Santiago de Chile Nº 23-24 / Enero - Diciembre 2018
NERUDIANA Director Hernán Loyola
Maximiliano Salinas Carlos Trujillo Erique Robertson Selena Millares
Poli Délano Massimo Coppa Víctor Pey Lelia Céspedes G.
Gonzalo Eltesch Susan Mailer Jasper Reid Alone
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Sumario 5 PABLO NERUDA EXCOMULGADO MAXIMILIANO SALINAS CAMPOS 8 ACOTACIONES A LA “EXCOMUNIÓN” DE NERUDA 10 PABLO NERUDA Y LA SOLIDARIDAD ARTÍSTICA, CARLOS TRUJILLO 18 NERUDA Y EL PACTO DE MUNICH HERNÁN LOYOLA 20 PERO ¿DE QUÉ MURIÓ CÉSAR VALLEJO? ENRIQUE ROBERTSON 22 NERUDA Y EL TRIUNFO DEL FRENTE POPULAR EN 1938 HERNÁN LOYOLA 26 APUNTES EN TORNO A EVA FRÉJAVILLE, UNA INTELECTUAL DE VANGUARDIA SELENA MILLARES 33 1948: EL POETA FUGITIVO EN MI CASA POLI DÉLANO 37 NERUDA Y MAILER SUSAN MAILER 41 NERUDA EN ISCHIA, LA ISLA ‘CON NOMBRE GRIEGO’ MASSIMO COPPA 46 NERUDA Y EL ANTICUARIO GONZALO ELTESCH 48 PABLO NERUDA Y MI PADRE, ALASTAIR REID JASPER REID 52 LA MUERTE DE NERUDA ALONE 55 DE BARCELONA A SANTIAGO 1939-2018 VÍCTOR PEY 62 PROFESOR MARIO CÉSPEDES GUTIÉRREZ LELIA CÉSPEDES G. 69 NERUDARIO: RESEÑAS DE LIBROS 70 PABLO NERUDA, POESÍA COMPLETA. TOMO I 72 PABLO NERUDA, POESÍA POLÍTICA. EDICIÓN DE GABRIELE MORELLI. 74 MARK EISNER, NERUDA / EL LLAMADO DEL POETA. 78 HAGAR PEETERS, MALVA. NOVELA. 80 JAIME QUEZADA, NERUDA MÁS NERUDA. 82 ÓSCAR HAHN, PALABRAS SIN FRONTERAS.
Nerudiana Director y editor: Hernán Loyola Coordinadora general: Carolina Briones Diseño y diagramación: Maximiliano Andrade y Tamym Mulén Fundación Pablo Neruda Fenando Márquez de la Plata 0192 Santiago- Chile 2
NERUDIANA 23-24 (2018)
Este Número Hernán Loyola
Hace un siglo, el 30 de octubre 1918, la revista Corre-Vuela de Santiago registró en su número 566 la primera publicación de un poema de Neftalí Reyes, liceano de 14 años, quien se rebautizará Pablo Neruda exactamente dos años más tarde, en octubre de 1920. He aquí el poema: Mis ojos Quisiera que mis ojos fueran duros y fríos y que hirieran muy hondo dentro del corazón, que no expresaran nada de mis sueños vacíos, ni de esperanza, ni ilusión. Indescifrables siempre a todos los profanos, del azul hondo y suave del tranquilo zafir, y que no vislumbraran los dolores humanos, ni la alegría del vivir. Pero estos ojos míos son cándidos y tristes, no como yo los quiero ni como deben ser. Es que a estos ojos míos mi corazón los viste, y su dolor los hace ver!
Sorprendente la precoz destreza métrica que este poema manifestó. En su anterior “Nocturno”, también de 1918 pero no publicado, Neftalí había combinado clásicos endecasílabos y heptasílabos. Aquí el desafío era muy mayor: el poeta adolescente se midió ahora con el renovado alejandrino (14 sílabas) que aprendió de Rubén Darío y, por primera vez, con el eneasílabo (9 sílabas): metro de difícil manejo que será el verso más usado por Neruda a lo largo de toda su trayectoria, hasta en sus libros póstumos. Además, este temprano poe-
ma ya hizo gala no solo del infalible oído métrico y rítmico que Alone admiraba en Neruda, sino también de una notable habilidad estructurante al proponer un poema con tres cuartetos de pie quebrado (en cierto modo anómalos, o innovativos, porque en cada cuarteto el eneasílabo final superaba la mitad de las sílabas métricas de cada uno de los tres alejandrinos). Celebramos aquí estos cien años de publicaciones nerudianas, en coincidencia con la edición en curso de la Poesía completa (Seix Barral) a cargo de Darío Oses, mientras la memoria del poeta soporta el asedio de ataques más o menos malintencionados, o bien productos de simple ignorancia o de mal disimulada búsqueda de visibilidad mediática. Ataques dirigidos en verdad contra la figura privada o pública de Neruda, pero que en definitiva no logran sino confirmar la vitalidad de una obra artística de altísimo nivel y gran solidez. Maximiliano Salinas abre este número con un breve comentario al Neruda excomulgado, más algunas notas de prensa sobre el asunto. Un extenso y documentado ensayo de Carlos Trujillo, que vive en Chiloé, responde a su vez con un ensayo sobre la siempre generosa solidaridad de Neruda con escritores y artistas, en particular con los principiantes, entre los cuales no pocos alcanzarán reconocimiento gracias a la promoción del colega Pablo (Alberto Rojas Giménez, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Romeo Murga…). Según nuestro hábito ya establecido, algu3
nos artículos tienen relación con años que riman decenalmente con el 2018. Así, destacamos aspectos biográficos y literarios de Neruda en 1938, examinando sus reacciones al Pacto de Munich (cuando Hitler se burló de Chamberlain) y al triunfo del Frente Popular en Chile. A petición de varios estudiosos y lectores interesados, reproducimos el artículo “¿Pero de qué murió César Vallejo [en 1938]?”, original de Enrique Robertson, que Nerudiana publicó por primera vez hace diez años, en 2008. De 1948 es la publicación anticipada de “Que Despierte el Leñador”, futuro capítulo de Canto general. En ese poema Neruda mencionó a Norman Mailer, entonces joven y desconocido autor de Los desnudos y los muertos, novela publicada ese mismo año. Su hija Susan Mailer, que vive en Santiago de Chile, nos entrega un ágil artículo a partir de aquella alusión. También a 1948 corresponden los recuerdos que dejó Poli Délano sobre los días en que sus padres escondieron a Neruda, fugitivo de la policía de González Videla. El Estravagario de 1958 da pie para una imagen de Alastair Reid—el traductor al inglés preferido por Neruda (Extravagaria, Fully Empowered)—trazada por su hijo Jasper con amena y conmovedora destreza. Por su lado, Gonzalo Eltesch recuerda también a su padre, el anticuario de Valparaíso que devino amigo de Neruda, intercambiando conocimientos y secretos del oficio. Víctor Pey no alcanzó a conmemorar los 80 años de su embarque en el Winnipeg, pues murió a los 103 años de edad en este 2018. En su homenaje le publicamos una crónica de sus peripecias durante la agonía de la república española en 1939 y su dura travesía de los Pirineos buscando refugio en Francia. Una novedosa reconstrucción de las semanas transcurridas por Neruda y sobre todo por
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Matilde en la isla de Ischia, después de los meses idílicos vividos en Capri e interrumpidos por la invasión del turismo, y antes de emprender el regreso a Chile a mediados de 1952: atención al entusiasta relato del joven Massimo Coppa, enamorado de su isla. En acuerdo con Pedro Lastra, director de Anales de Literatura Chilena, publicamos también el notable ensayo de Selena Millares sobre Eva Fréjaville en Cuba. Eva fue la amante de Alejo Carpentier en Francia y su esposa (por un mes) en La Habana 1939, y, según la confesión que me hizo el propio Neruda, había sido la musa que le inspiró su poema “Las furias y las penas” en 1934-l935. Finalmente, señalo dos tipos de documentos que enriquecen este número de Nerudiana. Uno es la reproducción de un artículo de Alone (Hernán Díaz Arrieta), homenaje del amigo-enemigo de Neruda publicado por El Mercurio pocos días después de la muerte del poeta. El otro está constituido por dos cartas autógrafas de Neruda al profesor e historiador Mario Céspedes, enviadas también durante aquel funesto 1973.
El Director loyolalh@gmail.com
Nerudiana (23 - 24) Enero - Diciembre 2018
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PABLO NERUDA EXCOMULGADO
La necesidad de reconocer su amor a la humanidad MAXIMILIANO SALINAS CAMPOS
Es Pablo un chileno patriota hasta los huesos a pesar de todo su comunismo… literario, porque se vincula hasta con la aristocracia chilena, por chilenidad, pues el chileno acepta, sin esfuerzo alguno, como por vocación y hábito, al grande y al chico. Grandes compadres y comadres que somos, criollotes fáciles, compadristas y fraternales. El que tanto P. [ablo] como su mujer [Delia] no me quieran, es mi destino chileno. Tampoco me quieren de allá adentro y el saber esto no me envenena, he acabado por creerlo una orilla de mi destino y del Destino con mayúscula también. —Gabriela Mistral, carta a Eduardo Barrios, 1952, en su Antología mayor. Cartas, Santiago: Lord Cochrane, 1992, 546.
Nunca tuve el honor de estrecharle la mano pero leí sus versos inconfundibles es un hombre total un luchador que se jugó la vida x su pueblo cuando fue proclamado candidato a la Presidencia de Chile todos de pie cantamos la Canción Nacional y cuando le dieron el Premio Nobel la cantidad de gente que había en el Estadio… Yo no recuerdo nada parecido: con ayuda o sin ayuda triunfaremos con Neruda! dejaremos de ser pobres nacionalizando el cobre! es vergüenza general el Partido Nazi-onal —Nicanor Parra, Cristo de Elqui deplora la muerte de Pablo Neruda. Últimos sermones, 1983.
Cuando yo cursaba la enseñanza media en el Liceo Alemán de Santiago la poesía de Pablo Neruda me salvó del restrictivo ambiente conservador del colegio y de mis compañeros de curso. Con él aprendí el amor y la esperanza, la certeza de la transformación del mundo a favor de los pobres y de los humildes de la tierra. La ternura por la sencillez de la vida chilena. Al ingresar a la Universidad Católica asistí a la ceremonia donde se le concedió el doctorado honoris causa. Estábamos en las vísperas del triunfo de la Unidad Popular, y la presencia del poeta comunista en
un establecimiento que florecía con la reforma universitaria adelantaba la fervorosa victoria de la vía pacífica y chilena al socialismo. Recuerdo haber asistido al teatro de la Universidad de Chile a la puesta en escena de Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, y haber comprendido en la lucha de aquel supuesto bandido el amor emocionado de Neruda por su pueblo y su justicia. En los años de la dictadura militar la figura del poeta continuó siendo inspiradora. Su amor por los perseguidos y las víctimas del poder nos confortaba de las miserias del fascismo. Nos mantenía en pie. Es-
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tando en Madrid adquirimos emocionados un ejemplar del Confieso que he vivido. Junto a mi familia yo interpretaba al piano sus canciones libertarias musicalizadas por Vicente Bianchi, y nos devolvíamos la posibilidad fulgurante de un ritmo nuevamente abierto a la fraternidad y a la alegría, emergiendo de la oscuridad colonial. Esa es la humanidad que nos brindó Neruda. ¡Cuánto no lo quisieron! ¡Cuántos no lo quisieron! En 1925 la militante Revista Católica, de Santiago de Chile, sectaria e inquisitorial, hablaba de un «patán cualquiera como don Pablo Neruda» (Revista Católica, Santiago de Chile, 48, 1925, 191).
«Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie. No le diría mañana a ese sacerdote: ‘No puede usted bautizar a nadie porque es anticomunista’. No le diría al otro: ‘No publicaré su poema, su creación, porque usted es anticomunista’. Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ese, sin darse en la cabeza con una regla, con una palabra, con una etiqueta. […]. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. […]. Lucho por esa bondad ubicua, extensa, inexhaustible. De tantos encuentros entre mi poesía y la policía, […], me queda sin embargo una fe absoluta en el destino humano, una convicción cada vez más consciente de que nos acercamos a una gran ternura.» (Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, Santiago: Seix Barral, 2017, 258-259).
“Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ese...”
No me interesa en absoluto encontrar en Pablo Neruda un tipo perfecto, granítico, integérrimo, impecable. ¡Qué arrebato! Esa es una pretensión seria, maníaca, enfermiza. Todos somos imperfectos, pecadores, como bien enseña el Evangelio. Somos de barro, de tierra, no de oro ni de marfil. Andar encontrándole faltas y caídas al prójimo, es el afán fariseo de todos los tiempos. De cualquier ideología, basada en exaltaciones que niegan la humanidad precaria de lo humano. Cualquier ideología de turno puede hacer pedazos a la humanidad. Como buen excomulgado por las ideologías occidentales de turno en el siglo XX, el catolicismo militante, el anticomunismo militante, el fascismo militante, etcétera, etcétera, Pablo Neruda tuvo que aprender—a palos, a persecuciones—a estimar y revalorar la simple y rotunda humanidad de la humanidad. Eso le permitió enseñarnos a amar. En un pasaje inolvidable de sus memorias, Neruda recuerda a dos curas católicos chilenos buenos para condenar, malos para perdonar. Uno fue cura de El Tabo, que «se erizó como un puercoespín» antes de permitir que el poeta fuera padrino de bautizo de una guagua de Isla Negra. Otro fue el cura director de La Unión, periódico católico, de apellido Pascal. El sacerdote no permitió que se publicara un poema del poeta dedicado a un viejo relojero de Valparaíso.
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Me creo que hoy podemos excomulgar a Pablo Neruda otra vez. Por esto y por aquello. Mala cosa. Pienso que en una de esas—atendiendo a experiencias horribles e infelices—nos puede cegar otra cosa peor y colectiva: el prurito puritano e hipócrita al que Occidente siempre nos acostumbró. Recordemos los estatutos inmisericordes de limpieza de sangre de España. Todo el que no era blanco y católico, estaba infectado de malas sangres semitas, judías o musulmanas. Ahora ya no se trata de la España intransigente e inquisitorial de los tiempos del rey, pero sí de Estados Unidos—¿y del Norte global?—políticamente correcto, ortodoxo, moralista, farsante, bien pensante. Ese que instaló el odio y el desaparecimiento del adversario desde 1973, y que muy bien denunció Pablo Neruda, con la tolerancia y la humanidad de la vía pacífica al socialismo, en su Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Lo fundamental es aspirar a la humanidad de todos. Sin victimarios y sin víctimas. Hay que salir de ese circuito vicioso y viciado. Abandonemos la dogmática del moralismo, de la ley, y
de la muerte. Solo saliendo de allí podemos hacer brotar el amor y la vida. Gabriela Mistral y Pablo Neruda, con sus estilos y sus caracteres tan opuestos, sus querencias y malquerencias, nos enseñaron algo más hondo que nos une y reúne. El amor a la tierra, al pueblo, a la humanidad en su conjunto. Esto es más vasto y más alto que cualquier otro pensamiento, que cualquier otro texto o pretexto. Ambos se atrevieron a traspasar la ley de la muerte, la ley del colonialismo, que nos arrinconó y nos arrincona en el enfrentamiento, la división, la enemistad, la pulverización, acorralados por un destino diabólico. Diábolos, en lengua griega, quiere decir el adversario, el enemigo, el acusador, el calumniador. Me impresionó siempre saber que un hombre del pueblo le solicitó en 1952 a Gabriela Mistral que, impedido Neruda de ingresar a Chile, entraran juntos al país. ¡Qué imagen más hermosa la de ese hombre! «A Neruda le han negado la entrada a su patria. Y me llega la carta ingenua
de un hombre del pueblo pidiéndome que yo lo lleve conmigo y que los dos entremos en Chile. Es muy grave eso de cerrar las fronteras a un ciudadano, Doris, sin dar ninguna razón válida, legal.» (Gabriela Mistral, carta a Doris Dana, 26 de julio de 1952, G. Mistral, Niña errante, Santiago 2009, 271). Quiero, como aquel hombre del pueblo, que entren a Chile, y al corazón de Chile, unidos, Pablo Neruda y Gabriela Mistral, juntos, superando las barreras del exilio, de la imposición forzada, de la acusación pesada, de la política y de la cultura de la hipocresía y de la desconfianza.
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ACOTACIONES A LA “EXCOMUNIÓN” DE NERUDA
A PROPÓSITO DEL TORO Y LA DIOSA
EL MERCURIO, martes 20 de noviembre, 2018. Señor Director: Leo con retardo en Italia el artículo “El toro y la diosa” de Joaquín García Huidobro (domingo 11) que, a propósito de un breve relato de Neruda en Confieso que he vivido, concluye con esta invitación: «Por favor ténganlo presente, parlamentarios, y lean esas tenebrosas páginas». Yo me sumo a tal invitación solicitando no solo a los parlamentarios, sino a los chilenos/as en general que lean sin anteojeras esas «tenebrosas páginas» (118-119 en la reciente edición Seix Barral, 2017). Leerán una seria y honesta confesión no solicitada. Un chileno de unos 65 años confiesa espontáneamente, y sin atenuantes, un abuso cometido cuando era un joven de 25 en Ceylán, 1929: haber forzado a una mujer de humilde condición, y a sus ojos muy bella, a tener con él una relación sexual. Es el relato escueto de su fallido intento de seducción, en el cual la exaltación, maravilla y elogio de la bella tamil (que rechazó el ardor de Neruda con pasividad e inmovilidad estatuarias) no tienden a atenuar el abuso, sino, al contrario, a reforzar la sinceridad de un arrepentimiento resumido en una sola frase: « (Ella) hacía bien en despreciarme». Para quien conozca la orgullosa personalidad y la obra de Neruda, esta frase es una muy rara y fuerte autocrítica, la del desprecio de sí mismo—acrecentado por el alto valor que asignó a la víctima—, a lo que sigue un explícito propósito de corrección: «No se repitió la experiencia». Tan insólita confesión laica alcanza un valor ético que Joaquín García Huidobro [al parecer muy católico] habría debido reconocer en vez de instrumentalizarla contra Neruda. No me resulta que abunden, en la historia de nuestro país, autores de abusos sexuales que los hayan confesado espontáneamente, ni que hayan declarado arrepentimiento. La ceguera políti10
ca (o lo que sea) impide a Joaquín García Huidobro admitir que sin esta confesión nadie habría conocido nunca lo que él llama un «oscuro episodio» de casi 40 años atrás (iluminado en cambio por su autor mismo), pero sobre todo que nadie habría sabido de una bella tamil en Wellawatta, 1929, a quien Neruda representa con atributos tan altos que tornan incluso obvia la intención de rescatar su humilde figura desde el abismo de la nada, sin necesidad de las protestas de ningún #MeToo. Pues, como los hechos están demostrando, la palabra de Neruda era muy capaz de rescatarla. Por lo cual no solo invito a leer las «tenebrosas páginas», sino también a compararlas con el artículo de Joaquín García Huidobro, que transfigura el sobrio y honesto relato de Neruda en una ebullición erótica. En el fondo, ese artículo dice más de García Huidobro que de Neruda. Bajo el pretexto de atacar al poeta y lograr su descalificación como titular del aeropuerto, Joaquín García Huidobro se refocila con su invención caricatural de un «toro de sangre latina», de un «embravecido toro latino» que «ardía de deseos por poseer a la diosa», hasta que «pudo deleitarse a su gusto, y devoró con sus ojos esa cara pura y esquiva». Donde Neruda escribe que «no había idioma alguno en que pudiera hablarle», Joaquín García Huidobro, enardecido, inventa que «no hubo palabras entre ellos, porque el idioma de la diosa era incomprensible para ese toro que solo sabía bramar» y ella no tuvo más remedio que seguir al «semental (que) le quitó la ropa», al «toro (que) se lanzó sobre ella», etcétera. Ella, impotente frente a un «toro rico, poderoso, influyente, comunista, fuerte» (nada de eso era Neruda en 1929); «mientras la sangre del toro hervía, ella poseía la imperturbabilidad de los dioses», etcétera. Tanta insistencia y regodeo sobre el toro desencadenado, que Neruda no confirma, pareciera invitar más bien al psicoanálisis. —Hernán Loyola
EN BUSCA DEL HOMBRE
NERUDA Y EL AEROPUERTO
EL MERCURIO, domingo 16.de diciembre, .2018.
EL MERCURIO, sábado 01 de diciembre, 2018.
[…] Pienso en quién, cuál de todos, es el Pablo Neruda que el puritanismo feminista quiere hoy destruir. Es la cabeza del Neruda de boina y poncho, fumando su pipa bajo los campanarios de Isla Negra, la que quieren ver rodar; el Neruda ya cubierto de gloria, porque es la gloria la que la mediocridad, de antes y de hoy, imposibilitada de admirar, pretende encarnizadamente aniquilar, pues no tolera la grandeza de su aura. Porque no es al joven esmirriado de 24 años, preso de la soledad y de la angustia vital, el que en 1929 en la lejana Colombo tomó inconscientemente a la chica tamil (que no opuso resistencia), y se despreció luego por ello, al que se pretende asesinar. La estadía en Oriente no dejó en la memoria solo aquel triste episodio, como algunos quieren suponer; es en Colombo donde ese joven existencialmente airado escribe Residencia en la tierra, una de las más altas cumbres de la poesía de todos los tiempos. Cuando The Guardian acusa a Neruda de ser un violador, como si fuese una condición inherente a él, entendemos por qué en la actualidad tenemos tan malos lectores, que no conocen la línea de tiempo, la que determina que el personaje es, según el momento, el lugar y la circunstancia que lo encuentran, y no una supuesta esencia inmutable que no transita a lo largo de su periplo vital. […] —Gonzalo Contreras Narrador chileno
Señor Director: En su carta del lunes 26 de noviembre el señor Gonzalo Díaz, artista visual y Premio Nacional de Arte, se declara en desacuerdo con dar al principal aeropuerto de Chile el nombre de Pablo Neruda, porque «el más grande y famoso poeta de la república merece mejores y más pertinentes honores». Creo en cambio pertinente comunicar al señor Díaz la experiencia personal que vivo (y que probablemente también él ha vivido) cada vez que regreso a Italia. Confieso que nunca deja de impresionarme (provincianamente, quizás) el ritual de Alitalia: «Señoras y señores, el comandante informa que dentro de pocos minutos aterrizaremos en el Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci, de Roma-Fiumicino», y en diversos grados también cuando se aterriza en los aeropuertos Galileo Galilei, de Pisa-San Giusto; Cristóforo Colombo, de Génova-Sestri; Valerio Catullo (poeta latino), de Verona-Villafranca; Federico Fellini, de Rímini-Miramare; Guglielmo Marconi, de Boloña-Borgo Panigale; Amérigo Vespucci, de Florencia-Perétola; Marco Polo, de Venecia-Téssera, y otros. En todos ellos se menciona, junto al nombre de la ciudad, el nombre del pueblo o villorrio o lugar geográfico en que el aeropuerto está emplazado, como es Fiumicino. Los italianos decidieron (con justo orgullo) dar a la Puerta Mayor del país, o sea, al aeropuerto de Roma-Fiumicino, un nombre de máximo prestigio (sin importarles los humanos pecados que haya cometido el titular). Ahora bien, los chilenos nos podemos conceder, también, el rarísimo lujo de asignar a la Puerta Mayor para entrar a nuestro país un nombre universalmente conocido y admirado, y que muchos países nos envidiarían: un nombre (digámoslo en términos prosaicos a tono con la época) cuya contribución a la imagen-país quizá en cuántos millones de dólares o euros o pesos la evaluaría una agencia internacional de publicidad, por no decir una cifra impagable. Por todo esto, y al margen de cualquier otra consideración, la extraordinaria opción que tenemos es que, cuando el avión sobrevuela la cordillera, la Puerta Mayor del país sea anunciada así a los visitantes: «Señoras y señores, el comandante informa que estamos por aterrizar en el Aeropuerto Internacional Pablo Neruda, de Santiago-Pudahuel». —Hernán Loyola 11
PABLO NERUDA Y LA SOLIDARIDAD ARTÍSTICA CARLOS TRUJILLO* Villanova University, USA Mucho se ha escrito y se sigue escribiendo sobre la obra poética y la importancia política del chileno y Premio Nobel de Literatura 1971, Pablo Neruda. Sin embargo, el volumen de la obra nerudiana y su trayectoria como poeta y lector es tan grande y abarcadora que siempre es posible encontrar algún tema que haya sido menos estudiado por la academia y aún menos conocido por el lector común. Hurgando en la magnífica edición de sus Obras Completas, preparada por Hernán Loyola, y publicada por Galaxia Gutenberg (Neruda, 2001a), al mismo tiempo en que hacía la última revisión de un manuscrito sobre la importante colaboración del poeta a un estadounidense que realizó un proyecto fotográfico en Chiloé, Chile, el año 1967, pude comprobar que aunque otros han tratado el tema de la solidaridad de nuestro Premio Nobel, su mirada siempre se ha limitado a lo que podría llamar la solidaridad grande o prestigiosa, es decir, aquella de fuerte connotación política y social que, por tocar a un gran grupo de personas, a un pueblo entero o a una colectividad política, trasciende de inmediato y se vuelve reconocida y elogiada por todos. Por lo mismo, es fácil dar con estudios minuciosos o breves notas sobre la solidaridad de Neruda con el pueblo español durante los trágicos años de la guerra civil. Al respecto, como afirma Rovira Soler (s/f), “un recorrido sobre el tiempo de la solidaridad en aquella guerra nos puede abrir como reflexión una marca nueva en su poesía que determinó una transformación poética de la misma”. Totalmente cierto lo que plantea Rovira Soler y, por tal razón, abundan los estudios sobre ese tema. Y si se quiere ser más específico en una acción individual que muestre de cuerpo entero la solidaridad y el compromiso social y político de Neruda en ese tiempo, basta recordar su tarea para conseguir y preparar el viaje del carguero Winnipeg “que desde Pauillac (Burdeos) trasladó a Chile el 4 de agosto de 1939 a más de 2.000 españoles, hacinados y hambrientos hasta entonces en los campos de concentración franceses que sirvieron de inhóspito refugio a la diáspora de casi medio millón de personas que cruzó la frontera huyendo de la represión franquista”. Según informa una reseña sobre la película 12
documental “La travesía solidaria”, de Dominique Gautier y Jean Ortiz, patrocinada por el Canal 3 de la televisión pública francesa. Dadas mis razones, este ensayo tratará sobre actos de solidaridad mucho más pequeños y, por lo mismo, intrascendentes para el gran público y para los estudiosos de su obra, pero no por eso menos importantes en su momento para aquellas personas a las que fueron dirigidos. El mismo Neruda, unido a la tradicional imagen del poeta como un ser que se mira a sí mismo y observa o recrea el mundo desde su muy particular y privada posición, también ha servido para ocultar la solidaridad pequeña, por así llamarla. Esos hechos realizados no por un afán de servicio público o general, sino muestras de afecto, fraternidad y apoyo a otro igual o semejante a él para quien su ayuda, por pequeña que fuera, se transformaría en un empujón impagable. Tal vez el propio Neruda, ayudó a que sus lectores tuvieran de él la imagen de un poeta preocupado solo de sí mismo. Si no de qué manera se entenderían versos como “Yo me río,/ me sonrío/ de los viejos poetas,/ yo adoro toda/ la poesía escrita,/ todo el rocío,/ luna, diamante, gota/ de plata sumergida,/ que fue mi antiguo hermano,/ agregando a la rosa,/ pero/ me sonrío/ siempre dicen ‘yo’/ a cada paso/ les sucede algo,/ es siempre ‘yo’,/ por las calles/ solo ellos andan/ o la dulce que aman,/ nadie más…” Es claro que este poema que abre sus Odas elementales de 1954, no solo se refiere a los otros poetas sino a él mismo o, por lo menos, al poeta que fue o que había sido hasta entonces. Y es totalmente válido pensar que Neruda, como poeta y como la gran figura del mundo literario chileno de su tiempo, nunca haya dejado de mirarse el ombligo. Sin embargo, junto al poeta maduro o al muchachito sureño que a fines de la segunda década del siglo XX intentaba crear su propio camino en la poesía, siempre estuvo presente el ser humano observador, generoso, fraternal, dispuesto a ofrecer una mano a sus amigos y a otros que llegaran a serlo por el solo hecho de ir caminando por las mismas vías de la poesía y del arte.
