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ACCIDENTE DE AVIÓN EN BARAJAS Yo, como víctima del accidente del avión que despegó en Barajas y también como familiar de una de las víctimas fallecidas en ese mismo vuelo, relato lo ocurrido para dar pie a una gran reflexión, una reflexión para ver si nuestra seguridad en los transportes y nuestra protección y atención médica está garantizada realmente en nuestra sociedad. El avión en el que nos disponíamos a viajar mi hija y yo aquel día en el aeropuerto de Barajas estaba programado para emprender su vuelo a una hora determinada, programación que no pudo ser cumplida debido a la detección de una avería en los circuitos del avión. La avería, según el manual de vuelo, no era de gran importancia y podía ser ignorada y continuar de esta manera con la programación sin temor a ninguna consecuencia. Pero al intentar despegar el avión no respondió positivamente y no permitió la elevación a la que se le sometía, de manera que se desvió saliéndose así de la pista de despegue y se estrelló no muy alejado de la pista, se partió en dos y se incendió. Nosotros dentro del avión, estábamos aterrados y muchos murieron en el impacto, yo cuando me di cuenta tenía rotos los brazos y las piernas y mi pobre hija estaba inconsciente y gravemente herida al igual que el resto de pasajeros. Pasado un tiempo, que para nosotros fue una agonía inolvidable, llegaron las ambulancias con los asistentes sanitarios, y consiguieron rescatar a unos cuantos, entre ellos mi hija y yo, para otros era ya demasiado tarde. Mi hija fue atendida por los médicos pero era tarde para ella y falleció como muchos aquel día. Algunos conseguimos salir vivos de aquella catástrofe, y después de haber permanecido meses hospitalizados, pero preferiríamos no haber fallecido como el resto de nuestros compañeros de vuelo, y así no tener que vivir el resto de nuestros días con la agonía del recuerdo de aquel día. Algunos de nosotros van aún de hospital en hospital y después de un año no consiguen rehacer su vida, ya sea por la tristeza que les produce el recuerdo de aquel día y que les impide vivir o por las graves lesiones provocadas por el accidente y que les impide realizar las tareas más sencillas tales como salir a caminar. He de admitir que por dura que sea nuestra existencia después de haber vivido aquello desde dentro de aquel avión, no fue mejor para los familiares de los pasajeros. Ellos aún no lo han podido superar, una mujer de entre los familiares tenía en el avión a dos de sus hijas y a su nieto de once meses y todos fallecieron aquel día. Muchos de ellos han creado una asociación de familiares donde pueden reunirse todos juntos e investigar todo lo posible acerca del accidente y de todo lo ocurrido aquel día. Muchos se hacen la pregunta de quién fue o quiénes fueron los responsables del accidente, pero nadie ha sabido responder a ello. Por mi parte opino que ningún avión debería despegar con una avería en su mecanismo, por muy simple o leve que pueda ser considerada, pues un avión lleva a bordo numerosas vidas humanas, y no se pude echar a suertes el buen o mal funcionamiento de un avión averiado. También creo que por muy complejo que pueda ser un aeropuerto, debe haber siempre una entrada directa sin necesidad de permisos y únicamente en caso de accidente para la entrada de ambulancias y de todo tipo de transporte sanitario. Pues la vida de numerosas víctimas del accidente depende de esos segundos que tarda en llegar la ayuda. He de admitir que mi hija recibió una excelente ayuda sanitaria, hicieron muy bien su trabajo, pero esos segundos le costaron la vida. Nunca podré olvidar lo ocurrido y preferiría haber sido yo la que falleciera, con tal de que mi hija hoy estuviera aquí.


