varios espectadores pasean sobre sus hombros al diestro por la plaza. APRECIACIÓN. Mazzantini tiene, en nuestro concepto humilde, un camino totalmente andado y otro más fácil de recorrer. Ha llegado, digámoslo muy alto, a la meta de matador; le faltan los perfiles, los hermosos detalles del torero. Aceptado en principio lo uno, el problema queda reducido a lo siguiente: ¿se igualarán esas dos condiciones algún día? La crítica severa, justa, razonada e imparcial,

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debe contestar que sí… Mucho, muchísimo dejó que desear ayer tarde en sus pases perdiendo terreno, en sus medias verónicas movidas, en sus largas sin rematar; pero el aprendiz de los Campos no es ya el novillero de la Ascensión, y el novillero de la Ascensión no fue el alternante de ayer... Hay un progreso en esa vista, en el mover el brazo, en el trapo al recortar, en la intención al herir, y cuando en un joven vemos progresos... hay que esperar; y cuando ese joven no se detiene en su aprendizaje, hay que guardar calma hasta que termine su carrera. En resumen: Mazzantini se nos ha presentado como un maestro– matador y como un oficial–torero... Que el aprendiz se desenvuelva, y al confundirse las dos maestrías... ¿quién sabe si la herencia de nuestro precioso arte radique alguna vez en no despreciable legado en las manos de Luis?». Nuestros lectores pueden apreciar en ese bien fundamentado juicio de uno de los críticos más imparciales aficionados al toreo, las condiciones del diestro en que nos ocupamos de presente al comenzar la última etapa de su carrera. Y también advertirán que ese juicio concuerda en todo con lo que llevamos dicho en capítulos anteriores: Luis era un excelentísimo estoqueador de reses bravas y un torero bastante mediano. Eso, no obstante, las esperanzas puestas en él por Alegrías tuvieron, al avanzar de los años, confirmación en parte, ya que, desgraciadamente para la brillantez de la fiesta, no la alcanzaran en totalidad. Mazzantini siguió progresando en el manejo del capote y la muleta, pero no llegó más allá de lo indispensable para no desmerecer de sus compañeros en la plaza. Indicadas ya, oportunamente, las cualidades que, en nuestra humilde opinión, caracterizaban el toreo de Mazzantini, que podemos llamar personalísimo, propio, suyo, por no tener parecido, ni admitir

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comparaciones con ningún otro, nos abstenemos aquí de repetir lo dicho, como síntesis definitiva de nuestra manera de pensar respecto al punto propuesto. El Sr. Martos Jiménez hizo alarde ingenioso de aficionado concienzudo al decir que Mazzantini, cuando confirmó su alternativa en Madrid, era un maestro–matador y un oficial–torero. Algo, como hemos indicado más arriba, adelantó el oficial, pero no pasó de serlo más o menos aventajado. El maestro supo mantenerse durante muchos años, sin decaer, en la eminente posición donde sus méritos le colocaran. Mazzantini, convencido quizás por la propia experiencia, de que como torero no había de aumentar ni en un ápice la fama adquirida por sus excepcionales condiciones de estoqueador, dedicó los mayores esfuerzos de su férrea voluntad a defenderse y defender a sus compañeros de los percances anejos a la lidia, y de ahí que hiciera estudio especial de sus deberes como director de plaza y procurase siempre estar colocado en el sitio más oportuno para prevenir cualquiera desgracia que ocurrir pudiera, además de manejar la muleta como arma puramente defensiva sin adornos ni eficacia en la mayoría de los casos, pero sí con habilidad e inteligencia para salvarse de las acometidas, según el estado en que las reses llegaban al último tercio. Sería tarea por demás prolija y cansada, la de reproducir en estas páginas uno a uno los éxitos grandes y no menores descalabros que Mazzantini sufriera durante su larga permanencia en el toreo; máxime cuando, realmente, ningún hecho extraordinario pudiéramos referir a los lectores, pues el diestro guipuzcoano, efecto quizás de sus especialísimas aptitudes, ha sido uno de los que menos percances graves ha soportado. Tanto en España, como en Francia y América, supo conservar el

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cartel, y en todas partes logró ser considerado figura principalísima del toreo contemporáneo. Al inaugurarse la temporada de 1903 —última en que figuró como matador del abono Mazzantini— varios distinguidos aficionados, amigos particulares del decano de nuestros matadores de toros en activo a la sazón, organizaron un banquete íntimo en obsequio al famoso diestro. Con tal motivo, el semanario Sol y Sombra dedicó estas líneas a enaltecer las cualidades que distinguían a Luis: «Contados matadores pueden citarse que hayan sostenido el pabellón de su fama durante diecinueve años, en noble lid, primero con aquellos colosos que se llamaron Lagartijo y Frascuelo, después con Guerrita y hoy con la gente joven, que viene empujando, llena de bríos, entusiasmos e ilusiones, disputando el terreno con gallardos arrestos y haciendo la pelea dura para los veteranos, que han de competir con ellos en agilidad, frescura y bizarría. Con ellos lucha de presente Mazzantini y sostiene su puesto decorosamente, siquiera no le acompañen los arrestos de otros días, en que arrebató a los públicos por su magistral forma de arrancar a los toros en el instante supremo. […] Mazzantini es el último representante de aquella pléyade de toreros y matadores incomparables; ese título basta para hacerle acreedor a la consideración y aprecio de los buenos aficionados». Para perpetuar el recuerdo de aquella fiesta íntima, se repartieron unos artísticos tarjetones en los que, orlando un buen retrato de Luis, se consignaban las fechas más memorables de su vida torera. Según esos datos, Mazzantini hasta aquella fecha, había tomado parte en 1.080 corridas, estoqueando 2.901 toros. He aquí las faenas con que inauguró la temporada de 1903-19 de abril. «Mazzantini en su primero no pudo lucirse en quites, porque

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el bicho no dio ocasión a esos floreos. En una de las dos veces que cayeron los hulanos, Machaquito se llevó las palmas, aunque allí no había que aplaudir. A la hora de la verdad, D. Luis se fue al Veragua y lo pasó con el movimiento de costumbre, pero cerca, confiado y hasta adornándose en algunos pases. No fueron estos muchos, porque Mazzantini no hizo jamás de la flámula un baluarte; así es que se echó muy pronto el maüser a la cara, y sacando la receta de los antiguos volapiés, se arrancó derecho y corto, aunque con su mijita de paso atrás, y recetó una estocada algo delantera y casi entera, que hizo rodar al toro en cuantico don Luis apartó la mano del acero. El decano tuvo una grande y merecida ovación. Todavía me acuerdo, debió decir cuando saludaba a los que con calor le aplaudían. Al cuarto, que cortaba en banderillas y vía de venir, según frase del tío Curro, ordenó que le administrasen unos capotazos antes de entrar él en faena. Una vez en ella, el animal le achucha; el hombre se amosca, tira la montera y va a ver cómo se presentaba el negocio. Pasó como pudo, aunque solo, y frente a la puerta de arrastre atizó un sopapo, dando el pasito atrás, yéndose al llegar y saliendo medianamente. Descabelló a pulso y le tocaron las palmas de lo lindo. El bicho tenía que matar y D. Luis estuvo muy valiente». Toreó su última corrida en Madrid el 4 de octubre de 1903. «Mazzantini se las ha en el primero con un choto infeliz, del cual se hubieran pitorreado hasta los policías en chirona. Previos unos capotazos de la tropa, se acercó D. Luis al colmenareño, el cual se dejaba torear como un bendito; pero por no empaparlo y consentirlo se iba a veces del sitio de la ocurrencia. Con ayuda de Tomás (abucheado este justamente por la cazuela) se logró fijar al becerro, y entonces Luigi, tirándose largo, cuarteándose

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un poquito y saliendo por la cara, soltó media delantera que aplomó al caracol. Jurgó una vez en el cabello, acertó a la segunda y se dividieron las opiniones... […] Al tercero, viendo que los maestros no lo fijaban, salió Tomás con la percalina, y a medias verónicas y mantazos, hizo lo que debieron hacer los otros... […] El toro quiso alardear de facultades gimnásticas, colándose a la calleja unas cuantas veces. Y he aquí a D. Luis nuevamente con refajo y asador. Muleteó solo y con baile; no abusó del percal ni de la danza, y tirándose con pasito atrás soltó un pinchazo saliendo con barullo y sin flámula, pero entrando con valor. Volvieron los zorrazos con el inmenso muletón (ahora ya con ayuda de vecinos), y también con pasito atrás, echándose fuera y estirando el brazo, pinchó otra vez. Vino media delantera y tendenciosa, se echó el bruto y… a otro. En el quinto, manso de toda mansedumbre, presentó la muleta por el piquito y a todo brazo, requirió el auxilio de Tomás, y clavó, yéndose del mundo, media estocada un tanto delantera. El novillo, que empezó acudiendo bien, se declaró prófugo, aunque cuadraba de vez en cuando. Mazzantini le disparó un mandoble donde cayese, un pinchazo lo mismo y una puñalada trapera. ¡Horror! (Pita seria)». El fracaso estaba previsto desde hacía algún tiempo. Luis empezó a decaer muchos años antes de su retirada, y ya los públicos, en distintas ocasiones, le habían mostrado justamente el disgusto y enojo con que veían sus faenas de matador. Ya lo hemos dicho: no quiso, no supo, o no pudo retirarse a tiempo, dando lugar, con deplorable frecuencia, a trances tan lastimosos como el de la última corrida que toreó en Madrid y apuntado queda. Es condición eminentemente humana, la de resistirse y aun rebelarse el hombre contra los estragos de la edad y el desgaste de energías producido por el constante batallar de la existencia.

