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Angel Eduardo Acevedo
Bagatelas
República Bolivariana de Venezuela Noviembre 2014
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BAGATELAS © Angel Eduardo Acevedo © FUNDECEM Gobierno Socialista de Mérida Gobernador Alexis Ramírez Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida FUNDECEM Presidente Pausides Reyes Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM Ever Delgado / Angela Márquez / Juan Jorge Inglessis Editor: Gonzalo Fragui Ilustración de portada: Miró HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Depósito legal: LF49120148003663 República Bolivariana de Venezuela Noviembre 2014
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Señor de los cuatro patios
De Ángel Eduardo Acevedo sabemos poco. Parece un monje budista, vestido de garza blanca, a punto de levitar. “Más que andar floto”. Todos creen que nació en La Culebra pero fue en Garcita. La fecha de nacimiento también es un misterio. Para no ir al cuartel sacó como tres partidas de nacimiento con años diferentes. Lo único que se mantiene es el 29 de noviembre, como don Andrés Bello. Menos mal que nunca fue al ejército porque las únicas armas del poeta son la poesía, la amistad y, la más peligrosa de todas, los sueños. Cada noche una batalla. Cada sueño una victoria. Que “sólo vinimos a soñar”, había dicho Nezahualcóyotl en un poema. O que “Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, de Calderón. O que “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”, de Hölderlin. —5—
Eso es este libro Bagatelas. Oniriopeyas. Oniriocrisopeyas. Sueños convertidos en oro. El poeta soñando con Charlot, el maestro Briceño Guerrero, Scheadé, Éluard, Carlos César Rodríguez, Cesária y con sus Caballeros de la Tabla Redonda, entre cantas y cantatas, coplas y sonetos. Bagatela, según la Real Academia, es minucia, cosa de poca importancia y valor. Pero es también una composición musical corta, sin mayores pretensiones. Acevedo dice que si es insignificancia, no hay bagatelas en Beethoven, y nosotros en este bagatelario, bagatelódromo donde las bagatelas corren libres, sin lazos académicos, tampoco hemos encontrado nada menor, “en absoluto, no”. Eso es Acevedo. Poeta, soñador, niño. “Señor de los cuatro patios que era yo a los tres años y medio, señor desnudo con sombrero rojo, cabalgando un ramo”. Aunque en verdad el poeta no quisiera ser sino como el loco de su poema, “Hombre pensando en frutas, consintiendo pájaros. (…) Un muchacho, un loco. (…) Silbaba solo en los caminos y hacía clarinete de carrizos”. Soñar sin dejarse amansar, ni el niño ni el poeta ni el loco. Gonzalo Fragui —6—
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Dedicatoria Espejo con León Werth hace Uliana Valentina, porque puede comprender aun libros no para niñas.
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Justifico
De las veinte piezas breves para piano que Beethoven escribió y denominó Bagatelas, la más popular llamada Para Elisa, aunque en verdad es Für Therese, su amor de 1810 que apenas si sabía tocar el piano, suena mucho un fragmento inicial que viene en estuches de música, en intercomunicadores donde viven familiares mías, en celulares, y así por el estilo o desestilo. Bautizo como bagatelas este compendio de textos, con pena de mi pasión beethoveniana entrañable, abrigando que desprevenidos lectores les encuentren alguna resonancia de las notas del gran músico que, siendo legionario en su cofradía, me ha prodigado más el llanto vital en mi desconcierto expresivo. Puesto que son sinónimos de bagatela, nimiedad, fruslería, insignificancia, no hay bagatelas en Beethoven, en toda mi extensión beethoveniana registrada, en absoluto, no. — 11 —
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La redención La afrodisíaca belleza reclama en lo apolíneo su absoluto congruente la mujer sutiliza al másculo se dejan ser la comunión es uno. Belleza varonil es emular su gran donaire tan triste* es merecerla seguir con ella el vuelo de los pájaros su principesca infancia acatar su imantación feérica. Una entramba tenaz sacralidad ha de regir
*Blaise Cendrars — 13 —
Arminda No juega a erotizarnos la estudiosa impasible que yo reverencio en ponderada amigabilidad. Remueve en mi memoria actual literaturas, convicciones,y yo saciado asiento o no. Apenas me reprocho ni le evidencio júbilo. Mi idea congenia con su aplomo risueño y su discernimiento implicativo de una molicie natural. Dice que Marx bien pudo merecer en escorzo al Estagirita y hacia mejor tiempo tal vez roza con Sócrates. Para mi ganancia heteróclita saca de su manga, convicta, un Parménides de cierto veraz, cuya dilección me adivinó. Dama es que, en erudición displicente, cultura culturando hacia la margen del Albarregas una bonita vega de cambur y del café a que nos convida en su tertulia. Su lucidez libresca y tino distinguen al maestro de sabiduría, y ella le profesa harta más atención que a mí ínfima entidad.