ACCIDENTE DE TREN EN BRUSELAS El 15 de febrero de 2010 se produjo un choque de trenes en el sur de Bélgica que tuvo graves consecuencias. Ciento treinta y seis personas resultaron gravemente heridas, algunas en estado crítico, y unas ocho personas (aproximadamente) murieron en el acto. Entre los numerosos escombros, un perro policía encontró a una chica de unos quince o dieciséis años, muerta, con una carta en la mano que decía así:

“Acabo de subir al tren que sale de mi ciudad, Bruselas, rumbo a Francia. Es la primera vez que subo en tren y estoy bastante nerviosa. He oído hablar de cantidad de accidentes de tren, y bastante graves, también de atentados ocurridos en las estaciones, como el del 11M en la estación de Atocha en España, y recuerdo que mi madre me habló de uno que fue trágico, ocurrido el 11 de noviembre de 2000, con 155 fallecidos cuando un ventilador de aire caliente provocó el incendio del tren. El tren acaba de arrancar, nos alejamos de la estación poco a poco. Ya no hay marcha atrás… no puedo salir del tren. Bienvenida al infierno por unas horas. Dos horas… todavía sigo viva, menos mal. No hay problemas técnicos, ni movimientos extraños, sólo un día sin sol. Mi madre está leyendo una revista del corazón, mi hermano pequeño juega con su consola Nintendo DS; mi padre, mi padre estará en la cafetería y yo simplemente escribo y escucho a mi grupo favorito, SKA-P, un grupo español, mientras transcurre el viaje. Escuchar ska me relaja cuando estoy nerviosa o inquieta porque es una música alegre y con ritmo, con letras que hablan sobre los problemas que ocurren en el mundo. Y el español me encanta. ¿QUÉ HA SIDO ESO? ACABO DE ESCUCHAR UN RUIDO EXTRAÑO QUE PROVENÍA DE FUERA, QUIZÁ DE ALGUNA VÍA. EL TREN ESTÁ EMPEZANDO A DESCONTROLARSE. SE MUEVE, SE MUEVE MÁS, MÁS RÁPIDO. ¡La gente del primer vagón grita aterrorizada! Puedo escucharles perfectamente desde el cuarto vagón. ¿Qué está pasando? ¿Por qué gritan? TENGO MUCHO MIEDO. De repente oigo gritar a una mujer: “¡Nos vamos a estrellar! ¡¿Qué?! Resulta que otro tren se nos viene encima a toda velocidad, no cambió de vía y los trenes se cruzarán. La gente grita aterrorizada. No entiendo cómo puedo seguir escribiendo cuando estoy a punto de vivir un accidente que marcará mi vida o directamente acabará con ella. Si muero, espero que alguien encuentre esta carta entre los escombros de la catástrofe y pueda informar de lo que ha ocurrido hoy, ahora, en este instante. El 15 de febrero de 2010 me despido de la vida, gracias a los que hicieron que fuera una vida llena de risas y buenos momentos, incluso a los que me hicieron llorar y a los que algún día me dañaron el corazón. Nunca os olvidaré…” Patricia Lucas Santodomingo, 4º D


Diario de una salvación 24-Mayo-2008 Hoy ha sido el primer día de mi pesadilla. Hemos tenido que presentarnos ante el “Sheikh”, maestro islámico, para realizar el contrato matrimonial junto a Jamal, mi futuro esposo o, bueno, dueño, que es como se les llama por aquí a los hombres casados. Él me supera en edad y según lo que me han contado sus otras mujeres, es muy agresivo. De momento vuelvo a casa para preparar la celebración. 4-Junio-2008 Mañana es el día. Me pondré mi “caftán” y celebraré junto a las mujeres de mi familia y de la de Jamal mi enlace. ¡NO QUIERO HACERLO! 5-Junio-2008 Ha sido una noche movidita. Tengo mis manos y mis pies marcados con henna como muestra de entrega a mi esposo. No quiero casarme con él, nos llevamos diecisiete años y yo solo tengo veinte. 6-Junio-2008 Vestida de blanco, como signo de castidad y pureza, oficialmente me he casado. Hemos hecho acto de presencia y Jamal me ha llevado a una de las habitaciones de su casa (donde se ha celebrado todo) donde quería que me entregara a él. La verdad, ha sido muy dulce, no creía que fuera así. 7-Junio-2008 La convivencia no va tan mal, me trata muy bien… Veremos cómo avanza todo esto. 14-Junio-2008 No he pasado una mala semana, aunque tengo que hacer todo lo que Jamal me dice, cuando llega a casa tengo que estar lista para él, sea la hora que sea. 29-Junio-2008 Ha sido un día horrible, estoy enferma y Jamal está cabreado. Hemos discutido y de un empujón me ha tirado al suelo. He comenzado a llorar y se ha agachado para pedirme perdón y para levantarme del suelo. No debería actuar así, yo no me quejo, soy muy buena con él… 15-Julio-2008 ¡Me ha pegado! Hemos discutido porque no me encuentro bien y me ha dado una bofetada por no querer pasar la noche con él. Creo que estoy embarazada, llevo unos días horribles. 17-Julio-2008 Estoy embarazada… No me lo puedo creer. El niño no va a crecer en un ambiente como éste, su padre es un monstruo, me ha pegado varias veces por no hacer lo que él dice. Hoy ha llegado borracho al enterarse y celebrar la noticia. Llevamos dos meses casados ¡y ya es un infierno! Todo lo que me queda por soportar, no quiero que mi hijo sufra como yo.