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Nadie quiere confesarse vencido por ellos, y cuanto más nos acercamos a la decrepitud, más empeño ponemos en aparecer fuertes, ágiles y útiles para todo. El amor propio se subleva frente a la realidad triste y amarga, que nos abruma y acaba por rendirnos bajo su peso irresistible. Tal especie de vanidad se hace más patente en el artista. Ni el cantante, ni el actor, ni el torero, se convencen, salvo raras y plausibles excepciones, de que los años no pasan en vano y de que las facultades disminuyen y caducan a medida que el tiempo avanza, y luchan desesperadamente un día y otro con heroico tesón, procurando defender el puesto a que sus méritos, en edad más propicia, le elevaran. Y así vemos rodar por esos escenarios y esas plazas tanta ruina artística empeñada en vivir del pasado aun a costa de las amarguras que el presente les proporciona, y soñando quizás todavía con un porvenir espléndido y glorioso. Durante el año 1904 no tomó parte en ninguna de las corridas que se efectuaron en Madrid y la última que toreó en España fue la verificada el 16 de septiembre en Santa Olalla, provincia de Toledo. Alternó con Llaverito para matar cuatro toros de Veragua. De ese modo, por extraña coincidencia, el famoso diestro guipuzcoano, al cabo de diecinueve años, fue a torear su última corrida de España en un lugar muy próximo al en que hubo de matar toros por primera vez. Después marchó a México, despidiéndose de aquel público el 20 de noviembre de 1904, con una corrida organizada en beneficio suyo, con toros de Otaolaurruchi y Santín. Nos abstenemos de relatar las faenas por Luis ejecutadas aquella tarde, porque ni merecieron los honores del detalle, ni queremos recordar en estas páginas cosas que entristezcan. Contratado después por una empresa de Guatemala, toreó en

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aquella plaza tres corridas los días 29 de enero, y 5 y 12 de febrero de 1905, con ganado de Tepeyahualco la primera, la segunda de Piedras Negras y de Parangueo la última. En ellas obtuvo un éxito completo, a juzgar por las referencias, y actuó como espada único, llevando a Maera de sobresaliente. Con esas corridas acabó la carrera taurina del que justamente fue aclamado rey del volapié.

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IV - LA RETIRADA. ALGUNAS ANÉCDOTAS

IV LA RETIRADA. ALGUNAS ANÉCDOTAS

Dos noticias: «Inmensa pesadumbre aflige en estos instantes el corazón de Luis Mazzantini. Su amantísima esposa Dña.Concepción Lázaro, que desde hace tiempo venía padeciendo mortal enfermedad, falleció en México el día 15 de marzo, mientras su esposo, bien ajeno a la horrible desgracia que sobre su hogar se cernía, reanudaba en Guatemala los triunfos alcanzados recientemente en la capital azteca. A su regreso, después de brillante campaña, se vio Mazzantini sorprendido por la fatal noticia; y cuando esperaba encontrar abiertos, para recibirle con efusivo júbilo, los brazos de su adorada esposa, sólo halló su cadáver, el que por disposición de un amigo bondadoso y opulento banquero mexicano, fue embalsamado en espera de la próxima llegada de Luis. Este ha resuelto trasladar con él a España, en el vapor Buenos Aires, los mortales restos de la que durante muchos años compartió sus esperanzas y desencantos, sinsabores y alegrías, siendo el alivio de sus penas, el consuelo de sus aflicciones y la dicha de su hogar. Momentos de prueba son los presentes para el distinguido

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diestro, y no habrá consuelo alguno en su aflicción; pero si de alivio pueden servir en casos tales los sinceros testimonios de personal simpatía y desinteresado afecto que la amistad proporciona, sepa el atribulado Luis Mazzantini que comprendemos la intensidad de su dolor y compartimos su amargura, deseándole la fuerza de ánimo y resignación necesarias a llevar la cruz abrumadora que el destino acaba de poner sobre sus hombros». «Luis Mazzantini, el matador de toros que por tantos años ha compartido los aplausos y simpatías del público, primero en noble competencia con aquellos dos colosos que se llamaron Lagartijo y Frascuelo y más tarde con Guerrita, ha resuelto retirarse del toreo, profundamente afectado por el fallecimiento de su amadísima esposa. Lamentable es la resolución adoptada por Mazzantini, atendiendo las tristísimas circunstancias que la han motivado; pero ya es hora de que el veterano matador busque descanso a sus fatigas, después de la honrosa lid durante cuatro lustros sostenida. Deseamos a Luis larga existencia y mucha resignación para resistir el golpe rudo que la suerte ha descargado sobre él». Los periódicos de allende publicaron extensos detalles referentes al triste acontecimiento, y entre otros, debemos consignar el hecho de haberse Luis cortado 1a coleta en presencia del cadáver, guardándola en el ataúd, como póstumo presente ofrecido a la que en vida mostró varias veces decidido empeño en alcanzarlo. Nuestro compañero Serrano García Vao, Dulzuras, en su libro Toros y toreros en 1904, dio la noticia en estos términos: «El popular Luis Mazzantini llega a Madrid el 19 de abril con el cadáver de su esposa. Los amigos le dispensaron un grandioso recibimiento, y el entierro de la virtuosa señora, verificado en el mismo día, fue una de las mayores manifestaciones de simpatía que el pueblo de Madrid ha presenciado.

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El exdiestro confirmó a su llegada la decidida determinación adoptada de no volver a torear más. Es muy pequeño este libro para dar la despedida a Luis Mazzantini. Buscaré ocasión para hacerlo con la extensión que su historia merece». Pascual Millán, en su notable bosquejo histórico Los toros en el siglo XIX, escribió, al tratar de Mazzantini, estas líneas por demás expresivas, referentes al diestro guipuzcoano: «Junto a aquellos dos colosos del toreo destaca la figura de Luis Mazzantini, que tomó la alternativa en 1884 y que adquirió muy pronto un gran cartel, disputándose todas las empresas a aquel matador de arrogante figura, de finos modales, con cultura muy superior a la que todos sus compañeros tenían, con un trato de gentes inmenso, y, sobre todo (y eso era lo esencial) con un valor a toda prueba y una verdad al arrancarse al volapié, que le granjeaba las simpatías de todos los públicos. —Este mozo nos va a hacer que apretemos Rafael y yo —decía Frascuelo. Era verdad. Mazzantini hizo que no se durmieran sobre sus laureles los dos gigantes; y eso sólo, tratándose de un hombre que no supo manejar el trapo, pinta lo que D. Luis valdría como espada en aquél entonces». El diestro de Elgóibar cerró, digámoslo así, la era brillante del toreo iniciada con la aparición de Francisco Montes. Fue la última figura destacando con personalidad propia y definida del toreo contemporáneo. El último representante de la buena época, del toreo verdad, ya bastante decadente a la sazón, pero todavía prometiendo recobrar antiguos esplendores a poco que las circunstancias se mostraran propicias. Por desgracia, tales promesas no se han cumplido. Lo mediocre,

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lo anodino, lo convencional y casi anónimo, invadió muy pronto el campo de la tauromaquia. La afición hubo de conformarse con aplaudir y ensalzar a unas cuantas simpáticas medianías, por aquello de que, a falta de pan, buenas son tortas. Al toreo clásico, sobrio, adornado, quieto, de brazos y cintura, sucedió el toreo modernísimo de piernas, movido, agitado, bullicioso y efectista. Trocado el oro en oropel, hubimos de aceptar por bueno el brillo del talco, haciéndonos ilusión de que se nos ofrecía un diamante puro de Golconda. Habidas en cuenta semejantes consideraciones, dijimos en otra ocasión, refiriéndonos al mismo asunto: «Somos de los que creen que para juzgar el mérito del trabajo que realizan los diestros actualmente, es necesario prescindir, casi en absoluto, de remembranzas al pasado referentes...». En efecto: no puede, ni debe pretender nadie establecer comparaciones entre lo que antaño era el toreo y lo que es en la actualidad. Existe tal diferencia de uno a otro, que apenas se encontrara, buscándolo con sutil empeño, algún imperceptible resquicio por el cual pudiéramos percibir la más tenue semejanza entre uno y otro. Si aquellos famosos maestros consagrados en la historia con los nombres de Paquiro, el Chiclanero, Domínguez, Cúchares, Tato, Sanz, Lagartijo y Frascuelo, surgieran de sus tumbas y presenciaran algunas de las más portentosas faenas que hoy ejecutan los diestros considerados como los mejores, porque en realidad lo son, asombrados quedarían al conocer la honda transformación verificada en la lidia de reses bravas por los eximios toreros al uso. Y seguramente les causara verdadera estupefacción ver la abundancia de toreros que pululan por los cosos, fiados únicamente en el valor, de que suelen ir tan provistos, cuando menos, como de

