Estos textos surgen de la realidad de nuestro caminar, no son una teoría, sino la lectura de una experiencia. Y a la vez son un deseo y un anhelo, porque nada de esto se da de forma completa, acabada o perfecta. Hay errores, heridas, mezquindades, sombras que son parte de nuestro camino. Las narraciones quieren ayudarnos a recordar lo vivido y reconocer en ese camino las huellas profundas de la experiencia que nos hace crecer y nos da identidad, y a su vez quieren señalarnos nuestro horizonte, lo que deseamos vivir y alcanzar, dónde debemos volver a poner la mirada cuando perdemos el foco. Entendemos que estos textos son una concreción limitada de narraciones más amplias, contenidas en nuestras narraciones orales, nuestras representaciones y modo de actuar y ser en la Fundación. La “narración” no es el texto, son los encuentros donde juntos vamos buscando acordar nuestros sentidos. Sabemos que estos escritos no expresan todo lo que somos ni expresan todo de forma acertada. Pero valoramos que son un medio por el que podemos hacer más visible eso que nos recorre –nuestra identidad-, y desde ahí seguir develando y construyendo juntos nuestro ser Fundación Franciscana. Por eso proponemos leer siempre yendo más allá de lo meramente escrito, intentando descubrir las motivaciones, los sueños y los sentidos más genuinos que intentaron expresarse; contextualizando las partes en el conjunto de todo el texto y también de la realidad del día a día vivido en la Fundación. Esperamos que estas narraciones nos ayuden a visualizar mejor lo que tenemos en común y perfilar más claramente los aspectos que queremos seguir profundizando.
Te damos gracias, Buen Dios, por “regalarnos hermanos” y una comunidad con la que caminar. Te damos gracias por enseñarnos a mirar nuestro camino con misericordia y a celebrarlo con alegría. Te damos gracias por esta historia nuestra, que nace en vos, transcurre en vos y seguirá desarrollándose con vos.
1.
Somos una comunidad franciscana que se ha organizado como FundaciĂłn, integrando a miembros de distintas comunidades, personas comprometidas socialmente y familias de los barrios donde trabajamos que se sienten atraĂdos por la misiĂłn y el estilo de la FundaciĂłn.
2.
Trabajamos con familias que sufren la injusticia social para que juntos podamos desarrollar nuestras capacidades y transformar la realidad. Construimos oportunidades con proyectos de trabajo, educación, salud, vivienda, arte, justicia y vínculos familiares.
Experimentamos en nuestros barrios que la vida brota con mucha fuerza y en diversos canales. En los niños y niñas que salen a las escuelas cada mañana, ávidos de aprender y construir su futuro, de compartir con sus compañeros, de divertirse y experimentar cosas nuevas. Los jóvenes que a través del trabajo o el estudio se descubren a sí mismos y a la sociedad, y buscan progresar junto a sus familias. Que juegan a la pelota, están en las plazas y las fiestas, buscan reunirse y compartir con amigos y amigas, generando un
sentido de pertenencia. También los adultos que buscan una vida mejor para sus familias, los hombres y mujeres que salen a diario a trabajar, a emplearse, a changuear, a emprender, a producir. De manera creativa, con lo que tienen de posibilidad y de potencia y, casi siempre, con el bienestar de sus hijos e hijas como meta. La solidaridad como característica principal de las comunidades barriales que formamos, cuando hay una inundación, cuando muere un vecino o una chica festeja sus quince. Nunca falta el pan y la moneda, que se parten y reparten. También observamos y experimentamos las pobrezas del barrio y la comunidad. La falta de infraestructura en cuanto a calles, veredas, plazas, espacios deportivos, centros de salud y escuelas, el sistema pluvial y cloacal insuficiente, la necesidad de más y mejor recolección de residuos, la crisis habitacional que es insoportable, los límites del transporte público que nos hace viajar mucho y muy mal. Un Estado que aún no llega a los barrios periféricos (como sí llega a otros barrios) donde las necesidades básicas siguen sin ser satisfechas. Y también reconocemos la violencia y el sin sentido que existe en muchas vidas de nuestros vecinos y vecinas, la desesperanza, la falta de vínculos sanos, redes de contención y apoyo, las situaciones de consumo problemático que destruyen familias. El individualismo y egoísmo que se nos cuela por los poros, el progreso individual ajeno a lo colectivo. Problemáticas personales que repercuten en las familias y las comunidades sin distinción de clases sociales. Como ciudadanos y ciudadanas decimos que esta situación de pobreza que sufren millones de argentinos/as es una vulneración a los derechos establecidos por nuestra
Constitución Nacional. Y que es deber de todos y todas organizarnos e involucrarnos para garantizar estos derechos. En este sentido gritamos junto al Papa Francisco: “Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez.”1 Creemos que el hombre y la mujer son sujeto de derecho pleno, portadores de derechos. Desde una perspectiva de Derechos Humanos asumimos a los ciudadanos como sujetos activos y protagonistas y no como beneficiarios pasivos, receptores de políticas focalizadas, que sólo reproducen la relación propia del mercado de proveedorcliente. Entendemos que estos derechos brotan del valor inalienable que tiene todo ser humano. Toda persona es digna, tiene un valor en sí mismo por el solo hecho de ser y existir, más allá de lo que haga, lo que tenga, lo que elija o lo que deje de hacer. No hay ninguna situación, por más adversa que sea, capaz de eliminar esa bondad radical que las personas tienen dentro. La dignidad es lo que nos hace iguales a todos los seres humanos. Esta igualdad no es uniformidad, ya que reconocemos que hay diferencias físicas, intelectuales, sociales y económicas. Por eso podemos afirmar que somos iguales y distintos.