NERUDA ANTES DE NERUDA El volumen IV de sus Obras Completas (Neruda, 2001b), subtitulado “Nerudiana dispersa I,” que abarca escritos varios de los años 1915 a 1964 nos ofrece una extensa serie de prólogos, catálogos, reseñas, notas y otros textos que el poeta escribió para mostrar, difundir y promover las creaciones de otros autores (poetas, novelistas, pintores) de su tiempo, algunos de ellos de escasa figuración y mínima trascendencia, pero que el poeta con una generosidad bastante escasa en el campo de las artes, consideró que necesitaban un empujoncito de aliento para llegar a su público y que él estaba dispuesto a dárselos. No se piense que estas muestras de talento crítico y de humanísima generosidad surgieron en él en sus años de madurez o que comenzó a realizar esta labor cuando ya era un poeta hecho y derecho y una voz de peso en el panorama literario y artístico nacional. Tampoco se piense que eso habría significado una gran diferencia temporal, puesto que sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada que lo transformaron en el poeta más leído de Chile en los años siguientes a su publicación, apareció editado por primera vez en 1924, cuando el poeta recién cumplía veinte años de edad. Tampoco hay que olvidar que un año antes ya había publicado su inicial Crepusculario, que entre sus muchos poemas contiene el famosísimo “Farewell” que, según el propio Neruda, era uno de los poemas favoritos para recitar tanto en los grandes salones de la sociedad como en los prostíbulos de nuestra larga patria. Pero no fue en 1923, ni tuvo que esperar hasta su llegada a Santiago ni el inicio de sus estudios nunca acabados de Pedagogía en Francés, cuando el jovencísimo poeta tuvo la generosa iniciativa de mostrar a los lectores de la prensa temuquense y santiaguina el trabajo de sus coetáneos, de otros muchachos tan jóvenes y tan desconocidos como él, para que otros ojos y otras mentes se enteraran de su existencia y valoraran esos talentos. Para que se enteraran todos los que leyeran sus notas y reseñas que había jóvenes creando, entregando
sus poemas, cuentos, novelas, pinturas y revistas a un público que los desconocía por completo. Ya en su edición de septiembre-octubre de 1921, la revista Juventud (Santiago), publicó un poema suyo titulado “A los poetas de Chile.” En dicho poema el joven estudiante hacía un llamado a todos los poetas de la patria para que levantaran su voz contra la injusticia del apresamiento de Joaquín Cifuentes Sepúlveda, llamando a los jueces a dar la libertad a su amigo poeta, conocido en la bohemia santiaguina como “El Ratón Agudo”. ¿Qué edad tenía entonces Pablo Neruda? Nada más que diecisiete años. Y estaba empezando a cursar su primer año en la universidad. No sé si éste sea uno de sus primeros textos políticos, pero no hay duda que en él es claro su compromiso con la justicia y con sus pares. Pero no se quedan ni empiezan allí las muestras de solidaridad y generosidad del joven poeta, que el 30 de septiembre de 1919, cuando solo contaba con quince años y asistía a ese liceo que hoy lleva su nombre, allá en las faldas del Ñielol, había publicado en el diario La Mañana, de Temuco, una nota titulada “La exposición Oyarce,” en la que ni siquiera sus cortos años logran impedir su deseo
de entregar una crítica tan objetiva como le fuera posible del trabajo de su amigo: “Indudablemente tiene aciertos, dibujos que son una demostración de su capacidad artística, dibujos que ejecutados bajo la influencia directa de Valenzuela y Meléndez, nuestros dibujantes de avanzada, tienen mucho de acabada perfección; pero hay otros que nos dan inmediatamente la sensación de mal gusto, de extremada confusión en las imágenes y de errores indudables en la técnica” (Neruda, 2001b, p. 245). El 29 de diciembre de 1919, ese muchachito de tan solo quince años de edad llega a los lectores de La Mañana con una nota titulada “‘Y dolor, dolor, dolor…’ poemas de F. García Oldini.” ¿Quién sabe hoy quién 13
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fue aquel Fernando García Oldini? Y, de verdad, poco importa saber quién fue, cuando lo verdaderamente importante en este caso es el reconocimiento de un valor extraordinario y siempre presente en la vida de Neruda desde su más tierna adolescencia hasta sus días finales, ya transformado en un ícono vivo de la poesía y la cultura chilena y latinoamericana: su generosidad a toda prueba. ¿Qué es lo que dice el joven Neftalí de tal libro? Nada más ni nada menos que lo que cito más abajo casi en su totalidad: Ha sido latido recio, hondo de emociones inhalladas el que me sorprendió en la lectura de este libro. Pasan por sus poemas las filtraciones venenosas del dolor y de la duda en un desgajamiento de musicalidades firmes y vibrantes, a veces inundadas por la fiebre de la sensualidad o de la obsesión, pero hechas quizás en qué divinos torrentes de luz, plasmadas en admirables gritos líricos. Me he acordado amargamente de algunos seudo-críticos que sin comprender el inmenso pedazo de belleza que se abre en este libro, lo han ridiculizado estúpidamente. Y después de haber leído esos trozos en que hasta se ha llegado a deformar y agregar palabras ridiculizantes a los versos de García Oldini, he vuelto a leer serenamente el libro. Pero ha sido la misma sensación única, he sentido de nuevo este mismo aroma hecho de espasmos de dolor o duda que vibra en todos los poemas, que se hace suavidades de seda dolorosa en la “Sinfonía desolada” y asperezas de tierra sensitiva y humana en los “Versos de la fiebre”. Como dijo González Vera, estos versos no se parecen a los de ningún otro poeta. Y porque son únicos, y porque están tan hondamente ungidos en los ritos estrujantes del dolor, llegan y aletean adentro de nosotros y vibran, y vibran… (Neruda 2001b, p. 245-47). Pecará de exigente quien quiera encontrar en esta reseña escrita por Neftalí Reyes una palabra propia y consolidada, y más aún quien quiera ver en este texto el pensamiento de un crítico literario, ávido navegante de océanos de teorías. Nada de eso debe buscarse en esta
emotiva reseña escrita por el jovencísimo poeta, pero esto no significa que no encontremos en su texto buenas muestras de lo que era su escritura de esos días, de sus influencias más marcadas en ese momento, y de su deseo de promover a los demás poetas que por entonces habitaban ese pequeño trozo de mundo. El 27 de abril de 1920 publica una nota titulada “Un recuerdo de Selva austral: E. Silva Román”. En esos días, Ernesto Silva Román era un joven avecindado en Temuco donde durante algunos años había estado ganándose la vida en labores periodísticas en ese mismo medio de prensa. Selva austral, por otro lado, no era el título de un poemario ni de una novela sino una revista literaria. El joven Neftalí –por esos días Presidente del Ateneo Literario del Liceo de Temuco– parece conocer muy bien las dificultades de los jóvenes escritores para conseguir apoyo de la comunidad, e informa –en lo que suena a una emotiva denuncia– que el fracaso del sueño editorial de su amigo lo ha llevado no solo a abandonar su empresa sino también a alejarse de esa pequeña ciudad tan falta de talentos como el del propio Silva Román. Veamos parte de su nota: Has leído los versos de Silva Román en “Siembra”? Sí, muy buenos. Y me he quedado pensando en aquel gran muchacho de los ojos profundos que vivió tres años en este pueblo, desconocido de casi todos, haciendo versos extraños e ilusiones sencillas. Se aburrió. Su espíritu claro de aventurero joven se adormecía en el soberbio quiste de este pueblo. Y un día, sin decirnos adiós apenas, se fue… Pero antes había sido un héroe. Había logrado mantener una revista. Y medios! Mantener una revista aquí es un acto heroico. Es encararse con gente egoísta, es ponerse frente a hombres absurdos, frente a pequeños odios sin razón, a tantas cosas (Neruda, 2001b 250-51). El primer logro del joven Neftalí es el de organizar su comentario como si fuera una conversación con un interlocutor anónimo, lo que con toda seguridad habrá conseguido lectores que sin ningún interés por los temas literarios o artísticos, habrán ‘picado’ gracias al anzuelo del aparente diálogo. ¿Qué es lo que se comenta aquí? Apenas iniciado su texto presenta al personaje y el hecho que quiere denunciar: el incipiente pueblo de Temuco parece no estar preparado ni abierto para
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recibir “jóvenes de espíritu claro y aventurero,” de modo que los ‘heroicos soñadores’ que intentan darle vuelo al pensamiento y a la palabra escrita deben alejarse de allí en busca de otras tierras donde tal vez haya menos ‘gente egoísta’, menos ‘hombres absurdos’ y menos ‘odios sin razón’. Nadie negará la audacia ni la desfachatez del muchachito que a los dieciséis años levanta críticas tan fuertes a los grupos dominantes de su ciudad. Sus dieciséis años de edad, sus grandes sueños y el recargadísimo lenguaje del romanticismo imperante en la época (gran muchacho de los ojos profundos; versos extraños e ilusiones sencillas; espíritu claro de aventurero joven; héroe, etc.) se unen perfectamente en este breve párrafo para otorgarle mayor énfasis a su denuncia.
El joven poeta en Santiago Imaginamos cómo le cambiaría el mundo --la visión de mundo-- a un muchacho provinciano de pueblo pequeño y fronterizo, de principios del siglo XX, su llegada a la ciudad capital del país. Llegar, acomodarse, matricularse en la universidad, iniciar amistades con sus pares de ese mundo distinto, más liberal, más variado, y donde todo parece moverse con una prisa inusitada. Mucho debe haber influido en nuestro joven poeta el encuentro con ese nuevo mundo, con la universidad, con otros escritores, artistas e intelectuales tan jóvenes como él. Lo cierto es que desde su llegada a la capital se integra a ese medio no como uno del montón sino que empujando firme para para convertirse en el centro de ese grupo de jóvenes intelectuales, soñadores y bohemios. Hasta donde se sabe, Manuel Rojas (1896-1973), autor de novelas señeras como Hijo de ladrón, Mejor que el vino y Sombras contra el muro, igual que muchos otros se inició en la escritura a través de la poesía. Asimismo, al revisar su bibliografía encontramos que en el lapso de su vida publicó solo dos poemarios en Chile, Tonada del Transeúnte (1927) y Deshecha Rosa (1954). Sin embargo, Pablo Neruda, ya firmando con ese nombre, publicó una brevísima nota titulada “Manuel Rojas,” en el número 15 de la revista Juventud, en agosto de 1921.
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La minúscula nota dice lo siguiente: “Noble serenidad del verso de Manuel Rojas. Parece que brotara desde el fondo mismo de un alma macerada en la belleza, sabia en exprimir de sí misma un divino y puro licor de poesía.” (Id. 251) La brevedad es telegráfica, pero no dudamos que la descripción que hace de esa poesía debe haber sido un fuerte y emotivo espaldarazo para Rojas que hasta entonces había publicado solo un soneto (“El gusano”) en la revista Los Diez (1917), y un conjunto de poesías bajo el título de Poéticas, en la revista Ideas y Figuras, de Mendoza, Argentina, el año 1921, que deben ser los poemas a los que se refiere este comentario. Es evidente que el joven Neruda no temía a los críticos ni a la crítica ni tampoco temía –o no le importaba-- equivocarse. Dar sus juicios y opiniones sobre sus coetáneos no solo le resultaba natural sino que hasta hace ver que le parecía una tarea ineludible informar por la prensa sobre las publicaciones de otros escritores, opinar sobre ellas e incitar a su lectura. Ese interés de mostrar a sus coetáneos y de promover su lectura debe entenderse no solo como su deseo natural de opinar y de ir depurando su talento crítico sino más que nada como una muestra enorme de su solidaridad con los otros escritores y artistas.
Nota sobre Pablo de Rokha El sitio de internet http:// www.memoriachilena.cl/ dedicado al poemario Los Gemidos de Pablo de Rokha informa lo siguiente sobre la recepción que dicho libro tuvo entre algunos connotados críticos de la época: “Cuando Pablo de Rokha publicó Los Gemidos en 1922, Alone (Hernán Díaz Arrieta) señaló: “Su libro Los Gemidos constituye uno de los documentos de la literatura patológica aparecidos después de la guerra en los países no afectados por este fenómeno de un modo directo”. En tanto, Raúl Silva Castro agregó: “Se puede advertir la substancial vulgaridad de sus expresiones y la exageración del mal gusto y la retórica puerilmente conducida hasta el ofuscamiento del lector”. Neruda, entretanto, restó importancia a las opiniones de tan altas autoridades críticas del medio santiaguino, y escribió la suya que no
solo se opone a aquellas sino que las refuta por completo: Un impulso hacia la raíz trascendente del hecho, una mirada que escarba y agujerea el esqueleto de la vida y un lenguaje humano, de hijo de mujer, un lenguaje exacerbado, casi siempre sabio, de hombre que grita, que gime, que aúlla, ésa es la superficie de Los gemidos. Más adentro, libres ya de las palabras, de los alaridos, y de las blasfemias, sentimos un amador de la vida y de las vidas, azotado por la furia del tiempo, por los límites de las cosas, corroído hasta la médula por la voluntad de querer y por la horrible tristeza de conocer. Continuador del coro trágico? Tal vez. Lejos de la ataraxia de los socráticos, P. de R. trasluce su sentido de la vida, en una agitación discontinua, que se paraleliza a la de los cantores de Dionysos. Canta a Prometeo, griego de nacimiento, cuando desata su imprecación al católico Satanás. Y su libro entero es un solo canto, canto de vendaval en marcha que hace caminar con él a las flores y a los excrementos, a la belleza, al tiempo, al dolor, a todas las cosas del mundo, en una desigual caminata hacia un desconocido Nadir. (Neruda, 2001b 267) Notable reseña del joven Neruda, que oponiéndose a la crítica con anteojeras de las autoridades máximas de la crítica nacional de ese momento, da cuenta no solo de la certeza de sus convicciones estéticas sino que se adelanta en muchos años a lo que será al juicio crítico que reciba esa obra considerada hoy día una de las obras fundamentales de la vanguardia hispanoamericana. Además, notable acto de coraje del poeta llegado solo un año antes a la capital y de solidaridad con un poeta de esos días.
Prólogos y otros escritos
Largo sería enumerar los prólogos y otros textos nerudianos motivados por la amistad, la solidaridad y el compromiso con sus pares, así como con sus amigos y amigas. En algunos primará una de las razones por sobre las demás; en otros, las tres en conjunto parecieran ser la motivación de sus escritos. Al revisar la totalidad de sus textos prologales y reseñas no nos queda duda de que al poeta se le hacía muy difícil negarse a escribir unas letras a quien se lo pidiera, sin importar si fuera alguien muy cercano a él o simplemente un recién conocido que le puso en el aprieto de reseñarle o prologarle un libro. Ciertamente no se extendió ni profundizó de igual manera en el comentario de las obras de todos sus solicitantes, pero pareciera que generalmente cumplió la tarea solicitada y, tal vez, eso mismo incentivó a otros a pedirle que comentara sus textos. Por ejemplo, llama muchísimo la atención su telegráfico comentario de un libro titulado Serenamente, de Fernando Mirto, del que apenas dice: “Entiendo que está comenzando” (Neruda, 2001b, p. 316). Sospechamos que este debe ser el más breve de sus comentarios publicados. No mucho más extenso es el que dedica a El silbar del payaso, del poeta peruano Mario Chávez, publicado en el mismo número y misma página de Claridad: “Verso ansioso de nuevas formas pero atrozmente descolorido y sin tormento. No me gusta.” (Neruda, 2001b, p. 316). Hay otros, sin embargo, en que el compromiso con el amigo es evidente, como por ejemplo su nota-prólogo para el libro Canción de amor para tu sueño de paz, de Práxedes Urrutia (Neruda, 2001b, p. 994), primer poemario de la tercera esposa de su gran amigo Rubén Azócar. Sin embargo, me atrevo a asegurar que gran parte de las reseñas, prólogos y textos dedicados a sus amigos y amigas fueron motivados por su admiración y reconocimiento al texto, a la obra en general o a la figura de la persona en cuestión. Basten para demostrarlo sus “Notas sobre la poesía de Juvencio Valle”, El Mercurio,
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20 de noviembre de 1932; sus “Palabras para Alejandro Lipzchütz”, El Siglo, 19 de agosto de 1944; su prólogo a Carbón, de Diego Muñoz, Santiago, Editora Austral, 1953, que comienza diciendo: “Creo que Diego Muñoz es el escritor más interesante de Chile. Hay en nuestra pequeña literatura figuras majestuosas o singulares, pero ningún revelador como Diego Muñoz” (Neruda, 2001b, p. 895-897). Igualmente, su prólogo a La piedra del pueblo, segundo libro de Efraín Barquero, Santiago, Editorial Alfa, 1954, en el cual leemos: “La poesía de Efraín Barquero tiene cuerpo. Es un material rico, una reconstrucción según las leyes de la vida, con palabras, con frases que parecían inútiles y que a su reclamo vuelven a brillar como espadas, relucen como el vino, se transforman en piedras, elevan otra vez la dignidad del canto” (Neruda, 2001b, p. 962). Párrafo aparte merece la Nota-prólogo a Nicanor Parra, que sirviera de prólogo a la primera edición de Poemas y antipoemas (1954). Mirado desde la perspectiva de hoy, cuando Nicanor Parra es no solo la mayor figura viva de las letras nacionales sino uno de los poetas imprescindibles del mundo hispano, podría parecer que este texto no amerita el calificativo de solidario ni mucho menos que significarán un empujón a la ‘carrera’ del antipoeta. Sin embargo, parodiando al propio Parra habría que decir que en 1954 eran otros los gallos que cantaban. Hasta entonces, Nicanor Parra solo había publicado Cancionero sin nombre, diecisiete años antes y, basándose en ese único libro, era difícil imaginar la importancia que llegaría a tener y la influencia que llegaría a ejercer en varias generaciones de poetas América y España. Nadie podrá decir que las palabras prologales de Neruda hayan dado con la definición exacta de lo que estaba proponiendo el antipoeta, pero igualmente nadie podrá negar el espaldarazo que debió de significar para el todavía joven Nicanor ese breve prólogo que empieza con la siguiente afirmación: “Entre todos los poetas del sur de América, poetas extremadamente terrestres, la poesía versátil de Nicanor Parra se destaca por su follaje singular y sus fuertes raíces” (Neruda, 2001, p. 913). Sin embargo, tal vez la más grande muestra de admiración de Pablo Neruda a un intelectual y gran amigo suyo sea la que encontramos en el extenso prólogo a El problema racial en la conquista de América y el mestizaje (1963), de Alejandro Lipschütz, que entre otras cosas dice:
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El hombre más importante de mi país no mandó nunca regimientos, no ejerció nunca un ministerio, no mandó, sino que fue mandado en una universidad de provincia. Sin embargo, para nuestra conciencia, él es un general del pensamiento, un ministro de la creación nacional, el rector de la universidad del porvenir. El más universal de los chilenos nació lejos de estas tierras, de estas gentes, de estas cordilleras. Pero nos ha enseñado más que millones de los que aquí nacieron: nos ha enseñado no solo ciencia universal, método sistemático, disciplina de la inteligencia, devoción por la paz. Nos ha enseñado la verdad de nuestro origen mostrándonos el camino nacional de la conciencia. (Neruda, 2001, p. 1189)
Conclusión En síntesis, la proverbial generosidad de Neruda fue una virtud que lo acompañó a lo largo de toda su vida. Amigo de sus amigos, estuvo siempre al lado de ellos defendiéndolos, promoviéndolos y apoyándolos cada vez que fuera necesario. Fue un poeta generoso como pocos a la hora de cumplir con la tarea de escribir una reseña, un prólogo o hacer de presentador de un colega. No mezquinó su palabra ni su apoyo y, seguramente, por la misma razón, más de alguna vez debe haberse equivocado en algunos de sus juicios. Pero de lo que no hay ninguna duda es de que su generosidad con los demás artistas, incluso artistas que apenas conocía, no solo lo llevó a comprometer la ayuda propia sino, como hemos visto en el caso del fotógrafo norteamericano, la de una vasta red de contactos a lo largo de su país y del extranjero puesta generosamente a su servicio con el objeto de ayudarle a cumplir de la mejor manera su propósito. Villanova University* Department of Romance Languages and Literatures Villanova University Villanova, PA 19085 (USA) carlos.trujillo@villanova.edu Obras citadas “La travesía solidaria: Un documental sobre Neruda y el Winnipeg”. Rebelión. 16 de noviembre de 2011. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia. php?id=139348 Neruda, Pablo. (2002). Obras Completas. Vol. V. Nerudiana dispersa II, 1922-1973, Edición prólogo y notas de Hernán Loyola, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Primera edición, Barcelona. —— (2001). Obras Completas. Vol. IV. Nerudiana dispersa I, 1915-1964, Edición prólogo y notas de Hernán Loyola, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Primera edición, Barcelona. —— Obras Completas. Vol. II. De “Odas elementales” a “Memorial de Isla Negra”, 1954-1964, Edición prólogo y notas de Hernán Loyola, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Primera edición, Barcelona, 2001. Población, Félix. “La travesía del Winnipeg, un poema solidario”. Crónica popular. Web. 28 de marzo de 2012. RAE. Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. Disponible en: http://www.rae.es/rae.html Tibol, Raquel. “La palabra viva de Neruda”. Revista Proceso. 23 de junio de 2011. Disponible en: http://www.proceso.com.mx/273189/273189-la-palabraviva-de-neruda
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1938:
NERUDA Y EL PACTO DE MUNICH HERNÁN LOYOLA
España y el pacto de Munich (septiembre 1938) Si el tratado anglo-italiano de abril de 1938, que aceptaba tácitamente la intervención italiana en España, había significado un golpe muy duro para la República, el acuerdo de septiembre en Munich fue un mazazo. Con la política de apaciguamiento [appeasement] en su cota más miserable, era evidente que la actitud británica hacia España no iba a cambiar y que llevaría a Stalin a pensar que la única esperanza para la URSS estaba en un rapprochement a Hitler. Lo que significaba, a su vez, que el apoyo soviético a la República era un inconveniente para aquél. Munich indicaba también que la guerra europea quedaba, de momento, conjurada. Todas las esperanzas que [el presidente republicano] Negrín había puesto en que [la guerra] estallara para que Gran Bretaña y Francia acudieran en socorro de la República se vinieron abajo. --- Beevor 2005: 543-544.
Esta cita de un historiador británico—nada sospechoso de simpatías prosoviéticas— enjuicia certeramente el pacto de Munich como el momento más miserable de la política del appeasement (apaciguamiento) hacia Hitler, practicada con ciega mala fe por los gobiernos de Inglaterra y Francia no sólo contra la República española y contra la URSS sino—y sobre todo—contra sus propios pueblos, los que poco más de un año más tarde comenzarán a pagar en carne viva las terribles consecuencias de tal estrategia. Baste recordar el desfile de las tropas nazis bajo el Arco de Triunfo en París (con la humillación y los sufrimientos
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del pueblo francés) y los interminables meses de bombardeos sobre Londres y otras ciudades de Inglaterra (con Stukas y Messerschmitts ensayados en España). El verdadero significado que tenía para las cancillerías inglesa y francesa el pacto de no intervención era: mejor un gobierno fascista que uno comunista en España. La misma obsesiva simplificación que les consintió hacer la vista gorda a las flagrantes intervenciones de Alemania e Italia en favor de Franco, y ejercer cómplice severidad (y hasta trampas) respecto a todo apoyo a la República, fue la misma que les inspiró la Operación Munich. Los cálculos de Londres y París tenían en cuenta, por supuesto, el Pacto Anticomintern firmado por Hitler en noviembre de 1936 con el Japón, que ya desde fines del siglo XIX había iniciado su propia expansión colonial en Extremo Oriente y que, derrotando a la Rusia zarista en 1904-1905, se impuso como la más grande potencia militar en la región. Tras el desplome de Wall Street en 1929 y aprovechando la gran depresión mundial que siguió, el grupo de altos oficiales que ejercía el poder en Japón (sin un líder único como Hitler y Mussolini) comenzó a considerar Manchuria y China bajo la misma óptica con que Hitler veía a la Unión Soviética: como un vasto territorio con un enorme conglomerado humano, destinados a la sumisión y al servicio de las necesidades de las islas niponas. En 1938 el Japón había ya establecido un régimen fantoche en Manchuria, había ocupado Formosa (Taiwán) y Corea, había desencadenado una guerra de inaudita ferocidad contra China y estaba vacilando entre atacar a la Unión Soviética (golpear al Norte) o apoderarse de las colonias inglesas, francesas y holandesas en Asia sudoriental (golpear al Sur). Pero en 1939 Stalin tomó la genial decisión de enviar a la frontera URSS-Manchuria al entonces comandante de caballería Gueorgui Zhúkov para enfrentar la amenaza japonesa en esa región. La brillante operación que desplegó Zhúkov (la batalla del río
Jaljin-Gol, mayo-junio 1939) infligió al poderoso enemigo una derrota tan dura e inesperada que obligó al dividido comando militar japonés a decidir por la segunda opción, o sea a golpear por el Sur, a pactar la no-agresión con la URSS (así ambos países se cubrieron las espaldas) y a atacar en cambio a las colonias euroasiáticas. Envalentonado por su exitoso golpear al Sur, Japón tomó la fatal decisión de atacar también a los Estados Unidos. En suma, la casi desconocida victoria soviética de Jaljin-Gol, en 1939, fue así un episodio de altísima trascendencia por sus repercusiones en el curso de la Segunda Guerra Mundial. De paso, determinó la decisiva carrera militar del futuro mariscal Zhúkov. EL PACTO DE MUNICH Sobre esta nefasta operación demos la palabra a dos autorizados historiadores. CHRIS BELLAMY. «El 30 de septiembre de 1938 el primer ministro inglés, Neville Chamberlain, apareció [sonriente y satisfecho] en la escalerilla del avión de la British Airways con que retornaba a Londres agitando en su mano el ya infame pedazo de papel que prometía la paz de nuestros tiempos. […] El pacto de Munich de 1938, que cedió a Hitler una parte de Checoslovaquia, sin duda convenció al Führer de que las democracias occidentales eran débiles y podían ser fácilmente acalladas. Por su lado, según confirmaron los más estrechos colaboradores de Stalin, al líder soviético quedó claro que las democracias occidentales no tenían ninguna disposición a oponerse seriamente a Hitler. La élite soviética dominante pudo así concluir, y no sin razón, que el Occidente estaba dejando carta blanca a Hitler para que mantuviese la promesa— formulada en Mein Kampf—de eliminar el bolchevismo. El pacto de Munich fue un grave shock para la Unión Soviética. […] Fue entonces—en 1938—que Stalin comenzó a tomar en consideración la eventualidad de un pacto con el Führer alemán.» (Bellamy 2011: 59-60). ANTONY BEEVOR. «El gobierno de Neville Chamberlain, así como la mayor parte de la población británica, estaba pronta a convivir con una Alemania rearmada y reanimada: más aún, muchos conservadores veían en los nazis un baluarte contra el bolchevismo. Chamberlain, ex alcalde de Birmingham famoso por su rectitud a la antigua, cometió el grave error de esperar que también los demás estadistas compartieran valores similares a los suyos y que nutrieran el mismo horror por la guerra. […] El Führer quedó decepcionado cuando, durante los negociados de Munich en septiembre [1938], Chamberlain y su colega francés, Édouard Daladier, le ofrecieron los Sudetes en la esperanza de preservar la paz: de este modo lo privaron del presupuesto útil a desencadenar de inmediato su guerra, aunque a fin de
cuentas eso le permitió apoderarse del entero país sin siquiera molestarse en combatir. El primer ministro británico cometió otro error fundamental al negarse a consultar con Stalin: en agosto del año sucesivo, en efecto, aquel error indujo al dictador soviético a suscribir un pacto con la Alemania nazi. Un poco como Franklin D. Roosevelt respecto a Stalin, Chamberlain creía con trágica autocomplacencia ser el único capaz de convencer a Hitler de que mantener buenas relaciones con los Aliados occidentales convenía a su propio interés. […] Apoderándose del resto de Checoslovaquia en marzo de l939—en abierta violación del pacto de Munich—, Hitler demostró finalmente que su declarado objetivo de restituir al Reich las poblaciones de etnia alemana no era sino un simple pretexto para ensanchar su propio dominio. A este punto, el resentimiento británico [por la burla evidente] obligó a Chamberlain a ofrecer garantías a Polonia, lanzando así a Hitler una clara advertencia destinada a disuadirlo de ulteriores expansiones. […] La sorpresa de Hitler ante la reacción británica evidenció las graves lagunas de este autodidacta en la comprensión de la historia mundial […]: la invasión alemana de Checoslovaquia había desnudado la determinación de Hitler a dominar toda Europa, lo que constituía una amenaza al status quo que ni siquiera una Gran Bretaña debilitada y bien poco belicosa se podía permitir en ningún modo tolerar. Hitler, además, subestimó la rabia de Chamberlain por el modo con que había sido engañado en Munich» (Beevor 2012: 20-23). NERUDA COMENTA EL PACTO DE MUNICH En el n° 16 de su revista Aurora de Chile (Santiago, 30.11.1939), Neruda incluirá un párrafo retrospectivo sobre el Pacto de Munich, importante como testimonio de la posición del partido comunista chileno frente a la guerra ya desencadenada, y de la personal lucidez política del poeta: «A pesar de estar ligados a Checoslovaquia por pactos de ayuda mutua, estos países [Francia e Inglaterra] dejaron que se destruyera a la potencia checa que era una democracia burguesa ejemplar, mucho más ejemplar que Francia e Inglaterra, traicionando en Munich no sólo la ideología que ahora pretenden defender, sino abriendo con esa traición una puerta para que Hitler avanzara hacia el Oriente, con el fin de atacar a la URSS, el antiguo aliado directo de Francia e indirecto de Inglaterra.» Referencias Beevor 2005 = Antony Beevor, La Guerra Civil Española. Barcelona, Crítica, 2005. Beevor 2012 = Antony Beevor, La Segunda Guerra Mundial. Barcelona, Pasado y Presente, 2012. Bellamy 2011 = Chris Bellamy, Guerra absoluta. Barcelona, Ediciones B, 2011.
