CONTRAPORTADA
AÑO 4 / NÚMERO 213 / DOMINGO 09 DE NOVIEMBRE DE 2014
De trozos y trizas... Entrevista a J. M. Briceño Guerrero
JOSÉ GREGORIO VÁSQUEZ
Recordar es ser J. B. Kabir, Kabir, ya sabes vivir… Kabir, Kabir, ya sabes morir… Hace unos días el cielo de la luna nueva trajo para nosotros un mensaje oculto: la muerte de un ser querido destronó cada minuto de esa tarde. La noche acechaba la casa y el silencio se apoderaba de la palabra. La partida del profesor José Manuel Briceño Guerrero ha trastocado nuestro ahora; ha callado nuestra voz. Este sentido homenaje en Letras Ccs nos permite recordar a un querido maestro, a uno muy querido de los tantos que nos acompañan en la vida. Sin duda, nuestro reconocimiento es de palabras. No tenemos otras maneras más cercanas para decir lo que sentimos. Con palabras nos han desordenado el alma y también con palabras hemos andado el lento peregrinar a nuestros dioses. El tiempo incansablemente nos muestra el día y su oscuridad con palabras, así como la luz y la alegría, el amor y el desconsuelo; es parte de lo humano, lo esencialmente humano lo que vive y respira en la palabra. Por ellas mismas seguimos amamantados. Nada somos sin su poder. Así lo enseñó durante tantos años y nos llevó siempre por la vida misma del lenguaje para intentar comprender nuestro trágico destino. En esa insistencia está enmarcado unos de los anhelos de su vida. Él quiso ser leído, ser comprendido, ser escuchado y ser querido a través de sus palabras. Quiso así ser palabra en las palabras de los otros. Ser silencio en el silencio de los otros. Dándonos cuenta o no, pasamos por delante de ese su mundo cuando respirábamos frente a unas páginas de sus libros. Conscientes estamos de que muchas veces lo leído, lo comprendido, lo escuchado, lo querido se rompe por la trasgresión simple del desaliento que el camino pone por delante y por detrás del tiempo. Qué muere cuando muere un pensador como J. M. Briceño Guerrero. Qué vive cuando muere un hombre como él. Qué nos queda. Qué protegemos. Qué guardamos. Qué olvidamos. Ha bajado nuevamente el telón. Otra obra comienza. No la misma. No con la intensidad, la claridad, la sabiduría de un maestro que hizo universidad y que
enseñó desde esa universidad que tanto añoramos. Un maestro que hizo escuela en el corazón de sus alumnos. Un maestro que desentrañó muchos misterios de la vida y nos dejó en palabras algunas de esas señales. Ahora seguimos su rastro en muchos de sus testimonios. En el estudio verdadero de quiénes somos. En la mágica y significativa posibilidad de acercarnos verdaderamente al aliento de los pueblos: bien a través de su música, sus creaciones, sus lugares, sus juegos, sus sonidos desconocidos… o bien, a través de la mirada secreta de sus personajes donde vive y palpita la herencia que llevamos olvidada. Siempre nos llevó de la mano por los recuerdos de otras ciudades, de otros mitos, de otras victorias y catástrofes, de muchos tiempos, de muchos dioses, de muchos seres que viven aún en las páginas de la gran literatura. Cada trazo de él nos delineaba con amor y amargura el aliento de esos personajes revividos; así los viajes por obras tan singulares; así los viajes por la cadencia de la música escrita en palabras, por las palabras dibujando el tiempo en el pensamiento de la Filosofía, por los colores trastocando la mirada para poder desviarla, por la afectuosa disposición de comprender nuestras culturas populares. Qué lástima que muchos estuvieron atados a las pequeñeces cuando se referían a él. Pero el día de la luna nueva regresa. Hoy queda mucho de nuestro querido maestro entre nosotros; queda todo de él en nuestro recuerdo; queda el fluir de la gran savia, el olvidado asombro del rosal que extiende sus brazos ciegos hacia el sol por amor a la ignorada rosa; pero también queda poco de él en otros lugares: queda poco de él en las librerías, en los anaqueles, en las bibliotecas, en las universidades, en los recintos del aprendizaje, en muchos de los profesores que deambulan por los salones; y a pesar de esta trágica situación, queda mucho de él tatuado en la victoria del pensamiento que se hace idea verdadera para comprender lo que somos y de dónde somos… Queda el dolor y la alegría. Quedan muchas tareas por hacer para que ese enorme recuerdo y esa gran Obra, aún no reconocida, nos muestre esencialmente otro camino en la comprensión de nuestra alma. Kabir, Kabir, ya sabes vivir… Kabir, Kabir, ya sabes morir…
Foto: Gerard Uzcátegui
Una enseñanza desconocida
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Foto: J. G. Vásquez
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J. M. Briceño Guerrero (Fragmentos) La finitud y la precariedad de la cultura son reflejo de la finitud y precariedad del hombre. La cultura está siempre expuesta a ser desarticulada, desmantelada, destruida; el hombre a quedarse a solas con su libertad y su radical angustia. De ¿Qué es la Filosofía?, 1962
La condición humana es fundamentalmente incómoda, porque requiere incesantes esfuerzos conscientes, trabajos y preocupaciones que nunca conducen a la seguridad definitiva. «Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza». Por eso los dos mitos cardinales de la condición humana son el paraíso perdido y la utopía: hubo un tiempo en que la humanidad vivió armoniosamente, la felicidad era posesión de todos, no existían ni la miseria ni la enfermedad ni la injusticia ni la angustia; o, la humanidad alcanzará esa armonía por la llegada de un salvador o como culminación de un proceso histórico ineluctable o debe alcanzarla por sus propios esfuerzos. Nostalgia del insecto o anhelo de divinización; las abejas y los inmortales no tienen problemas sociales. Los dos grandes mitos son uno: híbrido horrendo de arcángel y serpiente, el hombre está humillado por haber caído de un previo encumbramiento o por no haberlo alcanzado todavía. Cada individuo, cada pueblo intuye y formula, con mayor o menor claridad, el gran mito. Dicho en otra forma: concibe ideales y valores ante los cuales la realidad vivida queda ensombrecida. De aquí el impulso hacia nuevas formas y el proyecto. El hombre es un hacedor de proyectos, los cuales están siempre expuestos a la frustración. De ¿Qué es la Filosofía?, 1962
Cuando los niños juegan se encarna en ellos el fiat del universo, los niños que juegan son la esencia del universo; si durante un segundo no jugara ningún niño sobre la tierra, se desintegrarían las galaxias. De Dóulos Oukóon, 1965
En palabras fui engendrado y parido, y con palabras me amamantó mi madre. Nada me dio sin palabras. Cuando yo comencé a preguntar: ¿Qué es eso?, no pedía la ubicación de una percepción en un concepto; pedía la palabra que abrigaba y sostenía aquella cosa, para sacarla de la orfandad, para arrancarla de la precaria existencia suministrada por la palabra cosa, indiferente y perezosa madrastra, y restituirla a su hogar legítimo, su nombre, en el mundo firme de mi lengua. Hogar prestado, es cierto; pero único hogar al cual podían aspirar las cosas, condenadas como estaban a vivir arrimadas en la casa del verbo. De Amor y terror de las palabras, 1987
