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LA ACUICULTURA MARINA: ALTERNATIVA VÁLIDA PARA VENEZUELA
Luis Briceño Cerró – Colaborador FUNDATUN (10 de diciembre de 2018)
El incesante crecimiento de la población mundial genera una demanda de alimentos cada vez mayor para poder satisfacer su necesidad alimentaria, por lo que constantemente se debería producir más comida. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), para el 2011 había 7,0 mil millones de habitantes que consumieron 130 mil millones de toneladas de productos pesqueros; mientras que para el 2016 la población mundial llego a 7,4 MM y consumió 151,2 MM de toneladas. Adicionalmente, la ingesta per cápita paso de 18,5 Kg a 20,3 Kg respectivamente; lo que sugiere una mayor aceptación por este tipo de productos. De mantenerse esta tendencia se prevé que la producción pesquera mundial total (la pesca de captura y la acuicultura) debería seguir aumentando (FAO, 2018).
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Pero según la FAO (2018), el 80% de las poblaciones de peces del mundo, de las que se dispone de información sobre evaluaciones, estaban ya plenamente explotadas o sobreexplotadas; por lo que es probable que la pesca de captura en los océanos del mundo haya alcanzado su máximo potencial. Así, para el 2015, el porcentaje de poblaciones de peces explotadas a nivel biológicamente insostenible se había incrementado al 33,1%; mientras que en 1974 era del 10%.
A lo anterior habría que considerar que la producción primaria de los océanos del mundo, por efecto del cambio climático, disminuirá globalmente en un 6% para 2100 y en un 11% en las zonas tropicales. En diferentes modelos se prevé que, para 2050, el potencial total de captura pesquera mundial podrá variar en menos del 10%; dependiendo de la trayectoria de las emisiones de gases de efecto invernadero y con una variabilidad geográfica muy importante.
Entonces, ante el estancamiento de las capturas, el incremento de la producción pesquera global de las últimas décadas obedece principalmente al aporte de la acuicultura; la cual ha sido la desencadenante del impresionante crecimiento continuo del suministro de pescado para el consumo humano (Figura1). Para 2016, la producción mundial de la acuicultura ascendió a cerca de 110,2 millones de toneladas, discriminadas en: 80,0 millones de toneladas de peces comestibles y más de 30,1 millones de toneladas de plantas acuáticas, así como 37.900 toneladas de productos no alimentarios; siendo los países asiáticos los mayores productores acuícolas. (Sector Marítimo, 2015).
Algunos investigadores como Swingler y Bolton (2018), alertan que, si se pretende continuar produciendo más alimentos de esta manera, está claro que las prácticas acuícolas tendrán que ser más sostenibles de lo que son actualmente. Cada vez más se necesitará practicar la acuicultura integrada, cultivando organismos que extraen su alimento del medio natural; entre los que se incluyen los moluscos que se alimentan por filtración, como mejillones y ostras que se alimentan del material particulado, y las algas marinas, que eliminan los nutrientes disueltos que se liberan en grandes cantidades en la acuicultura tradicional.
En Venezuela la acuicultura marina se inició a principios de los 60's, cuando se establecieron cultivos de moluscos bivalvos (mejillones y ostras) en la región nororiental; sin embargo, estas iniciativas tuvieron poco impacto por la limitada repercusión en el sector productivo de ese entonces. Tiempo después, con el auge de los precios petroleros a mediados de los años 70's, se auspició la miticultura o el engorde de mejillones como actividad productiva comercial, destinando cuantiosos recursos para su financiamiento. Inexplicablemente cuando la miticultura comenzaba a despuntar como una opción válida, los siguientes eventos contribuyeron a desalentarla como actividad comercial: (1) la prohibición de extracción de semilla de mejillón de los bancos naturales con fines acuícolas por parte de los pescadores que aprovechaban este recurso, lo que motivo a los entes
del Estado a limitar el financiamiento de proyectos mitícolas (B. Marín, comunicación personal), y (2) la caída del consumo de mejillones a nivel nacional a raíz del fallecimiento de 9 personas, como consecuencia de haber consumido moluscos silvestres extraídos durante un brote de marea roja toxica en las costas de Río Caribe en 1977 (Cervigon,1983); lo que prácticamente decretó la desaparición de la naciente industria mejillonera.
Inexplicablemente cuando la miticultura comenzaba a despuntar como una opción válida, una serie de eventos adversos contribuyeron a frenar su impulso, al parecer: (1) la limitación de la extracción de la semilla de mejillón de los bancos naturales con fines acuícolas, por parte de los pescadores, y (2) la caída del consumo de mejillones a nivel nacional, a raíz de un brote tóxico experimentado por algunas personas que habían consumido mejillones silvestres. Esto prácticamente decretó la desaparición de la naciente industria mejillonera.
