Antología de poemas de los siglos xvi y xvii (1)

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ANTOLOGÍA DE POEMAS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII VARIOS AUTORES Primero de bachillerato Lengua castellana y literatura

Año

2016

IES Carlos Haya

Mª Gema Hernández Mancha


SIGLO SVI Renacimiento Juan Boscán(1493-1542) Villancico Si no os hubiera mirado, no penara, pero tampoco os mirara. Veros harto mal ha sido, mas no veros peor fuera; no quedara tan perdido, pero mucho más perdiera. ¿Qué viera aquél que no os viera? ¿Cuál quedara, señora, si no os mirara? Soneto LXI Dulce soñar y dulce congojarme, cuando estaba soñando que soñaba; dulce gozar con lo que me engañaba, si un poco más durara el engañarme; dulce no estar en mí, que figurarme podía cuanto bien yo deseaba; dulce placer, aunque me importunaba que alguna vez llegaba a despertarme: ¡oh sueño, cuánto más leve y sabroso me fueras si vinieras tan pesado que asentaras en mí con más reposo! Durmiendo, en fin, fui bienaventurado, y es justo en la mentira ser dichoso quien siempre en la verdad fue desdichado.


Soneto LXXXV Quien dice que la ausencia causa olvido merece ser de todos olvidado. El verdadero y firme enamorado está, cuando está ausente, más perdido. Aviva la memoria su sentido; la soledad levanta su cuidado; hallarse de su bien tan apartado hace su desear más encendido. No sanan las heridas en él dadas, aunque cese el mirar que las causó, si quedan en el alma confirmadas, que si uno está con muchas cuchilladas, porque huya de quien lo acuchilló no por eso serán mejor curadas. Soneto CXXIX. Soneto a Garcilaso Garcilaso, que al bien siempre aspiraste y siempre con tal fuerza le seguiste, que a pocos pasos que tras él corriste, en todo enteramente le alcanzaste, dime: ¿por qué tras ti no me llevaste cuando de esta mortal tierra partiste?, ¿por qué, al subir a lo alto que subiste, acá en esta bajeza me dejaste? Bien pienso yo que, si poder tuvieras de mudar algo lo que está ordenado, en tal caso de mí no te olvidaras: que o quisieras honrarme con tu lado o a lo menos de mí te despidieras; o, si esto no, después por mí tornaras.


Garcilaso de la Vega (¿1501?-1536) COPLA VIII Nadi puede ser dichoso, señora, ni desdichado, sino que os haya mirado. Porque la gloria de veros en ese punto se quita que se piensa en mereceros. Así que, sin conoceros, nadi puede ser dichoso, señora, ni desdichado, sino que os haya mirado. Soneto I Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por dó me ha traído, hallo, según por do anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino estoy olvidado, a tanto mal no sé por dó he venido: sé que me acabo, y mas he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme, si quisiere, y aun sabrá querello: que pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacello?


Soneto V Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribisteis, yo lo leo tan solo, que aun de vos me guardo en esto. En esto estoy y estaré siempre puesto; que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma mismo os quiero. Cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero. Soneto X ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas! ¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas que en tanto bien por vos me vía, que me habiáis de ser en algún día con tan grave dolor representadas? Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes, porque deseastes verme morir entre memorias tristes.


Soneto XIII A Dafne ya los brazos le crecían, y en luengos ramos vueltos se mostraba; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían. De áspera corteza se cubrían los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: los blancos pies en tierra se hincaban, y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! ¡Que con llorarla crezca cada día la causa y la razón porque lloraba! Soneto XXIII En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre.


Égloga III (fragmento)

Cerca del Tajo en soledad amena

Secaba entonces el terreno aliento

de verdes sauces hay una espesura,

el sol subido en la mitad del cielo.

toda de yedra revestida y llena,

En el silencio sólo se escuchaba

que por el tronco va hasta la altura,

un susurro de abejas que sonaba.

y así la teje arriba y encadena, que el sol no halla paso a la verdura;

Habiendo contemplado una gran pieza

el agua baña el prado con sonido

atentamente aquel lugar sombrío,

alegrando la vista y el oído.

somorgujó de nuevo su cabeza, y al fondo se dejó calar del río.