La poesía es la voz personal, individual, singular del ser humano. Expresa lo presente en esa «llama al viento» que es cada hombre. Da cuenta de lo más íntimo, en grito o en susurro, y al hacerlo pone en juego las estructuras culturales que sí son afectadas, las atraviesa y llega a lo propio de cada ser y paradójicamente, a lo que es común a todos como esencia de la condición humana universal. De Para ti me cuento a China, 2007
Los juegos infantiles tienen una importancia especial porque en ellos se conserva puro el mensaje fundamental de los antiguos sabios. Los niños los han ido transmitiendo con asombrosa fidelidad durante milenios, y la sabiduría contenida en ellos ha sobrevivido a las catástrofes que han destruido castas sacerdotales completas, templos, bibliotecas… De Dóulos Oukóon, 1965
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Mis únicos tesoros son el alma y la palabra; pero el alma es salvaje y la palabra no se deja domar. De La llanura temblorosa, 1998
La Librería Mediática Marialcira Matute La política es la superficie de un océano y a mí me gustan las profundidades. Sin embargo, aun las más profundas son seducidas por la superficie porque en la superficie brilla el sol del instante. De El tesaracto y la tetractis, 2002
He decidido ser sincero. Decir la verdad. No puede un hombre hacer nada importante –auténtico– si está inhibido por consideraciones y respetos. El temor de herir, el deseo de agradar. De El pequeño arquitecto del universo, 1990
Escribo también para dar libre curso a una voluntad de creación, o, más modestamente, de organizar verbalmente, de componer lo vivido y lo pensado en forma agradable y, ojalá, bella, quizás verdadera. Escribo, en fin, para buscar la admiración y el amor de otras personas; tengo una carencia afectiva, me hace falta cariño; he fantaseado y soñado que alguien, leyendo mis escritos, sienta por mí lo que yo he sentido leyendo a mis autores preferidos; aunque sea un poco, y me lo diga. De Los recuerdos, los sueños y la razón, 2004
Veo que el hombre es en gran medida comunicación, palabra. Para él, ser es decir. No totalmente, porque lo vivido es, de alguna manera, extraverbal; pero pide palabra y sufre si ha de permanecer inexpresado, en lo inefable. Veo que para ser hombre en plenitud, para morir como hombre completo, para haber sido debo convertirme en palabra. Contar para existir. Ser es ser dicho. De El pequeño arquitecto del universo, 1990
Estar perdido en un laberinto me parece a mí que le pasa a uno cuando hace cualquier estudio, cuando hace cualquier negocio. Siempre hay diversas posibilidades continuamente, e incluso el pensamiento que se refiere a lo sobrehumano, a lo divino, tiene algo de laberíntico porque se encuentra uno con pasadizos, con calles, con caminos que han sido ya recorridos por otros caminos que uno no sabe de dónde surgieron. Hay por ejemplo las ideas de Dios como antropomorfo, desde la antigüedad clásica la filosofía griega: un filósofo dijo que si los caballos se imaginaran a Dios lo imaginarían como un caballo grande capaz de protegerlos, que si los perros pensaran en Dios lo imaginarían como un perro grande, fuerte, capaz de vencer a los demás perros y que por eso el hombre se imaginaba a Dios como un ser muy grande, un anciano venerable y poderoso, algo así. Esa crítica me pareció a mí razonable, pero yo he razonado después que quizás no sea correcto eso. Creo que lo divino puede ser representado con forma humana, porque lo humano, de alguna manera, tiene forma de lo divino, como dice que fue «a imagen y semejanza». Imaginar a Dios como persona no significa una estupidez, como un perro imaginaría a Dios como un perro grande. Se trata más bien de descubrir una familiaridad entre lo sobrehumano y lo humano una posibilidad de comunicación. De Dios es mi laberinto, 2013
Queda el vacío. Desde que te fuiste, ese vacío se traga todo. Te fuiste, ya nada agarra nada. Sin ti, nada tiene importancia. Tejeré una red de recuerdos para ver qué puedo retener. ¿Para quién? ¿Quién me quiere acompañar para abrir las puertas chinas de un desastre no chino, no de parte alguna. Ciertas puertas se abren sólo después de un desastre. No puedo solo. Ido tú ¿Quién querrá acompañarme? De Para ti me cuento a China, 2007
El poeta en nuestros días, por el hecho de tener procesador de palabras y biblioteca computarizada no escribe más ni mejor que el poeta del siglo seis antes de Cristo que debía cortar cada letra con estilete o encalamocarse con papiros. De El pequeño arquitecto del universo, 1990
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Vivo también en las miradas
de los vecinos, en las creencias que me sostienen, en los temores que se
trasmutan en muros de piedra,
portones de hierro, rejas,
cerrojos, perros .
El maestro ignorante ¿Cómo llegan los libros a nosotros? Es tan fascinante la multiplicidad de caminos como la lectura misma. Programas literarios, reseñas en prensa, redes sociales, el comentario al vuelo... El libro que hoy referimos es breve y contundente. Se trata de El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, es un ensayo de 87 páginas, del franco-argelino Jacques Rancière (Argel, 1940) , profesor emérito de la Universidad de París VIII. Supimos de este libro —publicado por primera vez en 1987 por Libraire Arthème Fayard— gracias a una entrevista que Ciudad CCS le hizo al Ministro de Cultura venezolano, el sociólogo Reinaldo Iturriza, en la que nos dice que la relación entre la gente que ha estudiado o no en la Universidad debe ser «entre iguales» pues, como plantea Rancière, todos tenemos inteligencia y capacidad de aprender, si así lo deseamos. Por las páginas de Rancière, que comienzan refiriendo la experiencia en 1818 de un personaje real llamado Josep Jacotot; sobrevuelan las ideas de vanguardia de Samuel Robinson , que nos invitaba a «enseñar a aprender». Frases como «Quien enseña sin emancipar atonta», o «Nadie conoce más que lo que ha comprendido», son reflexiones de Rancière en torno a una «ruptura con la lógica de todas las pedagogías». Este ensayo me hace recordar también al entrañable Briceño Guerrero, en una entrevista que le hicimos en 2009, y que recogemos en un micro de la serie «La Librería Mediática lee a Nuestra América», que puede verse en TVLecturas.com Él nos dijo esta idea genial: «¿Cómo no agradecer a los analfabetas? Son nuestros benefactores. Fueron analfabetas los que inventaron la lectura y la escritura». Así, los alumnos que refiere Rancière son capaces, a través de la voluntad de aprender constantemente y de su inteligencia, de descubrir el conocimiento y de inventar nuevas formas sin la mediación de un maestro que «atonte» sino de un maestro que aunque no sepa una materia específica es capaz de estimular en los alumnos el deseo de aprender y de aprovechar nuestra potencialidad innata. Los planteamientos de Rancière son más que interesantes, y dan para debatir y pensar. Inquietarán a más de uno y a otros llenarán de satisfacción. *** Hoy estaremos en nuestra II Feria del Libro de La Librería Mediática, que con el acompañamiento de FUNDARTE y PDVSA La Estancia, y la participación de expositores nacionales e internacionales, públicos y privados se realiza —cual sala de lectura al aire libre— en los jardines de La Estancia, Altamira.