3-Octubre-2008 Estoy de tres meses y ya se me empieza a notar la barriguita. Es lo único que me da fuerzas para seguir adelante. La vida con este hombre es insoportable. 27-Enero-2009 Me quedan a penas dos meses para ver a la alegría de mi vida. Menos mal que no le ha pasado nada malo al bebé ya que Jamal me pega y me tira al suelo muchas veces… 12-Febrero-2009 Un mes, tan solo un mes para ver a mi bebé, que ganas tengo. He pensado una locura. 13-Febrero-2009 Sigo pensando en ello… en salir de aquí con mi hijo. Es una locura. Si alguien me encuentra, lo perdería todo. ¿Libertad o sufrimiento? Quiero que mi hijo sea feliz. 2-Marzo-2009 Ha nacido. Es un niño y se llama Abdel, es precioso. ¿Cómo se puede querer tanto a alguien tan pequeño que acabas de conocer? Le adoro, no me separaría de él ni dos segundos, pero debo descansar… La idea de escaparnos todavía ronda por mi cabeza. 15-Abril-2009 El niño es estupendo a pesar de todas las discusiones y peleas que tiene que soportar. “Salir de aquí” Debo resistir unos meses… 24-Septiembre-2009 Se acabó, ya está todo listo. Nos vamos a España. Allí, Abdel tendrá una vida mejor y yo también a pesar de estar tan lejos de nuestra familia. Solo quiero su felicidad y yo estoy cansada de peleas y solo llevo un año casada con él… ¿Cómo sería el resto de mi vida? No, nos vamos. Está decidido. 13-Diciembre-2009 La vida aquí es mejor. Ayer hablé con mi madre y me dijo que todo allí está bien, ya que hacía mucho tiempo que no hablábamos para mantener en secreto nuestro paraje. Me dijo que casi la matan cuando Jamal le preguntó que donde estaba. Ella, me protegió y no dijo nada. Hace todo por protegerme al igual que yo con Abdel porque le quiero y quiero educarle de manera que sepa tratar bien a las personas y que no haga sufrir como han hecho conmigo. Nos hemos salvado.

Lorena Hurtado Guillén, 4º D


EL VIENTO El viento, como una sombra, como el recuerdo de un suspiro, recorre el mundo. Y no, nunca lo he visto, pero sí lo he sentido, su caricia helada o su cálido beso, como también he sentido todo por lo que ha pasado. Ha recorrido ciudades, montañas, valles, colinas… Ha acariciado el mar, ha jugado con las nubes, ha arrancado de los árboles las hojas y las ha paseado en una danza silenciosa hasta el suelo a la luz del atardecer. Es un espíritu libre, observador imparcial de la vida. Y sin embargo, él que lo ha visto todo desde el principio, no entiende nada. Su muda voz está llena de interrogantes. En el atardecer de este día, lo sentí hablar en mi oído, susurrar sus preguntas, arrastrar hasta mí las palabras que ha oído en otro lugar, tal vez en otro tiempo. Para él no existe el pasado, el presente o el futuro.