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Discurso del Papa Francisco a los Movimientos Populares en Bolivia.
Pero hay ciertas desigualdades escandalosas que no respetan los derechos de todas las personas y atentan contra su dignidad y a las que queremos oponernos abiertamente. Dentro de las desigualdades que podemos observar está la de millones de personas que no poseen los bienes básicos para vivir y, por ende, deben sobrevivir en condiciones de pobreza. Entendemos que estas situaciones de pobreza son el producto de estructuras sociales, políticas y económicas que impiden que las personas puedan trabajar, estudiar y desarrollarse. No todos han sido respetados en sus derechos ni han recibido las mismas oportunidades. A unos les sobra mientras que a otros les falta lo mínimo y necesario para vivir. Desde esta óptica es que entendemos la pobreza como una situación de Injusticia Social. Como dice Puebla, “esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas”2. Más allá de las elecciones personales y puntuales, hay una situación –de la que todos como sociedad somos parte- que impide que las personas puedan trabajar, estudiar y desarrollarse. Sabemos que es una problemática de escala mundial, donde un número reducido de personas concentran la mayor parte de la riqueza-producción, y la mayoría de la población no tiene lo necesario para vivir dignamente. Esta problemática surge de un sistema político, económico, social y cultural que busca la acumulación de unos pocos y la exclusión de muchos, que afecta directamente en la subjetividad, la dignidad y los vínculos de las personas que son excluidas e impiden la fraternidad universal. Estas desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres 2
Documento del episcopado latinoamericano en Puebla N° 30
están en abierta contradicción con el Evangelio: “La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional”3. Por eso, nuestra misión busca restaurar esos derechos y desarrollar oportunidades que permitan generar mayor igualdad. Queremos “hacer justicia a los pobres, liberar a los oprimidos, consolar a los afligidos, buscar activamente un nuevo orden social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas a la pobreza material y se contrarresten más eficazmente las fuerzas que obstaculizan los intentos de los más débiles para liberarse de una condición de miseria. No creemos en la “caridad a la carta”, en dar lo que sobra, en los “carnavales de solidaridad” organizados periódicamente, si bien reconocemos las intenciones genuinas de dichas manifestaciones de amor. “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia”4. Creemos, como cristianos y cristianas, que el camino que nos propone el Evangelio es superior a la justicia: es un camino de amor y misericordia, gratuito, con todos los seres humanos, pero que nos convoca a construir y luchar
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Artículo 29. Gaudium et spes. S. Gregorio Magno, past. 3, 21
por esa justicia como plataforma mínima para nuestra vida en comunidad. También creemos que no es posible transformar estructuras de injusticia sin una sincera conversión personal y comunitaria, sino que son procesos que están entrelazados y se alimentan mutuamente. Solo en la medida en que cambiamos interiormente podremos cambiar la sociedad. Jesús y Francisco nos inspiran en este modo de leer la realidad, buscando el cambio de estructuras injustas y nuestra conversión del corazón, recibiendo el regalo del Reino que se hace presente mientras también colaboramos en su construcción, acercándonos y compartiendo con los hermanos que sufren, dejándonos transformar por eso encuentros. Creemos en un andar codo a codo con el pueblo sufriente, reconociéndonos y descubriéndonos parte. Creemos en un Dios que escucha su clamor de su Pueblo, se conmueve y decide liberarlo a través de todos nosotros.
Entendemos que un trabajo que busque transformar la realidad social tiene que empezar por pensar que esa realidad tiene mucho que aportar, es semilla de la que pueden crecer frutos en abundancia. Por todo esto, nuestro trabajo no es de asistencia sino de promoción. Nuestro fin último es que las personas puedan desarrollar sus capacidades y transformar su realidad siendo agentes de su propia transformación. Creemos en las personas y sus capacidades, por eso nuestro trabajo no viene con la respuesta sino que intenta
construirla en conjunto. Podemos aportar algunos recursos, materiales o profesionales, para que esa realidad se transforme, pero siempre construyendo de la mano del otro. Se trata de generar espacios de participación. En lo concreto, esta opción se traduce en: no dar soluciones sino buscarlas juntos. Si una persona se encuentra en un momento de necesidad económica, es distinto entregar dinero a elaborar juntos un currículum, buscar los puntos de fortaleza y, recién después de este proceso, vincularlo con un posible empleador. Valoramos más el proceso compartido en busca de una solución que la respuesta inmediata. pedir el compromiso de la gente: como confiamos en las capacidades de aquellos con quienes trabajamos, también confiamos en su capacidad para comprometerse. Si un chico participa de un espacio de tratamiento psicopedagógico, sus padres deberán comprometerse a no tener inasistencias. escuchar sus ideas y sus necesidades a la hora de proponer: un taller de lectura se elabora a partir de las inquietudes de los chicos, de sus ideas para publicar, y no sólo a partir de lo que los coordinadores consideran que es interesante o importante. empoderar y confiar en su capacidad para resolver: si un niño necesita ser atendido en el hospital, la Fundación se encargará de brindarle información acerca del mejor servicio para evaluar una problemática particular, pero no sacará el turno por la familia ni lo llevará al hospital.
dar lugar a quienes empiezan a vincularse con la Fundación desde la necesidad a que se vuelvan también promotores del desarrollo de otros: quienes han participado de talleres, de espacios de alfabetización o de propuestas de economía social y han visto su vida transformada por estas propuestas, se vuelven también voluntarios coordinadores de talleres, de espacio de alfabetización o empleados de la Fundación, incluso si siguen participando como beneficiarios en otra área.