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Latinoamérica
[Un ensayo de J. M. Briceño Guerrero]
Voy a hacer una aproximación a Latinoamérica desde tres puntos diferentes. Voy a hacer, primero, una aproximación desde lo más íntimo; en seguida, una aproximación desde lo más lejano y, en tercer lugar, una aproximación desde lo más doloroso. Desde lo más íntimo Cuando era adolescente —hace muchísimos años— me interesó profundamente el conocimiento de mí mismo. Yo fui de ese tipo de jóvenes que consideran importante que uno se conozca a sí mismo. Y que le hacen caso al oráculo de Delfos que dijo, «conócete a ti mismo», y consideran que eso es importante. Yo, entonces, me di a esa tarea. Y, para mi gran sorpresa —después de estar mucho tiempo en ese plan— descubrí que las cosas más íntimas mías, mi yo, no era unitario, o sea, que yo no era una persona sola, sino como que estaba dividido internamente —¡No vayan a creer que era un caso esquizofrénico!— creo que más bien era un caso normal y comparable a todo el mundo, es decir, que cuando decía «yo», no era uno solo, siempre, el que decía «yo». Había varios que se arrogaban ese pronombre, «yo». Y, como si tomaran el poder entre un número difícil de precisar de «yoes». Esos «yoes» a su vez representaban pasiones, tendencias, instintos, aspiraciones, temores, angustias, característica, todo eso, de mi propia persona. Luego, paso yo, en la profundización de ese examen de mí mismo, y de ver esa pluralidad de «yoes» que me componían, a reconocer que era difícil gobernar, que era también difícil (poniéndome yo como observador de esa pluralidad y organizador de ella) instaurar un sistema que permitiera la participación jerárquica de todas en reconocimiento de su importancia y nunca tuve la aspiración tiránica de suprimir alguno de esos «yoes», sino más bien, de organizarlos. Pasando el tiempo, descubro que ninguno de esos «yoes» me pertenecía en absoluto, que todo lo que llamaba «yo» no era la propiedad de una entidad separada, sino que todos y cada uno representaban fuerzas que estaban presentes en la sociedad donde me había criado, que es Venezuela. Crecí como niño en los Llanos de Venezuela y como adolescente en Barquisimeto. Esta toma de consciencia de que todas esas cosas no eran mías, incluso lo estrictamente orgánico y biológico de mí, lo instintivo no era universalmente humano, sino, que, ya estaba asumido por mí de manera enseñada, dictada en el proceso de socialización y aculturación. Esta toma de consciencia se me hizo más fuerte porque siendo muy joven tuve que vivir en países extranjeros que no pertenecen al ámbito latinoamericano y, entonces, vi que los demás también me perci-
bían como latinoamericano, no me percibían como un hombre igual a ellos, o sea, que es como si un hombre universalmente humano, existiera como un nivel básico de todos los hombres, pero, por encima de ese nivel, se configura y se perfila una particularidad que depende de las condiciones socio-culturales de la formación de la persona. Y fue evidente para mí al encontrarme con gentes de otras lenguas y otras culturas, que yo pertenecía a este ámbito latinoamericano y me pareció que debería entonces estudiar a Latinoamérica, es decir, que lo que yo estaba viendo en mí, cuando quería conocerme a mí mismo, era un retrato pequeño, difícil de descifrar, de algo que estaba escrito en letras grandes en los países de eso que se llama, o que llamaban los franceses del siglo pasado «Latinoamérica», porque antes esto no se llamaba Latinoamérica. Se llamaba «América» y, a nosotros, los españoles nos llamaban «los americanos» o «los indianos». Cuando yo fui a estudiar en los años 50 a Austria y Alemania a mí me decían Südamerikanish; no me decían Lateinamerikanish. Ese Lateinamerikanish ahora se ha impuesto y se usa oficialmente en las Naciones Unidas, con una pequeña variante que dice «Latinoamérica y el Caribe» porque resultaba difícil explicar ese asunto de la pluralidad de culturas que hay en el Caribe. Sin embargo, esa palabra «Latinoamérica» deja por fuera la cultura prehispánica de América. Me pareció también que no bastaba la reflexión psicológica, ni la reflexión filosófica, sino que había que auxiliarse con médicos, con historiadores y con antropólogos. Lo de los médicos lo digo porque no me fue difícil darme cuenta, en mi adolescencia, de que muchos pensamientos míos provenían de dificultades en la salud. O, por lo menos, que la adopción,
el acercamiento a ciertos pensamientos era producido por cuestiones de origen orgánico. Tanto en cuanto a la salud, dificultades de salud, cosas pequeñas en apariencia como estreñimiento, mala digestión, podían hacer que yo me acercara y sintiera como más evidentes ciertas ideas; y estados de exaltación orgánica también, por encontrarme en buena salud, con buen ejercicio de los miembros del cuerpo me hacían que aceptara otras, por lo que me pareció que era importante para un filósofo tener relaciones con un médico, en el sentido de que pueda pensar con mayor libertad y no ser dirigido en su pensamiento por cuestiones de carácter orgánico, que en todo caso deberían ser corregidas. Lo de los antropólogos me fue extraordinariamente interesante porque se ocupan siempre de culturas diversas. Y los historiadores, es realmente fundamental. Con esto de los historiadores paso a la segunda parte de mi exposición que es un acercamiento a nuestra región cultural que se llama Latinoamérica desde lo más amplio que yo pueda. Desde lo más lejano Desde lo más amplio que yo pueda, ubico como fenómeno a Latinoamérica en general y a Venezuela en particular dentro de un fenómeno universalmente humano que cada día me parece más importante y menos considerado, que es la migración. Si yo tuviera que darle un nombre al hombre, no diría eso de «zoon politiko/n», que puede aplicarse también a sociedades de insectos, y tampoco eso de «homo faber», ni todas esas cosas que se han inventado. Yo diría más bien que es un «homo migrans». Es decir, que lo característico del hombre para mí como cosa central es que migra. Hasta donde se sabe, el
hombre surgió, la hominización se produjo en África y, desde allí, el hombre ha migrado a todas partes del mundo. América, en particular, es un continente de inmigrantes, porque aquí no hubo hominización, vinieron los indios como inmigrantes y luego vinieron los europeos como inmigrantes. Por eso me parece que tiene hondas resonancias ese poema de Gerbasi que se llama Mi padre El Inmigrante y que lo pone en los extremos: «venimos de la noche y hacia la noche vamos» y, en ese intermedio, tendríamos que examinar el problema de la migración. En la historia y prehistoria de la humanidad veo dos momentos particularmente importantes: uno es la segunda parte del segundo milenio antes de Cristo y el otro, la segunda parte del segundo milenio después de Cristo. De acuerdo con lo que sabemos por los arqueólogos, en el segundo milenio antes de Cristo y especialmente en su segunda mitad hubo grandes migraciones indoeuropeas que dieron lugar, en la India, a la cultura sánscrita, en Persia, a la cultura persa, en Grecia, a la cultura griega, en Italia, a la cultura latina. Son hechos muy importantes que se produjeron, sobre todo, en la segunda parte del segundo milenio antes de Cristo. Esos desplazamientos de hombres deberíamos recordarlos. Nosotros somos descendientes de hombres que han migrado mucho a pie, por mar, por caballo, y últimamente, también por el aire. Y en estos momentos se están produciendo sobre la tierra grandes migraciones. Hay grandes cantidades de familias que se están desplazando de un lugar a otro en condiciones de gran miseria, en algunos casos, y de gran dolor. La migración importante en la segunda mitad del segundo milenio después de Cristo, o sea desde el siglo XV hasta nuestros días, yo creo que el fenómeno más importante que ha ocurrido allí no es la guerra atómica ni nada de eso. Es la migración europea, el hecho de que los europeos comenzaron a migrar en masa, por millones a todas partes del mundo y de manera conflictiva y dominante. Así, por ejemplo, desde comienzos del siglo XVI hubo desplazamientos de poblaciones europeas hacia América, sin contar con que también fueron hacia otras partes del mundo, pero, vamos a considerar hacia América y ese fue un movimiento dominante. Sabemos, al estudiar las migraciones de pueblos, que se produce siempre una relación curiosa, extraña, que no termina de estudiarse a fondo, entre los que se quedan en la metrópolis y los que viven en las colonias. Entre los atenienses y los colonos griegos del mar Negro o los colonos de Esparta en el Sur de Italia o en Sicilia, había unas relacio-