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PARÍS 1938
Pero ¿de qué murió César Vallejo? ENRIQUE ROBERTSON
Médico e investigador literario—Bielefeld
1 El gran poeta peruano murió durante la mañana del viernes 15 de abril de 1938 en la Clínica del Boulevard Arago de París, donde había ingresado muy enfermo tres semanas antes, sin que el equipo de cinco médicos encabezados por el afamado Dr. Lemière hubiese podido establecer el diagnóstico del misterioso mal que lo mató lentamente. Los resultados de las pruebas de sangre y otros análisis clínicos y radiográficos resultaron inútiles para aclarar la causa de su enfermedad. Según Georgette Vallejo, esposa del poeta, el Dr. Lemière le dijo: «Veo que este hombre se muere, pero no sé de qué». A falta de un diagnóstico médico, para explicar la causa de su prematura muerte abundaron otros diagnósticos establecidos por amigos, poetas, escritores, músicos e historiadores. Unos dijeron saber que había muerto de tuberculosis, otros que de sífilis secundaria, o fiebre amarilla, o malaria o paludismo, diagnósticos—todos ellos—que la Clínica Aragó había descartado en los 23 días que estuvo hospitalizado allí. Entonces y después, se aseguró repetidamente: murió en cumplimiento de su célebre profecía «Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo» (del soneto “Piedra negra sobre una piedra blanca”). Neruda dijo: Vallejo murió de hambre y asfixia: murió del aire sucio de París, del río sucio de donde han sacado tantos muertos. Juan Larrea inculpó a Neruda de haber contribuido indirectamente a que Vallejo muriese de sus muchas hambres, por no haberlo ayudado a conseguir cierto trabajo remunerado que le habría permitido
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ganar dinero para comer. Según Georgette: el señor Larrea está mal informado, casi no hay informe de él que no contenga alguna inexactitud leve o grave. Otros dijeron: la muerte de Vallejo es un paradigma, una página heroica, una epopeya como la más grande de los fastos universales, murió por consunción y agotamiento, en batalla contra el mal y la muerte, en defensa de la dignidad, el bien y la nobleza. Vallejo murió de España. Hace algo más de veinte años, el alemán Hans Magnus Erzensberger dictaminó: «Las enfermedades de que sufrió Vallejo eran desconocidas en la medicina. Una se llamó España, y la otra, una enfermedad muy vieja y muy venerable: el Hambre». Antes y ahora, la mayoría coincide en asegurar que Vallejo murió de hambre. Hay mucho de verdad en ello, estaba crónicamente desnutrido. A más tardar desde 1923 la pobreza lo había obligado a acostumbrarse a comer muy poco: «En París tendremos que vivir de piedrecitas», dijo a un amigo. En octubre de 1923, desde la Sala Boyer del Hospital de la Charité, le escribe a otro amigo: acabo de ser operado de una hemorragia intestinal. Después de esa operación, alimentarse le fue difícil no sólo por falta de dinero. Privado de buena parte de su estómago, ya no pudo comer y beber —carne y vino, es un decir— sin sufrir las consecuencias. Lo que el resto de su estómago toleraba era probablemente la dieta ovo-lacto-farinácea. Pero nunca se supo que bebiese leche, era más cara que el vino. También los huevos. Se alimentaba de patatas, de papas —originarias
del Perú, como él—, según está indesmentiblemente documentado por Arturo Serrano Plaja. Recordando la llegada a París (1935) de la delegación española al I Congreso Internacional de Escritores Antifascistas — grupo procedente de Madrid, al que se sumaron Neruda y González Tuñón—, Serrano Plaja escribió: «Para prolongar la estancia en París cuanto fuese posible, con el no mucho dinero que teníamos (la mayor parte lo ponía Neruda), decidimos hacer un plan de austeridad o algo por el estilo. Y como en París encontramos a Vallejo (alimentado de casi exclusivamente patatas cocidas mañana y noche, como cuando le conocí en España) el plan parecía sobrevenir del modo más natural.» Poco menos de tres años después moría César Vallejo de un modo que evidentemente no parecía natural. ¿De qué mueren los poetas? La ventaja es que mueren para seguir viviendo, como Vallejo. La señora Oyarzún — esposa del chileno Cuto Oyarzún, que en la víspera de su muerte pasó toda la noche velando junto a su cabecera— cuenta que, a las cinco de la mañana del 15 de abril, César Vallejo llamó a su madre y poco antes de expirar, ya en presencia de su esposa y varios amigos, pronunció estas palabras: «España. Me voy a España.» Vallejo murió muy poco después de haber escrito su testamento: el poema dedicado a exaltar la lucha del pueblo español en el trance de la guerra civil, que tituló como una oración al vislumbrar su martirio y final inmolación. «Murió —escribió Juan Larrea, esta vez con exactitud— sin aspaviento alguno, dignamente, con la misma dignidad con que había vivido». El músico peruano Gonzalo More, que estaba en el grupo de amigos del poeta junto a su lecho de muerte, escribió: La expresión de su rostro muerto era verdaderamente maravillosa. No te imaginas qué belleza interior y qué luz sobrehumana en la frente del cholo. Su gesto de dolor desapareció para dar vida a una expresión de serenidad y bondad infinitas.
2 Pero ¿de qué murió? ¿Quizá envenenado? Me lo pregunté porque, hace poco tiempo, la extraña enfermedad de César Vallejo despertó también el interés y la imaginación de Roberto Bolaño. En su novela Monsieur Pain (Anagrama, 1999) el escritor fabuló sobre la muerte del poeta peruano en un ambiente en el que aparecen formas marginales de la ciencia y supuestas conspiraciones fascistas para asesinarle. Bolaño explicó que tuvo noticia de Pierre Pain por las memorias de Georgette Philipart, viuda de Vallejo, quien contaría en ellas que pidió los servicios de Monsieur Pain, curandero que trataba enfermos aplicando fenómenos mesméricos (doctrina del magnetismo animal del médico alemán Mesmer), para que curase de un nefasto ataque de hipo que hacía sufrir mucho a su moribundo esposo. Bolaño me contagió
su interés. Considerando aspectos anamnésticos y otros, en cuanto médico —y en cuanto aficionado a investigar misterios literarios— me atrevo a sostener un diagnóstico que hasta ahora nadie ha emitido: César Vallejo falleció a consecuencias de una intoxicación crónica por solanina, agudizada en sus últimas cuatro semanas de vida. El Dr. Lemière habría debido considerar esa posibilidad. Que se sepa, no lo hizo, no obstante una publicación científica de su país, fechada veinte años antes —publicación que todavía hoy se cita—, había tratado detalladamente la causa de muerte de unos soldados franceses que saciaron sus muchas hambres — de semanas, que no de años— con patatas enverdecidas y con brotes. Consumidas, además, sin pelar y mal cocidas; es decir, muy tóxicas por su alto contenido de solanina. Los brotes de la patata enverdecida (porque conservada en ambiente húmedo y expuesta a la luz) son muy venenosos. En tal condición, una sola patata puede contener una dosis peligrosa de solanina. Hay suficiente información en Internet acerca de este veneno, cuya ingestión no mata hoy a muchos adultos porque las variedades comerciales de patata están controladas. Sí a niños, por lo que sigue mereciendo especial mención en el capítulo de las intoxicaciones alimentarias. Simula una infección — que el laboratorio no aclara— con fiebre, progresivo mal estado general, síntomas gastrointestinales, neurológicos y psiquiátricos, etcétera. Causa la muerte —no siempre, afortunadamente— sin que se sepa por qué: no es habitual pensar en la papa como causante. Pocos acumularon nunca tantos factores para devenir víctima de una intoxicación letal con solanina como César Vallejo, «Alimentado de casi exclusivamente patatas cocidas mañana y noche». Seguramente estaba acostumbrado a soportar bien el veneno, pero la acumulación de éste en su organismo debió —en el transcurso de muchos años— haber llegado a niveles críticos. No pocas veces se sintió al borde de la muerte. Al sentirse muy enfermo, siguió alimentándose de lo que a él y su mujer les parecía que era lo único que podía tolerar. Los jugos gástricos se encargan de neutralizar parcialmente la toxina. A él, le habían extirpado parte del estómago; y seguramente neutralizaba los que producía con bicarbonato de sodio. Además, en su pobreza, las patatas que compraba en 1938 en París eran seguramente las más baratas que podía conseguir. Enverdecidas. Y éstas había que aprovecharlas al máximo, pelarlas poco o nada; cocerlas, bien cocidas..., significaba un gasto adicional.
ENRIQUE ROBERTSON
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1938
Neruda y el triunfo del Frente Popular en 1938 HERNÁN LOYOLA
Septiembre: la masacre del Seguro Obrero A comienzos de septiembre la inminente elección presidencial ocupaba toda la atención y buena parte de las energías del país. También las de Neruda. En abril de 1938 las convenciones del Frente Popular (el día 17) y de la derecha (el día 23) habían elegido a sus respectivos candidatos: Pedro Aguirre Cerda y Gustavo Ross Santa María, Ministro de Hacienda del gobierno Alessandri entre 1932 y mayo de 1937. La asamblea derechista no ofreció sorpresas, a pesar del rechazo que Ross provocaba en sectores liberales y en la juventud conservadora, entonces semillero de la Falange Nacional que más tarde intentará una política social y progresista en clave cristiana (y en el espíritu de la tercera modernidad). Completamente ajeno a tales proyectos, el frío y enérgico postulante impuso su candidatura sin suscitar simpatías en la mayoría conservadora, pero sí confianza por su habilidad en el manejo de las finanzas unida a una fuerte propensión autoritaria (se le suponía inspirador de la política represiva del segundo gobierno Alessandri). En breve, Gustavo Ross fue el olvidado precursor de la economía neoliberal que, pocos decenios más tarde, el general Pinochet impondrá en Chile con las armas (e inaugurándola con ello a nivel mundial, antes que Thatcher y Reagan), y cuya vigencia se ha acentuado hasta hoy: [Gustavo Ross fue,] en verdad, un personaje muy singular dentro del universo oligárquico-burgués chileno. No pertenecía... al mundo de la hacienda ni tampoco de la producción. Era un intermediario financiero dedicado a los malabarismos del juego bursátil. Ross había operado con éxito en la Bolsa de Valparaíso, pero, cuando la dictadura de Ibáñez lo obligó a abandonar el país, consiguió triunfar en la Bolsa de París, consagrándose en uno de los grandes centros del capitalismo mundial. Es posible que una de las razones por las que Ross despertaba tanto rechazo era por ese halo casi mítico de mago de las finanzas, que todo lo subordinaba a la ganancia especulativa.
--- Moulian & Torres Dujisin, 105
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La candidatura de Pedro Aguirre Cerda fue el resultado más vistoso de la aplicación en Chile de la nueva política del Comintern a través del Frente Popular. Los años treinta habían visto ya la aparición de una izquierda socialista marxista, cuyo líder Marmaduke Grove, al obtener el 17,32 % de los votos en la elección presidencial de 1932, comprendió que dentro del sistema dominante había oportunidades políticas para él en alianza con los comunistas. Pero el ingreso de los radicales al Frente Popular, en junio de 1936, evidenció la modificación estructural que se estaba produciendo en el sistema de partidos. El Partido Radical había encarnado la izquierda dentro del espectro político de los años veinte, y todavía en su convención de Viña del Mar, en 1931, reconoció la lucha de clases declarando que, en ella, estaba de la parte de los desposeídos. Declaración más bien lírica porque sus dirigentes de mayor influencia eran ahora grandes terratenientes de la región sur, afines—pero en contraste electoral (y religioso en cuanto protestantes o masones)—con los de la zona central del país. A pesar de ello, los radicales percibieron la ventaja de convertirse en un partido de centro, representando sobre todo a la clase media y sectores de la pequeña burguesía, en especial a los profesionales con formación universitaria, a los funcionarios de la burocracia estatal y a los empleados de varia condición. Ideológicamente ambiguo, el radicalismo chileno vio en 1936 que una alianza con la izquierda marxista suponía con alta probabilidad un candidato radical a la presidencia, mientras que su rango era desmedrado y de tercer orden en alianza con una derecha clasista y arrogante. El ingreso del Partido Radical al Frente Popular fue el gran objetivo de los comunistas, por lo que en las tratativas obviamente alimentaron esa ambición presidencial. Y la apoyaron con discreción en la nominación de abril, prefiriéndola a la de los socialistas de Grove, que no era menor: «¿Quién manda el buque? ¡Marmaduke!» gritaban sus sostenedores. Fueron necesarias diez votaciones antes de que Grove retirara su candidatura. Pero el horizonte electoral de Pedro Aguirre Cerda se vio seriamente amenazado (desde junio de 1938) por el ingreso de un candidato rival en el área de los votantes de centroizquierda: nada menos que el general Carlos Ibáñez del Campo, que con gran disgusto de Alessandri había regresado al país en 1937. La contienda a tres bandas favorecía al candidato conservador Gustavo Ross. Lo curioso fue que la organización ibañista, llamada “Alianza Popular Libertadora”, incluía a los nazis chilenos liderados por Jorge González von Marées, quienes, a nivel nacional, se situaban en la oposición
al gobierno conservador de Alessandri. Es decir, se situaban en el mismo campo político-electoral de los socialistas y comunistas, con quienes se contendían los votos de la izquierda. Agotadas todas las gestiones de ambas partes para que uno de los dos candidatos de la oposición se retirara (puesto que era descontada la derrota si no se llegaba a eso), el 4 de septiembre hubo en el Parque Cousiño una gran concentración del ibañismo, en la cual González von Marées pronunció un incendiario discurso. Al día siguiente, un acontecimiento terrible determinará imprevistamente el resultado de la elección presidencial. El lunes 5 de septiembre, alrededor de mediodía, unos grupos de nazistas tomaron la Universidad de Chile y la Caja de Seguro [Obrero] Obligatorio, un alto edificio de oficinas justo enfrente a La Moneda (alto para las normas de Santiago). Allí, los rebeldes mataron a un carabinero y se atrincheraron en el séptimo piso. En la Universidad, una pieza de artillería hizo estallar las puertas principales y los nazistas (que ya contaban seis muertos) se rindieron. Los veinticinco sobrevivientes fueron conducidos al edificio de oficinas, donde el grupo del séptimo piso también se rindió pronto. Ambos grupos—sesenta y un jóvenes en total—fueron fusilados entonces por carabineros. Muchas personas pensaron que el propio Alessandri había dado la orden para la masacre. No estamos seguros. Es probable que en el fragor del momento, él dijera algo que fue interpretado de esa manera. --- Collier & Sater 1998: 207-208
Sin el fracaso del intento de putsch del 5 de septiembre, que desbloqueó el impasse en la izquierda, el más probable vencedor de la contienda electoral habría sido Gustavo Ross. La masacre del Seguro Obrero (así llamada hasta hoy) decidirá en cambio la victoria del Frente Popular, cuyos dirigentes, sin perjuicio de condenar la tentativa de putsch, dos semanas después firmaron un pacto con las fuerzas ibañistas. El general y el líder nazi habían sido encarcelados. Aguirre Cerda visitó en su celda a Ibáñez, quien aceptó ceder sus votos al Frente Popular a cambio de la amnistía en caso de triunfo electoral.
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Octubre: la victoria del Frente Popular Neruda entretanto intensificó sus tareas de propaganda a través de Aurora de Chile, cuyo número 5 (del 12.10.1938) cubrió su entera portada con la imagen de Aguirre Cerda. En su interior había una breve prosa, “Don Pedro”, que el poeta dedicó al candidato: La oligarquía chilena, el Club de la Unión recurren a un extranjero extralegal, a un business’ desperado, a una píldora tóxica. Chile escoge a su más exacto representante, a un maestro moreno de nuestra clase media, a un hombre severo y puro, a un chileno esencial. / Y cómo dice el pueblo DON PEDRO! No se predica mucho este don del pueblo. ¡No hay Don Gustavo, ni Don Ross, ni Don Carlos, ni hay ya más, hélas, Don Arturo! Para el pueblo, para su voz y por su divina voz popular no hay más Don que Don Pedro. Y para mí tampoco. -- (OC, IV, 407). El poeta aludió al pasado carisma de Alessandri y con la fórmula «píldora tóxica» se permitió un transparente juego sarcástico, porque todos los chilenos de entonces conocían las laxativas Píldoras del Dr. Ross. Texto de circunstancias, pero a través de él Neruda impartió una nueva lección de cómo redactar mensajes políticos atractivos y eficaces. La elección (el 25 de octubre de 1938) resultó una competencia muy reñida que sólo se resolvió al final: de un total del 89% de los votantes, Aguirre Cerda ganó 222.720 votos (50,2%); Ross, 218.609 (49,3%). Gracias al general Ibáñez y a los nazistas, Chile había elegido el único gobierno del Frente Popular fuera de Europa. --- Collier & Sater 1998: 208 Referencias OC = Pablo Neruda, Obras completas, edición de Hernán Loyola, tomo IV. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2001. Collier & Sater = Simon Collier & William F. Sater, Historia de Chile 1808-1994, Madrid, Cambridge University Press (en España), 1998. Moulian & Torres Dujisin = Tomás Moulian & Isabel Torres Dujisin, Discusiones entre Honorables / Las candidaturas presidenciales de la Derecha 1938-1946. Santiago, Ediciones FLACSO, s.f.
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Apuntes en torno a Eva Fréjaville, una intelectual de vanguardia SELENA MILLARES
Universidad Autónoma de Madrid
Hace ya algún tiempo que estamos asistiendo al desvelamiento de uno de los grandes enigmas encerrados en los versos nerudianos: tiene que ver con la identidad y biografía de la protagonista del poema «Las furias y las penas»1, posiblemente el más carnal y exasperado poema de amor de cuantos escribiera Pablo Neruda. Naturalmente, la excelencia de esa pieza literaria no requiere para su recepción por el lector de ninguna exégesis biográfica, porque como obra de arte se dice a sí misma; no obstante esa información puede ayudar a comprender mejor el contexto en que fue creada, así como algunas de sus claves. La intención de estas páginas es aportar algunos datos que contribuyan a iluminar el perfil de ese personaje real, a través de la escasa bibliografía existente y algunos materiales de los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí y la biblioteca del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, ciudad donde ella, la francesa Eva Fréjaville (1912-1998)2, vivió más de veinte años, y siempre desde el deseo de evitar las hipótesis y juicios de valor que todo eso pueda despertar sobre la privacidad del personaje. Es decir, simplemente se busca aquí la consideración de esa figura como una intelectual que, además de ser autora de algunos ensayos notables y olvidados sobre temas literarios y artísticos, y de haber participado activamente en el mundo de las artes y las letras de la vanguardia como crítica, traductora y conferenciante, fue la musa que inspiró de un modo u otro, y por distintos motivos, a Alejo Carpentier y Carlos Enríquez—con los que estuvo casada—y también a Pablo Neruda y Diego Rivera, del cual era hija, según diversos testimonios, y que le dedicó un retrato en 1920 (fig. 1).
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Incluido en 1947 en Tercera residencia, había sido ya publicado por el autor en 1939, antecedido por unas palabras que lo databan en 1934. 2 Véase Hernán Loyola, “Eva: la musa secreta de Neruda en «Las furias y las penas»”, en América sin Nombre, 6, Alicante 2011, pp. 75-92. 28
Fig. 1. Diego Rivera, Retrato de Eva Fréjaville, 1920 Todo eso, en sí, parece suficiente para que reclame cierta atención, como protagonista de obras literarias y pictóricas de relieve, y particularmente de «Las furias y las penas», titulado con un fragmento de un verso de Francisco de Quevedo que actúa como lema y como clave: proviene del soneto «Finge dentro de sí un infierno, cuyas penas procura mitigar, como Orfeo, con la música de su canto, pero sin provecho», y habla del «Amor fuego y tirano» y del «castigo de enemiga3 mano» que provoca el tormento. Las «furias y penas» nerudianas, que componen un extenso poema de 231 versos, hablan del hondo dolor causado por la pérdida de una amada que se nombra una y otra vez como «enemiga»—identificada así con aquel Amor ardiente y tiránico del poeta español—; el apelativo no esconde, pues, la intensidad del sentimiento—como el clásico «odi et amo» de Catulo—en un intento desesperado de exorcizar la desolación por esa pérdida. La imaginería del poema es violenta y salvaje; evoca una cacería sangrien-
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Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1981, p. 339. El énfasis es mío.
ta, donde ella es evocada a modo de Diana cazadora, fría y cruel, que acecha, olfatea y persigue a sus víctimas, en un «verano de tigres» donde todo es una «batalla de agonizantes bestias»4; se nombran dientes, disparos y cuchilladas, y también, como un leitmotiv fundamental, la sangre de la herida que mana incesante, la sangre de la víctima de amor, como lo fuera Acteón, con toda la tradicional identificación entre Eros y Thánatos que evoca esa «sangrienta luciérnaga»5. Los versos acusan la nostalgia, el obsesivo recuerdo de la amada inolvidable, que los celos imaginan con otros hombres también abandonados por ella, cazadora que ostenta como un trofeo los vestigios del llanto de sus víctimas: «los collares que gota a gota se formaron con lágrimas / rodean tu garganta quemándote la voz como un hielo»6. El clima del poema es de alta temperatura erótica, y se entrelazan en él las imágenes de lo natural –«ronco rocío», «rayo verde», «rosas hechas de látigo y perfume»7– con algunas más preciosistas para referirse a la belleza de ella, vinculada como Diana a la luna y el mar: «idéntica al zafiro de lunar avaricia / palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas»8. Todo está hilvanado por un cromatismo simbólico donde domina el rojo de la pasión y la sangre –mencionada una infinidad de veces–, el verde tan lorquiano de la naturaleza y de la muerte –«grandes muslos llenos de miel verde»9–, y el negro, asociado a la acción quemante del fuego, y también al pubis: «hiedra negra», «flores negras», «rosales quemados», «paloma de luto y nieve»10. El orgullo se defiende altivo, con furia y con dolor, pero también en ocasiones se rinde y se aferra al recuerdo del «sueño roto»11, para referirse a la incredulidad frente a la pérdida, y exponer abiertamente sentimientos de temor, ternura y fragilidad: «tú y yo hemos corrido juntos un mismo río / con encadenadas bocas llenas de sal y sangre», «carne y besos que debo olvidar injustamente»12. De la vigencia del sentimiento evocado habla además la breve introducción al poema que incluye Neruda en su edición en libro, firmada en marzo de 1939, donde recuerda que fue escrito en 1934 y en una
4 Pablo Neruda, Obras completas, vol. I, ed. de Hernán Loyola, Barcelona, Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, 1999, p. 357. 5 6 7 8 9 10 11 12
Ibidem, p. 358. Ibidem, p. 360. Ibidem, p. 357-358. Ibidem, p. 360. Ibidem, p. 359. Ibidem, pp. 357, 358, 359, 362. Ibidem, p. 357. Ibidem, p. 361.