Esto mismo también sucede a nivel comunitario y barrial. Los barrios tienen una cultura, un “espíritu” propio, símbolos y parábolas, narraciones, imágenes y modos que recogen las vivencias colectivas e interpretan su realidad. Un modo particular de ser vecinos, de celebrar, de soñar, de vivir. Un tiempo propio, un modo de vincularse, de entender la realidad y de actuar sobre ella. Esta cultura del barrio es muy valiosa, por eso buscamos propiciar espacios de participación comunitaria, donde los vecinos puedan enriquecer a la Fundación con esa cultura, abriendo también las puertas y saliendo al barrio a beber de esa agua que es el espíritu barrial (hacia “adentro”) y favoreciendo a su vez las instancias que permitan su desarrollo (hacia “afuera”). Este trabajo de promoción está íntimamente vinculado con la idea de proceso: el desarrollo de cada persona es algo que lleva tiempo, que va paso a paso. Como veremos después, esta mirada de procesos que nos guía en nuestra misión también nos orienta en nuestro desarrollo personal y como organización.
Otra clave de nuestra misión es el abordaje integral, que tiene varias dimensiones y significados. Por un lado la concepción integral de la persona, tomando en cuenta sus dimensiones física, social, espiritual, afectiva, intelectual. Esta mirada integral de la persona y de la realidad nos invita a abordar la situación de la pobreza desde la complejidad trabajando interdisciplinariamente: salud, educación, trabajo, vínculos, etc. La integralidad también tiene que ver con la intención de poner en el centro a la familia, abordando todas las edades. Y por último, hay dos aspectos -que están desarrollados en otros apartados- que se vinculan con esta mirada integral: el trabajar en red y el fortalecer el tejido social. Trabajar desde y generando comunidad.
Queremos ser una posibilidad para todo aquel que quiera superar situaciones de pobreza e injusticia social en los barrios donde trabajamos. Queremos sumar más gente a este estilo trasformador y ser respuesta para aquellos que quieran aportar a la transformación de la injusticia social. Queremos compartir nuestra experiencia con todas aquellas comunidades franciscanas que lo deseen.
3.
Desde la Fundación concebimos la espiritualidad como un elemento constitutivo de la persona. Todos los hombres y mujeres poseen una espiritualidad, que es como ese “hilo invisible” que le da sentido y vigor a lo que vivimos. Un hilo que entrelaza todas las dimensiones de nuestra vida. Entendemos la espiritualidad como anterior a la formación de las religiones y más amplia que las mismas; a lo largo de la historia podemos contemplar diversas formas espirituales que surgen y dan respuesta a la sed de infinito y de trascendencia de cada ser humano, que no necesariamente están bajo el manto de las formas de las religiones tradicionales. Entendemos a la religión como una forma de expresar la espiritualidad, y a la vez como un modo de retroalimentarla.
La espiritualidad es una dimensión profunda del ser humano, y constituye el corazón de una vida humana con sentido, con pasión, con veneración a la realidad, con Espíritu. Aquel “hilo invisible” que constituye nuestra espiritualidad puede estar compuesto de diversas maneras según cada hombre o mujer: por nuestros sueños y nuestra vocación, los afectos, aquellos aspectos de la Vida que nos hacen vibrar o temblar, eso que nos da paz y tranquilidad, lo que nos hace sufrir o nos roba una sonrisa.
La espiritualidad es un aspecto esencial de nuestra tarea, por eso invitamos a todos a realizar su trabajo no sólo como una actividad meramente exterior, sino como una realización que surge y se alimenta de sus raíces espirituales más profundas. La espiritualidad de la Fundación está inspirada y fundada en la Vida de Jesús de Nazaret y en la forma en que Francisco de Asís eligió seguirlo. Encontramos en ellos un modo de ser y de hacer que nos enamoró y nos invitó a realizar de esta forma nuestra praxis cotidiana. Pero consideramos que esta espiritualidad franciscana se enriquece por el aporte de cada uno de los que forman parte de la institución, más allá de su religión o modo de concretar su búsqueda espiritual. La enriquecen y diversifican, manteniendo y fortaleciendo sus núcleos vitales. Este núcleo de identidad franciscana quiere estar abierto y en diálogo con las distintas experiencias personales. En este sentido, queremos que todos encuentren
en la Fundación un lugar de libertad y también de desarrollo de su propia espiritualidad.