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ignorancia, y en el poderío y agilidad de las piernas, base y cimiento de la moderna escuela tauromáquica. Con raras, rarísimas excepciones, que si son pares apenas llegan a dos, los toreros del día sólo manejan, con singular destreza y bizarría, las extremidades inferiores, facilitando así el acceso a las cumbres del arte, a cuantos se sienten con la indispensable valentía para ponerse delante de un toro y la soltura y firmeza de piernas necesarias a librarse por pies de las acometidas. Ayer eran indispensables el buen manejo de la muleta, llevada en la mano izquierda, y el oportuno quiebro de cintura, para vaciar los toros al matarlos, bien a volapié, ya recibiendo, y de ello resultaba el mayor lucimiento en la suerte; hoy se deja muerta la mano izquierda en este preciso instante, y el artístico quiebro de cintura se sustituye por el antiestético cuarteo y el arqueamiento de brazos, que si son menos vistosos y meritorios, ofrecen mayor facilidad al diestro para salir incólume del empeño. En vez de vaciar al toro, marcándole su natural salida con la muleta, se vacían los diestros, tomando por pies el viaje que les corresponde. Lo cual es lo mismo, aunque, todo lo contrario; como decía el instructor de quintos: —Media vuelta a la derecha, es lo mismo que media vuelta a la izquierda, sólo que al revés. Cuentan que Lagartijo en cierta ocasión explicaba de este modo la ciencia de torear: «El toreo es muy sencillo: se coloca usted delante del toro, y después, una de dos, o se quita usted, o le quita el bicho». Y hoy los toreros se quitan para que no los quiten. Los aficionados viejos, los que tuvieron la fortuna —según ellos— de alcanzar la buena época, no se avienen con la profunda transformación verificada en el modo de torear y a cada paso establecen comparaciones, siempre enojosas, terminando por abominar de lo presente, a la vez que se hacen lenguas en loor de lo

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pasado; quizás tengan razón —y no vamos a discutirlo— pero, por otra parte, la nueva generación de aficionados, esos jóvenes entusiastas del toreo que no tuvieron ocasión de presenciar las magníficas faenas de aquellos colosos y sólo de referencia las conocen, se muestran muy satisfechos con lo que ahora ven, escogen sus toreros entre los muchos que al presente se disputan el puesto de honor, y podemos asegurar que hoy existen tantos bandos o partidos como diestros, que censuran de continuo a este o ensalzan a aquél, sin tener en cuenta para nada lo que antaño hicieran famosos maestros en re taurina. Hoy cada torero y cada espectador, lleva dentro de sí su correspondiente tratado de tauromaquia y a él ajusta su criterio, por él mide el mérito de lo que ejecuta o ve ejecutar, y no le importa un ardite saber lo que Montes, o Abenamar escribieran, concretando en una serie de sabios preceptos los frutos de la experiencia madurados convenientemente por el estudio. Así es que, de presente, resulta inútil y aun —¿por qué no decirlo?— de mal gusto, hacer crítica seria y razonada de lo que se practica en las plazas, aun por los más aplaudidos y simpáticos maestros al uso. Hacer crítica verdadera y concienzuda... ¿para qué? Fuera predicar en desierto. En vano tratara seguramente el Aristarco más severo que saliese a la palestra, rompiendo lanzas en favor de lo que debe ser el arte de Pepe Hillo, según añejos moldes, de educar e instruir a los diestros y aficionados del día, mostrando singular empeño por conducirlos a la buena senda; nadie tomaría en cuenta sus doctrinales peroratas y todos continuarían haciendo y dejando hacer lo que les viniere en gana, sin que censuras, más o menos acres y justas, les inquietaran, ni contribuyeran en lo más mínimo a corregir defectos y subsanar errores. ¿Era lo de ayer bueno, exquisito, óptimo? ¿Es lo de hoy malo,

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desabrido, pésimo? Como dijo el poeta: todo es según el color del cristal con que se mira. Recordamos haber dicho en otra ocasión, que los toreros de ahora no son mejores ni peores que los de antaño. Ni la manera de torear que al presente se usa, puede ser comparada con la de treinta años atrás, para no referirnos a tiempo más remoto. En otro folleto de los que forman esta la biblioteca Sol y Sombra dejamos sentada esta afirmación, que aquí reproducimos para reforzar nuestro razonamiento: «...los tiempos avanzan, las costumbres y los gustos se modifican, y hoy nos parece cosa selecta y manjar exquisito lo que quizás ayer hubiéramos rechazado por desabrido y poco grato al paladar. El toreo, como todos los espectáculos que encarnan en las costumbres de un pueblo y viven sometidos a las evoluciones propias del tiempo y los adelantos, atraviesa de presente un período de transición, con tendencia marcada, desde hace algunos años, a esenciales modificaciones, que han de ponerlo a nivel de nuestra cultura progresiva». Y ese transcendental evolutivo movimiento, puede afirmarse que se inició al surgir la figura de Luis Mazzantini. Quizás el antiguo y modesto funcionario de ferrocarriles, sin darse cuenta de ello, fue quien más contribuyó a que el toreo se mostrase bajo esa moderna faz con que hoy lo consideramos, desligado, casi en absoluto, de añejas concomitancias. A este propósito, recordamos un hecho, acaecido no hace muchos años en la plaza de Madrid y que reproduciremos ahora, para dejar bien sentada y claramente definida la gran diferencia que existe entre el toreo y los toreros de ayer y los de hoy. Era el día 1º de noviembre de 1903. Se verificaba en el coso

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LUIS MAZZANTINI

madrileño una novillada en beneficio del que fue banderillero con Ángel Pastor, Hermosilla y Guerra, José Martínez, Pito. Tomaron parte en la función, desinteresadamente, los diestros Segurita, Platerito, Cocherito de Bilbao, Mazzantinito, Díez Limiñana y Valerito. En obsequio al beneficiado, Francisco Sánchez, Frascuelo, el hermano de aquel matador inolvidable y sin par que se llamó Salvador, figuró también en la cuadrilla y galleó —su suerte favorita en la que logró hacerse célebre— al primer novillo, de Veragua. Sabido es que el veterano y popular director de la moderna escuela de tauromaquia, Paco Frascuelo, como le llaman los aficionados, no fue en sus tiempos una notabilidad, ni mucho menos, y aun como matador resultó verdaderamente detestable. Pues bien, tanto destacó su figura en esa novillada, que el Heraldo taurino hubo de hacer estas observaciones: «El que fue para aquellos aficionados de su época nada más que una respetable medianía, para los aficionados de ahora el Sr. Paco, con toda su flojedad muscular, con todo su cabello blanco y con todo el peso de esos sesenta años, nos resultó una eminencia que hizo sonrojar a los actuales aficionados, que creemos cándidamente que todo el toreo se encierra en unas ventajas de Quinito o en unas cuantas revoleras de Bombita chico. ¡Triste es decirlo, pero la confesión es amarga y dolorosa, y hay que rendirse ante la razón! Nosotros, que alguna vez que otra nos hemos entusiasmado con la esbeltez de Antonio Fuentes al veroniquear erguido el cuerpo y estirando los brazos cuando el peligro había pasado; nosotros, que no sabemos por qué regla de tres hemos admitido esas danzas continuas del genial Bombita chico y hasta esos mantazos del no menos clásico Quinito, y en los cuales jamás los toros llegaron ni a oler los vuelos del capote; nosotros, en fin,

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IV - LA RETIRADA. ALGUNAS ANÉCDOTAS

que ya casi contagiados por lo pernicioso del ambiente que se respira en la actual afición, hemos admitido tantos y tantos lances por el solo hecho de haber demostrado el diestro alguna habilidad para pegarse a los costillares, toreando libre de cacho, con más o menos adorno, pero sí con inmensas ventajas, no podemos menos de confesar que al contemplar en la función del beneficio del Pito al veterano Sr. Paco toreando de capa sin alivios, con arte y con verdad, se nos cayó el alma a los pies al ver nuestra pequeñez e insignificancia. Tened presente esa honorable figura, conservadla en vuestra mente con la misma fijeza que ahora para cuando llegue la temporada de abono; y si al comparar su trabajo y su manera de aguantar y esperar los toros marcando los tiempos de la suerte ejecutada, con la danza continua, embarullada y ventajista que hacen los toreadores que hoy figuran en el candelero, no sentís vehementes deseos de echarlos malamente a todos y a escobazos, entonces comprenderemos que esto no tiene remedio, y que la salvación del toreo es ilusoria, quedando los periódicos taurinos para defender ese amplio descanso dominical». Descartando lo que de apasionamiento por los hombres y cosas del pasado se advierte en esas líneas, claramente se aprecia la diferencia entre una y otra manera de torear, a que nos hemos referido. Por eso no nos cansaremos de repetir que los toreros del día no son mejores, ni peores que los de antaño, ni aquel toreo puede compararse con este. Los diestros, en la actualidad, son como son, y hemos de admitirlos sin reparos, o rechazarlos de plano. Al desaparecer de las plazas Lagartijo y Frascuelo, se levantó un espeso muro para separar lo pretérito de lo presente y lo futuro. Mazzantini primero, Guerrita después, trajeron la innovación precursora del toreo a la moderna. Como ellos, cada cual, en su esfera de acción, eran, digámoslo así, los creadores de la nueva escuela se impusieron desde el primer día,