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Epigrama Yo que ni aun te conozco la caligrafía dámela escríbemela en una humilde letra bíblica inscríbela en mí. Haz tú como lo hizo aquella del nombre que significa la paz y es el espejo de la belleza narcisa y me firmó en amado bronce su nombre Irene.
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Un caballo frívolo Un caballo no de mi silla o servicio alguno a mis bregas sino imprevisto, presumido, extraordinario me secretea casi sus belfos inflados rozándome asomando una sonrisa taimada, sutil, que quiere no comer su forraje habitual sino comerse la espléndida recatada novia de mi amigo. Un caballo, ave María.
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Caballero Desde mediana elevación contemplo al amigo sedente allí abajo privado de elocuencia ahora sangrante del hombro al brazo izquierdo. Lo detallo con interesada, sorda fruición amistosa los bigotes rebasándole la boca la cabeza calva y poderosa que brilló de ideas literatura, de historia, de humoradas; desciendo a él y me requiere cual a mozo de espada. Debo sin lastimarlo más ceñirle una estrecha casaca le queda la pechera a la espalda y no sabemos qué significa esto, paciente él por vez primera acaso desde su remota infancia me pregunto ahora sí sobre un extraño rulo en su nuca.
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Quede esta bagatela absurda escrita para quien fue aun con su apellido compañero mío, nuestro compañero en la orden, hermandad y cofradía de la Tabla Redonda.
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En el portal silvestre Al principiar el pueblo con alma de campo, la niña-siempre-envuelta-en-prodigios, una criatura aun menor y yo acurrucados por el júbilo vimos desfilar muchedumbres coloridas y maravillosas en conducta y atavíos, sin música. Incurría sólo yo en pensamientos a causa de mi alguna más edad. Así permanecimos y nada se desvaneció.
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Cantas Las lágrimas de mis ojos que con las tuyas corrieron miraron crecer los ríos del amor del universo. El amor y el universo corren por los ríos profundos de amor cuando navegamos universando en tu mundo. Al mundo quiero volver cuando del mundo me vaya por tus miajitas del río que pulen mis piedras de alma. Nuestras lágrimas salobres se divierten hacia el río para endulzar a la mar de azul de tus ojos míos.
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Pedagogía
Los niños y niñas son indefensos, nunca hay que humillarlos, amenazarlos, golpearlos; hay que enseñarles límites y corregirlos con cariño. Francisco de Miranda
El papá cómplice otorga vociferaciones e improperios, castigos de mamá; el menor oprimido sufre y llora por siempre, su remedio es ser mayor un día como sus opresores su felicidad ininterrumpir los castigos la forja de una circularidad de la venganza por toda historia de la eternidad.
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147 Yo, cordial silbador, bien temperado, más que andar floto llevado por el leit motiv que difundo al poblado, ventana por ventana, de la cantata Herz und Mund und Tat und Leben de Bach. Silbo a todas partes la música que me ha sido desde tanto tiempo vital y exultante. Cumplo una tácita misión y es mi gozo ferviente.
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Luz del sabor y el saber Acuérdate de estos ojos si de esta luz te alejaras no olvides estos sabores si saber de mí rehusaras.
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Sulamita Béseme más y otras veces persevéreme en su sino con los besos de su boca que son mejores que el vino. Si de estos ricos manjares al comer no enloquecieras de una divina cordura cómo luego merecieras. Semejante al cervatillo sobre montañas de aromas oliendo más y otro tanto que en mis pupilas te ahogas. Soy la rosa y soy el lirio y el valle y las hondonadas, ve del tallo a las corolas y al ceñirme ebria te embriagas. Soy predilecta y morena de él porque sus soles me besan el ser.
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Marta Quiero decir señora, dueña, la sosegadora de Ares y exacerbadora del ángel; me infundió el pavor sacro de su castidad y me sedujo en su andar libre. Me juro enternecerme a sus pies y en su regazo pervivir siempre ahora. Me exasperan su albura y pulcritud, en traje de la noche a la mañana, la fragancia inequívoca de las vestales; me consintió mirarla, me dejó oír su voz. Su padre, el alto caballero, lo permite, pues sabe, luego puede y quiere; oficia y raudo escápase.