La Fundación surge de una experiencia espiritual muy concreta: vínculos fraternos que nos ayudaron a conocer el amor profundo, gratuito y misericordioso de Dios que nos reveló lo valioso que somos y que nos impulsó a compartir nuestra vida con otros para hacer mejor la vida de todos. La acogida de los frailes, el acompañamiento personal, la fraternidad y la misión fueron mediaciones concretas que nos fueron sanando y abriendo cada vez más. Aprendimos a mirarnos con bondad y confianza, reavivamos los deseos y los sueños, releímos nuestra historia como historia de Salvación, descubrimos nuevas relaciones que nos sanaron y nos impulsaron. Empezamos a conocer con mayor profundidad a Jesús y a Francisco de Asís, que se nos fueron revelando privilegiadamente en el encuentro con los más pobres. Su modo de mirar al ser humano, la experiencia que ellos tuvieron de Dios y de la Vida -que nosotros empezábamos a vivir en carne propia-, comenzó a ser central y a impulsarnos cada vez más. Conscientes de las capacidades y de las oportunidades que habíamos recibido en nuestras vidas, entendíamos todo eso no solamente como un regalo, sino como un Don que nos comprometía con los más pobres. Percibíamos que si la Fe no se encarnaba o no nos comprometía con nuestros hermanos, era una fe vacía y exterior (cf. St 2). Queríamos compartir con otros lo que habíamos recibido gratuitamente, queríamos que otros tuvieran acceso a esta
experiencia que para nosotros era tan buena. Veíamos que la dura realidad de nuestro país, realidad que clama al cielo y que es escuchada por nuestro Dios, nos invitaba a hacer un opción estable y decidida por los más pobres, integrando nuestra fe y nuestro trabajo, para poner nuestros dones al servicio de las comunidades más necesitadas. Así surgió un proyecto que tuvo como eje central la Evangelización desde/bajo tres núcleos: Promoción social e integral de nuestros hermanos más pobres: respondiendo a las necesidades de la comunidad y trabajando desde la potencialidad humana. El servicio de nuestras capacidades y dones. Un camino como fraternidad laical franciscana, buscando encarnar esta acción desde el encuentro con Jesús, con su Palabra, con su Cuerpo y Sangre y desde el carisma de Francisco y Clara de Asís. Especialmente un modo evangélico de vivir nuestros trabajos y profesiones. Eso era lo que latía en el corazón de quienes comenzamos con este proyecto, y que luego fue abriéndose camino poco a poco, hasta ser hoy la Fundación Franciscana.
Como decíamos, la espiritualidad no se da en abstracto sino de forma encarnada. La experimentamos a través de “mediaciones” concretas que nos ayudan a entrar en contacto con esa realidad más profunda. Podemos decir que
los lugares primordiales donde la espiritualidad de la Fundación se concreta y retroalimenta son en el encuentro y en la comunidad. Estos grandes “lugares” a su vez pueden concretarse aún más en gestos y prácticas puntuales que a lo largo de estos años fuimos descubriendo como centrales: el trabajo en equipo: cuidar los espacios de reunión y de trabajo con otros, para pensar juntos, para complementarnos en las diferencias, para corregirnos y aprender, para alentarnos y motivarnos. Este es uno de los factores que va generando que este sea un proyecto construido entre todos, con múltiples aportes y un tiempo que se va gestando en común. los momentos para compartir en profundidad: no sólo para trabajar, sino los encuentros donde dialogamos desde el corazón, nos escuchamos, compartimos personalmente, rezamos o tenemos un momento fraterno. Compartir la buena noticia, un tiempo de silencio, las resonancias de una lectura, un sentimiento o simplemente cómo estamos. Gestos concretos que expresan cómo compartir en profundidad. Todo esto lo vivimos en los espacios organizados en cada equipo, en los eventos generales donde nos encontramos todos juntos, como también en los espacios que buscamos más espontáneamente entre nosotros. el diálogo personal, cara a cara: nos ayuda conocer más a la persona con quien trabajamos o para quién trabajamos, su situación, su historia. Nos ayuda a confiar más y a valorar lo que el otro tiene para aportar. Nos hace bien hablar personalmente para conocernos y
fortalecer el vínculo con quien compartimos tanto tiempo, para que el trabajo sea más humano, más grato y más fácil. Cuando surge un problema tratamos de hablar personalmente en vez del chusmerío. El diálogo es un gesto, un deseo y un intento de perdón fundamental para poder trabajar juntos. el acompañamiento: no podemos todo, por eso nos hace muy bien contar con alguien que nos ayude, nos escuche, nos recuerde aquello en lo que creemos en los momentos en los que estamos confundidos. Es como un “hermano mayor”, pero con un poco más de camino en algunos aspectos, que nos ayuda a reenfocarnos, a profundizar, a serenarnos o a seguir buscando. También puede ser un tutor, alguien que me acompaña, me comparte lo que sabe, me ayuda a crecer fuerte en mi camino. El acompañamiento formal con algún fraile o laico, las tutorías o las mamás-escucha, como todos los otros espacios más informales con alguien que acompaña nuestro desarrollo, son una mediación concreta de nuestra espiritualidad. las visitas a las casas: siempre fueron una piedra fundamental de donde surgió el deseo de armar la Fundación. Los vecinos, sensibles al gesto de interés y cercanía, suelen recibirnos con alegría y nos enseñan el valor de la acogida. Entrar a una casa nos ayuda a conocer más de cerca la vida de esa familia. Nos recuerda cómo viven los vecinos del barrio, lo que se sufre en ciertas situaciones, el sentido de lo que hacemos. Las visitas generan un vínculo con las personas y un recuerdo que no se suele olvidar.