Con tanta mansedumbre el cristalino

A sus hermanas a contar empieza

Tajo en aquella parte caminaba,

del verde sitio el agradable frío,

que pudieran los ojos el camino

y que vayan las ruega y amonesta

determinar apenas que llevaba.

allí con su labor a estar la siesta.

Peinando sus cabellos de oro fino, una ninfa del agua do moraba

No perdió en esto mucho tiempo el ruego,

la cabeza sacó, y el prado ameno

que las tres de ellas su labor tomaron

vido de flores y de sombra lleno.

y en mirando de fuera, vieron luego el prado, hacia el cual enderezaron.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,

El agua clara con lascivo juego

el suave olor de aquel florido suelo.

nadando dividieron y cortaron,

Las aves en el fresco apartamiento

hasta que el blanco pie tocó mojado,

vio descansar del trabajoso vuelo.

saliendo de la arena el verde prado.


y de las verdes hojas reducidas en estambre sutil, cual convenía Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,

para seguir el delicado estilo

escurrieron del agua sus cabellos,

del oro ya tirado en rico hilo.

los cuales esparciendo, cobijadas las hermosas espaldas fueron de ellos.

La delicada estambre era distinta

Luego sacando telas delicadas,

de los colores que antes le habían dado

que en delgadeza competían con ellos,

con la fineza de la varia tinta

en lo más escondido se metieron,

que se halla en las conchas del pescado.

y a su labor atentas se pusieron.

Tanto artificio muestra en lo que pinta y teje cada Ninfa en su labrado,

Las telas eran hechas y tejidas

cuanto mostraron en sus tablas antes

del oro que el felice Tajo envía,

el celebrado Apeles y Timantes.

apurado después de bien cernidas las menudas arenas do se cría:


Fray Luis de León (1527-1591)

Vida retirada

vanamente severo

¡Qué descansada vida

de a quien la sangre ensalza o el dinero.

la del que huye del mundanal ruïdo, y sigue la escondida

Despiértenme las aves

senda, por donde han ido

con su cantar sabroso no aprendido;

los pocos sabios que en el mundo han sido;

no los cuidados graves de que es siempre seguido

Que no le enturbia el pecho

el que al ajeno arbitrio está atenido.

de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo

Vivir quiero conmigo,

se admira, fabricado

gozar quiero del bien que debo al cielo,

del sabio Moro, en jaspe sustentado!

a solas, sin testigo, libre de amor, de celo,

No cura si la fama

de odio, de esperanzas, de recelo.

canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama

Del monte en la ladera,

la lengua lisonjera

por mi mano plantado tengo un huerto,

lo que condena la verdad sincera.

que con la primavera de bella flor cubierto

¿Qué presta a mi contento

ya muestra en esperanza el fruto cierto.

si soy del vano dedo señalado; si, en busca deste viento,

Y como codiciosa

ando desalentado

por ver y acrecentar su hermosura,

con ansias vivas, con mortal cuidado?

desde la cumbre airosa una fontana pura

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!

hasta llegar corriendo se apresura.

¡Oh secreto seguro, deleitoso! Roto casi el navío,

Y luego, sosegada,

a vuestro almo reposo

el paso entre los árboles torciendo,

huyo de aqueste mar tempestuoso.

el suelo de pasada de verdura vistiendo

Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño

y con diversas flores va esparciendo.


San Juan de la Cruz (1542-1591) Noche oscura del alma Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.

1. En una noche oscura

5. ¡Oh noche que guiaste!

con ansias, en amores inflamada,

¡Oh noche amable más que la alborada:

¡oh dichosa ventura!

oh noche que juntaste

salí sin ser notada,

Amado con Amada.

estando ya mi casa sosegada.

Amada en el Amado transformada!