España que ahora «es una cintura de ruinas», para concluir refiriéndose a la huella «indeleble» de la sangre y del amor13. En 2005, Enrico Mario Santí publica en Linden Lane Magazine una entrevista hecha en 1992 a Eva Fréjaville y que debe ser considerada con la mayor cautela, por estar en una línea tan tendenciosa como subjetiva. Dice ser el único responsable de su transcripción, y parte de la idea de que nunca ha escrito sobre la obra de García Márquez ni sobre la de Carpentier porque «las personas que son, o eran, me repugnan»14. Titula su trabajo “Memoria de la mitomanía”, y se concentra en cargar las tintas contra la persona que fue el gran novelista cubano. No hallamos ahí ninguna mención a Neruda, y se desprende la imagen de la entrevistada como una mujer discreta, entregada a su profesión de docente de literatura en California en ese momento –tras separarse de su tercer marido y abandonar Cuba, que reconoce como el lugar donde pasó los mejores años de su vida—. Se muestra reservada y sin ningún anhelo de protagonismo, y esquiva los comentarios que la identifican con el personaje Mouche de Los pasos perdidos de Carpentier: «Yo tengo la misma opinión que tenía Marcel Proust sobre los personajes y claves en la obra de un escritor. Decía, y yo pienso como él, que un escritor pone en un personaje un poco de toda la gente que él conoció. No es que copie un personaje [...]. A mí nunca me llamaron Mouche. Una señora escribió un artículo y me atribuyó el personaje a mí. Nunca tuve ese apodo. Bueno a lo mejor sí porque yo era francesa»15. Algunos años después, en un trabajo revelador, muy documentado y fruto de una investigación casi detectivesca, Hernán Loyola arroja luz sobre esa figura con un testimonio decisivo. Tras la muerte en 2008 de Lilia Esteban, esposa de Carpentier, decide investigar sobre una confesión que le hiciera personalmente Neruda en los años sesenta: la protagonista de «Las furias y las penas» es, según el poeta, «la mujer de Carpentier»16. Descubre que antes de Lilia hubo otra esposa, Eva Fréjaville, que tras varios años de relación se casa con Carpentier al llegar a La Habana, en 1940, y que lo abandona al enamorarse allí del pintor Carlos Enríquez. Todo eso ilumina algunos detalles del poema, básicamente la clandestinidad de los encuentros –no ha de olvidarse
13 Ibidem, p. 357. 14 Enrico Mario Santí, “Memoria de la mitomanía: cen-
tenario de Alejo Carpentier”, en Linden Lane Magazine, xxiv, núm. 1-4, 2005, p. 13. 15 Ibidem, p. 15. 16 Hernán Loyola, “Eva: la musa secreta de Neruda”, p. 76. 29
que además Neruda estaba casado– y la razón de que ese romance breve no pudiera tener una continuidad, hecho que motiva los sentimientos que nombra el título. Recuerda Loyola que el extenso poema ya se publicó autónomamente en 1939 en Santiago y en Buenos Aires, e indaga sobre datos que obtiene en diversas fuentes, como la biografía de Carlos Enríquez realizada por Juan Sánchez17, en la que se habla de la obsesión del pintor por Fréjaville, a la que dedica innumerables retratos, además de sus libros de narrativa: Tilín García, La feria de Guaicanama y La vuelta de Chencho. La primera, publicada por Manuel Altolaguirre en su editorial La Verónica en 1939, está dedicada «À Eva Fréjaville, la brave maîtresse de L’Huron Bleu»; en la segunda aparece otra dedicatoria a Fréjaville «dont l’amour courageux m’a fait galoper jusq’aux aubes de Guaicanama»18. Según Sánchez, ella trabajaba como profesora de francés en la Hispanoamericana de Cultura, era «inteligente y hermosa» y conquistaba la simpatía de todos19. En 1945, Fréjaville toma la decisión de separarse de Enríquez arguyendo su posesividad y alcoholismo; posteriormente se casa con el médico Enrique Collado y continúa con su actividad intelectual en La Habana hasta que, en 1961, abandona la isla y se instala en Estados Unidos. En el catálogo de la obra pictórica de Enríquez realizado por Juan Martínez, presente en la biblioteca del Museo de Bellas Artes de La Habana, pueden hallarse más huellas de su presencia. Ahí se nos informa de que Carpentier y Enríquez eran buenos amigos desde los días de Revista de Avance (1927-1930), y de que ella es un importante estímulo intelectual para la escritura de los cuentos y novelas del pintor, y no solo protagonista de muchos de sus cuadros. Hay un retrato formal de ella, fechado en 1939, y varios de 1940, cuya sensualidad está siempre bañada por los colores del fuego (fig. 2): azules –que proyectan ese momento de romanticismo en la pareja, y que parecen bañar su piel con la luz desrealizadora de la luna (afín a aquella Diana cazadora de “Las furias y las penas”)– y rojos –que sugieren la pasión erótica y que se asimilan al color real de su cabellera–.
Fig. 2. Carlos Enríquez, Retrato de Eva Fréjaville, 1940 Sobre el fresco mural «Eva en el baño» (fig. 3) el autor comenta: «Exhibiting a nude portrait of his wife on the door of the only bathroom in his home, is one of those provocative eccentricities Enríquez and El Hurón Azul became notorious for»20.
Fig. 3. Carlos Enríquez, Eva en el baño, 1940
20 17 Juan Sánchez, Vida de Carlos Enríquez, La Habana, Letras Cubanas, 2005. 18 Ibidem, p. 79. 19 Ibidem, p. 80. 30
Juan A. Martínez, Carlos Enríquez. The Painter of Cuban Ballads, Miami, Cernuda Arte, 2010, p. 82. Añade: «Those were the days when he had money, a car, as well as an intelligent charming wife, and recognition as one of the leading vanguardia painters in Havana. Indeed, all of this translated into an active social life» (ibidem).
Cuando ella lo abandona, Enríquez cubre la pieza con pintura a fin de hacerla desaparecer, aunque tras la muerte del pintor –en 1957– la obra original es recuperada. Después, sigue pintando obsesivamente la imagen de Eva, y entre esos trabajos destaca Arlequina o La huida (fig. 4), que parece un exorcismo de la rabia y el dolor por la pérdida, y también un modo de venganza, como lo fuera la literarización en la Enemiga nerudiana o la Mouche carpentieriana. En ese lienzo, la protagonista tiene un antifaz sobre los senos y las piernas cortadas por una sombra fálica y arlequinesca, que así impide su huida. En el horizonte, se multiplica su imagen huyendo como en un juego de espejos.
laguirre en su editorial La Verónica21. Se trata de una conferencia pronunciada por Fréjaville en el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa el miércoles 25 de noviembre de 1942, y en la viñeta no consta el nombre de Enríquez pero se vislumbran sus iniciales en la firma, y es inconfundible su estilo en los trazos que definen la figura del caballo (fig. 5), uno de los motivos dilectos de su obra.
Fig. 5. Eva Fréjaville, Marcel Proust desde el trópico, 1942 Con su ensayo, Fréjaville homenajea a Proust en el vigésimo aniversario de su muerte: recuerda su obra como «una fuente de placeres y de emociones íntimas», y los años del final de su vida como la época del jazz, el arte negro, los ballets rusos y el nacimiento del movimiento surrealista22. Aquí y en el resto de sus escritos enaltece la actividad artística como eje que da sentido a la vida, y también el bullir ideológico y político que la circunda: Proust vio los coches suntuosos a dos caballos en la avenida de los Campos Elíseos, pero conoció también el teléfono, el automóvil y la libertad sexual de sus vírgenes en flor. El arte era, entonces, más que nunca, una batalla y valía la pena entrar en ella. Todo lo que admiramos hoy en día nacía
Fig. 4. Carlos Enríquez, Arlequina o La huida, 1944-45 Lo que hemos visto hasta aquí son las huellas y ecos biográficos que la presencia de Eva Fréjaville produjo en su entorno artístico en un plano personal. Sin embargo, existe también un perfil intelectual que vale la pena rescatar, y que se muestra al menos desde su llegada a La Habana. Allí, durante los seis años que comparte con el pintor Carlos Enríquez se convierte, como se ha visto, en estímulo del trabajo literario de éste, que por su parte ilustrará el opúsculo de Fréjaville titulado Marcel Proust desde el trópico, publicado por Manuel Alto-
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El ejemplar consultado corresponde a los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí (La Habana). Me detengo especialmente en sus contenidos por tratarse de una pieza casi inencontrable; lo mismo después, para los ensayos publicados en Gaceta del Caribe en 1944. 22 Eva Fréjaville, Marcel Proust desde el trópico, La Habana, La Verónica, 1942, p. 7. 31
entonces [...]. En política se empezaba de nuevo a hablar de justicia. Nacía la izquierda contemporánea [...]. Los intelectuales y los artistas de vanguardia comenzaban a penetrar en los círculos exclusivos, en las residencias tradicionales de la nobleza que todavía era legitimista, todavía soñaba con la entrada del rey en París23. Realiza una semblanza bioliteraria de Proust como ser hiperestésico y enfermizo, «mezcla inaudita de dandismo finisecular, de elegancia refinada y de abandono, de desorden»24 y revela un hondo conocimiento de su vida y obra. Lo evoca de manera casi novelesca e invita a su lectura, porque, nos dice, Proust escribe «en un estilo clásico, el de los siglos XVII y XVIII, rejuvenecido y transformado»25, con fervor por los griegos y latinos, por Racine y Rousseau, y Flaubert y Chateaubriand. El estilo de Fréjaville es terso y sereno, con algún galicismo y una delicada vocación poética: Nada de la oscuridad buscada adrede por un Joyce (aunque tenga en común con aquel la introspección, el monólogo interior, etc.), nada de palabras inventadas. Después de haber leído dos o tres páginas, el lector francés o extranjero se acostumbra a la cadencia de la frase proustiana que viene hacia nosotros y se retira como el mar, por olas sucesivas, y puede gozar así plenamente de los secretos que nos revela [...] Las tramas, a la manera de las de Balzac o de los rusos, Dostoiewsky por ejemplo, se mezclan, se acercan y se alejan, se complican, van y vuelven, enriqueciéndose siempre como los temas de una sinfonía26. En sus términos, Proust es un adelantado del surrealismo, y esa es la razón de que los adeptos al movimiento lo admiren: «Los sueños, los recuerdos, los estados intermedios entre el sueño y la vigilia, son los materiales con que trabaja»27. Su mezcla de realidad y sueño le recuerda a Los vasos comunicantes de Breton y las teorías de Freud, y habla además de su valor poético, que contrasta con Balzac y su realismo «feroz»28. Sin embargo, le falta conciencia social:
23 24 25 26 27 28 32
Ibidem, p. 8-9. Ibidem, p. 14. Ibidem, p. 22. Ibidem, pp. 22-23. Ibidem, p. 24. Ibidem, p. 26.
Se puede reprochar a Proust de haberse interesado tan poco por el pueblo y de haber maltratado a los pocos representantes de esta clase que nos enseña, haciendo de ellos lacayos interesados, sin sentido moral, capaces de cualquier acción turbia por dinero. El proletariado, el obrero y el campesino, el «trabajador honrado», no existe en este fresco de una época29. Hace gala siempre Fréjaville de un amplio conocimiento literario, establece numerosas relaciones con otros escritores, en especial franceses, y esquiva la posible aridez de un estudio de esta índole a través de observaciones cercanas, como la que dedica a sus personajes: «Nuestra vida afectiva está formada de muertes sucesivas»30. Destaca además las innovaciones proustianas, como el monólogo interior, la superposición de planos al modo del cine, los saltos temporales y la presencia de los sueños. La invitación a la defensa del arte como modo de humanismo surca todo el ensayo: Europa está en llamas y la mayoría de sus países, como Francia misma, está sometida a una dictadura militar y totalitaria de hierro; la tiranía ahoga a sus habitantes que sufren demasiadas privaciones y demasiadas injusticias para interesarse por el arte31. Visto desde el trópico, Proust parece enfermizo. Se puede juzgar como al hijo degenerado y morboso de una civilización demasiado refinada, ya decadente [...] Pero hay cualidades profundas que no podemos dejar de encontrar [...] Porque Proust es ante todo un poeta [...] La lectura de Marcel Proust, para una persona sensible, llega a convertirse en un verdadero vicio. Lo único que deseo a los que me leen es que sientan el mismo placer que he sentido yo tantas veces y que miren después, como miraba Proust a las flores de agua y los manzanos de Combray, a los palmares de Cuba con los ojos de la imaginación32. Encontramos ensayos de Fréjaville dos años después en la Gaceta del Caribe, publicación impulsa-
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Ibidem, p. 30. Ibidem, p. 37. Ibidem, p. 44. Ibidem, pp. 46-47.
da por un connotado comité editor –Nicolás Guillén, Ángel Augier, José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre–, y donde pueden leerse artículos de autores como Juan Bosch, Alejo Carpentier, José Bergamín o José Luciano Franco, acompañados por viñetas de artistas como René Portocarrero, Wifredo Lam o Carlos Enríquez. En ese contexto se publican ensayos de Eva Fréjaville ilustrados por este último. En el de mayo de 1944, titulado «El inmoralista», Fréjaville evoca la vida y obra de André Gide e incluye memorias personales del París «entre dos guerras», en sus tiempos de estudiante, cuando en los Jardines de Luxemburgo discutía con sus compañeros y seguía la pauta de uno de sus profesores, que les aconsejaba «no sentarse nunca en sillones»: «las teorías hechas se parecen a buenos sillones, cómodos, confortables, invitando al sueño y al descanso [...] pero les aconsejo no sentarse nunca en sillones»; y continúa: «De verdad, no descansábamos nunca. Nada nos satisfacía. Odiábamos los prejuicios, las reglas, la inmovilidad. Queríamos movimiento, vida múltiple, ideas nuevas. Varias veces al mes, cambiábamos de entusiasmos, de credo político, de moral, hasta de religión. Teníamos nuevos amores –platónicos, se entiende– [...]. Adorábamos a Gide y a Proust y seguíamos el consejo de Alain: vivir hoy, ahora... este instante»33. A continuación hace, como con Proust, una crítica irónica a Gide por pertenecer a esa burguesía intelectual «que se alimenta más de libros y de ideas que de pan, bebe más conversaciones que agua o vino»34; curiosamente eso caracterizará después a la Mouche de Los pasos perdidos. Fréjaville habla de las contradicciones de Gide, de un compromiso político que no va acorde con su sentir, y habla con ironía también de su desencanto cuando visita la Unión Soviética: Le hiere la vulgaridad, lo de todo el mundo. Él es distinto a «los otros», es original. Desde luego, entre los suyos es extraordinariamente original ser comunista [...] Ha sido comunista en Francia donde era una actitud brillante y original. No lo es en Rusia donde es la manera de pensar más sencilla, la de todo el mundo. En medio de verdaderos revolucionarios, casi se convertiría en un reaccionario [...]; le choca horriblemente la falta de elegancia de las mujeres y de las casas, la fealdad de los cojines en la tien-
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Eva Fréjaville, “El inmoralista”, en Gaceta del Caribe, mayo, s.p. (el ejemplar consultado en la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana carece de la esquina donde figura la página). 34 Ibidem.
da. (Se parecen a los que adornan, en París, los cuartos de concierges.) Todo le resulta sórdido, aburrido, opaco. Le parece que no le dan a él, gran escritor europeo, la importancia que merece. Edifican fábricas y no leen sus libros.35 En «Un hombre de su tiempo: Anatole France» nos habla de la ironía amable de un escritor que oculta «una gran bondad y una inmensa indulgencia con esa sonrisa tierna y escéptica a la vez»36. Comenta también su vivencia de dos revoluciones, la de 1848 y la de la Comuna en 1871, y dos guerras, la de 1870 y la de 1914, así como su simpatía por el socialismo y su inscripción en el Partido Comunista. Destaca su condición de patriota activo durante la guerra del 14, y recuerda cómo André Breton, a su muerte, «le insulta con todas las posibilidades de la invectiva surrealista. Pero lo que le reprocha, en el fondo, es más bien su actitud literaria que la política»37. Todo lleva a una reflexión sobre el patriotismo: Conocemos dos clases de patriotismo. Uno es el chauvinismo agresivo y estrecho que admira a la nobleza y desea obedecer a un rey. Si el príncipe le falta, acepta un dictador civil o militar. Siempre es racista e imperialista y a su deseo de conquista une el odio al extranjero. (Sobre todo al extranjero pobre, desde luego, al exilado sin medios de vida y sin techo... porque admite siempre con mucho gusto el apoyo de las potencias que desean ayudar a un gobierno a combatir su propio pueblo.) El otro patriotismo es el de la revolución francesa, de la toma de la Bastilla, el de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, el de la declaración de los Derechos del Hombre y de la Abolición de los Privilegios. Está basado en la libertad de conciencia y de expresión y, en vez de defenderse por la fuerza, se defiende por la palabra. Algunas veces, sin embargo, tiene que recurrir a las armas, no por fanfarronería o por fanatismo, sino para defender, en un momento dado, como en Valmy, «la patria en peligro»38.
Las huellas del paso de Fréjaville por la vida
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Ibidem. Eva Fréjaville, “Un hombre de su tiempo: Anatole France”, en Gaceta del Caribe, julio, p. 19. 37 Ibidem. 38 Ibidem. 33
cultural de la Isla no quedan ahí. Pueden hallarse artículos suyos también en publicaciones como Diario de la Marina39 o Prometeo. Según Fundora y Machado40, estaba muy integrada en la vida cultural de La Habana: dio conferencias sobre literatura francesa y fue parte del Consejo Directivo del Círculo de Amigos de la Cultura Francesa; además, hay testimonios de que escribió una obra teatral titulada Damiano y sus espejos, sobre el tema de la locura y con influjo de la obra de Cocteau. Por su parte, Virgilio Piñera, en «Teatro y traductores»41, habla de Fréjaville como excelente traductora de la pieza de Marcel Aymé Los pájaros de luna, para la que además ella preparó el texto del programa de mano, donde se reflexiona sobre la irracionalidad: «Usted está muy fea esta noche, señora Ubú. ¿Será porque tiene invitados?...» Así empezaba Ubu roi de Alfred Jarry, en el siglo XIX. Desde aquella época, tanto en el teatro como en la novela y en el cuento, existe una corriente de irracionalidad, paralela a los demás aspectos de la producción literaria. Cada día el público reacciona con más satisfacción frente a lo absurdo, a la locura: busca mundos distintos donde evadirse de la realidad angustiosa de nuestro medio real de guerras, de revoluciones, de rivalidades y duras luchas por la vida. Se produce en efecto como un desplazamiento de la angustia. Los razonamientos sofísticos o irracionales, las respuestas imprevistas, las escena ridículas, las situaciones imposibles, hacen reír o soñar. De este estado de ánimo nos da un ejemplo el teatro de Ionesco, hasta cierto punto el de Arthur Adamov y últimamente vimos en nuestra ciudad en el Lyceum la Falsa alarma, de Virgilio Piñera y El caso se investiga, de Antón Arrufat, que responden bien al mismo espíritu42. En definitiva, todo lo hasta aquí apuntado nos presenta a una autora que vivió con fervor la
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Véase por ejemplo Ambiente de Agustín Fernández, en «Diario de la Marina», La Habana, 3 de enero de 1958. 40 Virgilio Piñera, Las palabras de El Escriba. Artículos publicados en «Revolución» y «Lunes de Revolución» (19591961), edición al cuidado de Ernesto Fundora y Dainerys Machado, La Habana, Ediciones Unión, 2014, pp. 47-48, nota 1. 41 Ibidem, p. 47. 42 Ibidem, p. 48, nota 2. 34
celebración de las artes en la vanguardia y que huyó del protagonismo del primer plano, y esa reserva para lo público se contradice con el protagonismo que le otorgaran en sus obras grandes artistas que formaron parte de su entorno vital. Fréjaville no hizo alardes de su quehacer intelectual, y los vestigios aquí recogidos componen un mosaico incompleto de una personalidad definida sobre todo por la dedicación crítica a la literatura y al arte. De resto, pareció querer mantenerse fuera de foco, y lejos de todos esos juicios de valor sobre su vida privada en un contexto de artistas de vanguardia que enaltecían la libertad del amor tal vez solo para el rango masculino. Pudo ser la Enemiga nerudiana, la Mouche de Carpentier y la Arlequina de Enríquez, pero sobre todo, decidió ser algo mucho más sencillo: una mujer que escribe y firma lo que su inteligencia le dicta.
1948
1948: EL POETA FUGITIVO EN MI CASA POLI DÉLANO
1948: el poeta fugitivo en mi casa
Madrid 1936—Santiago 2017
Ana Luisa Prats 924, Ñuñoa, casi esquina de Infante y a pocos metros de Santa Isabel. En una pequeña casa de patio más o menos generoso que mi padre había comprado tiempo antes por medio de un préstamo de la «Caja», vivimos mi madre y yo al llegar a Santiago después de casi diez años de lejanía [en México y en Nueva York]. * En casa de Rubén Azócar solía hablarse en voz baja de «Pablo», que al parecer era gran amigo de todos los que acudían allí por las noches. Desde luego que «Pablo» era Neruda, poeta del mundo, senador de la República, representante del Partido Comunista, desaforado de su cargo debido a que pronunció un incendiario discurso—Yo Acuso—contra el gobernante radical González Videla. De que Neruda era un tema demasiado candente me percaté cuando en el cuarto oscuro (fotográfico) que mi madre había
montado en nuestra casita vi, secándose, una gran cantidad de copias tamaño postal de la misma foto: un rostro de Neruda en close-up. Pero la gran sorpresa me la llevé una tarde en que llegué a casa desde el colegio y al entrar, en uno de los sillones, estaba sentado el propio Pablo leyendo un libro. Quedé muy desconcertado y lo reconocí a pesar de la espesa barba que no conseguía disimular su rostro. En el otro sillón estaba la Hormiguita, vestida con un mameluco de tela delgada. —Hola, Guatiflay—me dijo él, dándome un beso. La voz era inconfundible porque parecía que hablara por la nariz. —Hola, Nariflay—contesté. Así nos saludábamos en México cuando yo era niño y vivíamos todos en la Quinta Rosa María. Él y mi padre [Luis Enrique Délano] servían como cónsules de Chile en ese país. —Lola fue a hacer unas compras—dijo la Hormiguita después de abrazarme—. Me
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encargó que no vayas a salir hasta que ella llegue. —Para celebrar el encuentro esta noche—dijo Pablo—. ¿Tienes novia? —preguntó luego con sus pequeños ojos picarones. —Sí—le respondí—, en un rato más me tengo que juntar con ella. Del bolsillo de la camisa saqué una foto de Ana que había tomado mi mamá y se la pasé. —¡Hum! ¡Tienes buen gusto, Guatiflay!
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—Fragmentos de Memorias neoyorquinas (Santiago, Seix Barral, 2009).
POLI DÉLANO • Madrid 1936—Santiago 2017
* Cuando llegó Lola [Falcón, la madre], los cuatro tuvimos una especie de junta en la que se me instruyó que por ninguna razón debía decirle a nadie—¡pero a nadie!—que «mis tíos» estaban aquí. Los perseguían, era muy peligroso para todos, no podía traer amigos a casa ni hacer nada que despertara alguna sospecha. Me sentí muy seguro de que mi silencio sería sagrado y tuve la sensación de ser muy hombre y de estar en el corazón de un misterio que todo Chile hubiera querido descifrar. Por eso una de esas tardes, cuando en casa de Rubén escuché decir a uno de sus amigos—al que llamaban Loco Letelier—que al parecer a Pablo lo habían llevado a un pueblo del sur, me tuve que morder la lengua. Rubén me miró con una especie de guiño y yo supe que él estaba en el secreto. Después de la junta le hice unos guapos al Insecto, para que gruñera, y partí a encontrarme con la Ana. El Insecto era un pekinés que mi abuela me había regalado en Quintero. Se llamaba Chinky, pero Neruda, desde esa primera tarde que estuvo en nuestra casa, lo bautizó como el Insecto. Eran los últimos días de noviembre [1948] y por suerte yo tenía que preparar exámenes, porque el hecho de no poder llegar a casa con Ana por las tardes a escuchar música y, por supuesto, hacer otras cosas, era como lo peor que podía ocurrirme.
* La noche de Navidad la pasé como hasta la una de la mañana con Ana en el Portal de Belén. Y el día siguiente, 25 de diciembre, almorcé en casa con mi madre y los Neruda. Él le había dado a Lola unos billetes para que comprara «cositas ricas», decía, un buen vino, angulas, que parecen pequeños gusanos que saben muy bien, almejas. Pablo me hizo un regalo: una caja con compartimentos forrados en algodón llena de conchas y caracolas. En la tapa había pegado el dibujo de un astrolabio y escrito con su tinta verde las palabras Mollusca chilensis. Todavía la conservo por ahí en el cofre de los recuerdos; y también entre los libros de mi biblioteca sigue aún en pie la edición de Las uvas de la ira que me regaló Ana para esa misma Pascua. No lo recuerdo con precisión, pero diría que fue la última vez que vi a los Neruda en aquellos días. Una tarde llegué a casa y ellos no estaban. Tampoco sus cosas. Por la noche mi madre me explicó que «los tíos» habían tenido que irse. Les llegó un recado de Rubén Azócar avisando que la policía estaba rastreando ese barrio y que Pablo debía cambiarse a otra casa. Un pariente de Leontina [Mason], la mujer de Rubén, era funcionario de Investigaciones y pasó el dato a tiempo… De Nariflay no volví a saber hasta el invierno de 1949. Apareció su foto, junto al político mexicano Lombardo Toledano, participando en el Prime Congreso Mundial de la Paz, que se realizaba en París con la presencia de figuras como Picasso, Paul Robeson, Howard Fast, Ilyá Ehrenburg, Anna Seghers. ¿Cómo había logrado salir del país? Un par de años después se hizo pública la odisea de su fuga a caballo a través de la cordillera.