la celebración y eventos significativos: En cierto sentido, la vida humana gira alrededor de la fiesta, se mueve en pos de la celebración. Nos esforzamos para lograr aquello que le de alimento y sentido a la vida y que por ende merezca ser festejado gozosamente. Celebrar, reverenciar la vida, con gestos, acciones y momentos concretos, ayuda a “volver el foco” al don de la Vida. Celebramos el encuentro, la comunidad y la vida misma que por su fuerza e importancia nos invita a detenernos y celebrarla de algún modo. Celebramos desde la diversidad y desde la experiencia, comunitariamente. Los espacios celebrativos, los momentos concretos de celebración, son medio para privilegiar y hacer foco en el encuentro comunitario y encontrarnos con “eso” que nos convoca a celebrar. Este encuentro también nos transforma y nos devuelve la sencillez y la belleza de la vida. Podríamos decir que hay algunos eventos o celebraciones que son importantes para todos los que formamos parte de la Fundación, como el Almuerzo de Navidad o el Día de la Familia. También hay momentos significativos para los equipos: eventos, fechas, actividades que nos ayudan a recordar, a volver a la fuente, a reubicar la mirada. Puede ser una jornada de construcción junto a una familia, unos mates con alguien que me hace bien, la maratón de lectura, una tutoría, el diálogo gratuito con algún joven en un pasillo o jugar con los niños en el patio. la diversidad: somos una comunidad muy heterogénea, formada por personas de distintas procedencias, vecinos de nuestros barrios y otros que llegan de afuera, con
distintas formaciones. Somos frailes y laicos, creyentes y no, participantes y voluntarios de distintas edades, barrios e historias. Creemos que esa diversidad (que siempre será fuente de tensiones) es una gran riqueza a cuidar y a potenciar. Nos ayuda a buscar que la Fundación se enriquezca de distintas personas, a generar espacios y modos para acercar las diferencias culturales y personales, siendo realistas y tolerantes a la hora de recibir nuestras diferencias. La diversidad de nuestra comunidad es signo del Reino, de como Dios sueña y nos ayuda a construir la humanidad para nosotros. otros: además de las mediaciones que enumeramos, hay también otras. La acogida: recibir al otro haciéndolo sentir a gusto y especial, saludar, sonreír, llamar por el nombre, acercarse a los nuevos empleados, voluntarios o participantes, explicar y compartir la experiencia. El servicio: prestar una ayuda concreta a alguien, el “abajarnos” para colaborar con el otro, realizar tareas pequeñas y desapercibidas pero necesarias, poner todo el empeño para que esas tareas sean hechas lo mejor posible –no por perfeccionismo, sino porque intento darle al otro todo lo que puedo de mí-. La necesidad: los límites y carencias con los que usualmente peleamos, terminan siendo lugares que nos abren a aspectos nuevos y desconocidos de nosotros mismos y de los demás. Nos hacen ser creativos, nos comprometen y nos unen. La capacitación y evaluación: como un modo de seguir aprendiendo y estar abiertos, de compartir experiencias y, con humildad, reconocer que no sabemos todo.
También están las mediaciones personales: los lugares donde cada uno dice “acá me conecto con lo que le da sentido a mi tarea, esto me ayuda a volver al centro”. Estos son los lugares donde podemos ver y experimentar en concreto nuestra espiritualidad. Los lugares a donde volvemos a beber de la “fuente” cuando perdemos el sentido o el trabajo nos desborda. Lugares a cuidar y desarrollar para seguir creciendo desde nuestra identidad profunda.
Somos sujetos políticos, esto quiere decir que todos somos responsables de lo que sucede en el barrio, el país y el mundo. Creemos que esta tarea no se realiza solamente votando en las elecciones cada dos años, sino que es algo que construimos día a día desde lo individual y lo comunitario. Esto no significa que la Fundación tiene una ideología o responde a un partido político, sino que, como institución, somos un actor más de la sociedad. Lo que hacemos y dejamos de hacer tiene una concepción ética y política. No somos partidarios pero sí tomamos partido frente a la realidad que nos interpela. Entendemos la espiritualidad y la política como términos hermanados que no queremos separar sino que, por el contrario, buscamos unirlos para generar una práctica coherente dentro de nuestros límites humanos. Desde esta espiritualidad observamos e interpretamos la realidad y actuamos sobre ella. Este accionar lo reconocemos como un acto político, porque como Fundación incidimos sobre
la realidad, tomando partido y construyendo desde nuestro lugar la sociedad que soñamos. Nuestro punto de partida es el Evangelio y la realidad de los barrios donde elegimos trabajar, barrios periféricos víctimas de la pobreza estructural. Consideramos que todos somos hermanos y hermanas, iguales en dignidad y derechos. Optamos por trabajar en la construcción de una vida digna para todos y todas, donde los derechos estén garantizados, donde haya oportunidades reales y de calidad. No creemos en la polarización ni en las respuestas simplistas. Entendemos la realidad como compleja y desde esta complejidad trabajamos. Desde esta base buscamos aliarnos con las personas e instituciones que tengan este anhelo real, sin importar quién sea o de donde venga. Como institución queremos también articular con los diferentes poderes y organismos del Estado, para hacer oír la voz de los vecinos y vecinas y, juntos, garantizar los derechos que son vulnerados.
A lo largo de estos años hemos experimentado la importancia del vínculo, de las relaciones y del encuentro como la fuente más profunda de la transformación y de la Vida. La vida del otro es central en nuestra espiritualidad, creer en esa Vida y en la persona es fundamental. Creemos en el encuentro gratuito de los hombres y mujeres, un encuentro fraterno y abierto que nos transforma, donde
todos tenemos dones para aportar y algo para aprender y enriquecernos. Las experiencias que se gestan en estos encuentros siguen retroalimentando nuestro trabajo y transformando nuestra vida. El vínculo es el primer motor del empoderamiento y del desarrollo. Creemos que para encontrarnos tenemos que disponernos y abrirnos. Somos hermanos y hermanas iguales en dignidad aunque con culturas y realidades diferentes. Por eso creemos que hay que descalzarse, quitarse los prejuicios, acercarse con respeto y amor hacia el otro, estar abiertos a la escucha para ingresar a un territorio que es sagrado y, a su vez, permitir que el otro ingrese a nuestro interior. El cómo nos acercamos es de manera horizontal, de igual a igual, reconociendo en el otro a nuestro hermano y hermana. La pobreza, como situación estructural que limita y condiciona el desarrollo de las personas, no afecta a su identidad más profunda, su “soplo original”. Más allá de la circunstancia que nos haya tocado vivir, todos somos personas, somos ante todo hermanos. Cuando nos encontramos escuchándonos, compartiendo lo que nos pasa desde lo que cada uno es, en un clima de alegría y gratuidad –no por conveniencia o deber, no esperando algo a cambio-, nos enriquecemos. Cuando compartimos perspectivas y nos damos tiempo para pensar juntos, vemos cómo el encuentro nos expande. Respeto, cercanía, empatía, reciprocidad, promoción, despliegue, son rasgos que hablan del modo de encontrarnos y expresan nuestra espiritualidad. Es un camino comunitario de ida y vuelta, donde somos capaces de dar y de recibir por igual.