2. A oscuras, y segura,

6. En mi pecho florido,

por la secreta escala disfrazada,

que entero para él sólo se guardaba,

¡Oh dichosa ventura!

allí quedó dormido,

a oscuras, y en celada,

y yo le regalaba,

estando ya mi casa sosegada.

y el ventalle de cedros aire daba.

3. En la noche dichosa

7. El aire de la almena,

en secreto, que nadie me veía,

cuando yo sus cabellos esparcía,

ni yo miraba cosa,

con su mano serena

sin otra luz y guía,

en mi cuello hería,

sino la que en el corazón ardía.

y todos mis sentidos suspendía.

4. Aquésta me guiaba

8. Quedéme, y olvidéme,

más cierto que la luz del mediodía,

el rostro recliné sobre el Amado,

adonde me esperaba

cesó todo, y dejéme,

quien yo bien me sabía,

dejando mi cuidado

en parte donde nadie parecía.

entre las azucenas olvidado.


Llama de amor viva Canciones del alma en la íntima comunicación, de unión de amor de Dios.

1. ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; ¡rompe la tela de este dulce encuentro! 2. ¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe, y toda deuda paga! Matando, muerte en vida la has trocado. 3. ¡Oh lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su querido! 4. ¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno, donde secretamente solo moras: y en tu aspirar sabroso, de bien y gloria lleno ¿cuán delicadamente me enamoras!


Gutierre de Cetina (1520-¿1557?)

Madrigal Ojos claros, serenos, Si de un dulce mirar sois alabados, ¿Por qué, si me miráis, miráis airados? Si cuando más piadosos, Más bellos parecéis a aquel que os mira, No me miréis con ira, Porque no parezcáis menos hermosos. ¡Ay tormentos rabiosos! Ojos claros, serenos, Ya que así me miráis, miradme al menos.

Francisco de Figueroa (¿1536-1617?) Soneto XVII Perdido ando, señora, entre la gente, sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida; sin vos, porque no sois de mí servida; sin mí, porque no estoy con vos presente; sin ser, porque de vos estando ausente no hay cosa que del ser no me despida; sin Dios, porque mi alma a Dios olvida por contemplar en vos continuamente; sin vida, porque ya que haya vivido, cien mil veces mejor morir me fuera que no un dolor tan grave y tan extraño. ¡Que preso yo por vos, por vos herido, y muerto yo por vos d'esta manera, estéis tan descuidada de mi daño!


Francisco de Aldana (1537-1578) Reconocimiento de la vanidad del mundo En fin, en fin, tras tanto andar muriendo, tras tanto varïar vida y destino, tras tanto de uno en otro desatino, pensar todo apretar, nada cogiendo; tras tanto acá y allá, yendo y viniendo cual sin aliento, inútil peregrino; ¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino yo mismo de mi mal ministro siendo, hallo, en fin, que ser muerto en la memoria del mundo es lo mejor que en él se asconde, pues es la paga dél muerte y olvido; y en un rincón vivir con la vitoria de sí, puesto el querer tan sólo adonde es premio el mismo Dios de lo servido.

Anónimo del siglo XVI No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. ¡Tú me mueves, Señor!, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiese infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, porque, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.


SIGLO SVII Barroco

Luis de Góngora (1561-1627) ¡Que se nos va la pascua, mozas,

Y quedáis todas perdidas

que se nos va!

Por mayores de la marca.

Mozuelas las de mi barrio, Loquillas y confiadas,

¡Que se nos va la Pascua, mozas,

Mirad no os engañe el tiempo,

Que se nos va la Pascua!

La edad y la confianza. No os dejéis lisonjear

Yo sé de una buena vieja

De la juventud lozana,

Que fue un tiempo rubia y zarca,

Porque de caducas flores

Y que al presente le cuesta

Teje el tiempo sus guirnaldas.

Harto caro el ver su cara, Porque su bruñida frente

¡Que se nos va la Pascua, mozas,

Y sus mejillas se hallan

Que se nos va la Pascua!

Más que roquete de obispo Encogidas y arrugadas.

Vuelan los ligeros años, Y con presurosas alas

¡Que se nos va la Pascua, mozas,

Nos roban, como harpías,

Que se nos va la Pascua!