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Benedicto El Padre santo de Roma acudió de improviso, con llaneza al par. Se dignó y nos hizo dignos de su cordial visitación a nuestra casa familiar; de incógnito, de escaso atavío fue. Discreto, soslayado, para ser más patente. Y no se despidió. ¿Se había anunciado? Deus est caritas, venía a recordarnos.
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Un raro matrimonio Era el alba acaso. Con las manos en ruego, medicinales como son, pródigas de energía las falangetas al rozarse, el consorte, de hinojos, abrió los grandes ojos piadosos a su doncella, fidelísimo se irguió, le tomó el brazo dócil y apareados encamináronse recto vigiando a muy lejos y hollando, en vez del suelo, el plateado rocío de un pasto breve, la sabana que los despareció, para su himeneo más allá del extremoso horizonte.
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En un límpido pueblo Nos fuimos elevando de estatura y viendo hacia más lejos aun al cielo hasta alcanzar los bordes de las tejas vetustas, de invierno y sol aseadas. Con la sola edad de años, puro el mirar. ¿Cómo no ha de anhelar así el humano crecer con experiencia e inocencia? Pacífica, silente, pulcro el aire, se estiraba sin fin la angosta calle halándonos los ojos, arrobándonos.
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Solo Es un París apócrifo, campestre, abierto. Sólo museos entre suelo y cielo. Yo entro a la réplica de un Louvre. Miro hacia una margen pinturas grandes apaisadas que, al centrar la atención en dos figuras planas de hembra y hombre desvaídos, me hacen decir: ―Avida Dollars. Ya afuera, en lo amplio a la derecha, me queda otra edificación espléndida para las artes plásticas acaso. Una construcción fastuosa más advierto cuando me ladeo, que en el frontis arriba luce un ideograma del museo de ciencias naturales. Voilà.
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Romántico A Jaime López Sanz
No Jean Paul o Novalis, no Keats, no Hugo extrínseco, no Nerval desdichado ni Bécquer declinante. ¿Patria alguna? La libérrima patria del gitano, la pesadumbre humana altiva. Era una fonda elemental. Allí cantaba jondo y sin guitarra, para imbuírnos la letra y el quejío desde el estremecido más allá de sus párpados. Yo me vertía en absoluto llanto sin lágrimas. Lo oía mejor mi amigo abriendo más los ojos. Dada la ceremonia nos marchamos. Fluye el juicio. ¿Quién que es no es romántico? Se trata de la índole y el genio de nuestra condición. Hemos asistido a lo esencial, a lo inmutable, eterno. Ser romántico es tender una escala hacia Dios. Es amar a la diosa, profesar el amor de los amores, el deseo universal de los amantes, la sacralización de una migaja pútrida del barro que somos,1 lo que escribí a Vanessa, vana y no vanidosa, una mañana, en efímera esquela, lo más del — 30 —
alma afuera, lo más del cuerpo adentro. Y todo lo han interferido Heideggers, Kants, Rousseaus, escuelas, movimientos o achantes. No más tendencias críticas. Tal vez Pablo y Virginia. Un alto en un mesón de los caminos.
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Con Quevedo constantemente más allá. — 31 —
Crisopeya Bien a los altos montes adentrados, nos aventuramos tres hermanos con pasión, mas sin fiebre en pos de los metales apreciados. Cual mineros verídicos talábamos, desmatonábamos liberando la tierra para hendirla, creyentes deslumbrados, pues debía aflorarnos su secreto. Inequívoco, yo miré despejarse la piedra piramidal que en otras formas se mudaba. Mi hermano segundo en brega física sin tregua, perseverante. Mi hermano tercero lucía ecléctico, distante al pautar con callada naturalidad. ¿Qué estalló? No la veta, no el filón. Chispeaban manchas doradas de veraz elocución, más que el metal oro. Nos llenaban sin cesar los ámbitos de satisfacción en quieto júbilo.