“Los cuatro movimientos de Jesús” (Equipo Talita Kum) Ilustración: Nicolás Obiglio
Algunas características puntuales del encuentro que nos gustarían subrayar son:
La realidad con rostros concretos nos invita a acercarnos y comprometernos. Nos importa la historia particular de cada persona. No luchamos contra “la pobreza” en abstracto, sino que nos acercamos a rostros con historias concretas, singulares y valiosas. No queremos simplemente prestar un servicio, sino acercarnos, comprometernos y respetar la realidad del otro y del barrio. Eso es lo que nos mueve, el deseo de acercarnos a las historias de los demás, compartir las luchas, las heridas, las necesidades, las capacidades, las esperanzas y el crecimiento. Todos somos a la vez fuertes y frágiles, no sólo se trata de las luchas e historias de los vecinos, sino de cada uno de los miembros de la Fundación Franciscana. Todos los que nos acercamos a la Fundación lo hacemos con una “sed” que busca ser saciada. Este abordaje personal/vincular que facilita el encuentro con el otro, nos permite acompañar con mayor realismo e impacto el desarrollo de las familias en situación de pobreza.
No creemos en los participantes entendidos como receptores pasivos, sino que son miembros activos, arte y parte de la comunidad de la Fundación. Y, a la vez, consideramos que los trabajadores y voluntarios no son dadores generosos, sino miembros que comparten y a su vez reciben, transformándose recíprocamente. De acá surge
nuestro lema “El encuentro transforma nuestra pobrezas”. En el encuentro recíproco todos damos y todos recibimos, se transforman nuestras pobrezas y nuestras riquezas.
Todos tenemos algo para dar y todos necesitamos recibir. Queremos apoyar, acompañar y reconocer el aporte de las capacidades y dones de cada uno para transformar la realidad. A partir del descubrimiento y desarrollo de las capacidades personales, las personas redescubren su dignidad, su lugar y su misión en la sociedad. Por eso le decimos no al asistencialismo y sí a la promoción de las propias capacidades.
Creemos que el encuentro y el trabajo común se dan necesariamente desde nuestras fragilidades. Sabernos y reconocernos necesitados nos abre al encuentro con el otro. Como miembros de la Fundación queremos abrirnos al encuentro, a la necesidad de estar y caminar con otros, buscando hacerlo del modo de Jesús y de Francisco, que fueron hombres de comunión, de amistades, de compartir fragilidades.
Nuestros lazos fraternos, los vínculos comunitarios, las intervenciones en el barrio y nuestras relaciones como
familia e institución tienen como base el diálogo. Nuestras propuestas surgen de la escucha de nuestros hermanos, de la mirada de la realidad, conversando con aquellos que están involucrados en el tema.
Encontrarnos es abrirnos a algo distinto a nosotros, al otro, a la alteridad. La experiencia que tenemos del encuentro con el otro es paradojal: siempre tiene aspectos gratificantes y otros dolorosos. Somos realistas: cerrarnos a alguno de estos dos polos es reducir la experiencia de encuentro con el otro. Si me abro al otro permito que me enriquezca como así también puede ser que me lastime, me moleste, me tensione. Pero incluso con todo lo difícil o doloroso que pueda tener este encuentro, creemos que siempre vale la pena el riesgo. La experiencia del otro, su sensibilidad, su punto de vista, sus conocimientos, lo que trae en su historia y modo de ser nos enriquece y nos hace crecer. El encuentro con el otro nos lleva a preguntarnos cómo y hasta dónde uno se involucra, sobre todo con las personas con las que trabajamos y sus situaciones de dolor y sufrimiento. Suele existir una tensión entre cercanía y distancia, entregarse y cuidarse, ayudar y respetar la autonomía y responsabilidad del otro sobre su propia vida. Muchas veces, el encuentro frecuente con tantas situaciones de dolor genera sentimientos de enojo, frustración, impotencia, angustia, tristeza. Junto a esto conviven también todos los goces y el disfrute del trabajo que hacemos: los encuentros, los procesos, los cambios, los
logros que se visualizan o el buen clima de trabajo en equipo. Para nosotros, la invitación a involucrarnos, acercarnos, dejarnos afectar y comprometernos es parte esencial de nuestro estilo. Pero queremos resaltar la idea de que la posibilidad de transformar las situaciones de dolor y sufrimiento es compartida: las personas tienen sus tiempos, sus procesos particulares que merecen respeto y espera. La responsabilidad es compartida, no cae sobre un solo lado y nadie tiene el poder de salvar a nadie. Por eso muchas veces debemos poner límites, cuidarnos, reflexionar sobre nuestros vínculos e intervenciones y buscar una y otra vez qué orienta y da sentido a nuestro hacer. En nuestro afán de ayudar al otro tendemos muy comúnmente a “sobre involucrarnos”; tenemos miedo de poner límites y nos hacemos cargo de todo, lo que termina quemando y alejando a muchos. A veces olvidamos que los límites son también positivos y necesarios. No todo límite es negativo. Poner límites también es amar. Consideramos que cuidarnos, reflexionar y resignificar constantemente nuestra tarea es un modo importante de entregarnos. El verdadero encuentro desde nuestras capacidades y nuestras fragilidades implica decir “no puedo, no sé, hoy no”. Reconocer esos límites hoy tal vez sea lo que nos permita estar disponibles mañana. Hay medios específicos para cuidarnos, siempre en la lógica de “cuidarnos para entregarnos mejor”, no en la lógica de encerrarnos. Algunos de estos medios son: el trabajo en equipo, la supervisión, el acompañamiento, la formación, las actividades personales y placenteras, el
cuidar los tiempos y saber cortar con el trabajo y con “las historias ajenas” para volver a lo propio, el estar atento a las señales de alarma de nuestro cuerpo, pedir ayuda, el acompañamiento personal y sobre todo la constante conexión con nuestra espiritualidad como fuente de sentido.