Nuestras sabrosas viandas. La flor de la maravilla

Y sé de otra buena vieja,

Esta verdad nos declara,

Que un diente que le quedaba

Porque le hurta la tarde

Se lo dejó este otro día

Lo que le dio la mañana.

Sepultado en unas natas, Y con lágrimas le dice:

¡Que se nos va la Pascua, mozas,

«Diente mío de mi alma,

Que se nos va la Pascua!

Yo sé cuándo fuistes perla, Aunque ahora no sois caña.»

Mirad que cuando pensáis Que hacen la señal del alba

¡Que se nos va la Pascua, mozas,

Las campanas de la vida,

Que se nos va la Pascua!

Es la queda, y os desarman De vuestro color y lustre,

Por eso, mozuelas locas,

De vuestro donaire y gracia,

Antes que la edad avara


El rubio cabello de oro

Mirad, bobas, que detrás

Convierta en luciente plata,

Se pinta la ocasión calva.

Quered cuando sois queridas, Amad cuando sois amadas, Soneto XXIV Mientras por competir con tu cabello Oro bruñido al sol relumbra en vano, Mientras con menosprecio en medio el llano Mira tu blanca frente al lilio bello; Mientras a cada labio, por cogello, Siguen más ojos que al clavel temprano, Y mientras triunfa con desdén lozano Del luciente cristal tu gentil cuello, Goza cuello, cabello, labio y frente, Antes que lo que fue en tu edad dorada Oro, lilio, clavel, cristal luciente, No sólo en plata o vïola troncada Se vuelva, más tú y ello juntamente En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Soneto XLI La dulce boca que a gustar convida Un humor entre perlas distilado, Y a no invidiar aquel licor sagrado Que a Júpiter ministra el garzón de Ida, Amantes, no toquéis, si queréis vida; Porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, Cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas que a la Aurora Diréis que, aljofaradas y olorosas Se le cayeron del purpúreo seno; Manzanas son de Tántalo, y no rosas, Que pronto huyen del que incitan hora


Y s贸lo del Amor queda el veneno.


Soneto XXXV Ilustre y hermosísima María, mientras se dejan ver a cualquier hora en tus mejillas la rosada aurora, Febo en tus ojos y, en tu frente, el día, y mientras con gentil descortesía mueve el viento la hebra voladora que la Arabia en sus venas atesora y el rico Tajo en sus arenas cría; antes que de la edad Febo eclipsado y el claro día vuelto en noche oscura, huya la Aurora del mortal nublado; antes que lo que hoy es rubio tesoro venza a la blanca nieve su blancura, goza, goza el color, la luz, el oro. Llegué a Valladolid, donde estaba la corte Llegué a Valladolid; registré luego Desde el bonete al clavo de la mula; Guardo el registro, que será mi bula Contra el cuidado del señor don Diego. Busqué la Corte en él, y yo estoy ciego, O en la ciudad no está, o se disimula. Celebrando dïetas vi a la gula, Que Platón para todos está en griego. La lisonja hallé y la ceremonia Con luto, idolatrados los caciques, Amor sin fe, interés con sus virotes. Todo se halla en esta Babilonia, Como en botica, grandes alambiques, Y más en ella títulos que botes.


Lope de Vega (1562-1635) Soneto CXXVI Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso; no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso; huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Letrilla Dulce Filis, si me esperas, de favor has de ir mudando, que es mucho para burlando, y poco para de veras. Si fías en mis amores, pon en sus llamas sosiego, y si burlas de mi fuego, no le atices con favores. No es bien que encenderme quieras sin favor de cuando en cuando, que es mucho para burlando, y poco para de veras. A las del infierno ardiendo es mi pena semejante, que con el manjar delante estoy de hambre muriendo.

Filis: Sobrenombre de Elena Osorio, primer gran amor de Lope a quien abandona por un caballero más poderoso. Lope escribió versos satíricos contra ella y su familia que le costaron cuatro años de destierro.


