Este documento es un extracto de la obra
La tribu de Camelot
Carlota y el misterio de la catedral g贸tica Gemma Lienas
Destino
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CAPÍTULO 1
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Un tesoro muy bien escondido
A quella tarde de miércoles era poco habitual. Al día siguiente empezaba un maravilloso y extra largo puente de cuatro días. ¡Había que aprovecharlos al máximo! Rosa, mi vecina y cangura, se había empeñado en que esa tarde era ideal para desasnarnos un poco a Marcos y a mí. Y nos propuso una visita a la catedral de la ciudad. Con la primavera, apetecía salir... y además, como al día siguiente era festivo, no teníamos que irnos a dormir tan temprano. —Si quieres, puedes invitar a tus compañeros —dijo Rosa, y añadió provocativa—: Pero te 9
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aviso, dicen que la catedral esconde un gran misterio. Y hasta se rumorea que hay un fantasma. Así que puede que no les interese. ¡Desde luego, Rosa sabía cómo dar en la diana! En cuanto mencioné misterios y fantasmas, la Tribu de Camelot en peso se apuntó. —Tribu, desfilad delante de mí. Y tú, Marcos, a mi derecha —indicó Rosa, poniendo en marcha su silla de ruedas—. ¡Vámonos! Al llegar a la catedral, lo primero que me sorprendió
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fue su tamaño, mayor del que yo recordaba. Y también me pareció más antigua. —Tiene más de quinientos años —dijo Rosa. —¡Uau! —Pues sí. Es una catedral gótica. ¿Veis los arcos? En la parte superior no son redondeados sino que tienen una punta. Son arcos ojivales, característicos del gótico —dijo Rosa. Y añadió—: Como sabéis, en aquella época, no había cine, ni tele, ni videojuegos, así que la catedral resultaba un gran espectáculo. Miré a los demás: creo que alucinaban tanto como yo. No sé si por el tamaño del lugar, o por imaginar un tiempo sin nada de lo que había dicho Rosa. —Bueno, ¿entramos o qué? —propuso Eli, con su entusiasmo habitual. Mireya, Miguel y Sa’îd asintieron con la cabeza. Berta no dijo nada, pero no hacía falta: le vi las ganas en la cara. —Vale —dijo Rosa—, pero que alguien me ayude con estos escalones enormes: por alguna razón, hace quinientos años nadie pensó en adaptar la entrada a las sillas de ruedas. 11
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—Toma, claro, entonces las sillas de ruedas no existían —dijo Mireya. —Pues ahora sí existen y en algunos edificios de hoy parece que tampoco se hayan enterado —dijo Sa’îd, apuntándose, como siempre, a ayudar a Rosa... o a cualquiera que lo necesite. Cuando por fin entramos, lo primero que me llamó la atención fue la oscuridad. Daba la misma impresión que un cine justo antes de que empiece la película. Entonces entendí que la comparación de Rosa no había sido exagerada: la catedral era un magnífico espectáculo. Mi genial hermano pequeño hizo uno de sus brillantes comentarios: —Justo el día que venimos, y se va la luz. —Marcos, no te enteras. Esto es siempre así —le contestó Mireya, resoplando. Y mirando a Rosa añadió—: ¿Verdad? —Verdad. En la época en que se construyó la catedral no había luz eléctrica. Además, fijaos en que la oscuridad ayuda a que destaquen algunas cosas. Por ejemplo, el rosetón. Entonces me di cuenta de que mis ojos se habían acostumbrado a la semioscuridad, lo bastante 12
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como para no temer darme contra una columna en cualquier momento. Me fijé en la enorme vidriera redonda que señalaba Rosa sobre la entrada; eso que ella había llamado «rosetón». Era impresionante de verdad. Estaba hecho de cristales de colores y mostraba una imagen curiosa: una especie de jardín con un gran árbol, del que salía una serpiente que ofrecía una manzana a una mujer, mientras a su lado, un hombre lo miraba. El hombre y la mujer iban desnudos. —Reconocéis la escena, ¿no? —preguntó Rosa. —Pues claro —dijo Miguel—. Es la famosa escena de «caramba, cuánto ha subido la fruta en el mercado». Luego, se partió de risa él solo. —Que no, plasta. Que es la expulsión de Adán y Eva del paraíso: los echaron por comer la fruta prohibida. La serpiente representa que es el Diablo, tentándolos, o algo así —explicó Berta, dejándonos a todos pasmados. Entonces oímos una voz detrás de nosotros: —¿«O algo así»? Mira que sois listos los niños de hoy. ¡Bah! 13