Del encuentro sincero nace la comunidad. Es a través del fortalecimiento de los vínculos comunitarios como creemos que la realidad es transformable. No entendemos la participación en la Fundación sin contribuir al bien común. Ser comunidad es a la vez medio y fin; ya que a través de la formación de vínculos comunitarios es como pretendemos transformar la realidad y, a la vez, queremos transformar para generar comunidad. La fuerza de nuestro trabajo proviene de la vida comunitaria que lo sostiene. Queremos que la Fundación sea “la mesa de todos, territorio del encuentro”5. La participación comunitaria lleva a cierta idea de caos y a otros tiempos, cosas a las cuales no estamos aún acostumbrados. Pero apostamos a eso. Queremos transitar este camino en comunidad y la transformación debemos hacerla entre todos, al paso que demande la realidad.
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“La mesa”, Peteco Carabajal
Sabemos que hay distintos modos de llevar a cabo nuestras actividades y que hay acciones que tienen mejores resultados que otros. En la Fundación fuimos desarrollando un modo particular de organizarnos y trabajar en vistas a alcanzar nuestros sueños y objetivos de determinado modo. Llamamos “gestión” a este modo de organizarnos y trabajar. Esta gestión nos atraviesa a todos. Gestionamos tiempo, actividades y recursos. Entendemos la gestión en íntima vinculación con la espiritualidad y el encuentro, porque tenemos una espiritualidad “encarnada” y entendemos que si los sentidos y sueños no pasan por el tamiz de lo concreto, pueden quedar en fantasías e ideales. Hay modos de organizarnos y trabajar que favorecen el encuentro y otros que lo dificultan. Elegimos un determinado tipo de gestión y tomamos distancia de modos de gestionar en los que no creemos. No queremos caer en la exigencia ciega que pasa por encima de las personas, ni en la eficiencia que no da lugar a lo humano o que pretende controlar todo. Queremos evitar la eficiencia vacía, que se centra en alcanzar resultados porque sí, sin construir sentidos profundos y en equipo. Entendemos que la buena gestión nos da herramientas pero que es necesario tener un fin, un sentido de nuestro accionar. Valoramos mucho la estructura organizacional, lo institucional, pero queremos evitar las situaciones en que lo institucional está por sobre la persona. Asumimos como parte del camino que siempre habrá una tensión entre lo personal, lo grupal y lo institucional.
En la Fundación Franciscana queremos brindar un servicio de calidad, buscando continuamente aquellas acciones que mejor respondan a la realidad compleja de nuestros barrios y familias. No pretendemos ser perfectos, pero no queremos conformarnos simplemente con “hacer algo” sino hacerlo de la mejor forma que podamos, porque queremos entregarle al otro lo mejor que tenemos. Hay modos de llevar adelante las acciones que permiten cumplir más eficientemente con los objetivos planteados, responder mejor a las necesidades, brindar un servicio más profundo y duradero o acompañar a mayor cantidad de personas según se organicen los recursos. Esa búsqueda por mejorar lo que hacemos por el bien del otro es una tensión constante en nuestro actuar. Nos cuidamos de la “eficiencia exitista” o empresarial, e intentamos verla siempre integrada a la espiritualidad y al encuentro: recordar el sentido profundo de por qué queremos hacer eso lo mejor posible y respetando siempre lo vincular.
Para brindar este servicio de calidad es importante poder aportar desde lo mejor que tenemos, desde nuestras capacidades, dones y aprendizajes. Todos tenemos algún saber que aportar a la construcción del bien común: pueden ser laborales, experienciales, profesionales. Como diría Paulo Freire: “Todos sabemos algo, todos ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre”.
Entendemos que estos saberes tienen que ver con lo que hemos experimentado o “saboreado” en nuestra vida. Es algo que nos transformó interiormente, que nos enriqueció y nos hizo un poco más plenos. Y también pensamos que no podemos apropiarnos de ellos. Tenemos que ponerlos al servicio, compartirlos. Lo importante es que todos sabemos algo y podemos aportar desde ahí. Es un aporte desde el saber y la especialidad de cada uno pero desde una perspectiva compartida y en proceso. Creemos que estos saberes pueden seguir enriqueciéndose siempre, por eso valoramos la formación permanente, la búsqueda de conocimientos y experiencias de otros que puedan estar al servicio de dicha transformación. Formación que ayude en la búsqueda de alternativas eficaces para mejorar la calidad de vida y brindar oportunidades para más hermanos. Por eso incentivamos las capacitaciones, el estudio y la lectura, las visitas a otras experiencias, el conocimiento de buenas prácticas, el encuentro y reflexión con otros. Sabemos que muchas veces la realidad nos demanda la búsqueda de nuevos conocimientos y alternativas, y que aquello que “estudiamos” o que sabíamos no siempre se ajusta a lo que la realidad nos pide, por eso siempre el criterio desde el cual partimos es el otro y la realidad compleja con la que trabajamos. Además de los conocimientos externos que siempre nos enriquecen, consideramos importante generar espacios de reflexión o de búsqueda de sentidos comunes para ir tomando conciencia de lo que vamos aprendiendo desde nuestra práctica. Tanto a nivel personal como institucional, en la Fundación tenemos la experiencia personal de
aprender, de ir transformándonos y de tener algo que aportar/enseñar a otros. No queremos que esa experiencia se pierda, por el contrario, queremos valorarla, reconocerla y poder sistematizarla para compartirla y así enriquecer a otros. Sabemos que es un camino siempre abierto y queremos mantenernos así, en un proceso de reflexión constante, atentos a lo que puedan traer los nuevos tiempos, disponibles para poder superar aquello que ya no se adapte a la realidad.