Con tu esperar desesperas, pues el favor que vas dando, es mucho para burlando, y poco para de veras. Si mandas, ¿por qué no das? si lo has de dar, dalo junto, y si junto, dalo a punto, y si no, no mandes más. No es bien que engañarme quieras con favor de cuando en cuando, que es mucho para burlando, y poco para de veras.

Soneto CXXXIII Ya no quiera más bien que sólo amaros,

Lucinda: Sobrenombre de Micaela de Luján, segundo gran amor de Lope y mujer de gran belleza.

ni más vida, Lucinda, que ofreceros la que me dais, cuando merezco veros, ni ver más luz que vuestros ojos claros. Para vivir me basta desearos, para ser venturoso, conoceros, para admirar el mundo, engrandeceros, y para ser Eróstrato, abrasaros, La pluma y lengua, respondiendo a coros, quieren al cielo espléndido subiros, donde están los espíritus más puros; que entre tales riquezas y tesoros, mis lágrimas, mis versos, mis suspiros, de olvido y tiempo vivirán seguros.

Eróstrato: personaje que incendió el templo de Diana para darse fama.


Soneto amoroso Amor con tan honesto pensamiento arde en mi pecho, y con tan dulce pena,

Amarilis: sobrenombre de marta de Nevares, mujer casada y último amor de Lope

que haciendo grave honor de la condena, para cantar me sirve de instrumento. No al fuego, al celestial atento, en alabanza de Amarilis suena con esta voz, que el curso al agua enfrena, mueve la selva y enamora el viento. La luz primera del primero día, luego que el sol nació, toda la encierra, círculo ardiente de su lumbre pura, y así también, cuando tu sol nacía, todas las hermosuras de la tierra remitieron su luz a tu hermosura.

Soneto moral Cuando me paro a contemplar mi estado, y a ver los pasos por donde he venido, me espanto de que un hombre tan perdido a conocer su error haya llegado. Cuando miro los años que he pasado, la divina razón puesta en olvido, conozco que piedad del cielo ha sido no haberme en tanto mal precipitado. Entré por laberinto tan extraño, fiando al débil hilo de la vida el tarde conocido desengaño; mas de tu luz mi escuridad vencida, el monstro muerto de mi ciego engaño, vuelve a la patria, la razón perdida.

Este soneto es una versión del Soneto I de Garcilaso de la Vega, que comienza con el mismo primer verso.


Soneto XLIII (A una calavera) Esta cabeza, cuando viva, tuvo sobre la arquitectura destos huesos carne y cabellos, por quien fueron presos los ojos que mirándola detuvo. Aquí la rosa de la boca estuvo, marchita ya con tan helados besos, aquí los ojos de esmeralda impresos, color que tantas almas entretuvo. Aquí la estimativa en que tenía el principio de todo el movimiento, aquí de las potencias la armonía. ¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!, ¿dónde tan alta presunción vivía, desprecian los gusanos aposento?

Francisco de Quevedo (1580-1645) Soneto- Salmo XIX ¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía! ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría, pues con callado pie todo lo igualas! Feroz de tierra el débil muro escalas, en quien lozana juventud se fía; mas ya mi corazón del postrer día atiende el vuelo, sin mirar las alas. ¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte! ¡Que no puedo querer vivir mañana, sin la pensión de procurar mi muerte! ¡Cualquier instante de la vida humana es nueva ejecución, con que me advierte cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.


Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió

"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido! La Fortuna mis tiempos ha mordido; las Horas mi locura las esconde. ¡Que sin poder saber cómo ni a dónde la salud y la edad se hayan huido! Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado. En el hoy y mañana y ayer, junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto.

Enseña cómo todas las cosas avisan de la muerte Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía. Salime al campo: vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa: vi que amancillada de anciana habitación era despojos, mi báculo más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.