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nes curiosas que en parte eran de dependencia y, en parte, eran de rebeldía y había cuestiones de tipo legal sobre las fiestas religiosas que tenían que cumplirse. Generalmente, los que se van, se encuentran como lejos de los lugares donde están los centros de creatividad y tienen una relación de dependencia con respecto a lo que se hace en la metrópolis: los europeos que vinieron a América, tanto a América del Norte como del Sur, mantuvieron y mantienen hasta hoy en día esa relación de dependencia. Los centros de creatividad están en la Metrópolis, es decir, en el país madre y de ahí es de donde pueden recibir las indicaciones sobre lo que hay que hacer. Se produce un sistema de repetición y de imitación, una sensación de ser como «de segunda», de no tener una plenitud de lo humano, sino que es una especie de relación como de protegido-protector, de hijo a padre. Y las guerras de independencia, no modificaron esta situación. Una característica fundamental de América, en general, y, en particular, de Latinoamérica y, más en particular, de Venezuela es, sin duda, esta dependencia. Y esta dependencia es explicable y creo que también razonable porque una vez que un pueblo migra pueden pasar varias cosas. Una es que cree una cultura nueva al mezclarse con otros pueblos que están ahí. Por ejemplo, los indoeuropeos de la primera invasión indoeuropea a Grecia encontraron una civilización talasocrática en Creta y, en combinación con ella, fundaron el imperio creto-micénico de donde vienen los Aqueos de los cuales habla Homero. Esta cultura es distinta de la que ellos traían, diferente, como diferente fue la que se produjo cuando hubo la segunda ola migratoria indoeuropea, la que dio lugar a Esparta y a los Dorios. En la llegada a América de los europeos hubo más bien una tendencia a continuar a Europa en América, obteniendo ciertas ventajas de tipo europeo, de aspiraciones de tipo europeo, de tal manera que el contacto con los habitantes inmigrantes anteriores, los indios, no dio lugar, y creo que no va a dar lugar a una cultura nueva. Y también hay la tendencia a devolverse, a que lo que sí ha cambiado no siga cambiando, sino que se produzca un retorno a la madre; hay algo así de «vuelta a la madre» en toda América. Y esto ha significado una gravísima dificultad para entender estas cosas. La Europa misma en América se dividió en dos. Una división europea se mudó para América, porque los españoles y los primeros habitantes de América del Norte y los portugueses también en Brasil tenían una manera de ver las cosas, una cultura europea de tipo distinto a la que comenzó a formarse con la Revolución Francesa, en el campo político, y la Revolución Industrial, en el campo económico. Este cambio tan grande y tan tremendo que Europa no ha superado todavía pone al descubierto esa división entre un tipo de cultura que podríamos llamar europea uno, europea primera, y un tipo de cultura europea segunda, que tiene que ver con el discurso de “las luces”, de la Ilustración, la ciencia y la tecnología, el progreso y, habría que incluir allí, el socialismo y las diferentes formas de plani-
ficación de la vida colectiva. Lo cual es muy diferente a las tradiciones ya desacralizadas que tenían los primeros pobladores de América venidos de Europa y los pobladores de América anteriores, es decir, los aborígenes de América. Por ahí habría dos discursos europeos en América en conflicto que serían, el discurso de «las luces» y el discurso de los señores. Esto del discurso de los señores me lleva a mí a la tercera y última parte de mi exposición: el acercamiento a América. Desde lo más doloroso Una cosa triste y lamentable ocurrida en América, y nos tocaría a nosotros hacer algo por eso y no lo hacemos, es que en ese contacto de los europeos con América, se formó un sistema de esclavización, de destrucción de las culturas que estaban antes en América y de esclavización de sus integrantes, además de haber provocado una inmigración pasiva de esclavos de África. Y esa relación amo-esclavo por parte de los europeos en América no ha sido resuelta. Aun cuando en el siglo pasado, por influencia de la Europa segunda, por el discurso de «las luces» hubo la supresión formal de la esclavitud, la esclavitud no cesó. Yo tengo suficiente edad para haber visto que los que antes eran esclavos en las haciendas y luego pasaron a ser libres, pasaron a una situación peor que la que tenían cuando eran esclavos, porque pasaron a la dependencia de un salario pequeñísimo, que nunca alcanzaba para sus necesidades y que los hacía estar vendidos a los dueños de la hacienda por generaciones pues lo hijos heredaban las deudas de los padres. Los movimientos políticos que ha habido para remediar esa situación me parece que no han logrado nada en absoluto; quiero decir esta idea con mayor claridad para que no se crea que es una estridencia mía. Arquitectónicamente puede verse esto muy fácilmente. En la época de la colonia, ¿qué veía alguien que vivía en América? Veía la casa de los señores y las barracas de los esclavos, una hacienda, una casa colonial como conocemos que son y, cerca de ahí, una barracas donde vivían los esclavos y se criaban los niños como perritos, como animales, y estaban a la merced del señor. Pasan todos estos siglos y llegamos al año 1995. ¿Qué vemos nosotros al mirar? Vemos las casas de los señores y las barracas de los esclavos. Yo no veo diferencia, yo creo que las condiciones son peores. Hay una urbanización donde viven los señores y, al lado, siempre hay algo que es equivalente a las barracas de los esclavos. Creo que un estudio de historia de la arquitectura podría detectar una línea que va desde la barraca de los esclavos hasta la construcción de los ranchos. Luego, este hecho real, tangible, visible, está acompañado por un hecho interno, psíquico, que es que nosotros estamos acostumbrados a sentirnos internamente como señores o como esclavos. Y luego hay en la gente que toma el poder – habría que hacer una reflexión más profunda sobre el poder, no sobre los mecanismos de poder, habría que hacer una reflexión sobre qué es el poder y para qué
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sirve además de para satisfacer a peque- allá. Entonces yo llamo discurso no sólo ños yoes internos, viles y mezquinos, in- los pensamientos y las palabras, lo que capaces de reconocer a los otros que hay está formulado verbalmente, sino el estien ellos mismos y mucho menos a los que lo de actuación, los actos y, más profunhay por fuera– en Venezuela, en cual- damente que los actos, los sentimientos y quier nivel que lo tomen, que se compor- las valoraciones. tan como amos y tratan a los demás como Hay un nivel profundo en el que las vaesclavos. Y los demás se sienten también loraciones son de la Europa primera, son como esclavos y se comportan como ta- de la España inicial, son de los señores, les. Así yo he observado que los que to- de los amos y siguen siendo. Y, luego, hay man el poder respetan a los otros que es- otro discurso que es europeo segundo, tán en el mismo juego político pero no, a que es el que adoptaron los libertadores, aquellos que se supone que van a repre- por lo menos en forma verbal, y luego tesentar. De tal manera, que el juego demo- nemos ese discurso salvaje, creo que en crático ha sido una farsa engañosa para nosotros mismos, en nuestra interiorilos otros que siguen siendo esclavos; ¿có- dad, nuestra intimidad están presentes mo se explica