Buscamos la planificación y evaluación permanente de nuestro trabajo. Esto es una herramienta que nos permite optimizar recursos y un mejor encuentro con el otro, donde todos salgamos más ricos y beneficiados. En la planificación de nuestro trabajo y actividades, establecemos bases para luego poder ocuparnos de lo novedoso que lo cotidiano nos traiga. En la planificación queremos marcar hacia dónde vamos y donde queremos poner el acento de nuestra tarea. Hemos descubierto que esto nos brinda mayor flexibilidad y apertura para el trabajo diario y para estar abiertos a las necesidades y realidades que el otro nos trae cotidianamente. Ocupándonos de aquello que nos parece importante, lo urgente no nos saca del centro de nuestra tarea. Entendemos que la planificación es una herramienta pero que se apoya en actitudes existenciales: escuchar la realidad (diagnosticar), soñar con realizar un aporte a esa realidad (objetivos), reconocer nuestros límites y la necesidad de organizarnos para poder hacer algo con lo que tenemos (acciones y recursos), aprender a trabajar en
equipo, estar abiertos a lo que la realidad nos devuelve (evaluar). La planificación es una herramienta que nos permite trabajar comunitariamente y en equipo, porque es el lugar donde se concretiza lo de todos. La planificación nos permite respetar los procesos, acompañando el desarrollo personal y comunitario desde una organización y no simplemente respondiendo a los impulsos personales por llevar adelante una acción. Es una guía para nuestro trabajo, pero creemos en la flexibilidad que nos demanda la realidad cambiante para poder ajustarnos a lo que ésta nos pida. Dicha flexibilidad requiere de un oído a y mirada atentos a lo cotidiano, al hermano y lo que este nos quiera revelar. La evaluación nos permite corregir los rumbos y volver a repensar nuestro actuar para que el trabajo sea más rico. La realidad es compleja y cambiante y muchas veces nos desborda, desde la evaluación continua podemos repensar alternativas y evaluar donde poner nuevamente el foco de nuestra tarea. La evaluación nos permite dar gracias por el camino recorrido y el esfuerzo realizado, reconocer los límites y errores más frecuentes y buscar nuevos caminos para salir al encuentro del otro y de sus necesidades.
El modo en que nos organizamos para llevar adelante lo que hemos planificado es un factor importante en la calidad de nuestro servicio. Una buena organización permite que el trabajo sea más dinámico, se capitalicen los recursos, se
haga más sostenible en el tiempo, etc. Una mala organización enlentece, traba procesos y dispersa. Creemos que es importante pensar en la organización de nuestras propuestas, en la estructura que le da soporte, en el modo de implementarla. Valoramos las herramientas que nos ayudan en la organización, entre las que mencionamos: un organigrama con referentes claros; la definición de los roles y puestos de trabajo; los procedimientos y políticas (que incluyen cómo se planifica y evalúa), cuáles son los sentidos y objetivos de nuestras intervenciones, qué lineamientos y estilo queremos respetar; los horarios y actividades definidos; los documentos escritos que recogen lo trabajado. Un factor clave dentro de esta estructura organizativa es el trabajo en equipo y la comunicación interna. Como venimos mencionando, vemos cómo se entrelazan la espiritualidad, el encuentro y la organización. El trabajo en equipo guarda un sentido profundo –fraternidad, construcción común- y tiene que ver con un encuentro en distintos niveles –personal, laboral-, pero para que se lleve a cabo es necesario organizarlo. Esto significa intentar formar equipos de trabajo integrados por más de una persona, generar espacios de reunión y encuentro, organizar las reuniones para que sean fructíferas –que no sea un mero estar reunidos-, que podamos avanzar en la reflexión y decisión; y que tampoco sea un espacio frío donde el centro está sólo en lo laboral, sino que sea un espacio de encuentro y enriquecimiento fraterno. La coordinación y articulación interna y entre los distintos miembros y sectores de la Fundación es otro factor relevante en cómo funciona la organización. Es importante
que haya personas responsables de los equipos y los procesos, que sean quienes velen por la planificación, ejecución y resolución de los conflictos que van surgiendo. Vemos cómo muchas veces hay recursos y posibilidades muy buenas pero que no pueden desarrollarse porque falta una persona que pueda estar a cargo del proceso, coordinando e impulsando a los distintos actores. Cuando hay muchas personas, muchas actividades o proyectos a largo plazo, este factor es cada vez más fundamental. Las cosas y las personas no se organizan solas, es necesario que haya referentes –individuales y equipos- que ayuden a capitalizar lo mejor de todos para el bien común.
Una comunidad al servicio de la transformaciรณn social.