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De izq a derecha: Norman, 57 años, Norris Mailer, 31 años abajo, John Buffalo Mailer, 3 años Matthew Mailer, 10 años, Fanny Mailer, la matriarca, 86-88 años Barbara Mailer Wasserman, 53 años con Valentina Colodro de 6 meses en sus brazos Susan Mailer, 31 años Maggie Mailer, 11 años Kate Mailer, 19 años Stephen Mailer, 15 años Elizabeth Mailer, 22 años Michael Mailer, 17 años Danielle Mailer, 24 años
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NERUDA Y MAILER SUSAN MAILER Psicoanalista—Santiago de Chile
Incluimos en este número de NERUDIANA un artículo muy singular, no solo porque relaciona a Neruda con un famoso escritor estadunidense, Norman Mailer (19232007), sino porque es un texto espléndidamente trabajado y estructurado por su hija Susan, que vive en Chile. Un brillante y ágil relato en el que, como verán, Susan le pone «swing» a su castellano. Norman Mailer y Neruda no se conocieron en vida, pero mientras eludía a los esbirros de González Videla en 1948, Pablo tuvo la oportunidad (cuya circunstancia nunca reveló, sin duda en alguno de sus refugios) de leer la novela The Naked and the Dead en la edición original de Rinehart & Company, New York, que había sido publicada en mayo de aquel 1948. Justo cuando el perseguido Neruda estaba escribiendo contra la Guerra Fría, por entonces en ciernes, el poema pacifista “Que Despierte el Leñador” que será publicado— clandestinamente—en Santiago de Chile, y también en La Habana por el impresor Félix Ayón sobre papel de estraza, tiraje de 1000 ejemplares, con el patrocinio de Juan Marinello, Nicolás Guillén y Ángel Augier. Ambos folletos aparecieron también en ese mismo 1948, tres años después de la victoria norteamericana contra el Japón. Cuando una parte del poema aludió a las batallas navales y a los desembarcos en las islas ocupadas, Neruda aprovechó su lectura de la novela para mencionar al autor de 25 años, Norman Mailer, que recién iniciaba su trayectoria literaria. Sobre esa trayectoria, y sobre aquella familiar, lean a continuación lo que su hija Susan aceptó gentilmente escribir para nuestra revista. — H.L. Los desnudos y los muertos En 1950 apareció en México el Canto General de Pablo Neruda. En la sección “Que Despierte el Leñador” [escrita en 1948] evoca los paisajes de Estados Unidos que lo han impresionado por su belleza y majestuosidad y menciona a sus héroes literarios: Walt Whitman, Edgar Allan Poe, Theodore Dreiser y Herman Melville. En este selecto grupo también hace referencia a un joven es-
critor de 25 años que recientemente había publicado su primera novela: The Naked and the Dead (1948), después traducida al español con el título en plural, Los Desnudos y los Muertos. Neruda exalta la lucha de los soldados norteamericanos durante la segunda guerra mundial: De Francia, de Okinawa, de los atolones de Leyte (Norman Mailer lo ha dejado escrito), del aire enfurecido y de las olas, han regresado casi todos los muchachos. Casi todos... Había sido tan reciente la publicación de la novela que el editor de Neruda le preguntó al poeta quién era ese tal Mailer. Si bien Neruda fue pionero en resaltar a escritores jóvenes norteamericanos, no puede decirse lo mismo de sus colegas del norte cuya mirada generalmente se dirigía hacia su propio país o hacia Europa. Mi padre, Norman Mailer no era la excepción. Se educó en los clásicos de habla inglesa y se empapó de la literatura francesa y rusa. Por muchos años su libro de cabecera fue Ana Karénina. No fue hasta la década del 50 que se interesó en la cultura y literatura latinoamericana. En 1948, recién publicada su primera novela y con apenas 25 años de edad mi padre pasó a la fama y se convirtió en el niño mimado del mundo literario neoyorquino. Para mi madre, Beatrice, la repentina fama de Norman fue un asalto a su sentido de identidad. Pasó de ser Beatrice Silverman Mailer, a ser “la esposa de Norman Mailer” un rol en el que muy pronto se dio cuenta que no quería actuar. Nací y las aguas se aquietaron. Pero un año y medio después decidieron separarse y rápidamente encontraron nuevos compañeros. Norman vivió con Adele Morales, una latina nacida en Brooklyn de padre peruano y madre cubana y Beatrice conoció a Salvador, un mexicano alto y muy guapo con el cual se fue a México, llevándome con ella.
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Fue así que Mailer conoció México. Durante los próximos diez años me visitaría en la ciudad de México, quedándose cerca de tres meses, para luego llevarme a Nueva York por otros tres meses. Sus viajes anuales a México lo introdujeron a la cultura latina, se apasionó por las corridas de toros y escribió un cuento sobre un torero excéntrico apodado “El Loco”. Fue ahí que descubrió la literatura hispanoamericana, mas allá de García Lorca, reuniéndose con escritores conocidos contemporáneos como Octavio Paz y Carlos Fuentes, de quien fue amigo. En la década de los sesenta Mailer, al igual que muchos otros escritores norteamericanos, descubrió a Gabriel García Márquez y poco tiempo después leyó a Borges. Sabía que existía un poeta de nombre Pablo Neruda, pero no estoy segura si tenía registrado de dónde provenía, hasta que Neruda obtuvo el premio Nobel de literatura en 1971. Probablemente fue la primera vez que Mailer tuvo noción de Chile, noción que se convirtió en una realidad geográfica con el golpe militar de Pinochet en 1973 y posteriormente, cuando emigré a ese país junto a mi esposo, que es chileno. Mi padre visitó Chile por primera vez en 1986, lo llevamos a ver una obra del Ictus, Lo que está en el aire. Eran tiempos difíciles en el país. Habían secuestrado y degollado a Parada, Natino y Guerrero. El actor principal era el padre de Manuel Parada y el dolor se manifestaba en todos los rincones de la sala. Mailer no entendía bien el español, pero captó inmediatamente el sufrimiento y la devastación que se respiraba en el aire. Lo llevamos a La Chascona. Inmediatamente se sintió en casa disfrutando de las historias en torno al bar y otros rincones icónicos del hogar de Neruda. Sin duda era un espacio único, propio del poeta, que lo hizo pensar en su departamento de Brooklyn donde había vivido y escrito desde el año 62. Ambas, casas de autores donde quedaba impregnado su ser. En la década de los 90 un amigo cercano me regaló Canto General y anotó el verso y la página donde aparece Mailer nombrado. Cuando visité a mi padre ese verano le comenté que Neruda lo había mencionado en el año 50 en uno de sus libros más famosos, Canto General. Leí en voz alta la estrofa. De Francia, de Okinawa, de los atolones de Leyte (Norman Mailer lo ha dejado escrito), del aire enfurecido y de las olas, han regresado casi todos los muchachos. Casi todos...
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Y luego se la traduje. Norman silbó y abrió los ojos como solía hacer cuando algo lo sorprendía, y dijo «Es un verdadero honor». Escenas de la vida con Norman Mi familia Fui la primera y única hija del matrimonio de Norman Mailer y Beatrice Silverman. Después de mí, mi padre tuvo 8 hijos más con 5 esposas: Adele, Lady Jean, Beverly, Carol y Barbara Norris. Mi madre por su lado tuvo un hijo de su segundo matrimonio, mi hermano Salvador, hijo de Salvador Sánchez. En lo que respecta al clan Mailer, las personas que nos ven en grupo se sorprenden de lo unidos que somos y se preguntan cómo es posible que un hombre que se casó tantas veces, con fama de mujeriego, vividor y pendenciero, irritable, narcisista y machista pudiera generar una familia relativamente funcional. No fue fácil. Creo que la influencia de mi abuela Fanny, su madre, fue decisiva. Fanny dividía el mundo en tres estratos. En el primero estaba su familia que consistía en su hijo Norman e hija Bárbara, sus nietos y su esposo, mi abuelo Barney. El segundo estrato incluía su familia de origen, es decir sus hermanas y primas. El tercer estrato contenía a sus amistades y conocidos del mundo judío al cual pertenecía. El resto de la sociedad no le interesaba mayormente. En su universo, después de Norman, éramos lo mas preciado. Estoy convencida de que mi padre heredó algo de esta intensidad en lo que se refería a su familia. Fui su única hija durante ocho años, hasta que nació mi hermana Danielle. Después vinieron en rápida sucesión mis hermanas Betsy y Kate. Luego Michael y Stephen y finalmente Maggie, Matthew y el más pequeño, John. Mi padre era tan rápido para enamorarse como para tener un hijo y luego divorciarse. La excepción fue su última esposa, una mujer de mi edad, que conoció cuando tenía ella 25 años y él 51, Barbara Norris, después conocida como Norris Church Mailer y con la cual estuvo casado hasta su muerte. Con esta cantidad de hijos el caos palpitaba en el ambiente. En 1970 con 6 hijos y recién separado de Beverly, decidió pasar un mes con nosotros en la costa de Maine. Nos prohibió llevar amigos y no tuvimos ayuda doméstica de ningún tipo. Para él era un experimento. Por un lado quería saber cómo era la crianza y el cuidado
del hogar y, por otro, sentía la necesidad de unir a sus vástagos para que se tejiera entre nosotros un hilo filial y fraternal. Ese mes en Maine, decidió no trabajar en ninguno de sus múltiples proyectos literarios. Se dedicó a nosotros como si fuera un sargento entrenando a sus soldados rasos. En la mañana nos despertaba al son de una vieja corneta militar y con voz dura, pero con una sonrisa en los ojos, nos ordenaba salir de nuestras camas. Tenía el día planeado en detalle. Después del desayuno, nos tocaba la limpieza de la cocina y el aseo de los dormitorios y luego teníamos una actividad grupal a la cual teníamos que ir, nos gustara o no. En ese agosto subimos por varios de los senderos escarpados de las montañas del Acadia National Park. Durante este tiempo, creyéndose marino, compró un pequeño velero usado y nos llevó a navegar asignándonos a cada uno una actividad particular. Pero la navegación no era nuestro fuerte y nuestros percances a bordo del velero se convirtieron en un chiste familiar. En las tardes inventaba alguna actividad como la creación de una obra de teatro actuada por nosotros. Nos regaló unas cámaras de 8mm para que hiciéramos nuestras películas: home movies que después se daba el tiempo de criticar con seriedad. También cocinábamos en la noche, y teníamos tiempo libre para leer. Fue un mes inolvidable que se repitió con muchas variaciones hasta que falleció. Nunca tuvo la misma intensidad de ese agosto de 1970, pero cumplió su cometido. Nos convertimos en una familia. Las Corridas de Toros Mi padre y yo teníamos nuestra propia tradición, una tradición que se inició desde que fui muy pequeña. Yo vivía en el D.F. dos tercios del año con mi madre y mi padre se trasladaba a la ciudad de México durante tres meses en el verano, para luego llevarme a Nueva York. Sin embargo, México siempre le resultó ajeno a mi padre. No le gustaba la comida, algo esencial en al amor a ese país, tampoco le atraía la música mexicana, más bien lo irritaba. Como no entendía bien el idioma español y menos aún lo hablaba, eso le hacía difícil la relación con los mexicanos. Pero hubo una actividad que lo apasionó: las corridas de toros. Lo fascinaba el baile de la muerte entre un hombre con tremendos cojones para enfrentar a un animal salvaje, con la amenaza de muerte ahí, al borde de sus movimientos pero que al mismo tiempo se vestía con trajes de siglos pasados, similares a los de un bailarín de ballet clásico. El torero era un hombre femenino y valiente y la corrida era una danza en la que convivían la violencia, la belleza y la crudeza. Y en la pla-
za, como en el circo romano, estaban las familias vestidas de domingo, listas para presenciar el espectáculo de la semana. Pedían sangre y exigían que se hiciera con elegancia y precisión. Durante la temporada taurina mi padre me llevaba a ver la corrida de toros. Tendría no más de 5 años la primera vez que fui y nunca olvidé el impacto que me causaron las escenas del espectáculo. El toro con su fuerza y majestuosidad, el torero con su elegancia, la música del paso doble, los banderilleros con sus palos pletóricos de colores y los temibles picadores lastimando, cansando al vigoroso animal. Cuando vi la sangre corriendo por la espalda del toro le pregunté a mi padre por qué hacían sufrir al animal y él tranquilamente me contestó: «eso no es sangre ¡es pintura roja!» Como notó que no me convencía siguió, «se la ponen como parte del show». Y cuando finalmente el matador enterró la espada en el toro y éste cayó al suelo de rodillas, mi padre me tomó de la mano y contestó a mi pregunta de porqué habían matado al toro con «No está muerto, solo muy cansado y por eso se lo llevan entre cuatro caballos con esa máquina rara». Yo recuerdo haber estado fascinada y horrorizada a la vez, no podría decir cuál emoción era más fuerte. Pero sé que la sensación de estar haciendo con mi padre algo que para él era especial, eso fue esencial para mí. ¡Así que me repetí el plato no sé cuántas veces! Años después, cuando estaba por cumplir 16 años, mi padre me pidió que tradujera para él “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de García Lorca. Es un poema magistral dividido en cuatro partes sobre la muerte de su gran amigo, el torero Ignacio Sánchez. A mi padre le parecía que las traducciones oficiales no le hacían justicia a la belleza lírica del poema. Juntos trabajamos en las sutilezas y diferencias de los idiomas español e inglés y quedó tan satisfecho con el resultado que posteriormente lo publicó en su libro de ensayos Existential Errands. Conociendo a Edward Kennedy A mi padre le gustaba llevarnos a diferentes eventos donde tuviéramos la oportunidad de conocer a los “ricos y famosos”. En el lanzamiento de uno de sus libros conversé con John Lennon y Yoko Ono. En la fiesta que organizó para festejar el inminente matrimonio entre Marco y yo, conocimos, entre otros, a Woody Allen y al escritor Kurt Vonnegut. Pero para mí la ocasión que más resalta en mis recuerdos, es mi encuentro con Edward Kennedy.
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Era una ocasión donde se reunía lo granado de la sociedad neoyorquina para recaudar fondos para la próxima campaña del senador Kennedy. Vi que mi padre se acercaba a saludarlo y rápidamente lo tomé del brazo derecho. De su brazo izquierdo estaba Norris, su hermosa y escultural esposa, contemporánea mía. Nos presentó al Senador y en algún momento, no recuerdo cómo, le comenté que mi novio era un exiliado chileno. Inmediatamente Kennedy se entusiasmó. Mencionó que tenía en Washington un “Chile Desk” que se ocupaba de asuntos chilenos. Me dijo que le preocupaba profundamente lo que pasaba en Chile y el involucramiento de la CIA en el golpe militar. Habremos conversado no más de diez minutos, hasta cuando lo
Norman Mailer en 1948
llamaron a pronunciar su discurso. Una vez terminado éste, saludó a varias personas y para mi gran sorpresa se acercó de nuevo a mí para seguir conversando de Chile. Cuando se despidió me dijo que si alguna vez me interesaba por vivir en Washington estaría encantado de que trabajara con él. Cuando triunfó el NO en Chile en 1988, al poco tiempo vinieron varios políticos norteamericanos a festejar la victoria. Entre ellos, Edward Kennedy. Aproveché un momento en que estaba pasando cerca de mí para saludarlo, recordándole quién era. Habían pasado más de 10 años, pero como si me hubiera visto el mes pasado, me saludó cálidamente y me preguntó si vivía en Chile. Y siguió su camino. Nunca supe si realmente se acordó de esa ocasión en que hablamos del Chile Desk. Intuyo que no, pero no perdió un segundo en “reconocerme” y saludarme cálidamente, haciendo lo que un buen político hace, esto es, que la persona frente a él se sienta importante. ¿Qué hace en Chile la hija de Norman Mailer?
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Muchas veces me han preguntado: ¿qué hace la hija de Norman Mailer en Chile? La primera vez que lo escuché fue en 1981 en un taller de terapia de grupo en el cual uno de los coordinadores, un chileno radicado en Topeka, Kansas, se acercó a mí asombrado y me preguntó qué hacía en Chile. Casi veinte años después, a fines de la década del 90, iniciándose el nuevo siglo, un grupo de amigos se reunió con Roberto Bolaño quien estaba de paso por Chile. Entre ellos se encontraban dos pacientes míos y en algún momento de la plática surgió mi nombre y el nombre de mi padre, y sorprendido Bolaño preguntó «¿Qué hace en Chile la hija de Norman Mailer?» Solo quien ha vivido en este país aislado y lejano lo preguntaría. Probablemente a nadie le sorprendería mayormente que la hija de Mailer viviera en Buenos Aires, o en México o en Rio. ¿Pero en Santiago? La respuesta es sencilla. Conocí a Marco Colodro, el que sería mi esposo, en la Ciudad de México un par de años después del Golpe Militar. Nos casamos en 1980 en Santiago, una ciudad gris y triste en lo anímico, pero con una cordillera majestuosa a la cual no tapaba ni un asomo de smog. Pronto me di cuenta de que nadie venía a Chile, y que si no hubiera sido por Salvador Allende y después por Augusto Pinochet, muy poca gente, incluyéndome yo, sabría donde estaba situado ese país de Sudamérica. Llegué enamorada y nunca me imaginé lo lejos que me sentiría de todo lo que me era conocido. Venía de dos ciudades vibrantes, Nueva York y México, y llegar a ese páramo cultural, políticamente peligroso y sofocante fue un golpe emocional. Sin embargo, aquí en Chile, tuve a mis tres hijos y me formé como psicoanalista, tejí mi red de amistades y colegas y creé un mundo interesante y estimulante. Me gusta Chile y creo que ahora, después de 38 años residiendo en este lejano rincón del mundo, puedo decir que vivo donde quiero estar. Susan Mailer mailersusan@gmail.com Julio 2018
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NERUDA EN ISCHIA, LA ISLA ‘CON NOMBRE GRIEGO’ MASSIMO COPPA Isola d’Ischia, Italia
Ischia [léase Isquia] es la mayor de las islas del Golfo de Nápoles (las otras son la pequeña Prócida, muy cercana, y la famosa Capri). Es de origen volcánico y cubre 46 km2 de extensión. Hoy es meta del turismo de masas, pero en los años 50, del siglo XX, recién comenzaba a ser visitada por extranjeros (aunque ya en el siglo XIX el turismo de élite conocía Casamícciola y sus termas) y era un lugar tranquilo y silencioso, incluso durante el verano: lo opuesto a la ya entonces rumorosa y mundana Capri, desde donde provenían Pablo Neruda y Matilde Urrutia, que desembarcaron en Ischia el 12 de junio de 1952. La pareja se quedó en la isla dos semanas (y Matilde, sola, algunos días más). Catorce días que al parecer no contaron mucho para Pablo, pues sus Memorias no traen ni una línea sobre ellos. En cambio, las memorias de Matilde, Mi vida junto a Pablo Neruda, le dedican siete de sus 313 páginas (en la edición italiana de Passigli). Para dos semanas, en proporción siete páginas son muchas. En su libro Neruda / poesie e scritti in Italia (1981), Ignazio Delogu revela que durante su segundo período italiano (del 12.12.1950 al 25.01.1951), Ischia se había asomado, al menos como idea, al destino nerudiano. Antes de ser enviado a Capri casi fortuitamente, Neruda había imaginado (en una carta a su amigo napolitano Paolo Ricci, futuro editor de Los versos del
capitán, 1952) establecerse por un tiempo en «la isla con nombre griego», como la llamará siempre por haber sentido a Mario Alicata, otro gran amigo napolitano, llamarla así. Ischia, en efecto, fue en la antigüedad una importante colonia griega con el nombre Pithekoussai, el primero que le fue dado en época histórica. Matilde cuenta que Capri devino de pronto insoportable con la llegada del verano y del turismo de masas. «Nos fuimos a Ischia para ver la posibilidad de buscar un refugio, no nos gustó para vivir. Pero allí nos señalaron un pequeño rincón que se llama Sant’Angelo, era como una caleta de pescadores. Había un pequeño hotel a la orilla misma del mar. Decidimos irnos a este pequeño rincón que no tenía turismo.» (ed. Seix Barral 2002, 146-147). Pintoresca y pequeñísima fracción marina de Serrara Fontana (uno de los seis municipios isquitanos), Sant’Angelo domina el litoral sur de la isla. No sabemos quién aconsejó Sant’Angelo a Neruda, pero fue un acierto porque Sant’Angelo era el único lugar de la isla que ofrecía rasgos urbanísticos y arquitectónicos semejantes a los de Capri: casas pequeñas y deliciosas, callejuelas estrechas y pavimentadas con piedra lávica. Hoy es una localidad de renombre que vive del turismo, pero en 1952 las actividades principales de los residentes eran la pesca y la agricultura. 43
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Matilde recordará que en Sant’Angelo «nuestro modesto hotelito estaba enclavado en la altura de un roquerío, junto al mar», pero extrañamente no menciona el nombre. ¿Cuál era ese hotel? José Goñi, ex embajador de Chile en Italia, en su novela Pablo e Matilde / I giorni dell’esilio (Roma, Nova Delphi, 2018: versión italiana de Pablo y Matilde en la patria del racimo, 2017) afirma que la pareja alojaba en la pensión Casa Rosa, la cual existe todavía hoy, pero sus características no coinciden con la descripción de Matilde. Aunque pertenece a la misma familia de entonces, sus actuales propietarios no confirman que los Neruda hayan alojado en esa pensión. El Asesor del Turismo en Serrara Fontana, Emilio Giuseppe Di Meglio, me ayudó en cambio a resolver el misterio a través del aporte del profesor Giovanni Iàcono, quien me reveló que Pablo y Matilde alojaron en… la Pensione Sant’Angelo. Pequeña en verdad, esa pensión estaba situada en el piso superior del homónimo bar-restaurante. El asesor Di Meglio me procuró también una foto de época que confirma su existencia y cuyo original está en el archivo fotográfico de la Fundación Neruda, Santiago. El ingreso a la pensión estaba en el lado opuesto del restaurante. Hoy ya no existe, en su lugar se construyeron algunos departamentos privados. En cambio, el bar-restaurante todavía funciona con bastante fama, pero con otro nombre: Il Pirata, y, como en 1952, pertenece a la familia local Poerio Iàcono. En sus memorias Matilde alude a los propietarios Lucio Poerio Iàcono y Ester Buonocore, abuelos del actual propietario que heredó también el nombre Lucio. En 1952 la Pensión Sant’Angelo había sido inaugurada recientemente, y Neruda es recordado como uno de sus huéspedes más ilustres (años después alojó allí la actriz Sofia Loren). Todo coincide con la descripción de Matilde: la pareja de propietarios de la pensión, situada efectivamente a orillas del mar del portezuelo de Sant’Angelo, a cuyos muelles atracaban entonces las barcas de los pescadores (hoy, en cambio, atracan sobre todo las barcas turísticas). Hay una famosa foto que muestra a Matilde
con el perro Nyon en sus brazos y tras ellos el muelle de atraque con algunas lanchas. La foto, entonces, fue tomada justo frente a la pensión y al bar-restaurante, los cuales sin embargo—única discrepancia de Matilde—no constituían un «modesto hotelito [que] estaba como enclavado en la altura de un roquerío, junto al mar» (memorias, ed. Seix Barral 2002: 148). El profesor Iàcono me procuró también la reproducción de un fragmento del sobre de una carta enviada por Neruda desde Capri a Matilde, que trae la dirección Signora Matilde Urrutia / Pensione S. Angelo / S. Angelo—Serrara, Ischia. El timbre, desgraciadamente, es ilegible. Pero el fragmento confirma no sólo el nombre de la pensión, sino que Pablo y Matilde no estuvieron siempre juntos, en Ischia. Sin duda los amantes prolongaron por un par de semanas, en Sant’Angelo, la clandestina luna de miel vivida en Capri entre enero y junio de 1952. Mar, almuerzos, paseos en la plaza y alrededores, conversaciones con pescadores y gente sencilla del pueblito, que fueron sus verdaderos amigos en Sant’Angelo. Después del almuerzo, en las horas de más calor, la infaltable siesta. Al anochecer, a veces, una escapadita a cenar en los restaurantes de Forio o de Ischia. O una visita a Werner Gilles, un pintor alemán que había encontrado en Ischia un refugio contra la persecución nazi. Matilde descubrió, en las playas próximas a Sant’Angelo, que Pablo no sabía nadar. Se alegró de tener algo que enseñarle. Pero el poeta era flojo y fingía flotar cuando en verdad apoyaba los pies en el fondo del agua baja. Algo logró aprender, sin embargo. Hay una difundida foto del poeta en traje de baño, sentado en la playa con el perro Nyon, y tras ellos un fondo pedregoso de altos acantilados. Ahora bien, ¿qué playa era esa? En esa zona las playas se asemejan y no es fácil distinguir cuál de ellas es la de la foto. Para mí, que conozco bien la isla, hay tres posibilidades: Cava Grado, Cava Ruffano y un tramo de la playa de los Maronti (que continúa
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en el litoral de la fronteriza localidad de Barano). Del examen comparado entre las numerosas fotos que tomé de esos lugares, no me ha sido fácil encontrar el correlato real a lo que escribió Matilde: «En las tardes, nos íbamos a una playa que era como una laguna, cerca de unas termas» (148).