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LUIS MAZZANTINI

porque siempre lo desconocido, lo desusado, lo no visto atrae a las multitudes apasionadas de las novedades. Y como entonces, casi al mismo tiempo, surgieron las figuras del Espartero, Bombita, Bonarillo y Reverte, que aún supieron con su valor unos, otros con su habilidad, mantener el sagrado fuego de la afición, todavía durante algunos, muy pocos, años, los antiguos admiradores de lo que oculto quedara más allá del muro, esperaron, con la natural reserva y consecuente incertidumbre, en un probable renacimiento. Pero luego invadieron el campo los imitadores de Mazzantini y Guerrita, siguiendo muy de lejos los respectivos modelos, y paso a paso el toreo llegó al término de su evolución y al estado en que hoy lo vemos, completamente distinto de todo lo conocido. Y decimos del toreo actual, lo mismo que hemos afirmado de sus mantenedores. Es como es, y así debemos aceptarlo, o abominar de él y no parecer más por las plazas de toros. En eso, debemos seguir el consejo del poeta: «Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices». No analicemos y de ese modo ahorraremos cavilaciones y quebraderos de cabeza. ¿Qué trabajo cuesta prescindir del pasado para aplaudir y admirar el presente? Ninguno: hagamos cuenta de que aquello no ha existido, y en paz. Perdonen los lectores esta prolongada digresión: no hemos podido sustraernos al deseo de decir, sin ambages ni eufemismos, lo que pensamos en ese particular. Llevados por ese afán, aprovechamos cuantas ocasiones se nos presentan favorables para escribir con independencia de criterio nuestro parecer, bueno o malo, pero siempre sincero. Esa independencia sólo cabe hallarla el escritor en el libro,

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IV - LA RETIRADA. ALGUNAS ANÉCDOTAS

verdadero baluarte donde pueden defenderse bizarramente todas las ideas. No así en las publicaciones periódicas, sometidas a influjos, por lo general, extraños al pensamiento de quienes las escriben. Y basta de reflexiones, que fueran interminables. Para concluir — volviendo al tema de este volumen— dejaremos consignadas algunas anécdotas que conocemos, de las muchas que referentes a Luis Mazzantini han circulado durante el tiempo que ejerció la profesión de matador de toros. Según cuenta el Sr. Escamilla y Rodríguez a los lectores de Sol y Sombra en el número 141, año III del semanario, en cierta ocasión fue Lagartijo a torear a Madrid y llevó consigo al piconero Manano para divertirse con él como solía hacerlo. Cuando se enteró de la llegada del maestro le visitó Mazzantini, con quien debía alternar, y que a la sazón estaba en el apogeo de su fama de matador de toros. —¿Qué hay, D. Luis? —preguntó Rafael. —Maestro, mucho lodo por esas calles de Dios; no se puede andar. El piconero se quedó como quien ve visiones oyendo hablar a Mazzantini de aquella manera a la que él no estaba acostumbrado, y procuró retener en la memoria la palabreja lodo, que tan rara impresión le hiciera. Quedaron solos otra vez Manano y Lagartijo. —Tráeme tabaco —dijo Rafael al piconero. —Mira, Rafaé, si me quieres bien, no me hagas salí a la calle con ese mardito lóo que anda po Madrí. —No seas pamplinoso; vete y güerve pronto, Manano. —Po que es pa tí lo jago, que sino... ¡cómo no saliera su mare! Momentos después estuvo de vuelta Manano con el tabaco, y alegre y satisfecho, como quien acaba de descubrir poco menos que un nuevo continente, dijo a Rafael riendo como un loco: —¡No son poco finoli esto torero de ahora! ¡Mia tú que yamá al barro lóo, como si fuea un bicho raro!...

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El 8 de septiembre de 1898 se efectuó en la plaza de Badajoz una corrida con toros de Benjumea, que resultaron mansos perdidos. Mazzantini tomó parte en ella como segundo espada. «Al sonar los clarines ordenando el último tercio de la lidia en el quinto toro, Mazzantini, que vio, por ser el mejor de la tarde, que podía con él terminar su misión dignamente, y con la guapeza que le ha conquistado la fama de que disfruta, se dirigió al bicho muy animoso con deseos de hacer una faena de maestro, como luego se vio. Al pasar el diestro cerca del tendido de la enfermería, varios aficionados le llamaron la atención diciéndole: —Vamos a verlo, maestro. Se detuvo Mazzantini, y volviendo un poco la cara contestó: —Por ustedes va. —Bien —gritaron; buena mano derecha. Pero uno de los del grupo, que estaba de pie, recostado en su muleta, dijo entonces: —Por mí, vaya por mí. Se fijó Mazzantini en el que así le hablaba, y advirtiendo que era cojo, contestó entonces: —¡Ea, pues vaya por tu pata coja! Y se fue derecho al toro, sonriendo. A los pocos minutos el diestro era cogido y volteado por el cornúpeto, con gran disgusto de los espectadores, sufriendo sendas heridas en el muslo y mano izquierdos. Los que estaban cerca del cojo a quien nos referimos, oyeron murmurar a este: —Brindó por mi pata coja, y ha tenido mala pata». Con el título: Dos rasgos de Mazzantini, publicó el mismo semanario las dos anécdotas referentes al matador guipuzcoano que transcribimos a continuación. «Es rigurosamente histórico lo que voy a referir; ha sucedido en las

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corridas de feria celebradas en Zaragoza este año con motivo de las fiestas del Pilar, y retrata el carácter diplomático que D. Luis emplea con los públicos cuando necesita conquistarlos. En la segunda corrida de feria, que tuvo lugar el día 14 del actual, con toros de Jorge Díaz, se presentaba a este público, después de unos años de ausencia obligada por actos de rebelión contra el mismo, el diestro de Elgóibar, Luis Mazzantini. Al presentarse, el público le dispensó una ovación respetuosa, que se repetía siempre que el diestro ejecutaba algo bueno. En una barrera de sol, próxima a la puerta de cuadrillas, entre los números 80 y 100, había un sujeto de aspecto simpático, tez morena, largas barbas y casi calvo, que era un tormento para Luis. Un trasteo bailado, una estocada sin estrecharse, algo que no se sujetaba estrictamente al arte, era coreado con frases intencionadas o exclamaciones atipladas. Mazzantini estaba asado. En una ocasión, cuando el espada estaba muleteando en aquella parte de plaza, el toro, huido, abandonó el trapo rojo y Luis volvió el cuerpo y se fijó en aquel colega de Chironi. Llegó el matador a la jurisdicción del toro, que estaba en el otro extremo de la plaza, y allí, embraguetándose, entró recto y dejó una buena estocada, que hizo polvo al bicho. El público premió aquella labor con palmas y pidió la oreja, la que le fue concedida, y una vez cortada ésta, marchó el espada al sitio donde estaba aquel sujeto y le regaló el premio honorífico de su trabajo. Desde aquel momento el sujeto de aspecto simpático, tez morena, largas barbas y casi calvo aplaudió como un loco todo lo que ejecutó el citado matador, sin distinguir lo bueno de lo malo. ¡Así son muchos aficionados! En la corrida siguiente, toreando reses de Veragua, otro sujeto de menos edad que aquél y que ocupaba un sitio próximo al del

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LUIS MAZZANTINI

sucedido anterior, llamó Oruga a Mazzantini cuando a volapié dio una magnífica estocada. El diestro lo oyó, y cuando tuvo en su poder la oreja del bicho, con la que el público le probó su agrado por la faena y la inoportunidad de aquella frase, acudió a donde salió la voz y dijo, alargando el brazo: —Que tome la oreja el que me ha dicho eso, para que vea que no le guardo rencor. Y a la palabra acompañó la acción, llevándose la mano al pecho». Luis Mazzantini, en suma, pasará a la historia como un matador de toros excepcional, digno competidor de los mejores diestros de su época y verdadero campeón del volapié. Por nuestra parte, no vacilamos en afirmar que le consideramos con méritos suficientes, y aun sobrados, para que su nombre, sin desdoro, figure a la altura en que están los de sus contemporáneos más famosos y aplaudidos; pues por algo Luis llenó una época, logrando en muy poco tiempo conquistar innumerables simpatías entre la afición y ser, durante algunos años, el espada predilecto, que hiciera apretar a Lagartijo y Frascuelo, según la gráfica afirmación de Salvador.