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Cuándo quién A mi querida y pobre pequeña víctima. Beethoven
Yo, adolescente silencioso como ayer, presido ahora. Ella a mi izquierda como es de su índole al mirarme, educada para la elocuencia, amadora acaso de mis palabras, no de mis ojos atónitos, ansía el diálogo mientras mis urgencias apasionadas la tornan remota y ella, mientras cena, discreta, saborea y frunce el labio. Amor del bueno, dijéronme. Para los trovadores dolientes oh Garcilaso. Yo anhelara su disfrute, una recíproca extinción, la saciedad de la hambre y sed en esta mesa símbolo, este prefigurado tálamo profundo. O anhelo el poderío, la obediencia al maestro iniciático que al cabo de los sufrimientos y trabajos oficiará el matrimonio carnal de los tímidos, de sus gemelas almas de niños. — 33 —
Entre tanto ha cedido nuestro ejercicio. Yo me levanto y parto a trancos armoniosos y ligeros, bien erguido hacia lejos, remonto una cuesta y miro atrás. Ella, pacífica me sigue, de vestido azul, no celeste ni marino: azul terrestre. Mi conformidad esta vez dijo: ―Pronto más joven y más fuerte soy.
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Patriótico Érase un legendario festival poético. No Woodstock musical. No bíblico en Valencia de Venezuela. Uno de aquellos nuestros regueros de humor adolescente, amigabilidad, lectura, que a un ductor entusiasta le recordaron al más silvestre Walt Whitman. Ahora nos cobijaban umbrosos, suculentos camburales mientras oficiaba, ya un mito presente, Caupolicán, holgado en la araucanía de su nombre, que validándose él mismo mitológico desniveló rápido del andar a lo pies hinchados, más bien secuela de su caída en Praga. Se procuró un entreacto, juicioso, para recordar al denodado Mandela y señalarle que nosotros, no la menesterosa patria rica de Bolívar despilfarrada, éramos pobres, acaso voluntarios, y lo significaba sustentándose de un exiguo puchero. Hacía lo propio yo reparando en el mucho caldo y el escaso bocado. Escalé entonces la alta muralla resbaladiza que nos defendía el Este y vi, comprobé sosegado, cómo un pueblo innúmero — 35 —
aguardaba en sus ojos las deliberaciones y la consecuencia de aquella juvenil solemnidad.
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Polluela y Zeus Éranse Leda y Cisne, dos figuras
divinas en una, por ser ella, por bella y casta ser y de Hans Christian Andersen para evocar la historia del pichón, los trabajos, la albura al renacer. Pasmo de mis pupilas su niñería fue antes candor luego y dulzura sagitaria en el pecho que de un turbión flaqueza y arrojo en santa alianza eróticos libráronse del aire abierto al lecho. Mínima y enfermiza le hice nido en mi mano con prontitud osada capeándole el reflejo del honesto desvío y en mi ardor más temprano. Y Zeus emponzoñado y oral y sin embozo yo me engullí sus buches y la solté a volar párvula en grandor puro y henchida de alborozo. — 37 —
Leda y yo mismo Éranse tres polluelas inexpertas de placer, luego de dolor. Se asomaban acaso a este mundo. Como posaban en aquel solar me allegué y todo había de consumarse. Me arrodillé ante su blancor inmaculado. Escapadiza en su inocencia, que éramos ella y mi ardor, por Leda más que desde siglos bautizada lúbrico el padre Zeus en mí. Ígneo soplo y urgente olisqueo, beso, lamo, sorbo devorándola. A lo núbil lo orgiástico. Cual me has transfigurado, vuelas ahora a tu destino abierto y libre.
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Cándido Había que concebir esa manualidad impermeable. Y lloraba la niña, pues ella no quería un río sino una canaleta de inclinación ligera en cuadrilongo arriba descubierta a la observación suya, mía y de un poeta o capitán ―oh un barcucho de cristal― que dejaba ser, en el extremo allá donde el agua de naranjas hace resaca y se distinguen los sedimentos amables y aun los enojosos de esta experiencia en cartulina verde claro.
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Grazioso Entonces tocábale al bufo, no vestido, enjalmado a cuadros imperceptibles amarronado como él mismo hasta su alma, porque la tenía y le admitía a su complexión vana que bailara lindas torpezas ritmadas. Repentino se despoja del grueso blusón y luce en su hombro el pájaro lechuza anexo de su facha para concluir en nada absoluta su jovial comparecencia.
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Al doblar la vía Lo que me era ajeno se abandona al olvido. Todo es presente ahora entre los árboles, todo verdor silencioso. El ámbito insólito y no más. Adiós afán, tiempo y bullicio. Ingreso al más fortuito monte análogo, y he de quedarme en su frescura.