En Cava Grado había una fuente termal en el mar, pero no tenía forma de laguna, si bien el fondo era bajo. Ni fuentes ni laguna en Cava Ruffano. Las dos Cavas, además, eran lugares de difícil acceso para el poeta perezoso, con ásperas escalinatas. Resta la hipótesis Maronti, sostenida por el profesor Iàcono, pero tampoco había termas en proximidad. El asesor Di Meglio me sugiere la mejor hipótesis: los acantilados al fondo de la foto con Pablo y Nyon ya no se ven así, pues en aquel punto ha surgido un edificio de balneario con restaurante, Da Nicola. En efecto, si detrás de Neruda imaginamos el mencionado establecimiento actual, la parte restante del fondo coincide en gran medida con esa parte de la foto. A veces Pablo y Matilde se aventuraban hasta Ischia Ponte, en el lado opuesto de la isla, donde tenía su estudio Aniellantonio Màscolo, pintor y escultor local de cierto renombre. Paolo Ricci lo conocía y lo paragonaba nada menos que a Matisse y a Klee. Matilde posó para una escultura que Màscolo no alcanzó a terminar, pues Pablo supo que podía regresar a Chile sin temor a problemas con González Videla, todavía presidente (Teresa Cirillo, en La Rassegna d’Ischia, n° 1/2005). En una carta fechada en Ginebra el 19.07.1952, Neruda escribió a Paolo Ricci: «Olvidé decirte que el escultor de Ischia había valerosamente comenzado a esculpir la cabeza de Medusa [Matilde], nosotros tuvimos que partir,
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creí que podríamos volver, pero no fue posible. Te ruego entonces que le escribas (no tengo el nombre) transmitiéndole nuestras excusas. La cabeza era bella, quisiera una foto. Desgraciadamente no había iniciado aún la cabellera» (en I. Delogu, 1981). Más tarde la escultura cayó desde la estantería en que Màscolo la conservaba, y se rompió. Resta la foto de la cabeza en elaboración, incluida en un catálogo del escultor. Tal vez fue tomada para enviarla a Neruda. Durante aquel par de semanas de 1952 en Ischia, el poeta se dio tiempo para escribir un texto importante: “El Hombre Invisible”, extenso prólogo en versos cortos para Odas elementales (1954). Fueron cinco páginas mecanografiadas en formato A4, fechadas al final, a mano, por Neruda mismo con su grafía inconfundible: Sant’Angelo 24 de junio 1952. En septiembre de 2004 tuvo lugar un encuentro internacional, organizado por la Associazione Amici di Sant’Angelo, que culminó con la inauguración de una placa en memoria de la escritura del poema “El Hombre Invisible” en la isla, y en homenaje a los cien años del nacimiento de Neruda. La misma Asociación logró que el municipio pusiera el nombre del poeta a una plazuela, conocida desde entonces como Largo Neruda, donde se fijó la placa conmemorativa. En ese Largo Neruda estaba en 1952 el ingreso a la pensión donde alojaron Pablo y Matilde. Aquellos días no carecieron de problemas. Mientras organizaba su regreso a Chile, Neruda descubrió, al tomar el autobús hacia Porto d’Ischia para embarcarse, que la policía lo seguía también en la isla. Aquel mismo día la propietaria de la pensión le había comunicado que gente de la Questura vino a preguntar por Pablo (en memorias de Matilde, 149). Tras la partida de Neruda, Matilde atravesó el golfo hasta Capri para despedirse de la isla y de los amigos que los habían ayudado durante los meses precedentes. Partió de madrugada en una barca de pescadores de Sant’Angelo, dejando al perro Nyon bajo el cuidado de la propietaria de la pensión. Durante el regreso en la misma barca, al anochecer, una tempestad imprevista sorprendió a los pescadores. Matilde recordará así aquella noche de pavor: Todos íbamos silenciosos, los que conducían juraban para desahogarse. Nosotros, con la espalda tensa, tratábamos de ver en esa oscuridad amenazante. De repente veíamos una montaña de agua, se levantaba y, cuando creíamos que nos tragaría,
esta mole nos elevaba y nos dejaba caer con un golpe seco, que lo sentíamos hasta el alma… Pronto, a todos nos pasaron unos tarros y unos baldes, había que sacar el agua que se juntaba ya en forma alarmante en el fondo de la embarcación. Eso nos sirvió para entrar en calor. Hacía mucho frío con esas ropas mojadas y, sobre todo, por el miedo. Todos teníamos mucho miedo. Y aquel viaje que sólo era de algunas horas, duró toda la noche, fue como una agonía muy larga. Con las primeras luces del alba llegamos a Sant’Angelo. Desde la orilla vimos el hotel. ¡Qué raro! Estaba todo iluminado. / Jamás pensé que era yo la causante de este despliegue. La policía había ido a hablar conmigo, y yo había desaparecido sin decir adónde iba, ni si volvería. [Matilde, memorias, 150-151]
Matilde, sintiéndose perseguida además de haber vivido tan dura travesía, reaccionó muy mal y, en lugar de responder a sus preguntas, embistió con palabras airadas contra los agentes. «Los policías eran muy jóvenes, comprendieron que con esta señora iracunda no podían conversar, y se fueron muy amables, muy corteses» (ibíd., 152). Al día siguiente Matilde abandonó la isla: «Me despedí de Sant’Angelo, de sus pescadores, de su gente sencilla, de los dueños del hotel que me querían mucho pero que, de seguro, se alegraron de que esta pareja conflictiva se fuera. Nadie quería complicaciones» (ibíd., 153). —Trad. H. Loyola
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NERUDA Y EL ANTICUARIO GONZALO ELTESCH Editor en Penguin Random House—Barcelona
Fue en Valparaíso, porque allí vivíamos. Mi padre tenía un negocio que vendía antigüedades. Nunca hablaba de sí mismo como de un anticuario, simplemente decía que tenía un negocio que vendía antigüedades. Se ubicaba en el plan, como dicen los porteños. O sea no en los cerros. Varias veces me contó que su familia siempre había preferido el plan, porque era más elegante y seguro. Los chilenos pudientes, o que se creían pudientes, vivían allí, mientras que los europeos eligieron el cerro Alegre, el Concepción, el Playa Ancha. Y finalmente fueron mucho más inteligentes, dijo, porque entendieron que la vista al mar es impagable. Ahora esas casas valen una fortuna. * El negocio de antigüedades se fundó en 1964. Era el más antiguo de Valparaíso, algo que mi padre nunca olvidó repetir a quien fuese que
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entrara. Era un negocio grande, tenía cinco cortinas de fierro que daban a la calle y el logotipo era una victrola. No había un orden preciso en el interior, todo estaba repartido en vitrinas de madera que guardaban porcelanas, platería, postales, juguetes de lata, dientes de cachalote, marfiles, cientos de objetos. Y, aunque parezca extraño, la característica principal del negocio era que muchas de las cosas que había allí—las que mi padre no se llevaba a la casa—no estaban en venta. La gente insistía pero no, simplemente no se podían comprar. Al fondo del local se encontraba el escritorio en el que estaba mi padre instalado, y detrás y encima de él se podía leer en un cartel de fierro enlozado: «COLECCIÓN PARTICULAR». A su espalda, entonces, se hallaba la mentada colección, que constaba de varias victrolas con corneta, cajas de música, gramófonos y otros objetos. También había un perro gigante, blanco con las orejas
café oscuro, que parecía custodiar las cosas. Ese perro era el del logo de la RCA Victor, que en su tiempo sirvió de publicidad. En ese rincón nada se podía tocar, ni vender. Nunca. * La primera vez que Neruda visitó el negocio, a mi padre, en ese tiempo muy joven, le cayó mal. Le molestaba que se esforzara tanto por hacerse notar, y el aura de estrella de izquierda que proyectaba: aunque todavía no ganaba el Nobel, ya era una celebridad, se le acercaban personas a pedirle autógrafos, y cada vez que venía, en la entrada del negocio se juntaba un cúmulo de personas a observarlo. Mi abuelo se encargaba de atenderlo. Como se llamaba Pablo, Neruda le decía «tocayo» y rápidamente comenzó a tutearlo y a tenerle simpatía. Mi padre tampoco tardó en caer bajo su encanto. La razón era sencilla: Neruda realmente sabía de antigüedades y mi padre quería aprender. Aprendió, me dijo, a ver los objetos con otros ojos. No sólo debía saber cuáles eran los buenos materiales, las marcas europeas, las firmas conocidas, sino desarrollar un olfato para lo único, lo verdaderamente interesante o especial. Fue Neruda quien le enseñó la importancia de la pasión que inspira el objeto. Que una bo-
tella deformada por el fuego podía ser valiosa, o que un cuadro anónimo de una sandía podía ser extraordinario porque al verlo te daba una sed tremenda. Que cuando te gustaba algo no era tan importante el precio como conseguirlo. De Neruda y de mi abuelo, mi padre aprendió a coleccionar, a extasiarse de antigüedades. * Una vez mi padre se enojó con Pablo Neruda. Había escuchado en un programa de la radio Portales que relacionaban la poesía de Neruda con la pintura de Guayasamín. Ese mismo día Neruda visitó el negocio y mientras se paseaban entre las cosas, mi padre le comentó, tal vez para hacerse el interesante, lo que había escuchado. Neruda se puso rojo, cambió la cara y le dijo en voz alta: «Por qué habla tanta tontera…». Mi padre guardó silencio y luego se fue, indignado, a sentar en su escritorio. Pasaron los días, hasta que una tarde en que mi padre se encontraba en el patio limpiando unas porcelanas, Neruda abrió la puerta, se le acercó y le pidió perdón. Mi padre le estrechó la mano y no se habló más del asunto. A veces imagino qué hubiese ocurrido si, en vez de perdonarlo, le hubiese pegado un puñete. —Extractado de Colección particular, Santiago, Laurel Editores, 2015. Con autorización del autor.
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PABLO NERUDA Y MI PADRE, ALASTAIR REID JASPER REID Newton, MA, Estados Unidos
ALASTAIR REID: poeta escocés nacido en Withorn, UK, el 22 de marzo 1926, fue el preferido por Neruda entre sus traductores al inglés. Tradujo Estravagario y Plenos poderes. Murió en Manhattan, New York, el 21 de septiembre 2014. Agradezco a su hijo Jasper el testimonio que aquí traducimos y publicamos.—HL
Tener a un poeta como padre puede determinar una infancia poco común. Tal fue mi caso. Solo estábamos nosotros dos mientras yo crecía—se mis padres habían divorciado hacía años—y así mi infancia se forjó contra sus hábitos y caprichos. Originario de la Escocia rural y costera, Alastair Reid fue incansablemente inquieto y curioso, así como ferozmente independiente. Toda su vida fue un constante movimiento, cambiando de lugar cada año, generalmente hacia otro país. Cada nuevo septiembre me vería entrar en una nueva escuela, a menudo en un nuevo idioma. A poco de iniciar sus vagabundeos, mi padre descubrió—y fue embrujado por—España, y por la lengua y las costumbres del mundo hispano. Su propia patria siempre le pareció severa, con tendencia a censurar, y en cambio sintió el temperamento español como un bálsamo maravilloso, liberador, un antídoto contra el clima moralizador de su mundo originario.
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Este amor hacia la cultura española lo condujo hacia la América Latina, y por el resto de su existencia estas culturas, con sus literaturas y escritores, terminaron por definir gran parte de su vida y, por extensión, también de la mía. Si bien fue conocido primero como poeta y luego como ensayista—durante muchos años escribió para la revista The New Yorker—,mi padre fue más famoso quizás por sus traducciones desde el español. Cuando llegó a España ,en los años 50, rápidamente aprendió la lengua y, como joven y curioso poeta que era, trabó contactos con los principales escritores de ese tiempo, en el duro marco de la dictadura de Franco. En esos días, las editoriales españolas habían comenzado a publicar también las novedosas obras que venían desde América Latina, las que asombraron a mi padre, revelando un mundo fresco y vibrante. En 1964, en el inicio mismo de lo que fue
internacionalmente conocido como el boom de la literatura hispanoamericana, provisto de algunas cartas de presentación, partió solo para una gira de unos meses a través de América Latina, durante la cual visitó a muchos de los escritores que ya habían alcanzado fama mundial, o que pronto la alcanzarían, entre ellos Vargas Llosa, Borges, Paz, Cortázar y Pablo Neruda. Aunque tuvo largas amistades con muchos de ellos, quizás ninguna fue tan profunda e importante para su vida como la que cultivó con Neruda. Más allá de la amistad y del recíproco respeto, los dos compartieron una gran afinidad de perspectivas sobre la vida, tanto en lo político como en lo sensorial [el sentido de lo táctil, de la forma, de la curva, del color en la naturaleza y en los objetos]. Mientras fui niño, Neruda fue una palabra que escuché a menudo en la voz de mi padre durante sus conversaciones, incluso antes de comprender que se refería a alguien. Solo más tarde supe que había una persona tras aquella palabra. Mi primer recuerdo de Neruda-la-persona remonta a cuando yo tenía unos nueve años. Vivíamos en una larga y más bien destartalada casa flotante sobre el Támesis en Londres. Una noche, después de un recital en algún lugar, Neruda y varios de sus amigos subieron a nuestra casa flotante para una exuberante fiesta, y como la barca no era grande escuché sus alegres voces y carcajadas hasta bien avanzada la noche. Algunos años más tarde, Allende nombró a Neruda embajador en Francia. Y en el verano de 1971, mientras recorríamos París lo visitamos en la embajada en Rue de la Motte-Picquet, frente a Les Invalides. Recuerdo a mi padre y a Neruda sentados juntos en una sala gloriosamente alta y ornamentada, sobre sillones Luis XV, conversando hasta la noche mientras yo vagaba por la embajada. Era verano, y un domingo de julio, próximo al cumpleaños de Neruda, para celebrar exploramos el famoso Mercado de las Pulgas parisién, donde vi a Neruda fascinado por un enorme y voluptuoso mascarón de proa, en madera y con forma de
mujer, que enseguida dispuso hacerlo transportar a la embajada. Nunca antes había visto a nadie que comprara algo tan grande y tan de repente. Pronto vería dónde iban a parar estas bizarrías de Neruda. Aquel otoño mi padre decidió retornar a América Latina—conmigo esta vez—por el año escolar. Como estábamos constantemente en movimiento, ir a la escuela no era en verdad muy práctico. Algunas semanas en un colegio mexicano fue toda la escuela que tuve ese año. Teniendo libre todo mi tiempo, lo usé en vagabundear por las ciudades que visitamos— Cuernavaca, Buenos Aires, Santiago—y en aprender a tomar fotos con una nueva cámara que me regalaron para tenerme ocupado. Por lo cual, hasta hoy, nunca logré dominar el álgebra. Conservo dos recuerdos particularmente vívidos de ese año en Sudamérica. Uno fue el de mi padre traduciendo Estravagario mientras estábamos en Buenos Aires. Siempre se sumergió completamente en sus traducciones, y por algunos meses Estravagario estuvo entrelazado a todo lo que hablaba o hacía. A medida que lo trabajaba, el volumen mismo, que comenzó siendo un ejemplar nuevo y nítido, con aristas afiladas, se transformó en una antigualla blanda y raída, con los bordes oscurecidos por el uso. Cada vez que yo salía desde nuestro apartamento alquilado, arrastrando mi nueva cámara, así como al volver, invariablemente lo dejaba y lo reencontraba en su escritorio frente a la ventana, reflexionando sobre algún verso difícil mientras retorcía su mechón de pelo, la luz de la ciudad cayendo sobre su rostro. El otro recuerdo es de Chile. Neruda nos había invitado a quedarnos en su casa de ensueño en Isla Negra. Una noche de marzo empacamos y dejamos Buenos Aires en un tren a través de la pampa, hasta conectar varias horas más tarde con otro tren que, a sacudidas, nos llevó sobre los Andes para descender finalmente hacia Santiago.
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Algunos días después nos dirigimos a Isla Negra. Lo primero que me saludó cuando atravesamos la puerta principal fue una auténtica y enorme máquina a vapor del siglo XIX, un locomóvil brillantemente pintado alzándose muy alto frente a nosotros. Esa primera e inesperada delicia predijo todo acerca de la casa. Era un lugar carnavalesco, lleno de estupendos y curiosos objetos, muchos de ellos náuticos. Mascarones de proa, sextantes, ruedas de timón, estatuas, urnas, y por toda la casa miles de botellas de vidrio coloreado y de formas maravillosas, incluso en cada alféizar de ventana para que la luz entrara desde el océano en rayos de colores extravagantes. Neruda estaba todavía en París, de modo que teníamos la casa enteramente para nosotros. Mi padre continuó su traducción mientras yo exploraba aquel lugar de fábula. La casa misma sentía que había sido diseñada por lúdica extravagancia, con habitaciones y
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torretas que parecían surgir de la nada. Estaba allí, instalada justo en el Océano Pacífico, con su gentil tronar de olas siempre presente. En aquellas semanas que estuvimos en Isla Negra, yo me perdí en la exploración de la casa, sintiéndome como en mi personal palacio de los tesoros. Durante los meses sucesivos nos abrimos camino a través de los lagos del sur de Chile, y luego por un viaje largo en buque de carga retornamos a Escocia y aquel otoño volví a la escuela. Pero ese año en América Latina fue un perfecto ejemplo de mi vida con mi padre y de su vida entera. Fue algo espontáneo. Y aventurero. Siempre en movimiento. Y—cosa siempre importante para él—fue un año lleno de amigos y de personas interesantes. Para mi padre, por supuesto, Neruda fue no solamente ambas cosas, sino que su amistad y relación dieron forma—en profundidad—a todo el resto de su vida.
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LA MUERTE DE NERUDA DOCUMENTO
ALONE
Hernán Díaz Arrieta 11.05.1891—25.01.1984
En ocasión del 45° aniversario de la muerte de Neruda, rescatamos este notable artículo de Alone, publicado en El Mercurio el domingo sucesivo al 23 de septiembre 1973. Son visibles las obligadas precauciones en días de máxima ferocidad de la dictadura (por ejemplo, usa solo las iniciales S.E. para no nombrar al presidente Allende), pero el texto consigue rendir un auténtico y conmovedor homenaje póstumo al amigo-enemigo, quizás el único verdaderamente válido, hasta hoy, de un hombre de derechas. La relación entre ambos, en aquel funesto 1973 cumplía 50 años de intermitentes combates y acercamientos, pero siempre dentro de un recíproco respeto admirativo, que comenzó cuando en 1923 Alone accedió a prestar al joven poeta primerizo el dinero necesario para rescatar la entera edición de Crepusculario, que el impresor retenía como rehén por falta de pago. Neruda recordó públicamente el episodio en el Salón de Honor de la Universidad de Chile el 30.03.1962, en su magnífico discurso Mariano Latorre, Pedro Prado y mi propia sombra (OC, IV, 1082-1101), leído durante su solemne incorporación a la Facultad de Filosofía y Educación. — H.L.
La idea, la obsesión de la muerte, de lo que pasa y fluye, de lo que se deshace y aniquila en el perpetuo devenir, constituyen un tema profundo en la poesía de Pablo Neruda, como él mismo lo reconoció. Pero esto se verifica aproximadamente hasta las Residencias, digamos la mitad y más entrañable parte de su obra. Después, como quien sale de un túnel, al mismo tiempo que adquiere ese volumen caudaloso, extraordinario, su inspiración pertenece más y más a la vida y se derrama como los grandes ríos continentales cuyo curso se ensancha al acercarse su desembocadura en el mar. Del Crepusculario inicial de su adolescencia, donde está esa joyita de melancolía, “Mariposa de otoño”, hasta el Estravagario de su segunda épo-
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ca, burlesco y confidencial, anecdótico y lleno de gracia, la evolución es visible y se patentiza sobre todo en las Odas Elementales. Diríase que un aflujo de poderosa vitalidad lo hacía apartar de sí esa copa y rehuir la imagen de la propia destrucción con ademán de conjurarla. Todo en el último tiempo lo atraía y fascinaba, como si estuviera empezando: su curiosidad era universal y de carácter comunicativo, realizador. Tuvimos de ello una prueba reciente que hoy se torna patética. ¿Se sabía herido ya por el mal sin remedio? Eran las noticias circulantes desde que, a su vuelta de Francia [1972, n.d.r.], resolvió establecerse en Isla
Negra. Pero él nunca lo daba a entender. Durante este verano recibimos una invitación a almorzar en su compañía un viernes. Apresuradamente cambió de fecha para el sábado, porque ese día iba a tener una consulta de médico. Ocurrió que, pasando por allí desde un balneario próximo, justamente el viernes, debimos detenernos para presenciar el aterrizaje de un helicóptero desde el cual vimos descender a S.E. con su comitiva que se encaminaban a la residencia del poeta. Al otro día lo encontramos sentado en su terraza frente al mar. Hizo ademán de incorporarse: lo sujetamos para evitarle el esfuerzo. Como parecía de excelente salud y ánimo entre sus pocos acompañantes, insinuamos una alusión festiva al buen efecto de la consulta que el día anterior había tenido. Sonrió. Hizo traer un volumen que nos tenía destinado, nos lo dedicó y dijo que nosotros podríamos proporcionarle datos sobre la juventud de Vicente Huidobro para un prólogo a las obras completas del vate que le había solicitado cierta casa belga, agregando que esas obras empezaban a llamar mucho la atención del público europeo, ya no en círculos ni capillas literarias, sino en un ambiente vasto. Le prometimos informarlo. El aire era luminoso y la aparición de Matilde, evidentemente vestida en París, lo hizo radiante para los comensales y acaparó desde ese instante las atenciones del anfitrión y sus miradas. De modo insensible fuimos los invitados conducidos al comedor, dejando a Neruda en su silla frente al mar. Se nos reunió poco después. Por las
vacilaciones de su paso comprendimos que no había querido darnos el espectáculo de requerir ayudante para caminar, lo que, por lo demás, atribuía a una dolencia reumática sin mayor importancia. Como alguien observara que la humedad no le convenía, replicó sonriente que «¡cómo iba a resignarse a vivir en Quilpué!». Terminado el almuerzo, lo dejamos allí y no lo volvimos a ver. Sólo más tarde notamos la discreción de esos pequeños detalles y su significado. Dos cartas suyas que después nos llegaron de Isla Negra respiraban la misma tranquilidad. ¿Aparente? Cada ser es una apariencia y la de los mayores aún más insondable. ¿Sentíase en su interior inmortal? Como esas cartas cobran ahora el valor de un testimonio, no sólo de ese misterio sino de otro, el de su ilimitada generosidad a través de medio siglo con quien podía considerar entre sus adversarios, nos creemos autorizados para reproducirlas. Dice la primera: Isla Negra, 28 julio 1973—Mi querido Alone: Aunque aminore el valor del regalo, le diré que tengo esta edición en otro ejemplar. A pesar de que he visto muchas ediciones del grandioso Swann, ésta es la más bella, la que más le habría gustado a Proust que no alcanzó a conocerla. Se la prometí hace tiempo y seguramente creyó usted que era una promesa de mentirijilla. Lo cierto es que sólo ahora llegan estos cajones con miles de libros que desde mi viaje a
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Francia tenía guardados en otros sitios. Espero que le guste. Homero (Arce) me cuenta que usted se ha interesado por mi salud. Tiene usted una capacidad de geogentileza muy extensa, que siempre me ha asombrado. Al lado suyo soy un redomado egoísta. No le detallo mis enfermedades. Bastante tengo yo con sufrirlas, pero por un tiempo no puedo ver ni oír ni hablar sino con los indispensables facultativos, cuyas facultades, hasta ahora, me dejan en el mismo estado. Lo estima y admira como siempre, Pablo Neruda. Desde la vez, hace cincuenta años, en que Neruda publicó el Crepusculario y pude sacarlo del cautiverio a que el impresor lo tenía sometido mediante una espontánea ayuda, nunca dejó de agradecerla en cualquiera ocasión, privada o pública, con una fidelidad que sólo quien ha sostenido largo trato con los autores puede apreciar. No es ésa ciertamente la costumbre. La segunda carta es del 31 de agosto pasado y revela igual euforia que la anterior. Mi querido amigo: Su carta me dejó algo intranquilo, ya que los pensamientos mortales no dependen tanto de la edad como de las condiciones de cada día. Con sus pocos años de mayoría me sobrepasó usted. También pasa lo mismo con su salud y su claridad intelectual. Su visión me parece tan transparente cuanto envidiable, salvo en política en que me parece que, por elegante narcisismo, usted se mantiene distante de esta época. Su artículo sobre Santiván prueba lo que serán, sin duda, sus Memorias: la perfección en la materia. Yo estoy escribiendo en estos días mis recuerdos y con mucho temor le envío dos capítulos recién pergeñados e incorregidos. Son naturalmente confidenciales. Éste será un libro largo, con el que me divierto mucho escribiéndolo. Una última cosa. Su recuerdo último de Mariana Cox me hace pedirle un informe extraño. Tengo la única edición titulada Viaje por las regiones septentrionales 1862-1863, por Guillermo E. Cox. Es tan bonito este libro que tengo ya conseguida su reedición en una que será hermosísima edición. Es tan bueno, a veces, como Pérez Rosales, con aventuras fantásticas
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del mundo que ya terminó, contadas por este hombre con ingenuidad, curiosidad y valor personal. Mi consuelo es: ¿puede ayudarme usted, de alguna manera, a conseguir algunos datos, documentos, fotografías, para revisar a este viejo gentleman y explorador? El saludo más afectuoso de su amigo de siempre, Pablo Neruda. P.S. Estuve a punto de enviarle esos dos capítulos de mis Memorias. Me arrepentí a tiempo. Espero hacerlo más adelante, cuando me haya envalentonado. Muchos jóvenes no usan ese lenguaje con los viejos, ni sufren esos temores e incertidumbres, como tampoco abundan los llegados a madurez capaces de conservar tanta frescura de impresión y la ingenuidad de mantener sus ilusiones, sobre todo en un terreno donde es tan fácil perderlas. Los del gran poeta resistían incluso el contacto de los hechos y el desengaño de la realidad. Una rápida averiguación para enviarle los datos que nos pedía sobre el señor Cox nos lo demostró: algunos de sus nietos ignoraban la obra del abuelo, que fue el padre de Mariana Cox, y necesitamos la ilustración de uno de ellos, dado al estudio, para conseguirlos. Cuando los obtuvimos, ya era tarde. La última carta de Pablo Neruda quedó sin respuesta. Se habían cerrado ya los ojos destinados a leerla y que abrieron al mundo de las letras el más rico, el más vario, el más alucinante manantial de metáforas poéticas para derramarlo sobre la belleza y el drama de vivir. —El Mercurio, Santiago, 30 de septiembre, 1973.
RECORDANDO A VÍCTOR PEY
Madrid 31.08.1915—Santiago 05.10.2018
De Barcelona a Santiago 1939-2018 VÍCTOR PEY
El 5 de octubre de 2018 murió Víctor Pey Casado, a quien Neruda embarcó con su familia en el Winnipeg, 1939. A los 103 años que tenía al morir (por causas naturales) era un activo y lúcido sobreviviente de aquella proeza. En 1948 había protegido a Pablo y Delia de la persecución de González Videla, cediéndoles por algunas semanas su departamento. Más tarde, en 1949, contribuyó a idear la fuga de Pablo por la cordillera. Publicamos su propio relato de algunas fases de su vida.