que después de treinta y esos discursos, esas maneras de sentir y cinco años de democracia siga habiendo de comportarse y en un mismo día es pola misma situación de separación tre- sible que nosotros pasemos de un discurmenda, dolorosa, vergonzosa, entre una so de señor a un discurso salvaje o al disurbanización y un barrio? Yo, profesor curso europeo segundo. El más verbalizauniversitario, pertenezco a un nivel eco- do es el europeo segundo; el europeo prinómico, que me permitió hacer una casa. mero queda allí un poco sin decirse y el ¿Y qué hay detrás de mi otro queda dirigiendo casa? Un barrio, ¿eso acciones de tipo desHay una dificultad para sólo? ¿Y cómo es ese ba- aceptar al otro, hay una dificul- tructivo que son las rrio? Bueno, como las únicas que puede hatad para el diálogo, asumen casas de los esclavos. una ideología cualquiera y se cer. ¿Qué hace la gente que ponen ciegos a cualquier otro Entonces, ¿cómo es vive ahí? Consigue traposible que ese discurpensamiento bajo para cortarme a so salvaje, de donde pomi la grama y a los demás profesores le dría salir de parte de los vencidos y de los trabajan en la cocina a la señora. oprimidos una actividad de cambio, esté Y otra cosa que he observado con asom- reducido por vía oficial y con la complicibro es que personas que tienen una ideo- dad de los que se dicen de izquierda? Eslogía igualitaria y hasta revolucionaria to, debo decirlo, está reduciendo lo que no sienten ninguna contradicción de te- pueden hacer o a una violencia caótica y ner en la casa una sirvienta mal pagada y criminal o a la más oscura superstición. O mal tratada y disgustarse porque la seño- sea que se está fomentando entre la genra dice que quiere tener el domingo libre. te más miserable, más perseguida y más Eso lo he visto yo en personas que incluso sufrida estas dos cosas: o la violencia inestán peleando a favor de una revolución útil, cruel, o la superstición religiosa más social ¿Por qué pasa eso? Porque hay tras- obscura y obscurantista. Al reflexionar sobre liderazgo y sobre tiendas psíquicas no analizadas. Alguien toma el poder con una ideología de la Eu- poder y sobre la posibilidad de que un liropa segunda, de «las luces», pero detrás derazgo hasta ahora existente en Veneestá la vieja ideología española de los se- zuela sea sustituido por otro, yo insistiría ñores, de los que mandan. Entonces la en que hay una sordera, una sordera esideología le está sirviendo sólo como ma- pecialmente característica del Cendes y nera de ascender socialmente y llegar a del Cepsal y de todas las instituciones ser señor él también y mi vida ha sido lar- que se ocupan de esta investigación. El ga como para ver que a grandes luchado- que disiente es considerado enemigo en res políticos que quieren hacer la revolu- un primer momento; en un segundo moción, la lucha política les ha servido para mento es considerado malvado y, en un ascender económicamente y socialmente tercer momento, es considerado deleny convertirse en señores y tener esclavos. do, es decir que debe ser destruido. Hay Creo que, aun cuando pudiera parecer una dificultad para aceptar al otro, hay fuerte eso de «esclavos», si se piensa en la una dificultad para el diálogo, asumen palabra como una condición de inferiori- una ideología cualquiera y se ponen ciedad y de necesidad de servicio para poder gos a cualquier otro pensamiento, a cualsobrevivir, se podría aceptar, no pensán- quier cosa que se les muestre si está fuera dolo como esclavo en el sentido de que de los parámetros de esa ideología fanátitenga cadenas amarradas a los pies, pero camente asumida. hay otras cadenas y otras dificultades. No creo que sea bueno, para la ciencia, Veo que en los liderazgos ha habido un para el conocimiento ni para la formadiscurso europeo segundo, un discurso ción de un nuevo liderazgo, que haya ese de la Ilustración, de «las luces» y, en la encierro, ese cierre en el seno de una práctica, se mantiene dentro de los pro- ideología o de una actitud que puede ser pios dirigentes otro discurso, secreto, tal también una superstición metodológica, vez inconsciente ¿Qué le queda entonces una arrogancia cientificista y que no haa los esclavos? Les queda un discurso sal- ya campo, no haya oído, para las otras covaje. Y yo entiendo por discurso no un sas que deben ser oídas. Que no haya diáproceso verbal ni siquiera un proceso in- logo sino el interés de borrar a todo lo telectual, además que la palabra «discur- que sea diferente. so» no tiene nada que ver con la palabra Sugeriría entonces como conclusión, «palabra» ni con la palabra verbo, ni con como deseo, que este simposio tuviera la palabra hablar. Discurso tiene que ver suficiente amplitud para no encerrarse con currere, discurrere, como una forma en supersticiones metodológicas y en de moverse rápidamente por aquí, por ideologías.
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LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 09 DE NOVIEMBRE DE 2014
Combate en la Mesa de Naumrá [Un cuento de J. M. Briceño Guerrero]
«Nuestra lucha no es contra [carne ni sangre, sino contra potestades espi- [rituales en los aires». (Has llegado. Esta es la mesa de Naumrá. Abarcas todo el espacio señalado para la prueba. El centro del gran círculo es este hotel. Las primeras estrellas de Escorpio, a la zaga del sol, están en el zenit. Se principia. Ya!) Detrás del mostrador de recepción la mujer espera a su desconocido esposo, jugando, como de costumbre, con palillos construyendo pequeños laberintos parecidos a escaleras. Un gran deseo impulsa todos los actos de su vida. Espera al que ha de completarla. Juega con palillos para trasladarse al mundo de las raíces y alimentarlas con su ternura. Desea el triunfo de su misión clandestina. Si los enemigos descubren el propósito verdadero de la organización, destruirán la planta sagrada. Eslabón clave del plan. De repente el violinista ciego, el que funge de músico mendigo a la puerta principal, toca la melodía. No cabe duda, es la melodía. Para los profanos es una canción anticuada; para ella significa peligro inminente, amenaza suprema. La mujer intensifica al máximo sus tensiones de alerta; cada articulación, cada músculo, cada destreza, cada conocimiento bélico, todos los poderes adquiridos en el largo entrenamiento están listos para actuar. «Tendrán que ser más de once mil para vencerme» –dice, recordando las palabras finales del hierofante, al comprobar que se encuentra en forma. Luego procede sistemáticamente: los sensibles mecanismos de alarma colocados en sitios estratégicos de la Mesa y del hotel no han registrado nada anormal. No habrá ataque físico. Las sierpes de la frente, de la coronilla y de las sienes están despiertas y tranquilas. No hay de momento agresiones mentales. ¿Algo de los huéspedes burló el examen telepático y se dispone a efectuar un espionaje psíquico? Los observa uno a uno guiándose por la lista del libro de recepción. Son veintidós. Cinco parejas en luna de miel dedicadas a inocentes ejercicios eróticos; tres viajantes de comercio durmiendo la siesta; un general retirado acompañado de su esposa y dos amigos en la sala de estar, conversando y tomando café; un profesor y cuatro estudiantes del departamento de arqueología ahora haciendo excavaciones en el borde sur de la Mesa. A todos estas personas hizo ella ya un detenido examen durante el sueño; todas han obedecido u obedecerán a partir de ahora órdenes post-hipnóticas de la organización; cada una cumplirá, sin saberlo, al salir del hotel, una misión prevista en el desarrollo del Plan. Ninguna es peligrosa. El personal administrativo y de servicio es digno de confianza Desde el gerente hasta el mandadero de la cocina, a todos los seleccionó ella misma, y ella misma los vigila infatigablemente mientras finge de recepcionista y jefe de camareras. Súbitamente el violinista mendigo repite