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MAZZANTINI

BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO (OBRA TEATRAL)

Original y en verso

D. TOMÁS INFANTE PALACIOS

Música D. ISIDORO HERNÁNDEZ

MADRID SEVILLA, 14. PRINCIPAL 1884



PERSONAJES

Bienvenida (prendera) Edelmira Una chula Doña Jesusa La Pelá Mazzantini Juan La Ripa (a) Tío Colambre Paco Pepe (tabernero) El Pelao Un guardia de orden público Juanito y Criado El Nene (chulo) Ildefonso · Chulos, chulas, toreros y coro de ambos sexos · La escena en Madrid: época actual



Al aplaudido y renombrado diestro

LUIS MAZZANTINI Su afectísimo y seguro servidor

El autor



MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

ACTO ÚNICO CUADRO PRIMERO

E1 teatro representa un gabinete decentemente amueblado; a la derecha del espectador y en último término, una mesa cubierta con tapete blanco; una lamparilla encendida; en el centro de la mesa una escultura de piedra de regulares dimensiones, la cual representará la imagen de la Virgen de Begoña. El gabinete estará adornado con todos los atributos pertenecientes al arte del toreo. Otra mesa de despacho, pequeña, cerca del proscenio, sobre la cual habrá infinidad de cartas, periódicos, cajón de cigarros, escribanía, libros, etc., etc. Puertas laterales y al foro. Al levantarse el telón aparecen el criado y Mazzantini leyendo una carta: este último vestirá de americana y pantalón negro. El criado con el sombrero en la mano, de negro y corbata blanca. Es de día. ESCENA I MAZZANTINI Y EL CRIADO MAZZANTINI

(Después de una pausa.) Diga usté al señor de Anguita, 81


LUIS MAZZANTINI

que acepto de corazón su espontánea invitación, y que acudiré a la cita. CRIADO

Está bien. MAZZANTINI

Aguarde un poco. Tome usted, para beber. (Dándole una moneda.) CRIADO

Si no bebo. MAZZANTINI

Podrá ser. ¿Pero fumará?... CRIADO

Tampoco. MAZZANTINI

(Insistiendo.) Pues ello amigo... CRIADO

(Tomándola.) Corriente.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

MAZZANTINI

Rompa, pues así lo quiero, una corbata o sombrero a mi salud. CRIADO

(¡Qué decente Un doblón de a cuatro!) MAZZANTINI

Adiós. CRIADO

(¡Y reniegan del país cuando hay aquí un don Luis que vale lo menos dos!) (Se va el Criado.)

ESCENA II MAZZANTINI

(Sin dejar la carta.) Mil veces, suerte traidora, te pedí con ansia avara, que a mí volvieras la cara y no has querido hasta ahora. Gracias a Dios que clemente, dando al aire tus antojos, en mí has fijado los ojos

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LUIS MAZZANTINI

y te miro frente a frente. Menos mal, si al desvalido que de ti estaba quejoso, das un punto de reposo y le pagas el olvido. ¡Ancha Castilla! a vivir; que contigo y la esperanza, todo en el mundo se alcanza como se suele decir. A España tengo en mi acecho y yo aquí que he de triunfar. (Señalando al corazón.) ¡Esto se llama citar sobre corto y por derecho! (Acción de citar.) (Deja la carta sobre la mesa de despacho y dice fijándose en las otras cartas.) ¡Hola! ¿También hay correo? Y correo en abundancia. ¡Cuánta carta! Ésta es de Francia; ésta no, por lo que veo. Hoy... me escriben a destajo; ayer... y así se concilia, a alguno de la familia le costaba hasta trabajo. Gracias al Dios de Israel que al fin levanté bandera, y entre la gente torera hago un mediano papel. (Sentándose.) Veremos un breve instante

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

lo que dice este diario; (Coge uno y lee; pequeña pausa.) si es que opina lo ordinario pasaremos adelante. ¡Madre de Dios! Por el cielo que tanto no me creí! ¡Aquí me juzgan a mí como si fuera un Frascuelo! Pues francamente, no estoy porque así se me enaltezca y ante mi gente aparezca mucho más de lo que soy. (Coge otro: nueva pausa.) ¿A ver este?... ¡Malo, malo! Éste me pone en un potro y opina distinto al otro soltándome un varapalo. Aunque el suelto me lastima no debo estar en lo justo; puede que solo por gusto se me venga el hombre encima. Distintas son las jugadas; ¡amigo! ¡como ha de ser! lo siento; siempre ha de haber opiniones encontradas. (Lo pone sobre la mesa y se oye dentro un caro panillazo.) Las cartas... temo el leerlas por no aumentar el quebranto; que todas encierran llanto y ninguna encierra perlas.

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LUIS MAZZANTINI

(Toma una y lee, y después de una breve pausa. dice:) ¿No lo dije? ¡Vaya en gracia! ¡Qué buena mano he tenido!, ¡La primera que he cogido me llora una gran desgracia! Se remediará. (La deja encima de la mesa y se dispone a coger otra, evitándolo el tío Colambre que sale por la» puerta del foro.) ESCENA III MAZZANTINI Y EL TÍO COLAMBRE que vestirá pantalón ajustado, chaqueta corta y sombrero calañés: todo a medio uso. COLAMBRE

(Desde el foro.) ¿Se puede? MAZZANTINI

Sí, señor. (¡Bien!) Adelante. Hágame usted el favor de cubrirse y de sentarse. (Se cubre, pero no se sienta.) COLAMBRE

Muchas gracias. 86


MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

MAZZANTINI

No hay de qué. MÚSICA COLAMBRE

Yo me llamo Juan La–Ripa; por apodo tío Colambre; soy un gran banderillero como todo el mundo sabe. Con los palos en la mano no hay torero que me iguale porque yo le pongo al sesgo, al cuarteo y al relance. · Y si una fiera noble acomete también las suelo poner de frente. Con gracia fina meto los brazos y al pobre bicho dejo burlao Olé, que sí, olé que sí. Arza y olé, arza y olé, por lo flamenco bailo también. ·

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Mire usté qué cuerpo, mire usté qué pies, aquí no hay jonjana1, ésta es la chipé. · Cuando pongo el pie en la plaza y lo pongo con buen hin2, me dejo atrás, y no es guasa, al mismo Regaterín. Nunca en palos quedo feo, Que en llegándome a enfadá, las pongo al sesgo, al cuarteo y también al naturá. · Y si una fiera noble acomete, también las suelo poner de frente. Con gracia fina meto los brazos, y al pobre bicho dejo burlao. Olé, que sí, olé, que sí. Arza y olé, arza y olé, por lo flamenco bailo también. 1 2

N. del E: engaño. Lenguaje gitano. N. del E: relincho del caballo.

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· Mire usté qué cuerpo, mire usté qué pies, aquí no hay jonjona, ésta la chipé, ésta es la chipé. HABLADO COLAMBRE

Usté habrá de dispensarme. ¿Lo oye usté? MAZZANTINI

Por dispensado. COLAMBRE

Soy natural de Linares y amparo de tres pimpollos huerfanitos de... una madre que fue en vida… tan coqueta como loco fue Penales. Calcule usté si el sujeto lo estaría y de remate cuando se llevaba el pan a ojos, pa mascarle. Entre la gente de pelo, me llaman el tío Colambre; ¿lo oye usté?, por el motivo de que allá en mis mocedades,

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LUIS MAZZANTINI

siempre que ayudaba a misa me bebía lo sobrante. MAZZANTINI

¡Bien! COLAMBRE

Como banderillero, ¿lo oye usté? Hay que mirarme, porque yo lo sé poner donde no las pone naide. (Levanta maquinalmente los dos brazos al nivel de su cabeza.) Sólo una vez salí en falso; ¿lo oye usted?, en Bujalance. MAZZANTINI

¿En qué plaza? COLAMBRE

En la del pueblo: ¡en la plaza Mayor! MAZZANTINI

(¡Tate!) COLAMBRE

Y mi hermanito del alma, quiso un toro hacerme sangre, y me metió, ¿lo oye usté?,

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

tanto así de pitonaje entre la espina dorsá y la región de los aires. MAZZANTINI

¿A dónde está esa región? COLAMBRE

Debe estar por aquí adelante; digo no, por aquí atrás, porque yo salí del escape. MAZZANTINI

¿Pero usted, qué es lo que quiere? COLAMBRE

Yo quiero que usté me ampare, Y me dé trabajo a mano pa mantené a los chavales. ¿Lo oye usté? ¡Tengo una niña! ¡Qué niña! ¡Virgen del Carmen! Más bonita es que una onza De Felipe Quinto. MAZZANTINI

Acabe. COLAMBRE

Yo sé que el pan de Viena

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LUIS MAZZANTINI

con usté no es comparable, porque abiya un garlochí3 como esta sala de grande.