El 24 de enero de 1939, siendo ya inminente la caída de Barcelona ante las ofensivas de las tropas fascistas, recibí la orden de trasladarme en forma inmediata a Gerona, donde debía recibir órdenes sobre la forma en la que debían trasladarse algunas plantas que producían municiones, situadas en pueblos cuya defensa aparecía como difícil, a lugares más alejados de la nueva alineación de los frentes de batalla, con objeto de mantener a toda costa el abastecimiento de la municiones que el conflicto requería. Partí en la madrugada del 25 de enero hacia Gerona, en un camión repleto de funcionarios de la subsecretaría de Armamento. Por razones de seguridad el camión no enrumbó por la carretera de la costa sino que se dirigió hacia el interior, pasando primero por Granollers y amaneciendo en Torelló. El vehículo, evidentemente averiado, no pudo seguir. En otro camión seguimos al día siguiente lle-
gando a Olot, donde supe que Barcelona había caído en la madrugada de ese mismo día. Tras la caída de Barcelona, la situación en el resto de Cataluña se hizo en extremo lábil, debido a la diáspora de funcionarios que huían hacia la frontera con Francia ante lo que se veía como el desplome de la resistencia en toda Cataluña. Estando en Olot, donde la Comisión de Industrias de Guerra había controlado dos plantas metalúrgicas y el gobierno de la Generalitat poseía una torre de descanso en las afueras del área urbana de la población, fui hasta esa torre a fin de ver si allí podía tener información fidedigna de la situación. La torre estaba vacía. No había en la cocina alimento alguno. Cuando me retiraba, encontré tirado en un rincón, en el suelo, una pequeña caja de cartón llena de terrones de azúcar. Fue el único alimento que tuvimos, con mi hermano Raúl, durante el cruce de la cordillera de
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los Pirineos. Íbamos cruzando el jardín que bordeaba la torre cuando vimos que se subían en un auto el Conseller de Cultura de la Generalitat, Josep María Sbert, otro Conseller, Closas, y alguien más cuyo nombre no recuerdo. Les pedimos que nos llevasen y, con bastante poco agrado nos dejaron subir a su auto, que nos condujo hasta Girona. La avalancha de gente que huía hacia la frontera era impresionante. Se hizo de noche. No había corriente eléctrica en la ciudad. Fuimos al hospital, para tratar de encontrar a unos amigos de los que teníamos información que estaban heridos. En el hospital general, alumbradas algunas salas por una vela, reinaba el más completo desorden y abandono. Fue imposible seguir el recorrido. Salimos. Las calles estaban abarrotadas de gentes que huían con bultos en las manos, despavoridas o amilanadas, sombras fantasmales que ensombrecían aún más la oscuridad reinante. Nos encontramos por casualidad con unos dirigentes sindicales de Sallent, lugar en el que yo había dirigido durante un tiempo una gran planta metalúrgica denominada “Construcciones Metálicas S.A.” Nos ofrecieron llevarnos en el camión en el que iban. Tenían el propósito de ir a Puigcerdá, lugar que conocían bien, y llegar por la carretera hasta el paso fronterizo en el que había una barrera, y, una vez allí, obligar a la guardia a levantar la barrera y pasar al lado francés por las buenas o por las malas. Llevaban una buena provisión de bombas de mano para utilizarlas en caso de no ser atendidos. Fuimos con ellos hasta Figueres, donde nos bajamos. En el Castillo de Figueres se reunió por última vez, ese día, el Congreso de la República. El gobierno francés no permitía el paso masivo de los fugitivos. Una masa de unas 400 o 500 mil personas se agolpaban en los pasos fronterizos protagonizando escenas de un dramatismo extremo: enfermos, heridos de guerra, niños y mujeres, ancianos se agolpaban en las carreteras que llevaban a la frontera. La aviación franquista se dedicó,
en esas circunstancias, a «peinar» a esas multitudes con ráfagas de ametralladora. Decidimos con mi hermano cruzar la cordillera a pie. Llevábamos una brújula y… el paquete de terrones de azúcar que encontramos en Olot. Y ya atardeciendo, sin otro guía que la brújula, nos fuimos hacia el Norte, para cruzar los Pirineos. Dejo de lado las peripecias que sufrimos en el paso de los Pirineos. El caso es que llegamos a territorio francés. Tras ser detenidos por guardias franceses cuando íbamos andando por una carretera, sin rumbo, y llevados a un campo de concentración en el pueblo de Le Bolou, fuimos trasladados a otro campo que se encontraba en las afueras de la ciudad de Perpignan. Logramos, por un sin fin de casualidades, contactar a nuestra madre y hermana. Ambas pertenecían a la masonería española (rama femenina de la misma). Y fue con la ayuda que mi hermana consiguió de la masonería francesa que logramos salir del campo concentración y llevados a la casa de un masón francés, que se hizo responsable de nosotros ante las autoridades militares del campo de concentración en el que nos encontrábamos detenidos. Permanecimos en la casa de nuestro protector una noche. Y, a la siguiente, y con su ayuda, nos pagó el pasaje en tren hasta Lyon, recomendándonos a masones de esa ciudad para que fueran a buscarnos a nuestra llegada a la misma para seguir dándonos asilo y protección. Así ocurrió. Estuve con mi familia varias semanas en Lyon. Los avances del nazismo sobre Europa entera eran cada vez más alarmantes. Para poder gestionar la salida de Francia hacia algún país americano se hacía imprescindible ir a París. No obstante estar sin dinero y sin documentación alguna, me fui, en un autobús, como adelantado de la familia, a la capital gala. Conseguí un trabajo, en las noches, en el SERE (Servicio de
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Evacuación de los Refugiados Españoles) organismo creado por el gobierno español en el exilio para los efectos de la ayuda a los refugiados que habían sido recluidos en los campos de concentración habilitados para tal fin por el gobierno francés en el sur de Francia. Al poco tiempo, y por casualidad, supe que el gobierno de Chile había nombrado a Pablo Neruda en calidad de Cónsul Especial en París para los solos efectos de seleccionar refugiados españoles con destino a Chile. Supe de la llegada de Neruda a París. Fui al Consulado de Chile, que a la sazón funcionaba en el mismo edificio en el que estaba la Embajada, y solicité hablar con Neruda. Neruda era persona poco grata para el personal estable de la embajada (designado por el gobierno derechista de Alessandri) y del consulado general mismo, de suerte que como oficina o lugar de trabajo le asignaron una habitación en un cuarto piso habilitado en forma bastante precaria. Creo que era el segundo o tercer día que Neruda estaba atendiendo en tal lugar. Cuando llegué no había nadie esperándole. Me recibió un español, también refugiado como yo, que actuaba a manera de secretario improvisado de Neruda. Se trataba de Darío Carmona, de quien, posteriormente, fui amigo en Santiago de Chile. Al poco rato llegó Neruda. Me recibió en su improvisada oficina. Le conté mi historia y mi deseo de ir, con mi familia, a Chile. Neruda iba tomando notas de lo que le decía. Me preguntó especialmente por mi profesión y la de mi grupo familiar, que se había quedado en Lyon, bajo el amparo, como dije, de la masonería local. La entrevista fue breve y por el tono y la brevedad de la misma colegí que las posibilidades que tenía de ser seleccionado para viajar a Chile eran escasas, escasísimas. Le dejé una dirección en París para el eventual caso de que mi percepción estuviera errada y fuéramos, todo el grupo familiar, escogidos para viajar a Chile en el barco que ya se estaba acondicionando en Burdeos
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para tal fin, el carguero Winnipeg, que se encontraba ya surto en el atracadero de Paulliac, Trompeloup. Yo compartía una habitación alquilada con un amigo español con el que había viajado desde Lyon, que se encontraba en condiciones similares a las mías, un abogado madrileño, Julio Simal, que se había desempeñado como fiscal en los tribunales de la República. Simal trabajaba también en el SERE, en un turno de día, de suerte que cuando yo llegaba de cumplir el mío, nocturno, en ese organismo, lo despertaba para que me dejase la pequeña cama de la que disponíamos en la habitación para poder yo dormir unas horas. Ocurrió lo que me había parecido altamente improbable: un día recibí un pneumatique urgente de Neruda comunicándome que había sido seleccionado, junto con mi familia, para viajar en el Winnipeg, y que debíamos embarcarnos en ese buque en forma perentoria. Partí inmediatamente hacia la estación y tomé el primer tren que salía hacia Lyon. En horas estábamos ya toda la familia viajando en el tren que nos llevaba a Burdeos. Abordamos el Winnipeg pocas horas antes de que éste partiera en ese viaje que ha pasado a ser para muchos algo legendario. Antes de embarcar volví a ver, por segunda vez, a Neruda. [Años más tarde, en Chile 1948, Neruda, senador por el Partido Comunista de la República, fue desaforado y el gobierno de Gabriel González Videla encargó su detención a toda la policía de Chile. Tuve la satisfacción de poder devolverle a Neruda la mano que me había tendido al seleccionarme, dentro del cupo personal de 100 nombres que él se había reservado para integrar la nómina de refugiados españoles, dándole ahora yo asilo, a él y a su mujer, la Hormiguita, en mi departamento en Santiago. En 1949, cuando la clandestinidad de Neruda duraba ya más de un año, organicé su salida de Chile a través de un fundo o hacienda maderera lindante con la República Argentina, cuyo administrador era un
gran amigo mío, Jorge Bellet. Con Neruda, Bellet y Raúl Bulnes, médico funcionario del cuerpo de Carabineros de Chile y amigo del poeta, salimos de Santiago hacia el Sur del país, rompiendo el cerco policial destinado a arrestarlo.] En 1938, los chilenos habían acudido a las urnas
El gobierno anterior, derechista, encabezado por Arturo Alessandri Palma, había defendido en todos los foros internacionales a los militares facciosos españoles. En Madrid, la Embajada de Chile se había transformado, en ese tiempo, en refugio de toda clase de enemigos de la República. Pablo Neruda había sido cónsul de Chile
en unas elecciones democráticas eligiendo a Pedro Aguirre Cerda, candidato del Frente Popular—uno de los tres Frentes Populares que se formaron en el mundo: España, Francia y Chile. En la ceremonia de toma de posesión del nuevo presidente estuvo Indalecio Prieto, fogueado y polémico político socialista español. La llegada al poder del presidente Aguirre Cerda significó un cambio total de la política exterior de Chile respecto del conflicto español.
en Barcelona y Madrid entre los años 1934 y 1936, habiendo sido testigo presencial de los primeros tiempos de la Guerra Civil. Sabida es la amistad que mantuvo Neruda con García Lorca, a quien Neruda había conocido en Buenos Aires en 1933. Los horrores de la Guerra Civil, en general, y el asesinato de su amigo García Lorca en particular, deben haber despertado en Neruda sentimientos muy profundos que le llevaron a tomar las iniciativas
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de ayuda a los refugiados españoles que se apiñaban, desesperanzados, en los campos de concentración del sur de Francia. Los hitos de los hechos que nos llevaron, a quienes llegamos a Chile en el Winnipeg, a nuestro destino se pueden precisar: Neruda habló con la directiva del Partido Comunista de Chile sobre la solidaridad que el pueblo y el gobierno de Chile podían prestarles a los derrotados españoles republicanos y Volodia Teitelboim solicitó una audiencia al presidente Aguirre Cerda para plantearle el tema; a la audiencia concurrieron, juntos, Neruda y Volodia Teitelboim. El presidente acogió de inmediato la petición que le formularon, sugiriendo que fuese el propio Neruda el que se hiciese cargo de la misión correspondiente, ofreciéndole sobre la marcha el nombramiento de Cónsul Especial de Chile en París para los solos efectos de seleccionar a los refugiados que viajarían a Chile, cargo que Neruda aceptó sin más trámite.
Marcos Chamudes sirvieron de mediadores, en esa fugaz crisis, entre el Presidente y el ministro Ortega. Y la “operación Winnipeg” siguió su curso. El viernes 4 de agosto, al atardecer, el Winnipeg levó anclas del atracadero de Trompeloup. Unos 2.000 refugiados españoles partimos hacia un exilio que nos devolvería la libertad, al tiempo que varios cientos de otros refugiados, que no tuvieron cabida en el barco, se quedaron en tierra viendo cómo este se alejaba, cómo se alejaba su libertad y acaso también su vida. El día 3 de septiembre de 1939, tras treinta días de navegación con escalas en Guadalupe, Panamá y Arica, llegó el Winnipeg a Valparaíso, principal puerto chileno. La crónica sobre lo cotidiano y anecdótico ocurrido a bordo durante la travesía extendería excesivamente este relato. Quedaba atrás, para cada uno de los españoles que abordamos el barco en Burdeos, una historia teñida por la tragedia de la guerra civil como denominador común de todos los casos individuales. El Winnipeg era un barco de la Compagnie Fran ce-Navigation en la que el Partido Comunista francés Mi vida, en Chile, se enrumbó hacia actividades en tenía una importante participación. Se trataba de un el mundo de lo académico y profesional, sin dejar de viejo buque de 5.000 toneladas de registro bruto, que participar en tareas de solidaridad, sin tregua, hacia transportaba habitualmente carga entre Marsella y el los republicanos españoles que lucharon en España y Norte de África manejado por una tripulación de unos en Europa entera contra el fascismo y el nazismo, cuya 15 marinos y que ya durante la primera guerra mundial historia permanece aún muy incompleta. No es este el había prestado servicios de transporte de tropas. El Go- lugar de incidir en ella. bierno republicano en el exilio, a través del SERE, fletó Empecé a trabajar, a poco de llegar a Santiago, en al Winnipeg para el traslado de unos 2000 refugiados, la Empresa del Agua Potable de Santiago haciendo un para cuya función procedió, con extrema rapidez, a ha- levantamiento topográfico del trazado del Acueducto bilitarlo colocando en sus bodegas literas de madera en que servía de alimentación del agua potable de la capital, varios niveles, acondicionadas con colchonetas de paja. desde la Laguna Negra, situada en plena Cordillera de La partida del Winnipeg quedó programada para fines los Andes, sobre los 3.000 metros de altitud. Actué de agosto. como asesor técnico de la sociedad “Mecano Industrial El gobierno chileno tuvo que hacer frente a una Europea”, pequeña empresa dedicada a la fabricación de virulenta campaña desatada por los partidos y prensa repuestos para imprentas, creada en 1940, en Santiago; de la derecha, en la que se pronosticaban todas las fui socio y asesor técnico de la sociedad “Ingeniofactura calamidades que iban a caer sobre el país con la llegada de Metales”, en Santiago, pequeña empresa dedicada de los rojos españoles, y sabido es que en los primeros a la trefilación de cobre; fui contratado por la “Caja días de julio de ese año de 1939, estando el Presidente de Crédito Minero” entre los años 1940 y 1943 para Aguirre Cerda en una gira política por el Norte del país, hacer el estudio del abastecimiento de agua potable de este telegrafió a Neruda ordenándole que cancelase distintas poblaciones del norte de Chile, entre ellas las el anunciado viaje del buque, con su conflictivo de Chañaral, Pueblo Hundido, El Salado, y Domeyko; cargamento. fui socio de la empresa “Pey, Colli y Cía.”, dedicada a la La contraorden del presidente ocasionó la inme- construcción de viviendas económicas; socio y director diata renuncia de su Ministro de RR. EE., don Abra- técnico de la empresa “Feduchy, Pey y Cía”, de Santiago, ham Ortega, militante, como el Presidente mismo, del dedicada a la exportación de madera; socio fundador de Partido Radical y hombre de gran prestigio personal y la empresa “Ingeniería Civil e Industrial SA. (ICISA)”, político. Ante la crisis así planteada, el presidente echó en Lima, Perú, en 1964, dedicada al tratamiento en frío marcha atrás, rechazando la renuncia de su Canciller de los aceros empleados en la construcción mediante y dejando sin efecto la orden telegrafiada a Neruda. torsión y estiramiento; socio de la firma “Raúl Pey y Cía. Se sabe que los a la sazón diputados Juan B. Rossetti y Ltda.”, empresa dedicada al estudio de proyectos de in-
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geniería y ejecución de obras públicas en los Departamentos de Hidráulica (después llamado “Obras Sanitarias”), Arquitectura y Obras Portuarias del Ministerio de Obras Públicas de Chile.; socio y asesor de la firma “Pey, Belfi y Cía.” creada específicamente para la construcción del Puerto Comercial de Arica. En lo académico, entre 1945 y 1967 fui Profesor titular de la cátedra de “Centrales y Líneas Eléctricas”, de la Escuela de Ingenieros Industriales de la Universidad Técnica del Estado. En la vida privada, fui amigo personal y asesor técnico del fundador y dueño exclusivo del diario Clarín, de Santiago, Darío Sainte-Marie Soruco, más conocido por su seudónimo Volpone, desde 1964. En 1972, estando al frente, como coordinador de la ejecución de las obras civiles de los nuevos talleres para ese diario (a la sazón el de mayor circulación nacional), fui nombrado presidente de la sociedad anónima bajo la cual la empresa operaba. Y en octubre de ese mismo año adquirí el total accionario de la empresa tras convenir en ello con su anterior propietario en una negociación marcada por la decisión de este de alejarse de manera permanente de Chile. El 11 de septiembre de 1973, tropas sublevadas, irrumpiendo en forma violenta en los inmuebles de la empresa, se incautaron de todos sus bienes, paralizando de inmediato la publicación del diario, incautación que, hasta el momento, se mantiene por haberse negado los sucesivos gobiernos de Chile a proceder, primero, a la devolución solicitada por la vía administrativa, y, después, a indemnizar en forma justa y oportuna los daños ocasionados por el Estado en la forma que he descrito. Tras el golpe de Estado ocurrido en Chile el 11 de septiembre de 1973, me asilé en la Embajada de Venezuela en razón de haber aparecido mi nombre en uno de los primeros Bandos publicados por los militares sublevados, instándome a presentarme en forma perentoria en el Ministerio de Defensa. Cuando obtuve un salvoconducto para salir del país, negándoseme pasaporte, fui a Venezuela. En Caracas fui Ingeniero Consultor Adjunto a la Presidencia de la firma “Comercial Propaga C.A.”; asesor técnico de la firma “Oficina Técnica X-10, C.A., Ingenieros Asociados”, dedicada a la elaboración de proyectos electromecánicos y obras civiles en general. Me trasladé al Perú, simultaneando las residencias en Venezuela y el Perú. En Lima fundé y actué como gerente y presidente en la firma “Constructora Ibérica S.A.”, dedicada a la construcción de viviendas. Actualmente, estoy pendiente del fallo que sobre el arbitraje en el caso de la incautación violenta de los bienes de Clarín debe emitir el CIADI, organismo dependiente del Banco Mundial, de Washington, con objeto
de volver a publicar en Chile ese diario, que siempre se mantuvo ajeno a grupos de interés económico alguno y de partidos políticos determinados, en defensa de los postulados democráticos y de mayor equidad económica que en su larga vida política mantuvo el Presidente Allende. EL ÚLTIMO MENSAJE DE VÍCTOR PEY PARA NERUDIANA Que Neruda embarcó en el Winnipeg casi solamente a comunistas españoles es una de las acusaciones esgrimidas por la actual campaña internacional en su contra (la que en verdad confirma la vitalidad del poeta a 45 años de su muerte). Desde Italia pedí a Víctor Pey su opinión al respecto, y me respondió con el breve mensaje que sigue— HL. «Ese infundio sobre la actitud de Neruda, de que no permitía que se embarcase en el Winnipeg alguien que no fuera comunista, no es sino eso: una falsedad total. Sin embargo, ha sido acogida por algunos autores, creo que el primero en hacerlo fue Leopoldo Castedo, no obstante sus muchos méritos que en otros temas mantuvo. Otro error en el que cayeron varios periodistas de la época fue el de afirmar que Salvador Allende estaba en Valparaíso el 3 de septiembre de 1939 para recibir al Winnipeg, probablemente confundidos por el hecho de que, en la realidad, Allende fue ministro de Salud Pública de Pedro Aguirre Cerda, quien lo nombró para ese cargo el 18 de septiembre, de suerte que el día 3 no era ministro. «El Winnipeg fue fletado por el SERE (Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles), organismo en el que tenían representación los partidos que integraron en su día el conglomerado de partidos del Frente Popular integrado por partidos republicanos, socialdemócratas y comunistas. «Neruda se reservó, de acuerdo con el SERE, un cupo de cien (100) puestos entre los que militantes comunistas que él eligió a dedo constituyeron una pequeña minoría. Víctor». ENVIADO EN MAYO 2018
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PROFESOR MARIO CÉSPEDES GUTIÉRREZ Mario Céspedes, el profesor, como a él le gustaba que lo llamaran porque le producía orgullo, nació en Santiago el 24 de Abril de 1921. Mientras estudiaba humanidades en el Liceo Valentín Letelier, del barrio Recoleta, participaba con entusiasmo en grupos de teatro y en concursos radiales, que recién surgían en la radiotelefonía nacional. Así se desarrolló en él una gran pasión por estas actividades, las que, junto a la docencia y a todas las expresiones artísticas y culturales, fueron la razón de su vida. Tempranamente se convirtió en un comunicador, primero a través de la radio, la que jamás abandonaría y, más tarde, en el aula y la televisión. Ejerció como profesor de Historia y Geografía en el Instituto Nacional y en el Liceo Manuel de Salas. Con posterioridad asumió las cátedras de Historia Política Social de Chile e Historia de la Cultura, en las Escuelas de Periodismo y Sociología de la Universidad de Chile. En el año 1959 fue invitado por el entonces Rector de la Universidad de Concepción, don David Stitchkin a crear y dirigir la radio de la Universidad, que estaba en gestación. Asumió esta nueva tarea con el entusiasmo y rigurosidad que ponía en todas sus acciones. Así fue como en el mes de Septiembre de ese año, bajo su dirección, salió al aire este nuevo medio de comunicación. Salieron al aire notables programas, como “La Patria nació en Septiembre” y otros. A raíz de los grandes sismos que sacudieron la región en los días 21 y 22 de Mayo de 1960, la radio cumplió una gran labor solidaria de apoyo, durante días y noches, trasmitiendo mensajes y canalizando la ayuda para los afectados. Cumplida esta etapa volvió a la docencia, aunque nunca dejó sus programas culturales, ahora en la Televisión, como “La Enciclopedia del Aire”, “Cumpla su deseo con CRAV”, y otros. En el año 1974 debió abandonar el país, situación que duró hasta 1980. En este período lo acogió Costa Rica, en cuya Universidad siguió entregando sus conocimientos en las aulas, así como la publicación de varios libros sobre Gabriela Mistral y Vicente Huidobro. El profesor Mario Céspedes, quien atesor siempre su estadía en la ciudad de Concepción, donde hizo entrañables amigos, falleció el 26 de Julio de este año, a los 86 años de edad, después de una larga y penosa enfermedad. Lelia Céspedes G. Santiago, 4 de Septiembre de 2007
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Nerudario ReseĂąas de libros
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PABLO NERUDA, POESÍA COMPLETA. TOMO I Edición de Darío Oses. Santiago, Seix Barral, 2018.
Durante 2018 apareció el primer volumen de la Poesía completa de Pablo Neruda, al atento cuidado de Darío Oses. Para dar cuenta de esta importante novedad en la historia de las ediciones nerudianas, reproducimos aquí el prólogo con que el editor explica las características de su trabajo.
En el primer volumen de esta obra hemos reunido la poesía y prosa poética de Pablo Neruda entre 1915 y 1947. El libro tiene dos partes: la primera comprende la llamada obra orgánica, es decir, aquella que el poeta ordenó y tituló en libros o poemarios, que en este tomo van desde Crepusculario (1923) hasta Tercera residencia (1947). A estos libros se ha dado un orden cronológico, de acuerdo al año de la primera edición de cada uno de ellos. La segunda parte corresponde a la poesía dispersa. Dentro de esta se encuentra la poesía inicial de Neruda, aquella que ha sido rescatada de sus primeros cuadernos, y de documentos como el Album Terusa, en que el joven poeta dejó algunos testimonios manuscritos de su amor por Teresa Vásquez, la muchacha de Temuco que fue una de las dos musas principales de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Esta primera producción poética se encuentra también en periódicos como el diario La Mañana de Temuco, y revistas como Corre–Vuela, Claridad y Juventud, de Santiago; Selva Austral, de Temuco, y Ratos Ilustrados, de Chillán. Los textos de la sección “Los Cuadernos del poeta adolescente” han sido tomados de la trascripción que hizo el profesor Hernán Loyola de los tres cuadernos que contienen la parte más medular de los originales de la primera poesía de Neruda. Estos cuadernos le fueron facilitados, a fines de 1964, por la hermana del poeta, Laura Reyes, quien los conservaba entonces. Loyola afirma que en marzo de 1965 le llevó las copias mecanografiadas a Neruda, y agrega: «El poeta releyó una vez más sus viejos textos y no hizo observaciones, aprobando con ello implícitamente las copias que le entregué». 72
En estos Cuadernos había poemas que posteriormente Neruda incorporó a Crepusculario, en aquellos casos se dejaron solo en este libro. En la primera edición del mismo, de 1923, se incluía “Égloga absurda”, que el poeta eliminó a partir de la segunda edición de 1926. Asimismo, “El prisionero”, era el poema 9 en la primera edición de los Veinte poemas de amor… (1924). En la segunda edición (1932) se remplazó en forma definitiva por otro poema 9. Como el mismo poeta los sacó de las obras mencionadas, hemos dejado “Égloga absurda” y “El prisionero”, en la sección Obra poética dispersa. Para la presente edición hemos revisado cuidadosamente diversas fuentes como las primeras ediciones de cada uno de los libros que forman parte de este tomo; las ediciones consideradas definitivas una vez que Neruda introdujo en ellas variaciones como la eliminación o cambio de ciertos poemas; facsimilares de originales manuscritos; trascripciones o facsimilares de álbumes como el ya mencionado Álbum Terusa o como Paloma por dentro, ejemplar único con dibujos de Federico García Lorca y poemas de Neruda, algunos de los cuales se incluyeron en Residencia en la tierra. Recurrimos también a apartados, como las dos primeras ediciones de “España en el corazón”, posteriormente incluida en el libro Tercera residencia; versiones de poemas publicados en diarios y revistas, etc. De esta forma confiamos en entregar al lector del siglo XXI una edición cuidada de la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX. —Darío Oses
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PABLO NERUDA, POESÍA POLÍTICA. Edición de Gabriele Morelli. Madrid, Editorial Cátedra, 2018.
Desde 1953, en que apareció Poesía política de Pablo Neruda, editado por Margarita Aguirre, no se había vuelto a publicar una antología de este tipo. Era necesario hacerlo, porque el libro de Aguirre llega solo hasta Canto general, es decir, hasta el momento, de las grandes certezas políticas del poeta. Esta antología de Morelli comprende la totalidad de la obra poética de Neruda, y da cuenta de los momentos de crisis que aquellas certidumbres y de la revisión crítica que hizo el poeta de las mismas, especialmente en casos como el de Stalin. En las antologías temáticas de poesía el riesgo del reduccionismo es inevitable, no solo porque la selección implica necesariamente exclusión de poemas, es decir ruptura de la integridad de una obra y corte de ciertas secuencias de significado. Como lo reconoce Morelli, el riesgo es mayor cuando se trata de un tema tan específico como el político, en el que es difícil demarcar “el carácter ideológico de una experiencia poética”. Más aún en el caso de Neruda, donde “la solidaridad humana, la preocupación social y la ideología se amalgaman en apretada y constante síntesis”, durante toda su vida y trayectoria literaria. Pero, además, en algunos momentos de la obra nerudiana es muy difícil separar la poesía política de la amorosa. Esto no solo ocurre en el libro que es paradigma de la síntesis de ambos temas, Los versos del capitán, sino también en otros como Las uvas y el viento, que se considera el más político de sus libros. Tal vez por eso se tiende a olvidar que en él perdura la presencia de la amada de Los versos del capitán y donde se encuentran poemas de amor que son parte de lo mejor de la obra de Neruda.
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Otro riesgo es delimitar un campo, como el de “poeta político”, y asignarlo como una etiqueta. En el caso de Neruda, desde luego hay puntos de inflexión que marcan la transición desde la poesía “oscura”, “interior”, “hermética”, hacia la poesía política. Este punto estaría en “España en el corazón” y los dos primeros cantos a Stalingrado de Tercera residencia. Pero esto no convierte a Neruda en un “poeta político”. Examinemos, por ejemplo, los años que van desde 1948 hasta 1953. Dentro de este período Neruda experimenta en carne propia la Guerra Fría: es víctima de la traición, la persecución y el exilio. Esto lo conecta con los grandes temas de la historia americana: a la que ve como una persistente lucha por la libertad de un sujeto colectivo, el pueblo. Esto le permite darle su orden final a uno de sus libros más importantes: Canto general. Al mismo tiempo vive su amor secreto con Matilde Urrutia, la mujer en que se reconoce y a la que identifica con la tierra y con los paisajes de su infancia. Como dice Joseph Campbell, la mujer “es madre, hermana, amante, esposa. Todo lo que se ha anhelado en el mundo, toda promesa de júbilo es una premonición de su existencia (…) Porque ella es la encarnación de la promesa de la perfección; la seguridad que tiene el alma de que al final de su exilio en un mundo de inadecuaciones organizadas, la felicidad que alguna vez conoció, será conocida de nuevo...” El mundo feliz en construcción que cree hallar el poeta de Las uvas y el viento, no puede separarse de
la plenitud amorosa que está viviendo, amor que a su vez es prolongación de los procesos secretos por los que la naturaleza da sus frutos, por los que la primavera extiende su belleza por el mundo, continuación también de los actos amorosos de los humildes oficios que aseguran el pan y el vino del hombre. La construcción de la utopía poética nerudiana es de una consistencia admirable. Desde luego es una utopía en proceso y amenazada por las fuerzas de la codicia. Pero parte de la promesa utópica es que la sencillez del pueblo extirpará el mal del mundo. No menos complejo es el proceso de destrucción de esta utopía y de recuperación y reelaboración de lo que queda de ella: de renacimiento con la verdad. En este proceso hay hitos, como Estravagario y Fin de mundo, libro este último, apocalíptico. Pero también hay reencantamientos, por ejemplo con la revolución cubana y con “el camino chileno hacia el socialismo”. Esta antología nos parece bastante completa. Podría haberse agregado, tal vez, algo de un poemario donde se encuentra una nueva síntesis de amor y política, La espada encendida: el reverso distópico de Los versos del capitán. Si en este el mundo es escenario de la lucha por el amor, la justicia y la fraternidad, en aquel es un paisaje post apocalíptico, deshabitado, donde la última esperanza está en la única pareja humana que sobrevive en la Patagonia amenazada por el fuego de sus volcanes. —Darío Oses
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MARK EISNER, NERUDA / EL LLAMADO DEL POETA. New York, HarperCollins-Español, 2018.