la melodía con inusitada vehemencia, sin saber que lo utilizan para transmitir un aviso urgente. La mujer abandona entonces el mostrador y se dirige a la azotea del edificio con paso seguro. Su aire de indiferencia esconde la más felina atención acechante, la ampliación máxima de sus umbrales perceptivos sensoriales y extrasensoriales, la disposición al ataque inmediato. Usa el sistema de escaleras de incendio, ya llega, ahora sube la escalerilla del tanque de agua. El tanque de agua disimula una torre de observación perfectamente equipada. Solo ella puede reconocer la escalerilla y la puerta secreta hábilmente escondidas por temporadas ornamentales. Otea los fonfines de la Mesa bajo el cielo claro. Nada extraño. Las espigas de la planta sagrada dan a los campos un matiz violeta y a ella el goce de la labor cumplida y el celo de mantenerla. Todo normal. A lo lejos, contra la vertiente oscura de la montaña, aparece un automóvil. Se acerca un visitante o un cliente o un enemigo… el enemigo acaso. Desciende a la planta baja y ocupa su puesto detrás del mostrador. (La prueba continúa. Habrá alcanzado su punto culminante cuando Antares llegue al zenit. Mantén la ocupación total del círculo asignado. Manténte fluido y etéreo en tu vehículo de luz astral. Eres la tierra y la vegetación y el aire. Has invadido los cimientos, el piso, las paredes, el techo, los muebles del hotel. Estás en la piel de los amantes, en el tabaco del general, en los instrumentos de los arqueólogos. No intervengas; esto no es un examen de telebulia. No te concentres. Invade ahora sutilmente el automóvil que se aproxima: los neumáticos, el chasis, el motor, la carrocería, el tapizado, las ropas del ocupante único. Dispérsate. No olvides el humo de l chimenea ni las magnolias del jardín). El recién llegado y la mujer están frente a frente; los separa el mostrador de cristal y sobre el mostrador los palillos del juego configuran todavía un extraño laberinto en forma de escaleras. «Sí hay habitaciones libres». «La número ocho es la más cómoda». «Sótero Rasetti». «Cuarenta años». «Soltero». «De Filadelfia». Durante el diálogo rutinario —especie de moderno rito— la mujer, mientras escribe, concentra sus corrientes magnéticas en la convexidad de las pantorrillas, de los glúteos, de los senos, las hace circular por la curvatura de las caderas, por los bordes de los labios y párpados, por el pabellón de la oreja por las ondulaciones del pelo, y las emite en relámpagos voluptuosos por los pezones, el ombligo, las rodillas, a manera de rodear y envolver al hombre neutralizando sus defensas. Luego para la pregunta final. «¿Cuánto tiempo piensa quedarse?», levanta los grandes ojos fulgurantes a fin de culminar la posesión vampírica. Ha impuesto su deci-
sión a los átomos del aire, las moléculas de las paredes se orientan según su voluntad, los jugos calientes de las vísceras conspiran a su favor. Pero en los ojos del hombre no hay lujuria, sino cautelosa atención, calculadora prudencia tras la estructura inquebrantablemente espiral de su resplandor áurico «Para siempre» —responde con naturaleza y su voz apacigua y normaliza los elementos arremolinados que se tejen ahora en contrapunto obedeciendo a algo musical que estaba en esas dos palabras sin confundirse con ellas. Toma la llave él mismo y se dirige a la habitación número ocho. (Dispérsate! Recorre la circunferencia de tu campo de prueba: tenaces hierbas, laboriosos insectos, vetas de rocas metafórmicas, hilillos de agua, un ronroneo de abejas, al borde del precipicio con su río al fondo. Pero quédate simultáneamente en el centro: subes la escalera con los pies del hombre, eres la alfombra de los escalones y sientes su peso sucesivo, respira con su amplio tórax, entregas oxígeno y recibes anhídrido carbónico, te recuestas sobre los palillos con los codos de la mujer sorprendida). Esta primera escaramuza ha servido a la mujer para identificar al nuevo huésped: sólo un iniciado de Set puede resistir el asalto magnético de una vestal de Isis. Y sin embargo, ¿Cómo es posible que siendo tan poderoso para penetrar conscientemente en terreno enemigo, que siendo tan experto en el cierre de sus plexos, como es posible que no conozca, que no intuya, que no presienta por lo menos la trampa mortal sobre la habitación número ocho? Todo está montado allí para invocar la tiniebla exterior con su lloro y su crujir de dientes. Allí se puede producir un hoyo de nada en el Ser mediante la confusión explosiva de las dimensiones. La muerte tercera acecha allí con su caos topológico. El hombre abre la puerta, entre, cierre tras sí. Es una habitación como cualquier otra; hay, empero, sobre la mesa, un bloque de obsidiana con escaleras leberínticas en alto relieve. La mujer, enardecida por el combate, se apoya en las veintidós mil raíces de la planta sagrada —ese es su polo de amor y de ternura—, y lanza con certera pericia los impulsos mentales que activan el desastre en la habitación fatídica donde ha entrado por su propia voluntad el enemigo —éste es su polo de odio y de violencia. (Sál de esa habitación. Haz un vacío cúbico en ti mismo para contenerla. Huye hacia las mariposas y las hojas de hierba. Presencia la comunicación telepática de las hormigas. Conviértete en la danza semántica de las abejas, Desplázate con el acento de las brisas). Ella sube con la serena voluntad de las mieses, abre con su llave maestra, entra,
ningún objeto ha cambiado: la tormenta ódica afecta pocas veces el plano físico. El hombre yace de espaldas en el suelo, dormido, dasmayado o muerto. Ella mira por la ventana el matiz violeta que la planta sagrada ha dado a la Mesa y a las montañas vecinas. Sabe que las sabias del vegetal amado, al contaminar las aguas y alimentar el ganado, penetrarán en el metabolismo de los campesinos y aldeanos creando las condiciones psíquicas para la gran obra. Presiente las oleadas de viento vesperal cargado de polen y una embriaguez momentánea la debilita entre el monte de venus y el ombligo. (¡Cuidado! Antares, el rojo corazón de Escorpio, está ya en el zenit). Sólo le falta una cosa por hacer: buscar la clave exacta del enemigo y trasmitirla a los superiores. Se sienta sobre el hombre con las rodillas dobladas y los muslos apoyados contra los viriles flancos, no se da cuenta de la posición pubis sobre pubis y comienza a desabotonar la camisa; el signo debe estar tatuado bajo la tetilla izquierda. Pero se detiene aterrada: sobre el esternón ha visto el símbolo inequívoco de los hierofantes del Isis al par que siente una quemadura brusca y brutal detrás de la frente seguida por un dulce fuego en la garganta y una llamarada en lo más secreto del corazón. Sin tiempo para comprender, se deja invadir por una languidez que trepa desde el pubis hacia las rodillas y el diafragma por escaleras laberínticas de calor orgánico. Un entorpecimiento de la conciencia la sume en éxtasis vegetal. Cuando vuelve en sí encuentra los ojos tranquilos y poderosos del hombre, y escucha su voz: «Columbita del Templo de la Diosa. No te enseñaron a reconocerme. Yo soy el arquitecto de las tempestades ódicas. Yo soy aquel a quien esperas: una vestal de Isis sólo sucumbe ante el asalto magnético del esposo que le ha sido asignado. Yo soy tu señor». Sin poder salir todavía de la gran confusión, pero ya más lúcida, la mujer, antes de proceder a la liturgia quizá ya innecesaria del encuentro, aventura tímidamente la pregunta en que su mente matemática exige la información clave: «Señor, solo Señor, si eras tú quien venía ¿por qué resonó la melodía de peligro inminente, de amenaza suprema?». El hombre se pone de pié de un salto, resplandeciente de poder, como una fiera que se despierta ante un cerco de cazadores silenciosos, implacables. (¡Abandona el gran círculo ya! Deja para siempre la Mesa de Naumrá. Las últimas estrellas el Escorpio atraviesan el meridiano cenital La prueba ha terminado. Que no puede ni un girón tuyo en el campo de batalla, ni siquiera en los ojos de algún insecto o en un estambre de magnolia. Regresa en tu vehículo relampagueante de luz astral. Olvida, oh aspirante a miliciano de Set, este triunfo que es nuestro y ocupa de nuevo tu cuerpo despreciable Anima otra vez ese rostro babeante. Acaso algún día tatuemos el signo de la Serpiente Antigua sobre tu corazón).