MAZZANTINI

No lo es tanto. (Sonriendo.) COLAMBRE

Poco menos. Muchos dan en criticarle diciendo que usté no mata, ni va usté a ninguna parte, porque le falta esperiencia que de la ciencia es la madre. Pero yo tuve ocasión, ¿lo oye usté?, pues… de enterarme por un amigo imparciá y sé lo que usté trae. MAZZANTINI

Poca cosa. COLAMBRE

¿Poca cosa? ¡Uy!, ¡qué modestia tan grande! ¿Cómo se matan los toros? ¿Por la cara y enfilándose? 3

N. del E: «abiya»: había. Garlochí es corazón en caló.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

Fijo el pitón de la fiera, del cuerpo, en salvo la parte (señalando al pecho) ¿Sobre corto y por derecho sin morisquetas ni baile? ¿Dándole el trapo en los morros, y el estoque en los rubiales? Pues el hombre que ejecuta un auto así semejante, tiene que herir sin remedio y herir bien, como usté lo hace. MAZZANTINI

¿De verdá? COLAMBRE

Si le doy coba, Permita Dios que de jambre se me mueran mis tres niños y que en mi vida lo gane; ¿lo oye usté? MAZZANTINI

Vamos al grano, que el tiempo es oro, Colambre. Si usté me pidiera a mí protección en este instante para un destino cualquiera, con el cual le fuera dable el llevar pan a sus hijos, le juro a usted por San Jaime 93


LUIS MAZZANTINI

que haría los imposibles por colocarlo, compadre, Pero no me pida usted protección dentro del arte que ambos a dos profesamos, y que no le es favorable, porque esa la dan los toros; lo que falta es arrimarse. Arrímese usté y verá que no necesita a nadie COLAMBRE

Tiene usté razón, me voy. MAZZANTINI

(Metiendo una llavecita en el cajón de la mesa, y sacando un billete de banco de cinco duros.) Tome usted allá unos reales, y lleve usté a esas criaturas conque mitigar el hambre; que aquel que a mi puerta llama, cuando llama no es en balde. Y eso que estoy castigado por los que esgrimen el sable. COLAMBRE

Déjeme usté que le bese siquiera una vez, ¡carape4! 4

N. del E: caramba.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

MAZZANTINI

(Dándole un cigarro puro.) Vamos, juicio, y fume usté. COLAMBRE

¡Barbián, entre los barbianes! Permita el cielo divino que los toros que usté mate, se vuelvan de mazapán al mismo tiempo de darle pasaporte para el barrio; ¿lo oye usté? ¡Vaya! Hasta el valle De Josefa (Hace que se va y vuelve.) MAZZANTINI

Buena suerte. COLAMBRE

Pues yo no he venío en balde. Ahora que tengo alegría, Permita usté que me marque una Soledá siquiera, y verá si tengo arranque (Al hacer la salida por «Soledá» aparece Bienvenida por la puerta del foro)

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LUIS MAZZANTINI

ESCENA IV

DICHOS—BIENVENIDA, con pañolón de Manila y otro pequeño al cuello MAZZANTINI

Amigo, es usté un estuche. BIENVENIDA

Servidora. MAZZANTINI

Bienvenida. BIENVENIDA

Precisamente es el nombre que llevo desde la pila. MAZZANTINI

Me alegro haber acertado. COLAMBRE

Yo también me alegro, niña. (Riéndose maliciosamente y volviéndose un poco de espaldas para que la Bienvenida pueda reparar en la coleta.) BIENVENIDA

(Después de una pequeña pausa y mirándole de arriba abajo.) (¿Eh? ¿Quién será este torero

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

que tiene tan mala pinta?) ¿Usté también? COLAMBRE

¿Por qué no? BIENVENIDA

¡Yo también me alegraría de verlo a usté trabajar y poner banderillas! COLAMBRE

¡No es tan fácil! BIENVENIDA

¡Ya lo creo! Qué ha de ser fácil… (¡estantigua!). A no ser que usté toree a alguno de la familia, me parece que a la arena no saldrá toro de lidia para usté, porque esa cara me está demostrando jinda5. MAZZANTINI

Le suplico… BIENVENIDA

¡Deje usté 5

N. del E: miedo.

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LUIS MAZZANTINI

Que conteste a este badila! Causalmente tengo yo la lengua un poco espedita. COLAMBRE

¿Quiere usté hacerme el obsequio, señora, por Santa Brígida, de no dirigirme más indirectas que lastiman? BIENVENIDA

¿Cómo indirectas, si son directas en carne viva? ¿Quién le manda a usté meterse donde no le importa? COLAMBRE

(¡Atiza! ¡Según el paso emprendío Se me va a venir encima y habrá que salir por pieses, que el bichito trae malisia!) BIENVENIDA

¡No hay motivo de alegrarse porque yo me llame Prisca, Ramona, Paca, Manuela, Encarnación o Toribia!

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

MAZZANTINI

Demos ya por terminado este incidente: usté diga qué se le ocurre, y en paz. BIENVENIDA

¡Vaya un torero de firfa! MAZZANTINI

Yo no puedo entretenerme porque tengo mucha prisa. BIENVENIDA

¡Ay, qué súpito es el hombre! MAZZANTINI

Si aguarda usté a que me vista, entonces, podré enterarme a qué debo su visita. Al momento salgo. (Se va, puerta primera derecha del espectador.)

ESCENA V

COLAMBRE — BIENVENIDA.

COLAMBRE

(¡Valiente paz es la niña!) 99


LUIS MAZZANTINI

BIENVENIDA

(Siguiéndole hasta la puerta.) ¡Tarde usté tóo lo tardable que yo estaré entretenía en ajustar unas cuentas con este cara é desdichas! COLAMBRE

(¡Qué lástima de abanico, que es la cárcel de allá arriba, para ciertas gentes!) BIENVENIDA

Conque… dispense usté que prosiga. Yo hablaba con don Luisito, si es que acaso tiene envidia le dejaré a este mi puesto pa que usté no trague quina. COLAMBRE

Puede usté seguir hablando sin dejar de ser política, hasta que a usté se le caiga de charlá la campanilla; que yo… ¿lo oye usté?, no tengo interés en persuadirla.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

BIENVENIDA

Pues bueno, si la ha cogío Vaya usté a dormí la chispa. COLAMBRE

(La cogeré y es igual, que a Dios gracias tengo guita) BIENVENIDA

¡Usté má tomao por otra! COLAMBRE

Yo la he tomao por la misma! ESCENA VI

DICHOS— MAZZANTINI de frac y guantes. MAZZANTINI

¡Aquí estoy! Cosa más pronta… ¿Qué es eso, sigue la riña? ¡Callen ustedes por Dios o por la Virgen Santísima, que ya va siendo enojosa, señores, tanta porfía! ¿Usted viene?...

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LUIS MAZZANTINI

BIENVENIDA

Pues yo vengo… (Sacando del pecho un magnífico reloj.) COLAMBRE

(A ver si usté se descuida y me llevo entre el mantón enredá una baratija) Les dejo a ustedes. MAZZANTINI

¡Salud! COLAMBRE

Que usté se alivie, mi vida BIENVENIDA

Vaya usté a tomar el fresco a ver si también se alivia. COLAMBRE

(¡Cuando digo que no hay quien ponga las banderillas conmigo! ¡Viva la mare que tales portentos cría! Ahora me voy a tomá en casa é la Margarita por lo menos, por lo menos sus doce a catorce limpias!)

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

(Se va a la puerta del foro)

ESCENA VII

MAZZANTINI — BIENVENIDA MAZZANTINI

Ya estamos solos. BIENVENIDA

Verdá: ya estamos solos, y voy a decirle a usted quién soy en dos palabras no más. MÚSICA Yo he nacido entre flores allá en Sevilla; soy prendera de oficio joven y lista. Y yo me muero, y yo me muero por el baile y el cante cuando es flamenco. Yo por los toros me despepito; no hay en el mundo ná más bonito. 103


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Y si el que mata es un barbián, ¡ay!, ¡maresita lo que me dá! · ¡Que viva el salero, que viva el aquél! Pá matar toritos ha nacido usté; ¡ay!, ¡ay! pa matar toritos ha nacido usté. Yo tengo en mi cuerpo sangre torera; porque soy en mi gusto muy reflamenca. Como la lú, como la lú; viendo un toro en la plaza ya estoy barlú. Como la lú, como la lú; viendo un toro en la plaza ya estoy barlú. · Cuando entra en varas, ¡ay!, ¡qué fatigas! Es mejor suerte las banderillas.

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Y si el que mata es un barbián, ¡ay!, ¡maresita, lo que me da! ¡Que viva el salero, que viva aquél! Pa matar toritos ha nacido usté! HABLADO BIENVENIDA

¿Con qué no hacemos negocio? ¿No me compra usté la alhaja? ¿De verdá? ¿Por su salú? ¡Usté me lo dice en chanza! ¡Vamos, cómpremela usté por los ojos de su cara! Mire usté que se la doy, ¡don Luisito, mu barata! MAZZANTINI

¡Aunque la de usté en balde, hija mía de mi alma! Si ya tengo. BIENVENIDA

¡Si lo sé! ¡Y hasta que tiene usté gracia despachando los Muruves,

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LUIS MAZZANTINI

los Conchas y los Veraguas! MAZZANTINI

¡Eso no! Los mato en serio. BIENVENIDA

Pues así es como se matan. ¡El salero no consiste, al verse entre aquellas astas que llevan siempre delante con el luto la desgracia, el estarse uno riendo cuan en una mojiganga! No señor, que el caso es grave. MAZZANTINI

Como que no son de pasta. BIENVENIDA

¡Mire usted, el otro día! ¡Ampárame, Santa Eulalia! Un sobrino de mi tío del marido de mi hermana, sostuvo una pelotera por usté, que yo, ¡caramba! en un principio creí que tiraban de navaja. MAZZANTINI

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

A ver, explíquese usté dice usté que yo fui causa… BIENVENIDA

Sí, señor. MAZZANTINI

¿Y quiénes eran? BIENVENIDA

Un revisor de la Plaza, el consabido pariente, y otro amigo que fue guardia. ¡Pero qué desaboríos! ¡Qué pelmas y qué machacas! Le decía el uno al otro metiéndole por la barba los diez dedos de las manos al ver que no se entregaba. (Remedando a un hombre acalorado.) ¿Sabe usté lo que le digo aunque lleve la contraria? ¡Que no pué sé! ¡No pué sé! ¡No pué sé si Dios lo manda! ¡El hombre que viste frac, al cuello lleva corbata, en las manos unos guantes (lo cual que siempre los gasta), y usa así para diario levita ú americana,

