La tristeza siempre se mide por una cara oscura y seca, cómo pensar que en una noche me quedaría sin estrellas, cómo un día de agosto radiante y seco se quedase en un oscuro y frío enero. Yo soy el niño y ella la adultez, la felicidad, ella es la claridad en un día turbio y discreto. ¡Ay!, cuántas veces te deseo en esta cueva oscura y seca. ¿Más tú vales que un rayo de sol? No lo sé, lo único que sé es que no te encuentro.
Pablo Hernández Díaz, 1º ESO