DOMINGO 09 DE NOVIEMBRE 2014 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS
Foto: J. G. Vásquez
Corazón del pueblo
JORGE DÁVILA
Había cumplido 54 años. Escribía para el Libertador, o sea, para la patria. Para el Bolívar pueblo, para la patria por forjar. Era junio de 1983. Y afirmaba sobre sí mismo: «Yo no he estudiado en vano, yo no he vivido en vano, yo no he tratado de comprender a mi país en vano». Con absoluta certeza y sin adioses pudo haberlo afirmado de nuevo la tarde del 31 de octubre de 2014. En sus últimos 31 años de vida siempre lo afirmó: bastaba su sonrisa, su mirada, su palabra calma y por encima de todo su constante preguntar. Y sabía tanto. En 1983 el auditorio quedó estupefacto. Afirmó: «Yo sé que Venezuela no es una patria». No entendieron. Especialmente los académicos, los universitarios. Y, ¿por qué no entendieron? También lo sabía y lo dijo: «la mayoría de los universitarios ha olvidado o nunca supo lo que es Universidad». Recordar y respetar al Libertador fue ese día acto de decir la verdad. Dolorosa, sí. Verdad dicha desde el «ámbito que es morada de Bolívar»: allí «donde germinan tercamente las virtudes humanizantes y formadoras de patria» y que es «un corazón del pueblo», un corazón y también un intelecto donde «late y sueña nuestro futuro vigor». Verdad dicha para desnudar otro ámbito: el de «un corazón vacío», el mismo corazón que es también intelecto vacío donde «no hay noción de patria» e incapaz de reconocerse «a sí mismo porque se enmascara en pronunciamientos farisaicos cuya falsedad no alcanza a ver». Sabía mucho JMBG: «Un corazón vacío no puede hacer acto de presencia junto al corazón del pueblo». Sabía mucho JMBG porque sabía la verdad simple: «Es preferible el anonimato de los humildes» porque allí «se esconde y sueña el futuro vigor de la patria».
José Manuel Briceño Guerrero. Nació en Palmarito, estado Apure en 1929, murió en Mérida, Venezuela, 2014. Doctor en Filosofía y Filología por la Universidad de Viena; profesor de la Universidad de Los Andes, Mérida, por más de 56 años. Su obra fue merecedora de muchos reconocimientos. Doctor Honoris Causa de las Universidades UCLA, UNELLEZ, UNET. Merecedor del Premio Nacional de Ensayo en 1981 y del Premio Nacional de Literatura en 1996. Autor de ¿Qué es la filosofía?, 1962, 1999, 2000, 2002 y 2007; Dóulos Oukóon, 1965, 2007; América Latina en el mundo, 1966, 2003; Triandáfila, 1967, 2007; El origen del lenguaje, 1970, 2002; La identificación americana con la Europa segunda, 1977; Discurso salvaje, 1980, 2007; Europa y América en el pensar mantuano, 1981; Holadios, 1984, 2007; Amor y terror de las palabras, 1987, 2007, 2009; El pequeño arquitecto del universo, 1990, 2006, 2011; Anfisbena. Culebra ciega, 1992, 2002; L´enfance d´un magicien; 1992; El laberinto de los tres minotauros, 1994, 1997, 2009; Discours Sauvage, 1994; Diario de Saorge, 1996; Discours des Luminières, 1997; Esa llanura temblorosa, 1998; Matices de Matisse, 2000; Trece trozos y tres trizas, 2001; El Tesaracto y la tetractis, 2002; Mi casa de los dioses, 2003; Los recuerdos, los sueños y la razón, 2004; Para ti me cuento a China, 2007, 2008, 2009; Obra selecta, 2007; Tiempo. Traducción del poeta chino Chiti Matyá, 2008; La mirada terrible, 2009; Los chamanes de China, 2010; Recuerdo y respecto para el Héroe Nacional, 2010; Operación Noé, 2011, El garrote y la máscara, 2012 y 3 X 1 = 4. Retratos, 2012; Dios es mi laberinto, 2013; Cantos de mi majano, 2014 y El alma común de las Américas, 2014.
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De trozos y trizas...
[ J. M. Briceño Guerrero nos entregó en este nuevo diálogo trozos que son relatos, relatos que son trozos. Trizas puestas entre los trozos. Trizas: olvidadas melodías presentes en una de las formas más particulares de narrar que este hombre nos entrega en cada obra que lo recorre. Me aproximé a él con la necesidad de preguntarle acerca de esos trozos que recogió en sus libros, trozos formados para dar giros alrededor de las palabras, envolventes, poderosamente significativas y sin embargo, olvidadas. Las preguntas no fueron más que alargamientos de lo ya escrito, de lo ya vivido, de lo ya sentido por este escritor venezolano. Las respuestas fueron formando esa imagen que se ha guardado en el espacio profundo de sus palabras, para desde allí, marcar la esencia que mora silenciosamente en ellas.] Gregorio Vásquez
hay comunicación; es necesario comenzar por ellos y por ellos he comenzado... En una de sus primeras obras nos evoca esa infancia tan especial y el encuentro con las palabras; cómo lo encontraron ellas y cómo usted las fue buscando con el tiempo. Ahora recuerdo una frase, de un libro anterior a Amor y terror de las palabras, donde ya mencionaba que «Los hombres han sido puestos sobre la tierra para que recobren la memoria». Háblenos de esa relación de los hombre con las palabras.