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Toda la Tribu nos volvimos a la vez: era un viejales de unos cincuenta años. Aún con la poca luz, se le veía una cara de rata muy de acuerdo con su comentario. Me aguantaba las ganas de responderle, cuando me sorprendió ver que se saludaba con Rosa: estaba claro que se conocían. Ella lo presentó: —Es el señor Lorente, mi profesor de historia del arte. Y él es parte de la razón de que os haya propuesto venir aquí. Veréis: hace años que la catedral lo contrató para descubrir su secreto. —¿Y cuál es el secreto? —preguntó la bacteria, es decir, mi hermano. —Si lo supiera, no sería un secreto, ¿no? —contestó Lorente de forma muy seca. No pude verlo, pero juraría que en ese momento Rosa le lanzó una mirada algo agria o un codazo o algo por el estilo. En todo caso, él moderó un poco el tono: 14
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Templarios Orden de caballeros-soldados creada en el año 1119. En poco tiempo consiguieron un gran poder e influencia, y se decía que tenían un enorme tesoro. En 1313, el rey de Francia y el Papa acabaron con ellos, pero no encontraron ni rastro del tesoro. Hay quien piensa que éste, aún hoy, sigue bien oculto.
—Vale, nadie lo sabe. Pero hay rumores sobre un gran tesoro. Hay quien dice que es el de los templarios. Hace pocos meses encontré algo que puede ser la clave. Con gesto bastante teatral, sacó de su chaqueta un papel que parecía muy antiguo. —Estoy convencido de que en este pergamino está escondida la respuesta. Aunque no encuentro la forma de descifrarlo. Miré al resto de la Tribu y vi que estaban tan intrigados como yo. Ese hombre sería un impresentable, pero sabía cómo captar la atención. 15
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—He contado al profesor algunos de los misterios que habéis resuelto —nos dijo Rosa—. Tal vez podéis ayudarle. Él hizo un «¡Mmpf!» de desprecio, que dejó muy clara su opinión. Estaba claro que éramos sólo un último recurso del que no esperaba nada. Mientras desplegaba su pergamino, nos colocamos todos a su alrededor. El documento tenía una rosa de los vientos dibujada en la parte superior, y una especie de poema en el centro. La parte inferior estaba en blanco. Bueno, en amarillo: el pergamino era viejo de verdad. El profesor Lorente procedió a leerlo en voz alta, con tono dramático: 16
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—¡Parece una de esas indicaciones piratas para encontrar un tesoro enterrado! —dijo Marcos, emocionado: él mismo se creía un gran pirata. Nos miramos unos a otros: estaba claro que nadie había entendido ni jota, pero todos habíamos puesto las antenas verticales. Mireya me dio un codazo y levantó una ceja. Luego susurró: —Ya tenemos misterio. Entonces el profesor nos sorprendió a todos de nuevo: —Todo vuestro. —Y nos alcanzó el pergamino—. Total, no tiene ningún valor, y me lo sé de memoria. Eso sí: tenéis que contarme absolutamente todo lo que... ejem... descubráis. Estaré en mi despacho, aquí en la catedral. Nos permitió quedarnos el pergamino unos días, con la condición de cuidarlo muy bien y devolverlo después del puente. Y una vez hecho lo que quería, el tipo no tardó ni un minuto en largarse sin mayor ceremonia. —Vaya amigos que tienes —dije a Rosa. 17
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—Profesor, no amigo —puntualizó ella—. No seáis duros con él: está desesperado. Me confesó que en la catedral le han dicho que o resuelve pronto el asunto o adiós. ¡Ya veis: ni siquiera va a hacer puente! La verdad, a la Tribu nos daba igual el profesor. Teníamos lo que queríamos: un desafío bien gordo. ¡Un misterio de siglos, y sólo cuatro días para resolverlo!
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