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LUIS MAZZANTINI

no pué luchá con las reses, y menos reses bravas! MAZZANTINI

¡Ese razonar de algunos me hace muchísima gracia! ¡Pues vaya una consecuencia! Según ellos, en España, o en otra nación, el hombre de una inteligencia clara, no podría ser ministro si no vistiera de plata. BIENVENIDA

Eso decía el pariente dando a los dos una carga. «Vengan ustedes acá, ¡por Cristo, o por Santa Bárbara! ¿A ustedes se les figura que se encamina a la Plaza pa cumplí su obligación de chistera y saco?... ¡Cáscaras! ¡Pues hombre, bonito fuera, no tendría mala facha!» «No lo entiende usté, compadre, replicó de pronto el guardia. No me podrá convencer ni de grado, ni a la trágala, el que me diga que un joven, telegrafista de cuarta

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

clase, puede ser torero ni dar buenas estocadas.» Soo... soó... repuso el sobrino; al pesebre... para... para...» Mire usté, en aquel momento, aunque el miedo me embargaba, de la risa convulsiva que me dio, me puse mala. Y es que algunos son negaos y cerraos a la banda. MAZZANTINI

Esas son, señora mía… BIENVENIDA

¿El qué? MAZZANTINI

¡Flaquezas humanas! Muchos son los que critican y muy pocos los que ensalzan. BIENVENIDA

Con que me vuelvo a mi tema: ¿se queda usté con la alhaja? MAZZANTINI

No, señora; ya le he dicho que el reló no me hace falta.

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LUIS MAZZANTINI

BIENVENIDA

En otra ocasión será. Me retiro. MAZZANTINI

Con Dios vaya. BIENVENIDA

Agur. Lo que usté desprecia… MAZZANTINI

No trato de despreciarla, ni mucho menos, señora. BIENVENIDA

Otro querrá… ¡Y cabo é barras! (Se por el foro, poniéndose el pañuelo pequeño por la cabeza y retorciendo el hocico.)

ESCENA ÚLTIMA MAZZANTINI y cuatro criados, vestidos con librea, que se van

llevando todo lo que hay en escena. MAZZANTINI

(Después de una breve pausa, y echando una mirada al cuatro o escultura de la virgen.) Virgencita de Begoña, predilecta de Vizcaya,

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

aquella a quien yo venero e idolatro con el alma: si de todos mis apuros, eres tú la que me sacas, líbrame de tanto necio, que son los que me acobardan. No desoigas mis clamores, y concédeme esa gracia, que en el trance a ti me acojo como el náufrago a la tabla.

MUTACIÓN CUADRO SEGUNDO

El teatro representa una taberna en el centro de Madrid. EL PELAO, con una navajita de pequeñas dimensiones, estará entretenido en partir en pequeños pedazos un poco de pan y queso, y sentado en uno de los bancos más próximos al mostrador. Mesas, sillas, bancos, veladores, botellas, copas y todo lo concerniente a esta clase de industria. Es de día. CORO DE AMBOS SEXOS

MÚSICA A los toros, a los toros, a los toros de mañana, que los mata Mazzantini, y yo sé cómo los mata. A la plaza, y a la plaza,

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LUIS MAZZANTINI

a la plaza sin tardar, que se lidian tres Veraguas y otros tres del Colmenar. A los toros, a los toros el que sepa distinguir, que los mata Mazzantini, y es gachó que sabe herir. Anda, salero, no hagas el bú; brinda siquiera a su salú. (Se retira el coro: sólo quedarán en escena los individuos que sepan cantar y tocar en flamenco, los cuales formarán un grupo aparte con el Nene y la Pelá. Están cantándose por lo bajo, de manera que no puedan interrumpir la presentación.)

ESCENA PRIMERA

El PELAO y PEPE, que habrá servido una botella de vino a los del grupo de la izquierda del espectador, estará detrás del mostrador, dando señales de que tiene sueño. HABLADO PELAO ¿Te llama el sueño, te llama? PEPE

Pues si le parece a usté,

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

a las cuatro me acosté y a las seis dejé la cama… PELAO

¡Tan tarde, no lo adivino! PEPE

Viene aquí de rechazo, de cinco a siete a beber vino, y presumiendo de cante, pues cantan lo que un pimiento, nos están dando tormento desde las dié en adelante. PELAO

El uno el Chato será; Y el Grana que es de los buenos. PEPE

El Grana, que canta menos que yo, que no canto na. PELAO

¡Hombre, no! PEPE

Que se distrae, le digo.

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LUIS MAZZANTINI

PELAO

Yo le oí un día Traerse por alegría… PEPE

Ya sé yo lo que se trae. PELAO

¡Una copa! PEPE

(Midiéndola y elevándola al nivel de su cabeza.) Y como ésta; ¡sin chispita de fuschina! PELAO

¿Las echao de la cortina? PEPE

Tengamos en paz la fiesta. PELAO

(Después de beber.) Vaya un vino soberano que tiene el señor Manolo; con tres copas de esto sólo almuerza cualquier cristiano. ¿Qué te debo?

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PELAO

Poca cosa: dos de hoy, con tres de ayé y cuatro al señó Manué… pues, ¡nueve! PELAO

Dame la mosa y toma allá dos reales, que yo luego… pues… ¿estamo?... me entenderé con tu amo. PEPE

(Tomando el dinero y echándolo en el cajón.) La misma cuenta no sale. (Pepe le sirve otra copa y después coge una cubeta de debajo del mostrador.) PELAO

¡Hola! ¿Cubetilla nueva? PEPE

Si no le causa a usté enojo, ¿quiere usted echar un ojo mientras yo bajo a la cueva? PELAO

Por qué no. ¡Parece un cubo!

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LUIS MAZZANTINI

PEPE

¡La cubeta del demonio pesa lo que un matrimonio en guerra! Muy pronto subo. (Desaparece por la cueva.)

ESCENA II

DICHOS —MAZZANTINI, entrando por la puerta del foro y vistiendo pantalón estrecho, chaqueta corta y sombrero pavero, si es que le da tiempo para ello; si no, a gusto del actor. En el momento de presentarse Mazzantini, su nombre correrá de boca en boca por todos los individuos que se hallaren en el escenario —. Gran animación.

MAZZANTINI

Buenas tardes tenga usté. PELAO

Téngalas usté muy buenas. ¿Usté gusta? (Ofreciéndole lo que está comiendo.) MAZZANTINI

Muchas gracias. ¿Y el chico?

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

PELAO

Bajó a la cueva. LOLA

(Levantándose, pero sin moverse de donde está.) ¿Quiere usté hacerme el obsequio, y perdone la imprudencia, amiguito, de probarla? MAZZANTINI

Con mil amores. LOLA

Pues… MAZZANTINI

(Bebiendo.) Venga. NENE

¿De onde son los de mañana? MAZZANTINI

¡Del Colmenar! NENE

¡Ya hay tarea! MAZZANTINI

¡Ladrones! En fin, veremos

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LUIS MAZZANTINI

el cómo salimos de ésta. ¡Son tres no más y otros tres De Veraguas! LOLA

¡Buena mezcla! MAZZANTINI

¿Y el muchacho, aún no ha subido de esta bendecida cueva? PELAO

¡No, señor, que todavía está debajo de tierra! MAZZANTINI

Pues como digo, señores… NENE

Siéntese usté. MAZZANTINI

Voy de prisa. Hay todo del Colmenar que sabe primeras letras y hasta latín. NENE

Ya lo creo; y francés si se le enseña.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

MAZZANTINI

¡Una vez me salió uno en cierta plaza… canela! por poquito no me lío y me manda a Ceuta. El muy tuno se tapaba sin que llevara careta, y en el trance de la muerte opuso resistencia que apenas si me servía el arte ni la muleta. Y yo duro con él, y él barbea que te barbea las tablas. NENE

¡Habrá ladrón! MAZZANTINI

Hasta que no paró las piernas y le endosé un volapié sin pensarlo, tan en regla que le metí en el morrillo la espada con la muñeca. NENE

(Bebiendo.) Para esos perros así, Bajonazo y tente tiesa.

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LUIS MAZZANTINI

PELAO

Aquí está el chico. (Se va el Pelao por la puerta del foro.) MAZZANTINI

A Dios, gracias.

ESCENA III

DICHOS —PEPE, subiendo de la cueva con la cubeta llena de vino. PEPE

¿Hay cosa que se le ofrezca al señor de Mazzantini?

MAZZANTINI

¿De qué me conoces? PEPE

¡Ea! De una vez que estuvo aquí, y mucho más por la prensa, la cual dice que usté trae, sin romances ni pamemas, en la punta de la espá la casa de la moneda.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

MAZZANTINI

¡Qué buena falta me hace, chiquito, si Dios te oyera! No me des más plancha y dime. PEPE

Pregunte y daré respuesta. MAZZANTINI

¿Ha venido por aquí José Galea? PEPE

¿Y Fonseca? MAZZANTINI

¿Uno que es de mi cuadrilla? PEPE

No, señor; aquí no alterna. MAZZANTINI

¿Tampoco Felipe Arago? PEPE

Ése menos, que yo sepa. MAZZANTINI

Me están haciendo una obrita,

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LUIS MAZZANTINI

pero obrita maestra con no encontrarlos. Pues vaya… PEPE

Estarán en otra iglesia. MAZZANTINI

Da de beber a esa gente y cobra de esta moneda, que me marcho a escape. PEPE

Usté Tiene mu poca paciencia. MAZZANTINI

Pero tengo mucha prisa. Despáchate, no seas pelma. PEPE

En el aire: tome usté. (Le da la vuelta.) MAZZANTINI

Señores, hasta la vuelta. (Se va del foro.) NENE

Vaya, usté con Dios, amigo.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

Chico, danos la botella que está pagá. PEPE

Ya lo sé; Con despacio tóo sa regla. (Pepe sirve la botella.)