José Manuel Briceño Guerrero ¿qué significan para usted las Palabras? Resulta difícil darse cuenta de la presencia de las palabras, de las verdaderas palabras. El hombre teje el destino de sus nombres en ellas. Se multiplica, se vuelve agresivo, se dibuja y se desdibuja enlutando las tardes con esa presencia que las guarda. Para usted ¿qué busca el hombre en las palabras? El hombre busca en las palabras una salida. A mí, en cambio, no me gusta escribir. El que escribe mediatiza la experiencia, se pone fuera de la vida, se queda quieto y juzga. Soy hombre de guerra, prefiero comprometerme totalmente en la acción, sin retaguardia y sin cautela. Me enorgullezco de haber participado en combates que ningún poeta cantará jamás. Escribo sin embargo; pero no como los escritores de vocación y de oficio; ellos buscan la belleza, la verdad, la justicia, la libertad o la gloria; yo en cambio desprecio esos espejismos ovoidales y busco la victoria singular. Uso la escritura como recurso estratégico adaptado a la naturaleza de mi empresa: pretendo vencer la elusividad de un enemigo incorpóreo, atrapar en un laberinto de grafemas al fluido y multifario oponente que ha logrado detenerme... Uso las palabras como trampas... Veo en muchos de sus libros la imagen del rey de Uruk, siempre presente en su obra, siempre hilando los comienzos de su escritura, un poema que en su misma estructura atrapa al silencio, ¿qué significa esa presencia del Gilgamesh? El Gilgamesh me hace recordar el comienzo de la escritura, y cada texto que nace de la experiencia del vivir es una imagen de ese inicio. Cuando emprendo la tarea escribir, muchas ideas bullen y hacen bulla en mi interior. Una orden misteriosa me prohíbe expresarme por escrito. Yo miro sin intervenir, sin juzgar. Ese algo me reclama, me contempla, me habla nuevamente: algo me dice que puedo escribir, lo mismo que hablar, para expresar mis pensamientos con respecto a cuestiones prácticas inmediatas, o teóricas y remotas; también para coordinar los actos con los actos de los otros; incluso para contar lo que me ha ocurrido y lo que he hecho desde que tengo memoria, nada se opone a que escriba mis planes, proyectos, esperanzas, temores... Sin embargo, ese mismo algo me reclama, me protege, me dicta sentencias, me dice que no me está permitido convertir el silencio en palabra, ni llenar de signos el gran vacío. Hay que respetar la Palabra. ...estamos sumergidos en el espaciotiempo de la tierra; pero un idioma terrestre nos es común, un idioma formado de lugares comunes, como todos los idiomas, es cierto, pero sin lugares comunes no
Fui engendrado y parido en la palabra, con palabras me amamantó mi madre. Nada me dio sin palabras. Con el tiempo observé atentamente que el mundo no verbal estaba también constituido por la palabra. En gran parte todo venía por los sentidos, pero los sentidos estaban educados por las palabras. He estado cerca, sobre todo, de las palabras mismas, de su sonido, de las relaciones de sus sonidos, del parentesco oculto de las letras, de la secreta correspondencia de las sílabas, cómplice de un juego clandestino, a espaldas del los significados, o tal vez determinándolos. He sospechado que los poetas conocen esa red sutil y secreta del sentido y significaciones propia del lenguaje en sí mismo, y que trabajan desde ella, por ella, tomando como pretexto los temas que trataban; de las palabras emananan, por lo menos para mí, el encanto y la belleza de los poemas. Osé pensar muchas cosas, muchas palabras iban y venían. Atrapé muchas palabras y una vez puestas en libertad, en completa libertad, la voz repetida rompía todas las estructuras de mi mundo y abría un ámbito misterioso de inminente peligro, indefinible donde resollaba el sagrado terror de la locura. Huyo entonces y espero las horas, días, semanas hasta reunir suficiente valor para volver... La reunión y unión de los trozos, y la presencia de las trizas nos muestras una aparente fragmentación de su obra, sin embargo, también siento que la misma fragmentación hace que sus ideas tomen una presencia singular en sus libros. En particular me refiero a Trece tozos y tres trizas como metáfora de lo que anuncio. Por ejemplo, aquí habla el autor de Dóulos Oukóon, de Triandáfila, del Pequeño Arquitecto del Universo, de Holadios, de Anfisbena. Culebra ciega. Y el escritor de cuentos desconocidos u olvidados como: «La colonia Penal», «Combate en la Mesa de Naumrá», «Sobre mi ciudad y algunas otras». ¿Qué representa esta fragmentación? Por sobre toda guerra bella, bella es la guerra contra los dioses. En cada libro, cada relato viene a ser un dios multiforme que guarda en sí su silencio y su palabra, su mágica sombra cubre un pedazo del hombre que lo lee y lo reescribe. He visto con mirada implacable la docilidad de
Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: informacionletrasccs@gmail.com | Twitter: @LetrasCcs
los dioses a sus inclinaciones y rechazos. Nosotros somos víctimas de sus impulsos celestes y de sus olvidos. Esa fragmentación está en los relatos, es la fragmentación de los dioses. Cada libro obedece a un nombre, se guarda en él. Esos dioses nos muestran las cosas luminosas que les son indiferentes por lo general, pero cada uno de ellos siente atracción o repulsión ante ciertos objetos y no sabe resistir. Con mirada implacable he visto el poder de figuras geométricas, números, letras y sonidos sobre los dioses. Con reverencia ya he logrado ver una relación de afinidad y correspondencia. Me recuerda ese tratado sobre las ideas que usted menciona en otro de sus libros, eso que debe recordar el hombre sobre sí mismo. Sí, lo que debemos recordar no pertenece al pasado, está fuera del tiempo. Las ideas son aves de rapiña muy voraces divididas en multitud de especies. Cada especie tiene un alma colectiva que dirige por medio de instintos poderosos la conducta de sus miembros —alimentación, reproducción, combate, migraciones—. Las llamo aves porque vuelan, pero muchas son más parecidas a los murciélagos. Las ideas dominan los actos de los hombres con el objeto de alimentarse: los obligan a producir ciertas emociones, ciertos movimientos, ciertas palabras que devoran ávidamente. Alguna especie de ideas necesita la ira, la violencia y la maldición. Otra prefiere la angustia, el temblor y el sollozo. Otra la indignación, la altivez y el discurso arrogante. Son legión. Raras veces aparecen en la consciencia del hombre con su verdadera forma de pájaros rapaces, de hambrientos vampiros aferrados a la vida. Por lo general se manifiestan como cristales hipnóticos en que la víctima se representa falsamente la realidad, o mira a sus congéneres o a sí misma con distorsiones, o imagina perfecciones y utopías ferozmente ilusorias. Vi cómo una especie de ideas dominaba poco a poco a casi todos los habitantes de un país y los conducía a la guerra. Me asquea todavía el recuerdo de los festines sobre las concentraciones militares y los campos de batalla. Clavaban las curvas uñas en los ojos de los jóvenes y les picoteaban el corazón entre chillidos, absorbían impúdicamente los efluvios del páncreas y se tragaban con glotones tragos sucesivos los largos gritos, interminables como intestinos, y los deliciosos movimientos geométricos. Abandonaron ese país cuando sus habitantes no podían segregar ya más el alimento que las nutría, sino sólo fluidos amados por otra especie, más abominable aún, que las reemplazó con deleite. Otras ideas, más densas y visibles, pero menos peligrosas, se hartaron luego del bagazo hasta no poder levantar vuelo. Las ideas son especies serviles como los animales domésticos o las máquinas, son instrumentos o vehículos del hombre He observado, sin embargo, que unos pocos hombres, poquísimos, siguiendo las pistas antiguas, casi han logrado despertar y comprender. Se entrenan con perseverancia en un deporte que debería ser común a todos: la caza y domesticación de las ideas. Una docena de hombres, aproximadamente, en toda la historia de esta humanidad, han sido libres en este sentido y han tenido ideas a las cuales han dominado y amaestrado para emplearlas en la caza mayor: aprehender el ser y el sentido del ser. Sé de un hombre que tuvo a su servicio setecientas ideas plumíferas y novecientas hirsutas. Fue un gran rey cazador. La humanidad no ha desaparecido porque se alimenta todavía de algunas piezas inagotables que hombres como el rey cazador atraparon en días y noches de plenitud cuando los aureoló la gloria de ser ellos mismos o, para decirlo más simplemente, de ser.
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