Aproximadamente para la misma época, en Chile y Brasil se iniciaron investigaciones en miticultura, tanto por iniciativa oficial como privada, visualizando la importancia estratégica de ésta y emprendiendo esfuerzos para sentar las bases de una industria productiva (Assis, 2011). Iniciativa que tiempo después logró consolidarse, ubicando a estos países como los de mayor crecimiento acuícola en la región durante la última década del siglo pasado (SUBPESCA, 2017).
Si bien nuestro país atraviesa una severa crisis económica, ésta podría ser la oportunidad de oro para relanzar a la miticultura como alternativa económica; ya que, entre las características de este cultivo, está su bajo costo productivo y el empleo de mano de obra mayormente no calificada para producir proteína animal de alta calidad. En pocas palabras, este tipo de cultivo es bastante productivo, requiere una baja inversión y tiene un rápido retorno de capital.
¿POR QUÉ LA MITICULTURA DEBERÍA SER UNA OPCIÓN PARA CONSIDERAR?
Porque para realizarla no hay necesidad de disponer de grandes extensiones de terreno, por cuanto esta actividad se desarrolla directamente en el mar; de donde adicionalmente se puede obtener su semilla, mediante recolectores adecuados. Por otra parte, en estos cultivos la aparición de enfermedades es mínima; dado que se hace en mar abierto y, quizá lo más importante y ya mencionado anteriormente, es que no hay que suministrar alimento, porque los mismos mejillones lo obtienen del medio (Ferreira et al, 2010).
Además de disponer de áreas propicias para la producción de este tipo organismos, Venezuela posee ventajas comparativas que favorecen el establecimiento de tales cultivos, como son:
• Ubicación estratégica, que pondría al alcance de los acuicultores los mercados de las Antillas, Centro y Norteamérica.
• Disponibilidad de una industria conservera, actualmente subutilizada y ubicada cerca de las zonas de cultivo; adicionalmente con capacidad para absorber parte de la producción mitícola y procesarla.
• Existencia de instituciones con personal capacitado e instalaciones idóneas, para garantizar la producción masiva de semillas de moluscos, necesarias para emprender cultivos a escala comercial.
¿QUÉ HACER?
Se requiere entonces de la intervención del Estado, a través del ministerio con competencia en la materia, pero únicamente para que éste ejerza su función rectora; que no es otra que la de regular, promover y apoyar las inversiones de los interesados en este cultivo. Es importante recordar que “… la historia muestra que los negocios, no los gobiernos, desarrollan una nación económicamente …”, y “los gobiernos crean los marcos que alientan u obstaculizan ese desarrollo, pero son los emprendimientos, más aquellos del sector privado, los que fomenta, crea empleos y generan riqueza” (Bernatzeder, 2017).
El gobierno debe pues invertir en: (1) actividades de investigación y desarrollo; (2) infraestructura de capital y servicios públicos; (3) además debe desarrollar o fortalecer las capacidades técnicas de las granjas y empresas privadas, evitando los subsidios que distorsionan los mercados y debilitan la competitividad del sector acuícola a largo plazo (Bernatzeder, 2017).
Por último, el sector oficial nacional, deberá contribuir efectivamente a fomentar la acuicultura, pero sólo a través de una planificación apropiada que logre estimular la evolución del sector; a través de la provisión de incentivos y garantías, atrayendo la inversión y acelerando su desarrollo. En fin, una buena planificación permitirá la sostenibilidad económica, social y ambiental de la industria mitícola y su entorno a largo plazo; al igual que contribuirá al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza.
En concordancia con lo antes mencionado, en nuestro país algunos gobiernos regionales, como es el caso de los estados de Nueva Esparta y Sucre. Éstos parecieran haber captado la necesidad de desarrollar el potencial acuícola y actualmente la gobernación de la entidad neoespartana trabaja en la elaboración de un plan pesquero-acuícola para el 2019; mientras que en Sucre, entes regionales trabajan junto con instituciones científicas y empresa privada para producir masivamente semilla de mejillón con fines acuícolas. Es cuestión de apoyar estas iniciativas y promoverlas en las comunidades, a través del ordenamiento participativo y sustentable.
Vale la pena resaltar que China es el principal productor acuícola a nivel global y, actualmente, su sector privado desempeña un rol importante, en la segunda economía del mundo. Según fuentes oficiales, dicho sector responde por más del 50% de los ingresos tributarios, el 60% del Producto Interno Bruto, el 70% de la innovación tecnológica, el 80% del empleo urbano y el 90% de los nuevos trabajos y nuevas empresas. Todo ello con el 40% de los recursos. Desde 1980, la tasa de crecimiento anual del sector privado ha oscilado entre el 20 y el 30 %, mucho más elevada que el 5-10% de las empresas de propiedad estatal (Ríos, 2018).