Un preludio al tono y al carácter de esta biografía lo ofreció una entrevista que el autor concedió al diario La Tercera de Santiago (26.05.2018) antes de la aparición del volumen en librerías chilenas, en la cual anunciaba que su texto intentaría «una lectura más honesta» de un Neruda que a veces se comportó en su vida como un «imbécil» o como un «huevón» (insulto de grueso calibre en la jerga coloquial chilena). La lectura del libro confirma que con esa previa vulgaridad Eisner buscaba ante todo una publicidad impactante, espectacular: provocar un efecto golpeador que atrajera compradores para su producto. La única novedad interesante que el libro ofrece, a mi entender, son algunos detalles sobre las actividades de Neruda en el ámbito anglosajón, sus contactos y conversaciones con escritores y otros personajes de las culturas norteamericana y británica. Por ejemplo su encuentro con Ferlinghetti en Cuba 1960 (426427); o el impacto de “Que despierte el leñador” sobre el poeta Jack Hirschman (376-377); o su nota sobre Alastair Reid, poeta escocés, el traductor al inglés que Neruda prefería (424); o su relato del primer viaje del poeta—entonces cónsul en México—a Estados Unidos en enero-marzo 1943, y de su exitosa performance con Vicente Lombardo Toledano en una sala de Broadway (discurso y lectura de poemas durante la Noche de las Américas, el 14 de febrero); así como las varias páginas (434-438) que dedica al último viaje de Neruda al mismo país en junio 1966, invitado por Arthur Miller a nombre del PEN Club, con ovacionadas lecturas-conferencias en Nueva York (presentado por Archibald MacLeish), en Washington y, ante más de mil personas (incluidos Ferlinghetti y Ginsberg), en la Universidad de Berkeley, 76
California. Y también la asignación oficial del nombre Neruda a un género de mariposas sudamericanas, según la carta que en febrero 1973 envió al poeta un especialista de la universidad estatal de Nueva York (SUNY) en Stony Brook, conmoviendo y consolando al enfermo terminal (471-472). Pero en su conjunto esta biografía carece de una orientación o de una perspectiva propia y sólida, de un horizonte organizador. No es el producto de «una lectura más honesta», ni tampoco original ni profunda, de la vida y obra de Neruda. Es más bien un mosaico, o un zurcido, de puntos de vista con origen diverso, a veces contradictorios entre sí. De modesto nivel como biografía, trata de ser novedosa a fuerza de introducir con frecuencia los argumentos o episodios de moda que ponen en tela de juicio a Neruda, sobre todo en los planos ético y político. A veces con evidente mala fe, como en una absurda nota al pie de página 154, que busca anticipar en un episodio de París 1927 (sin base alguna) la difundida acusación de ‘violador’ que propinan al poeta con relación a la bella tamil de Ceylán 1929 [sobre este asunto remito al artículo de M. Salinas, y notas sucesivas, en este mismo número de NERUDIANA]. A diferencia del de Amorós, el relato de Eisner es muy opinante, pero sin un criterio propio y bien establecido, de modo que su mirada pasa del elogio a la—más frecuente—descalificación humana de Neruda, para luego, a veces, rectificar y perdonarle la vida. Así, en el capítulo ocho, para cabalgar la onda del antinerudismo en boga, adhiere con entusiasmo a la arrogante crítica de la orientalista Roanne Kantor (U. de Texas, Austin), cuya tesis de batalla es negar la
existencia real de Josie Bliss basándose en la falta de un archivo probador. Eisner la sigue fielmente, señalando la posibilidad de una invención excéntrica: «Josie Bliss puede no haber existido en absoluto, excepto en los escritos de Neruda y [en] algunas anécdotas que contó a sus amigos más tarde. / Tal vez Neruda inventó su evocador nombre para embellecer su historia…» (163). Pero al final del mismo capítulo Eisner inserta una nota en la cual vacila su fe kantoriana: «sólo podemos especular cuánta verdad hay detrás de los elementos de la historia de Josie Bliss y cuánto es pura fantasía» (168n). Y más adelante el discípulo simplemente olvidará a la maestra de Texas: su relato discurrirá dando por descontado que la amante birmana existió de veras, como cuando describe la instalación de Neruda en la madrileña Casa de las Flores: «Adornó las paredes con máscaras de Siam, Bali, Sumatra, el archipiélago malayo y Bandung… Tal vez le recordaban a Josie Bliss» (227). Oscilaciones del enfoque también se advierten en el registro político. Hay algunos párrafos elogiosos: «Durante sus años en el Senado, Neruda demostró una dualidad en su carácter que ha sido comentada por muchos. No sólo escribió una gran poesía, incluida la poesía política, sino que también demostró ser un político ágil. Era mucho más que una figura de renombre a quien el partido podría exhibir como candidato para obtener un escaño. Encendió la Cámara con una variedad de temas, desde exigir el sufragio femenino— que se consiguió en 1949—hasta los derechos laborales» (323). Pero en muchos otros pasajes Eisner se refocila aplicando a Neruda y a la causa comunista solo su personal (y superficial) criterio político: «Pronto, Neruda decidió que necesitaba tener su propia casa con vistas al puerto [de Valparaíso]. El comunismo quería que su tercera casa fuese más sencilla, más modesta» (422). Harto pobre la observación, además de falsa. Más adelante, a propósito de la escritura de Estravagario: «Neruda no está predicando. Es un hombre liberado: liberado para amar a Matilde, liberado de su pasado literario, que se está liberando del estalinismo…» (423). Los prejuicios impiden a Eisner advertir que para Neruda eso no fue una liberación, simplemente porque nunca vivió su estalinismo como una esclavitud, y que su crítica y ruptura posteriores las vivió como un nuevo desarrollo, nada fácil, dentro del cual siguió siendo un activo comunista hasta su muerte. Es precisamente esto lo que la derecha nacional e internacional no puede digerir ni perdonarle a Neruda. Tampoco algunos biógrafos y memorialistas. Constante en el libro es, entonces, la arrogancia
crítica con que Eisner juzga la trayectoria política de Neruda, como si el único poseedor de la verdad fuese él. Un último ejemplo: «A lo largo del libro [Fin de mundo] Neruda se purga de su lealtad a Stalin, así como de las posturas soviéticas que siguieron… En estos poemas de arrepentimiento podría parecer que Neruda quisiera ser absuelto con demasiada facilidad» (448). ¿Absuelto? Eisner no tiene la menor idea de quién fue Neruda, lo que cuenta para él es subir al carro del antinerudismo que está de moda. Esta postura es típica de los críticos liberals del vate (de Costa, Santí, Durán, et al). La “lógica” del argumento va así: su supuesto alejamiento del estalinismo fue algo que le convenía y que, en realidad, nunca dejó de ser estalinista (“quisiera ser absuelto con demasiada facilidad”). Se descarta de un solo golpe la compleja y variada historia del marxismo y del comunismo. Ser comunista es ser estalinista, lo declaren así o no los comunistas. Así las cosas, no se puede confiar en Neruda. La crisis de 1956, entonces, para estos críticos es algo que se inventa el poeta para salvar el pellejo. Y no es, desde luego, lo que creemos: que Neruda vivió en carne propia una crisis política y personal por esas fechas y que lo llevó a reconsiderar y criticar el estalinismo desde las filas del comunismo. En resumidas cuentas, lo que demuestra esta cita—entre otras—es que Eisner tiene poco conocimiento de la historia multifacética del marxismo y del comunismo. Para escribir una biografía sobre Neruda, ¿no debería ser primordial tener ese conocimiento? Asimismo, demuestra qué poco conoce la obra de Neruda. La crítica al estalinismo se lleva a cabo en varios libros después de 1956. Si tanto celo ‘democrático’ lo hubiese empleado para informarse mejor sobre Neruda y su contexto histórico, para leerlo de veras, y en particular para vigilar a los traductores de su propia biografía, tal vez ésta sería, al menos, confiable—pero no lo es. Hay abundantes descuidos de detalle, a veces cómicos. Por ahí Eisner se refiere con desenvoltura al «buen amigo de Neruda, Juan Emar, alias Pilo» (207), aludiendo a Álvaro ‘Pilo’ Yáñez, alias Juan Emar (antes Jean Emar, pseudónimo construido sobre la locución francesa j’en ai marre), mientras en otro lugar menciona a un inexistente hijo (era una hija) de Alicia, el último amor de Pablo (461). El viaje de Neruda y Álvaro Hinojosa desde Rangoon hasta Shangai y Tokio durante los primeros meses de 1928, según Eisner habría comenzado en Saigón retrocediendo luego hasta Bangkok (156) e ignorando así el lógico itinerario marcado por Neruda en sus Memorias: «El autobús salía de Penang [Malasia] y debía cruzar la selva y las aldeas de Indochina [hoy
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Thailandia, Camboya, Vietnam, en ese orden] para llegar a Saigón». O bien evoca la Navidad de 1935 que «Neruda, Lorca y su banda celebraron… en el departamento de Delia», pero líneas más abajo escribe: «El año siguiente no sería tan festivo. Hubo una matanza de mineros en Asturias, una región del noroeste de España» (245), aludiendo así vagamente, y dedicándole apenas una línea, a la revolución de los mineros asturianos en octubre 1934, no en el «año siguiente». Ese trágico octubre tuvo mucha importancia tanto para la crisis de la república española como para el desarrollo poético y político de Neruda, por su conexión con la escritura de “Estatuto del vino” y de la “Oda a Federico García Lorca”, entre otros poemas de Residencia 2 (ver cap. 9 de mi libro El joven Neruda, 2014). Pero lo que mejor demuestra la superficialidad y el escaso interés real de Eisner sobre su biografiado son las no pocas citas de Neruda, y de otros poetas como Juan Ramón Jiménez y García Lorca, ¡re-traducidas al español desde el inglés de la edición original! Es evidente que el autor no controló como debía—obligatoriamente en este caso—el trabajo de sus traductores. Porque Juan Ramón, como es archisabido, acerca de su entonces enemigo Pablo Neruda dijo que era «un gran mal poeta» y no «un gran poeta malo» (Eisner 237), que no suena en absoluto con la misma gracia y que habría provocado la ira del bardo de Moguer. Aún más irritante es la retraducción casi completa, desde el inglés, del discurso de Federico en la Universidad, Madrid 06.12.1934, «quizá la introducción más admirable que Neruda haya recibido a lo largo de su vida» (222): así la anuncia Eisner con involuntaria comicidad, dado el falso texto que inserta a continuación (223). Comparemos solo algunas líneas del original de Federico con las del prosaico engendro que lo sustituyó en su misma lengua. Y por favor léanlas, ambas versiones, en voz alta para apreciar mejor el desajuste estilístico y rítmico (y de paso los errores). Re-traduce Eisner (desde el inglés) sin arrugarse: «Están ustedes a punto de escuchar a un auténtico poeta. Uno de esos cuyos sentidos están entrenados para un mundo que no es nuestro y que pocas personas perciben… Les aconsejo que escuchen atentamente a este gran poeta y se dejen tocar a su manera… Y con suerte les ayudará a nutrir ese grano de locura que todos tenemos dentro de nosotros, que muchas personas matan para ponerse el odioso monóculo de la pedantería de los libreros. Sería imprudente vivir sin eso.» (223) El original de García Lorca decía: «Y digo que os dispongáis para oír a un auténtico poeta de los que tienen sus sentidos amaestrados en un mundo que no es
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el nuestro y que poca gente percibe… Yo os aconsejo oír con atención a este gran poeta y tratar de conmoveros con él cada uno a su manera… Y ojalá os sirva para nutrir ese grano de locura que todos llevamos dentro, que muchos matan para colocarse el odioso monóculo de la pedantería libresca, y sin el cual es imprudente vivir.» Peor aún, si cabe, es lo que hace (o deja hacer) Eisner al re-traducir a Neruda mismo. Después de conceder graciosamente que «a diferencia de muchos de los poemas posteriores de Neruda, [“Alturas de Macchu Picchu”] no es mera propaganda comunista» (312-3), Eisner no se toma siquiera el trabajo de leer el original del poema que recién ha salvado o rescatado de la basura roja, y desde su propio libro re-traduce: «He venido a hablar por medio de sus bocas muertas» y «Vengan a mis venas y a mi boca» (313), allí donde Neruda había escrito, como bien sabe cualquier buen lector del poema: «Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta» y «Acudid a mis venas y a mi boca» (Canto general, II, xii). En torno al mismo texto, más adelante Eisner escribirá: «El ritmo del poema crecía mientras él [Neruda] golpeaba con fuerza el atril con el puño, mientras pronunciaba el primer verso [es el último de “Alturas de Macchu Picchu”]: ‘Hablar [es hablad] por mis palabras y mi sangre’» (461). Del inicio de Canto general, agrego esta perla de Eisner: «Había cadenas montañosas con olas dentadas donde el cóndor y la nieve parecían inmutables» (371), re-traducción de estos dos versos de Neruda: «fueron las cordilleras, en cuya onda raída / el cóndor o la nieve parecían inmóviles»; y más abajo sigue citando Eisner: «Como una rosa salvaje / una gota roja cayó en el grosor / y se extinguió una lámpara en la tierra» (371), re-traducción de este original nerudiano: «Pero como una rosa salvaje / cayó una gota roja en la espesura / y se apagó una lámpara de tierra». Suma y sigue. ¿Y el autor de tales chambonadas se permitió calificar de imbécil y de huevón a Pablo Neruda? Lo cierto es que con esa vulgaridad publicitaria y con sus intermitentes ataques a la imagen del poeta, Eisner sitúa su biografía en el contexto de una corriente crítica, actualmente en boga, que tiende a revisar en dirección negativa, o simplemente a manipular, la vida y obra de Neruda para sorprender y con ello conquistar audience, partiendo a priori del rechazo a explorar en profundidad y sin prejuicios la variedad de su trayectoria y la riqueza poética de su escritura. —Hernán Loyola
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Hagar Peeters, Malva. Novela. Bogotá, Rey Naranjo Editores, 2018.
Se ha perdido una niña, Carolín, ¿quién me la encontrará, Carolín Cacao, olé, olao…? —Canción infantil
¿Para qué me casé en Batavia?, se pregunta el cónsul Neruda en su libro Estravagario, a los 54 años cuando recuerda, casi tres décadas después, su primer matrimonio con la javanesa María Antonia Hagenaar (Maruca), con quien engendró su única descendencia biológica, su desventurada hija Malva Marina Trinidad Reyes Hagenaar. Neruda regresó de sus inasibles consulados orientales, 1927-1932, al ‘horroroso Chile’ [Lihn]. Un lustro sudando, enfermándose, soportando la inactividad laboral, el barco que transporta el intercambio comercial entre Chile y el Oriente demora más de un mes, el calor, el salario miserable, la humedad y la impenetrabilidad de esas tierras, con sus dioses y su manera de enfrentar la vida y la muerte. Por aquel tiempo no vio los movimientos insurreccionales contra el imperialismo inglés, Birmania era colonia británica, ¿tenía que verlos un joven que había sido anarquista? La verdad, más un anarquista en guerra contra el ingreso a lecciones en el Pedagógico que un militante decidido a dinamitar el orden burgués. No hace por esos años declaración alguna al respecto, salvo en sus cartas personales, escribe, a ratos, su obra más intensa, Residencia en la tierra, no ajena al medio en que creó buena parte de los poemas de esa etapa desolada de su vida. De regreso, un lustro después, como una condena cumplida lejos, trae una reafirmación y una duda, entre muchas otras cosas, es y será poeta, ese es su destino 80
contra todos los vientos y las mareas, y también lo acosa una incertidumbre, no tiene ningún trabajo para mantenerse él y su esposa, Maruca, enigmática, silente, espigada y aliteraria. No se entienden, al parecer nunca hubo acuerdos, son eternos no reconciliados. Neruda salió de Chile a su incierto destino sin despedirse de su padre que no ha perdonado el abandono de una carrera de profesor, poco rutilante pero segura. Escasas comunicaciones por carta hubo entre ellos. Le avisó por cable dirigido a su hermana Laura de su fuga y, tiempo después, de su matrimonio con Maruca, celebrado más bien por despecho ante la negativa de Albertina Azócar de casarse con él. Este hecho provoca otra herida en la voluntad del padre, él y la mamadre no pudieron asistir al casamiento de su hijo, tampoco será jamás un docente. El período consular parece una derrota. Es poeta, so what? No produce dinero para solventar la devoradora vida cotidiana, más absorbente que la oceánica selva tropical, las pagodas, la religión, el opio y la miseria del Este. No pocas veces se han planteado exigencias biográficas, no vio esto, no hizo aquello, agredió sexualmente a una mujer en Ceylán, abandonó y no quiso a su hija, fue infiel y estaliniano. Este es un legado que corre por un carril distinto del antinerudismo profesional, el histórico, al estilo de Pablo de Rokha y Ricardo Paseyro, y también es diferente del de sus contradictores, los poetas surrealistas chilenos, Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa, que lo bautizaron Bacalao. Estacionados todos los contradictores en la misma zona, quieren decir que el legado poético se contamina con actitudes de esta índole moral: oportunismo, no dar puntada sin hilo y un largo etcétera de acusaciones con y sin fundamento. En Neruda no es tan fácil separar obra de vida—a quien escribe este texto, su tenaz lector, le cuesta mucho—y,
como le ocurre a buena parte de los lectores, es fácil confundir, fusionar, mezclar arbitrariamente una obra humanista y deslumbrante por donde se le mire, con actos ejecutados o no por su autor. Por supuesto que, frente a un legado gigante como la poética nerudiana, derramada, qué duda cabe, con la mejor fe sobre nosotros y el territorio, hubo detrás de ella un gestor, humano, contradictorio… y muchos calificativos agregados que, en particular sus opositores, porque los tiene, se encargarán de dilatar cada día más. No es objetable, ya que una obra duradera como la suya es y debe ser vista y examinada con las nuevas formas de lectura y apreciación del legado, para ver si resiste o se desintegra. Sigo viendo que se sostiene. Al hueso entonces: ¿quiso o no a su hija Malva, hidrocefálica? Pensemos que era una época donde de aquellas enfermedades no se hablaba, los pacientes de ese tipo eran embodegados, había vergüenza en las familias al tenerlos, el cariño, de existir, era soterrado, subterráneo, no declarado. El dramaturgo Arthur Miller asiló de por vida en un sanatorio a un hijo débil mental. La relación de Neruda con la madre de la niña, su esposa, al parecer ya era fatal. El poeta no quiso o no pudo quererlas, a ambas. A Malva le dedicó el magnífico poema “Enfermedades en mi casa” y a la madre Maruca, según Hernán Loyola, al menos “Maternidad”, ambos de Residencia en la Tierra. Les enviaba dólares, periódicamente. No debe haber sido fácil por esos años, no solo para él ganarlos
sino enviarlos de manera segura. Maruca dejó a su niña en Gouda, al encargo de una familia holandesa que la recibió como hija adoptiva, como una pequeña huésped, a la que quisieron y atendieron hasta su muerte. La madre trabajaba en la embajada de la república española, en La Haya, y viajaba para ver a la niña una o dos veces por mes. Entonces, desplegada una mirada desde hoy, el abandono de Malva fue total, un escollo, un guijarro que quedó al margen. Sobre este caso la joven poeta holandesa Hagar Peeters escribió una novela, Malva (edición original: Amsterdam 2017). En ella la niña hidrocefálica habla, cuestiona a sus progenitores, los asedia, reflexiona sobre el abandono de su cuerpo deforme y de su alma, pletórica de fe y de deseos de crecer y de vivir con ellos. Malva y su madre no aparecen en las memorias nerudianas, Confieso que he vivido. ¿Estuvo Maruca en los momentos finales de su hija? Está comprobado que el padre no se enteró sino por un telegrama. ¿El poeta las dejó a ambas para el final en sus memorias, cuando ya hubiese pasado revista a la numerosa humanidad con la que se vinculó? ¿O decidió desde siempre y sin más desterrarlas de su recuerdo, de su memoria, de sus palabras? ¿Por qué te precipitas hacia la maternidad / y verificas tu ácido oscuro con gramos a menudo fatales? preguntó Neruda en el poema “Maternidad”. —Mario Valdovinos
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Jaime Quezada, Neruda más Neruda. Santiago, Editorial MAGO, 2018.
Compilación de textos del autor, escritos o publicados entre 1973 y el primer decenio del siglo XXI: artículos, conferencias, prólogos, homenajes, todos ellos relacionados con Neruda. Muchos materiales asociados al Chile posterior al golpe militar. De particular interés, a mi parecer, el texto “Todo sobre Neruda” (pp. 32-46), con fragmentos del diario del poeta Jaime Quezada en Chile durante el año que siguió a la muerte de Pablo (septiembre 1973-septiembre 1974). Me entero así de que en los días sucesivos al golpe militar la embajada de México debió suspender las conferencias de dos importantes escritores de ese país, que tanto me habría gustado reencontrar: la del poeta Carlos Pellicer (1900) el viernes 14 de septiembre, y el lunes 17 la del novelista Agustín Yáñez (1904), este último autor de Al filo del agua (1947) y perteneciente a la generación del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, del cubano Alejo Carpentier, de los argentinos Eduardo Mallea y Leopoldo Marechal, del chileno Manuel Rojas. Y del mismo Neruda. Como si esto fuera poco, adiós a la exposición, que la misma embajada iba a inaugurar el jueves 13, de los muralistas José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. El Catálogo de la exposición, conservado por Quezada, traía una presentación de Neruda cuyo texto transcribo porque es una rareza, escrita poco antes del golpe y de la muerte del poeta: Estos tres grandes figurativos trazaron en muro o en tela la figura de una patria, estos tres creadores la recrearon, estos reveladores la revelaron. México les debe figura, creación y revelación. Y México no es tierra de así no más, ni de baile especulativo o virreynal: es trágica grandeza, épica serenata, cadencia del corazón más volcánico de nuestro continente.
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Me tocó convivir con ellos y participar de la vida y de la luz de México deslumbrante. Si me asombraron con su fuerza y su ternura en su patria, aquí verán en la mía el fervor de los chilenos. El fuego de esta pintura que no puede apagarse sirve también a nuestra circunstancia: necesitamos su telúrica potencia para revelar los poderes de nuestros pueblos. Y para afirmar la fe y la conciencia del alto destino de nuestra América unida en sus raíces por la tierra, la sangre y la defensa de nuestras esencias.
En cada uno de los textos de esta compilación encontramos detalles sobre libros y eventos (como el tristísimo primer traslado de los restos de Neruda durante la dictadura, presentes sólo Matilde y poquísimos amigos) que arriesgan el olvido. También sobre la relación de Neruda con personajes como Gabriela Mistral y Margarita Aguirre. Celebremos la tarea de rescate que ha emprendido Jaime Quezada. —Hernán Loyola
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ÓSCAR HAHN, PALABRAS SIN FRONTERAS. Notas sobre poesía chilena. Santiago, Tajamar Editores, 2018.
En esta «compilación de notas escritas a lo largo del tiempo» y publicadas en revistas o periódicos, Óscar Hahn (Premio Nacional de Literatura 2012) incluye a diez poetas chilenos «que ya no están con nosotros… A través de sus versos, como diría Francisco de Quevedo, entro en conversación con los difuntos» (“Nota preliminar”). La lista sigue el orden de los años de nacimiento: Carlos Pezoa Véliz (1879), Gabriela Mistral (1889), Vicente Huidobro (1893), Pablo Neruda (1904), Nicanor Parra (1914), Gonzalo Rojas (1916), Violeta Parra (1917), Eliana Navarro (1920), Enrique Lihn (1929) y Jorge Teillier (1935). Aunque sin eruditas pretensiones académicas, estas notas leves, pero enjundiosas, responden al examen crítico de un buen conocedor de sus predecesores en la tradición poética nacional. Hahn ofrece una rápida mirada al desarrollo de algo que él denomina «no la poesía chilena, sino la gran poesía chilena, que no es lo mismo». Algo que según Hahn surgió exactamente un siglo atrás, en 1918, con «dos libros de Vicente Huidobro que inauguran la nueva estética en nuestra lengua: Ecuatorial y Poemas árticos», y cuyo precursor máximo fue Carlos Pezoa Véliz, «el primer poeta que consigue expresar la chilenidad con un temple de ánimo que es sólo suyo» (“Nota preliminar”). A cada poeta Hahn dedica de uno a tres artículos, a Neruda cuatro, y precisando: «En vista de que los dos libros fundamentales de Neruda, Residencia en la tierra y Canto general, han sido ampliamente estudiados, he preferido abocarme a su poesía amorosa, a sus últimos poemas y a algunos aspectos de su vida». La serie comienza evocando el primer encuentro personal con Neruda en Arica 1969. El poeta, candidato
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de los comunistas a la presidencia de Chile, necesitaba un vehículo para desplazarse en la ciudad y llegó a la casa de Óscar para pedirle su jeep por algunos días. No se conocían personalmente y la sorpresa de Hahn fue mayúscula al abrir la puerta y ver a Neruda sonriente frente a él. Creyó estar sufriendo alucinaciones. El recital que cerró las jornadas del candidato fue toda una experiencia. «En el auditorio de la Universidad no cabía ni un alfiler. Neruda leyó varios de sus poemas más populares… Pero el que golpeó más fuerte fue “El padre”… recuerdo de su padre ferroviario… que culmina con dos versos memorables que fueron el golpe de gracia…: ‘El conductor José del Carmen Reyes / subió al tren de la muerte y hasta ahora no ha vuelto’». El segundo artículo se titula “Las cuatro estaciones del alma” y propone con tal fórmula una periodización de la poesía amorosa de Neruda, haciendo notar que entre los grandes poetas hispanoamericanos de la primera mitad del siglo XX—Mistral, Huidobro, Vallejo, Borges, Neruda—sólo el vate de Temuco es autor de varias colecciones dedicadas por entero al tema. La primera estación es la de los Veinte poemas con sus «versos más tristes» y su nocturnidad. La segunda estación es la del residente en la tierra, en cuyos amores la pasión convive con separaciones conexas a la muerte y a su secuela de viudez y de fantasmas. La tercera estación es la del Capitán secretamente enamorado, donde la mujer encarna a la vez el desenfreno erótico y el compromiso político: ella es amante y camarada. La cuarta estación es la del amor establecido en simbólicas casas de catorce tablas, los Cien sonetos de amor con que el poeta corona a su reina. Hahn caracteriza cada una de estas etapas con agudas observaciones, novedosas y útiles para comprender un aspecto de reconocida
importancia en el itinerario creador de Neruda. La tercera nota es una breve reflexión de Hahn sobre “El misterio del Poema 20”, después de haber verificado en una página de You Tube que el video con la lectura de esos dísticos romanceados (en la voz del actor argentino Arturo Puig) alcanzaba más de diez millones de visitas cuando Óscar escribió el artículo aquí recogido: «¿qué encierran los versos de Neruda en particular, que son capaces de conmover a tan abrumador número de receptores y por una extensión de tiempo que parece no tener fin?» Vale la pena leer estas reflexiones del autor de Mal de amor y de otros poemarios muy competentes sobre el mismo tema del Poema 20. El cuarto artículo aborda dos de los mejores libros del último Neruda. Uno es Geografía infructuosa (1972), con algunos poemas escritos en Chile 1970 y otros en Francia 1971 por el embajador en París. Gran parte del texto de Hahn examina la elaboración poética de la experiencia que está viviendo Neruda, exigido por sus deberes de embajador y por la angustia de una enfermedad que limita sus plenos poderes (aparte sus conflictos de amor). Por eso este libro, tan esperado porque sería el primero tras el Premio Nobel, desconcertó las expectativas iniciales de sus lectores, pero con el tiempo impuso su calidad. El otro volumen, que se publicó póstumo, alcanzando gran éxito y difusión hasta hoy, es El libro de las preguntas (1974): «una seguidilla de setenta y cuatro composiciones que poseen la misma estructura: cada una es una estrofa de dos versos de nueve sílabas, formulados como interrogaciones retóricas… La persistencia de un mismo esquema podría desembocar en una estéril monotonía, pero lo que crea, en cambio, es un extraño efecto elegíaco, análogo al que suele producir el tópico del ubi sunt, que inquiere sobre personas y cosas desaparecidas.»
—Hernán Loyola
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