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Los fustes remachados Era una vez un pueblo de extraños jinetes. Claveteaban las sillas en los lomos de las bestias, procuraban lo enterizo eludiendo la idea llana del centauro. Sonreían o erguían el talante buscando apostura de caballeros y lograban una atroz elegancia, magros y aun desvaídos sobre los malogrados équidos. Qué les importaba cinchar. Aquella raza adversa decía “oh” como toda elocuencia, todo idioma, y miraban sin brillo, sin nada. Érase que se era Mostiquera que no jacía ni cincha ni gurupera.
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La muchacha Una vez yo bajo sus cejas, nuestro valle del dolor cobra sentido y la virtud florece entre los cielos y la tierra. Quien ama debe ser vulnerable* y es su escudo la serenidad, su nobleza la condescendencia familiar y es su afán la docilidad apasionada. ¿Qué mitiga sus penas? La piedad, la reverencia al prójimo desde su más allá interior dichoso. Ella merece, no es la merecida. Son de amor filial sus lágrimas. Le atildan el andar sus pensamientos, la radiante afectividad del mirar claro, disuelta la espuma del amanecer, luego fraterno el mar del mediodía, en su andar una idea: el sereno lucero de la tarde. Son sus ojos el cielo bendito de los sueños en la honda noche. De sus pies a su frente la confirman su cutis general, su talle entre mis manos, su pantorrilla izquierda y el vello de su brazo que atendió solícito a la misteriosa ráfaga final de Le grand Meaulnes. Ella no significa la mejor o la más bella del reino de las hadas a la santidad.
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Jonuel Brigue. — 43 —
Es señera. Oh criatura absuelta de precio, pues ella es el tesoro, la incógnita princesa del eterno presente, la monarquía de la niñez, la adolescencia, la mujer.
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Mi hermano Pide para él por mí gracias al cielo para mí cálidas noches en el crudo invierno pídeme y depárame el amor de los amores constante y fiel para mí. ¿Quién osará o será apto para decirme he aquí a tu hermano?
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La ciencia No fue comprada ni será vendida ni el alto tribunal dará en licencia prenda entre todas nomás concebida como óbolo y tormento de esta ciencia. Tanto dolor faltaba todavía a este cuerpo emotivo que en su anhelo pagaba cada noche y a cada día con prisa lenta, vehemencia y celo. Aquella que mitiga los pesares entra en escena, se va y se evapora hacia el edén ubicuo de sus lares. Así es que en alto vive, en alto mora tejiendo y destejiendo en sus telares mi remota impasible tejedora.
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Érase la inocencia a C. L. M.
Qué divinas corduras este mundo no empaña qué prestigiada alma oh mi cuerpo no roe qué más tersa puericia qué bendito sentido esas fauces no embisten qué ímpetus prístinos siempre qué pureza qué más claro encanto qué fuentes ebrias de tu voz ah perfidia ah malicia qué plenitudes anhelantes qué deleitada fe en ti no sublevarán la voz mi formación del gusto mi afinación sensible mi absoluto puntal el corazón en exilio y las campanas buscando vuestras señas en el aire — 47 —
En la ciudad prohibitiva No la veo en el clamor no la miré no asistí a su habitación ¿qué prendas suyas vi? no sonríen allá sus ojos no lloran cuánta cristiana espina ahonda ¿no, hija mía? Acatas sorbos de maleza túmidos del mundo la mitad yo lamo y aparéanos vertiginosa la afección. Dos corazones enfermos oh magnificencia de ayer y de mañana tú me llevas contigo si eres tú gemela mía yo te llevo conmigo si yo soy. — 48 —
Carlos César Esto fue bajo el roble de antaño aromador de San Juan con sus copiosos amarillos abrileños. Yo victimado de un como encantamiento quijotesco quiero, ansío, mas no puedo, todo vuelto aflicción, no sostengo ni una sola mirada o ningún gesto. A cada rostro amigo quiero corresponder en afabilidad, en afectuoso salve su expresión. El espanto me doblega la cerviz, me sobrecoge y los contagia a todos despavorizando sus ojos huidizos. Así desfilan de uno en uno tornándose en mi propia descompuesta, desfigurada monstruosidad. ¿No se combate el miedo en un instante por nunca jamás? Ni aun pensé en las súplicas, el ruego, frígida mi entereza propendida a total lividez. Compareció en mi desvarío un familiar de austera notificación alegórica, y una voz decisiva le tornó el nombre en Carlos César,2 que devino en conjuro, en exorcismo, en exoneración de aquella pesantez que hoy me gloría, gratuito vencedor gratificado. 2
Carlos César Rodríguez, el poeta, recordé con fervor. — 49 —
La belleza o collage con Éluard La belleza ha de ser la bondad o no será. Sucede a fealdad o boniteza a acedía o hermosura. Las mujeres, los niños tienen el mismo color en los ojos más allá más acá de la tristeza bello rostro buenos días diminuto dolor extremo amor del más pobre atesorado sufrimiento. Digo de la belleza el amor bueno. La virtud es su cáliz. Digo de ti De mí A tu frente A tus pies
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Infantiles La copa de oro en los robles durmió las grises campanas, las muchachas tañen ruegos de olor de semana santa. Más allá de la ventana sobre un cogollo de níspero tirita un canto de pájaro: el niño duerme tranquilo.