ESCENA IV

DICHOS— BIENVENIDA —PACO y el PELAO, que vienen por el foro disputando acaloradamente; Bienvenida se sienta en una de las mesas de la derecha del espectador.

PACO

¡No me recuerde usté a mí, por Cristo crucificao, lo que yo tengo olvidao! Se lo voy a usté á decí. ¿A la puerta de gayola, cuando el bicho se le humilla, no da el quiebro de rodilla sin que salga por la cola? Pues entonces no me callo; ¡yo tengo la convicción que el gallo de la Pasión no es más torero que el Gallo!

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LUIS MAZZANTINI

PELAO

¿Quién lo dijo? PACO

Quien lo dijo. PELAO

¡Pero de qué, hombre, de qué! Es decir, ¿Qué para usté no vale na Lagartijo? PACO

¡Dale bola, si no es eso! PELAO

¿Me lo quiere usté explicá? Entonces será meollá. PACO

Yo doy razones de peso. ¡En Molina hagamos punto o toco a llamada y tropa; puesta en la plaza su ropa, torea más que tós juntos! Pero no me niegue usté Que si Gallito tuviera Dos deos…

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

PELAO

Si el ciego viera… ¡Pero el caso es que no ve! PACO

Pues lo mismo que escucho entre vera y entre chanza que algunos bichos no alcanza, pa mí hace más que otros muchos. BIENVENIDA

¿Dónde dejas a Frascuelo? PACO

Tú bebe, si te apetece, ¡porque si no, me parece que te viá tentar el pelo! BIENVENIDA

¡Ay, qué miedo que me da! Dígale usté que la guarde (Refiriéndose a la navaja) PACO

Me parece que esta tarde Algo te vas a encontrá. ¿Me explico yo o no me explico?

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LUIS MAZZANTINI

BIENVENIDA

(Levantándose.) ¿De veras? PACO

Y tan de veras. BIENVENIDA

¡Si siempre fuiste un boceras! PACO

Danos unas copas, chico. (En esta ocasión no se sirven las copas.) ¿Qué va usté a tomá? BIENVENIDA

¡Agua sola por el susto! PACO

Lo ve usté; ¡siempre lo mismo! Esta mujer se me revienta; ¡que por mí sea la cuenta si no la rompo el bautismo! NENE

Me parece que allí hay bronca. LOLA

Tú no te metas en na.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

NENE

¡No ves que la va a pegá! BIENVENIDA

(Chuleándose.) ¡Eche usté y eche usté ronca! PACO

(Tirando de navaja.) ¡Se me acabó la paciencia! (Todos los del grupo se levantan y van a interponerse sujetando a Paco.) LOLA

¡Chiquillo, ven acá tú! BIENVENIDA

¡Dejarlo! LOLA

(Llegándose a la puerta de entrada.) ¡Guardias! PEPE

¡Jesú! BIENVENIDA

¡Tira ya!

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LUIS MAZZANTINI

PELAO

¡Calma! NENE

¡Prudencia! BIENVENIDA

(Como burlándose y riendo a carcajadas.) ¡Sujetarme, que me pierdo! PACO

¿No ve usté cómo me insulta? ¡Pues allá te va! (Deshaciéndose de cuantos le sujetan y dando un fuerte puñetazo al Nene.) PEPE

¿Y la multa quién la paga? NENE

(Como doliéndose del golpe.) ¡Mi ojo izquierdo! PACO

¡Perra! LOLA

¡Guardias!

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

PEPE

¿Más que tienen? PELAO

Deben de estar ocupaos; cuando todo está acabao entonces es cuando vienen. PACO

(En otro arranque de cólera.) ¡Pues mardita sea un doló y la botica cerrá! LOLA

(Con voz estentórea.) ¡Guardias! PEPE

No chille usté má. LOLA

¡Que se matan, por favó!

ESCENA V

DICHOS y los GUARDIAS; uno no habla.

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LUIS MAZZANTINI

GUARDIAS

A ver, ¿quién se mata aquí sin dar parte a la justicia? BIENVENIDA

No fue cosa. GUARDIAS

¡Calle usté! BIENVENIDA

Si puedo. PEPE

Misté… la chica lleva razón. GUARDIAS

¡Calla tú! PELAO

¿Pues quién va a hablá? BIENVENIDA

¡Ave María! ¡Ni que fuera usté señó el bondocaní6 é la China! 6

N. del E: Califa.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

GUARDIAS

Cómo es eso, ¿usté me falta? ¿Quiénes son los de la riña? PEPE

(Completamente desconcertado y sin saber qué decir.) Esta… señora… y… su primo tuvieron sus… palabrillas sobre si habían de comé jamón con huevo o sardina. Y de aquí la pelotera: la señora decía: «Yo quiero jamón con huevos». «Pues yo estoy por las espinas». LOLA

(Aparte al guardia.) ¡Él ha tirao de navaja! Sí, señor, la lleva encima. GUARDIAS

Usté se viene conmigo. PACO

(A Bienvenida jurándoselas.) ¡Si no me las paga, mira! GUARDIAS

Eche usté para adelante. Veremos si hay quien decida,

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LUIS MAZZANTINI

si se deben comer huevos en un día de vigilia… PACO

Pero… GUARDIAS

O si por el contrario deben comerse judías; porque yo no puedo dar sobre el caso opinión fija. Andando. PACO

Vamos andando. Llevarme una cajetilla.

ESCENA VI

DICHOS, menos los GUARDIAS y PACO. NENE

(Disputando desde un poquito antes con Lola.) ¡Tenía razón el hombre! LOLA

Pues pa mí, no la tenía.

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MAZZANTINI - BOSQUEJO CÓMICO Y LÍRICO

PEPE

¿Otra bronca? ¡Cómo es eso! LOLA

Si me dice este guripa que él llevaba la razón. PELAO

Ésa es cuestión concluida. Ahora vamos a cantá. (Encarándose con la que vaya a cantar.) Cántese usté una coplita, que yo sé que usté se templa más bien que el gallo. LOLA

¡Anda, hija! CANT.

¿Adónde está la sonata? PEPE

(Alargándosela.) Aquí está la guitarrilla. CANT.

Pero bueno, ¿y quién la toca?

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PELAO

Pues si usté sabe, usté misma; si no, el que sepa. PELAO Bien dicho: así debe ser. LOLA

Principia (Ponen las sillas en el comedio de la escena, y cantan.)


GALERÍA

GALERÍA

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GALERÍA

Fig. n.º 1 – Mazzantini acartelado en las Ferias y Fiestas de San Fermín– Pamplona – Ayuntamiento. Salvi, Manuel (1846–1889).

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LUIS MAZZANTINI

Fig. n.º 2 – Mazzantini acartelado en la Gran Plaza de Toros de Murcia – 1889. Plaza de Toros de Murcia. Giménez (siglo XIX).

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GALERÍA

Fig. n.º 3 – Mazzantini en la Gran Feria de Ganados por el Excmo. Ayuntamiento de esta Ciudad – Jerez de la Frontera – Ayuntamiento. 1897.

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LUIS MAZZANTINI

Fig. n.º 4 – Mazzantini con traje de luces y capote de paseo – E. Beauchy 1889.

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GALERÍA

Fig. n.º 5 – Luis Mazzantini con traje de luces y capote de paseo – E. Beauchy (1889).

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LUIS MAZZANTINI

Fig. n.º 6 – Mazzantini de perfil con traje campero – E. Beauchy (1889).

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GALERÍA

Fig. n.º 7 – Mazzantini de perfil de medio cuerpo con traje campero – E. Beauchy (1889).

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LUIS MAZZANTINI

Fig. n.º 8 – Mazzantini de medio cuerpo con traje campero – E. Beauchy. 1889.

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GALERÍA

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Biblioteca Taurina de la Fundación del Toro de Lidia Colección Biografías

fundaciontorodelidia.org


En esta biografía, D. Hermógenes disecciona la vida y milagros del torero italo-vasco Luis Mazzantini. La controvertida vida profesional del diestro transcurriría durante la Restauración y Mazzantini pondría empeño en presentarse como la imagen culta de la tauromaquia. En su vida se cruzan diferentes personajes históricos que dejarán una huella imborrable en la historia de la nación. La biografía se completa con una obra teatral basada en Mazzantini y representada cuando aún seguía en activo el torero y que lleva por título «Mazzantini. Bosquejo cómico-lírico», escrita por Tomás Infante Palacios. El prólogo, realizado por el escritor, Doctor en Historia y traductor, Fernando González Viñas, describe múltiples facetas de Mazzantini y revela sus aspectos más sorprendentes.


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