TERREMOTO DE HAITÍ. Caos. Destrucción. Silencio. Solo se escucha como un latido en medio de todo, el latido de un corazón herido. Hay una pared de madera vieja derruida, de ella se escapa de pronto un débil sollozo. Es una mujer. Por sus mejillas caen lágrimas mientras intenta sacar de debajo de la pared a un niño pequeño que ha quedado apresado. Poco a poco el gemido de la mujer se transforma en un aullido de dolor que rompe de golpe el silencio. La mitad de su cuerpo está apresado debajo de una gran viga y las heridas surcan su cara dejando lágrimas de sangre, pero ella sigue tirando del niño, mientras se astillan sus manos y quiebran sus miembros, sin darse cuenta de que el niño está muerto desde que le cayó la pared encima. Sus sollozos se quiebran y se apagan con su vida. El viento, mudo, pasa sobre ella removiendo su pelo, sin poder hacer nada por remediar su dolor. Todo sigue igual. Sin embargo, una lágrima de agua cae de sus ojos y se mezcla con su sangre.

LA GUERRA. Caos silencioso. Silencio destructivo. Un infierno se extiende hasta el horizonte. Nada queda en pie. Una niña de mejillas sucias y con la ropa destrozada se levanta y da unos pasos en la ciudad muerta. Su cuerpo refleja miles de heridas. En sus ojos no hay dolor, solo el olvido, que colorea todos los ojos que se encuentran en ese lugar, la sombra de la desesperanza. Un estallido profundo quiebra de pronto el sonido y se apaga. La niña no se sobresalta y sigue dando pasos, cada vez más lentos hacia lo que en otro tiempo fue su casa. Cuando llega cae de bruces en el suelo y se acurruca entre los cuerpos muertos de sus padres, el terror en sus ojos abiertos y muy fijos, que parecen mirarla aunque ya no la podrán ver. El viento camina entre ellos y de un suspiro cierra los ojos de los tres, esperando tal vez, que con ello puedan dormir, olvidando todo aquello que han vivido.

Ahora es de noche, el viento ha huido a otro lugar. Él no sabe lo que es el dolor, pero no entiende por qué el hombre se empeña en igualar los desastres de la naturaleza. Quizá a los hombres les guste matar. No lo sabe. No lo entiende. Lo único que sabe es que ni la mujer ni la niña querían morir.


Me llamo… Me llamo Andrés Martínez Grijuela, tengo cuarenta y cinco años y os voy a contar la situación infrahumana en la que están las cárceles de Uruguay. Yo estuve seis años en una de esas cárceles al norte de Montevideo, fueron los peores años de mi vida, nunca se me olvidarán. Todo sucedió una mañana del mes de Abril. Yo estaba con mi mujer y mis dos hijas. Acabamos de bajarnos del avión en Montevideo, íbamos de vacaciones; por alguna razón que aún desconozco, una persona metió un kilo de cocaína en mi maleta; al pasar el control de equipajes en Madrid no pasó nada, pero en Uruguay lo detectaron. Cuando fui a coger mi maleta cuatro policías se me echaron encima pegándome brutalmente. Yo no entendía nada e intenté defenderme, pero ellos no me soltaban, me llevaron a una sala de interrogatorios. Allí lo único que hicieron fue gritarme y no dejar que me defendiera, me acusaban de llevar cocaína en mi maleta. Cuando vi mi maleta encima de aquella mesa con toda la ropa envuelta y esa bolsa de plástico transparente llena de un polvo blanco me quedé totalmente sorprendido. No sabía por qué, ni cómo había llegado esa bolsa allí. Mi familia intentó por todos los medios sacarme de aquel infierno, pero no lo logró y tuve que pasar los seis peores años de mi vida entre rejas como he dicho antes. La situación allí es degradante. Debía haber como máximo dos o tres personas por celda, pero en aquellas había hasta siete personas. No teníamos un inodoro, teníamos que hacer nuestras necesidades en bolsas de plástico para después tirarlas a los contenedores. Tampoco teníamos agua, el acceso lo teníamos restringido, la comida era lo peor, alimentos en descomposición, podridos... Los policías nos torturaban cuando les apetecía, ellos llamaban a uno a la sala de interrogatorios y ahí nos maltrataban, también nos metían en jaulas metálicas superpobladas casi las veinticuatro horas del día. Yo tuve la suerte de que nunca me maltrataron, pero sí he visto cómo les han pegado a compañeros, pero no podías hacer nada porque te podían acusar de lo que quisieran y acabar más años allí encerrado. Esa situación en el Siglo XXI es vergonzosa, nos trataban peor que animales y hago este artículo para que se conciencien y alguien haga algo por acabar con esa pesadilla que tantas personas han sufrido. Andrés M.G. Noemí Merenciano García, 4º D