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Collage con Scheadé Tú me dueles, muchacha me encantas, el follaje se muere el follaje está loco por ti el follaje corpóreo imaginativo el follaje vegetal más animal humano. La mansedumbre erguíase esperando día noche soñando pensamientos amansándose recordando el saludo agitándose tu brazo iluminándose de fiel tranquila obscuridad la clara morenura de Ella conocí. — 52 —
Alimenticia alimentada Vivió toda su vida en mi hombro izquierdo. La de su frágil duración de ninfa, y yo la consentí al posárseme. Solo en acariciarla mis ojos se fiaron. Nada más su entidad elemental me embelesaba. Era calmosa, tarda y así se dio a bordear en lentísimo mi todo corazón para volver al hombro suntuoso de su aparición. Ella había arribado en semioscuridad y, a mi ver lastimable, lucía mate u opaca. Galano y temeroso me atreví hasta la luz. Me abanicó entonces su oh bendita policromía moteada, por pura gratitud. Regreso a la penumbra y despega ella hacia su incógnito destino. Alimentada, aliada, alada. Divina mariposa.
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Charlot Somos él, la estricta familia Briceño Clarac, Adelaida de guardia designada, ante la puerta entreabierta de su habitación, en todo instruida, y yo que voy y vengo atisbándolo. Horas y más horas ante un espejo a su estatura y complexión, ensayando un repaso de toda su vida sólo del rostro del cuello. Ha estado ya en la casa con el Dr. Briceño Guerrero y han conversado veinticuatro horas. Qué de cosas se habrán dicho. Lo llama Monsieur Carlitos. Ricardo vive a sus tres años, que se sonríe de ser sobrenombrado León corazón de Ricardo. Cumplido su vehemente ejercicio emerge al corredor y como ya, no sé dónde o cuándo me había expresado su deferencia, no me miran los ojos ahora hundidos en la cara mofletuda, no por el maquillaje, por la edad posterior a las últimas fotos con su Oona. Jacqueline y yo que hablo atildado, con pausa, nos sentamos a lo campesino en una hamaca y me observa ella: –No lo he podido terminar– refiriéndose al borde de un pretil. — 54 —
–Como los constructores dicen rematar –le repongo. –Lo he matado, no lo rematado– concluye. Pienso extrañado que Cristina no compareció.
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Cielo al cieno Yo procedía de los altares después de las últimas nubes con claror y vago, leve descendí en adiós primeros ámbitos de mi ebriedad. Andando ya traspuse alambradas lisas amigas para entrar a placerme donde las sementeras despuntaban verde tierno. A evadir lastimarlas. Sorteé el légamo ubérrimo. Nada mancillé. Pasmado asimilaba mi índole humana con esta virginal vegetación afable.
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Camila Todo estaba desordenado y vacío y el espíritu de Dios se movía sobre su faz, y vio Dios que era bueno el blanco, todavía indefinido, y apeló a la manualidad infantil del disco de Newton que al girar apartó las tinieblas, y fue a un tiempo unificado al arcoíris, y en aquella piel hiciéronse la tarde y la mañana el blancor cubriendo aquella humana criatura. Infundió pensamientos poéticos albos en sus cerebros un, dos, tres. Graduó luego sus amenidades rosáceas como labios, aureolas de los senos, sus recatos más íntimos y aun la planta de sus pies de andar, de su mano cordial presta. Y me agració entonces Dios de pasmada cautela para que reparase yo en su Afrodita ahora vuelta lágrima distante mas no espacio indecible, oh memoria de una voz diáfana, oh Día y adiós oh flor uterina y condescendida madre tiniebla.