A un amigo que retirado de la corte pasó su edad Dichoso tú, que alegre en tu cabaña, mozo y viejo aspiraste la aura pura, y te sirven de cuna y sepultura, de paja el techo, el suelo de espadaña. En esa soledad que libre baña callado Sol con lumbre más segura, la vida al día más espacio dura, y la hora sin voz te desengaña. No cuentas por los Cónsules los años; hacen tu calendario tus cosechas; pisas todo tu mundo sin engaños. De todo lo que ignoras te aprovechas; ni anhelas premios ni padeces daños, y te dilatas cuanto más te estrechas.

Soneto amoroso Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado. Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado. Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero paroxismo; enfermedad que crece si es curada. Éste es el niño Amor, éste es su abismo. ¿Mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo!


A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio

Al oro de tu frente unos claveles veo matizar, cruentos, con heridas; ellos mueren de amor, y a nuestras vidas

Flori: sobrenombre de “La Ledesma”, mujer de la que se sabe poco pero fue un gran amor del poeta, con el que convivió, aunque la tuvo que rechazar para casarse con una mujer de la corte, víctima de las intrigas palaciegas.

sus amenazas les avisan fieles. Rúbricas son piadosas, y crueles, joyas facinorosas, y advertidas, pues publicando muertes florecidas, ensangrientan al sol rizos doseles. Mas con tus labios quedan vergonzosos (que no compiten flores a rubíes) y pálidos después, de temerosos. Y cuando con relámpagos te ríes de púrpura, cobardes, si ambiciosos, marchitan sus blasones carmesíes.

Afectos varios de su corazón, fluctuando en las ondas de los cabellos de Lisi

En crespa tempestad del oro undoso nada golfos de luz ardiente y pura mi corazón, sediento de hermosura, si el cabello deslazas generoso. Leandro en mar de fuego proceloso su amor ostenta, su vivir apura; Ícaro en senda de oro mal segura arde sus alas por morir glorioso. Con pretensión de fénix encendidas sus esperanzas, que difuntas lloro, intenta que su muerte engendre vidas. Avaro y rico, y pobre en el tesoro, el castigo y la hambre imita a Midas, Tántalo en fugitiva fuente de oro.

Lisi: Luisita, de la casa de Medinaceli, amor imposible de Quevedo, que le partió el corazón.


Amor constante más allá de la muerte Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora, a su afán ansioso lisonjera; mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, venas, que humor a tanto fuego han dado, médulas, que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.

A una dama bizca y hermosa Si a una parte miraran solamente vuestros ojos, ¿cuál parte no abrasaran? Y si a diversas partes no miraran, se helaran el ocaso o el Oriente. El mirar zambo y zurdo es delincuente; vuestras luces izquierdas lo declaran, pues con mira engañosa nos disparan facinerosa luz, dulce y ardiente. Lo que no miran ven, y son despojos suyos cuantos los ven, y su conquista da a l'alma tantos premios como enojos. ¿Qué ley, pues, pudo mover al mal jurista a que, siendo monarcas los dos ojos, los llamase vizcondes de la vista?


Poderoso caballero es don Dinero Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado, Pues de puro enamorado Anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo Hace todo cuanto quiero, Poderoso caballero Es don Dinero. Nace en las Indias honrado, Donde el mundo le acompaña; Viene a morir en España, Y es en Génova enterrado. Y pues quien le trae al lado Es hermoso, aunque sea fiero, Poderoso caballero Es don Dinero. Son sus padres principales, Y es de nobles descendiente, Porque en las venas de Oriente Todas las sangres son Reales. Y pues es quien hace iguales Al rico y al pordiosero, Poderoso caballero Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla Ver en su gloria, sin tasa, Que es lo más ruin de su casa Doña Blanca de Castilla? Mas pues que su fuerza humilla Al cobarde y al guerrero, Poderoso caballero Es don Dinero. Es tanta su majestad, Aunque son sus duelos hartos, Que aun con estar hecho cuartos No pierde su calidad. Pero pues da autoridad Al gañán y al jornalero, Poderoso caballero Es don Dinero. Más valen en cualquier tierra (Mirad si es harto sagaz) Sus escudos en la paz Que rodelas en la guerra. Pues al natural destierra Y hace propio al forastero, Poderoso caballero Es don Dinero.


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