El diario de una niña de Haití 14 días después del terremoto de Haití sucedido el 12 de Enero de 2010, leí la noticia de una niña rescatada. He aquí un fragmento de su diario. Día 26 de Enero. Aún recuerdo cómo los montones de escombros estrujaban la cama debajo de la que me protegía. Tenía miedo. Mucho miedo. Era una pesadilla que nunca acababa. Una parte de mí quería morir, para dejar de sentir el gran dolor que absorbía mi cuerpo y el dolor de pensar que si salía de ahí, seguramente toda mi familia estaría muerta y tendría que vivir sola. Pero otra parte de mi ser, deseaba sobrevivir, para poder ver la luz del sol una vez más. He estado 14 días entre los escombros, abrazada a la Biblia, rezando y pidiendo a Dios que si de verdad existía, me sacara de allí. Lo hizo. Me sacó de allí. A los 14 días empecé a oír voces y ruido. Venían a por mí. De repente una voz cálida se dirigió a mí, me decía que estuviera tranquila, que me iban a sacar de allí. Y lo hicieron, fue doloroso pero al mismo tiempo un sueño. Por fin iba a ser libre, por fin iba a cesar aquel dolor y sufrimiento que se ceñía en torno a mi cuerpo. ¡VOLVÍA A VIVIR! Día 27 de Enero Y desde el hospital, vuelvo la vista atrás y presencio el horror que espero no volver a pasar. Todavía no me han dicho nada, pero mis padres seguramente habrán muerto y mis hermanos desgraciadamente si han sobrevivido, al ser tan pequeños, no aguantarán mucho con las secuelas del terremoto, porque seguramente se les infectarán y acabarán muriendo, siendo otra vez víctimas de lo injusta que es la vida. Del resto de mi familia hace años que no sé nada. El único que me queda es Ra, mi perro, que en estos instantes está, en un centro veterinario, esperándome… Pero lo que más me trastorna es pensar cómo voy a vivir sola, sin mi familia, mi casa, sin nada… Ahora pienso que lo peor cuando estaba debajo de los escombros sin comida ni agua no era el hecho de estar ahí, sino lo que me quedaba por llegar y lo que me depararía el cruel destino, que me había hecho aún más desgraciada…Luego a luego, quizás hubiera sido mejor morir que vivir…