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Heliantos Eran siete solitos y el sol yo, la razón de su ahí ser, la de su módica magnificencia. Desde tenue pastizal erguían por pura gracia el tallo. Yacen en la memoria estoy mirándolos. Mide su seminario corazón la brevedad de una pulgada para que la corona eche a volar. Colgado de altos aires me hamaco ante su fúlgido candor. A qué experimentar otras vivencias, clamorean silenciosos los transparentes ámbitos. Ignoro sus tropismos, como su fotogenia desconoce desatención alguna mía. Oh ultra vegetal y terrible amarillez. Vitalidad contemplativa. Oh cariñosa pasión. Y oh saciedad desierta del amor.
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Tú y mis anhelos divinos Si yo fuera ave rapaz y bajara de la altura me deleitara en tus montes comiendo fruta madura, mejor cuando las espinas porfíen en mi divina gula, y en el último escalón de la morada más pura rogara que sean mi avío dolor, tu sal y dulzura, que seas una virgencita y en mi pecho hagas tu gruta, que tu verdor me apotrere donde hojea mejor pastura: secreta veneración sabrosa cual más ninguna.
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Cesaria Es mi recóndita música de conservatorio lugareño. Mi hija me dejó ir despavorido porque sonó petit pays, je t´am bocú; petit petit je l´am bocú. Luego nunca soporté oírla en otra compañía que ella misma; de toda la noche al día yo exhausto jamás, y ambos con la espirituosa copa. À rigorosa capella. Se me ha considerado amante y loco adorador de esa fea, ni externa, de los ñames desnudos. Beato ni orgulloso pecado de locura. Ahora el repertorio, la breve tesitura sin menos sin más, el timbre todos los timbres todos los ritmos la paz la terneza fraterna. Sus mornas coronan su hacer idiomático, la fonética elemental caboverdiana y yo extraigo a la diva, como al himno a la alegría beethoveniano, de cualesquiera apropiaciones bienintencionadas, para mi monstruoso egoísmo pequeñopaisano. Ahora con su óptimo despliegue acompañante ¡ah el cavaquiño! me declara Carnaval de Sâo Vicente, Sodade, Angola... — 60 —
Vuelvo en mí. ¿Y Petit país? No quiso bañarme en lágrimas el despertar. Ya lo hará en sus siguientes bendiciones. ¿Por qué, tras holgado interludio finaliza en aquella casa donde huele sabe duele el apellido de Julio Cortázar? Oí decir que ella murió y me volví escéptico instantáneo.
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El amor luminoso En tu laboratorio del amor luminoso que ensueña los colores de la palpitaciones cada día cada noche furibunda en cariño dictándome el desvelo de los tres corazones. Pletórica en mensajes agitada y de ensueños celestiales adentro de tu forma se revelan aflojando esas puras riendas adolescentes a los prodigios todos gozosos que se anhelan. Oscureces, entreabres, parpadeas titilando de sed humedecida cautiva y derramada: en negro azul incendio terminas aclarando. Entre un postigo y otro las mil y una historias se dijeron, sin tregua del íngrimo fervor, cada hora a otra hora que Dios le mana en gloria. — 62 —
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Índice págs.
Señor de los cuatro patios JUSTIFICO La redención Arminda Epigrama Un caballo frívolo Caballero En el portal silvestre Cantas Pedagogía 147 Luz del sabor y el saber Sulamita Marta Benedicto Un raro matrimonio En un lindo pueblo Solo Romántico Crisopeya Cuándo quién Patriótico Polluela y Zeus Leda y yo mismo Cándido Grazioso Al doblar la vía Los fustes remachados La muchacha — 65 —
5 11 13 14 15 16 17 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 32 33 35 37 38 39 40 41 42 43
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Mi hermano La ciencia Éras la inocencia En la ciudad prohibida Carlos César La belleza o collage con Éluard Infatiles Collage con Scheadé Alimenticia alimentada Charlot Cielo al cieno Camila Heliantos Tú y mis anhelos divinos Cesaria El amor luminoso
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Este libro
Bagatelas
se diseñó en la Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM en noviembre de 2014. En su elaboración se utilizó papel bond, gramaje 20, y la fuente Book Antigua en 11 y 14 puntos.
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