Pilar Martínez Mañogil 4ºD


LA FR O N T ER A Era una tarde de Marzo, pero en aquel lugar el sol calentaba como si estuvieran en pleno mes de Julio. Había un hombre arrodillado en la arena del interminable desierto, con las manos sobre la cabeza y un aire de desaliento, no por el hecho de que lo iban a matar, sino por la amarga certeza de que todo aquello no le había servido para nada; para nada, no había servido para nada. Su familia iba a morir irremediablemente. Hubiera sido mejor haberse quedado con ellos y morir junto al calor de su mujer y del hogar. Quizá debería haber esperado y no emprender aquella locura que se había formado en su cabeza pocas horas antes, cuando le llevaron la noticia de la muerte de su amigo. Ahora ya no valía de nada arrepentirse. Estaba solo en mitad del desierto, en algún lugar de aquella llanura que parecía extenderse de uno a otro confín; sin nadie que le acompañara en los últimos momentos de su vida. Tan solo, aquel hombre que portaba el arma que en cuestión de minutos acabaría con su existencia, solo apretando un gatillo, tan sencillo como quien apaga una vela este apagaría su vida. Mientras contemplaba la fina arena tibia y dorada del desierto, no tanto su mente como su corazón, retrocedieron kilómetros hasta llegar a aquél pueblecito de México, donde su familia, como cualquier día, esperaba su vuelta del trabajo. Pero hoy no volvería, ni mañana, ni nunca. Casi pudo ver a su mujer en la cocina, mientras da vueltas a un puchero aguado, canturreando para ocultar su tristeza y desdicha bajo una sencilla melodía. Vio a sus hijos sentados en la mesa; esperando impacientes su llegada, para llenar su estómago con algo que bien seguro, no saciaría su hambre. Eran realmente lindos los dos. Mike el mayor, era un calco suyo, mientras que Marta, su pequeña de dos años poseía los rasgos de su madre pero la inequívoca mirada castaña y soñadora suya. Y ¡cuánto habían crecido! Mike estaba hecho todo un hombrecito ya y Marta era sencillamente la dicha de sus ojos. ¿Cómo había podido dejarlos atrás, solos, tristes y perdidos en un mundo que ya no era el suyo? ¿Cómo había hecho semejante cosa? Todo había sido inútil; él iba a morir y todos sus esfuerzos no habían servido de nada. Él solo quería que sus hijos pudiesen tener una vida digna, que no fuera como lo había sido la de sus padres. Quería que estudiaran y que pudieran ser lo que ellos quisieran. A Mike le encantaban los animales, podría ser veterinario seguro; y Marta…era todavía muy pequeña, pero no había más que estar un rato con ella para darse cuenta de su inusual inteligencia y fría lógica para una niña de su edad. ¿Por qué lo iban a matar? ¿Por cometer el pecado de todo padre, de querer un buen futuro para sus hijos, lejos de aquel horror en que se habían convertido sus vidas? ¿Ese había sido su pecado, que le llevaría a la muerte? Porque si él moría, todo por cuanto había luchado se iba a perder en aquél lugar frío e inhóspito, en una tierra que no era de nadie. Su cuerpo quedaría enterrado por la arena y su nombre se perdería en el olvido, junto con el de todos los demás que emprendieron aquella locura, con resultados similares al suyo. La muerte. Iba a morir, como muchos antes que él lo habían hecho en aquella franja de tierra que tenían vetada por el simple hecho de ser más pobres que las ratas. Porque él era eso; un pobre hombre que había nacido pobre y moriría igual de pobre; incapaz de salvar a su familia de aquella penosa existencia. Sí, era pobre pero valiente, así que en el momento en que su asesino levantaba el arma; alzó la cabeza con orgullo y se preparó para recibir a la muerte y aún en su situación, pudo dirigirle una mirada desafiante en el momento en que se produjo el disparo. De pronto, todo comenzó a dar vueltas y su vista se nubló, un ardor en la mejilla le indicó que debía de haber caído al suelo, más aún en su último hálito de vida su último pensamiento fue para sus hijos, esos hijos de pobre, que al igual que él, tenían sentenciadas sus vidas. Amparo Cánovas Ramos, 4ºD


Venta de órganos Hola, me llamo Marcos y os voy a contar mi historia. Yo tenía ocho años cuando sucedió. Iba caminando con Marcelo, un amigo de mi edad, hacia la tienda cuando una furgoneta paró al lado de nosotros y nos metieron en ella a la fuerza. En su interior nos maniataron, amarraron con cuerdas los pies y nos taparon los ojos. Al poco tiempo la furgoneta se detuvo y nos llevaron a una habitación donde había más niños y niñas, todos asustados, que no sabían que hacían allí. Una vez allí nos metieron en jaulas, no nos daban casi de comer y si nos portábamos mal nos castigaban. A la semana llegaron chicos nuevos pero desaparecieron otros de los que no hemos vuelto a saber nada. Un día se llevaron a mi amigo Marcelo, yo intenté todo para que no lo cogiesen pero no pude hacer nada. Hasta el día que me tocó a mí. Me llevaron a una habitación donde había una pistola, muchos cuchillos y varios instrumentos médicos. Estaba muy asustado, tenía la pistola apuntándome a la cabeza, cuando cerré los ojos, chillé y la policía llegó justo a tiempo. Fue un momento muy traumático en mi vida, pero gracias a aquellos policías yo salvé mi vida y muchos mas niños consiguieron ser salvados y devueltos a sus familias, pero otros muchos murieron. Y lo que es peor, sus órganos fueron vendidos en el mercado negro; entre ellos mi amigo Marcelo. Hoy con treinta y dos años de edad no hay día que no piense en lo sucedido. Soy padre de familia y me da mucho miedo que a alguno de mis hijos le pueda pasar algo como lo que me pasó a mí. Por eso siempre les digo a mis hijos que tengan mucho cuidado al salir de casa solos y cuando lo hacen siempre me despido de ellos como si fuera la última vez que los voy a ver. Noelia Ortega Hurtado, 4º D


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